Ensayos Paganos
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Editor:
Carlos Rivera
Portada
Luis Achinquipa
Diagramación:
José Luis Vizcarra Ojeda
Fotografía de solapa:
Queda prohibida, sin autorización de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes,
la reproducción total y o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento.
Prólogo
Samuel Lozada Tamayo
Introducción general
Juan Carlos Valdivia Cano
I
EDUCACIÓN E INVESTIGACIÓN
III
HISTORIA Y HUMANIDADES
Humanidades humanistas
Mariátegui y Gobetti
IV
DEBATE
7.-Conclusiones Parciales
¿Quién es liberal?
1.- Introducción
2.- La falta de ruptura
3.- Liberalismo e ideología
4.- Ideas liberales
5.- Pluralismo y monismo
6.- ¿Neoliberalismo o Liberalismo?
7.- Tolerancia
IV
CULTURA
V
DISCURSOS
La revisión de factores que Juan Carlos realiza, permite establecer que el mal
no se focaliza exclusivamente en los escalones inferiores, los iniciales – acaso
los más importantes –, hace metástasis ascendente hasta los niveles superiores,
los universitarios inclusive. Es claro que si no se cambia el modelo básico, el
árbol crecerá, está creciendo, torcido irremediablemente. La tarea propuesta
frente a esta denuncia, deviene gigantesca y larga en el tiempo, pero alguna
vez habrá de abordarse, reflexionamos con el autor, después de leer su
ardiente delación.
No hace referencia a la educación privada que, algo mejor está, quizá porque
unas cuantas golondrinas no hacen el verano. El problema está en esa gran
masa mayoritaria de niños y adolescentes que acuden a las escuelas fiscales y
colegios nacionales donde, lamentablemente, se comienza a frustrar toda
esperanza de desarrollo de aptitudes e inteligencias y se almacenan para una
memoria inane, robóticas repeticiones.
Apoyado en Octavio Paz sentencia que esos males derivan de una ideología
como la que impuso la Contrarreforma como símbolo de oscurantismo,
autoritarismo e intolerancia, que se ha mantenido desde los siglos XVI y XVII
en el país a pesar o con la independencia de la corona española. No deja de
reconocer que a tono con ella el catolicismo produjo extraordinarios
pensadores y poetas que cumplieron su papel en su época y espacio. Pero de
allí a aferrarse a la tradición, cerrando el paso al modernismo y a la evolución
de los conocimientos e ideas, es atentar contra el desarrollo de una educación
a tono con los tiempos.
Por otro lado dice con razón que solo una educación debidamente reorientada
y atinadamente desarrollada, podrá conjurar el fantasma de la pobreza. Lo
afirma con estadísticas en la mano. No se trata de establecer cuan número
mayor de niños va a la escuela primaria y secundaria; o del inventario
creciente de establecimientos de enseñanza sino de casi cambiarlo todo, para
hacer de la educación una verdadera palanca que logre el status vital que se
merecen nuestras mayorías. Del grado de esa efectiva tuición forjadora de
identidades y de habilidades, depende la excelencia de ese futuro que ya toca
las puertas.
Algo muy grave debe haber ocurrido para que hayamos alcanzado el nivel
educativo que figura en los datos y estadísticas de la UNESCO, por ejemplo,
y que ahora una buena mayoría peruana reconoce de palabra, por lo menos. Y
otra, no menos grave, para que mantengamos ese statu quo educativo a lo
largo de los años sin variarlo cualitativamente. Augusto Álvarez Rodrich,
hablando de Arequipa, da como buena la noticia del consenso social sobre el
papel de la educación en el desarrollo. Es el primer paso: reconocer el mal
para luego enfrentarlo. Por supuesto que hay poderosos intereses para que esa
baja calidad se mantenga, pero eso no explica sino un aspecto del complejo
problema llamado simplemente “baja calidad”. Esa baja calidad tiene un
origen cuya complejidad no quiere ser reconocida en su raíz. Está bien que
todo el mundo reconozca la importancia fundamental de la educación, pero
luego hay que actuar en consecuencia. Con la poca fe que me queda, creo que
la educación puede mejorar indefinidamente si se atacan sus factores
determinantes. Aquí propongo una hipótesis al respecto, de manera sinóptica,
en el primer capítulo. No pongo muchos ejemplos ni doy muchas pruebas.
Trato de plantear claramente mi hipótesis
EL PROBLEMA EDUCATIVO
No se puede educar sin una ética y una política consistente con los fines
educativos que uno se propone. Ética y política, educación y derecho, son
palabras que dan unidad, no buscada, a estos ensayos que se publicaron por
separado en diferentes momentos y espacios1. Hay insistencia o repetición en
algunos puntos, hay reiteraciones, pero, como dice Barthes, las reiteraciones
1
también significan. No se puede dar educación moderna sin paradigmas
modernos. Como no se puede dar educación católica sin principios o valores
católicos. Pero nosotros hemos adoptado la posición inadmisible: querer los
dos a la vez. Las soluciones no van a venir de arriba, de las dirigencias, de los
gobiernos, de la política. A los políticos — decía Norman Mailer — no les
interesa los problemas políticos: son actores. Es decir, parte del problema.
La solución tiene que venir de las instituciones educativas mismas y puede
empezar muy humildemente. La experiencia educativa minimalista eficiente,
no tiene menos valor cualitativo que una macro experiencia gubernamental en
este ámbito (que hasta ahora no ha funcionado pero que no se puede excluir).
Puede provocar el efecto Pigmalión o bola de nieve, si es de calidad y más si
es de alta calidad (el mal y el bien se contagian igual). Envidia o estímulo, se
tiende a imitar el éxito que provoca la calidad. No esperar que algún día las
autoridades quieran hacerlo y tengan éxito, porque ni pueden, ni quieren.
Además ¿quién reforma al reformador?
La crisis ética o moral, la crisis de valores que sufre el Perú, se agrava con
prisa y sin pausa en forma de corrupción en los diversos niveles, ámbitos y
organismos educativos. En las diversas instituciones educativas ocurren
demasiadas cosas que son para llorar de pena, Las anécdotas son
abrumadoras. Es consecuencia grave de una obsoleta visión educativa, así
como de la muerte de las humanidades, del consenso de la ideología
tecnológica, del facilismo y la indolencia, de la devaluación de los títulos, del
bachillerato automático, de la politización de las universidades (la lucha por
el poder pasa a ser prioritaria), la falta de discusión y un gran desinterés por la
educación peruana, a pesar de ser el primer problema social. Los viejos
valores, las viejas tablas no funcionan hace tiempo en educación, el
tradicionalismo, el conservadorismo, producen mucho bostezo en educación;
pero nadie quiere romper esas tablas y no se crean o adoptan nuevas tablas,
nuevos valores. Es la definición misma de la crisis educativa: lo viejo no
motiva, lo nuevo no se ha arraigado en la conciencia colectiva.
.
1. LA ESCOLÁSTICA
En el Perú, la concepción educativa mayoritaria no ha variado sustancialmente
en el paso de la Colonia a la República, a pesar de los cambios cosméticos y
secundarios o meramente tecnológicos. Una educación que parece tener como
fin supremo mantener las cosas como están, educando y formando a los
diversos defensores del miserable status quo educativo que nos caracteriza: el
statu quo del sub desarrollo y del tercermundismo, que no es para sentirse
orgulloso. En educación sólo se hacen algunos cambios parciales aislados —
especialmente en la infraestructura y en la tecnología— para que no cambie
nada sustancial: los paradigmas permanecen intocados. Desde el Ministerio
de Educación hasta la última escuelita fiscal, de todo se habla, menos del
fondo ideológico subyacente a la concepción educativa tradicional y
mayoritaria: los pad. En nuestra hipótesis esta concepción es la “escolástica
colonial”, derivada de una obsoleta cosmovisión popular con base en
paradigmas pre modernos: el catolicismo de la Contrarreforma especialmente.
Pero también el positivismo y el marxismo ortodoxo, ahora en contubernio
con los defensores del statu quo.
Ese espíritu deriva de una guerra que parecía más bien un problema resoluble
en el plano de la polémica ideológica o teológica. Pero el odio, la intolerancia
y el apetito de poder no lo permitieron. El caso sorprende, porque en esa
paradójica guerra religiosa lo de guerra a muerte no fue una metáfora. ¿Qué
tipo de religión lleva a este estado de cosas? Ese espíritu se mantiene porque
aún no se ha dado el salto a la modernidad económica, política, ideológica,
etc., que rompa con él. Y en esos años éramos colonia de los españoles,
elemento constitutivo del Imperio español. Es una cuestión de hecho, no de
opinión. ¿Cómo salir del subdesarrollo sin una modernización integral y
consistente? ¿Y cómo modernizarse sin renovar los valores, los parqadigmas,
los esquemas mentales
IDENTIDAD
Puede ser importante empezar por los rasgos de esta concepción que llamamos
escolástica y que sólo habíamos mencionado anteriormente nombrando sus
características principales. Hay que recordar, sin embargo, que cuando nos
referimos a la escolástica no nos referirnos a la realidad concreta, de carne y
hueso, sino a un modelo mental o abstracto que sirve justo para simplificar la
realidad según necesidades y objetivos a partir de referentes reales. El
modelo no quiere ser objetivo o verdadero, no quiere imitar a la realidad o
representarla o reflejarla: pretende ser idóneo, útil o adecuado, no
fotográficamente fiel a lo “real”. Puede ser calificado de subjetivo pero no de
falso, o verdadero. Es útil o inútil según los objetivos que cada quien se
plantea en la práctica educativa y los valores en que se funde esa práctica.
En educación todo depende de los fines.
DETERMINANTES
La problemática de la educación peruana tiene, como se sabe, varios aspectos.
Sin embargo, si se quiere empezar a solucionar radicalmente este problema,
sin engaño ni autoengaño, tenemos que preguntarnos por sus factores
determinantes (y no sólo por los influyentes). Nos parece que hay que poner
todo el peso, las fuerzas y recursos —que no abundan— en ese o esos puntos
decisivos, para no debilitar esos esfuerzos desperdigándolos. Sin embargo,
siempre se intenta resolverlos simultáneamente sin prioridades y sin tocar la
raíz. Tal vez se confunde la visión de conjunto, el todo concreto, con la suma
aritmética de todos los aspectos, al querer resolverlos juntos sin dejar de
pensarlos como compartimentos estancos y sin determinar prioridades. Y
siempre se fracasa sin jamás adoptar otra línea de acción o forma de abordar el
problema. ¿Cuántas reformas educativas se han intentado con los conocidos
resultados de siempre?
2. RASGOS DE ESCOLASTICIDAD
Asumir “la verdad” del profesor por “razones” de autoridad, es decir, por
creer que el profesor es propietario de la verdad y no hay nada que discutir,
es grave para la marcha de la sociedad en general porque supone una
desventaja mental enorme. A la autoridad se le debe obediencia y no crítica,
lo insinúan o lo dicen. La crítica es falta de respeto a la autoridad según esta
perspectiva. Se entenderá por qué esos paradigmas gestan un tipo de
educación que termina siendo, básicamente, un ejercicio mecánico en el cual
el razonamiento propio, la capacidad de cuestionamiento y la creatividad, no
tienen mucho sentido o razón de ser; más bien son disfuncionales a ese
modelo escolástico.
Si los profesores tienen la verdad, ¿para qué la critica? Pero sin crítica no hay
investigación ni desarrollo sino más anquilosamiento. En el modelo
escolástico peruano, como dijimos, no se trata ni de enseñar ni de aprender a
pensar, porque eso no es un objetivo ni un ideal en la visión educativa
tradicionalista. Esa visión, insistimos, es antitética a los valores modernos: la
dignidad especialmente, que es autonomía mental ante todo. La visión
incompatible se funda en el respeto y obediencia acrítica a la autoridad de
Dios, del Papa, de sus representantes y demás autoridades políticas,
domesticas, pedagógicas y psicológicas, como es tradicional hasta hoy en el
Perú. Se nota que no hemos tenido Reforma, como buenos “hijos de la
Contrareforma”.
Tal vez falte una mística que no excluya el examen racional de la realidad,
pero que vaya más allá de lo puramente racional para concebir la educación
como un ejercicio imaginativo y creador también, como un asunto ético y
estético también. Contra la corriente, o con ella, sueña con lo posible: una
mística realista y paradójica. Una mística: una ética y una pedagogía que
toma en cuenta todo el ser porque quiere ser uno con él. No se hace de la
educación un problema de cantidad solamente, porque la cantidad y la
capacitación son secundarias, aunque también necesarias. Pero los profesores
lo primero que necesitan es una educación de calidad, por el bien de sus
alumnos. Y eso es posible pero no todos a la vez. Requiere un plan y un
programa que quiera ser exitoso y que no escatime nada para ello. Pero lo
primero que hay que decidir es con qué valores se va a desarrollar ese plan. Y
¿quién educa al educador?
Si se intenta educar con calidad a diez mil maestros, por ejemplo, eso no
implica necesariamente que debamos tirarnos inmediatamente sobre todos
ellos para darles cursos de verano de dos meses. No hay manera de hacerlo
sin constituir previamente uno o más cuerpos, sin la mediación de uno o varios
equipos que incendien la pradera. A estos hay que prepararlos muy bien,
mediante experiencias-piloto bien diseñadas y llevadas. Experimentar, probar
en pequeño con prolija observación. El éxito tiene que asegurarse de
antemano. El transmitir esta experiencia también tiene que ser actividad
renovadora: la tarea de difusión. Y, como se dijo, lo primero que hay que ver
es con qué valores nuevos se van a renovar los valores.
¿Son los valores católicos los que hay que aplicar en una reforma por ser de la
mayoría? ¿Son los valores de la Constitución? ¿Son los valores tradicionales
o pre modernos o los valores democráticos? ¡Pero no un revoltijo de todo ello!
Hemos adoptado la peor alternativa: la mescolanza. Ni moderno ni tradicional,
o un poco de aquello y un poco de esto. No importa la realidad evidente de la
incompatibilidad de valores, aunque genere bloqueos y fracasos
modernizadores. ¿Y cómo no van a fracasar? Lampedusa siempre: que todo
cambie para que no cambie nada.
Por eso es que aún en los más acertados análisis educativos, da la impresión
que se quedan en el diagnóstico, que no hacen la genealogía, que no van hasta
el fondo o raíz del asunto, de donde pueden surgir las alternativas al señalar lo
determinante y al pan, pan y al vino, vino. Así por ejemplo, la Comisión
Nacional de Educación dice: “Tenemos una educación que reproduce y
amplifica desigualdades, promueve una cultura autoritaria, afirma una sola
forma cultural en detrimento de otras, desdeña y anula los saberes, prácticas
y actitudes existentes en la población y se amuralla tras un pacto de
mediocridad que ya dura décadas”. Es un diagnóstico acertado, pero ¿qué hay
detrás de esto? ¿Cuales son las causas determinantes de esa situación? ¿Qué
cosa es lo más decisivo en la mala educación bien descrita por la Comisión de
Educación? ¿O todo tiene el mismo peso? ¿Aplicamos los valores de Juan
Luís Cipriani o Bambaren, o los de de Vargas LLosa o Faustino Sánchez
Carrión? El pacto de mediocridad se combate denunciando a todos los que
con sus acciones u omisiones contribuyen a que ese pacto se mantenga.
4. POLÉMICA SOBRE EL TEMA
a. -“EL ENEMIGO NÚMERO UNO DE LA EDUCACIÓN”
(Jaime Estruch)
Me siento obligado a dar una respuesta al artículo “El enemigo número uno de
la educación”, escrito por Juan Carlos Valdivia Cano, en la columna
“Perspectivas” de este periódico. No conozco personalmente al autor, se que
es catedrático en la Facultad de Derecho de la Universidad Católica. Leo y
admiro la profundidad de sus artículos en este periódico, dando prestigio al
periodismo y a su persona.
peruanas. Y no creo que la realidad educativa que describo líneas antes sea
solamente una “realidad ideológica”, es también una realidad pedagógica...
Lo que no sé es qué debería ocurrir - según el colega- en caso que la “realidad
ideológica” de mi artículo “no se ajuste con los fines y principios de la
Universidad Católica”. ¿Tal vez una poca heroica llamada de atención?
¿una multa? ¿O un veto para el ascenso? La otra alternativa - la que creo que
mi interlocutor y yo adoptamos - es el respeto al principio constitucional de
libertad de expresión y de conciencia del otro. Todos tenemos derecho a
pensar diferente a la mayoría. El respeto por el “otro” con todas sus
diferencias es fundamental para la democracia.
Asumo las buenas intenciones de esa réplica y le felicito por la valentía con
que defiende sus convicciones, que respeto y no tengo por qué cuestionarlas.
La discrepancia que puede existir entre docencia y educación proviene de la
manera como se definan esos dos conceptos, porque está demostrando que
existe multiplicidad de definiciones referentes a Pedagogía, Educación y a
terminología Didáctica, que hace distorsionar el concepto real de los que
definimos. Me lo suponía, cuando usted dice que no era su intención de
lesionar a nadie. Estoy completamente de acuerdo cuando dice aunque nadie
tuviera razón, el lector no dejará de beneficiarse y de enriquecerse con los
puntos polémicos. Considero que la polémica, en la mayoría de los casos, es
un duelo estéril en el que sale triunfador el más osado. Lo nuestro lo
considero, igual que usted, aleccionador para el público lector.
FIN DE LA POLÉMICA
ARTE + SHOW + PESQUISA
(MOTIVACIÓN EN LA ENSEÑANZA)
1. INTRODUCCIÓN
En la primera parte de este ensayo presento algunos ejemplos de motivación
pedagógica, tomados de la experiencia en la enseñanza de la "Metodología de
Investigación Jurídica", sin pretender agotarlos ni mucho menos. Si parto de
mi experiencia personal y directa, se debe a que es la más cercana que tengo
y la que mejor conozco. Además, en este caso el objeto de investigación no es
separable del sujeto investigador, salvo por abstracción. Y aquí quiero ser lo
menos abstracto y lo más concreto posible.
2. CASO EJEMPLIFICATORIO
Hay que ayudar al estudiante a que se conozca y reconozca como es, pero
también que pueda querer construirse a sí mismo a partir de cómo quisiera ser
y no de cómo se le intenta imponer. Es el origen de la auto motivación: un
mito, un sueño, un ideal que permita vivir apasionadamente, que tenga el
efecto de una verdad profunda, aunque no lo sea: un mito. “Sin un mito la
existencia del hombre no tiene ningún sentido histórico”, decía José Carlos
Mariátegui.. Tener un gran ideal era el más grande ideal que tenía Mariátegui,
según le confesaba a su entrevistadora Angela Ramos. Nada motiva tanto
como tener un ideal, una gran pasión. Discípulo y gran admirador de
Unamuno, éste veía la necesidad del mito como una necesidad española: le
llamaba “locura”: “A este pueblo español hay que darle una locura, una
locura cualquiera de cualquiera de sus hijos que esté loco de verdad y no de
mentirijillas. Loco y no tonto”
El texto a leer debe ser lo más corto posible (al menos en un primer momento)
ya que se trata de calidad y no de cantidad de lectura. La excesiva cantidad
desmoraliza y cansa a quienes no tienen la costumbre de leer, que son legión:
es desmotivadora. No es obligatorio elaborar preguntas aunque estas son
bienvenidas, sobre todo si están bien planteadas. Pero en eso no consiste el
juego, sino solamente en transcribir literalmente lo que no se entiende. Tarea
no tan fácil como puede parecer, porque hay que seleccionar con precisión lo
que no se entiende sin cortar la idea: es una forma de autocrítica y una manera
de empezar a pensar por propia cuenta. Se motiva reconociendo,
distinguiendo, valorando lo que tiene valor, desde cierta perspectiva y siempre
de manera fundamentada o motivada. Esto no sólo es justo con el estudiante
que lo merece sino necesario para el colectivo. Si no hay estímulo sano, el
estímulo insano se apodera de las conciencias juveniles. El reconocimiento al
estudiante que lo merece debe ser más descriptivo que apologético, para
escudriñar en lo que es bueno y por qué, para no provocar pasiones tristes
entre los otros estudiantes. Aunque la envidia puede convertirse en estímulo
al ennoblecerse en la competencia. Pero no basta jugar bien, hay que poder
ganar bien y perder bien. Demostrar con razones claras que la excelencia no
está al alcance de todos sino sólo del que quiere querer y del que quiere
poder, o morir en el intento. El que da los pasos necesarios para lograrlo:
buenas ideas, buenos autores o lecturas y ejercicio intelectual (y físico)
constante para mantenerse en forma. Como régimen de vida no es muy
cristiano que digamos, pero puede ser excelente para la salud, después de un
chequeo.
3. CRÍTICA Y AUTOCRÍTICA
¿Qué relación hay entre estas dos actividades? ¿Qué tiene que ver el
autoconocimiento con la motivación? El auto conocimiento, la autocrítica,
revela las carencias, las limitaciones, los defectos, los huecos negros, hasta
cierto punto: eso hace factible la solución de los problemas porque se acepta
su existencia, se deja la política del avestruz. Los problemas se encaran, se
analizan, se interpretan, se solucionan o disuelven. Y solucionar un problema
personal relevante, es un acto creativo o re-creativo que hace posible también
la extensión de esta aptitud creativa a otras actividades humanas . De ahí que
la (di) solución de problemas esenciales es un acto liberador y produce un
alivio psicofísico que puede aumentar la seguridad y como consecuencia la
potencia personal; cesa el desperdicio de energía que producen las
limitaciones, los defectos, angustias y sudores de la incapacidad o ineficiencia
juvenil… y adulta. El sentimiento que produce ese aumento de potencia
genera entusiasmo, que está hecho de razones claras y pasión. Entusiasmo,
como lo recuerda el filósofo rioplatense Cristian Peláez, es tener todos los
dioses dentro.
Si no se trata de contar el último chiste del chato Barraza ¿de qué se trata?
Entre otras cosas, de extraer constantemente la inagotable materia humorística
de los problemas humanos, como lo ha mostrado tan elegantemente el genial
Adolfo Bioy Casares, por ejemplo, (no hay nada que no tenga un lado
cómico, sólo que no todos lo ven: Kafka como humorista, por ejemplo). Para
motivar bien depende de lo que el profesor diga, pero sobre todo de cómo lo
diga. No hay recetas. El cómo se motiva es una consecuencia de quién
motiva; y no sólo de su capacidad intelectual, sino también de sus intuiciones
y emociones, afectos y sentimientos. Para expresar todo eso se requiere
libertad. La motivación tiene que ser constante, como se dijo, y por ello el
profesor motivador requiere ser intuitivo y razonador para ser creativo, para
emular al músico de Jazz en su capacidad para improvisar. Y para expresar
esas intuiciones elije la sencillez del lenguaje; que implica incluso el uso del
lenguaje coloquial, lo que no es equivalente al descuido, ni al nivel pobre.
Todo estereotipo debe ser detectado, analizado y eliminado, o usado
irónicamente, como metalenguaje. El uso de lenguaje técnico solamente
cuando es indispensable y traduciéndolo al cristiano. Cortesía con el lector,
se le llama.
1. INTRODUCCIÓN
2.- CARTESIANA
¿Acaso hay método científico general para todas las disciplinas científicas?
¿Acaso hay siquiera un método general para cada ciencia en particular? ¿Cuál
es? ¿Quién lo ha creado? ¿Acaso hay “ciencia” en general siquiera? Galileo
Galilei no utilizó un método sino que lo inventó. Los métodos no se aplican;
se crean al investigar, sobre la marcha ¿Es correcto partir del supuesto que el
Derecho es una ciencia sin discusión alguna? ¿No es una actitud dogmática,
es decir acrítica o anti científica y anti moderna? ¿No se construye el método
al andar, a medida que se resuelven los diversos problemas que se presentan
en la investigación, en el afán de lograr los objetivos? ¿No lo han hecho así
los grandes científicos, sin excepción? Ni Newton, ni Einstein, etc., siguieron
métodos sino que los crearon a la medida de los problemas que investigaban,
previo planteamiento. Sí hay método específico y debe haberlo, pero se
construye con cada investigación adecuándose a su objeto y sin perder de vista
sus fines. Lo que no significa que los manuales no sirvan, si se les lee
críticamente y se les aplica con creatividad. Si faltan estos últimos
ingredientes, el dogmatismo es inevitable. Y el dogmatismo es la medula de la
educación tradicionalista o escolástica que predomina.
El Derecho tampoco parece una pura técnica. Si lo fuera ¿dónde colocar por
ejemplo — de Ulpiano a Norberto Bobbio — más de dos mil años de
jusfilosofía? Bunge reconoce una ética y una lógica al Derecho. Y esos
ingredientes lo hacen filosófico. La jus filosofía nace con el Derecho. Por eso
hay una Filosofía del Derecho y no encontramos una Filosofía de la
contabilidad, de la medicina, de la ingeniería, hablando académicamente. Y
no porque no sea posible sino porque en el Derecho la filosofía es
imprescindible e inseparable. Cualquier problema jurídico relevante puede
revelarse como problema jus filosófico si se trata de llegar a su fundamento. Y
en los casos difíciles hay que hacerlo, llegar al fondo de la colisión de valores
que subyace al conflicto legal o judicial.
Todo eso muestra lo poco prudente que puede ser la aplicación de lo que se
llama “método científico” a la investigación jurídica, sin una discusión previa
sobre los rasgos específicos del Derecho, sobre lo que es “ciencia” y sobre lo
que es “investigación científica”. Y aunque la discusión sobre la cientificidad
del Derecho pueda parecer ociosa o bizantina, no lo es en el medio académico
regional porque nunca se ha dado y porque sufrimos las consecuencias de
estas omisiones, de no dar este tipo de discusiones: actitudes repetitivas o
dogmáticas que son poco motivadoras. Si no esclarecemos todo lo posible el
objeto jurídico no se puede crear un método a la medida del caso de Derecho:
un método ad hoc. La discusión también es necesaria en nuestro medio
porque, como se dijo, la mayoría de agentes jurídicos lo cree una ciencia, a
priori, sin fundamento ni discusión; o una “ciencia social” en general. Y eso
tiene más de una consecuencia pedagógica.
El argumento subyacente es que tratándose de una “ciencia social” —ciencia
al fin— al Derecho le corresponde el método “científico” de investigación,
como si hubiera uno sólo para todas las ciencias. Sin embargo, aun aceptando
la hipótesis que el derecho fuera una “ciencia social”, Kelsen advierte y
recuerda que no es una ciencia social a secas, una “ciencia social causal” en
general, sino “una ciencia social normativa”. Y eso significa, en este caso,
que el método es cualitativamente distinto (la imputación, no la causalidad) y
que el objeto jurídico es sui generis (normas, conductas, valores, instituciones
y conceptos jurídicos en relación). No es un detalle irrelevante porque de eso
depende el destino de la investigación jurídica específica: el método y el
objeto.
Los conceptos sólo tienen valor instrumental, sirven o no, nada más. Por eso
adoptamos instrumentalmente, como herramienta, sin afán de verdad sino de
utilidad, la hipótesis kelseniana según la cual la naturaleza es un conjunto de
elementos que se vinculan causalmente y la sociedad un conjunto de personas
vinculadas por normas. En la primera rige el Principio de Causalidad, en la
segunda el Principio de Imputación. La fórmula del Principio de Causalidad
es: “si se produce una condición llamada causa, tiene que producirse
necesariamente una consecuencia llamada efecto”. La fórmula del Principio
de Imputación es: “si se produce una condición establecida por una norma,
debe producirse una consecuencia llamada sanción”, aunque no siempre se
produzca. Sanción se entiende no sólo como punición, como castigo, sino
también como premio o reconocimiento. Son consecuencias de un supuesto
en ambos casos.
Imputación: viene del verbo imputar que quiere decir atribuir las
consecuencias de un hecho a alguien o a algo. Es una operación de
interpretación de la realidad, no un Principio de Conocimiento: por ejemplo
considerar que se pierde una guerra por castigo de alguna divinidad, o se gana
por premio, es imputar. Aquí, en la imputación, interviene la voluntad,
alguien decide, alguien ejercita su voluntad, crea una norma para comparar la
conducta con ella y sancionar. En el fondo lo que hace es contrastarla con un
valor. En este caso no rige el Principio de Necesidad. Esto tiene su
particularidad, porque si se produce en la realidad la condición prevista por el
supuesto de una norma (y no por causa natural) “debe” pero no siempre se
produce la consecuencia llamada sanción. No siempre que se cometen delitos
se aplica un castigo necesariamente. Especialmente en el Perú.
Aquí no hay encadenamientos de causas y efectos porque en el mundo social
no hay causas y efectos, sino normas que pueden cumplirse o no. El crimen
no es la causa de la sanción; la sanción no es efecto del crimen, como dice
Kelsen. En el mundo social no rige la necesidad sino la libertad, uno es libre
de cumplir la norma, o no (pero se atiene a las consecuencias jurídicas). El
hombre no tiene una naturaleza sino una historia, algo propio de un ser
conciente y libre que decide su destino todos los días, por acción u omisión,
que hace su historia construyendo o desarrollándose, o deteniéndose y
anquilosándose a sí mismo: un proceso, no algo definitivo. “El hombre es el
proceso de sus actos” (Antonio Gramsci).
Ese carácter de apertura del Derecho impide que pueda ser una “especialidad”,
porque ésta circunscribe o aísla su campo. Pero subsiste el afán por considerar
que el Derecho es ciencia, porque subsisten las condiciones que producen esa
superstición derivada de un obsoleto racionalismo unido al tradicionalismo,
más obsoleto aún. El cientificismo, muy bien aclarado por Ernesto Sábato en
“Hombres y Engranajes”: “Lo que quiere destacarse es cómo llegó a dominar
la mentalidad de la ciencia y cómo cayó en los extremos más grotescos
cuando se aplicó en las regiones alejadas de la materia bruta. Y la curiosa
pero explicable paradoja que sus más fanáticos defensores sean los hombres
que menos la conocen” (Alianza Editorial, Madrid, pág. 32)
Antonio Gramsci, ese gran pensador marxista italiano de los años veinte,
decía: “Debe dejarse claro que toda investigación tiene su método
determinado y construye su ciencia determinada, y que el método se ha
desarrollado y se ha elaborado con dicha investigación y dicha ciencia y
forman un todo con éstas. Creer que se puede hacer una investigación
científica aplicándole un método tipo, elegido porque ha dado buenos
resultados en otra investigación a la que se adaptaba naturalmente, es una
extraña alucinación que tiene que ver muy poco con la ciencia.” (“La Política
y el Estado Moderno”, Ed. Península, Pág. 29)
Hay que ayudar al alumno a desarrollar su espíritu crítico para que haga
investigación de calidad y cantidad alguna vez. Eso no se puede lograr por el
camino de la fuerza o la obligación. Es punto de llegada, no de partida. Hay
muchas formas de desarrollar ese espíritu en el estudiante, pero ninguna tiene
que ver con sermones u obligaciones. La elaboración de una tesis, como
requisito académico, sirve como referente (humanamente) objetivo para
comprobar si el alumno aprendió a plantear problemas jurídicos relevantes, a
elaborar proyectos jurídicos, a desarrollarlos: a pensar jurídicamente.
Elaborando una sola tesis se puede aprender a investigar, a condición de
preparar al estudiante para ello en serio, tratando de estimular su sentido
(auto) crítico. No es un asunto esencial o exclusivamente empírico. Empieza
siendo teórico. Empieza siendo metodológico. Siendo esencial la pregunta
leninista: ¿por dónde empezar?, ¿qué y cómo hacer?
También para litigar como abogado tendrá que ser bueno, bien preparado. Eso
significa, en nuestras circunstancias específicas, mejor formación jurídica
básica; esto es, dominio de los fundamentos o principios y de la Teoría
General del Derecho, que se menosprecia en relación a las “especialidades”
jurídicas y a los temas que se suponen más lucrativos. En términos prácticos
la propuesta significa un semestre o dos más en Teoría General del Derecho,
que actualmente es de un semestre en varias facultades: Introducción al
derecho o a las Ciencias Jurídicas, como se le llama en varias facultades. (Ya
el nombre de la materia parte de un prejuicio positivista: admite la
cientificidad del derecho sin discusión alguna, lo da por sentado, por
verdadero, a priori).
Esa formación con una mejor base o cimiento de Teoría General del Derecho,
es decir, el conocimiento del sistema entero y no sólo de una rama, desarrolla
o ayuda a desarrollar el criterio jurídico propio, la aplicación de los principios
antes que la memorización legislativa y el sobre dimensionamiento de lo
adjetivo y de lo formal — “lo que dice la ley”. Sobre todo en un país con
tanto cambio legislativo. Se requiere criterio jurídico autónomo y capacidad
para sostenerlo a partir del buen conocimiento del sistema jurídico como
conjunto, como totalidad. Se requiere conocer el sistema para poder hacerlo
funcionar dentro de la especialidad. Las “especialidades” jurídicas no se
encierran en sí mismas ni se aíslan de las otras especialidades, como en las
ciencias, sino que se vinculan a ellas porque conforman un solo sistema.
No hay que olvidar que una condición para que un proyecto de investigación
sea aprobado es su relevancia. Y la relevancia tiene, cuando menos, dos
aspectos: importancia social y mérito investigativo. Del hecho que el tema sea
importante para la comunidad no se deduce necesariamente que amerite una
investigación. Puede ser un problema fundamental cuya solución no requiera
de una investigación académica y formal. Una tesis para demostrar que hay
pobreza en el Perú es irrelevante, por ejemplo, aunque el problema de la
pobreza es decisivo y de la máxima importancia en el Perú. Habrá que
cambiar de objetivo. No es relevante como problema de investigación, aunque
sí como tema social.
¿Cómo creo que deben cumplir su trabajo los asesores? Hay que empezar por
discutir el carácter de su labor: en mi opinión el asesor no es una autoridad, no
debería haber relación jerárquica con el asesorado. El que el profesor o el
asesor se crean una autoridad, sin serlo, genera, en vez de resolver,
problemas de comunicación con el asesorado. No hay órdenes que dar ni
recibir. Asesor y asesorado pueden cumplir libremente su tarea. La primera
condición del asesor es la de ser completamente franco con el asesorado. Si
es de manera elegante y delicada, mejor. El detalle y la claridad de las
observaciones y comentarios críticos y apologéticos del asesor son
imprescindibles, abarcando todos los aspectos esenciales y secundarios
relacionados. No sirven las observaciones lacónicas, genéricas, vagas,
infundamentadas, inexplicadas, etc. (“mejore sus variables”, por escrito, sin
hacer ninguna aclaración, como nos mostró un compungido estudiante).
Crítica no quiere decir “hablar mal” o “rajar” o “renegar” o “maldecir” sino
toma de distancia, aplazamiento de la opinión, examen prolijo, es decir, darle
muchas vueltas y mirar de todos lados el problema.
Lo que da el asesor son sus opiniones, que no tienen carácter obligatorio sino
facultativo. El asesorado decide qué hacer con esas opiniones. El asesor no se
inmiscuye con la posición o punto de vista que adopta el asesorado, sino con
su capacidad para plantearla, defenderla, la forma, el método, la coherencia, la
consistencia del trabajo, a partir de los objetivos, hipótesis y criterios del
asesorado —no los del asesor. De no ser así sólo se aprobaría a los tesistas
que piensan como él, lo cual es aberrante en educación, porque colisiona con
el principio de libertad y tolerancia frente a la diversidad de puntos de vista.
Está muy ligado al estado de cosas democrático, como dice Kelsen.
El amateur tiene que querer poder, estar decidido a empezar. Pero si lo hace
con la inadecuada idea de cumplir formalmente, o a desgano, sólo por la
necesidad de obtener un título formal, es mejor hacer otra cosa. Sólo hay una
alternativa y es la más divertida: ponerle todas las ganas, toda la pasión
posible. El que se aburre es el que trabaja a medias, o a cuartas. El
impaciente lo único que sabe es que quiere acabar cuanto antes. Mata el
tiempo, no lo vive. El investigador requiere deseo y paciencia a la vez: la
constancia es la mejor expresión de la potencia personal (hablaba Zaratustra).
Una gota de humildad es necesaria también. No se puede saber lo que es
investigar hasta que llega la primera investigación en serio. Esto que
pareciera evidente no lo es para los novatos, ya que suelen encontrarse con
sorpresas después de haber decidido graduarse haciendo una investigación de
verdad (no “bamba”, que las hay).
10.- INICIADOS
Otra condición sine qua non en la asesoría es, evidentemente, que el asesor
debe seguir al graduando constantemente, de comienzo a fin, aunque esto
puede variar de acuerdo a la relación particular con cada uno. El asesorado
debe cumplir con entregar sus "avances de investigación", sin dejar de
plantear todos sus problemas, incluso los que teniendo relación con el trabajo
de investigación, no sean asuntos académicos (la angustia del graduando, por
ejemplo). El asesor no debe limitarse al comentario de los aspectos puramente
formales, debe discutir a fondo sobre el fondo del problema. El método se
construye y evalúa sobre ese fondo. Tiene que saber derecho, si se trata de una
investigación jurídica. Parece obvio, pero no lo es para todos. El asesor es un
tutor horizontal. EL grado, la sustentación de la tesis, es un verdadero rito de
iniciación. Y esto no es una metáfora antropológica: es literal. No es sólo una
exigencia académica; implica y complica nuestro ser en su destino esencial: la
vocación. (¿Quién soy?, ¿qué hago en el mundo?, ¿cuál es mi tarea
específica?, ¿tengo tarea específica?)
12.- IR AL GRANO
Comenzar por el meollo del problema, que a estas alturas (el momento de la
elaboración del proyecto) ya debe estar claro. Y a partir de ahí extenderse de
acuerdo a las necesidades de argumentación, de acuerdo a las hipótesis y
objetivos planteados y a los hechos, ideas o documentación investigada. La
angustia aludida se debe, tal vez, a que el novato imagina o visualiza de golpe
el conjunto de dificultades o problemas que probablemente deberá superar
hasta concluir su trabajo. Y como las visualiza de golpe, todas juntas, se
descorazona o se asusta y hasta puede abandonar el desafío, tirar la esponja.
Creer que hay que solucionar todos los problemas de golpe es un error de
perspectiva, se sobredimensiona la dificultad. No perderse en los
antecedentes, ir al grano, y desde ahí reflexionar y desarrollar los puntos
necesarios para demostrar las hipótesis.
Una primera idea obvia: no hay diferencia entre lo que dice un libro y la
manera cómo está hecho. Una segunda idea obvia: siempre hay algo previo al
proyecto formal: uno va con todas sus creencias, supuestos o ideas a realizar
una investigación y no como una tabula rasa. Incluso tal vez toda la
investigación ya está lista en el momento que vamos a formalizarla a través de
un proyecto escrito. Pero su formulación no es sólo cuestión de forma. La
manera como está hecha, es significativa, emite sentido. La forma y el método
son inseparables de un contenido cualquiera.
El "dar vueltas al asunto", el empaparse del tema, puede durar buen tiempo
("fase cero"). En la "fase uno" dedicada al proyecto de investigación escrito,
en el taller, se puede empezar por el planteamiento del problema, como asunto
teórico y práctico esencial. Es necesario reelaborar los conceptos que aquí se
utilizan, porque en el medio regional esos conceptos son tomados de los
autores de manuales de “investigación científica”, que no han pensado en el
Derecho cuando han hecho ese trabajo sino en ciencias sociales o naturales
causales o explicativas.
1. INTRODUCCIÓN
La hipótesis central de este ensayo es que en el Perú, en la medida que no
constituye un auténtico estado laico de hecho (aunque lo sea formalmente por
llamarse República) la moral tradicional (judeo cristiana católica) pretende
situarse por encima del derecho. A través de la Iglesia, sus representantes y
seguidores mayoritarios influyen sobre el sistema jurídico que no llega a ser
un sistema autónomo, es decir, moderno.
1. EL CASO DE ADÁN
La voz paternal, que parece venir del cielo, puede ser interpretada así: “Si
comes la manzana, querido Adán, podrías morir porque la manzana está
envenenada, pero no seré yo quien te lo prohíba”. Su padre omnisciente,
omnipotente y ovni bondadoso quiere la vida y la salud de su hijo Adán, pero
no sólo vela por su cuerpo sino también por el alma inseparable, por eso
quiere preservar también su libertad. Eso también es salud. Por eso es Adán
quien tiene que decidir si come o no la manzana. El padre ya cumplió cuando
hizo la advertencia. Como ser autónomo y libre Adán merece elegir su propio
destino, es digno de ello, como todos sus hijos, como todos los seres humanos.
Cuando eso ocurre es difícil erradicar esas normas, porque se han grabado
inconsciente e inconsultamente en la infancia. Se han vuelto sentimiento,
convicción íntima, con toda la fuerza de una creencia aceptada sin crítica ni
inventario alguno. Los niños no dudan, ellos creen. Ellos tienen poca o
ninguna conciencia de ese proceso de internalización, por eso dichas normas
pasan directamente al Super Yo, que empieza a constituirse gracias a ellas
(para seguir con los conceptos freudianos) sin filtro crítico mental. Luego
después, se asumen esas normas como si fueran verdades, eternas, absolutas o
naturales. Este depósito es la moral o “la mala conciencia”. La
(sub)conciencia, sin embargo, no está o no debe estar por encima del cuerpo y
las pasiones y tampoco estos últimos sobre ella, en una relación inversa pero
igualmente vertical, igualmente autoritaria (alguien manda, alguien obedece).
Una vez internalizadas las normas morales dejan de ser norma social externa y
se convierten en vida mental de un individuo, o sea “fuero interno”, “voz de
la conciencia”, “Super Yo”. Spinoza, predecesor de Freud, ya entendió la
moral como una relación de poder interno, indiscernible del cuerpo, ya que
para él ambos, cuerpo-alma, constituyen una unidad inseparable de la
sustancia divina. Y por eso ante el criterio vertical del poder de la moral, él
planteó el paralelismo: el ser es uno y el cuerpo y la mente son uno, dos
aspectos del ser no separables aunque sí distinguibles mentalmente. Lo que
afecta a uno afecta a otro: lo que es pasión o acción, en uno, es pasión o
acción en el otro. Para eso hubo que ir más allá del bien y del mal de la
moral tradicional. Cuerpo y alma solo se distinguen a través del lenguaje que
es abstracción de la realidad concreta. El ser humano es una unidad
psicofísica.
Pero los seres humanos no somos homogenizables por ser personas: seres
únicos singulares e irrepetibles. Sólo el derecho puede dar normas
obligatorias o imperativas en una democracia. Por otra parte, la norma moral
no tiene fundamento racional porque es un hecho de poder, salvo que se
considere como fundamento racional el “argumento de autoridad”, que no es
argumento ni principio, sino llamado al orden, uso de poder. Ya se dijo que
en la moral se trata de obedecer y nada más que obedecer. Es malo
moralmente abortar por violación para los que creen en la moral, es decir, en
el pecado como hecho objetivo.
La moral juzga con términos de Bien y de Mal abstractos. Algo está mal
porque lo dice la autoridad, sea el Papa, Carlos Marx, la abuelita o los vecinos,
no por razones o argumentos persuasivos. La ética puede utilizar los
calificativos de bueno o malo pero concretamente: un jugo de papaya puede
ser muy bueno para uno y un vomitivo para otro, no es asunto moral sino de
salud. La ética no juzga, sólo advierte las consecuencias de un acto (si sigue
comiendo tanta mayonesa…!)
Insistimos en que estas ideas solo son instrumentos que esperamos ayuden a
formar criterio en el lector y enriquezcan los diversos puntos de vista, sin
exigir adherencia alguna. No reflejan la realidad, ni representan la verdad,
solo corresponden al punto de vista del autor y tiene carácter instrumental, se
pueden usar para diversos fines.
4. ÉTICA MODERNA
5.- INTERNALIZACIÓN
CONCLUSION
4
Publicado en el libro Luminosos senderos. (Fondo Editorial Francisco Mostajo, 2016)
Mi objetivo inicial fue dar una imagen global de la obra y vida de este
bizarro filósofo francés con pinta de clochard parisino, tan peculiar como su
amigo Foucault. Objetivo demasiado iluso o ambicioso para mis
posibilidades, como lo vi después. La primera dificultad fue la aversión
deleuziana por las generalizaciones huecas, «universales», y yo no hubiera
podido evitarlas tal vez. No digo «abstracciones» porque Deleuze no acusaba
a nadie de «abstracto», sino de no serlo demasiado. El mismo es constructor
de «máquinas abstractas». ¿Cómo hacer generalizaciones respecto de una
obra tan heterogénea, tan diversa y bizarra? Habría que tomar una línea (por
no decir un punto) de la obra y desarrollarla y después, o a la vez, otra, como
se suele hacer en el trabajo de difusión cuando no es reductor o empobrecedor.
«Hagan la línea y no el punto», decía Deleuze en Mill Plateux (Mil
planicies), una de sus obras más increíbles: un tratado de nomadología.
Luego, ya algo menos pretencioso, quise hacer un Pequeño Larousse con los
conceptos deleuzianos necesarios para dar una idea aproximada de dicha
multiplicidad, heterogeneidad, pluralidad. Por ejemplo en la introducción
de ese libro llamada «Rizoma». Y como también fracasé en ese intento lo
dejé. Hasta que la Alianza Francesa me invitó para hablar de él, años después.
INTRODUCCIÓN
En nuestra vida jurídica formalista (o sea legalista o positivista) se ha creído
que la lógica formal (clásico aristotélica) es la única que se aplica al derecho,
desconociendo la lógica jurídica. Esto explica que en la mayoría de programas
o escuelas de derecho regionales no exista un curso de lógica o
argumentación jurídica y, en los que hay, sea reciente. En este ensayo
tratamos de distinguir entre ambas lógicas y enfatizar que el derecho tiene su
propia lógica, compatible pero distinta de la lógica formal.
EL CASO
Podemos empezar constatando que hay varias lógicas, por así decirlo:
dialéctica, formal, jurídica, económica, etc. Académicamente, la lógica
formal es una disciplina derivada de la filosofía que estudia la corrección
formal del pensamiento y los fundamentos en los que basa su criterio de
corrección. ¿Qué tienen en común todas esas “lógicas”? Que son modos de
razonamiento que determinan el sentido de lo que se dice en relación a un
ámbito determinado: su razón de ser. Empezaremos con un ejemplo
casuístico que pone Luis Diez Picasso, para distinguir lo que nos interesa:
lógica formal de lógica jurídica. Se trata de “el caso del oso”.
LÓGICA FORMAL
EL PROBLEMA
LÓGICA JURÍDICA
Parte de estas contradicciones reales constituyen los problemas jurídicos, que
son problemas sociales, ético políticos. Estos requieren de otra lógica distinta
de la formal: la lógica o razonamiento jurídico, que se conoció en la
antigüedad como retórica o sofística. Se “ocultó” durante siglos y volvió a
renacer con el renacimiento del derecho romano. En este razonamiento,
llamado jurídico, que se utiliza desde antiguo, si importa la verdad de los
hechos, la correspondencia entre las palabras y la realidad e importan todavía
más los valores jurídicos que se persiguen, porque es lo que le da sentido a la
actividad jurídica, lo que la hace razonable y saludable, lo que la hace lógica
jurídica. Por eso se le ha llamado al derecho una “lógica de valores” (Julien
Freund), porque los valores jurídicos son lo esencial en el derecho y
significando “lógica”, en general, sentido, razón de ser, finalidad, etc. En este
caso las preguntas serian ¿qué es lo que le da sentido a la lógica formal y qué
a la lógica jurídica? Para establecer las diferencias, vamos a volver al “caso
del oso” que plantea el jurista Luis Diez Picasso. Y también para ver cómo
funcionan las dos lógicas, regresamos a la estación del tren, entonces.
Ante la insistencia del leñador para ingresar con su mascota, el inspector del
tren que trataba de impedirlo, dio sus razones o fundamentos jurídicos,
aplicando la lógica correspondiente, como era su deber. Para eso utilizó en
primer lugar el argumento a fortiori (que quiere decir, con mayor razón), y el
criterio de interpretación teleológico, que tiene en cuenta el fin de la norma
(¿para qué fue creada dicha norma?) Argumento a fortiori: si se prohíbe el
ingreso de perros, con mayor razón se debe prohibir el de osos gigantescos,
salvajes y hambrientos. Esto es lógico jurídicamente, es decir, conforme a la
razón. Criterio teleológico: el fin de esa norma es garantizar un buen servicio
de transporte y eso significa impedir toda posibilidad de molestia en dicho
servicio y con mayor razón el peligro de muerte. El fin de la norma no es
impedir que ingresen perros: eso es un medio (y además negativo), sino
ofrecer un buen servicio al público usuario. Y en el Derecho lo que importa es
el fin, que en este caso es el confort de los pasajeros.
CONCLUSIÓN
Por supuesto, algunos no aceptan la idea de una lógica jurídica y creen que en
el Derecho sólo se aplica la lógica formal (como los positivistas “pop” por
ejemplo). Razonan como el dueño del oso. Al respecto dice Chaim Perelman:
“la lógica jurídica está ligada con la idea que nosotros nos hacemos del
derecho y se adapta a ella”. Un derecho positivista “pop”, basado
esencialmente en la legislación, tiende a prescindir del razonamiento o
argumento jurídico, porque el juez es “pura boca que pronuncia las palabra
de la ley”. En un derecho basado en la jurisprudencia — fuente viva del
derecho— el razonamiento, la lógica, la interpretación, son esenciales. El
derecho nació romanamente siendo jurisprudencia (reflexión jurídica y no
aplicación mecánica de la norma legislativa), como en la modernidad
positivista se hizo sinónimo de ley (los estudiantes decían que “estudiaban
leyes”, no derecho).
Una pregunta ingeniosa, la de Perelman, para separar las aguas, para distinguir
las maneras de entender la Filosofía del Derecho. Y para ir señalando lo que
no es Filosofía del Derecho: esa filosofía abstrusa, especulativa, ociosa y
aburrida, que hace odiar la Filosofía del Derecho a los estudiantes, y que no se
ocupa de problemas jurídicos relevantes específicos, suele ser una historia de
las ideas jurídicas, lo cual está bien, pero no hacerlo pasar por filosofía. La
mejor forma de ocuparse de la filosofía es haciéndola. Ricardo Orestano,
profesor de Derecho de la Universidad de Roma, dice algo importante para
explicar la diferencia entre esas “aguas”. Debería ser evidente, pero no lo es,
o los que las perciben no sacan las consecuencias: “El elemento determinante
de todas estas variaciones (sobre lo que es, o no, Filosofía del Derecho) es, en
última instancia, la concepción del Derecho que uno adopta (que uno escoge
como punto de partida de todo el proceso). Es esa concepción la que
condiciona, en este caso también, el objeto de especulación y los métodos con
las que se desarrolla”. Y con más fuerza si esa concepción no se ha asumido
conscientemente, críticamente, sino por tradición: el positivismo “pop”.
Somos conscientes de las dificultades que entraña pergeñar una definición que
sólo tiene el lenguaje como recurso, y de los problemas que el mismo lenguaje
plantea. Con respecto a él estamos advertidos por Nietzsche. Nuestras
experiencias singulares son incomunicables. El lenguaje se ha hecho para lo
doméstico, o lo urgente, o lo general. El lenguaje es de todos y nuestras
experiencias son únicas y singulares, porque pertenecen a seres singulares y
únicos. Sin embargo, Pedro le dice con sincera pasión a María: “te amo”. Y
José le dice exactamente lo mismo a Helena: “te amo”. Y así sucesivamente.
Probablemente esos amores sean distintos, pero el lenguaje es el mismo. Para
eso se ha creado la literatura, para decir lo singular, lo indecible, lo
incomunicable Enrique Ballón Aguirre nos lo hizo notar cuando éramos
cachimbos) “Nuestras vivencias auténticas no son en modo alguno
charlatanas. No podrían comunicarse si quisieran. Es que les falta la
palabra”, dice Nietzsche. (op.cit). (entre los grandes poetas en lengua
alemana junto a Heine, Goethe, Holderlin, Novalis, Kleist, etc.).
Por eso la axiología (disciplina que se ocupa de los valores, según se dice) es
una disciplina filosófica inseparable de la filosofía, valga la redundancia, no
una especialidad científica. Las ciencias, es decir, las especialidades,
circunscriben o aíslan su objeto, dejan de lado —físicamente o por abstracción
— todo lo que no tiene que ver con ese objeto. ¿Cómo podría una ciencia
ocuparse de un asunto esencialmente valorativo, como el problema jurídico o
filosófico, sí las ciencias pretenden objetividad, reprochando a la subjetividad
como no científica? ¿Cómo podría llamarse objetivo o científico si el Derecho
(y la Filosofía) es perspectivista, abierto y subjetivo, el punto de vista de un
sujeto? ¿Cómo podría el derecho ser una ciencia? Los problemas
específicamente humanos no pueden verse sino integralmente y el derecho es
una disciplina humanista y no una especialidad analítico-reductiva y abstracta
o causal. Es parte de la cultura humanista, desde su origen en la antigüedad, al
mismo título que la filosofía griega. Las ciencias están hechas para la
naturaleza. El hombre (integralmente considerado) es más complejo que la
mera naturaleza: un ser espiritual. Y también es un cuerpo. Además, el
derecho no es básicamente una disciplina cognoscitiva —como las ciencias—
sino reguladora, interpretadora, evaluadora y argumentadora, aunque, como en
toda disciplina, tenga que conocer lo mejor posible su objeto de investigación:
ocurre hasta en el fútbol (excepto el peruano) y el fútbol no es una ciencia sino
un deporte, aunque la ciencia pueda estar a su servicio y lo está. Pero aun en el
ámbito del conocimiento jurídico, en el ámbito académico jurídico, la tarea del
profesor o estudiante no es, o no debería ser, sólo el conocimiento de lo que
dice el sistema jurídico a través de sus fuentes (especialmente la legislativa)
sino su evaluación critica, su interpretación y su integración. Y toda
interpretación jurídica es evaluadora y creadora de sentido, como la Filosofía.
Siendo jurídica, la Filosofía del Derecho no deja de ser Filosofía. Los
problemas esenciales de la Filosofía y los problemas esenciales del Derecho
son los mismos: el sentido y el valor (y no es casual obviamente). Evaluación
y creación de sentido. Hablo de lo esencial, no de lo único; el derecho es
complejo, heterogéneo o mixto. Derecho y Filosofía se pueden ver como unas
crítica perspectivista de los fundamentos, sólo que en Derecho se trata de
fundamentos jurídicos. Pero podrían ser también artísticos, estéticos,
literarios, etc. en otros casos, y no dejarían de ser fundamentos. En este caso
nos ocupamos de las relaciones o vínculos entre Derecho y Filosofía, que no
son muy evidentes nni importantes en una cultura positivista o legalista, como
la nuestra.
Por otra parte, no hay Filosofía ni Derecho sin texto, y no hay texto sin
contexto. Y sin contexto no hay sentido. El lenguaje es sustancial. El
derecho es la organización social por el lenguaje y se basa siempre en una
Filosofía Jurídica, aún inconsciente, que se expresa a través de él. El Derecho
y la Filosofía son y están por el lenguaje, aunque el lenguaje sea “pura
convención y no descripción exacta del mundo” como dice Luís Enrique de
Santiago, filósofo de la Universidad de Salamanca. Y de ahí el enorme
sentido de la literatura y especialmente de la poesía: la posibilidad de expresar
lo singular, lo inexpresable. Esa idea debe ser entendida como inseparable de
otra del mismo autor: “La idea de que las cosas tienen una constitución en sí
mismas es una idea dogmática, pues no hay hechos en sí mismos (…) un
sentido debe siempre primero ser proyectado dentro de ellos antes de que
puedan ser hechos. Por tanto, la objetividad no es más que un constructo
interpretativo (…) Seguir pensando que las cosas tienen una constitución en si
mismas es una hipótesis totalmente idílica, pues esto presupone que
interpretación y subjetividad no son esenciales, y que una cosa existe con
independencia absoluta de todas sus relaciones” (op.cit.). Sin embargo,
“interpretación y subjetividad” son insoslayables y principales en la Filosofía
y el Derecho, lo que constituye diferencia con las ciencias, que pretenden
objetividad y explicación o descripción. En Filosofía y en Derecho no hay
cosas “en sí”, esencias. El lenguaje es vacío, hueco, y sólo cobra sentido
dentro de un contexto (En la navegación por el laberinto del lenguaje, su
carácter simbólico, laberíntico, polisémico, complejo en fin, Ludwig
Wittgenstein buscaba la precisión matemática y el éxtasis simultáneamente:
conocía muy bien el carácter ilusorio del lenguaje y sus límites.
Creo que es un error decir de una sentencia que es o debe ser objetiva, porque
la objetividad es una condición del conocimiento y solo se puede aplicar a
operaciones cognitivas, como las ciencias, no a operaciones prescriptivas o
normativas, como el derecho. Ser objetivo significa que lo que se dice en
referencia a una realidad determinada, coincide con este referente: si afirmo
que “la hoja es blanca”, tiene que haber una hoja y tiene que ser blanca de
verdad para que lo dicho sea considerado “objetivo”.
5
Texto leído en el Seminario Internacional "La prueba y el proceso" (1 de junio de 2017)dictado por el Dr.
Michele Taruffo. Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Privada de Tacna
Todo lo cual nos lleva directamente a la filosofía del derecho. En contraste
con nuestra situación académica todavía predominante y chabacanamente
legalista, lo que más llama la atención de “La prueba de los hechos” es el
abordaje filosófico de un asunto tan aparentemente terrestre o pedestre, como
el de los hechos y la prueba judicial. Y cuando digo enfoque filosófico digo
enfoque del derecho en toda su extensión, profundidad y complejidad. Nunca
un tema jurídico tan específico nos ha recordado tanto a Hamlet diciendo a
su amigo: “hay muchas más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las
que cree tu filosofía”.
¿Y por qué se repite tanto que el juez debe ser objetivo en su sentencia?
Porque para la mayoría regional el derecho es una ciencia y un ciencia se
supone debe ser objetiva; en consecuencia la sentencia debe ser objetiva. Ese
peregrino razonamiento viene del positivismo jurídico, que es de lejos la
ideología predominante aún en nuestro mundo jurídico regional: el
“positivismo pop” para ser más exactos. Pero una sentencia es la opinión de
uno o varios sujetos y, en este sentido, pura e irremediablemente subjetiva.
Y eso además de no tener nada de malo, es inevitable. ¿Por què enojarnos?
Si lo que quieren decir quienes hablan de sentencia objetiva es que los hechos
de los cuales puede derivarse el conflicto judicial o jurídico, deben
investigarse y comprobarse lo mejor posible y en esa medida ser “objetivos”,
estamos de acuerdo. Pero ellos no hacen esta aclaración; máxime si se
considera que hay asuntos de puro derecho, donde la objetividad sería
prescindible por falta de referente en la realidad que lo haga posible y no
siendo, básicamente, asunto cognitivo, quedando solo para la sentencia, para
la decisión y el fallo final, la opinión subjetiva pero fundamentada del juez,
que debe concluir en una toma de decisión: un hecho volitivo producto de la
interpretación (subjetiva), no cognitivo, por lo demás. Esto último corresponde
a una operación evaluadora o valorativa y política: no científica, no cognitiva.
Esa nefasta influencia del positivismo “chicha” ha hecho que se asuman los
asuntos procesales como arrancados de sus vínculos o raíces paradigmáticas, y
su contexto epistemológico e ideológico, lógico y sicológico; en una palabra,
filosófico, porque es la filosofía quien articula estos variados factores
extrajurídicos.
(El lobo)
Y es que para intervenir en esa discusión también tiene que haber voluntad y
conciencia de las partes, incluidos los supuestos nuevos sujetos de derecho.
Lo malo es que “sujeto de derecho” o persona implica conciencia y libertad,
real o virtualmente, como en los niños y locos. No es que sea malo o bueno o
que uno esté a favor o contra de los derechos de los animales. Simplemente
ocurre que no es posible jurídicamente un sujeto de derecho animal. Al
menos quien escribe esto no piensa discutir al respecto con un cocodrilo o con
una anaconda. Debo confesar que, aunque me simpaticen mucho estos seres
admirables, me es imposible concebirlos como sujetos de derecho, como
personas, como tù y yo.
Insisto, no es que estemos contra los derechos de los animales, sino que no
vemos como puede ser eso posible, tratándose de algo cuya condición de
existencia supone humanidad, u otros seres equivalentes que tuvieran
valores, lenguaje, conciencia, sentido del humor, autonomía, creatividad,
sensibilidad ética, estètica, etc. Un ser que nunca termina de hacerse, que
siempre se está haciendo a sí mismo, re-creándose. “Me parece, alega
Fernando Savater, que se da una confusión entre intereses (que en efecto
tiene cualquier animal superior) y derechos (que son la protección simbólica
de ciertos intereses frente a otros por la comunidad moral). Sólo pueden tener
derechos, —inspirables de obligaciones— los sujetos capaces de controlar y
parcialmente suspender por razones simbólicas la urgencia instintiva de sus
disposiciones biológicas”. Si no hubiera espíritu (lo humano específico que
no está separado de un cuerpo sino vinculado indisolublemente a él) habría
que inventarlo.
III
HISTORIA
Y
HUMANIDADES
HUMANIDADES HUMANISTAS
Y hay que ligar la idea del auto conocimiento a la idea de cultura, pues, ser
culto no significa acumular información en la cabeza, sino conocerse uno
mismo en el afán de auto formarse, de desarrollar las propias potencialidades
en armonía, con y sin ayuda, en el proceso de combate con los propios
defectos. Auto interpretarse o analizarse posibilita auto transformarse en lo
que uno es auténticamente y no seguir siendo lo que el resto quiere y ha
querido y querrá que uno sea. Eso es el desarrollo: un salto cualitativo.
Personal o social. Si se llama reforma o revolución no importa. Para este
sentido de cultura no basta la erudición, la información, la lectura por la
lectura. Hay que aplicar esos conocimientos e informaciones a nuestra
personal y específica realidad, para cambiarla en lo que haya que cambiar.
Ese “yo” implica la realidad nacional entera porque, parafraseando a Ortega y
Gasset, no basta con el “yo” (suponiendo que hay uno sólo) “yo”, sino
también sus circunstancias, el contexto de la problemática humana de su
tiempo. Por eso tampoco es sólo asunto psicológico, cosa de tenderse en el
diván del doctor Freud, sin menospreciar al revolucionario doctor Freud.
En uno de sus tres artículos sobre Gobetti (lo que dice de su alto interés en él)
Mariátegui señala: «La unidad italiana, como expresión de un ideal victorioso
de modernidad y reforma, se presentaba a la percepción apasionada y señera
de Gobetti incompleta y convencional. Las corruptelas de la Italia meridional,
agrícola y pequeño burguesa, provincial y pobre, palabrera y gaudente,
pesaban demasiado en la política y la administración de un Estado creado por
el tesón de las élites norteñas. El Estado demo liberal era en Italia el fruto de
una transacción entre la mentalidad realista y europea de las regiones
industriales del Norte y los gustos cortesanos y demagógicos de las regiones
campesinas del Sur, afligidas aún por los problemas de la sequía y la
malaria». ¿No tiene un aire familiar? ¿No siguen las sequías y las lluvias y los
huaicos que son muy bien explotados por la corrupción? ¿No tenemos todavía
varias y graves malarias en el Perú del 2012? Mariátegui no ve mal el
capitalismo, la democracia y la modernidad, sino que no lo sean
suficientemente; que sean falsas, formales, demagógicas. Si no, debemos
preguntarnos, ¿a quién se refiere cuando habla del «tesón de las élites
norteñas», es decir, industrializadas, capitalistas y burguesas, así como de la
«mentalidad realista y europea»? No es peyorativo sino apologético, como se
ve claramente. Y no se refiere al proletariado italiano, ciertamente, sino a la
burguesía.
Mariátegui sabe bien qué tipo de país es el suyo (con analogías al de Gobetti
en su época) y no intenta aplicar mecánicamente el marxismo, como si se
tratara de la Europa nórdica industrializada y protestante. Lo toma como un
método que debe tener en cuenta en primer lugar la realidad concreta, sin
ideologías. Y la realidad concreta es que, como él dijo, fue en contraste con el
mundo europeo que sintió todo lo «caótico y primitivo» que era su pueblo. Y
caótico y primitivo no son compatibles con el modelo de modernidad, que es
libertad con razonabilidad. Seguimos siendo un pueblo «caótico y primitivo».
Problema de educación. La época de Mariátegui era la época del psicoanálisis,
de la teoría de la relatividad, de la vanguardia artística europea, el dadaísmo,
el espíritu surrealista (que tanto influyó también en Vallejo), del
existencialismo (de Kierkegaard a Unamuno) de los gérmenes de la
fenomenología, el expresionismo, etcétera. Y todo esto no pudo dejar de
afectar al espíritu abierto y genialmente perceptivo y receptivo de Mariátegui.
Por eso constituyen o pueden conformar elementos característicos de su
concepción del mundo profunda y sinfónica. En esta concepción, el
marxismo es un elemento metodológico y ético, pero no doctrinario o
dogmático. Basta y sobra con la ética de la solidaridad, de la preocupación por
el interés público y las reformas o revoluciones sociales, como en el
liberalismo de Piero Gobetti y de todo liberal auténtico. Y el espíritu de
Mariátegui da cabida a los diversos aportes de la creación humana, siempre
compatibles con la cultura socialista no autoritaria. Esto lo hermanaba
profundamente con Gobetti. Pero Gobetti muere desterrado en París a los 29
años, dejando una obra política y una obra escrita portentosa. Como
Mariátegui, que murió a los 36.
Conclusiones
Piero Gobetti es una especie de mellizo histórico liberal de Mariátegui, como
Gramsci lo es dentro del marxismo: un mismo estilo se deriva de una
cosmovisión semejante y de una actitud vital idéntica. Su universal y selecto
espíritu les permite detectar sin dificultad las mejores primicias de la
vanguardia europea y mundial, de la vida política, social y cultural de su
tiempo. Ahora que han desaparecido algunos dogmas a la izquierda y a la
derecha, creo que se puede entender mejor la originalidad y la grandeza
espiritual de estos líderes injustamente desconocidos o mal conocidos.
Pero Mariátegui es el único que armoniza marxismo y sentimiento religioso de
la vida —que no se plegó al ateísmo marxista racionalista ni a Iglesia
instituida alguna—. Esto da una síntesis muy original y sugestiva. Esa que
impregna toda su obra, suicidamente olvidada. Como suele ocurrir en el Perú
con muchos peruanos que fueron capaces de dar un ejemplo, aún sin
proponérselo. Ese sentimiento religioso es vivido como búsqueda y como
agonía, pero no entendida esta última como sinónimo de muerte sino en su
sentido etimológico, como lucha, como vida en lucha constante: como vida
plenamente vivida. Como la vivieron José Carlos Mariátegui y Piero Gobetti
hasta su último día.
BASADRE:
LA HISTORIA Y LA ÉTICA6
Introducción
Uno de los motivos por los que la vida y obra de Jorge Basadre Grohmann son
muy importantes también desde el punto de vista ético, es porque se trata de
uno de los peruanos más sensatos y lúcidos que ha dado el Perú republicano.
Su conducta personal, su vivencia, su experiencia, su posición frente al mundo
y los otros, su ethos, no sólo son dignos de estudio, también son una manera
genial y divertida de entendernos y salvarnos como peruanos, aunque sea
individualmente por ahora. Porque ética significa, aquí, buena salud
individual o social. Y salud no sólo como carencia de enfermedad sino mucho
más que eso. Se expresa en una fructífera correspondencia entre conducta,
visión de la vida, ética e historia, que en Basadre no estaba desligada de una
estética, una política, una filosofía, etc., sino unimismada con ellas en su gran
espíritu.
En este ensayo esquemático me ocupo de algunos rasgos que creo ver en esa
supuesta ética basadreana. He dejado de lado, en este ensayo, las legítimas
discusiones sobre el origen, fundamento y sentidos de la palabra ética (y de la
palabra moral asociada a ella). Y como se trata de un historiador, debo
empezar expresando mi propio punto de vista sobre la historia, el sentido del
estudio de la historia, etc., primero. Y su relación con la ética en sentido
basadreano, después.
La historia
¿Qué es historia? Jamás me lo pregunté en el colegio. Y nadie nos hizo leer a
Basadre, ni en primaria ni en secundaria, ni en la universidad. Cuando en
retrospectiva veo que al cursar el primero de secundaria recibía la primera
6
*Una versión de este artículo aparece en el libro homenaje Jorge Basadre: reflexiones desde Tacna (Centro
de Estudios y Promoción Regional-Tacna, 2011)
noción de historia, la tomé por única y verdadera, es decir, absoluta. Así, toda
pregunta, toda sospecha, toda duda sobraban. Y apostaría que ninguno de mis
compañeros tampoco se hizo esa interrogante. En lugar de ello, todavía
recuerdo la definición de historia que el profesor respectivo nos obligó a
memorizar desde el primer día de clase: «La ciencia social que estudia los
hechos sociales más importantes ocurridos en la vida de los pueblos, desde la
invención de la escritura hasta los tiempos actuales», sin dar ninguna
explicación, ni aclaración. ¿La historia una ciencia? ¿Cómo así?
De esto se trataba: de memorizar, de repetir una definición ya hecha, ya
elaborada (¿por el profesor?). No de preguntar, no de cuestionar y menos de
sospechar o dudar. Y sin embargo la educación moderna (no dogmática, no
autoritaria, no mecánica, no formalista, no memorística o repetitiva) sólo
empieza cuando el profesor deja de traer a clase las respuestas hechas o los
problemas planteados, y hace lo posible para que los alumnos mismos
aprendan a plantearlos por su cuenta y lleguen a incomodar, a molestar con
preguntas, cuestionamientos o problemas. Por ejemplo: ¿sirve para algo el
curso de historia en la escuela?, ¿qué es historia?, ¿hay una sola definición
posible de historia?, etc. Y no importa si hay o no respuesta inmediata.
Fue años después, ya fuera de la universidad, gracias a olvidados personajes
(Marx, Gramsci, Lukacs), que comencé a sospechar que lo que implícitamente
se me había dado como única noción de historia, en ese lejano primero de
secundaria, era sólo una entre varias definiciones posibles: la historia en
sentido académico, la historia como exclusivo conocimiento del pasado, como
materia del currículo escolar o universitario, una “ciencia social” que indaga
por hechos pretéritos, etc.
Pero también se concibe la historia como conciencia del presente, o mejor,
como autoconciencia, como conocimiento de uno mismo (comunidad o
individuo), como interpretación de la propia realidad desde una inevitable y
saludable perspectiva determinada y determinable. Esto no se toma en cuenta
en la noción escolar: la pluralidad y diferencia de perspectivas y la inevitable
presencia del sujeto en el objeto histórico que lo complica todo.
La batalla de Angamos, el día de la Independencia, el descubrimiento de
América, la Conquista, etc., ¿para qué conocer esos hechos del pasado si ya
pasaron? Respuesta: porque no pasaron justamente, porque están en nosotros,
presentes, vivos y actuantes. Más actuantes, más presentes y más vivos
mientras más los ignoramos, negamos o rechazamos. Hay extranjeros que
opinan sobre los peruanos que (por simpatía, cariño o interés por el Perú) nos
conocen mejor que nosotros mismos: en un país donde muchos no leen o si
leen no entienden lo que leen, eso podrá ser escandaloso, pero no falso; al
revés, es lógico que así sea.
Hace algunos años, en un artículo periodístico, un congresista despotricaba
(¿cómo no?), contra Francisco Pizarro. Pedía su cabeza (¿cuándo no?) o la de
la estatua en la plaza de armas de Lima, que un alcalde ígnaro hizo retirar
luego. En todo caso, no ocultaba su poca simpatía a nuestro primer
gobernador, conquistador y fundador del Perú. Odio que sería inaudito e
incomprensible teniendo en cuenta que, el difamado extremeño, está bien
muerto hace cerca de quinientos años. Sin embargo ese rechazo a Pizarro es
común entre peruanos. ¿Qué diría el doctor Freud? ¿Por qué tanta
repugnancia a un personaje desaparecido hace tantísimo tiempo? Porque está
vivo en el espíritu de dicho congresista y del alcalde, como en el de cualquiera
de nosotros. «Todos somos Pizarro», decía despectivamente Pablo Macera.
«Todos somos Pizarro» también se puede decir orgullosamente. Depende del
valor con que se estime. Pero que Pizarro es la cabeza del tótem, no lo puede
negar nadie. Para bien o para mal, nos guste o no, somos hispanos y, en ese
sentido, también somos Pizarro. Pero pertenecer a esa gran cultura que es la
hispánica no es nada despreciable. El problema es de identidad (negada). No
nos reconocemos, o no nos reconocemos claramente, como occidentales,
aunque geográficamente mestizos y andinos. Pero ni la raza ni la geografía
determinan la cultura. La cultura es espíritu, lengua, religión o moral,
estructura de pensamiento, valores y derecho. El problema es a qué período
histórico occidental pertenecemos dentro de las coordenadas de esta cultura,
no si somos o no occidentales.
Seguramente aún no somos de esos países a los cuales se les puede llamar
«países modernos» o «desarrollados». No hemos salido de una cierta pre
modernidad que, en parte, también caracterizaba a los conquistadores y
colonizadores, lo que Jorge Basadre reconoce sin empacho. Pero en otro
sentido (el del sentido de individualidad que se desarrolla a partir del
Renacimiento), los conquistadores ya eran primeros modernos. De ahí se dice
que andaban a caballo entre dos épocas, la media y la moderna: hombres del
Renacimiento.
Descubrimiento y Conquista fueron la primera empresa capitalista de América
pero Somos virtualmente y podemos ser actualmente Pizarro también por sus
virtudes, que las tenía bien nítidas y ejercitadas, aunque el peruano
mayoritario no las vea ni las quiera ver. Eso sí virtud quiere decir poder,
energía, como creían los antiguos. Y no bonhomía, o sentimentalismo
compasivo, o bondad. Pizarro y toda la raza de conquistadores y fundadores
está llena de virtudes: no en el sentido de bueno, sino de fuerte, resistente y
«duro consigo mismo». Etimológicamente: noble es vir-tuoso. Vir, es fuerza
o potencia. Sólo hay que hacerlo consciente, sólo hay que aceptarlo. La
historia es conciencia de lo que somos hoy, conciencia del presente, búsqueda
de su sentido a través de los eventos, signos o síntomas, documentos,
monumentos y demás huellas del pasado que, por sí solos, nos dicen poco o
nada si no los hacemos hablar nosotros. Se interpreta siempre la historia, el
pasado no se puede examinar directamente. Eso enseñó también Basadre: el
historiador no describe, crea sentido.
Lo sabía también su amigo Mariátegui o Mariano Ibérico. El mundo es,
«voluntad y representación». Sin sujeto no hay objeto histórico ni científico,
aunque el sujeto sea dudoso como el «yo». La historia es en parte una especie
de psicoanálisis generalizado y no sólo un ejercicio académico puramente
nemotécnico o puramente descriptivo y neutral. Nadie es neutral. Se examina
y diagnostica objetivamente para curar, pero se opina e interpreta desde un
inevitable punto de vista. Asunto de salud en todo caso: tema de la ética
moderna. Fue Kant, contemporáneo de la Revolución Francesa, quien por
primera vez «hizo historia» moderna al reflexionar sobre el sentido de ese
gran acontecimiento mundial en el mismo instante en que ocurrían los hechos,
de acuerdo con Michel Foucault («¿Qué es el Iluminismo?»). La historia
como conocimiento del presente a través del pasado, del espacio y del tiempo
pasado cuyo resultado somos nosotros hoy y aquí; pasado sin el cual somos
más o menos irreconocibles. Sólo el hombre tiene historia y no naturaleza
(hecha de una vez y para siempre). Sólo el hombre es producto de su espacio
y de su tiempo y está impregnado por ellos. Para ser más exactos, el hombre
no “es” sino que está haciéndose a cada paso. Y por eso necesita rememorar,
reconstruir, reinventar el pasado para conocerse y ser libre, para proyectarse
creativamente hacia el futuro.
Porque ser libre significa, entre otras nociones de libertad, “conocimiento de
la necesidad”. Y la primera necesidad del hombre es, precisamente, la de
conocerse a sí mismo examinando su pasado. “Para no tropezar.”
La ética
Trataremos de ser más específicos al referirnos a la ética con respecto a
Basadre. Para eso intentamos describir algunos de sus rasgos particulares. Ya
mencionamos la armonía entre la vida y la obra, que queremos mostrar de
manera implícita o explícitamente a lo largo de este ensayo. Hay que entender
dicha ética como la adopción autónoma de unos principios, se trate de una
conducta humana individual o colectiva, (los colectivos también son personas
para Basadre: por ejemplo, Arequipa es un «caudillo colectivo»). En una de
las últimas entrevistas que le hicieron, esa ética se manifiesta expresamente:
«A la larga, lo que importa, en la vida y en la obra, es ser uno leal consigo
mismo, proceder de acuerdo con el fondo insobornable que todos llevamos
dentro. Este es un principio fundamental y sin él, ¿de qué vale todo lo
demás?» Esta visión corresponde a un ser que se examina a sí mismo en
primera instancia. La lealtad es con uno mismo. E insistiendo más adelante
en la misma idea, Basadre agrega: «La única defensa que debemos tener
frente a todas las amenazas y peligros es no derrumbar la lealtad. Pero la
lealtad del hombre consigo mismo. Y saber defender su propia dignidad».
Creemos que ésta es la esencia de una ética en sentido moderno, y es también,
sin contradicción, la ética del ilustre e ilustrado historiador, que en su noble
perfil no es incompatible con la política o la ética socialista. En resumen, para
Basadre se trata de “lealtad con uno mismo” y “sentido de la dignidad”. Y no
hay dignidad sin conciencia y libertad. Un ser digno es aquel capaz de decidir
su propio destino, por propia lealtad.
Es el caso de un humano extrañamente maduro e inteligente que concilia
perfectamente su interés personal con el interés colectivo. Basadre está
fundido con el Perú, con su tierra y con su historia. En él lo más personal es
también social, lo más social es personalísimo. Eso es más claro en la
ancianidad cuando sabe con certeza que no verá la tierra prometida, el Perú
que desea, a Basadre le apena de verdad porque le duele personalmente el
Perú, todo el Perú, el Perú completo. Sabe que «la promesa peruana» no será
cumplida mientras viva. «Con la Independencia, la promesa fue de libertad,
de igualdad, de bienestar colectivo», decía él. Esa promesa que incluye
desarrollo, democracia, modernidad integral, de la que afirmaba Basadre: «no
se ha cumplido todavía». «Esta República decimonónica tropieza con
innumerables escollos», decía a fines del siglo pasado.
¿Por qué república decimonónica? Porque no salimos del inestable siglo XIX
(autoritarismo, corrupción y desorden) y no derrotamos al sub desarrollo.
¿Por qué no se ha cumplido «la promesa de la vida peruana»? Una razón
general, un «escollo» principal, es que, como dice Octavio Paz, hablando
especialmente de México y Perú; con la Independencia se pretendió una doble
ruptura: con España (ruptura política) y con el pasado pre moderno que ella
representaba en ese momento (ruptura cultural), el afán de modernización.
Las pequeñas elites ilustradas apostaron por la modernidad político jurídica;
pero las sociedades seguían tal como fueron antes de la Independencia. La
negación de nuestra obvia raíz hispánica hizo que en cierta manera nos
quedáramos sin pasado, auto aislados - una vez más- en eso que termina
creyéndose nuestra única y verdadera raíz, la andina: «el falso nosotros»
(Fernando de Trazegnies); sin la otra mitad de la identidad por así decirlo,
negando otras identidades que enriquecieron al Perú después. Hispanos
negando su hispanidad. Ejemplo principal: el indigenismo como ideología.
Pensamos tal vez que al emanciparnos políticamente de España superaríamos
el pasado español. Creyendo que se puede superar el pasado con sólo
quererlo, con sólo negarlo, sin conocerlo y reconocerlo. No reparamos, quizá,
en que el pasado - la herencia hispánica - estaba desde la Conquista en
nosotros mismos y para siempre. Para bien y para mal. Al romper
políticamente con la metrópoli se creyó necesario romper con la hispanidad,
dejar de ser hispanos, dejar de ser nosotros mismos. Y eso no es posible: es
nuestra principal «seña de identidad». Y tampoco se trata de negar otras señas
de identidad no hispánicas, sino de reconocerlas a todas. De ahí la negación o
la reducción de la identidad, de ahí un cierto resentimiento indigenista que
niega su propio espíritu, en su propia lengua. Y no es indígena sino cholo,
mestizo y urbano, mucho más occidental de lo que se imagina, confundido por
el color de piel y los complejos (generados por leyendas e ideologías y no por
el estudio serio de la historia peruana). Lo que hay que negar-superar es, sin
embargo, la pre modernidad, no la hispanidad o la occidentalidad que son
irremediables asuntos de hecho. Nadie escoge sus raíces, como nadie escoge a
sus padres o abuelos. Y de nada sirve erradicar la estatua del primer
gobernador del Perú, que se ganó a pulso su puesto y su casa en la Plaza de
armas de Lima. Los advenedizos son los actuales inquilinos. ¿No se llama
Casa de Pizarro? Aquí el complejo de inferioridad resentido adopta la forma
anti-Pizarro.
Aquí tiene que ver mucho la Leyenda Negra anti hispánica que Basadre
denunció expresa y claramente, como ningún peruano, que la mayoría ignora
o no le interesa: «La leyenda negra acerca de la obra de España en América
tuvo su origen en Las Casas y otros intérpretes humanitaristas de la bula del
Papa Alejandro VI sobre los territorios americanos» (La multitud, la ciudad y
el campo en la historia del Perú, pág. 252). Y también hay que recordar la
posición del incomparable Borges frente a Las Casas en las primeras frases de
su célebre Historia Universal de la Infamia: «En 1517 el padre Bartolomé de
Las Casas tuvo mucha piedad de los indios que se extenuaban en los infiernos
de las minas de oro antillanas, y recomendó al emperador Carlos V la
importación de negros que se extenuaran en los infiernos de las minas de oro
antillanas».
La realidad cosmética
Pero volviendo al tema de la promesa incumplida, Basadre no sólo coincide
con el poeta mexicano; utiliza parecidos términos: «Hemos tenido, y más de
una vez en América Latina, características sólo formales o discontinuas en
varias instituciones que debieron ser representativas. Esta realidad visible con
intermitencias podría recibir el nombre de cosmética y se puede
desenmascarar el antagonismo que, más de una vez, hubo entre los conceptos
políticos y culturales sacros para las elites modernizantes, de un lado; y, por
otra parte, la naturaleza ´pre moderna´ allá en el fondo de nuestras sociedades
a las cuales ellos fueron transportados». (Conversaciones con Basadre, Pablo
Macera). ¿Hay algún problema peruano más importante que éste?
Lamentablemente, una República democrática no puede ser sólo formal y
encima discontinua y seguir considerándose una República democrática.
Porque lo que anuncia la democracia donde se da es justo la continuidad, la
estabilidad. Esa contradicción no se ha resuelto todavía en Hispanoamérica,
salvo tal vez los casos de Chile y Costa Rica o Uruguay. Sin embargo, ni la
más cruda realidad logra amenguar la fe de Basadre en el Perú «dulce y
cruel», como lo llamó esa vez en el CADE 1979 de Tacna, un año antes de
morir. «La esperanza más honda es la que sale del fondo de la desesperación
(…) Una comunidad histórica que, como ésta, tiene el tesoro multisecular
(…) y ha erigido Cusco y Machu Picchu cuyas piedras no parecen antiguas
sino eternas y ha construido además Arequipa y la ha sabido restaurar, no
puede ser una tierra maldita», (entrevista con Patricio Ricketss). Por eso es
que, en nuestra hipótesis, los valores individuales de Basadre no se diferencian
de los valores asumidos por las sociedades modernas o civilizadas: la libertad,
la democracia, la solidaridad, la igualdad, la tolerancia, son condiciones
fundamentales para el desarrollo integral del ser peruano. Sin que eso le reste
singularidad a la obra o a la personalidad de nuestro historiador (todo lo
contrario) y si trocamos la palabra solidaridad por la de caridad. Es la ética en
sentido moderno. Basadre es un hombre moderno por excelencia, un hombre
civilizado, un demócrata republicano de verdad, algo poco frecuente también
en el Perú.
Eso lo hace precisamente singular y lo acerca mucho a personajes altamente
compatibles con su espíritu, como José Luis Bustamante y Rivero o José
Carlos Mariátegui, por ejemplo, de su misma generación aunque un poco más
joven. La democracia es el sistema que permite la convivencia de los
diferentes, de los distintos, de los singulares y únicos. En muchas falsas
repúblicas sus habitantes no tienen gran idea de lo que es una República: ni el
espíritu ni la letra del término. Un republicano de verdad puede ser alguien
que, cualquiera sea su actividad, vive interesado en la cosa pública, en la res
pública, porque tiene conciencia de su importancia. Todo cabe menos el
desinterés. «Un país robusto, decía Basadre, necesita una juventud entusiasta
para sentir un íntimo asco ante toda falsificación de valores, con voluntad de
construcción inteligente y honestamente inteligente, con pudor de lo que hace
y de lo que dice, inspirado en la dignidad cívica sin la cual una República no
merece ese nombre». Es una frase que dijo también en CADE 1979, en su
Tacna natal. Y tenía autoridad de sobra para decirla.
Como la ética se plasma en la acción, en la conducta, se requiere de la
educación, o tal vez habría que decir de la auto educación, que es la que de
verdad vale. Si la ética es algo, es segunda educación: la que nos damos
nosotros mismos. Como educación, también es un asunto de medios y fines:
«Hoy el objetivo educacional, sostenía Basadre, debe ser la formación del
ciudadano auténtico; y habría que agregar el objetivo concreto de seleccionar
y especializar cuadros jóvenes capaces sin ninguna discriminación de clase,
sobre todo para estimular en ellos las investigaciones en el campo de las
humanidades, de las ciencias y de la tecnología» (id.). Lo cual supone aclarar,
en primer lugar, qué significa, para Basadre, un «ciudadano auténtico».
La investigación en el campo de las humanidades no existe en la mayoría de
universidades regionales, que se han tecnocratizado en la forma, aunque se
mantienen predominantes los paradigmas escolásticos y las paradójicas
humanidades escolásticas. Basadre coloca en primer lugar las investigaciones
en humanidades. Las humanidades renacieron en el Renacimiento (valga la
redundancia) precisamente contra la concepción escolástica de la educación.
Galileo fue uno de los primeros combatientes anti escolásticos: el escribió
burlándose de la seriedad, de los autoritarismos, ritualismos y solemnidades de
los profesores medievales. Se da de palabra, y casi solo de palabra, gran
importancia a la ciencia y a la tecnología. Pero a juzgar por los resultados
educativos lo que está faltando precisamente es escuchar a Basadre: que
vuelvan las humanidades de calidad, ahora excepcionales. Porque no se puede
ser un buen especialista sin ser un humanista, al menos en historia, en derecho,
en ciencias sociales, en educación, en arte y literatura y con buena razón en
filosofía. Y en cualquier oficio que quiera convertirse en profesión, o en algo
más que una profesión.
La ética en Basadre se puede extraer de sus dichos explícitos e implícitos,
como de sus actos. Basadre es consistente y coherente como pocos. Su ética
no sale de ningún dogma religioso, obligatorio e impuesto, sino de la propia
historia peruana en sus circunstancias específicas o particulares. Siendo su
principal preocupación, por ello, el hombre concreto, el hombre peruano en su
historia concreta (aunque esta palabra sea también una abstracción). De otra
manera Basadre no pondría como principal fin educativo «la formación del
ciudadano auténtico», un ideal más bien moderno, laico, secular, republicano.
¿Y cómo podría ser de otra manera? Pero ¿quién es el ciudadano auténtico?
Podría responderse, con Fernando Savater: el habitante libre e igual que ha
aprendido a convivir con otros ciudadanos libres e iguales en ese “espacio
antropocéntrico” que llamamos ciudad, civitas. De ahí lo de civilizado y de
ahí lo de ciudadanía, etc. La ciudad es creación de la antigüedad, pero renace
en el Renacimiento. No se es verdaderamente ciudadano por simples y
cuantitativas razones cronológicas, o formales y burocráticas, sino cuando se
ha aprendido a convivir libremente con los otros ciudadanos libres en la
ciudad. Y eso implica desde echarse la cáscara de plátano al bolsillo, hasta
defender la Constitución, con todos sus valores.
Basadre concibe una ética que se plantea finalidades de salud colectiva a
través de unos «derechos inalienables» y un «repertorio de deberes». La
palabra salud entendida en el sentido más amplio posible, en este caso. Creo
que no sería inadecuado llamarla spinozista. Sueña con un país robusto, con
un país sano: «Un país sano necesita ofrecer a su propia juventud perspectivas
amplias, posibilidades abiertas, colaboración efectiva en el quehacer común.
De modo que el problema no es sólo de progreso material, de reformas
sociales, de organización estatal. Es también de renovación de valores, de
fervor espiritual, de capacidad, de entusiasmo, de mística colectiva» (CADE
Tacna). Aquí se sienten las afinidades fundamentales con su amigo José
Carlos Mariátegui, sin negar las diferencias de matiz. Sin fervor, sin
entusiasmo, sin una mística, ¿cómo se puede hacer algo bien? La cura
histórica es cura psicológica: reconocer lo que se es plenamente, sin
manipulación ni auto engaño. Ojo: Basadre no dice que defendamos los
valores tradicionales, sino que los renovemos. Esa es la diferencia con los
conservadores, muchos de ellos hinchas suyos. Queda claro que Basadre está
por la «renovación de valores». ¿Cómo se hace eso sin crítica y ruptura con
los viejos valores, con los valores tradicionales que bloquean la modernidad?
Por eso el Perú no se puede llamar moderno.
El cambio como remedio
Sólo se dará el cambio si se quiere de verdad el cambio. El cambio auténtico
que afecta todo el ser. Pero el espíritu tradicionalista odia el cambio, o por lo
menos el cambio de paradigmas, de valores, de creencias, que es
determinante. Así empezó la gran Revolución Francesa, recordaba Basadre.
Y los leninistas o maoístas no han tenido muy en cuenta esta idea como si la
tuvo Mariátegui: el papel de las elites en la vida social y el valor del individuo.
Se trata, en el caso de Basadre, de un reconocimiento puntual al papel
educativo de la aristocracia francesa en la época pre revolucionaria. Dice el
sereno historiador del Perú que: «aquella gran Revolución proviene de una
doble toma de conciencia de las elites, efectuada a través de un largo camino.
Conciencia de su autonomía (…). Conciencia unánime mediante la cual la
nobleza desempeña un papel de iniciadora y de educadora y que se expande a
la riqueza, a la propiedad y el talento. Eso fue la Revolución de las Luces.»
Lo de «toma de conciencia» es serio en Basadre.
Basadre no deja de pensar en la salud del Perú. Podemos inferirlo hasta de su
concepto de patria y en particular la condición de compatibilidad que reclama.
Compatibilidad que es un valor social, la «única credencial» que Basadre
solicita: «Soy un peruano más que entiende el sentido de la patria como un
conjunto de derechos inalienables y al mismo tiempo como un repertorio de
deberes a través de una inmensa diversidad de actividades, cada una de las
cuales necesita ser compatible con la legítima existencia de todos. Interrogaré
con esa única credencial, si hay un camino viable para el Perú, no en un futuro
impreciso, sino en los días y años inmediatos, es decir, si existe la factibilidad
para que nuestros hijos, los hijos de todos, vivan mejor que nosotros». «Vivir
mejor», es un fin ético general y esencial, un asunto de salud (de debilidad y
de fuerza). Pero además, la romana preocupación de Basadre por las cadenas
de generaciones futuras es prueba de su visión y su grandeza. Virtud es otro
nombre para la salud y el poder.
Otro asunto fundamental que bloquea el cambio es nuestro complejo problema
de identidad. La genealogía de ese complejo, su desconstrucción, su
decodificación, es un medio para “simplificarlo”, para hacerlo resoluble. A
saber: una mayoría indigenista se identifica con una de las fuentes de
identidad (la andina) aunque no sin un sentimiento de vergüenza (por así
llamarlo), que es más claro mientras más enfático es su indigenismo
ideológico. Y a la vez rechaza la otra fuente (la hispana) llegando a negarla,
mientras más afirma o enfatiza aquella. Hemos escuchado a profesores de
ciencias sociales negar su occidentalidad, es decir, su hispanidad, como si no
fuéramos culturalmente hispanos y lo hispano no fuera occidental, europeo y
además predominante, dadas las circunstancias de la Conquista: alguien
venció y se impuso. E impuso su lengua, su religión, su estructura mental, su
sistema jurídico, su cosmovisión. Allí no hubo empate y si lo reconocemos
tenemos que ser consecuentes. Y por eso somos hispanos. El problema no
está en la hispanidad sino en la premodernidad que nos caracteriza. Pocos
peruanos ven este asunto como Fernando de Szyzslo, por ejemplo: «De mis
padres descubrí que uno hereda la raza con la sangre, pero la identidad la
hereda con la cultura». Y tenemos estructuras mentales griegas y latinas,
religión cristiana, derecho romano y lengua europea. Todo eso es
culturalmente occidental y esencial en nuestra identidad, ¿o no? ¿Por qué y
cómo se produce, entonces, el rechazo de la propia identidad andina o
hispana? ¿La palabra «enajenación» es inadecuada? Si enajenado significa
«ajeno a sí mismo» tal vez no. De ahí su gravedad e importancia.
El francotirador
Lo cierto es que Basadre no está en absoluto en esa mayoría. Está más bien,
en relación con ella, como un filósofo griego en una cantina llena de beodos.
No tiene defectos peruanos y sus bizarras virtudes son más bien occidentales y
modernas. Y también porque no pertenece a grupos, cenáculos, camarillas,
partidos, sectas: es un auténtico independiente, a pesar del terrible deterioro
político de esta palabra: «No estoy al servicio de ningún partido, de ningún
caudillo, de ningún grupo o camarilla, de ninguna clase social. Nunca he
pretendido ser un apóstol; pero siempre he aspirado a ser un hombre justo. Mi
independencia me ha deparado pagar muchas veces el precio de la soledad o
de las humillaciones, pero no la cambiaría por nada». Esto no tiene que ver
nada con el «individualismo». ¿Cuántos peruanos han tenido tanto sentido
social como Basadre?
Ocurre que Basadre era (él mismo se consideraba) un «francotirador».
Siempre lo fue. Eso pasa cuando alguien mira el mundo a partir de la propia
singularidad, cuando hay una sensibilidad y unos sentimientos tan peculiares
como los suyos. Estaba sólo. Tal vez demasiado adelante. Le pasa a quien
no tiene ninguna tarea ideológica, partidaria o religiosa que cumplir, ninguna
misión: salvo la de decir lo que es, tal cual es. Y vivir sus propios valores, los
valores republicanos y democráticos, socialistas y liberales. En él son uno. Es
revelador y conmovedor cuando vincula ese espíritu con su lugar de
nacimiento, con su condición de tacneño fundido con su tierra: «En mi tierra
nunca han existido gamonalismo ni latifundismo. Era el pueblo consciente
que salía a las calles a defender lo suyo. Al respecto, un célebre historiador
inglés, en su obra Bandits (un libro sobre los rebeldes) enfoca el sector de la
clase popular tacneña. Dice que allí nunca hubo opresión. Y sobresalió la
pequeña propiedad solventada por un grado interesante de alfabetismo. Una
forma sólida de conciencia social». La mejor prueba es que allí nació el
mismo.
Tomaba del socialismo y del liberalismo lo mejor (como propuso Octavio Paz
después). Nadie puede negar que era un demócrata y amaba la libertad tanto
como le inquietaba la cuestión social, que para él no era únicamente una
cuestión de Estado. Un heterodoxo casi siempre adopta la posición de
francotirador, pues francotirador significa también no pertenencia, sentido de
la distancia, necesidad de soledad para la meditación o la buena puntería. La
soledad no tiene nada de reprobable. Basadre no era de nadie propiamente.
No era, sin embargo, un hibrido. Solamente era él mismo: un gran intérprete
de la vida peruana.
Como las águilas, y a diferencia de los cuervos, como decía Humberto Núñez
Borja andaba solo y era hasta cierto punto un marginal: «Existían en ese
tiempo muchos grupos intelectuales», cuenta en esa entrevista, para agregar
más adelante: «cometí el delito de no pertenecer a ninguno de ellos. A
ninguna mafia. A ninguna camarilla. Razón por la cual fueron más los que
levantaron el palo para pegarme y los que fueron mis amigos optaron por no
defenderme». Y cuando el periodista le pregunta por sus enemigos, Basadre
responde: «He tenido muchos enemigos en mi existencia». Y para explicarse
mejor agrega: «Era huérfano, pobre y provinciano. Tuve como dicen algunos,
que luchar desde abajo. Luchar contra todos los obstáculos y derribarlos uno a
uno».
Esto también es ético, pero no tiene que ver con la bondad y menos con la
bonhomía, sino con la lucha, el esfuerzo y la potencia, como dijimos... Pese a
los maltratos, la envidia y la soledad en ideas y sentimientos, Basadre puede
ser situado en las antípodas de una visión resentida y satanizada de la historia
peruana. En este punto, era más bien, como pocos, un garcilasista, un
reconocedor y admirador del mestizaje, de lo que somos realmente y por eso
el más autorizado crítico de la «Leyenda negra» que, como su nombre lo dice,
es eso, una leyenda (el Conquistador español como costal de defectos sin
ninguna virtud, una caricatura). Basadre es un reivindicador lúcido y sereno
de lo que somos realmente, sin resentimiento ni racismo. Por ejemplo en esta
cariñosa frase: «Pero a pesar de todo, aún en las horas iniciales, hay un
proceso de contacto entre españoles e indios, y yo decía conversando con
usted el otro día extraoficialmente, que el segundo gobernante del Perú fue un
mestizo: Diego de Almagro el Mozo, hijo de Diego de Almagro y una india.
Entonces los almagristas no tuvieron asco racial ante este mozalbete»
(Conversaciones con Basadre, Pablo Macera).
Los difamados conquistadores no tuvieron rechazo a la raza indígena, lo que
es evidente (no estaríamos aquí) como sí ocurrió entre los puritanos de
América del Norte. Si tenemos en cuenta la época (siglo XVI) esa actitud se
puede considerar bastante progresiva. Si además recordamos que todavía en
la nuestra hemos visto, con propios ojos, segregación racial oficial en los
EE.UU. y apartheid en Sudáfrica, valoraremos con más equidad la obra de
España en América. Los peruanos lo podemos hacer gracias a la obra de
Basadre. Por ejemplo: La multitud, la ciudad y el campo en la historia del
Perú.
Historia y leyenda
Mientras que el punto de vista tradicional o escolar trata a los conquistadores
como un costal de feos y despreciables defectos sin ninguna virtud, Basadre
tiene en cuenta más bien sus ventajas históricas y personales frente a las
huestes de los Incas, especialmente el sentido de individualidad, exclusivo de
la modernidad, y la organización militar: «En general, las huestes de España
estuvieron siempre más cerca del estilo griego que del asiático de grandes
masas: su mayor excelencia bélica han sido los tercios poco numerosos,
fáciles de gobernar, donde cada soldado era una persona y no un número,
dirigido por su capitán. En aquella época, más que en la nuestra, que ha
creado al hombre colectivo, se daba mayor valor al hombre aislado. Y para
ser soldado no sólo se necesitaba la edad y ciertas medidas corporales
mínimas como ahora: el peso y manejo de las armas, la esgrima con su largo
aprendizaje, los azares de la vida aventurera efectuaban una selección
rigurosa. Pizarro hizo varias selecciones más; en la isla del Gallo, en el
tránsito a Cajamarca», (op. Cit.). Pero para llegar a esas conclusiones había
que ser Basadre: «una persona y no un número».
En esa frase no hay ni rastro del resentimiento con el que muchos peruanos
hablan de sus abuelos: los conquistadores españoles. Leyendo a Basadre uno
puede curar ese resentimiento. Gracias a él se puede comenzar a
comprenderlos plenamente; por tanto a aceptarlos auténticamente como parte
de nosotros, en aras de la salud psicológica que es también física y social. Y
esta preocupación por la salud social es, como se dijo, esencial en la obra de
Basadre: la realización integral del hombre peruano: «Aunque es tan rico y tan
complejo el pasado del Perú, lo que importa sobre todo no es lo que fuimos
sino lo que pudiéramos ser (…) si de veras lo quisiéramos», (Discurso de
CADE 1979-TACNA). Basadre es un historiador y, como tal, un estudioso
del pasado, pero su preocupación esencial es, como se ve el futuro de la patria:
«si de veras lo quisiéramos».
Fue también un eminente bibliotecario, con más de una reminiscencia con
Jorge Luis Borges. Sólo que en vez de la sublime ceguera del poeta argentino,
tenía una potente y sobria vista de águila de historiador peruano. La obra de
Basadre es probablemente la que mejor puede llevarnos a entender las
dificultades para aceptar lo que somos y hacer posible de esta manera lo que
queremos ser: problema de salud, que es en el fondo problema de sentido, de
ubicación y finalidad de la existencia. ¿Por qué un niño peruano mestizo, de
escuela fiscal, se puede identificar con Cahuide (en la toma de
Sacsayhuamán) y no con los conquistadores, a pesar que éstos también fueron
muy valientes y están en el alma y la sangre de ese niño, tanto como Cahuide
y sus compañeros? ¿Qué es lo que impide que un peruano se acepte como es
y no reconozca todas sus sangres plenamente? Respuesta: entre otras cosas su
rechazo, más fabricado que fundado en la realidad, a lo hispano (o su
caricatura) que parece la otra cara de un sentimiento de inferioridad, debido a
su ingrediente andino. Profundo y secular resentimiento, eficazmente
construido a través de una leyenda bien difundida, nacional e
internacionalmente, gracias a Bartolomé de Las Casas inicialmente.
Ninguna conquista, por sí sola, ha vuelto resentidos durante siglos a sus
descendientes, como ha ocurrido en México, Perú, etc. Es sencillamente por
echarle la culpa a los conquistadores y no a quien satanizó su imagen ante la
opinión mundial que la Leyenda Negra parece eterna. Y tiene su lado opuesto
simétricamente: la mitificación del Incanato. Con todo lo grandioso que
fueron los Incas, no hay que olvidar que mentalmente estaban en la etapa de
los sacrificios humanos. No era un idilio. Basadre recordaba: «la Leyenda
Negra sigue viva en el mundo». La historia real permanece enterrada en sus
libros (o los de Raúl Porras, o los de Emilio Romero, o los de Vladimiro
Bermejo, etc.), sin que ni siquiera los escolares los lean: esto es lo triste y
grave, porque afecta directamente “lo que pudiéramos ser».
Basadre congelado
Dejando de lado las ceremonias de conmemoración, los nombres de
instituciones, calles o billetes, que han tomado su nombre y su imagen, nos
atrevemos a preguntar: ¿qué significa que no se lea la obra de Basadre ni en su
propia ciudad, salvo por excepción, siendo Basadre el más importante
historiador del Perú junto con Raúl Porras Barrenechea? Lo duro es saber que
eso no ocurre solamente por el espantoso índice de lectura que nos caracteriza
(y que la UNESCO ha tenido el «descaro» de publicar); o la indolencia, la
desidia o indiferencia que también nos caracteriza cuando se trata de asuntos
culturales o educativos (que no conviene confundir con un proceso de
domesticación). Lo que se lee en la respuesta de Basadre a una precisa
pregunta de Patricio Ricketts, es lamentable por lo que toca a nuestra
idiosincrasia peruana o simplemente a la mezquindad humana.
—¿Siente que ha llegado a las generaciones que como maestro cultivó en la
universidad?
—Desgraciadamente no. Y fueron mis enemigos los que congelaron mi
comunicación con la gente joven (y ahora extendida al gran público peruano,
hay que agregar).
Por eso, sin ser una «tierra maldita», somos poco razonables al dar máxima
importancia a lo que no tiene nada o casi nada, y nada a lo que es
fundamental, como comentaba Rusell Ackoff alguna vez en la ESAN,
celebrando sus ochenta años (Caretas). Y hablaba de países como el Perú
justamente. Por eso vamos de tropiezo en tropiezo. Se evoluciona
«recordando para no tropezar» y no queremos recordar, no queremos
enterarnos de nuestra auténtica historia. Seguimos manteniendo congelado a
Jorge Basadre Grohmann. Trabajamos para sus enemigos, contra nosotros
mismos. Vivimos olvidando, enterrando, rechazando la memoria.
Quizá lo único que le importaría a Basadre, si estuviera todavía por ahí, es si
lo leemos o no. Y no por razones de vanidad o reconocimiento, sino por el
beneficio que reportan los conocimientos históricos cuando están elaborados
así como Basadre los elaboró, con tanta fuerza y capacidad. ¿Quién más que
él para conocer las necesidades del país que tanto amó? No leer a Basadre es
hacer el juego a sus abominables congeladores que lo aislaron y lo siguen
aislando: como a Gonzales Prada, como a Mariátegui, como a Vigil, (que se
conoce menos, aún en Tacna, a pesar de la excelente biografía de Carlos
Alberto Gonzales Marín titulada Francisco de Paula González Vigil. El
precursor, el justo, el maestro (1961) un invalorable aporte a la historia, del
Perú y la gran calidad de la obra). No se puede reconocer lo que no se
conoce. Y menos cuando hay tanta distancia ideológica y diferencia ética con
el peruano medio de hoy. Así convertimos en absurdo su apasionado y
espléndido esfuerzo, no por eso menos heroico; heroico en un sentido a la vez
más profundo y más íntimo que el heroísmo exclusivamente militar.
Redefinamos su sentido adecuándolo a nuestra época. Veremos que le es
aplicable al ilustre, aunque míseramente leído historiador: un héroe de nuestro
tiempo.
ENCUENTRO CON UN JURISTA INTEMPESTIVO7
Introducción
En esta remembranza que es también una re-flexión, una doble flexión como
diría Fernando de Trazegnies Granda, no voy a repasar sistemáticamente toda
su obra sino sólo recordar los puntos de mi encuentro inicial con ella.
Primero, un artículo suyo que se comenta inmediatamente después de esta
introducción: «¿Se entretiene usted en el cine?», (Reflexiones en torno a «Una
mujer casada», de Jean Luc Godard, en la revista Hablemos de cine). Y
muchos años después, tres libros: Ciriaco de Urtecho, litigante por amor, La
idea del Derecho en el Perú republicano del siglo XIX y un libro de cuentos:
Imágenes rotas.
Creo que el otro tema que puede anudar, como el cine, esta brillante obra, es
la educación jurídica. Una obra tan amena y bien expresada, tan clara y
novedosa por el fondo y la forma, la temática y el enfoque, no puede ser sino
una maravilla pedagógica para la enseñanza del derecho. Y ésta lo es por su
potente fuerza motivadora y enriquecedora, por su carácter «tentador».
1.-Humanismo romano
Cuando renace el Derecho romano por tercera vez, en los claustros boloñeses
del siglo XI, el estudiante de Derecho no se dedicaba a esta materia para
obtener un título sino para convertirse en un ser humano cabal aprendiendo a
pensar, a razonar, para «adecuarse a la tonalidad y a la potencia de su
tiempo». Siempre se requiere ciudadanos con visiones globales de la realidad
que vean el conjunto, el bosque y los árboles en su relación. En ese entonces
aprender a razonar jurídicamente equivalía a aprender a razonar, tout court.
«Es interesante notar que también en la Europa del siglo XI, las primeras
universidades se fundan para enseñar Derecho: Bolonia, la primera
Universidad del mundo occidental, nace para enseñar Derecho. Y,
evidentemente, esto no es una casualidad, no es un simple azar cultural: las
universidades nacen con miras al Derecho porque a su vez el Derecho era
visto entonces como modelo de pensamiento riguroso (...)». Lo cual no quiere
decir ni rígido ni dogmático, sino consistente. Y aún ahora, Francesco
Galgano, que enseña en esa primera Facultad de Derecho del mundo, cree
que: «no se sabe lo que es el derecho».
En nuestro medio académico regional la concepción positivista «pop» ha
hecho perder de vista esa cualidad humanista del Derecho. El Derecho
Romano de las Universidades, en la Edad Media, no servía para litigar sino
para devenir- humano. Y quien dice humano alude a lo humano integral. Esto
no es posible desde el punto de vista de la especialidad. No es posible, por
ejemplo, sólo desde el punto de vista de la composición de la sangre o el
color. Por más humana que sea la sangre o el color no agotan lo humano. «El
verdadero fin del hombre, dice W. Von Humboldt, —no el que le señala la
inclinación pasajera, sino el que le prescribe la razón eternamente inmutable—
es el mayor y más proporcionado desarrollo de todas sus fuerzas y la
integración de las mismas en un todo».
«E porende dixieron los Sabios, que amor vence todas las cosas»
Las 7 Partidas
Alfonso el Sabio
Como se sabe, Ciriaco de Urtecho, litigante por amor contiene una historia
judicial que es una historia de amor. A fines del siglo XVIII en Cajamarca, un
español pobre —Ciriaco de Urtecho— esposo de una mulata, Dionisia
Masferrer, esclava de otro español —Juan de Dios Cáceres— demanda a la
justicia la libertad de aquélla contra el derecho de propiedad de este último;
demanda que es concedida al final del proceso en un acto que subvierte el
orden esclavista de la época gracias a la amorosa y subversiva actitud de
Ciriaco. ¿Qué más cinematográfico que una historia de amor? ¿Qué más
subversivo que el amor?
Fue el primer libro de nuestro jurista que tuve la suerte de leer. Había vuelto
al Derecho y al Perú como profesor en la Universidad Privada de Tacna,
después de muchos años. Hasta esa fecha debo haber tenido una imagen
inconscientemente positivista (y jus naturalista) del derecho. Pero el contraste
con la concepción jurídica explícita o implícita de «Ciriaco…», hizo añicos lo
que yo entendía por Derecho hasta ese momento. Y ya no era un adolescente,
aunque conservaba muy vivamente los afectos de «¿Se entretiene usted en el
cine?» de los años de humanidades. Por esta razón presentía lo que podía
encontrar en «Ciriaco...», cuyo índice-guión ya nos da una idea de lo que
contiene el libro-film, que se basa en los autos seguidos por Ciriaco, la
escritura de libertad a favor de Dionisia, «el paisaje social de la esclavitud»,
el material normativo, los hechos del caso, el proceso, la lógica del amor y la
lógica del amo, la voz de los cirujanos, los tasadores, los abogados, el
Corregidor y, finalmente, la teoría dinámica del derecho.
Con esta nueva y rica versión pude ver que el derecho podía ser tan divertido
como mis aficiones más queridas, entre ellas mi afición por la historia: historia
de amor, amor por la historia. «Ciriaco...» presenta un Derecho lleno de vida
concreta con todos sus matices, de carne, hueso y sangre. No hay manera de
separar esa historia de amor de la historia del derecho, de la filosofía del
derecho, de la lógica jurídica y de la legalidad «pura». En este caso el
carácter del derecho colonial nos permite tomar conciencia más clara de
nuestro derecho de hoy, por la maestra manera de presentarlo. Su puesta en
escena histórica y jurídica es exaltante y conmovedora. De paso tenemos una
idea concreta y global de ese periodo tan determinante de nuestra situación
actual, en imagen y movimiento: la Colonia.
El autor no pierde oportunidad para hacer ver, con mucha pertinencia, cómo
funciona el proceso por dentro y por fuera, especialmente en lo relativo al uso
de las armas argumentativas y el carácter dialéctico, creativo, incierto,
construido, de los avatares y resultados judiciales; contra el mito de una
verdad a priori que hay que descubrir en cada proceso. Y vemos cómo, en la
guerra de razones que es un litigio, hay también creación de soluciones, un
tejido de palabras y cosas que es el eje de la vida jurídica: «El juicio no está
constituido por un razonamiento lineal a través del cual la verdad va saliendo
paso a paso a la luz y queda manifiesta en la sentencia. Por el contrario, nos
encontramos frente a un entrecruzamiento de discursos, de inspiración,
organización y estilos diferentes. En un proceso hay muchas personas que
hablan —básicamente dos, los litigantes, pero también habla el juez, el
escribano, etc— y todas hablan de distinta forma. De manera que si
descartamos la idea de un Derecho objetivo que resuelve todos los problemas
desde lo alto de su majestad, si abandonamos la idea de un sentido oculto
detrás de las manifestaciones multicolores de los interlocutores judiciales, si
adoptamos la idea del Derecho como algo que se hace a cada instante a
través de cada conflicto, entonces nuestra tarea debe ser no la de descubrir la
“verdad” jurídica enturbiada por los litigantes en cada proceso sino detectar
la dispersión de los discursos, poner de relieve las diferencias y las rupturas,
individualizar los razonamientos y observar sus choques e interacciones».
Muestra cómo en el Derecho pueden contar mucho más los casos singulares
heterogéneos, que implican muchos ámbitos de la realidad en su concreción y
en su cualidad, que en su cantidad homogénea y generalizable. No siempre es
necesario generalizar en la investigación jurídica. Hay que poner en acto la
época, el ambiente, el sistema económico social, los impulsos subjetivos, las
ideas, las creencias, las costumbres, los valores, el sistema judicial y la
concepción del derecho, sin separaciones analítico abstractas, en vivo y en
directo, como en este caso, a través de una dinámica historia de amor.
Así también, para explicar el sentido de la sentencia final se hace una límpida
comparación de nuestro derecho actual con el de la Colonia, mucho más
abierto e «impuro». Comparación que, como ocurre con todos los puntos
temáticos de este libro, y a pesar de ser dichos como de pasada y
complementariamente, constituyen un singular aporte con su propio valor o
peso específico. «¿Qué mueve entonces a este representante de las clases
favorecidas con la esclavitud a aceptar la abolición privada que propone
Ciriaco?». Se trataba de hacer valer una promesa de venta hecha por el amo
de Dionisia, que le sirvió al corregidor o juez para conceder la libertad y no
sólo el cumplimiento de dicho contrato. Y quizá la heterodoxa idea jurídica
de Las Partidas de Alfonso X, aún vigentes en la época: «Servidumbre es la
más vil e la más despreciable cosa, que entre los omes puede ser». Y el
mismo Ciriaco que decía: «Esta piadosa intención (de comprar la libertad de
mi esposa) solo viene revestida de la Caridad y amor con que se deben mirar
a las mujeres propias». ¿Y qué puede haber más importante que el amor?
Culmina el autor proponiendo una nueva teoría del derecho que fluye
naturalmente del caso colonial y se hace explícita en el último capítulo que
cierra esta obra paradigmática: «Hacia una teoría dinámica del Derecho».
Para esto ya había preparado el terreno en la Introducción, haciendo una
crítica magistral de la concepción jurídica del marxismo vulgar, tan simplista
y equívoca como estéril. «El Derecho no puede entonces ser concebido como
un juego de espejos que reproducen hasta el infinito la Gran Dominación: no
se trata de que, detrás de las formas terminales de poder (contratos, juicios,
etc.), exista un enfrentamiento primigenio definitivamente resuelto entre
bastidores (al menos para una época histórica) cuyos resultados son repetidos
minuciosamente en cascada a través de todas las relaciones sociales (…). El
Derecho se presenta como un conjunto de campos de batalla a diferentes
niveles, como una multiplicidad de relaciones de fuerzas, cada una de las
cuales tiene pedestales móviles, locales inestables».
En fin, esta obra da mucho más de lo que cualquier lector sensato podría
esperar de la historia de un juicio. Por eso, si hay una palabra que resume lo
que es esta obra esa palabra es plenitud, «sobriedad en la plenitud». No
describe un juicio solamente sino que ofrece una nueva concepción del
derecho y del poder. Esta concepción del poder si bien se inspira o coincide
parcialmente con las ideas de la microfísica de Michel Foucault, va más allá
de ellas cuando se trata del derecho, pues, parte de una crítica a la visión
penalista del derecho de Foucault que es análoga a la visión tradicional del
poder: invariable, piramidal y en cascada. «El panoptismo jurídico de
Foucault parece inspirado en la evolución del Derecho Penal (...) El Derecho
—en cualquiera de sus formas (proceso civil, penal, solución arbitral,
solución mediante negociación entre abogados o entre las partes
directamente, etc.) — parece más bien una guerra reglamentada antes que
una imposición transparente y vertical de un Poder superior. Es básicamente
un enfrentamiento de poderes —dentro de los marcos concéntricos
establecidos por los enfrentamientos previos— por lo que la sentencia o el
contrato serán verdades resultantes o construidas y no simples
demostraciones de una “verdad primigenia” que se encontraba oculta por la
pasión o el interés de los litigantes o contratantes...».
3.-Modernización tradicionalista
FTG
En esta obra, de la cual extraigo todas las citas de este sub título, la historia del
derecho tampoco es asumida como una especialidad científica, como un coto
cerrado sin comunicación con el complejo contexto en el que se desarrolla. Es
una obra abierta, con una temática jurídica en su concreción histórica.
Historia supone la totalidad de lo que ocurre, aunque se elija un punto
específico para develarlo, es algo siempre concreto y complejo. En otras
palabras, La idea del Derecho en el Perú Republicano del siglo XIX es un
libro de filosofía del derecho. Y esto no se opone sino que se complementa
con que sea a la vez historia del derecho, ya que no es posible separarlos. No
se puede separar la historia de la interpretación, de la expresión, de la
creación,. Y la filosofía del Derecho puede ser abordada, entendida y asumida
de diversas formas, por distintas entradas y pasadizos y puede llegar a ser
«subjetiva hasta la caricatura» como en Walter Benjamin, según su amigo
Adorno. No olvidar que Benjamín tiene sus tesis expresas sobre la historia,
que aún la Europa mentalmente refinada ha demorado en asimilar y entender.
En este caso, por ejemplo, para poner en práctica esa remembranza y por
razones de método y gusto por el minimalismo, tomo el concepto de
“modernización tradicionalista”, lo hago mío y me centro en él, (Lucien Sfez
llama a esta práctica “robos y operaciones de rapiña”, aludiendo a las fuentes
de su propia obra). Y a partir de él comento el suculento libro. “El presente
trabajo, señala su autor, pretende situarse en esa actualmente tierra de nadie
—y, al mismo tiempo, “tierra de todos”— que reúne la Filosofía del Derecho
con la perspectiva jurídico social. Su objeto es estudiar las concepciones
sobre el Derecho y sobre el papel que debía jugar el orden jurídico dentro del
proceso de modernización en el Perú del S. XIX”.
En este caso, por ejemplo, se trata “de saber por qué fueron bien recibidas las
ideas de tal o cual filósofo extranjero, con qué otros hechos sociales
concuerda el desarrollo de tal tesis o el empobrecimiento de tal otra, de qué
manera la totalidad del proceso de modernización puede explicar —al menos
parcialmente — el tipo de síntesis filosóficas que los juristas peruanos
efectuaron”. Como se ve, el objetivo es la “totalidad del proceso”. Un
objeto así solo puede abarcarse mediante la filosofía. Para eso está. Y en este
caso la Filosofía del Derecho.
No creo que haya algo más peruano en el plano de los conceptos que éste de
“modernización tradicionalista”. Y Fernando de Trazegnies lo explica y
ejemplifica con tan buenos ejemplos (una veintena de juristas que influyeron
fuertemente en el Perú, entre otros muchos) que sus hipótesis de trabajo
─como él llama con modestia a sus espléndidas ideas─ son criterio
imprescindible para contrastar con las nuestras y con eso que se llama
normalmente “la realidad”. La experiencia (y no sólo la experiencia) me ha
llevado a reconfirmar las “hipótesis de trabajo” de La Idea del Derecho en el
Perú Republicano del Siglo XIX.
Tal vez pueda decir que no escribo sobre la obra de Fernando de Trazegnies
Granda, sino a través de él y por él. En las múltiples afinidades electivas y en
las diferencias, que también son fuente de curiosidad e inspiración y las que
con más fuerza nos tiran para adelante, nos tientan a seguir preguntando, a
seguir dudando, a seguir sospechando hasta de las cosas más sagradas en mi
caso. Es comprensible, entonces, que el suscrito esté completamente
involucrado en el concepto de “modernización tradicionalista”. Sabemos de
las cosas de los peruanos no sólo gracias a una encuesta en pueblos jóvenes o
a una brillante investigación sociológica, sino por propia experiencia
subjetiva. Y a veces se hace abstracción de este ingrediente decisivo: el papel
de la subjetividad en las disciplinas que abordan al ser humano integralmente:
filosofía, historia, derecho, etc.
Eso es más grave y notorio en el plano de los valores. Aunque esa falta de
armonía y coherencia se pueda ver a cada paso en las más distintas actividades
que se realizan sin convicción: en política, en educación, en economía, en
deporte, etc. Lo que no significa que esos ingredientes (moderno y colonial)
sean simétricamente influyentes. Predomina la tradición, la pre modernidad.
Lo que hay de moderno sirve para mantener la tradición y cierto poder
tradicional que se renueva en sus componentes pero que se mantiene como
poder tradicional. Tal vez por eso los conceptos o categorías que se usaban,
por ejemplo en la izquierda de los años setenta —aunque también antes y
después— eran demasiado polares y macroscópicos. Y eso los hacía
inoperantes en la teoría y en la práctica. De allí se deducían programas
políticos, caracterizaciones, etc. Pero como el Perú no es un país moderno ni
pre moderno exactamente, sino un mixto, hay que analizar cómo se conjugan
(histórica, axiológica, social, individualmente) esos ingredientes en concreto
(las múltiples determinaciones) como lo hace bellamente La idea del Derecho
en el Perú Republicano del siglo XIX. Es otro atractivo más de los muchos
que tiene esta obra.
4.-Microcosmos
Y aunque hay muy claras diferencias de matiz y hasta de color, más o menos
liberales, más o menos conservadoras, todos son casos distintos del mismo
fenómeno de “modernización tradicionalista” jusnaturalista y positivista a la
vez (inconsistencia e incongruencia). He aquí algunas otras pinceladas:
aludiendo a José Silva Santisteban afirma que “suponer que el proceso de
modernización está muy avanzado y que sólo se requieren ciertos ajustes es
afirmar que el Derecho y el Estado no deben tocar las bases mismas de la
sociedad que son correctas sino simplemente remozarlas y adaptarlas a las
circunstancias presentes; recordemos cómo hemos tipificado precisamente la
denominada ´modernización tradicionalista´ por constituir un sistema
dinámico de estructura de adaptación (...) Silva Santisteban se opone tanto a
un pensamiento jurídico tradicional como también a un pensamiento
“demasiado” liberal que pretende crear un sistema de reglas altamente
abstractas, formales y generales (...) Combina Dios y la razón”. Lo que
muestra además lo avanzado que estaba para su tiempo José Silva Santisteban.
Hoy día se sigue funcionando mentalmente de la misma manera. Por ejemplo
cuando se habla de “la consolidación de la democracia”. Una consolidación
que se hace eterna. Una consolidación que no termina nunca porque no
comienza nunca. Y es que para consolidar la democracia es necesario vivirla
primero, tratar de ponerla en práctica. Después la consolidamos.
Otro caso semejante es el de Toribio Pacheco, que según el autor “asume una
posición progresista liberal y trata de desarrollar un Derecho adecuado a la
modernización. Sin embargo, su posición de principio resulta abstracta y
teórica porque no llega a darse cuenta en forma explícita que la
modernización peruana no es auténticamente liberal y que lo fundamental en
el Perú del siglo XIX es, en el fondo, conservar una estructura de poder que
puede ser mejor servida muchas veces por el instrumentalismo que condena
antes que por la racionalización teórico formal de la doctrina a la que
aspira”. Un racionalista moderno en abstracto, que en el contexto peruano
concreto resulta un conservador, porque la ley en el Perú no representaba (y
no representa todavía) el interés general sino el de grupos sociales o partidos
políticos hegemónicos.
Igual ocurre con Francisco García Calderón, “una de las mentes más
brillantes de su tiempo” y también, como Toribio Pacheco, gran defensor de
la ley en un país donde la ley era expresión de los intereses de las clases
poderosas, muy bien representadas en el Parlamento. Lo cual es típico de la
“modernización tradicionalista”: “el grupo dominante que la lleva a cabo
tiene interés en no perder las riendas del proceso, la ley puede constituir el
instrumento más eficaz para mantener el control; lo que establece las bases
sociales del positivismo (...)”. Esto explica la vigencia de esta corriente
jurídica y no sólo en el ámbito académico, habida cuenta del carácter
determinante de éste en la vida jurídica.
Ocurre algo muy semejante con Miguel Antonio de la Lama. Por un lado se
trata de un jurista más tradicional que García Calderón, pues “su
modernización tradicionalista tiene bases religiosas”, “coloca el orden social
bajo la incontrovertible autoridad de Dios (...) el orden natural es un orden
de voluntad no de razón (...) Sin embargo, Lama cree en el progreso, cree en
las posibilidades del ser humano que la filosofía moderna enfatiza (...)”.
Eclecticismo no es, sin embargo, creación o creatividad, no es una fusión que
crea una nueva realidad superando sus componentes opuestos. En el
eclecticismo los elementos permanecen uno al lado de otro, yuxtapuestos. No
se intenta la conciliación porque se topa con su imposibilidad, aunque se cree
en ella en abstracto y de la boca para afuera. Y no se quiere elegir aunque
siempre se elija inevitablemente: la defensa de la tradición, del status
tradicional.
Y también ocurre algo análogo con Manuel Atanasio Fuentes: “Entre todos
los teóricos del Derecho cuyas ideas estamos reseñando, quizás el más
influenciado por las ideas modernas es Manuel Atanasio Fuentes, aun cuando
asume una posición muy conservadora en política”. Conservador en el fondo,
aunque liberal en algunos aspectos parciales. Eclecticismo; no heterodoxia
creadora, una vez más. Pero más adelante también hace lo propio con los
representantes de la “modernización tradicionalista” positivista, como
Manuel Vicente Villarán, Federico León y León, Javier Prado Ugarteche,
Cesareo Chacaltana, Alberto A. Elmore y Ricardo Ortiz de Cevallos. Del
primero de los nombrados dice nuestro jurista: “La filosofía jurídica que
Villarán enseña a fines de siglo en la Universidad de San Marcos sigue la
temática kantiana; y, dadas las dificultades del kantismo en las relaciones
entre los principios de la Ética y la positividad de las normas jurídicas,
Villarán se mece entre un jusnaturalismo formalista que a veces encuentra
insuficiente y un positivismo que le atrae por su aspecto científico pero al que
parecería faltarle una brújula moral”. En suma: ni positivista ni
jusnaturalista, pero haciendo uso de ambos sin consistencia.
Con relación a esta supuesta o real falta de brújula moral (que sería la
limitación de un derecho concebido positivistamente) que produce un
conflicto en el espíritu de Villarán, mi modesta hipótesis es que el conflicto de
Villarán no se produce en la realidad misma, por así decirlo, sino en el espíritu
de Villarán, debido a unas ideas inadecuadas de ética y de moral y de una
inadecuada relación de éstas con el derecho. Y si me atrevo a opinar con
desfachatez, es sólo por estar motivado por una humorosa enseñanza de
nuestro jurista, según la cual “no hay que caer en la castración por evitar la
fornicación”. Es importante porque Villarán es el paradigma que muchos
discípulos han seguido con razón, dadas sus dotes de gran jurista peruano.
Que haya diferencia de perspectivas es otro asunto.
En resumen, se trata de lo siguiente: los positivistas (y en este aspecto Villarán
lo es) distinguen entre moral (que en nuestro caso particular sería la moral
católica y la moral cristiana de las iglesias no católicas) y derecho, (que es un
sistema que se crea y funda en valores modernos). A ellos les parece una
limitación, una carencia, un vacío, un fallo del derecho, que no pueda
consustanciarse con la moral, que no tenga “brújula” principista o valorativa,
que es lo que ellos equivocadamente creen o insinúan. De tal manera que para
ellos la ética jurídica moderna, inseparable del derecho moderno, no existiría
simplemente. Sin embargo existe y es la “brújula” del derecho o debe serlo.
Una ética moderna se basa en valores modernos: los mismos que el derecho
democrático y republicano que es el nuestro, o por lo menos el de nuestra
Constitución republicana.
No creo que abunden los países en que sus gentes sientan una especie de
vergüenza de sus señas principales de identidad (la hispana y la andina)
aunque no lo reconozcan o lo oculten; o simultáneamente desconozcan,
nieguen o renieguen de ellas. En los años que enseño he hecho muchas y
variadas encuestas entre los alumnos. Lo que se ve a primera vista es que la
gran mayoría no sabe claramente a qué cultura pertenece.
Es curioso que sea un mestizo azangarino, (como el suscrito que firma este
ensayo) el personaje de un cuento de Imágenes rotas de Fernando de
Trazegnies: Manuel Choquehuanca, quien formula su concepto con bellas y
precisas frases. Me sorprende no sólo porque compruebo con alegría mi
común interés con el autor por este hondo problema peruano (el problema del
“falso nosotros”) sino también porque lo siento y vivo de la misma manera:
“Soy indio, pero también algo más; soy español, pero también algo más. Esta
doble vinculación no me ata dos veces sino que me permite tomar distancia y
liberarme de todas las sangres. Simplemente soy libre: los materiales que se
me han dado son variados y estoy agradecido por ello; pero tengo que usarlos
para inventarme a mí mismo”.
LA BANALIDAD DEL MAL: EL CASO EICHMANN
Si bien podemos decir también como Isaiah Berlín que “la historia es el relato
de lo que han hecho y sufrido individuos humanos”, historia también “es lo
que hacen los historiadores”. Es decir, interpretación. No hay narración, ni
descripción inocua, emitida a-históricamente desde ningún lugar y tiempo,
“desde ningún punto de vista”. Solo hay puntos de vista, históricos, sociales o
humanos, no verdades objetivas. No hay hechos sino interpretación de hechos,
cuando no de documentos, crónicas, monumentos: “esa confusa amalgama de
cuentos de viajeros, fábulas, memorias, narraciones, reflexiones morales y
chismorreo” (id) que llamamos historia.
Las cosas en derecho no solo suceden en la mente sino también en los cuerpos
que están en el tiempo y el espacio, siempre determinados y determinables.
Tener historia significa que no siempre se sigue el instinto o la causalidad
“natural” , sino que uno mismo se la hace con las grandes y pequeñas
decisiones de todos los días hasta el día de la muerte. Se sigue a la voluntad y
a la conciencia, no al instinto o a la causalidad natural. Eso nos hace
humanos. Un asunto de historia jurídica elemental es el papel de la
pertenencia a una u otra familia jurídica en occidente: la romano germánica o
la anglosajona. Es un factor decisivo en la configuración y la práctica de los
sistemas jurídicos nacionales. El que se dé más peso a una u otra fuente
jurídica no es un dato.
Estas son palabras clave de la gran pensadora judía sobre el sino de Eichmann
y su estado del alma: “Eichmann no era un Yago ni un Macbeth, y nada
pudo estar más lejos de sus intenciones que “resultar un villano”. Eichmann
carecía de motivos, salvo aquellos demostrados por su extraordinaria
diligencia en orden a su personal progreso. Y, en sí misma, la diligencia no era
criminal; Eichmann hubiera sido absolutamente incapaz de asesinar a su
superior para heredar su cargo. Eichmann sencillamente no supo jamás lo que
se hacía. Y fue precisamente esta falta de imaginación, lo que le permitió, en
el curso de varios meses, estar junto al judío alemán encargado de efectuar el
interrogatorio policial en Jerusalén y hablarle con el corazón en la mano,
explicándole una y otra vez las razones por las que tan solo pudo alcanzar el
grado de teniente coronel de la SS y que él no tenía ninguna culpa de no
ser ascendido a superiores rangos”. Era “terrible y terroríficamente normal”,
como señala Hanna Ahrent.
Si nada tiene sentido, o lo único que tiene sentido es la nada, entonces todo
está permitido. Un estado sin ideología, (salvo la de la “raza superior”) sin fe
y sin más proyecto que la pura dinámica del poder y el exterminio de todo un
pueblo en todo el continente europeo, solo puede terminar muy mal. Una sola
raza, una sola verdad: que no hay verdad alguna. Un solo fuhrer, Adolfo
Hitler. Pero también ese poderoso, eficiente y novedoso sistema de
manipulación mental de masas, que inauguró una tradición que ahora es muy
bien aprovechada por los comerciantes, vendedores, e incentivadores del
consumo y del consumismo capitalista, expresión del nihilismo masivo de
hoy, profetizado por Nietzsche hace más de cien años.
Y hay que ligar la idea del auto conocimiento a la idea de cultura, pues, ser
culto no significa acumular información en la cabeza, sino conocerse uno
mismo en el afán de auto formarse, de desarrollar las propias potencialidades
en armonía, con y sin ayuda, en el proceso de combate con los propios
defectos. Auto interpretarse o analizarse posibilita auto transformarse en lo
que uno es auténticamente y no seguir siendo lo que el resto quiere y ha
querido y querrá que uno sea. Eso es el desarrollo: un salto cualitativo.
Personal o social. Si se llama reforma o revolución no importa. Para este
sentido de cultura no basta la erudición, la información, la lectura por la
lectura. Hay que aplicar esos conocimientos e informaciones a nuestra
personal y específica realidad, para cambiarla en lo que haya que cambiar.
Ese “yo” implica la realidad nacional entera porque, parafraseando a Ortega y
Gasset, no basta con el “yo” (suponiendo que hay uno sólo) “yo”, sino
también sus circunstancias, el contexto de la problemática humana de su
tiempo. Por eso tampoco es sólo asunto psicológico, cosa de tenderse en el
diván del doctor Freud, sin menospreciar al revolucionario doctor Freud.
Se trata de ver si se aprueba o no una ley que amplía la aplicación del artículo
119º del Código Penal, despenalizando el llamado aborto post violatorio y el
aborto eugenésico. Es un problema jurídico que no se discute solamente en
base a normas legales, sino en base a dogmas no jurídicos, que suelen ser
incompatibles con los valores constitucionales, los valores católicos. Eso se
puede ver precisamente aquí, en los casos que nos ocupan y en todos los casos
de controversia sobre derechos sexuales y reproductivos o problemas bioéticos
(temas de bio poder): aborto, eutanasia, fecundación in vitro, clonación,
matrimonio homosexual, pastilla del dia siguiente, etc.
Para los que piensan como Juan Cipriani y Rafael Rey, todo ciudadano que,
recordando el derecho que ya tiene, defiende la vida, la salud o la autonomía de
la mujer violada, o con feto anencefálico o en peligro de muerte o enfermedad
grave, es un defensor de la muerte. Cuando lo único que hace es defender la
Constitución ¿Quién los hace entender que no se trata de la vida contra la
muerte, sino de dos derechos equivalentes en colisión y que no hay salida
buena, feliz y saludable? Nadie. Porque no hay pero sordo. Ellos quieren
hacer creer que si la hay en todos los casos y que hay que salvar a los dos, sin
explicar cómo se salva el derecho a la vida de los dos en los casos de
incompatibilidad, lo que muestra una vez más la actitud irracional. Me parece
que aprovechan el rio revuelto y el poder ideológico que ejercen sobre la
mayoría para confundirla y someterla . No quieren ver que, en estos casos,
todas las salidas son terribles. Son situaciones típicamente trágicas. Existen.
Son humanas. Y hay que resolverlas teniendo sólo alternativas indeseables.
El fondo tácito de posiciones cómo esas es: la mujer no tiene derecho a decidir
en estos asuntos, a pesar que son sus asuntos. Solo Dios y el Estado tienen esa
potestad: esto niega el derecho a la vida, a la salud y a la dignidad de la
mujer. Lo dicen de muchas maneras, aunque no lo digan de manera directa y
clara (no es su estilo). Si se cree en una verdad absoluta, se la tiene que
colocar necesariamente por encima de todos los demás criterios, incluido el
jurídico. Consecuencias: que tenga el hijo, aunque no lo desee; que tenga el
hijo, aunque contraiga una enfermedad grave o se muera; que tenga el hijo,
aunque sea de su propio violador; que tenga el hijo, aunque vaya a nacer sin
cerebro. Y aunque la ley lo autorice, como en el mal llamado aborto
terapéutico, que no se cumple, que está constantemente boicoteado, a pesar de
estar innecesariamente admitido por la ley, pues, basta con la Constitución.
Colisionan con ella (derecho a la vida y a la salud, dignidad y libertad) y
colisionan con la ley (el llamado aborto terapéutico no es punible, según el
artículo 119º del Código Penal). 8
Ese genuino patriota y pensador que fue Vigil, el hombre más limpio que ha
dado el Perú del siglo XIX junto a don Manuel Gonzales Prada, decía en el
alba de la República: “Jesucristo no concedió a la Iglesia autoridad sobre los
gobiernos ni derecho de intervenir en los negocios seculares. Los gobiernos,
por otra parte, carecen de facultad para dirigir las conciencias o para
arrogarse jurisdicción espiritual.” Pero, lamentablemente, el Perú está
mucho más cerca de Juan Luis Cipriani que de Francisco de Paula Gonzáles
Vigil, cuyo indoblegable espíritu liberal, patriota, republicano y rebelde hasta
la muerte, es desconocido o ninguneado en su patria grande y chica (“Yo
acuso, yo debo acusar”).
8
No pocos peruanos notan, como el diario “La Primera” por ejemplo, que Rafael Rey y Juan Luis Cipriani encabezan
una cruzada conservadora con el argumento de la defensa del no nacido, más para hacer sentir su peso político en la
sociedad, que para realmente ayudar a las miles de mujeres que enfrentan estas dramáticas situaciones. Yo diría que no
piensan en ellas siquiera.
Hay una franciscana pobreza de ideas, de razones, demasiadas afirmaciones
sin intento de fundamentación siquiera. Para remediarlo tendrían que utilizar
argumentos jurídicos y reconocer involuntariamente que este es un problema
que tiene ese y no otro carácter, y abstenerse de utilizar “argumentos” no
jurídicos. En la discusión jurídica no se puede decir, por ejemplo, que sólo
Dios puede decidir sobre la vida de los seres humanos, porque eso no es un
argumento jurídico. Ni siquiera es un argumento, sino otra pura afirmación.
Un acto de fe. Pero el derecho moderno se basa en la razón, no en la fe. En la
discusión jurídica no se puede recurrir a creencias que el ciudadano no está
obligado a aceptar, peor aún cuando se las hace pasar por argumentos en
defensa de la Constitución, del derecho a la vida. Pero siendo absoluto, para
ellos, no puede ser un derecho, no puede tener carácter jurídico, que es
relativo, histórico, limitado. La Constitución no se basa o funda en valores
judeo cristianos absolutos, sino en valores democrático liberales, republicanos
y sociales, que todos tenemos el deber de respetar (creyentes y no creyentes,
ricos y pobres): libertad, dignidad, igualdad, pluralismo, solidaridad, etc.
Como el lenguaje es polisémico, entre otras complicadas cualidades,
tendríamos que discutir qué es lo que implica y que significa el derecho a la
vida: si sólo es derecho a respirar, o a no morir de hambre; o es derecho a una
vida que merezca ser vivida por un ser que puede y requiere desarrollar todas
sus potencialidades. La Iglesia y seguidores sólo entienden el derecho a la
vida como un asunto biológico. Y no como vida digna, como vida y proyecto
humanos, como virtualidad que se actualiza.
CONCLUSIONES
Creo, en suma, que hay que dar al Cesar lo que es del Cesar, a Dios lo que es
de Dios y a la mujer lo que es de la mujer.
9
El presente ensayo obtuvo el primer puesto en el “Concurso Iberoamericano sobre Estado Laico”
(2006) compartido con Ydalid Rojas Salinas.
económico, etc. Hubo en ellos también algo así como una
angustia metafísica que se resolvió en la esperanza de que
viviendo libres cumplirían su destino colectivo.”
Jorge Basadre
Meditaciones sobre el destino histórico del Perú.
1. INTRODUCCIÓN
Muchos países hispano americanos que se independizaron políticamente de
España, mantuvieron, a pesar de la Independencia, su concepción del mundo y
su forma de vida. El cambio con la Independencia fue esencialmente formal
en países como Perú, uno de los dos centros de poder más importantes de
América Latina en la Colonia, junto a México. Desde la Independencia,
adoptamos un sistema jurídico político formalmente republicano, formalmente
laico, democrático y representativo, proveniente de sociedades con sistemas
políticos modernos, como el anglosajón o el francés. Este sistema político no
fue en Inglaterra, Francia o Estados Unidos un producto de importación, sino
la consecuencia de su propia historia, de su propio desarrollo, de sus propias
vicisitudes y limitaciones, de su propia identidad cultural en un espacio-
tiempo determinado. No ha ocurrido así en la mayoría de países
hispanoamericanos.
2. MODERNIZACIÓN TRADICIONALISTA
3. RES PÚBLICA
En ese sentido la palabra República dejó de ser ese vocablo genérico que con
amplísimo sentido aludía a distintas formas de gobierno sin reparar en
diferencias específicas. República en sentido moderno no es un término tan
genérico, aunque su precisión no sea la de la matemática. No fue ya como
para los humanistas, sinónimo de organización política, sino una forma
peculiar de ésta: la única por cierto en armonía con la dignidad del hombre.
(Diccionario Omeba, 1981: 742). Esta es su diferencia más relevante: ser la
única consistente con la dignidad, es decir, con la autonomía, con la tolerancia
y la libertad: la convivencia pacífica de las diferentes perspectivas, pluralidad
de intereses, sentimientos y pensamientos humanos. El mito republicano ha
demostrado su valor allí donde se ha hecho realidad, en Francia y Alemania
por ejemplo, puesta al servicio del concepto moderno de dignidad como valor
fundamental del derecho moderno: la capacidad de decidir la propia manera
de ser y vivir. El valor cuyo respeto sólo la República (o la monarquía
democrático constitucional) hace posible. La República es una forma de
gobierno adecuada a ese ser humano digno, hace posible la dignidad. El ser
humano como fin, no como instrumento. Como ser valioso en sí, como
persona.
4. LAICO O CONFESIONAL
Por otra parte, el Estado reconoce en ese artículo 50º la influencia cultural y
moral de la Iglesia católica en el pueblo peruano. Y también lo reconocemos
nosotros. Es más: declaramos que no hay ni ha habido, desde que Francisco
Pizarro entró a Cajamarca, mayor influencia institucional en la educación de
todas las clases y grupos sociales peruanos que la de la Iglesia Católica. En
consecuencia: ¿no hay derecho a pedirle cuentas educativas a la Iglesia por
eso mismo? A nuestro modo de ver y a juzgar por los resultados educativos
generales en el Perú, esa influencia no ha sido muy positiva, o no ha sido tan
importante cómo creemos. Sólo una de dos. Para reconocerlo basta responder
estas preguntas: ¿quién puede negar el calamitoso estado de la educación
peruana de hoy? ¿Y quién puede negar la poderosa influencia educativa de la
Iglesia Católica? ¿No hay aquí una relación inocultable e innegable entre esa
institución y el estado educativo del Perú? O ha influido mucho y hay que
sacar las consecuencias, o no ha influido mucho y no hay porque decirlo en la
Constitución, violando el principio de igualdad ante la ley, de no
discriminación.
5. HOMOFOBIA
¿QUÉ SE CELEBRA?
Dejando de lado por el momento lo que debe ser, abordaremos sólo lo que en
la práctica ocurre. Y lo que ocurre es que en la región, por ejemplo, sólo
hemos leído a dos colegas que han tenido actitudes críticas frente a los desfiles
escolares en estos últimos años. Es tan raro, que Jaime Estruch se sorprendió
gratamente al coincidir plenamente con el otro colega que se había ocupado
de dicho tema, Jorge Bedregal La Vera, excelente historiador arequipeño, a
cuyo punto de vista se sumaba felicitándolo. Nos alegra hacer lo mismo y
coincidir con ellos: Nos sumamos totalmente al criterio expuesto, señala
Jaime Estruch. Creo que en estos momentos de reforma educativa, también
debemos buscar creatividad no sólo en los alumnos, sino también en las
autoridades del sistema educativo (…) En el pasado, el famoso gallardete
militar sirvió para despertar rivalidades entre los planteles de la ciudad, más
no para despertar y fomentar el verdadero sentido patriótico del alumno (…).
El articulista sugiere muy atinadamente descubrir nuevos métodos que sean
eficaces y más de acuerdo con la formación cívico patriótica del escolar, sin
que tenga que alterar horarios, suprimir horas de clase, y sin que se tenga
que someter al masoquismo de un desfile con todos los inconvenientes que
suponen su organización, todo para halago de unas autoridades
cómodamente instaladas para ver pasar cadenciosamente a escolares
premiándoles con aplausos que representan muy poca cosa, para todos los
sacrificios de la preparación del desfile de una juventud que requiere otros
sistemas más significativos de formación cívico patriótica.
RITOS Y CEREMONIAS
Basta tener en cuenta la trágica terquedad con que los peruanos cometemos
una y otra vez los mismos errores para hablar con pertinencia de fijación,
aunque sea ampliando su sentido: en economía, en política, en educación, por
ejemplo. Por esa fijación por ritualización que constituyen los desfiles, se
descartan de hecho otras alternativas, sobre todo si son liberadoras. Se
prefiere repetir una vez más y siempre lo que siempre se hizo y en la misma
forma, o con otra. Lo importante aquí es que se le eduque a la gente en la
obediencia formalista. La alternativa a la sumisión es la liberación del alma
a través del lenguaje. Para Kobo este último es una estimulante clave de
individualización. La liberación es también encuentro y reconocimiento de lo
que uno mismo es como singularidad: El hombre ha llegado a utilizar como
signo estimulante no solamente los objetos o los acontecimientos, sino
también, simultáneamente, un signo de tipo digital que es el lenguaje. (1986:
49). El animal tiene un programa muy claro y preciso sólo que “cerrado”,
dice Kobo. Pero una vez que uno corta con ese programa cerrado encuentra,
gracias al lenguaje, la clave de un programa abierto que autoriza las
reacciones individuales, es decir, las de seres singulares, únicos e irrepetibles.
Un país ─o una persona─ es exactamente equivalente a la calidad con que sus
gentes se sirven del lenguaje. El lenguaje no sirve sólo para controlar al grupo
sino también para estructurarlo. Gracias a esta clave de individualización que
es el lenguaje, el hombre ha podido estructurar el grupo y realizar una
socialización compleja. (1986: 49). Eso no ocurre en los pueblos que no han
dado con esa clave. Allí los problemas de lenguaje no se reducen a la
paupérrima capacidad de lectura; empieza por la ignorancia de su
complejidad, de su carácter simbólico, es decir interpretable, laberíntico y
polisémico. La socialización compleja es lo contrario de la masificación
rebañega, que es enemiga de lo singular, de lo único e irrepetible, de la
persona humana. La sociedad civilizada, la sociedad democratizada, no niega
sino que reivindica y está conformada por una suma de personas, de seres
singulares que pueden vivir en comunidad. Y cuando no hay respeto a la
singularidad o a la diferencia, no hay respeto a la persona humana, que es
intrínsecamente singular.
7. CONCLUSIONES PARCIALES
Una contradicción como la que sufrimos (entre los valores de nuestro sistema
jurídico constitucional formal y los valores sociales realmente existentes)
genera inestabilidad política, que a su vez produce inseguridad jurídica,
pobreza y violencia, entre otras cosas, es digna de ser resuelta. José Carlos
Mariátegui, uno de cuyos libros se llama “Peruanicemos el Perú”, dijo algo
que sigue siendo válido hoy, que no hay salvación para Hispanoamérica sin
la ciencia y el pensamiento europeos. (1975: 57). Y dijo también: He hecho
en Europa mi mejor aprendizaje (1975: 58). Eso no lo hizo menos sino más
peruano, en el mejor sentido: en el de universalidad. Lo que no es posible
desde una mezquina visión nacionalista o regionalista, que parece más bien un
rezago de ancestral (falta de) mentalidad: tradicionalismo, vuelco al pasado,
rechazo al cambio, etc. Lo cual no significa que la globalización es una
bendición, depende de cada país en convertirla, o no, en una ventaja y eso
depende de la calidad de su educación: hay que dejar los dogmas e inventar
soluciones posibles.
¿QUIÉN ES LIBERAL? 10
Los Conjurados
Jorge Luis Borges,
10
Este ensayo obtuvo el segundo puesto en el “Primer Concurso sobre Pensamiento Latinoamericano” en
1994, organizado por la Fundación Alemana Fredrich Naumann y el Instituto del Ciudadano
1.- INTRODUCCIÓN
Si, como dice Escriche, la política fuera " El arte de gobernar dando leyes y
haciéndolas cumplir, con ciertos fines sociales....”, se podría negar estatuto
político a nuestros gobernantes, dadas sus poco artísticas actuaciones. Sin
embargo nuestros gobernantes seguirán siendo políticos, a pesar de sus
actuaciones y a pesar de la definición de Escriche. ¿Tenemos que
considerarlos artistas entonces? No necesariamente, salvo por sus afinidades
con la comedia y el espectáculo farandulesco televisivo, y no pienso solo en el
presidente actual. ¿Es inadecuada la definición de Escriche? No exactamente,
es platónica: la expresión de un ideal, no la descripción, explicación o
definición de una realidad. Este ensayo no se siente parte de esa tradición
platónica. No pretende decir cómo deben ser las cosas, sino lo que es singular
en el liberalismo como modelo o ideario político. Tal vez no resolvemos
algunos problemas porque no nos preocupamos de plantearlos claramente, no
los despejamos. Este ensayo no pretende resolver el problema del liberalismo
sino de plantearlo, de despejarlo, y de paso distinguirlo de eso que ahora se
llama neoliberalismo, con lo que tiene muy poco que ver, como se verá.
Para empezar digamos que la definición de Escriche sólo podría ser aplicable
a la actividad de los políticos que han logrado su objetivo: hacerse elegir.
Pero los otros, los perdedores, también son políticos. La política, —el
problema del poder y sus relaciones— excede el ámbito puramente estatal,
(gobierno, administración, legislación, justicia, represión, etc.). Las relaciones
de poder atraviesan todo el tejido social, a lo largo y a lo ancho. El poder,
como decía Foucault, se inscribe y reinscribe en las instituciones, en las
desigualdades sociales y económicas, en las familias, en los cuerpos, etc.
Algo análogo ocurre con el liberalismo. Si se le reduce a una formula de
Economía Política (libertad de mercado), se convierte en un estereotipo que
abstrae lo mejor de sí mismo: su fundamento ético (la tolerancia), filosófico
(el pluralismo), su amor por la libertad y el respeto del individuo, su
desconfianza frente al poder, su coriáceo realismo ( su menosprecio por la
avestruz en tanto animal político), etc.
3 - LIBERALISMO E IDEOLOGÍA
A pesar que “las formas extremas de esta creencia hayan derivado en las
perversiones criminales de la práctica política y en todas las formas de
persecución, la idea misma no puede ser revocada como un producto de
cerebros enfermos. Está en la base de toda moralidad tradicional y se
encuentra arraigada en una profunda e incurable necesidad metafísica,
surgida del sentimiento de una fisura interior y de la nostalgia de una mítica
unidad perdida”: la expulsión del paradisíaco vientre maternal, la caída en el
tiempo, la nauseabunda realidad. Y saber que todo terminará
irremediablemente. Esta nostalgia de absoluto sería la expresión de “un
impulso a descargarnos del fardo de la responsabilidad de nuestro destino,
transfiriéndolo a una entidad vasta, impersonal y monolítica: la naturaleza, la
raza, la clase, la historia, la sociedad, la ciencia, el Estado.” . ¡Y cuántos
dioses nuevos vendrán! (Nietzsche).
Pero así como no podemos echarle la culpa a Karl Marx de todo lo que
sucedió detrás de la “cortina de hierro” y de lo que sabemos antes y después
de la caída del muro de Berlín, la desaparición de la Unión Soviética, etc.; así
tampoco podemos echarle la culpa al liberalismo, al ideario liberal, (es decir a
las ideas de John Locke, de Rousseau, de Kant, de De Tocqueville, de
Montesquieu, de Diderot, de Kart Popper, de Vargas Llosa, de Kolakowsky,
de Octavio Paz, etc.) de lo que ocurre en el Perú de Fujimori o García, ellos sí
netos representantes de esa fea tendencia político económica. Pero si algo
existe que se pueda llamar neo liberalismo, está claro que no tiene casi nada
que ver con el liberalismo o con el modelo liberal. Las diferencias son tan
importantes que llegan al antagonismo: como el liberal Vargas Llosa y el neo
liberal Fujimori, ni más ni menos. ¿Qué pueden tener en común estos dos
peruanos? Ni siquiera es seguro que los dos sean peruanos.
¿Se puede decir que Fujimori y García son liberales, es decir, que sus valores
personales y políticos se basan en la libertad, la dignidad (autonomía), la
igualdad de derechos, en el espíritu democrático republicano? Creo que más
bien en el caso de Fujimori y García es exactamente lo contrario: son típicos
representantes del estilo de gobierno tradicional, autoritario y (neo)
conservador de siempre, que parece intrínseco al neoliberalismo (aunque uno
guarde las apariencias democráticas mejor que el otro). Y si es así: ¿qué tiene
que ver con el liberalismo? Somos una sociedad que rechaza la democracia
porque la democracia moderna es inmanente al liberalismo. Somos anti
liberales por excelencia, por identidad, lo reconozcamos o no. No se puede
ser un demócrata sin amor y respeto por la libertad, la independencia, la
dignidad, la igualdad de derechos, etc., porque la democracia es un sistema
jurídico político que se basa en esos fundamentos, no en el marxismo, ni en el
catolicismo. Rechazamos la modernidad y nos fingimos modernos. Queremos
ser modernos, sin dejar el tradicionalismo.
La revolución que nos saque del sub desarrollo no se fundará en la toma del
poder por el proletariado con el fin de eliminar la explotación y la lucha de
clases, sino en los valores modernos, que algunos (ex) izquierdistas han
abrazado vergonzantemente y no a la franca ─ como debía ser. Y por eso
también se produce ese menjunje de neoliberalismo con liberalismo, nunca
esclarecido, que es interesado (se niega o combate las ideas liberales,
solapadamente, al colocarlas en el mismo saco neo liberal) y nefasto para la
sociedad (se bloquea y retrasa su modernización).
7.- TOLERANCIA
1. INTRODUCCIÓN
En países como el Perú, hay un problema específico relacionado con los
derechos humanos que no se debate mucho entre los juristas dedicados a
esta materia. Y menos en el ámbito internacional. A los países llamados
desarrollados no les concierne, porque ya no es su problema o nunca lo fue.
Dichos debates y conceptos sobre derechos humanos, amén de las numerosas
obras y medios que los promueven, parecen altamente sofisticados en relación
a este problema específico sobre derechos humanos. No se ocupan de este
tercermundista problema de derechos humanos en los países primer
mundistas. ¿Cuál es ese problema particular? Respuesta: las dificultades de
conocimiento, difusión, identificación e internalización de esos derechos
llamados humanos (y los valores inmersos en ellos) en la mayoría peruana;
en todos los grupos sociales, empezando por la infancia y la adolescencia,
quienes no se identifican con esos valores democrático republicanos porque
no los educan con esos valores, sino con otros que corresponden más bien a
un abigarramiento ideológico predominantemente tradicionalista, aún no
desligado del pasado pre republicano.
En nuestro ámbito hispano andino, aunque haya matices, lo que predomina
es la ignorancia o la displicencia con respecto a los derechos humanos, aunque
hasta sus enemigos públicos recurran a ellos cuando se sienten afectados por
una supuesta o real violación o amenaza de esos derechos. Aunque luego
abominen de esos derechos, como esa abrumadora mayoría que apoya en
Trujillo a un policía que dirige “un escuadrón de la muerte” sospechosa de
asesinar delincuentes; o a esos que no están de acuerdo con la campaña de la
alcaldesa Villarán a favor de la igualdad de derechos efectiva para los
homosexuales. Lo que se estila de parte de los promotores de derechos
humanos, es criticar las violaciones y defender jurídicamente a las víctimas.
Eso está muy bien, pero siendo un gran problema en países como el Perú,
que los valores en que se fundan esos derechos humanos no coinciden con los
valores sociales realmente existentes, con los valores en los que dice creer o
cree esa mayoría abrumadora ¿no deberíamos empezar por aquí tal vez?
En todo caso, no parece impertinente que alguien se ocupe, aún de manera
inicial, hipotética y suscinta, de este asunto: los derechos humanos no están
internalizados en la conciencia o sub conciencia de la mayoría peruana, no son
parte de su identidad, de sus creencias, valores o paradigmas. ¿Por qué esta
mayoría (incluidos muchos profesores de derecho) no internaliza los valores
implicados en los derechos humanos, que son principios generales de
derecho y de comportamiento humano para el Perú? ¿Por qué no se vuelven
asunto personal en el Perú? ¿por qué no se vuelven nuestros? El alma
predominantemente católica y tradicionalista siempre preferirá sus valores en
caso de incompatibilidad con los valores modernos. Y no es infrecuente.
Algunos peruanos trataron de conciliarlos infructuosamente: sus principios
mutuos son incompatibles. Y de ahí la mescolanza y la inconsistencia (se
busca la modernidad sin dejar el tradicionalismo, por así decirlo)
La cuestión entre nosotros es quién educa al educador, quién moderniza al
modernizador, quién democratiza al democratizador. Si, como dijo Douglas
North, lo decisivo en la vida social son los esquemas mentales, paradigmas,
creencias o valores de aquellos que toman las decisiones, se deberían estudiar
con más detalle las dificultades ideológicas para el arraigo social de los
derechos humanos en países como el nuestro, cuya colectividad se funda en
valores básicamente pre modernos: tradición, pasado, autoridad, orden,
repetición, etc.11 Queremos contribuir, junto a otros, a pensar en los
problemas de derechos humanos desde la perspectiva de la educación del niño
y del adolescente en un contexto específico: el hispano andino.
En el Perú se requiere una pedagogía básica y de calidad para niños y
adolescentes, sobre derechos constitucionales o humanos, porque no la hay:
una cultura cívica, que no hay que confundir con la “educación cívica” del
colegio, que no es educación y no es cívica, que se mezcla con una
pedagogía tradicional (basada en valores incompatibles con los valores
democráticos) que siempre deviene predominante. Una cultura cívica se basa
en los derechos de los ciudadanos, está fundada en los valores que se
suponen de todos ellos sin excepción: los valores constitucionales: dignidad,
igualdad, libertad. Se llaman cívicos de civitas, de ciudad, de ciudadano: es
11
Lo cual no quiere decir que haya consecuencia con ellos, que se viva conforme a ellos.
decir, de quien ha aprendido a convivir con otros seres libres e iguales ante el
derecho en la ciudad: civilizado. No hay ni podrá haber una “cultura cívica”
en el Perú, mientras a los niños peruanos se les ofrezca un mal y corto
simulacro de “educación cívica” y catecismo a todo pasto juntos y revueltos.
La cultura cívica no se puede fundar en valores tradicionales propios de “hijos
de la Contrarreforma” (Octavio Paz), es decir, de seres bien poco
democráticos en todas las esferas de la vida social, política, laboral,
doméstica, cultural, educativa, etc. ¿Se revisan críticamente los paradigmas
realmente existentes en educación?
Una cultura que no confunda derechos humanos, basados en valores
modernos (dignidad, libertad, igualdad de derechos, por ejemplo) con la
caridad o la compasión cristiana por los pobres o desheredados, el
paternalismo o asistencialismo, como ocurre en algunas instituciones o
grupos políticos. Esa confusión se transmite y se vuelve imagen mayoritaria y
los derechos humanos integralmente entendidos, se vuelven fantasmales,
porque se reduce el todo a un aspecto excluyente: desde la derecha, la
izquierda y el centro. Sin embargo, la libertad y la dignidad no pueden
excluirse en aras de la igualdad, como ocurre en Cuba por ejemplo. Y no es lo
mismo valores democrático liberales que valores cristianos, aunque sean de
izquierda democrática. No se puede ser demócrata sin amor por la libertad,
porque la democracia es un sistema político que está hecho para protegerla y
promoverla. Como decía el excelente escritor peruano Rafael León: “La
mayor dificultad que enfrentan los grupos que promueven los derechos
humanos es la imagen que proyectan ante la opinión pública”. ¿Cuál es esa
imagen? Justamente, la de la izquierda (democrática) cristiana. Esa que
representan en forma brillante Susana Villarán (alcaldesa de Lima) o Rocío
Silva Santisteban (nueva secretaria de la Coordinadora Nacional de Derechos
Humanos en el Perú). Hay un sesgo muy fuerte hacia la igualdad, en
detrimento de la dignidad y la libertad, que colisionan con el catolicismo a la
peruana. Habría que pensar primero en los escollos decisivos que hay que
vencer para despejar el camino hacia la internalización de valores modernos
y la construcción de una sociedad desarrollada o civilizada a la peruana. Lo
que es seguro, y parece consensual, es que la educación es el factor
determinante; en consecuencia los niños y adolescentes constituyen la
humanidad esencial, el campo en el hay que trabajar por una cultura cívica de
verdad.
La democracia es un sistema basado en la protección de la libertad de las
personas, no en los valores pre republicanos que aún están vivos y coleando.
Una educación cívica es una educación a partir de los valores de la
constitución democrática republicana. Este trabajo quiere centrarse en esos
principios esenciales de la Constitución, pensando en ese enorme público
infantil y juvenil peruano que no tiene mucha idea de ellos por las razones
que dimos antes y porque los canales de difusión no existen o están
bloqueados o distorsionados o no hay emisor interesado. No quiere ser un
trabajo de vulgarización (democratización no debe ser sinónimo de
vulgarización) aunque pretende ser lo suficientemente claro para ponerse al
alcance de ese público estudiantil en formación, que jamás ha tenido una
educación cívica.
Y si de repensar en los derechos humanos en relación a niños y adolescentes
se trata, no se puede soslayar en esta reflexión la infaltable e indiscernible
visión del mundo y de la vida del que defiende, reflexiona, habla, escribe,
ataca, u opina sobre ellos, la perspectiva involucrada en sus ideas y actitudes
respecto a esos derechos: sus paradigmas. Esto también se suele llamar
“ideología”, pero hay que aclarar el sentido en cada caso. Son, o no,
sinónimos, dependiendo de lo que entendamos por “ideología”. Unos usan el
vocablo como sinónimo de cosmovisión, ni más ni menos. En este caso los
conceptos permanecen indiferenciados. Pero también se usa el término
“ideología” en forma más restringida, en sentido peyorativo o despectivo,
según la tradición hegeliano marxista (como falsa conciencia, enajenación,
manipulación, adoctrinamiento, etc.)
En el primer caso (la ideología como sinónimo de cosmovisión) no hay
ningún problema, porque todos tenemos una y en ello no hay nada
reprochable. Es inevitable además. Pero no todos, aunque si una enorme
mayoría nacional, siguen una (abigarrada) ideología en sentido peyorativo,
como doctrina, como dogma eclesiástico. Y es que la educación mayoritaria es
dogmática, acrítica, autoritaria, repetitiva, tediosa, etc. Sin embargo, no todos
los seres humanos están “ideologizados”, “adoctrinados”, “concientizados”,
etc., en este segundo sentido. Y muchos que lo estuvieron ya no lo están: la
crítica y la autocrítica los sacaron de ese estado mental.
El nombre no es lo importante, sino el actual fenómeno masivo de
manipulación, agravado con la potencia de los medios visuales, generalmente
mal utilizados en nuestros países. También del tema de los derechos humanos
se puede hacer una ideología. Sin crítica y autocrítica, sin constante
renovación, aún los defensores de causas nobles se pueden dogmatizar y
burocratizar y los derechos humanos banalizarse y volverse inocuos en manos
de la politiquería.
INTRODUCCIÓN
Mucho de los más avanzado en derechos humanos se da, sin duda, en la lucha
por los derechos reproductivos y sexuales, en los problemas de bio poder
vinculados, no por casualidad, con las actividades médicas, la salud y el
cuerpo. Y pone en cuestión las creencias más hondas de las sociedades seudo
modernas, en el meollo de sus paradigmas esenciales y en su cuerpo y su
vida misma. En una sociedad que se considera democrática, esas discusiones
deben tener como criterio fundamental los valores prioritarios de la
Constitución: la libertad, la dignidad, la igualdad de derechos o no
discriminación. Lamentablemente ese no es nuestro caso. Se aceptan
“argumentos” extra jurídicos (morales y religiosos por ejemplo) en
discusiones que son exclusivamente jurídicas, especialmente en toda la
temática respecto al bio poder.
El abordaje del problema puede ser muy específico, como en este caso,
tratando de que el punto elegido se expanda lo suficiente como para lograr una
visión más comprehensiva y concreta de los derechos humanos, sin dejar de
pensar en un público bisoño. En este caso el punto es “el núcleo de los
derechos humanos”, ese cogollo de valores sobre el que existe un consenso en
los países democráticos: “el núcleo de certeza”, le llaman otros. Es innegable
que con la noción de “derechos humanos” hay problemas de ambigüedad, de
connotación y denotación, de polisemia y sinonimia, etc. Hay confusión en
relación a términos semejantes, como “derecho natural”, “derechos
individuales”, “derecho moral”, etc. Pero dejamos momentáneamente
irresuelta la polisemia para ir directo al grano: hay un “contenido mínimo” (
Luis Prieto Sanchis, “Sobre principios y normas. Problemas de razonamiento
jurídico” Cuadernos y debates. Centro de estudios constitucionales, Madrid,
1992), o “puntos comunes” o “coordenadas” (Carmen Barranco Avilés. “El
discurso de los derechos” Instituto de Derechos Humanos Bartolomé de las
Casas. Dykinson, 1996).
MARCO HISTÓRICO
Uno de esos rasgos que hacen que podamos hablar de la existencia de los
derechos humanos es el referente a una situación histórica determinada, de tal
manera que si a los derechos humanos se les colocara en “un marco histórico
que les es ajeno”, por ejemplo en un marco teocrático (como el Imperio
Incaico) se convertirían en algo distinto, como señala Carmen Barranco. Es
decir, en algo que no son derechos humanos sino otra cosa que tal vez no
pueda considerarse siquiera como “derechos”. Los derechos humanos no son
meras normas legales dadas por el poder constituido, sino Principios
Generales de Derecho basados en valores democráticos, dados por el poder
constituyente. Esos principios son “conceptos o proposiciones que informan la
creación, aplicación, estructura y contenido de las normas jurídicas” (“El
sistema jurídico”, Marcial Rubio Correa, Fondo Editorial PUCP, 2003.
Lima).
¿Qué otros elementos contiene ese núcleo? Por lo menos para Luis Prieto
Sanchís, el primero es que los derechos humanos constituyen “el vehículo que,
en los últimos siglos, ha intentado conducir determinadas aspiraciones
importantes de las personas, desde el mundo de la moralidad a la órbita de la
legalidad”. (op.cit). Aunque en general estoy de acuerdo con esta idea del
reconocido jurista español, personalmente interpreto sus palabras como un
paso del mundo ideológico medieval al mundo de las modernas convicciones
éticas provenientes de la filosofía moderna, a partir de la Reforma y la
Ilustración: la órbita moderna de lo jurídico, distinta de la moral y la religión.
“La moral es el conjunto de valores y de conductas que una persona o una
sociedad sanciona como positivas o negativas; la ética, por su parte, es la
reflexión del por qué son esas conductas y no otras (...) La moral es algo más
bien fáctico; es aquello que de hecho se respeta y se acepta como bueno
acríticamente, sin comparación con los valores de los vecinos y sin búsqueda
de fundamentación. La ética, por el contrario, intenta fundar y, a la vez,
orientar las comparaciones (...)” (Fernando Savater, “Los caminos para la
libertad” Ética y educación, Pág. 73. FCE, Méjico).
2.1 Dignidad
¿Por qué se considera la dignidad como fundamento de los derechos
humanos? ¿Por qué está tratada en nuestra Constitución y en otras en su
primer artículo? ¿Por qué esa eminencia? Antes hay que hacer presente, por si
acaso, que no hablamos de “dignidad humana” porque la dignidad sólo
puede ser humana y nada más. Decir “dignidad humana” es una redundancia.
Sólo el hombre es digno en el sentido que se da a la palabra “dignidad” en la
vida jurídica moderna, inspirada en la idea de Kant y que aún es ´rara avis´ en
nuestra tierra. ¿Cuál es ese sentido? ¿Y por qué sólo el ser humano es digno?
¿Y digno de qué es el ser humano?
En tanto ser libre y consciente, actual o virtualmente, el humano moderno,
emancipado de la tradición, del pasado y de toda autoridad mental, empieza a
pensar con su propia cabeza y a considerar la posibilidad de estar solo como
especie pensante y, por consiguiente, de ser único dueño de su destino, sin
que esto signifique negar la influencia, el azar y las mil contingencias. Todo
esto a partir de la idea moderna de que, en tanto especie e individualmente, es
única, es decir, no clasificable: sui géneris. Ni natural ni divina. Y así llega a
la convicción que no sólo puede hacerlo de hecho sino que tiene derecho a
decidir sus propios fines o metas, autónomamente. Es más, en tanto ser libre,
no puede evitarlo; ya sea porque no puede soslayar decenas de decisiones
diarias, o porque no va a permitir que otro u otros decidan por él, o porque de
permitirlo sería también el producto de una decisión: la perezosa decisión de
admitir que otros decidan por nosotros.
2.2 Libertad
Según Isaiah Berlín, hay como mínimo doscientas nociones de libertad. ¿Qué
hacemos frente a esta explosión de sentidos? Si no estamos en capacidad o no
es posible sintetizarlas, sólo queda escoger una o más nociones para aplicarlas
en temas precisos de acuerdo a objetivos precisos y con conceptos todo lo
más precisos que se pueda. Eso es lo que intentaremos aquí: tomar dos
sentidos de la palabra libertad. Ni los únicos ni los más correctos, sino los que
parecen pertinentes en este caso.
2.3 Igualdad
Uno de los rasgos de genialidad de los griegos es la creación del principio de
“isonomía”. Fue una verdadera revolución contra natura. Como no tenían un
pelo de tontos, sabían de las diferencias humanas de todo tipo y calibre:
inteligencia, fuerza, sensibilidad, generosidad, estatura, anchura, etc. A pesar
de esa conciencia, o gracias a ella, ellos determinaron libérrimamente que
podían acordar por propia voluntad considerarse iguales ante la ley, aunque
fueran en muchos aspectos desiguales. Lo importante es lo que hay de común
en todos los seres humanos. Es verdad que en ese entonces eso se aplicaba
sólo a los ciudadanos, y no todos lo eran: las mujeres y los extranjeros, por
ejemplo, estaban excluidos. Pero el principio de igualdad ante el derecho
había sido creado. Como corolario de ello ahora tenemos el derecho a la no
discriminación, y en los países democráticos han desaparecido los privilegios
antes legitimados. En el derecho internacional los extranjeros tienen los
mismos derechos que los nacionales. El problema con el derecho a la
igualdad es que no es fácil compatibilizarlo con el de libertad en los países
del Tercer mundo.
3. RELACIONES INDIVIDUO-ESTADO
Más adelante la misma jurista añade una idea a ese “núcleo”, que nos ayuda a
descartar posibilidades de confusión. Según ella, “los autores que coinciden
en tal núcleo, parten de una determinada concepción de las relaciones entre el
individuo y el Estado que presupone una determinada organización del
poder, que va a ser la de la democracia y el Estado de Derecho”. 13 Y esa
organización del poder supone una concepción del mundo y de la vida y, en
consecuencia, unos valores cuyo centro creador y receptor es la persona
humana. Se puede decir, por ello, que sin el concepto de “persona”, es decir
un ser singular, único, irrepetible, como somos todos y cada uno, no es
posible ni la idea ni la existencia de derechos humanos, ni esa relación
particular del individuo frente al Estado.
Es la (auto) conciencia de la singularidad, de la diferencia, de la persona, lo
que ha llevado a la creación de derechos que protejan ese rasgo esencial de la
condición humana, que el Estado debe abstenerse de violar, lo cual requiere
de alguna garantía que no la puede dar una teocracia, ni una monarquía
absoluta, ni un sultanato, ni una dictadura, ni una tiranía, etc. La democracia
se ha concebido para proteger esa esencia singular, única e irrepetible, recién
reconocida jurídicamente en la modernidad. Y como el conjunto de personas
13
M. del Carmen Barranco Avilés. El discurso de los derechos: del problema terminológico al debate
conceptual. Fondo Editorial Instituto de Derechos Humanos Bartolomé de las Casas. Dykinson, 1996.
se llama colectividad, no hay oposición irremediable y necesaria entre
individuo y colectividad, es una distinción abstracta, no una separación física
concreta. Esa oposición dio lugar a discusiones bizantinas en otras épocas,
como la de quién era primero. Nuestra Constitución no deja dudas: “La
persona humana y su dignidad son el fin supremo de la sociedad y del
estado”. Para no dar la impresión de dualidad (persona humana- dignidad),
podría decirse que la dignidad de la persona humana es el fin supremo de la
sociedad y del Estado.
No es posible concebir los derechos humanos prescindiendo de esa particular
relación de la persona con el poder político, en el que éste es o debe ser
necesariamente controlado, mediante un sistema que garantice ese control: la
democracia. La democracia es esencialmente control del poder, como dijo
Karl Popper. Eso lo define y no las elecciones, por ejemplo. Por eso se puede
decir que en muchos países atrasados o subdesarrollados del tercer o cuarto
mundo, apenas sí existen los derechos humanos, porque no son paradigmas
populares y no hay efectivo control sobre el poder, aunque estén mencionados
en el papel constitucional, no hay el contexto ideológico-social suficiente para
hacerlos posibles o es demasiado frágil. Como no existieron tampoco en la
misma Europa occidental antes del Renacimiento. Una prueba más de que
estos derechos no tienen nada que ver con la naturaleza. Un rasgo más de su
historicidad. Sólo aparecen en determinadas condiciones cuando aparecen de
verdad, cuando devienen predominantes en una colectividad, como las de los
países llamados desarrollados.
Se cree todavía que pueden haber existido derechos humanos incluso en el
Incanato (como alguien lo sostuvo). La utilidad de ese “núcleo de certeza” se
encuentra en que permite un criterio para asegurar, cuándo el uso de los
términos “derechos humanos” no es adecuado. En ese caso anecdótico se da
una extrapolación inaceptable. En un contexto teocrático, como el incaico, no
eran posibles los derechos humanos, que no son sólo unos escuetos derechos
sino una larga historia previa y un sistema que los hace posibles y los
garantiza: la democracia. El modelo teocrático, agrega Prieto Sanchís,
“concibe al individuo como un mero agente del plan divino, sometido en todos
los aspectos de la vida al cumplimiento de una ley superior”. Da la impresión
que no hemos salido todavía de esta etapa incompatible con la democracia
moderna.
4. PRINCIPIUM INDIVIDUATIONIS
En consecuencia, antes del siglo XVIII, es decir, antes de las revoluciones
americana, inglesa y francesa, no se puede hablar de derechos humanos
seriamente. Éstos son la consecuencia histórica de un proceso europeo en cuya
conciencia colectiva germinaba el principium individuationis, cuya
importancia no debe soslayarse o confundirse con el “individualismo”, que es
derivado y peyorativo: “individualismo” no es sinónimo de “individualidad”.
Los derechos humanos son la consagración jurídica de ese principium,
plasmada en el citado artículo uno de la Constitución. El ser humano es
singular, como especie, frente a otras especies y como individuo frente a los
otros individuos (no un ser indiferenciado, parte de una masa o rebaño, por
más que muchas veces haga todo lo posible) Esto no lo hace enemigo de los
demás , que también tienen derecho a la diferencia. Distinción o diferencia no
significa exclusión o rechazo del otro.
Al europeo que incubó los derechos humanos le ha costado siglos, desde las
invasiones bárbaras, de experiencia, guerras, conflictos, dificultades y
sufrimiento, alcanzar ese estadio en que, como decía Kant, Europa occidental
entra en la edad de la razón. Eso porque toma conciencia de su autonomía, a
través de la clase aristocrática en primer lugar, de su libertad, de su dignidad
y de sus responsabilidades como ser humano, como civilizado habitante de la
ciudad. Sólo al conjunto de ciudadanos —no de súbditos— se le puede llamar
civilización. Si eso pudo ocurrir en el siglo XVIII y no antes, se debió
obviamente a que no estaban dadas “las condiciones objetivas y subjetivas”
(era el lenguaje de los camaradas leninistas en los setentas). No se trata de un
hecho natural sino histórico. Y por eso seguramente a nosotros, como países
hispano andinos, nos cuesta tanto civilizarnos, es decir modernizarnos en
política, en economía o en educación. Una expresión de ello es que nuestra
“cultura cívica” está por los suelos, tanto la escolar como la extra escolar.
Doble herencia premoderna: autocracia y teocracia. Consecuencia: no hemos
adoptado los valores modernos.
Si esas condiciones se hubieran dado antes la Revolución Francesa se hubiera
dado antes, es obvio. Otra cosa sucedió entre nosotros, donde las ideas
democráticas y republicanas, es decir modernas, fueron colocadas de emplasto
por las élites criollas, sobre una realidad colonial, dependiente y premoderna
que tenía poco de lo que fue la realidad francesa al momento de la
Revolución, por sus valores, esquemas mentales, creencias, etc. Son sus
expresiones el despotismo, el autoritarismo, el conservadorismo con o sin
barniz moderno, el paternalismo, la fácil credulidad, los abundantes
prejuicios, la superstición, el machismo, etc. Esto es indesligable del pésimo
nivel educativo que caracteriza al país (según UNESCO por ejemplo).
Si no hubiera sentido de individualidad (sino una pura masa gregaria) no
habrían personas, seres singulares cuya dignidad defender. Porque la
dignidad, que es el principio en el que se sostiene todo el edificio de los
derechos humanos, supone la defensa de la singularidad y la consecuente
autonomía para decidir nuestros propios fines, como hemos visto. Tampoco
sería necesario proteger un valor como la tolerancia, que sólo adquiere sentido
donde los diferentes, los singulares, es decir, todos los seres humanos
concretos, tienen necesidad de convivir con el otro, respetándolo y
respetándose en sus derechos, a pesar de las diferencias ideológicas, de
intereses y otras.
Sabiéndose una “esencia singular”, el humano moderno tiene que construir
un sistema político en el que puedan entenderse personas con diferentes
maneras de ser y de pensar, diferentes intereses, rasgos y tipos. Por eso la
tolerancia, como conciencia y respeto a la inevitable diversidad de
perspectivas humanas, es fundamental. No se soporta sino que se comprende.
En el sistema moderno parlamentario todas las fuerzas sociales pueden
participar, es de esencia pluralista: otro rasgo de modernidad que viene de la
cultura clásica, preparada por la religión politeísta. Ese sistema sólo puede ser
uno donde el poder es descentrado y dividido, con un gobierno temporal
limitado y controlado. La Constitución y las leyes deben estar por encima de
los hombres, de los que tienen poder político como de quienes no lo tienen.
Sin estas condiciones como presupuesto no se puede hablar de derechos
humanos, porque esa persona no estaría debidamente garantizada.
Lamentablemente la puesta en práctica de la tolerancia supone una
mentalidad pluralista, muy difícil de encontrar en una cultura monista: una
sola verdad, una sola moral, un único camino absoluto, una sola manera
correcta de vivir, etc.
Lo que hubo entre los Incas o los señores feudales no eran derechos sino
privilegios. Para que haya derechos humanos tienen que ser para todos los
seres humanos, sin excepción. El medieval “derecho de prima note”, por
ejemplo, no era ni podía ser estrictamente un derecho, en sentido democrático
moderno, sino una gracia que se otorgaba el señor a sí mismo por el mero
hecho de poder hacerlo. Era una cuestión de fuerza, nada más. El derecho no
es y no puede ser pura fuerza, puro poder, porque dejaría de ser derecho. En
pocas palabras, cuando se habla de derechos humanos se habla de ciertos
valores, principios o ideales modernos con pretensión de universalidad que,
como derechos para todos los hombres, nunca antes existieron en la historia.
En ninguna época se ha aceptado reconocer derechos para todos los seres
humanos por igual, como la libertad, la igualdad, y la dignidad. No se trata
de cualquier derecho creado por el poder político de turno, sino de ciertos
derechos que tienen la categoría de principios y que no excluyen ni deben
excluir a nadie por más diferente o distinto que sea. Norberto Bobbio
comentaba al respecto, con su reconocida lucidez: “No sé si nos damos cuenta
de hasta que punto la Declaración Universal representa un hecho nuevo en
cuanto por primera vez en la historia un sistema de principios fundamentales
de la conducta humana ha sido aceptado libre y expresamente, a través de sus
respectivos gobiernos, por la mayor parte de los hombres que habitan la
Tierra”. En el incanato, por ejemplo, hubo un cierto orden jurídico, una cierta
organización del poder, pero no democrática ni republicana y eso significa sin
derechos humanos. Lo cual no es un reproche a los Incas sino una descripción,
un juicio de hecho, no de valor. Sería tonto acusar a los Incas de poco
democráticos.
5. DERECHO NATURAL
En una encuesta entre profesores de una Facultad de Derecho regional, nadie
puso en cuestión la existencia del “derecho natural”. Resultó de ella que todos
eran de clara tendencia jus naturalista, consciente o inconscientemente, menos
uno que declaró que la existencia del derecho natural era un tema discutible.
Los jusnaturalistas sostienen que los derechos humanos son inherentes a la
“naturaleza humana”. Esto es muy importante, porque la concepción sobre
derechos humanos decide las prácticas relacionadas con derechos humanos.
El jusnaturalismo pre moderno, es una especie de cordón umbilical que sirve
de coartada a ciertos grupos, para asociar indebidamente los derechos
humanos con el cristianismo católico en el Perú.
“Derecho natural” no es adecuado como sinónimo de derechos humanos.
Para quienes creen en su existencia (el jusnaturalismo es un asunto de fe) el
derecho natural, como se dijo, es un conjunto de normas o derechos
intrínsecos a la naturaleza humana. Es decir que vienen con el hombre desde
que el hombre es tal, desde el primer homo sapiens suponemos, o lo que se
llame. Por tanto, según esa posición podemos deducir que para ellos los
derechos humanos son normas o derechos no creados por el hombre mismo,
por cuanto aparecen con él en tanto inherentes a él. Todos nacemos con
nariz, pero nadie ha creado su propia nariz, ella sí natural aunque modificable
artificialmente, ella sí (la nariz) inherente, que no quiere decir “interna” sino
“propia de…”. Sin embargo, si alguna vez no existieron los derechos
humanos y si no existen actualmente en muchas naciones, es porque en algún
momento histórico son creados, lo cual descarta, una vez más, su carácter
natural o divino. Son simplemente humanos. ¿Por qué llamarlos naturales?
¿Por qué la naturaleza y no la artificialeza, como dice el gran polígrafo
peruano Marco Aurelio Denegri? Y si la naturaleza es creación de Dios ¿por
qué no llamar divinos a esos derechos?
Un jusnaturalista tendrá que explicar por qué se llama “humanos” o “del
hombre” a estos derechos si se les considera naturales, es decir, no creados
por él. ¿Quién los creo entonces? ¿la naturaleza? ¿la naturaleza puede dictar
normas obligatorias a los hombres? ¿cómo es posible una norma natural? ¿lo
natural no es lo producido por causas, como la lluvia? Sólo queda una
posibilidad una vez que eliminamos al hombre y la naturaleza como fuentes
originales de derecho: Dios ¿Por qué llamarle (derechos) humanos entonces?
Y si nadie creó esas normas ¿por qué llamarle derecho y no naturaleza
simplemente?, ¿por qué “derecho natural”?, ¿el derecho no es
exclusivamente humano, es decir, histórico y social?, ¿cómo puede ser algo a
la vez histórico y natural?, ¿no es una contradicción en los términos? Bobbio
agregaría: “Hoy sabemos que también los derechos denominados humanos
son el producto no de la naturaleza sino de la civilización humana”. Y por eso
concluimos con la historicidad de los derechos humanos.
6. HISTORICIDAD
La historicidad del derecho no sólo se da en cuanto producto de un espacio-
tiempo y que está impregnado por él (todos somos, a pesar de las notorias
diferencias entre contemporáneos, hijos de nuestro tiempo) alude también a
un ser particular que no se puede considerar esencialmente natural, porque no
tiene carácter homogéneo generalizable, repetitivo, constante, inconsciente,
ciego; sino historia, conciencia y libertad, es decir espíritu. Lo humano se
está haciendo a sí mismo en cada momento. Siendo consciente y libre, al ser
humano no le queda más remedio que tomar decisiones a cada momento y
así hace su propia historia. Eso no es natural.
Y como no está jamás definitivamente concluso y acabado, el ser humano es
solo un proceso: el proceso de sus actos, como dice Antonio Gramsci. Por
eso no siempre sigue el orden natural sino su voluntad, sus creencias, sus
razones, sus prejuicios, sus normas, sus valores o anti valores; nada que sea
natural. Historia es conciencia del presente a través del examen del pasado y
conciencia es libertad. El hombre no es súbdito de cualquier reino de la
naturaleza, como los animales, vegetales y minerales, sino un ser espiritual,
libre y consciente de sí, un ser histórico. Y así como sostenemos que historia
y naturaleza son distinguibles, también sostenemos que son inseparables.
Dicho de otro modo, el hombre no es un animal, no puede pertenecer a esa
familia ni a ninguna otra porque es un ser sui géneris: participa de la
naturaleza y viene de ella, pero también es espíritu. En consecuencia, no se
puede hablar tan ligeramente de “animal” cuando se habla de este ser con
espíritu, porque un animal espiritual es una contradicción, sin contar con que
“lo espiritual” es lo que lo define específicamente. Un ser con espíritu
incorporado: hecho cuerpo. Ni natural, ni divino, el hombre, “unidad
psicofísica”, es un puente entre ellos, aunque no al servicio de ellos. Un
puente que puede hacer posible la superación del ser humano mismo.
LA PENA DE MUERTE
Y EL CHAPULIN COLORADO14
14
Publicado el 6 de noviembre de 2017.
La idea básica de los demasiados militantes y gentes de espíritu fujimorista
en el Perú de hoy, frente a la pena de muerte, es: “viva la pena de muerte y
que el derecho se vaya al carajo” porque “primero están los niños violados
que un simple tratado”. Como si un tratado existiera independientemente de
los seres humanos y de los Estados que lo constituyen. La misma actitud que
esa mayoría adopta cotidianamente: todavía no llega a entender la necesidad
suprema del derecho para la subsistencia civilizada de cualquier colectividad
humana, y en primer lugar la colectividad internacional. Y la imperiosa
necesidad de cumplir los acuerdos cuando se han ratificado y firmado, que
inauguró el derecho moderno: pacta sun servanda, que quiere decir, los
contratos se han hecho para cumplirse. Con la palabra, cuando uno la da,
compromete todo su ser. El lenguaje es la expresión del espíritu.
Por eso tanta trafa, tanto fraude, tanta mentira, tanto formalismo, es decir,
tanta cultura bamba, tanta corrupción, tanta delincuencia. La anomia peruana
se expresa en la facilidad y el placer que le causa al peruano mayoritario violar
cualquier tipo de norma social, jurídica o no. Ese estado mental pre moderno,
o pre republicano de “hijos de la Contrareforma”, se expresa en el apoyo
entusiasmado a la pena de muerte que, así entendida y sentida, es pura y dura
venganza. Y la venganza representa una concepción del derecho sino
primitiva, por lo menos demasiado arcaica para llamarse republicana y
democrática. Tenemos que ir hacia adelante y no hacia atrás, es decir, hacia la
barbarie y el salvajismo.
Por otra parte, si se pide la pena de muerte ¿dónde queda el fin de la pena en
el derecho que, se dice, es la resocialización o reintegración social del
delincuente, si vamos a aplicar el Ojo por Ojo, la mera y nuda venganza?
Confundimos nuestros deseos e ideales con la cruda realidad. La consecuencia
de abandonar ese tratado es el de convertirnos en países parias internacionales
que han traicionado el primer principio que inauguro el derecho moderno,
cuando Dios dejo de ser el fundamento esencial del derecho: PACTA SUN
SERVANDA, los contratos se han hecho para cumplirse. Y quieren dejar
desamparada a esa mayoría peruana que no tiene quién la defienda. “Es una
putada”, como se dice en España.
Es triste comprobar como una mayoría peruana, azuzada por los demagogos,
quiere suicidarse jurídicamente al depender solo del tremebundamente
inseguro poder judicial peruano. Los dioses no lo permitan.
IV
CULTURA
FRAGMENTOS DE UN DISCURSO AMISTOSO
(UNA POLÉMICA SOBRE DERECHO Y LITERATURA)
El pez en el agua
Mario Vargas Llosa
INTRODUCCIÓN
Quizá por lo compleja y hasta nueva (en nuestro medio regional), creo que en
esta discusión no están claramente establecidos los “puntos controvertidos”,
como se dice en el juzgado. Eso es lo primero que se tendría que hacer para
que la discusión sea más fructífera, hasta que ese entrecomillado sea claro y
distinto (como pide el “Discurso del método”) los puntos controvertidos tienen
que estar claros. Eso implica que uno opina sin malicia o dolo, pero también
sin temor a las consecuencias que pueda ocasionar la propia opinión, que
siempre podrá ser contestada, replicada y duplicada. Si hay buena fe, todo
debe poder decirse. Una opinión no es una verdad. Eso hace posible la
tolerancia. Basta con poner sobre el tapete las ideas y guardar el debido
respeto y la cortesía. Se intenta aprovechar el libre cambio de ideas, mientras
se pueda. Por lo demás, es poco inteligente hacerse de enemigos gratuitamente
haciendo críticas malévolas, o sea sin fundamento. Al revés: la polémica evita
el uso de la fuerza bruta, es condición insoslayable de la paz, porque hace
innecesaria la violencia. Polemizan las ideas, más que los amigos. Mientras
más polémicas o discusiones, mejor para todos. Ahora al grano.
Otra interrogante que plantean estas aseveraciones de Willard Díaz tiene que
ver con el estatuto de la “teoría literaria”. Lo que entiendo es que la teoría
literaria tiene por objeto la literatura: la lectura, la interpretación y juicio
crítico de las obras literarias: novela, cuento, poesía y tal vez ensayo y del
discurso crítico sobre ese juicio, que puede ser muy creativo (en un posible
devenir literatura). Su objeto es, en consecuencia, un objeto artístico: la obra
literaria. Su función básica es valorativa, estimativa, tanto en el que crea como
en el que critica o hace teoría literaria; no explicativa, representativa o
“reflejo” de la realidad. Más que científica (disciplina cognitiva especializada)
es hermenéutica. Los signos y los símbolos no reflejan nada, no tienen sentido
sin interpretación subjetiva, no son concebibles sin intérprete. El lenguaje es
signo y símbolo a interpretar. El autor y el lector crean sentido al interpretar.
La interpretación no es una operación cognitiva, científica, que se sepa. ¿La
literatura o su crítica o su teoría pueden considerarse ciencias u objetos
científicos?, ¿se les puede aplicar el método científico, suponiendo que haya
un solo método científico a priori?, ¿la literatura, o su crítica, son disciplinas
del conocimiento esencialmente?, ¿Vargas Llosa es un científico cuando hace
crítica literaria en La orgía perpetua, o en Utopía arcaica, o en su libro sobre
Víctor Hugo, Onetti, etc.?
El lector puede leer por distintas razones válidas, algunas más acá o más allá
de la teoría literaria, siendo la principal el goce o el placer de leer. Y como se
trata en particular de la novela, “el corazón de la expresión literaria moderna”
(en el corazón de nuestros problemas premodernos) empezamos, como
lectores, con su sentido. Responde Milan Kundera: «Todas las novelas se
orientan hacia el enigma del yo. En cuanto se crea un ser imaginario, un
personaje, se enfrenta uno automáticamente a la pregunta siguiente: ¿Qué es el
yo? ¿Mediante qué puede aprenderse el yo? (…) Husserl creía ver el origen de
la crisis en el carácter unilateral de las ciencias europeas que habían reducido
el mundo a un simple objeto de explicación técnica y matemática y habían
excluido de su horizonte el mundo concreto de la vida, die lebenswelt, como
decía él (…) El desarrollo de las ciencias llevó al hombre hacia los túneles de
las disciplinas especializadas. Cuanto más avanzaba en su conocimiento, más
perdía de vista el conjunto del mundo y a sí mismo, hundiéndose así en lo que
Heidegger, discípulo de Husserl, llamaba, con una expresión hermosa y casi
mágica: el olvido del ser.» (El arte de la novela). Estas ideas de Kundera
¿están dentro o fuera de la literatura?
La acusación que Willard Díaz hace a los lectores jurídicos de novelas es que
“proponen la lectura de novelas como si fueran casos judiciales, y de
problemas literarios como si fueran temas para la justicia, cual si el paso entre
la ficción y la realidad hubiera sido franqueado gracias al postmodernismo y
hoy fueran suficientes curiosidad, buena voluntad o ganas”. Aquí está clara en
general la acusación: confusión de ámbitos. Vargas Llosa, por ejemplo,
observa que se toma la obra literaria de Arguedas como fuente de realidad,
como dato sociológico, cuando es creación o expresión personal del genial
escritor: sus ideales, sus sueños, sus traumas, su visión. Distinto a lo que se le
puede exigir de su gran trabajo como avanzado etnólogo. Así, para que el
lenguaje de un personaje cualquiera parezca de Lucanas, él inventa otro
lenguaje para hacer verosímil el lenguaje de su personaje. Pero podría
utilizarse el lenguaje “de verdad” en una obra de ficción, con el mismo
objetivo de verosimilitud, sin imitar simiescamente a un lucaneño, lo
importante es que sea literariamente valioso y verosímil, no que sea verdadero
u objetivo. Y la ciencia es pretensión de objetividad.
La ingenuidad (cuando es tal) tal vez tiene que ver con el “olvido” del
lenguaje, no de su función comunicante, sino de su naturaleza simbólica y
significativa, que se escapa por el hecho de estar demasiado próxima e
íntimamente ligada a la práctica social constante de todos. No hay tal vez la
suficiente toma de distancia frente a su carácter y complejidad (dos
componentes son su carácter simbólico y la polisemia, por ejemplo). Nada de
esto niega, sin embargo, que haya más de una relación entre Derecho y
Literatura, entre ficción y realidad, su carácter mixto, etc. Por otra parte, la
Teoría Literaria nunca ha sido una metodología hecha y derecha, debido a su
dinamicidad y a su apertura plural y heterogénea. Al respecto, B. Eikhenbaum,
cita a A.P. de Candolle: «El peor, a mi modo de ver, es el que presenta la
ciencia como hecha» (La teoría del “método formal”, “Theoríe de la
litterature”, textos reunidos por Todorov, pag. 31. Collection Tel Quel. Seuil).
Y Barthes dice algo semejante en “El placer del texto” (Siglo XXI, pag.142):
«Posiblemente haya llegado el tiempo de distinguir lo metalingüístico —que
es una marca como cualquier otra— de lo científico, cuyos criterios son otros
(quizás, dicho sea de paso, lo propiamente científico resida en destruir la
ciencia precedente)».
Creo que aquí Willard hace abstracción de “la verdad de las mentiras”. Con
esa verdad literaria se puede trabajar fuera de la literatura, máxime cuando
sólo la literatura puede proporcionarla. El parece pensar la ficción sólo como
pura mentira. Esa cita produce la impresión de un dualismo que absolutiza la
diferencia entre realidad y ficción, como veremos. No todas las comparaciones
son confusiones, pero la confusión entre ámbitos puede ser tan ingenua como
la exagerada desvinculación entre ficción e historia, Derecho y Literatura.
Fernando de Trazegnies, convocando a Braudel, Collingwood, Mircea Eliade,
Umberto Eco, nos recuerda la necesidad de la imaginación y de las mentiras o
ficciones en los trabajos históricos, generalmente demasiado monumentales o
demasiado políticos o castrenses, como para fijarse en los detalles de la vida
cotidiana de los seres humanos —es decir, en su vida concreta— que también
son historia y que los historiadores han descuidado tradicionalmente. Me
remito a los diáfanos argumentos y atinadas citas de su ensayo La verdad
ficta, cuya idea central tal vez se pueda resumir en esta frase suya: “Es
preferible falsear la verdad y utilizar la ficción que dejar escapar la verdad en
aras de la abstracción científica”. “Le pouvoir du faux” (el poder de lo falso)
le llama Deleuze, comentando la obra de OrsonWelles.
Señala Willard que “son muchos los que no hacen la distinción entre
verdadero–falso, imaginario–real, ficción literaria–prosa descriptiva, etc.”,
pero no dice ni quién ni cómo. Como amigo de la literatura, yo pediría
ejemplos específicos de eso que se denuncia en general y el porqué de la
incorrección. Esos dualismos binarios, por otra parte, son producto de la
abstracción y nada más. En la realidad concreta las diferenciaciones y
distinciones son más complicadas (ambiguas y contradictorias) porque todo
está vinculado a todo. Por momentos no parece referirse a los profesores y
escritores mencionados, cuando señala que “la confusión, en lo fundamental,
se debe a la pobreza de nuestra cultura humanística o a falta de hábitos de
lectura (...)”. No creo que alguno de ellos esté en ese caso, ni mucho menos. Si
alguien lee y hace leer entre nosotros son los escritores y los buenos
profesores de literatura (es fácil reconocerlos porque son lectores obsesivos).
Pero entonces, ¿a quiénes se refiere? Sólo quedan como alternativa los
muchos que no leen a Todorov, Jakobson o Baktín y que leen una novela sin
hacer la más mínima o remota distinción entre realidad y ficción, etcétera, es
decir, que leen ingenuamente. Y aquí también necesito preguntar: ¿es malo o
tiene menos valor que un niño de trece años lea Crimen y castigo
ingenuamente, aunque esa novela a la larga defina su vocación y su destino?
¿Qué niño cristiano no ha sido Raskolnikov al confundir ficción rusa y
realidad íntima? Todo lo cual lleva a las viejas preguntas: ¿qué es literatura?
¿Tiene funciones? ¿Finalidades? ¿Son sólo literarias?
Sabemos por lo menos lo que no es. La literatura no es un remedo de la
realidad sino sus posibilidades infinitas, la vida tal como podría ser, bajo
ciertas condiciones posibles y estas condiciones exigen verosimilitud. La
literatura está vinculada a ella aunque es inconfundible con ella. Pero la
literatura no se explica por sí misma: está hecha de distintos saberes y sabores.
Cuando a Barthes le preguntaron si se puede enseñar literatura, respondió:
“sólo hay que enseñar literatura porque ella encierra todos los saberes”. La
literatura y su crítica no pueden estar totalmente escindidas de la realidad, ni
siquiera en la “pura” ficción. No insinúo que Willard lo vea así. Al contrario,
busco algunos presupuestos en los que tal vez haya consenso. El que literatura
y realidad sean inseparables en concreto, no impide que sean distinguibles en
abstracto. Luego, la función última de la literatura no parece literaria sino
vital: recuperar el ser olvidado, como sostiene Milan Kundera: “En efecto,
para mí el creador de la Edad Moderna no es sólo Descartes, sino también
Cervantes (...) si es cierto que la filosofía y las ciencias han olvidado el ser del
hombre, aún más evidente resulta que con Cervantes se ha creado un gran arte
europeo que no es otra cosa que la exploración de este ser olvidado (...)”. Y la
“exploración del ser olvidado” no es una finalidad literaria. Pero es muy
importante para todos los que están verdaderamente interesados en ese “ser
olvidado”, el de carne y hueso. No dice Kundera que con el Quijote se creó la
novela moderna (lo que es redundante) sino la modernidad misma: “(...) todos
los grandes temas existenciales que Heidegger analiza en Ser y tiempo, y que a
su juicio han sido dejados de lado por toda la filosofía europea anterior, fueron
revelados, expuestos, iluminados por cuatro siglos de novela(...)”. Es algo
digno de tenerse en cuenta, sobre todo cuando se trabaja en ello. Revelación,
exposición, iluminación de la realidad, no representación, ni reflejo.
Se alega, por otra parte, que “es fácil hacer comparaciones entre la obra y la
vida común”, dando por supuesto, por el tono peyorativo, que eso es
incorrecto en algún sentido. Pero no se dice cuál ni por qué. ¿Por qué
negativas, por ser fáciles? El que algo sea fácil no demuestra su corrección o
incorrección. Y si no es sólo el facilismo lo que se reprocha, entonces ¿qué se
reprocha? Willard cita a Aristóteles para hacer notar que si bien el Estagirita
sostuvo que el arte imita a la vida, la mimetiza, eso no significa para él que el
artista reproduce lo real, sino que es “la construcción o poiesis de una
apariencia de realidad”. Nada más cierto. Ahora bien, una construcción
poética de una apariencia de realidad está vinculada a esa realidad. Pero la
realidad también es una apariencia y la literatura va más allá de ella y, en esa
medida, es más real que ella.
En eso tal vez hay consenso, teniendo en cuenta, además, que el lenguaje y la
realidad son heterónomos. “Lo real no es representable”, como decía Barthes.
Entre la realidad y el lenguaje hay una “inadecuación fundamental”. Por eso
mathesis y semiosis también participan, no sólo mimesis. Willard agrega que
lo esencial en literatura es la verosimilitud y no “la representación aún más
verdadera y documental de dicha realidad”. Que la literatura se diferencia
porque posee “un discurso ficcional y una estructura estética”. En esto
también hay consenso probablemente.
Agregaría que las formas no son sólo eso en la literatura: también son
contenido. Y por eso hay que ir a la obra misma. Ficción y verosimilitud
serían factores esenciales. Sólo que en cuanto a la ficción, Willard reconoce
que no es “específico” de la literatura. Y en cuanto a la “estructura estética”,
creo que hay que tener en cuenta que se trata de valores y valoraciones. Eso no
quiere decir bonito o feo, bello o no bello solamente, sino que implica también
otros valores; como también sostiene Kundera: “Investigar un valor estético
quiere decir: tratar de delimitar y denominar los descubrimientos, las
innovaciones, la nueva luz que arroja una obra sobre el mundo humano”. Esto
no es tarea científica objetiva. El punto de vista del investigador es inevitable.
Acudiendo a Todorov Willard agrega: “que si bien no es exclusivo de la
literatura, lo es que la obra se presenta al lector anunciándole que es un
discurso ficticio, no lo oculta, da claros signos de cómo debe ser leído el
cuento o la novela que tomamos entre las manos”. Sin embargo, sin negar las
diferencias, yo replico: si están tan claros los signos de cómo debe ser leído un
cuento o una novela, ¿cómo es que incluso los profesores de literatura los
malinterpretan o los “confunden” con la realidad?, ¿o interpreto mal a
Willard? Quizás hay que buscar otras respuestas además de la falta de lectura
y de los vacíos humanistas. No para encontrar las causas de la confusión
solamente, sino para ver cuándo y por qué sería incorrecto y en qué sentido.
Es verdad que “no se puede explicar la obra a partir de la biografía del escritor
ni a partir del análisis de la vida social contemporánea”, como decían algunos
formalistas, y lo recuerda Todorov en los años 60. Pero eso no significa que la
biografía del autor y la vida social contemporánea no tengan nada que ver con
la obra. Debiera decirse que la “biografía del autor y la vida social
contemporánea” no son suficientes para explicar la obra, pero sí muy
necesarias. No hay literatura pura y sin mancha y la misma crítica literaria
nació como teoría vinculada al Psicoanálisis, a la Fenomenología, a la
Antropología, al arte de vanguardia, etc. Y la palabra “teoría” también tuvo
implicancias y también estuvo en cuestión. Aunque los mismos formalistas,
(“positivistas ingenuos” les decía Todorov), creyeran que la pureza de su
“ciencia” descartaba toda teoría, ellos también tenían una. Sin embargo,
tuvieron el genio de ir cambiando esa teoría a medida que la investigación, la
discusión y la realidad se los exigía. Por eso “la Semiología” no es para
Barthes ni siquiera una disciplina. Menos podría ser una ciencia.
Willard Díaz nos dice que la lectura más rica de la obra es “la que la toma
como un todo (...) Y eso significa considerar la obra como una estructura
artística que en que cada parte es íntima y sólida, unida al resto”. ¿Eso quiere
decir que la única manera de sentirla como un todo es verla como una
“estructura artística? ¿Eso quiere decir que hay una lectura menos rica? ¿Y
cuál sería ésta? El lector ingenuo la asume como un todo, no la descuartiza por
abstracción. Esa lectura puede ser la del experto que se detiene en la estructura
de la obra y en sus rasgos formales: una experiencia intelectual que hace
abstracción de la totalidad de la obra. Pero también está la experiencia del que
goza la obra sin ser consciente de la estructura y sin pensar en la obra como
una obra, simplemente sintiéndola, entendiéndola con el corazón, el
sentimiento y la intuición, “leal a sus convicciones y a sus emociones”
(Borges) sin confundir “verismo” con objetividad, considerando todos los
ingredientes. Quiero decir que no creo que una lectura sea más o menos rica
en abstracto, o por el cumplimiento de ciertas condiciones a priori, eso
dependerá de la sensibilidad del lector de la riqueza que se manifieste en su
(eventual) obra, preñada por dicha lectura, dentro o fuera de la literatura.
Conclusiones provisionales
Ver la paja en el ojo ajeno es típico. No verla en el propio es más típico aún.
Pero ¿cómo podríamos ver la paja en el ojo ajeno si no proyectáramos la
nuestra, nuestra propia paja, nuestra propia sombra, nuestro propio lado
obscuro que no queremos reconocer? No la podríamos ver en el otro si no la
tuviéramos ya bien instalada en nosotros mismos. Algunos personajes de
Germán Rondón Valdivia se presentan ante nosotros mediante una imagen que
oculta su sombra, su lado obscuro inseparable. La saludable salida que
propone con una parte de su obra, que usted lector advertirá, es su
reconocimiento, la integración de ese lado tenebroso a la labor productiva o
creativa. El reconocimiento de uno mismo se hace posible por el
conocimiento y la mirada de los demás. Es por comparación con, y con la
ayuda de, los demás que uno se conoce a sí mismo, se transforma y supera a
sí mismo.
OBJETOS ÚTILES
16
Texto de presentación como curador de la muestra de escultura-cerámica Mirada en movimiento de
Germán Rondón (Centro Cultural Peruano Norteamericano-Arequipa, noviembre 2017).
¿CABEZAS?
No. Es el otro. Son los otros que te dicen de muchas formas y colores quién
eres, en este caso con gesto meditabundo. Cabezas que piensan en occidental o
meditan en oriental, pero todas invitan a la introspección, al valeroso
reconocimiento de lo que somos con todos nuestros defectos, limitaciones,
huecos negros, etc. ¿Cuánta verdad soporta un ser humano? ¿cuánta se atreve
a soportar? Ese es el criterio que, según el filósofo Nietzsche, debe aplicarse
para evaluar, para estimar, para valorar a un ser humano.
MIRADA EN MOVIMIENTO
“Ver de lejos es una cosa; pero ir allí, es otra, decía Brancusi” escultor
matinal y solitario como Gérman Rondón Valdivia que, en esta performance
de cerámica y arcilla, ha logrado no solo ver de lejos sino “ir allí”, como
pedía su colega italiano. Ir allí con sus personajes y su mundo. Y contagiarnos
su pasión y su entusiasmo creador. Detrás queda el largo camino de
aprendizaje, creación y recreación, recorrido por GEROVA, viendo “de lejos”
y “de cerca” con la amplitud, precisión, parsimonia y discreta elegancia de
siempre.
¿Será que hay que agregar a la sensualidad intrínseca del agarrar la tierra, el
lodo, la arcilla con las propias manos, la sensualidad de lo prohibido? ¿Sera
el caso de GEROVA? Se diría un escultor que hace filosofía con los cuerpos,
con los objetos, con los colores, y especialmente con la tierra arcillosa cuya
expresión son esas esculturas en cerámica que recrean la vida olvidada, su
vida y la nuestra, con ese toque simultáneo de irrealidad y de lejanía, esa
infancia olvidada presta a despertar y a expresarse arcilla mediante.
Quien conoce su trayectoria sabe muy bien que la mejor lección que ha dado
Jordan es haber confirmado, como pocos, que el genio es uno por ciento de
inspiración, noventa y nueve por ciento de transpiración: «Que me
consideraban el mejor jugador o el que más ganaba, hizo que me proponga
hacer que todos estuvieran conscientes de que esos privilegios eran el
resultado del trabajo duro. Quise que mis compañeros comprendieran que mi
éxito no era el resultado de un accidente o de la fortuna (…)» Una lección de
modestia y sencillez, si se ve bien; pero también de alta conciencia y
responsabilidad. Como debe ser un sportman.
Aún el pívot (el jugador del «centro») que no es un rígido árbol central, debe
moverse mucho y ser muy vivo. En realidad no puede dejar de moverse todo
el tiempo para recibir la pelota, o para crear peligrosos vacíos en el
contrincante jalando gente hacia él. Sus desplazamientos son de bisagra, pero
son desplazamientos. Son frenético movimiento. El «pívot» no se constituye
en «poder central», no es el tronco alrededor del cual se enlazan los aleros y
defensores. Los cinco jugadores tienen las mismas posibilidades. Hay lugar
para la improvisación, para la variación, para la creación individual a favor
del equipo. Los cinco pueden y deben lanzar, pasar, penetrar, atacar y
defender. Cualquiera puede asumir el liderazgo… compartiéndolo con todos.
Cualquier miembro puede comunicarse con cualquier otro —directamente y
sin intermediación ni representación— y debe hacerlo. Y Jordan lo sabe. Y
sabe que en el básquet, y en toda actividad social, la estrella vale si sabe jugar
en equipo. “Debe estar dispuesto a sacrificar ciertas metas individuales en
caso de ser necesario para el equipo”, dice él. Solidaridad obliga.
Jordán es de los que predican con el ejemplo. Los atletas, físicos o mentales
no se improvisan. Desde la preparatoria Jordan ha entrenado como otros
trabajan en la oficina: 8 horas. Él lo dice: «Si sus palabras no están
respaldadas por el trabajo duro, no sirven para nada». Se parece a una idea
de Confucio: «Lo que escucho lo olvido. Lo que veo lo recuerdo. Pero lo que
hago lo entiendo». O a una de David Fischman: «El liderazgo no se puede
enseñar con discursos. Se requiere generar un entorno donde el alumno
aprenda haciendo, experimentando y viviendo los conceptos.» Pero además,
agrega Jordan: «hay que tener proyectos, no descuidar el dominio técnico en
cada actividad y saber que el miedo es una ilusión. A lo largo del camino
usted debe tomarse el tiempo para determinar en qué cree y tiene que
aferrarse a sus convicciones. Todas las personas como Denzel Washington,
Spike Lee, Martín Luther King y mi padre — gente que admiro— crearon su
propia visión. No permitieron que nada les distrajera o derrotara. Pusieron
el ejemplo y fueron líderes».
(FN)
19
Presentación del libro Del pensar mestizo de Hugo Neira realizada el 18 de octubre en la Sala Polivalente
de la Alianza Francesa de Arequipa. Publicado en el semanario El Búho. 2017.
Pero hay otra placentera dificultad para comentar un libro como éste de Hugo
Neira: es mi identificación con su pensamiento y su bio-bibliografía.
Cuando leo un texto de Hugo, es como si me leyera a mi mismo, no por el
estilo que es intransferible; no por la sapiencia que es propia de Hugo, sino
por las ideas y los sentimientos comunes hacia el Perú. Por eso no puedo
tomar distancia. Es más fácil opinar y conocer sobre los demás que opinar y
conocer sobre uno mismo. Y Hugo tiene ese carácter : es uno mismo.
Leo al autor desde que publicó su primer libro, “Cuzco, tierra o muerte”,
entre los sesenta y los setenta. Luego se fue a Europa y ha regresado después
de algunas décadas. Lo han dejado de ningunear y ahora es merecido director
de la Biblioteca Nacional. Y no uso “merecido” por el cargo especialmente,
sino porque lo ocuparon peruanos tan queridos y admirados como don
Manuel, don Ricardo y don Jorge. Gonzales Prada y Basadre, en plus, son
parte esencial en la bio-bibliografía de Hugo Neira.
Esos “temas favoritos” son, por ejemplo, su visión histórica y actual de las
ciencias sociales; “la identidad desde la perspectiva del mundo actual”; el
mestizaje, no sólo como asunto étnico sino como asunto a re crear, como
un problema desplegable visto desde otros ángulos, pensando lo impensable.
Un pensar plural y abierto, cómo no. Ver lo occidental desde lo andino, lo
andino desde lo occidental y también la unidad y las contradicciones. Ver lo
no visto.
Creo que con esa identificación tienen que ver también puntos específicos que
afectan de múltiples formas a cada persona, en cada “esencia singular”. Por
ejemplo el que Hugo Neira sea de colegio nacional, el ser de colegio
nacional, como el Oliveira de Rayuela, que se parece a Julio Cortazar. Como
decía Oliveira: “esas cosas no se arreglan así no más”. No son las únicas, pero
hacen más concreta la historia de mi identificación, como el origen
provinciano. Pero la identificación con Hugo es también política e
ideológica. No es casual, para empezar, la común admiración por Gonzales
Prada, Haya, Mariátegui, Basadre y no se diga Porras Barrenechea, de quien
Hugo Neira fue privilegiado discípulo, junto a Pablo Macera, Luis Loayza y
Mario Vargas Llosa. De tal palo tales astillas.
QUERIDOS CACHIMBOS
Por si no lo saben algunos de ustedes, lo primero que hay que recordar es que
la educación en el Perú está en el penúltimo lugar en América Latina y que
sería necesario saber, con claridad, las razones por las cuales se da esta
situación revelada por la UNESCO, el organismo de las Naciones Unidas
dedicado a la cultura y la educación. Habría que averiguar, por ejemplo,
quienes son los mayores responsables de este estado de cosas educativo: qué
personas, qué grupos, qué instituciones, qué ideas, qué creencias, qué
prejuicios, tienen la mayor responsabilidad aquí.
Y para eso habría que tratar de ir a la raíz del asunto. Recordando que eso
significa ser radical, y como dijo Carlitos Marx en un libro de juventud, “ser
radical es llegar a la raíz” y “la raíz para el hombre es el hombre mismo”. Y
no hay lugar más adecuado que la Universidad para ser radical, para ir a la
raíz de los problemas. Que no les hagan creer a los cachimbos que es malo ser
radical, que no confundan radicalidad con extremismo o terrorismo, sobre
todo tratándose de jóvenes.
Que no les hagan creer a los cachimbos que el derecho es una ciencia, sin
señalar expresamente con cuál de las tantas nociones de ciencia están
haciendo esa afirmación, en qué sentido específico utilizan la palabra ciencia.
Que no reduzcan el derecho a un conjunto de normas porque el derecho es un
sistema complejo que todos contribuimos a construir o destruir con nuestra
manera de entenderlo y de vivirlo. Dime que concepción del derecho tienes y
te diré quién eres.
Lo cual nos hace ver, desde ahora, que el derecho no es solamente un conjunto
de normas que deben ser cumplidas obligatoriamente bajo amenaza de
sanción, como algunos profesores tal vez les hagan creer, sino algo mucho
más complejo donde podemos encontrar además de normas, principios o
valores, instituciones, organismos, conceptos, relaciones personales, filosofía,
historia, costumbres, tradición y lenguaje. Y en este conglomerado esas
normas sólo tienen un valor instrumental. Son medio, no fin.
Por otra parte, pero siempre relacionado con la investigación, en las facultades
de derecho regionales aún se cree en métodos de investigación a priori y que
se puede aplicar el presunto método de las ciencias a los problemas jurídicos,
es decir el método científico: para nosotros se trata de una extrapolación de
método. Por eso los requisitos que se suelen exigir en la elaboración del
proyecto de investigación jurídica, no se adecúan al objeto jurídico porque son
tomados dogmáticamente de dichas ciencias (causales) en particular y eso trae
varias consecuencias. Ése es el problema, el escollo que dificulta
innecesariamente, bloquea, desalienta, intimida y hace angustiosa y pesada la
labor investigativa, a los pocos que se atreven a graduarse con una tesis en el
pre grado y a los que están obligados en el post grado: la extrapolación de
métodos y conceptos de una disciplina a otra cualitativamente distinta.
De ahí, en parte, la baja cantidad y calidad y las tesis bamba. Pero este no es
un problema científico tecnológico, ciertamente, pero es un problema
fundamental porque el método debe adecuarse al objeto de investigación y no
a la inversa. Varias facultades de Derecho todavía se llaman,
indiscutiblemente, “de ciencias jurídicas”, la influencia del positivismo
novecentista es todavía predominante.
Y ligado al problema de la extrapolación y su genealogía positivista o
cientificista, está el problema de la visión educativa mayoritaria en la región,
predominantemente escolástica, (repetitiva, autoritaria, dogmática, acrítica,
tediosa, etc.). Ambos factores (positivismo y escolástica) se vinculan
estrechamente para producir un bloqueo en las capacidades reflexivas de una
clara mayoría de estudiantes de derecho. La concepción del mundo y la
concepción jurídica de los profesores de derecho, son decisivas. La que
transmiten a sus estudiantes. Se puede hablar de dogmatismo, mentalidad
acrítica y cierto autoritarismo en la relación tesista-asesor- dictaminador, lo
que el profesor Carlos Ramos Núñez, ahora magistrado del Tribunal
Constitucional, llama “talibanismo metodológico”, refiriéndose a la enseñanza
autoritaria e impositiva de la metodología de investigación en Derecho.
Nada encaja fluidamente, todo es forzado cuando se intenta aplicar el
presunto método científico a un problema jurídico, que no es problema
cognitivo sino prescriptivo. Y cómo no hay discusión, los males no salen a luz
y las cosas se mantienen como están, como hace largas décadas. La
extrapolación metodológica, la educación positivista y la pedagogía
escolástica, son antagónicos con el espíritu de la Ciencia, la Filosofía, el
Derecho que es crítico (es decir anti dogmático y creador desde su
nacimiento). Pero el Derecho no es una ciencia porque no es una disciplina
cognitiva ni especializada. Su herramienta principal no es el análisis sino la
interpretación-argumentación (que son una). Pero el problema no viene solo
de CONCITEC sino del Ministerio de Educación con quien se da una clara
conjunción ideológico educativa: el tecnocraticismo pedagógico, el
predominio absoluto de la “tecnología educativa” en la pedagogía regional.
Casi todo el mundo estaba tan contento con el ministro de Educación del
gobierno anterior, que el actual, ni corto pero si perezoso, lo mantuvo en el
cargo. Una actitud muy cómoda que revela que PPK no tenía una persona para
el puesto. Un tecnócrata de alto, o bajo, vuelo, encajaba perfectamente no solo
con la tendencia de su gobierno sino con la tendencia general de las políticas
educativas desde el gobierno del Apra, pasando por Toledo y Humala:
convertir el trabajo pedagógico en un asunto exclusivamente tecnológico o
técnico, eliminando disimulada y ahora abiertamente, las humanidades en la
educación peruana –error suicida.
Las reformas que solo han visto un aspecto aislado del problema educativo
han fracasado, pero también han fracasado las que ven diversos factores y no
quieren priorizar ni calar hondo en educación, es decir, buscar lo esencial, lo
determinante: los paradigmas educativos que condicionan la calidad del
profesor. Eso va a transmitir al estudiante, sus paradigmas y su calidad.
Toda nuestra tradición y todo nuestro destino parecen marcados por este
hecho: no hemos roto con el pasado pre moderno, llámese colonial o virreynal,
como lo han hecho los europeos y otros países en relación a sus respectivas
etapas pre modernas. Se expulsó a los españoles pero la sociedad peruana
siguió tal cual, básicamente con sus mismas creencias, valores, ideas,
esquemas mentales, relaciones sociales, etc. No es poco lo de la expulsión y
la Independencia política, pero es insuficiente para salir del subdesarrollo. No
fue una revolución, una vuelta completa, como lo fue en la Francia de fines
del siglo XVIII.
En el plano ideológico —que es determinante en educación— todo sigue
básicamente igual, a pesar de las pizarras de acrílico, el Power Point, el
internet y las computadoras. Nada explica mejor el sub desarrollo como la
pobreza mental de una mayoría, su bajo standard educativo, que influye
directamente en sus valoraciones, elecciones y profesiones. No es suficiente
con que esa mayoría reconozca la importancia determinante de la educación.
Eso es solo el primer paso. Y por bajo standard educativo me refiero también
a esa otra forma de analfabetismo que es el leer poco y mal, sin entender la
lectura. Un país tiene serios problemas de educación cuando la gente lee muy
poco y entiende poco lo que lee, amén de la calidad de las lecturas y autores
elegidos.
Cualquiera que sea el sentido que se dé a términos de moda como “excelencia
académica” y las prácticas que estas ideas ponen en marcha, hay que revisar
los paradigmas educativos simplemente porque todos estamos gobernados por
ellos y son más fuertes mientras menos reconocidos son, mientras menos
conscientes son de sí mismos. Se impone el inventario de la herencia histórica
educativa, individual o colectiva, para poder gobernarlos y que no nos
gobiernen ellos a nosotros. No es problema científico ni tecnológico. ¿Cómo
intentar la calidad y la excelencia sin ese inventario, sin esa revisión crítica de
paradigmas, creencias, valores o esquemas mentales heredados en educación?
¿sin caer en cambios aislados, inconsistentes, muchas veces burocráticos y
formalistas, que no hacen sino mantener lo esencial del problema irresuelto?
UN FACTOR DETERMINANTE
EN LA EDUCACIÓN PERUANA21
UN PROBLEMA DE MÉTODO
El problema de educación es el de la calidad educativa y el problema de la
calidad es asaz complejo, como todos los problemas esenciales en el Perú, lo
que supone varios aspectos que están imbricados y son complementarios;
podemos distinguirlos en abstracto, pero no separarlos en concreto. Sin
embargo, es ineludible determinar prioridades previamente para solucionarlo.
No se puede atacar todo a la vez, por lo visto, porque se descuida parcial o
completamente lo esencial. La historia muestra que todas las llamadas
reformas educativas han fracasado, ninguna tocó lo determinante. Han sido
reformas que han cambiado pocas o muchas cosas, para que nada cambie
esencialmente en educación, para que no cambie lo esencial.
No se resuelve nada si solo se aborda uno o varios aspectos que no son
determinantes. Por ejemplo el sueldo de los profesores, o la infraestructura
educativa, o las reformas curriculares, o los métodos y técnicas de enseñanza
y, en general, toda la llamada "tecnología educativa" que, en su escolástica
versión peruana, ha sustituido casi completamente a las humanidades en la
formación de los profesores, tanto en las facultades de educación como en
los institutos pedagógicos y que, más que una solución, es uno de los aspectos
del problema a resolver. No es con “técnicas” pedagógicas como vamos a salir
del sub desarrollo educativo. Sin embargo, es lo que parece creer la mayoría
Y así podríamos seguir con otros aspectos educativos, aspecto por aspecto,
factor por factor, aisladamente, pero creo que tenemos suficiente por ahora y
seguramente siempre vamos a toparnos con los mismos resultados anunciados
por las indiscretos diagnósticos internacionales y las informaciones
estadísticas, no menos indiscretas, de UNESCO, como el penúltimo lugar.
Por no tocar el factor determinante.
EL FACTOR
De ahí que nuestra hipótesis de método, en este caso, es que no todos los
aspectos del problema educativo tienen la misma importancia y no es
conveniente y además no hay la capacidad para afrontarlos todos a la vez. En
consecuencia, hay que determinar el (o los) factor determinante y canalizar
toda la fuerza social, individual e institucional en él. ¿Cuál es ese factor?
Vamos a ir al grano con una cita de Douglas North, premio Nobel de
Economía, que en los años noventa visitó el Perú y en una entrevista
resumió sintética y perfectamente lo que aquí tratamos de decir a lo largo y
ancho de este ensayo: "Para lograr una reforma de éxito es fundamental
cambiar las instituciones y los esquemas de creencias y valores, dado que son
los modelos mentales de los autores los que determinan las decisiones".
¿QUÉ EDUCACIÓN?
Como advierte el mismo T.S. Eliot en una conferencia sobre "Los fines de la
educación", hay que tener presente que "el significado de una palabra nunca
está representado por entero en una definición", debido al carácter
instrumental, simbólico y abstracto del lenguaje, que hay que distinguir
siempre de la realidad concreta, como las "palabras" de las "cosas". Por
ejemplo la palabra “educación”.
EL PROBLEMA
MODERNIZACION TRADICIONALISTA
Ocurre que al expulsar a los españoles de nuestras tierras con la
Independencia y al adoptar el sistema jurídico político moderno, fundado en
valores modernos o democrático republicanos, como la libertad, la dignidad,
la igualdad de derechos, etc., nos olvidamos de un detalle nada pequeño:
cambiar nosotros mismos, cambiar nuestras sociedades, es decir,
modernizarlas. Estas siguieron siendo ideológicamente como siempre fueron
en la etapa pre republicana, es decir, sociedades básicamente pre modernas,
es decir tradicionales y tradicionalistas, volcadas al pasado y la costumbre.
Y así pensaba Jorge Basadre, el gran historiador tacneño, hasta el fin de sus
días: "El fondo del alma peruana se mantiene labriego (...) Labriego significa
docilidad, recogimiento en lo cotidiano, imperio del hábito, gravitación hacia
el pasado, falta de individualidad'. Se mantuvieron las costumbres, los valores
o esquemas mentales, las relaciones sociales, los prejuicios y creencias y, por
supuesto, la visión educativa, los paradigmas, usos y costumbres educativas
heredadas de la colonia y el sistema virreinal, asociado al absolutismo
imperial español, con su consecuencia educativa: la educación "escolástica"
que, muy esquemáticamente, examinamos más adelante.
Octavio Paz, el célebre poeta y ensayista mejicano, premio Nobel de
literatura 1991, formula así este problema de falta de ruptura histórica: “…la
independencia cambio nuestro régimen político, pero no cambio nuestras
sociedades". Evidentemente, no hay que tomar aquello en sentido absoluto.
La Independencia política de España no fue inocua, ninguna lo es. Pero la
adopción del sistema democrático republicano fue más formal que real. No
cambiaron los paradigmas sociales, no cambio la sociedad. Pero dio lugar a
un sistema político y, en general, a una formación social que hasta ahora
vivimos y sufrimos. No es totalmente pre moderna pero tampoco llega a ser
plenamente moderna (lo que sí se puede decir de las llamadas sociedades
desarrolladas o de democracia avanzada). Por eso se le puede llamar de
“modernización tradicionalista”. Y pleno quiere decir humanamente, no
absolutamente.
Y de ahí la ambigüedad, la inconsistencia, la inconsecuencia que caracterizan
a las actividades peruanas, en todos los grupos y actividades sociales y
especialmente en la educación. De ahí esa falsedad básica que parece haberse
vuelto segunda naturaleza en nuestra sociedad, que el genio popular llama
"bamba". Nuevas leyes y constituciones conviven, o malviven, en un
mismo mundo con sociedades viejas. Sus valores no se pueden conciliar
porque son incompatibles.
Esa formación social particular que ha dado lugar a lo que el jurista peruano
Fernando de Trazegnies y el brasileño Roberto Mangabeira denominan
"modernización tradicionalista". Paradójica pero reveladora categoría por la
cual se explica que se adopten aisladamente formas, costumbres y sobre todo
productos modernos importados de aquellas, al servicio del status tradicional,
que se mantiene socialmente pre moderno. Una modernización al servicio del
tradicionalismo. Un trasfondo ni capitalista ni tradicional, en sentido
estricto… que nos mantiene pre modernos.
Así explica esta categoría con su habitual claridad y sencillez, nuestro lúcido
jurista peruano: “En líneas muy generales podría decirse que este proceso se
identifica por una recepción de cierto número de elementos capitalistas,
ligada a una resistencia a todo cambio en la estratificación social: se quiere
devenir capitalista, es decir, moderno, pero al mismo tiempo se quiere
conservar las jerarquías sociales tradicionales". Y eso explica también, a
nuestro juicio, lo que ocurre con la educación de las grandes mayorías en
nuestro país, que no puede escapar al contexto socio histórico del cual es
parte o sustancia. La modernización "bamba", la democracia "bamba", la
republica "bamba", las reformas educativas "bamba", etc. Y seguirán siendo
“bambas” sino se toca la raíz fundamental.
LA ESCOLÁSTICA
La educación peruana no pudo cambiar en el paso de la Colonia a la
Republica, en tanto se mantuvo la visión educativa pre republicana, los
paradigmas educativos virreinales o coloniales derivados de la edad media
europea en versión vulgarizada, en su etapa de anquilosamiento: aquí la
llamamos "escolástica", dándole un sentido algo particular, como modelo
educativo aplicado al contexto hispano andino.
Hemos heredado el anquilosamiento intelectual. Es verdad que el término
“escolástica” se vincula con la gran teología de la baja Edad Media y la
llamada "neo escolástica" del siglo XVI (que juega un rol fundamental en la
formación del derecho internacional) pero que no se confunde totalmente con
ellas. Lo que nos llegó a nosotros como pueblo no es la Suma Teológica de
Tomas o Las Confesiones de Agustín, hubiera sido genial, sino el catecismo
católico.
Esa extensión de la escolástica a la realidad colonial de América hispana es
una operación de vulgarización y adopta un cariz particular debido al peso
histórico de la Contrarreforma católica, movimiento reactivo cuya vigencia
coincide históricamente con los siglos de colonialismo y virreinato que
vivimos a partir de la Conquista, que toma impulso en el Concilio de Trento
(1543) y se materializa a través de la tenebrosa institución jurídico
eclesiástica llamada Tribunal del Santo Oficio, o simplemente la Inquisición.
Como se sabe, ésta surgió contra el movimiento protestante y generó una de
las guerras más prolongadas, odiosas e intolerantes que se han dado en
Occidente y que ha conformado, a lo largo de los siglos, una particular
cosmovisión muy nuestra, un cierto catolicismo que no es el catolicismo
francés, por ejemplo, y que está en la base de la aludida escolástica: ser
“hijos de la Contrareforma”.
La Contrarreforma se opone a muerte a ese pilar de la modernización
europea, la Reforma, más allá de las intenciones de Lutero, el primer
movimiento crítico. Que junto al Descubrimiento, el Renacimiento italiano, la
Ilustración francesa o el pragmatismo liberal anglosajón determinan
claramente la modernización europea. La Iglesia se opone por principio,
frontal o disimuladamente a dicha modernización.
Esa tenebrosa institución recurría legalmente a la tortura, a la muerte y al
terror con pérdida de bienes a favor de dicha institución, contra los
condenados o simples sospechosos de disidencia critica, o acusados de
herejía, brujería y otros pretextos para mantener el poder a cualquier costo, no
importaba que tan alto fuera: “Índice de esta posición de antagonismo y
apasionamiento de los dos campos son, a lo largo del siglo XVI y primera
mitad del siglo XVII, ante todo… Al colmo del apasionamiento se llegó
cuando se persiguió a muerte a los de confesión contraria". (Historia de la
Iglesia Católica, B. Llorca, Ediciones Cristianas).
Los psicoanalistas peruanos podrían hacer su agosto en relación a las
consecuencias sicológicas, sociales, políticas, etc. de este fenómeno secular
que, en nuestra opinión, ha sellado a sangre, fuego y garrote el alma peruana
(es decir su idiosincrasia o identidad) y ha configurado la cosmovisión
mayoritaria de “hijos de la Contrareforma. Cuatro siglos de miedo a la
muerte, de tortura, legales, de intolerancia y obscurantismo, de abusivo
autoritarismo por parte de dicha institución. ¿No nos caracteriza eso
justamente, la intolerancia, el obscurantismo, autoridad el dogmatismo, el
despotismo, el miedo irracional a la y al cambio, la incomprensión y rechazo
de los derechos, el autoritarismo, el abuso? ¿No somos típicos "hijos de la
Contrarreforma"?
De ahí la obvia resonancia de este movimiento religioso político, en el peor
sentido, con las características específicas de la educación escolástica, con el
tipo de educación que recibe la mayoría de peruanos en todos los grupos
sociales (indiscernible de la visión católica contrarreformada) cuyos rasgos
característicos vamos a recordar muy abstracta o sinópticamente:
dogmatismo, autoritarismo, mentalidad acrítica, memorística, tediosa y estéril
como ella sola.
Una educación que no solo no intenta sino que impide el aprendizaje de la
reflexión, de la crítica. Que no enseña, ni quiere, ni puede enseñar a pensar
críticamente, sino a repetir y a obedecer. ¿Cómo no se van a aburrir los
estudiantes con semejante educación, aunque muchos simulen modernidad?
Apenas es necesario aclarar que todos esos rasgos están estrechamente
vinculados unos con otros.
El autoritarismo: la equívoca idea que el profesor es una autoridad en
relación al estudiante, derivada de la confusión entre política (relaciones de
poder) y ética moderna o democrática (que es persuasión, discusión,
tolerancia y pluralismo). Es inseparable del dogmatismo (que el profesor
representa la verdad y por tanto no hay otra alternativa lógica que decirle
amen sin dudas ni murmuraciones). Ese rasgo es, a su vez, causa y
consecuencia de la mentalidad acrítica (¿para qué crítica, es decir
planteamiento de problemas, cuestionamiento e investigación, si magister
dixit?)
Todo esto desemboca en la inevitable actitud memorística de estudiantes y
profesores, lo cual se transmite de generación en generación, produciendo el
tipo y la baja calidad de educación predominante que recibe la mayoría de
estudiantes. No puede dejar de producir esa pobreza mental que es
característica esencial del sub desarrollo, como decía la escritora catalana
Nora Catelli. A lo que Litchenberg podría haber agregado uno de sus
aforismos: "El ajedrez, la filosofía escolástica, incluso el Talmud, son buenos
en su aspecto formal, pero su contenido no sirve de mucho: se ejercitan las
fuerzas, pero lo que de ahí se aprende carece de valor". Y remataba; "Todos
los males del mundo se deben a la irreflexiva veneración de viejas leyes,
viejas costumbres, viejas religiones" (Aforismos, FCE, Méjico).
VALORES CONTRADICTORIOS
Habíamos hecho una pregunta en el planteamiento del problema, que ahora
podemos ampliar y especificar si hemos logrado aclarar mínimamente la
categoría de "modernización tradicionalista": el intento, consciente o no,
de hacer convivir los valores tradicionales o pre modernos con los valores
modernos o democrático republicanos de nuestra propia Constitución, a pesar
que son a todas luces incompatibles. Y lo son por el carácter
pretendidamente absoluto y eterno de los valores tradicionales. Frente a
valores absolutos, o estas con ellos o estas contra ellos. No hay conciliación
posible.
¿Con qué valores tendríamos que educar a la niñez y a la juventud estudiantil
peruana de hoy si pretendemos salir del sub desarrollo educativo
democratizando nuestra política y nuestra vida social? ¿Con los valores
católicos absolutos o con los históricos valores democráticos? ¿Con los
valores de Juan Luis Cipriani o con los de Mario Vargas Llosa? ¿O alguien
puede seguir creyendo que se pueden conciliar estos valores? ¿Se puede
estar a favor y en contra del aborto terapéutico, o eugenésico a la vez? ¿Se
puede estar a favor y en contra del matrimonio homosexual a la vez?
Esa incompatibilidad es hoy más evidente y manifiesta que nunca, a la luz
de las discusiones sobre los derechos sexuales y reproductivos, los variados
problemas de la bioética o el bio poder (agréguese la eutanasia, la
fecundación in Vitro, la clonación, etc.) Y sobre todo a la luz de la
hipertrofia de la delincuencia, de la socialización de la corrupción y de la
terrible posibilidad de involución social, de un retorno a la barbarie, sino
empezó ya. (Tal vez tuvo su punto de inflexión en el momento en que la
hinchada futbolística se convirtió en "barra brava").
Que siempre fueron incompatibles esos valores lo prueban los diversos
intentos de conciliación fracasados en más de 180 años, expresión de esa
paradójica e imposible "modernización tradicionalista" que hemos aludido
antes (teología y liberación, catolicismo y democracia, marxismo y
cristianismo, laicisismo confesional, etc.) Lo que ha ocasionado tal
confusión, que las nuevas generaciones abandonan de hecho y a punta de
bostezos los valores tradicionales, aunque no lo hagan a partir de un examen
crítico en base al cual y a partir del cual adopten nuevos valores, sino al del
simple y frívolo hedonismo o al mimético narcisismo físico culturista (muy
vinculados, por lo demás).
Todo ello ha producido una crisis, llamada de valores, que todos mencionan
en los discursos, aunque nadie explica y pocos entienden porque la atribuyen a
un simple abandono de los valores tradicionales y nada más, especialmente
por parte de la juventud que acata pero no cumple, que “ya no es como las de
antes”. Y de ahí los ridículos llamados al orden y el respeto al "principio de
autoridad".
Cuando la lamentable verdad es que ese abandono no se debe al relajo juvenil
sino a la perdida de pasión y convicción en esos viejos y gastados valores y a
la falta de adopción alternativa de nuevos valores, de valores modernos, es
decir, de valores democráticos y republicanos, que solo son posibles a partir
de una educación basada en los valores de nuestra propia Constitución, es
decir, de una educación cívica bien entendida, es decir, entendida como
"cultura cívica", como cultura de la libertad, de la dignidad, de la igualdad de
derechos, como fecundación y desarrollo del espíritu democrático en
nuestros niños y adolescentes desde la primera infancia. Y de paso podemos
constatar como se vinculan estrechamente filosofía, educación y política. No
es cuestión de tecnología.
Para finalizar, nada mejor que las palabras de nuestro primer historiador de la
Republica, que los apoltronados peruanos de hoy hemos olvidado o ignorado
por completo: "Los americanos se lanzaron a la osada aventura de la
Independencia, no solo en nombre de reivindicaciones menudas: obtención de
puestos públicos, ruptura del monopolio económico, etc. Hubo en ellos
también algo así como una angustia metafísica, que se resolvió en la
esperanza de que viviendo libres cumplirían su destino colectivo"
El único tenue rayo de esperanza, hoy día, es que la mayoría peruana
parece haber comprendido, en milagroso consenso producto de la dura
experiencia histórica, que la clave principal para salir del sub desarrollo y el
tercermundismo es la educación o, con más precisión, la calidad educativa que
no hemos encarado como se debe. Y quizá ni siquiera hemos encarado
todavía.
BIBLIOGRAFÍA
Fernando Savater , El valor de elegir, Editorial Ariel, Barcelona, 2003
T.S. Eliot, Criticar al crítico, Alianza Editorial, Madrid 1967
Octavio Paz, "El Alba de la Libertad", en La Nación, Marzo 25, sección 4ta.
Buenos Aires
Fernando de Trazegnies, La idea del Derecho en el Perú republicano del siglo
XIX, Fondo Editorial PUCP, Lima
Jorge Basadre, Meditaciones sobre el destino histórico del Perú, Ediciones
Huascaran, Lima , 1947
ENSAYOS PAGANOS
Ética, derecho y educación
Juan Carlos Valdivia Cano
Se terminó de imprimir el 1 de enero de 2018
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