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Psicologia Del GoalKeeper

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Psicología del GoalKeeper

Este es un tema sobre el que últimamente abunda mucho material, estas dos notas pertenecen
a dos profesionales con mucho recorrido, a los que tuve oportunidad de conocer y escuchar
por eso las elegí para compartir con los lectores. Les recomiendo leer con mucha atención
luego les daré mi opinión, como ex jugador del puesto y actual formador y entrenador.

Psicólogo de arqueros

Ese hombre viste distinto al resto de sus compañeros, y sufre más que ellos. Lo llaman
“arquero” y ocupa el puesto más ingrato de un equipo de fútbol. ¿Cómo supera los errores
que cuestan partidos y cuando todo el mundo lo mira como el único responsable? El cronista
Daniel Riera visitó a Marcelo Roffé, un psicólogo de arqueros, testigo de algunos de los casos
más terribles.

Juan
Obelar

Sucedió el 7 de abril pasado y fue la comidilla de los colombianos futboleros: el jugador de


Cortuluá Jhon Jairo Montaño, apenas delante del círculo central, pateó un tiro libre directo.
El arquero de Millonarios, el uruguayo Juan Obelar, vio venir la pelota, pero no atinó a
reaccionar. Fue el segundo gol de Cortuluá y el comienzo del escarnio público para Obelar,
quien no salió a disputar el segundo tiempo.
—La verdad es que no es un gol que uno diga es complicidad 100 por ciento del arquero,
pero yo dejé caer la pelota y, en otras circunstancias la hubiese atacado antes de que cayera.
Cuando quise reaccionar, se metió en un arco — me explicará Obelar por teléfono, con la
elocuencia de aquellos que necesitan decir su verdad más que nada en el mundo.

Luego del encuentro, el uruguayo dijo que había pedido el cambio, porque no estaba en
condiciones anímicas de seguir atajando. El entrenador de Millonarios, Diego Barragán, lo
desmintió:

—Se repite un gol como el que le hizo Nazarith, de Santa Fe, por eso lo sacamos, no puede
pasar.

—No escuché lo que dijo Barragán, tenía problemas mucho más importantes para ocuparme
—dijo Obelar.

Le pregunté a qué problemas se había referido.

—Mi papá sufre de cáncer en la vejiga. Justo en la semana del partido lo operaron y al mismo
tiempo mi mamá tuvo una parálisis en el brazo y la pierna. Se me juntó todo: también se
desmayó mi hijo, pero eso no era nada. A esto súmale que hace varios meses no cobramos.
Uno reacciona como un ser humano. Cuando comenté todo esto, no recibí ni siquiera una
llamada de los dirigentes para darme aliento: nada de nada. En fin, hay que seguir, porque
Dios sabe premiar al que no baja los brazos —dijo Obelar. Se despidió, emocionado,
“agradeciendo que me hayas escuchado y que me hayas permitido contar lo que me pasa”.

Marcelo Roffé es un psicólogo especializado en deportistas, particularmente en futbolistas.


Autor del libro Psicología del jugador de fútbol. Con la cabeza hecha pelota, entre otros,
Roffé —quien llegó a trabajar con la Selección Argentina en el Mundial 2006— tiene un
consultorio decorado con camisetas regaladas por sus pacientes-futbolistas, más algunas fotos
con futbolistas famosos, más varios chistes gráficos que remiten a los aspectos psicológicos
de la vida de un futbolista. Llego un poco tarde a nuestro encuentro: con amabilidad, pero
con firmeza, Roffé advierte que a cierta hora deberá dar por terminada la entrevista para
atender el llamado de un futbolista que juega en Europa. Muero por saber quién es, pero sé
que no debo preguntarlo. Le pregunto si es cierto el lugar común que afirma que no hay puesto
más ingrato que el de los arqueros. Roffé no duda:

—Por supuesto que sí. Veamos. a) Es el puesto más individual en un deporte de equipo; b)
Si el equipo pierde, el derrotado es el arquero.

Si le hacen seis goles, aunque el arquero no tenga responsabilidad en ninguno de los seis,
dirán: “El arquero se comió seis goles”; c) En el ambiente del futbol predomina el imaginario
de que el arquero es tonto. Alguna vez, Hugo Orlando Gatti lo inmortalizó en una frase muy
compleja de analizar: “En el puesto más bobo, soy el más vivo”. Te olvidas algo y los
jugadores de campo te dicen: “¿Vos fuiste arquero?”. Sin embargo, el arquero está mucho
más desarrollado intelectualmente que la mayoría de los jugadores. En mis 15 años de práctica
en el campo deportivo, lo he comprobado. La mayor parte de los libros publicados por
protagonistas del futbol fueron escritos por arqueros: Amadeo Carrizo, Schumacher, Esteban
Pogany, Zubizarreta, Federico Vilar, Taffarel…
Norberto
Verea

El prejuicio sobre el arquero como “bobo” que describe Roffé fue reflotado hace poco nada
menos que por Diego Armando Maradona. “Hay un tipo que opina en un programa que se
llama Hablemos de futbol y resulta que es arquero”, se burló el entrenador del seleccionado
argentino. Su descalificación apuntaba al periodista Norberto Verea, quien atajó en equipos
del futbol de ascenso argentino hasta su retiro en 1990.
—La idea de “el Gordo va al arco” o del arquero como “dueño de la pelota”, la derriba
rápidamente el propio arquero del barrio, cuando les muestra a sus amigos o compañeros que
está en condiciones de atajar —dice Verea, más conocido como ‘el Ruso’. Esa misma fantasía
subsiste en el futbol profesional: a los arqueros se los trata como “el distinto” y al distinto
como si tuviera una capacidad diferente, para usar un término políticamente correcto. Lo
demás, bueno, es una frase poco feliz de gente que dentro de la cancha sintió felicidad y fuera
de la cancha la ha perdido.

La felicidad es, para Verea, la clave del asunto, el derecho a defender por los arqueros cueste
lo que cueste. “Yo nunca dejé de ser serio, aunque la gente creyera que era un payaso, pero
me comía un gol y me dejaban diez fechas en el banco: era una especie de castigo por ser el
loco que quería imitar a Gatti. ‘El Loco’ Gatti era el modelo: hoy no hay más arqueros como
él, como Navarro Montoya, Burgos, Higuita, Campos… ¿Y por qué? Porque la línea que se
bajó es que esos arqueros eran más vulnerables que los otros. Esta escuela, que se creó en
Suramérica, se fue perdiendo, la fueron destruyendo… ¿Acaso los arqueros perdieron el
derecho a ser felices? Vuelvo al psicólogo. Roffé me dice:

—El futbol de alto rendimiento está muy dramatizado. Hay poco espacio para divertirse con
responsabilidad. Cualquier error grave puede costar la carrera de un arquero, eso obstaculiza
la asunción de riesgos que conlleva este estilo de mayor placer lúdico… De cualquier manera,
Federico Vilar, el arquero argentino del Atlante de México, sigue defendiendo esa escuela y
escribió un libro, El arco de la vida, donde menciona a Gatti como su ídolo y referente.

René Higuita
Colombia pierde 1 a 0 ante Camerún y se juega el todo por el todo en el segundo tiempo
suplementario. Higuita está adelantado, apenas detrás del círculo central. Lleva la pelota con
los pies, intenta eludir al veterano delantero Roger Milla. El final es conocido: Milla le quita
la pelota y empieza a correr. Cuando llega cerca de la medialuna, patea al arco libre. Es gol
de Camerún: 2 a 0. Más tarde, Redín achicará la diferencia, pero será inútil. Colombia queda
eliminada del Mundial 90. Han pasado 20 años. Llamo a Higuita por teléfono. René no quiere
hablar. Con toda la amabilidad del mundo, dice que quiere mantenerse apartado de la prensa,
adoptar un perfil bajo por cierto tiempo. Francisco Maturana, el entrenador de aquella
selección, recuerda la escena: Higuita estaba tirado en el camerino, deshecho, mientras los
empleados de la FIFA presionaban al entrenador para que saliera a brindar la conferencia de
prensa.
Maturana no podía ver así a uno de los jugadores clave de su ciclo. Para levantarle el ánimo,
le dijo simplemente:

—René: báñate y me acompañas a la rueda de prensa para explicar esa cagada.

Higuita se bañó, se vistió y salió a dar la cara. Según Maturana, de ese modo le puso la cara
al problema y pudo pasar la página más triste de su carrera deportiva.

—No hay un buen arquero que no se haya comido goles tontos. Ese es el camino que tienes
que transitar. No hay otro —dice Roffé—. ¿Te vas a equivocar? Sí. ¿Hay que tratar de reducir
el error al mínimo? Sí. Pero te equivocas. Amadeo Carrizo, el arquero que estuvo 26 años en
el arco de River Plate, dice en su libro: “Si yo fui bueno, es porque desconfiaba todo el tiempo
de los defensores. Pensaba todo el tiempo que se iban a equivocar. Entonces, cuando se
equivocaban, yo la sacaba”. Fíjate qué interesante el concepto. Se supone que tienes que
confiar en tus compañeros y ellos tienen que confiar en vos, pero muchas veces vemos goles
que son el fruto de desinteligencias y falta de comunicación entre el arquero y el 2.

— ¿Cómo trabaja usted con un arquero luego de un gol tonto?

—Ahí viene el trabajo de autoconfianza. Lo analizas con el video: “Cuando saliste en este
centro, ¿por qué saliste?”. “No, bueno, porque pensé que iba a llegar”. “Pero bueno, a ver,
¿qué se te cruzó por la cabeza? ¿Saliste un segundo antes, un segundo después? ¿Practicas la
salida?”. Ahí se juntan lo psicológico y lo técnico.

Norberto Menutti
Todo el mundo conoce a Norberto Menutti en la pizzería donde nos encontramos, en el centro
de la ciudad de Lanús, en la provincia de Buenos Aires. Su melena enrulada, inusual en una
persona de su edad, devela el physique du rol de un futbolista de la década de los setenta.
Menutti fue campeón con el Deportivo Cali en 1974 como arquero suplente de Pedro Zape,
y atajó en Junior de Barranquilla en 1975, pero las historias que vamos a contar —que remiten
al mejor y al peor momento de su carrera— ocurrieron durante su paso por el futbol argentino.
La primera está inmortalizada en el fabuloso cuento 19 de diciembre de 1971, de Roberto
Fontanarrosa.

“Decía que ese día, Dios querido, yo no sé qué tenía el flaco Menutti que sacó cualquier cosa,
sacó todo, vos no quieras creer lo que sacó ese día este flaco enclenque que parecía que se
rompía a pedazos en cada centro. Le sacó un cabezazo de pique al suelo a Silva que lo vimos
todos adentro, hermano, que era para ir todos en procesión y besarle el culo al flaco ese, ¡qué
pelota le sacó a Silva! Ahí nos infartamos todos, faltaban cinco minutos y si nos empataban,
te repito, éramos boleta en el suplementario”.

Sucedió en la semifinal del Campeonato Nacional de 1971, disputada en el estadio de River


entre Rosario Central y Newell’s Old Boys, su clásico rival. Pese a que Central salió campeón,
el partido es más recordado por los hinchas de Central que la propia final del torneo: todos
los años se reúnen para evocar el gol de palomita que convirtió ese día Aldo Pedro Poy. Pero
Menutti no estaba para hacer goles, sino para evitarlos.

—Se juega en la cancha de River porque se preveía que en Rosario podía haber muertes. Yo
había jugado con Newell’s cuatro o cinco clásicos, no había perdido nunca. El día del partido
lloviznaba, yo me levanto tempranito, voy al baño y siento un sollozo. Encuentro a Pascuttini,
el capitán del equipo, un defensor nuestro que si venía un tren lo rechazaba de voleo. Y lo
encontré llorando. Le dije: “¿Qué te pasa, ¿Coco, por qué lloras?”. Resulta que el presidente
de Central, el escribano Vesco, había ido a un banco en Rosario. Y el cajero del banco le dijo:
“De esta caja salió un millón para el 1 y un millón para el 2”: el 1 era yo y el 2 era Pascuttini.
Llamamos a Labruna (Ángel, el técnico), hicimos una reunión de todo el plantel en mi pieza,
yo decía: “Me voy a mi casa, en este clima de sospecha no puedo jugar”. Y Labruna me dijo:
“Flaco, a usted le hacen tres goles por debajo de las piernas y juega usted”. Y a Pascuttini,
“usted hace dos penales, juega usted”, pero Pascuttini no quería jugar por nada del mundo.
Lo convencí yo, le dije “Coco, vamos a ganar”.

— ¿Cómo fue la jugada que cuenta Fontanarrosa?

—Nosotros ganábamos 1 a 0. Córner a favor de ‘Ñuls’, salgo mal, la pelota se me abre con
el viento, me quedo parado en el borde del área chica, se mete Silva y me cabecea de pique
al suelo. Entonces quedo mirando para el otro arco, en el palo estaba Gonzalito y no llegaba
a cerrar. Tuve la suerte de que la cancha estaba pesada y en vez de hacer patito y salir como
bala, amortiguó un poquito. No me quedó tiempo para nada y me tiré de nuca hacia atrás. Le
pegué un cachetazo a la pelota y la mandé por arriba del travesaño. Cuando caigo se me parte
este diente, ¿ves? (dice, y lo que muestra en realidad es la ausencia del diente) con el cocazo
que pegué en el suelo, sangre y todo eso, y me levanta del suelo el propio Manolo Silva…

Menutti sobrevivió a una sospecha injusta, pero no a dos. En 1976, tras su paso por el futbol
colombiano, regresó a Argentina para terminar su carrera en Los Andes.

—Fue un partido contra Almagro. Me hicieron dos goles de tiro libre, uno se desvía en la
barrera, en un compañero mío, y la pelota se mete en el otro palo. Y el otro me la clavó en el
ángulo: fue un golazo.

—Yo había escuchado que se lo comió.

—No, nada que ver. Me la clavó en el ángulo, me dejó parado. Y salió un grupito y me gritó
“vendido”. Podía entender que me gritaran cualquier taradez, “andate, viejo choto”, pero
vendido no, eso sí que no. Así que me saqué los guantes, los tiré adentro del arco y me fui a
la mierda. No jugué nunca más.

Los arqueros suicidas


Tras el suicidio del arquero alemán Michael Enke, en un artículo publicado en el diario
argentino La Nación, el periodista Ezequiel Fernández Moores acuñó una escalofriante
estadística: “De los nueve casos de suicidios durante los últimos años en el futbol argentino
cinco son arqueros: Osvaldo Rubén Toriani (campeón de la Libertadores 64 con
Independiente y que había sufrido la muerte de un hijo pequeño) se mató en 1988 inhalando
gas tóxico; Alberto Vivalda (lució en Racing y Chacharita) se arrojó a las vías del ferrocarril
Mitre en 1994; el tucumano Luis Ibarra (Tigre) se fue de la concentración en 1998, mató a su
esposa y se arrojó de un décimo piso; Sergio Schulmeister (Huracán) se ahorcó en 2003 en
su casa de Boedo, y, por último, Mariano Gutiérrez (San Martín de Burzaco) también se
ahorcó en su domicilio, en 2008”. Para Marcelo Roffé, el dato no es nada casual.

—La percepción del fracaso en los arqueros es más alta. Es el puesto que vos decís: “Este
hoy me salvó” u “hoy me hundió”. O sea, tienes que partir de que vivimos en un exitismo
globalizado. Siempre se van a buscar salvadores o culpables. Entonces, si el arquero no tuvo
una gran faena, va a ser “culpable” y si es “culpable”, las presiones que tiene son mucho
mayores a las de sus compañeros.

Pedro Romoli
El Club Atlético Lanús juega en su cancha la primera final de la Copa Conmebol 97 y aspira
a retener el título que consiguió en 1996 ante Independiente Santa Fe de Bogotá. Esta vez su
rival es el Atlético Mineiro. El arquero de Lanús es Pedro Rómoli: el entrenador Oscar Garré
pone a Burela para el torneo local y a Rómoli por la Conmebol. No ha hecho un mal torneo
Rómoli. Hasta ahora. A los 15 minutos, Lanús va ganando 1 a 0. Hasta que…

—…nos empatan sobre el final del primer tiempo, sacan un tiro de mierda y se me mete por
debajo. Terminamos perdiendo 4 a 1 —dice Rómoli, desde Granada, España, donde reside
actualmente. Mis compañeros me dijeron dale, no pasa nada. Y es así: no pasa nada. Se
equivoca el que juega, el que no juega, no.

—Ese torneo fue fatal para vos, te dieron el pase libre en Lanús y nunca más volviste a jugar
en equipos de primera división.

—Yo no lo veo tan terrible. Jugué en el Torneo Argentino con el Grupo Universitario de
Tandil, me fue bien, después fui a jugar a España a tercera división en el Granada, ascendimos
a segunda, me quedé en este país… Yo no me quejo: somos profesionales, vivimos del futbol,
nos pagan bien… Rómoli está jugando el último año de su carrera en Granada y es, a su vez,
ayudante de campo de su ex compañero Óscar Mena, otro ex jugador de Lanús, en el
Antequera de Andalucía.

— ¿Existen técnicas psicológicas que ayuden a los arqueros a reducir el margen de error?

—Tenemos distintas técnicas psicológicas —explica Roffé—. Cuando la pelota está de la


mitad de la cancha para el arco rival y tu equipo está al ataque, hace falta un autodiálogo y
una manera de moverte en el área que te permita seguir concentrado. “Estoy muy bien, me
preparé muy duro para este partido, cuando me ataquen voy a responder bien, etc. A esto lo
llamamos “autodiálogo de motivación y autoconfianza”, en función de las metas fijadas y el
entrenamiento. Eso te permite estar conectado, no irte del partido. Y cuando la pelota cruza
la mitad de la cancha hacia tu arco, tienes que trabajar con voces cortas y precisas a los
defensores, “no los dejes patear”, etc. Se agachan y ya están concentrados, hablando para
prevenir que les pateen. La concentración es central. Todo eso se trabaja con distintas
técnicas, a fin de que el arquero confíe en sus propias condiciones. También trabajamos con
la visualización, ver con los ojos de la mente: una vez un arquero me dijo: “si la saqué del
ángulo en el tiro libre con la yemita de los dedos es porque la noche previa lo había
visualizado”.
Miguel
Reina
Santos
Miguel Reina Santos es uno de los grandes arqueros del futbol español. Conserva hasta hoy
el mayor invicto de la historia del Barcelona: 823 minutos sin que le conviertan goles.
“Imagínese el récord que tendría si me hubiera tocado este equipo del Barcelona: si me
contratan, me comprometo a bajar 20 kilos y a usar lentillas”, bromea a la distancia. Como
arquero del Barcelona obtuvo dos Copas del Generalísimo (actual Copa del Rey), y en el
Atlético de Madrid obtuvo la Copa del Generalísimo y la Copa Intercontinental en 1974 y fue
campeón de liga en el torneo 1976-1977. Sin embargo, las razones por las cuales se lo
recuerda son muy distintas. La primera es que una tarde desafortunada lo conminó a atajar
para el Barça… ¡solo de visitante! Fue en 1970, tras un partido fatídico en el Camp Nou
contra el Dínamo de Moscú, que Barcelona perdió 5 a 0 en su cancha.
—La temporada anterior había jugado Salvador Sadurní… El día antes de ese encuentro había
salido una entrevista a Sadurní, donde él comentaba que, como catalán y como barcelonista,
le dolía tremendamente no haber jugado un solo encuentro. Si a eso acompañamos que me
mandan cinco goles, pues me llevé todas las ovaciones: unos se acordaban de mi padre y otros
de mi madre. El entrenador Vic Buckingham estuvo oportuno en no ponerme dentro de casa
hasta que los ánimos se calmaran un poquito… Fue una tanda de 20 partidos: Sadurní atajó
10 de local en el Camp Nou, yo atajé 10 de visitante. Luego volví a jugar de local y la gente
me recibió bien…
La convivencia entre los arqueros no es fácil. Roffé evoca a dos arqueros que le tocó evaluar
a su equipo de profesionales.

— Se suponía que se llevaban bien y convivían pacíficamente, hasta que tomamos el


sociograma, donde hay que valorar afectiva y técnicamente a los compañeros y a sí mismo,
de 0 a 20 puntos. Se pusieron “2” y “3”. Lo hablé con el entrenador e hicimos una reunión de
mediación donde vimos que se odiaban. Hasta el momento, estaba disimulado. Para colmo,
el D.T. los ponía dos partidos a cada uno.

En 1974, el Atlético de Madrid, con Reina como arquero, llegó por primera vez a la final de
la Copa de Europa (actual Champions League). Enfrentó al Bayern Múnich en el estadio de
Heysel, en Bruselas. Los 90 minutos reglamentarios terminaron 0 a 0. Correspondía un
alargue de 30 minutos para dirimir al campeón. En el minuto 24 del alargue, Luis Aragonés
clavó el 1 a 0 para el ‘Aleti’. En el minuto 29, a uno del final, un tiro de afuera del área del
defensor Hans-Georg Schwarzenbeck empató el partido y obligó a un desempate a los dos
días, en el mismo estadio, que ganó el Bayern Múnich 4 a 0. Si buscan en internet, leerán que,
confiado en la victoria, Reina le regaló sus guantes a un reportero de Marca que estaba al lado
del arco y que el gol lo agarró distraído, relajado, pensando que el partido ya terminaba.

—Yo he leído eso, pero no es cierto, claro: es una leyenda urbana porque tenía los guantes
bien puestos. Sucede que Schwarzenbeck me pegó un zapatazo de otra época (risas). Esa
jugada desgraciada es la más famosa de mi carrera: si no fuera por ella, hoy no me llamaría
nadie. ¡Bendito sea Dios que usted me puede llamar y yo puedo responderle!
El hijo de Miguel Reina, Pepe Reina, es el actual arquero del Liverpool y uno de los grandes
arqueros de Europa. Pase lo que pase, nadie olvidará jamás el gol que le hizo el Sunderland
en agosto pasado, cuando Reina se arrojó a atajar un balón rojo que tiró un niño desde la
platea, mientras la pelota entraba por el otro palo. Así es el puesto de arquero, ingrato hasta
la exasperación.

Darío Mendelsohn es psicólogo deportivo. Hace más de veinte años está abocado en esta
rama de la psicología y a lo largo de su trayectoria como profesional ha sido el analista
de planteles como los de Independiente, Lanús, Huracán, Chacarita y Platense entre
otros. Además, forma parte de la Fundación “El futbolista”, una fundación creada en
1991 de la mano de Futbolistas Argentinos Agremiados. En este lugar, los jugadores y
sus familiares pueden realizar cursos, terminar sus estudios secundarios y asistir a
jornadas y charlas de asesoramiento fuera del ámbito futbolístico. Cortitas y al pie,
Mendelsohn le cuenta a De Palo a Palo, en esta entrevista, cómo tratar con los arqueros.
Un puesto que para él “Se trabaja con un mecanismo distinto a los demás porque los
porteros son distintos a los jugadores de campo”. En el blog dedicado a los “locos”, un
psicólogo viene a curarnos de esta enfermedad que no tiene cura ni explicación: evitar
los goles.
- ¿Se trabaja distinto con el puesto de arquero que con los otros puestos?
– En principio se trabaja evaluando a todos por igual. La diferencia surge a partir de las
respuestas de los arqueros, que generalmente están relacionadas con el puesto.

- ¿Cuáles son los métodos para trabajar con los guardavallas?


– Se trabaja básicamente sobre la toma de decisiones ya que este es un puesto donde no se
puede dudar.

- ¿Hay arqueros que te han dado una mano para poder trabajar con los que van al arco?
– En general sí, porque ellos saben que su propia psicología es muy particular.

- ¿Consideras que el arquero es más difícil para asistirlo psicológicamente?


– Si, porque puede tener muchos aciertos, pero un solo error tira todo abajo.

- ¿Cuando un arquero llega a vos, ¿qué es lo que más frecuentemente manifiesta a la


hora de hablar sobre su puesto?
– La confianza del cuerpo técnico y de sus compañeros suele ser fundamental.

– ¿Respecto a tus experiencias desde la psicología y los que cubren los tres
palos, coincidís que para atajar hay que estar un poco “loco”?
– Creo que el arquero en general piensa distinto a los jugadores de campo, y cuando piensas
distinto que la mayoría vulgarmente sos el “loco”.

- ¿Cuál es el trabajo que se hace con los arqueros juveniles que están en su etapa de
formación? ¿Cuáles son sus diferencias respecto de un arquero profesional?
– Que aprendan a convivir con el error, y fortalecer su autoestima. Un arquero juvenil está en
una etapa donde seguramente se equivocará muchas veces, en cambio uno profesional ya ha
pasado por muchos errores a lo largo de su trayectoria debajo de los tres palos. Sin embargo,
sigue acudiendo porque siempre hay cosas por corregir, aprender y por supuesto, se seguirá
equivocando.
- ¿Quiénes se acercan más a vos, los juveniles o los más grandes?
– En general los dos por igual.

–Para vos: ¿Es este un puesto que necesita necesariamente apoyo psicológico? ¿Qué le
recomendarías a aquellos arqueros que nunca han tomado una sesión?
– Si, por supuesto. Que lo hagan porque los va a ayudar a disfrutar más, y a sentirse
contenidos. Les recomendaría que no duden en acercarse y conocer la psicología deportiva.

Asistí a una exposición del Licenciado Marcelo Roffé en el marco de un congreso de


entrenadores de arqueros organizado por AER (arqueros en red) donde desarrolló tópicos de
la nota en cuestión, desde el encabezado de la misma manifiesto mi disconformidad, aseverar
que el arquero sufre más que sus compañeros y que es el puesto más ingrato del futbol me
parece un juicio de valor muy personal, que en mi humilde opinión es invalidado por la
trayectoria de grandes arqueros que han hecho del arte de defender el arco una tarea creativa
de profundo goce y satisfacción. Por otra parte, que la percepción del fracaso sea mayor en
los arqueros y relacionarla con el suicidio me parece una afirmación que quizás requiera un
tratamiento que excede el marco de una nota periodística.

No obstante los errores tienen otra percepción de acuerdo a la manera de jugar que tenga el
arquero, el que arriesga más seguramente será más tolerante con la posibilidad de cometer
algún fallo, en ese sentido el tan mentado error de Higuita, cometido en un Mundial, con
todo el grado de exposición que ello implica, es buen ejemplo de la personalidad que se
necesita para jugar en cualquier puesto y en este en particular, la carrera de René continuó
por veinte años luego de ese episodio, y no solamente no dejo de arriesgar sino que
posteriormente realizo una de las jugadas más bellas y emocionantes de la historia del futbol
“El Escorpión”, dejando en claro que su manera de entender el juego no tenía nada que ver
con amedrentarse ante la posibilidad de fallar.

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