Texto 2a y 2b Foucault y Platero Mendes
Texto 2a y 2b Foucault y Platero Mendes
Texto 2a y 2b Foucault y Platero Mendes
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5. Los anormales
La gran familia indefinida y confusa de los "anormales" que atemoriza de forma obsesiva a
las gentes de finales del siglo XIX no señala simplemente una fase de incertidumbre o un
episodio un tanto desafortunado de la historia de la psicopatología, sino que constituye un
fenómeno que está íntimamente relacionado con todo un conjunto de instituciones de control,
con toda una serie de mecanismos de vigilancia y de distribución del orden. Cuando esta gran
familia se vea totalmente recubierta por la categoría de la "degeneración", dará lugar a
elaboraciones teóricas irrisorias cuyos efectos se grabarán sin embargo hondamente en la
realidad social.
El grupo de anormales se formó a partir de tres figuras cuya constitución no ha surgido de
forma exactamente sincrónica:
1. El monstruo humano. Esta vieja noción encuentra su marco de referencia en la ley. Se trata
pues de una noción jurídica, pero entendida en sentido amplio, ya que no concierne únicamente
a las leyes de la sociedad, sino que se refiere también a las leyes de la naturaleza. El campo de
aparición del monstruo es un ámbito jurídico-biológico. La figura de un ser mitad hombre mitad
bestia (privilegiada sobre todo en la Edad Media), las individualidades dobles (valorizadas sobre
todo en el Renacimiento), los hermafroditas (que suscitaron tantos problemas en los siglos XVII
y XVIII) representan bien históricamente las figuras arquetípicas de esa doble infracción. Lo que
constituye a un monstruo humano en un monstruo no es simplemente la excepción en relación
con la forma de la especie, es la conmoción que provoca en las regularidades jurídicas (ya se
trate de las leyes matrimoniales, de los cánones del bautismo o de las reglas de sucesión). El
monstruo humano combina a la vez lo imposible y lo prohibido. En esta perspectiva es preciso
analizar los grandes procesos de los hermafroditas con los que se enfrentaron juristas y médicos
desde el proceso de Ruán a comienzos del siglo XVII, hasta el proceso de Ana Grandjean, a
mediados del siglo siguiente, así como tratados como el de la Embriología sagrada de
Cangiamila publicado y traducido en el siglo XVIII.
Se pueden resolver a partir de aquí un cierto número de equívocos que constituyeron durante
un tiempo verdaderos obstáculos para el análisis y que impedían comprender el estatuto del
hombre anormal incluso cuando éste ya estaba reducido, y a la vez confinado, en los rasgos
propios del monstruo. Entre estos equívocos destaca un juego, nunca del todo controlado,
existente entre la excepción de la naturaleza y la infracción del derecho. Ambas dejan de
superponerse sin dejar de interrelacionarse. La distancia existente entre lo "natural" y la
"naturaleza" modifica los efectos jurídicos de la trasgresión, pese a que sin embargo no los borra
completamente del todo; dicha distancia no reenvía pura y simplemente a la ley pero tampoco la
ignora, más bien la engaña suscitando efectos, desencadenando mecanismos, exigiendo la
existencia de instituciones parajudiciales y marginalmente médicas. Se ha podido estudiar en
este sentido la evolución de los exámenes periciales médico-legales en materia penal, desde el
acto "monstruoso" problematizado a comienzos del siglo XIX (con los casos Cornier, Léger,
Papavoine) hasta la aparición de esa noción de individuo "peligroso" -a la que es imposible
conferir un significado médico o un estatuto jurídico- y que constituye sin embargo la noción
fundamental de los exámenes periciales contemporáneos. Los tribunales, al plantear en la
actualidad al médico la cuestión propiamente hablando sin sentido: ¿es peligroso este individuo?
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(cuestión que es contradictoria respecto de un derecho penal basado únicamente en la condena
de los actos y que postula una unión de naturaleza entre enfermedad e infracción), retoman, por
mediación de transformaciones que será preciso analizar, los equívocos de los viejos monstruos
seculares.
2. El individuo a corregir. Es éste un personaje más reciente que el monstruo que está más
cerca de las técnicas de adiestramiento, con sus exigencias propias, que de los imperativos de la
ley y de las formas canónicas de la naturaleza. La aparición del "incorregible" es coetánea de la
puesta en práctica de las técnicas de disciplina que tienen lugar en Occidente durante los siglos
XVII y XVIII -en el ejército, en los colegios, en los talleres y un poco más tarde en las propias
familias-. Los nuevos procedimientos de adiestramiento del cuerpo, del comportamiento, de las
aptitudes, suscitan el problema de aquellos que escapan a esta normatividad que ya no se
corresponde con la soberanía de la ley.
La "interdicción" constituía la medida judicial por la cual un individuo era al menos
parcialmente descalificado en tanto que sujeto de derecho. Este marco jurídico y negativo se va
a ver en parte ocupado y en parte reemplazado por un conjunto de técnicas y de procedimientos
mediante los cuales se pretenderá corregir a aquellos que se resisten a ser educados así como
reformar a los "incorregibles". El "encierro" practicado en gran escala a partir del siglo XVII
puede aparecer como una especie de fórmula intermedia entre el procedimiento negativo de la
interdicción judicial y los procedimientos positivos de corrección. La enclaustración excluye de
hecho y funciona fuera de la ley, pero no se justifica apelando a la necesidad de corregir, de
mejorar, de provocar el arrepentimiento, de despertar "buenos sentimientos". A partir de esta
forma confusa, pero históricamente decisiva, hay que estudiar la aparición, en momentos
históricos precisos, de diferentes instituciones de corrección y de las categorías de individuos a
las que se dirigen. Se produce así la formación técnico-institucional de la ceguera, la
sordomudez, de los imbéciles, de los retrasados, de los nerviosos, de los desequilibrados.
El anormal, ese monstruo banal y desdibujado del siglo XIX, es también un descendiente de
esos incorregibles que surgieron en los márgenes de las técnicas modernas de "adiestramiento".
3. El onanista. Figura totalmente nueva del siglo XVIII surge en íntima relación con las nuevas
conexiones entre la sexualidad y la organización familiar, con la nueva posición del niño en el
interior del grupo parental, con la nueva importancia concedida al cuerpo y a la salud.
Surgimiento, pues, del cuerpo sexual del niño.
Esta nueva figura de hecho cuenta con una larga prehistoria: el desarrollo conjunto de
técnicas de dirección de la conciencia (en la nueva pastoral nacida de la Reforma y del Concilio
de Trento) y de las instituciones de educación. Desde Gerson hasta Alfonso María de Ligorio se
ha producido una minuciosa cuadriculación discursiva del deseo sexual, del cuerpo sensual y del
pecado de molicie, que se verá reforzada por la obligación de la confesión en el sacramento de
la penitencia y por una práctica muy codificada de los interrogatorios sutiles. Esquemáticamente
se puede decir que el control tradicional de las relaciones prohibidas (adulterios, incesto,
sodomía, bestialidad) se vio reduplicado por el control de la "carne" centrado en los
movimientos elementales de la concupiscencia.
Sobre este telón de fondo la cruzada contra la masturbación provoca sin embargo una ruptura.
Se inicia en primer lugar en Inglaterra a bombo y platillo en los años 1710 con la publicación de
Onania; se prolonga más tarde en Alemania antes de desencadenarse en Francia con el libro de
Tissot hacia el año 1760. Su razón de ser es enigmática pero sus efectos fueron innombrables.
Unos y otros no pueden ser determinados más que teniendo en cuenta algunos de los rasgos
40
esenciales de esta campaña antimasturbatoria. Sería insuficiente en efecto no ver en ella -y esto
en una perspectiva próxima a W. Reich, que ha inspirado recientemente los trabajos de Van
Hussel- más que un proceso de represión provocado por las nuevas exigencias de la
industrialización: el cuerpo productivo contra el cuerpo del placer. Esta cruzada no adopta la
forma de hecho, al menos en el siglo XVIII, de una disciplina sexual general: se dirige de forma
privilegiada, cuando no exclusiva, a los adolescentes y a los niños, más concretamente aún a los
hijos de familias ricas o acomodadas. Esta campaña coloca a la sexualidad, o al menos al uso
sexual del propio cuerpo, en el origen de una serie de trastornos físicos que pueden hacer sentir
sus efectos en todo el organismo y durante todas las etapas de la vida. La potencia etiológica
ilimitada de la sexualidad, en relación con el cuerpo y a las enfermedades, es uno de los temas
más constantes no sólo en los textos de esta nueva moral médica, sino también en los más serios
tratados de patología. Y si bien el niño se convierte en virtud de este proceso en responsable de
su propio cuerpo y de su propia vida por el "abuso" que hace de su sexualidad, en realidad son
los padres quienes son considerados como los verdaderos culpables: falta de vigilancia,
negligencia, y sobre todo falta de interés por sus hijos, por su cuerpo y su conducta, lo que los
lleva a ponerlos en manos de nodrizas, criados y preceptores, en manos, en fin, de todos esos
intermediarios denunciados sistemáticamente como los iniciadores del desenfreno (Freud
retomó de aquí su teoría primera de la "seducción"). Lo que se perfila a través de esta campaña
es el imperativo de un nuevo tipo de relación entre padres e hijos y más ampliamente una nueva
economía de las relaciones intrafamiliares: solidificación e intensificación de las relaciones
entre padre-madre-hijos (en detrimento de las relaciones múltiples que caracterizaban a las
"casas"), reinversión del sistema de las obligaciones familiares (que iban antes de los hijos a los
padres y que ahora tienden a convertir al niño en el objeto primero e incesante de los deberes de
los padres, deberes que vienen impuestos por prescripciones morales y médicas y que atañen a
toda su descendencia), aparición del principio de salud en tanto que ley fundamental de los lazos
familiares, distribución de la célula familiar alrededor del cuerpo -y del cuerpo sexual- del niño,
organización de una relación física inmediata, de un cuerpo a cuerpo entre padres e hijos en el
que se anudan de forma compleja el deseo y el poder, necesidad, por último, de un control y de
un conocimiento médico externo para arbitrar y reglamentar estas nuevas relaciones que se
instituyen entre la vigilancia obligatoria de los padres y el cuerpo enormemente frágil, irritable y
excitable de los niños. La cruzada contra la masturbación traduce la reconversión de la familia
en familia restringida (padre, hijos) en tanto que nuevo aspecto de saber y de poder. La
preocupación por la sexualidad del niño y por todas las anomalías ligadas con ella, ha sido uno
de los procedimientos para construir este nuevo dispositivo. La pequeña familia incestuosa que
caracteriza a nuestras sociedades, el minúsculo espacio familiar sexualmente saturado en el que
nos educamos y en el que vivimos se ha formado en relación con estos procesos.
El individuo "anormal" del que se ocupan desde finales del siglo XIX tantas instituciones,
discursos y saberes, proviene a la vez de la excepción jurídico-natural del monstruo, de la
multitud de los incorregibles sometidos a los aparatos de corrección y del secreto a voces de las
sexualidades infantiles. Las tres figuras del monstruo, del incorregible y del onanista, no
llegarán, hablando con propiedad, a confundirse entre sí. Se inscribirán por el contrario cada una
de ellas en sistemas autónomos de referencia científica: el monstruo en una teratología y en una
embriología que encuentran en Geofroy Saint-Hilaire su primera y visible coherencia científica;
el incorregible en una psicofisiología de las sensaciones, de la motricidad y de las aptitudes; el
onanista en una teoría de la sexualidad que se elabora lentamente a partir de la Psichopathia
sexualis de Kaan.
41
La especificidad de estas referencias no debe sin embargo hacernos olvidar tres fenómenos
esenciales que en parte la anulan o al menos la modifican: la construcción de una teoría general
de la "degeneración", la cual va a servir de cuadro teórico a partir del libro de Morel (1857)
durante más de medio siglo, al mismo tiempo que de justificación social y moral a todas las
técnicas de identificación, clasificación e intervención sobre los anormales; la reorganización de
una red institucional compleja que, en los límites de la medicina y de la justicia, sirva a la vez
de estructura de "ayuda" para los anormales y de instrumento de "defensa" de la sociedad; por
último, el movimiento a través del cual el elemento de aparición más reciente en la historia (el
problema de la sexualidad infantil) va a recubrir a los otros dos para convertirse en el siglo XX
en el principio de explicación más fecundo de todas las anomalías.
La Antiphysis, que lo terrorífico del monstruo proyectaba en tiempos pasados a la luz
resplandeciente de lo excepcional, se ha visto sustituida por la universal sexualidad de los niños,
que la sitúa ahora bajo la forma de las pequeñas anomalías cotidianas.
Desde 1970 los cursos han tratado de la lenta formación de un saber y de un poder de
normalización a partir de los procedimientos jurídicos tradicionales del castigo. El curso del año
1975-76 terminará este ciclo con el estudio de los mecanismos a través de los cuales se
pretende, desde finales del siglo XIX, "defender a la sociedad".
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De ‘la parada de los monstruos’ a los
monstruos de lo cotidiano: La diversidad
funcional y sexualidad no normativa1, 2
Recibido/12/03/2012
Aceptado/24/05/2012
Resumen
Los monstruos demarcan en el imaginario social y cultural la difusa frontera entre lo
que tradicionalmente se ha considerado bueno y malo, entre lo normal y lo patoló-
gico, lo bello y lo feo, y tienen la capacidad de vincular la realidad con lo imaginado.
Nos ayudan a establecer la noción de pertenencia a la «normalidad» y construyen
necesariamente una noción de diferencia que bien conocen aquellas personas señala-
das por su sexualidad y su diversidad funcional. En este texto nos preguntamos por la
intersección de estas dos realidades, a menudo ignoradas y parte del tabú, y por otra
parte tan útiles y presentes en nuestra sociedad que construyen lo que hemos venido
en llamar «monstruos de lo cotidiano». Fijarnos en estos cuerpos fallidos o monstruo-
sos nos ayuda desviar la atención sobre las normas imperantes, que preferimos ignorar
1. Una versión anterior de este texto se ha presentado en las jornadas «Identidades, Cuerpo
y Ciudad», en la mesa redonda: «Políticas de lo raro. pensando identidades y prácticas
urbanas desde la teoría queer», en la Universidad de Alicante, el 9 de mayo de 2011.
2. Este artículo es parte del proyecto europeo HERMES, financiado por el programa Da-
phne III, convocatoria de 2009/2010, en el área: «Field work at grass-roots level with
involvement of children, young people and women», a desarrollar entre mayo de 2011
y 2013.
Abstract
In the context of the social and cultural imaginary, monsters draw the limits between
what traditionally has been considered good and bad, between normal and pathologi-
cal, what is beautiful and awful, and monsters have the capacity to link really with
imagination. They help us to establish the notion of belonging to «normality» and in-
trinsically built the notion of difference; a notion that is well known by those labelled
for their sexuality and disability. In this article, we focus on the intersection of these
two realities, often ignored and taboo, also a useful and present in our current society,
a construction of what we have called «the everyday-monsters». Looking at crip or
monster help us to deviate our attention from the dominant norms, choosing to not
question the compulsory heteronormativity or the beautiful body regime, which are
monstrous norms that constrain our bodies and experiences.
Key words: LGTBQI, crip, queer crips, intersectionality, monsters
3. C
ortés, José Miguel G. Orden y caos. Barcelona, Anagrama, 1997, p. 19.
4. B
rooks, Peter. Objets of desire in modern narrative. Cambridge, Harvard University Press,
1993, p. 218.
5. C
ortés, José Miguel G. Op.cit., p. 18.
6. Sobre la historia de la exhibición de las personas con diversidad funcional como mons-
truos véase: Altick, 1978; Bogdan, 1988; Stulman Dennett, 1997; Longmore y Umansky,
2001; Wilson y Lewiecki-Wilson, 2001.
7. G arland-Thomson, Rosemarie: «The Politics of Staring: Visual Rhetorics of Disabili-
ty in Popular Photography», en Sharon L. Snyder, Brenda Jo Brueggemann, Rosemarie
Garland-Thomson (eds.): Disability Studies: Enabling the Humanities, New York, The
Modern Language Association of America, 2002, p. 56.
Así a lo largo de toda nuestra historia, las personas con diversidad funcional
son el espectáculo que entretiene tanto a los poderosos reyes como al pueblo
llano, que fascina a la medicina con un interés taxonómico. Este interés mani-
fiesta siguiendo las ideas de Foucault, una mirada que patologiza lo excepcio-
nal y normaliza lo cotidiano. Esta vigilancia fascinante y que ‘espectaculariza’
la rareza es especialmente evidente para el cuerpo sexualmente divergente,
como son: la persona intersexual, el sujeto invertido, el sodomita, el varón
afeminado y la mujer masculina, todo un conjunto de cuerpos, sexualidades
y comportamientos entendidos como desviados, pecaminosos, antinaturales
o simplemente fuera de la naturaleza y el orden social que exigen una especial
tutela, estudio y vigilancia. Sujetos que en otra época bien podríamos encon-
trar en el circo. Garlan Thomson dirá: «Como cultura (occidental), estamos
obsesionados y al mismo tiempo en un conflicto intenso sobre el ‘cuerpo con
discapacidad»8.
La popularización de la técnica fotográfica a mediados del siglo XIX con-
tribuye a generar nuevas formas de mirar, observar y ser observado, y es es-
pecialmente relevante el uso que se hace de ella en convergencia con el auge
de las demás ciencias positivistas. Así, se subrayan las taxonomías del cuerpo,
y se vigila y observa a los cuerpos que se consideran distintos o desviados,
por ejemplo en las fotografías de Lombroso, que estudia la fisionomía de ‘los
criminales’, o en la fotografía antropológica que mide los cuerpos de los in-
dígenas para compararlos a la norma occidental. En la representación de la
diversidad funcional observamos como lo cotidiano se vuelve extraordinario
y con la llegada al siglo XX, y el consecuente cambio en los regímenes escópi-
cos que regulan lo visible y no visible, la exhibición pública de algunas prác-
ticas nos parecen impensables o «indecentes». Nos referimos a la tortura, las
ejecuciones, o el mismo cuerpo de las personas con diversidad funcional. Sin
embargo, en el momento presente sí encontramos estas representaciones que
al tiempo nos horrorizan y que son portada en todos los medios, como la fo-
tografía, o incluso, a través de la popularización del video, o las mismas redes
sociales, en todo tipo de soportes tecnológicos, donde las fronteras entre los
ámbitos público y lo privado se hacen difusas. Un ejemplo serían las fotos de
las torturas y denigraciones sexuales homofílicas en Abu Ghraib, tomadas por
soldados estadounidenses a modo de trofeo privado y cuya exhibición pública
ha servido para generar una crítica y movilización de orden internacional.
Más allá de ejemplos, nuestro interés radica en un sujeto que podríamos
intuir como mucho más que doblemente abyecto, debido a que su cuerpo o
8. G
arland-Thomson, Rosemarie. Op.cit., p. 57.
9. A
gulló, Cristina, et al. Cojos y precarias haciendo vidas que importan. Cuaderno sobre una
alianza imprescindible. Madrid, Traficantes de Sueños, 2011, p. 64.
10. C orrêa, Sonia; Petchesky, Rosalind y Parker, Richad. Sexuality, health and human
rights. London, Routlegde, 2008, p. 8.
11. M araña, Juan José. Vida independiente. Nuevos modelos organizativos. A Coruña, Aso-
ciación Iniciativas y Estudios Sociales, 2004, p. 21
12. Capacitismo: traduce el término «ableism», que en inglés significa la formación de
estereotipos, actitudes negativas y discriminación hacia aquellas personas que tienen
una diversidad funcional, que como consecuencia, serán discriminadas. El capacitismo
se basa en la creencia de que algunas capacidades son intrínsecamente más valiosas y
quienes las poseen son de alguna manera mejores que el resto, de manera que existen
unos cuerpos capacitados y otros no, unas personas que tienen discapacidad o diver-
sidad funcional y otras que carecen de ella y esta división es nítida y evidente. Tobo-
so Martín, Mario y Guzmán Castillo, Francisco. «Cuerpos, capacidades, exigencias
funcionales... y otros lechos de Procusto». Política y Sociedad, 47 (1) (2010), p. 67-83.
13. M cRuer, Robert. «As good as it ges. Queer Theory and Critical Disability». GLQ: A
Journal of Lesbian and Gay Studies, 9(1-2) (2003), pp. 79-105.
Sin embargo, también sabemos que existen y han existido personas que
rechazan y se resisten a estas miradas taxonómicas, que tratan de hacer otras
lecturas posibles sobre sus vidas y que nos permiten al resto pensar a través
de sus reflexiones. La eclosión de los movimientos sociales en los años sesenta
y setenta en occidente y en España, décadas más tarde, supone una toma de
conciencia además de una lucha por conseguir unos derechos negados. La lu-
cha por la emancipación de las mujeres se entrecruza con la movilización que
busca la derogación de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social (1970),
se van conformando lo que podríamos llamar demandas homosexuales, que
más tarde se convierten en ‘derechos LGTB’, y que reciben influencias rele-
vantes como la Teoría Queer, en los años noventa, para en la actualidad poder
hablar del ‘Transfeminismo’14, que coincide justo en el tiempo con la visibili-
dad del ‘Movimiento de Vida Independiente’ entre las personas con diversidad
funcional. Del Movimiento de Vida Independiente surge el modelo social de
la discapacidad que más tarde, en España, evolucionará hacia el modelo de la
diversidad15. Dos de sus principales promotores, Javier Romañach y Manuel
Lobato, en 2005 presentaron la diversidad funcional como «un nuevo término
para la lucha de la dignidad en la diversidad del ser humano», que trata de
sustituir otras denominaciones habituales y negativas como son discapacidad,
deficiencia, minusvalía, incapacidad, inutilidad, etc.
Algunos de los nexos y raíces comunes pueden ser: la larga historia de
patologización, donde las personas aparecen como sujetos que necesitan
14. En las Jornadas Feministas de Granada de 2009 se produce la eclosión de una corriente
de pensamiento feminista y queer que cuestiona los posicionamientos binarios, ya no
sólo con la despatologización de la transexualidad, sino desafiando nociones tradicio-
nales y mutuamente excluyentes mujer/hombre, hetero/homo, nacional/inmigrante,
etc. Las raíces de este movimiento se pueden encontrar en debates como la presencias
de las mujeres trans en las Jornadas Feministas en Madrid del año 2000, por ejemplo.
15. Véase Toboso Martín, Mario y Guzmán Castillo, Op.cit. El movimiento de vida in-
dependiente es un movimiento social a favor de los derechos civiles, la desinstitucio-
nalización y la desmedicalización de las personas con diversidad funcional surgido a
finales de los años 60 en EE.UU. Posteriormente el Movimiento se internacionalizó
siendo el germen de movimientos similares en diferentes países y foros internaciona-
les. El modelo de la diversidad explica la discapacidad como la consecuencia directa
de marco social discriminatorio que ha sido diseñado sin pensar en las necesidades de
cierto tipo de personas. La discapacidad no es un estigma con el que carga la persona,
sino resultado de la exclusión y opresión social que se ejerce sobre ella, al negársele los
apoyos necesarios, simplemente porque es diferente. Véanse sobre el tema: Palacios,
Agustina. El modelo social de discapacidad: orígenes, caracterización y plasmación en la
Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad. Madrid,
Cinca (Colección: CERMI.es), 2008 y Palacios, Agustina y Romañach, Javier. El mo-
delo de la diversidad. La Bioética y los Derechos Humanos como herramientas para alcan-
zar la plena dignidad en la diversidad funcional. Madrid, Diversitas, 2007.
16. P
alacios, Agustina y Romañach, Javier. Op.cit.
17. S andahl, Carrie. «Queering the Crip or Cripping the Queer?: Intersections of Queer
and Crip Identities in Solo Autobiographical Performance». GLQ: A Journal of Lesbian
and Gay Studies, 9(1-2) (2003), pp. 25-56.
18. M
cRuer, Robert. Op.cit.
21. P
or ejemplo véanse Sandahl, Carrie. Op.cit. y McRuer, Robert. Op.cit.
22. C
lare, Eli. Exile and Pride. Disability, Queerness and liberation. Cambridge, MA, South
End Press, 1999, pp. 67-102.
frente a la reacción de los válidos ante el estigma, y cómo este humor es una
forma de «reafirmación pública de una identidad atribuida», lo cual como ella
dice, es una audacia23.
En cualquier caso, queer y crip son palabras que sorprenden, que con-
tienen humor y cierto autoaprecio, que quieren mostrar la resistencia frente
a un odio que internalizamos, es una palabra que ayuda a forjar una postura
política. Nancy Mairs dirá:
Soy una tullida (cripple). Elijo esta palabra para nombrarme…La gente, tulli-
da o no pone caras raras ante la palabra «tullida», de una forma que no hacen
ante palabras como «discapacitada» o «minusválida». Quizás es que quiero
que la gente haga una mueca. Quiero que me vean como una cliente difícil,
una a quien el destino/los dioses/los virus no la han tratado bien, pero que
sin embargo es capaz de enfrentarse a una verdad brutal en plena cara. Como
tullida, soy arrogante (…) (Traducción propia)24.
Y dicho esto, pensemos que comparar de forma simplista la discapacidad y
las personas LGTBQ puede ser erróneo, como afirman tanto McRuer como
Samuels25, llevando a símiles reduccionistas poco útiles para hacer política o
generar empoderamiento. Decir que las personas LGTBQI y con diversidad
comparten algunas circunstancias será útil en la medida que nos fijemos en
qué normas sociales están evidenciando con sus vidas (como las de tener
ciertos cuerpos o sexualidades), mucho más que conformarnos con la idea
de que comparten características. Evidenciar que se sigue señalando a algu-
nas personas como abyectos –y que nos recuerda al uso que se ha hecho del
«monstruo» como fascinante y erróneo– se encierra una naturalización de las
normas sociales dominantes que contribuyen a no cuestionar las estructuras
sociales, que permanecen intactas. También es importante fijarnos que exis-
ten personas que están en la intersección de ambas categorías, mostrando qué
experiencias tienen, cómo se enfrentan a las normas sociales dominantes para
hacer posibles sus vidas y sus deseos26.
3. Conclusiones
A pesar del énfasis existente en el momento actual por entender que la ciuda-
danía es diversa y merecedora de cierta igualdad de oportunidades, se mantie-
ne una noción de «normalidad» que necesita de un «otro» monstruoso y anor-
mal. Cuando decimos monstruo, no nos referimos a la parte mítica y fantas-
magórica, sino que queremos señalar que nuestra sociedad jerarquiza nuestra
realidad y para ello se sirve de etiquetar como rechazable, feo y antinatural a
algunas conductas, cuerpos y personas.
Podríamos argumentar que existe mayor «integración social» de quienes
en otro tiempo fueron simplemente pecadores, enfermos y delincuentes y ten-
dríamos que asentir, mostrando que es cierto que se ha conseguido un nivel
de aceptación social y ciertas adaptaciones, si bien también es importante
señalar que estos cambios están construidos sobre la necesidad de reforzar
ciertas categorías binarias que necesitan de ciertos «monstruos cotidianos»
para recordarnos dónde están los límites de lo aceptable. Probablemente
aquellas personas con diversidad funcional y sexualidad no normativa que
mejor representan los estereotipos de estas categorías nos causan menos de-
sazón, mientras que desconfiamos de quienes pueden «pasar», disimular o
ser desapercibidos como miembros de estos «colectivos». Nos gusta pensar
ordenadamente, por grupos o categorías, de manera que invisibilizamos la
posibilidad de que alguien está de hecho en ambas situaciones y que de he-
cho no son dos situaciones, sino una misma, compleja, donde sexualidad y
capacidad están imbricadas la una en la otra, al tiempo que están íntimamente
relacionadas con el género, la clase social, la etnia, la migración y otras cues-
tiones interseccionales vitales.
Con este breve texto hemos querido llamar la atención sobre cuestiones
que a menudo se interpretan como secundarias y que no lo son, ya que cons-
truyen sólidamente nuestra noción cotidiana de cómo han de ser las cosas.
Los límites de la normalidad, que bien ejemplifican la sexualidad y la diversi-
dad funcional. Porque son las normas de la heterosexualidad obligatoria y la
dictadora de un cuerpo perfecto las que aprisionan las vidas de cada persona
de nuestra sociedad, hasta el punto que son normas que se vuelven invisibles
y por tanto nos toca desvelar su vigencia y el impacto que tienen sobre las
personas. Es decir, cómo se construye la noción de normalidad y a qué precio.
Referencias Bibliográficas
Agulló, Cristina; Arroyo, Javier Arroyo, José Enrique Ema, Chema Gámez, Esther
Gómez, Paulina Jiménez, Estanislao Rodríguez, María Salvador, Marina Orfila
Samuels, Ellen. «My body, my closet. Invisible Disability and the Limits of Co-
ming-Out Discourse». GLQ: A Journal of Lesbian and Gay Studies, 9(1-2):
(2003), pp. 233-255.
Sandahl, Carrie. «Queering the Crip or Cripping the Queer?: Intersections of
Queer and Crip Identities in Solo Autobiographical Performance». GLQ: A
Journal of Lesbian and Gay Studies, 9(1-2) (2003), pp. 25-56.
Stulman Dennett, Andrea. Weird and Wonderful: The Dime Museum in America.
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Toboso Martín, Mario y Guzmán Castillo, Francisco. «Cuerpos, capacidades,
exigencias funcionales... y otros lechos de Procusto». Política y Sociedad, 47
(1) (2010), p. 67-83.
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Filmografía
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