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De 1 Pedro 4-12-19
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Programación diaria
1 Pedro 4:12-19
Continuamos hoy, amigo oyente, nuestro viaje por la primera epístola del Apóstol Pedro y
nos encontramos en el capítulo 4, capítulo incluido en la tercera división general de esta
epístola, que hemos titulado "El sufrimiento y el sufrimiento de Cristo". Recordemos también
que este capítulo 4 lleva el título "El sufrimiento produce obediencia a la voluntad de Dios".
En nuestro programa anterior, antes de leer el versículo 12, dijimos que ahora Pedro iba a
hablarnos sobre una clase diferente de sufrimiento. Las personas a quienes estaba
escribiendo se estaban acercando a la órbita de un huracán de persecución, que se desató
durante el reinado de Nerón. Nerón ya había comenzado la persecución de los creyentes en
Roma, persecución que se estaba extendiendo a través de todo el imperio. Pedro les
advirtió a aquellos creyentes que para ellos se estaba acercando el sufrimiento. Muchos de
ellos se convertirían en mártires. Estimado oyente, usted y yo quizás no lleguemos a sufrir
el martirio, pero en este mundo tendremos que enfrentarnos al sufrimiento.
Ahora, leamos el versículo 12 del cuarto capítulo de la primera epístola del Apóstol Pedro:
"Amados, no os sorprendáis del fuego de la prueba que os ha sobrevenido, como si alguna
cosa extraña os aconteciera"
Cuando nos alcanza el sufrimiento, la mayoría de nosotros reacciona como si éste fuera
algo extraño. Y solemos pensar que nadie ha sufrido nunca como nosotros hemos sufrido.
Estimado oyente, no sabemos cuál es su problema, pero cualquiera que éste sea podemos
asegurarle, que ese sufrimiento no es algo extraño. Otros han pasado por la misma
experiencia, y usted nunca será el que sufra más que cualquier otra persona. Cuando Pablo
fue elegido como apóstol el Señor dijo, en los Hechos capítulo 9, versículo 16: porque yo le
mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre. Pablo había llegado al límite del
sufrimiento; por lo tanto, usted no llegará hasta ese límite y no debería considerar su
sufrimiento como algo extraño. Todos tenemos la tendencia a caer en esa falacia en nuestra
manera de pensar. Si, por ejemplo, uno llega a enfermarse de cáncer, no puede creer lo que
el médico le dice. Creemos que los demás pueden contraer esa grave enfermedad, pero
cuando nos lo comunican, no lo podeos creer y pensaremos "¡esto no me puede estar
sucediendo a mí!"
Y este versículo les habló a aquellos lectores del fuego de la prueba que os ha sobrevenido.
No debían considerar esa experiencia como algo insólito que les estaba sucediendo. Esos
creyentes ya estaban siendo probados por el sufrimiento. El sufrimiento no es algo
accidental, sino la experiencia cristiana normal. Fue como si el apóstol les hubiera dicho:
"No creáis que es una vivencia extraña, porque es la experiencia normal de los creyentes en
este mundo".
La expresión el fuego de la prueba es literalmente "fundidos en un horno". El rey David
habló del hecho de que Dios lo estaba probando como la plata se coloca en el horno para
purificarla. Y encontramos esta idea por toda la Biblia. Pedro ya había mencionado el fuego
de la prueba en varias ocasiones, porque él había soportado personalmente el sufrimiento,
y aun le esperaba pasar por la muerte de un mártir, en una cruz.
Pero no olvide, estimado oyente, que Dios tiene un propósito en nuestro sufrimiento. Esta
verdad, y la idea del horno de fuego de las pruebas, expresadas en el versículo 12, que
acabamos de leer y comentar, han inspirado las siguientes palabras de un poeta. Que con
sencillez y profundidad nos describió el doloroso proceso de refinamiento y purificación de
un metal tan valorado como el oro. Escuchemos estas palabras.
"De las tinieblas de la mina, de la humedad y del moho, del horno de fuego sale una pepita
de oro, desmenuzada en átomos e igualada al polvo más humilde. Sin tener un corazón que
muestre simpatía, sin tener una mano en la cual confiar, derretida, martillada y golpeada,
parecería que su martirio nunca iba a terminar, Ah, ¿para recibir tal prueba de fuego, qué
había hecho el pobre oro? Hubiera sido preferible que la misericordia lo hubiera dejado en
ese lugar tan tenebroso, en la humedad y el moho. Si ésta es la gloria del vivir, entonces es
mejor ser escoria que oro. Bajo la prensa y el rodillo, dentro de las fauces de una casa de la
moneda, pasa a ser acuñado, estampado con el emblema de la libertad, sin ningún defecto
o abolladura. Ah, qué alegría ver esa obra de refinación, que salió de la humedad y el moho,
para ser estampado con una imagen gloriosa. Ah, ¡qué hermosa es la moneda de oro!
Hasta aquí la cita poética, que seguramente fue escrita por alguien que probó el sufrimiento
en toda su intensidad y que, después de la prueba, pudo proclamar su victoria sobre todas
las circunstancias adversas y dirigir su mirada al hermoso resultado operado en su vida.
Escuchemos ahora lo que dice aquí el versículo 13:
"Al contrario, gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que
también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría."
¿Por qué hemos de alegrarnos de las pruebas y sufrimientos? Porque el sufrimiento nos
prepara para la venida de Cristo. El apóstol Pablo escribió en Romanos capítulo 8, versículo
17: 17Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que
padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. Tenemos
que enfrentarnos con el hecho de que no hay atajos para vivir la vida cristiana. No hay una
manera fácil de vivirla. Como alguien dijo, "la vida cristiana es un banquete ---porque a eso
nos ha invitado El, a la mesa de la salvación--- pero esa vida no es una excursión. Hemos
de sufrir por El y con El. Y cuando estemos ante Su presencia algún día, sabremos el
motivo de cada prueba por la que hayamos tenido que pasar. Sería embarazoso estar
sentados junto al apóstol Pablo en el Cielo, en el mismo nivel que El, teniendo en cuenta
que él ha sufrido tanto. Y algunos han criticado al apóstol Pedro, pero cuando lleguemos al
Cielo, también vamos a tener que mirarle con respeto y admiración. La Palabra de Dios ha
dejado bien en claro que el sufrimiento es una parte de la vida cristiana. El sufrimiento nos
desarrolla. Oímos con frecuencia que todo tiene que ser tranquilo, apacible en el matrimonio
y en la familia cristiana. Pero la realidad se impone y la aflicción y el sufrimiento, tarde o
temprano se hacen presentes en el hogar cristiano. Continuemos leyendo el versículo 14 de
este cuarto capítulo:
"Si sois ultrajados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu
de Dios reposa sobre vosotros. Ciertamente, por ellos, él es blasfemado, pero por vosotros
es glorificado"
Este es un lenguaje un poco extraño. Otra versión traduce este versículo de la siguiente
manera: "Dichosos vosotros, si os insultan por causa del nombre de Cristo, porque el
glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros".
Nuevamente podemos decir que el sufrimiento es una señal, una evidencia de que usted es
un hijo de Dios. La prueba más convincente de que usted es un hijo de Dios es que usted
pueda soportar el sufrimiento. Si usted está teniendo una vida cómoda, sin problemas, llena
de halagos y del respeto de los demás, puede que usted no sea un hijo de Dios, porque esa
no es la forma en que El actúa con Sus hijos. Continuemos leyendo el versículo 15 de este
cuarto capítulo:
"Así que, ninguno de vosotros padezca como homicida, ladrón o malhechor, o por
entrometerse en lo ajeno"
El apóstol Pedro colocó al homicidio junto al cotilleo y a la crítica de otros; no hizo ninguna
diferencia entre estos hechos pecaminosos. Y el apóstol Pablo hizo lo mismo. En realidad,
los apóstoles Pablo, Pedro y Santiago estuvieron de acuerdo en todo. Todos ellos estaban
predicando el mismo evangelio, el evangelio que produce la misma clase de vida.
Pedro dijo que no deberíamos estar sufriendo por nuestros propios pecados. Estimado
oyente, Dios nunca lo probará a usted con el pecado. El nunca le probará con el mal, como
el apóstol Santiago aclaró en su carta. Aquí en este versículo el apóstol Pedro dijo que
nadie tuviera que sufrir por ser, por ejemplo, un homicida. Y el versículo 16 de este cuarto
capítulo de 1 Pedro dice:
"Pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello."
Nuestro corazón se identifica con aquellos cristianos que están hoy en la cárcel, porque
están sufriendo verdaderamente un castigo. Sin embargo, si ellos están sufriendo por causa
de sus propios pecados, no pueden traer honra al nombre de Dios por el hecho mismo de
estar en una prisión, pero de todas maneras pueden glorificar al Señor y dar testimonio de
él en medio de esa situación en la que, por cierto hay personas a las que usted ni yo
podemos alcanzar con el mensaje de salvación y esperanza. Leamos ahora el versículo 17:
"Es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por
nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?"
Aquí destacamos la frase es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios. Es que
los creyentes tendrán que presentarse ante el tribunal de Cristo. En su segunda carta a los
Corintios, capítulo 5, versículo 10, el apóstol Pablo escribió: 10porque es necesario que
todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según
lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo. El apóstol Pablo
estaba hablando a los cristianos, y de que cada uno recibiría lo que le correspondiera,
según lo bueno o lo malo que hubiera hecho mientras vivía en esta tierra. Así que esa
presencia ante el Señor para pasar por un examen de nuestra vida cristiana será una cita
ineludible para todos los creyentes.
Y en este mismo versículo el apóstol Pedro continuó diciendo: y si primero comienza por
nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios? Cristo ha
pagado el castigo que nos correspondía a nosotros por nuestros pecados, pero
supongamos que hemos vivido una vida que no ha traído gloria y honra a Su nombre.
Estimado oyente, hemos de ser juzgados. Y si Dios va a juzgar a aquellos que le
pertenecen, ¿qué diremos de un mundo perdido que no está dispuesto a escuchar ni
obedecer al evangelio de Dios? Y dice el versículo 18 de este cuarto capítulo:
"Y «Si el justo con dificultad se salva, ¿ qué pasará con el impío y el pecador?»."
Es decir, que como creyentes podemos decir que hemos sido salvados difícilmente. Los
considerados justos ante Dios han sido salvados por la muerte de Cristo, y por haber
depositado su fe en El. Esa fue la única manera de recibir, y sin merecerlo en absoluto, el
don de la salvación.
Ahora, si los considerados justos por los méritos de Cristo apenas han podido salvarse,
como un tizón arrebatado del fuego, ¿qué será del impío y del pecador? (se preguntó
Pedro). Estimado oyente, si usted no es un cristiano, y si nosotros apenas hemos recibido la
salvación solamente por haber creído en Cristo, ¿cuál será su situación y destino personal?
No hay sino solo una esperanza, solo hay un camino de salvación. El Señor Jesús dijo: "Yo
soy el camino". Continuemos leyendo el versículo 19 de este cuarto capítulo:
"De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel
Creador y hagan el bien."
Aquellos que han sufrido verdaderamente saben lo que es comprometerse y encomendarse
a Dios. El apóstol Pablo habló de este tema cuando escribió, en su segunda carta a Timoteo
capítulo 1, versículo 12, 12por lo cual asimismo padezco esto. Pero no me avergüenzo,
porque yo sé a quién he creído y estoy seguro de que es poderoso para guardar mi
depósito para aquel día. Mi depósito, puede traducirse como "lo que le he confiado". ¿Y qué
le había confiado el apóstol a Él? Algunos creen que esto se refería al evangelio que Dios le
había confiado a Pablo. Estamos de acuerdo con ello, pero creemos que el significado más
profundo era que Pablo estaba diciendo: "Yo vine a Cristo y simplemente le encomendé
todo. Hice un depósito. Las cosas que para mí eran ganancia las consideré como pérdida, y
lo que había sido una pérdida se convirtió para mí en una ganancia, para que yo pudiera
ganar a Cristo". Pablo enumeró en una lista 8 diferentes factores en los cuales estaba
confiando para recibir su salvación. (En este sentido podemos leer la carta a los Filipenses
capítulo 3, versículos 1 al 6) Y después el apóstol Pablo dijo, en ese mismo capítulo de
Filipenses, versículos 7 y 8: 7Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado
como pérdida por amor de Cristo. 8Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida
por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por amor a él lo he perdido
todo y lo tengo por basura, para ganar a Cristo. Así que todo aquello a lo cual él había dado
tanto valor, y nos referimos a todos sus privilegios raciales, sociales y religiosos, se convirtió
en una carga, en un verdadero desperdicio en lo cual ya no volvería a confiar. A partir de su
conversión, solo confiaría en Cristo.
Y aquí en nuestro pasaje el apóstol Pedro dijo: de modo que los que
padecen....encomienden sus almas al fiel creador. Estimado oyente, ¿ha usted confiado
realmente en El? Algunos tienen depositada en un banco una caja de seguridad en la cual
guardan cosas valiosas. Durante el día y por la noche pueden sentirse tranquilos porque
saben que se encuentra en un lugar seguro. Ahora bien, yo me fui a dormir anoche sin
preocuparme por mi alma. ¿Sabe usted por qué? Pues pude descansar en paz conmigo
mismo porque Cristo se ha hecho cargo de ella. He hecho mi depósito con El y en El confío.
¿Ha hecho usted ese depósito confiándoselo a Él? ¿Le ha encomendado a Él su alma?
Podemos decirle que si usted así lo ha hecho, incluso cuando los problemas, dificultades o
el sufrimiento lleguen a su vida, aun en los días oscuros, aun cuando usted sea llamado a
caminar por un valle de desaliento o depresión, podrá sobreponerse a esa experiencia,
sabiendo que el Señor lo cuidará.
Alguien trató de expresar la realidad de la vida cristiana con las siguientes palabras. "Dios
no ha prometido un cielo siempre azul, caminos llenos de flores por los cuales podamos
andar durante toda nuestra vida. Dios no ha prometido el sol sin lluvia, la alegría sin tristeza,
y una paz sin dolor. Dios no ha prometido que no llegaríamos a conocer las pruebas, las
tentaciones, los problemas y la aflicción. Él no nos ha dicho que no íbamos a llevar una
carga, alguna preocupación. Dios no ha prometido caminos fáciles y amplios, un andar sin
problemas, sin necesitar un guía. No ha prometido un camino en el cual no encontráramos
una montaña rocosa, empinada y escarpada, un río turbulento y profundo. Pero Dios ha
prometido fortaleza para el día, descanso para el trabajador, luz para el camino, gracia para
sobrellevar las pruebas, ayuda de lo alto, compasión y solidaridad inagotable, amor
imperecedero". Estas palabras fueron escritas por Annie Johnson.
Estimado oyente, ¿ha hecho usted su depósito? ¿Ha encomendado su alma al Señor?
Usted tiene la respuesta. Le rogamos que reflexione sobre este asunto tan importante, que
se relaciona con vivir en esta tierra una vida cristiana, una vida de calidad espiritual superior
que afectará a su vida personal, a todas las circunstancias de su vida e incluso, a las
personas que le rodean. Pero, y esto es lo más importante, su respuesta a esta pregunta
que le hemos formulado sobre su alma, afecta directamente a su existencia después de la
muerte, al momento en que usted tendrá que presentarse ante Dios, quien le pedirá cuentas
sobre su actitud con respecto a Su amor, que El reveló enviando a Su Hijo Jesucristo a
morir por nosotros en una cruz. El Salvador venció a la muerte y se encuentra hoy ante Dios
en el cielo, esperando el momento de Su regreso a la tierra para buscar a los Suyos. En ese
momento, al traspasar el umbral de la muerte, ya no habrá una segunda oportunidad de
volver a Dios. Por ello le rogamos que hoy reflexione sobre estas preguntas
trascendentales, de cuya respuesta depende su destino por toda la eternidad.
Bien, debemos interrumpir por hoy nuestro programa y en nuestro próximo encuentro, en el
cual esperamos contar con su grata compañía, finalizaremos nuestro estudio de esta
primera epístola del apóstol Pedro. Le sugerimos, como siempre, que avance en su lectura
personal del resto de este quinto capítulo para estar más familiarizado con su contenido.
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