Derrida Animal
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Correo electrónico: egonzalezgall@yahoo.es.
ÉNDOXA: Series Filosóficas, n.o 40, 2017, pp. 291 - 310. UNED, Madrid
Abstract: The most robust and least controversial conceptual pair in philosophy is
possibly that opposing man to animal. The Cartesian inheritance of a radical separation
based on a criterion that is presumably part of the essentiality of humans, and is refused
categorically to other animals, can be traced in the main speeches of modernity and
contemporary thinking. In this article we will address the challenge that Derrida will
make of the fence in which humans have secluded the other animals, and his denun-
ciation of the dogmatism with which they have been unilaterally denied what man
has granted exclusively to himself. And this is not in order to postulate any biological
continuity; nothing could be farther from the intention of a thinker who has indeed
found his strongest philosophical stimulus in difference and in heterogeneity; it is,
rather, in order to consider this gulf in all its complexity and to become aware of density
of its intricacies. The sole purpose is to persuade ourselves to think about animals in a
different way and to reconsider our being in the world with them.
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“La evolución ha dado lugar a una enorme diversidad de especies en el reino animal. Los
zoólogos han bautizado más de 1,5 millones de especies animales, y se describen miles más
cada año. Algunos zoólogos creen que las especies conocidas hasta hoy solamente constituyen
el 20% de la totalidad de animales vivos y menos del 1% de todos los que han existido en el
pasado”. Hickman, Cl. (dir.): Principios integrales de zoología, Madrid, Mc GrawHill, 2009,
p. 199.
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Bien es cierto que puede aducirse que se trata de dos ámbitos diferenciados.
Por un lado la ciencia nos aportaría información sobre la inmensa variabilidad
de la región óntica del mundo animal, mientras que la investigación sobre la
esencialidad sería propia de la ontología, debiéndose mantener entre ambos
planos cierta tensión en virtud de sus diferentes alcances. ¿Pero cómo deben
relacionarse? ¿Ha de atender el científico a las especulaciones filosóficas sobre su
materia, y viceversa, el filósofo a las novedades que desde la ciencia pueda reci-
bir, accediendo a modificar sus planteamientos si con ello resultan trastocados?
Porque lo cierto es que en el asunto que nos ocupa, los avances en la investiga-
ción zoológica, y más específicamente en la Etología y la Primatología, aportan
materiales suficientes como para reconsiderar esos supuestos en relación con los
animales, los cuales además de en la filosofía pueden detectarse en diferentes
ramas o escuelas de la propia ciencia.2 Veamos algún caso concreto de cómo se
plantea esta relación.
2
Como ejemplo, uno de los criterios diferenciadores que tradicionalmente se ha supuesto
entre el hombre y los animales, tanto en Filosofía como en Etología, es el establecido en base
a la capacidad o no de respuesta, siguiendo el ejemplo del autómata cartesiano. Los animales
no responden, sino que reaccionan, no tienen acceso a la posibilidad de responder de forma
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libre, sino que en todo caso su respuesta es “precableada”, determinada. Pero nos encontra-
mos ante un mundo bastante proceloso, habiéndose aflojado significativamente las certezas
que sobre los mecanismos de la motivación, por lo tanto de la respuesta, tanto furor hicieron
en los comienzos del Etología. Recuerdan J. C. Gómez y F. Colmenares cómo un importante
etólogo, Halliday, en 1983 finalizaba así el capítulo de una de sus obras dedicado al análisis
de los mecanismos causales o motivacionales de la conducta: “Este capítulo habrá resultado
de utilidad si ha servido para convencer al lector de que no existen principios unificadores o
teorías generales ampliamente aceptadas en el estudio de la motivación. Probablemente el
consenso sobre la naturaleza de los mecanismos motivacionales sea menor que en cualquier
otra área de la etología”. Gómez, C. y Colmenares F.: “La causación del comportamiento:
modelos clásicos y causas externas”, en Carranza, J. (dir.). Etología. Introducción a la ciencia
del Comportamiento. Cáceres, Universidad de Extremadura, 1994, p. 41.
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porque trata sobre ello, esta proposición no puede ser resultado de su inves-
tigación, sino su presupuesto. Pues en este presupuesto se realiza al cabo
una determinación previa de aquello que en general forma parte de la esen-
cia del animal, es decir, una delimitación del campo dentro del cual tiene
que moverse la investigación positiva de los animales. Pero si en la tesis se
encierra un presupuesto para toda la zoología, entonces no puede obtenerse
por primera vez mediante ésta. De ahí parece seguirse que en la discusión
de esta proposición nos desprendemos de todos los ricos y enmarañados
resultados que hoy ya ni siquiera el experto es capaz de dominar. Así parece.
¿Pero qué criterio tenemos entonces para la verdad de la tesis? ¿De dónde la
obtenemos? ¿Es arbitraria o es una hipótesis que, después de todo, tiene que
confirmarse con la investigación particular? (Heidegger, 2007, 237).
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Creemos conveniente matizar este término e indicar, como nos recuerda Cristina de Peretti,
que Derrida “no entiende nuestra tradición filosófica como un discurso homogéneo”, citando
al propio Derrida: “[…] con frecuencia he insistido en […] la no identidad de algo como la
metafísica. Hablar como lo he hecho de una ‘estructura dominante’ en la historia de la meta-
física es sugerir que dicha historia es un proceso, por consiguiente, una inestable relación de
fuerzas cuya conflictualidad misma le prohíbe referirse tranquilamente a su identidad, etc.”
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De Peretti, C.: “A propósito de los animales”, en Cragnolini, M. B. (dir.): Por amor a Derrida.
Buenos Aires, La Cebra, 2008.
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Como ejemplo las referencias heideggerianas al antidarwinismo de von Uexküll. Heidegger,
M.: Los conceptos fundamentales de la metafísica. Mundo, finitud, soledad. Ed. cit., p. 318.
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El animal en general ¿qué es? ¿Qué quiere decir eso? ¿Quién es? ¿A qué
corresponde “eso”? ¿A quién? ¿Quién responde a quién? ¿Quién responde
al nombre común, general y singular de lo que ellos denominan así tran-
quilamente “el animal”? ¿Quién responde? La referencia de lo que me con-
cierne y me mira en nombre del animal, lo que se dice entonces en nombre
del animal cuando se recurre al nombre del animal: es lo que se trataría de
exponer al desnudo, en la desnudez o el desamparo de quien dice, abriendo
la página de una autobiografía, “he aquí quien soy”. “Pero yo, ¿quién soy?”
(Derrida, 2008, 68).
Así como abundan las preguntas sobre el hombre en la filosofía, las referidas
a los animales llevan tiempo en peligro de extinción, y cuando se plantean quien
las responde es un apresurado hombre.5 A través de estos interrogantes Derrida
pretenderá evidenciar la ligereza con la que emitimos nuestras proposiciones
ontológicas sobre los animales por el simple mérito de haberles conceptualizado
inflexiblemente bajo un nombre, “el animal”. Mientras, en paralelo, pretende
subrayar la dificultad de responder a la manida pregunta de “quién soy”, pre-
gunta que en todo caso, para Derrida, exige ser contestada desde la más exigente
racionalidad, desde la desnudez (aludiendo de paso con ello a la circunstancia
de que la desnudez también ha sido considerada como criterio diferenciador
entre el hombre y los animales), es decir desde la sinceridad radical del que dice
exponerse al desnudo a través de una verdad desnuda, y que a falta de algo mejor
dice “heme aquí quien soy”.
5
Como ejemplo de estas prisas, podemos citar las de Descartes: “¿Qué creí entonces ser? Un
hombre, naturalmente. Pero ¿qué es un hombre? ¿Diré que es un animal racional? No, puesto
que se habría de investigar qué es animal y qué es racional, y así me deslizaría de un tema a
varios más difíciles, y no me queda tiempo libre para gastarlo en sutilezas de este tipo.” Des-
cartes, R.: Meditaciones metafísicas. Trad. Juan Gil Fernández y Consuelo Bergés, Barcelona,
Folio, 2002, p. 36.
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Por otro lado, aunque el “Pero yo ¿quién soy?” nos interpele desde Descartes,
recogiendo la tradición socrática del “conócete a ti mismo”, y siendo interrogante
principal al que la filosofía ha tratado de responder, Derrida nos insta a atender
a la doble significación del suis francés, como primera persona del presente de
indicativo del verbo ser y del verbo seguir en su traducción castellana:
[...] qui suis-je? o que-suis je? [“¿(A) quién estoy si(gui)endo?” o “¿qué
estoy si(gui)endo?”]. La confusión de este equívoco seguiría siendo aquí
intraducible para siempre, en lo que permanece pequeño, lo pequeño, la
palabra pequeña que está en medio de esa proposición interrogativa con tres
palabras, a saber, el pequeño homónimo suis que, en la primera persona del
presente de indicativo, conjuga más de un verbo, être (ser) y suivre (seguir):
¿(a) quién estoy si(gui)endo? “¿(A) quién (es al que) estoy si(gui)endo?” .
Este pequeño, este pequeño que viene como tercero en discordia y hace de
cópula, al decir “estoy si(gui)endo”, “si(gui)endo estoy”, “(a) quién estoy
si(gui)endo”, “que estoy si(gui)endo”, sin permitirnos ninguna garantía entre
el sujeto y él mismo, entre el sujeto y su atributo, incluso entre el sujeto y
el objeto sobre el cual, literalmente, se encarniza o se engaña en el curso de
una caza especular: ¿de dónde viene y a dónde va? (Derrida, 2008, 81-82).
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Para Derrida, previamente a la “cuestión del ser como tal, del esse y del sum,
del ego sum”, asuntos que se han considerado como propios de la filosofía en
cuanto disciplina especulativa sobre las esencias, habría que hacerse cargo de
la cuestión del seguir, “de la persecución o de la seducción del otro, que sigo o
que me sigue, que me sigue mientras yo lo o la sigo” (Derrida, 2008, 82). En el
fondo se trata de pensar lo que determina nuestro pensar, lo que puede ocultarse
detrás de lo que hacemos cuando filosofamos, verbigracia cuando perfilamos
metafísicamente el ámbito de la ciencia. Para Derrida no podemos pensarnos
si no nos pensamos en devenir con los otros, y dentro de esa otredad no puede
excluirse a los otros animales ni al animal que somos. En ese ejercicio rastreará
las connotaciones seductoras, afines al engaño, que subyacen en todo discurso
del “yo soy”, en cuanto “astucia onto-lógica” que “esconde ya el interés transi-
tivo, el seguir de un ‘estoy si(gui)endo’: estoy si(gui)endo (a) alguien distinto,
soy seguido por alguien distinto, persigo un deseo o un proyecto, yo doy y a la
vez me doy caza a mí mismo” (Derrida, 2008, 87). Detrás de la simplicidad de
la aparente desnuda confesión que se despliega en el “yo soy”, según resuena en
lengua francesa, Derrida se detiene a subrayar la riqueza de matices que introduce
su doble significación en cuanto ser y seguir:
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precisamente como una reacción, es decir aquello que desde Descartes se postu-
laría como característico del animal.
En su obra Más allá del bien y del mal Nietzsche nos dice lo siguiente:
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sino que intentará demostrar cómo lo que hasta ahora ha sido considerado como
tal en la cultura o la filosofía “no están rigurosamente reservados a eso que noso-
tros, los hombres, entendemos por el hombre” (Derrida, 2008, 81), bien porque
el hombre no disponga de ese tal “lo propio del hombre” de forma pura, o bien
porque algunos animales, especies o individuos, sí puedan tenerlo.
Por otro lado Derrida será sensible a la circunstancia de que si bien es cierto
que dentro del discurso ontológico dominante sobre los animales hay un implí-
cito programa de homogeneización, las formas a través de las cuales el hombre
ha pretendido interiorizar conceptualmente a los animales no han estado exentas
de las mayores contradicciones: “bondad absoluta porque natural, inocencia
absoluta antes del bien o del mal, el animal sin culpa ni defecto (ésta sería –nos
dirá Derrida– su superioridad como inferioridad) pero asimismo el animal como
mal absoluto, crueldad, salvajismo asesino” (Derrida, 2008, 81).
Uno de estos “lo propio del animal” que analiza, y como casi siempre con
el estigma de su privación en contraposición con los hombres, sería su supuesta
incapacidad de soñar, con toda la importancia que este acto vital tiene en relación
con la conciencia, el inconsciente, etc. A su juicio no habría mucho reparo en
aceptar que algunos animales tienen experiencias oníricas y de que no todos sue-
ñen de la misma manera, tanto si atendemos a nuestras rutinas más domésticas
con perros y gatos, como si prestamos oídos a los saberes científicos, donde los
avances técnicos han permitido detectar en algunas especies fases propicias para
sueño mediante encefalogramas que miden la intensidad de la actividad mental.
[...] ¿qué sentido tiene –y con qué derecho– poner este nombre en sin-
gular, el animal, allí donde una experiencia tan esencial como el sueño y,
por consiguiente, la relación entre la conciencia, el subconsciente, el incons-
ciente incluso la representación y el deseo separa a tantos animales entre sí,
pudiendo en cambio reunir a lo que se denomina el hombre con los ani-
males? ¿Acaso no es preciso decir “los animales” renunciando de antemano
a cualquier horizonte de unificación para un concepto del animal al que se
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Del mismo modo, esta lógica podría aplicarse a otras preguntas que para
este pensador serían análogas “en su forma, sus premisas, sus apuestas”, preguntas
que habitualmente se han despachado categóricamente, como intentando sosla-
yar el riesgo de que socaven nuestras convicciones antropocéntricas:
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Deseo de idioma o de deseo de poder leer otros textos: “lo que todavía llamo texto por razo-
nes parcialmente estratégicas […] ya no sería […] un corpus finito de escritura, un conteni-
do enmarcado en un libro o en sus márgenes, sino una red diferencial, un tejido de huellas
que remiten indefinidamente a algo otro, que están referidas a otras huellas diferenciales. A
partir de ese momento, el texto desborda, pero sin ahogarlos en una homogeneidad indiferen-
ciada, sino complicándolos por el contrario, dividiendo y multiplicando el trazo, todos los
límites que hasta aquí se le asignaban, todo lo que se quería distinguir para oponerlo a la
escritura (el habla, la vida, el mundo, lo real, la historia, ¡Qué sé yo aún!, todos los campos de
referencia física, psíquica –consciente e inconsciente–, política, económica, etc.)”. J. Derrida,
Parages (1986), cita recogida en De Peretti, C. y Vidarte, P.: Derrida. Madrid, Ediciones del
Orto, 1998, p. 71.
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práctica de los signos. Si me inquieto por una frontera entre dos espacios
homogéneos, por un lado el hombre y por el otro el animal, no es para pre-
tender, neciamente, que no hay límite entre los “animales” y el “hombre”,
sino porque sostengo que hay más de un límite: muchos límites. No hay una
oposición entre el hombre y el no-hombre; entre las diferentes estructuras de
organización de lo viviente hay muchas fracturas, heterogeneidades, estruc-
turas diferenciales (Derrida y Roudinesco, 2009, 77).
Como indicábamos más arriba, para Derrida el límite entre el hombre y los
animales afecta a asuntos fundamentales que nos conciernen, razón por la que
resultará primordial acercarse y merodear, o derridianamente destinerrar, por ese
límite sin desfallecer cediendo a clausuras precipitadas. Para el filósofo franco-
argelino el fin no será tanto poner de relieve que en el mundo de los animales
puedan darse, en diferentes grados, pruebas de existencia de las diversas capaci-
dades que les hubiesen sido sustraídas por la filosofía a lo largo de la historia, sino
más bien evidenciar que el hombre tampoco dispondría de las mismas de forma
absoluta, sino en función de situaciones, de pulsiones, de afecciones, de su grado
de desarrollo en definitiva, y nunca dándose de una manera pura.
La única regla que, por el momento, creo que hay que adoptar aquí es
la de, por una parte, desconfiar de los límites oposicionales habitualmente
acreditados entre lo que se llama naturaleza y cultura, naturaleza/ley, phúsis/
nomos, Dios, el hombre y el animal o incluso en torno a algo “propio del
hombre”, y por otra parte, sin embargo, no mezclarlo todo, no precipitarse,
por analogismo, hacia semejanzas e identidades. Cada vez que se vuelve
a poner en cuestión un límite oposicional, lejos de concluir de ahí en la
identidad, hay que multiplicar, por el contrario, la atención a las diferencias,
refinar el análisis en un campo restructurado.7
7
Derrida, J., “El bien soberano, o estar malo de ganas de soberanía”, en Archipiélago (Barce-
lona) nº 75, 2007, pp. 105-106.
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Para ello tratará de ahondar desde y en otra lógica del límite entre lo huma-
no y lo animal, en la “experiencia propiamente transgresora, si no transgresiva
de una limitrofía”, término con el que pretenderá dar cuenta de lo que “acerca
los límites, pero también lo que alimenta, se alimenta, se mantiene, se cría y se
educa, se cultiva en los bordes del límite”. Conforme a esta nueva lógica, se
trataría de analizar “lo que se desarrolla y crece en el límite”, además de aquello
que lo alimenta (trophos), “lo genera, lo hace crecer y lo complica” (Derrida,
2008, 46). Debe insistirse en que su propuesta no implica en absoluto “borrar
el límite”, en cuyo caso tras un rodeo acabaríamos de nuevo en un desactiva-
do campo para el pensamiento, sino que, al contrario, pretende “multiplicar
sus figuras, complicar, espesar, desalinear, plegar, dividir la línea precisamente
haciéndola crecer y multiplicarse” (Derrida, 2008, 46). En ningún caso plantea
“impugnar, por poco que sea, el límite entre el Hombre con H mayúscula y el
Animal con A mayúscula” (Derrida, 2008, 46), añadiendo que él no ha creído
nunca en “ninguna continuidad homogénea entre lo que se llama el hombre y
lo que él denomina animal” (Derrida, 2008, 46). En este sentido al continuismo
biológico lo califica de estrafalario, dirigiendo sus reflexiones sin piedad contra
“este alegato por lo que tiene de falso” (Derrida, 2008, 47), los propios animales,
nos dirá, “saben” bien que esta diferencia se da. Por el contrario, vemos cómo la
cuestión se tornará interesante para Derrida en la determinación del “número, la
forma, la estructura, y el espesor estratificado de ese límite abisal, de sus bordes”
(Derrida, 2008, 47). Su enjundia se incardina no en si existe o no límite, sino
“en pensar lo que se transforma en límite discontinuo cuando es abisal, cuando
la frontera no forma una sola línea indivisible, sino más de una línea en abismo
y cuando, por consiguiente, no se deja ya trazar, ni objetivar, ni contar como una
e indivisible” (Derrida, 2008, 47).
Pero “¿qué son los bordes de un límite que crece y se multiplica alimentándo-
se de abismo?” (Derrida, 2008, 47). La contestación Derrida la expondrá a través
de una tesis estructurada en tres enunciados. Según el primero, “Esta ruptura abi-
sal no dibuja dos bordes, la línea unilineal e indivisible de dos bordes, el Hombre
y el Animal en general” (Derrida, 2008, 47). Por medio del segundo sostendrá
que “El borde múltiple y heterogéneo de esta ruptura abisal tiene una historia”
(Derrida, 2008, 47), una genealogía tanto macroscópica como microscópica,
la cual no estaría cerrada y para la que no dispondríamos de ninguna escala.
Según Derrida no podría hablarse de historia más que presuponiendo ya una
separación, desde uno de cuyos bordes, el de la “subjetividad antropo-céntrica”, el
hombre se contaría su historia, a la que se refiere como la Historia. Y por último,
“Más allá del borde supuestamente humano, más allá de él pero en absoluto en
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Como hemos visto, para Derrida el límite entre el hombre y el animal tiene
enormes implicaciones en el campo de la responsabilidad y de la decisión, todas
ellas de gran actualidad en el marco de la creciente sensibilidad en nuestras socie-
dades hacia los modos de relacionamos con los animales, por ejemplo respecto al
debate sobre sus derechos, al desarrollo legislativo que regula el trato, al vegetaria-
nismo, al ecologismo y a la conservación de la biodiversidad, a la manipulación
genética, a la intensificación creciente de su explotación, a las campañas contra la
tortura animal, etc. Pero además ese límite presenta aristas de inconmensurable
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Bibliografía
Recibido : 24/09/2015
Aceptado : 05/10/2015
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