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20 Fabulas
20 Fabulas
20 Fabulas
El gato, de tanta hambre que tenía, no dudó un momento en dejar su torpeza y timidez a un
lado para hacerse con alguna de aquellas sardinas. De este modo comenzó a perseguir y a
acechar a uno de los vendedores, y aprovechando un momento de descuido por parte de
este, el gato saltó sobre la caja de sardinas que almacenaba haciéndose entre sus bigotes con
una hermosísima. Pero su torpeza se hizo evidente durante aquella acción, y el vendedor no
tardó en pillar al gato, persiguiéndole tras esto por todo el mercado lleno de furia.
Pronto comprendió que no había tal gato ni tal sardina, y que en realidad, había
contemplado sobre el agua su propia imagen deformada y ampliada. Una vez logró salir del
agua, comprendió también que había perdido la comida y que ya no podría degustar su rica
sardina.
¡Qué amarga lección recibió aquel gato, por dejarse llevar por la envidia y el ansia!
Fábula : Doña Cebra y
Doña Jirafa
Doña Cebra y Doña Jirafa eran dos grandes amigas, y esto
se comprobó en cierta ocasión, en la cual doña Jirafa cayó
tremendamente enferma de la garganta.
Al ver como su salud empeoraba, doña Jirafa pensó que lo más conveniente sería avisar a
su buena amiga Doña Cebra, que siempre estaba pendiente de ella.
¡Ay, Doña Cebra! ¡Qué mal me encuentro esta mañana! ¡Casi no puedo ni hablar!-
Exclamaba Doña Jirafa dirigiéndose a su amiga.
Voy a ver el aspecto de esa garganta- Dijo Doña Cebra.- ¡Uf! Tiene muy mal aspecto, de
manera que iré a la farmacia para ver qué pueden recomendarme para este tipo de
dolencia.
Sin embargo, esto no enfadó a Doña Cebra lo más mínimo, y ni por la cabeza se le pasó el
lamentarse por la inutilidad de su viaje. ¡Se alegraba tanto de ver a doña Jirafa recuperada!
De esta forma iba transcurriendo un día tras otro hasta que, en cierta ocasión, el gallo del
gallinero decidió poner fin a aquel ultraje. Dicho gallo decidió manifestarle su queja a un
gato muy bondadoso que vivía cerca del gallinero, y este decidió darle una lección al zorro
para ayudar con ello al gallo y a las gallinas.
El gato decidió acudir a la casa del zorro, y acompañado de un palo grueso y una guitarra,
se sentó junto a su ventana tocando dulces canciones con la guitarra.
¿Quién puede tocar algo tan bonito?- Se preguntó el zorro asomando la cabeza por
la ventana.
Y el, hasta entonces astuto zorro, se dio cuenta de cuan necio había sido por culpa de su
glotonería y su curiosidad.
Fábula: El Egoísta
Érase una vez un hipopótamo que tomaba el autobús muy,
muy temprano, para acudir a su trabajo. Pero este
hipopótamo, en lugar de guardar su sitio en la cola como
hacían los demás, no dudaba en imponerse a todos a fuerza
de empujones y manotazos hasta verse el primero de la fila.
Con frecuencia este hipopótamo egoísta causaba peleas
enturbiando el buen ambiente del vecindario.
A la hora de salir del autobús, el hipopótamo lo hacía del mismo modo que había entrado,
arrollando con sus fuertes pisotones a los viajeros del autobús que se situaban delante para
salir el primero. ¡Qué alivio sentían todos cuando pisaba la calle y parecía alejarse!
Que mala consejera es la envidia, como muestra esta historia. Y es que, amiguitos, es
importante recordar que para vivir en sociedad y no ser temidos ni rechazados, hemos de
preocuparnos por el bienestar de los demás como si fuera el propio evitando molestar a
nadie y mostrando en cada paso nuestra buena educación.
Fábula : Las patas de un
elefante
Va a comenzar la primera clase de la tarde. Un gorila,
sentado en su pupitre, se entretiene mirando a su alrededor.
Está aburrido y, además, se le conoce por su insaciable
curiosidad. Tras pasear sus ojos por los demás pupitres,
repara en un nuevo alumno. Es el elefante, y la verdad es
que le cuesta un poco sentarse como los demás alumnos.
¡Tiene un cuerpo tan grande!
El gorila se fija en sus propias patas; después las compara con las del elefante, y sonríe muy
divertido. « ¿Cómo se las va a apañar para escribir con esas patas tan enormes?. Seguro
que no sabe ni poner la jota», piensa para sus adentros el gorila.
Tras esto, llega el profesor y lo primero que les ordena es que escriban sus propios
nombres. El gorila no quita ojo al elefante; este, sin inquietarse, coge el lápiz con su
trompa, y se pone a escribir tranquilamente. El gorila está asombrado. ¡Con qué destreza
maneja el elefante lápiz y papel!, mientras el, por el contrario, tarda de lo lindo en
comenzar a escribir su nombre.
Una vez corregidos los ejercicios, el profesor se apresura a felicitar al elefante, pues ha sido
él quien ha conseguido la nota más alta. El gorila, en cambio, no ha pasado del aprobado.
Verde de envidia, observa de reojo al elefante, mientras da vueltas y más vueltas a su lápiz.
«No volveré a reírme nunca más de las patas de un elefante», pensó el gorila.
Deberías observar a tus amiguitos. Ellos tienen las uñas largas y lustrosas. Se
sienten orgullosos de lucirlas. Tú, en cambio… ¡oh, qué disgustos me das con tu
costumbre! – Se quejaba la mamá.
¡Buah! No veo nada malo en morderme las uñas, mamá. – Respondía el tigrito con
un gesto travieso, mientras seguía muerde que te muerde.
Llegó la primavera y, como siempre, el tigrito se fue al bosque para jugar con sus
amiguitos. Esta vez le acompañaban dos de ellos. Corretearon largo rato de acá para allá; de
pronto, uno de los amigos del tigrito vio que un pájaro se posaba en las ramas de un árbol;
sin pensarlo dos veces, empezó a trepar veloz como el rayo. Naturalmente, nuestro tigrito
intentó imitar a sus compañeros de juegos, pero se encontró con que no tenía uñas.
¡Oh, no puedo agarrarme al tronco de este árbol! Si tuviera uñas como ellos… –
Exclamó el tigrito.
A veces, antes de llegar a la escuela, comenzaban las peleas. Si el día había amanecido
lluvioso, las ranitas se ponían locas de contentas. En cambio, a los perritos se les torcía el
gesto.
– ¡Yuuupiii! ¡Menudo chapuzón nos vamos a dar en las charcas que la lluvia está
formando! ¡Ahhh, qué frescor y bienestar siento!- decía una de las ranitas.
– ¡Bah! Es día perdido para mí. ¡Me deprime tanto la lluvia!- respondía uno de los perritos.
Cuando el día amanecía soleado, ocurría todo lo contrario; los perritos no cabían en sí de
gozo y las ranitas se sentían muy desdichadas, pues ya se imaginaban el calor y la sequedad
agobiante que iba a torturarlas. Os preguntaréis que cuándo estaban contentos tanto los
perritos como las ranitas. ¡Muy sencillo! Los días que amanecían grises y plomizos; pero
sin lluvia, que no eran pocos en esa zona de la sierra.
¿No sería mejor, amiguitos, que aceptásemos todos la vida tal y como se presenta? De esta
manera, nunca nos sentiríamos infelices.
Fábula para niños : El
anciano y la muerte
– Pues para ver si pudieras ayudarme a llevar esta carga que tanto pesa. Nada más.
Las ganas de vivir, le habían hecho olvidarse del cansancio, del lamento, y del dolor, a
pesar de las circunstancias. Y la Muerte, le perdonó.
Fábula: Los leñadores y
el pino
Aquel árbol sabía, que el sufrimiento puede ser mayo aún, cuando nace de uno mismo que
cuando procede del exterior.
Fábula corta: El lobo y la
cabra
– Abandona ese lugar y ven hacia este otro. ¡Mira qué de pasto fresco me rodea!
– Gracias por tu ofrecimiento, lobo. Pero intuyo que la comida en ese lugar sería yo… ¡y no
el pasto fresco! – Respondió sabiamente la cabra.
Conocer como la cabra, a aquellos que son malvados, resulta muy útil para no ser
engañados.
Fábula corta: La zorra y
las uvas
Un error muy común tuvo aquel animal: trasladar nuestra responsabilidad y errores a los
demás.
Fábula infantil: Los dos
mulos
Paseábase muy orgulloso y altivo el segundo de los mulos con su carga, haciendo sonar al
paso su gran cencerro de oro. Pero aquel sonido alertó a unos ladrones que iban por su
mismo camino. Tras observar bien lo que llevaban, ni cortos ni perezosos, decidieron atacar
al segundo de los mulos. Éste, procurando defender su valiosa carga, resultó finalmente
malherido por los bandidos, quedando tendido y desconsolado sobre el suelo del camino.
-¿Para esto he trabajado tan duro y he soportado tanta carga sobre mis espaldas?- Exclamó
el mulo del rey aturdido.
-Tal vez, lo que aparenta ser un gran negocio, no siempre resulta serlo…- Le contestó el
mulo del molinero.
Fábula infantil : El gallo y
la zorra
– ¡Hermano! Vengo a firmar la paz entre tu especie y la mía. No quiero que seamos
enemigos nunca más. Baja rápido de ese árbol que podamos darnos un beso y un gran
abrazo fraterno, para sellar así esta alianza de una vez por todas.
– ¡Amiga! -Contesto el gallo- ¡Me das la mejor de las noticias posibles! Esta paz que tanto
hemos deseado… ¡Y salida de tus propios labios! ¡Qué casualidad! – Prosiguió el gallo-
Por el fondo del camino diviso a dos enormes perros, que seguro vienen de recaderos a
darme la buena nueva que ya me has avanzado tú.
– Bueno, hasta otra, que tengo mucha prisa. Ya lo celebraremos otro día…
Y el fiero animal salió corriendo campo a través, sin haber dado alcance a su presa.
Mientras, el astuto gallo, se regocijaba sobre la rama del árbol de su hazaña y valentía. Le
resultaba un auténtico placer haber conseguido engañar a quien engaña.
Fábula corta : El buey y
la cigarra
De necia y envidiosa quedó retratada la cigarra, pues así resulta quien se atreve a afear un
pequeño descuido, en medio de un gran cometido.
Fábula : El jilguero y el
cisne
Tras esto quiso el cisne cantar, y dio un enorme y chirriante graznido. Y es que de nada
sirve la fama, sino se corresponden las obras.
Fábula corta : El león y el
mosquito
– ¡No creas que tu título de rey me inquieta!- Exclamaba el insecto volador desafiante al
león, conocido como el rey de la selva.
Tras aquellas palabras, el mosquito, ni corto ni perezoso, empezó a rodear al león volando
de un lado a otro, subiendo y bajando, mientras hacía sonar su larga trompeta.
¡El león rugía enfurecido ante el atrevimiento del mosquito! Y a pesar de sus intentos por
zafarse, el mosquito le picaba en el lomo, en el hocico y hasta en la nariz, hasta que el león
se derrumbó en el suelo por el cansancio.
– ¡Buenos días, señor cuervo! ¡Qué bello plumaje viste! Desde luego, si su canto es igual a
su plumaje… ¡será usted un auténtico primor!- Exclamó la zorra dirigiéndose al cuervo,
con cierto tono irónico…
El cuervo, que no lo advirtió y no estaba acostumbrado a que le halagasen, por ser pájaro de
mal agüero, abrió rápidamente el pico para mostrar a la zorra su magnífico canto, dejando
caer el rico trozo de queso al suelo. En ese mismo instante, le dijo la zorra:
– No hay que dejarse embelesar por todo aquel que de coba, señor cuervo. La lección que le
doy, ¡bien vale este trozo de queso!
Comenzó a dar saltos de alegría ante su idea, cuando de pronto tropezó, y el cántaro de
leche cayó al suelo haciéndose mil pedazos. ¡Adiós al ternero, a la vaca, al cerdo y al
rebaño! Desolada observaba el cántaro roto la lechera, consciente de haber sufrido la
pérdida de su fortuna antes de lograrla.
Sin embargo, a pesar de los pesares, todos construimos castillos en el aire, porque no hay
nada más humano ni esperanzador.
Fábula corta: Las ranas y
las liebres
¡Qué infelices son aquellos que nacen tímidos y miedosos! – Exclamaba sollozante.
– No hay nunca comida que les aproveche, ni viven jamás de forma tranquila,
siempre con sobresaltos de acá para allá. Pues, ¡así es mi vida! – Se lamentaba – El
miedo me obliga a vivir siempre con los ojos abiertos… « ¡Puede corregirse!»,
dicen alegremente aquellos que se creen muy sabios…pero no saben nada.
Con estas palabras reflexionaba sobre su vida la liebre, en continua alerta ante cualquier
peligro. El viento, las sombras, los ruidos…todo angustiaba al pobre animal.
De pronto, un día, al encogerse por un crujido en medio de la noche, corrió asustado como
de costumbre hacia su madriguera. En la carrera, la liebre arrolló con una charca llena de
pequeñas ranas que se espantaron al verle. Sobrecogido ante aquella escena, y casi apenado
por haber sido el culpable de asustar a aquellos animales inocentes, la liebre comprendió
que no era única en el mundo, y que el miedo podía habitar en cualquier ser y lugar.
Un día que salió un ratoncillo de su agujero, muy aturdido, fue a caer entre las garras de un
león. El león, rey de los animales, se mostró muy generoso y decidió no comerle y
perdonarle la vida. Pero aquella generosidad no había sido gratuita, y el león había visto en
el insignificante ratón a un importante aliado.
Aquel fiero animal, había caído en unas redes de las cuales no podía escapar, y de nada le
servían sus rugidos y sus temibles garras. En cambio, el ratoncillo… ¡qué bien se movía
entre las redes! De este modo, trabajó a fondo con sus minúsculos dientes hasta roer la
malla, y conseguir devolverle el favor al león de perdonarle la vida, desarmándole todos los
nudos de la malla.