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Mitos de América Latina

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Dioses y rituales de América: los

mitos precolombinos
Religión, arte, historia y geografía se entremezclan en las leyendas de las
grandes civilizaciones americanas anteriores a la llegada de los
españoles. En las de mayas, aztecas e incas conviven deidades y
hombres, demonios y duendes, realidad y ficción.

Muchos de los mitos de la civilización maya –que abarcaba gran parte


del actual sur de México, Belice y Guatemala– están recogidos en la
recopilación de narraciones llamada Popol Vuh. El origen de la que se
considera “Biblia maya” es oral, y así se transmitía de generación en
generación. Fue el dominico Francisco Ximénez quien recibió la primera
versión del libro en maya quiché con versos en latín y lo tradujo, aunque
incompleto, al castellano.
Como lo conocemos hoy, se divide en tres partes. La primera describe la
creación del mundo y el origen del hombre: primero de barro, luego de
madera y más tarde de maíz, base de la alimentación maya. La segunda se
centra en las aventuras de los gemelos Hunahpú e Ixbalanqué, hijos de Ixquic
(“la sangre”). Estos dos jóvenes dioses derrotan a las fuerzas malignas con
pruebas como el juego de pelota y se convierten, respectivamente, en el Sol y
la Luna. Por último, la tercera parte narra el origen de los pueblos indígenas de
Guatemala, sus migraciones, su expansión territorial, sus guerras...
Las divinidades mayas eran seres poderosos pero no omnipotentes, pues
igual que los humanos tenían limitaciones físicas; entre ellas, la sed y el
hambre, que solo podían satisfacer por la mano del hombre, normalmente
mediante sacrificios de sangre. Y mostraban pasiones parecidas a las de los
mortales.
El inframundo de Xibalbá y los aluxes
En el nutrido panteón maya, destacan los tres principales dioses
creadores: Kukulcán, la Serpiente Emplumada, dios de las tempestades;
Huracán, “el de una sola pierna”, dios del viento, y Tepeu, dios del cielo.
Ocupan asimismo un lugar de honor los doce dioses del inframundo, que
habitaban un lugar subterráneo: Xibalbá, que significa “lugar de terror” y
adonde querían llegar todas las almas para disfrutar del más allá. Aunque para
los mayas tampoco la muerte era el fin de la existencia, Xibalbá no se
parece al infierno judeocristiano, pues no se llegaba allí como un castigo, sino
que era el destino lógico de los muertos. Lejos de ser un submundo espiritual,
era un reino palpable, físico, escondido bajo la superficie de la tierra y
accesible a través de entradas reales. Pero llegar a él era un auténtico desafío.
Popol Vuh lo describe como una gran ciudad con varias estructuras y llena de
obstáculos y trampas. Para empezar, había que pasar por tres ríos: uno lleno
de escorpiones, otro de sangre y un tercero de pus. Si se lograba superar estas
y otras pruebas, se llegaba ante los temibles Señores de Xibalbá. En la
antigua cultura maya, Xibalbá está relacionado con los cenotes: agujeros
naturales en cuyo interior se forma un sistema de cuevas inundadas. Estas
arterias subterráneas de la península del Yucatán (México) se llenaban del
agua de lluvia que aseguraba la supervivencia de la población. Conscientes de
su importancia, los mayas ubicaban templos en sus orillas y arrojaban a
sus aguas sagradas ofrendas a los dioses (incluidas personas vivas).
En 2008, un grupo de arqueólogos mexicanos, con Guillermo de Anda al
frente, creyó haber descubierto en el centro del estado del Yucatán la difícil
ruta que los muertos debían recorrer en su tránsito hacia la otra vida.
Hallaron catorce sitios subterráneos en cuevas y depósitos de agua de
manantial donde había fragmentos de cerámica, elementos rituales y restos
óseos humanos. Esta red subterránea de cuevas debió funcionar
como recreación de la entrada al inframundo. Y es que en las cuevas
acababa la vida maya, pero también empezaba. Sin ir más lejos, en ellas había
dos elementos clave para la subsistencia: el maíz que se dio al hombre y el
agua.
Los antiguos mayas basaban sus creencias en la existencia de tres grandes
planos relacionados: cielo, tierra e inframundo. Y en estos planos, además
de dioses, vivían duendes: los aluxes, pequeños seres representados por
figuras de barro de unos pocos centímetros de altura. Se cree que eran más
antiguos que los propios mayas y, según estos, fueron los hombres primigenios
que construyeron las grandes ciudades. Trabajaban en la oscuridad y cuando
salía el sol se volvían de piedra. Cuidaban de las personas y de sus
campos. Siempre fieles a sus amos, se mostraban traviesos con los
desconocidos, y cuando tenían un amo nuevo le hacían toda clase de diabluras
hasta que este les daba comida. En el Yucatán, donde siguen estando muy
presentes, se han hallado aluxes originales en cenotes como el de Samulá,
cerca de la ciudad de Valladolid.
Murciélago del InframundoImagen: Wikimedia Commons.

Fin del mundo maya: ¿profecía fallida?


Muchos, basándose en el calendario maya, quisieron ver en el 21 de
diciembre de 2012 el fin del mundo. Sin embargo, lo que los mayas
pronosticaron en dicha fecha fue solo el final de una era, un cambio de ciclo
llamado Baktun que tiene lugar cada 400 años. Varios expertos en la cultura
mesoamericana, y hasta la NASA, desmintieron en su día las versiones
apocalípticas que circulaban.
El origen de dichas predicciones se relaciona con un trozo de piedra con
inscripciones que salió a la luz en el yacimiento de Tortuguero, en el estado
mexicano de Tabasco. La conocida como la estela 6 tiene escrita la fecha
13.0.0.0.0 4 Ajaw 3 Kank’in, que corresponde al 21 de diciembre de 2012, pero
no contiene ningún mensaje sobre el fin del mundo. Según aclaró el Instituto
Nacional de Antropología e Historia de México, la fecha corresponde al fin
de una cuenta larga, un ciclo de 5 125 años conocido como 13 b’aak’tuunes,
para dar paso a otro período. En la ciudad maya de Chichén Itzá creían que al
finalizar ese tiempo la población debía mudarse a otro lugar.
Tan seguros y estables se consideraban los mayas que hasta tenían una
palabra que definía un período de 400 años. Y es normal, porque tuvieron
prosperidad a lo largo de casi dos milenios. Pero en el siglo IX Tikal, donde
vivían unas 100 000 almas, y el resto de ciudades quedaron vacías de
repente. Murieron millones de personas, algunas de ellas asesinadas
brutalmente, y los pocos supervivientes volvieron a la vida tribal. El mundo
maya que hallaron los españoles era apenas una sombra de lo que había sido.
Los arqueólogos han buscado una explicación. Existen muchas teorías: una
guerra, una invasión, una migración, enfermedades, sobreexplotación... O
quizá una combinación de varios factores, como apuntan Jared Diamond y
Franz J. Broswimmer, autores de Colapso. Aparte de las guerras o problemas
políticos, un factor clave habría sido la enorme fuerza de trabajo dedicada a la
construcción de ciudades monumentales, que causó la deforestación y la
disminución de tierras de cultivo. Otra controvertida hipótesis es la de Dick
Gill, quien asegura que los mayas murieron de hambre y sed a causa de una
serie de devastadoras sequías durante los siglos IX y X.
Fuera como fuere, las ruinas de Tikal y de otras ciudades mayas quedaron
engullidas por la jungla y, durante siglos, hasta que los arqueólogos las
sacaron de nuevo a la luz, tuvieron a animales y plantas como únicos
habitantes. Eso sí: en ellas quedaron grabadas para siempre sus leyendas,
leyendas que los españoles conocieron y a menudo “exageraron” a su
conveniencia.
Por su parte, los dos grandes personajes mitológicos del poderoso Imperio
inca fueron Pachamama y Viracocha. La primera era la diosa de la Tierra,
maternal y protectora, frágil y poderosa, pero su historia está llena de dolor,
muerte y venganza. Era tan poderosa que los primeros cristianos la
compararon con la Virgen María. Hoy es sinónimo de protección del planeta y
símbolo para los movimientos ecologistas, mito que se basa en que es la
defensora de la naturaleza y los seres vivos. Joven y bella, representa la
fertilidad y la vida. Pacha significa “tierra” y “espacio”, y mama, “madre” y
“señora”. Se casó con Pachacamac, dios del cielo, y la historia de la pareja es
una historia de creación y de respeto por la naturaleza.

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