Psychology">
Fabrice Bourlez Capitulo II Queer Psicoanalisis
Fabrice Bourlez Capitulo II Queer Psicoanalisis
Fabrice Bourlez Capitulo II Queer Psicoanalisis
Es en una carta a su amigo Fliess que el padre del psicoanálisis menciona por
primera vez una idea que tiene un valor general: “Un solo pensamiento de
validez universal me ha sido dado. También en mí he hallado el
enamoramiento de la madre y los celos hacia el padre, y ahora lo considero un
suceso universal de la niñez temprana, […] Si esto es así, uno comprende el
cautivador poder de Edipo rey…” . A partir de esta misiva, Freud no cesará de
retornar sobre esta idea para desarrollarla hasta en sus más mínimas
consecuencias. No obstante, lo esencial ya figura allí: Freud encuentra en él
mismo, la universalidad del amor por la madre y los celos con respecto al
padre. Establece inmediatamente la conexión con la tragedia griega. Un
centenar de años más tarde, el célebre complejo de Edipo representa aún hoy
en día, demasiado frecuentemente, uno de los puntos principales del
imaginario colectivo en torno al psicoanálisis.
¿Hace falta una vez más insistir sobre la vulgata? Como si acaso los sucesores
de Freud no hubieran repetido hasta la náusea la seguidilla de fases que
escanden el desarrollo normal de la libido infantil.
La trayectoria en línea recta parte del estadio oral (la zona de placer
privilegiada del estadio oral es la esfera bucal explorada por el chupeteo y la
succión), atraviesa el estadio anal (momento en el cual el niño se vuelve limpio)
y llega al estadio fálico (la zona erógena es entonces la zona genital). En este
punto comienza la ineluctable recitación de la tragedia edípica en la que el
pequeño hombrecito se vería obligado a amar al genitor del sexo opuesto y a
afrontar la rivalidad con el otro. ¿Quién no sabe que antes de recuperar la paz
de la bien nombrada fase de latencia, el niño debe aún afrontar el no menos
célebre y angustiante reverso de la escena edípica: el complejo de castración?
Cabe entonces constatar que, con aquel Freud, nada funciona. Intentó en vano
establecer una simetría entre los sexos: angustia de castración del lado
masculino y envidia del pene (Penisneid) del lado femenino. Se vio obligado a
hacer entrar a la niña en el Edipo en el mismo momento en el que el niño sale.
Dicho de otra manera, si el niño se resuelve a abandonar a la madre como
objeto de amor exclusivo frente a la amenaza de castración paterna, la niña,
entra en el conflicto edípico cuando se da cuenta que está irremediablemente
castrada y hace un llamado al padre para obtener, de él, el falo. Todas las
razones están aquí reunidas para chocar, con razón, con el pensamiento
feminista y postfeminista.
La rabia de Wittig
Nadie duda que Wittig nunca quiso pensar de manera ortodoxa. No aceptó ni
las evidencias del pensar bien ni las del pensar con buena voluntad. Son estas
justamente las que hacen que la doxa sea ampliamente compartida.
Rechazaba el lenguaje con potente certeza gramatical donde, en francés como
en muchas otras lenguas, de manera sintomática, el masculino prevalece sobre
el femenino. Wittig lanza sus cartas contra el “pensamiento straight” de manera
contundente. Hace explotar literal y visualmente el lenguaje. Su rabia estaba
fundada. Esta tenía la amplitud de la violencia padecida.
Según ella, las mujeres se someten a los hombres sobre todo y ante todo en la
relación heterosexual. Y todo contribuye a la reproducción de este tipo de
relaciones. Tal como fue puesto en evidencia por el estructuralismo, el reino de
lo simbólico, con el rol esencial que allí juega el falo y el complejo de Edipo,
ratificaría de manera definitiva este modo de funcionamiento a partir de
“poquísimos elementos”. El sistema de intercambios promulgados por el orden
simbólico no asegura solamente la reproducción de la especie, ha investido
nuestro lenguaje, nuestras ideas, nuestras representaciones, nuestros
conceptos y la manera misma de articularlos. Se dibuja entonces “una sociedad
en la que la heterosexualidad no ordena no solo todas las relaciones humanas,
sino su producción de conceptos al mismo tiempo que todos los procesos que
escapan a la consciencia”. Lo straight se impone silenciosamente en los
recovecos de cada frase, en la moral no dicha en cada concepto, en los
anhelos secretos de cada proposición.
Introducción al AntiEdipo
En sus obras, la condena del Edipo es indefectible: “Cada vez que el sujeto
entona el canto del mito o los versos de la tragedia, llevarlo siempre a la
fábrica.” El principal reproche dirigido al psicoanálisis consiste en ser
edipizante. Hay una edipización forzada de los sujetos que pasan por la cura,
triangulación de sus deseos, confrontación de este deseo a un sujeto bien
conformado. Los dos cómplices anhelan invertir este lazo al inconsciente,
investirlo de manera no teatral. Abordan el deseo en término de máquina y de
producción. A su vez, le dan la espalda a la pequeña escena conformada por el
triángulo edípico “papá, mamá y yo”.
De allí, uno de los puntos de ruptura más sobresalientes con relación a la doxa
analítica: el deseo no es falta. Es un hecho de flujo, de enganches, de
conexiones. Todos estos elementos se acomodan y superan de lejos al sujeto.
El sujeto deviene efecto de las conexiones mecánicas. Por eso, las
coordenadas que nos configuran ya no son exclusivamente privadas, íntimas,
familiares, sino que dependen de lo social, de lo económico, de lo tecnológico:
no se desea de la misma manera en un determinado lugar, en una época dada,
o en función del acceso a tal o cual tecnología. “El inconsciente ignora las
personas. Los objetos parciales no son representantes de los personajes
parentales ni de los soportes de las relaciones familiares; son piezas en las
máquinas deseantes, que remiten a un proceso y a relaciones de producción
irreductibles y primeras con respecto a lo que se deja registrar en la figura del
Edipo.” En una palabra, como en cien, el deseo es mecánico.
Al momento del Anti Edipo los dos autores son claros: ni falta en el deseo, ni
castración incluso simbólica. Otro tipo de relación con el inconsciente debe
descubrirse: una relación que libere por fin el juicio, que despoje al delirio de su
bloque neurótico o psicótico y que lo aproxime con el deseo: “El delirio es una
enfermedad, la enfermedad por antonomasia, cada vez que erige una raza
supuestamente pura y dominante. Pero es el modelo de salud cuando invoca
esa raza bastarda oprimida que se agita sin cesar bajo las dominaciones, que
resiste a todo lo que la aplasta o la aprisiona, y se perfila en la literatura como
proceso”. Los autores del Anti Edipo abandonan entonces la interpretación del
delirio que operaba en función de las coordenadas familiares para entender lo
que significa. Por el contrario, intentan entender cómo funciona. La pregunta ya
no se formula: “¿Qué quiere decir? sino ¿Cómo funciona?” Les interesa
entender cómo el delirio se asocia a la “historia, la raza, los continentes”
También oponen el maquinismo significante al maquinismo social. Afirmando
que el inconsciente es mecánico, se le considera fuera de una consideración
estrictamente lingüística. Nos extraemos de la única referencia a la brújula
fálica. Así, cuando se aproximan el deliro del presidente Schreber, Deleuze y
Guattari están menos interesados por las manifestaciones patológicas que por
el sentido político y los mecanismos sociales de la enfermedad. Es una
respuesta al disfuncionamiento del capitalismo “El paranoico aplica su delirio a
la familia, y a su propia familia, pero en primer lugar es un delirio sobre las
razas, los rasgos, las clases, la historia universal. En una palabra, Edipo
implica en el inconsciente mismo toda una catexis reaccionaria y paranoica del
campo social, que actúa como factor edipizante”.
Devenir n-sexos
Descubriendo las máquinas deseantes que zumban por debajo del Edipo, se
continua con los poderes revolucionarios del inconsciente. Nos ponemos
entonces en marcha hacia los devenires que agujerean, que perforan, que
escapan del estrecho campo cuadrado del Yo, del individuo y del sujeto,
Deleuze y Guattari promueven el devenir-mujer, el devenir-negro, el devenir
homosexual. Sus teorías de devenir nos incitan a volver a ver la oposición
masculino/femenino, a descubrir nuestro sexo y nuestra identidad de género.
Plantearse n-sexos más que dos sexos según una representación
estrictamente antropológica.
Por el contario, de manera menor, podemos decir más bien que el padre
juega el rol de una metáfora y que no encarna el falo: es su símbolo. El padre
no es el falo, sino que representa a quien lo tiene en tanto que parece poder
llenar la falta materna. Lacan explica en su seminario: “el Nombre del Padre
tiene la función de significar el conjunto del sistema significante, de autorizarlo
a existir, de dictar su ley, [...] el falo entra en juego en el sistema significante a
partir del momento en que el sujeto tiene que simbolizar [...] el significado en
cuanto tal, quiero decir la significación, [...] lo que desea. El significado del
significado, en general, es el falo”.
Lo que sucede con la economía del inconsciente tiene que ver entonces
con la dependencia del sujeto al lenguaje. Esta relación determinará para cada
quien, las modalidades de su deseo, de su goce, en resumen, de su relación
con el mundo. La sustitución del Deseo de la Madre por el Nombre del Padre
es lo que se conoce como metáfora paterna, sumerge al sujeto bajo el yugo de
la ley del significante. Para simplificar, diremos que el pasaje por el complejo de
Edipo y por su revés, el complejo de castración, nos lleva a una concepción del
lenguaje como castración y del deseo como falta. Esto es sin duda lo esencial
de la inversión freudiana operada por Lacan estructuralista: la castración de
lenguaje implica una concepción del deseo como falta. El falo es entonces el
significante fundamental por el que el deseo del hombre y de la mujer busca
reconocimiento.
Judith
Butler y el género
Aunque no nos agrade, constatamos que al leer el texto “La significación del
falo”, la dialéctica de tener el falo (del lado hombre) y del ser (lado mujer)
establece la dimensión simbólica de nuestra existencia por medio de una
orientación no solamente binaria (tener o no) sino claramente heterosexual.
Esto lleva a Butler a afirmar que el conjunto del trabajo de reapropiación del
texto freudiano por Lacan no rectifica más que “una ley del deseo
heterosexual”. Este tipo de ley se ejerce con la violencia de una injusticia sobre
las minorías: dejando de lado a quienes el deseo no se conjuga con el modelo
heterosexual. Si el funcionamiento del inconsciente se explica en función de
una polarización binaria y heterosexual ¿Cómo podríamos esclarecer, sin
descalificar siempre las homosexualidades, las transidentidades, las
ambigüedades que florecen al interior de lo straight?
En Cuerpos que importan, Butler retoma por segunda vez la cuestión del falo
del texto lacaniano. De nuevo se interesa en el fracaso fálico: imposible de
caracterizar la cuestión de la inteligibilidad y del acceso al lenguaje a través de
la dialéctica fálica. Lo que le molesta a Butler y a muchas otras feministas, es
que “los genitales masculinos de pronto son un sitio originario de erotización
que luego se convierte en objeto de una serie de sustituciones o
desplazamientos”. La sustitución menos evidente es la de la distinción
incesante entre el pene y el falo. ¿Podemos escapar al desliz semántico que va
del uno al otro? Además, hacer del falo el símbolo originario de la marca de
nuestro cuerpo por el lenguaje en el contexto de una triangulación simbólica del
deseo resulta problemático, ya que el punto de partida, el a priori no dicho de
esta elevación del juego de las funciones y de los lugares sigue siendo la
pareja estrictamente heterosexual. Bajo este prisma, la dimensión simbólica
tanto como el Edipo, el falo y el deseo que estimula, el sujeto como su acceso
al inconsciente se vuelven herramientas que sirven para abordar el texto
lacaniano. ¿Qué pasó con el género? ¿Y si, en vez del Edipo, retomamos a
Antígona como heroína del deseo? ¿Qué hay de la ley «sin generalidad y sin
posibilidad de ser traspuesta?” ¿Qué hay de lo simbólico, si en lugar del falo,
siguiendo a Luce Irigaray, nos interesamos por “la mecánica de los fluidos” o
en una escritura estrictamente femenina? ¿Qué hay de las incidencias políticas
de la familia si el tabú del incesto no hubiera sido utilizado para excluir las
formas de parentalidad alternativas a la pareja heterosexual? ¿Qué hay del falo
si para explicar el acceso al lenguaje partiéramos, no de una representación
heterocentrada, sino de una pareja de lesbianas?
Las marcas del cuerpo por el lenguaje son entonces un punto decisivo de su
consideración, como un sitio de sufrimiento y de expresión. Pero tal sitio es
siempre resignificable. Las piezas que pueden jugarse son múltiples y plurales.
El teatro del cuerpo no es únicamente el del cuerpo sin órganos de Artaud sino
que no se limita a la recitación ideal de la tragedia edípica dominada por el falo.
Por otro lado, hay que subrayar que incluso en la era post-edípica, el
psicoanálisis lleva el gran teatro del género frente al real. Los disfraces y los
juegos, las máscaras y los semblantes, las réplicas y los silencios, los
eslóganes y los gestos, lo trágico como lo cómico, la obra tanto como el
performance solo existen por un instante para engañar el vacío que nos anima.
Sobre las ruinas del Edipo y del falo, un saber, una práctica y una ética
siguen inventándose a la medida de lo real. Debemos ahora precisar aun más
cómo este saber, esta práctica y esta ética se declinan, cómo logran evitar caer
en las trampas de la homofobia y de la heteronormatividad. Queda igualmente
por demostrar si esta ética, esta práctica y este saber, llevan o no a un más allá
de la diferencia de los sexos.