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Bibliotecas en El Imperio Romano

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Los generales victoriosos de las batallas en Oriente fueron los creadores de ls primeras

bibliotecas en Roma. A pesar de que en el siglo II a. C. ya había libros latinos, estas bibliotecas
fueron constituidas principalmente por libros griegos.

El directos de la biblioteca de Pérgamo fue retenido en Roma durante una larga


temporada. Este hecho explica que las bibliotecas públicas romanas se inspiraran en la de
Pérgamo. Estaban situadas junto a un templo y constaban de una sala para depósito y de un
pórtico, decorado con bustos de escritores célebres, bajo el que solían pasear los lectores.
Asimismo, César, quien había presenciado el esplendor intelectual de Alejandría, quiso
conceder a Roma el privilegio de albergar una gran biblioteca pública. Encargó reunir y ordenar
los libros de Marco Terencio Varrón, pero César no consiguió convertir su proyecto en realidad
debido a su precipitada muerte.

Además, el archivo central de Roma, el Tabularium, se adelantó a la primera biblioteca


pública romana, ya que fue construido en el 79 a. C. La primera biblioteca se debió a Asinio
Polión, general, historiador y poeta, quien por sugerencia de Augusto decidió emplear su botín
en la campaña de Iliria en su creación. Al mismo tiempo, Augusto se encargó de la creación de
dos grandes bibliotecas romanas, cada una con secciones latina y griega. Durante el siglo I d. C
proliferaron las bibliotecas privadas en todo el imperio como se ha podido comprobar a partir
de diversas excavaciones.

 Las primeras bibliotecas cristianas

A través del edicto de Milán en el año 313, el emperador Constantino y Licinio


devolvieron a los cristianos aquellos bienes que les habían sido incautados y proclamaban la
libertad de culto. En ese momento, tanto el libro como las bibliotecas cristianas recibieron
protección imperial y pudieron desarrollarse públicamente mientras que la cultura pagana era
cada vez menos reconocida. Constantino construyó grandes templos cristianos y, dada la falta
de libros religiosos, ordenó su consejero, Eusabio de Cesarea, la confección de cincuenta
códices de las Divinas Escrituras. No se ha conservado ninguno de ellos.

2.2 IMPERIO BIZANTINO

En la sociedad bizantina el libro gozó de gran respeto y estima. Es posible que esto se
deba a que, para la supervivencia como un Estado político dada la unión de pueblos tan
diversos bajo su jurisdicción, fuera necesario reforzar su propia herencia cultural para
diferenciarse del resto.

No obstante, las bibliotecas privadas no cobijaron una gran cantidad de libros, apenas
un par de docenas. Los libros resultaban muy costosos, puesto que escaseaban los materiales
esenciales para su fabricación como la piel, el papiro o el papel; también la mano de obra de
los copistas era bastante cara. En los monasterios, sobre todo, la escasez de materiales hizo
que desaparecieran algunos textos antiguos, ya que estos se borraban para reutilizar los
pergaminos con nuevos escritos.

La producción solía limitarse a la copia de algún libro por encargo a copistas


profesionales. Los emperadores y la gente rica eran los únicos que podían permitirse el tener
copistas e iluminadores a su cargo.

Las principales bibliotecas se encontraban en la capital y destacaba especialmente la


de los emperadores, cuya creación inició Constantino justo después de convertir Bizancio en la
capital de su imperio. Sus monasterios, a diferencia de los occidentales, no pertenecían a
órdenes religiosas, sino que se regía cada uno por sus propias normas.

En Bizancio la alfabetización estaba más extendida que en Occidente, además la


capacidad de lectura no era solo propia de una clase, sino que estaba extendida a grupos
distintos de personas. Asimismo, los libros, a pesar de lo costoso de su obtención, tenían sobre
todo un valor instrumental y eran muy apreciados, es decir, servían como medio para un fin
práctico como el estudio de la medicina, el derecho o la administración.

Se perdieron obras de la Antigüedad clásica, sin embargo, a pesar de la destrucción


ocasionada por las guerras, se salvaron bastantes. Las obras clásicas, conservadas en algunos
casos por orgullo nacional, llegaron a los monasterios porque a alguna persona de renombre le
gustó aquella literatura y la compró o encargó como donativo.

1. LA EDAD MEDIA

Después de la caída del Imperio romano de Occidente, la cultura buscó cobijo en los
monasterios y durante varios siglos, hasta finales del siglo XII, fueron casi los únicos lugares de
conservación y producción literaria.

3.1 ETAPAVISIGODA

La invasión de los pueblos suevos, vándalos y alanos en el año 409 supuso la


destrucción de muchos territorios y sus respectivas colecciones. En las ciudades, se pudo
mantener la enseñanza y la producción de libros y esta pudo ejercitarse con mayor libertad
cuando el gobierno visigodo se consolidó con la unión política, religiosa y cultural de sus
territorios. Se llevó a cabo una simbiosis entre los invasores y las clases superiores de la
sociedad hispanorromana; estos últimos se sometieron, pero impusieron su lengua, el latín, y
su credo, el catolicismo.

Las bibliotecas no eran públicas, ya que no estaban puestas al servicio de la población


alfabetizada, sino al de los clérigos de la institución propietaria. Los libros eran muy caros, sin
embargo, existen referencias de la existencia de una posible biblioteca real en Toledo, aunque
no se distingue si era un bien de la Corona o parte de la propiedad individual de los monarcas.

Durante la etapa de la España visigoda cabe destacar la figura del obispo de Sevilla, San
Isidoro, quien escribió las Etimologías, obra que compila y sistematiza todo el conocimiento de
su tiempo y que sirvió para la recopilación y rescate de la cultura romana. Su libro VI realiza
una pequeña referencia a la historia del libro y las bibliotecas. Según la regla isidoriana, en los
monasterios debía haber un monje encargado de custodiar los libros, generalmente el
sacristán. Se realizaba una ceremonia solemne para completar su nombramiento en la que el
abad le entregaba la llave de los armarios. Los monasterios visigodos solían tener una escuela y
contaban también con una pequeña colección de libros o biblioteca. Las bibliotecas de los
visigodos solían centrarse en la Biblia y sus comentarios.

Durante el transcurso de varios siglos, los monasterios se administraron a través de las


reglas establecidas por sus fundadores, pero en la Edad Media acabó imponiéndose las normas
de San Benito de Nursia. Estableció la división de la jornada entre el trabajo manual, la oración
y la lectura. Asimismo, fijó horarios de lectura durante el verano y durante el invierno. De
forma que era necesaria la disposición de libros para el cumplimiento de sus funciones y, por
tanto, la existencia de una colección, que normalmente era muy escasa.
En el Norte, los monasterios se encargaron de la colonización de los territorios que
habían quedado abandonados tras la conquista visigoda y su restauración cultural, realizada
sobre todo gracias a la formación religiosa y lingüística de los monjes mozárabes que vinieron
desde al-Ándalus. Las bibliotecas monacales de la Marca hispánica reversan también
importancia por ser lugares donde se podía estudiar la ciencia y el pensamiento musulmán. Los
más relevantes fueron el de Ripoll y San Cugat, cuyo engrandecimiento fue gracias al abad
Oliva, familia de los condes de Barcelona. De hecho, la de Ripoll fue una de las más
importantes de su época, también a nivel europeo.

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