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ESCUELA DE EDUCACION
PEM. CIENCIAS SOCIALES Y FORMACION CIUDADANA Curso: Historia de América
y el Mundo.
Lic. Ma. Juan Carlos Pereira Quan
EL MEDITERRANEO
Carnet: 9799-17-23868
Grecia, El poder del mediterráneo.
El uso del hierro no sólo proporcionó nuevas y más poderosas armas, sino que dio
un gran impulso a la agricultura y a la artesanía con resistentes herramientas, y
aportó a la construcción naval elementos decisivos para su expansión: el clavo y el
hacha. Con el uso de los clavos y pasadores de hierro se pudieron fijar con firmeza
los diversos elementos del esqueleto del barco y de su tablazón; ello permitió pasar
progresivamente del método de construcción de “empezar por el forro”, en el que
se construía primero la tablazón y luego se insertaba en ésta el esqueleto formado
por la quilla y las cuadernas, al de “las cuadernas primero”, en el que el esqueleto se
armaba en primer lugar y se forraba luego con la tablazón. Con las hachas de hierro
y las sierras se mejoró el rendimiento en la tala de árboles necesarios para construir
barcos a gran escala.
El control comercial del Mediterráneo
En todas estas colonias del Mediterráneo la comunicación marítima fue prioritaria
en la relación entre ellas y con la metrópoli. Se estableció un importantísimo tráfico
comercial que tuvo tan sólo como rivales a los fenicios, que ya se encontraban por
entonces en franca decadencia, aunque, paradójicamente, fueron los que
protagonizaron las más osadas expediciones de la época, como las de Himilcón y la
del rey Hannón. A través del Mediterráneo, los griegos vendían manufacturas de alta
calidad (cerámicas, bronces, tejidos, perfumes, joyas, aceite, vino...) y compraban
cereales, metales y todo tipo de materias primas. Durante esta época de expansión,
los griegos, aun manteniéndose separados e independientes entre sí, tomaron
conciencia de su unidad cultural, religiosa y étnica frente a los demás pueblos.
Marsella, como colonia de Grecia, compitió con Cartago, colonia fenicia, para
mantener su supremacía en el Mediterráneo Occidental y lograr un bloqueo
comercial para controlar el acceso a las tierras situadas más allá de las columnas de
Hércules.
Aprovechando el periodo de estabilidad que aconteció durante el apogeo de las
conquistas de Alejandro Magno, en 332 a.C. (cuando el gran rey macedonio acababa
de conquistar la ciudad de Tiro, capital principal de los fenicios), los marselleses se
propusieron ampliar sus perspectivas comerciales hacia los mercados del norte de
Europa, que habían sido sondeados por las expediciones fenicias del rey Hannón y
por el general cartaginés Himilcón. Los colonos griegos pretendían, sobre todo,
librarse de los fuertes peajes que imponían los cartagineses en las rutas terrestres
desde África y lanzarse a la búsqueda del estaño que se encontraba en el
norte de Europa.
Se organizaron dos expediciones: la de Eutímenes, hacia la costa atlántica de África,
y la de Piteas, siguiendo la ruta de Himilcón, hacia los ricos yacimientos de ámbar y
estaño. A Piteas se le había hecho un encargo muy especial: encontrar el supuesto
“paso del este”, una ruta que debía unir el mar llamado Hiperboreal (el actual
Báltico) con el mar Negro, a través de los ríos de la actual Rusia. Esta suposición se
basaba en relatos y leyendas, pero, de existir, significaría una alternativa al paso del
estrecho de Gibraltar.
Piteas era matemático y astrónomo, pero, sobre todo, un apasionado del mar y de
la navegación. Hombre de ciencia y de un gran arrojo y valor, con este viaje se
proponía demostrar sus teorías sobre la eclíptica (la órbita de la Tierra alrededor del
Sol), la forma esférica de la Tierra y la idea de las latitudes. Piteas había medido con
un simple reloj de sol la inclinación de la eclíptica y había calculado la latitud de su
ciudad natal con error de tan sólo once millas. También conocía la desviación de la
estrella polar, denominada entonces “estrella fenicia” respecto al polo geográfico.
Podemos decir que Piteas fue el primer explorador científico. También en aquella
época se planteaba un dilema que preocupaba sobremanera a astrónomos y a
hombres de ciencia: ¿Existía una zona de la tierra donde el día no seguía a la noche
y viceversa? Esta cuestión había sido expuesta por los comerciantes celtas del norte
de Europa, quienes a su vez habían entablado relaciones comerciales con pueblos
que habitaban aún más al norte, cerca del misterioso mar Hiperboreal. Esos hombres
aseguraban que por aquella zona, en la época estival, no había noche, ni en la época
invernal aparecía la luz del día.
Estas afirmaciones eran tenidas por leyendas sin fundamento por buena parte de los
astrónomos de la época. Pero Piteas era un inconformista al que movía un profundo
espíritu científico, y uno de los motivos de su viaje era comprobar la veracidad de
los días sin noche, hecho que confirmaría sus teorías sobre la curvatura de la Tierra.
Cuando recibió el encargo de la expedición al norte para abrir una posible “ruta del
este”, hubo división de opiniones entre los jerarcas marselleses que financiaban la
expedición. La mayoría estaban interesados de forma prioritaria por los beneficios
comerciales, y las propuestas científicas de Piteas les hacía sospechar que sus
intereses quedarían relegados a un segundo plano.
Piteas partió de Marsella hacia la primavera del 327 a.C. y, tras recalar en varios
mercados griegos del golfo de León, entre ellos Ampurias, descendió hacia el
estrecho de Gibraltar, atravesándolo en el duodécimo día de su viaje. Tras remontar
la costa portuguesa y doblar el cabo de Finisterre, se dirigió a la isla de Ouessant,
donde hizo escala. Luego atravesó el canal de la Mancha, alcanzando la isla de Wight.
Más adelante, remontó la costa este de Inglaterra y, dejando a un lado Escocia,
alcanzó la legendaria isla de Thule (Islandia), a la que arribó en el mes de
Junio. Piteas anotó en sus diarios la comprobación de la existencia del “día sin
noche”. Luego arribó hacia Noruega y penetró en el Báltico, llegando a describir en
sus anotaciones una desembocadura que bien podría ser la del río Niemen. No
encontró ningún paso (o no dedica suficiente tiempo a buscarlo) debido a la
dificultad de navegar entre el hielo, y regresó a Marsella costeando las tierras de
Normandía y de la Bretaña francesa. Arribó transcurridos seis meses desde el inicio
de su viaje, durante los cuales recorrió unas 9.000 millas. Su regreso, sin estaño y
sin haber encontrado el “paso del estrecho” que se le había encomendado, fue
considerado como un fracaso comercial y Piteas fue muy criticado.
Referencias
BIBLOS ESCAROL