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Papel Del Estado en La Economía

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ESTADO Y ECONOMÍA

La cuestión del papel del Estado en la economía, que es de aguda


actualidad, fue planteada nítidamente y resuelta en principio por el
filósofo y economista JOHN STUART MILL en 1848:

En las circunstancias particulares de una época o nación dadas, es


deseable e incluso necesario que todas las cosas realmente importantes
para el interés general las tome el gobierno a su cargo, no porque las
personas privadas no puedan realizarlo, sino porque no lo harán.

En algunos tiempos y lugares, no habría carreteras, puertos, canales, obras


de riego, hospitales, escuelas, imprentas, a no ser que el gobierno los
estableciera, porque los ciudadanos o son demasiado pobres para
movilizar los recursos necesarios o no tienen experiencia en empresas
colectivas para ser capaces de hacerla… En muchas partes del mundo la
gente no hace nada por ella misma que requiera muchos recursos y
acciones conjuntas: las cosas no se hacen, a no ser que las haga el Estado.

En estos casos, la manera como el gobierno mejor puede mostrar la


sinceridad con que intenta el mayor bien de sus súbditos es haciendo las
cosas de que le hace responsable la impotencia (helplessness) de los
ciudadanos de una manera tal que tienda a no a aumentar y perpetuar,
sino a corregir, esta impotencia.

Para ponerlo en pocas palabras: el papel del Estado en una sociedad


democrática con una economía de mercado es subsidiario, es decir, tiene
que hacer (construir, organizar, gastar) todo aquello que, siendo necesario
para el bienestar y la prosperidad de la comunidad, los individuos
particulares, por sí solos o agrupados en empresas y relacionados en
mercados, no lo pueden hacer, ni se puede razonablemente esperar que
lo hagan, como, por ejemplo, construir un puente, establecer un cuerpo
de bomberos, o lanzar una campaña de vacunación contra la polio.

Lo esencial del principio de subsidiaridad es que el Estado no debe


meterse en todas las actividades sociales, como un Estado providencia o
paternalista, que lo hace todo para sus ciudadanos, a quienes trata como
si fueran menores de edad, dando y exigiendo. Esto puede tener sus
ventajas, pero también serios inconvenientes, que perjudican
normalmente a la democracia, a las libertades individuales, aparte de que
las situaciones que crea no son sostenibles por mucho tiempo.
Pero el principio de subsidiaridad implica también que el Estado no puede
simplemente laisser faire, laisser passer (dejar hacer, dejar que pase),
porque en esas situaciones tiende a imperar la ley de la selva, que es la ley
del más fuerte, y los más débiles sufren enormes injusticias en el reparto
de la riqueza. El principio de solidaridad no sólo está en el medio, la zona
donde proverbialmente reside la virtud, sino que es el único que responde
lógicamente a la idea original de la organización voluntaria de los
individuos en una sociedad política por medio del pacto social.

La naturaleza de la democracia se ha explicado por medio del pacto social:


los seres humanos deponen parte de la libertad de su estado natural para
conseguir fines y ventajas individuales y colectivas, entre otras la
supervivencia personal, que por sí solos y de forma aislada o no podrían
lograr o sólo con mayor dificultad e incertidumbre.

El pacto social aseguraría una solidaridad básica en la medida que el


colectivo y el jefe elegido para regirlo, reconocen los derechos individuales
de todos los pactantes y no les ponen más limitación que el ejercicio de
los mismos derechos de los demás y la preservación de la colectividad.

El Estado es para todos, no para todo, naturalmente, pero mucho para


unos pocos.

Los problemas empiezan cuando se trata de aplicar el principio de


subsidiaridad a casos particulares. Por ejemplo, ¿tiene el Estado que
asegurar a los trabajadores para que disfruten un subsidio cuando se
quedan sin trabajo? El principio antes enunciado nos diría que si los
individuos pudieran asegurarse de una manera decente por medio de
mercados privados, y lo pueden hacer de manera que cubran a todos, a
personas con altos y bajos sueldos, a todos por igual, aunque representen
riesgos distintos, entonces no habría razón para que lo haga el Estado.

Pero si resulta que los seguros privados discriminan, por razón de su


mayor riesgo, contra los de mayor edad y los que tienen trabajos peor
pagados y menos estables, entonces es necesario que intervenga el Estado
para cubrir los riesgos en un sistema general, más amplio de lo que
cualquier empresa privada puede conseguir, obligatorio, y respaldado con
los recursos del Estado para cubrir los riesgos mayores.

A estas alturas es evidente que el Estado no tiene por qué realizar algunas
actividades económicas, que los mercados privados hacen a satisfacción
de la sociedad, como por ejemplo establecer y administrar hoteles, o
vender artesanía. El papel del Estado en la economía, considerado
históricamente y en concreto, tiene que estar bajo una constante revisión
de la sociedad, porque lo que se justificaba al comienzo de un proceso de
industrialización puede que no se justifique más tarde, y sobre todo
porque la naturaleza de los fallos del mercado, y de los fallos económicos
del Estado, van cambiando con las distintas coyunturas y distintos niveles
de desarrollo.

Que se discutan en qué cosas debe meterse o no el Estado es una cuestión


legítima, es incluso una discusión sana y no va contra la solidaridad, antes
la robustece. Pero que se afirme que el Estado debe meterse, en principio,
en las menos cosas e instancias posibles (de la economía y de la vida
social) es otra historia, que lleva a contradicciones inadmisibles. Quien tal
afirma sustituye el principio de subsidiaridad o bien por el “principio de la
no intervención” -que por ser tan extremo no conozco a nadie que lo
defienda-, o bien por el “principio de la intervención mínima”, que es una
opinión mucho más corriente.

Algunos liberales y muchos economistas modernos entienden así el


principio de subsidiaridad, enunciado por J.S. Mill y desarrollado
extensamente por la doctrina social de la Iglesia entre otros. Pero lo
entienden mal, y desde luego de una forma absolutamente contraria a lo
que exige la solidaridad política más elemental.

FUENTE: LA SOLIDARIDAD “Guardián de mi hermano” (Luis de


Sebastián).http://gonzalorobles.wordpress.com/2008/03/01/el-papel-del-
estado-en-la-economia/.

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