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Inconsciente Freud

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ALGUNAS OBSERVACIONES SOBRE EL CONCEPTO DE LO

INCONSCIENTE EN EL PSICOANÁLISIS
1912
QUISIERA exponer en pocas palabras y lo más claramente posible, qué sentido
entraña en el psicoanálisis -y sólo en el psicoanálisis- la expresión
«inconsciente».
Una representación -o cualquier otro elemento psíquico- puede hallarse ahora
presente en mi consciencia, desaparecer de ella en el momento inmediato y
emerger de nuevo, sin modificación alguna, después de un intervalo, mas no
como consecuencia de una nueva percepción sensorial sino del recuerdo, según
la expresión corriente. Para explicarnos este hecho nos vemos obligados a
suponer que también durante el intervalo hubo de hallarse tal representación
presente en nuestro espíritu, aunque permanecía latente en la consciencia. Lo
que no podemos representarnos es la forma en la que existía mientras se hallaba
presente en la vida psíquica y latente en la consciencia.
Sale aquí a nuestro encuentro la hipótesis filosófica de que la representación
latente no existió como objeto de la psicología sino tan sólo como disposición
física a la repetición del mismo fenómeno psíquico, esto es, de la representación
de que se trate. Pero una tal teoría, a más de traspasar los límites de la psicología
propiamente dicha, no hace sino eludir el problema, sosteniendo que
«consciente» y «psíquico» son conceptos idénticos, e incurre evidentemente en
error al negar a la psicología el derecho a explicar con sus propios medios
auxiliares uno de sus hechos más corrientes.
Llamaremos, pues, «consciente», a la representación que se halla presente en
nuestra consciencia y es objeto de nuestra percepción, y éste será, por ahora, el
único y estricto sentido que atribuiremos a la expresión discutida. En cambio,
denominaremos «inconscientes» a aquellas representaciones latentes de las que
tenemos algún fundamento para sospechar que se hallan contenidas en la vida
anímica, como sucedía en la memoria.
Una representación inconsciente será entonces una representación que no
percibimos, pero cuya existencia estamos, sin embargo, prontos a afirmar,
basándonos en indicios y pruebas de otro orden.
Esta labor podría ser considerada como puramente descriptiva o clasificadora si
para formar nuestro juicio no dispusiéramos de otros datos que los hechos de la
memoria o los de la asociación a través de elementos intermediarios
inconscientes. Pero el conocido experimento de la «asociación posthipnótica»
nos demuestra la extraordinaria importancia de la distinción entre consciente e
inconsciente.
Este experimento, tal y como lo realizaba Bernheim, consiste en sumir a una
persona en estado hipnótico, y hallándose así a merced de la influencia del
médico, ordenarle la ejecución de un cierto acto en un determinado momento
ulterior; por ejemplo, media hora después, despertándola luego de transmitirle la
orden. Al despertar, parece el sujeto haber vuelto totalmente a la consciencia y a
su sentido habitual, sin que conserve recuerdo alguno del estado hipnótico, no
obstante lo cual, en el momento fijado, surge en él el impulso a ejecutar el acto
prescripto, que es realizado con plena consciencia aunque sin saber por qué. Para
describir este fenómeno habremos de decir que el propósito existe en forma
latente o inconsciente en el ánimo del sujeto hasta el instante prefijado, llegado
el cual pasa a hacerse consciente. Pero lo que en tal momento emerge en la
consciencia no es el propósito en su totalidad sino tan sólo la representación del
acto que de ejecutar se trata. Las demás ideas asociadas con esta representación -
la orden, la influencia del médico y el recuerdo del estado hipnótico-
permanecen todavía inconscientes.
Pero aún nos ofrece este experimento otras enseñanzas. Nos lleva, de una
concepción puramente descriptiva del fenómeno, a una concepción dinámica. La

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idea del acto prescripto durante la hipnosis no se limita a devenir en un momento
dado, objeto de la consciencia, sino que se hace eficaz, circunstancia ésta la más
singular de los hechos. Pasa a convertirse en acto en cuanto la consciencia
advierte su presencia. Dado que el verdadero impulso a la acción es la orden del
médico, no podemos por menos de suponer, que también la idea de esta
prescripción ha llegado a hacerse eficaz.
Sin embargo, esta última idea no es acogida en la consciencia, como sucede con
la idea del acto, de ella derivada, sino que permanece inconsciente, siendo así, a
un mismo tiempo, eficaz e inconsciente.
La sugestión posthipnótica es un producto de laboratorio, un hecho
artificialmente provocado. Pero si aceptamos la teoría de los fenómenos
históricos, iniciada Por P. Janet y desarrollada por Breuer y por mí, se nos ofrece
una multitud de hechos naturales que muestran todavía más clara y precisamente
el carácter psicológico de la sugestión posthipnótica.
La vida anímica de los pacientes histéricos se nos muestra llena de ideas
eficaces, pero inconscientes. De ellas proceden todos los síntomas. El carácter
más singular del estado anímico histérico es, en efecto, el dominio de las
representaciones inconscientes. Los vómitos de una paciente histérica pueden ser
una consecuencia de su idea de que se halla encinta. Sin embargo, la sujeto no
tiene conocimiento alguno de tal idea, aunque no sea difícil descubrirla en su
vida anímica y hacerla emerger en su consciencia por uno de los procedimientos
técnicos del psicoanálisis. Cuando se entrega a las convulsiones y
gesticulaciones que constituyen su «ataque», no se representa siquiera
conscientemente los actos que se propone, y observa, quiza, tales
manifestaciones con los sentimientos de un espectador indiferente, no obstante
lo cual, puede el análisis demostrar, que desempeña su papel en la producción
dramática de una escena de su vida cuyo recuerdo es inconscientemente eficaz
durante el ataque. El análisis descubre este mismo predominio de ideas
inconscientes eficaces como el elemento esencial de la psicología de todas las
demás formas de neurosis.
Nos enseña, pues, el análisis de los fenómenos neuróticos, que una idea latente o
inconsciente no es necesariamente débil y que la presencia de una tal idea en la
vida anímica es susceptible de pruebas indirectas indiscutibles, de un valor casi
idéntico a la prueba directa suministrada por la consciencia. Nos sentimos así
autorizados a acordar nuestra clasificación con este aumento de nuestros
conocimientos, introduciendo una diferenciación fundamental de las ideas
latentes e inconscientes. Estábamos acostumbrados a pensar que toda idea
latente lo era a consecuencia de su debilidad y se hacía consciente en cuanto
adquiría fuerza. Mas ahora hemos llegado a la convicción de que existen ciertas
ideas latentes que no penetran en la consciencia por fuertes que sean. Así, pues,
denominaremos preconscientes a las ideas latentes del primer grupo y
reservaremos el calificativo de inconsciente (en su sentido propio) para las del
segundo, que son las que hemos observado en las neurosis. La expresión
inconsciente, que hasta aquí no hemos utilizado sino en sentido descriptivo,
recibe ahora una significación más amplia. No designa ya tan sólo ideas latentes
en general, sino especialmente las que presentan un determinado carácter
dinámico, esto es, aquellas que a pesar de su intensidad y eficacia se mantienen
lejos de la consciencia.
Antes de continuar nuestra exposición, queremos salir al paso de dos objeciones
que prevemos han de sernos opuestas en este punto. La primera sería la de que
en lugar de agregarnos a la hipótesis de las ideas inconscientes, de las que nada
sabemos, haríamos mejor en aceptar que la consciencia puede fragmentarse, de
manera que algunas ideas u otros procesos psíquicos lleguen a formar una
consciencia aparte, disociada del núcleo principal de la actividad psíquica y
sustraída a ella. Conocidos casos patológicos, como el del doctor Azam, parecen

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muy apropiados para demostrar que la disociación de la consciencia no es
ninguna imaginación fantástica.
Pero tal teoría se basa únicamente, a nuestro juicio, en el empleo equivocado de
la palabra «consciente». No tenemos derecho a extender el sentido de esta
palabra hasta el punto de utilizarla para designar una consciencia de la que nada
sabe su poseedor. Si para los filósofos resulta difícil creer en la existencia de un
pensamiento inconsciente, más inaceptable ha de parecerles la existencia de una
consciencia inconsciente. Los casos descritos como la disociación de la
consciencia, así el del doctor Azam, pueden más bien ser considerados como
casos de traslación de la consciencia, en los cuales esta función -o lo que sea-
oscila entre dos distintos complejos psíquicos, que devienen alternativamente
conscientes e inconscientes.
La segunda objeción que preveíamos era la de que aplicamos a la psicología de
los normales, consecuencias deducidas principalmente del estudio de estados
patológicos, y podemos destruirla con la simple exposición de un hecho cuyo
conocimiento debemos al psicoanálisis. Ciertas perturbaciones funcionales que
aparecen con extrema frecuencia en los individuos sanos; por ejemplo, los lapsus
linguae, los errores de memoria, el olvido de nombres, etcétera, pueden ser
referidos sin dificultad, a la actuación de intensas ideas inconscientes, lo mismo
que los síntomas neuróticos.
En el curso de esta especulación hallaremos otro argumento aún más
convincente.
La distinción de ideas preconscientes e inconscientes nos conduce a abandonar
los dominios de la clasificación y a formarnos un juicio sobre las relaciones
funcionales y dinámicas en la actividad psíquica. Hasta aquí hemos hallado un
preconsciente eficaz, que se hace fácilmente consciencia y un inconsciente
eficaz, que permanece inconsciente y parece estar disociado de la consciencia.
No sabemos si estas dos clases de actividad psíquica son, desde un principio,
idénticas, o contrarias por esencia, pero podemos preguntarnos por qué pueden
haberse diferenciado en el curso de los procesos psíquicos. El psicoanálisis nos
da, sin vacilar, clara respuesta a esta interrogación. Para el producto de lo
inconsciente eficaz no es imposible penetrar en la consciencia, mas este
resultado requiere un cierto esfuerzo. Si intentamos conseguirlo en nosotros
mismos, experimentamos la clara sensación de una defensa, que ha de ser
vencida, y cuando nos lo proponemos con un paciente, advertimos signos
inequívocos de aquello que denominamos resistencia. Averiguamos así, que la
idea inconsciente es excluída de la consciencia por fuerzas vivas que se oponen a
su recepción, no oponiendo, en cambio, obstáculo ninguno a las ideas
preconscientes. El psicoanálisis demuestra que la repulsa de las ideas
inconscientes es provocada exclusivamente por las tendencias encarnadas en su
contenido. La teoría más inmediata y verosímil que podemos edificar en este
estadio de nuestro conocimiento, es la que sigue: lo inconsciente es una fase
regular e inevitable de los procesos que cimentan nuestra actividad psíquica;
todo acto psíquico comienza por ser inconsciente y puede continuar siéndolo o
progresar hasta la consciencia, desarrollándose, según tropiece o no con una
resistencia. La diferenciación de actividad preconsciente y actividad inconsciente
no es primaria sino que se establece después de haber entrado en juego la
«defensa». Sólo entonces adquiere un valor teórico y práctico la diferencia entre
ideas preconscientes, que surgen en la consciencia y pueden volver a ella en todo
momento, e ideas inconscientes, a las que ello está vedado. El arte fotográfico
nos ofrece una analogía de esta hipotética relación entre la actividad consciente y
la inconsciente. El primer estadio de la fotografía es la negativa. Toda imagen
fotográfica tiene que pasar por el «proceso negativo», y algunas de estas
negativas, que han resistido bien la prueba, son admitidas al «proceso positivo»
que acaba en la imagen perfecta.

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Pero la diferenciación de actividad preconsciente e inconsciente y el
conocimiento de la barrera que las separa no constituyen el último ni el más
importante resultado de la investigación psicoanalítica de la vida anímica. Existe
un producto psíquico que encontramos en las personas más normales y que, sin
embargo, ofrece una singularísima analogía con los más extraños e intensos de la
locura y que no ha sido, para los filósofos, más comprensible que la locura
misma. Me refiero a los sueños. El psicoanálisis se basa en el análisis de los
sueños; la interpretación onírica es la labor más completa que nuestra joven
ciencia ha llevado a cabo hasta hoy. Un caso típico de formación onírica puede
ser descrito del modo siguiente: la actividad anímica diurna ha despertado una
serie de ideas que ha conservado algo de su eficacia, escapando así a la general
anulación del interés que trae consigo el reposo y constituye la preparación
espiritual del dormir. Esta serie de ideas consigue, durante la noche, ponerse en
conexión con uno de los deseos inconscientes que desde la infancia del sujeto se
hallan siempre presentes en su vida anímica, aunque por lo regular reprimidos y
excluídos de la existencia consciente. Por medio de la energía que les presta este
apoyo inconsciente recobran su eficacia las ideas residuales de la actividad
diurna y quedan capacitadas para surgir en la consciencia bajo la forma de un
sueño. Así, pues, han sucedido tres cosas:
1º Las ideas han experimentado una modificación, un disfraz y una deformación,
que representan la participación de su aliado inconsciente.
2º Han conseguido ocupar la consciencia en una ocasión en la que la misma no
debía de haberles sido accesible.
3º Un fragmento de inconsciente ha logrado emerger en la consciencia, resultado
que le hubiera sido imposible conseguir en toda otra circunstancia.
El psicoanálisis nos ha instruído en el arte de descubrir los «restos diurnos» y las
ideas latentes del sueño. Por sus comparación con el contenido manifiesto del
sueño hemos podido formarnos un juicio sobre las transformaciones por las que
dichos restos e ideas han pasado y la forma en que las mismas han llegado a
efecto.
Las ideas latentes del sueño no se diferencian en nada de los productos de
nuestra ordinaria actividad psíquica consciente. Puede aplicárseles el nombre de
ideas preconscientes, y en efecto, pueden haber sido conscientes en un momento
de la vida despierta. Mas por su enlace con las tendencias inconscientes,
establecido durante la noche, quedaron asimiladas a ellas, rebajadas hasta cierto
punto al estado de ideas inconscientes y sometidas a las leyes que rigen la
actividad inconsciente. Se nos ofrece aquí la posibilidad de averiguar algo que ni
la especulación ni ninguna otra fuente del conocimiento empírico nos hubiera
permitido adivinar jamás, esto es, que las leyes de la actividad anímica
inconsciente se diferencian en alto grado de aquellas que rigen la actividad
anímica consciente. Una detallada labor nos lleva al conocimiento de las
peculiaridades de lo inconsciente y podemos esperar que mediante una más
penetrante investigación de los procesos de la formación de los sueños
alcanzaremos nuevos conocimientos.
Esta investigación no está aún llevada a término y una exposición de los
resultados obtenidos hasta ahora nos obligaría a entrar en los más complejos
problemas de la interpretación onírica. Pero no quisiera terminar estas
explicaciones sin indicar la transformación y el progreso de nuestra comprensión
de lo inconsciente, que debemos al estudio psicoanalítico de los sueños.
Lo inconsciente nos pareció al principio, tan sólo un enigmático carácter de un
determinado proceso psíquico. Ahora significa ya algo más para nosotros, pues
constituye un signo de que tal proceso participa de la naturaleza de una
determmada categoría psíquica que nos es conocida por otros rasgos
característicos de mayor importancia, y de que pertenece a un sistema de
actividad psíquica digno de toda nuestra atención. El valor de lo inconsciente

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como elemento indicador sobrepasa extraordinariamente su importancia como
cualidad. Al sistema que se nos muestra caracterizado por el hecho de ser
inconscientes todos y cada uno de los procesos que lo constituyen, lo
designamos con el nombre de «lo inconsciente», a falta de otro término mejor y
menos equívoco. Como fórmula de este sistema emplearemos la abreviatura
«Inc.».
Éste es el tercero y más importante sentido que ha adquirido en el psicoanálisis
la expresión «inconsciente».

LO INCONSCIENTE
1915
El psicoanálisis nos ha revelado, que la esencia del proceso de la represión no
consiste en suprimir y destruir una idea que representa al instinto, sino en
impedirle hacerse consciente. Decimos, entonces, que dicha idea es
«inconsciente», y tenemos pruebas de que aun siéndolo, puede producir
determinados efectos, que acaban por llegar a la consciencia. Todo lo
reprimido
tiene que permanecer inconsciente, pero queremos dejar sentado, desde un
principio, que no forma, por sí sólo, todo el contenido de lo inconsciente. Lo
reprimido es, por lo tanto, una parte de lo inconsciente.
¿Cómo llegar al conocimiento de lo inconsciente? Sólo lo conocemos como
consciente, esto es, después que ha experimentado una transmutación o
traducción a lo consciente. La labor psicoanalítica nos muestra cotidianamente
la
posibilidad de una tal traducción. Para llevarla a cabo, es necesario que el
analizado venza determinadas resistencias, las mismas, que a su tiempo,
reprimieron el material de que se trate, rechazándolo de lo consciente.
I. Justificación de lo inconsciente
Desde muy diversos sectores se nos ha discutido el derecho de aceptar la
existencia de un psiquismo inconsciente y de laborar científicamente con esta
hipótesis. Contra esta opinión podemos argüir, que la hipótesis de la existencia
de lo inconsciente es necesaria y legítima, y además, que poseemos múltiples
pruebas de su exactitud. Es necesaria, porque los datos de la consciencia son
altamente incompletos. Tanto en los sanos como en los enfermos, surgen con
frecuencia, actos psíquicos, cuya explicación presupone otros de los que la
consciencia no nos ofrece testimonio alguno. Actos de este género son, no sólo
los fallos y los sueños de los individuos sanos, sino también todos aquellos que
calificamos de síntomas y de fenómenos obsesivos en los enfermos.
Nuestra cotidiana experiencia personal nos muestra ocurrencias, cuyo origen
desconocemos, y resultados de procesos mentales, cuya elaboración
ignoramos.
Todos estos actos conscientes resultarán faltos de sentido y coherencia si
mantenemos la teoría de que la totalidad de nuestros actos psíquicos ha de
sernos
dada a conocer por nuestra consciencia y, en cambio, quedarán ordenados
dentro
de un conjunto coherente e inteligible si interpolamos entre ellos los actos
inconscientes, deducidos. Esta adquisición de sentido y coherencia constituye,
de
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por sí, motivo justificado para traspasar los límites de la experiencia directa. Y
si
luego comprobamos, que tomando como base la existencia de un psiquismo
inconsciente podemos estructurar una actividad eficacísima, por medio de la
cual
influímos adecuadamente sobre el curso de los procesos conscientes,
tendremos
una prueba irrebatible de la exactitud de nuestra hipótesis. Habremos de
situarnos, entonces, en el punto de vista de que no es sino una pretensión
insostenible el exigir que todo lo que sucede en lo psíquico haya de ser
conocido
a la consciencia.
También podemos aducir, en apoyo de la existencia de un estado psíquico
inconsciente, el hecho de que la consciencia sólo integra en un momento dado,
un limitado contenido, de manera que la mayor parte de aquello que
denominamos conocimiento consciente tiene que hallarse, de todos modos,
durante extensos períodos, en estado de latencia, vale decir, en un estado de
inconsciencia psíquica. La negación de lo inconsciente resulta incomprensible
en
cuanto volvemos la vista a todos nuestros recuerdos latentes. Se nos opondrá
aquí la objeción de que estos recuerdos latentes no pueden ser considerados
como psíquicos, sino que corresponden a restos de procesos somáticos, de los
cuales puede volver a surgir lo psíquico. No es difícil argüir a esta objeción, que
el recuerdo latente es, por lo contrario, un indudable residuo de un proceso
psíquico. Pero es aún más importante darse cuenta de que la objeción
discutida
reposa en una asimilación de lo consciente a lo psíquico. Y esta asimilación es,
o
una petición de principio, que no deja lugar a la interrogación de si todo lo
psíquico tiene también que ser consciente, o una pura convención. En este
último
caso resulta, como toda convención, irrebatible, y sólo nos preguntamos si
resulta en realidad tan útil y adecuada, que hayamos de agregarnos a ella.
Pero
podemos afirmar, que la equiparación de lo psíquico con lo consciente es por
completo inadecuada. Destruye las continuidades psíquicas, nos sume en las
insolubles dificultades del paralelismo psicofísico, sucumbe al reproche de
exagerar sin fundamento alguno la misión de la consciencia, y nos obliga a
abandonar prematuramente el terreno de la investigación psicológica, sin
ofrecernos compensación ninguna en otros sectores.
Por otra parte, es evidente que la discusión de si hemos de considerar como
estados anímicos inconscientes o como estados físicos los estados latentes de
la
vida anímica, amenaza convertirse en una mera cuestión de palabras. Así,
pues,
es aconsejable situar en primer término aquello que de la naturaleza de tales
estados nos es seguramente conocido. Ahora bien los caracteres físicos de
estos
estados nos son totalmente inaccesibles; ninguna representación fisiológica ni
ningún proceso químico pueden darnos una idea de su esencia. En cambio, es

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indudable que representan amplio contacto con los procesos anímicos
conscientes. Una cierta elaboración permite incluso transformarnos en tales
procesos o sustituirlos por ellos y pueden ser descritos por medio de todas las
categorías que aplicamos a los actos psíquicos conscientes tales como
representaciones, tendencias, decisiones, etc. De muchos de estos estados
podemos incluso decir, que sólo la ausencia de la consciencia los distingue de
los
conscientes. No vacilaremos, pues, en considerarlos como objetos de la
investigación psicológica, íntimamente relacionados con los actos psíquicos
conscientes.
La tenaz negativa a admitir el carácter psíquico de los actos anímicos latentes
se
explica por el hecho de que la mayoría de los fenómenos de referencia no han
sido objeto de estudio fuera del psicoanálisis. Aquellos que desconociendo los
hechos patológicos, consideran como casualidad los actos fallidos y se
agregan a
la antigua opinión de que «los sueños son vana espuma», no necesitan ya sino
pasar por alto algunos enigmas de la psicología de la consciencia, para poder
ahorrarse el reconocimiento de una actividad psíquica inconsciente. Además,
los
experimentos hipnóticos, y especialmente la sugestión posthipnótica,
demostraron ya, antes del nacimiento del psicoanálisis, la existencia y la
actuación de lo anímico inconsciente.
La aceptación de lo inconsciente es además perfectamente legítima, en tanto
en
cuanto al establecerla no nos hemos separado un ápice de nuestro método
deductivo, que consideramos correcto. La consciencia no ofrece al individuo
más que el conocimiento de sus propios estados anímicos. La afirmación de
que
también los demás hombres poseen una consciencia es una conclusión que
deducimos «per analogiam», basándonos en sus actos y manifestaciones
perceptibles y con el fin de hacernos comprensible su conducta. (Más exacto,
psicológicamente, será decir que atribuímos a los demás, sin necesidad de una
reflexión especial, nuestra propia constitución, y, por lo tanto, también nuestra
consciencia, y que esta identificación es la premisa de nuestra comprensión.)
Esta conclusión -o esta identificación- hubo de extenderse antiguamente desde
el
Yo, no sólo a los demás hombres, sino también a los animales, plantas, objetos
inanimados y al mundo en general, y resultó utilizable mientras la analogía con
el Yo individual fué suficientemente amplia, dejando luego de ser adecuada
conforme «lo demás» fué separándose del Yo. Nuestra crítica actual duda en lo
que respecta a la consciencia de los animales, la niega a las plantas y relega al
misticismo la hipótesis de una consciencia de lo inanimado. Pero también allí
donde la tendencia originaria a la identificación ha resistido el examen crítico,
esto es, en nuestros semejantes, la aceptación de una consciencia reposa en
una
deducción y no en una irrebatible experiencia directa como la de nuestro propio
psiquismo consciente.
El psicoanálisis no exige sino que apliquemos también este procedimiento
deductivo a nuestra propia persona, labor en cuya realización no nos auxilia,

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ciertamente, tendencia constitucional alguna. Procediendo así, hemos de
convenir en que todos los actos y manifestaciones que en nosotros advertimos,
sin que sepamos enlazarlos con el resto de nuestra vida activa, han de ser
considerados como si pertenecieran a otra persona y deben ser explicados por
una vida anímica a ella atribuída. La experiencia muestra también que, cuando
se
trata de otras personas, sabemos interpretar muy bien, esto es, incluir en la
coherencia anímica, aquellos mismos actos a los que negamos el
reconocimiento
psíquico cuando se trata de nosotros mismos. La investigación es desviada,
pues,
de la propia persona, por un obstáculo especial, que impide su exacto
conocimiento.
Este procedimiento deductivo aplicado no sin cierta resistencia interna, a
nuestra
propia persona, no nos lleva al descubrimiento de un psiquismo inconsciente
sino a la hipótesis de una segunda consciencia reunida en nosotros, a la que
nos
es conocida. Pero contra esta hipótesis hallamos en seguida justificadísimas
objeciones. En primer lugar, una consciencia de la que nada sabe el propio
sujeto, es algo muy distinto de una consciencia ajena, y ni siquiera parece
indicado entrar a discutirla, ya que carece del principal carácter de tal. Aquellos
que se han resistido a aceptar la existencia de un psiquismo inconsciente,
menos
podrán admitir la de una consciencia inconsciente. Pero además, nos indica el
análisis, que los procesos anímicos latentes deducidos, gozan entre sí de una
gran independencia, pareciendo no hallarse relacionados ni saber nada unos
de
otros. Así, pues, habríamos de aceptar no sólo una segunda consciencia, sino
toda una serie ilimitada de estados de consciencia, ocultos a nuestra
percatación
e ignorados unos a otros. Por último, ha de tenerse en cuenta -y éste es el
argumento de más peso- que según nos revela la investigación psicoanalítica,
una parte de tales procesos latentes posee caracteres y particularidades que
nos
parecen extraños, increíbles y totalmente opuestos a las cualidades por
nosotros
conocidas, de la consciencia. Todo esto nos hace modificar la conclusión del
procedimiento deductivo que hemos aplicado a nuestra propia persona, en el
sentido de no admitir ya en nosotros la existencia de una segunda consciencia,
sino la de actos carentes de consciencia. Asimismo, habremos de rechazar, por
ser incorrecto y muy susceptible de inducir en error, el término
«subconsciencia». Los casos conocidos de «double conscience» (disociación
de
la consciencia) no prueban nada contrario a nuestra teoría, pudiendo ser
considerados como casos de disociación de las actividades psíquicas en dos
grupos, hacia los cuales se orienta alternativamente la consciencia.
El psicoanálisis nos obliga, pues, a afirmar, que los procesos psíquicos son
inconscientes y a comparar su percepción por la consciencia con la del mundo
exterior por los órganos sensoriales. Esta comparación nos ayudará, además, a

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ampliar nuestros conocimientos. La hipótesis psicoanalítica de la actividad
psíquica inconsciente, constituye, en un sentido, una continuación del
animismo,
que nos mostraba por doquiera, fieles imágenes de nuestra consciencia, y en
otro, la de la rectificación llevada a cabo por Kant, de la teoría de la percepción
externa. Del mismo modo que Kant nos invitó a no desatender la
condicionalidad subjetiva de nuestra percepción y a no considerar nuestra
percepción idéntica a lo percibido incognoscible, nos invita el psicoanálisis a no
confundir la percepción de la consciencia con el proceso psíquico inconsciente,
objeto de la misma. Tampoco lo psíquico necesita ser en realidad tal como lo
percibimos. Pero hemos de esperar que la rectificación de la percepción interna
no oponga tan grandes dificultades como la de la externa y que el objeto
interior
sea menos incognoscible que el mundo exterior.
II. La multiplicidad de sentido de lo inconsciente y el punto de vista tópico
Antes de continuar, queremos dejar establecido el hecho, tan importante como
espinoso, de que la inconsciencia no es sino uno de los múltiples caracteres de
lo
psíquico, no bastando, pues, por sí solo, para formar su característica. Existen
actos psíquicos de muy diversa categoría, que, sin embargo, coinciden en el
hecho de ser inconscientes. Lo inconsciente comprende, por un lado actos
latentes y temporalmente inconscientes, que fuera de esto, en nada se
diferencian
de los conscientes, y por otro, procesos tales como los reprimidos, que si
llegaran a ser conscientes presentarían notables diferencias con los demás de
este
género.
Si en la descripción de los diversos actos psíquicos pudiéramos prescindir por
completo de su carácter consciente o inconsciente, y clasificarlos atendiendo
únicamente a su relación con los diversos instintos y fines, a su composición y
a
su pertenencia a los distintos sistemas psíquicos subordinados unos a otros,
lograríamos evitar todo error de interpretación. Pero no siéndonos posible
proceder en esta forma, por oponerse a ello varias e importantes razones,
habremos de resignarnos al equívoco que ha de representar el emplear los
términos «consciente» e «inconsciente» en sentido descriptivo unas veces, y
otras, cuando sean expresión de la pertenencia a determinados sistemas y de
la
posesión de ciertas cualidades, en sentido sistemático. También podríamos
intentar evitar la confusión, designando los sistemas psíquicos reconocidos,
con
nombres arbitrarios que no aludiesen para nada a la consciencia. Pero antes
de
hacerlo así, habríamos de explicar en qué fundamos la diferenciación de los
sistemas, y en esta explicación nos sería imposible eludir el conocimiento, que
constituye el punto de partida de todas nuestras investigaciones. Nos
Si queremos establecer seriamente una tópica de los actos anímicos,
habremos
de comenzar por resolver una duda que en seguida se nos plantea. Cuando un
acto psíquico (limitándonos aquí a aquellos de la naturaleza de una

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representación), pasa del sistema Inc. al sistema Cc. ¿hemos de suponer que
con
este paso se halla enlazada una nueva fijación, o como pudiéramos decir, una
segunda inscripción de la representación de que se trate, inscripción que de
este
modo podrá resultar integrada en una nueva localidad psíquica, y junto a la
cual
continúa existiendo la primitiva inscripción inconsciente? ¿O será más exacto
admitir que el paso de un sistema a otro consiste en un cambio de estado, que
tiene efecto en el mismo material y en la misma localidad? Esta pregunta
puede
parecer abstrusa, pero es obligado plantearla si queremos formarnos una idea
determinada de la tópica psíquica, esto es, de la tercera dimensión psíquica.
Resulta difícil de contestar, porque va más allá de lo puramente psicológico y
entra en las relaciones del aparato anímico con la anatomía. La investigación
científica ha demostrado irrebatiblemente la existencia de tales relaciones,
mostrando que la actividad anímica se halla enlazada a la función del cerebro
como a ningún otro órgano. Más allá todavía -y aún no sabemos cuánto-, nos
lleva al descubrimiento del valor desigual de las diversas partes del cerebro y
sus
particulares relaciones con partes del cuerpo y actividades espirituales
determinadas. Pero todas las tentativas realizadas para fijar, partiendo del
descubrimiento antes citado, una localización de los procesos anímicos, y
todos
los esfuerzos encaminados a imaginar almacenadas las representaciones en
células nerviosas, y trasmitidos los estímulos a lo largo de fibras nerviosas, han
fracasado totalmente. Igual suerte correría una teoría que fijase el lugar
anatómico del sistema Cc., o sea de la actividad anímica consciente en la
corteza
cerebral, y transfiriese a las partes subcorticales del cerebro los procesos
inconscientes. Existe aquí una solución de continuidad, cuya supresión no es
posible llevar a cabo, por ahora, ni entra tampoco en los dominios de la
psicología. Nuestra tópica psíquica no tiene, de momento, nada que ver con la
anatomía, refiriéndose a regiones del aparato anímico, cualquiera que sea el
lugar que ocupen en el cuerpo, y no a localidades anatómicas.
Nuestra labor, en este aspecto es de completa libertad y puede proceder
conforme vayan marcándoselo sus necesidades. De todos modos, no
deberemos
olvidar que nuestras hipótesis no tienen, en un principio, otro valor que el de
Quizá más adelante hallemos factores que nos permitan tal decisión, o
descubramos que nuestro planteamiento de la cuestión ha sido insuficiente y
que
la diferenciación de las representaciones consciente e inconsciente ha de ser
determinada en una forma completamente distinta.
III. Sentimientos inconscientes
Habiendo limitado nuestra discusión a las representaciones, podemos plantear
ahora una nueva interrogación, cuya respuesta ha de contribuir al
esclarecimiento de nuestras opiniones teóricas. Dijimos que había
representaciones conscientes e inconscientes. ¿Existirán también impulsos
instintivos, sentimientos y sensaciones inconscientes, o carecerá de todo

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sentido
aplicar a tales elementos dichos calificativos?
A mi juicio, la antítesis de «consciente» e «inconsciente» carece de aplicación
al
instinto. Un instinto no puede devenir nunca objeto de la consciencia.
Únicamente puede serlo la idea que lo representa. Pero tampoco en lo
consciente
puede hallarse representado más que por una idea. Si el instinto no se
enlazara a
una idea ni se manifestase como un estado afectivo, nada podríamos saber de
él.
Así, pues, cuando empleando una expresión inexacta, hablamos de impulsos
instintivos, inconscientes o reprimidos no nos referimos sino a impulsos
instintivos, cuya representación ideológica es inconsciente.
Pudiera creerse igualmente fácil, dar respuesta a la pregunta de si, en efecto,
existen sensaciones, sentimientos y afectos inconscientes. En la propia
naturaleza de un sentimiento, está el ser percibido, o sea, conocido por la
consciencia. Así, pues, los sentimientos, sensaciones y afectos, carecerían de
toda posibilidad de inconsciencia. Sin embargo, en la práctica psicoanalítica,
acostumbramos a hablar de amor, odio y cólera inconscientes, e incluso
empleamos la extraña expresión de «consciencia inconsciente de la culpa», o
la
paradójica de «miedo inconsciente». Habremos, pues, de preguntarnos, si con
estas expresiones no cometemos una inexactitud mucho más importante que la
de hablar de «instintos inconscientes».
Pero la situación es, aquí, completamente distinta. Puede suceder, en primer
lugar, que un afecto o sentimiento sea percibido, pero erróneamente
interpretado.
Por la represión de su verdadera representación, se ha visto obligado a
enlazarse
a otra idea, y es considerado, entonces, por la consciencia, como una
manifestación de esta última. Cuando reconstituimos el verdadero enlace,
calificamos de «inconsciente» el sentimiento primitivo, aunque su afecto no fué
nunca inconsciente y sólo su representación sucumbió al proceso represivo. El
uso de las expresiones «afecto inconsciente» y «sentimiento inconsciente», se
refiere, en general, a los destinos que la represión impone al factor cuantitativo
del movimiento instintivo. (Véase nuestro estudio de la represión). Sabemos
que
tales testimonios son en número de tres: el afecto puede perdurar total o
fragmentariamente como tal; puede experimentar una transformación en otro
montante de afecto, cualitativamente distinto, sobre todo en angustia, o puede
ser
reprimido, esto es, coartado en su desarrollo. (Estas posibilidades pueden
estudiarse más fácilmente quizá, en la elaboración onírica, que en las
neurosis).
Sabemos también, que la coerción del desarrollo de afecto es el verdadero fin
de
la represión, y que su labor queda incompleta cuando dicho fin no es
alcanzado.
Siempre que la represión consigue impedir el desarrollo de afecto, llamamos

11
inconscientes a todos aquellos afectos que reintegramos a su lugar al deshacer
la
labor represiva. Así, pues, no puede acusársenos de inconsecuentes en
nuestro
modo de expresarnos. De todas maneras, al establecer un paralelo con la
representación inconsciente surge la importante diferencia de que dicha
representación perdura, después de la represión y en calidad de producto real,
en
el sistema Inc., mientras que al afecto inconsciente, sólo corresponde, en este
sistema, una posibilidad de agregación, que no pudo llegar a desarrollarse. Así,
pues, aunque nuestra forma de expresión sea irreprochable, no hay
estrictamente
hablando, afectos inconscientes, como hay representaciones inconscientes. En
cambio, puede haber muy bien en el sistema Inc. productos afectivos que,
como
otros, llegan a ser conscientes. La diferencia procede, en su totalidad, de que
las
representaciones son cargas psíquicas y en el fondo cargas de huellas
mientras
que los afectos y los sentimientos corresponden a procesos de descarga cuyas
últimas manifestaciones son percibidas como sensaciones. En el estado actual
de
nuestro conocimiento de los afectos y sentimientos no podemos expresar más
claramente esta diferencia.
La comprobación de que la represión puede llegar a coartar la transformación
del
impulso instintivo en una manifestación afectiva, presenta para nosotros un
particular interés. Nos revela, en efecto, que el sistema Cc. regula normalmente
la afectividad y el acceso a la motilidad, y eleva el valor de la represión,
mostrándonos, que no sólo excluye de la consciencia a lo reprimido, sino que le
impide también provocar el desarrollo de afecto y estimular la actividad
muscular. Invirtiendo nuestra exposición, podemos decir que mientras el
sistema
Cc. regula la afectividad y la motilidad, calificamos de normal el estado psíquico
de un individuo. Sin embargo, no puede ocultársenos una cierta diferencia
entre
las relaciones del sistema dominante con cada uno de los dos actos afines de
descarga. En efecto, el dominio de la motilidad contingente por el sistema Cc.
se
halla firmemente arraigado; resiste los embates de la neurosis y sólo sucumbe
ante la psicosis. En cambio, el dominio que dicho sistema ejerce sobre el
desarrollo de afecto, es mucho menos consistente. Incluso en la vida normal,
puede observarse una constante lucha de los sistemas Cc. e Inc., por el
dominio
de la afectividad, delimitándose determinadas esferas de influencia y
mezclándose las energías actuantes.
La significación del sistema Cc. (Prec.) con respecto al desarrollo de afecto y a
la acción, nos descubre la de la representación sustitutiva en la formación de la
enfermedad. El desarrollo de afecto puede emanar directamente del sistema
Inc.,

12
y en este caso, tendrá siempre el carácter de angustia, la cual es la sustitución
regular de los afectos reprimidos. Pero con frecuencia, el impulso instintivo
tiene
que esperar a hallar en el sistema Cc. una representación sustitutiva, y
entonces
se hace posible el desarrollo de afecto, partiendo de dicha sustitución
consciente
cuya naturaleza marcará al afecto su carácter cualitativo.
Hemos afirmado que en la represión queda separado el afecto, de su
representación, después de lo cual, sigue cada uno de estos elementos su
destino
particular. Esto es indiscutible desde el punto de vista descriptivo, pero, en
realidad, el afecto no surge nunca hasta después de conseguida una nueva
representación en el sistema Cc.
IV. Tópica y dinámica de la represión
Hemos llegado a la conclusión de que la represión es un proceso que recae
sobre
representaciones y se desarrolla en la frontera entre los sistemas Inc. y Cc.
(Prec.) Vamos ahora a intentar describirlo más minuciosamente. Tiene que
efectuarse en él una sustracción de carga psíquica, pero hemos de
preguntarnos
en qué sistema se lleva a cabo esta sustracción y a qué sistema pertenece la
carga
substraída.
La representación reprimida conserva en el sistema Inc., su capacidad de
acción;
debe, pues, conservar también su carga. Por lo tanto, lo substraído habrá de
ser
algo distinto. Tomemos el caso de la represión propiamente dicha, tal y como
se
desarrolla en una representación preconsciente o incluso consciente. En este
caso, la represión no puede consistir sino en que la carga (pre) consciente,
perteneciente al sistema Prec., es substraída a la representación. Ésta queda
entonces descargada, recibe una carga emanada del sistema Inc., o conserva
la
carga Inc. que antes poseía. Así, pues, hallamos, aquí, una sustracción de la
carga preconsciente, una conservación de la inconsciente, o una sustitución de
la
primera por la segunda. Vemos, además, que hemos basado, sin intención
aparente, esta observación, en la hipótesis de que el paso desde el sistema
Inc. a
otro inmediato, no sucede por una nueva inscripción, sino por un cambio de
estado, o sea, en este caso, por una transformación de la carga. La hipótesis
funcional ha derrotado aquí, sin esfuerzo, a la tópica.
Este proceso de la sustracción de la libido, no es, sin embargo, suficiente, para
explicarnos otro de los caracteres de la represión. No comprendemos por qué
la
representación que conserva su carga o recibe otra nueva, emanada del
sistema
Inc., no habría de renovar la tentativa de penetrar en el sistema Prec.,

13
valiéndose
de su carga. Habría, pues, de repetirse en ella, la sustracción de libido, y este
juego continuaría indefinidamente, pero sin que su resultado fuese el de la
represión. Este mecanismo de la sustracción de la carga preconsciente fallaría
también si se tratase de la represión primitiva, pues en ella nos encontramos
ante
una representación inconsciente, que no ha recibido aún carga ninguna del
sistema Prec. y a la que, por lo tanto, no puede serle substraída una tal carga.
Necesitaríamos, pues, aquí, de otro proceso, que en el primer caso,
mantuviese la
represión, y en el segundo, cuidase de constituirla y conservarla, proceso que
no
podemos hallar sino admitiendo una contracarga por medio de la cual se
protege
el sistema Prec. contra la presión de la representación inconsciente. En
diversos
ejemplos clínicos, veremos cómo se manifiesta esta contracarga, que se
desarrolla en el sistema Prec. y constituye, no sólo la representación del
continuado esfuerzo de una represión primitiva, sino también la garantía de su
duración. La contracarga es el único mecanismo de la represión primitiva. En la
represión propiamente dicha, se agrega a él la sustracción de la carga Prec. Es
muy posible, que precisamente la carga substraída a la representación sea la
empleada para la contracarga.
Poco a poco, hemos llegado a introducir, en la exposición de los fenómenos
psíquicos, un tercer punto de vista, agregando, así, al dinámico y al tópico, el
económico, el cual aspira a perseguir los destinos de las magnitudes de
excitación y a establecer una estimación, por lo menos relativa, de los mismos.
Considerando conveniente distinguir con un nombre especial, este último
sector
de la investigación psicoanalítica, denominaremos «metapsicológica» a aquella
exposición en la que consigamos describir un proceso psíquico conforme a sus
relaciones dinámicas, tópicas y económicas. Anticiparemos, que dado el estado
actual de nuestros conocimientos, sólo en algunos lugares aislados,
conseguiremos desarrollar una tal exposición.
Comenzaremos por una tímida tentativa de llevar a cabo una descripción
metapsicológica del proceso de la represión en las tres neurosis de
transferencia
conocidas. En ella, podemos sustituir el término «carga psíquica» por el de
«libido», pues sabemos ya, que dichas neurosis dependen de los destinos de
los
instintos sexuales.
En la histeria de angustia, se desatiende, con frecuencia, una primera fase del
proceso, perfectamente visible, sin embargo, para un observador cuidadoso.
Consiste esta fase en que la angustia surge sin que se haya percibido el objeto
que la origina. Hemos de suponer, pues, que en el sistema Inc. existía un
sentimiento erótico, que aspiraba a pasar al sistema Prec., pero la carga de
que
tal sentimiento fué objeto, por parte de este sistema, se retiró de él, como en un
intento de fuga, y la carga inconsciente de libido de la representación
rechazada

14
fué derivada en forma de angustia.
Al repetirse, eventualmente, el proceso, se dió un primer paso hacia el
vencimiento del penoso desarrollo de angustia. La carga en fuga pasó a una
representación sustitutiva, asociativamente enlazada a la representación
rechazada, pero substraída, por su alejamiento de ella, a la represión
(sustitución
por desplazamiento) y permitió una racionalización del desarrollo de angustia,
aún incoercible. La representación sustitutiva desempeña entonces, para el
sistema Cc., (Prec.), el papel de una contracarga, asegurándolo contra la
emergencia de la representación reprimida, en el sistema Cc., y constituyendo,
por otro lado, el punto de partida de un desarrollo de angustia, incoercible ya.
La
observación clínica nos muestra, por ejemplo, que el niño enfermo de zoofobia
siente angustia en dos distintas condiciones: primeramente, cuando el impulso
erótico reprimido experimenta una intensificación, y en segundo lugar, cuando
es
percibido el animal productor de angustia. La representación sustitutiva se
conduce en el primer caso, como un lugar de transición desde el sistema Inc. al
sistema Cc., y en el otro, como una fuente independiente de la génesis de
angustia. La extensión del dominio del sistema Cc. suele manifestarse en que
la
primera forma de excitación de la representación sustitutiva deja su lugar, cada
vez más ampliamente, a la segunda. El niño acaba, a veces, por conducirse
como
si no entrañara inclinación ninguna hacia su padre, se hubiese libertado de él
en
absoluto, y tuviera realmente miedo al animal. Pero este miedo, alimentado por
la fuente instintiva inconsciente, se muestra superior a todas las influencias
emanadas del sistema Cc. y delata, de este modo, tener su origen en el
sistema
Inc.
La contracarga emanada del sistema Cc. lleva, pues, en la segunda fase de la
histeria de angustia, a la formación de un sustitutivo.
Este mismo mecanismo encuentra poco después una distinta aplicación. Como
ya sabemos, el proceso represivo no termina aquí, y encuentra un segundo fin
en
la coerción del desarrollo de angustia emanado de la sustitución. Esto sucede
en
la siguiente forma: todos los elementos que rodean a la representación
sustitutiva
y se hallan asociados con ella, reciben una carga psíquica de extraordinaria
intensidad, que les confiere una especial sensibilidad. De este modo, la
excitación de cualquier punto de la muralla defensiva formada en torno de la
representación sustitutiva, por tales elementos, provoca, por el enlace
asociativo
de los mismos con dicha representación, un pequeño desarrollo de angustia,
que
da la señal para coartar, por medio de una nueva fuga, la continuación de dicho
desarrollo. Cuanto más lejos de la sustitución temida se hallan situadas las
contracargas sensibles y vigilantes, más precisamente puede funcionar el

15
mecanismo que ha de aislar a la representación sustitutiva y protegerla contra
nuevas excitaciones. Estas precauciones no protegen, naturalmente, más que
contra aquellas excitaciones que llegan desde el exterior y por el conducto de
la
percepción, a la representación sustitutiva, pero no contra la excitación
instintiva, que partiendo de la conexión con la representación reprimida, llega a
la sustitutiva. Comienzan, pues, a actuar cuando la sustitución se ha arrogado
por
completo la representación de lo reprimido y nunca constituyen una plena
garantía. A cada intensificación de la excitación instintiva, tiene que avanzar un
tanto la muralla protectora que rodea a la representación sustitutiva. Esta
construcción, queda establecida también, de un modo análogo, en las demás
neurosis, y la designamos con el nombre de «fobia». Las precauciones,
prohibiciones y privaciones, características de la histeria de angustia, son la
expresión de la fuga ante la carga consciente de la representación sustitutiva.
Considerando el proceso en su totalidad, podemos decir, que la tercera fase
repite con mayor amplitud la labor de la segunda. El sistema Cc. se protege
ahora, contra la actividad de la representación sustitutiva, por medio de la
contracarga de los elementos que le rodean, como antes se protegía, por
medio
de la carga de la representación sustitutiva, contra la emergencia de la
representación reprimida. La formación de sustitutivos por desplazamiento,
queda continuada en esta forma. Al principio, el sistema Cc. no ofrecía sino un
único punto -la representación sustitutiva- accesible al impulso instintivo
reprimido; en cambio, luego, toda la construcción fóbica constituye un campo
abierto a las influencias inconscientes. Por último, hemos de hacer resaltar el
interesantísimo punto de vista de que por medio de todo el mecanismo de
Los procesos del sistema Inc. se hallan fuera de tiempo, esto es, no aparecen
ordenados cronológicamente, no sufren modificación ninguna por el transcurso
del tiempo y carecen de toda relación con él. También la relación temporal se
halla ligada a la labor del sistema Cc.
Los procesos del sistema Inc. carecen también de toda relación con la realidad.
Se hallan sometidos al principio del placer y su destino depende
exclusivamente
de su fuerza y de la medida en que satisfacen las aspiraciones de la regulación
del placer y el displacer.
Resumiendo, diremos que los caracteres que esperamos encontrar en los
procesos pertenecientes al sistema Inc. son la falta de contradicción, el proceso
primario (movilidad de las cargas), la independencia del tiempo y la sustitución
de la realidad exterior por la psíquica.
Los procesos inconscientes no se nos muestran sino bajo las condiciones del
fenómeno onírico y de las neurosis, o sea cuando los procesos del sistema
Prec.,
superior al Inc. son transferidos, por una regresión, a una fase anterior. De por
sí,
son incognoscibles e incapaces de existencia, pues el sistema Inc. es cubierto
muy pronto por el Prec., que se apodera del acceso a la consciencia y a la
motilidad. La descarga del sistema Inc. tiene lugar por medio de la inervación
somática y el desarrollo de afecto, pero también estos medios de descarga le
son

16
disputados como ya sabemos, por el sistema Prec. Por sí solo no podría el
sistema Inc. provocar en condiciones normales, ninguna acción muscular
adecuada, con excepción de aquellas organizadas ya como reflejos.
La completa significación de los caracteres antes descritos del sistema Inc., se
nos revelaría en cuanto los comparásemos con las cualidades del sistema
Prec.;
pero esto nos llevaría tan lejos, que preferimos aplazar dicha comparación
hasta
ocuparnos del sistema superior. Así, pues, sólo expondremos ahora lo más
indispensable.
Los procesos del sistema Prec. muestran ya, sean conscientes o sólo capaces
de
consciencia, una coerción de la tendencia a la descarga de las
representaciones
cargadas. Cuando el proceso pasa de una representación a otra, conserva la
primera una parte de su carga, y sólo queda desplazado un pequeño montante
de
la misma. Los desplazamientos y condensaciones quedan excluídos o muy
limitados. Esta circunstancia ha impulsado a J. Breuer a admitir dos diversos
estados de la energía de carga en la vida anímica. Un estado tónicamente fijo y
otro libremente móvil que aspira a la descarga. A mi juicio, representa esta
diferenciación nuestro más profundo conocimiento de la esencia de la energía
nerviosa y no veo cómo podría prescindirse de él. Sería una urgente necesidad
de
la exposición metapsicológica, aunque quizá todavía una empresa demasiado
atrevida, proseguir la discusión partiendo de este punto.
Al sistema Prec. le corresponden, además, la constitución de una capacidad de
relación entre los contenidos de las representaciones, de manera que puedan
influirse entre sí, la ordenación temporal de dichos contenidos, y la introducción
de una o varias censuras del examen de la realidad y del principio de la
realidad.
También la memoria consciente parece depender por completo del sistema
Prec.
y debe distinguirse de las huellas mnémicas en las que se fijan los sucesos del
sistema Inc., pues corresponden verosimilmente a una inscripción especial,
semejante a la que admitimos al principio y rechazamos después, para la
relación
de la represión consciente con la inconsciente. Encontraremos también aquí el
medio de poner fin a nuestra vacilación en la calificación del sistema superior,
al
cual llamamos ahora tan pronto sistema Prec. como sistema Cc.
No debemos apresurarnos, sin embargo, a generalizar lo que hasta aquí
hemos
descubierto sobre la distribución de las funciones anímicas entre los dos
sistemas. Describimos las circunstancias tal y como se nos muestran en
sujetos
adultos, en los cuales el sistema Inc. no funciona, estrictamente considerado,
sino como una fase preliminar de la organización superior. El contenido y las
relaciones de este sistema durante el desarrollo individual, y su significación en

17
los animales, no pueden ser deducidos de nuestra descripción, sino de una
investigación especial.
Asimismo, debemos hallarnos preparados a encontrar en el hombre,
condiciones
patológicas, en las cuales los dos sistemas modifican su contenido y sus
caracteres o los cambian entre sí.
VI. Relaciones entre ambos sistemas.
Sería erróneo representarse que el sistema Inc. permanece inactivo y que toda
la
labor psíquica es efectuada por el sistema Prec., resultando así, el sistema Inc.,
un órgano rudimentario, residuo del desarrollo. Igualmente sería equivocado
suponer, que la relación de ambos sistemas se limita al acto de la represión, en
el
cual el sistema Prec. arrojaría a los abismos del sistema Inc. todo aquello que
le
pareciese perturbador. Por el contrario, el sistema Inc. posee una gran
vitalidad,
es susceptible de un amplio desarrollo y mantiene una serie de otras relaciones
con el Prec., entre ellas la de cooperación. Podemos, pues, decir, sintetizando,
que el sistema Inc. continúa en ramificaciones, siendo accesible a las
influencias
de la vida, influyendo constantemente sobre el Prec. y hallándose, por su parte,
sometido a las influencias de éste.
El estudio de las ramificaciones del sistema Inc. defraudará nuestra esperanza
de
una separación esquemáticamente precisa entre los dos sistemas psíquicos.
Esta
decepción hará considerar insatisfactorios nuestros resultados y será
probablemente utilizada para poner en duda el valor de nuestra diferenciación
de
los procesos psíquicos. Pero hemos de alegar, que nuestra labor no es sino la
de
transformar en una teoría los resultados de la observación y que nunca nos
hemos obligado a construir, de buenas a primeras, una teoría absolutamente
clara
y sencilla. Así, pues, defenderemos sus complicaciones mientras demuestren
corresponder a la observación, y continuaremos esperando llegar con ella a un
conocimiento final de la cuestión, que siendo sencillo en sí, refleje, sin
embargo,
las complicaciones de la realidad.
Entre las ramificaciones de los impulsos inconscientes, cuyos caracteres
hemos
descrito, existen algunas que reúnen en sí las determinaciones más expuestas.
Por un lado, presentan un alto grado de organización, se hallan exentas de
contradicciones, han utilizado todas las adquisiciones del sistema Cc. y apenas
se diferencian de los productos de este sistema, pero en cambio, son
inconscientes e incapaces de consciencia. Pertenecen, pues, cualitativamente,
al
sistema Prec.; pero efectivamente, al Inc. Su destino depende totalmente de su
origen, y podemos compararlas con aquellos mestizos, semejantes en general,

18
a
los individuos de la raza blanca, pero que delatan su origen mixto, por diversos
rasgos visibles, y quedan así excluídos de la sociedad y del goce de las
prerrogativas de los blancos. Aquellos productos de la fantasía de los normales
y
de los neuróticos, que reconocimos como fases preliminares de la formación de
sueños y de síntomas, productos que a pesar de su alto grado de organización
permanecen reprimidos y no pueden, por lo tanto, llegar a la consciencia, son
formaciones de este género. Se aproximan a la consciencia y permanecen
cercanos a ella, sin que nada se lo estorbe, mientras su carga es poco intensa,
pero en cuanto ésta alcanza una cierta intensidad, quedan rechazados.
Ramificaciones de lo inconsciente, igualmente organizadas, son también las
formaciones sustitutivas, pero éstas consiguen el acceso a la consciencia
merced
a una relación favorable, por ejemplo, merced a su coincidencia con una
contracarga del sistema Prec.
Investigando más detenidamente, en otro lugar, las condiciones del acceso a la
consciencia, lograremos resolver muchas de las dificultades que aquí se nos
oponen. Para ello, creemos conveniente invertir el sentido de nuestro examen,
y
si hasta ahora hemos seguido una dirección ascendente, partiendo del sistema
Inc. y elevándonos hacia el sistema Cc., tomaremos ahora a este último, como
punto de partida. Frente a la consciencia, hallamos la suma total de los
procesos
psíquicos, que constituyen el reino de lo preconsciente. Una gran parte de lo
preconsciente procede de lo inconsciente, constituye una ramificación de tal
sistema y sucumbe a una censura antes de poder hacerse consciente. En
cambio,
otra parte de dicho sistema Prec. es capaz de consciencia sin previo examen
por
la censura. Queda aquí, contradicha, una de nuestras hipótesis anteriores. En
nuestro estudio de la represión, nos vimos forzados a situar entre los sistemas
Inc. y Prec. la censura, que decide el acceso a la consciencia, y ahora
encontramos una censura entre el sistema Prec. y el Cc. Pero no deberemos
ver
en esta complicación, una dificultad, sino aceptar que a todo paso desde un
sistema al inmediatamente superior, esto es, a todo progreso hacia una fase
más
elevada de la organización psíquica, corresponde una nueva censura. La
hipótesis de una continua renovación de las incripciones, queda de este modo
anulada.
La causa de todas estas dificultades, es que la consciencia, único carácter de
los
procesos psíquicos que nos es directamente dado, no se presta, en absoluto, a
la
distinción de sistemas. La observación nos ha mostrado que lo consciente no
es
siempre consciente, sino latente también durante largos espacios de tiempo, y
además, que muchos de los elementos que comparten las cualidades del
sistema

19
Prec. no llegan a ser conscientes. Más adelante, hemos de ver asimismo, que
el
acceso a la consciencia queda limitado por determinadas orientaciones de su
atención. La consciencia presenta de este modo, con los sistemas y con la
represión, relaciones nada sencillas.
En realidad, sucede que no sólo permanece ajeno a la consciencia lo psíquico
reprimido, sino también una parte de los sentimientos que dominan a nuestro
Yo,
o sea la más enérgica antítesis funcional de lo reprimido. Por lo tanto, si
queremos llegar a una consideración metapsicológica de la vida psíquica,
habremos de aprender a emanciparnos de la significación del síntoma
«consciencia».
Mientras no llegamos a emanciparnos en esta forma, queda interrumpida
nuestra
generalización, por continuas excepciones. Vemos, en efecto, que ciertas
ramificaciones del sistema Inc. devienen conscientes, como formaciones
sustitutivas y como síntomas, generalmente después de grandes
deformaciones,
pero muchas veces, conservando gran cantidad de los caracteres que
provocan la
represión, y encontramos que muchas formaciones preconscientes
permanecen
inconscientes, a pesar de que por su naturaleza, podrían devenir conscientes.
Habremos, pues, de admitir, que vence en ellas la atracción del sistema Inc.,
resultando así, que la diferencia más importante, no debe buscarse entre lo
consciente y lo preconsciente, sino entre lo preconsciente y lo inconsciente. Lo
inconsciente es rechazado por la censura al llegar a los límites de lo
preconsciente, pero sus ramificaciones pueden eludir esta censura, organizarse
en alto grado y llegar en lo preconsciente hasta una cierta intensidad de la
carga,
traspasada la cual intentan imponerse a la consciencia, siendo reconocidas
como
ramificaciones del sistema Inc. y rechazadas hasta la nueva frontera de la
censura entre el sistema Prec. y el Cc. La primera censura funciona, así, contra
el
sistema Inc., y la última contra las ramificaciones preconscientes del mismo.
Parece como si la censura hubiera avanzado un cierto estadio en el curso del
desarrollo individual.
En la práctica psicoanalítica, se nos ofrece la prueba irrebatible de la existencia
de la segunda censura, o sea de la situada entre los sistemas Prec. y Cc.
Invitamos al enfermo a formar numerosas ramificaciones del sistema Inc., le
obligamos a dominar las objeciones de la censura contra el acceso a la
consciencia, de estas formaciones preconscientes, y nos abrimos, por medio
del
vencimiento de esta censura, el camino que ha de conducirnos al
levantamiento
de la represión, obra de la censura anterior. Añadiremos aún la observación de
que la existencia de la censura entre el sistema Prec. y el Cc. nos advierte que
el
acceso a la consciencia no es un simple acto de percepción sino,

20
probablemente,
también una sobrecarga, o sea un nuevo progreso de la organización psíquica.
Volviéndonos hacia la relación del sistema Inc. con los demás sistemas, y
menos
para establecer nuevas afirmaciones, que para no dejar de consignar
determinadas circunstancias evidentes, vemos que en las raíces de la actividad
instintiva, comunican ampliamente los sistemas. Una parte de los procesos
aquí
estimulados pasa por el sistema Inc. como por una fase preparatoria y alcanza
en
el sistema Cc. el más alto desarrollo psíquico, mientras que la otra queda
retenida como Inc. Lo Inc. es también herido por los estímulos procedentes de
la
percepción. Todos los caminos que van desde la percepción al sistema Inc.
permanecen regularmente libres y sólo los que parten del sistema Inc., y
conducen más allá del mismo son los que quedan cerrados por la represión.
Es muy singular y digno de atención, el hecho de que el sistema Inc. de un
individuo pueda reaccionar al de otro, eludiendo absolutamente el sistema Cc.
Este hecho merece ser objeto de una penetrante investigación, encaminada,
principalmente, a comprobar si la actividad preconsciente queda también
excluída en tal proceso, pero de todos modos, es irrebatible como descripción.
El contenido del sistema Prec. (o Cc.) procede, en parte, de la vida instintiva
(por
mediación del sistema Inc.), y, en parte, de la percepción. No puede
determinarse
hasta qué punto los procesos de este sistema son capaces de ejercer, sobre el
sistema Inc., una influencia directa. La investigación de casos patológicos
muestra con frecuencia una independencia casi increíble del sistema Inc. La
característica de la enfermedad es, en general, una completa separación de las
tendencias y una ruina absoluta de ambos sistemas. Ahora bien: la cura
psicoanalítica se halla fundada en la influencia del sistema Cc. sobre el sistema
Inc. y muestra, de todos modos, que tal influencia no es imposible, aunque sí
difícil. Las ramificaciones del sistema Inc., que establecen una medición entre
ambos sistemas, nos abren, como ya hemos indicado, el camino que conduce
a
este resultado. Podemos, sin embargo, admitir, que la modificación espontánea
del sistema Inc. por parte del sistema Cc. es un proceso penoso y lento.
La cooperación entre un sentimiento preconsciente y otro inconsciente o
incluso
intensamente reprimido, puede surgir cuando el sentimiento inconsciente es
capaz de actuar en el mismo sentido que una de las tendencias dominantes.
En
este caso, queda levantada la represión y permitida la actividad reprimida, a
título de intensificación de la que el Yo se propone. Lo inconsciente es admitido
por el Yo únicamente en esta constelación, pero sin que su represión sufra
modificación alguna. La obra que el sistema Inc. lleva a cabo en esta
cooperación, resulta claramente visible. Las tendencias intensificadas se
conducen, en efecto, de un modo diferente al de las normales, capacitan para
funciones especialmente perfectas y muestran ante la contradicción una
resistencia análoga a la de los síntomas obsesivos.

21
El contenido del sistema Inc. puede ser comparado a una población primitiva
psíquica. Si en el hombre existe un acervo de formaciones psíquicas
heredadas, o
sea algo análogo al instinto animal, ello será lo que constituya el nódulo del
sistema Inc. A esto se añaden después los elementos rechazados por inútiles
durante el desarrollo infantil, elementos que pueden ser de naturaleza idéntica
a
lo heredado. Hasta la pubertad no se establece una precisa y definitiva
separación del contenido de ambos sistemas.
VII. El reconocimiento de lo inconsciente
Todo lo que hasta aquí hemos expuesto sobre el sistema Inc. puede extraerse
del
conocimiento de la vida onírica y de la neurosis de transferencia. No es,
ciertamente, mucho; nos parece en ocasiones oscuro y confuso, y no nos
ofrece
la posibilidad de incluir el sistema Inc. en un contexto conocido o subordinado a
él. Pero el análisis de una de aquellas afecciones, a las que damos el nombre
de
psiconeurosis narcisistas, nos promete proporcionarnos datos, por medio de los
cuales podremos aproximarnos al misterioso sistema Inc. y llegar a su
inteligencia.
Desde un trabajo de Abraham (1908), que este concienzudo autor llevó a cabo
por indicación mía, intentamos caracterizar la «dementia praecox» de Kraepelin
(la esquizofrenia de Bleuler), por su conducta con respecto a la antítesis del Yo
y
el objeto. En las neurosis de transferencia (histerias de angustia y de
conversión
y neurosis obsesiva) no había nada que situase en primer término esta
antítesis.
Comprobamos que la falta de objeto traía consigo la eclosión de la neurosis;
que
ésta integraba la renuncia al objeto real, y que la libido sustraída al objeto real
retrocedía hasta un objeto fantástico y desde él hasta un objeto reprimido
(introversión). Pero la carga de objeto queda tenazmente conservada en estas
neurosis, y una sutil investigación del proceso represivo, nos ha forzado a
admitir que dicha carga perdura en el sistema Inc., a pesar de la represión, o
más
bien, a consecuencia de la misma. La capacidad de transferencia, que
utilizamos
terapéuticamente en estas afecciones, presupone una carga de objeto no
estorbada.
A su vez, el estudio de la esquizofrenia nos ha impuesto la hipótesis de que
después del proceso represivo, no busca la libido sustraída ningún nuevo
objeto,
sino que se retrae al Yo, quedando así suprimida la carga de objeto y
reconstituído un primitivo estado narcisista, carente de objeto. La incapacidad
de
transferencia de estos pacientes, dentro de la esfera de acción del proceso
patológico, su consiguiente inaccesibilidad terapéutica, su singular repulsa del
mundo exterior, la aparición de indicios de una sobrecarga del propio Yo y,

22
como
final, la más completa apatía, todos estos caracteres clínicos parecen
corresponder, a maravilla, a nuestra hipótesis de la cesación de la carga de
objeto. Por lo que respecta a la relación con los dos sistemas psíquicos, han
comprobado todos los investigadores que muchos de aquellos elementos que
en
las neurosis de transferencia nos vemos obligados a buscar en lo inconsciente,
por medio del psicoanálisis, son conscientemente exteriorizados en la
esquizofrenia. Pero al principio, no fué posible establecer, entre la relación del
Yo con el objeto y las relaciones de la consciencia, una conexión inteligible.
Esta conexión se nos reveló después, de un modo inesperado. Se observa en
los
esquizofrénicos, sobre todo durante los interesantísimos estadios iniciales, una
serie de modificaciones del lenguaje, muchas de las cuales merecen ser
consideradas desde un determinado punto de vista. La expresión verbal es
objeto
de un especial cuidado, resultando escogida y «redicha» Las frases
experimentan
una particular desorganización de su estructura, que nos las hace ininteligibles,
llevándonos a creer faltas de todo sentido las manifestaciones del enfermo. En
éstas, aparece con frecuencia, en primer término, una alusión a órganos
somáticos o a sus inervaciones. Observamos, además, que en estos síntomas
de
la esquizofrenia, semejantes a las formaciones sustitutivas histéricas o de la
neurosis obsesiva, muestra, sin embargo, la relación entre la sustitución y lo
reprimido, peculiaridades que en las dos neurosis mencionadas, nos
desorientarían.
El doctor V. Tausk (Viena), ha puesto a mi disposición algunas de sus
observaciones de casos de esquizofrenia en su estadio inicial, observaciones
que
presentan la ventaja de que el enfermo mismo proporcionaba aún la
explicación
de sus palabras. Exponiendo dos de estos ejemplos, indicaremos cuál es
nuestra
opinión sobre este punto concreto, para cuyo esclarecimiento puede cualquier
observador acoplar sin dificultad alguna, material suficiente.
Uno de los enfermos de Tausk, una muchacha que acudió a su consulta poco
después de haber regañado con su novio, exclama:
«Los ojos no están bien, están torcidos», explica luego, por sí misma, esta
frase,
añadiendo en lenguaje ordenado, una serie de reproches contra el novio:
«Nunca
ha podido comprenderle. Cada vez se le muestra distinto. Es un hipócrita, que
«la ha vuelto los ojos del revés» haciéndole ver «torcidamente» todas las
cosas».
Estas manifestaciones añadidas por la enferma a su primera frase ininteligible,
tienen todo el valor de un análisis, pues contienen una equivalencia de la
misma
en lenguaje perfectamente comprensible, y proporcionan, además, el
esclarecimiento de la génesis y la significación de la formación verbal

23
esquizofrénica. Coincidiendo con Tausk, haremos resaltar, en este ejemplo, el
hecho de que la relación del contenido con un órgano del soma (en este caso
con
el de la visión) llega a arrogarse la representación de dicho contenido en su
totalidad. La frase es esquizofrénica presenta así un carácter hipocondríaco,
constituyéndose en lenguaje de los órganos.
Otra expresión de la misma enferma: «Está en la iglesia y siente, de pronto, un
impulso a colocarse de otro modo, como si colocara a alguien, como si la
colocaran a ella.
A continuación de esta frase, desarrolla la paciente su análisis, por medio de
una
serie de reproches contra el novio: «Es muy ordinario y la ha hecho ordinaria a
ella, que es de familia fina. La ha hecho igual a él, haciéndola creer que él le
era
superior, y ahora ha llegado a ser ella como él, porque creía que llegaría a ser
mejor si conseguía igualarse a él. Él se ha colocado en un lugar que no le
correspondía y ella es ahora como él (identificación), pues él la ha colocado en
un lugar que no la corresponde».
El movimiento de «colocarse de otro modo», observa Tausk, es una
representación de la palabra «fingir» (sich stellen-colocarse; verstellen-fingir) y
de la identificación con el novio. Hemos de hacer resaltar aquí, nuevamente, el
predominio de aquel elemento del proceso mental, cuyo contenido es una
inervación somática (o más bien, su sensación). Además, una histérica hubiera
torcido, convulsivamente, los ojos, en el primer caso, y en el segundo, habría
realizado el movimiento indicado, en lugar de sentir el impulso a realizarlo o la
sensación de llevarlo a cabo, y sin poseer, en ninguno de los dos casos,
pensamiento consciente alguno, enlazado con el movimiento ejecutado, ni ser
capaz de exteriorizarlo después.
Estas dos observaciones testimonian de aquello que hemos denominado
lenguaje
hipocondríaco o de los órganos, pero, además, atraen nuestra atención sobre
un
hecho que puede ser comprobado a voluntad, por ejemplo, en los casos
reunidos
en la monografía de Bleuler, y concretado en una fórmula. En la esquizofrenia,
quedan sometidas las palabras al mismo proceso que forma las imágenes
oníricas partiendo de las ideas latentes del sueño, o sea al proceso psíquico
primario. Las palabras quedan condensadas y se transfieren sus cargas unas a
otras, por medio del desplazamiento. Este proceso puede llegar hasta conferir
a
una palabra, apropiada para ello, por sus múltiples relaciones, la
representación
de toda la serie de ideas. Los trabajos de Breuler, Jung y sus discípulos,
ofrecen
material más que suficiente para comprobar esta afirmación.
Antes de deducir una conclusión de estas impresiones examinaremos la
extraña
y sutil diferencia existente entre las formaciones sustitutivas de la esquizofrenia
y las de la histeria y la neurosis obsesiva. Un enfermo, al que actualmente
tengo

24
en tratamiento, se hace la vida imposible, absorbido por la preocupación que le
ocasiona el supuesto mal estado de la piel de su cara, pues afirma tener en el
rostro multitud de profundos agujeros, producidos por granitos o «espinillas». El
análisis demuestra que hace desarrollarse, en la piel de su rostro, un complejo
de
castración. Al principio no le preocupaban nada tales granitos y se los quitaba
apretándolos entre las uñas, operación en la que, según sus propias palabras,
le
proporcionaba gran contento «ver cómo brotaba algo» de ellos. Pero después,
empezó a creer que en el punto en que había tenido una de estas «espinillas»,
le
quedaba un profundo agujero, y se reprochaba duramente haberse estropeado
la
piel, con su manía de «andarse siempre tocando». Es evidente que el acto de
reventarse los granitos de la cara, haciendo surgir al exterior su contenido, es,
en
este caso, una sustitución del onanismo. El agujero resultante de este manejo,
correspondía al órgano genital femenino, o sea al cumplimiento de la amenaza
de castración provocada por el onanismo (o la fantasía correspondiente). Esta
formación sustitutiva presenta, a pesar de su carácter hipocondríaco, grandes
analogías con una conversión histérica y, sin embargo, experimentamos la
sensación de que en este caso debe desarrollarse algo distinto y que una
histeria
de conversión no podría presentar jamás tales productos sustitutivos. Un
histérico no convertirá nunca un agujero tan pequeño como el dejado por la
extracción de una «espinilla», en símbolo de la vagina, a la que comparará, en
cambio, con cualquier objeto que circunscriba una cavidad. Creemos, también,
que la multiplicidad de los agujeros le impediría igualmente tomarlos como
símbolo del genital femenino. Lo mismo podríamos decir de un joven paciente,
cuya historia clínica relató el doctor Tausk hace ya años, ante la Sociedad
Psicoanalítica de Viena. Este paciente se conducía en general, como un
neurótico
obsesivo, necesitaba largas horas para asearse y vestirse, etc. Pero
presentaba el
singularísimo rasgo de explicar espontáneamente, sin resistencia alguna, la
significación de sus inhibiciones. Así, al ponerse los calcetines, le perturbaba la
idea de tener que estirar las mallas del tejido, produciendo en él pequeños
orificios, cada uno de los cuales constituía para él el símbolo del genital
femenino. Tampoco este simbolismo es propio de un neurótico obsesivo. Uno
de
estos neuróticos, que padecía de igual dificultad al ponerse los calcetines,
halló,
una vez vencidas sus resistencias, la explicación de que el pie era un símbolo
del
pene y el acto de ponerse sobre él, el calcetín, una representación del
onanismo,
viéndose obligado a ponerse y quitarse una y otra vez el calcetín, en parte para
completar la imagen de la masturbación y en parte para anularla.
Estos extraños caracteres de la formación sustitutiva y del síntoma en la
esquizofrenia, dependen del predominio de la relación verbal sobre la objetiva.

25
Entre el hecho de extraerse una «espinilla» de la piel, y una eyaculación, existe
muy escasa analogía, y menos aún entre los infinitos poros de la piel y la
vagina.
Pero en el primer caso «brota» en ambos actos, algo, y al segundo puede
aplicarse la cínica frase de que «un agujero es siempre un agujero». La
semejanza de la expresión verbal y no la analogía de las cosas expresadas, es
lo
que ha decidido la sustitución. Así, pues, cuando ambos elementos -la palabra
y
el objeto- no coinciden, se nos muestra la formación sustitutiva esquizofrénica
distinta de la que surge en las neurosis de transferencia.
Esta conclusión nos obliga a modificar nuestra hipótesis de que la carga de
objetos queda interrumpida en la esquizofrenia y a reconocer que continúa
siendo mantenida la carga de las representaciones verbales de los objetos. La
representación consciente del objeto queda así descompuesta en dos
elementos:
la representación verbal y la objetiva, consistente esta última en la carga, no ya
de huellas mnémicas objetivas directas, sino de huellas mnémicas más lejanas,
derivadas de las primeras. Creemos descubrir aquí, cuál es la diferencia
existente
entre una representación consciente y una representación inconsciente. No
son,
como supusimos, distintas inscripciones del mismo contenido en diferentes
lugares psíquicos, ni tampoco diversos estados funcionales de la carga, en el
mismo lugar. Lo que sucede es que la representación consciente integra la
representación objetiva más la correspondiente representación verbal, mientras
que la inconsciente es tan sólo la representación objetiva. El sistema Inc.
contiene las cargas objetivas de los objetos, o sea las primeras y verdaderas
cargas de objeto. El sistema Prec. nace a consecuencia de la sobrecarga de la
representación objetiva por su conexión con las representaciones verbales a
ella
correspondientes. Habremos de suponer, que estas sobrecargas son las que
traen
consigo una más elevada organización psíquica y hacen posible la sustitución
del
proceso primario por el proceso secundario, dominante en el sistema Prec.
Podemos ahora expresar más precisamente qué es lo que la represión niega a
las
representaciones rechazadas, en la neurosis de transferencia. Les niega la
traducción en palabras, las cuales permanecen enlazadas al objeto. La
representación no concretada en palabras, o el acto psíquico no traducido,
permanecen entonces, reprimidos, en el sistema Inc.
He de hacer resaltar, que este conocimiento, que hoy nos hace inteligible uno
de
los más singulares caracteres de la esquizofrenia, lo poseíamos hace ya
mucho
tiempo. En las últimas páginas de nuestra «Interpretación de los sueños»,
publicada en 1900, exponíamos ya, que los procesos mentales, esto es, los
actos
de carga más alejados de las percepciones, carecen, en sí, de cualidad y de

26
consciencia, y sólo por la conexión con los restos de las percepciones verbales,
alcanzan su capacidad de devenir conscientes. Las representaciones verbales,
nacen, por su parte, de la percepción sensorial, en la misma forma que las
representaciones objetivas, de manera que podemos preguntarnos por qué las
representaciones objetivas no pueden devenir conscientes por medio de sus
propios restos de percepción. Pero probablemente, el pensamiento se
desarrolla
en sistemas tan alejados de los restos de percepción primitivos, que no han
recibido ninguna de sus cualidades, y precisan, para devenir conscientes, de
una
intensificación, por medio de nuevas cualidades. Asimismo, pueden ser
provistas
de cualidades, por su conexión con palabras, aquellas cargas a las que la
percepción no pudo prestar cualidad alguna, por corresponder, simplemente, a
relaciones entre las representaciones de objetos. Estas relaciones concretadas
en
palabras, constituyen un elemento principalísimo de nuestros procesos
mentales.
Comprendemos que la conexión con representaciones verbales no coincide
aún
con el acceso a la consciencia, sino que se limita a hacerlo posible, no
caracterizando, por lo tanto, más que al sistema Prec. Pero observamos, que
con
estas especulaciones, hemos abandonado nuestro verdadero tema, entrando
de
lleno en los problemas de lo preconsciente y lo inconsciente, que será más
adecuado reservar para una investigación especial.
En la esquizofrenia, que solamente rozamos aquí en cuanto nos parece
indispensable para el conocimiento de lo inconsciente, surge la duda de si el
proceso represivo que en ella se desarrolla tiene realmente algún punto de
contacto con la represión de las neurosis de transferencia. La fórmula de que la
represión es un proceso que se desarrolla entre los sistemas Inc. y Prec. (o
Cc.) y
cuyo resultado es la distanciación de la consciencia, precisa ser modificada si
ha
de comprender también los casos de demencia precoz y otras afecciones. Pero
la
tentativa de fuga del Yo, que se exterioriza en la sustracción de la carga
consciente, sigue siendo un elemento común. La observación más superficial
nos
enseña, por otro lado, que esta fuga del Yo es fundamental en las neurosis
narcisistas.
Si en la esquizofrenia consiste esta fuga en la sustracción de la carga instintiva
de aquellos elementos que representan a la idea inconsciente del objeto, puede
parecernos extraño que la parte de dicha representación correspondiente al
sistema Prec. -las representaciones verbales a ella correspondientes- haya de
experimentar una carga más intensa. Sería más bien de esperar, que la
representación verbal hubiera de experimentar, por constituir la parte
preconsciente, el primer impulso de la represión, resultando incapaz de carga
una

27
vez llegada la represión a las representaciones objetivas inconscientes. Esto
parece difícilmente comprensible, pero se explica en cuanto reflexionamos que
la carga de la representación verbal no pertenece a la labor represiva sino que
constituye la primera de aquellas tentativas de restablecimiento o de curación
que dominan tan singularmente el cuadro clínico de la esquizofrenia. Estos
esfuerzos aspiran a recobrar los objetos perdidos, y es muy probable que, con
este propósito, tomen el camino hacia el objeto pasando por la parte verbal del
mismo. Pero al obrar así, tienen que contentarse con las palabras en lugar de
los
objetos. Nuestra actividad anímica se mueve generalmente en dos direcciones
opuestas, partiendo de los instintos, a través del sistema Inc., hasta la labor
mental consciente, o por un estímulo externo, a través de los sistemas Cc. y
Prec., hasta las cargas Inc. del Yo y de los objetos. Este segundo camino tiene
que permanecer transitable a pesar de la represión y se halla abierto hasta un
cierto punto a los esfuerzos de la neurosis por recobrar sus objetos. Cuando
pensamos abstractamente, corremos el peligro de desatender las relaciones de
las
palabras con las representaciones objetivas inconscientes, y no puede negarse
que nuestro filosofar alcanza entonces una indeseada analogía de expresión y
de
contenido con la labor mental de los esquizofrénicos. Por otro lado, podemos
decir que la labor mental de los esquizofrénicos se caracteriza por el hecho de
manejar lo concreto como abstracto.
Si con las consideraciones que preceden hemos llegado a un exacto
conocimiento del sistema Inc. y a determinar concretamente la diferencia entre
las representaciones conscientes y las inconscientes, nuestras sucesivas
investigaciones sobre otros diversos puntos aún no esclarecidos, habrán de
conducirnos de nuevo a las conclusiones deducidas.
Das Unbewußte, en alemán el original, en Int. Z. Psychoanal., 3 (4), 189-203 y
(5), 257-269, 1915.
Cf. Nota al título de Algunas observaciones sobre el concepto de lo
inconsciente
en el psicoanálisis (LXV)
La afectividad se manifiesta, esencialmente, en la descarga motora
encaminada a
la modificación (interna) del propio cuerpo; la motilidad, en actos destinados a
la
modificación del mundo exterior.
Strachey señala que Freud usó en 1896 ese término en una carta a Fliess (del
13
de febrero) y que posteriormente sólo volvió a emplearlo una vez en
Psicopatología de la vida cotidiana. (Nota del E.)
Cf. el análisis sobre esto en el capítulo VII de La interpretación de los sueños,
basado en ideas desarrolladas con Breuer en `Estudios sobre la histeria’.
Más adelante indicaremos aún otra prerrogativa más del sistema Inc. [que no
fue
aclarada. (Nota del E.)]
Para Strachey aquí Freud se refería al trabajo sobre la consciencia que no llegó
a
conocerse. (Nota del E.)

28
Otra referencia al trabajo sobre la consciencia nunca conocido. (Nota del E.)
En ocasiones, maneja la elaboración onírica las palabras como si fuesen
objetos
y crea, entonces, frases o neologismos muy análogos a los de la esquizofrenia.
Otra referencia al citado trabajo ignoto de Freud sobre la consciencia. (Nota del
E.)

LA REPRESIÓN

1915
OTRO de los destinos de un instinto puede ser el de tropezar con resistencias
que aspiren a despojarle de su eficacia. En circunstancias cuya investigación
nos
proponemos emprender a seguidas, pasa el instinto al estado de represión. Si
se
tratara del efecto de un estímulo interior, el medio de defensa más adecuado
contra él, sería la fuga. Pero tratándose del instinto, la fuga resulta ineficaz,
pues
el Yo no puede huir de sí mismo. Más tarde, el juicio de repudio del instinto
(condena), constituyen para el individuo un excelente medio de defensa contra
él
(**). La represión, concepto cuya fijación ha hecho posible el psicoanálisis
(***), constituye una fase preliminar de la condena, una noción intermedia entre
la condena y la fuga.
No es fácil deducir teóricamente la posibilidad de una represión. ¿Por qué ha
de
sucumbir a un tal destino un sentimiento instintivo? Para ello habría de ser
condición indispensable que la consecución del fin del instinto produjese
displacer en lugar de placer, caso difícilmente imaginable, pues la satisfacción
de
un instinto produce siempre placer. Habremos, pues, de suponer que existe un
cierto proceso, por el cual el placer producto de la satisfacción queda
transformado en displacer.
Para mejor delimitar el dintorno de la represión, examinaremos previamente
algunas otras situaciones de los instintos. Puede suceder que un estímulo
exterior
llegue a hacerse interior -por ejemplo, corroyendo y destruyendo un órgano- y
pase así a constituir una nueva fuente de perpetua excitación y aumento
constante de la tensión. Tal estímulo adquirirá de este modo, una amplia
analogía
con un instinto. Sabemos ya, que en este caso, experimentamos dolor. Pero el
fin
de este pseudoinstinto es tan sólo la supresión de la modificación orgánica y
del
displacer a ella enlazado. La supresión del dolor no puede proporcionar otro
placer de carácter directo. El dolor es imperativo. Sólo sucumbe a los efectos
de
una supresión tóxica o de la influencia ejercida por una desviación psíquica.
El caso del dolor no es lo bastante transparente para auxiliarnos en nuestros
propósitos. Tomaremos, pues, el de un estímulo instintivo, por ejemplo, el
hambre, que permanece insatisfecho. Tal estímulo se hace entonces

29
imperativo,
no es atenuable sino por medio del acto de la satisfacción y mantiene una
constante tensión de la necesidad. No parece existir aquí nada semejante a
una
represión.
Así, pues, tampoco hallamos el proceso de la represión en los casos de
extrema
tensión producida por la insatisfacción de un instinto. Los medios de defensa
de
que el organismo dispone contra esta situación habrán de ser examinados en
un
distinto contexto.
Ateniéndonos ahora a la experiencia clínica que la práctica psicoanalítica nos
ofrece, vemos que la satisfacción del instinto reprimido sería posible y placiente
en sí, pero inconciliable con otros principios y aspiraciones. Despertaría, pues
placer en un lugar y displacer en otro. Por lo tanto, será condición
indispensable
de la represión el que el motivo de displacer adquiera un poder superior al del
placer producido por la satisfacción. El estudio psicoanalítico de las neurosis de
transferencia nos lleva a concluir que la represión no es un mecanismo de
defensa originariamente dado sino que, por el contrario, no puede surgir hasta
después de haberse establecido una precisa separación entre la actividad
anímica
consciente y la inconsciente. Su esencia consiste exclusivamente en rechazar y
mantener alejados de lo consciente a determinados elementos. Este concepto
de
la represión tendrá su complemento en la hipótesis de que antes de esta fase
de la
organización anímica, serían los restantes destinos de los instintos -la
transformación en lo contrario y la orientación contra el propio sujeto- lo que
regiría la defensa contra los sentimientos instintivos.
Suponemos también, entre la represión y lo inconsciente, una tal correlación,
que
nos vemos obligados a aplazar el adentrarnos en la esencia de la primera
hasta
haber ampliado nuestro conocimiento del tren de instancias psíquico y de la
diferenciación entre lo consciente y lo inconsciente. Por ahora, sólo podemos
presentar en forma puramente descriptiva algunos caracteres, clínicamente
descubiertos, de la represión, a riesgo de repetir, sin modificación alguna,
mucho
de lo ya expuesto en otros lugares.
Tenemos, pues, fundamentos, para suponer una primera fase de la represión,
una
represión primitiva, consistente en que la representación psíquica del instinto,
se
ve negado el acceso a la consciencia. Esta negativa produce una fijación, o sea
que la representación de que se trate perdura inmutable a partir de este
momento,
quedando el instinto ligado a ella. Todo ello depende de cualidades, que más
adelante examinaremos, de los procesos inconscientes.

30
La segunda fase de la represión, o sea la represión propiamente dicha, recae
sobre ramificaciones psíquicas de la representación reprimida o sobre aquellas
series de ideas, procedentes de fuentes distintas, pero que han entrado en
conexión asociativa con dicha representación. A causa de esta conexión sufren
tales representaciones el mismo destino que lo relativamente reprimido. Así,
pues, la represión propiamente dicha es un proceso secundario. Sería
equivocado
limitarse a hacer resaltar la repulsa, que partiendo de lo consciente actúa sobre
el
material que ha de ser reprimido. Es indispensable tener también en cuenta la
atracción que lo primitivamente reprimido ejerce sobre todo aquello, con lo que
le es dado entrar en contacto. La tendencia a la represión no alcanzaría jamás
sus
propósitos si estas dos fuerzas no actuasen de consuno y no existiera algo
primitivamente reprimido, que se halla dispuesto a acoger lo rechazado por lo
consciente.
Bajo la influencia del estudio de las psiconeurosis, que nos descubre los
efectos
más importantes de la represión, nos inclinaríamos a exagerar su contenido
psicológico y a olvidar que no impide a la representación del instinto perdurar
en
lo inconsciente, continuar organizándose, crear ramificaciones y establecer
relaciones. La represión no estorba sino la relación con un sistema psíquico:
con
el de lo consciente.
El psicoanálisis nos revela todavía algo distinto y muy importante para la
comprensión de los efectos de la represión en las psiconeurosis. Nos revela
que
la representación del instinto se desarrolla más libre y ampliamente cuando ha
sido sustraída, por la represión, a la influencia consciente. Crece entonces, por
decirlo así, en la oscuridad, y encuentra formas extremas de expresión, que
cuando las traducimos y comunicamos a los neuróticos tienen que parecerles
completamente ajenas a ellos y les atemorizan, reflejando una extraordinaria y
peligrosa energía del instinto. Esta engañosa energía del instinto es
consecuencia
de un ilimitado desarrollo de la fantasía y del estancamiento consecutivo a la
negativa de la satisfacción. Este último resultado de la represión nos indica
dónde hemos de buscar su verdadero sentido.
Retornando ahora a la opinión contraria, afirmaremos que ni siquiera es cierto
que la represión mantiene alejadas de la consciencia a todas las ramificaciones
de lo primitivamente reprimido. Cuando tales ramificaciones se han distanciado
suficientemente de la representación reprimida, bien por deformación, bien por
el número de miembros interpolados, encuentran ya libre acceso a la
consciencia. Sucede como si la resistencia de lo consciente contra dichas
ramificaciones fuera una función de su distancia de lo primitivamente reprimido.
En el ejercicio de la técnica psicoanalítica, invitamos al paciente a producir
aquellas ramificaciones de lo reprimido, que por su distancia o deformación
pueden eludir la censura de lo consciente. No otra cosa son las ocurrencias
espontáneas que demandamos del paciente, con renuncia a todas las
representaciones finales conscientes y a toda crítica, ocurrencias con las

31
cuales
reconstituímos una traducción consciente de la representación reprimida. Al
obrar así, observamos que el paciente puede tejer una tal serie de ocurrencias,
hasta que en su discurso, tropieza con una idea en la cual la relación con lo
reprimido actúa ya tan intensamente, que el sujeto tiene que repetir su tentativa
de represión. También los síntomas neuróticos tienen que haber cumplido la
condición antes indicada, pues son ramificaciones de lo reprimido, que
consiguen por fin, con tales productos, el prohibido acceso a la consciencia.
No es posible indicar, en general, la amplitud que han de alcanzar la
deformación y el alejamiento de lo reprimido para lograr vencer la resistencia
de
lo consciente. Tiene aquí efecto una sutil valoración, cuyo mecanismo se nos
oculta, pero cuya forma de actuar nos deja adivinar que se trata de hacer alto
ante una determinada intensidad de la carga de lo inconsciente, traspasada la
cual
se llegaría a la satisfacción. La represión labora, pues, de un modo altamente
individual. Cada una de las ramificaciones puede tener su destino particular, y
un
poco más o menos de deformación hace variar por completo el resultado.
Observamos, asimismo, que los objetos preferidos de los hombres, sus ideales,
proceden de las mismas percepciones y experiencias que los más odiados y no
se
diferencian originariamente de ellos sino por pequeñas modificaciones. Puede
incluso suceder, como ya lo hemos observado al examinar la génesis del
fetiche,
que la primitiva representación del instinto quede dividida en dos partes, una de
las cuales sucumbe a la represión, mientras que la restante, a causa
precisamente
de su íntima conexión con la primera, pasa a ser idealizada.
Una modificación de las condiciones de la producción de placer y displacer, da
origen, en el otro extremo del aparato, al mismo resultado que antes atribuímos
a
la mayor o menor de formación. Existen diversas técnicas, que aspiran a
introducir en el funcionamiento de las fuerzas psíquicas, determinadas
modificaciones, a consecuencia de las cuales, aquello mismo que en general
produce displacer, produzca también placer alguna vez, y siempre que entra en
acción uno de tales medios técnicos, queda suprimida la represión de una
representación de un instinto, a la que se hallaba negado el acceso a lo
consciente. Estas técnicas no han sido detenidamente analizadas, hasta ahora,
más que en el chiste. Por lo general, el levantamiento de la represión es sólo
pasajero, volviendo a quedar establecida al poco tiempo.
De todos modos, estas observaciones bastan para llamarnos la atención sobre
otros caracteres del proceso represivo. La represión no es tan sólo individual,
sino también móvil en alto grado. No debemos representarnos su proceso
como
un acto único, de efecto duradero, semejante, por ejemplo, al de dar muerte a
un
ser vivo. Muy al contrario, la represión exige un esfuerzo continuado, cuya
interrupción la llevaría al fracaso, haciendo preciso un nuevo acto represivo.
Habremos, pues, de suponer que lo reprimido ejerce una presión continua en

32
dirección de lo consciente, siendo, por lo tanto, necesaria, para que el equilibrio
se conserve, una constante presión contraria. El mantenimiento de una
represión
supone, pues, un continuo gasto de energía, y su levantamiento significa,
económicamente, un ahorro. La movilidad de la represión encuentra, además,
una expresión en los caracteres psíquicos del dormir (estado de reposo), único
estado que permite la formación de sueños. Con el despertar, son emitidas
nuevamente las cargas de represión, antes retiradas.
Por último, no debemos olvidar que el hecho de comprobar que un sentimiento
instintivo se halla reprimido, no arroja sino muy escasa luz sobre el mismo.
Aparte de su represión, puede presentar otros muy diversos caracteres, ser
inactivo, esto es, poseer muy escasa energía psíquica, o poseerla en diferentes
grados y hallarse, así, capacitado para la actividad. Su entrada en actividad no
tendrá por consecuencia el levantamiento directo de la represión, pero
estimulará
todos aquellos procesos que terminan en el acceso a la consciencia por
caminos
indirectos. Tratándose de ramificaciones no reprimidas de lo inconsciente, la
magnitud de la activación o de la carga [Besetzung] psíquica define el destino
de
cada representación. Sucede todos los días, que una tal ramificación
permanece
sin reprimir mientras integra alguna energía, aunque su contenido sea
susceptible
de originar un conflicto con lo conscientemente dominante. En cambio, el factor
cuantitativo es decisivo para la aparición del conflicto. En cuanto la
representación repulsiva en el fondo, traspasa un cierto grado de energía,
surge el
conflicto, y la entrada en actividad de dicha representación trae consigo la
represión. Así, pues, el incremento de la carga de energía produce, en todo lo
que
a la represión se refiere, los mismos efectos que la aproximación a lo
inconsciente. Paralelamente, la disminución de dicha carga equivale al
alejamiento de lo inconsciente o a la deformación. Es perfectamente
comprensible, que las tendencias represoras encuentren en la atenuación de lo
desagradable, un sustitutivo de su represión.
Hasta aquí, hemos tratado de la represión de una representación del instinto,
entendiendo como tal una idea o grupo de ideas, a las que el instinto confiere
un
cierto montante de energía (libido, interés). La observación clínica nos fuerza a
descomponer lo que hasta ahora hemos concebido unitariamente, pues nos
muestra, que a más de la idea, hay otro elemento, diferente de ella en absoluto,
que también representa al instinto y sucumbe a la represión. A este otro
elemento
de la representación psíquica le damos el nombre de «montante de afecto» y
corresponde al instinto en tanto en cuanto se ha separado de la idea y
encuentra
una expresión adecuada a su cantidad en procesos que se hacen perceptibles
a la
sensación a título de afectos. De aquí en adelante, cuando describamos un

33
caso
de represión, tendremos que perseguir por separado lo que la represión ha
hecho
de la idea y lo que ha sido de la energía instintiva a ella ligada.
Pero antes, quisiéramos decir algo en general, sobre ambos destinos, labor
que se
nos hace posible en cuanto conseguimos orientarnos un poco. El destino
general
de la idea que representa al instinto no puede ser sino el de desaparecer de la
consciencia, si era consciente, o verse negado el acceso a ella, si estaba en
vías
de llegarlo a ser. La diferencia entre ambos casos carece de toda importancia.
Es,
en efecto, lo mismo, que expulsemos de nuestro despacho o de nuestra
antesala a
un visitante indeseado, o que no le dejemos traspasar el umbral de nuestra
casa.
El destino del factor cuantitativo de la representación del instinto puede ser
triplemente vario. El instinto puede quedar totalmente reprimido y no dejar
vestigio alguno observable; puede aparecer bajo la forma de un afecto
cualquiera, y puede ser transformado en angustia. Estas dos últimas
posibilidades nos fuerzan a considerar la transmutación de las energías
psíquicas
de los instintos en afectos, y especialmente en angustia, como un nuevo
destino
de los instintos.
Recordamos que el motivo y la intención de la represión eran evitar el
displacer.
De ello se deduce, que el destino del montante de afecto del representante
[Repräsentanz] , es mucho más importante que el de la idea [Vorstellung],
circunstancia decisiva para nuestra concepción del proceso represivo. Cuando
una represión no consigue evitar el nacimiento de sensaciones de displacer o
de
angustia, podemos decir que ha fracasado, aunque haya alcanzado su fin en lo
que respecta a la idea. Naturalmente, la represión fracasada ha de interesarnos
más que la conseguida, la cual escapa casi siempre a nuestro estudio.
Intentaremos ahora penetrar en el conocimiento del mecanismo del proceso de
la
represión, y sobre todo, averiguar si es único o múltiple y si cada una de las
psiconeurosis no se halla quizá caracterizada por un peculiar mecanismo de
represión. Pero ya al principio de esta investigación, tropezamos con espinosas
complicaciones. El único medio de que disponemos para llegar al conocimiento
del mecanismo de la represión, es deducirlo de los resultados de la misma. Si
limitamos la investigación a los resultados observables en la parte ideológica
de
la representación, descubrimos que la represión crea regularmente un producto
sustitutivo. Habremos, pues, de preguntarnos cuál es el mecanismo de esta
formación de sustitutivos y si no deberemos distinguir también, aquí, diversos
mecanismos. Sabemos ya, que la represión deja síntomas detrás de sí. Se nos
plantea, pues, el problema de si podemos hacer coincidir la formación de

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sustitutivos con la de síntomas, y en caso afirmativo, el mecanismo de esta
última con el de la represión. Hasta ahora, todo nos lleva a suponer que ambos
mecanismos difieren considerablemente y que no es la represión misma la que
crea formaciones sustitutivas y síntomas. Estos últimos deberían su origen,
como
signos de un retorno de lo reprimido, a procesos totalmente distintos. Parece
también conveniente someter a investigación los mecanismos de la formación
de
sustitutivos y de síntomas antes que los de la represión.
Es evidente, que la especulación no tiene ya aquí aplicación ninguna y debe
ser
sustituída por el cuidadoso análisis de los resultados de la represión
observables
en las diversas neurosis. Sin embargo, me parece prudente aplazar también
esta
labor, hasta habernos formado una idea satisfactoria de la relación de lo
consciente con lo inconsciente. Ahora bien, para no abandonar la discusión que
antecede sin concretarla en deducción alguna, haremos constar: 1º, que el
mecanismo de la represión no coincide, en efecto, con los mecanismos de la
formación de sustitutivos; 2º, que existen muy diversos mecanismos de
formación de sustitutivos; y 3º, que los mecanismos de la represión poseen, por
lo menos, un carácter común: la sustracción de la carga de energía (o libido,
cuando se trata de instintos sexuales).
Limitándonos a las tres psiconeurosis más conocidas, mostraremos en unos
cuantos ejemplos, cómo los conceptos por nosotros introducidos encuentran su
aplicación al estudio de la represión. Comenzando por la histeria de angustia,
elegiremos un ejemplo, excelentemente analizado, de zoofobia. El sentimiento
instintivo que en este caso sucumbió a la represión, fué una actitud libidinosa
del
sujeto con respecto a su padre, acompañada de miedo al mismo. Después de
la
represión, desapareció este sentimiento de la consciencia, y el padre cesó de
hallarse integrado en ella como objeto de la libido. En calidad de sustitutivo,
surgió, en su lugar, un animal, más o menos apropiado para constituirse en
objeto de angustia. El producto sustitutivo de la parte ideológica se constituyó,
por desplazamiento a lo largo de un conjunto determinado en una cierta forma,
y
la parte cuantitativa no desapareció sino que se transformó en angustia,
resultando de todo esto un miedo al lobo, como sustitución de la aspiración
erótica relativa al padre. Naturalmente, las categorías aquí utilizadas, no bastan
para aclarar ningún caso de neurosis, por sencillo que sea, pues siempre han
de
tenerse en cuenta otros distintos puntos de vista.
Una represión como la que tuvo efecto en este caso de zoofobia, ha de
considerarse totalmente fracasada. Su obra aparece limitada al alejamiento y
sustitución de la representación, faltando todo ahorro de displacer. Por esta
causa, la labor de la neurosis no quedó interrumpida sino que continuó en un
segundo tiempo, hasta alcanzar su fin más próximo e importante, culminando
en
la formación de una tentativa de fuga, en la fobia propiamente dicha y en una

35
serie de precauciones destinadas a excluir el desarrollo de angustia. Una
investigación especial nos descubrirá luego por qué mecanismo alcanza la
fobia
su fin.
El cuadro de la verdadera histeria de conversión nos impone otra concepción
distinta del proceso represivo. Su carácter más saliente es, en este caso, la
posibilidad de hacer desaparecer por completo el montante de afecto. El
enfermo
observa entonces, con respecto a sus síntomas, aquella conducta que Charcot
ha
denominado «la belle indiference des hystériques». Otras veces no alcanza
esta
represión un tan completo éxito, pues se enlazan al síntoma sensaciones
penosas
o resulta imposible evitar un cierto desarrollo de angustia, el cual activa, por su
parte, el mecanismo de la formación de la fobia. El contenido ideológico de la
representación del instinto es substraído por completo a la consciencia y como
formación sustitutiva -y al mismo tiempo como síntoma- hallamos una
inervación de extraordinaria energía -somática en los casos típicos-, inervación
de naturaleza sensorial unas veces y motora otras, que aparece como
excitación
o como inhibición. Un detenido examen nos demuestra que esta inervación
tiene
efecto en una parte de la misma representación reprimida del instinto, la cual
ha
atraído a sí, como por una condensación, toda la carga. Estas observaciones
no
entrañan, claro está, todo el mecanismo de una histeria de conversión.
Principalmente habremos de tener, además, en cuenta el factor de la regresión,
del cual trataremos en otro lugar.
La represión que tiene efecto en la histeria, puede considerarse por completo
fracasada, si nos atenemos exclusivamente a la circunstancia de que sólo es
alcanzada por medio de amplias formaciones de sustitutivos. Pero, en cambio,
su
verdadera labor, o sea la supresión del montante de afecto, queda casi
siempre,
perfectamente conseguida. El proceso represivo de la histeria de conversión
termina con la formación de síntomas y no necesita continuar en un segundo
tiempo -o en realidad ilimitadamente-, como en la histeria de angustia.
Otro aspecto completamente distinto presenta la represión en la neurosis
obsesiva, tercera de las afecciones que aquí comparamos. En estas
psiconeurosis
no sabemos, al principio, si la representación que sucumbe a la represión es
una
tendencia libidinosa o una tendencia hostil. Tal inseguridad proviene de que la
neurosis obsesiva tiene, como premisa, una regresión, que sustituye la
tendencia
erótica por una tendencia sádica. Este impulso hostil contra una persona
amada,
es lo que sucumbe a la represión, cuyos efectos varían mucho de su primera

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fase
a su desarrollo ulterior. Al principio, logra la represión un éxito completo; el
contenido ideológico es rechazado y el afecto obligado a desaparecer. Como
producto sustitutivo, surge una modificación del Yo, consistente en el
incremento de la conciencia moral, modificación que no podemos considerar
como un síntoma. La formación de sustitutivos y la de síntomas se muestran
aquí
separadas y se nos revela una parte del mecanismo de la represión. Ésta ha
realizado, como siempre, una sustracción de libido, pero se ha servido, para
este
fin, de la formación de reacciones, por medio de la intensificación de una
antítesis. La formación de sustitutivos tiene, pues, aquí el mismo mecanismo
que
la represión, y coincide en el fondo, con ella, pero se separa cronológicamente,
como es comprensible de la formación de síntomas. Es muy probable que la
relación de ambivalencia en la que está incluído el impulso sádico que ha de
ser
reprimido, sea la que haga posible todo el proceso.
Pero esta represión, conseguida al principio, no logra mantenerse, y en su
curso
ulterior, va aproximándose cada vez más al fracaso. La ambivalencia, que hubo
de facilitar la represión por medio de la formación de reacciones, facilita
también, luego el retorno de lo reprimido. El afecto desaparecido retorna
transformado en angustia social, escrúpulos y reproches sin fin, y la
representación rechazada es sustituída por el producto de un desplazamiento,
que
recae, con frecuencia, sobre elementos mínimos e indiferentes. La mayor parte
de las veces no se descubre tendencia ninguna a la reconstitución exacta de la
representación reprimida. El fracaso de la represión del factor cuantitativo,
afectivo, hace entrar en actividad aquel mecanismo de la fuga por medio de
precauciones y prohibiciones, que ya descubrimos en la formación de la fobia
histérica. Pero la representación continúa viéndose negado el acceso a la
consciencia, pues de este modo, se consigue evitar la acción, paralizando el
impulso. Por lo tanto, la labor de la represión en la neurosis obsesiva, termina
en
una vana e inacabable lucha.
De la serie de comparaciones que antecede, extraemos la convicción de que
para
llegar al conocimiento de los procesos relacionados con la represión y la
formación de síntomas neuróticos, son precisas más amplias investigaciones.
La
extraordinaria trabazón de los múltiples factores a los que ha de atenderse
impone a nuestra exposición una determinada pauta. Habremos, pues, de
hacer
resaltar sucesivamente los diversos puntos de vista y perseguirlos por
separado, a
través de todo el material, mientras su aplicación sea fructuosa. Cada una de
estas etapas de nuestra labor resultará incompleta, aisladamente considerada,
y
presentará algunos lugares oscuros, correspondientes a sus puntos de

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contacto
con las cuestiones aún inexploradas, pero hemos de esperar que la síntesis
final
de todas ellas arroje clara luz sobre los complicados problemas investigados.
Die Verdrängung, en alemán el original, en Int. Z. Psychoanal., 3 (3), 129-138,
1915.
Cf. Nota al título de Algunas observaciones sobre el concepto de lo
inconsciente
en el psicoanálisis (LXV)
Strachey comenta que el psicólogo Herbart, de comienzos del siglo XIX, usó
ese
término, pero que fue Freud quien acuñó el concepto. (Nota del E.)
Esta comparación, aplicable al proceso de la represión, puede hacerse
extensiva
a uno de sus caracteres, ya indicado anteriormente. Bastará añadir que
hacemos
vigilar de continuo, por un centinela, la puerta prohibida al visitante, el cual

OBSERVACIONES SOBRE EL INCONSCIENTE


1922
El ponente reitera la ya conocida evolución que el concepto de «inconsciente»
ha
tenido en el psicoanálisis. «Inconsciente» es ante todo un término meramente
descriptivo, abarcando en tal caso lo que es transitoriamente latente. Sin
embargo, la concepción dinámica del proceso represivo obliga a conferir al
inconsciente un sentido sistemático, de modo que equivale entonces a lo
reprimido. Lo latente, lo sólo transitoriamente inconsciente, se denomina en
consecuencia «preconsciente» y sistemáticamente se aproxima a lo
consciente.
El doble sentido del término «inconsciente» ha traído consigo ciertos
inconvenientes que, si bien carentes de importancia, fue difícil evitar. Resulta,
empero, imposible identificar lo reprimido con lo inconsciente y el yo con lo
preconsciente y lo consciente. El ponente analiza los dos hechos que
demuestran
que también en el yo existe un inconsciente que se conduce dinámicamente
como lo inconsciente reprimido. Dichos hechos son la resistencia en el análisis
emanada del yo y el sentimiento de culpabilidad inconsciente. Anticipa que en
un trabajo próximo a publicarse -El «yo» y el «ello»- intentará estudiar la
influencia que estas nuevas nociones han de tener sobre la concepción del
inconsciente.

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