Capital (Economics)">
1-Población Indígena Con Residencia Rural en El Gran Chaco ...
1-Población Indígena Con Residencia Rural en El Gran Chaco ...
1-Población Indígena Con Residencia Rural en El Gran Chaco ...
Roberto
5 al 7 de diciembre de 2016
Muñoz, R. (2016). Población indígena con residencia rural en el Gran Chaco Argentino. Formas actuales
de reproducción y condiciones de vida: un estado de la cuestión. IX Jornadas de Sociología de la UNLP,
5 al 7 de diciembre de 2016, Ensenada, Argentina. En Memoria Académica. Disponible en:
http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.9040/ev.9040.pdf
Roberto Muñoz
IdIHCS-UNLP-CONICET
Munozroberto8288@yahoo.com
Introducción
Los llamados indígenas han cobrado una notable visibilidad pública en América Latina en
las últimas décadas. Esto ocurre no solo en países en los que tradicionalmente se los ha
considerado una porción importante de la población –México, Bolivia, Ecuador y Perú-,
sino también en aquellos dónde la cuestión indígena tuvo una presencia marginal. Entre
estos últimos, Argentina no ha quedado exenta de este fenómeno. En efecto, sobre todo a
partir de la década del noventa, surgen y se desarrollan múltiples organizaciones que se
reivindicancomo representantes de esta población en diferentes provincias del país. A su
vez, desde el aparato estatal, tanto el nacional como los provinciales, se desarrollan una
serie de herramientas legislativas e instituciones específicas destinadas a abordar a las
personas que quedan englobadas bajo esta denominación identitaria.En el mismo sentido, el
grueso de la producción académica sobre la temática refuerza la idea de un “resurgir
indígena”.Si uno se guía por las actuales cifras oficiales que miden esta población, ese
despliegue parece justificado. Más allá de las disparidades que hay entre ellas, indican que
los indígenas representarían a una franja, aunque minoritaria, nada despreciable de los
habitantes del país.
En esta ponencia nos proponemos avanzar en un estado del arte acerca de las formas
actuales de reproducción social de la población denominada indígena en la región
Hacia fines de la década del 70, la visión dominante en la disciplina, que había centrado el
grueso de su producción en la región chaqueña, postulaba que el lugar de las comunidades
indígenas en última instancia no era el propio de la civilización occidental. El referente
principal de esta corriente -y que iba a marcar toda una época del pensamiento
antropológico en Argentina- fue Marcelo Bórmida. Es la corriente que se dio en llamar
etnología fenomenológica y que sostenía la inmutabilidad de estas comunidades, abordando
su estudio desde la perspectiva de sus miembros –considerados ontológicamente distintos-
y haciendo abstracción de las condiciones sociales e históricas concretas. Esta perspectiva
ya ha quedado en gran parte perimida, sin embargo, una parte considerable de los aportes
más recientes terminan cayendo en errores similares.
En lo últimos años, ante la multiplicación de movimientos que se reivindican indígenas,
han proliferado los trabajos que los toman como objeto de estudio. Diversas disciplinas se
han abocado al análisis de la “cuestión indígena”, focalizándose en distintos aspectos.
Briones y Ramos (2010) describen suscintamente los diferentes campos abiertos:
“Desde las ciencias políticas, se han analizado mayormente las características y condiciones de
ordenamientos estatales multiculturales así como la emergencia de partidos políticos indígenas;
desde la sociología, las dinámicas de los llamados nuevos movimientos sociales; desde el derecho,
las posibilidades del pluralismo jurídico con base en la articulación de los derechos indígenas y el
derecho positivo; desde la educación y la lingüística, los requerimientos de currícula y pedagogías
interculturales. Desde la geografía, las vías de transformación de las interacciones sociedades-
medio ambiente abiertas por y desde el etnodesarrollo” (Briones y Ramos, 2010; 40).
A todo esto se suma, obviamente, el trabajo de los antropólogos, muchos atraídos por la
vitalidad que observan en los movimientos indígenas. No es nuestro interés, como dijimos,
hacer un estado de la cuestión exhaustivo sobre todas las aristas abordadas en la
bibliografía. Antes bien, nos detendremos que algunos autores que realizan aportes respecto
de las formas concretas de reproducción social de estos sujetos.
Subsunción indirecta del trabajo al capital
Por su parte, Hugo Trinchero (1995 y 1998) ha desarrolla una extensa obra sobre la
inserción indígena en la sociedad argentina. Aquí nos interesa detenernos en
específicamente en analizar las categorías de subsunción indirecta y diferenciada que el
autor construye para indicar “formas específicas de ciertas ramas del capital de intentar
ejercer su dominio sobre el trabajo, y que no responden a las formas directas analizadas por
Marx” (pp. 133) En efecto, el autor niega legalidad general al proceso de subsunción,
concepto axial de la teoría marxiana. Marx explica dicho proceso identificando dos
momentos. El primero es la subsunción formal del trabajo al capital, cuando se separan los
medios de producción de quienes lo producen y se mercantiliza el trabajo a través de las
relaciones asalariadas. Es formal por que no cambia la forma en que se realiza el trabajo.
En cambio, al alcanzar la subsunción real del trabajo, el capital ha transformado
su contenido, la mecanización barre con las formas de trabajo artesanales. El proceso
de trabajo se objetiva en un sistema de máquinas con la aparición de la gran industria.
Como consecuencia de este proceso, se expulsa población de las fábricas que pasa a
conformar una sobrepoblación relativa, es decir una población que es excedente para
las necesidades de acumulación del capital. Trinchero va a sostener que dicho proceso es
la expresión de una particularidad (el caso inglés) y no una tendencia que opera en
toda economía capitalista. Considera que el desarrollo de las relaciones capitalistas y, por
otro lado, la persistencia de modos de producción diferentes basados en la producción
doméstica en Argentina habilitan a pensar en otros términos.
Para este autor, la estacionalidad que caracteriza a la actividad agraria capitalista le
permite valerse de una fuerza de trabajo que se reproduce en parte en las comunidades
indígenas que él caracteriza como “modo de producción doméstico”. Este empleo de
fuerza de trabajo reproducida en la comunidad
constituiría una ganancia extraordinaria de las empresas que, por este motivo,
carecerían de incentivos para invertir en tecnología. Este traspaso de recursos de la
comunidad a la empresa capitalista estaría garantizado por la coerción política. Es decir,
se trataría de formas de contratación no libres que se basan en el uso de la coacción extra-
económica. Este supuesto proceso de subsunción indirecta y diferenciada daría a la luz no
a un proletariado sino a distintos sujetos (campesino y comunidades étnicas) que surgirían
del cruce de las diferentes combinaciones del capital con las formas
de la economía doméstica. Allí se encontraría el campo de estudio de
la antropología económica. A su juicio, este proceso debe ser visto no como la superación
de distintos modos “atrasados” de producción, sino como la reformulación de los mismos
al servicio del capital. Trinchero, pretendiendo rebatir las visiones esencialistas, termina
manteniendo el mismo sesgo al negar la historia de proletarización de esta población. Bajo
el artilugio de la “resignificación”, construye una comunidad inmutable que se
refuncionaliza para persistir más o menos inmutable.
“La gente tiene hambre. En el monte, casi no hay miel, no hay pescado. [...] Meterse en el monte es
mucho trabajo. Ando todo el día y vuelvo cansado, porque el monte es lejos. Después, a la mañana,
¿Qué voy a comer? Nada...” (pp.82)
“las comunidades aborígenes del Chaco y la estructura social de laa provincia no aceptan una
descripción de sus características acorde con el tipo idela de <sociedad dual>. El modelo que puede
dar cuenta de la configuración social chaqueña debe tomar como dato originario del sistema que la
integración de los sectores aborígenes es un fenómeno temprano dentro del proceso de
estructuración de la sociedad chaqueña y que su situación actual, primero, no es exclusiva del grupo
aborigen, y segundo, que encuentra su explicación en el proceso de desarrollo de las fuerzas
productivas de la provincia, en la estructura ocupacional resultante y en el sistema de clases que le
corresponde” (Vol I, pp. 36)
De esta manera, el análisis de los diferentes casos abordados –tres asentamientos rurales en
diferentes puntos del interior provincial y el barrio Toba de Resistencia- puso el eje en las
relaciones concretas de producción de las que participan los llamados indígenas. De esta
manera, a diferencia de las perspectivas reseñas más arriba, aquí se vuelve determinante no
pasar por alto o dar un lugar secundario al proceso histórico de proletarización de la
población indígena.
Detengamos en ese proceso histórico de incorporación y proletarización de esta población
hasta llegar a nuestros días. Los autores describen ese devenir hasta los años 70 y nosotros
lo completamos hasta la actualidad. Con las avanzadas militares de entre fines del siglo
XIX y principios del XX, que permitieron la ocupación definitiva del territorio chaqueño
hasta entonces en manos de diferentes comunidades indígenas y la consiguiente destrucción
de su economía, se completan las tareas necesarias para permitir el desarrollo capitalista en
la región. Quedaba así conformada una masa de población disponible para el trabajo
asalariado. Entre las formas que tomó el avance del capital en la región, el trabajo en los
ingenios azucareros y los obrajes y, más tarde, la producción algodonera fueron las
actividades que requirieron gran parte de la fuerza de trabajo indígena, como obreros
transitorios para las diferentes tareas. La década de 1960 marca un punto de inflexión en
ambas producciones. Por un lado, se mecaniza la cosecha del azúcar y, por otro, se produce
una fuerte crisis de la actividad algodonera, que no logra revertirse. En un primer momento,
se contrae la superficie cultivada y más recientemente se acelera el proceso de
concentración y centralización del capital, con la expulsión de los productores más
pequeños y el avance tecnológico mediante el control químico del cultivo y la
mecanización de la cosecha. Ambos elementos, la reducción de la superficie sembrada y el
cambio de las condiciones técnicas de producción, redundaron en la eliminación masiva de
puestos de trabajo. Este proceso de expulsión de obreros, no pudo ser contrarrestado por el
avance sojero y de la ganadería que se observa en los últimos años en la región, por tratarse
de actividades que demandan una cantidad insignificante de fuerza de trabajo. De esta
forma, toda esa masa de población obrera, indígena o no, históricamente insertos como
obreros rurales transitorios, en la actualidad logra sobrevivir a dura penas en base a la
percepción de planes sociales de asistencia o, en menor medida, con changas o algún
empleo estatal precario.
Planteadas así las cosas, el grupo de Hermitte arriba a una conclusión de vital importancia y
total vigencia:
“La situación actual del aborigen, entonces no puede ser entendida en su significado, como tampoco
pueden diseñarse políticas tendientes a su superación, si no es concebida como un resultado del
peculiar desarrollo capitalista. El estudio del indígena debe ser encarado dentro del marco más
general de las posibilidades de empleo existentes, problema que así planteado pierde su
especificidad étnica para instaurarse dentro del ámbito más comprensivo de las clases sociales y su
determinación estructural” (Vol. I; pp. 53)
1
La primera Ley del Aborigen es una ley provincial, sancionada por la Provincia de Formosa
(1984), que tiene especial influencia en la formulación de las leyes provinciales posteriores y en la
Ley Nacional del Aborigen (Ley N° 23.302), sancionada en 1985 y regl amentada en 1989. Luego
inversa, en tanto primero surgieron las leyes provinciales y luego se produjo la reforma
constitucional, retomando algunos elementos de las primeras. Con variantes, aquellas
herramientas legales consideraban al indígena como un ciudadano singular con derechos
especiales. También por primera vez, presentaban al indígena como destinatario exclusivo
de la acción legislativa. Si hasta entonces las políticas públicas operaban alcanzando por
igual a todos los ciudadanos, de ahora en más procurarían instrumentarse en base al
reconocimiento de que los mismos deben ser objeto de atención estatal especial(Carrasco,
1997).
Con la Constitución de 1994 como punto culminante de ese proceso,se abriría entonces una
etapa en donde, en principio, se profundiza la reversiónde lo que se consideraba uno de los
rasgos fundantes de la consolidación del Estado-nación argentino a fines del siglo XIX: “el
intento de eliminar, silenciar o asimilar a su población indígena” (Gordillo y Hirsch, 2010:
15).A partir de estos nuevos lineamientos constitucionales, actualmente en Argentina, al
igual que en la mayoría de los países latinoamericanos,se considera oficialmente como
criterio válido para la definición de lo indígena un concepto extremadamente subjetivista,
dominante actualmente en la Antropología, y que se basa en la auto-percepción o auto-
reconocimiento de los sujetos bajo estudio2. En base a ello, el Censo de Población de 2001
incluyó, por primera vez, una variable que interrogaba a los censados si se reconocían como
indígenas y si podían indicar su pertenencia étnica. Bajo esta metodología, se obtuvo una
cifra de población total indígena de 1.117.746, distinguiendo a su vez su localización entre
áreas urbanas (agrupamientos con dos mil o más personas), población rural agrupada
(menos de dos mil personas) y población rural dispersa. Toda la cuestión queda reducida a
reproducir lo que los entrevistados dicen acerca de sí mismos. Así, el Censo de 2001
se promulgaron las leyes de Salta (1986), Chaco (1987), Misiones (1987), Río Negro (1988),
Chubut (1990) y Santa Fe (1993). Por fin, se logra la derogación del artículo 67 inc. 15 de la
Constitución Nacional de 1853 y su reemplazo por el artículo 75, inc. 17, en la Constitución
Nacional de 1994. (Golluccio, 2008)
2
Leguizamon et. al. (2007) afirman que en las últimas décadas la antropología ha comenzado a
utilizar crecientemente como concepto para la pertenencia a cualquier otro grupo étnico, el auto-
reconocimiento. Para la adopción de dicha categoría, un importante aporte lo constituyó la obra de
FredrikBarth sobre los grupos étnicos y sus fronteras (1976). Sus conceptos habrían significado una
ruptura respecto de los abordajes culturalistas dominantes hasta los años 50: perspectivas que
definían lo indígena sobre la base de rasgos culturales estáticos e identificaban “una raza con una
cultura”.
incluyó una variable que interrogaba a los censados si se reconocían como indígenas y si
podían indicar su pertenencia étnica. Bajo esta metodología, se obtuvo una cifra de
población total indígena de 1.117.746, distinguiendo a su vez su localización entre áreas
urbanas (agrupamientos con dos mil o más personas), población rural agrupada (menos de
dos mil personas) y población rural dispersa. Contra lo que se suele creer, cabe destacar
que, según este relevamiento, si tiene algún sentido plantear la existencia de una “cuestión
indígena” en Argentina, hay que decir que sería una cuestión predominantemente urbana,
desde el momento que casi el 82% de esta población se encontraría en ese ámbito.
Cuadro N° 1 Población indígena total por sexo según localización. Argentina, 2001.
3
El resto no se reconoce como perteneciente a un pueblo indígena sino que dicen descender de alguno de
ellos.
Fuente: Censo Nacional de Población 2001 y 2010. ECPI 2004/5. INAI 2007.
Ante el marcado avance de la pobreza rural en las últimas décadas, desde los años 90 se
ponen en marcha desde el Estado nacional, a través del actual Ministerio de Agricultura, un
conjunto de programas destinados a revertir el problema de la pobreza rural. Su rasgo
común es el fomento de acciones de tipo productivo, fundamentalmente a través de la
entrega de créditos o subsidios y asesoramiento técnico. Los objetivos explícitos buscan
sostener la subsistencia de la población en esos ámbitos, incrementar sus ingresos
disponibles, mejorar la producción predial, así como también promover la organización y la
participación de los “pequeños productores” y los “pobres rurales” del país. La aplicación
de algunos de estos programas estuvo restringida a aquellas regiones que concentraban los
peores índices de pobreza rural. De esta manera, entre otros, surgen el Programa de
Desarrollo Rural del Nordeste Argentino (PRODERNEA) y el del Noroeste Argentino
(PRODERNOA). Sin embargo, los más relevantes, por su alcance nacional, fueron el
Programa Social Agropecuario (PSA) surgido en 1993 y, como continuación del mismo
desde 1998, el Programa para el Desarrollo de Iniciativas Rurales (PROINDER). Este
último, se propuso dar un tratamiento diferencial a los indígenas rurales, al considerar que
deben afrontar dificultades adiciones en relación al resto de los hogares pobres “con
actividad agropecuaria”. Para ello, se realizaron una serie de informes que les permitiera
incluirlos como beneficiarios, ajustando el Programa a las necesidades de esta población
específica. Es así que en 2002 se confecciona el documento Los pueblos indígenas en
Argentina. Informe de actualización del año 2002 (Golluscio, 2008), con la intención de
capacitar a los técnicos que debían trabajar con las comunidades. El objetivo general era
“presentar algunos aspectos de la situación demográfica, socioeconómica y sociocultural
actual de los pueblos indígenas que viven en nuestro país” (Golluscio, pp. 7).Nos interesa
detenernos en la caracterización “socioeconómica” de estos sujetos. El informe describe,
desagredado por etnia, las inserciones laborales de los “indígenas”. En lo que respecta a la
región chaqueña, se señala para el caso de los tobas un fuerte proceso migratorio: “La
migración se relaciona con la falta de recursos naturales y de trabajo, por ejemplo, la crisis
del algodón, cosecha en la cual los tobas -junto con los wichi y pilagás- participaban todos
los años.” (pp. 15). Por su parte, se sostiene que los que todavía viven en comunidades
rurales, mantienen prácticas de caza y recolección, pero todas formas“la mayor parte
intenta trabajar también como peones de ingenio, obrajes o aserraderos” (pp. 15).
En el caso de los Wichi, Golluscio indica, por un lado, que también mantienen sus prácticas
de caza, pesca y recolección y a su vez habría algunas experiencias de desarrollo agrícola
con diversa suerte. Por otro, “son también peones de desmonte, obrajes, ingenios,
algodonales (si hay). Las mujeres hacen artesanías en fibras tejidas; los hombres, en
maderas dura y alfarería” (pp. 17).
Por último, los mocovíes “trabajan a destajo como peones de obrajes madereros, estancias o
quintas y como cosecheros temporarios. Muchas mujeres son empleadas domésticas.
Algunos pocos trabajan en cerámica” (pp. 17).
En términos generales, la autora resalta que en conjunto estas poblaciones carecen de agua
potable, electricidad y vivienda digna. También hay serias deficiencias en cuanto a
infraestructura vial, comunicación y acceso a la salud. Destaca que la falta de empleo es
generalizada y el crecimiento de la desocupación adquiere un ritmo alarmante.
Algunos años más tarde, en 2010, se elabora un segundo documento, La cuestión indígena
en la Argentina (Cervera Novo). Se trataba de un estudio de actualización en el marco del
Componente Fortalecimiento Institucional del Proyecto de Desarrollo de Pequeños
Productores Agropecuarios (PROINDER Adicional). El mismo pretende
“profundizar el conocimiento sobre la población indígena para identificar líneas de
intervención que permitan mejorar las condiciones de ingresos y de vida de este grupo
social, uno de los estratos de la población rural donde la incidencia de la pobreza y el
déficit en el acceso a los servicios sociales son más marcados” (pp.5)
El autor no explica de qué manera esto diferenciaría a los llamados indígenas de amplias
capas de la clase obrera argentina.
Si bien en ambos informes se señala la proletarización de esta población desde por lo
menos principios del siglo XX, se insiste en su carácter peculiar, forzando la “diferencia
cultural”. Golluscio llega a plantear que la penetración de la televisión en las comunidades
wichi podría tener consecuencias inconmensurables:
“En ese sentido, hasta el Impenetrable está dejando de serlo. Un niño wichi de El Sauzalito
(Chaco), monolingüe e hijo de madre monolingüe, está expuesto actualmente al video y a la
televisión, por ejemplo. Los rápidos e irreversibles cambios que producirá la sola
introducción de una antena parabólica en el pueblo no han sido previstos” (pp. 17)
Cervero Novo, por su parte, intenta desconocer el proceso histórico otorgándole un carácter
“ancestral” incluso a la destrucción de la economía indígena y el avance de las relaciones
capitalistas. Refiriéndose al mecanismo de reclutamiento de fuerza de trabajo a través de
contratistas, sugiere que
“Estas prácticas también pueden ser consideradas “ancestrales” ya que el Gran Chaco ha
sido desde épocas coloniales un gran reservorio de mano de obra (por ejemplo para trabajos
en las minas del Potosí, entre otros) y también que los pobladores indígenas del Chaco
centro-occidental (en Argentina) constituyeron la principal fuerza de trabajo en los ingenios
azucareros, cuando la expansión de estos, en las primeras décadas del siglo XX” (pp. 22)
A lo largo de este trabajo hemos intentado reseñar algunas de las interpretaciones teóricas
que desde la antropología pretenden explicar las formas de inserción social de la población
denomina indígena en la Argentina. Hemos visto que si bien los trabajos de Gordillo y
Trinchero se proponen descartar los elementos más burdos del esencialismo que
caracterizaba a la escuela de Bórmida, dominante dentro de la disciplina hasta inicios de los
80, terminan recayendo en caracterizaciones que idealizan a las comunidades, sin poder
comprender las formas concretas de reproducción social de esta población.
Desde el momento que estas perspectivas son adoptadas por las instituciones estatales, se
explica en parte las inconsistencias que muestran las fuentes oficiales en su intento por
delimitar a esta población.
Más allá de los datos censales, nos detuvimos también en los informes elaborados por el
PROINDER. A pesar de los elementos que los mismos informes presentan acerca de la
condición obrera de estos sujetos, se dan por sentadas aquellas interpretaciones, para
proponer como política superadora la estimulación de emprendimientos productivos. En
otro trabajo (Muñoz, 2015) intentamos mostrar cómo los llamados Programas de Desarrollo
Rural –entre los que se distingue, por su alcance nacional el PROINDER- se constituyen en
un mecanismo para frenar las migraciones rurales y su impacto en los índices de desempleo
en las zonas urbanas, en un contexto que, como señalamos, se caracteriza por la expulsión
de miles de los productores más ineficientes y la destrucción masiva de puestos de trabajo
ante el avance técnico en las diferentes ramas del agro. Es decir, políticas para contener a
una masa de población sobrante para el capital en los espacios rurales, en base a actividades
de subsistencia.
Dicho esto, rescatamos el aporte del grupo de Hermitte. Al centrarnos en las relaciones de
producción y las posiciones objetivas en la estructura social que se desprenden de aquéllas,
la cuestión étnica no tiene relevancia. La categoría indígena carece de validez científica,
desde el momento que se excluye toda pertenencia de clase de los mismos. ¿Cuáles son las
relaciones sociales que contiene lo “indígena”? Bajo el mismo concepto, quedan
englobados “indígenas” explotadores e “indígenas” explotados.
Esa masa de población obrera, históricamente inserta como obreros rurales transitorios, en
la actualidad reproduce su vida, con serias dificultades, en base a la percepción de planes
sociales de asistencia o, en menor medida, con changas o algún empleo estatal precario. En
este sentido, consumado el proceso de proletarización hace más de cien años, la hipótesis
general que guía nuestro trabajo para explicar las formas actuales de reproducción social de
esta población, sostiene que la tendencia general que se manifiesta en las últimas décadas
es el pasaje de esta fracción de la clase obrera argentina de su condición de sobrepoblación
relativa latente a estancada, en el caso de los que logran migrar a las ciudades, o el
hundimiento en el pauperismo consolidado, los que todavía continúan en los espacios
rurales.
Bibliografía
-Althabe, R.; Braunstein, J; y González, J. (1995): “Derechos indígenas en la argentina.
Reflexiones sobre conceptos y lineamientos generales contenidos en el artículo 75 inc. 17
de la constitución nacional”. Revista El Derecho, Buenos Aires N° 8858: 1-17.
-Barth, F. (comp.) (1976) Los grupos étnicos y sus fronteras. FCE, México.
-Briones, C. y A. M. Ramos (2010) “Replanteos teóricos sobre las acciones indígenas de
reivindicación y protesta: aprendizaje desde las prácticas de reclamo y organización
mapuche-tehuelche en Chubut”, en Gordillo y Hirsch (comps) Movilizaciones indígenas e
identidades en disputa en la Argentina. Ed. La Crujía.
-Carrasco, Morita (1997) “Procesos organizativos y propuestas legislativas de pueblos
indígenas en Argentina” II Reunión De Antropología del Mercosur Fronteras Culturales y
Ciudadanía. “Territorialidad y Políticas Indigenistas en los países del Mercosur” Piriápolis-
Uruguay- Noviembre.
-Cervera Novo, Juan Pablo (2010) “La cuestión indígena en la Argentina, un estudio de
actualización”. Serie Estudios e Investigaciones N°25, PROINDER
-Fuscaldo, Liliana (1985) “El proceso de constitución del proletariado rural de origen
indígena en el Chaco”. En Mirta Lischetti (ed.) Antropología. Bs.As., Eudeba. Pp. 131-151.
-Gordillo, Gastón (2006) En el Gran Chaco. Antropologías e historias. Prometeo, Bs.As.
-Gordillo, G. y S. Hirsch (2010) “La presencia ausente: invisibilizaciones, políticas
estatales y emergencias indígenas en la Argentina”, en Gordillo y Hirsch (comps)
Movilizaciones indígenas e identidades en disputa en la Argentina. Ed. La Crujía
-Golluscio, Lucía (2008) “Los Pueblos Indígenas que viven en Argentina. Informe de
actualización del año 2002”, Serie Documentos de Capacitación N° 5,Secretaría
Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentos.
-Hermitte, Esther y equipo (1995) Estudio sobre la situación de los aborígenes de la
provincia del Chaco y políticas para su integración a la sociedad nacional, Vol. I, II y III.
Editorial Universitaria, Universidad Nacional de Misiones.
-Iñigo Carrera, Nicolás (1984) Campañas militares y clase obrera. Chaco, 1870-1930.
Bs.As., CEAL.
-Leguizamón et. al. (2007) “Diagnóstico preliminar proyectos del Programa Social
Agropecuario con relación a pueblos originarios”. SAPyA
-Marx, Karl (2004) El Capital. Tomo 1 Vol. 3 Cap. 23, Siglo XXI Editores.
-Muñoz, Roberto (2015) “La construcción estatal de la “Agricultura Familiar” en
Argentina. Un análisis de los Programas de Desarrollo Rural de alcance nacional”, XV
Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia, Universidad Nacional de la Patagonia
San Juan Bosco. Comodoro Rivadavia, septiembre.
-Otero, Hernán (2006) Estadística y Nación. Una historia conceptual del pensamiento
censal de la Argentina moderna, 1869-1914, Ed. Prometeo.
-Radovich, J. C. y Balazote, A. (1992) La problemática indígena, CEDAL, Bs. As.
-Trinchero, Hugo (comp.) (1995) Producción doméstica y capital. Ed Biblos
--------------(1998) Antropología Económica. Ed. Eudeba
-Vivaldi, Ana (2010) “El monte en la ciudad: (des)localizando identidades en un barrio
toba”, en Gordillo y Hirsch (comps) Movilizaciones indígenas e identidades en disputa en
la Argentina. Ed. La Crujía