El Médico A Palos
El Médico A Palos
El Médico A Palos
Moliere
A PALOS
EL MÉDICO
Advertencia de Luarna Ediciones
www.luarna.com
PERSONAS
Acto primero
ESCENA I.
ESCENA II.
ESCENA III.
Ginés, Lucas.
Luc. Fortuna ha sido haber hallado a esta mu-
jer . Pero ¿no ves(16) que traza de médico
aquella?
Gin. Ya lo veo... Mira, retirémonos uno a un
lado, y otro a otro, para que no se nos
pueda escapar. Hemos de tratarte con la
mayor cortesía del mundo. ¿Lo entien-
des?
Luc. Sí.
Gin. Y solo en el caso de que absolutamente
sea preciso...
Luc. Bien... entonces me haces una seña, y le
ponemos como nuevo.
Gin. Pues apartémonos, que ya llega(17).
ESCENA. IV.
ESCENA I.
ESCENA II.
ESCENA III.
ESCENA IV.
ESCENA V.
D. Gerónimo, Doña Paula, Ginés y dichos.
D. Ger. Anímate, hija mía, que yo confío
en la sabiduría portentosa de este
señor, que brevemente recobrarás
tu salud. Esta es la niña, señor doc-
tor. Hola, arrimad(58) sillas.
Bart. ¿Con que esta es su hija de usted?
D. Ger. No tengo otra, y si se me llegara a
morir me volvería loco.
Bart. Ya se guardará muy bien. ¿Pues
que no hay más que morirse sin
licencia del médico? No señor, no
se morirá... Vean ustedes aquí una
enferma que tiene un semblante,
capaz de hacer perder la chaveta al
hombre mas tétrico del mundo.
Yo, con todos mis aforismos, le
aseguro a usted... ¡Bonita cara tie-
ne!
Doña. Paula. Ah! ah! ah!
D. Ger. Vaya, gracias a Dios que se ríe la
pobrecita.
Bart. ¡Bueno! ¡Gran señal! Cuando el
médico hace reír a las enfermas es
linda cosa... Y bien, ¿qué la duele a
usted?
Doña Paula. Bá, bá, bá, bá.
Bart. ¿Eh? ¿Que dice usted?
Doña Paula. Bá, bá, bá.
Bart. Bá, bá, bá, bá,. ¿Qué diantre de
lengua es esa? Yo no entiendo pa-
labra.
D. Ger. Pues ese es su mal. Ha venido a
quedarse muda, sin que se pueda
saber la causa. Vea usted que des-
consuelo para mí.
Bart. ¡Qué bobería! Al contrario, una
mujer que no habla es un tesoro.
La mía no padece esta enfermedad,
y si la tuviese, yo me guardaría
muy bien de curarla.
D. Ger. A pesar de eso, yo le suplico a us-
ted que aplique todo su esmero a
fin de aliviarla y quitarla ese im-
pedimento.
Bart. Se la aliviará, se la quitará: pierda
usted cuidado. Pero es curación
que no se hace así como quiera.
¿Come bien?
D. Ger. Si señor, con bastante apetito.
Bart. ¡Malo!... ¿Duerme?
Jul. Si señor, unas ocho u nueve horas
suele dormir regularmente.
Bart. ¡Malo!... Y la cabeza ¿la duele?
D. Ger. Ya se lo hemos preguntado varias
veces: dice que no.
Bart. ¿No? ¡Malo!... Venga el pulso...
Pues, amigo, este pulso indica...
¡Claro! está claro.
D. Ger ¿Que indica?
Bart. Que su hija de usted tiene secues-
trada la facultad de hablar.
D. Ger. ¿Secuestrada?
Bart. Si por cierto; pero, buen ánimo, ya
lo he dicho, curará.
D. Ger. ¿Pero de que ha podido proceder
este accidente?
Bart. Este accidente ha podido proceder,
y procede (según la más recibida
opinión de los autores) de habérse-
la interrumpido a mi señora Doña
Paulita el uso expedido de la len-
gua.
D. Ger. ¡Este hombre es un prodigio!
Luc. ¿No se lo diximos a usted?
Jul. Pues a mí me parece un macho.
Luc. Calla.
D. Ger. Y en fin ¿que piensa usted que, se
puede hacer?
Bart. Se puede y se debe hacer... El pul-
so...(59) Aristóteles, en sus protoco-
los, habló de este caso con mucho
acierto.
D. Ger. ¿Y que dixo?
Bart. Cosas divinas... La otra...(60) len-
güecita... ¡Ay! que monería!....
Dixo... ¿Entiende usted de latín?
D. Ger. No señor, ni una palabra.
Bart. No importa. Dixo Bonus bona bo-
num, uncias duas, mascula sunt ma-
ribus, honora medicum, acinax acina-
cis, nemine parco, Amaryllda sylvas.
Que quiere decir que esta falta de
coagulación en la lengua la causan
ciertos humores que nosotros lla-
mamos humores... humores acres,
proclives, espontáneos, y corrum-
pentes. Porque, como los vapores
que se elevan de la región... ¿Están
ustedes?
Jul. Si señor, aquí estamos todos.
Bart. De la región lumbrar, pasando
desde el lado izquierdo donde está
el hígado, a el derecho en que está
el corazón, ocupan todo el duode-
no y parte del cráneo: de aquí es,
según la doctrina de Áusias March
y, de Calepino (aunque yo llevo la
contraria) que la malignidad de
dichos vapores... ¿Me explico?
D. Ger. Si señor, perfectamente.
Bart. Pues, como digo: supeditando di-
chos valores las carúnculas, y el
epidermis, necesariamente impi-
den que el tímpano comunique al
metacarpo los sucos gástricos. Do-
ceo, doces, docere, docui, doctum. Pa-
patus munus tulit Archidiaconus
unus: ars longa, vita brevis: templum,
templi: augusta vindelicorum, et reli-
qua... ¿Que tal? ¿He dicho algo?
D. Ger. Cuanto hay que decir.
Gin. ¡Es mucho hombre este!
D. Ger. Solo he notado una equivocación
en lo que...
Bart. ¿Equivocación? No puede ser. Yo
nunca me equivoco.
D. Ger. Creo que dixo usted que el corazón
está al lado derecho y el hígado al
izquierdo, y en verdad que es todo
lo contrario.
Bart. ¡Hombre ignorantísimo, sobre toda
la ignorancia de los ignorantes!
¿Ahora me sale usted con estas
vejeces? Si señor, antiguamente así
sucedía; pero ya lo hemos arregla-
do de otra manera.
D. Ger. Perdone usted si en esto he podido
ofenderle.
Bart. Ya está usted perdonado. Usted no
sabe latín, y por consiguiente está
dispensado de tener sentido
común.
D. Ger. ¿Y que le parece a usted que debe-
remos hacer con la enferma?
Bart. Primeramente harán ustedes que
se acueste, luego se la darán unas
buenas friegas... Bien que eso yo
mismo lo haré... Y después tomará
de media en media hora una gran
sopa en vino.
Jul. ¡Que disparate!
D. Ger. ¿Y para que es buena la sopa en
vino.
Bart. ¡Ay! amigo, ¡y que falta le hace a
usted un poco de ortografía! La
sopa en vino es buena para hacerla
hablar. Porque en el pan y en el
vino, empapado el uno en el otro,
hay una virtud simpática que sim-
patiza y absorbe el texido celular, y
la pía mater, y hace hablar a los
mudos.
D. Ger. Pues no lo sabía.
Bart. Si usted no sabe nada.
D. Ger. Es verdad que no he estudiado,
ni...
Bart. ¿Pues no ha visto usted, pobre
hombre, no ha visto usted como a
los loros los atracan de pan mojado
en vino?
D. Ger. Si señor.
Bart. ¿Y no hablan los loros? Pues para
que hablen se les da, y para que
hable se lo daremos también a Do-
ña Paulita, y dentro de muy poco
hablará mas que siete papagayos.
D Ger. Algún ángel le ha traído a usted a
mi casa, señor doctor: vamos, hiji-
ta, que ya querrás descansar Al
instante vuelvo señor Don...
¿Cómo es su gracia de usted,?
Bart. D. Bartolo.
D. Ger. Pues así que la dexe acostada(61)
seré con usted, señor D. Bartolo...
Ayuda aquí Juliana... Despacito.
Bart. Taparla bien no se resfríe. A Dios,
señorita.
Doña Paula. Bá, bá, bá, bá.
D. Ger. Lucas(62), ve al instante, y adereza
el cuarto del señor bien limpio
todo, una buena cama, la colcha
verde, la Jarra con agua, la aljofay-
na, la toalla; en fin, que no falte
cosa ninguna... ¿Estás?
Luc. Si(63) señor.
D. Ger. Vamos, hija(64) mía.
Bart. Yo sudo... En mi vida me he visto
más apurado... ¡Si es imposible que
esto pare en bien, imposible!...
Veré si ahora, que todos andan por
allá adentro, puedo... Y si no, mal
estamos... En las espaldas siento
una desazón que no me dexa... Y
no es por los palos recibidos, sino
por los que aún me faltan que reci-
bir(65).
Acto tercero
ESCENA I.
ESCENA. II.
Leandro(71), Bartolo.
Leand. Señor Doctor, yo vengo a implorar
su auxilio de usted, y espero que...
Bart. Veamos el pulso... Pues(72) no me
gusta nada... ¿Y que siente usted?
Leand. Pero, si yo no vengo a que usted
me cure: si yo no padezco ningún
achaque.
Bart. ¿Pues a qué diablos(73) viene usted?
Leand. A decirle a usted, en dos palabras,
que yo soy Leandro.
Bart. ¿Y que se me(74) da a mí de que us-
ted se llame Leandro, o Juan de las
viñas?
Leand. Diré a usted. Yo estoy enamorado
de Doña Paulita: ella me quiere;
pero su padre no me permite que la
vea... Estoy desesperado, y vengo a
suplicarle a usted, que me propor-
cione una ocasión, un pretexto para
hablarla y...
Bart. Que es decir en castellano: que yo
hago de alcahuete. ¡Un(75) médico!
¡Un hombre como yo!.. Quítese
usted de ahí.
Leand. Señor.
Bart. ¡Es mucha insolencia, caballerito!
Leand. Calle usted, señor, no grite usted.
Bart. Quiero gritar... ¡Es usted un teme-
rario!
Leand. Por Dios, señor doctor.
Bart. ¿Yo alcahuete? Agradezca(76) usted
que...
Leand. ¡Válgame Dios, que hombre!... Pro-
bemos(77) a ver si...
Bart. ¡Desvergüenza como ella!
Leand. Tome usted... Y le pido perdón de
mi atrevimiento.
Bart. Vamos, que no ha sido nada,
Leand. Confieso que erré, y que anduve un
poco...
Bart. ¿Qué errar? ¡Un sujeto como usted!
¡Que disparate! Vaya, con que...
Leand. Pues, señor, esa niña vive infeliz.
Su padre no quiere casarla por no
soltar el dote. Se ha fingido enfer-
ma: han venido varios médicos a
visitarla, la han recetado cuantas
pócimas hay en la botica; ella no
toma ninguna, como es fácil de
presumir, y por último hostigada
de sus visitas, de sus consultas y de
sus preguntas, impertinentes, se ha
hecho la muda, pero no lo está.
Bart. ¿Con que todo ello es una farándu-
la?
Leand. Si señor.
Bart. ¿El padre le conoce a usted?
Leand. No señor, personalmente no me
conoce.
Bart. ¿Y ella le quiere a usted? ¿Es cosa
segura?
Leand. Oh! De eso estoy muy persuadido.
Bart. ¿Y los criados?
Leand. Ginés no me conoce, porque hace
muy poco tiempo que entró en la
casa. Juliana está en el secreto; su
marido, si no lo sabe, a lo menos lo
sospecha y calla, y puedo contar
con uno y con otro.
Bart. Pues, bien, yo haré que hoy mismo
quede usted casado con Doña Pau-
lita.
Leand. ¿De veras?
Bart Cuando yo lo digo.
Leand. ¿Sería posible?
Bart. ¿No le he dicho a usted que sí? Le
casaré a usted con ella, con su pa-
dre, y con toda su parentela... Yo
diré que es usted... boticario.
Leand. Pero, si yo no entiendo palabra de
esa facultad.
Bart. No le dé a usted cuidado, que lo
mismo me sucede a mí. Tanta me-
dicina sé yo como un perro de
aguas.
Leand. ¿Con que no es usted médico?
Bart. No por cierto. Ellos me han exami-
nado de un modo particular; pero,
con examen y todo, la verdad es
que no soy lo que dicen. Ahora, lo
que importa es, que usted esté por
ahí inmediato, que yo le llamaré a
su tiempo.
Leand. Bien está, y espero que usted...(78)
Bart. Vaya usted con Dios.
ESCENA. III.
ESCENA. IV.
ESCENA V.
ESCENA VI.
D. Gerónimo, Bartolo.
D. Ger. ¡Vaya, vaya que no he visto seme-
jante insolencia!
Bart. Esa es resulta necesaria del mal que
ha estado padeciendo hasta ahora.
La última idea que ella tenía cuan-
do enmudeció, fue sin duda la de
su casamiento con ese tunante de
Alexandro, o Leandro, o como se
llama. Cogióla el accidente: quedá-
ronse trasconejadas una gran por-
ción de palabras, y hasta que todas
las vacíe, y se desahogue, no hay
que esperar que se tranquilice, ni
hable con juicio.
D. Ger. ¿Que dice usted? Pues me(96) con-
vence esa reflexión.
Bart. ¡Oh! y si usted supiera un poco de
numismática lo entendería mucho
mejor... Venga un polvo.
D. Ger. ¿Con que luego que haya desocu-
pado...
Bart. No lo dude usted... Es una evacua-
ción, que nosotros llamamos tricolos
tetrastrofos.
ESCENA VII.
ESCENA VIII.
ESCENA IX.
ESCENA ÚLTIMA
4. Da de palos a Martina.
19. Bebe.
22. Aparte.
24. Aparte.
25. Aparte.
26. Mirando a Ginés
27. Impaciente.
34. Aparte.
35. Riyéndose.
40. Aparte.
44. Aparte.
45. Aparte.
46. Salen por la derecha Ginés y Bartolo;
este, vestido con casaca antigua, sombrero de
tres picos, y bastón.
50. Aparte.
51. Saca la caxa, se la presenta a Bartolo, y él
toma un polvo con afectada gravedad.
55. Aparte.
109. Alterándose.