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21 - V Salmos 106-150

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La Santa Biblia

Salmos 106-150
Versión de Mons. Juan Straubinger

Libro 21 de la Biblia
Quinto libro de los Salmos
Catequesis del Papa para los Salmos de Laudes y Vísperas.
2

Catequesis del Papa


Salmos de Laudes y Vísperas comentados por San Juan Pablo II desde el 28
de marzo de 2001 hasta el 26 de enero de 2005, y Benedicto XVI desde el 4
de mayo de 2005 hasta el 15 de febrero de 2006.
Salmo 106 (107) 3

Quinto Libro de los Salmos

Salmo 106 (107)


Es eterna su misericordia
1Celebrad a Yahvé porque es bueno,
porque su misericordia permanece para siempre.
2Así digan los rescatados de Yahvé,

los que Él redimió de manos del enemigo,


3y a quienes Él ha congregado de las tierras

del Oriente y del Occidente,


del Norte y del Mediodía.


1. Aunque se ignora su autor, este riquísimo poema que inicia el libro quinto y último de los
Salmos, empieza con las mismas palabras que los dos anteriores (cf. Salmo 105, 1 y nota). Se le
considera posterior a la cautividad de Babilonia, y algunos suponen que la segunda parte (versículos
33-43) formase un cuerpo distinto, con ecos de Job y sobre todo de Isaías (cf. versículo 33 y nota).
Su tema, como el de los anteriores, se inspira en la vida de Israel y su destino. Si la historia es “la
maestra de la vida” (Cicerón), ninguna otra puede enseñarnos tanto como esta Historia sagrada,
porque en ella hunde sus raíces el verdadero espíritu del cristianismo (Romanos 11, 17), aunque
algunos lo hayan olvidado para buscar en el humanismo pagano o neopagano las fuentes de lo
que llaman cultura. De ahí que este Salmo muestre también, a quien quiera verla, esa providencia
de Dios que ama a los hombres y los corrige y los perdona como a hijos (cf. Hebreos 12, 3-13), y
muestre asimismo cómo el Dios que por su Hijo nos mandó perdonar las injurias hasta infinitas
veces (Mateo 18, 22), empieza por darnos el ejemplo, puesto que Él mismo se ofreció de modelo
(Lucas 6, 36; Efesios 4, 32). Así también perdonaría hoy a hombres y pueblos apenas se volvieran
a Él. Cf. Nehemías 9; Lucas 15, 20.

2. Alusión a la providencia de Dios en la esclavitud de Egipto y los diversos cautiverios sufridos
por Israel; más adelante recuerda su bondad con las caravanas extraviadas (versículos 4-9); los
presos (10-16); los enfermos (17-22); los navegantes (23-32) y en el himno final (versículos 33-42)
lo alaba por sus promesas a los hambrientos y oprimidos, añadiendo, como triste moraleja, la
pregunta del versículo 43 que recuerda la de Jesús en Lucas 18, 8.

3. Ha congregado: Gramática cita aquí Salmo 105, 47; Deuteronomio 30, 3; Eclesiástico 36,
13; Isaías 11, 12; 43, 5; 56, 8; Jeremías 29, 14; 31, 8 y 10; Ezequiel 20, 34 y 41 y 39, 27, pasajes
todos alusivos a la restauración mesiánica esperada por Israel y no sólo a la vuelta de Babilonia
(aun el de Jeremías 29, 14), pues entonces su condición continuó siendo precaria y no se cumplieron
tales esperanzas (cf. Salmo 84, 1 y nota). Es decir que, como anota aquí acertadamente Nácar-
Colunga: “este Salmo que nos describe como pasado el cautiverio babilónico termina pintándonos
la restauración con colores claramente mesiánicos, cosa frecuente en los profetas que desarrollan el
mismo tema”. El texto habla en efecto de los cuatro puntos cardinales (cf. Ezequiel 37, 23 y nota)
y es indudable que estos congregados son los mismos a quienes se invita a cantar el himno final de
gratitud (versículo 32). Véase versículos 33 ss. y notas.
Salmo 106 (107) 4
4
Erraban por el desierto, en la soledad,
sin hallar camino a una ciudad donde morar.
5Sufrían hambre y sed;

su alma desfallecía en ellos.


6Y clamaron a Yahvé en su angustia,

y Él los sacó de sus tribulaciones.


7Y los condujo por camino derecho,

para que llegasen a una ciudad donde habitar.


8Den gracias a Yahvé por su misericordia,

y por sus maravillas en favor de los hijos de los hombres.


9Porque sació al alma sedienta,

y a la hambrienta colmó de bienes.

10Moraban en tinieblas y sombras,


cautivos de la miseria y del hierro;
11porque habían resistido a las palabras de Dios

y despreciado el consejo del Altísimo.


12Y Él humilló su corazón con trabajos;

sucumbían y no había quien los socorriese.


13Y clamaron a Yahvé en su angustia,

y Él los sacó de sus tribulaciones.


14Y los libró de las tinieblas y de las sombras,

y rompió sus cadenas.


15Den gracias a Yahvé por su misericordia,

y por sus maravillas en favor de los hijos de los hombres;


16porque Él rompió las puertas de bronce,

e hizo pedazos los cerrojos de hierro.


17Estaban enfermos a causa de su iniquidad,

y afligidos a causa de sus delitos;


l8sintieron náuseas de todo alimento,


4 ss. El salmista se refiere en este cuadro a la peregrinación de los israelitas por el desierto; y
en ellos pueden verse hoy retratados todos los que buscan habitación y refugio. El versículo 6 (véase
Salmo 105, 44) se repite en los versículos 13, 19 y 28 como un estribillo que recuerda la infatigable
misericordia del Padre celestial (Salmo 102, 13 s.).

8. Al estribillo del socorro (cf. nota anterior) corresponde este estribillo de la gratitud, repetido
también en los versículos 15, 21 y 31.

10 ss. Segundo cuadro (versículos 10-16): los cautivos; descripción de su culpa y de sus
sufrimientos; recurso a Dios, auxilio y acción de gracias.

17 ss. Tercer cuadro (versículos 17-22): los enfermos, sus dolores y cómo Dios los cura. Envió
su Palabra para sanarlos (versículo 20): Nótese que la Palabra de Dios aparece personificada. Así lo
fue en Cristo, el Logos o Verbo de Dios (Juan 1, 1-8), que vino a curar a todos los afligidos,
publicando el Evangelio del perdón en el “año de reconciliación” (Lucas 4, 18 s.; Isaías 61, 1). y
vendrá por segunda vez en el “día de la venganza” (Isaías 61, 2; 59, 18; 63, 1-6; Apocalipsis 19, 13,
etc.).
Salmo 106 (107) 5
y llegaron a las puertas de la muerte.
19Y clamaron a Yahvé en su angustia,

y Él los sacó de sus tribulaciones.


20Envió su Palabra para sanarlos

y arrancarlos de la perdición.
21Den gracias a Yahvé por su misericordia,

y por sus maravillas en favor de los hijos de los hombres,


22y ofrezcan sacrificios de alabanza,

y publiquen con júbilo sus obras.

23Surcaban en naves el mar,


traficando sobre las vastas ondas,
24ésos vieron las obras del Señor,

y sus maravillas en el piélago.


25Con Su palabra suscitó un viento borrascoso,

que levantó las olas del mar;


26subían hasta el cielo

y descendían hasta el abismo,


Su alma desmayaba en medio de sus males.
27Titubeaban y se tambaleaban como ebrios,

y les fallaba toda su pericia.


28Y clamaron a Yahvé en su angustia,

y Él los sacó de sus tribulaciones.


29Tornó el huracán en suave brisa,

y las ondas del mar callaron.


30Y se alegraron de que callasen,

y los condujo al puerto deseado.


31Den gracias a Yahvé por su misericordia,

y por sus maravillas en favor de los hijos de los hombres.


32Celébrenlo en la asamblea del pueblo,


22. Sacrificios de alabanza... con júbilo. Alguien quizá no entenderá bien esto, porque la idea
de sacrificio ha sido a veces deformada, como si significase dolor, en vez de obsequio u ofrecimiento
hecho por amor. La esposa entrega su vida entera al esposo, y en manera alguna piensa en el
sufrimiento, ni menos que el esposo se gozará en verla sufrir. Esta alegre entrega del corazón que
canta su dicha y gratitud al Padre celestial es lo que a Él le agrada, según nos lo dice aquí y muchas
otras veces (cf. Salmos 49, 14; 4, 6 y notas) y lo que nos lleva a amarlo con preferencia a todo otro
amor (cf. Salmo 118, 32 y nota).

23 ss. Cuarto cuadro (versículos 23-32); los navegantes, a los que Dios conduce al puerto a
través de los peligros. Este pasaje debiera estar escrito en todas las naves, bien visiblemente, como
preciosa meditación y estímulo. En los viajes, como en la travesía de la vida, “todos juntamente
peligran en la tempestad”, dice San Agustín, y él mismo añade en otro lugar: “Siempre y en todas
partes y por todas las cosas sea Dios alabado; no nuestros méritos ni nuestras fuerzas ni nuestro
saber. Cuantas veces nos viniere el remedio a nuestra tribulación amemos a Aquel a quien hemos
invocado en nuestra amargura.”
Salmo 106 (107) 6
y en la reunión de los ancianos, cántenle.

33Él convirtió los ríos en desierto,


y los manantiales en árida tierra,
34el suelo fructífero en un salobral,

por la malicia de sus moradores.


35Él mismo ha convertido el desierto en lago

y la tierra árida en manantiales,


36allí coloca a los hambrientos,

y fundan una ciudad para habitarla.


37Siembran los campos y plantan viñas,

y obtienen de ellos los frutos.


38Bendecidos por Él se multiplican en gran manera,

y sus ganados no disminuyen nunca.


39Aunque reducidos a pocos y despreciados,

por el peso del infortunio y de la aflicción,


40Aquel que derrama desprecio sobre los príncipes,

y los hace errar por desiertos sin huellas,


41ha levantado de la miseria al indigente,

y hace las familias numerosas como rebaños.

42Lo ven los justos y se alegran,


33 ss. Cuadro quinto: El Señor convierte lo fértil en árido; mas, luego su misericordia hará
todo lo contrario, como veremos en los versículos 35-38. “Los versículos 33-41, si bien pueden
entenderse en sentido universal de la providencia de Dios, parecen aquí ilustrar más bien el modo
de ayudar Dios a su pueblo en su regreso del destierro y su restablecimiento en Palestina. Las mismas
metáforas se hallan en Isaías 35, 7; 41, 18; 42, 15; 50, 2, para describir ese retorno del exilio”
(Salterio Romano). Cf. también Isaías 30, 2; 43, 19 s.; 45, 2; 66, 20. Ello no impide que este final
forme parte orgánica del Salmo (cf. versículo 1 y nota), siendo precisamente, como parece
anunciarlo el versículo 32, ese himno de alabanza que han de cantar los salvados y en que se
“describe la felicidad de los israelitas vueltos del destierro” (Páramo) y “el floreciente estado de la
nación reconstituida” (Vaccari). Cf. versículo 3. En ello se fundan los autores que “traducen los
verbos en futuro y refieren este cuadro a los tiempos mesiánicos” (Crampón). Mas no es necesario
que los verbos estén en futuro si se trata de un presente profético que da como realizado lo que
anuncia, lo mismo que en los versículos 2 y 3 (véase allí las notas).

35. Cf. Isaías 30, 35; 36, 6 s.; 41, 18; 43, 19 s.

36. Contraste con los versículos 4 y 7.

39 ss. Esto es, los que tan humillados fueron a través de su historia, alcanzarán esta gran
prosperidad señalada en los versículos 35 ss. (cf. Salmo 71, 16 y nota), gracias a Aquel que se
compadece del caído y humilla al soberbio. Cf. Salmo 112, 7 ss. y notas y el versículo final de
Miqueas que coincide con el final del Magníficat (Lucas 2, 54 s.).

42. Esta satisfacción de los justos, frente a la confusión de los impíos que ya no tendrán más
pretexto para murmurar de la divina Providencia (Job 5, 16), es con harto motivo una de las
grandes características de los tiempos mesiánicos y constituye una suprema aspiración de justicia
que en vano se perseguirá mientras la cizaña esté mezclada con el trigo (Mateo 13, 30 y 41) y la
Salmo 107 (108) 7
y toda malicia cierra su boca.
43 ¿Quién es el sabio que considere estas cosas

y comprenda las misericordias del Señor?

Salmo 107 (108)


Israel canta su esperanza
1 Cántico. Salmo. De David.
2Mi corazón está pronto, oh Dios;
quiero cantar y entonar salmos;
mi alma está despierta.
3Salterio y lira, despertaos;

despiértese la aurora (a nuestro canto).


4Te alabaré, Yahvé, entre los pueblos,

te cantaré himnos ante las naciones.


5Porque tu misericordia es más grande que los cielos,

y tu fidelidad hasta las nubes.


6Muéstrate excelso, oh Dios, sobre los cielos,

y brille tu gloria sobre toda la tierra,


7para que sean libertados los que Tú amas;

socorre con tu diestra y escúchanos.

8
Lo dijo Dios por su santidad:
“Triunfaré; repartiré a Siquem,

red contenga “peces de toda clase” (Mateo 13, 47 ss.). Cf. Salmos 51, 8; 58, 17; 63, 11; 71, 12 ss.;
Isaías 60, 18 y 21, etc.

43. Véase el final de Oseas (14, 5-10), donde el profeta formula igual pregunta después de
hacer análogas promesas a Israel. Se resume así la enseñanza de esta admirable historia: conocer a
Dios, como Padre, y hacerse pequeño para entender los misterios de su misericordia (Lucas 10, 21).
Cf. también la tremenda respuesta que el Salmo 13, 2 da a una pregunta semejante. Según la versión
de Vaccari, “el sabio observará tales cosas y se entenderán las misericordias del Señor”.

1 ss. Este Salmo se compone de dos fragmentos de otros dos, ambos davídicos y elohistas (cf.
Salmo 41, 1 y nota): el Salmo 56, 8-12 forma los versículos 1-6 y el 59, 7-14 forma los versículos 7-
14. El versículo 7 combina notablemente ambas secciones, cuya unión armoniosa da un marcado
sabor mesiánico a este Salmo que, como observa Calès, tiene una individualidad propia y, aunque
hubiese sido combinado después de Babilonia, es todo de David puesto que lo son sus partes.
Compárense las notas respectivas.

5. Más grande que los cielos: Matiz de diferencia con Salmo 56, 11 que dice: “grande hasta el
cielo”. Quizá procede de algún copista.

6. Y brille: Este segundo estiquio, que termina lapidariamente el Salmo 56, es precedido aquí
de la conjunción y, como para unirse al versículo 7 que, perteneciendo al Salmo 59, forma aquí el
nexo entre ambas secciones.

8. Por su santidad: Es decir: lo juró, como en Salmo 88, 36. El nuevo Salterio Romano dice:
en su Santuario; Bover-Cantera: desde su Santuario. Triunfaré: Así también Vaccari, Páramo, Nácar-
Colunga, Ubach, etc. Otras versiones dicen: me gozaré.
Salmo 107 (108) 8
y mediré el valle de Sucot.
9Mía es la tierra de Galaad, mía la tierra de Manasés;

Efraím es el yelmo de mi cabeza,


y Judá, mi cetro;
10 Moab, la vasija de mi lavatorio;

sobre Edom echaré mi calzado,


sobre Filistea cantaré victoria.”

11¿Quién me conducirá a la ciudad inaccesible?


¿Quién me llevará hasta Edom?
12¿No serás Tú, oh Dios,

que nos has rechazado


y que ya no sales con nuestros ejércitos?
l3Ven en nuestro auxilio contra el adversario,

porque vano es el concurso de los hombres.


14Con Dios haremos proezas;

Él hollará a nuestros enemigos.


11. Inaccesible: El Salmo 59, 11 decía fortificada.


Catequesis del Papa San Juan Pablo II
Alabanza al Señor y petición de auxilio
Laudes del miércoles de la semana IV
1. El Salmo 107, que nos acaban de recitar, forma parte de la secuencia de los Salmos de la
Liturgia de los Laudes, objeto de nuestras catequesis. Presenta una característica sorprendente a
primera vista. La composición está formada por la fusión de dos fragmentos de Salmos
preexistentes, uno tomado del Salmo 56 (versículos 8-12) y el otro del Salmo 59 (versículos 7-14).
El primer fragmento tiene el tono de un himno, el segundo tiene el carácter de una súplica pero
contiene un oráculo divino que infunde en el que ora serenidad y confianza. Esta fusión da origen
a una nueva oración y este hecho se convierte en un ejemplo para nosotros. En realidad, la liturgia
cristiana también funde con frecuencia pasajes bíblicos diferentes transformándolos en un nuevo
texto, destinado a iluminar situaciones inéditas. Permanece, sin embargo, el nexo con la base
original. De hecho, el Salmo 107 (aunque no es el único, basta pensar por ejemplo en otro
testimonio, el Salmo 143) muestra cómo Israel, en el Antiguo Testamento, volvía a utilizar y
actualizaba la Palabra de Dios revelada.
2. El Salmo que resulta de esta combinación es, por tanto, algo más que una simple suma o
yuxtaposición de dos pasajes preexistentes. En vez de comenzar con una humilde súplica, como el
Salmo 56, «Misericordia, Dios mío, misericordia» (versículo 2), el nuevo Salmo comienza con un
anuncio decidido de alabanza a Dios: «Dios mío, mi corazón está firme, para ti cantaré» (Salmo
107, 2). Esta alabanza toma el lugar del lamento que conformaba el inicio del otro Salmo (Cf. 59,
1-6), y se convierte así en la base del oráculo divino sucesivo (Salmo 59, 8-10 = Salmo 107,8-10) y
de la súplica que lo circunda (Salmo 59,7.11-14 = Salmo 107, 7. 11-14).
Esperanza y pesadilla se funden y se convierten en materia de la nueva oración, totalmente
orientada a sembrar confianza en el tiempo de la prueba vivida por toda la comunidad.
3. El Salmo se abre, por tanto, con un himno gozoso de alabanza. Es un canto matutino
acompañado por el arpa y la cítara (Cf. Salmo 107,3). El mensaje es claro y está centrado en la
«bondad» y en la «fidelidad» divina (Cf. versículo 5): en hebreo «hésed» y «emèt», son términos
típicos para definir la fidelidad amorosa del Señor hacia la alianza con su pueblo. En virtud de esta
Salmo 108 (109) 9

Salmo 108 (109)


Oración imprecatoria contra los maldicientes
1Al maestro de coro. De David. Salmo.

fidelidad, el pueblo está seguro de que no será abandonado nunca por Dios en el abismo de la
nada o de la desesperación.
La relectura cristiana interpreta este Salmo de manera particularmente sugerente. En el versículo
6, el Salmista celebra la gloria trascendente de Dios: «Elévate sobre el cielo (es decir, «sé exaltado»),
Dios mío, y llene la tierra tu gloria». Al comentar este Salmo, Orígenes, el célebre escritor cristiano
del siglo III, hace referencia a la frase de Jesús: «Cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos
hacia mí» (Juan 12, 32), aludiendo a la crucifixión. Ésta tiene como resultado la afirmación del
versículo sucesivo: «para que se salven tus predilectos» (Salmo 107, 7). Entonces, Orígenes concluye:
«¡Qué significado tan estupendo! El motivo por el que el Señor es crucificado y exaltado consiste
en que sus amados sean liberados... Lo que hemos pedido se ha cumplido: Él ha sido exaltado y
nosotros hemos sido liberados» (Orígenes-Jerónimo, «74 homilías sobre el libro de los Salmos» --
«74 omelie sul libro dei Salmi»--, Milán 1993, p. 367).
4. Pasemos ahora a la segunda parte del Salmo 107, cita parcial del Salmo 59, como decíamos.
En la angustia de Israel, que siente que Dios está ausente y distante («tú, oh Dios, nos has rechazado»,
versículo 12), se eleva la voz del oráculo del Señor que resuena en el templo (Cf. versículos 8-10).
En esta revelación, Dios se presenta como Árbitro y Señor de toda la tierra santa, desde la ciudad
de Siquem hasta el valle transjordánico de Sucot, desde las regiones orientales de Galaad y Manasés,
pasando por las centro-meridionales de Efraín y Judá, hasta llegar también a los territorios vasallos
pero extranjeros de Moab, Edom y Filistea.
Con imágenes coloridas de tono militar o de carácter jurídico se proclama el señorío divino
sobre la tierra prometida. Si el Señor reina, no hay que tener miedo: no nos sacuden las fuerzas
oscuras del hado o del caos. En todo momento, incluso en los momentos tenebrosos, siempre hay
un proyecto superior que rige la historia.
5. Esta fe enciende la llama de la esperanza. Dios indicará de todos modos una salida, es decir,
una «ciudad fortificada» colocada en la región de Edom. Esto quiere decir que, a pesar de la prueba
y del silencio, Dios volverá a revelarse, a sostener y guiar a su pueblo. Sólo de Él puede venir la
ayuda decisiva y no de las alianzas militares externas, es decir, de la fuerza de las armas (Cf. versículo
13). Sólo con él se alcanzará la libertad y se harán «proezas» (Cf. versículo 14).
Con san Jerónimo recordamos la última lección del Salmista, interpretada en clave cristiana:
«Nadie debe desesperarse por esta vida. Tienes a Cristo y, ¿tienes miedo? Él será nuestra fuerza, Él
será nuestro pan, Él será nuestro guía» («Breviarium in Psalmos», Ps. CVII: PL 26,1224).


1. Es uno —quizá el más característico— de los Salmos imprecatorios (cf. Salmos 34, 4 ss.; 68,
23-29; 136, 7 ss.). Escrito por David, muy probablemente cuando la traición de Aquitófel (II Reyes
15, 12 y sigs.), figura de Judas (Salmos 40, 10; 54, 14 ss.), es evidente su alcance mesiánico, al menos
en sentido típico, pues recuerda fuertemente, en algunos pasajes, la Pasión de Cristo, y San Pedro
lo cita como alusivo al Iscariote (Hechos 1, 16 ss.). La sabiduría de Dios, que siempre es misteriosa
(Salmo 50, 8; I Corintios 2, 7 ss.), nos ofrece aquí un contraste estupendo entre la ira divina
(versículos 6-19) y su suavidad inefable (versículos 21 ss.), y nos muestra, en el versículo 20, que el
rey profiere esas imprecaciones hablando en la santa presencia del Señor, no como hombre que
maldice a otro (Job 31, 30; Salmo 58, 13), sino como profeta que anuncia de parte de Dios
(versículo 27) las venganzas (Salmos 57, 11 s.; 65, 5 y 93, 1 ss. y notas) que su amor tomará por sus
amigos calumniados (Santo Tomás). Así también habla Cristo en el Salmo 68, lo cual no le impidió
rogar en la Cruz por sus enemigos. Cf. Mateo 5, 11 s.; Proverbios 25, 21 citado por Romanos 12,
20. Gloria mía (cf. Salmo 105, 20). Según otros, en perífrasis: objeto de mi alabanza. Tal es
aproximadamente el sentido según los LXX: que Dios no quede silencioso ante la alabanza que le
Salmo 108 (109) 10
Oh Dios, Gloria mía, no enmudezcas,
2porque bocas impías y dolosas se han abierto contra mí

y me hablan con lengua pérfida.


3Me asedian con odiosos discursos,

me combaten sin motivo.


4Por lo que me debieran amar, me acusan,

y yo hago oración.
5Me devuelven mal por bien,

y odio a cambio de mi amor.

6Ponlo bajo la mano de un impío,


con el acusador a su derecha.
7Cuando se le juzgue, salga condenado,

y su oración sea pecado.


8Acórtense sus días,

y otro reciba su ministerio.


9Que sus hijos queden huérfanos

y viuda su mujer.

10Anden sus hijos mendigando, errantes,


arrojados de sus casas destruidas.
11El usurero aseche todos sus bienes,

y sea presa de los extraños el fruto de su trabajo.


12Nadie le muestre misericordia

y ninguno se compadezca de sus huérfanos.


13Sea su posteridad entregada al exterminio,

extíngase su nombre en la primera generación.

tributa el salmista. La Vulgata pone: no calles mi alabanza, evidente error de copista, pues no es
Dios quien alaba al hombre, y bien lo sabía el humildísimo David.

3 s. Sin motivo: Es lo que caracteriza la suprema iniquidad cometida con Jesús. Cf. Salmos 24,
19; 34, 19; 68, 5; Juan 15, 25.

4. Por lo que me debieran amar: Así también Rembold, concordando con LXX y Vulgata: en
vez de amarme. Según el Texto Masorético sería: a cambio de mi amor, lo cual está dicho ya en el
versículo 5. Me acusan: literalmente: hacen conmigo obra de Satán (cf. versículo 6 y nota). Hago
oración: El hebreo termina con elocuente brevedad: Y yo: oración (cf. 119, 7).

5. En boca de Jesús es una queja infinitamente desgarradora. David, que en su medida sufrió
también de calumnias e ingratitudes, “nos aparece en todo este pasaje manifiestamente como tipo
de Jesucristo” (Fillion).

6. El acusador: Tal es el sentido de la palabra hebrea: Satán, equivalente a la griega: diábolos
o diablo (cf. Apocalipsis 12, 10). ¡No puede pintarse situación más dramática para un reo! Cf. Salmo
93, 20 y nota.

7. Su oración sea pecado. Cf. Isaías 1, 13; Malaquías 1, 7-9. Véase versículo 17 y nota.

8. Citado por San Pedro cuando los apóstoles eligieron a San Matías en el lugar dejado por
el traidor Judas (Hechos 1, 16 ss.). Ministerio: La Vulgata vierte episcopatum, en el sentido de
función.
Salmo 108 (109) 11

14La culpa de sus padres sea recordada [por Yahvé],


y el pecado de su madre no se borre.
15Estén siempre ante los ojos de Yahvé,

para que Él quite de la tierra su memoria;


16pues no pensó en usar de misericordia,

sino que persiguió al infortunado, al pobre,


al afligido de corazón, para darle el golpe de muerte.

17
Amó la maldición. ¡Cáigale encima!
No quiso la bendición. ¡Apártese de él!
18Se revistió de maldición como de una túnica;

y le penetró como agua en sus entrañas,


y como aceite en sus huesos.
19Séale como manto que lo cubra,

y como cinto con que siempre se ciña.

20Tal pago tengan [de Yahvé] los que me acusan


y los que profieren maldiciones contra mí.
21Mas Tú, Yahvé, Señor mío, haz conmigo


14 ss. Las palabras entre corchetes ya están en el versículo 15 y son sin duda una glosa, pues
no figuran en el Siríaco. La culpa de sus padres: “Todo el que imita la maldad de su perverso padre
se hace reo también de los pecados de éste; mas el que no sigue la maldad del padre, de ningún
modo será gravado por su delito” (San Gregorio). El Catecismo Romano (III, 2, 36) citando a
Éxodo 20, 5 s. manda a los párrocos recordar a los fieles “cuánto sobrepuja la bondad y
misericordia de Dios a la justicia, pues, airándose hasta la tercera y cuarta generación, extiende
hasta millares la misericordia”. Algunos intérpretes, fundados en Ezequiel 18, 20 y Génesis 8, 21,
etc., traducen Éxodo 20, 5 en el sentido de que Dios tiene en cuenta la mala herencia de esos hijos,
para hacerles mayor misericordia (cf. Mateo 9, 11; 18, 13; Lucas 7, 43; 12, 48). Cf. Ezequiel 18, 4 y
nota.

16. Claramente se indica la causa de tantas maldiciones: la falta de misericordia (cf. Oseas 6,
6; Mateo 9, 13; 12, 7). Porque la caridad, origen de tantos bienes, no es sólo un mérito: es una
obligación (Lucas 6, 27-38), y su falta acarrea todos los males, hasta la condenación a la gehena
eterna (Mateo 25, 34-45).

17. Así como las bendiciones que damos vuelven a nosotros (Lucas 10, 6), así las maldiciones
caen sobre la propia cabeza. Véase versículo 7 y nota, y la terrible imprecación a los sacerdotes en
Malaquías 2, 1-3.

20. Véase versículo 1 y nota. Algunos suprimen: de Yahvé, por razones rítmicas,
considerándolo una glosa como en el versículo 14.

21 s. Aquí, como en Salmo 68, 30 ss., en cuanto David aparta los ojos de la maldad que
condenaba, vuelve instantáneamente a la exquisita y confiada humildad de un niño, la cual es
siempre el sello de su oración, anticipo de la de Cristo (cf. Salmos 85, 1; 114, 1 y notas, etc.). Un
moderno estudioso de los Salmos señala acertadamente que tanto las anteriores imprecaciones
como las del Salmo 68 son de David y nadie podría atreverse a afirmar que él habría tomado esas
ni otras venganzas de sus enemigos si los hubiese tenido a mano, pues bien demostró él todo lo
contrario en la misericordia con que trató a su gran perseguidor Saúl cuando estuvo a merced suya
Salmo 108 (109) 12
según la gloria de tu Nombre;
sálvame,
pues tu bondad es misericordiosa.
22Porque yo soy un infortunado y pobre,

y llevo en mí el corazón herido.

23Como sombra que declina, me voy desvaneciendo;


soy arrojado como la langosta.
24Mis rodillas vacilan, debilitadas por el ayuno,

y mi carne, enflaquecida, desfallece.


25Y he venido a ser el escarnio de ellos;

me miran, y hacen meneos de cabeza.


28Ayúdame, Yahvé, Dios mío,

sálvame conforme a tu misericordia.


27Y sepan que aquí está tu mano,

y que eres Tú, Yahvé, quien lo ha hecho.

28Que ellos maldigan, pero Tú bendíceme.


Véanse confundidos los que contra mí se levantan,
mas alégrese tu siervo.
29Sean cubiertos de ignominia los que me acusan,

y envueltos en su confusión como en un manto.

30Mi boca rebosará de alabanzas a Yahvé;


en medio de la gran multitud cantaré sus glorias;
31porque Él se mantuvo a la derecha de este pobre

para salvarlo de sus jueces.

(I Reyes 24, 1 ss. y notas), no obstante las grandes pruebas de paciencia a que éste lo tenía sometido
(cf. Salmo 56, 1 ss. y notas). Cf. también la conducta de David en Salmo 7, 5.

22 ss. Infortunado, etc.: Tal como el que pinta el versículo 16. El honor de Yahvé, que Él cifra
en ser misericordioso (cf. Efesios 1, 6 y nota), está en que Él libre al débil del prepotente (cf. Salmo
71, 4). Así será para Él toda la gloria (versículo 27). Cf. Salmo 85, 17.

28. Recordemos, como un escudo invencible, esta fórmula, que encierra la plenitud del
espíritu evangélico. ¿Qué puede importarnos la maldición del mundo, si Él está contento? Jesús
llega a decir que en estos casos nos pongamos a saltar de gozo, y nos equipara a los profetas. Cf.
Mateo 5, 11 s.; Lucas 6, 22 ss.; Salmo 50, 14; Romanos 8, 31.

30. Una vez más, vemos el valor de la alabanza como instrumento de gratitud (Salmos 49,
14; 106, 22), en contraste con la mala lengua (cf. Santiago 3, 1 ss.).

31. “A la derecha”: Como su abogado defensor en el juicio (cf. I Juan 2, 1). Nótese la oposición
con el versículo 6. San Agustín dice aquí: “Satán se coloca al lado de Judas, que ambicionó acumular
riquezas; ¡en cambio, junto al pobre está Dios! Él es la riqueza del pobre.”
Salmo 109 (110) 13

Salmo 109 (110)


Triunfo de Cristo Rey y Sacerdote
1Salmo de David.
Oráculo de Yahvé a mi Señor: “Siéntate a mi diestra,
hasta que Yo haga de tus enemigos el escabel de tus pies.”

2 El cetro de tu poder lo entregará Yahvé (diciéndote):


1. “Breve por el número de las palabras, grande por el peso de las sentencias” (San Agustín),
este Salmo, paralelo del Salmo 2 y “el más célebre de todo el Salterio” (Vaccari), goza del privilegio
de haber sido interpretado por Jesús mismo (Mateo 22, 41-46). Después de señalar allí como autor
a David, de modo que nadie pudiese negarlo (Comisión Bíblica, 19 de mayo de 1910), el Señor
prueba con él a los judíos la divinidad de su Persona. Prueba también que el Padre le reservaba el
asiento a su diestra glorificándolo como Hombre (Salmo 2, 7 y nota) —según dice el Credo: “Subió
a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre”— y destaca sus derechos como Mesías Rey,
que Israel desconoció cuando Él vino y “los suyos no lo recibieron” (Juan 1, 11; cf. Isaías 35, 5 y
nota). Estos derechos los ejercerá cuando el Padre “le ponga a todos sus enemigos bajo sus pies
para reunirlo todo en Cristo, las cosas del cielo y las de la tierra” (Efesios 1, 10) y someterlo todo a
Él (versículo 2), en el día de su glorificación final (versículo 3), porque “al presente no vemos
todavía sujetas a Él todas las cosas” (Hebreos 2, 8; 10, 12-13; cf. Marcos 16, 11 y nota). No hay
pasaje, en todo el Antiguo Testamento que no sea tan citado en el Nuevo como este Salmo, y San
Pablo no se cansa de citarlo como mesiánico (1 Corintios 15, 24 ss.; Efesios 1, 20 ss.; Colosenses 3,
1; Hebreos 1, 3; 5, 6; 7, 17; 8, 1; 10, 12-13), porque el Mesías es aquí proclamado Hijo de Dios
(versículos 1 y 3), Rey futuro (versículos 2 y 3) y Sacerdote para siempre (versículo 4). Para cada
una de estas proclamaciones habla solemnemente Dios en Persona, es decir, el Padre, tres veces
sucesivas (versículos 1, 2, 4). En lo restante es David quien confirma la profecía explicando su
sentido. “A mi Señor”: A Cristo, al cual David llama proféticamente mi Señor (en hebreo “Adoní”:
cf. versículo 5 y nota) como a Hijo de Dios (Salmo 2, 7). Vano parece detenerse a mostrar que esto
no pudo dirigirse a Salomón, ni siquiera como “tipo” de Cristo, pues aquel “rey pacífico” nunca se
pareció en nada al formidable Guerrero que aquí vemos. “Siéntate a mi diestra”: Que esto no se
refiere al Verbo eterno antes de su Encarnación, sino a Cristo después de su Ascensión, consta de
muchos textos (Hechos 2, 34; 7, 55; Romanos 8, 34; Hebreos 1, 8; I Pedro 3, 22). Sentarlo a su
diestra como Hombre, equivale a otorgar a su Humanidad santísima la misma gloria que como
Verbo tuvo eternamente y que Él había pedido en Juan 17, 5. Cf. Salmo 2, 7 y nota. Hasta que Yo
ponga, etc.: Esto es, hasta que llegue la hora (Hebreos 10, 12 s.) en que el Padre se disponga a
decretar el triunfo definitivo del divino Hijo (versículos 2 y 3) que en su primera venida fue
humillado (versículo 7). Equivale al otro artículo del Credo, según el cual desde la diestra del Padre
“vendrá otra vez con gloria a juzgar a vivos y a muertos y su reinado no tendrá fin”.

2. Lo entregará Yahvé: Como lo anuncia Él en Salmo 2, 6: “Yo he constituido a mi Rey sobre
Sión mi santo monte”, diciendo luego a Cristo: “Pídeme y te daré en herencia las naciones y en
posesión los términos de la tierra” (Salmo 2, 8). “El Héroe está asociado a Dios con una intimidad
que hace pensar en la del Hijo del Hombre en Daniel 7, 13 s. y aun la sobrepuja por la precisión
con que está expresada” (Calès). Desde Sión impera, etc.: Así también Rembold, Ubach y otros.
Esta puntuación es más exacta que si dijera: “Lo entregará Yahvé desde Sión”: pues, como bien
dicen Calès, Lesétre y otros, “su imperio partirá desde Sión (Isaías 2, 3) y se extenderá sin límites,
sin que ningún adversario pueda resistirle”; y así acabamos de ver que en Salmo 2, 6 el Rey es
constituido sobre Sión y no desde Sión (cf. Miqueas 4, 1 ss.; Salmos 43, 3; 64, 2; 67, 16 s.; 75, 3;
131, 13, etc.). Es, como dice el Crisóstomo, una predicción de que un día Cristo someterá a su Reino
la totalidad de sus enemigos, los judíos (Romanos 11, 26 s.) y los gentiles (Salmo 71, 11).
Salmo 109 (110) 14
“Desde Sión impera en medio de tus enemigos.”

3Tuya será la autoridad en el día de tu poderío,


en los resplandores de la santidad;
Él te engendró del seno antes del lucero.
4Yahvé lo juró y no se arrepentirá:


3. El Texto Masorético está muy lastimado (algunos piensan que intencionalmente para
destruir la riqueza mesiánica de la profecía), siendo muchas las variantes que se proponen.
Felizmente se conserva el texto de los LXX, fundado en un hebreo mucho más antiguo que el
masorético, y a él podemos atenernos en estos casos. Como explica Teodoreto, el sentido de este
versículo es el mismo de Salmo 92, 2 (cf. nota), a saber: aunque Tú eres omnipotente, pues el Padre
te engendró igual a Él desde la eternidad, manifestarás ese poder cuando vengas para el juicio y
llenes de esplendor a tus santos. Tuya será la autoridad en el día, etc.: Literalmente: Contigo el
principado en el día, etc. La Vulgata tradujo principado por principio. El hebreo dice
aproximadamente: Tu pueblo (o los príncipes) presuroso estará contigo el día de tu fortaleza sobre
las santas montañas (cf. versículo 5; Zacarías 13, 9; Romanos 11, 25 ss.). Otros, en vez de fortaleza,
dicen llamado (cf. Salmo 88, 16 y nota). En vez de tu poderío, algunos vierten: tu nacimiento, pero,
aunque así lo anunció el ángel a María (Lucas 1, 32 s.), sabemos que “el primer advenimiento fue
en la humildad y despreciado” (Canon de Muratori, Ench. Patr. 268), y Aquel a quien los Magos
buscaron como el Rey de los judíos (Mateo 2, 2) de acuerdo con Miqueas 5, 2 (cf. Mateo 2, 6),
lejos estuvo de ejercer entonces tal reinado sobre su ingrato pueblo (ni menos esa violencia con las
naciones, descrita en los versículos 5 y 6). Así Él mismo lo declaró a Pilato sin perjuicio de confirmar
su dignidad real (Juan 18, 33-38). En los resplandores de la santidad (tuya), pues el Salmo es
esencialmente un elogio de Cristo mismo, y destaca de este modo el resplandor de su aspecto el
día de su venida en gloria, como lo mostró en la Transfiguración (cf. Marcos 9, 1 y nota). Otros
vierten: En los esplendores de tus santos (cf. Judas 14 y nota Filipenses 3, 20 s.; I Tesalonicenses 4,
16 s.). Bover-Cantera traduce: entre sagrada pompa; Prado: en fulgor santo. Él te engendró: Wutz,
Rembold y otros usan también aquí el verbo en tercera persona, lo cual, como dice Calès, queda
bien al contexto. Después de hablar el Padre en versículo 2 b, es el salmista quien habla en el
versículo 3. Mientras en el versículo 1 y en el Salmo 2, 7 se trata de la glorificación de Cristo Hombre
a la diestra del Padre, este texto, así vertido, alude a la generación eterna del Verbo, de donde se
deduce la divinidad de Jesucristo por identidad de su naturaleza con la del Padre (cf. Hebreos 1, 3;
Sabiduría 7, 26 y notas). Del seno. Otros: como Rey (Wutz); cual rocío (Bover-Cantera, Nácar-
Colunga, Prado). Rembold vierte así el último hemistiquio: El Señor te ungió Rey en los montes
santos (cf. Salmo 2, 6). Otros, según el Texto Masorético, leen así este final: En las bellezas de la
santidad desde el seno de la aurora: tú tienes el rocío de tu juventud, cosa, como se ve, demasiado
insegura frente al texto que adoptamos, sólidamente apoyado, como hemos visto, por el contexto
y los lugares paralelos. Sobre la procedencia divina de Jesús, cf. Isaías 4, 2; 7, 14; 9, 6; Miqueas 5,
2; Zacarías 13, 7, etc. Antes del lucero: Esto es, antes de toda creatura. Quizá podría verse en el
lucero una alusión a Satanás cuya derrota por el Mesías anuncia precisamente este Salmo. Es de
notar que fuera de algunas menciones intrascendentes en Job (11, 17 y 38, 32), el nombre de Lucero
(Lucifer) sólo se usa una vez más en el Antiguo Testamento: en Isaías 14, 12 donde es aplicado al
rey de Babilonia, figura de Satanás o en todo caso de la potestad anticristiana (cf. Jeremías 51, 53;
Apocalipsis 17 y 18). En cambio en el Nuevo Testamento ese mismo nombre (en griego Heósforos,
variante: Fósforos) es usado una sola vez (II Pedro 1, 19), con referencia a la Parusía de Cristo, el
cual había sido simbolizado por la Estrella de Jacob (Números 24, 17) y anunciado en su Nacimiento
por una estrella (Mateo 2, 2). En su segunda venida se llama a Sí mismo la Estrella Matutina
(Apocalipsis 22, 16), anunciando con ese nombre el galardón de su Reino (Apocalipsis 2, 28),
galardón que es Él mismo (Apocalipsis 22, 12).

4. San Pablo, en la Epístola a los Hebreos, es el gran intérprete de este Salmo y especialmente
de este pasaje, al que dedica casi íntegramente seis capítulos (de 4, 14 a 10, 25), citándolo
Salmo 109 (110) 15
“Tú eres Sacerdote para siempre a la manera de Melquisedec.”

5Mi Señor está a la diestra de (Yahvé).

constantemente para armonizarlo con el versículo 1 (Hebreos 5, 5-10; 6, 20; 7, 28; 8, 6; 10, 12 s.)
y también con Salmo 2, 7 (Hebreos 5, 5 s.), lo que muestra una vez más la correlación de ambos
oráculos. Revela así maravillosamente el celestial sacerdocio de Cristo, que no se arrogó Él, sino
que esperó a que el Padre se lo diera con el juramento que aquí vemos (Hebreos 5, 4-6; 7, 17 y
28; 8, 6). Y así “una vez perfeccionado (por su Pasión) vino a ser causa de sempiterna salud para
todos los que le obedecen, siendo constituido por Dios Sumo Sacerdote a la manera de
Melquisedec” (Hebreos 5, 9 s.; 6, 20), es decir, con un sacerdocio para siempre porque su vida es
indestructible (Hebreos 7, 16), dado que Él, resucitado, ya no puede morir como morían los demás
sacerdotes (Hebreos 7, 23). Él permanece para siempre (Hebreos 7, 24; Romanos 6, 9; I Timoteo
6, 16; Apocalipsis 1, 18) y vive para interceder por nosotros (Hebreos 7, 25; 9, 24), “sentado a la
diestra del Padre” (versículos 1 y 5; Hebreos 8, 1) como Ministro del Santuario celestial (Hebreos
8, 2; 9, 11 y 24) y Mediador del Testamento nuevo (cf. Hebreos 8, 6-13; 9, 15; 10, 15-18), lo cual
exigía la previa muerte del testador (Hebreos 9, 16 s.; cf. Hechos 3, 22 y nota); y como el sacerdocio
requiere víctima que ofrecer (Hebreos 8, 3), Él ofrece su Sangre (Hebreos 9, 14), pues “como Sumo
Sacerdote de los bienes venideros... por la virtud de su propia sangre entró una vez para siempre
en el Santuario, después de haber obtenido redención eterna” (Hebreos 9, 11-12). Por lo cual
“hemos sido santificados una vez para siempre por la oblación del Cuerpo de Jesucristo” (Hebreos
10, 10), quien, “ofreciendo por los pecados un solo sacrificio” (Hebreos 10, 12), a diferencia de los
antiguos sacerdotes que sacrificaban víctimas cada día, “para siempre está sentado a la diestra de
Dios aguardando lo que resta para que sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies” (Hebreos
10, 12-13). Muestra en fin el Apóstol a los Hebreos, cuán grande es la significación de este versículo
que él llama “juramento posterior a la Ley” (Hebreos 7, 28) y merced al cual tenemos “confiado
acceso al Santuario celestial” (Hebreos 10, 19) para recurrir al “gran Sacerdote establecido sobre la
casa de Dios” (Hebreos 10, 21), al cual, dice, “lleguémonos con corazón sincero, en plenitud de fe”
(Hebreos 10, 22) y caridad de unos con otros (ibíd. 24) y “confesión de nuestra esperanza” en su
gloriosa venida (ibíd. 23 y 25). A la manera de Melquisedec (así también Vaccari, Bover-Cantera,
Cales, Wutz, Ubach, Sánchez Ruiz, etc.). Véase sobre esto Hebreos 7, 1 ss., donde San Pablo muestra
la admirable figura de Cristo que fue Melquisedec, sacerdote y rey (Génesis 14, 18; cf. Zacarías 6,
12 s.; Ezequiel 44, 3; 45, 15 ss. y 22 ss.; 46, 2 ss.) de Salem o Jerusalén (Salmo 86, 3 y nota), de paz
(cf. Salmo 45, 10; Isaías 11, 6-9) y de justicia (cf. Salmo 71, 2 y 7; Isaías 32, 1; Jeremías 23, 5 ss.; 33,
15 ss.). Su sacerdocio fue distinto del de Aarón, no obstante las promesas hechas a éste y a sus
descendientes (Éxodo 40, 12 s.; Números 25, 13; Eclesiástico 45, 19; cf. Salmos 105, 30; 117, 2),
porque ellos murieron, en tanto que Melquisedec “vive” (Hebreos 7, 8) y “permanece sacerdote a
perpetuidad” (ibíd. versículo 3). Sobre sacerdocio cf. Eclesiástico 24, 14; Hebreos 8, 4; I Pedro 2,
9; Apocalipsis 1, 6; 5, 10.

5. El Hijo está hoy a la diestra del Padre como en el versículo 1, ejerciendo su Sacerdocio
(versículo 4) en una continua intercesión por nosotros (Hebreos 7, 24 s.), a la espera de que el
Padre le cumpla la promesa del versículo 2 (Hebreos 10, 12 s.), para cumplir Él a su vez las hazañas
del versículo 6. Leemos, pues, al principio Adoní (mi Señor) y no Adonai (el Señor), lo mismo que
Ubach, Wutz, Calès y otros porque, como muy bien lo dice este último, “es el Mesías quien está a
la diestra de Yahvé, de igual modo que en el versículo 1 s., y quien realiza lo que se expresa por los
verbos de los versículos 5-7. No hay otra solución posible para el versículo 7, porque no es Dios
Padre quien bebe del torrente en el camino. Y por lo tanto tampoco es Él quien ejecuta los actos
enumerados en los versículos 5 y 6, a menos de admitirse una incoherencia (cf. Mateo 26, 64; Lucas
22, 69). Destrozará, etc.: algunos vierten: “destroza”, etc., poniendo los verbos en presente
profético (cf. Salmos 2, 9; 44, 4-6; 67, 22), En el día de su ira, esto es, de la ira del Cordero
(Apocalipsis 6, 16). Cf. versículo 6; Sofonías 1, 14 ss.; Mateo 23, 41; Romanos 2, 5 y 8; II
Tesalonicenses 1, 7-10. Como observan los comentadores, este juicio, en el cual no se alude a la
suerte de los justos, es descrito con los caracteres de una batalla terrible, donde el Mesías no
Salmo 109 (110) 16
En el día de su ira destrozará a los reyes.
6Juzgará las naciones, amontonará cadáveres,

aplastará la cabeza de un gran país.


7Beberá del torrente en el camino;

por eso erguirá la cabeza.

economiza sus fuerzas pero en la que obtiene también un triunfo deslumbrante. Cf. Apocalipsis 16,
14 y 16; 17, 14; 19, 19.

6. Juzgará: Otros vierten: hará justicia. Sobre el significado de esta expresión véase los Salmos
92-99; 100, 2 y nota. Cf. Salmo 88, 28; Apocalipsis 11, 15. Las naciones: literalmente: los gentiles,
como en el Salmo 2, 8 (cf. Ezequiel 30, 3; Daniel 2, 45; Lucas 21, 24; Romanos 11, 25). Amontonará
cadáveres: También en esta violencia concuerda con el Salmo 2, 9. Cf. Salmo 110, 7; Joel 3, 9-17;
Zacarías 14, 1-4; Mateo 25, 32; Lucas 19, 27; Apocalipsis 19, 11-21 s. La cabeza: Así literalmente y
en singular. El sentido parece ser: al jefe, como leen algunos, refiriéndose al Anticristo. Cf. versículo
5 y nota; Salmo 149, 6-9; Apocalipsis 2, 27; 19, 15. Rembold vierte así: Juzgará a los gentiles inflados
de soberbia.

7. Los Santos Padres han visto en este versículo el contraste entre ambas venidas del Mesías
(cf. versículo 3 y nota), o sea, entre este gran triunfo anunciado a Cristo Rey y el supremo
rebajamiento de su Encarnación (cf. Filipenses 2, 7 s. y nota) y de su Pasión, en la cual, para ir del
Cenáculo a Getsemaní, atravesó y quizá bebió del torrente Cedrón (Juan 18, 1), como lo había
hecho, en un momento semejante, el mismo David, que tantas veces fue figura de Él (II Reyes 15,
23). Cf. Isaías 61, 1 s. y nota. Los modernos tienden a interpretar este pasaje en el sentido de que
el Héroe divino, como los guerreros de Gedeón (Jueces 7, 5 s.), apenas beberá un sorbo de agua
al pasar, no dándose tregua ni retirándose a descansar hasta el completo aniquilamiento de los
enemigos. Entonces, cuando no existan ya los que dijeron como en la parábola: “No queremos
que éste reine sobre nosotros” (Lucas 19, 14 y 27), lo veremos a nuestro amable Rey, que tiene “un
Nombre sobre todo nombre” (Filipenses 2, 9), levantar triunfante para siempre la sagrada Cabeza
que nosotros coronamos de espinas (Juan 19, 2 s.) y que los ángeles adoraron (Juan 20, 7). Lo
veremos y lo verán todos (Apocalipsis 1, 7), aun los que le traspasaron (Zacarías 12, 10; Juan 19,
37) y celebrarán su triunfo los ángeles, que están deseando ver aquel día (I Pedro 1. 7-12).


Catequesis del Papa San Juan Pablo II (I) (Salmo 109, 1-5. 7)
El Mesías, Rey y Sacerdote
Segundas Vísperas del domingo de la semana I
1. Hemos escuchado uno de los Salmos más famosos en la historia de la cristiandad. El Salmo
109, que la Liturgia de las Vísperas nos propone cada domingo, es citado repetidamente por el
Nuevo Testamento. De manera particular se aplican a Cristo los versículos 1 y 4, siguiendo la antigua
tradición judía, que había transformado este himno de canto real davídico en Salmo mesiánico.
La popularidad de esta oración se debe también a su recitación constante en las Vísperas del
domingo. Por este motivo, el Salmo 109, en la versión latina de la «Vulgata», ha sido objeto de
numerosas y espléndidas composiciones musicales que han salpicado la historia de la cultura
occidental. La liturgia, según la praxis elegida por el Concilio Vaticano II, ha recortado del texto
original hebreo del Salmo, que por cierto sólo tiene 63 palabras, el violento versículo 6. Recalca la
tonalidad de los «Salmos de imprecación» y describe al rey judío cuando avanza en una especie de
campaña militar, aplastando a sus adversarios y juzgando a las naciones.
2. Dado que tendremos la oportunidad de volver a meditar en otras ocasiones sobre este
Salmo, por el frecuente uso que hace de él la Liturgia, nos contentaremos por el momento con
ofrecer una mirada de conjunto.
En él se pueden distinguir con claridad dos partes. La primera (Cf. versículos 1-3) contiene un
oráculo dirigido por Dios a quien el Salmista llama «mi Señor», es decir, al rey de Jerusalén. El
oráculo proclama la entronización del descendiente de David «a la derecha» de Dios. El Señor, de
hecho, se le dirige con estas palabras: «siéntate a mi derecha» (versículo 1). Probablemente nos
Salmo 109 (110) 17

encontramos ante la referencia a un rito, según el cual, el elegido se sentaba a la derecha del Arca
de la Alianza para recibir el poder de gobierno del rey supremo de Israel, es decir, del Señor.
3. Como telón de fondo se perciben fuerzas hostiles, neutralizadas por una conquista victoriosa:
los enemigos son representados a los pies del soberano, que camina solemnemente entre ellos,
rigiendo el cetro de su autoridad (Cf. versículos 1-2). Ciertamente es el reflejo de una situación
política concreta, que se daba en los momentos del paso de poder de un rey a otro, con la rebelión
de algunos subalternos y con intentos de conquista. Pero el texto hace referencia a un
enfrentamiento de carácter general entre el proyecto de Dios, que actúa a través de su elegido, y
los designios de quienes quisieran afirmar un poder hostil y prevaricador. Se da el eterno
enfrentamiento entre el bien y el mal, que tiene lugar en las vicisitudes históricas, a través de las
cuales Dios se manifiesta y nos habla.
4. La segunda parte del Salmo contiene, sin embargo, un oráculo sacerdotal, que también tiene
por protagonista al rey davídico (Cf. versículos 4-7). Garantizada por un solemne juramento divino,
la dignidad real abarca también la sacerdotal. La referencia a Melquisedec, rey-sacerdote de Salem,
es decir, la antigua Jerusalén (Cf. Génesis 14), busca justificar quizá el sacerdocio particular del rey
junto al sacerdocio oficial levítico del templo de Sión. Es sabido, además, que la Carta a los Hebreos
se basará precisamente en este oráculo --«Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec»
(Salmo 109, 4)-- para ilustrar el perfecto y particular sacerdocio de Jesucristo.
Examinaremos después más a fondo el Salmo 109, con un análisis de cada uno de los versículos.
5. Como conclusión, sin embargo, queremos volver a leer el versículo inicial del Salmo con el
oráculo divino: «siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies». Lo haremos con
Máximo de Turín (siglo IV-V), quien en su Sermón sobre Pentecostés hace este comentario: «Según
nuestra costumbre, el trono se ofrece a quien, tras haber realizado una empresa, al llegar vencedor,
merece sentarse en un puesto de honor. Del mismo modo, el hombre Jesucristo, al vencer con su
pasión al diablo, abriendo con su resurrección los reinos bajo tierra, llegando victorioso al cielo, al
haber realizado una empresa, escucha de Dios Padre esta invitación: “Siéntate a mi derecha”. No
hay por qué sorprenderse por el hecho de que el Padre le ofrezca el trono al Hijo, que por
naturaleza es de la misma sustancia del Padre... El Hijo se sienta a la derecha porque, según el
Evangelio, están las ovejas, mientras que a la izquierda están los cabritos. Es necesario, por tanto,
que el primer Cordero esté en el lugar de las ovejas y que su Cabeza inmaculada tome posesión
con anticipación del lugar destinado al rebaño inmaculado que le seguirá» (40,2: «Scriptores circa
Ambrosium», IV, Milano-Roma 1991, p. 195).

Catequesis del Papa San Juan Pablo II (II) (Salmo 109, 1-5. 7)
El Mesías, Rey y Sacerdote
Segundas Vísperas del domingo de la semana II
1. Tras las huellas de una antigua tradición, el Salmo 109, que acabamos de proclamar,
constituye el componente primario de las Vísperas dominicales. Aparece en cada una de las cuatro
semanas en las que se articula la Liturgia de las Horas. Su brevedad, acentuada por la exclusión en
el uso litúrgico cristiano del versículo 6, de carácter imprecatorio, no implica una ausencia de
dificultades exegéticas e interpretativas. El texto se presenta como un salmo real, ligado a la dinastía
de David, y probablemente hace referencia al rito de entronización del soberano. Sin embargo, la
tradición judía y cristiana ha visto en el rey consagrado el perfil del Consagrado por excelencia, el
Mesías, el Cristo. Desde esta perspectiva, el Salmo se convierte en un canto luminoso elevado por
la Liturgia cristiana al Resucitado en el día festivo, memoria de la Pascua del Señor.
2. El Salmo 109 tiene dos partes, ambas caracterizadas por la presencia de un oráculo divino.
El primer oráculo (Cf. versículos 1-3) está dirigido al soberano en el día de su entronización solemne
a la «derecha» de Dios, es decir, junto al Arca de la Alianza en el templo de Jerusalén. La memoria
de la «generación» divina del rey formaba parte del protocolo oficial de su coronación y tenía para
el rey un valor simbólico de investidura y de tutela, al ser el rey lugarteniente de Dios en la defensa
de la justicia (Cf. versículo 3).
Salmo 110 (111) 18

Salmo 110 (111)


Memorables son las obras del Señor
1
¡Hallelú Yah!
Quiero honrar a Yahvé con todo mi corazón,
en el coro de los justos y en la asamblea.

En la relectura cristiana, esta «generación» se hace real al presentar a Jesucristo como auténtico
Hijo de Dios. Así sucedió en el uso cristiano de otro famoso salmo regio-mesiánico, el segundo del
Salterio, en el que se lee este oráculo divino: «Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy» (Salmo 2,
7).
3. El segundo oráculo del Salmo 109 tiene, por el contrario, un contenido sacerdotal (Cf.
versículo 4). El rey también desempeñaba antiguamente funciones de culto, no según la línea del
sacerdocio levítico, sino según otra relación: la del sacerdocio de Melquisedec, el rey-sacerdote de
Salem, Jerusalén pre-israelita (Cf. Génesis 14,17-20).
En la perspectiva cristiana, el Mesías se convierte en el modelo de un sacerdocio perfecto y
supremo. La Carta a los Hebreos, en su parte central, exaltará este ministerio sacerdotal «a
semejanza de Melquisedec» (5, 10), viéndolo encarnado en plenitud en la persona de Cristo.
4. El primer oráculo es citado en varias ocasiones por el Nuevo Testamento para celebrar el
carácter mesiánico de Jesús (Cf. Mateo 22, 44; 26,64; Hechos 2, 34-35; 1 Corintios 15, 25-27;
Hebreos 1,13). El mismo Cristo ante el sumo sacerdote y ante el Sanedrín judío retomará
explícitamente este Salmo, proclamando que se sentará «a la diestra del Poder» divino, como se
dice en el Salmo 109, 1 (Marcos 14,62; Cf. 12, 36-37).
Para concluir nuestra breve presentación de este himno mesiánico queremos subrayar su
interpretación cristológica.
5. Lo hacemos con una síntesis de san Agustín. En el «Comentario al Salmo 109», pronunciado
en la Cuaresma del año 412, presentaba el Salmo como una auténtica profecía de las promesas
divinas sobre Cristo. El famoso padre de la Iglesia decía: «Era necesario conocer al único Hijo de
Dios, que vendría entre los hombres para asumir al hombre y para convertirse en hombre a través
de la naturaleza asumida: moriría, resucitaría, ascendería al cielo, se sentaría a la derecha del Padre
y cumpliría entre las gentes lo que había prometido… Todo esto debía ser profetizado y
preanunciado para que no atemorizara a nadie si acontecía de repente, sino que, siendo objeto de
nuestra fe, lo fuese también de una ardiente esperanza. En el ámbito de estas promesas se enmarca
este Salmo, que profetiza en términos particularmente seguros y explícitos a nuestro Señor y
Salvador Jesucristo, en quien no podemos dudar ni siquiera un momento que haya sido anunciado
el Cristo» («Comentarios a los Salmos», «Esposizioni sui Salmi», III, Roma 1976, pp. 951.953).
6. Dirigimos ahora nuestra invocación al Padre de Jesucristo, único rey y sacerdote perfecto y
eterno, para que haga de nosotros un pueblo de sacerdotes y de profetas de paz y de amor, un
pueblo que cante a Cristo rey y sacerdote, quien se inmoló para reconciliar consigo, en un solo
cuerpo, a toda la humanidad, creando al hombre nuevo (Cf. Efesios 2, 15-16).


1. En hebreo este Salmo y el siguiente son acrósticos: cada hemistiquio o medio versículo
comienza sucesivamente con una letra del alefato (alfabeto hebreo). En griego el epígrafe sobre
Ageo y Zacarías que lleva el Salmo 111, figura también agregado en algunos manuscritos de éste, y
en general se cree, como San Juan Crisóstomo, que ambos Salmos se corresponden, si bien hay
divergencias en la interpretación, pues unos piensan sólo en la historia antigua de Israel; otros
toman sus bendiciones como si se dieran por cumplidas al retorno de Babilonia, y otros ven aquí
realizadas, en presente profético, las bendiciones mesiánicas. De todos modos, el salmista, hablando
en nombre de Israel, pone de relieve los prodigios que Dios hizo en favor de su pueblo. El coro de
los justos: Gramática lo compara con Salmos 21, 26; 149, 1.
Salmo 110 (111) 19
2
Grandes son las obras de Yahvé:
escudríñenlas los que las disfrutan.
3Su obrar es todo majestad y esplendor,

y su justicia permanece para siempre.


4Hizo sus maravillas

para ser recordadas.

Yahvé es benigno y compasivo;


5Él da alimento a los que le temen;

para siempre se acordará de su alianza.


6A su pueblo ha mostrado el poder de sus obras,

dándole la herencia de las naciones.


7Fieles y justas son las obras de sus manos.

Sus preceptos son todos infalibles,


8establecidos por los siglos, para siempre,

dictados con firmeza y justicia.


9Él ha enviado la redención a su pueblo,

ha ratificado su alianza para siempre;


santo y terrible es su Nombre.


2. Los que las disfrutan parece más exacto que los que se complacen en ellas, o: los que las
aman. Dios no hace sus maravillas para que las olvidemos (versículo 4), pues lo que quiere con ellas
es ganarse la libre inclinación de nuestro corazón hacia Él. ¡Es lo único que con ser Dios no posee!
Nada más justo, pues, que quienes recibimos de Él tales dones no los olvidemos (véase sobre esto
el admirable Salmo 102, 2 ss.), ni los usemos con la indiferencia de quien se cree con derecho a
recibirlos como un tributo de un vasallo, sino que nos tomemos el trabajo de pensar en ellos e
investigarlos (cf. Salmos 62, 7; 142, 5 y notas).

3. Para siempre: Cf. Salmo 116, 2.

5. El texto de la Vulgata (versículos 4-5), algo distinto del presente, se usa en la bendición de
la mesa (véase Hechos 2, 46 y nota). Cf. Salmo 103, 21; I Timoteo 4, 3-5. Da alimento a los que le
temen: Sin duda dio también maná en el desierto, pero fue a todos (cf. Éxodo 16; Números 11) y
no sólo a los que le temen (véase Mateo 5, 45; Lucas 6, 35). Se trata aquí de mayores promesas y
de una alianza ya confirmada para siempre (versículos 2 y 9).

6 ss. También aquí parece tratarse de algo más que de Canaán, del Sinaí (versículo 8) y de la
salida de Egipto o de Babilonia (versículo 9). La herencia de las naciones: La tierra de los pueblos
gentiles. Cf. 5. 2, 8; 109, 6 y nota; Génesis 13, 14 s.; 15, 18; Jeremías 3, 18 s.; Ezequiel 36, 12; 47,
13 ss.; Daniel 7, 27; Hechos 7, 5; Hebreos 11, 8. Fillion señala en Ezequiel 47, 13 ss. “las fronteras
de la comarca que el pueblo de Dios, regenerado y transformado poseerá como una preciosa
herencia”. Fieles y justas (versículo 7): Cf. Apocalipsis 15, 3.

9. Redención a su pueblo: Hay aquí un acto definitivo de trascendencia universal, cuyo efecto
alcanza a los gentiles, “Las diversas liberaciones del pueblo de Israel eran como el preludio y la
garantía de la liberación suprema que había de realizar el Mesías” (Prado). Gramática concuerda
esto con las palabras del ángel en Mateo 1, 21 y las del Benedictus en Lucas 1, 68. Su alianza para
siempre: Véase Salmo 104, 8 y nota; cf. Jeremías 31, 31 ss. y Hebreos 8, 8 ss. Terrible: Cf. Salmo
75, 13.
Salmo 110 (111) 20
10
El principio de la sabiduría es el temor de Yahvé.
Prudentes son todos los que lo adoran,
Su alabanza permanece para siempre.


10. “El temor es el principio de la sabiduría, mas la caridad es su perfección” (San Agustín).
Cf. Proverbios 1, 7; 9, 10; Romanos 4, 15; 13, 10; I Juan 4, 17 s. El santo temor o temor filial es un
don del Espíritu Santo (Isaías 11, 3), por el cual, conociendo nuestra miseria, tememos ofender al
Padre que tanto nos ama. Lo que más hemos de mirar “con temor y temblor”, como enseña San
Pablo, es el olvido de que “Dios es quien obra en nosotros el querer y el ejecutar” (Filipenses 2, 12-
13), para no caer en la soberbia presunción de que somos capaces de algo por nosotros mismos (II
Corintios 3, 5). En cambio, el otro temor, el miedo, que aparta de Dios porque desconfía de su
bondad, ese temor puramente servil, nace de la fe informe, dice Santo Tomás, porque la fe viva
obra por amor (Gálatas 5, 6) y éste excluye el miedo (I Juan 4, 18). Cf. Salmo 111, 1 y nota.
Prudentes, etc.: Esto es, la prudencia no está, como enseña el mundo, en confiar en sí mismo (cf.
Lucas 10, 21), sino al contrario en buscarlo a Él. Su alabanza: La de su Nombre, que un día
cantaremos para siempre. Cf. Salmos 95, 2; 97, 1 s.; 149, 6; 150, 1 ss.


Catequesis del Papa Benedicto XVI
Grandes son las obras del Señor
Segundas Vísperas del domingo de la semana III
Queridos hermanos y hermanas:
1. Hoy sentimos un fuerte viento. El viento en la Sagrada Escritura es símbolo del Espíritu Santo.
Esperamos que el Espíritu Santo nos ilumine ahora en la meditación del Salmo 110 que acabamos
de escuchar. En este Salmo se encuentra un himno de alabanza y de acción de gracias al Señor por
sus muchos beneficios que hacen referencia a sus atributos y a su obra de salvación: se habla de
piedad, de clemencia, de justicia, de fuerza, de verdad, de rectitud, de fidelidad, de alianza, de
maravillas memorables, incluso del alimento que ofrece y, al final, de su nombre glorioso, es decir,
de su persona. La oración es, por tanto, contemplación del misterio de Dios y de las maravillas que
realiza en la historia de la salvación.
2. El Salmo comienza con el verbo de acción de gracias que se eleva no sólo del corazón del
orante, sino también de toda la asamblea litúrgica (Cf. versículo 1). El objeto de esta oración, que
comprende también el rito de acción de gracias, se expresa con la palabra «obras» (Cf. versículos
2.3.6.7). Indican las intervenciones salvadoras del Señor, manifestación de su «justicia» (Cf. versículo
3), término que en el lenguaje bíblico indica ante todo el amor que genera salvación.
Por tanto, el corazón del Salmo se transforma en un himno a la alianza (Cf. versículos 4-9), a
ese lazo íntimo que une a Dios con su pueblo y que comprende una serie de actitudes y de gestos.
De este modo dice que es «piadoso y clemente» (Cf. versículo 4), siguiendo la estela de la gran
proclamación del Sinaí: «Señor, Señor, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en
amor y fidelidad» (Éxodo 34, 6).
La piedad es la gracia divina que envuelve y transforma al fiel, mientras que la clemencia se
expresa en el original hebreo con un término característico que hace referencia a las «entrañas»
maternas del Señor, que son todavía más misericordiosas que las de una madre (Cf. Isaías 49, 15).
3. Este lazo de amor comprende el don fundamental del alimento y, por tanto, el de la vida
(Cf. Salmo 110, 5) que, en la interpretación cristiana, se identificará con la Eucaristía, como dice san
Jerónimo: «Como alimento nos dio el pan bajado del cielo: si somos dignos, ¡alimentémonos! »
(«Breviarium in Psalmos», 110: PL XXVI, 1238-1239).
Luego está el don de la tierra, «la heredad de los gentiles» (Salmo 110, 6), que hace alusión al
gran acontecimiento del Éxodo, cuando el Señor se revela como el Dios de la liberación. La síntesis
central de este canto hay que buscarla, por tanto, en el tema del pacto especial entre el Señor y su
pueblo, como afirma lapidariamente el versículo 9: «ratificó para siempre su alianza».
4. El Salmo 110 queda sellado al final por la contemplación del rostro divino, de la persona del
Señor, expresada a través de su «nombre» santo y trascendente. Citando después un dicho sapiencial
Salmo 111 (112) 21

Salmo 111 (112)


Bienaventuranzas del justo
1¡Hallelú Yah!
Dichoso el hombre que teme a Yahvé,
en sus preceptos halla el sumo deleite.
2Su descendencia será poderosa sobre la tierra;

la estirpe de los rectos es bendecida.

(Cf. Proverbios 1, 7; 9, 10; 15, 33), el salmista invita a todo fiel a cultivar el «temor del Señor»
(Salmo 110, 10), inicio de la auténtica sabiduría. Bajo este término no se esconde el miedo y el
terror, sino el respeto serio y sincero, que es fruto del amor, la adhesión genuina y operante al Dios
liberador. Y, si la primera palabra del canto era la de acción de gracias, la última es de alabanza:
como la justicia salvífica del Señor «dura para siempre» (versículo 3), de este modo la gratitud del
orante no cesa, resuena en la oración que «dura por siempre» (versículo 10). Resumiendo, el Salmo
nos invita al final a descubrir todo lo bueno que el Señor nos da cada día. Nosotros vemos más
fácilmente los aspectos negativos de nuestra vida. El Salmo nos invita a ver también lo positivo, los
muchos dones que recibimos, y así encontrar la gratitud, pues sólo un corazón agradecido puede
celebrar dignamente la liturgia de la acción de gracias, la Eucaristía.
5. Al concluir nuestra reflexión, quisiéramos meditar con la tradición eclesial de los primeros
siglos cristianos en el versículo final con su famosa declaración repetida en otros pasajes de la Biblia
(Cf. Proverbios 1,7): «Primicia de la sabiduría es el temor del Señor» (Salmo 110,10).
El escritor cristiano Barsanufio de Gaza (activo en la primera mitad del siglo VI) lo comenta así:
«¿Acaso el principio de sabiduría no es abstenerse de todo aquello que desagrada a Dios? Y, ¿cómo
puede uno abstenerse si no es evitando hacer algo sin haber pedido consejo, o no diciendo lo que
no hay que decir, o considerándose a sí mismo loco, tonto, despreciable y que no vale nada?»
(«Epistolario», 234: «Collana di testi patristici», XCIII, Roma 1991, pp. 265-266).
Juan Cassiano, quien vivió entre los siglos IV y V, prefería precisar, sin embargo, que «hay
mucha diferencia entre el amor, al que no le falta nada y es el tesoro de la sabiduría y de la ciencia,
y el amor imperfecto, denominado “inicio de la sabiduría”; éste, al tener en cuenta la idea del
castigo, queda excluido del corazón de los perfectos para alcanzar la plenitud del amor»
(«Conferencias a los monjes» --«Conferenze ai monaci»--, 2, 11, 13: «Collana di testi patristici», CLVI,
Roma 2000, p. 29). De este modo, en el camino de nuestra vida hacia Cristo, al temor servil que
se da al inicio le sustituye un temor perfecto, que es amor, don del Espíritu Santo.


1. El epígrafe Del regreso de Ageo y Zacarías que se encuentra aquí —más que en el Salmo
anterior—, en el griego, y también en la Vulgata (cf. Salmo 145, 1), probablemente sólo quiere decir
que Ageo y Zacarías hicieron uso de él después del regreso del cautiverio. Aunque aparece como
gemelo del Salmo 110, el presente tiene más bien carácter didáctico sapiencial y recuerda con
frecuencia el Salmo 36. En todo caso puede decirse que el 110 muestra la benignidad de Dios para
con su pueblo y la fidelidad en sus grandes promesas, en tanto que el presente muestra al hombre
justo, fiel a Dios y misericordioso con su prójimo. Este versículo 1 coincide con Salmo 110, 10 y
confirma la interpretación allí señalada. El sumo deleite: Sobre esta insuperable promesa véase
Salmos 36, 4; 85, 11; 88, 16 y notas. Todo el Salmo 118 es un solo canto de amor a la Palabra de
Dios como el gran secreto de nuestra felicidad (cf. Salmo 1, 1 ss.).

2. Sobre la tierra: Tales son habitualmente las promesas a Israel. Cf. Salmos 24, 13; 36, 9, 26
y 29; 101, 29. 3. Su justicia (cf. 110, 3 b): Bover-Cantera vierte: su munificencia, otrosí su salud o
recompensa. Véase Job 31, 24; Salmo 36, 25; Proverbios 3, 16; Eclesiástico 31, 8, etc. Estas
bendiciones, aun en bienes materiales, son precisamente para los que no ponen su corazón en ellos
(Isaías 58, 3; Lucas 6, 24; Santiago 5, 1 ss.; I Timoteo 6, 7-19).
Salmo 111 (112) 22
3
En su casa hay bienestar y abundancia,
y su justicia permanece para siempre.
4Para los rectos brilla una luz en las tinieblas:

el Clemente, el Misericordioso, el Justo.

5 Bien le va al hombre que se compadece y presta;


reglará sus negocios con discreción;
6nunca resbalará;

el justo quedará en memoria eterna.


7
No temerá malas nuevas;
su corazón está firme, confiado en Yahvé.
8Su ánimo es constante, impávido,

hasta ver confundidos a sus adversarios.


9Distribuye y da a los pobres largamente;

su justicia permanece para siempre,


4. Los rectos, o sea, los sencillos sin doblez, ven la luz aun entre las tinieblas del mundo (Salmo
36, 6; Sabiduría 1, 1; Mateo 5, 8; Lucas 10, 21) hasta que brille del todo como en Salmo 96, 11 (cf.
Miqueas 7, 8; II Pedro 1, 19). Esta luz que las tinieblas no podrán ocultar (Juan 1, 5) es el mismo
“Yahvé clemente y misericordioso” (Salmo 110, 4 b), que hoy se ha revelado para nosotros
(Hebreos 1, 1 ss.) en Aquel que dijo: “Yo soy la luz del mundo” (cf. Juan 1, 9; 3, 19; II Timoteo 1,
10). El Clemente, el Misericordioso, el Justo es el divino Padre y, como Él, su Hijo hecho Hombre,
Cristo (Isaías 9, 6; Malaquías 4; 2; Hechos 4, 12). Otros vierten: clemente y misericordioso es el
justo, y lo aplican a este mismo hombre recto que se hace imitador de la misericordia del Padre (cf.
Salmo 110, 4; Lucas 6, 36) y brilla así como una luz para los otros (Mateo 5, 14 ss.).

5 s. Con discreción: Tal parece ser el verdadero sentido de este versículo. Según ello, el buen
éxito en los negocios temporales no será del que los maneja con mezquino rigor, sino del liberal y
generoso, el cual nunca resbalará (versículo 6). Es lo que expresa el adagio popular: “La codicia
rompe el saco.”

7 s. Meditemos en la felicidad que aquí se nos propone: no temer nunca una mala noticia
sabiendo que el Padre nos cuida (Salmo 22); y, aun cuando los enemigos parezcan triunfar, esperar
tranquilos hasta que caigan, seguros de que caerán (cf. Salmos 29; 34; 36; 108); lo cual no nos
impedirá rogar por ellos como quiere nuestro Señor (cf. versículo 4; Mateo 5, 43-48). Dios nos
ofrece esto muchas veces (Salmos 3, 7; 26, 1 ss.; 36, 7 ss.; 90, 7; 118, 165; Romanos 8, 31, etc.) y
sólo pide que le creamos de veras. Lo que nos traiciona, lo que nos falla es siempre el corazón. ¡Y
aquí se nos asegura que no fallará, que estará siempre bien dispuesto! Pero ¿cuántos pueden
gloriarse de tener esta confianza? Por tanto, nuestro examen de conciencia ha de empezar siempre
por ver si tenemos fe viva, sin la cual “es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11, 6). De ella nos
vendrá el amor, que es lo que nos hará piadosos y justos (Salmo 110, 10 y nota). Cf. Juan 14, 23 s.
y nota.

9 s. Su justicia, etc.: Repite como estribillo el versículo 3 b. Adviértase el contraste entre las
dos clases de hombres: los que cumplen con la limosna alegremente hasta el derroche (II Corintios
9, 7; Filemón 14; Eclesiástico 35, 11; cf. Misa de San Lorenzo y de varios santos) y aquellos otros
(versículo 10) que ni lo hacen ni pueden soportar que los primeros sigan la buena doctrina. Esto
nos explica cómo los cerdos de que habla Jesús, no sólo pisan las perlas, sino que despedazan al
que se las da (Mateo 7, 6). Cf. Salmos 34, 16; 36, 12. Este mismo crujir de dientes será su eterno
suplicio, mientras los amigos de Dios gozan de su Reino (Lucas 13, 28). Véase el célebre cuadro que
se pinta de ambos en Sabiduría 5, 1 ss.
Salmo 111 (112) 23
su triunfo será exaltado con gloria.
10Lo verá el impío y se enfurecerá,

se consumirá rechinando los dientes.


Estéril será la envidia de los pecadores.


Catequesis del Papa Benedicto XVI
Felicidad del justo
Segundas Vísperas del domingo de la semana IV
1. Después de haber celebrado ayer la solemne fiesta de Todos los Santos del cielo, recordamos
hoy a los fieles difuntos. La liturgia nos invita a rezar por nuestros seres queridos fallecidos,
dirigiendo la mirada al misterio de la muerte, herencia común de todos los hombres.
Iluminados por la fe, contemplamos el enigma humano de la muerte con serenidad y esperanza.
Según la Escritura, de hecho, no es un final, sino más bien un nuevo nacimiento, el paso obligado
por el que pueden alcanzar la vida en plenitud quienes conforman su existencia terrena según las
indicaciones de la Palabra de Dios.
El salmo 111, composición de carácter sapiencial, nos presenta la figura de estos justos, que
temen al Señor, reconocen su trascendencia y adhieren con confianza y amor a su voluntad, en
espera de encontrarse con Él después de la muerte.
A estos fieles les está reservada una «bienaventuranza»: «Dichoso quien teme al Señor» (versículo
1). El salmista especifica después en qué consiste este temor: se manifiesta en la docilidad a los
mandamientos de Dios. Declara dichoso a quien «ama de corazón sus mandatos», encontrando en
ellos alegría y paz.
2. La docilidad a Dios es, por tanto, origen de esperanza y de armonía interior y exterior. La
observancia de la ley moral es manantial de profunda paz de la conciencia. Es más, según la visión
bíblica de la «retribución», sobre el justo se extiende el manto de la bendición divina, que da
estabilidad y éxito a sus obras y a las de sus descendientes: «Su linaje será poderoso en la tierra, la
descendencia del justo será bendita. En su casa habrá riquezas y abundancia» (versículos 2-3; Cf.
versículo 9). A esta visión optimista se oponen las observaciones amargas del justo Job, que
experimenta el misterio del dolor, se siente injustamente castigado y sometido a pruebas
aparentemente insensatas. Job representa a muchas personas justas que sufren profundamente en
el mundo. Es necesario, por tanto, leer este salmo en el contexto global de la Sagrada Escritura,
incluyendo la cruz y la resurrección del Señor. La Revelación abraza la realidad de la vida humana
en todos sus aspectos.
Sigue siendo válida, sin embargo, la confianza que el salmista quiere transmitir y hacer
experimentar a quien ha optado por el camino de una conducta moralmente irreprochable, contra
toda alternativa de éxito ilusorio, alcanzado a través de la injusticia y la inmoralidad.
3. En el corazón de esta fidelidad a la Palabra divina está una opción fundamental, es decir, la
caridad por los pobres y necesitados: «Dichoso el que se apiada y presta… Reparte limosna a los
pobres» (versículos 5.9). El fiel es, por tanto, generoso; respetando la norma bíblica, concede
préstamos a los hermanos necesitados, sin interés (Cf. Deuteronomio 15, 7-11) y sin caer en la
infamia de la usura que aniquila la vida de los desdichados.
El justo, al acoger la advertencia constante de los profetas, se pone de parte de los marginados,
y les apoya con ayudas abundantes. «Reparte limosna a los pobres», se dice en el versículo 9,
expresando una extrema generosidad completamente desinteresada.
4. El salmo 111, junto al retrato del hombre fiel y caritativo, «justo, clemente y compasivo»,
presenta al final, en un solo versículo (Cf. versículo 10), el perfil del hombre malvado. Este individuo
asiste al éxito del justo desazonándose a causa de la rabia y de la envidia. Es el tormento de quien
tiene mala conciencia, a diferencia del hombre generoso, cuyo corazón es «firme» y «seguro»
(versículos 7-8).
Dirijamos la mirada al rostro sereno del hombre fiel que «reparte limosna a los pobres» y
encomendemos nuestra reflexión final a las palabras de Clemente de Alejandría, el Padre de la
Iglesia del siglo III, que ha comentado una afirmación difícil de comprender del Señor. En la
Salmo 112 (113) 24

Salmo 112 (113)


Cómo el Altísimo exalta a los humildes
1¡Hallelú Yah!
Alabad, siervos de Yahvé,
alabad el Nombre de Yahvé.
2Sea bendito el Nombre de Yahvé,

desde ahora y para siempre.


3Desde el nacimiento del sol hasta su ocaso

sea ensalzado el Nombre de Yahvé.

parábola sobre el administrador injusto, aparece la expresión según la cual, tenemos que hacer el
bien con el «dinero injusto». De ahí surge la pregunta: el dinero, la riqueza, ¿son en sí injustos o qué
quiere decir entonces el Señor?
Clemente de Alejandría explica muy bien esta parábola en su homilía: «¿Qué rico podrá
salvarse?», y afirma: con esta afirmación, Jesús «declara injusta por naturaleza toda posesión que
uno posee por sí misma, como bien propio, y no la pone en común con los necesitados; pero
declara también que de esta injusticia es posible hacer una obra justa y benéfica, ofreciendo alivio
a alguno de esos pequeños que tienen una morada eterna ante el Padre (Cf. Mateo 10, 42; 18,10)»
(31,6: «Colección de Textos Patrísticos» --«Collana di Testi Patristici»--, CXLVIII, Roma 1999, pp. 56-
57).
Y dirigiéndose al lector, Clemente advierte: «Ten en cuenta, en primer lugar, que él no te ha
ordenado hacerte de rogar o esperar a recibir una súplica, sino que tienes que buscar tú mismo a
quienes son dignos de ser escuchados, en cuanto que son discípulos del Salvador» (31,7: ibídem, p.
57).
Después, citando otro texto bíblico, comenta: «Por tanto, es bello lo que dice el apóstol: “Dios
ama al que da con alegría”» (2 Corintios 9, 7), al que disfruta dando y no siembra parcamente,
para no cosechar del mismo modo, Dios ama al que comparte sin lamentarse, sin distinciones ni
pesar, y esto es hacer el bien auténticamente» (31,8: ibídem).
En este día en que conmemoramos a los difuntos, como decía al inicio de nuestro encuentro,
estamos llamados todos a confrontarnos con el enigma de la muerte y, por tanto, con la cuestión
de cómo vivir bien, de cómo encontrar la felicidad. Ante esto, el Salmo responde: dichoso el
hombre que da; dicho el hombre que no utiliza su vida para sí mismo, sino que la entrega; dichoso
el hombre que es misericordioso, bueno y justo; dichoso el hombre que vive en el amor de Dios y
del prójimo. De este modo, vivimos bien y no tenemos que tener miedo de la muerte, pues vivimos
en la felicidad que viene de Dios y que no tiene fin.


1. Los Salmos 112 a 117 forman el Hallel o alabanza (de ahí el Aleluya) que se cantaba, entre
otras partes, en la cena pascual; y por eso suele decirse que tal fue el “himno dicho” en la Última
Cena (Mateo 26, 30; Marcos 14, 26), si bien algunos creen, como Santo Tomás, que allí se alude a
la Oración de Jesús en Juan 17. También vemos un “Hallel” en el Salmo 135 (el “gran Hallel”) y en
los Salmos 145-150. Siervos, del hebreo abdé, que los LXX vertieron en griego: país y la Vulgata y
otros latinos: puer (niño) de donde el Salmo todavía se aplica a la sepultura de los párvulos y San
Agustín hace notar que sólo los niños e inocentes alaban al Señor mientras que los soberbios no
saben alabarle (cf. Salmo 8, 3; Mateo 21, 16). Según Fillion “es la raza entera de Israel lo que aquí
se designa por el glorioso nombre de servidores del Señor. Cf. 68, 37, etc.”

3 s. Cf. Malaquías 1, 11; 3, 3.
Salmo 112 (113) 25
4
Excelso es Yahvé sobre todas las naciones,
sobre los cielos, su gloria.
5 ¿Quién hay en los cielos y en la tierra,

comparable al Señor Dios nuestro,


que tiene su trono en las alturas
6y se inclina para mirar?

7Alza del polvo al desvalido


y desde el estiércol exalta al pobre
8
para sentarlo con los nobles,
entre los príncipes de su pueblo.
9Él hace que la estéril viva en hogar,

madre gozosa de hijos.


4 ss. Con el cardenal Faulhaber y otros autorizados exégetas (Dom Landersdorfer, Wutz,
Calès, etc.) leemos en esta forma el precioso texto que expresa así, en forma perfectamente clara,
el prodigio de la llaneza divina. Según el orden literal resultaría que Yahvé se inclina también para
mirar en el cielo. Así lo toma la mayoría de los intérpretes. Esta característica de Dios, que desafía
toda prudencia humana, sólo se explica por el hecho consolador de que su Corazón es atraído por
la miseria de un modo irresistible: Cf. Salmos 85, 1; 91, 6; 102, 13; 113 b, 16 y notas.

7 ss. Estos ejemplos de la preferencia de Dios hacia los pequeños y desvalidos son incontables
en la Sagrada Escritura. David fue llamado al trono desde los rebaños (I Reyes 16, 1 ss.); Sara, madre
de Isaac; Ana, madre de Samuel; Isabel, madre del Bautista, fueron fecundadas no obstante su
esterilidad, la cual era reputada castigo de Dios y exponía al desprecio (I Reyes 2. 5). Por su parte
Jesús, espejo perfectísimo del Padre (Hebreos 1, 2 s.), fue llamado “signo de contradicción” (Lucas
2, 34) porque muestra esas mismas características que el Padre, y todo su Evangelio es una constante
ostentación de tal conducta que el mundo halla paradojal hasta el extremo y que según San Pablo
parecía —y sigue pareciendo— escandalosa a los ritualistas judíos y loca a los racionalistas gentiles.
En sólo San Lucas podemos ver, con inmenso provecho de nuestra alma, incontables pruebas que
están enumeradas en nuestra nota a Lucas 7, 23.


Catequesis del Papa Benedicto XVI
Alabado sea el nombre del Señor
Primeras Vísperas del domingo de la semana III
Queridos hermanos y hermanas:
Antes de introducirnos en una breve interpretación del Salmo que se acaba de cantar, quisiera
recordar que hoy es el cumpleaños de nuestro querido Papa Juan Pablo II. Habría cumplido 85
años y estamos seguros de que desde lo Alto nos ve y está con nosotros. En esta ocasión queremos
dar profundamente gracias al Señor por el don de este Papa y queremos decir gracias al mismo
Papa por todo lo que ha hecho y ha sufrido.
1. Ha resonado en su sencillez y belleza el Salmo 112, auténtica puerta de entrada a una pequeña
colección de Salmos que va del 112 al 117, convencionalmente llamada el «Hallel egipcio». Es el
aleluya, es decir, el canto de alabanza, que exalta la liberación de la esclavitud del faraón y la
alegría de Israel en su servicio libre al Señor en la tierra prometida (Cf. Salmo 113).
No es casualidad el que la tradición judía enlazara esta serie de salmos con la liturgia pascual.
La celebración de aquel acontecimiento, según sus dimensiones histórico-sociales y sobre todo
espirituales, era vista como un signo de la liberación del mal en la multiplicidad de sus
manifestaciones.
El Salmo 112 es un breve himno en el que el original hebreo consta sólo de unas sesenta
palabras, henchidas de sentimientos de confianza, de alabanza, de alegría.
Salmo 112 (113) 26

2. La primera estrofa (Cf. Salmo 112, 1-3) exalta «el nombre del Señor» que, como se sabe, en
el lenguaje bíblico indica a la misma persona de Dios, su presencia viva y operante en la historia
humana.
En tres ocasiones, con insistencia apasionada, resuena «el nombre del Señor» en el centro de
esta oración de adoración. Todo ser y todo el tiempo, «de la salida del sol hasta su ocaso», dice el
salmista (versículo 3), se une en una única acción de gracias. Es como si una respiración incesante
se elevara desde la tierra hacia el cielo para exaltar al Señor, Creador del cosmos y Rey de la historia.
3. Precisamente a través de este movimiento hacia lo alto, el Salmo nos conduce al misterio
divino. La segunda parte (Cf. versículos 4-6) celebra la trascendencia del Señor, descrita con
imágenes verticales que superan el simple horizonte humano. Se proclama: el Señor «se eleva sobre
todos los pueblos», «se eleva en su trono» y nadie puede estar a su nivel; incluso para ver los cielos
«se abaja», pues «su gloria está sobre los cielos» (versículo 4).
La mirada divina se dirige a toda la realidad, a los seres terrestres y a los celestiales. Sin embargo,
sus ojos no son altaneros o distantes, como los de un frío emperador. El Señor, dice el salmista, «se
abaja para mirar» (versículo 6).
4. De este modo, pasamos al último movimiento del Salmo (Cf. versículos 7-9), que cambia la
atención para dirigirla de las alturas celestes a nuestro horizonte terreno. El Señor se abaja con
solicitud hacia nuestra pequeñez e indigencia, que nos llevaría a retraernos con temor. Señala
directamente con su mirada amorosa y con su compromiso eficaz a los últimos y miserables del
mundo: «Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre» (versículo 7).
Dios se inclina, por tanto, ante los necesitados y los que sufren para consolarles. Y esta expresión
encuentra su significado último, su máximo realismo en el momento en el que Dios se inclina hasta
el punto de encarnarse, de hacerse como uno de nosotros, como uno de los pobres del mundo. Al
pobre le confiere el honor más grande, el de «sentarlo con los príncipes»; sí entre «los príncipes de
su pueblo» (versículo 8). A la mujer sola y estéril, humillada por la antigua sociedad como si fuera
una rama seca e inútil, Dios le da el honor y la gran alegría de tener muchos hijos (Cf. versículo 9).
Por tanto, el salmista alaba a un Dios sumamente diferente de nosotros en su grandeza, pero al
mismo tiempo muy cercano a sus criaturas que sufren.
Es fácil intuir en estos versículos finales del Salmo 112 la prefiguración de las palabras de María
en el «Magnificat», el cántico de las decisiones de Dios que «ha puesto los ojos en la humildad de
su esclava». Con más radicalidad que nuestro Salmo, María proclama que Dios «derriba a los
potentados de sus tronos y exalta a los humildes» (Cf. Lucas 1,48.52; Cf. Salmo 112, 6-8).
5. Un «Himno vespertino» sumamente antiguo, conservado en las así llamadas «Constituciones
de los Apóstoles» (VII,48), retoma y desarrolla el inicio gozoso de nuestro Salmo. Lo recordamos
al terminar nuestra reflexión para ofrecer la relectura «cristiana» que la comunidad de los inicios
hacía de los salmos:
«Alabad, niños, al Señor,
alabad el nombre del Señor.
Te alabamos, te cantamos, te bendecimos
Por tu inmensa gloria.
Señor rey, Padre de Cristo cordero inmaculado,
que quita el pecado del mundo.
A ti te corresponde la alabanza, el himno, la gloria,
a Dios Padre a través del Hijo en el Espíritu Santo
por los siglos de los siglos.
Amén»
(S. Pricoco - M. Simonetti, «La oración de los cristianos» --«La preghiera dei cristiani», Milán
2000, p. 97).
Salmo 113 a (114) 27

Salmo 113 a (114)


Majestad del Libertador de Israel
1¡Hallelú Yah!
Cuando Israel salió de Egipto,
— la casa de Jacob de entre un pueblo bárbaro —
2Judá vino a ser su santuario,

Israel su imperio.

3El mar, al ver, huyó;


el Jordán volvió atrás.
4Los montes saltaron como carneros,

los collados como corderillos.


5 ¿Qué tienes, mar, para huir

y tú, Jordán, para volver atrás?


6 ¿Montes, para saltar como carneros;

collados, como corderillos?

7Tiembla, oh tierra, ante la faz del Señor,


ante la faz del Dios de Jacob,
8que convierte la peña en estanque,

la roca en fuente de aguas.


1. Algunas versiones unen este Salmo al siguiente, y así aparecen aún en la presente numeración
que se atiene a la Vulgata. Pero todos reconocen hoy que son distintos. Pueblo bárbaro: El egipcio,
de lengua diversa e ininteligible para Israel (cf. 104, 23 y nota). Bárbaro es término onomatopéyico
que imita un balbuceo sin sentido: “bar, bar”.

2. Judá e Israel se especifican en la Escritura para designar a todo el pueblo hebreo (cf. Jeremías
3, 18; 31, 31; Hebreos 8, 8 ss., etc.). El privilegio del Templo pertenece a Judá (Salmo 77, 68 s.).

3. El mar: El Mar Rojo que se dividió bajo la vara de Moisés (Éxodo 14, 21). De la misma
manera se dividió el “Jordán” (Josías 3, 16).

4 ss. Imágenes dramáticas que ilustran la portentosa historia del pueblo de Dios.

7. Ante la faz: Nácar-Colunga vierte: a la venida, y varios dan trascendencia mesiánica a este
pasaje. En realidad, el estremecimiento de la tierra está en la Escritura tanto como hecho histórico
(Salmo 67, 9) cuanto como anuncio profético (Salmos 95, 9; 98, 1: Isaías 24, 19 s., etc.).

8. Esta milagrosa sorpresa de las aguas en el desierto (Éxodo 17, 5; Números 20, 11) muestra
una vez más cómo nos deslumbra Dios en sus obras con el misterio de la contradicción en que lo
grandioso resulta despreciable y viceversa, como el sílex, imagen de la sequedad, convertido en
manantial. Cuando la Virgen nos revela la misteriosa fisonomía de Dios, no hace más que insistir
en este aspecto (Lucas 1, 48 ss.). Mientras no lo comprendamos íntimamente, seguiremos siendo
como los judíos que se escandalizaban de Cristo, o los paganos que se reían de Él (cf. I Corintios 1,
23; Hechos 17, 32; Salmo 112, 7 ss. y notas).


Catequesis del Papa San Juan Pablo II
Israel librado del Egipto; las maravillas del Éxodo
Segundas Vísperas del domingo de la semana I
Salmo 113 a (114) 28

1. El canto gozoso y triunfal que acabamos de proclamar, evoca el éxodo de Israel de la


opresión de los egipcios. El Salmo 113A forma parte de esa selección que la tradición judía ha
llamado el «Hallel egipcio». Son los Salmos 112-117, una especie de selección de cantos, utilizados
sobre todo en la liturgia judía de la Pascua.
El cristianismo ha tomado el Salmo 113 (A) con la misma connotación pascual, pero abriéndolo
a la nueva interpretación que deriva de la resurrección de Cristo. El éxodo celebrado por el Señor
se convierte, por ello, en imagen de otra liberación más radical y universal. Dante, en la «Divina
Comedia», presenta este himno, siguiendo la versión latina de la «Vulgata», en boca de las almas
del Purgatorio: «In exitu Israël de Aegypto / cantavan tutti insieme ad una voce…» --Cuando Israel
salió de Egipto/ todos cantaban unidos...» -- (Purgatorio II, 46-47). Ve en el Salmo el cántico de
espera y de esperanza de quienes tienden, tras la purificación de todo pecado, hacia la meta última
de la comunión con Dios en el Paraíso.
2. Seguimos ahora la trama espiritual de esta breve composición de oración. Al inicio (Cf.
versículos 1-2) se evoca el éxodo de Israel de la opresión de Egipto hasta la entrada en aquella tierra
prometida que es el «santuario» de Dios, es decir, el lugar de su esperanza en medio del pueblo. Es
más, tierra y pueblo están unidos: Judá e Israel, términos con los que se designaba tanto a la tierra
santa como al pueblo elegido, son considerados como sede de la presencia del Señor, su propiedad
especial y su herencia (Cf. Éxodo 19, 5-6).
Después de esta descripción teológica de uno de los elementos de fe fundamentales del Antiguo
Testamento, es decir, la proclamación de las obras maravillosas de Dios por su pueblo, el Salmista
profundiza espiritual y simbólicamente en los acontecimientos constitutivos.
3. El Mar Rojo del éxodo de Egipto y el Jordán de la entrada en la Tierra Santa son
personificados y transformados en testigos e instrumentos que participan en la liberación realizada
por el Señor (Cf. Salmo 113A, 3, 5).
Al inicio, en el éxodo, aparece el mar que se retira para dejar paso a Israel y, al final de la
travesía del desierto, se presenta al Jordán que sube por su cauce, dejando seco su lecho para que
pueda pasar la procesión de los hijos de Israel (Cf. Génesis 3-4). En medio, se evoca la experiencia
del Sinaí: en ella, los montes participan en la gran revelación divina, que se realiza sobre sus cimas.
Como criaturas vivientes, como carneros y corderos, exultan y saltan. Con una personificación
sumamente vivaz, el Salmista pregunta entonces a los montes y a las colinas el motivo de su
entusiasmo: Montes, ¿por qué saltáis como carneros? Colinas, ¿por qué saltáis como corderos?»
(Salmo 113A, 6).
No se da su respuesta: se refiere indirectamente a través de una orden perentoria, dirigida a
toda la tierra para que se estremezca «en presencia del Señor» (Cf. versículo 7). La conmoción de
los montes y colinas era, por tanto, como un sobresalto de adoración ante el Señor, Dios de Israel,
un acto de exaltación gloriosa del Dios trascendente y salvador.
4. Este es el tema de la parte final del Salmo 113A (Cf. versículos 7-8), que introduce otro
acontecimiento significativo de la travesía de Israel por el desierto, el del agua que mana de la roca
de Meribá (Cf. Éxodo 17, 1-7; Números 20, 1-13). Dios transforma la roca en un manantial de agua,
que se convierte en un lago: en el fondo de este prodigio se encuentra su cariño paterno hacia su
pueblo.
El gesto tiene, por tanto, un significado simbólico: es el signo del amor salvífico del Señor que
sostiene y regenera a la humanidad mientas avanza por el desierto de la historia.
Como es sabido, san Pablo retomará esta imagen y, basándose en una tradición judía, según la
cual la roca acompañaba a Israel en su camino por el desierto, releerá el acontecimiento en clave
cristológica: «todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que les
seguía; y la roca era Cristo» (1 Corintios 10,4).
5. En este sentido, un gran maestro cristiano como Orígenes, al comentar el éxodo del pueblo
de Israel de Egipto, piensa en el nuevo éxodo realizado por los cristianos. Por eso se expresa así:
«No penséis que sólo entonces Moisés condujo al pueblo fuera de Egipto: también ahora el Moisés
que tenemos con nosotros..., es decir la ley de Dios, quiere sacarnos de Egipto; si la escuchas, te
alejará del Faraón... No quiere que te quedes en las acciones tenebrosas de la carne, sino que salgas
Salmo 113 b (115) 29

Salmo 113 b (115)


Israel alabe a su Dios
1No a nosotros, Yahvé, no a nosotros,
sino a tu Nombre da la gloria
por tu misericordia y tu fidelidad.
2 Por qué habrían de decir los gentiles:

“¿Dónde está el Dios de éstos?”


3El Dios nuestro está en el cielo;

al desierto, que llegues a ese lugar en el que no hay sobresaltos ni turbaciones del siglo, que alcances
la quietud y el silencio... Cuando llegues a este lugar de tranquilidad, podrás hacer sacrificios para
el Señor, podrás reconocer la ley de Dios y la potencia de la voz divina» («Homilías sobre el éxodo»,
Roma 1981, pp. 71-72).
Retomando la imagen de san Pablo, que evoca la travesía del mar, Orígenes sigue diciendo: «El
apóstol lo llama un bautismo, realizado en Moisés en la nube y en el mar para que también tú, que
has sido bautizado en Cristo, en el agua y en el Espíritu Santo, sepas que los egipcios te están
siguiendo y quieren someterte a su servicio, es decir, al servicio de los que rigen este mundo y al de
los espíritus malvados de los que antes fuiste esclavo. Ellos tratarán ciertamente de seguirte, pero
tú échate al agua y sal indemne para que, una vez lavadas las manchas de los pecados, vuelvas a
salir como un hombre nuevo dispuesto a cantar un cántico nuevo» (ibíd., p. 107).


1 s. Salmo independiente del anterior (cf. Salmo 113 a, 1 y nota). “En el momento en que este
Salmo fue compuesto, Israel se hallaba en un estado de depresión, probablemente algún tiempo
después del retorno de Babilonia, en la época de Ageo y de Zacarías (hacia 520 a. C.) o en la de
Malaquías (hacia 450). De semejante situación de Israel, las naciones gentiles concluían que Yahvé
su Dios abandonaba a su pueblo o era impotente para socorrerlo, y decían (versículo 2) ¿dónde
está su Dios y qué hace?” (Calès). Cf. Salmo 78, 10 y nota. De ahí que Israel suplicase por su
restauración mesiánica y definitiva, como en la oración de Eclesiástico 36, no para gloria del pueblo
mismo, sino para que los profetas resulten fieles en lo que prometieron (Eclesiástico 36, 17-18;
Romanos 15, 8), para gloria de Dios. Tal es el sentido del versículo 1: No a nosotros la gloria, sino
a Ti. Palabras profundas son éstas que la liturgia recoge y que encierran en todo sentido una
enseñanza fundamental: Dios nos lo da todo, pero el honor ha de ser todo para Él (Salmos 105, 8;
148, 13 y notas; Ester 3, 2; 13, 14; I Timoteo 1, 17; Judas 25), y todo el mérito de nuestra salvación,
para su Hijo Jesucristo (Apocalipsis 5, 9 y 13). En esta materia hemos de cuidarnos mucho, y más
aún cuando la Religión es mirada como un prestigio, porque es muy propio del hombre emprender
actos de culto más que por el deseo de alabar a Dios, por el honor o conveniencia humanos, ya
sean personales o familiares, políticos, patrióticos, etc. (Mateo 6, 1 ss.; Lucas 6, 22 y 26; Juan 5,
44). La santidad de Dios es demasiado sagrada para ponerla al servicio de cualquier móvil, por
bueno que pueda ser humanamente, si no es encaminado a la glorificación de Su Nombre, de la
cual Él es sumamente celoso (Isaías 42, 8; 48, 11), y ello se explica, pues de lo contrario Él serviría
de pretexto como a los fariseos y escribas a quienes Jesús dijo que buscaban recibir homenajes
(Lucas 11, 43; Mateo 23, 5) en los primeros cargos (ibíd. 6), o ser llamados maestros (ibíd. 7-8) y
andar con largas vestiduras saludados por todo el pueblo (Lucas 20, 45), o ejercer dominio sobre
los demás (Lucas 22, 26; I Pedro 5, 3; III Juan 9). Véase el ejemplo de Cristo en Filipenses 2, 7 s. y
nota. Por tu misericordia y tu fidelidad. Dios nos enseña aquí cómo esa gloria suya consiste en la
ostentación de su bondad (cf. Efesios 1, 6 y la oración de la Misa del domingo X de Pentecostés).
Y es Él mismo quien hace que nuestra dicha consista en alabar esa bondad. Cf. Salmo 91, 2 y nota.

3. Él hace todo cuanto quiere: ¡Qué gran luz para el conocimiento de Dios! Porque no sólo
hace cuanto quiere por tener la fuerza omnipotente, sino también por su libertad soberana y
Salmo 113 b (115) 30
Él hace todo cuanto quiere.

4Los ídolos de aquéllos son plata y oro,


hechura de mano de hombre:
5tienen boca, pero no hablan;

tienen ojos, mas no ven;


6tienen orejas y no oyen;

tienen narices y no huelen;


7tienen manos y no palpan,

tienen pies y no andan;


y de su garganta no sale voz.
8Semejantes a ellos serán quienes los hacen,

quienquiera confía en ellos.

9La casa de Israel confía en Yahvé;


Él es su auxilio y su escudo.
10La casa de Aarón confía en Yahvé;

Él es su auxilio y su escudo.
11Los temerosos de Yahvé confían en Yahvé;

Él es su auxilio y su escudo.

12 Yahvé se acuerda de nosotros y nos bendecirá:

omnímoda. Así como nadie podría oponérsele con un ejército, nadie puede tampoco plantearle
especiosas razones de orden moral. Todo lo que Él hace está bien por el solo hecho de que es Él
quien lo hace. El bien no es regla subsistente por sí misma —como tienden a creer algunos
filósofos— y a la cual debemos someternos todos incluso Dios. El bien es bien sólo en cuanto es
voluntad de Dios, porque Él es la fuente única de todo bien, de modo que todo cuanto Él manda
o pudiese mandar, por más sorprendente que fuese para nuestro modo de ver (cf. Isaías 55, 8 s.)
siempre sería santísimo, sólo por ser voluntad suya. Así el sacrificio de Abrahán, el despojo del oro
egipcio por Israel, el homicidio de Fineés, la matanza de los amalecitas, el odio de David contra los
enemigos de Dios, y tantas otras cosas de la Biblia, sólo escandalizan a las almas de poca fe, porque
no han comprendido que el bien está, en que Dios haga cuanto quiere. ¡Ay de quien quiera ponerle
reglas a Él! Cf. Salmo 147, 9 y nota y la preciosa observación de San Bernardo en la nota a Mateo
19, 16 siguientes.

4 ss. Célebre descripción sarcástica de los ídolos que no saben nada. Cf. Salmo 105, 19 y nota;
Sabiduría 13, 11 ss.; Isaías 44, 9 ss.; Jeremías 10, 3: Bar. capítulo 6; Habacuc 2, 19, etc.

10 ss. Se espera aquí lo que se da por realizado en Salmo 117, 2-4. “La casa de Aarón”: Los
sacerdotes (cf. Salmo 109, 4 y nota). En todo este pasaje se pone, como característica de los amigos
de Dios, la confianza en Él (cf. Salmo 32, 22 y nota). Y Él responde con mil bendiciones: versículos
12 ss., así como castigó a Israel por no haber confiado en su amor paternal (Sofonías 3, 2).

12 ss. Nos bendecirá, etc.: Como observa Calès, “compuesto para el culto inicial del segundo
Templo, para los repatriados de Babilonia que estaban deprimidos por las dificultades de la
reinstalación en Palestina, preocupados por ser tan pocos para ello y casi descorazonados al
comparar las tristes realidades presentes con los magníficos cuadros del futuro que hacían presentir
los profetas, el Salmo levanta los ánimos y hace esperar que las bendiciones están próximas”. Cf.
Salmo 84, 1 y nota.
Salmo 113 b (115) 31
bendecirá a la casa de Israel,
bendecirá a la casa de Aarón.
13Bendecirá a los que temen a Yahvé,

tanto a pequeños como a grandes.

14Yahvé os multiplicará
a vosotros y a vuestros hijos.
15Sois benditos del Señor

que hizo el cielo y la tierra.


16
El cielo es cielo de Yahvé;
mas dio la tierra a los hijos de los hombres.

17
Los muertos no alaban a Yahvé,
ninguno de los que bajan al sepulcro.
18Nosotros, en cambio, bendecimos a Yah,

desde ahora y para siempre.


16. El cielo es cielo de Yahvé: Los LXX, la Peschitto y San Jerónimo leyeron “los cielos de los
cielos” (son de Yahvé). La Vulgata dice: el cielo del cielo (cf. Salmo 112, 4 ss. y nota). Según la
concepción antigua, éste era el cielo superior, llamado empíreo o tercero (II Corintios 12, 2),
habitación de Dios, bajo el cual se suponía el cielo etéreo o segundo, en que se mueven los astros,
y luego la atmósfera, que era el cielo inferior o aéreo, o firmamento.

17. Los muertos: Véase Salmos 6, 6; 87, 11-13 y notas; Isaías 38, 18 ss.; Baruc 2, 17; Eclesiástico
14, 17, etc. Semejantes a los muertos son los ídolos de que antes ha hablado, porque ni ven, ni
oyen, etc., y semejantes a éstos son los que creen en ellos (versículo 8). Es notable que estas mismas
expresiones, tomadas de Isaías 6, 9 s., hayan sido aplicadas por el Señor Jesús a la ceguera de los
que lo escuchaban sin entender (Mateo 13, 14 s.; Lucas 8, 10; Juan 12, 39 s.) y que San Pablo haga
lo propio en Romanos 11, 8 y finalmente en Hechos 28, 26 ss., cuando les anuncia en definitiva el
paso de la salud a los gentiles.


Catequesis del Papa San Juan Pablo II
Himno al Dios verdadero
Segundas Vísperas del domingo de la semana II
1. El Dios viviente y el ídolo inerte se enfrentan en el Salmo 113 B, que acabamos de escuchar
y que forma parte de la serie de los salmos de las Vísperas. La antigua traducción griega de la Biblia
de los «Setenta», seguida por la versión latina de la antigua Liturgia cristiana, ha unido este Salmo
en honor del auténtico Señor al precedente. Ha surgido una composición única que, sin embargo,
está claramente dividida en dos textos diferentes (Cf. Salmo 113 A y 113 B).
Tras una invocación inicial dirigida al Señor para testimoniar su gloria, el pueblo elegido
presenta a su Dios como el Creador omnipotente: «Nuestro Dios está en el cielo, lo que quiere lo
hace» (Salmo 113 B, 3). «Bondad» y «lealtad» son típicas virtudes del Dios de la alianza en la relación
con el pueblo que eligió, Israel (Cf. versículo 1). De este modo, cosmos e historia están sometidos
a su voluntad, que es potencia de amor y de salvación.
2. Al Dios verdadero adorado por Israel se le contraponen después los «ídolos» de otros pueblos
(versículo 4). La idolatría es una tentación de toda la humanidad en todo lugar y en todo tiempo.
El ídolo es algo inanimado, nacido de las manos del hombre, estatua fría, privada de vida. El
salmista lo describe irónicamente en sus siete miembros totalmente inútiles: boca muda, ojos ciegos,
oídos sordos, narices insensibles a los olores, manos inertes, pies paralizados, garganta que no emite
sonidos (Cf. versículos 5-7).
Salmo 114 (116, 1-9) 32

Salmo 114 (116, 1-9)


Acción de gracias del salmista
1¡Hallelú Yah!

Después de esta despiadada crítica de los ídolos, el salmista expresa un augurio sarcástico: «que
sean igual los que los hacen, cuantos confían en ellos» (versículo 8). Es un augurio expresado de
manera sin duda eficaz para producir un efecto de radical disuasión ante la idolatría. Quien adora
los ídolos de la riqueza, del poder, del éxito, pierde su dignidad de persona humana. Decía el
profeta Isaías: «¡Escultores de ídolos! Todos ellos son vacuidad; de nada sirven sus obras más
estimadas; sus testigos nada ven y nada saben, y por eso quedarán abochornados» (Isaías 44, 9).
3. Por el contrario, los fieles del Señor saben que el Dios viviente es «su auxilio y su escudo»
(Cf. Salmo 113 B, 9-13). Se les presenta según una triple categoría. Ante todo, está «Israel», es decir,
todo el pueblo, la comunidad que se reúne en el templo para rezar. Allí está también la «casa de
Aarón», que hace referencia a los sacerdotes, custodios y anunciadores de la Palabra divina,
llamados a presidir el culto. Por último, se recuerda a los que temen al Señor, es decir, los fieles
auténticos y constantes, que en el judaísmo sucesivo al exilio de Babilonia y en el posterior hacen
referencia a aquellos paganos que se acercaban a la comunidad y a la fe de Israel con el corazón
sincero y con una búsqueda genuina. Ese será el caso, por ejemplo, del centurión romano Cornelio
(Cf. Hechos 10, 1-2. 22), que después sería convertido por san Pedro al cristianismo.
La bendición divina desciende sobre estas tres categorías de auténticos creyentes (Cf. Salmo 113
B, 12-15). Ésta, según la concepción bíblica, es el manantial de fecundidad: «Que el Señor os
acreciente, a vosotros y a vuestros hijos» (versículo 14). Por último, los fieles, llenos de gozo por el
don de la vida recibido del Dios vivo y creador, entonan un breve himno de alabanza,
respondiendo a la bendición de Dios con su bendición grata y confiada (Cf. versículos 16-18).
4. De manera sumamente viva y sugerente, un padre de la Iglesia de Oriente, san Gregorio de
Niza (siglo IV), en la quinta Homilía sobre el Cantar de los Cantares hace referencia a nuestro salmo
para describir el paso de la humanidad del «hielo de la idolatría» a la primavera de la salvación. De
hecho, recuerda san Gregorio, la naturaleza humana parecía haberse transformado «en la de los
seres inmóviles» y sin vida «que se convirtieron en objeto de culto», como precisamente está escrito:
«que sean igual los que los hacen, cuantos confían en ellos». «Y era lógico el que así fuera. Así como
los que confían en el auténtico Dios reciben en sí las peculiaridades de la naturaleza divina, así
también quien se dirige a la vanidad de los ídolos se hizo como aquello en lo que confiaba y siendo
hombre se convirtió en piedra. Dado que la naturaleza humana, convertida en piedra a causa de
la idolatría, fue inmóvil ante lo mejor, atenazada por el hielo del culto de los ídolos, por este
motivo surge sobre este tremendo invierno el Sol de la justicia y trae la primavera del soplo del
mediodía, que disuelve el hielo y calienta todo con los rayos de ese sol. De este modo, el hombre
que había quedado petrificado por obra del hielo, calentado por el Espíritu y por los rayos del
Logos, volvió a ser agua que mana para la vida eterna» («Homilías sobre el Cantar de los Cantares»
- «Omelie sul Cantico dei cantici», Roma 1988, páginas 133-134).


1 s. Con Scío y muchos autores antiguos conservamos la opinión que atribuye a David este
Salmo, tan propio de su espíritu. Esta idea no prima entre los modernos; pero los motivos de orden
técnico no engendran plena certeza, ni se propone otra explicación que aventaje a la antigua,
quedando el precioso Salmo como obra de un autor anónimo posterior a Babilonia y quizá curado
de grave enfermedad, lo que ha hecho que algunos pensaran en el rey Exequías (cf. Isaías 38, 10-
12). Pero las tribulaciones y peligros que describe el Salmo no parecen de una enfermedad, que es
cosa normal en todo hombre. En cambio, leyendo en I Reyes 24 la aventura de David con Saúl en
la cueva del desierto de Engaddí, se aprecian los sublimes afectos de este Salmo, que retratan el
corazón del profeta, ejemplo singularísimo de esa pobreza de espíritu que arrebata la predilección
de Dios (cf. Salmo 85, 1 y nota). “Yo lo amo porque”, etc.: Aunque no sea usual esta construcción
hemos vertido literalmente la frase hebrea (aclarándola simplemente con el “lo”), para conservar
Salmo 114 (116, 1-9) 33
Yo lo amo, porque Yahvé escucha
mi voz, mi súplica;
2porque inclinó hacia mí su oído

el día en que lo invoqué.


3Me habían rodeado los lazos de la muerte,

vinieron sobre mí las angustias del sepulcro;


caí en la turbación y en el temor.

4Pero invoqué el Nombre de Yahvé:


¡Oh Yahvé, salva mi vida!
5Yahvé es benigno y justo;

sí, nuestro Dios es misericordioso.


6Yahvé cuida de los sencillos;

yo era miserable y Él me salvó.

7Vuelve, alma mía, a tu sosiego,


porque Yahvé te ha favorecido.
8Puesto que Él ha arrancado mi vida de la muerte,

mis ojos del llanto, mis pies de la caída,


9caminaré delante de Yahvé

la intensidad de su expresión desbordante en el alma de David. Escucha, en presente, dice mucho


más que un pretérito, pues significa que Él lo escucha siempre. Algunos (Vaccari, Páramo, etc.)
mantienen el verbo en presente también en el versículo 2. Esta confianza de ser escuchado es lo
que dilata su corazón en el amor (cf. Salmo 118, 32). Son los sentimientos de Jesús en Mateo 26,
53; Juan 11, 41 s., etc.

3. Cf. Salmo 93, 17. La angustia de David puede imaginarse por el peligro mortal en que había
caído. Buscado por el rey con tres mil hombres, se esconde en la cueva más apartada y de pronto
ve entrar en ella al propio Saúl. Véase versículo 8 y nota. Callan hace notar la particular similitud
de este pasaje con Salmo 17, 5-7, cuyo autor indiscutido es David.

4. Lo extremo del peligro no lo lleva a desesperar ni menos a entregarse a impulsos de
temeridad. Él sabe bien, ya que tanto nos lo ha enseñado en sus Salmos, que es una complacencia
de Dios el salvar cuando todo está perdido (Lucas 19, 10). De su pura fe. acrisolada en la suma
angustia, brota este ruego que más tarda en ser pronunciado que en penetrar los oídos de Yahvé
(versículo 1). Era lo que Él esperaba para mostrar que es Padre.

6. Yo era miserable: Apenas confiesa su necesidad y su impotencia, Dios da cursó a su
misericordia. Cf. Salmo 93, 18. Es el privilegio de los pequeños. David realizó entonces una hazaña
de extraordinaria audacia al cortar la orla del manto del rey. Pero vemos cuán lejos está de
recordarla aquí. Sólo piensa en el miedo que tuvo y en la mano de Dios que le salvó.

8. Ha arrancado mi vida de la muerte, que parecía inevitable; mis ojos del llanto, que me
habría costado el derramar la sangre del ungido de Dios (II Reyes 1); y mis pies de la caída, porque
no me dejó ceder al deseo de venganza ni a las instancias de los míos que querían matar a Saúl.

9. Caminaré, etc.: Dios no lo quiso muerto sino vivo. ¿Cómo no desear agradarle después de
tales pruebas de su amor? Éste era el constante deseo de Jesús respecto a su Padre (Juan 8, 29),
¡Con cuánto mayor motivo que David hemos de decir nosotros con San Pablo: la vida que vivo
ahora en esta carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó por mí! (Gálatas
2, 20). Con el presente versículo parecería terminar lógicamente el Salmo, pero según el texto
Salmo 114 (116, 1-9) 34
en la tierra de los vivientes.

hebreo se prolonga en el siguiente, y la Vulgata, no obstante distinguirlos en el orden numérico (a


la inversa del Salmo 113), continúa en ambos la numeración corrida de los versículos.


Catequesis del Papa San Juan Pablo II
Acción de gracias
Vísperas del viernes de la semana II
1. En el Salmo 114, que se acaba de proclamar, la voz del salmista expresa su amor agradecido
al Señor, después de que escuchara una intensa súplica: «Amo al Señor, porque escucha mi voz
suplicante, porque inclina su oído hacia mí el día que lo invoco» (versículos 1-2). Tras esta
declaración, se ofrece una sentida descripción de la pesadilla mortal que ha atenazado la vida del
orante (Cf. versículos 3-6).
Se representa el drama con los símbolos habituales de los salmos. Las redes que enredan la
existencia son las de la muerte, los lazos que la angustian son la espiral del infierno, que quiere
atraer a su interior a los vivientes sin nunca saciarse (Cf. Proverbios 30, 15-16).
2. Es la imagen de una presa caída en la trampa de un inexorable cazador. La muerte es como
un mordisco que aprieta (Cf. Salmo 114, 3). El orante ha dejado a sus espaldas el riesgo de la muerte,
acompañado por una experiencia psíquica dolorosa: «caí en tristeza y angustia» (versículo 3). Pero
desde ese abismo trágico lanza un grito hacia el único que puede tender la mano y sacar al orante
angustiado de este ovillo imposible de deshacer: «Señor, salva mi vida» (versículo 4).
Es una oración breve pero intensa del hombre que, encontrándose en una situación
desesperada, se agarra a la única tabla de salvación. Del mismo modo gritaron en el Evangelio los
discípulos en la tormenta (Cf. Mateo 8, 25), del mismo modo imploró Pedro cuando, al caminar
sobre las aguas, comenzaba a hundirse (Cf. Mateo 14, 30).
3. Una vez salvado, el orante proclama que el Señor es «benigno y justo», es más,
«misericordioso» (Salmo 114, 5). Este último adjetivo, en el original hebreo, hace referencia a la
ternura de la madre, evocando sus «vísceras».
La confianza auténtica siempre experimenta a Dios como amor, a pesar de que en ocasiones
sea difícil intuir el recorrido de su acción. Queda claro que «el Señor guarda a los sencillos» (versículo
6). Por tanto, en la miseria y en el abandono, se puede contar con él, «padre de los huérfanos y
tutor de las viudas» (Salmo 67,6).
4. Comienza después un diálogo entre el salmista y su alma, que continuará en el sucesivo
Salmo 115, que debe considerarse como parte integrante del que estamos meditando. Es lo que ha
hecho la tradición judía, dando origen al único Salmo 116, según la numeración hebrea del Salterio.
El salmista invita a su alma a recuperar la paz serena tras la pesadilla mortal (Cf. Salmo 114, 7).
Invocado con fe, el Señor ha tendido la mano, ha roto las redes que rodeaban al orante, ha
secado las lágrimas de sus ojos, ha detenido su descenso precipitado en el abismo infernal (Cf.
versículo 8). El cambio es claro y el canto concluye con una escena de luz: el orante regresa al «país
de la vida», es decir, a las sendas del mundo para caminar «en presencia del Señor». Se une a la
oración comunitaria del templo, anticipación de esa comunión con Dios que le esperará al final de
su existencia (Cf. versículo 9).
5. Al concluir, retomemos los pasajes más importantes del Salmo, dejándonos guiar por un
gran escritor del siglo III, Orígenes, cuyo comentario al Salmo 114 nos ha llegado en la versión latina
de san Jerónimo.
Al leer que el Señor «inclina su oído hacia mí», afirma: «nos damos cuenta de que somos
pequeños, no podemos levantarnos, por esto el Señor inclina su oído y se digna escucharnos. Al fin
y al cabo, dado que somos hombres y que no podemos convertirnos en dioses, Dios se hizo hombre
y se inclinó, según está escrito: “Él inclinó los cielos y bajó” (Salmo 17, 10)».
De hecho, sigue diciendo poco después el Salmo, «el Señor guarda a los sencillos» (Salmo 114,
6): «Si uno es grande, si se exalta y es soberbio, el Señor no le protege; si uno se cree grande, el
Señor no tiene misericordia de él; pero si uno se abaja, el Señor tiene misericordia de él y le protege.
Salmo 115 (116, 10-19) 35

Salmo 115 (116, 10-19)


¿Qué podemos dar al Señor?
(10) 1Yo tenía confianza aun cuando hablé diciendo:
“Grande es mi aflicción”,
(11) 2y exclamando en mi angustia:

“Todo hombre es mentira.”


(12) 3¿Que daré a Yahvé

por todo lo que Él me ha dado?


(13) 4Tomaré la copa de la salud

Hasta el punto de que llega a decir: “aquí estamos yo y los hijos que me ha dado” (Isaías 8, 18). Y
también: “Me humillé y Él me salvó”».
De este modo, quien es pequeño y miserable puede recuperar la paz, el descanso, como dice
el Salmo (Cf. Salmo 114, 7) y como comenta el mismo Orígenes: «cuando se dice: "Vuelve a tu
descanso", es señal de que antes había un descanso que después se ha perdido… Dios nos ha creado
y nos ha hecho árbitros de nuestras decisiones, y nos ha puesto a todos en el paraíso, junto a Adán.
Pero, dado que por nuestra libre decisión perdimos esa beatitud, terminando en este valle de
lágrimas, el justo exhorta a su alma a regresar allí donde cayó… “Alma mía, recobra tu calma, que
el Señor fue bueno contigo”. Si tú, alma, regresas al paraíso, no es porque eres digna, sino porque
eres obra de la misericordia de Dios. Si saliste del paraíso, fue por tu culpa; sin embargo, el regresar
es obra de la misericordia del Señor. Digamos también nosotros a nuestra alma: “Recobra tu calma”.
Nuestra calma es Cristo, nuestro Dios» (Orígenes-Jerónimo, «74 homilías sobre el libro de los
Salmos» --«74 Omelie sul libro dei Salmi»--, Milán 1993, pp. 409.412-413).


1. En hebreo este Salmo es continuación del anterior (cf. Salmo 114, 9 y nota), aunque algunos
observan que parece aludir a la revuelta de Absalón y traición de Aquitófel según II Reyes 15 ss.
San Pablo cita este versículo con el sentido que tiene en LXX y Vulgata: “Creí, por eso hablé” (cf. II
Corintios 4, 13; Romanos 10, 8-10), para expresar que la fe viva nos hace confiar en la palabra oída
y nos mueve al apostolado (cf. Hechos 4, 19 s.; 5,29). Aquí, según el concepto del Texto
Masorético, parecería más bien que el salmista recordara los peligros pasados (cf. Salmo 114, 3-5)
para decir que esa creencia o confianza no lo había abandonado aun cuando su debilidad lo llevase
a proferir quejas como Job. Es de notar sin embargo que en el Salmo 114 no aparece expresamente
la situación que indican los versículos 1 y 2.

2. Mentira: Así leyó también San Jerónimo, en lugar de mentiroso o engañoso. Forma de
intensa elocuencia (cf. II Corintios 5, 21; Gálatas 3, 13), que expresa no sólo la falacia y lo mendaz
del hombre caído, sino también la imposibilidad de apoyarse en auxilio humano (cf. Salmo 107,
13; Jeremías 17, 5 ss.). San Pablo cita este pasaje, contraponiéndolo solemnemente a la veracidad
de Dios (Romanos 3, 4), junto con el Salmo 50 del mismo David. Cf. Salmo 93, 11 y nota. Según
la interpretación histórica aludida en la nota anterior, estas palabras indicarían que David, ante la
infidelidad de su hijo y la traición del jefe de su consejo, ya no confía en hombre alguno y sólo se
encomienda a Dios (II Reyes 15, 31).

3. Es decir: no puedo retribuirte sino con tus propios dones.

4 s. Páramo pone aquí la siguiente nota: “Tomaré la copa de la salud. En los sacrificios pacíficos
o de acción de gracias, una parte de la carne sacrificada se destinaba al que ofrecía el sacrificio, el
cual celebraba un convite con su familia, sus amigos y los pobres (cf. Salmo 21, 7). En este convite,
el jefe de familia tomaba una copa de vino, la ofrecía al Señor, bebía él primero de ella y después
pasaba por todos los comensales. Esta copa se llamaba de la salud. Tal vez sea también una alusión
a la copa que se hacía circular en la cena pascual en recuerdo de la liberación de la esclavitud de
Egipto (cf. I Corintios 10, 16; Mateo 26, 27; Lucas 22, 17). Zorell prefiere esta otra explicación: La
Salmo 115 (116, 10-19) 36
y publicaré el Nombre de Yahvé.
(14) 5[Cumpliré los votos hechos a Yahvé

en presencia de todo su pueblo.]


(15) 6Es cosa grave delante de Yahvé

la muerte de sus fieles.

(16) 7Oh Yahvé, yo soy tu siervo;


siervo tuyo, hijo de tu esclava.
Tú soltaste mis ataduras,
(17) 8
y yo t e ofreceré un sacrificio de alabanza;
publicaré el Nombre de Yahvé.
(18)9 Cumpliré a Yahvé estos votos

en presencia de todo su pueblo;


(19) 10 en los atrios de la casa de Yahvé,

en medio de ti, oh Jerusalén.

suerte destinada por Dios a cada uno se presenta en la Escritura bajo la metáfora de una copa que
Dios ofrece para beber (cf. Salmos 10, 7; 15, 5; Mateo 26, 30, etc.). Quien recibe de otro una copa
de rico vino no puede menos de dar las gracias, aceptar el obsequio, beber y alabar en público la
bondad del donante. Eso es lo que desea hacer el salmista con Dios.” El versículo (14) 5, repetición
del versículo 9, falta en varias versiones y estaría aquí fuera de lugar, como observan Callan, Ubach,
etc.

6. Es cosa grave (así también Calès; otros vierten preciosa) ... la muerte de sus fieles (Vulgata:
de los santos): Quiere decir, como explican todos los comentadores, que Dios vela con una
providencia especial por la vida de sus amigos; que no es para Él cosa indiferente, y no permite,
sin grandes motivos, que caigan en poder de los malvados; lo cual explica que el salmista escapase
tan maravillosamente del gran peligro que lo amenazaba. Así también defiende Él nuestras vidas
(cf. Salmo 71, 14; Lucas 21, 18 y 36; Hechos 26, 17 y nota; II Corintios 11, 32 s.) y toma venganza
por la sangre derramada (Salmos 65, 5; 108, 1 y notas).

7. Hijo de tu esclava. Algunos ven aquí un concepto mesiánico (cf. Lucas 1, 38), que extienden
a todo el Salmo, al menos en sentido típico, según es frecuente en los Salmos de David, figura de
Jesús (cf. Salmo 85, 16). Otros lo ven místicamente por el lado de la Sinagoga en oposición a la
Jerusalén celestial y libre “que es nuestra madre” (Gálatas 4, 21-31). Para unos, la rotura de las
cadenas significaría típicamente la Redención. Para otros, simplemente la liberación del peligro en
que se hallaba el salmista.

8 ss. Nótese la similitud de este pasaje con la expresión de David en Salmo 55, 13, así como
la correspondencia del mismo Salmo 55, 14 con Salmo 114, 8-9, lo cual aboga también en pro del
origen davídico de estos poemas.


Catequesis del Papa Benedicto XVI
Acción de gracias en el Templo
Primeras vísperas del domingo de la semana III
1. El Salmo 115, con el que acabamos de rezar, siempre ha sido utilizado por la tradición
cristiana, a partir de san Pablo que, citando la introducción, siguiendo la traducción griega de los
Setenta, escribe a los cristianos de Corinto estas palabras: «teniendo aquel espíritu de fe conforme
a lo que está escrito: “Creí, por eso hablé”, también nosotros creemos, y por eso hablamos» (2
Corintios 4, 13).
El apóstol se siente en acuerdo espiritual con el salmista en la serena confianza y en el sincero
testimonio, a pesar de los sufrimientos y de las debilidades humanas. Al escribir a los romanos,
Salmo 115 (116, 10-19) 37

Pablo retomará el versículo 2 del salmo y trazará la contraposición entre la fidelidad de Dios y la
incoherencia del hombre: «Que quede claro que Dios es veraz y todo hombre mentiroso» (Romanos
3, 4).
La tradición sucesiva transformará este canto en una celebración del martirio (Cf. Orígenes,
«Esortazione al martirio», 18: «Testi di Spiritualità», Milano 1985, pp. 127-129) a causa de la mención
de «la muerte de sus fieles» (Cf. Salmo 115, 15). O hará de él un texto eucarístico, considerando la
referencia a «la copa de la salvación» que el salmista eleva invocando el nombre del Señor (Cf.
versículo 13). Este cáliz es identificado por la tradición cristiana con «la copa de la bendición» (Cf. 1
Corintios 10, 16), con la «copa de la Nueva Alianza» (Cf. 1 Corintios 11, 25; Lucas 22, 20):
expresiones que en el Nuevo Testamento hacen referencia precisamente a la Eucaristía.
2. El Salmo 115, en el original hebreo, forma parte de una sola composición junto al salmo
precedente, el 114. Ambos, constituyen una acción de gracias unitaria, dirigida al Señor que libera
de la pesadilla de la muerte.
En nuestro texto aparece la memoria de un pasado angustiante: el orante ha mantenido alta la
llama de la fe, incluso cuando en sus labios surgía la amargura de la desesperación y de la infelicidad
(Cf. Salmo 115,10). Alrededor se elevaba como una cortina helada de odio y de engaño, pues el
prójimo se demostraba falso e infiel (Cf. versículo 11). Ahora, sin embargo, la súplica se transforma
en gratitud, pues el Señor ha sacado a su fiel del torbellino oscuro de la mentira (Cf. versículo 12).
El orante se dispone, por tanto, a ofrecer un sacrificio de acción de gracias en el que se beberá
el cáliz ritual, la copa de la libación sagrada que es signo de reconocimiento por la liberación (Cf.
versículo 13). La Liturgia, por tanto, es la sede privilegiada en la que se puede elevar la alabanza
agradecida al Dios salvador.
3. De hecho, además de mencionarse el rito del sacrificio se hace referencia explícitamente a la
asamblea de «de todo el pueblo», ante la cual el orante cumple su voto y testimonia su fe (Cf.
versículo 14). En esta circunstancia hará pública su acción de gracias, consciente de que incluso
cuando se acerca la muerte, el Señor se inclina sobre él con amor. Dios no es indiferente al drama
de su criatura, sino que rompe sus cadenas (Cf. versículo 16).
El orante salvado de la muerte se siente «siervo» del Señor, hijo de su esclava (ibídem), bella
expresión oriental con la que se indica que se ha nacido en la misma casa del dueño. El salmista
profesa humildemente con alegría su pertenencia a la casa de Dios, a la familia de las criaturas
unidas a él en el amor y en la fidelidad.
4. Con las palabras del orante, el salmo concluye evocando nuevamente el rito de acción de
gracias que será celebrado en el contexto del templo (Cf. versículos 17-19). Su oración se situará en
el ámbito comunitario. Su vicisitud personal es narrada para que sirva de estímulo para todos a
creer y a amar al Señor. En el fondo, por tanto, podemos vislumbrar a todo el pueblo de Dios,
mientras da gracias al Señor de la vida, que no abandona al justo en el vientre oscuro del dolor y
de la muerte, sino que le guía a la esperanza y a la vida.
5. Concluimos nuestra reflexión encomendándonos a las palabras de san Basilio Magno que,
en la Homilía sobre el Salmo 115, comenta la pregunta y la respuesta de este Salmo con estas
palabras: «“¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación”.
El salmista ha comprendido los muchos dones recibidos de Dios: del no ser ha sido llevado al ser,
ha sido plasmado de la tierra y ha recibido la razón…, ha percibido después la economía de
salvación a favor del género humano, reconociendo que el Señor se entregó a sí mismo como
redención en lugar nuestro; y busca entre todas las cosas que le pertenecen cuál es el don que puede
ser digno del Señor. ¿Qué ofreceré, por tanto, al Señor? No quiere sacrificios ni holocaustos, sino
toda mi vida. Por eso dice: “Alzaré la copa de la salvación”, llamando cáliz a los sufrimientos en el
combate espiritual, a la resistencia ante el pecado hasta la muerte. Es lo que nos enseñó, por otro
lado, nuestro salvador en el Evangelio: “Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz”; o cuando
les dijo a los discípulos: “¿podéis beber el cáliz que yo he de beber?”, refiriéndose claramente a la
muerte que aceptaba por la salvación del mundo» (PG XXX, 109).
Salmo 116 (117) 38

Salmo 116 (117)


Alaben los gentiles al Señor
1
¡Hallelú Yah!
Alabad a Yahvé, naciones todas,
celebradle todos los pueblos;

2
pues su misericordia se ha confirmado sobre nosotros,
y la fidelidad de Yahvé permanece para siempre.


1. Es éste el más breve de los Salmos, pero muy importante por su carácter mesiánico, ya que
todos los gentiles son invitados por Israel a alabar a Dios junto con él “en cuanto las misericordias
divinas para con Israel, ocasión de la alabanza, envuelven espléndidas bendiciones para todas las
gentes” (Sánchez Ruiz). Cf. Salmos 65, 8; 95, 3 y notas; Romanos 11, 12 y 15; 15, 10 s.

2. Permanece para siempre: “Ante la mirada profética del salmista, el edificio está ya en pie,
completamente acabado. La barrera entre Israel y las naciones ha sido derribada… Poderosamente
reina sobre todos su misericordia” (Cardenal Faulhaber). El primer hemistiquio muestra la
misericordia y el segundo la fidelidad de Dios a sus promesas, contemplando ambos, como en
Salmo 88, 3, establecidas ya sobre la tierra esas dos bendiciones que Él anuncia y ostenta como
características Suyas, a través de todos los Salmos. Así celebra también la Virgen “su misericordia de
generación en generación” y la acogida de Israel su siervo (Lucas 1, 50 y 54), ignorando aún la
incredulidad de Israel ante el Mesías y pensando en esa ansiada unión de judíos y gentiles en un
solo rebaño bajo un solo Pastor, que los profetas anunciaron y Jesús confirmó. Cf. Salmos 101, 16
s.; 109, 1 ss.; Isaías 59, 16-21; 60, 1-3; Ezequiel 34, 23 ss.; Zacarías 6, 12 ss.; Lucas 1, 32; 2, 32; Juan
10, 16 y nota. La Misa votiva de la Propagación de la Fe, junto con la oración de Eclesiástico 36
(Epístola) y los Salmos 66, 2ss. (Introito); 95, 7 ss. (Ofertorio) y 99, 1 s. (Aleluya), usa este Salmo
(Comunión) como augurio del dichoso día en que Satanás dejará de ser el príncipe de este mundo
(Juan 14, 30). “Así como el Salmo 99 es la doxología que cierra la gloriosa serie de Salmos
mesiánicos (Salmos 92-99), así el Salmo 116 inicia como áureo eslabón la doxología del Salmo 117
que cierra la serie del Hallel o Salmos de la alabanza (112-117).” San Agustín glosa este Salmo con
bellas palabras sobre la alabanza, que hemos transcrito en la nota al Salmo 150, 3 ss.


Catequesis del Papa San Juan Pablo II (I)
Invitación universal a la alabanza divina
Laudes del sábado de la semana I
1. Este Salmo, el más breve de todos, está compuesto en el original hebreo por tan sólo
diecisiete palabras, de las cuales nueve son particularmente relevantes. Se trata de una pequeña
doxología, es decir, un canto esencial de alabanza, que podría servir como broche final para himnos
de oración más amplios. Así se hacía, de hecho, en algunas ocasiones en la liturgia, como acontece
con nuestro «Gloria al Padre», que pronunciamos al concluir la recitación de cada Salmo.
En verdad, estas pocas palabras de oración se revelan significativas y profundas para exaltar la
alianza entre el Señor y su pueblo, dentro de una perspectiva universal. Desde este punto de vista,
el primer versículo del Salmo es utilizado por el apóstol Pablo para invitar a todos los pueblos del
mundo a glorificar a Dios. Escribe a los cristianos de Roma: «Los gentiles glorifican a Dios por su
misericordia, como dice la Escritura: “Alabad, gentiles todos, al Señor y cántenle himnos todos los
pueblos”» (Romanos 15, 9.11).
2. El breve himno que estamos meditando comienza, por tanto, como sucede con frecuencia
con este tipo de Salmos, con una invitación a la alabanza, que no es dirigida sólo a Israel, sino a
todos los pueblos de la tierra. Un «aleluya» debe surgir de los corazones de todos los justos que
buscan y aman a Dios con corazón sincero. Una vez más, el Salterio refleja una visión de amplios
Salmo 116 (117) 39

horizontes, alimentada probablemente por la experiencia vivida por Israel durante el exilio en
Babilonia en el siglo VI a. C. El pueblo judío encontró entonces otras naciones y culturas y
experimentó la necesidad de anunciar su propia fe a aquéllos entre los que vivía. En el Salterio se
da la consciencia de que el bien florece en muchos terrenos y puede ser orientado hacia el único
Señor y Creador.
Podemos, por eso, hablar de un «ecumenismo» de la oración, que abarca en un abrazo a
pueblos diferentes por su origen, historia y cultura. Nos encontramos en misma línea de la gran
«visión» de Isaías que describe «al final de los días» la afluencia de todas las gentes hacia «el monte
del templo del Señor». Caerán, entonces, de las manos las espadas y las lanzas; es más, se convertirán
en arados y hoces, para que la humanidad viva en paz, cantando su alabanza al único Señor de
todos, escuchando su palabra y observando su ley (cf. Isaías 2,1-5).
3. Israel, el pueblo de la elección, tiene en este horizonte universal una misión que cumplir.
Tiene que proclamar dos grandes virtudes divinas, que ha experimentado viviendo la alianza con
el Señor (cf. versículo 2). Estas dos virtudes, que son como los rasgos fundamentales del rostro
divino, el «binomio» de Dios, como decía San Gregorio de Niza (cf. «Sobre los títulos de los Salmos»
--«Sui titoli dei Salmi»--, Roma 1994, p. 183), se expresan con términos hebreos que, en las
traducciones, no logran brillar con toda la riqueza de su significado.
El primero es «hésed», un término utilizado en varias ocasiones en el Salterio sobre el que ya
me detuve en otra ocasión. Indica la trama de los sentimientos profundos que tienen lugar entre
dos personas, ligadas por un vínculo auténtico y constante. Abarca, por tanto, valores como el
amor, la fidelidad, la misericordia, la bondad, la ternura. Entre nosotros y Dios se da, por tanto,
una relación que no es fría, como la que tiene lugar entre un emperador y su súbdito, sino
palpitante, como la que se da entre dos amigos, entre dos esposos, o entre padres e hijos.
4. El segundo término es «’emét» y es casi sinónimo del primero. También es sumamente
privilegiado por el Salterio, que lo repite casi la mitad de las veces en las que resuena en el resto
del Antiguo Testamento.
El término de por sí expresa la «verdad», es decir, el carácter genuino de una relación, su
autenticidad y lealtad, que se mantiene a pesar de los obstáculos las pruebas; es la fidelidad pura y
gozosa que no conoce doblez. No por casualidad el Salmista declara que «dura por siempre»
(versículo 2). El amor fiel de Dios no desfallecerá y no nos abandonará a nosotros mismos, a la
oscuridad de la falta de sentido, de un destino ciego, del vacío y de la muerte.
Dios nos ama con un amor incondicional, que no conoce cansancio ni se apaga nunca. Este es
el mensaje de nuestro Salmo, tan breve casi como una jaculatoria, pero intenso como un gran
cántico.
5. Las palabras que nos sugiere son como un eco del cántico que resuena en la Jerusalén celestial,
donde una muchedumbre inmensa de toda lengua, pueblo y nación, canta la gloria divina ante el
trono de Dios y ante el Cordero (cf. Apocalipsis 7, 9). La Iglesia peregrina se une a este cántico con
infinitas expresiones de alabanza, moduladas con frecuencia por el genio poético y el arte musical,
Pensemos, por poner un ejemplo, en el «Te Deum» del que generaciones enteras de cristianos se
han servido a través de los siglos para cantar alabanzas y acción de gracias: «Te Deum laudamus, te
Dominum confitemur, te aeternum Patrem omnis terra veneratur». Por su parte, el pequeño Salmo
que hoy estamos meditando es una eficaz síntesis de la perenne liturgia de alabanza de la que se
hace eco la Iglesia en el mundo, uniéndose a la alabanza perfecta que Cristo mismo dirige al Padre.
¡Alabemos, por tanto, al Señor! Alabémosle sin cansarnos. Pero antes de expresar nuestra
alabanza con palabras, debe manifestarse con la vida. Seremos muy poco creíbles si invitáramos a
los pueblos a dar gloria al Señor con nuestro salmo y no tomáramos en serio la advertencia de
Jesús: «Brille vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen
a vuestro Padre que está en los cielos» (Mateo 5, 16). Cantando el Salmo 116, como sucede con
todos los Salmos que aclaman al Señor, la Iglesia, Pueblo de Dios, se esfuerza por convertirse ella
misma en un cántico de alabanza.

Catequesis del Papa San Juan Pablo II (II)


Salmo 116 (117) 40

Invitación universal a la alabanza divina


Laudes del sábado de la semana III
1. Continuando con nuestra meditación sobre los textos de la Liturgia de los Laudes, volvemos
a considerar un Salmo ya propuesto, el más breve del Salterio. Es el Salmo 116, recién escuchado,
una especie de pequeño himno, o de jaculatoria que se convierte en una alabanza universal al
Señor. Expresa lo que quiere proclamar con dos palabras fundamentales «amor» y «fidelidad» (Cf.
versículo 2).
Con estos términos, el Salmista ilustra sintéticamente la alianza entre Dios e Israel, subrayando
la relación profunda, leal y confiada que existe entre el Señor y su pueblo. Escuchamos aquí el eco
de las palabras que el mismo Dios había pronunciado en el Sinaí, al presentarse a Moisés: «Señor,
Señor, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad» (Éxodo 34, 6).
2. A pesar de su carácter breve y esencial, el Salmo 116 penetra en el corazón de la oración,
que consiste en el encuentro y en el diálogo vivo y personal con Dios. En este acontecimiento, el
misterio de la divinidad se revela como fidelidad y amor.
El Salmista añade un aspecto particular de la oración: la experiencia de oración debe irradiarse
en el mundo, transformándose en testimonio para quien no comparte nuestra fe. De hecho, al
inicio, el horizonte se amplía a «todas las naciones» y «todos los pueblos» (Cf. Salmo 116, 1), para
que ante la belleza y la alegría de la fe se dejen también conquistar por el deseo de conocer,
encontrar y alabar a Dios.
3. En un mundo tecnológico minado por un eclipse de lo sagrado, en una sociedad que se
complace en una cierta autosuficiencia, el testimonio de quien ora es como un rayo de luz en la
oscuridad.
En un primer momento, puede que sólo despierte curiosidad, después puede inducir a la
persona reflexiva a plantearse el sentido de la oración y, por último, puede suscitar un creciente
deseo de hacer la experiencia. Por este motivo, la oración no es nunca un acontecimiento solitario,
sino que tiende a dilatarse hasta involucrar al mundo entero.
4. Acompañamos ahora el Salmo 116 con las palabras de un gran Padre de la Iglesia de Oriente,
san Efrén el Sirio, quien vivió en el siglo IV. En uno de sus «Himnos sobre la fe», el decimocuarto,
expresa el deseo de no dejar de alabar nunca a Dios, involucrando también a «todos aquellos que
comprenden la verdad» divina. Este es su testimonio: «¿Cómo puede dejar de alabarte mi arpa,
Señor? / ¿Cómo podría enseñar a mi lengua la infidelidad? / Tu amor ha dado confianza a mis
dudas, / pero mi voluntad es todavía ingrata (estrofa 9).
«Es justo que el hombre reconozca tu divinidad, / es justo que los seres celestes alaben tu
humanidad;/ los seres celestes se sorprendieron al ver que te habías aniquilado, / y los de la tierra
al ver hasta qué punto te has exaltado» (estrofa. 10: «El Arpa del Espíritu» («L’Arpa dello Spirito»),
Roma 1999, pp. 26-28).
5. En otro himno («Himnos Nisibianos», 50), san Efrén confirma su compromiso de alabanza
incesante, y explica el motivo en el amor y en la compasión de Dios por nosotros, precisamente
como sugiere nuestro Salmo.
«Que en ti, Señor, mi boca te alabe desde silencio. / Que nuestras bocas no dejen de pronunciar
tu alabanza, / que nuestros labios no dejen de profesarte;/ que tu alabanza pueda vibrar en
nosotros!» (Estrofa 2).
«Dado que la raíz de nuestra fe está hundida en nuestro Señor;/ a pesar de que está lejos, está
cerca en la fusión del amor. / Que las raíces de nuestro amor se unan a él, / que la plenitud de su
compasión se difunda sobre nosotros» (estrofa. 6: ibídem., pp. 77.80).
Salmo 117 (118) 41

Salmo 117 (118)


Júbilo y acción de gracias por la salvación
1¡Hallelú Yah!
Alabad a Yahvé porque es bueno,
porque su misericordia permanece para siempre.
2Diga ahora la casa de Israel:

“Su misericordia permanece para siempre.”


3Diga la casa de Aarón:

“Su misericordia permanece para siempre.”


4Digan los que temen a Yahvé:

“Su misericordia permanece para siempre.”

5En la estrechez invoqué a Yah;


y Yah me escuchó y me sacó a la anchura.
6Yahvé está en mi favor, nada temo.

¿Qué podrá hacerme el hombre?


7Yahvé, mi auxiliador, está conmigo

y miraré (confundidos) a mis enemigos.


1. Vemos en Esdras 3, 11 que, al echarse los cimientos del segundo Templo, después del
cautiverio de Babilonia, “se presentaron los sacerdotes vestidos de sus ornamentos, con las
trompetas, y los levitas hijos de Asáf con los címbalos, para cantar las alabanzas de Dios con Salmos
de David rey de Israel”, repitiendo las palabras con que empieza y termina este himno litúrgico de
gratitud. No estando aún construido el Templo, se deduce que las puertas de que hablan los
versículos 19 y 20 tienen en boca del salmista un sentido profético más extenso, el cual se confirma
en las citas de los versículos 22 s. y 26, hechas por el mismo Jesucristo y los apóstoles. Se trata,
como en el Salmo 101, del misterio del Mesías Salvador y gloria de Israel (Lucas 2, 32; Isaías 61, 1-
11). Calès señala en esto, más aún que un sentido típico, “un sentido literal implícito y eminente,
en tanto que la aplicación del día del Señor (versículo 24) a las alegrías pascuales sólo pertenece
indudablemente a la acomodación litúrgica”.

2 ss. Expresiones usadas en el Salmo 113 b, 9-11, denunciando un autor común. Cf. Salmo 106,
2-3 y nota. Diga ahora: Esto es, ahora que el misterio de la misericordia se ha revelado plenamente
a Israel (cf. Isaías 59, 20; Romanos 11, 26; Hebreos 8, 8 ss., etc.). La casa de Aarón: Por el
cumplimiento de sus promesas a él y a su hijo Eleazar y a sus descendientes (Éxodo 40, 12 s.;
Eclesiástico 45, 8 y 19), como Fineés (Números 25, 11-13; Eclesiástico 45, 30; cf. Salmo 105, 30 s.)
y Sadoc (Ezequiel 44, 15 y nota). Cf. Jeremías 33, 19-22.

5. Me sacó a la anchura: Así también Desnoyers, Calès, etc. (cf. Salmo 17, 20). Como observa
el nuevo Salterio Romano, habla aquí Israel (cf. versículo 10) lo mismo que en Salmo 101, 1 ss. (cf.
notas). Esto y la gran derrota de las naciones enemigas (versículos 10 ss.), así como la justificación
del pueblo (versículos 15 ss.), muestran que se trata aquí de una prosperidad que nunca existió al
retorno de Babilonia (cf. Salmo 84, 1 y nota) y que sólo se ve en los Salmos y profecías mesiánicas.
Cf. Salmo 106, 3; Isaías 60, 10 ss.; Jeremías 3, 17 ss.; 30, 3; 31, 31 ss.; Ezequiel 37, 23; 39, 25 ss.;
Joel 3, 1 ss.

6 ss. Nueva y preciosa lección de confianza, dada como fruto de la experiencia secular de
Israel (cf. Jeremías 17, 5; Romanos 8, 31; Salmos 91, 6; 93, 11; 115, 2 y notas). San Pablo, escribiendo
a los judíos, cita el versículo 6 (Hebreos 13, 6).
Salmo 117 (118) 42
8
Mejor es acogerse a Yahvé
que confiar en el hombre.
9Mejor es acogerse a Yahvé

que confiar en príncipes.

10Todas las naciones me habían cercado;


en el Nombre de Yahvé las hice pedazos.
11Me envolvieron por todas partes;

en el Nombre de Yahvé las hice pedazos.


12
Me rodeaban como abejas,
ardían como fuego de espinas;
en el Nombre de Yahvé las hice pedazos.
13Empujado, empujado, estuve a punto de caer,

pero Yahvé vino en mi ayuda.


14Mi fuerza y mi valor es Yahvé,

mi Salvador es Él.

15Voz de exultación y de triunfo


en las tiendas de los justos:
“La diestra de Yahvé ha hecho proezas;
16la diestra de Yahvé se alzó muy alto,

la diestra de Yahvé ha hecho proezas”.


17No moriré, sino que viviré;

y publicaré las hazañas de Yahvé.


18Me castigó Yah, me castigó,


10 ss. Todas las naciones. Esto, y la gran venganza tomada de ellas en nombre de Dios, muestra
que el autor no habla de Babilonia, pues Ciro permitió espontáneamente la salida de los judíos
(Esdras 1, 1 ss.); ni menos de los samaritanos que pretendían impedir la reconstrucción del Templo
(Esdras capítulos 4-6; Nehemías 6, 16). Las hice pedazos. Otros vierten: las mutilé. El texto dice
literalmente: los circuncidé y lo mismo en los versículos 11 y 12. Abejas y fuego de espinas (versículo
12): Vivísimas imágenes del furor de los enemigos de Israel, que Dios desbaratará terriblemente.

13 s. Cf. Isaías 41, 11 ss.; Ezequiel 38, 17-23; Joel 3, 9-21, etc. A punto de caer: Cf. versículo
18; Salmo 65, 9 y 20; Romanos 11, 11. Mi Salvador es Él (versículo 14): Confesión que recuerda
Éxodo 15, 2 y se repite en versículo 21 (cf. versículo 26; Oseas 3, 5; Zacarías 12, 8-10; Juan 19, 37).
“Es todo Israel quien habla, pues es el Israel todo entero que acaba de beneficiarse de la salvación”
(Dom Funiet).

15 s. De los justos: Se refiere a los israelitas (Callan). No se trata de la parte de los tabernáculos
o tiendas, sino que son los justos, amigos de Yahvé, quienes se alegran de su triunfo (Fillion,
Desnoyers, etc.) y pronuncian el cántico de los versículos 16 ss., que trae afectos visiblemente
inspirados en el Cántico de Moisés.

16 s. Se alzó, como en Éxodo 15, 6 y no: me levantó, como algunos vierten según los LXX.
Muy alto: El texto indica exaltación común.

18. Literalmente: Castigando me castigó, repetición que es en hebreo un superlativo de
intensidad. “Ahora comprenden los israelitas cómo el propósito divino en sus sufrimientos fue su
purificación, no su destrucción” (Callan). Cf. Isaías 40, 2; 61, 7; Jeremías 16, 18; 30, 11. Esta verdad,
Salmo 117 (118) 43
pero no me entregó a la muerte.

19Abridme las puertas de la justicia,


para que entre por ellas y dé gracias a Yah.
20Esta es la puerta de Yahvé;

entren los justos por ella.


21Te daré gracias porque me escuchaste

y te has hecho mi Salvador.


22La piedra que rechazaron los constructores

ha venido a ser la piedra angular.


23Obra de Yahvé es esto,

admirable ante nuestros ojos.

24Este es el día que hizo Yahvé;


alegrémonos por él y celebrémoslo.
25Sí, oh Yahvé, ¡da la victoria!

proclamada por Israel y también aplicable a cada hombre, es lo que el adagio popular expresa
diciendo que Dios aprieta, pero no ahoga (véase Hebreos 12, 1-8).

19 ss. Este pasaje, que suele presentarse dialogado para indicar su uso litúrgico en Israel, tiene
su correspondiente en el himno de agradecimiento que según Isaías se cantará en el día en que
Yahvé preparará el gran festín en Sión (Isaías 25, 6 ss.). Entonces, proclamando como aquí a Dios
Salvador de Israel, y gozándose y alegrándose en tan gran día como aquí en el versículo 24 (Isaías
25, 9, texto hebreo), se dirá también: “Abrid las puertas y entre el pueblo justo, etc.” (Isaías 26, 2).
Las puertas de la justicia que viene de Cristo (Romanos 3, 26; cf. 3, 9), y no de la justicia propia
que ellos buscaban según la Ley (Romanos 9, 30-33), serán abiertas entonces a los judíos gozosos
y arrepentidos, para los cuales Cristo habrá sido piedra de tropiezo (véase el versículo 22), como
lo muestra allí San Pablo (Romanos 9, 33) citando a Isaías (cf. Isaías 8, 14; 28, 16; Lucas 20, 18;
Hechos 4, 11; I Pedro 2, 6). Sobre esa puerta y camino santo (nombres que se da el mismo Cristo
en Juan 10, 9 y 14. 6), cf. Apocalipsis 21, 27; 22, 14; Isaías 35, 8; 62, 10; Salmo 99, 4.

22 s. Véase la nota precedente. “El pueblo de Israel, rechazado y pisoteado por las grandes
naciones, está elegido por Dios para que sea piedra angular del reino mesiánico. En sentido más
alto aun, Cristo lo dice de sí mismo (Mateo 21, 42-44; Marcos 12, 10; Lucas 20, 17; cf. Hechos 4,
11; Efesios 2, 20 s.; I Pedro 2, 7)” (Salterio Romano). En esa parábola de los malos viñadores, Jesús
recuerda a su propio pueblo este pasaje, como un argumento ad hominem, para anunciarles la
vocación de los gentiles a causa de la incredulidad de Israel (Romanos 11, 30; Deuteronomio 9, 5;
32, 21 citado por Romanos 10, 19). San Pablo formula sobre esto una grave advertencia también a
nosotros los gentiles en Romanos 11, 17 ss. Cf. Isaías 28, 16 y nota.

24. Este gran día, que en sentido acomodaticio se aplica a la Pascua, como observan los
comentadores (cf. versículo 1 y nota), es el día del Señor, glorioso para su pueblo y terrible para
sus enemigos (cf. Ezequiel 30, 3 y nota; Isaías 11, 11; 13, 6; Jeremías 46, 10; Sofonías 2, 2 s.;
Malaquías 4, 5). Alegrémonos, etc. Es lo que se dice en Isaías 25, 9 (cf. versículo 19 y nota); y en
Apocalipsis 19, 7.

25 s. Esta exclamación es en hebreo el Hosanna que el pueblo judío gritó con júbilo el
Domingo de Ramos, único día en que fue reconocido el “Cristo Príncipe” (Mateo 21, 9 y nota). Cf.
Daniel 9, 25; Jeremías 31, 7. Bendito el que viene (versículo 26): Es la célebre aclamación mesiánica
(en hebreo Baruj ha-ba). Véase Juan 11, 25 y nota sobre “El que viene” (en griego “ho erjómenos”).
Después de haber recibido Jesús esta aclamación en aquel día, según lo refieren con distintos matices
los cuatro Evangelistas (Mateo 21, 9; Marcos 11, 10; Lucas 19, 38; Juan 12, 13), Jesús anunció, al
Salmo 117 (118) 44
Sí, oh Yahvé, ¡da prosperidad!

26Bendito el que viene en el nombre de Yahvé;


desde la casa de Yahvé os bendecimos.
27Yahvé es Dios y nos ha iluminado.

Ordenad procesión con ramos frondosos


hasta los cuernos del altar.
28Mi Dios eres Tú y te doy gracias;

Mi Dios eres Tú, quiero alabarte;


29
Alabad a Yahvé porque es bueno;
porque su misericordia permanece para siempre.

final de su último discurso en el Templo (Mateo 23, 39), que estas mismas palabras serían la señal
el día de su triunfo definitivo. Entonces se volverán a Aquel a quien traspasaron, como dice San
Juan (19, 37), citando a Zacarías 12, 10 (cf. Deuteronomio 4, 30; Salmo 101, 29 y nota).
Comentando el pasaje en que Jesús aplica así este versículo, dice Fillion que con estas palabras
“terminaba el ministerio propiamente dicho de nuestro Señor. Él mismo iba a morir y aquellos a
quienes se dirigía entonces no debían volver a verlo sino ni fin de los tiempos. En efecto, las palabras
“hasta que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor” se refieren, según los mejores
intérpretes, al Retorno de Jesucristo al fin del mundo, como juez soberano y a la conversión de los
judíos, que tendrá lujar en esa época. Cf. Romanos 11, 25 ss. Reconociendo en Él a su Redentor, lo
aclamarán entonces con la aclamación mesiánica: Bendito el que viene… Cf. Salmo 117, 26. Véase
Mateo 23, 39 y nota.

27. Nos ha iluminado: “Tras la negra noche de la calamidad, Dios ha mostrado a su pueblo
la luz de su favor (Callan). Cf. Salmo 96, 11; II Corintios 3, 14-16 y notas. Hasta los cuernos: Porque
el altar de los perfumes tenía un cuerno en cada ángulo. Hasta allí había llegado el pecado de Judá
(Jeremías 17, 1), y hasta allí llega ahora con júbilo el fiel cortejo, que recuerda el de Salmo 67, 25
ss.

28 s. Con alabanza semejante a la de Salmo 98, 5 y la repetición del versículo 1 termina
solemnemente la serie del Hallel, comenzada con el Salmo 112.


Catequesis del Papa San Juan Pablo II (I)
Himno de acción de gracias después de la victoria
Laudes del domingo de la semana II
1. Cuando el cristiano, en sintonía con la voz orante de Israel, canta el Salmo 117, que acabamos
de escuchar, siente en su interior un particular estremecimiento. En este himno, descubre dos frases
de intenso carácter litúrgico cuyo eco se escucha en el Nuevo Testamento con una nueva tonalidad.
La primera aparece en el versículo 22: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra
angular». Esta frase es citada por Jesús, quien la aplica a su misión de muerte y de gloria, después
de haber narrado la parábola de los viñadores asesinos (cf. Mateo 21, 42). La frase es evocada
también por Pedro en los Hechos de los Apóstoles: Jesús «es la piedra que vosotros los constructores
habéis despreciado y que se ha convertido en piedra angular. Porque no hay bajo el cielo otro
nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (Hechos 4, 11-12).
Comenta Cirilo de Jerusalén: «Decimos que uno solo es el Señor Jesucristo pues su filiación es
única; uno solo para que tú no creas que hay otro... De hecho, es llamado piedra, pero no una
piedra tallada por manos humanas, sino una piedra angular, para que quien crea en él no quede
decepcionado» («Las catequesis» - «Le Catechesi», Roma 1993, páginas 312-313).
La segunda frase que el Nuevo Testamento toma del Salmo 117 es proclamada por la
muchedumbre en la solemne entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén: «¡Bendito el que viene en el
Salmo 117 (118) 45

nombre del Señor!» (Mateo 21, 9; cf. Salmo 117, 26). La aclamación queda enmarcada por un
«Hosanna», «hoshiac na’, deh», «¡sálvanos!».
2. Este espléndido himno bíblico se enmarca en la pequeña serie de Salmos, del 112 al 117,
llamada el «Hallel pasquale», es decir, la alabanza salmódica utilizada en el culto judío para la Pascua
y las principales solemnidades del año litúrgico. El rito de procesión puede ser considerado como
el hilo conductor del Salmo 117, salpicado quizá por cantos para solista y para coro, con la ciudad
santa y su templo como telón de fondo. Una bella antífona abre y cierra el texto: «Dad gracias al
Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia» (versículos 1 y 29).
La palabra «misericordia» traduce la palabra judía «hesed», que designa la fidelidad generosa de
Dios hacia su pueblo aliado y amigo. Tres categorías de personas son involucradas en el cántico de
esta alabanza: todo Israel, «la casa de Aarón», es decir, los sacerdotes, y «quien teme a Dios», una
locución que indica a los fieles y sucesivamente también a los prosélitos, es decir, los miembros de
otras naciones que desean adherir a la ley del Señor (cf. versículos 2-4).
3. La procesión parece avanzar por las calles de Jerusalén, pues se habla de las «tiendas de los
justos» (cf. versículo 15). De todos modos, se eleva un himno de acción de gracias (cf. versículos 5-
18), cuyo mensaje esencial es: incluso en la angustia es necesario conservar la llama de la confianza,
pues la mano potente del Señor lleva a su fiel a la victoria sobre el mal y a la salvación.
El poeta sagrado utiliza imágenes fuertes y vivas: los adversarios crueles son comparados a un
enjambre de avispas o a una columna de fuego que avanza dejando todo hecho cenizas (cf.
versículo 12). Pero la reacción del justo, apoyado por el Señor, es vehemente: en tres ocasiones
repite: «en el nombre del Señor los rechacé» y el verbo hebreo pone de manifiesto una intervención
destructiva del mal (cf. versículos 10.11.12). En el origen, de hecho, está la diestra poderosa de Dios,
es decir, su obra eficaz, y no precisamente la mano débil e incierta del hombre. Por este motivo la
alegría por la victoria sobre el mal deja lugar a una profesión de fe muy sugerente: «el Señor es mi
fuerza y mi energía, Él es mi salvación» (versículo 14).
4. La procesión parece llegar al templo, «a las puertas del triunfo» (versículo 19), es decir, a la
puerta santa de Sión. Aquí se entona un segundo canto de acción de gracias, que comienza con un
diálogo entre la asamblea y los sacerdotes para ser admitidos al culto. «Abridme las puertas del
triunfo, y entraré para dar gracias al Señor», dice el solista en nombre de la asamblea en procesión.
«Esta es la puerta del Señor: los vencedores entrarán por ella» (versículo 20), responden otros,
probablemente los sacerdotes.
Una vez atravesada la puerta, comienza el himno de acción de gracias al Señor, que en el
templo se ofrece como «piedra» estable y segura sobre la que se edifica la casa de la vida (cf. Mateo
7, 24-25). Una bendición sacerdotal desciende sobre los fieles, que han entrado en el templo para
expresar su fe, elevar su oración y celebrar el culto.
5. La última escena que se abre ante nuestros ojos está constituida por un rito gozoso de danzas
sagradas, acompañadas por un festivo agitar de palmas: «Ordenad una procesión con ramos hasta
los ángulos del altar» (versículo 27). La liturgia es alegría, encuentro de fiesta, expresión de toda la
existencia que alaba al Señor. El rito de los ramos recuerda la solemnidad judía de las Chozas,
memoria de la peregrinación de Israel en el desierto, solemnidad en la que se realizaba una
procesión con ramas de palmera, arrayán y sauce. Este mismo rito, evocado por el Salmo, se vuelve
a proponer en la entrada de Jesús en Jerusalén, celebrada en la liturgia del Domingo de Ramos.
Cristo es ensalzado como «hijo de David» (cf. Mateo 21, 9) por la muchedumbre que «había llegado
para la fiesta... y tomando ramos de palmera salió a su encuentro gritando: "Hosanna. ¡Bendito el
que viene en nombre del Señor y rey de Israel!» (Juan 12, 12-13). En aquella celebración festiva, que
sin embargo es el preludio de la pasión y muerte de Jesús, se aplica en sentido pleno el símbolo de
la piedra angular, propuesto al inicio, alcanzando un valor glorioso y pascual.
El Salmo 117 alienta a los cristianos a reconocer en el acontecimiento de la Pascua de Jesús «el
día en que actuó el Señor», en el que «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra
angular». Con el salmo pueden cantar llenos de gratitud: «Mi fuerza y mi canto es el Señor, Él es mi
salvación» (versículo 14); «Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo»
(versículo 24).
Salmo 117 (118) 46

Catequesis del Papa San Juan Pablo II (II)


Himno de acción de gracias después de la victoria
Laudes del domingo de la semana IV
1. En todas las festividades más significativas y gozosas del antiguo judaísmo --en particular en
la celebración de la Pascua-- se cantaba la secuencia de los Salmos que va desde el 112 al 117. Esta
serie de himnos de alabanza y de acción de gracias a Dios era llamada el «Hallel egipcio», pues en
uno de ellos, el Salmo 113 A, se evocaba de manera poética y casi visiva el éxodo de Israel de la
tierra de la opresión, el Egipto de los faraones, y el maravilloso don de la alianza. Pues bien, el
último Salmo que sigla este «Hallel egipcio» es precisamente el 117, que acabamos de proclamar, y
que ya habíamos meditado en un comentario precedente.
2. Este canto revela claramente su uso litúrgico dentro del templo de Jerusalén. En su trama,
de hecho, parece desarrollarse una procesión, que comienza en las «tiendas de los justos» (versículo
15), es decir, en las casas de los fieles. Éstos exaltan la protección de la mano divina, capaz de tutelar
a quien es recto y confía incluso cuando irrumpen los adversarios crueles. La imagen utilizada por
el Salmista es expresiva: «me rodeaban como avispas, ardiendo como fuego en las zarzas, en el
nombre del Señor los rechacé» (versículo 12).
Ante este peligro superado, el pueblo de Dios estalla en «cantos de victoria» (versículo 15) en
honor de «la diestra del Señor» que «es poderosa» (Cf. versículo 16). Se da, por tanto, la conciencia
de no estar nunca solos, a merced de la tormenta desencadenada por los malvados. La última
palabra, en verdad, es siempre la de Dios que, si bien permite la prueba a su fiel, sin embargo, no
le entrega a la muerte (Cf. versículo 18).
3. Al llegar a este punto, parece que la procesión llega a la meta evocada por el Salmista a
través de la imagen de «las puertas del triunfo» (versículo 19), es decir, la puerta santa del templo
de Sión. La procesión acompaña al héroe a quien Dios ha dado la victoria. Pide que se le abran las
puertas para que pueda «dar gracias al Señor» (versículo 19). Con él «los vencedores entran por ella»
(versículo 20). Para expresar la dura prueba que ha superado y la glorificación que de ella resulta,
se compara a sí mismo con «la piedra desechada por los arquitectos» convertida «ahora en la piedra
angular» (versículo 22).
Cristo asumirá precisamente esta imagen y este versículo, al final de la parábola de los viñadores
homicidas para anunciar su pasión y su glorificación (Cf. Mateo 21, 42).
4. Al aplicarse a sí mismo este Salmo, Cristo abre el camino a la interpretación cristiana de este
himno de confianza y de gratitud al Señor por su «hesed», es decir, por su fidelidad amorosa, de la
que se hace eco todo el Salmo (Cf. Salmo 117,1.2.3.4.29).
Los símbolos adoptados por los Padres de la Iglesia son dos. Ante todo, el de la «puerta del
triunfo», que san Clemente Romano en su «Carta a los Corintios» comentaba de este modo: «Muchas
son las puertas abiertas, pero la de del triunfo está en Cristo. Bienaventurados todos los que entran
por ella y dirigen su camino en la santidad y en la justicia, cumpliendo tranquilamente con todo»
(48,4: «Los Padres Apostólicos», «I Padri Apostolici», Roma 1976, p. 81).
5. Otro símbolo, unido al precedente, es precisamente el de la piedra. Nos dejaremos guiar
ahora en nuestra meditación por san Ambrosio en su «Exposición sobre el Evangelio según Lucas».
Comentando la profesión de fe de Pedro en Cesarea de Filipo, recuerda que «Cristo es la piedra» y
que «Cristo tampoco negó este bello nombre a su discípulo, de modo que también él sea Pedro,
para que en la piedra tenga la firmeza de la perseverancia, la inquebrantabilidad de la fe».
Ambrosio introduce entonces la exhortación: «Esfuérzate tú también por ser una piedra. Pero
para esto, no busques la piedra fuera de ti, sino dentro de ti. Tu piedra son tus acciones, tu piedra
es tu pensamiento. Sobre esta piedra se edifica tu casa para que no sea flagelada por ninguna
tempestad de los espíritus del mal. Si eres una piedra, estarás dentro de la Iglesia, pues la Iglesia está
sobre la piedra. Si estás dentro de la Iglesia, las puertas del infierno no prevalecerán contra ti» (VI,
97-99: «Obras exegéticas», «Opere esegetiche», IX/II, Milán-Roma 1978 = Saemo 12, p. 85).
Salmo 118 (119) 47

Salmo 118 (119)


Elogio de la palabra divina
ALEF.
1Dichosos aquellos cuyo camino es perfecto,

que andan tras la Ley de Yahvé.


2Bienaventurados los que observan sus instrucciones,

de todo corazón lo buscan,


3no cometen ninguna iniquidad,

siguen los caminos de Él.


4Tu diste tus preceptos,

para que sean cuidadosamente guardados.


5 ¡Ojalá se afirmen mis pasos

hacia la guarda de tus palabras!


6Entonces no quedaré confundido

cuando contemple todos tus mandamientos.


7Te alabaré por la rectitud de corazón,


1. El Salmo 118 es el más extenso del Salterio. San Ambrosio le dedica 300 columnas in folio
y lo atribuye a David, como lo hace también el Catecismo Romano (IV, 15, 15). Se compone en
forma acróstica, de 22 estrofas, correspondientes a las letras del alefato hebreo, y en cada cual los
ocho versículos comienzan igualmente con esa letra. La Ley de Dios, sus grandezas y excelencias,
sus valores espirituales, son el tema único de este inmenso océano de sabiduría, lleno de portentosos
secretos de vida sobrenatural, que los superficiales hallan monótono y cuya profundidad colmaba
de admiración y deleite a Pascal (cf. versículo 18 y nota). Todos los 176 versículos, menos el 122,
mencionan la Palabra de Dios bajo sus distintos aspectos. De ahí que los Santos Padres lo hayan
considerado como un manual de perfección cristiana (Páramo). La primera estrofa nos muestra que
la Palabra de Dios debe ser estudiada como fuente de felicidad (Mc Clellan). Perfecto: Aunque yo
no lo sea —ni lo seré nunca en mí carne— tengo a mi disposición, en medio de este siglo depravado
(Gálatas 1, 4), un camino perfecto. ¡Qué dicha incomparable para los que así lo creen de veras! Cf.
Salmo 85, 11 y nota.

2. Bienaventuranza que Jesús confirmó en Lucas 11, 28. Es, dice el Crisóstomo, para los que
escrutan la Palabra de Dios con interés, buscando en ella la sabiduría “como se buscan las riquezas”,
y entraña una promesa; los que escuchan a Dios atentamente, le buscarán luego con todo su
corazón, porque quedan sedientos de verdad y amor. Cf. S, 1, 2-3; Eclesiástico 24, 29; Juan 7, 17.

3. No cometen: Así también Vaccari, Crampón, Páramo, etc. Continúa el pensamiento del
versículo 2 según el cual las palabras de Dios tienen la virtud de apartarnos del mal (cf. versículo
11), pues nos conceden el privilegio de revelarnos los caminos de Aquel que es el único perfecto
(versículo 1). ¡Y lo hacen con la suavidad con que un padre alecciona a su hijo!

4 ss. Sigue desarrollándose el concepto: no se trata de repetir que los mandamientos deben
cumplirse. Eso no añadiría ninguna enseñanza. Se trata, según nota Joüon sobre Lucas 11, 28, de
custodiarlos, o sea de conocer y conservar empeñosamente las palabras de Dios en la memoria y
la meditación, siguiendo el ejemplo de la Virgen (Lucas 2, 19 y 51), Entonces, dice el versículo 6,
no temeremos sus mandamientos pues estaremos preparados para cumplirlos. Es lo que enseña
Jesús en Marcos 14, 38. Cf. I Timoteo 3, 16.

7. Así también Rembold. La rectitud de corazón es la mejor alabanza a Dios, puesto que es lo
que Él más aprecia (cf. Salmo 50, 8; Juan 1, 47). Y el que estudia esos juicios de Dios da muestra de
ser recto, pues busca la verdad. Y su rectitud se confirma cada vez en contacto con esos juicios de
Salmo 118 (119) 48
aprendiendo los decretos de tu justicia.
8Tus estatutos guardaré,

de ningún modo me desampares.

BET.
9 ¿Cómo el joven mantendrá puro su camino?

Conservando tus palabras.


10Con toda mi alma te busco;

no permitas que yo ande errante al margen de tus mandamientos.


11
En mi corazón escondo tus palabras,
para no pecar contra Ti.
12Bendito seas, oh Yahvé,

enséñame tus decretos.


13Con mis labios doy a conocer

todos los oráculos de tu boca.


14En el camino de tus testimonios me deleito

como quien posee todas las riquezas.


15Quiero meditar en tus preceptos

y contemplar tus caminos;

Dios. Según esto vemos lo que significa, para la oración, el conocer la Palabra divina. El que no
conoce a Cristo, dice San Agustín, se forma falsa idea de Él, y entonces no es escuchado cuando
pide en su nombre (Juan 16, 23), porque el Padre ve que no está invocando al verdadero Cristo.

8. No es esto una audaz promesa como la de Pedro: “No te negaré”. Muy al contrario, es
como decir: contando con tu auxilio me aprovecharé de los recursos de tu gracia. Cf. Juan 15, 5;
Gálatas 2, 21; Filipenses 2, 13.

9. He aquí la pedagogía bíblica. Ya el tierno joven, para vencer nuestra naturaleza inclinada
al mal, ha de acostumbrarse a leer y recordar la santa Palabra, guía y fortaleza en el sendero de
Dios. Y cuando su cabeza, dice San Jerónimo, caiga dormida, que sea sobre la página sagrada que
ha estado escrutando hasta el fin. Cf. versículo 55 y nota.

10. Véase aquí el efecto anunciado en el versículo 2. Conseguido ya su resultado, el alma
insiste en implorar la fidelidad. Cf. Salmo 50, 13 y nota. Cf. Kempis IV, 11.

11. ¡Estupendo secreto que nos descubre el modo de no ofender a Dios! San Pablo confirma
esta virtud de la Palabra que nos salva (Romanos 1, 16), nos prepara para toda obra buena (II
Timoteo 3, 16 s.), y por eso debe permanecer en nosotros “opulentamente” (Colosenses 3, 16,
texto griego). Cf. versículos 4-6 y nota; versículo 104; Santiago 2, 21.

12. ¡Enséñame! Para eso vino ante todo Jesús: como el Maestro bueno (Mateo 11, 29), que
enseña a los pequeños lo que oculta a los sabios. Cf. Mateo 11, 25; 23, 8-10; Juan 6, 45; Hebreos
8, 11.

13. ¡Quién pudiera decir con certeza esta maravilla! Es el supremo mandato de Jesús a sus
discípulos: trasmitir todo lo que Él les había enseñado (Mateo 5, 19; 28, 20; Marcos 16, 15; Juan
15, 15; Salmos 16, 4; 39, 10 s.; Sabiduría 7, 13; Daniel 12, 3). Es lo que el mismo Señor declaró y
cumplió como su misión por excelencia (Juan 14, 26; 17, 6-8; 18, 37).

14. Si la Biblia costara una fortuna, como los manuscritos antes de la imprenta, quizá la
apreciaríamos más que hoy cuando está al alcance de todos y hay tantos que no se interesan por
ella. Cf. versículo 112; Sabiduría 7, 8 s.
Salmo 118 (119) 49
16
gozarme en tus estatutos,
no olvidar tus palabras.

GUIMEL.
17Haz merced a tu siervo que viva

y guarde tus palabras.


18Quita el velo a mis ojos,

para que descubra las maravillas de tu Ley.


l9Peregrino soy en la tierra:

no me ocultes tus preceptos.


20Mi alma se consume

anhelando en todo tiempo tus justificaciones.


21Increpaste a los infatuados;

malditos esos que se desvían de tus mandamientos.


22Aparta de mí el oprobio y el desprecio,

porque sigo tus instrucciones.


16. Nótese los distintos aspectos en que se toma la Palabra de Dios en las diversas estrofas:
preceptos, palabras, caminos, mandamientos, instituciones, juicios, justificaciones, testimonios,
decretos, designios, oráculos, etc. (Cf., versículo 53 y nota). Es decir, que “no es la Ley en el sentido
restringido de la legislación mosaica” (Calès) y no se muestra en la Palabra revelada un sentido
preceptivo solamente, sino también las enseñanzas, promesas, verdades comunicadas sobre la vida
de Dios y los designios admirables y bondadosos del divino Padre, todo lo cual nos adiestra y nos
mueve a buscar con amor el cumplimiento de su voluntad, al menos en nosotros mientras la cizaña
impida que ello se haga “en la tierra como en el cielo” (cf. Salmo 119, 7 y nota). Y si tanta riqueza
tenía la Palabra de Dios en tiempo del salmista que así ponía en ella su deleite ¿qué no será para
nosotros que tenemos todo el Nuevo Testamento, además de los Salmos, los Profetas, etc.?

18. Quita el velo: Confesión de que no somos capaces de entender por nosotros mismos (I
Corintios 2, 14), sino por el Espíritu Santo, que es quien inspiró la Escritura (II Pedro .1, 20) y nos
hace penetrar hasta las profundidades de Dios (I Corintios 2, 10). Esto hizo Jesús con los apóstoles
(Lucas 24, 45). Cf. versículos 12 y 34 y notas; Hechos 16, 14; II Corintios 3, 15 s.; I Juan 5. 20. El
presente Salmo es un ejemplo de ello, pues mientras hay quienes lo tildan de monótono (versículo
1 y nota), el que lo medita no cesa de encontrarle atractivos nuevos y cada vez más profundos,
como Pascal que, al decir de su hermana, “hallaba en él tantas cosas admirables, que sentía siempre
un gozo nuevo en rezarlo, y cuando conversaba con sus amigos sobre la belleza de este Salmo
quedaba como transportado y los elevaba junto con él”.

19. Peregrino en la oscuridad (Gálatas 1, 4 y nota) y no podría vivir sin la luz (II Pedro 1, 19;
Kempis IV, 11) y la consolación de tu Palabra (Romanos 15, 4).

20. Se consume anhelando: San Ambrosio compara el don de la Palabra de Dios, vehículo de
la Sabiduría, al beso de la boca divina que ansía la esposa del Cantar (Cantar de los Cantares 1, 1).

21. Esta maldición es el reverso de la bienaventuranza del versículo 2. Infatuados: Así también
Desnoyers, con un matiz más ilustrativo que el de la simple soberbia. Se explica que llame infatuados
a los que se apartan de la Ley divina (cf. versículo 51 ss.), pues quien no acepta que lo guíe su
Creador (Juan 6, 45) se cree capaz de guiarse mejor que Él. Cf. Salmo 11, 5 y nota y la asombrosa
declaración de Jesús en Juan 12, 47 s.

22. Oprobio: ¿De parte de Dios (versículo 21) o de los hombres (versículo 23)? Parece más
bien de Aquél, porque los príncipes de este mundo persiguen siempre a quienes aman la Ley de
Dios (cf. versículos 51 y 86), ya que la conducta del justo es una acusación contra ellos. Cf. II
Timoteo 3, 12; Juan 17, 14.
Salmo 118 (119) 50
23
Aunque los príncipes se sientan y confabulan contra mí,
tu siervo medita tus testimonios;
24porque tus enseñanzas son mis delicias,

y tus leyes mis consejeros.

DALET.
25Postrada está mi alma en el polvo;

vuélveme la vida según tu palabra.


26Te manifesté mis pasos y Tú me escuchaste;

enséñame tus disposiciones.


27Instrúyeme en el camino de tus designios,

y contemplaré tus maravillas.


28 Mi alma vierte lágrimas de tristeza;

confórtame según tu palabra.


29Aléjame del camino del error,

y favoréceme con tu Ley.


30He deseado la senda de la verdad,

he hallado rectos tus juicios.


31
Me apoyo en tus testimonios;
no quieras confundirme, oh Yahvé.
32Corro por el camino de tus mandamientos,


24. Y si Él está conmigo ¿quién contra mí? (Romanos 8, 31).

25. ¿No parece que el salmista hubiese escuchado a Jesús en Juan 6, 63?

26. No te oculté mis miserias (Salmo 31, 5 y nota) ni mi impotencia para remediarlas (Salmo
93, 18). Cf. Salmos 36, 5; 114, 6.

27. Instrúyeme: Véase versículos 12 y 18 y notas.

28. Vierte lágrimas: Rembold traduce: está encorvada. Confórtame: cf. versículo 25.

29. Favoréceme con tu Ley. La Ley es, pues, un favor y no una carga. Es dar la norma de la
verdad y del bien a quien vive en la oscuridad. Es abrir los ojos del ciego (versículo 18) y guiar al
peregrino (versículo 19) para que su camino sea perfecto (versículo 1). Véase Salmo 24, 8 y nota y
compárese Jeremías 7, 23 ss., sobre el móvil paternal de la Ley, con Jeremías 23, 33-38, que muestra
la indignación de Dios contra los profetas y sacerdotes que la predicaban como una carga. Cf.
Mateo 11, 29-30; 23. 4.

30. Así también Desnoyers, quien interpreta en estos términos: “Estimo que tus juicios ofrecen
una perfecta rectitud y que internándose uno en la vía que ellos prescriben no se arriesga a dar
pasos en falso.”

31. Nótese el inmenso vigor de estas expresiones, verdaderos gritos de la fe, que comprometen
el honor de Dios. Si el que confía en su misericordia no puede quedar confundido (Salmo 32, 22 y
nota), ¿cómo podría ser encañado por el “padre de la mentira” el hombre que confesando su nada,
se apoya sin vacilar en la palabra de un Dios? (Juan 8, 31 s. y 44). Pero esta confianza en la Palabra
es lo que más nos cuesta, porque nosotros queremos vivir de lo que vemos (Juan 20, 25 y 29) y
ella nos hace vivir de la fe en lo que no vemos (Romanos 1, 17; Hebreos 11, 1-3). De ahí que ese
“crédito” sea el mayor homenaje que el hombre puede hacerle a Dios (Hechos 16, 34 y nota).

32. Esta es una de las grandes perlas de la Sagrada Escritura; que nos hace elevarnos de la pura
vía purgativa hacia la unitiva o de amor, mediante la iluminativa o descubrimiento de los inefables
atractivos de Dios (cf. 38 ss. y nota). Cuando Él dilata nuestro pequeño corazón revelándonos los
Salmo 118 (119) 51
porque Tú me ensanchas el corazón.

HE.
33Muéstrame, Yahvé, el camino de tus ordenaciones,

para seguirlo hasta el fin.


34Dame entendimiento para que observe tu Ley

y la practique con todo mi corazón.


35Hazme marchar por la senda de tus mandamientos,

porque en ella me deleito.


36
Inclina mi corazón hacia tus enseñanzas
y no vaya hacia el lucro.
37Aparta mis ojos para que no miren la vanidad;

dame la vida en tu camino.


38Cumple en tu siervo tu promesa,

hecha para los que te temen.


39Aleja de mí el oprobio que me asusta,

pues tus juicios son tan amables.

misterios de su sabiduría (I Corintios 2, 7) y de su amor y bondad en Cristo, que superan toda


ciencia (Efesios 3, 19), entonces la caridad, que es la plenitud de la Ley (Romanos 13, 10), viene a
nosotros por el Espíritu Santo (Romanos 5, 5); y entonces ya no caminamos sino corremos por el
camino de los mandamientos (Salmo 36, 4).

34. Dame entendimiento: “¡Bien podríamos temer no alcanzarlo nunca para tan altas cosas,
si no fuera que Jesús lo promete precisamente a los que nos sentimos pequeños!” Cf. los versículos
12, 73 y 169; Lucas 10, 21; Proverbios 9, 4; Isaías 28, 9; 29, 18; I Corintios 1, 27 s.; II Corintios 4,
3; Santiago 1, 5, etc.

35. Me deleito: o también, como dice la Vulgata: esa es la que deseo: es decir, la que yo elijo
en este momento de serena meditación, y tal es mi voluntad auténtica, manifestada con plenitud
de conciencia. Bien sé yo que pronto se desvanecerá este delicioso equilibrio y que la voluntad de
la carne empezará a gritarme lo contrario (cf. Romanos 7, 14 ss. y notas); y precisamente por eso
vengo a pedirte que seas Tú quien me hagas marchar cuando yo falte. Jesús tiene a este respecto
seguridades y consuelos inefables que pueden verse en Juan 10, 28-29; Romanos 8, 28-29, etc.

36. Hacia el lucro: Así también Calès, Desnoyers, etcétera. Otros: hacia la avaricia (Prado,
Nácar-Colunga). Solamente Dios, que gobierna los corazones (Proverbios 1, 21 y nota; Denz. 177),
puede apartar el nuestro de la avaricia, que es una idolatría (Colosenses 3, 5) y de la codicia, raíz
de todos los males (I Timoteo 6, 9) y hacer que pongamos nuestra ambición en Él (Mateo 6. 21) y
en el estudio de su Palabra (Salmo 1, 3 y nota).

37. Continúa el mismo concepto y lo amplía. Vanidad no sólo es el mundo; somos nosotros
mismos con nuestras concupiscencias (San Agustín). El cristiano supera el ideal del oráculo griego
“conócete a ti mismo”, pues sabe que “nadie puede añadir un codo a su estatura” (Mateo 6, 27;
Denz. 187) y eleva su mirada, de la pura introspección, para “fijarla en Cristo, autor y consumador
de la fe” (Hebreos 12, 2). Un filósofo hace notar que esa elevación sobre el puro análisis de nosotros
mismos es condición indispensable de la contemplación. Es dejar lo negativo por lo positivo: el no
ser por el Ser. Es lo que expresa el Doctor de Hipona: “En mí hallo muerte, mas dónde vivir no
hallo sino en Ti.”

38 ss. Nótese el proceso del alma: comienza por el temor inicial, descubre luego la suavidad
de Dios en sus palabras y, enamorada de ellas, concluye ansiando la santidad. Son las tres vías de
la vida espiritual (cf. versículo 32 y nota). Véase un proceso análogo en Eclesiástico 4, 18 ss. Cf.
Salmos 33, 9; 110, 10 y nota; I Juan 5, 3; 4, 8; Mateo 11, 30; I Pedro 2, 3.
Salmo 118 (119) 52
Mira cómo me he aficionado a tus decretos;
40

hazme vivir por tu justicia.

VAU.
41Vengan sobre mí tus misericordias, oh Yahvé;

y tu salud, según tus oráculos;


42y podré responder a los que me reprochan

por haber confiado en tus palabras.


43No quites de mi boca la palabra de la verdad,

porque en tus designios tengo puesta mi esperanza.


44Y guardaré tu Ley para siempre,

en el siglo y por los siglos de los siglos.


45Ancho será el camino en que yo ande,

porque busco tus preceptos.


46Hablaré de tus enseñanzas delante de los reyes,

y no me avergonzaré.
47Y me deleitaré con las voluntades tuyas,

que yo amo.
48Y alzaré mis manos hacia tus mandatos

y meditaré en tus enseñanzas.

ZAIN.
49Acuérdate de tu palabra a tu siervo,

en la cual me hiciste poner mi esperanza.


41 s. Tu salud: El Mesías. El justo vive de la fe (Hebreos 10, 38), creyendo y esperando a veces,
como Abrahán, contra toda apariencia (Romanos 4, 18), confiado en las promesas y vaticinios de
Dios en medio de las burlas del mundo (Salmo 41, 4; Isaías 5, 19; Ezequiel 12, 27 s.; Lucas 17, 27; I
Tesalonicenses 5, 3; II Pedro 3, 4). Bien se explica, como un suspiro de desahogo, esta ansiosa
súplica que recuerda las de Salmos 85, 17 y 108, 27.

43. Porque sólo la Palabra misma tiene la virtud de mantener en la consolación y la paciencia
(Romanos 15, 4; Apocalipsis 3, 10).

44 ss. Notemos también aquí el orden de las ideas: conservando en mi boca la Palabra de
Dios seré capaz de cumplir su Ley (versículo 11 y nota); cumpliéndola, viviré en anchura de espíritu
(cf. Proverbios 4, 10-12). Entonces no temeré ni a los reyes y me gozaré, etc. (versículo 89 y nota).

46. Texto citado en la Misa de las Vírgenes mártires. Cf. la promesa de Jesucristo en Mateo
10, 19 y 20.

48. Alzar las manos es símbolo de oración o de juramento (Salmo 27, 2; I Timoteo 2, 8;
Apocalipsis 10, 5). El salmista quiere decir: adoro y deseo tus palabras como a Ti mismo. ¿Acaso
Jesús no es la misma Palabra del Padre, el Verbo? Cf. versículo 105 y nota.

49. Aquí, como en los versículos 41, 58, 65, 81, etc. vemos que las palabras de Dios son la
medida de sus promesas, por lo Cual nuestra esperanza en estas crece en la proporción en que
vamos conociendo esas palabras y creyéndolas (cf. Salmo 32, 22 y nota). Y ningún deseo nuestro
puede alcanzar semejante medida, porque ella sobrepuja toda imaginación. Cf. Salmo 50, 3 y nota.
Salmo 118 (119) 53
50
Esto es lo que me consuela en mi aflicción:
que tu palabra me da vida.
51Los infatuados hacen burla de mí

hasta el extremo,
pero yo no me aparto de tu Ley.
52Recuerdo tus antiguos juicios,

oh Yahvé, y quedo consolado.


53La indignación se enciende en mí

a causa de esos malvados que abandonan tu Ley.


54
Tus decretos se han hecho cantos para mí
en el lugar de mi destierro.
55Durante la noche me acuerdo de tu nombre, oh Yahvé,

y guardaré tu Ley.
56Ésta ha sido mi suerte: guardar tus preceptos.

HET.


50. San Pablo (Romanos 15, 4) destaca esta virtud propia de las Escrituras divinas: son un don
que Dios nos envía para consuelo. Y en vano lo buscaremos igual en ningún libro humano. Cf.
versículo 92; Salmo 18, 9; Jeremías 15, 16; I Macabeos 12, 9, etc. Me da vida: Cf. versículo 25.

51. De todas las cosas divinas la más burlada y odiada por el mundo es la Palabra (cf. versículo
22 s.). Cristo lo dice de muchos modos (Mateo 11, 6; Juan 15, 20; 17, 14, etc.) y se explica que ella
alarme a Satán más que ninguna otra cosa, porque es el arma de Dios (Hebreos 4, 12) y su
instrumento de salvación (Romanos 1, 16). Cf. versículo 74 y nota; 86 s.; I Macabeos 1, 59 s.

52 Consolado: De esas burlas (versículo 51). ¿Qué saben, esos hombres solemnes de las
maravillas del Espíritu y del Reino de Dios y de los privilegios que en él están a disposición de los
pequeños? (Mateo 18, 3 s.). Así también en Salmo 62, 7 David y en Salmo 76, 12 Asaf, se consolaban
con el recuerdo.

53. No le importa al salmista que lo ridiculicen (versículo 51) y de eso se consuela fácilmente
(versículo 52). Lo que lo mueve a indignarse (la Vulgata dice dolerse) es que esos malvados que se
erigen en maestros (cf. II Pedro capítulo 2) son los que han abandonado la Ley de Dios (cf. versículo
21). Así Jesús, que comía con los pecadores para mostrarles su corazón, se indignaba con la doblez
de los fariseos y con los mercaderes del Templo y también desfallecía de dolor por ellos hasta el
sudor de sangre. Abandonan tu Ley: Como observa Calès, la palabra Ley (Torah) tiene aquí, como
en los Salmos 1 y 18, una acepción más amplia que el solo Pentateuco. Al término Ley y sus
sinónimos se puede a menudo sustituir los de revelaciones divinas, promesas proféticas, enseñanzas
proféticas, y, sobre todo, voluntades de Dios, agrado divino (cf. versículo 16 y nota).

54. Cantos, y no ordenanzas de un tirano. Entre ambos conceptos media todo el abismo de
la espiritualidad. De mi destierro, es decir que —como lo muestra elocuentemente el Salmo 136, 3
s. — no se trata de cantos que celebren “el gozo de vivir” (Gálatas 1, 4), sino que se alegran en la
misericordia del Dios que perdona (cf. Romanos 3, 24 ss.) y en las promesas que nos dan esperanza
(versículo 49).

55 ss. Dice San Ambrosio que David se levantaba cada noche a orar y alabar a Dios (versículo
62), porque el amor a su Palabra le desbordaba del corazón (versículo 56). Fácil es imitarlo con
sólo consagrarnos, antes de dormir cada noche, a la lectura y meditación de la Palabra de Dios
(versículo 9 y nota; cf. Salmos 1, 2; 62, 7).
Salmo 118 (119) 54
57
He dicho, oh Yahvé, que mi suerte
es guardar tus palabras.
58De todo corazón imploro tu rostro;

apiádate de mí conforme a tu promesa.


59Examiné mis caminos,

y volví mis pies hacia tus enseñanzas.


60Me apresuré, y no me he detenido

en guardar tus mandamientos.


61Los lazos de los pecadores me rodean,

mas no he dado tu Ley al olvido.


62A media noche me levanto para alabarte

por tus justos decretos.


63Estoy asociado a todos los que te temen

y guardan tus preceptos.


64La tierra está llena de tu misericordia, oh Yahvé,

hazme conocer tus disposiciones.

TET.
65Conforme a tu palabra, oh Yahvé,

has obrado bondadosamente con tu siervo.


66Enséñame el juicio recto y el conocimiento,

pues confío en tus preceptos.


67Antes que me humillaras anduve descarriado,

mas ahora me atengo a tu palabra.


68Tú eres bueno y benéfico;

instrúyeme, pues, en tus enseñanzas.


69Fraguan engaños contra mí los infatuados,

pero yo guardo tus preceptos con todo mi corazón.


70El corazón de ellos está craso como sebo,


57. Mi suerte: Notemos que no habla de obligación sino de ventaja (cf. versículo 29 y nota).
Tal es el privilegio de los que creen que Dios es nuestro Padre. Jesús llama “su comida” el hacer la
voluntad paterna (Juan 4, 34).

58. Tu rostro, es decir, la visión luminosa de la fe viva, que nos hace sentir interiormente la
realidad de Dios, no obstante, las tinieblas de nuestra carne (cf. Salmo 26, 81. Al que así lo busca
¿se le esconderá acaso Dios? Véase la respuesta en Juan 6, 37 y 7, 17.

63. Estoy asociado: Forman un cuerpo místico todos los que temen al Señor, unidos en la
Iglesia cuya cabeza es Cristo. Cf. versículos 74 v 79: Salmos 24, 21; 100, 6; Eclesiástico 27, 10; Mateo
18, 20. Otros vierten: “Soy amigo de”, etc.

66. Enséñame: Porque creo en Ti como maestro. Cf. versículos 12, 18, 34 y notas. “El juicio
recto”: Cf. Juan 7, 24.

68. Es la razón que Jesús da en Mateo 11, 29: Dejaos instruir por Mí porque como Maestro
soy manso, y soy humilde de corazón.

69. Los infatuados: Cf. versículos 51-53; Salmo 52, 5 y notas.

70. Esta crasitud significa grosera insensibilidad del corazón, especialmente para lo
sobrenatural. Es, en el Nuevo Testamento, la falta de espíritu (I Corintios 2, 14; Judas 19 y notas),
Salmo 118 (119) 55
mas yo tengo tu Ley como deleite.
71Bueno me ha sido el ser maltratado,

para conocer tus estatutos.


72Mejor es para mí la Ley de tu boca

que millares de oro y plata.

YOD.
73Tus manos me hicieron y me formaron;

dame la inteligencia de tus disposiciones.


74
Los que te temen se alegrarán al verme,
porque puse en tu palabra toda mi esperanza.
75Reconozco, Yahvé, que tus juicios son justos

y que justamente me has humillado.


76Venga ahora tu misericordia a consolarme,

según la promesa que diste a tu siervo.


77Vengan a mí tus piedades para que tenga vida,

porque tu Ley hace mis delicias.


78Confundido quede el fatuo; mintiendo me ha deformado;

pero yo meditaré en tus mandatos.


79Diríjanse a mí los que te temen,

que a veces Dios permite como sanción terrible (Hechos 28, 27) en los que “no aceptaron el amor
de la verdad” (II Tesalonicenses 2, 10). Cf. Deuteronomio 32, 15; Mateo 13, 15.

71. Maltratado: Así también Desnoyers, refiriéndolo al versículo 69. No sería ya la humillación
del versículo 67 sino la triste experiencia de los hombres, que lo llevó a desconfiar de ellos y estudiar
a Dios, dispuesto a “arrepentirse y creer al Evangelio” (Marcos 1, 15) como el mensaje del perdón
y del amor (Colosenses 1, 28).

72. “La caridad ama ella más la Ley de Dios que la codicia ama al oro y la plata” (San Agustín).
Pero esto no es lo propio de nuestra natural inclinación, sino todo lo contrario. Sólo el don de
sabiduría nos lleva a ese amor, haciéndonos conocer y saborear el verdadero bien (cf. introducción
al Libro de la Sabiduría). Sólo entonces “nacemos de nuevo” (Juan 3, 3) y ponemos el corazón
donde está nuestro nuevo tesoro (Lucas 12, 34; Colosenses 3, 1). ¡Ese don se da gratis a todo el que
lo pida! (Santiago 1, 5; Sabiduría capítulos 6-9). Así lo hace el salmista en el versículo 73. Cf.
versículo 34 y nota.

74. “El perfume de paz, que exhala en torno suyo, recrea y alegra a los demás; es un estímulo
y una energía para la santificación de cuantos conocen a Dios” (Manresa). Cf. versículo 63 y nota.
Para otros, empero, esa ingenua confianza en lo sobrenatural será “locura o escándalo” (versículo
42 y 51; Salmos 36, 12; 111, 9-10; I Corintios 1, 23; Hechos 17, 32; 7, 54). Dios hace que su Palabra
sea así como una piedra de toque de las almas (Lucas 1, 34 s.; Hebreos 4, 12; I Pedro 2, 6 s.; I Juan
4, 6).

75 s. Véase estos conceptos desarrollados intensamente en el Salmo 50.

77. “Vida que lo sea en verdad, no hay más que la vida de Dios, y la vida nuestra está
escondida con Cristo en Dios" (San Agustín). Cf. Colosenses 3, 3.

78. Mintiendo me ha deformado: Nácar-Colunga: sin razón me afligen. Pasaje diversamente
traducido. “Pero yo”, etc.: Es decir, yo sé dónde está el remedio contra el engaño. Cf. Mateo 7,
15; Hechos 17, 11 y nota.

79. Es la pequeña grey que ansía reunirse para hablar de Dios. Cf. versículo 63 y nota; Salmo
132, 1; Malaquías 3, 16.
Salmo 118 (119) 56
los que conocen tus testimonios.
80Sea mi corazón perfecto según tus leyes,

para que no quede confundido.

CAP.
81Desfallece mi alma suspirando por la salud que de Ti viene;

cuento con tu palabra.


82Desfallecen mis ojos de tanto esperar tu promesa;

¿cuándo vendrás a consolarme?


83
He venido a ser como pellejo expuesto al humo,
mas no he olvidado tus estatutos.
84¿Cuántos son los días de tu siervo?

¿Cuándo juzgarás a los que me persiguen?


85El infatuado cavó fosas para mí;

él, que es contrario a la Ley.


86Todos tus mandamientos son verdad;

mas ellos sin causa me persiguen; ayúdame Tú.


87Casi me han exterminado del país,

pero yo no abandoné tus preceptos.


88Según tu misericordia, consérvame la vida,


80. Según tus leyes, porque sólo ellas, y no las normas de origen humano (Marcos 7, 8;
Colosenses 2, 8), contienen para el hombre la verdadera perfección. Cf. versículo 85 y nota; Mateo
19, 16.

81. Con este deseo ardiente y confiado que expresa el ansia de Israel por el Mesías, hemos de
vivir hoy suspirando por su venida (Catecismo Romano I, 8, 2). Cf. Apocalipsis 22, 17; Salmo 129,
6 s. y notas.

82. De tanto esperar, etc.: Así también la Vulgata y parece requerirlo el contexto. Según
Desnoyers, los ojos desfallecerían “tras de tus sentencias”, quizá buscándolas, quizá de tanto
releerlas.

83. El pellejo (de vino) expuesto al humo se arruga y encoge hasta perder su forma. A ese
extremo llega el menosprecio de los infatuados (versículo 84 ss.) hacia los discípulos que escuchan
la palabra de Cristo. Cf. Lucas 6, 22; Juan 15, 18 ss.; I Corintios 4, 9 ss. y nota.

84. ¿Cuándo juzgarás? Véase la respuesta de Dios en Apocalipsis 6, 10-11; II Pedro 3, 9;
Hebreos 11, 40.

85. Cf. versículos 51, 53, 69. La Vulgata trae otra hermosa versión: Los impíos me cuentan
fábulas, pero no son como tu Ley, lo cual tiene gran elocuencia para expresar cómo la sabiduría de
los hombres, aunque parezca lúcida, no puede nunca satisfacer al alma como la Palabra de Dios.
Tal es el sentido de la célebre confesión de San Agustín: “Nos hiciste para Ti y nuestro corazón está
inquieto hasta que descanse en Ti.” Cf. Salmo 93, 11 y nota. La Iglesia eligió este texto para el
Introito de la Misa de San Justino (14 de abril), el cual decepcionado de todas las escuelas filosóficas
“estudió la palabra del divino Crucificado y se convirtió al cristianismo” (Dom Lefebvre), pues en
ella, como dice la oración de dicha misa, “le enseñó Dios maravillosamente la eminente ciencia de
Jesucristo (Filipenses 3, 8) por medio de la locura de la Cruz” (I Corintios 1, 23).

86. Sin causa, etc.: Según otros: el que me persigue miente.

87. Del país: Así también Calès. Otros vierten: de la tierra; Bover-Cantera: Me aniquilan por
poco en este mundo.
Salmo 118 (119) 57
y guardaré los oráculos de tu boca.

LAMED.
89Tu palabra, oh Yahvé, es eterna,

permanece en el cielo.
90Tu fidelidad, de generación en generación;

Tú formaste la tierra, y perdura.


91Como Tú lo dispusiste,

así continúa en todo tiempo,


pues todas las cosas están a tu servicio.
92Si yo no hubiera puesto

mis delicias en tu Ley,


ya habría perecido en mi angustia.
93No olvidaré nunca tus decretos,

porque en ellos me das la vida.


94Yo soy tuyo: sálvame,

pues me empeño en hacer tu voluntad.


95Los pecadores me espían para perderme;

pero yo sigo atento a tus preceptos.


96A toda perfección le he hallado el límite,

mas tus estatutos no lo tienen.

MEM.


89. Misterio digno de constante meditación: en el cielo permanece eternamente la misma
Palabra cuyo don nos anticipa Dios en la Sagrada Escritura. Y aunque pasaran el cielo y la tierra (cf.
II Pedro 3, 13; Apocalipsis 20, 11; 21, 1 ss.), la Palabra no pasará (Mateo 24, 35; Marcos 13, 31;
Lucas 21, 33). Y esa Palabra, esa sabiduría de Dios que hace la felicidad del cielo, es el mismo Cristo
Verbo, es decir, palabra del Padre, hecha hombre: Sabiduría encarnada, por quien y para quien
todo fue hecho. Cf. versículos 44, 93, 111; I Pedro 1, 23-25; Apocalipsis 14, 6; Sabiduría 9, 9-11, etc.

90. Véase Salmo 88, 3 y 15, etc., donde Él hace continua ostentación de esa fidelidad.

91. La Palabra creadora es también conservadora. Sin ella nada podría subsistir (Salmo 103,
29 y nota). “A tu servicio”: Más fielmente que los hombres (Desnoyers). Cf. Sabiduría 5, 18-21;
Romanos 8, 20 ss.

92. Mis delicias: Así también el nuevo Salterio Romano; otros: mi meditación. Cf. versículo
50 y nota.

94. Soy tuyo: “Sólo puede decirlo aquel cuyos pensamientos y afectos están enteramente
puestos en Dios, que desprecia todo otro bien y que dice a Jesús, como los apóstoles: Muéstrame
al Padre y ello me basta” (San Ambrosio).

95. Me espían: Jesús lo anunció en Juan 15, 20 (cf. Salmo 55, 7). Pero yo, etc.: En las
persecuciones de los enemigos el remedio está en buscar las divinas palabras, fuente de la sabiduría
y “río de la gracia” (Benedicto XV). Cf. versículo 92.

96. Todo pasa, menos la Palabra de Dios (versículo 89), que no dejará de cumplirse ni en una
jota (Mateo 5, 18; 24, 35). El salmista nos ofrece un vigoroso contraste entre la limitación de todo
lo humano y la única inmensidad que puede saciarnos. Cf. versículo 85; Eclesiástico 24, 38 y notas.
Salmo 118 (119) 58
97
¡Oh Yahvé, cuánto amo tu Ley!
Es mi meditación de todo el día.
98Tu mandamiento me hace más sabio que mis enemigos

porque él está siempre conmigo.


99Estoy más instruido que todos mis maestros,

porque tus enseñanzas son mi meditación.


100Entiendo más que los ancianos,

porque observo tus prescripciones.


101Aparto mis pies de toda senda mala,

para ser fiel a tus palabras.


102No me desvío de tus decretos,

porque me enseñaste Tú.


103 ¡Cuan dulces son a mi paladar tus palabras!

Más que la miel a mi boca.


l04Por tus preceptos me hago inteligente;

por eso aborrezco todo camino de iniquidad.

NUN.
105Antorcha para mis pies es tu palabra,

y luz para mi senda.


106Juro, y me resuelvo


97. “Hay hombres que dedican su vida al estudio de los clásicos y esto se considera una noble
pasión aun cuando se trata de autores paganos. ¿No ha de ser más fuerte el amor por las páginas
que ha escrito el mismo Dios?” (P. de Segor). Tal fue la pasión de hombres como San Agustín, San
Bernardo y tantos otros que apenas escribían una frase sin una cita de los libros sagrados. Los
privilegiados frutos de este amor se muestran en los versículos que siguen. Cf. Salmo 1, 1 ss. y notas.

98. El israelita, aun oprimido por todos los paganos, no perdió su existencia ni la de su raza,
porque conocía los designios de Dios (Salmo 147, 9) y los tenía siempre a su disposición.

99 ss. La paráfrasis que ofrece Scío explica esta notable superioridad del salmista sobre todos
los doctores y ancianos, diciendo: “porque por medio de una serie y continua meditación me habéis
hecho comprender cuál sea su espíritu verdadero”. Jesús establece esta superioridad del
conocimiento espiritual sobre el puramente intelectual (Lucas 10, 21; cf. Salmo 130, 1; Job: 2, 20;
Sabiduría 8, 10; I Corintios 2, 10 y 14; II Timoteo 3, 15) y la necesidad del corazón recto para
entender a Dios (Mateo 5, 8 y nota).

102. Hermoso acto de amor: los cumplo porque se trata de Ti. De ahí la dulzura que expresa
el versículo 103. Cf. Salmo 38, 10.

104. Me hago inteligente: Así también Crampón (Cf. Salmo 18, 8). Sobre la importancia de
entender la Palabra véase 16 que dice Jesús en Mateo 13, 19.

105. El Concilio IV de Constantinopla cita este texto y otros concordantes (Salmo 18, 9;
Proverbios 6, 23; Isaías 26, 9; LXX) para mostrar que las divinas palabras “se asimilan
verdaderamente a la luz”, y dispone que el libro de los santos Evangelios, “en cuyas sílabas todos
encontramos la salvación”, debe adorarse lo mismo que la Cruz y la Imagen de nuestro Señor
Jesucristo (cf. versículo 89 y nota). Agrega que: si alguien no la adora no la verá “cuando Él venga
en la gloria paterna a ser glorificado y glorificar a sus santos” (II Tesalonicenses 1, 10; Denz. 337;
cf. versículo 48 y nota).

106. Este comienzo de nuestra conversión —que todos necesitamos como San Pedro (Lucas
22, 32)— sigue como lógica consecuencia cuando de veras nos persuadimos de que las disposiciones
Salmo 118 (119) 59
a guardar tus justas disposiciones.
107Abatido estoy en gran manera, oh Yahvé;

dame vida según tu palabra.


108Te sea grata, Yahvé, la ofrenda de mis labios,

y enséñame tus designios.


109Tengo constantemente mi vida en la mano,

pero tu Ley no se aparta de mi memoria.


110Los malvados me tendieron un lazo,

mas yo no me desvié de tus preceptos.


111
Tus decretos son mi herencia para siempre,
porque constituyen a alegría de mi corazón.

de Dios son la sabiduría misma, aunque nos parezcan tan paradójicas como las del Sermón de la
montaña (cf. Mateo 5, 38 ss.) o el pago de los obreros de la última hora (Mateo 20, 8 ss.; cf. Mateo
11, 6; Lucas 7, 23 y notas). Lo que cuesta es persuadirse de ello. “Desde que el hombre, dice Mons.
von Keppler, en la plenitud del paraíso, creyó a una víbora antes que a su creador y bienhechor, le
ha quedado, como tremendo sello de decadencia, la credulidad más insensata a las palabras de los
hombres y la más obstinada, aunque secreta, desconfianza a las palabras de Dios.”

107. Abatido, a causa de lo dicho en el versículo 106, pues los decretos divinos son contrarios
a la sabiduría del mundo. De ahí que sólo cuente con el auxilio que reclama de Dios, pidiéndole
que lo reanime, pero con esa vida que es según su Palabra. Jesús confirma que lo dicho en este
versículo es consecuencia del anterior: “Yo les he dado tu palabra y el mundo les ha tomado odio”
(Juan 17, 14).

108. La ofrenda de los labios consiste en las oraciones y alabanzas (Salmo 49, 14; Hebreos 13,
15 y notas) aunque no sean materialmente articuladas sino “en espíritu y en verdad” (Juan 4, 23
s.; cf. Mateo 6, 6-8). El suplicante pide a Dios que Él mismo se haga grata esta oración que le está
haciendo, pues sabe que el hombre es incapaz de ello. “Siendo desagradables, fuimos amados para
ser hechos agradables” (Denz. 198). Cf. versículo 147 s. y nota.

109. Tengo mi vida en la mano (expuesta a caérseme): modismo hebreo que señala el sumo
grado de peligro (Job 13, 14). “Cada día muero”, dice San Pablo (I Corintios 15, 31).

110. Los malvados son los mismos que lo persiguen en los versículos 51-53, etc. Este lazo, que
existe permanentemente en este “siglo malo” (Gálatas 1, 4), es el escándalo de que habla Jesús, el
tropiezo “de los que creen” (Mateo 18, 6), es decir, que se refiere principalmente a la falsa doctrina,
como se ve en el 2° hemistiquio. Cf. Mateo 7, 15 y nota.

111. Ha adquirido, como su patrimonio más precioso (cf. versículo 14 y nota), los documentos
que contienen las palabras de Dios como un tesoro escondido (cf. Mateo 13, 44) y fuente de alegría.
La Sagrada Biblia fue el primer libro publicado por la imprenta y tuvo muchas y espléndidas
ediciones, en los tiempos de mayor fe. San Agustín no vacila en equiparar la Palabra al Cuerpo
mismo de Cristo. ¿Puede explicarse que alguien tenga otros libros y carezca de éste? ¡Oh, si en cada
hogar cristiano se conservase, leyese y meditase la Palabra de Dios! Véase versículo 105 y nota.
Porque constituyen la alegría: “Podría escribirse, dice Mons. von Keppler, una teología de la alegría.
No faltaría ciertamente material, pero el capítulo más fundamental y más interesante sería el bíblico.
Basta tomar un libro de concordancia o índice de la Biblia para ver la importancia que en ella tiene
la alegría: los nombres bíblicos que significan alegría se repiten miles y miles de veces. Y ello es muy
de considerar en un libro que nunca emplea palabras vanas e innecesarias. Y así la Sagrada Escritura
se nos convierte en un paraíso de delicias, “paradisus voluptatis” (Génesis 3, 23) en el que podemos
encontrar la alegría cuando la hemos buscado inútilmente en el mundo o cuando la hemos
perdido.”
Salmo 118 (119) 60
112
He inclinado mi corazón
a cumplir tus estatutos, para siempre, hasta el fin.


112. Hasta el fin: Véase Mateo 10, 22; Hebreos 3, 6; Apocalipsis 2, 26. Como observa Fillion,
la Vulgata expresa otro pensamiento: “por la esperanza del galardón”. Aquí el galardón está ya en
la misma posesión y gozo de la Palabra (versículo 111; cf. Salmo 18, 12).


Catequesis del Papa San Juan Pablo II (Salmo 118, 105-112)
Himno a la Ley divina
Primeras Vísperas del domingo de la semana II
1. Después de la pausa con motivo de mi estancia en el Valle de Aosta, reanudamos en esta
audiencia general nuestro camino a través de los Salmos propuestos por la Liturgia de las Vísperas.
Nos encontramos hoy con la decimocuarta de las veintidós estrofas que componen el Salmo 118,
grandioso himno a la Ley de Dios, expresión de su voluntad. El número de las estrofas corresponde
a las letras del alfabeto hebreo e indica plenitud; cada una de ellas está compuesta por ocho
versículos y por palabras que comienzan con la correspondiente letra del alfabeto en sucesión.
En este caso, letra hebrea «nun» abre las palabras iniciales de los versículos que acabamos de
escuchar. Esta estrofa está iluminada por la imagen del su primer versículo: «Lámpara es tu palabra
para mis pasos, luz en mi sendero» (versículo 105). El hombre penetra en el sendero con frecuencia
oscuro de la vida, pero de repente las tinieblas se deshacen ante el esplendor de la Palabra de Dios.
También el Salmo 18 compara la Ley de Dios con el sol, cuando afirma que «los preceptos del
Señor son rectos, gozo del corazón; luz de los ojos» (18, 9). En el libro de los Proverbios se confirma
después que «el mando es una lámpara y la enseñanza una luz» (6, 23). Cristo mismo se presentará
como revelación definitiva precisamente con esa misma imagen: «Yo soy la luz del mundo; el que
me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Juan 8, 12).
2. El salmista continúa después su oración evocando los sufrimientos y los peligros de la vida
que debe afrontar y que necesita luz y apoyo: «¡estoy tan afligido! Señor, dame vida según tu
promesa… mi vida está siempre en peligro, pero no olvido tu voluntad» (Salmo 118, 107.109).
Toda la estrofa queda marcada por una sensación tenebrosa: «los malvados me tendieron un
lazo» (versículo 110), confiesa el orante, recurriendo a una imagen de caza común en el Salterio. El
fiel sabe que avanza por los caminos del mundo en medio a peligros, afanes, persecuciones; sabe
que la prueba está siempre al acecho. El cristiano, por su parte, sabe que cada día debe llevar la
cruz subiendo al Calvario (Cf. Lucas 9,23).
3. Sin embargo, el justo conserva intacta su fidelidad: «Acepta, Señor, los votos que pronuncio,
enséñame tus mandatos... no olvido tu voluntad... no me desvié de tus decretos» (Salmo 118,
106.109.110). La paz de la conciencia es la fuerza del creyente, su constancia en la obediencia a los
mandamientos divinos es el manantial de la serenidad.
Por eso es coherente la declaración final: «Tus preceptos son mi herencia perpetua, la alegría
de mi corazón» (versículo 111). Esta es la realidad más preciosa, la «herencia», la «alegría» (versículo
112), que el salmista custodia con vigilante atención y amor ardiente: las enseñanzas y los
mandamientos del Señor. Quiere ser totalmente fiel a la voluntad de su Dios. Por este camino
encontrará la paz del alma y logrará atravesar el nudo oscuro de las pruebas, alcanzando la
verdadera alegría.
4. En este sentido, son iluminantes las palabras de san Agustín, quien al comenzar el comentario
del Salmo 118 desarrolla el tema de la alegría que surge de la observancia de la Ley del Señor. «Este
salmo amplísimo desde el inicio nos invita a la bienaventuranza, que, como es sabido, constituye
la esperanza de todo hombre. ¿Puede haber alguien que no desee ser feliz? Pero si es así, ¿qué
necesidad hay de invitaciones a alcanzar una meta a la que tiende espontáneamente el espíritu
humano?... ¿No será porque, si bien todos aspiran a la bienaventuranza, sin embargo, la mayoría
no sabe cómo alcanzarla? Sí, esta es la enseñanza de quien comienza diciendo: Dichoso el que, con
vida intachable, camina en la voluntad del Señor.
Parece querer decir: Sé lo que quieres; sé que estás en busca de la bienaventuranza: pues bien,
si quieres ser bienaventurado, debes ser intachable. Lo primero lo buscan todos; pocos se preocupan
Salmo 118 (119) 61

SAMEC.
ll3Aborrezco a los de corazón doble

y amo tu Ley.
114Mi protector y mi escudo eres Tú;

mi esperanza está en tu palabra.


115Alejaos de mí los malvados;

yo escrutaré las disposiciones de mi Dios.


116Sosténme, como lo tienes prometido, y viviré;

no desalientes mi esperanza.
117Sé mi apoyo para que sea salvo y tenga

constantemente mis ojos en tus decretos.


118Tú desprecias a cuantos se apartan de tus órdenes,

pues su pensamiento es engañoso.

sin embargo de lo segundo. Pero sin esto no se puede alcanzar la aspiración común. ¿Dónde
tendremos que ser intachables si no es en el camino? Éste, de hecho, no es otro que la ley del Señor.
¡Bienaventurados, por tanto, quienes son intachables en el camino, los que caminan en la ley del
Señor! No es una exhortación superflua, sino algo necesario para nuestro espíritu» (Comentarios a
los Salmos - «Esposizioni sui Salmi», III, Roma 1976, p. 1113).
Acojamos la conclusión del gran obispo de Hipona, quien confirma la permanente actualidad
de la bienaventuranza prometida a quienes se esfuerzan por cumplir fielmente la voluntad de Dios.


113. Sobre los de corazón doble, cf. Salmo 30, 7; Juan 1, 47; 3, 19; Santiago 1, 7 s.; 4, 8, etc.
Sobre el odio santo, véase Salmos 96, 10; 108, 1; 138, 22; Eclesiástico 25, 3, etc.

115. Escrutaré: Así también LXX y Vulgata Es la actitud del que quiere sinceramente conocer a
Dios: escapar de los mundanos que le roban el tiempo para estudiarlo (Salmo 6, 9). A este respecto
Pío XII señala hoy con precisión los horizontes de grandes progresos teológicos que se presentan al
investigador ante los nuevos datos que aporta la moderna intensificación de los estudios bíblicos,
el descubrimiento de documentos, códices y papiros y especialmente el estudio del hebreo y el
griego, lenguas originales de la Biblia, haciendo notar: a) que de todo ello brota gran luz “para
entender mejor y con más plenitud los sagrados libros”; b) que “en la Edad Media, cuando la
teología escolástica florecía más que nunca, aun el conocimiento de la lengua griega desde mucho
tiempo antes se había disminuido de tal manera entre los occidentales que hasta los supremos
doctores de aquellos tiempos, al explicar los divinos libros, solamente se apoyaban en la versión
latina llamada Vulgata. Por el contrario, en estos nuestros tiempos no solamente la lengua griega,
que desde el renacimiento de las letras humanas en cierto sentido ha sido resucitada a nueva vida,
es ya familiar a todos los cultivadores de la antigüedad, sino que aun el conocimiento de la lengua
hebrea y de otras lenguas orientales se ha propagado grandemente entre los hombres doctos”; c)
que el gran adelanto que “no sin especial consejo de la providencia de Dios ha conseguido ésta
nuestra época, invita y aun en cierto modo amonesta a los intérpretes de las Sagradas letras a
aprovecharse con denuedo de tanta abundancia de luz para examinar con más profundidad los
divinos oráculos”; d) que la extensión de ese campo es inagotable, dado que “no pocas cosas…
apenas fueron explicadas por los expositores de los pasados siglos” habiendo “sólo muy pocas cuyo
sentido haya sido declarado por la autoridad de la Iglesia y no son muchas más aquéllas en las que
sea unánime la sentencia de los Santos Padres” (Encíclica “Divino Afflante Spiritu”).

117. Constantemente, esto es, no sólo para conquistar la unión contigo, sino más aún después
de ella y como único modo de conservarla (cf. Mateo 26, 4l; Lucas 10, 42; 11, 22-27). El versículo
118 confirma la doctrina de éste al mostrar cómo los que se apartan de la visión sobrenatural dejan
de pensar rectamente.
Salmo 118 (119) 62
119
Yo tengo por escoria a todos los impíos de la tierra;
por esto amo tus enseñanzas.
120Ante Ti se estremece de temor mi carne;

tus juicios me llenan de espanto.

AYIN.
121He abrazado la rectitud y la justicia,

no me entregues en manos de mis opresores.


122Responde Tú del bien por tu siervo,

no sea que me opriman los infatuados.


123Mis ojos desfallecen de tanto desear tu salvación

y la promesa de liberación.
124Haz con tu siervo según tu benignidad,

e instrúyeme en tus enseñanzas.


125Siervo tuyo soy; dame inteligencia,

a fin de que comprenda tus testimonios.


126Tiempo es ya de obrar, oh Yahvé;

han hecho escarnio de tu Ley.


127Por eso amo yo tus mandamientos,

por sobre el oro, aun el más puro.


128Por eso he escogido para mí todos tus preceptos,

y odio todo camino de impostura.

PE.


119. Yo tengo: Así también Wutz y la Vulgata, etc. Es la consecuencia del versículo anterior.
Otros leen: “Tú tienes”.

120. Espanto harto justificado para la carne y que pronto se convierte en gozo para los
humildes (versículo 111; Salmo 93, 18, etc.). No puede entender nada del Evangelio el que no
entiende esa gran revelación fundamental, infinitamente asombrosa, de que Jesús no vino a buscar
a los justos ni a los sanos, sino a los enfermos y pecadores (Lucas 5, 30 ss.). Y como Él dijo que no
hay ninguno sano, ninguno que no necesite arrepentirse (Marcos 1, 15; Lucas 13, 5), quiso decir que
“perecerán todos” cuantos no se cuenten entre los enfermos y pecadores necesitados de un
Salvador. Cf. versículo 130 y nota; I Juan 1, 8-10.

122. Responde Tú: Hazte garante de mi fidelidad (según otros: de mi bien) para que los
infatuados (versículos 51-53) no tengan pretexto de oprimirme. Cf. Salmo 120, 8.

123. La promesa de liberación: Así también Calès. Otros: y por tus oráculos de justicia. Cf.
versículo 81.

126 s. Admiremos la elocuencia de este apremiante llamado (cf. Salmo 101, 14). Y el salmista,
en una sublime reacción de amor, lejos de escandalizarse por el ambiente de apostasía que lo rodea,
“por eso mismo” se adhiere más que nunca al amor de la divina Palabra (versículo 127) y la conserva
“como una antorcha que luce en lugar oscuro” (II Pedro 1, 19). Cf. Apocalipsis 3, 8 y 10.

128. He escogido para mí: Hermosa avaricia es esta, propia de María que eligió la parte
óptima (Lucas 10, 42); hermosa y tan rara, que por eso no hay peligro, dice Ludolfo el Cartujo, de
que esa parte “le sea quitada”, pues nadie se la disputa. Jesús nos escogió, y no nosotros a Él (Juan
15, 16). Ahora es el tiempo de que nosotros lo escojamos, como aquí, “para nosotros”.
Salmo 118 (119) 63
129
Tus prescripciones son maravillas;
por eso mi alma las observa.
130La explicación de tus palabras ilumina,

a los simples les da inteligencia.


131Abro mi boca y suspiro,

ansioso de tus órdenes.


132Vuélvete hacia mí y seme propicio,

como lo haces con los que aman tu Nombre.


133Dirige mis pasos mediante tus palabras,

para que no reine en mí injusticia alguna.


134Rescátame de la opresión de los hombres,

y seré obediente a tus preceptos.


I35Muestra a tu siervo tu Rostro sereno,

y enséñame tus designios.


129. El célebre predicador Ráulica, en un momento de notable elocuencia, dice: “Si Dios no
fuera admirable ¿acaso lo aceptaríamos? Yo no, por cierto. Me buscaría otro mejor.” Hay versiones
que, en vez de las observa, dicen: las escruta o, como Fillion, las estudia detenidamente. Sin duda
el conocimiento leva a la admiración y ésta a un ansia creciente de penetrar cada vez más esa
sabiduría que “el primero que la estudió no acaba de conocerla, ni el último de penetrarla, porque
su inteligencia es más vasta que el mar y su consejo más profundo que el abismo” (Eclesiástico 24,
26 s., versión Crampón).

130. Es éste un concepto que aparece en muchos libros de la Sagrada Escritura y que debe
llenar de gozo a las almas simples (cf. versículo 105 y nota; Salmo 18, 8 s.: Proverbios 1, 4; Sabiduría
10, 21; Mateo 11, 25, etc.). La explicación de por qué Dios revela a los pequeños lo que oculta a
los sabios —cosa en verdad decepcionante para todo intelectual que no tenga espíritu
sobrenatural— está en que la inteligencia de esos misterios de Dios sólo se adquiere partiendo de
la base de la nada del hombre, de su caída original, de su condición actual anormal y miserable. Y
esto es inadmisible para esos sabios que precisamente son tenidos por tales a base de sus conceptos
y empeños humanistas que tienden a exaltar lo que el mundo llama altos valores humanos. De
suyo todo hombre no es sino flaqueza e inclinación al mal (cf. Juan 15, 5; Lucas 16, 15; Salmo 142,
2), y el que no admite esto como base no puede entender nada del Padre, cuyos misterios son
todos de amor y misericordia para con esa humanidad caída. Entonces, quienes nos sentimos así,
caídos, reconocemos en Él un Dios como hecho de medida para nosotros. Los demás no se interesan
ante este tipo de Dios, pues no tienen conciencia de necesitar la misericordia y encuentran
humillante y vergonzoso reconocer la maldad e impotencia de la humanidad. Cf. versículo 120 y
nota; Salmo 68, 11 ss. y notas.

131. Y suspiro: Parece más exacto que jadeante. La Vulgata vierte: y atraje el espíritu (cf.
Hechos 10, 44; Lucas 1. 41).

133. “Hay un libro que lo explica todo, pero que desgraciadamente muy pocos quieren leer
porque nos exige, con autoridad divina, que pensemos como él, y para ello vemos que hemos de
dejar no sólo las inclinaciones de nuestra carne sino también innumerables ideas preconcebidas
según el criterio mundano, las cuales, como las tenemos por buenas, resultan más difíciles de
abandonar que los vicios” (Keppler).

134. Rescátame: ¿Qué es la opresión de los hombres sino el respeto humano? La Palabra de
Dios que nos libra de él, es un verdadero rescate, cumpliéndose entonces literalmente la promesa
de Jesús en Juan 8, 31-32. Confirmase así lo que dice la nota precedente.
Salmo 118 (119) 64
136
Ríos de agua han corrido de mis ojos,
porque tu Ley no es observada.

SADE.
137Tú eres justo, Yahvé,

y tu juicio es recto.
138Con justicia has impuesto tus preceptos,

y con gran benignidad.


139Mi celo me consume,

porque mis adversarios olvidan tus palabras.


140Acendrada en extremo es tu palabra,

y tu siervo la ama.
141Yo soy pequeño, soy despreciado,

mas no olvido tus preceptos.


142Tu justicia es justicia eterna,

y tu Ley es la verdad.
143Angustia y tribulación vinieron sobre mí,

mas tus sentencias son mis delicias.


144La justicia de tus decretos es eterna;

instrúyeme en ellos y viviré.

QOF.
145Clamo con todo mi corazón;

escúchame, Yahvé; quiero obedecer tus voluntades.


146Te he llamado; sálvame Tú,


136. Es el concepto de los versículos 139 y 158, el celo que devoraba a Cristo y le arrancó
sudor de sangre en Getsemaní: la tristeza de que el Amor no sea conocido ni amado.

138. Benignidad: Así también Rembold (cf. Mateo 11, 30 y nota). Otros: firmeza.

139. Cf. versículo 136 y nota. Los adversarios son los infatuados (versículos 51-53).

140. Acendrada en extremo: Purísima como probada por fuego (Salmo 11, 7).

141. Pequeño: Cf. versículos 98-100; 130, etc.

144. Viviré: Hay un paralelismo entre este misterio de la Palabra que da la vida y lo que se
dice en el Prólogo al Evangelio de San Juan sobre el Verbo del Padre (o sea la Palabra) que se
encarnó, en el cual estaba “la vida que era la luz de los hombres”. Jesús lo confirma expresamente
en Juan 6, 63.

145 s. El salmista nos enseña aquí la actitud normal del alma para con Dios. Querer, desear
con todo el corazón obedecer la amable voluntad del Padre, pero, como sabemos que no somos
capaces de ello (cf. Juan 13, 37 s.; 15, 5 y notas), pues es un don de Dios el servirlo como a Él le
agrada (Colecta de la Domínica XII de Pentecostés; cf. Denz. 182 y 196 ss.), pedirle ante todo ese
don: “sálvame Tú” y entonces podré agradarte (cf. versículo 108 y nota). Tal es “el buen espíritu”
que Él desea le pidamos y promete darnos infaliblemente (Lucas 11, 13). El que no lo tiene, pues, es
porque no lo quiere (Sabiduría 6, 14 s.; Isaías 55, 1; Santiago 1, 5). Y sin pedirlo no lo podemos
tener, porque lo propio nuestro no es el buen espíritu, sino todo lo contrario. En cambio, los bienes
temporales —únicos que solemos pedir— se nos prometen “por añadidura”, pues “bien sabe
vuestro Padre que todo esto necesitáis” (Mateo 6, 32 ss.). Por donde vemos que estos versículos
constituyen una jaculatoria ideal para el cristiano.
Salmo 118 (119) 65
y cumpliré tus preceptos.
147Me anticipo a la aurora y grito,
pues tengo mi esperanza en tus palabras.
148Mis ojos se adelantan a las vigilias de la noche,

para meditar tu palabra.


149Oh Yahvé, escucha mi voz según tu misericordia,

y vivifícame conforme a tu justificación.


150Se acercan los que me persiguen inicuamente,

los que se alejan de tu Ley.


151Tú, Yahvé, estás cerca;

y todos tus caminos son verdad.


152Desde antiguo tus preceptos me enseñaron

que los estableciste para siempre.


147 s. Me anticipo (así Páramo, Calès, Desnoyers, Vulgata, etc.): Es como un impulso lírico de
entusiasmo, de alegría por las promesas que espera, y también de santa impaciencia y ruego por
ver si en ese nuevo día se cumplirán (cf. Apocalipsis 22, 17 y nota). Véase análoga actitud en David
(Salmos 56, 9 y 107, 3) intentando que a su canto se despierte la misma aurora.


Catequesis del Papa San Juan Pablo II (I) (Salmo 118, 145-152)
No estamos solos, pues Dios escucha e interviene
Laudes del sábado de la semana I
1. La liturgia de las Laudes nos propone en el sábado de la primera semana una sola estrofa
tomada del Salmo 118, una monumental oración de 22 estrofas, que corresponden al número de
letras del alfabeto hebreo. Cada estrofa se caracteriza por una letra del alfabeto, con la que
comienzan cada uno de los versículos. El orden de las estrofas sigue el del alfabeto. La que acabamos
de proclamar es la estrofa número 19, que corresponde a la letra «Coph».
Esta premisa, algo exterior, nos permite comprender mejor el significado de este canto en honor
de la Ley divina. Es semejante a una música oriental, cuyas modulaciones sonoras no parecen acabar
nunca y subir al cielo con una repetición que se apodera de la mente y los sentidos, del espíritu y
el cuerpo del que ora.
2. En una secuencia que va de la «Aleph» a la «Tau», es decir, de la primera a la última letra del
alfabeto, de la «a» a la «zeta» diríamos con nuestro alfabeto, el orante se entrega a la alabanza de
la Ley de Dios, que usa como lámpara para sus pasos en el camino con frecuencia oscuro de la vida
(cf. versículo 105).
Se dice que el gran filósofo y científico Blaise Pascal recitaba diariamente este Salmo, que es el
más amplio de todos; mientras que el teólogo Dietrich Bonhoeffer, asesinado por los nazis en 1945,
lo convertía en oración viva y actual escribiendo: «Indudablemente el Salmo 118 es largo y
monótono, pero nosotros tenemos que ir palabra por palabra, frase por frase, lenta y
pacientemente. Descubriremos entonces que las aparentes repeticiones son en realidad aspectos
nuevos de una misma realidad: el amor por la Palabra de Dios. Como este amor no puede tener
nunca fin, tampoco tienen fin las palabras que lo confiesan. Pueden acompañarnos por toda nuestra
vida. En su sencillez se convierten en la oración del niño, del hombre, del anciano» (Rezar los
Salmos con Cristo, «Pregare i Salmi con Cristo», Brescia 1978, p. 48).
3. El hecho de repetir, además de ayudar la memoria con el canto coral, se convierte en un
camino para estimular la adhesión interior y el abandono confiado entre los brazos de Dios
invocado y amado. De las repeticiones del Salmo 118 queremos señalar una que es sumamente
significativa. Cada uno de los 176 versículos que conforman esta alabanza de la Torá, es decir de la
Ley y la Palabra divina, contiene al menos una de las ocho palabras con las que se define la Torá
misma: ley, palabra, testimonio, juicio, dicho, decreto, precepto, orden. Se celebra así la Revelación
divina, que es revelación del misterio de Dios, así como guía moral para la existencia del fiel.
Dios y el hombre están, de este modo, unidos en un diálogo compuesto de palabras y de obras,
de enseñanzas, de escucha, de verdad y de vida.
Salmo 118 (119) 66

4. Pasemos ahora a nuestra estrofa (cf. versículos 145-152), que se adapta muy bien a la
atmósfera de las Laudes matutinas. De hecho, la escena que aparece en el centro de estos ocho
versículos es nocturna, pero abierta al nuevo día. Después de una larga noche de espera y de vigilia
en oración en el templo, cuando aparece en el horizonte la aurora y comienza la liturgia, el fiel
está seguro de que el Señor escuchará a quien ha pasado la noche rezando, esperando, y meditando
en la Palabra divina. Consolado por esta convicción, frente al día que se abre ante él, ya no teme
los peligros. Sabe que no será arrollado por sus perseguidores que traicionándole le asedian (cf.
versículo 150), porque el Señor está a su lado.
5. La estrofa expresa una intensa oración: «Te invoco de todo corazón: respóndeme... me
adelanto a la aurora pidiendo auxilio, esperando tus palabras...» (versículos 145.147). En el Libro
de las Lamentaciones se lee esta invitación: «En pie, lanza un grito en la noche, cuando comienza
la ronda [del centinela]; como agua tu corazón derrama ante el rostro del Señor, alza tus manos
hacia él» (Lamentaciones 2,19). San Ambrosio repetía: «¿No sabes, hombre, que tienes que ofrecer
todos los días a Dios las primicias de tu corazón y de tu voz? Apresúrate para llevar a la iglesia al
alba las primicias de tu piedad» («Exp. in ps.» CXVIII: PL 15,1476A).
Al mismo tiempo, nuestra estrofa es también la exaltación de una certeza: no estamos solos,
pues Dios escucha e interviene. Lo dice el orante: «Tú, Señor, estás cerca» (versículo 151). Lo
confirman otros Salmos: «Acércate a mí, rescátame, líbrame de mis enemigos» (Salmo 68, 19); «El
Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos» (Salmo 33, 19).

Catequesis del Papa San Juan Pablo II (II) (Salmo 118, 145-152)
La oración al inicio del día
Laudes del sábado de la semana III
1. En nuestro ya largo recorrido por los Salmos que propone la Liturgia de los Laudes, llegamos
a una estrofa --exactamente la decimonona-- de la oración más amplia del Salterio, el Salmo 118.
Se trata de una parte del inmenso cántico alfabético: el Salmista distribuye su obra en veintidós
estrofas que corresponden a la sucesión de veintidós palabras hebreas que comienzan todas con
una misma letra del alfabeto. La estrofa que acabamos de escuchar está caracterizada por la letra
hebrea «Coph», y representa al orante presentando a Dios su intensa vida de fe y de oración (Cf.
versículos 145-152).
2. La invocación al Señor no conoce descanso, pues es una respuesta continua a la propuesta
permanente de la Palabra de Dios. Por un lado, se multiplican los verbos de la oración: «Te invoco»,
«a ti grito», «pido auxilio», «escucha mi voz». Por otro lado, se exalta la palabra del Señor, que
propone «leyes», «decretos», «palabras», «promesas», «la voluntad», «mandamientos», «preceptos» y
testimonios de Dios. Juntos forman una constelación que es como la estrella polar de la fe y de la
confianza del Salmista. La oración se revela, por ello, como un diálogo que se abre cuando ya es
de noche y cuando la aurora no ha salido (Cf. versículo 147) y continúa durante todo el día, en
particular en las dificultades de la vida. De hecho, el horizonte es en ocasiones oscuro y
tempestuoso: «ya se acercan mis inicuos perseguidores, están lejos de tu voluntad» (versículo 150).
Pero el que ora tiene una certeza inquebrantable, la cercanía de Dios con su palabra y su gracia:
«Pero Tú, Señor, estás cerca» (versículo 151). Dios no abandona al justo en las manos de los que le
persiguen.
3. Una vez delineado el sencillo pero incisivo mensaje de la estrofa del Salmo 118 --mensaje
apto para el inicio de una jornada--, nos apoyaremos en nuestra meditación en un gran Padre de
la Iglesia, san Ambrosio, quien en su Comentario al Salmo 118 dedica 44 párrafos a explicar
precisamente la estrofa que acabamos de escuchar.
Retomando la invitación a cantar la alabanza divina desde las primeras horas de la jornada, se
detiene en particular en los versículos 147-148: «Me adelanto a la aurora pidiendo auxilio... Mis
ojos se adelantan a las vigilias de la noche». En esta declaración del Salmista, Ambrosio intuye la
idea de una oración constante, que abraza todo momento: «Quien clama al Señor, tiene que actuar
como si no conociera la existencia de un momento particular dedicado a las súplicas al Señor; por
el contrario, debe permanecer siempre en actitud de súplica. ¡Ya sea que comamos, ya sea que
Salmo 118 (119) 67

RESCH.
153Mira mi aflicción y líbrame,

pues no me he olvidado de tu Ley.


154Defiende Tú mi causa y rescátame,

guarda mi vida, conforme a tu promesa.


155Lejos está de los impíos la salvación,

porque no se interesan por tus disposiciones.


156Tus misericordias son muchas, oh Yahvé,

otórgame vida según tus designios.

bebamos, anunciamos a Cristo, rezamos a Cristo, pensamos en Cristo, hablamos de Cristo! ¡Que
Cristo esté siempre en nuestro corazón y en nuestra boca!» («Comentario al Salmo 118/2» --
«Commento al Salmo 118/2» -- Saemo 10, p. 297).
Haciendo referencia después a los versículos que hablan del momento específico de la mañana,
y aludiendo también a la expresión del libro de la Sabiduría que prescribe «adelantarse al sol para
dar gracias» a Dios (16, 28), Ambrosio comenta: «Sería grave el que los rayos del sol naciente te
sorprendieran desperezándote en la cama con descaro y si una luz más fuerte te hiriera los ojos
soñolientos, sumidos todavía por la galbana. Para nosotros es una vergüenza pasar tanto tiempo
sin la más mínima práctica de piedad y sin ofrecer un sacrificio espiritual en una noche sin nada qué
hacer» (ibídem, op. cit., p. 303).
4. Después, san Ambrosio, al contemplar el sol que sale --como había hecho en otro himno
famoso «durante el canto del gallo», el «Aeterne rerum conditor», que ha pasado a formar parte de
la Liturgia de las Horas--, nos interpela con estas palabras: «¿Acaso no sabes, hombre, que todos los
días estás en deuda con Dios por las primicias de tu corazón y de tu voz? La mies madura todos los
días; todos los días madura el fruto. Corre por tanto al encuentro del sol que sale... El sol de justicia
quiere ser anticipado y no espera otra cosa... Si te adelantas a la salida de este sol, recibirás como
luz a Cristo. Será Él precisamente la primera luz que brillará en lo secreto de tu corazón. Será Él
precisamente quien... hará resplandecer para ti la luz de la mañana en las horas de la noche, si
meditas en las palabras de Dios. Mientras meditas, sale la luz... A primera hora de la mañana, vete
rápidamente a la iglesia y lleva como homenaje las primicias de tu devoción. Y después, si el
compromiso del mundo te llama, nadie te impedirá decir: “Mis ojos se adelantan a las vigilias,
meditando tú promesa”, y con la conciencia tranquila te dedicarás a tus asuntos. ¡Qué bello es
comenzar el día con los himnos y los cantos, con las Bienaventuranzas que lees en el Evangelio!
¡Qué provechoso es el que descienda para bendecirte la palabra del Señor; que tú, mientras repites
cantando la bendición del Señor, se apodere de ti el compromiso de realizar alguna virtud, ¡si
quieres encontrar en tu interior algo que te haga sentirte merecedor de esa bendición divina!»
(Ibídem, op. cit., pp. 303.309.311.313).
Acojamos también nosotros el llamamiento de san Ambrosio y que todas las mañanas abramos
la mirada sobre la vida cotidiana, con sus alegrías y pesadillas, invocando a Dios para que esté cerca
de nosotros y nos guíe con su palabra, que infunde serenidad y gracia.


153. Notable enseñanza: El recordar las palabras de Dios antes estudiadas es el argumento
para ser escuchado por Él en nuestras tribulaciones y tentaciones. Cf. Juan 14, 26 y nota.

154. Defiende Tú: Otros vierten: Lucha Tú por mi causa. El que quiera defensor infalible contra
injustos enemigos, búsquelo en los Salmos 29, 34, 36, 108, etc.

155. Véase lo que enseña San Pablo sobre el fracaso del que quiere hacerse justo por sí mismo
sin recurrir a la gracia, suprimiendo así el misterio de la Redención (Romanos 9, 30 ss.; 10, 3 ss.; 3,
24 ss.; Gálatas 2, 21).

156. Esto es, según lo que haya resuelto tu Corazón de Padre (cf. Salmo 50, 3 y nota): no
quiero ni menos ni más de lo que tu amorosa bondad ha pensado para mí. El que se sienta muy
ambicioso (cf. Isaías 55, 1; 64, 4) lea el primer capítulo de Efesios y el último del Apocalipsis.
Salmo 118 (119) 68
157 Muchos me persiguen y me atribulan,
pero yo no me aparto de tus preceptos.
158A la vista de los impostores tuve asco;

ellos no hacían caso de tus palabras.


159Mira, Yahvé, que yo amo tus preceptos;

por tu misericordia, consérvame la vida.


160La suma de tu palabra es la verdad,

y eternos son todos los decretos de tu justicia.

SIN.
161
Me persiguen sin causa los que tienen poder;
pero mi corazón teme a tus palabras.
162Y tus oráculos me alearan tanto

como quien halla copioso botín.


163Odio la falsedad y le tengo horror;

pero tu Ley la amo.


164Siete veces al día te digo mi alabanza

por tus justos juicios.


165Mucha es la paz de los que aman tu Ley;

para ellos no hay piedra de escándalo.


166Aguardo, Yahvé, tu socorro,

mientras practico tus mandamientos.


167Mi alma conserva tus enseñanzas,


158. ¡No hacían caso y predicaban a otros! Se trata, como en los versículos 51 ss.; 136, 139,
161, etc., de los falsos profetas o doctores. Cf. Mateo 23; II Pedro 2.

160. La suma (cf. Juan 17, 17): De ahí la maravillosa armonía entre las palabras de Dios.
Puestos en contacto dos o más textos de la Escritura, se iluminan y embellecen recíprocamente,
como sucede en la combinación de las notas musicales o de los colores, haciéndonos percibir un
esplendor nuevo, por el cual la doctrina penetra más hondo en el espíritu.

161. A tus palabras: Y no a las amenazas de ellos. Es lo que Jesús enseña en Lucas 12, 4 s.

162. Es éste un llamado a que estudiemos la Biblia entera, “cuya conversación no tiene
amargura, ni tedio su trato, sino consuelo y alegría” (Sabiduría 8, 16), sin excluir las profecías donde
se hallan esas divinas promesas que nos llenan de anticipada felicidad en la esperanza (cf. Proverbios
10, 28 y nota). San Pablo nos exhorta a no despreciar ese estudio (I Tesalonicenses 5, 20), que es
propio de los que quieren ser sabios (Eclesiástico 39, 1; cf. Isaías 34, 16; Mateo 13, 52; I Pedro 1, 10
ss.; Apocalipsis 1, 3, etc.). El fruto de esto será infaliblemente el que vemos en el versículo 163. Cf.
Salmo 1, 1 ss.

164. Siete es número de perfección y universalidad (San Agustín). Cf. 11, 7; Proverbios 24, 16.
De aquí viene la distribución del Breviario en siete horas canónicas además de los Maitines que eran
el rezo de la noche.

165. Para ellos no hay piedra de escándalo: No tropezarán en la doctrina ni se escandalizarán
de la oposición que hay entre las Palabras divinas y la prudencia del mundo (Mateo 11, 6; Lucas 7,
23 y notas), ni se sorprenderán ante las persecuciones o la apostasía (cf. I Juan 3, 12 s. y nota).
Admiremos la inmensidad de esta promesa y ambicionémosla para nosotros (cf. Salmo 111, 7 y
nota).

167. Santa Gertrudis refiere que, deseando un día ardientemente una reliquia de la Santa Cruz,
Jesús le habló y le dijo que copiara en un papel alguna de sus Siete Palabras y lo llevase consigo
Salmo 118 (119) 69
y las ama sin medida.
168Sigo tus preceptos y disposiciones,

porque Tú tienes en vista todos mis caminos.

TAU.
I69Llegue a Ti, Yahvé, mi clamor,

adiéstrame según tu palabra.


l70Penetre mi súplica hasta llegar a Ti,

y líbrame conforme a tu palabra.


171
Un himno brotará de mis labios
cuando Tú me hayas enseñado tus justificaciones.
172Cante mi lengua tu palabra,

porque todos tus preceptos son justos.


173Que tu mano esté cerca para ayudarme,

pues he preferido tus mandamientos.

como la mejor reliquia de su Pasión. ¿Acaso una carta de una persona amada no es mejor recuerdo
que cualquier objeto material? Si muchos no aman el santo Evangelio, es porque lo miran como un
conjunto de preceptos o cosas que Dios nos pide, cuando es esencialmente la “Buena Noticia” de
las cosas que Él nos da, hasta llegar al supremo don de su amor, revelado en Juan 3, 16.

168. Vemos aquí que todos nuestros problemas están resueltos en las Palabras de Dios. Cf.
versículo 133 y notas.

169. Adiéstrame: Véase versículo 34 y nota.

171. He aquí el fruto que te promete infaliblemente, oh lector, el libro que tienes en tu mano
(cf. Apocalipsis 1, 3, y nota). “La inteligencia de las Sagradas Escrituras encierra delicias tales que nos
hacen olvidarnos del mundo y aun de nosotros mismos” (Santa Ángela de Foligno).

173. Es el privilegio del que con rectitud se ocupa preferentemente de buscar a Dios: puede
contar con que la Providencia se ocupa de todo lo suyo (Mateo 6, 33). “Cuando Hamlet se plantea
la duda: «ser o no ser», se pregunta si es más noble soportar los males o luchar contra ellos y
ponerles fin. En este fin él no ve sino la muerte, el suicidio, el cual ha de evitarse sólo por miedo
del más allá desconocido. Pero Jesús a todas esas dudas tiene respuesta «en función del Padre». Ser
o no ser no es ya cuestión de vivir o morir, sino de acción o pasión. Jesús nos salvó por ésta más
que por aquélla. Su acción como predicador fue rechazada por su pueblo. Entonces vino su pasión,
como un paso más allá de la acción. Por eso nos enseñó a no resistir al que es malo, a perdonar
siempre y aun a poner la otra mejilla. Él planteó en otra forma el «ser o no ser» de Hamlet: no ya
como vivir o suicidarse, sino que, contrariamente al estoico «sé varón», de Séneca, Él enseñó la gran
conveniencia de «renunciarse a sí mismo», de morir en vida, cosa que sería ciertamente absurda si
el hombre fuera naturalmente bueno, pero que es lógica y necesaria siendo la humanidad
degenerada desde Adán. También sería absurdo ese «morir a sí mismo» si no hubiese Providencia y
por eso, si Jesús lo da como solución, ello es solamente «en función de Dios», de un Dios
esencialmente activo. Si nos dice que no nos venguemos, no es para que triunfen los malvados,
sino porque el Padre se encarga de la venganza; si nos dice que no pensemos en el mañana, no es
para que muramos de hambre, sino porque a ello provee el Padre que viste a las flores y alimenta
a los pájaros, de tal modo que a ninguno le falte nada. Todo es, pues, cuestión de creer, y no es
extraño que así sea, pues Jesús sólo vino a hablarnos de la realidad de su padre. Sin ella no habría
tenido nada que prometer, ni siquiera nada que decir.” Un pensamiento semejante revela el
testamento de Shakespeare: “Pongo mi alma en las manos de Dios, mi creador, esperando y
confiando con certeza que únicamente por los méritos de Jesucristo mi Salvador, seré admitido a
la vida eterna.”
Salmo 119 (120) 70
174
Ansío la salud que de Ti viene, oh Yahvé,
y en tu Ley he puesto mis delicias.
175Viva, pues, mi alma para alabarte,

y tus decretos sean mi apoyo.


l76Si me he descarriado,

busca Tú a tú siervo como oveja perdida,


porque no me he olvidado de tus leyes.

Salmo 119 (120)


Contra la lengua calumniadora
1Cántico gradual.
A Yahvé clamé en medio de mi tribulación
y Él me escuchó.
2Yahvé, libra mi alma del labio engañoso,

de la lengua astuta.


174. Es como decir: Quiero ser mendigo y no quiero salvarme por mí mismo, sino que seas
Tú mi Salvador para que la gloria sea toda tuya. El que dice esto da testimonio de verdadera fe y
de la humildad que ella comporta.

175. Sean mi apoyo. Otros: vengan en mi ayuda. Ambos sentidos contienen gran enseñanza.
Según el primero, hallamos en las palabras de Dios la mejor fuente en que apoyar nuestros juicios,
como la antigua Patrística, que apenas hacía afirmación alguna sin fundarla en un pasaje de la
Escritura. En el otro sentido, se invoca además el sostén espiritual que viene de la Palabra de Dios
como “río de la gracia” según la llama Benedicto XV, siguiendo a San Jerónimo, en la Encíclica
"Spiritus Paraclitus" sobre la lectura y meditación de la Sagrada Biblia.

176. Si me he descarriado: Como observa acertadamente Fillion, el texto hebreo admite muy
bien esta forma condicional que da el verdadero sentido, hoy confirmado profundamente por las
parábolas de Jesús en Lucas 15 1 ss. y Juan 10, 1 ss. “Si yo tuviera, Señor, la desgracia de extraviarme,
dice un místico, estoy seguro de que no me dejarías llegar a perderme, pues bien sabes que,
dándome Tú un golpe fuerte, mi mezquino corazón volvería a implorar tu perdón en la prueba,
ya que no fue capaz de ser fiel en la prosperidad.”

1 s. Cántico gradual: Así se llaman los quince Salmos que siguen (en hebreo: Salmos de la
subida). Según algunos se cantaban, de acuerdo a una tradición judía, subiendo las quince gradas
del Templo; pero éstas corresponden al gran Templo anunciado por Ezequiel (Ezequiel 40, 22, 31,
37, 49) que nunca existió, y no sabemos si las había en el segundo Templo, más simple y estrecho
que el de Salomón (Esdras 3, 12; Zacarías 4, 9-10). Otros se inclinan a pensar que estos cánticos son
Salmos conmemorativos de la vuelta del cautiverio. Una tercera opinión dice que se llaman
graduales o de ascensión porque dan las normas del progreso espiritual. Lo más cierto parece ser
que se cantaban por los peregrinos en la subida Jerusalén, y en varios de ellos es evidente el carácter
profético. “Ninguna poesía popular aventajará nunca la asombrosa belleza de estos Salmos,
verdaderos modelos en su género para todo tiempo y para todo pueblo. Son un monumento de
la verdadera, de la grande, de la sublime idea religiosa que educaba a aquel religioso pueblo como
para el advenimiento del cristianismo” (Minocchi), o sea de los misterios mesiánicos, no pudiendo
afirmarse que se refieren a la vuelta de Babilonia “ya que algunos presuponen la completa
restauración del Templo y de su culto” (Páramo). Este primer Salmo gradual expresa el dolor del
salmista y quizá también de Israel como desterrado y escarnecido. Cf. Eclesiástico 51, 1-12 y capítulo
36.
Salmo 120 (121) 71

3 ¿Qué te dará o qué te añadirá (Yahvé),


oh lengua astuta?
4Saetas de un potente

aguzadas en ascuas de retama.


5¡Ay de mí, advenedizo en Mósoc,

alojado en las tiendas de Cedar!


6Demasiado tiempo ha habitado mi alma

entre los que odian la paz.


7
Yo soy hombre de paz; apenas hablo,
y ellos mueven la guerra.

Salmo 120 (121)


El custodio de Israel
1Cántico gradual.
Alzo mis ojos hacia los montes:
¿De dónde me vendrá el socorro?
2Mi socorro viene de Yahvé


3 s. Texto oscuro que parece ser una imprecación: La lengua astuta que mata como flecha, o
espada, o fuego (Jeremías 9, 7; Salmo 56, 6; Santiago 3, 6), será a su vez atravesada por saetas
ardientes (la retama como leña parece dar más calor que la de otros arbustos y árboles). Cf.
Sabiduría 1, 5 y nota. Como dando este versículo en sentido espiritual, dice San Agustín: “Saetas
son las palabras de Dios: hieren y atraviesan los corazones. Mas cuando los corazones son
traspasados por las saetas de la Palabra de Dios, se inflama en ellos el amor.” Observación tan
teológica (Romanos 5, 5) como humana, pues todo amante conquista a la amada por su palabra.
Así el alma se enamora de Dios al oírle hablar. Esto explica que la Sagrada Biblia, como libro de
espiritualidad, sea, dice Mons. Chimento, “tan superior a todo otro, cuanto dista lo divino de lo
humano, esto es, infinitamente”.

5. Mósoc o Méschek, país inhospitalario al sur del Cáucaso, entre el Mar Negro y el Caspio,
hoy Rusia (cf. Génesis 10, 2; Ezequiel 27, 13 y sobre todo Ezequiel 38, 2 y nota). Cedar: Desierto
de los árabes de Siria, al este de Palestina. Con ambas metáforas, sinónimo de barbarie, quiere
expresar el salmista que se siente desterrado, como lo están, dice San Ignacio de Loyola, “entre
brutos animales” (cf. Mateo 10, 16), los discípulos de Cristo. Cf. Jeremías 35, 10; Hechos 2, 40; II
Pedro 1, 19, etc.

7. Cf. Salmo 108, 4. ¡Cuánta prudencia y aumento de fe podríamos aprender aquí!
Recordemos el ejemplo de las Catacumbas. Cf. Salmos 38, 3; 118, 16 y nota; Malaquías 3, 16; Mateo
7, 6; Lucas 18, 8; Apocalipsis 18, 4. El Salmo siguiente parece querer consolarnos con la esperanza.
Cf. Isaías 30, 15.

1 s. Salmo de confianza filial, como el Salmo 22, y en cuyas estrofas “lava el corazón sus
tristezas y se baña al rocío del bien” (Fr. Luis de León). Muestra una vez más la asombrosa
predilección de Dios por su pueblo (versículo 4). Según algunos tiene forma dialogada. “Los
montes”: La montaña de Sión en Jerusalén, hacia donde el orante dirigía la mirada (III Reyes 8, 44
y 48; Daniel .6, 11 s.). Otros observan que, dado el interrogante de este versículo, no puede ser el
monte Sión (Desnoyers) sino que el peregrino verá de lejos los montes de Judea, consagrados en
otros tiempos a ídolos diversos (Ubach). ¿Acaso el auxilio vendría de alguno de ellos y no del único
Señor y Creador? (versículo 2).
Salmo 120 (121) 72
que creó el cielo y la tierra.

3¿Permitirá Él que resbale tu pie?


¿O se dormirá el que te guarda?
4 No por cierto: no dormirá,

ni siquiera dormitará,
el Custodio de Israel.

5Es Yahvé quien te custodia;


Yahvé es tu umbráculo
y se mantiene a tu derecha.
6De día no te dañará el sol,

ni de noche la luna.
7Presérvete Yahvé de todo mal;

Él guarde tu alma.
8Yahvé custodiará tu salida y tu llegada,

ahora y para siempre.


3. La forma interrogativa (cf. Rembold) aclara el contexto (versículo 4).

5. Tu umbráculo: Así Calès, Desnoyers, etc. Otros vierten: tu custodio. El que te da sombra
contra los calores (versículo 6) y tiene la paciencia amorosa de mantenerse siempre a tu lado. Hoy,
los que participamos de la herencia de Israel por la fe en Cristo Jesús (Efesios 2, 12 ss.), tenemos
aún más: la permanente habitación del mismo Cristo en nuestros corazones mediante la fe, como
lo dice San Pablo (Efesios 3, 17); la del Espíritu Santo (Juan 14, 17), y aun la del divino Padre en
aquellos que aman a Jesús (Juan 14, 23).

8. Tu salida y tu llegada. Literalmente: Tu salir y tu entrar: expresión bíblica que significa:
todos tus pasos (Hechos 1, 21). Para siempre: Palabras que nos colman de esperanza, pues si
confiamos en nuestro Padre sabemos que Él mismo se hace garante de que seamos fieles (Salmos
22, 6; 118, 122; I Corintios 1, 8; Judas 24). ¿Creemos esto? ¡Hay que creerlo! Pensemos que cada
promesa de Dios es un cheque a nuestra orden contra un banco que no ha fallado nunca. Sólo
quiere Él que lo endosemos con la firma de nuestra fe y reclamemos el pago con la oración. En la
fecha debida, Dios paga sin falta (Números 23, 19). Él mismo nos enseña en la Escritura a recordarle
así sus promesas, que son tantas (Salmos 24, 7; 105, 4; II Paralipómenos 6, 42; II Esdras 1, 8 s.; Judit
9, 18; 13, 7, etc.).


Catequesis del Papa Benedicto XVI
El Guardián del pueblo
Vísperas del viernes de la semana II
El Salmo 120 que hoy meditamos, forma parte de la colección de «cánticos de las ascensiones»,
es decir, de la peregrinación hacia el encuentro con el Señor en el templo de Sión. Es un Salmo de
confianza, pues en él resuena en seis ocasiones el verbo hebreo «shamar», «custodiar», «proteger».
Dios, cuyo nombre se evoca repetidamente, aparece como el «guardián» siempre despierto, atento
y lleno de atenciones, el centinela que vela por su pueblo para defenderlo de todo riesgo y peligro.
El canto comienza con una mirada del orante dirigida hacia lo alto, «a los montes», es decir, las
colinas sobre las que se alza Jerusalén: desde allí arriba viene la ayuda, pues allí vive el Señor en su
templo santo (Cf. versículos 1-2). Ahora bien, los «montes» pueden hacer referencia también a los
lugares en los que surgen los santuarios idólatras, las así llamadas «alturas», condenadas con
frecuencia por el Antiguo Testamento (Cf. 1 Reyes 3,2; 2 Reyes 18,4). En este caso, se daría un
contraste: mientras el peregrino avanza hacia Sión, sus ojos se fijan en los templos paganos, que
Salmo 121 (122) 73

Salmo 121 (122)


Cántico de los peregrinos
1Cántico gradual. De David.

constituyen una gran tentación. Pero su fe es firme y tiene una certeza: «El auxilio me viene del
Señor, que hizo el cielo y la tierra» (Salmo 120, 2).
2. Esta confianza es ilustrada en el Salmo con la imagen del guardián y del centinela que, vigilan
y protegen. Se alude también al pie que no resbala (Cf. versículo 3) en el camino de la vida y quizá
al pastor que en la pausa nocturna vela por su grey sin dormirse (cfr. versículo 4). El pastor divino
no descansa en el cuidado de su pueblo.
Aparece después otro símbolo, el de la «sombra», que implica la reanudación del viaje durante
el día soleado (Cf. versículo 5). Viene a la mente la histórica marcha en el desierto del Sinaí, donde
el Señor camina al frente de Israel «de día en columna de nube para guiarlos por el camino» (Éxodo
13, 21). En el Salterio con frecuencia se reza de este modo: «a la sombra de tus alas escóndeme...»
(Salmo 16, 8; Cf. Salmo 90, 1).
3. Tras la vigilia y la sombra, aparece un tercer símbolo, el del Señor que «está a la derecha» de
su fiel (Cf. Salmo 120,5). Es la posición del defensor, tanto militar como en un proceso: es la certeza
de no quedar abandonados en el momento de la prueba, del asalto del mal, de la persecución. Al
llegar a este punto, el salmista retoma la idea del viaje durante el día caliente en el que Dios nos
protege del sol incandescente.
Pero al día le sigue la noche. En la antigüedad se creía que los rayos lunares también eran
nocivos, causa de fiebre o de ceguera, o incluso de locura. Por este motivo, el Señor nos protege
también en la noche (Cf. versículo 6).
El Salmo llega al final con una declaración sintética de confianza: Dios nos custodiará con amor
en todo instante, guardando nuestra vida humana de todo mal (Cf. versículo 7). Cada una de
nuestras actividades, resumida con los verbos extremos de «entrar» y «salir», se encuentra bajo la
mirada vigilante del Señor, cada uno de nuestros actos y todo nuestro tiempo, «ahora y por
siempre» (versículo 8).
4. Queremos comentar ahora esta última declaración de confianza con un testimonio espiritual
de la antigua tradición cristiana. De hecho, en el «Epistolario» de Barsanufio de Gaza (fallecido hacia
la mitad del siglo VI), asceta de gran fama, al que se dirigían monjes, eclesiásticos y laicos por la
sabiduría de su discernimiento, se recuerda en varias ocasiones el versículo del Salmo: «El Señor te
guarda de todo mal, él guarda tu alma». De este modo, quería consolar a quienes compartían con
él sus propias fatigas, las pruebas de la vida, los peligros, las desgracias.
En una ocasión Barsanufio respondió a un monje que le pedía rezar por él y por sus compañeros
incluyendo en su augurio este versículo: «Hijos míos amados, os abrazo en el Señor, suplicándole
que os guarde de todo mal y que os dé la fuerza para soportar como a Job, la gracia como a José,
la mansedumbre como a Moisés, el valor en los combates como a Josué, el hijo de Nun, el dominio
de los pensamientos como a los jueces, el sometimiento de los enemigos como a los reyes David y
Salomón, la fertilidad de la tierra como a los israelitas… Que os conceda la remisión de vuestros
pecados con la curación del cuerpo como al paralítico. Que os salve de las olas como a Pedro, que
os saque de la tribulación como a Pablo y a los demás apóstoles. Que os guarde de todo mal, como
a sus verdaderos hijos y os conceda lo que le pide vuestro corazón para el bien del alma y del
cuerpo en su nombre. Amén» (Barsanufio y Juan de Gaza, « Epistolario», 194: «Collana di Testi
Patristici», XCIII, Roma 1991, pp. 235-236).


1 ss. Salmo de peregrinación a la Ciudad Santa. El hebreo dice expresamente que es de David
y lo mismo dicen las versiones de Aquila, Símaco y un códice de los LXX. “La ausencia de esa
Salmo 121 (122) 74
Me llené de gozo cuando me dijeron:
“Iremos a la Casa de Yahvé.”
2Ya se posan nuestros pies

ante tus puertas, ¡oh Jerusalén!


3Jerusalén, que estás edificada,

como la ciudad cuya comunidad le está bien unida.

4 Allá suben las tribus, las tribus de Yah;


es ley para Israel celebrar allí el Nombre de Yahvé.
5
Allí se han establecido los tronos para el juicio,
los tronos de la casa de David.

6Saludad a Jerusalén:
“Gocen de seguridad los que te aman;
7reine la paz dentro de tus muros,

la felicidad en tus palacios.”


8Por amor a mis hermanos y amigos

exclamo: Paz sobre ti.

mención en las otras versiones, dice Fillion, no es razón suficiente para que dudemos de su
autenticidad, y por otra parte no puede aportarse ningún argumento concluyente contra la verdad
del hecho que ella enuncia: David habrá sin duda compuesto este cántico después de la traslación
del Arca al monte Sión.” El santo Rey tuvo su trono en Jerusalén (Salmo 100), pero aquí la
contempla con alcance profético y mesiánico (cf. Salmos 92-99), viendo en ella glorificada su casa
como en II Reyes 7, 19 y hablando del Templo y de una Jerusalén reedificada y magnífica, como
en Ezequiel 40-48, en tanto que a la vuelta de Babilonia la ciudad estaba en ruinas y así quedó por
más de ochenta años hasta el año vigésimo de Artajerjes Longimano (Nehemías 1, 3). Cf. Salmo 84,
1 y nota.

3. La ciudad (por antonomasia): Así también Calès, el cual prefiere asimismo seguir a los LXX
en lo restante del versículo, refiriéndolo a la comunidad de los habitantes más bien que a la
arquitectura de la ciudad. El nuevo Salterio Romano vierte: Toda compacta en sí misma; Nácar-
Colunga: bien unida y compacta; Bover-Cantera: construida y bien trabada. Alusión al conjunto
armonioso y unido de la ciudad (cf. Tobías 13, 20 s.; Isaías 54, 11 s.; 60, 10 ss., etc.) y a la vez a la
solidaridad religiosa y social del pueblo unido bajo un rey poderoso que ejerce la justicia (versículo
5; cf. Jeremías 33, 14-16), expresándose así la plenitud ideal de la vida civil. Cf. Salmo 71, 7 y 16.

4. Allá suben: Se trata aquí no de los peregrinos, sino de todas las tribus de Israel, reunidas ya
en la gran ciudad, a la cual tres veces al año todos los israelitas tenían que peregrinar: para las fiestas
de Pascua, Pentecostés y Tabernáculos (Éxodo 23, 14 ss.; 34, 23; Deuteronomio 16, 16). Para
celebrar: Dom Puniet traduce: para confesar. Cf. Salmos 64, 2; 86, 4 y notas: Jeremías 3, 18; 31, 1
ss.; Ezequiel 37, 15-23, etc.

5. Sobre el alcance mesiánico de la casa de David véase versículo 1 y nota; Salmos 88, 28-38;
131, 11 ss.; Isaías 9, 7; Ezequiel 37, 24 s.; Lucas 1, 32; 22, 29 s.; Hechos 15, 6 citando a Amós 9, 11.
s. etc.

6 ss. He aquí los sentimientos que ha de tener el cristiano respecto de Israel. “La Iglesia
Católica ha acostumbrado siempre rezar por el pueblo judío, depositario de las promesas divinas...
La Silla Apostólica ha protegido a ese pueblo contra injustas vejaciones… Asimismo condena… ese
odio que hoy suele llamarse antisemitismo” (Pío XI). Saludad. Así también Wutz. Lo que sigue
expresa el contenido de esa salutación: paz y felicidad sobre la Ciudad Santa.
Salmo 121 (122) 75
9
A causa del Templo de Yahvé nuestro Dios
te auguro todo bien.


9. A causa del Templo: Cf. Salmo 67, 30 y nota. Te auguro: Así también Vaccari. Otros vierten:
anhelo para ti.

Catequesis del Papa Benedicto XVI
La ciudad santa de Jerusalén
Primeras Vísperas del domingo de la semana IV
1. El salmo que acabamos de escuchar y saborear como una oración es uno de los «Cánticos de
las subidas» más bellos y apasionados. Se trata del Salmo 121, una celebración viva y de gran
participación en Jerusalén, la ciudad santa hacia la que suben los peregrinos.
De hecho, inmediatamente, en la introducción, se funden dos momentos vividos por el fiel: el
del día en el que acogió la invitación de ir «a la casa del Señor» (versículo 1) y el de la llegada gozosa
a los «umbrales» de Jerusalén (Cf. versículo 2); ahora los pies pisan finalmente esa tierra santa y
amada. Precisamente entonces los labios se abren para entonar un canto festivo en honor de Sión,
entendida en su profundo significado espiritual.
2. «Fundada como ciudad bien compacta» (versículo 3), símbolo de seguridad y de estabilidad,
Jerusalén es el nexo de la unidad de las doce tribus de Israel, que convergen hacia ella como centro
de su fe y culto. Suben a ella para «celebrar el nombre del Señor» (versículo 4), en el lugar que la
«costumbre de Israel» (Deuteronomio 12, 13-14; 16, 16) ha establecido como único santuario
legítimo y perfecto.
En Jerusalén hay otra realidad relevante, que también es signo de la presencia de Dios en Israel:
los tronos de la casa de David, (Cf. Salmo 121,5), es decir, el gobierno de la dinastía davídica,
expresión de la acción divina en la historia, que confluiría en el Mesías (2 Samuel 7, 8-16).
3. Los tronos de la casa de David son llamados también «los tribunales de justicia» (Cf. Salmo
121, 5), pues el rey también era el juez supremo. De este modo, Jerusalén, capital política, era
también la sede judicial más elevada, donde se resolvían en última instancia las controversias: de
este modo, al salir de Sión, los peregrinos judíos regresaban a sus pueblos más justos y pacificados.
El salmo traza de este modo un retrato ideal de la ciudad santa en su función religiosa y social,
mostrando que la religión bíblica no es abstracta ni intimista, sino que es levadura de justicia y de
solidaridad. A la comunión con Dios le sigue necesariamente la comunión de los hermanos entre
sí.
4. Llegamos a la invocación final (Cf. versículos 6-9). Su ritmo está marcado por la palabra
hebrea «shalom», «paz», considerada tradicionalmente como la base del mismo nombre de la ciudad
santa, «Jerushalajim», interpretada como «ciudad de la paz».
Como es sabido, «shalom» hace alusión a la paz mesiánica, que abarca en sí alegría, prosperidad,
bien, abundancia. Es más, en la despedida final que el peregrino dirige al templo, a la «casa del
Señor, nuestro Dios», se añade a la paz el «bien»: «te deseo todo bien» (versículo 9). Se enuncia de
manera anticipada el saludo franciscano: «¡Paz y bien!». Es un auspicio de bendición para los fieles
que aman la ciudad santa, para su realidad física de murallas y edificios en los que palpita la vida
de un pueblo, para todos los hermanos y amigos De este modo, Jerusalén se convertirá en hogar
de armonía y paz.
5. Concluyamos nuestra meditación sobre el Salmo 121 con una reflexión sugerida por los
padres de la Iglesia para quienes la antigua Jerusalén era signo de otra Jerusalén, que también «está
fundada como ciudad bien compacta». Esta ciudad --recuerda san Gregorio Magno en las «Homilías
sobre Ezequiel» -- «erige su gran edificio con las costumbres de los santos. En una casa una piedra
sostiene la otra, pues se pone una piedra sobre otra, y quien sostiene a otro a su vez es sostenido
por otro. De este modo, precisamente de este modo, en la santa Iglesia cada quien sostiene y es
sostenido. Los más cercanos se sostienen mutuamente y a través de ellos se erige el edificio de la
caridad. Por este motivo, Pablo advierte: “Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid
así la ley de Cristo” (Gálatas 6, 2). Subrayando la fuerza de esta ley, dice: “La caridad es, por tanto,
la ley en su plenitud” (Romanos 13,10). Si no me esfuerzo por aceptaros como sois, y si vosotros
Salmo 122 (123) 76

Salmo 122 (123)


Los ojos fijos en Dios
1 Cántico gradual.
Levanto mis ojos a Ti
que habitas en los cielos.
2Como los ojos de los siervos están fijos en las manos de sus señores;

como los ojos de la sierva en las manos de su señora,


así nuestros ojos están fijos en Yahvé nuestro Dios,
hasta que se apiade de nosotros.

3Apiádate, Yahvé, senos propicio,


porque estamos colmados de desprecio.
4Nuestra alma está muy harta del escarnio de los saciados,

del oprobio de los soberbios.

no os esforzáis por aceptarme como soy, no se puede levantar el edificio de la caridad entre
nosotros, que estamos ligados por amor recíproco y paciente». Y para completar la imagen, no hay
que olvidar que «hay un cimiento que soporta todo el peso de la construcción, nuestro Redentor,
quien por sí solo sostiene en su conjunto las costumbres de todos nosotros. El apóstol dice de él:
“nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo” (1 Corintios 3, 11). El fundamento
sostiene las piedras pero no es sostenido por las piedras; es decir, nuestro Redentor carga con el
peso de nuestras culpas, pero en él no ha habido ninguna culpa que soportar» (2,1,5: «Obras de
Gregorio Magno» --«Opere di Gregorio Magno»--, III/2, Roma 1993, pp. 27.29).


1. Es la confianza en el Padre la que late en cada palabra de esta oración, como en los Salmos
22 y 120. “El pequeño resto preservado de Israel ha sido repatriado del destierro babilónico. Pero
en vez de las grandezas y alegrías, de la prosperidad y de la paz mesiánica que parecían prometerle
las profecías, experimentaba la pobreza y la miseria, el desprecio y las vejaciones de sus vecinos y
aun de sus propios elementos depravados. Su fe, empero, y su esperanza no desfallecen un instante.
Fija sus ojos en el Padre del cielo... buscando la señal de su benevolencia y socorro” (Calès). Cf.
Salmo 84, 1 y nota.

2. Imagen de la divina Providencia, digna de ser recordada especialmente en los días de
prueba: Los siervos, dice San Agustín, mientras reciben azotes miran la mano del amo hasta que
ella hace la señal de gracia. ¿Cuánto más no lo hará el hijo con su Padre? Cf. Hebreos 12, 2-13. “De
la misericordia del Señor nunca se espera demasiado” (Don Orione).


Catequesis del Papa Benedicto XVI
El Señor, esperanza del pueblo
Vísperas del lunes de la semana III
Queridos hermanos:
Por desgracia, habéis sufrido bajo la lluvia. Esperemos que ahora el tiempo mejore.
1. De manera muy incisiva, Jesús afirma en el Evangelio que los ojos son un símbolo expresivo
del yo profundo, un espejo del alma (cf. Mateo 6, 22-23). Pues bien, el Salmo 122, que se acaba
de proclamar, se sintetiza en un intercambio de miradas: el fiel alza sus ojos al Señor y espera una
reacción divina para percibir un gesto de amor, una mirada de benevolencia. También nosotros
elevamos un poco los ojos y esperamos un gesto de benevolencia del Señor.
Con frecuencia, en el Salterio se habla de la mirada del Altísimo, que «observa desde el cielo a
los hijos de Adán, para ver si hay alguno sensato que busque a Dios» (Salmo 13, 2). El salmista,
Salmo 123 (124) 77

Salmo 123 (124)


El lazo roto
1Cántico gradual. De David.

como hemos escuchado, recurre a una imagen, la del siervo y la de la esclava, que miran a su señor
en espera de una decisión liberadora.
Si bien la escena está ligada al mundo antiguo a sus estructuras sociales, la idea es clara y
significativa: esta imagen tomada del mundo del antiguo Oriente quiere exaltar la adhesión del
pobre, la esperanza del oprimido y la disponibilidad del justo al Señor.
2. El orante está en espera de que las manos divinas se muevan, pues actuarán según justicia,
destruyendo el mal. Por este motivo, con frecuencia, en el Salterio el orante eleva sus ojos llenos
de esperanza hacia el Señor: «Tengo los ojos puestos en el Señor, porque Él saca mis pies de la red»
(Salmo 24, 15), mientras «se me nublan los ojos de tanto aguardar a mi Dios» (Salmo 68,4).
El Salmo 122 es una súplica en la que la voz de un fiel se une a la de toda la comunidad: de
hecho, el Salmo pasa de la primera persona del singular -- «a ti levanto mis ojos» -- a la del plural
«nuestros ojos» (Cf. versículos 1-3). Expresa la esperanza de que las manos del Señor se abran para
difundir dones de justicia y de libertad. El justo espera que la mirada de Dios se revele en toda su
ternura y bondad, como se lee en la antigua bendición sacerdotal del libro de los Números: «ilumine
el Señor su rostro sobre ti y te sea propicio; el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz»
(Números 6, 25-26).
3. La importancia de la mirada amorosa de Dios se revela en la segunda parte del salmo,
caracterizada por la invocación: «Misericordia, Señor, misericordia» (Salmo 122, 3). Continúa con
el final de la primera parte, en el que se confirma la expectativa confiada, «esperando su
misericordia» (versículo 2).
Los fieles tienen necesidad de una intervención de Dios porque se encuentran en una situación
penosa, de desprecio y de vejaciones por parte de prepotentes. La imagen que utiliza ahora el
salmista es la de la saciedad: «estamos saciados de desprecios; nuestra alma está saciada del sarcasmo
de los satisfechos, del desprecio de los orgullosos» (versículos 3-4).
A la tradicional saciedad bíblica de comida y de años, considerada como signo de la bendición
divina, se le opone ahora una intolerable saciedad constituida por una carga exorbitante de
humillaciones. Y sabemos que hoy muchas naciones, muchos individuos están llenos de vejaciones,
están demasiado saciados de las vejaciones de los satisfechos, del desprecio de los soberbios.
Recemos por ellos y ayudemos a estos hermanos nuestros humillados.
Por este motivo, los justos han confiado su causa al Señor y no es indiferente a esos ojos
implorantes, no ignora su invocación ni la nuestra, ni decepciona su esperanza.
4. Al final, dejemos espacio a la voz de san Ambrosio, el gran arzobispo de Milán, quien con
el espíritu del salmista, da ritmo poético a la obra de Dios que nos llega a través de Jesús Salvador:
«Cristo es todo para nosotros. Si quieres curar una herida, él es médico; si estás ardiendo de fiebre,
es fuente; si estás oprimido por la iniquidad, es justicia; si tienes necesidad de ayuda, es fuerza; si
tienes miedo de la muerte, es vida; si deseas el cielo, es camino; si huyes de las tinieblas, es luz; si
buscas comida, es alimento» («La virginidad» --«La verginità» --, 99: SAEMO, XIV/2, Milano-Roma
1989, p. 81).


1 ss. Breve y expresivo cantar, que recuerda el modo prodigioso cómo Dios ha protegido a su
pueblo contra enemigos feroces (cf. Salmos 62, 7; 76, 12; 118, 62). La gran lección que nos da
consiste en el reconocimiento de que la obra de la salvación no viene de la suficiencia de nuestro
brazo. Los comentadores observan en este Salmo, como en varios otros, que nadie ha precisado
con certeza el acontecimiento a que se refiere, pudiendo aplicársele, en cuanto a su autor y alcance,
lo mismo que dijimos del Salmo 121. La liberación de los enemigos (versículo 7) y el reiterado
reconocimiento de su carácter providencial lo asemejan al Salmo 117 (cf. notas).
Salmo 123 (124) 78
Si Yahvé no hubiera estado con nosotros
—dígalo ahora Israel—
2si no hubiera estado Yahvé de nuestra parte

cuando los hombres se levantaron contra nosotros,


3nos habrían tragado vivos

al inflamarse contra nosotros su furor;


4entonces nos habrían sumergido las aguas,

el torrente habría pasado sobre nosotros


5y nuestra alma habría caído

bajo las aguas tumultuosas.

6Bendito sea Yahvé que no nos dio


por presa de sus dientes.
7Nuestra vida escapó como un pájaro

del lazo de los cazadores.


El lazo se ha roto
y hemos quedado libres.
8Nuestro socorro está en el Nombre de Yahvé,

el que hizo el cielo y la tierra.


5. Nuestra alma, esto es, nuestra vida (versículo 7).

7. Sobre esta liberación, que parece definitiva, cf. Salmo 117, 10 ss. San Agustín lo aplica
también, espiritualmente, al alma librada de sus enemigos y victoriosa sobre ellos por obra de Dios,
que “no permite seamos tentados más allá de nuestras fuerzas” (I Corintios 10, 13). Cf. Romanos
capítulos 6 y 7.

8. Este versículo tan usado en la Liturgia (cf. Salmo 120, 2) es como una recapitulación de
todo el Salmo y nos recuerda que quien confía en Dios no espera una ayuda cualquiera, más o
menos relativa como la que podría darle un hombre, sino una solución total, propia de Quien todo
lo puede. Cf. Salmo 50, 2 y nota.


Catequesis del Papa Benedicto XVI
Nuestro auxilio es el Nombre del Señor
Vísperas del lunes de la tercera semana
1. Ante nosotros tenemos el Salmo 123, un cántico de acción de gracias entonado por toda la
comunidad en oración que eleva a Dios la alabanza por el don de la liberación. El salmista proclama
al inicio esta invitación: «Que lo diga Israel» (versículo 1), estimulando a todo el pueblo a elevar
una acción de gracias viva y sincera al Dios salvador. Si el Señor no hubiera estado de parte de las
víctimas, éstas, con sus pocas fuerzas, no hubieran sido capaces de liberarse y sus adversarios, como
monstruos, les hubieran descuartizado y triturado.
Si bien se ha pensado en algún acontecimiento histórico particular, como el final del exilio de
Babilonia, es más probable que el Salmo quiera ser un himno para agradecer intensamente al Señor
por haber superado los peligros y para implorarle la liberación de todo mal.
2. Después de haber mencionado al inicio a unos «hombres» que asaltaban a los fieles y eran
capaces de haberles «tragado vivos» (Cf. versículos 2-3), el canto tiene dos pasajes. En la primera
parte, dominan las aguas arrolladoras, símbolo para la Biblia del caos devastador, del mal y de la
muerte: «Nos habrían arrollado las aguas, llegándonos el torrente hasta el cuello; nos habrían
llegado hasta el cuello las aguas espumantes» (versículos 4-5). El orante experimenta ahora la
Salmo 124 (125) 79

Salmo 124 (125)


Firmeza del monte Sión
1 Cántico gradual.

sensación de encontrarse en una playa, habiéndose salvado milagrosamente de la furia impetuosa


del mar.
La vida del hombre está rodeada de emboscadas de los malvados que no sólo atentan contra
su existencia, sino que quieren destruir también todos los valores humanos. Sin embargo, el Señor
interviene en ayuda del justo y le salva, como canta el Salmo 17: «Él extiende su mano de lo alto
para asirme, para sacarme de las profundas aguas; me libera de un enemigo poderoso, de mis
adversarios más fuertes que yo… El Señor fue un apoyo para mí; me sacó a espacio abierto, me
salvó porque me amaba» (versículos 17-20).
3. En la segunda parte de nuestro canto de acción de gracias se pasa de la imagen marina a una
escena de caza, típica de muchos salmos de súplica (Cf. Salmo 123, 6-8). Evoca una bestia que tiene
entre sus fauces a su presa o una trampa de cazadores que captura a un pájaro. Pero la bendición
expresada por el Salmo nos da a entender que el destino de los fieles, que era un destino de muerte,
ha cambiado radicalmente gracias a una intervención salvadora: «Bendito el Señor, que no nos
entregó en presa a sus dientes; hemos salvado la vida, como un pájaro de la trampa del cazador:
la trampa se rompió, y escapamos» (versículos 6-7).
La oración se convierte en este momento en un suspiro de alivio que surge de lo profundo del
alma: incluso cuando se derrumban todas las esperanzas humanas, puede aparecer la potencia
liberadora divina. El Salmo concluye con una profesión de fe, que desde hace siglos ha entrado en
la liturgia cristiana como una premisa ideal de toda oración: «Adiutorium nostrum in nomine
Domini, qui fecit caelum et terram - Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la
tierra» (versículo 8). El Omnipotente se pone en particular de parte de las víctimas y de los
perseguidos «que están clamando a él día y noche» y «les hará justicia pronto» (Cf. Lucas 18,7-8).
4. San Agustín ofrece un comentario articulado a este salmo. En primer lugar, observa que este
salmo propiamente lo cantan los «miembros de Cristo, que han alcanzado la felicidad». En
particular, «lo han cantado los santos mártires, quienes, habiendo salido de este mundo, están con
Cristo en la alegría, dispuestos a retomar incorruptos esos mismos cuerpos que antes eran
corruptibles. En su vida, sufrieron tormentos en el cuerpo, pero en la eternidad esos tormentos se
transformarán en adornos de justicia».
Pero en un segundo momento el obispo de Hipona nos dice que también nosotros podemos
cantar este salmo con esperanza. Declara: «También nosotros estamos animados por una esperanza
segura cantaremos exultando. No son extraños para nosotros los cantores de este Salmo… Por
tanto, cantemos todos con un solo corazón: tanto los santos que ya poseen la corona como
nosotros, que con el afecto nos unimos a su corona. Juntos deseamos esa vida que aquí abajo no
tenemos, pero que nunca podremos tener si antes no la hemos deseado».
San Agustín vuelve entonces a la primera perspectiva y explica: «Los santos recuerdan los
sufrimientos que afrontaron y desde el lugar de felicidad y de tranquilidad en el que se encuentran
miran el camino recorrido; y, dado que hubiera sido difícil alcanzar la liberación si no hubiera
intervenido para ayudarles la mano del Liberador, llenos de alegría, exclaman: “Si el Señor no
hubiera estado de nuestra parte”. Así comienza su canto. No hablan ni siquiera de aquello de lo
que se han librado por la alegría de su júbilo» (Comentario al Salmo 123, «Esposizione sul Salmo
123», 3: «Nuova Biblioteca Agostiniana», XXVIII, Roma 1977, p. 65).


1. Más inconmovible que el monte Sión es la firmeza con que Dios ampara a Israel y así
también a todos los justos (versículo 3 y nota). He aquí el argumento de esta preciosa oración. Cf.
Joel 3, 20; Salmos 64, 2; 67, 17, etc. Un moderno articulista dice a este respecto que “el estoico —
ese que el mundo llama filósofo práctico— espera con calma los acontecimientos como si todas las
dificultades se solucionaran al fin por sí solas en virtud de una especie de ley optimista. El creyente
Salmo 124 (125) 80
Los que confían en Yahvé son como el monte Sión,
que no será conmovido y permanecerá eternamente.
2Como Jerusalén está rodeada de montes,

así Yahvé rodea a su pueblo,


ahora y para siempre.

3No permanecerá, pues, el cetro de los impíos


sobre la heredad de los justos;
no sea que también los justos extiendan sus manos hacia la iniquidad.

4Oh Yahvé, derrama tus favores


sobre los buenos y rectos de corazón.
5Pero a los que se desvían por senderos tortuosos

échelos Yahvé con los obradores de iniquidad.


¡Paz sobre Israel!

no puede tener ese optimismo con respecto a este mundo, ni tener fe humanista porque Dios le
forma una pésima opinión de la humanidad caída y le revela en el Apocalipsis el destino catastrófico
de las naciones. Pero el creyente sabe, por muchos Salmos, que Dios es activo e infalible protector
de los que esperan en Él. Sólo ese conocimiento le permite seguir la norma que dice: “En la quietud
y confianza está vuestra fortaleza” (Isaías 30, 15). En esto su actitud se parecerá a la calma de aquel
estoico, pero ambas posiciones espirituales se alejarán diametralmente y los resultados también. El
lema estoico ‘Osa y espera’, que no sólo es de los saboyanos sino de muchos moralistas paganos y
de muchos sajones como Kipling, etc., lleva sin duda a triunfos más o menos inmediatos, pero toda
la historia nos muestra que esa confianza en el hombre, a pesar de su fanática voluntad de vencer,
ha producido los fracasos más irreparables. En cambio, la Escritura enseña que, si alguien confía en
el Señor, es como el Monte Sión, que no será conmovido.”

2. Véase Salmo 126, 1 y nota.

3. Sobre la heredad de los justos: Alude a Israel, que es llamado muchas veces herencia de
Dios (cf. Salmo 15, 5) y cuyo territorio no será hollado para siempre, sino solamente hasta que se
cumplan “los tiempos de las naciones” (Lucas 21, 24). Cf. Salmo 78, 1; Isaías 63, 9 y 18; Apocalipsis
11, 2. Los acontecimientos históricos en que se reconoce a Judá derechos, aunque parciales, sobre
Palestina, vuelven nuestros ojos a esos anuncios bíblicos. Cf. Salmo 125, 6 y nota; Mateo 24, 32.
Jesús nos hace a todos, una promesa semejante para los últimos tiempos, próximos a su segunda
Venida, cuando “se enfriará la caridad de la mayoría” (Mateo 24, 13) y peligrará la fe aun de los
elegidos. Entonces, por amor de ellos, se abreviarán esos tiempos (Mateo 24, 22), “no sea que
también los justos”, etc. Esta explicación, que nos descubre una vez más el Corazón amante y
misericordioso del Padre celestial, confirma el proverbio popular: “Dios aprieta, pero no ahoga” y
muestra que la doctrina del Salmo se aplica también a los justos en general (cf. I Pedro 1, 6; 4, 7
ss.; 5, 10, etc.). Cuando veamos al justo oprimido, sepamos, pues, que eso no durará. No permite
el Dios fiel que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas (I Corintios 10, 13), y hasta en el caso
de Job vimos su fin dichoso aun en esta vida (cf. Santiago 5, 11). Si pues nos parece que se prolonga
nuestra prueba, veamos si no hay en nosotros una voluntad soberbia que resiste a la gracia. Cf.
Mateo 6, 33.
Salmo 125 (126) 81

Salmo 125 (126)


Oración por la plena restauración del pueblo
1Cántico gradual.
Cuando Yahvé trajo de nuevo a los cautivos de Sión,
fue para nosotros como un sueño.
2Se llenó nuestra boca de risas,

y nuestra lengua de exultación.


Entonces dijeron entre los gentiles:
“Es grande lo que Yahvé ha hecho por ellos.”

3Sí, Yahvé ha obrado con magnificencia en favor nuestro;


por eso nos llenamos de gozo.
4Oh Yahvé, cambia nuestro destino

como los torrentes en el Négueb.


1. El sentido mesiánico de este Salmo fue reconocido por los expositores antiguos y por los
mismos rabinos. “La segunda estrofa —dice Calès—, es, en toda hipótesis, estricta y directamente
mesiánica. La primera lo es al menos típicamente; pues la restauración después de Babilonia era la
figura y como el preludio de la gran restauración de la nueva alianza” (cf. Jeremías 31, 31 ss., citado
por Hebreos 8, 8 ss., Isaías 59, 20, citado por Romanos 11, 26). El mismo autor y muchos otros
hacen notar que en la exégesis más moderna prima la opinión de que también la primera estrofa
es profética, debiendo ponerse los verbos en futuro (como en parte lo hace la Vulgata), o verse en
ellos un pasado profético según las palabras de San Agustín: “Las cosas futuras son delante de Dios
como si fuesen pasadas.” Esta última opinión parece acordarse más con el contexto (cf. versículo 2;
Salmo 84, 3 y notas). Como un sueño: Cf. Génesis 45, 26; Hechos 12, 9. Es decir, que como sucedió
a Saulo (Hechos 9, 18), caerá el velo que cubre sus ojos (II Corintios 3, 14 s.; Hechos 5, 11; Romanos
11, 25 s.). Véase Salmo 24, 3 y nota.

2. El nuevo Salterio Romano recuerda a este respecto que cuando los judíos volvieron del
exilio babilónico sus condiciones eran aún “harto tristes y duras” y cita al respecto Esdras 3-6; Ageo
1, 6-11; 2, 4 y 15-17. Dijeron: Según los LXX: dirían, y según la Vulgata: dirán. Así también vierten
muchos modernos, concordando con Salmo 101, 16 s., etc. En la vuelta de Babilonia vemos que la
actitud de los gentiles fue todo lo contrario (cf. Nehemías 4, 2 ss.), y que sólo volvieron dos de las
doce tribus (cf. Esdras 1, 2; Jeremías 30, 3 y notas). El verdadero significado de este anuncio hecho
a los hebreos “es la vuelta de todo Israel a la verdadera libertad y a la luz del Evangelio, de la cual
el profeta ve tales seguridades, que la mira como ya presente” (Ed. Babuty). La frecuencia con que
se nos recuerda este misterio en la oración litúrgica debe hacernos meditar cuan ligado está él, para
todas las naciones, con el triunfo de Jesucristo.

3. Son exactamente los sentimientos que manifiesta la Virgen en Lucas 1, 46 s. y también en
los versículos 54 s., que mencionan este misterio.

4. Cambia nuestro destino: o sea nuestra suerte. Otros: Has volver a nuestros cautivos. En
ambos casos se alude a la instauración del Reino mesiánico. Cf. Salmo 13, 7. Como los torrentes en
el Négueb: Los arroyos en esa parte meridional de Palestina, que es la más árida, estaban secos en
verano y se llenaban de golpe en la época de las lluvias. La cosecha dependía de las aguas que estos
torrentes llevaban durante pocos días. De ahí la elocuencia de la figura que usa el salmista (cf. Salmo
142, 6). Isaías 60, 22 también habla de una transformación hecha súbitamente, lo que explica por
qué les parecerá un sueño (versículo 1).
Salmo 125 (126) 82
5
Los que siembran con lágrimas
segarán con júbilo.
6Yendo, iban llorosos,

llevando la semilla para la siembra;


volviendo, vendrán con exultación,
trayendo sus gavillas.


6. Como observa Calès, se pide aquí “la prosperidad mesiánica y la reunión completa de los
dispersos, conforme a las promesas de los profetas”. Así también fue siembra la predicación del
Evangelio (Lucas 8, 11) que Israel rechazó, con gran dolor y llanto de los apóstoles (Romanos 9, 2
ss.; Hechos 13, 46; Mateo 10, 6; Lucas 24, 47). Pero este llanto será consolado (Jeremías 31, 16 ss.),
y otros recogerán lo que ellos sembraron, así corno ellos cosecharon con gozo, en los israelitas que
fueron fieles, lo que habían sembrado con lágrimas los profetas. Este Salmo nos ayuda así a entender
las misteriosas palabras de Jesús en Juan 4, 34-38, y nos enseña una vez más que el trabajo
apostólico por excelencia es hacer conocer el Evangelio (cf. Mateo capítulo 13; Hechos 6, 2; 8, 35
y nota; I Corintios 1, 17; I Timoteo 5, 17); que en ello hemos de renunciar a ver el fruto inmediato,
y aun ser perseguidos, pero que ese fruto es el más seguro y el más precioso de todos (Mateo 5,
19; Lucas 22, 29 s.; I Corintios 12, 28; Daniel 12, 3, etc.). La triste actitud de los sembradores
contrasta con la prontitud gozosa de los que siegan. “¡Qué dicha, cuando seamos restablecidos en
nuestra patria, tornada a la prosperidad!” (Desnoyers).


Catequesis del Papa Benedicto XVI
Dios, alegría y esperanza nuestra
Vísperas del miércoles de la semana III
1. Al escuchar las palabras del Salmo 125 da la impresión de ver cómo se desarrolla ante los
ojos el acontecimiento que se canta en la segunda parte del Libro de Isaías: el «nuevo éxodo». Es el
regreso de Israel desde el exilio de Babilonia a la tierra de los padres, tras el edicto del rey persa
Ciro, en el año 538 a.C. Entonces se repite la experiencia gozosa del primer éxodo, cuando el
pueblo judío fue liberado de la esclavitud de Egipto.
Este salmo asumía un significado particular cuando se cantaba en los días en los que Israel se
sentía amenazado y experimentaba el miedo, pues estaba sometido de nuevo a la prueba. El salmo
incluye, de hecho, una oración por el regreso de los prisioneros de ese momento (Cf. versículo 4).
De este modo, se convertía en una oración del pueblo de Dios en su itinerario histórico, lleno de
peligros y pruebas, pero siempre abierto a la confianza en Dios, salvador y liberador, apoyo de los
débiles y de los oprimidos.
2. El salmo introduce en una atmósfera de júbilo: hay sonrisas, fiesta, por la libertad lograda,
de los labios salen cantos de alegría (Cf. versículos 1-2).
La reacción ante la libertad recuperada es doble. Por un lado, las naciones paganas reconocen
la grandeza del Dios de Israel: «El Señor ha estado grande con ellos» (versículo 2). La salvación del
pueblo elegido se convierte en una prueba límpida de la existencia eficaz y poderosa de Dios,
presente y activo en la historia. Por otro lado, el pueblo de Dios profesa su fe en el Señor que salva:
«El Señor ha estado grande con nosotros» (versículo 3).
3. El pensamiento se dirige después al pasado, revivido con un escalofrío de miedo y amargura.
Queremos prestar atención a la imagen agrícola que utiliza el salmista: «Los que sembraban con
lágrimas cosechan entre cantares» (versículo 5). Bajo el peso del trabajo, a veces el rostro se riega
de lágrimas: se siembra con una fatiga que podría acabar quizá en la inutilidad y el fracaso. Pero
cuando llega la cosecha abundante y gozosa, se descubre que ese dolor ha sido fecundo.
En este versículo del salmo se condensa la gran lección sobre el misterio de fecundidad y de
vida que puede albergar el sufrimiento. Precisamente, como había dicho Jesús en los umbrales de
su pasión y muerte: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere,
da mucho fruto» (Juan 12, 24).
Salmo 126 (127) 83

Salmo 126 (127)


El esfuerzo humano y el regalo divino
1Cántico gradual. De Salomón.
Si Yahvé no edifica la casa,
en vano trabajan los que la construyen.
Si Yahvé no guarda la ciudad,
el centinela se desvela en vano.
2Vano es que os levantéis antes del alba,

4. El horizonte del salmo se abre de este modo a la festiva cosecha, símbolo de la alegría
producida por la libertad, por la paz y la prosperidad, que son fruto de la bendición divina. Esta
oración es, entonces, un canto de esperanza, al que se puede recurrir cuando se está sumergido en
el momento de la prueba, del miedo, de la amenaza exterior y de la opresión interior.
Pero puede convertirse también en un llamamiento más general a vivir los propios días y a
cumplir las propias opciones en un clima de fidelidad. La esperanza en el bien, aunque sea
incomprendida y suscite oposición, al final llega siempre a una meta de luz, de fecundidad, de paz.
Es lo que recordaba san Pablo a los Gálatas: «El que siembre en el espíritu, del espíritu cosechará
vida eterna. No nos cansemos de obrar el bien, que a su tiempo nos vendrá la cosecha, si no
desfallecemos» (Gálatas 6, 8-9).
5. Concluyamos con una reflexión de san Beda el Venerable (672/3-735) sobre el salmo 125
en la que comenta las palabras con las que Jesús anunciaba a sus discípulos la tristeza que le esperaba
y al mismo tiempo la alegría que surgiría de su aflicción (Cf. Juan 16, 20).
Beda recuerda que «lloraban y se lamentaban los que amaban a Cristo cuando le vieron
apresado por los enemigos, atado, llevado a juicio, condenado, flagelado, ridiculizado, por último,
crucificado, atravesado por la lanza y sepultado. Gozaban sin embargo quienes amaban al
mundo…, cuando condenaban a una muerte vergonzosa a quien les resultaba molesto sólo con
verle. Se entristecieron los discípulos por la muerte del Señor, pero, al recibir noticia de su
resurrección, su tristeza se convirtió en alegría; al ver después el prodigio de la ascensión, con una
alegría aún mayor alababan y bendecían al Señor, como testimonia el evangelista Lucas (Cf. Lucas
24,53). Pero estas palabras del Señor se adaptan a todos los fieles que, a través de las lágrimas y las
aflicciones del mundo, tratan de llegar a las alegrías eternas y que, con razón, ahora lloran y están
tristes, pues no pueden ver todavía al que aman y, porque mientras están en el cuerpo, saben que
están lejos de la patria y del reino, aunque estén seguros de llegar a través de los cansancios y las
luchas al premio. Su tristeza se convertirá en alegría cuando, terminada la lucha de esta vida, reciban
la recompensa de la vida eterna, según dice el salmo. “Los que sembraban con lágrimas cosechan
entre cantares”» («Homilías sobre el Evangelio» - «Omelie sul Vangelo», 2,13: Colección de Textos
Patrísticos, XC, Roma 1990, pp. 379-380).


1. El título de Salomón y el carácter doctrinal de este Salmo han hecho que algunos lo
atribuyan al rey sabio, pero más bien parece que David lo escribiese para aquél cuando dejó a su
cargo la construcción del Templo y le entregó el modelo que había recibido del cielo, pero cuya
ejecución le había sido negada no obstante su deseo (I Paralipómenos 28, 11 ss.). De ahí las
instrucciones de no adelantarse a los designios de Dios (versículos 1-2) y el elogio de las ventajas de
tener hijos en quienes poder confiar (versículos 3-5). La casa: En hebreo se llama así al Templo. La
ciudad: Jerusalén, cuya defensa se reservaba Dios mismo (Salmo 124, 2). Cf. sobre esto la bellísima
figura de Zacarías 2, 5, que Wagner ha usado en el final de la Valquiria.

2. Porque Él regala, etc.: Nácar-Colunga vierte: Es Yahvé el que a sus elegidos da el pan en
sueños; Vaccari: Él da pan y reposo a sus amados... El sentido de todo este pasaje, que parece tan
misterioso por ser contrario al estoicismo humano, es simplemente el mismo del Evangelio de la
Salmo 126 (127) 84
que os recojáis tarde a descansar,
que comáis pan de dolores;
porque Él regala a sus amigos (aun) durante el sueño.

3Vedlo: don de Yahvé son los hijos,


el fruto del seno es un regalo.
4Como flechas en manos del guerrero,

así son los hijos de la juventud.


5Dichoso el varón, que tiene su aljaba llena de ellos;

no será confundido cuando, en la puerta, litigue con sus adversarios.

divina Providencia (Mateo 6, 25 ss.). Sólo exige una fe viva en la bondad de Dios y en el amor que
nos tiene y que lo mueve a esa continua actividad en favor nuestro. Cf. Gálatas capítulo 3; Salmo
67, 12 y nota; 102, 13; Juan 3, 16, etc.

3 ss. Esta segunda parte se vincula fácilmente con la primera, en boca de David que habla
como padre de Salomón (cf. nota versículo 1). Preciosa herencia para el justo son los hijos que,
engendrados en los años de vigor, ayudarán a sus padres cuando éstos declinen. Y ese bien, con ser
tan precioso, es dado al hombre como un don viviente, fruto de su amor y no de su trabajo.
¡Admirable reflexión para los padres que hoy rechazan este don de Dios! En Ezequiel 23, 37-40 y
notas vemos que sólo Él es dueño de ellos.


Catequesis del Papa Benedicto XVI
El esfuerzo humano es inútil sin Dios
Vísperas del miércoles de la semana III
1. El Salmo 126 que se acaba de proclamar presenta ante nuestros ojos un espectáculo en
movimiento: una casa en construcción, la ciudad con sus guardias, la vida de las familias, las velas
nocturnas, el trabajo cotidiano, los pequeños y grandes secretos de la existencia. Pero por encima
de todo se encuentra una presencia decisiva, la del Señor sobre las obras del hombre, como sugiere
el incisivo inicio del Salmo: «Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles»
(versículo 1)
Una sociedad sólida nace, ciertamente, del compromiso de todos sus miembros, pero tiene
necesidad de la bendición y del apoyo de ese Dios que, por desgracia, con frecuencia está excluido
o es ignorado. El libro de los Proverbios subraya la primacía de la acción divina para el bienestar
de una comunidad y lo hace de manera radical afirmando que «La bendición del Señor es la que
enriquece, y nada le añade el trabajo» (Proverbios 10, 22).
2. Este salmo sapiencial, fruto de la meditación sobre la realidad de la vida de cada día, se
construye fundamentalmente basándose en un contraste: sin el Señor, en vano se trata de construir
una casa estable, de edificar una ciudad segura, de hacer que dé fruto el propio cansancio (Cf. Salmo
126, 1-2). Sin embargo, con el Señor, se tiene la prosperidad y fecundidad, una familia llena de hijos
y serena, una ciudad bien construida y defendida, libre de pesadillas e inseguridades (Cf. versículos
3-5).
El texto comienza presentando al Señor como constructor de la casa y centinela que vela por
la ciudad (Cf. Salmo 120, 1-8). El hombre sale de mañana para empeñarse en el trabajo para el
sustento de la familia y para el servicio del desarrollo de la sociedad. Es un trabajo que ocupa sus
energías, provocando el sudor de su frente (Cf. Génesis 3, 19) durante el transcurso de la jornada
(cfr. Sal 126,2).
3. Pues bien, el salmista no duda en afirmar que todo este trabajo es inútil, si Dios no está al
lado de quien se esfuerza. Por el contrario, afirma que Dios premia incluso el sueño de sus amigos.
El salmista quiere exaltar de este modo la primacía de la gracia divina, que da consistencia y valor
a la acción humana, a pesar de que se caracteriza por las limitaciones y la caducidad. En el abandono
sereno y fiel de nuestra libertad en el Señor, nuestras obras se hacen sólidas, capaces de dar un fruto
Salmo 127 (128) 85

Salmo 127 (128)


El justo bendecido en su hogar
1Cántico gradual.
Dichoso tú que temes a Yahvé,
que andas en sus caminos.
2Pues comerás del trabajo de tus manos;

serás bendito, te irá bien:


3tu esposa, parra fecunda

en el interior de tu casa;
tus hijos, retoños de olivo
alrededor de tu mesa.
4Así será bendecido el hombre

que teme a Yahvé.

5 Te bendiga Yahvé desde Sión,

permanente. Nuestro «sueño» se convierte de este modo en descanso bendecido por Dios,
destinado a sellar una actividad que tiene sentido y consistencia.
4. En ese momento, se pasa a otra escena descrita por nuestro salmo. El Señor ofrece el don de
los hijos, vistos como una bendición y una gracia, signo de la vida que continúa y de la historia de
la salvación orientada hacia nuevas etapas (Cf. versículo 3). El salmista exalta en particular «los hijos
de la juventud»: el padre que ha tenido hijos en su juventud no sólo los verá en todo su vigor, sino
que además serán su apoyo en la vejez. Podrá afrontar de este modo con seguridad el futuro, como
un guerrero, armado de esas «saetas» de puntas agudas y victoriosas que son los hijos (Cf versículos
4-5). La imagen, tomada de la cultura de la época, tiene el objetivo de celebrar la seguridad, la
estabilidad, la fuerza de una familia numerosa, como se repetirá en el sucesivo Salmo 127, en el que
se hace un retrato de una familia feliz.
La imagen final representa a un padre rodeado de sus hijos, que es acogido con respeto en la
puerta de la ciudad, sede de la vida pública. La procreación es, por tanto, un don portador de vida
y de bienestar para la sociedad. Ante algunas naciones, somos conscientes hoy día de que el
descenso demográfico despoja de la frescura, de la energía, del futuro encarnado en los hijos. Sin
embargo, sobre todo se yergue la presencia de Dios que bendice, manantial de vida y de esperanza.
5. El Salmo 126 ha sido utilizado por los autores espirituales precisamente para exaltar esta
presencia divina, decisiva para proceder por el camino del bien y del Reino de Dios. De este modo
el monje Isaías (fallecido en Gaza, en el año 491), en su «Asceticon» («Logos» 4, 118), recordando el
ejemplo de los antiguos patriarcas y profetas, enseña: «Se pusieron bajo la protección de Dios
implorando su asistencia, sin poner su confianza en los cansancios realizados. Y la protección de
Dios fue para ellos una ciudad fortificada, pues sabían que sin la ayuda de Dios eran impotentes y
su humildad les hacía decir con el salmista: "Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los
albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas"» («Recueil ascétique»,
Abbaye de Bellefontaine 1976, pp. 74-75).


1. Este Salmo litúrgico, que es un eco del anterior, pinta, como el Libro de Tobías, la tranquila
felicidad del creyente humilde. que vive del trabajo de sus manos y la dicha de la madre rodeada
de sanos y buenos hijos. De ahí que la Liturgia lo use en la misa de esponsales.

5 s. En este final parece que David sigue hablando y aconsejando a su hijo Salomón (cf. Salmo
126, 3 ss. y nota) y le hace entrever proféticamente, como Tobías a su hijo (Tobías 13, 11 ss.; 14, S
ss.), la paz futura en el reino mesiánico (cf. Salmo 71, 7 y nota). La prosperidad y la paz de la patria,
Salmo 128 (129) 86
para que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida;
6para que veas a los hijos de tus hijos.

¡Paz sobre Israel!

Salmo 128 (129)


Contra los enemigos de Israel
1Cántico gradual.
Mucho me han combatido desde mi mocedad,
exclame ahora Israel;
2mucho me combatieron desde mi mocedad,

mas no concluyeron conmigo.


3Sobre mis espaldas araron los aradores;

abrieron largos surcos;


4más Yahvé, el Justo,

ha cortado las coyundas de los impíos.

5Retrocedan confundidos
cuantos odian a Sión.
6Sean como la hierba de los tejados,

que se seca antes de crecer.


7No llena de ella su mano el segador,

ni su regazo el que hace gavillas.

la felicidad familiar y una larga vida eran los anhelos del piadoso israelita, “ante cuyos ojos no se
desplegaban aún, sino en la confusa lejanía de la era mesiánica, las magnificencias del Reino de
Dios” (Prado).

1. Salmo profético en que el probado Israel, a quien Yahvé ha liberado del yugo de todos sus
enemigos (versículo 5), como en los Salmos 117 y 123, etc., canta su agradecimiento al divino
Libertador, que también lo librará de todas sus iniquidades, como se ve en Salmo 129, 8. Desde mi
mocedad: Desde los tiempos patriarcales, cuando Israel aun no era pueblo (cf. Jeremías 2, 2) le
tocó ya la esclavitud de Egipto. ¡Cuántos males no tuvo desde entonces! Cf. Salmos 77; 78; !06;
Isaías 27, 12 y 15; Jeremías 3, 25; Oseas 2, 15; 11, 1, etc.

2. Mas no concluyeron conmigo: Impresionante oráculo que señala el milagro del pueblo
israelita como testigo de Dios a través de toda la historia. “Por violentos y múltiples que hayan sido
los ataques dirigidos contra Israel, jamás han conseguido aniquilarlo” (Fillion). Y no es sólo una
supervivencia material, pues el hecho de que estemos estudiando este Salmo hebreo al cabo de tres
mil años muestra cómo el espíritu que animó al verdadero Dios a través de Israel vive aún no
obstante el trágico paréntesis que se abrió para él en Hechos 28, 28 y que se cerrará en Romanos
11, 25.

4. El hebreo se refiere a las cuerdas que los ataban al yugo de los gentiles (versículo 3). Menos
exacto parece el texto de los LXX y la Vulgata: cortó las cabezas.

5. Cf. Salmos 24, 4; 34, 4; 39, 15, 69, 3, etc.

6. Antes de crecer; Vulgata: antes que la arranque. Imprecación que asigna un destino trunco
a los enemigos del pueblo de Dios. Cf. Salmo 121, 6; Isaías 41, 11 ss.; Joel capítulo 3 y notas.
Salmo 129 (130) 87
8
No dicen los transeúntes:
“La bendición de Yahvé sea sobre vosotros.”
“Os bendecimos en el Nombre de Yahvé.”

Salmo 129 (130)


“De profundis”
1Cántico gradual.
Desde lo más profundo clamo a Ti, Yahvé,
2Señor, oye mi voz.

Estén tus oídos atentos al grito de mi súplica.


3Si Tú recordaras las iniquidades, oh Yah,

Señor ¿quién quedaría en pie?


4Más en Ti está el perdón de los pecados,


8. Alude a la costumbre oriental de que los transeúntes feliciten a los segadores por la copiosa
cosecha (cf. Rut 2, 4). No lo harán cuando vieren la miserable cosecha de los enemigos de Israel.
Cf. Salmo 117, 25 s. y nota.

1. El alma de este Salmo, sexto de los penitenciales, es bien davídica y aunque no consta
históricamente su paternidad, bien podemos mirarlo como patrimonio espiritual del gran rey
penitente, siendo, por otra parte, como vimos en el Salmo 9, compuesto “a nombre de toda la
nación, cuyos sentimientos se asimila el autor de un modo admirable” (Fillion). Cf. Salmo 101, 1 y
nota. Como observan los comentaristas, este Salmo, que en la Vulgata difiere del hebreo en varios
pasajes, ha sido aplicado a la Liturgia de Difuntos, no porque trate de los muertos, sino a causa de
la misericordia y perdón que en él abunda. “En pocas palabras, verdaderamente divinas, encierra
toda la religión: la caída del hombre y su miseria; su impotencia para salir de ella si no es por la
misericordia de Dios puramente gratuita; la verdadera justificación que comienza por el
arrepentimiento y la fe en el Salvador (Marcos 1, 15); la solidez de esa fe apoyada sobre la Palabra
divina: la revelación del Salvador prometido y la plena confianza que todos los pecadores han de
tener en el precio con que han sido rescatados” (Ed. Babuty).

3. Si tú recordaras: Es decir que Él está dispuesto a olvidarlos. Así se lo pide David en Salmo
50, 11 (cf. Eclesiástico 5, 5 y nota). “¡Ay de la vida del hombre, aunque parezca digna de alabanza,
si Tú, oh Señor, la examinas con exactitud dejando de lado tu misericordia!” (San Agustín). Cf.
Salmo 142, 2. ¿Quién quedaría en pie? “El salmista no se empeña en alardear de falsa humildad
presentándose como más malo que otros. Expone simplemente la humana miseria que Dios bien
conoce como propia de todos los hijos de Adán y que es lo que le mueve a la misericordia.” Cf.
Génesis 8, 21 y nota. Lo mismo hace David en Salmo 50, 7.

4. A fin de que se te venere: Así también Rembold, Calès, etc. Nácar-Colunga agrega: con
temor. Texto distinto de la Vulgata que dice: A causa de tu Ley espero en Ti. La doctrina del perdón
que Dios da al arrepentido (Marcos 1, 15; Lucas 15, 20; Juan 8, 11) es tan importante en el plan
divino, que la vemos ya nítidamente y sin velos, aun en el Antiguo Testamento, no obstante ser
éste más formalista frente al Nuevo que es “en espíritu y en verdad” (Juan 4, 23). Apenas David
dice: “pequé contra el Señor” le responde el profeta Natán: “También el Señor te ha perdonado”
(II Reyes 12, 13). De ahí que el santo rey nos enseñe este misterio del perdón en el Miserere y añada
luego que enseñará a los malos estos caminos de misericordia que usa Dios, para que los impíos se
conviertan a Él (Salmo 50, 15). Es la misma enseñanza de este versículo, donde vemos que lo que
nos hace mirar a Dios con veneración es, más que su grandeza o su terrible poder, el conocimiento
de su Corazón misericordioso. “Ella significa sin duda que Yahvé perdona fácilmente a fin de
favorecer la piedad, una veneración verdaderamente filial y no el despreciable miedo de los
Salmo 129 (130) 88
a fin de que se te venere.
5Espero en Yahvé,

mi alma confía en su palabra.


Aguardando está 6mi alma al Señor,
más que los centinelas el alba.

Más que los centinelas con la aurora


7cuenta Israel con Yahvé,

porque en Yahvé está la misericordia,


y con Él copiosa redención.
8Y Él mismo redimirá a Israel

de todas sus iniquidades.

esclavos” (Calès). En igual sentido anota Desnoyers: “El alma fiel sabe bien que Yahvé perdona;
mas, lejos de hallar en esa misericordia divina un motivo para dejarse llevar más libremente al
pecado, comprende que si Yahvé la da a conocer es para estimular o despertar la piedad sincera.
“Así también admiramos esta pedagogía de Dios en el mismo caso de David, pues en el momento
de incriminarle su pecado, y aun antes de que él expresase su contrición, le anuncia nuevos y
mayores bienes (II Reyes 12, 8). Cf. Oseas 11, 8 y nota.

5. En su palabra: Es decir, “en la realización de los oráculos que anuncian el advenimiento de
una era de justicia y de prosperidad” (Crampón).

6. Figura intensamente expresiva para señalar el ansia de Israel por El que ha de redimirlo de
todas sus iniquidades (versículo 8). La larga espera siempre es ansiosa (cf. Daniel 9, 24), y más si es
en la triste noche. Sólo la mañana trae la alegría (Salmo 29, 6). También San Pedro nos da la
esperanza como antorcha en lugar oscuro para aguardar la venida del Lucero (II Pedro 1, 19), y así
“la esperanza cristiana se confunde hoy con la esperanza de Israel en un mismo anhelo por ver
glorificado al Mesías”. “La misericordia del Señor se manifestará en el rescate abundante de su
pueblo, librándolo de todas sus iniquidades, que son la causa de los desastres y humillaciones que
padece” (Prado). Como se notará la numeración de los versículos 6 y 7 es algo defectuosa.

7 s. Cuenta, etc.: Más expresivo que espera. El sentido es bellísimo: aunque la espera es larga
(versículo 6) podemos gozar desde ahora “la dichosa esperanza” (Tito 2, 13), pues su cumplimiento
es más seguro que, en la noche, la venida de un nuevo día. Con Él copiosa redención: Una
redención gratuita y superabundante, hecha a costa de la Sangre inocente ¿puede tener otro móvil
que un asombroso amor del Padre para nosotros? Amor del que es Santo y Omnipotente al que es
impuro, culpable, incapaz, no puede ser sino un amor esencialmente misericordioso (Mons.
Guerry). Cf. Salmo 102, 13 s. y nota. Jesús llama “nuestra redención” al día de su segunda venida
(Lucas 21, 28) porque en él recogeremos plenamente el fruto de la primera (Romanos 8, 23;
Apocalipsis 22, 12). Redimirá a Israel (versículo 8): Cf. Salmos 101, 16; 118, 81; Isaías 35, 4 5 y notas;
Mateo 1, 21; Lucas 1, 32 y 68; 2, 32 y notas.


Catequesis del Papa Benedicto XVI
Desde lo hondo a Ti grito Señor
Primeras Vísperas del domingo de la semana IV
Se acaba de proclamar uno de los Salmos más famosos y queridos por la tradición cristiana: el
«De profundis», llamado así por la manera en que comienza en su versión latina. Junto al «Miserere»,
se ha convertido en uno de los salmos penitenciales preferidos de la devoción popular.
Más allá de su aplicación fúnebre, el texto es ante todo un canto a la misericordia divina y a la
reconciliación entre el pecador y el Señor, un Dios justo, pero que siempre está dispuesto a
manifestarse como «misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad.
Mantiene su amor por millares y perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado» (Éxodo 34, 6-7).
Salmo 129 (130) 89

Precisamente por este motivo, nuestro Salmo forma parte de la liturgia vespertina de Navidad y de
toda la octava de Navidad, así como del IV domingo de Pascua y de la solemnidad de la
Anunciación del Señor.
2. El Salmo 129 se abre con una voz que surge de las profundidades del mal y de la culpa (Cf.
versículos 1-2). El yo del orante se dirige al Señor diciendo: «a ti grito, Señor». El Salmo se desarrolla
después en tres momentos dedicados al tema del pecado y del perdón. Se dirige ante todo a Dios,
tuteándole: «Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el
perdón, y así infundes respeto» (versículos 3-4).
Es significativo el hecho de que lo que genera el respeto, actitud de temor mezclada de amor,
no es el castigo, sino el perdón. Más que la cólera de Dios, debe provocar en nosotros un santo
temor su magnanimidad generosa y nos desarma. Dios, de hecho, no es un soberano inexorable
que condena al culpable, sino un padre amoroso, a quien no tenemos que amar por el miedo de
un castigo, sino por su bondad dispuesta a perdonar.
3. En el centro del segundo momento está el «yo» del orante que ya no se dirige al Señor, sino
que habla de Él: «Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más
que el centinela la aurora» (versículos 5-6). Florecen en el corazón del salmista arrepentido la
espera, la esperanza, la certeza de que Dios pronunciará una palabra liberadora y cancelará el
pecado.
La tercera y última etapa en la evolución del Salmo abarca a todo Israel, el pueblo con
frecuencia pecador y consciente de la necesidad de la gracia salvífica de Dios: «Aguarde Israel al
Señor, como el centinela la aurora; porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa; y
él redimirá a Israel de todos sus delitos» (versículos 7-8).
La salvación personal, antes implorada por el orante, se extiende ahora a toda la comunidad.
La fe del salmista se injerta en la fe histórica del pueblo de la alianza, «redimido» por el Señor no
sólo de las angustias de la opresión de Egipto, sino también «de todos sus delitos».
Desde lo hondo tenebroso del pecado, la súplica del «De profundis» se eleva hasta el horizonte
de Dios, en el que domina «la misericordia y la redención», dos grandes características del Dios del
amor.
4. Encomendémonos ahora a la meditación que de este Salmo ha hecho la tradición cristiana.
Escojamos la palabra de san Ambrosio: en sus escritos, él recuerda con frecuencia los motivos que
llevan a invocar de Dios el perdón.
«Tenemos un Señor bueno que quiere perdonar a todos», recuerda en el tratado sobre «La
penitencia» y añade: «Si quieres ser justificado, confiesa tu yerro: una confesión humilde de los
pecados deshace el enredo de las culpas… Y ves cómo la esperanza del perdón te mueve a confesar»
(2,6,40-41: SAEMO, XVII, Milano-Roma 1982, p. 253).
En el «Comentario al Evangelio según Lucas», repitiendo la misma invitación, el obispo de Milán
expresa su maravilla por los dones que Dios añade a su perdón: «Mira qué bueno es Dios, está
dispuesto a perdonar los pecados: no sólo vuelve a dar lo que había quitado, sino que concede
también dones inesperados». Zacarías, padre de Juan Bautista, se quedó mudo por no haber creído
en el ángel, pero después, perdonándole, Dios le concedió el don de profecía: «El que poco antes
era mudo, ahora ya profetiza», observa san Ambrosio, «es una de las gracias más grandes del Señor,
el que precisamente los que le han renegado le confiesen. Que nadie se desaliente, por tanto, que
nadie pierda la esperanza de recibir las recompensas divinas, aunque sienta el remordimiento de
antiguos pecados. Dios sabe cambiar de parecer, si tú sabes enmendar la culpa» (2,33: SAEMO, XI,
Milano-Roma 1978, p. 175).
Salmo 130 (131) 90

Salmo 130 (131)


Infancia espiritual
1Cántico gradual. De David.
Yahvé, mi corazón (ya) no se engríe
ni son altaneros mis ojos.
No ando tras de grandezas
ni en planes muy difíciles para mí;
2lejos de eso, he hecho a mi alma

quieta y apaciguada
como un niño que se recuesta sobre el pecho de su madre;
como ese niño, está mi alma en mí.

3
Oh Israel, espera en Yahvé,
desde ahora y para siempre.

Salmo 131 (132)


La promesa hecha a David
1Cántico gradual.


1. Plegaria del alma humilde, que descansa tranquila en Dios y le tributa con esa confianza la
gloria debida a su bondad paternal (cf. Salmo 146, 11). Es el Salmo de la infancia espiritual, muy
propio de David, que figura como autor y que, aunque algunos le disputan esta paternidad porque
su nombre falta en ciertos manuscritos, nos da en su vida y en su poema tantas pruebas de ese
espíritu (cf. I Reyes 17, 38-40; II Reyes 6, 21 s.; 22, 22 s., etc.). Ya no se engríe: El ya parece necesario
para acentuar que la humildad no nace con el hombre y que, como han notado muchos
expositores, se nos da aquí la voz de la experiencia “contra el orgullo personal y contra las
ambiciones nacionales” (Sánchez Ruiz) y se extiende a todo Israel (versículo 3). Vemos así que, al
renunciar sabiamente a la presunción por las cosas grandiosas o difíciles para la propia capacidad,
se refiere a todas esas que Salomón llamó “vanidad de vanidades” y “correr tras el viento”
(Eclesiástico 1, 2 y passim) y no al conocimiento de Dios en el cual David sobrepujó a sus maestros
(Salmo 118, 99 s.) Esa sabiduría “en la cual consiste la vida eterna” (Juan 17, 3 y 17) se da
precisamente a los pequeños (Lucas 10, 21), de modo que no hay presunción en ambicionarla. Cf.
Mateo 5, 8 y nota de San Agustín.

2. Es la paz envidiable del humilde. En la Vulgata el sentido es a la inversa, como una
imprecación: Si en mi orgullo pretendiese que puedo bastarme a mí mismo y prescindir de Ti,
merecería que me abandones como un niño a quien la madre quitase el pecho, para que yo vea
que sin Ti no soy más que impotencia.

3. Es como un eco —quizá continuación— del Salmo 129, 6. Se extienden así a todo Israel los
sentimientos del salmista, como en los Salmos 101, 105, etc.

1. Los primeros versículos de este Salmo, escrito probablemente por Salomón (versículo 8-10
y nota), evocan el celo del rey David por la construcción del Templo (versículos 1-5) y por el
traslado del Arca de la Alianza a Jerusalén (versículos 6 ss.), especialmente el voto del santo
monarca, que aquí se nos revela por quien debió conocerlo (versículos 2 ss.), de no descansar hasta
que se hubiese levantado una habitación para el Señor. Cf. I Paralipómenos 21, 24 s.; 29, 2 ss.; II
Reyes 7, 2; 24, 24. En favor de David: de su casa, que Dios había bendecido para siempre (versículos
Salmo 131 (132) 91
Acuérdate, Yahvé, en favor de David,
de toda su solicitud;
2cómo juró a Yahvé,

e hizo al Fuerte de Jacob este voto:


3 “No entraré yo a morar en mi casa,

ni subiré al estrado de mi lecho;


4no concederé sueño a mis ojos

ni descanso a mis párpados,


5hasta que halle un sitio para Yahvé,

una morada para el Fuerte de Jacob.”

6He aquí que le oímos mencionar en Efrata,


encontrárnosle en los campos de Yáar.
7Entrábamos en la morada,

para postrarnos ante el escabel de sus pies.


8Oh Yahvé, sube a tu mansión estable,

Tú y el Arca de tu majestad.
9Revístanse de justicia tus sacerdotes

y tus santos rebosen de exultación.


10Por amor de David tu siervo

no rechaces el rostro de tu ungido.

11 Yahvé juró a David

11 ss.). Solicitud: La Vulgata dice: mansedumbre. Así lo cita p. ej. el Introito de la misa propia de
San Vicente de Paul.

6 s. Le oímos: En hebreo no resulta claro a qué o a quién se refiere esto, discutiéndose si es al
Arca (versículo 8), al juramento de David (versículos 2-5), que no consta en los Libros históricos, o
al mismo Dios. Por eso hemos vertido en forma que deja libertad de interpretación, pensando
empero que el contexto favorece la última mencionada, pues que se trata de una habitación para
el Señor. Así resulta del texto hebreo que conoció San Jerónimo. “Efrata”: No parece significar aquí
Belén, como en Génesis 33, 19; Rut 4, 11; Miqueas 5, 2, sino el país de Efraím, en donde
primeramente estuvo el Arca (en Silo). Campos de Yáar (Vulgata: Campos de la selva):
Probablemente “Kiryat Yearim” o “Cariatyearim” (ciudad de los bosques), donde estuvo el Arca
durante veinte años en la casa de Abinadab (I Reyes 7, 1-2; II Reyes 6, 2). Según algunos hablarían
aquí los judíos sobrevivientes del tiempo de David que de Belén iban a Cariatyearim para adorar a
Dios (versículo 7) allí donde el Arca —llamada escabel de sus pies (Salmo 98, 5 y nota) — estaba
en abandono hasta que fue llevada a Sión.

8 ss. Son palabras de Salomón en la dedicación del Templo (II Paralipómenos 6, 41 ss.). El
salmista las pronuncia aquí en sentido profético según se ve en versículos 11 ss. El versículo 9 figura
en las oraciones de preparación a la Misa. Véase en I Paralipómenos 23-26 cuánto hizo David por
la santidad de los ministros de Dios. En el sentido profético cf. versículo 16; Isaías 11, 5; Apocalipsis
19, 8.

10. Ungido: El rey Salomón, sucesor de David (cf. II Paralipómenos 6, 42) y, como tal, figura
de Jesús, Vástago, como Hombre, de la estirpe de David (Jeremías 23, 5 ss.; 33, 15 ss.).

11. Yahvé juró a David (cf. versículo 22 ss.): “El juramento de Yahvé es la promesa dada
mediante el profeta Natán en II Reyes 7, 26-27” (Callan). En Lucas 1, 32 el ángel Gabriel hace
Salmo 131 (132) 92
una firme promesa que no retractará:
“Vástago de tu raza pondré sobre tu trono.
12Si tus hijos guardaren mi alianza,

y los mandamientos que Yo les enseñare,


también los hijos de ellos
se sentarán sobre tu trono perpetuamente.”

13Porque Yahvé escogió a Sión;


la ha querido para morada suya:
14
“Éste es mi reposo para siempre;
aquí habitaré porque la he elegido.
15Colmaré su mesa de bendiciones,

saciaré de pan a sus pobres.


16A sus sacerdotes los vestiré de salud,

y sus santos rebosarán de exultación.


17Allí haré reflorecer el cuerno de David,

allí preparo una lámpara para mi ungido.


18A sus enemigos vestiré de confusión;

mas sobre él refulgirá mi diadema.”

referencia a esta promesa que a David le fue hecha sin condición alguna, a diferencia de la contenida
en el versículo 12. Cf. Salmo 88, 36 s.; Isaías 9, 7; 22, 22; Daniel 7, 14 y 27; Miqueas 4. 7, etc.

12. Cf. II Reyes 7, 12 ss. Es la promesa condicional hecha a Salomón (III Reyes 9, 4 ss.; Salmo
88, 28 ss.). “Si los descendientes de ambos permanecen fieles a la Ley su dinastía durará
indefinidamente” (Calès).

13. Cf. Salmo 86, 1 y nota. Por ella despreció los altos montes (Salmo 67, 16 y nota), por ella
dejó a Efraím (Salmos 77, 67 ss.; 86, 2).

14. Para siempre: Cf. Salmos 113 b, 16; 138, 8 y notas. Según el Apocalipsis de San Juan, la
Jerusalén celestial, sede de Dios y del Cordero (Apocalipsis 21, 2 ss.; 22, 3), descenderá a la tierra
(21, 2) y no se alejará más, sino que Dios habitará en ella con los hombres (21, 3). Por tanto, si bien
todo el universo es herencia de Cristo (Hebreos 1, 2) y con Él de los justos (Romanos 8, 17; Mateo
25, 34; Salmo 36, 9; Daniel 7, 27), podemos pensar en una misión especial de la tierra, que antes
será renovada, según II Pedro 3, 13 (cf. Isaías 65, 17; Apocalipsis 21, 1). Aunque pequeñísima entre
los planetas, como Belén entre las ciudades de Israel (Miqueas 5, 2), fue elegida y regada por la
Sangre del Cordero divino. Véase también Isaías 9, 7; 60, 21; Jeremías 31, 39 s.; Joel 3, 20; Lucas
I, 32 s., etc.

15. Su mesa: “Sus víveres en Sión, es decir, los recursos, los alimentos de que hay que disponer
con abundancia para una ciudad inmensa... y aun los pobres, dice el versículo siguiente, serán
saciados” (Desnoyers). Cf. Salmo 64, 11 ss.; 71, 16 s.; 110, 5 y notas.

16. Cf. versículo 9 y nota. Es decir, se cumplirá el ruego de II Paralipómenos 6, 41. Cf. versículo
8; Salmo 149, 4 s.

17. “Allí es donde el Mesías —que es llamado «Vástago» (Tsémah) en Jeremías 23, 5; 33, 15,
y en Zacarías 3, 8; 6, 12— florecerá para David: será un cuerno, símbolo de poder y de victoria, es
decir, un rey vencedor (cf. Daniel 7, 8, 24; 8, 5)” (Calès). La lámpara es símbolo de la permanencia
y significa descendencia, posteridad (II Reyes 21, 17; III Reyes 11, 36; 15, 4; IV Reyes 8, 19). De ahí
su trascendencia mesiánica en este pasaje.


Catequesis del Papa Benedicto XVI (I)
Salmo 131 (132) 93

Promesas a la casa de David


Vísperas del jueves de la semana III
1. Hemos escuchado la primera parte del Salmo 131, un himno que la Liturgia de las Vísperas
nos presenta en dos momentos diferentes. Muchos expertos creen que este canto resonó en la
celebración solemne del traslado del arca del Señor, signo de la presencia divina en medio del
pueblo de Israel, a Jerusalén, la nueva capital escogida por David.
En la narración de este acontecimiento, tal y como nos es referido por la Biblia, se lee que el
rey David «danzaba con todas sus fuerzas ante el Señor, ceñido de un efod de lino. David y toda
la casa de Israel hacían subir el arca del Señor entre clamores y resonar de cuernos» (2 Samuel 6,
14-15).
Otros expertos, por el contrario, enmarcan el Salmo 131 en una celebración conmemorativa de
aquel acontecimiento antiguo, tras la institución del culto en el santuario de Sión por obra de David.
2. Nuestro himno parece suponer una dimensión litúrgica: probablemente era utilizado en una
procesión, con la presencia de sacerdotes y fieles y con la participación de un coro.
Siguiendo la Liturgia de las Vísperas, nos detendremos en los primeros diez versículos del Salmo,
que se acaban de proclamar. En el corazón de este pasaje, se encuentra el juramento solemne
pronunciado por David. Se dice que --dejando atrás el agudo enfrentamiento con su predecesor, el
rey Saúl-- «juró al Señor e hizo voto al Fuerte de Jacob» (Salmo 131, 2). El significado de este
compromiso solemne queda expresado en los versículos 3 a 5, es claro: el rey no pisará el palacio
real de Jerusalén, no podrá descansar tranquilo, si antes no ha encontrado una morada para el arca
del Señor.
En el mismo centro de la vida social debe estar, por tanto, una presencia que evoca el misterio
de Dios trascendente. Dios y hombre caminan juntos en la historia, y el templo tiene la tarea de
señalar de manera visible esta comunión.
3. Tras las palabras de David, se abre camino, quizá a través de las palabras de un coro litúrgico,
el recuerdo del pasado. Se evoca, de hecho, el hallazgo del arca en los campos de Jaar, en la región
de Efrata (Cf. versículo 6): allí se había quedado durante mucho tiempo, después de haber sido
restituida por los filisteos a Israel, que la perdió durante una batalla (Cf. 1 Samuel 7, 1; 2 Samuel 6,
2. 11). Por este motivo, desde la provincia fue llevada a la futura ciudad santa y nuestro pasaje
concluye con una celebración festiva que presenta, por un lado, al pueblo en adoración (Cf. Salmo
131, 7.9), es decir, la asamblea litúrgica, y por otro, al Señor que vuelve a hacerse presente y a
actuar con el signo del arca colocada en Sión (Cf. versículo 8).
El alma de la liturgia está en este cruce entre sacerdotes y fieles, por un lado, y el Señor con su
potencia, por otro.
4. Como sello de la primera parte del Salmo 131 resuena una aclamación implorante a favor
de los reyes sucesores de David: «Haré germinar el vigor de David, enciendo una lámpara para mi
Ungido» (versículo 17).
Es fácil intuir una dimensión mesiánica en esta súplica, destinada en un primer momento a
impetrar apoyo para el rey judío en las pruebas de la vida. El término «Ungido» traduce el término
hebreo «Mesías»: la mirada de quien ora se dirige de este modo más allá de las vicisitudes del reino
de Judá y se proyecta hacia la gran espera del «Ungido» perfecto, el Mesías que será siempre grato
a Dios, pues éste le ama y bendice.
5. Esta interpretación mesiánica dominará en la relectura cristiana y se extenderá por todo el
salmo.
Por ejemplo, es significativa la aplicación que hará del versículo 8 a la encarnación de Cristo
Esiquio de Jerusalén, un presbítero de la primera mitad del siglo V. En su «Segunda homilía sobre
la Madre de Dios», se dirige a la Virgen con estas palabras: «David no deja de celebrarte con la
cítara a ti a y quien nació de ti: “Levántate, Señor, ven a tu mansión, ven con el arca de tu poder”
(Salmo 131, 8)». ¿Quién es «el arca de tu poder»? Esiquio responde: «Evidentemente la Virgen, la
Madre de Dios. Dado que eres tú la perla, ella es el arca; si tú eres el sol, necesariamente la Virgen
será llamada cielo; y si tú eres la flor incontaminada, la Virgen será entonces planta incorrupta,
Salmo 131 (132) 94

paraíso de inmortalidad» («Textos marianos del primer milenio» --«Testi mariani del primo
millennio»--, I, Roma 1988, pp. 532-533).

Catequesis del Papa Benedicto XVI (II)


Promesas a la casa de David
Vísperas del jueves de la semana III
1. Acaba de resonar la segunda parte del Salmo 131, un canto que evoca un acontecimiento
capital en la historia de Israel: la traslación del arca del Señor a la ciudad de Jerusalén.
David fue el artífice de esta transferencia, atestiguada en la primera parte del Salmo, que ya
hemos meditado. De hecho, el rey, había hecho el juramento de no establecerse en el palacio real
hasta no haber encontrado una morada para el arca de Dios, signo de la presencia del Señor junto
a su pueblo (Cf. versículos 3-5).
A aquel juramento del soberano le corresponde ahora el juramento del mismo Dios: «El Señor
ha jurado a David una promesa que no retractará» (versículo 11). Esta promesa solemne, en
definitiva, es la misma que el profeta Natán había hecho, en nombre de Dios, al mismo David;
afecta a la descendencia davídica, destinada a reinar de manera estable (Cf. 2 Samuel 7, 8-16).
2. El juramento divino involucra, sin embargo, el compromiso humano y de hecho está
condicionado por un «si»: «si tus hijos guardan mi alianza» (Salmo 131, 12). A la promesa y al don
de Dios, que no tiene nada de mágico, debe responder la adhesión fiel y activa del hombre en un
diálogo que entrecruza dos libertades, la divina y la humana.
Al llegar a este punto el Salmo se transforma en un canto que exalta tanto los efectos estupendos
del don del Señor como la fidelidad de Israel. Se experimentará, de hecho, la presencia de Dios en
medio a su pueblo (Cf. versículos 13-14): será como un habitante entre los habitantes de Jerusalén,
como un ciudadano que vive con los demás ciudadanos las vicisitudes de la historia, ofreciendo sin
embargo la potencia de su bendición.
3. Dios bendecirá las cosechas, preocupándose de los pobres para que puedan saciarse (Cf.
versículo 15); extenderá su manto protector sobre los sacerdotes ofreciéndoles su salvación, hará
que todos los fieles vivan en la alegría y en la confianza (Cf. versículo 16).
La bendición más intensa queda reservada una vez más para David y para su descendencia:
«Haré germinar el vigor de David, enciendo una lámpara para mi Ungido. A sus enemigos los vestiré
de ignominia, sobre él brillará mi diadema» (versículos 17-18).
Una vez más, como había sucedido en la primera parte del Salmo (Cf. versículo 10), aparece
en la escena la figura del «Ungido», en hebreo «Mesías», enlazando así la descendencia de David
con el mesianismo que, en la relectura cristiana, encuentra su pleno cumplimiento en la figura de
Cristo. Las imágenes que utiliza son sumamente vivas: David es representado como un retoño que
crece con vigor. Dios ilumina al descendiente de David con una lámpara de luz intensa, símbolo de
vitalidad y de gloria, una espléndida diadema marcará su triunfo sobre los enemigos y por tanto la
victoria sobre el mal.
4. En Jerusalén, en el templo que custodia el arca y en la dinastía de David, se cumple la doble
presencia del Señor, en el espacio y en la historia. El Salmo 131 se convierte, de este modo, en una
celebración del Dios-Emmanuel que está con sus criaturas, vive junto a ellas y las ayuda, a condición
de que permanezcan unidas a Él en la verdad y en la justicia. El centro espiritual de este himno es
ya un preludio de la proclamación de Juan: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre
nosotros» (Juan 1, 14).
5. Concluimos recordando que el inicio de esta segunda parte del Salmo 131 fue utilizada
habitualmente por los padres de la Iglesia para describir la encarnación del Verbo en el seno de la
Virgen María.
San Ireneo, remontándose a la profecía de Isaías sobre la virgen que da a luz, explicaba: «Las
palabras: "Oíd, pues, casa de David" (Isaías 7, 13) indican que el rey eterno, que según la promesa
de Dios a David surgiría del "fruto de su vientre" (Salmo 131,11), es el mismo que nació de la Virgen,
de la descendencia de David. Por ello, le había prometido un rey que nacería del "fruto de su
vientre", expresión que indica una virgen encinta. Por tanto, la Escritura… hace referencia al fruto
95

Salmo 132 (133)


El rebaño reunido
1Cántico gradual. De David.
¡Mirad cuan bueno es y cuan deleitoso
para los hermanos el estar reunidos!
2
Es como el precioso ungüento
sobre la cabeza,
que desciende a la barba, la barba de Aarón,
y que baja hasta la orla de su vestido.
3Es como el rocío del Hermón,

del vientre para proclamar que el nacimiento de quien tenía que venir acaecería de la Virgen. Así
lo testimonió precisamente Isabel, llena del Espíritu santo, cuando dijo a María: "Bendita tú entre
las mujeres y bendito el fruto de tu vientre" (Lucas 1, 42). De este modo, el Espíritu Santo indica a
los que quieren escucharle que al dar a luz la Virgen, es decir, María, se cumplió la promesa hecha
por Dios a David: suscitar un rey del fruto de su vientre» («Contra las herejías» --«Contro le eresie»-
-, 3,21,5: Già e Non Ancora, CCCXX, Milán 1997, p. 285).
De este modo, vemos la fidelidad de Dios en el gran arco que va desde el antiguo Salmo hasta
la encarnación del Señor. En el Salmo ya aparece y resplandece el misterio de un Dios que habita
en nosotros, que se convierte en uno de nosotros en la Encarnación. Y esta fidelidad de Dios es
nuestra confianza en los cambios de la historia, es nuestra alegría.


1. En este misterioso Salmo celebra David el amor fraterno de todo el pueblo teocrático, Israel
y Judá reunidos bajo su cetro como “carne de su carne” (II Reyes 5, 1 s.). Algunos modernos dudan
que sea de David porque su nombre falta en el Targum arameo (así se llama la antigua Paráfrasis
caldaica) y en algún códice de los LXX, por lo que lo refieren simplemente, como p. ej. Bover-
Cantera, a la reunión de los peregrinos en Jerusalén. De todos modos simboliza la universalidad de
los tiempos mesiánicos, abarcando en su plenitud la unión de judíos y gentiles (Efesios 2, 12-22;
Romanos 11, 25 ss.; Juan 10, 16; II, 52; Salmo 101, 17) bajo el reinado de Jesucristo Sacerdote y Rey
(Salmo 109, 3 ss.).

2. A la unción real de David se une aquí la unción sacerdotal de “Aarón” (Éxodo 30, 23-33),
ya revestido de los ornamentos (Levítico 8, 7, 10 y 12), cayendo el ungüento a través del Efod que
llevaba el nombre de las doce tribus (Éxodo 28, 7-12) hasta la orla añadida o sea los gentiles (cf.
Ezequiel 47, 23 y nota). Así como la gracia desciende de la cabeza que es Jesucristo, quien la recibió
sin medida (Juan 3, 34), a los miembros, nosotros, que la recibimos todos de la plenitud de Él (Juan
1, 16), así también en Él se reunirán todas las cosas del cielo y de la tierra (Efesios 1, 10 y nota).

3. Figura semejante a la anterior. “No se quiere decir que sea el rocío que viene del Hermón
el que baja sobre el monte Sión” (Prado). Sería tal vez una metáfora que significa abundancia. Sin
embargo, como lo han atestiguado varios estudiosos, no obstante la gran distancia (180 kilómetros)
se ha comprobado que el rocío del Hermón, sumamente abundante y precioso en esas tierras faltas
de lluvia (cf. Salmos 125, 4; 142, 6 y notas), al descender de aquella altura refresca a Jerusalén y sus
colinas. Algunos críticos modernos proponen leer, en vez de Sión, Iyón, antigua ciudad del Norte
(III Reyes 15, 20; IV Reyes 15, 29). Pero ¿sabemos si no se alteraría con ello algún sentido recóndito
que Dios pueda mostrar un día en este Salmo? Cf. nota anterior. Sobre las bendiciones en Sión para
siempre, cf. Salmos 67, 16 ss.; 86, 2 s., etc. A la luz de estas profecías mesiánicas, dice Calès, los
Salmo 133 (134) 96
que desciende sobre el monte Sión.
Porque allí Yahvé derrama bendición,
vida para siempre.

Salmo 133 (134)


Alabanza perpetua
1Cántico gradual.
Ea, bendecid a Yahvé,
todos los siervos de Yahvé,
los que estáis en la casa de Yahvé,
en las horas de la noche.
2Alzad vuestras manos hacia el Santuario,

y bendecid a Yahvé.
3Desde Sión te bendiga Yahvé,

el que hizo el cielo y la tierra.

Salmo 134 (135)


Alabanza de Israel a su Dios
1¡HalIelú Yah!
Alabad el Nombre de Yahvé;
alabadle vosotros, ciervos de Yahvé,
2los que estáis en la casa de Yahvé,

en los atrios del Templo de nuestro Dios.


3Alabad a Yah porque es un Señor bueno;

cantad salmos a su Nombre, porque es suave.


4Porque Yah se eligió a Jacob,

a Israel como su bien propio.

peregrinos entreveían los beneficios inmensos misteriosamente preparados para el Israel de la nueva
Alianza.

1. Salmo litúrgico, último de los quince graduales. Parece destinado al relevo de los levitas en
el Templo al atardecer. Según otros es un diálogo cantado entre los levitas y el pueblo. Éste, quizás
al despedirse para retornar de la peregrinación, exhorta a los levitas a alabar al Señor y ellos
responden bendiciendo al pueblo. Hoy se le recita en Completas.

1 ss. Empieza la parte más litúrgica del Salterio, destinada sobre todo a la alabanza. Como el
Salmo anterior, este himno invita a los sacerdotes y levitas a alabar a Yahvé ante todo por ser Él
quien es, por su bondad y suavidad, y su superioridad infinita y exclusiva sobre todos los seres (cf.
Romanos 16, 27 y nota), no obstante lo cual se dignó elegir al pueblo como un bien preciado (cf.
Juan 10, 29 y nota); luego por las obras prodigiosas de su mano creadora, Y en fin por las maravillas
que hizo en favor de su pueblo escogido, cuyos intereses no vacila en sobreponer a los de las
naciones (versículo 6 y nota). Cf. Salmo 104, 44, etc.
Salmo 134 (135) 97
5
Porque yo sé esto: que Yahvé es grande,
y que nuestro Señor es más que todas las divinidades.
6Todo cuanto Yahvé quiere lo hace

en el cielo y en la tierra,
en el mar y en todos los abismos.
7Él trae las nubes desde el extremo de la tierra,

hace la lluvia con los relámpagos,


saca los vientos de sus depósitos.

8
Él hirió a los primogénitos de Egipto,
desde el hombre hasta el ganado.
9Envió signos y prodigios a ti, oh Egipto.

contra Faraón y contra todos sus vasallos.


10Hirió a muchas naciones,

y mató a reyes poderosos:


11 a Sehón, rey de los amorreos;

y a Og, rey de Basan,


y a todos los reyes de Canaán.
12Y dio en herencia la tierra de ellos,

en herencia a Israel, su pueblo.


13Yahvé es tu Nombre para siempre;

Yahvé, tu memorial
de generación en generación;


6. Hace las cosas que quiere, no sólo con omnipotencia sobre la naturaleza (versículos 6-7),
sino también con absoluta libertad moral, concediendo al pueblo amado los privilegios (versículos
4, 12, 14, 19 ss.) y destruyendo a otros en favor de aquél (versículos 8 ss.), sin que nadie pueda
pretender juzgarlo ni someterlo a ley alguna, puesto que el divino beneplácito es, en sí mismo, el
supremo fundamento de toda moral (cf. Salmo 147, 9; Mateo 19, 16 ss. y notas).

7. Es decir, como una ostentación de su omnipotencia (versículo 6), parece que Él con el fuego
hiciese agua, pues saca la lluvia de los relámpagos. “Sus depósitos”: Cf. Job 38, 22. La mitología
griega tenía un concepto bastante parecido sobre el misterio de la formación de los vientos (cf.
Virgilio, La Eneida 1, 55-67).

8. Cf. Éxodo 12, 29.

9. Cf. Éxodo capítulos 7 y 8; 9, 15; 16, 11.

10. Cf. Deuteronomio 4, 38; 7, 1; H, 23; Josías 24, 8 ss.

11. Los reyes Sehón y Og fueron vencidos por los israelitas bajo Moisés (Números 21, 20-34;
Deuteronomio 2, 30).

13 s. Como observa Fillion, es esto un eco de Éxodo 3, 14-15, donde Dios se revela con el
nombre de Yahvé (El que es, el Eterno) y anuncia que con ese nombre se hará memoria de Él en
todas las generaciones (cf. allí nuestra nota). Según esto, también ahora honra a Dios ese sagrado
Nombre revelado como propio de Él y por eso aún lo usamos para alabarlo en los Salmos. Yahvé
es Aquel a quien Jesús llama a un tiempo Padre suyo y Dios de Israel (Juan 8, 54), titulándolo
“Padre Santo” (Juan 17, 6 y 11) y revelándonos que es Padre suyo y nuestro y Dios suyo y nuestro
(Juan 20, 17) y que su Nombre debe ser tratado santamente (Lucas 11, 2) porque es un Nombre
Santo (Lucas 1, 49). Tiene compasión (versículo 14): Otras versiones leen tendrá, abarcando así las
promesas futuras.
Salmo 134 (135) 98
14
pues Yahvé protege a su pueblo
y tiene compasión de sus siervos.
15Los ídolos de los gentiles son plata y oro,

hechuras de manos de hombre:


16tienen boca y no hablan;

tienen ojos y no ven;


17tienen orejas y no oyen,

y no hay aliento en su boca.


18Semejantes a ellos son quienes los hacen,

quienquiera confía en ellos.

19Casa de Israel, bendecid a Yahvé;


casa de Aarón, bendecid a Yahvé.
20Casa de Leví, bendecid a Yahvé,

los que adoráis a Yahvé, bendecid a Yahvé.


21Bendito sea Yahvé desde Sión,

el que mora en Jerusalén.


15 ss. Como en Salmo 113 b, 4-8, insiste contra esas hechuras que en nada pueden asemejarse
a lo divino (Hechos 17, 29) y cuyo culto idolátrico se prohíbe a Israel desde el primer mandamiento
del Decálogo (Éxodo 20, 4), dando como razón que Dios tiene celos de ellas (Deuteronomio 4,
15-24). Cf. Salmo 148, 13.

18. “Su nada es el símbolo del fin que tendrán sus autores y sus adoradores” (Calès). Cf. I
Corintios 3, 15.

19 s. Como observa Páramo, esta invitación abarca también a los prosélitos: los que adoráis
a Yahvé. Se nota así el contraste con los que dan culto a los ídolos (versículos 15 y 18).

21. Desde Sión: “El culto de Jehovah, con Jerusalén por punto de partida y por centro, irá
ganando paso a paso al universo todo entero” (Fillion). Cf. Salmos 64, 2; 131, 13 s. y notas.


Catequesis del Papa San Juan Pablo II (I)
Himno a Dios por sus maravillas
Vísperas del viernes de la semana III
1. Ante nosotros se presenta la primera parte del Salmo 134, un himno de carácter litúrgico,
entretejido de alusiones, reminiscencias y referencias a otros textos bíblicos. La liturgia, de hecho,
construye con frecuencia sus textos recurriendo al gran patrimonio de la Biblia, rico repertorio de
temas y oraciones que sostienen el camino de los fieles.
Seguimos el entramado de oración de esta primera sección (Cf. Salmo 134,1-12), que comienza
con una amplia y apasionada invitación a alabar al Señor (Cf. versículos 1-3). El llamamiento se
dirige a los «siervos del Señor, que estáis en la casa del Señor, en los atrios de la casa de nuestro
Dios» (versículos 1-2).
Nos encontramos, por tanto, en la atmósfera viva del culto que se desarrolla en el templo, el
lugar privilegiado y comunitario de la oración. En ella, se experimenta de manera eficaz la presencia
de «nuestro Dios», un Dios «bueno» y «amable», el Dios de la elección y de la alianza (Cf. versículos
3-4).
Después de la invitación a la alabanza, una voz solista proclama la profesión de fe, que
comienza con la fórmula «yo sé» (versículo 5). Este «Credo» constituirá la esencia de todo el himno,
que se convierte en una proclamación de la grandeza del Señor (ibídem), manifestada en sus obras
maravillosas.
Salmo 134 (135) 99

2. La omnipotencia divina se manifiesta continuamente en todo el mundo, «en el cielo y en la


tierra, en los mares y en los océanos». Es él quien produce nubes, relámpagos y vientos, imaginados
como encerrados en «silos» o almacenes (Cf. versículos 6-7).
Pero esta profesión de fe celebra sobre todo otro aspecto de la actividad divina. Se trata de la
admirable intervención en la historia, en la que el Creador muestra el rostro de redentor de su
pueblo y de soberano del mundo. Ante los ojos de Israel, recogido en oración, se presentan los
grandes acontecimientos del Éxodo.
Ante todo, menciona la conmemoración sintética y esencial de las «plagas» de Egipto, los
flagelos suscitados por el Señor para plegar al opresor (Cf. versículos 8-9). Continúa después con la
evocación de las victorias de Israel tras la larga marcha en el desierto. Éstas se atribuyen a la
poderosa intervención de Dios, que «hirió de muerte a pueblos numerosos, mató a reyes poderosos»
(versículo 10). Por último, aparece la meta tan suspirada y esperada, la tierra prometida: «dio su
tierra en heredad, en heredad a Israel, su pueblo» (versículo 12).
El amor divino se hace concreto y casi se puede experimentar en la historia con todas las
vicisitudes difíciles y gloriosas. La liturgia tiene la tarea de hacer siempre presentes y eficaces los
dones divinos, sobre todo en la gran celebración pascual que es la raíz de las demás solemnidades
y constituye el emblema supremo de la libertad y de la salvación.
3. Recojamos el espíritu del Salmo y de su alabanza a Dios volviéndolo a presentar a través de
la voz de san Clemente Romano tal y como resuena en la larga oración conclusiva de su «Carta a
los Corintios». Señala que, así como en el Salmo 134 aparece el rostro del Dios redentor, del mismo
modo su protección, ya concedida a los antiguos padres, se nos presenta ahora en Cristo: «Señor,
que tu rostro resplandezca sobre nosotros por el bien en la paz para protegernos con tu mano
poderosa y librarnos de todo pecado con tu brazo altísimo y salvarnos de quienes nos odian
injustamente. Otórganos concordia y paz a nosotros y a todos los habitantes de la tierra, tal y como
lo hiciste con nuestros padres cuando te invocaban santamente en la fe y en la verdad… A ti, que
eres el único capaz de hacer por nosotros estos bienes y otros todavía mayores, te damos gracias
por medio del gran sacerdote y protector de nuestras almas, Jesucristo, por quien eres glorificado
de generación en generación y por los siglos de los siglos. Amén» (60,3-4; 61,3: «Colección de
Textos Patrísticos» --«Collana di Testi Patristici»--, V, Roma 1984, pp. 90-91).

Catequesis del Papa Benedicto XVI (II)


Himno a Dios por sus maravillas
Vísperas del viernes de la semana III
1. El Salmo 134, canto de tono pascual, nos es presentado por la Liturgia de las Vísperas en dos
pasajes distintos. Acabamos de escuchar la segunda parte (Cf. versículos 13-21), sellada por el
aleluya, la exclamación de alabanza al Señor con la que había comenzado el Salmo.
Después de haber conmemorado en la primera parte del himno el acontecimiento del Éxodo,
corazón de la celebración pascual de Israel, ahora el salmista pone en confrontación de manera
incisiva dos visiones religiosas diferentes. Por un lado, se presenta la figura del Dios vivo y personal,
que está en el centro de la auténtica fe (Cf. versículos 13-14). Su presencia es eficaz y salvífica, el
Señor no es una realidad inmóvil y ausente, sino una persona viva que «guía» a sus fieles, se
«compadece» de ellos, apoyándoles con la potencia de su amor.
2. Por otro lado aparece la idolatría (cf. versículos 15-18), expresión de de una religiosidad
desviada y engañosa. Del hecho, el ídolo no es más que «hechura de manos humanas», un producto
de deseos humanos; es por tanto incapaz de superar los límites de la criatura. Ciertamente tiene
una forma humana con boca, ojos, oídos, garganta, pero es inerte, no tiene vida, como sucede
precisamente como una estatua inanimada (Cf. Salmo 113B,4-8).
El destino de quien adora a estas realidades muertas es el de hacerse semejante a ellas,
impotente, frágil, inerte. En estos versículos se representa claramente la eterna tentación del hombre
de buscar la salvación en la «obra de sus manos», poniendo su esperanza en la riqueza, en el poder,
en el éxito, en la materia. Por desgracia, le sucede lo que ya describía eficazmente el profeta Isaías:
Salmo 134 (135) 100

«A quien se apega a la ceniza, su corazón engañado le extravía. No salvará su vida. Nunca dirá:
“¿Acaso lo que tengo en la mano es engañoso?”» (Isaías 44, 20).
3. El salmo 134, tras esta meditación sobre la verdadera y la falsa religión, sobre la fe genuina
en el Señor del universo y de la historia y sobre la idolatría concluye con una bendición litúrgica
(Cf. versículos 19-21), que presenta una serie de figuras presentes en el culto realizado en el templo
de Sión (Cf. Salmo 113B, 9-13).
Desde toda la comunidad reunida en el templo se eleva a Dios creador del universo y salvador
de su pueblo una bendición conjunta, expresada en la diversidad de sus voces y en la humildad de
a fe.
La liturgia es el lugar privilegiado para la escucha de la Palabra divina que hace presentes los
actos salvíficos del Señor, pero es también el ámbito desde el que se eleva la oración comunitaria
que celebra el amor divino. Dios y hombre se encuentran en un abrazo de salvación, que encuentra
su cumplimiento precisamente en la celebración litúrgica.
4. Al comentar los versículos de este Salmo sobre los ídolos y la semejanza que adquieren
quienes confían en ellos (Cf. Salmo 134, 15-18), san Agustín observa: «De hecho, creedlo, hermanos,
se graba en ellos una cierta semejanza a sus ídolos: no en su cuerpo, sino en su hombre interior.
Tienen oídos, pero escuchan lo que les grita Dios: “Quien tiene oídos para oír que escuche”. Tienen
ojos, pero no ven: es decir los ojos del cuerpo, pero no los ojos de la fe». Del mismo modo, «tienen
nariz, pero no perciben el olor. No son capaces de percibir ese olor del que habla el apóstol: somos
el buen olor de Cristo en todo lugar (Cf. 2Corintios 2,15). ¿De qué les sirve tener nariz, si con ella
no pueden respirar el suave perfume de Cristo?».
Es verdad, reconoce Agustín, permanecen todavía personas ligadas a la idolatría; «sin embargo,
cada día hay personas que, convencidas de los milagros de Cristo Señor, abrazan la fe. Cada día se
abren ojos a los ciegos y oídos a los sordos, comienzan a respirar narices que antes estaban
obturadas, se sueltan las lenguas de los mudos, se consolidan las piernas de los paralíticos, se estiran
los pies de los cojos. De todas estas piedras surgen hijos de Abraham (Cf. Mateo 3, 9). A todos
estos, por tanto, hay que decirles: “Casa de Israel, bendice al Señor”… ¡Bendecid al Señor, vosotros,
pueblos todos! Esto significa “Casa de Israel”. ¡Bendecidle, vosotros, prelados de la Iglesia! Esto
significa “Casa de Aarón”. ¡Bendecidle, ministros! Esto significa “Casa de Leví”. Y, ¿qué decir de las
demás naciones? “Fieles del Señor, bendecid al Señor”» («Commentario al Salmo 134, 24-25 --
«Esposizione sul Salmo»-- 134, 24-25: «Nuova Biblioteca Agostiniana», XXVIII, Roma 1977, pp.
375.377).

Catequesis del Papa Benedicto XVI (III)


Himno a Dios por sus maravillas
Laudes del lunes de la semana IV
1. La Liturgia de los Laudes, que estamos siguiendo en su desarrollo a través de nuestras
catequesis, nos propone la primera parte del Salmo 134, que acaba de resonar en el canto del coro.
El texto presenta una serie de alusiones a otros pasajes bíblicos y la atmósfera que lo envuelve
parece ser la de Pascua. De hecho, la tradición judía ha unido nuestro Salmo al sucesivo, el 135,
considerando el conjunto como «el gran Hallel», es decir, la alabanza solemne y festiva que se eleva
al Señor con motivo de la Pascua.
El Salmo destaca con fuerza el Éxodo, con la mención de las «plagas» de Egipto y con la
evocación de la entrada en la tierra prometida. Pero sigamos ahora las etapas sucesivas que el Salmo
134 muestra en el desarrollo de los primeros 12 versículos: es una reflexión que queremos
transformar en oración.
2. En la apertura nos encontramos con la característica invitación a la alabanza, elemento típico
de los himnos dirigidos al Señor en el Salterio. El llamamiento a cantar el «aleluya» está dirigido a
los «siervos del Señor» (Cf. versículo 1), que en el original hebreo son presentados como los
«erguidos» en el espacio sagrado del templo (Cf. versículo 2), es decir, en la actitud ritual de la
oración (Cf. Salmo 133, 1-2).
Salmo 135 (136) 101

Salmo 135 (136)


Letanía de la misericordia
1¡Hallelú Yah!

Quedan involucrados en la alabanza ante todo los ministros de culto, sacerdotes y levitas, que
viven y trabajan «en los atrios de la casa de nuestro Dios» (Cf. Salmo 134, 2). Sin embargo, a estos
«siervos del Señor» se les asocian idealmente todos los fieles. De hecho, inmediatamente después se
menciona la elección de todo Israel para ser aliado y testigo del amor del Señor: «Porque él se
escogió a Jacob, a Israel en posesión suya» (versículo 4). En esta perspectiva, se celebran dos
cualidades fundamentales de Dios: es «bueno» y es «amable» (versículo 3). El lazo que existe entre
nosotros y el Señor está marcado por el amor, la intimidad, la adhesión gozosa.
3. Tras la invitación a la alabanza, el Salmista continúa con una solemne profesión de fe,
comenzada por la típica expresión: «Yo sé», es decir, yo reconozco, yo creo (Cf. versículo 5). Un
solista, en nombre de todo el pueblo reunido en asamblea litúrgica, proclama dos artículos de fe.
Ante todo, se exalta la acción de Dios en todo el universo: Él es por excelencia el Señor del cosmos:
«El Señor todo lo que quiere lo hace: en el cielo y en la tierra» (versículo 6). Domina incluso a los
mares y océanos que son el emblema del caos, de las energías negativas, del límite y de la nada.
El Señor forma las nubes, los relámpagos, la lluvia, los vientos recurriendo a sus «silos» (Cf.
versículo 7). El antiguo hombre de Oriente Próximo imaginaba, de hecho, que los agentes climáticos
estaban custodiados en unas reservas, como cofres celestes de los que Dios se servía para
diseminarlos por la tierra.
4. La otra parte de la profesión de fe afecta a la historia de la salvación. El Dios creador es
reconocido ahora como el Señor redentor, evocando los acontecimientos fundamentales de la
liberación de Israel de la esclavitud egipcia. El Salmista cita, ante todo, la «plaga» de los primogénitos
(Cf. Éxodo12, 29-30), que resume todos los «signos y prodigios» realizados por el Dios liberador
durante la epopeya del Éxodo (Cf. Salmo 134, 8-9). Inmediatamente después se recuerdan las
clamorosas victorias que permitieron a Israel superar las dificultades y los obstáculos que encontró
en su camino (Cf. versículos 10-11). Por último, se perfila en el horizonte la tierra prometida, que
Israel recibe «en herencia» del Señor (Cf. versículo 12).
Pues bien, todos estos signos de alianza que serán más ampliamente profesados en el Salmo
sucesivo, el 135, atestiguan la verdad fundamental, proclamada en el primer mandamiento del
Decálogo. Dios es único y es una persona que actúa y habla, ama y salva: «Grande es el Señor,
nuestro Dios más que todos los dioses» (versículo 5; Cf. Éxodo 20, 2-3; Salmo 94, 3).
5. En la estela de esta profesión de fe, también nosotros elevamos nuestra alabanza a Dios. El
Papa san Clemente I, en su «Carta a los Corintios» nos dirige esta invitación: «Dirijamos la mirada
hacia el Padre y Creador de todo el universo. Aferrémonos a los dones y beneficios de la paz,
magníficos y sublimes. ¡Contemplémoslo con el pensamiento y miremos con los ojos del alma su
gran voluntad! Consideremos cómo es ecuánime con toda criatura. Los cielos que se mueven según
el orden que les ha dado le obedecen en la armonía. El día y la noche cumplen el curso que les ha
establecido y no se entorpecen mutuamente. El sol y la luna y los coros de las estrellas, según su
dirección, giran en armonía, sin desviación para las órbitas que se les han asignado. La tierra,
fecunda por su voluntad, produce alimentación abundante para los hombres, para las fieras y para
todos los animales que viven de ella, sin ofrecer resistencia, y sin cambiar su propio ordenamiento»
(19, 2-20,4: «Los Padres Apostólicos» --«I Padri Apostolici»--, Roma 1984, pp. 62-63).
Clemente I concluye observando: «El Creador y Señor del universo dispuso que todas estas
cosas fueran benéficas en la paz y en la concordia para todo y particularmente para nosotros que
recurrimos a su piedad por medio de nuestro Señor Jesucristo. A Él la gloria y majestad por los
siglos de los siglos. Amén» (20,11-12: ibídem, p. 63).


1. Como en el Salmo anterior, el salmista canta aquí las maravillas de Dios, tanto las que se
manifiestan en las cosas creadas, como las que se desprenden de la historia de Israel (cf. Salmos 102
Salmo 135 (136) 102
Alabad a Yahvé porque es bueno,
porque su misericordia es para siempre.
2Alabad al Dios de los dioses,

porque su misericordia es para siempre.


3Alabad al Señor de los señores,

porque su misericordia es para siempre.

4Al que, solo, obra grandes maravillas,


porque su misericordia es para siempre.
5Al que creó los cielos con sabiduría,

porque su misericordia es para siempre.


6Al que afirmó la tierra sobre las aguas,

porque su misericordia es para siempre.


7Al que hizo los grandes luminares,

porque su misericordia es para siempre;


8el sol para presidir el día,

porque su misericordia es para siempre;


9la luna y las estrellas para presidir la noche,

porque su misericordia es para siempre.

10Al que hirió a los egipcios


en sus primogénitos,
porque su misericordia es para siempre,
11y sacó a Israel de en medio de ellos,

porque su misericordia es para siempre;


12con mano fuerte y brazo extendido,

porque su misericordia es para siempre.


13Al que partió en dos el Mar Rojo,

porque su misericordia es para siempre;


14y llevó a Israel a cruzarlo en el medio,

porque su misericordia es para siempre;


15y precipitó a Faraón y su ejército en el Mar Rojo,

106). Porque es bueno: “«Hésed» (bondad), de parte de Dios, es la bondad gratuita,


condescendiente, misericordiosa, paternal” (Calès). El pueblo responde a cada alabanza con el
estribillo: Porque su misericordia es para siempre, que es el elogio más repetido en toda la Escritura,
por donde vemos que ninguna otra alabanza es más grata a Dios que ésta que se refiere a su corazón
de Padre (Salmos 102, 13; 129, 7 y nota). Por comenzar el ritornelo con la palabra “Hallel”, este
Salmo, que parece emparentado con el anterior, recibió entre los judíos el nombre de “El gran
Hallel”, es decir, el gran himno de alabanza, que, quizá para el uso litúrgico, adquirió forma de
letanía. De él parecen haberse tomado algunos de los “improperios” del Viernes Santo. Cf. Salmos
49, 14; 91, 2; 113 b, 2 y notas.

9. Termina con este versículo el primer motivo de alabar a Dios: las maravillas de la creación
(versículos 4 9). El segundo motivo lo constituyen los prodigios que Dios hizo al libertar a su pueblo
y al instalarlo en la tierra prometida (versículos 10-25).
Salmo 135 (136) 103
porque su misericordia es para siempre.

16Al que guio a su pueblo por el desierto,


porque su misericordia es para siempre.
17Al que destrozó a grandes reyes,

porque su misericordia es para siempre;


18y mató a reyes poderosos,

porque su misericordia es para siempre;


19a Sehón, rey de los amorreos,

porque su misericordia es para siempre;


20y a Og, rey de Basan,

porque su misericordia es para siempre;


21y dio en herencia su tierra,

porque su misericordia es para siempre;


22en herencia a Israel, su siervo,

porque su misericordia es para siempre.

23Al que en nuestro abatimiento


se acordó de nosotros,
porque su misericordia es para siempre;
24y nos libró de nuestros enemigos,

porque su misericordia es para siempre.


25Al que alimenta a toda carne,

porque su misericordia es para siempre.

Alabad al Dios del cielo,


26

porque su misericordia es para siempre.


21 ss. En esta restauración ven algunos el regreso de Babilonia. Otros le atribuyen mayor
alcance, viendo en el Salmo una síntesis completa de la historia de Israel. Cf. Salmo 84, 1 y nota.


Catequesis del Papa Benedicto XVI (I)
Himno a Dios por las maravillas de la Creación y el Éxodo
Vísperas del lunes de la semana IV
1. Acaba de entonarse «El gran Hallel», es decir, la alabanza solemne y grandiosa que entonaba
el judaísmo durante la liturgia pascual. Hablamos del Salmo 135, del que acabamos de escuchar la
primera parte, según la división propuesta por la Liturgia de las Vísperas (Cf. versículos 1-9).
Reflexionemos ante todo en el estribillo: «porque es eterna su misericordia».
En la frase resuena la palabra «misericordia» que, en realidad, es una traducción legítima pero
limitada del término originario hebreo «hesed». Forma parte del lenguaje característico utilizado
por la Biblia para expresar la alianza que existe entre el Señor y su pueblo. La palabra trata de
definir las actitudes que se establecen dentro de esta relación: la fidelidad, la lealtad, el amor y
evidentemente la misericordia de Dios.
Nos encontramos ante la representación sintética del lazo profundo y personal instaurado por
el Creador con su criatura. Dentro de esta relación, Dios no aparece en la Biblia como un Señor
impasible e implacable, ni es un ser oscuro e indescifrable, como el hado, con cuya fuerza misteriosa
Salmo 135 (136) 104

es inútil luchar. Él se manifiesta, sin embargo, como una persona que ama a sus criaturas, que vela
por ellas, les acompaña en el camino de la historia y sufre por la infidelidad de su pueblo al «hesed»,
a su amor misericordioso y paterno.
2. El primer signo visible de esta caridad divina --dice el salmista-- hay que buscarlo en la
creación. Después entrará en escena la historia. La mirada, llena de admiración y maravilla, se
detiene ante todo ante la creación: los cielos, la tierra, las aguas, el sol, la luna y las estrellas.
Incluso antes de descubrir a Dios que se revela en la historia de un pueblo, se da una revelación
cósmica, abierta a todos, ofrecida a toda la humanidad por el único Creador, «Dios de los dioses»
y «Señor de los señores» (Cf. versículos 2-3).
Como había cantado el Salmo 18, «el cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona
la obra de sus manos: el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra» (versículos
2-3). Existe, por tanto, un mensaje divino, grabado secretamente en la creación, signo del «hesed»,
de la fidelidad amorosa de Dios que da a sus criaturas el ser y la vida, el agua y la comida, la luz y
el tiempo.
Es necesario tener ojos limpios para contemplar esta manifestación divina, recordando la
advertencia del Libro de la Sabiduría al recordar que «de la grandeza y hermosura de las criaturas
se llega, por analogía, a contemplar a su Autor» (Sabiduría 13, 5; Cf. Romanos 1, 20). La alabanza
orante surge entonces de la contemplación de las «maravillas» de Dios (Cf. Salmo 135,4), presentes
en la creación, y se transforma en un himno gozoso de alabanza y de acción de gracias al Señor.
3. De las obras creadas se llega así a la grandeza de Dios, a su amorosa misericordia. Es lo que
nos enseñan los padres de la Iglesia, en cuya voz resuena la constante Tradición cristiana. De este
modo, san Basilio Magno, en una de las páginas iniciales de su primera homilía sobre el
«Hexamerón», en el que comenta la narración de la creación según el primer capítulo del Génesis,
se detiene a considerar la sabia acción de Dios, y acaba reconociendo en la bondad divina el centro
propulsor de la creación. Estas son algunas de las expresiones tomadas de la larga reflexión del
santo obispo de Cesárea de Capadocia:
«“En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Mi palabra cae rendida ante la maravilla de
este pensamiento» (1,2,1: «Sobre el Génesis» --«Sulla Genesi» [«Omelie sull’Esamerone»], Milán 1990,
pp. 9.11). De hecho, si bien algunos, «engañados por el ateísmo que llevaban dentro de sí,
imaginaron el universo sin un guía ni orden, a la merced de la casualidad», el escritor sagrado, sin
embargo, «nos ha iluminado inmediatamente con el nombre de Dios al inicio de la narración,
diciendo: “En el principio creó Dios”. Y ¡qué belleza tiene este orden!» (1,2,4: ibídem, p. 11). «Por
tanto, si el mundo tiene un principio y ha sido creado, tú tienes que buscar a quien le dio este inicio
y a quien es su Creador… Moisés te previno con su enseñanza imprimiendo en nuestras almas como
si fuera un sello o una filacteria el santísimo nombre de Dios, al decir: “En el principio creó Dios”.
La naturaleza bienaventurada, la bondad carente de envidia, el objeto del amor por parte de todos
los seres razonables, la belleza más deseable, el principio de los seres, el manantial de la vida, la luz
intelectiva, la sabiduría inaccesible, en definitiva, Él “en el principio creó los cielos y la tierra”»
(1,2,6-7: ibídem, p. 13).

[Al concluir, hablando sin papeles, el Papa añadió:]


Creo que las palabras de este padre del siglo IV son de una actualidad sorprendente cuando
dicen algunos «engañados por el ateísmo que llevaban dentro de sí, imaginaron el universo sin un
guía ni orden, a la merced de la casualidad». ¿Cuántos son estos “algunos” hoy? Engañados por el
ateísmo, consideran y tratan de demostrar que es científico pensar que todo carece de un guía y de
orden, como si estuviera a la merced de la casualidad. El Señor, con la sagrada Escritura, despierta
la razón adormecida y nos dice: al inicio está la Palabra creadora. Al inicio la Palabra creadora --
esta Palabra que ha creado todo, que ha creado este proyecto inteligente, el cosmos-- es también
Amor.
Dejémonos, por tanto, despertar por esta Palabra de Dios; pidamos que despeje nuestra mente
para que podamos percibir el mensaje de la creación, inscrito también en nuestro corazón: el
Salmo 135 (136) 105

principio de todo es la Sabiduría creadora y esta Sabiduría es amor y bondad: «es eterna su
misericordia».

Catequesis del Papa Benedicto XVI (II)


Himno a Dios por las maravillas de la Creación y el Éxodo
Vísperas del lunes de la semana IV
1. Volvemos a reflexionar sobre el himno de alabanza del Salmo 135 que la Liturgia de las
Vísperas propone en dos etapas sucesivas, siguiendo la distinción de temas que ofrece la
composición. De hecho, la celebración de las obras del Señor se perfila en dos ámbitos: el del
espacio y el del tiempo.
En la primera parte (Cf. versículos 1 a 9), que fue objeto de nuestra meditación precedente («De
la belleza de la creación a la belleza de Dios»), aparecían las acciones divinas realizadas con la
creación: dieron origen a las maravillas del universo. En esa parte del Salmo se proclama la fe en
Dios creador, que se revela a través de sus criaturas cósmicas. Ahora, sin embargo, el gozoso canto
del salmista, llamado por la tradición judía «el gran Hallel», es decir, la alabanza más alta elevada
al Señor, nos pone ante un horizonte diferente, el de la historia. La primera parte, por tanto, habla
de la creación como reflejo de la belleza de Dios; la segunda habla de la historia y del bien que
Dios nos ha hecho en el transcurso del tiempo. Sabemos que la Revelación bíblica proclama
repetidamente que la presencia de Dios salvador se manifiesta de manera particular en la historia
de la salvación (Cf. Deuteronomio 26, 5-9; Génesis 24, 1-13).
2. Pasan ante los ojos del orante las acciones liberadoras del Señor que tienen su momento
central en el éxodo de Egipto, al que está íntimamente unido el difícil viaje por el desierto del Sinaí,
que desemboca en la tierra prometida, el don divino que Israel experimenta en todas las páginas
de la Biblia.
La famosa travesía del Mar Rojo, dividido «en dos partes», como desgarrado y domado cual
monstruo vencido (Cf. Salmo 135,13), da a luz a un pueblo libre, llamado a una misión y a un
destino glorioso (Cf. versículos 14-15; Éxodo 15, 1-21), que tendrá su interpretación cristiana en la
plena liberación del mal con la gracia bautismal (Cf. 1 Corintios 10,1-4). Se abre después el itinerario
del desierto: en él, el Señor es representado como un guerrero que, continuando la obra de
liberación comenzada en la travesía del Mar Rojo, defiende a su pueblo golpeando a sus
adversarios. Desierto y mar representan, entonces, el paso a través del mal y la opresión para recibir
el don de la libertad y de la tierra prometida (Cf. Salmo 135, 16-20).
3. Al final, el Salmo se asoma a ese país que la Biblia exalta con entusiasmo como «tierra buena,
tierra de torrentes, de fuentes y hontanares que manan en los valles y en las montañas, tierra de
trigo y de cebada, de viñas, higueras y granados, tierra de olivares, de aceite y de miel, tierra donde
el pan que comas no te será racionado y donde no carecerás de nada; tierra donde las piedras
tienen hierro y de cuyas montañas extraerás el bronce» (Deuteronomio 8, 7-9).
Esta celebración enfática, que va más allá de la realidad de esa tierra, quiere exaltar el don
divino, dirigiendo nuestra expectativa hacia el don más elevado de la vida eterna con Dios. Un
don que permite al pueblo ser libre, un don que nace --como repite la antífona que salpica cada
uno de los versículos-- del «hesed» del Señor, es decir, de su «misericordia» de su fidelidad al
compromiso asumido en la alianza con Israel, de su amor que sigue revelándose a través del
«recuerdo» (Cf. Salmo 135, 23). En el momento de la «humillación», es decir, durante las sucesivas
pruebas y opresiones, Israel siempre descubrirá la mano salvadora del Dios de la libertad y del
amor. En el momento del hambre y de la miseria el Señor también intervendrá para ofrecer a toda
la humanidad la comida, confirmando su identidad de creador (Cf. versículo 25).
4. En el Salmo 135 se entrecruzan por tanto dos modalidades de la única Revelación divina, la
cósmica (Cf. versículos 4-9) y la histórica (Cf. versículos 10-25). Ciertamente el Señor es trascendente
como creador y árbitro del ser; pero se acerca también a sus criaturas, entrando en el espacio y en
el tiempo. No se queda lejos, en el cielo lejano. Por el contrario, su presencia entre nosotros alcanza
su cumbre en la Encarnación de Cristo.
Salmo 136 (137) 106

Salmo 136 (137)


Imprecación contra Babilonia
1
Junto a los ríos de Babilonia,
allí nos sentábamos y llorábamos,

Esto es lo que la interpretación cristiana del Salmo proclama claramente, como los testimonian
los padres de la Iglesia que ven la cumbre de la historia de la salvación y el signo supremo del amor
misericordioso del Padre en el don del Hijo, como salvador y redentor de la humanidad (Cf. Juan
3, 16).
De este modo, san Cipriano, mártir del siglo III, al comenzar su tratado «Sobre las buenas obras
y sobre la limosna», contempla maravillado las obras que Dios ha realizado en Cristo, su Hijo, a
favor de su pueblo, prorrumpiendo en un reconocimiento apasionado de su misericordia.
«Hermanos queridos, son muchos y grandes los beneficios de Dios, que la bondad generosa y
copiosa de Dios Padre y de Cristo ha realizado y realizará por nuestra salvación; de hecho, para
preservarnos, para darnos una vida y podernos redimir, el Padre mandó al Hijo; el Hijo, que había
sido enviado, quiso ser llamado también Hijo del hombre para convertirnos en hijos de Dios: se
humilló para elevar al pueblo que antes estaba postrado por tierra, fue herido para curar nuestras
heridas, se convirtió en esclavo para liberarnos a nosotros, que éramos esclavos. Aceptó la muerte
para poder ofrecer a los mortales la inmortalidad. Estos son los numerosos y grandes dones de la
misericordia divina» (1: «Tratados: Colección de Textos Patrísticos» - «Trattati: Collana di Testi
Patristici», CLXXV, Roma 2004, p. 108).
[Dejando a un lado los papeles, el Papa añadió]
Con estas palabras, el santo doctor de la Iglesia desarrolla el salmo con una letanía de los
beneficios que Dios nos ha hecho, añadiéndola a lo que el salmista todavía no sabía, pero que ya
esperaba, el verdadero don que Dios nos ha hecho: el don del Hijo, el don de la Encarnación, en
la que Dios se nos ha dado y con la que permanece con nosotros, en la Eucaristía y en su Palabra,
cada día hasta el final de la historia. Corremos el peligro de que la memoria del mal, de los males
sufridos, con frecuencia sea más fuerte que la memoria del bien. El salmo sirve para despertar en
nosotros la memoria del bien, de todo el bien que el Señor nos ha hecho y nos hace, y que podemos
ver si nuestro corazón está atento: es verdad, la misericordia de Dios es eterna, está presente día
tras día.


1. En la Vulgata y en los LXX lleva los nombres de David (¿como autor?) y Jeremías (¿como
intérprete?). Al final da como futura la caída de Babilonia (versículo 8 s.), por lo cual no puede
atribuírselo a los levitas vueltos del cautiverio, pues el regreso ocurrió después de caída aquélla en
manos de Ciro que dio libertad a los cautivos del pueblo judío (Esdras 1, 1 s. y notas), siendo de
observar que, según los más modernos estudios, aquella caída no tuvo los caracteres trágicos que
anunciaban los profetas, por lo cual esos anuncios deben tener otra perspectiva (cf. Apocalipsis 18,
1 ss. y notas). Es este Salmo una de las más hermosas poesías de todos los tiempos. Los expositores
señalan “las singulares bellezas de estos versos, la sencillez del pensamiento, la naturalidad del
desarrollo, la precisión de los contornos, el colorido, la sobriedad clásica de sus imágenes y, sobre
todo, la solemne y nativa tristeza que exhala toda la oda, desde la primera hasta la última palabra”
(Manresa), cosas tanto más admirables en un Salmo profético. Porque no se refiere sólo a un
episodio pasado, sino que tiene un sentido escatológico que aumenta su interés para la Iglesia (véase
nota de San Agustín al versículo 8). “Como los profetas hacen depender la libertad de los judíos de
la caída de Babilonia, así en el Nuevo Testamento la nueva Jerusalén no baja del cielo con todo el
esplendor y la belleza de Esposa del Cordero sino después que se anuncia la caída de la gran
Babilonia (Apocalipsis 18, 2; 19, 7; 21, 2)” (Ed. Babuty). “Lo que así se pide, dice Fillion, es la ruina
del imperio del mal.” Los ríos de Babilonia: Éufrates, Tigris y numerosos canales derivados de ellos
como el célebre rio Cobar de Ezequiel 1.
Salmo 136 (137) 107
acordándonos de Sión.
2En los sauces de aquella tierra

colgábamos nuestras cítaras;


3porque allí nuestros raptores

nos pedían cánticos,


y nuestros atormentadores alegría:
“Cantadnos de los cantares de Sión.”

4 ¿Cómo cantar un cántico de Yahvé


en tierra extraña?
5Si yo te olvido, oh Jerusalén,

olvídese de sí mi diestra.
6Péguese mi lengua a mi paladar,

si no me acordare de ti;
si no pusiese a Jerusalén
por encima de toda alegría.

7Acuérdate, Yahvé, contra los hijos de Edom,


del día de Jerusalén.
Ellos decían: “¡Arrasad,
arrasadla hasta los cimientos!”

8Hija de Babilonia, la devastada:


3 s. Los enemigos quieren oír los himnos de júbilo del Templo, lo que no se compagina con
la honda melancolía que apesadumbra a los cautivos ni con la santidad de los himnos litúrgicos.
Ciertamente que esta peregrinación de los judíos cautivos en Babilonia, y que dura aún entre las
naciones como se lo anunció Jesús (Lucas 21, 24), se parece mucho a la vida del cristiano en el
mundo (cf. Gálatas 1, 4 y nota), que lo odia y trata de seducirlo en toda forma para apartarlo de
su gran esperanza que es el mismo Jesús. Cf. Juan 7, 7; 8, 23; 15, 18; 16, 20; 17, 9-15; Romanos 12,
12; 15, 13; I Corintios 9, 10; Gálatas 6, 14; Colosenses 1, 5; I Timoteo 1, 1; 6, 7; Hebreos 10. 23; 11,
38; Santiago 4, 4; I Juan 2, 15-17; 3, 13; 5, 19.

5. Olvídese de sí: Literalmente: olvide (sin complemento) o, según otros sea olvidada. El
sentido parece ser que se atrofie o paralice, como si estuviese olvidada de sí misma, lo cual coincide
con el versículo 6.

7. Los hijos de Edom, enemigos hereditarios de Israel, aunque unidos a él por la sangre,
ayudaron a los babilonios en la destrucción de la ciudad santa y los profetas se lo recuerdan muchas
veces y les anuncian la pena del talión (Isaías 34, 5 ss.; Jeremías 49, 7 ss.; Lam. 4, 21 s.; Ezequiel
25, 12 ss.; 30, 2 ss.; 35, 1-15; Amos 1, 11; 4, 11; Joel 3, 19; Abdías 8 ss.); por eso el salmista clama
venganza contra unos y otros con un acento que recuerda las terribles imprecaciones del Salmo 108
y que se entenderá mejor en su carácter sobrenatural y profético si se tiene en cuenta que, como
dice Calès, “Jerusalén y la Palestina no eran una patria como cualquier otra: eran la Ciudad y la
Tierra Santa... En lo porvenir Sión sería el lugar del futuro reino mesiánico, el centro de la justicia,
de la paz, de la santidad, de la salvación. Todas las naciones del universo vendrían allí en
peregrinación a buscar la palabra y la ley de Dios (cf. Isaías 2, 2 ss.; Miqueas 4, 1 ss.)”.

8. “La devastada”: Así el hebreo. Los LXX y la Vulgata dicen: “la miserable”. El sentido es
futuro, como se ve por lo que sigue, y así Teodoción lee: “a que serás devastada”. El nuevo Salterio
Salmo 136 (137) 108
dichoso aquel que ha de pagarte
el precio de lo que nos hiciste.
9 ¡Dichoso el que tomará tus pequeñuelos

y los estrellará contra la peña!

Romano vierte: “la devastadora”; Bover-Cantera: “Hija vandálica de Babilonia”; lecciones menos
conformes al contexto y que quitan fuerza a la expresión; porque Dios quiere exterminar toda la
raza de Babilonia; en sentido espiritual, todos los enemigos del reino de Dios. Añade el Doctor de
Hipona: “Arrojad sobre la piedra a esos hijos de Babilonia, la maldita. Llegará el fin del cautiverio
y vendrá la dicha; será condenado el supremo enemigo y triunfaremos con el Rey que no muere.”
Alude a la gran Babilonia del Apocalipsis (capítulos 17 y 18), capital de la impiedad y de la apostasía.
que tiene un notable paralelismo con la- mencionada en los profetas. Cf. Apocalipsis 17, versículos
1, 2 y 6 con Jeremías 51, versículos 13 y 17 e Isaías 21, 4; Apocalipsis 18, versículos 2, 4. 6, 7, 20, 21
y 23 con Jeremías 51, w. 8, 6 y 45; 50, 29; Isaías 47, 8; Jeremías 51, 48 y 62 s. Cf. también: Isaías
capítulos 13-14.


Catequesis del Papa Benedicto XVI (Salmo 136, 1-6)
Junto a los canales de Babilonia
Vísperas del martes de la semana IV
1. En este primer miércoles de Adviento, tiempo litúrgico de silencio, vigilancia y oración en
preparación de la Navidad, meditamos en el Salmo 136, que se ha hecho famoso en la versión
latina de su inicio, «Super flumina Babylonis». El texto evoca la tragedia vivida por el pueblo judío
durante la destrucción de Jerusalén, que tuvo lugar en el año 586 a. C., y el sucesivo exilio en
Babilonia. Nos encontramos ante un canto nacional de dolor, caracterizado por una seca nostalgia
de lo que se perdió.
Esta sentida invocación al Señor para que libere a sus fieles de la esclavitud de Babilonia expresa
también sentimientos de esperanza y de espera en la salvación con los que hemos comenzado el
camino del Adviento.
La primera parte del Salmo (Cf. versículos 1-4) tiene como telón de fondo la tierra del exilio,
con sus ríos y canales, que regaban la llanura de Babilonia, sede de los judíos deportados. Es como
una anticipación simbólica de los campos de exterminio en los que el pueblo judío --en el siglo que
acabamos de concluir-- fue conducido hacia una operación infame de muerte, que ha quedado
como una vergüenza indeleble en la historia de la humanidad.
La segunda parte del Salmo (Cf. versículos 5-6) está llena del recuerdo amoroso de Sión, la
ciudad perdida, pero que sigue estando viva en el corazón de los deportados.
2. En las palabras del salmista quedan involucrados la mano, la lengua, el paladar, la voz, las
lágrimas. La mano es indispensable para quien toca la cítara: pero ha quedado paralizada (Cf.
versículo 5) por el dolor, porque además las cítaras han sido colgadas en los sauces.
El cantor necesita la lengua, pero ahora se encuentra pegada al paladar (Cf. versículo 6). Los
cantares de Sión son cánticos del Señor (versículos 3-4), no son canciones folklóricas y de
espectáculo. Sólo en la liturgia y en la libertad de un pueblo pueden subir al cielo.
3. Dios, que es el último árbitro de la historia, sabrá comprender y acoger, según su justicia, el
grito de las víctimas, más allá de los tonos ásperos que a veces adquiere.
Queremos encomendar a san Agustín una ulterior meditación sobre nuestro salmo. En ella, el
padre de la Iglesia introduce un elemento sorprendente y de gran actualidad: sabe que también
entre los habitantes de Babilonia hay personas que se comprometen con la paz y con el bien de la
comunidad, a pesar de que no comparten la fe bíblica, a pesar de que no conocen la esperanza de
la Ciudad eterna a la que nosotros aspiramos. Ellos tienen una chispa de deseo de lo desconocido,
de lo más grande, del trascendente, de una auténtica redención. Y dice que, entre los perseguidores,
entre los no creyentes, hay personas con esta chispa, con una especie de fe, de esperanza, en la
medida en que les es posible en las circunstancias en las que viven. Con esta fe en una realidad
desconocida, están realmente en camino hacia la auténtica Jerusalén, hacia Cristo. Y con esta
Salmo 137 (138) 109

Salmo 137 (138)


La alabanza de los reyes
1De David.
Quiero celebrarte, Yahvé, con todo mi corazón,
porque oíste las palabras de mi boca;
quiero cantarte delante de los reyes.
2Me postraré ante tu santo Templo,

apertura de esperanza, válida incluso para los babilonios --como les llama Agustín--, para quienes
no conocen a Cristo, y ni siquiera a Dios, y que sin embargo desean lo desconocido, lo eterno, nos
exhorta a no fijarnos sólo en las cosas materiales del momento presente, sino a perseverar en el
camino hacia Dios. Sólo con esta esperanza más grande podemos, de manera justa, transformar
este mundo. San Agustín lo dice con estas palabras: Si somos ciudadanos de Jerusalén…y tenemos
que vivir en esta tierra, en la confusión del mundo presente, en la Babilonia presente, donde no
vivimos como ciudadanos, sino que somos prisioneros, es necesario que lo que dice el Salmo no
sólo lo cantemos, sino que lo vivamos: esto se hace con una aspiración profunda del corazón,
deseoso plena y religiosamente de la ciudad eterna».
Y haciendo referencia a la «ciudad terrestre llamada Babilonia» añade: en ella «hay personas
que, movidas por el amor a ella, se las ingenian para garantizar la paz --paz temporal--, sin nutrir
otra esperanza en el corazón que la alegría de trabajar por la paz. Y nosotros les vemos hacer todo
esfuerzo para ser útiles a la sociedad terrena. Ahora bien, si se comprometen con conciencia pura
en estas tareas, Dios no permitirá que perezcan con Babilonia, al haberles predestinado a ser
ciudadanos de Jerusalén: a condición, sin embargo, de que viviendo en Babilonia, no busquen la
soberbia, los fastos caducos y la arrogancia... Él ve su servicio y les mostrará la otra ciudad, hacia
la que tienen que suspirar verdaderamente y orientar todo esfuerzo» («Comentarios a los salmos» -
«Esposizioni sui Salmi», 136,1-2: «Nuova Biblioteca Agostiniana», XXVIII, Roma 1977, pp. 397.399).
Y pidamos al Señor que en todos nosotros despierte este deseo, esta apertura hacia Dios, y que
también los que no conocen a Cristo puedan quedar tocados por su amor, de manera que todos
juntos peregrinemos hacia la Ciudad definitiva y la luz de esta Ciudad pueda brillar también en
nuestro tiempo y en nuestro mundo.


1. En este Salmo —que lleva el nombre de David como todos los que siguen hasta el Salmo
144— el Rey Profeta bendice al Señor porque ha visto escuchada su oración, quizá cuando todo
Israel estuvo reunido bajo su cetro (II Reyes 7, 1 ss.; Salmo 132 y notas). Luego (versículo 4), con
acento profético, anuncia la alabanza de Yahvé por todos los reyes de la tierra, que un día oirán su
Palabra. Porque oíste, etc.: Algunos consideran añadido aquí este estiquio, cuyo concepto expresan
ampliamente los versículos 2 y 3. Reyes” Así vierte la Peschitto. La lección hebrea dice: los Elohim,
o sea los dioses como en Salmo 81, 6. Cf. versículo 4, que también se refiere a los reyes. El Salterio
Romano traduce: ángeles, lo mismo que la Vulgata, Bover-Cantera y Nácar-Colunga.

2. Tu santo Templo: Otros: tu sagrado palacio: En tiempo de David no existía el Templo de
Salomón. ¿Alude al Tabernáculo de Moisés? Otros suponen que fuese el Santuario celestial. Cf.
Salmo 5, 8; 50, 1; Ezequiel 40, 5 y notas. Misericordia y fidelidad (a sus promesas): los dos atributos
por excelencia que hemos visto exaltados tantas veces en el Padre celestial (Salmos 24, 10; 35, 5;
39, 12; 84, 11; 88, 25; 95, 5 y notas). El hebreo las elogia esta vez de un modo extraordinario en
lo que sigue de este versículo que un autor explica diciendo: “Te has mostrado aún más grande que
en todos los otros actos por los cuales has glorificado tu nombre.” Y añade: “Está claro que esta
promesa es idéntica al célebre oráculo de II Reyes 7, que había predicho a David la perpetuidad de
su estirpe y de su reino, gracias al Mesías. Este pasaje es, pues, mesiánico en el texto primitivo.”
Sobre todas las cosas, o sobre toda fama (Prado).
Salmo 137 (138) 110
y alabaré tu Nombre
por tu misericordia y tu fidelidad;
porque has engrandecido tu Palabra sobre todas las cosas.
3El día en que (te) invoqué Tú me oíste

y multiplicaste la fuerza en mi alma.

4Te alabarán, Yahvé, todos los reyes de la tierra


cuando hayan oído los oráculos de tu boca;
5y cantarán los caminos de Yahvé:

“Grande es ciertamente la gloria de Yahvé.


6Sí, Yahvé, siendo excelso, pone los ojos en el humilde

y mira como lejos de sí al soberbio.”

7Cuando camino en medio de la tribulación, Tú conservas mi vida;


tiendes tu mano contra la ira de mis enemigos,
y tu diestra me salva.
8Yahvé acabará para mí lo que ha comenzado.

Yahvé, tu misericordia permanece eternamente;


no abandones la obra de tus manos.


3. Texto inseguro. Fuerza está en el sentido de audacia. Según algunos el sentido sería:
sobrepujaste cuanto yo podía desear. San Pablo expresa este concepto diciéndonos que el Padre es
poderoso para hacer infinitamente más de todo cuanto podemos pedir, y aun pensar (Efesios 3,
20). Con igual espíritu exclama Teresa de Lisieux: “Oh Dios mío, has excedido mi esperanza.”

4. “Un día los reyes de las naciones se convertirán al verdadero Dios al ver qué promesas
había hecho Él a Israel por sus profetas y cómo las ha realizado maravillosamente. Ellos cantarán
su gloria, su condescendencia con los pequeños (con su pequeño pueblo de Israel en particular) y
su juicio severo sobre los orgullosos (los grandes imperios, inflados por sus victorias, por sus riquezas
y por su poder)” (Calès). Cf. Salmo 21, 28 ss.; 101, 17 y nota; Isaías 2, 3, etc.

5 s. Grande, etc.: Tal es el himno que cantarán los reyes, mostrándonos una vez más que la
gloria de Dios consiste en la ostentación de esa misericordia y fidelidad. Mira como lejos de sí
(versículo 6): Esta doctrina de la exaltación del humilde y humillación del soberbio es esencial en
ambos Testamentos. En ella se encuentra toda la sustancia del Magníficat. Al soberbio que cree
poder prescindir de Dios Él lo deja al antojo de sus manos, que no tardan en mostrarle su
impotencia y miseria (Salmo 80, 13; Denz. 193 y 195).

8. “La obra de tus manos”: “No mires, comenta San Agustín, mi obra sino tu obra... porque
si algo bueno hay en mí, de Ti viene y por tanto es tuyo más que mío.” Cf. Proverbios 2, 8; 12 y
24; Isaías 26, 12; Filipenses 2, 13; Efesios 2, 14; II Corintios 9, 8; Colosenses 1, 29; II Tesalonicenses
1, 11; 2, 17; 3, 5; Romanos 5, 5; Hechos 15, 12; I Tesalonicenses 2, 13; 5, 23 s.; Hebreos 13, 21, etc.


Catequesis del Papa Benedicto XVI
Himno de acción de gracias de un rey
Vísperas del martes de la semana IV
1. Atribuido por la tradición judía al patronazgo de David, aunque probablemente surgió en
una época sucesiva, el himno de acción de gracias que acabamos de escuchar, y que constituye el
Salmo 137, comienza con un canto personal del orante. Eleva su voz en la asamblea del templo o
teniendo como punto de referencia el Santuario de Sión, sede de la presencia del Señor y de su
encuentro con el pueblo de los fieles.
Salmo 137 (138) 111

De hecho, el salmista confiesa: «me postraré hacia tu santuario» de Jerusalén (Cf. versículo 2):
allí canta ante Dios que está en los cielos con su corte de ángeles, pero que también está a la escucha
en el espacio terreno del templo (Cf. versículo 1). El orante está seguro de que el «nombre» del
Señor, es decir, su realidad personal viva y operante, y sus virtudes de fidelidad y misericordia,
signos de la alianza con su pueblo, son la base de toda confianza y de toda esperanza (Cf. versículo
2).
2. La mirada se dirige, entonces, por un instante, al pasado, al día del sufrimiento: entonces la
voz divina había respondido al grito del fiel angustiado. Había infundido valentía en el alma
turbada (Cf. versículo 3). El original hebreo habla literalmente del Señor que «agita la fuerza en el
alma» del justo oprimido: es como la irrupción de un viento impetuoso que barre las dudas y
miedos, imprime una energía vital nueva, hace florecer fortaleza y confianza.
Después de esta premisa, aparentemente personal, el salmista amplía su mirada sobre el mundo
e imagina que su testimonio abarca a todo el horizonte: «los reyes de la tierra», con una especie de
adhesión universal, se asocian al orante judío en una alabanza común en honor de la grandeza y
de la potencia soberana del Señor (Cf. versículos 4-6).
3. El contenido de esta alabanza conjunta que surge de todos los pueblos permite ver ya la
futura Iglesia de los paganos, la futura Iglesia universal. Este contenido tiene como primer tema la
«gloria» y los «caminos del Señor» (Cf. versículo 5), es decir, sus proyectos de salvación y su
revelación. De este modo, se descubre que Dios ciertamente «es grande» y trascendente, «ve al
humilde» con afecto, mientras aparta su rostro del soberbio, como signo de rechazo y de juicio (Cf.
versículos 6).
Como proclamaba Isaías, «así dice el Excelso y Sublime, el que mora por siempre y cuyo nombre
es santo: “En lo excelso y sagrado yo moro, y estoy también con el humillado y abatido de espíritu,
para avivar el espíritu de los abatidos, para avivar el ánimo de los humillados”» (Isaías 57, 15). Dios
decide, por tanto, ponerse al lado de los débiles, de las víctimas, de los últimos: esto se hace saber
a todos los reyes para que conozcan cuales deben ser sus opciones en el gobierno de las naciones.
Naturalmente no sólo se lo dice a los reyes y a todos los gobiernos, sino a todos nosotros, pues
también nosotros tenemos que saber cuál es la opción que debemos tomar: ponernos del lado de
los humildes, de los últimos, de los pobres y débiles.
4. Después de esta referencia mundial a los responsables de las naciones, no sólo de aquel
tiempo, sino de todos los tiempos, el orante vuelve a hablar de la alabanza personal (Cf. Salmo
137, 7-8). Con una mirada que se dirige hacia el futuro de su vida, implora la ayuda de Dios para
las pruebas que la existencia todavía le deparará. Y todos nosotros rezamos con el orante de aquel
tiempo.
Se habla de manera sintética de la «ira de los enemigos» (versículo 7), una especie de símbolo
de todas las hostilidades que puede tener que afrontar el justo durante su camino en la historia.
Pero él sabe, y también lo sabemos nosotros, que el Señor no le abandonará nunca y le ofrecerá su
mano para socorrerle y guiarle. El final del Salmo es, por tanto, una apasionada profesión de
confianza en el Dios de la bondad sempiterna: no abandonará la obra de sus manos, es decir, a su
criatura (versículo 8). Y en esta confianza, en esta certeza en la confianza de Dios, también tenemos
que vivir nosotros.
Tenemos que estar seguros de que, por más pesadas y tempestuosas que sean las pruebas que
nos esperan, no quedaremos abandonados a nuestra suerte, no caeremos nunca de las manos del
Señor, las manos que nos crearon y que ahora nos acompañan en el camino de la vida. Como
confesará san Pablo: «quien inició en vosotros la buena obra, la irá consumando» (Filipenses 1, 6).
5. De este modo, hemos podido rezar con un Salmo de alabanza, de acción de gracias y de
confianza. Queremos seguir desplegando este hilo de alabanza en forma de himno con el
testimonio de un cantor cristiano, el gran Efrén el Siro (siglo IV), autor de textos de extraordinaria
fragancia poética y espiritual.
«Por más grande que sea nuestra maravilla por ti, Señor, tu gloria supera lo que nuestros labios
pueden expresar», canta Efrén en un himno («Himnos sobre la virginidad» --«Inni sulla Verginità»,
7: «L’arpa dello Spirito», Roma 1999, p. 66), y en otro dice: «Alabado seas tú, para quien todo es
Salmo 138 (139) 112

Salmo 138 (139)


Himno a la omnisciencia divina
1 Al maestro de coro. Salmo de David.
Yahvé, Tú me penetras y me conoces.
2Sabes cuando me siento y cuando me levanto;

de lejos disciernes mis pensamientos.


3Si ando y si descanso Tú lo percibes,

y todos mis caminos te son familiares.


4No está todavía en mi lengua la palabra,

y Tú, Yahvé, ya la sabes toda.

5Tú me rodeas por detrás y por delante,


y pones tu mano sobre mí.
6Maravillosa sobremanera es para mí tal ciencia,

demasiado sublime, superior a mi alcance.

fácil, pues eres omnipotente» («Himnos sobre la Natividad» --«Inni sulla Natività»--, 11: ibídem, p.
48), éste es un último motivo para nuestra confianza: Dios tiene la potencia de la misericordia y
usa su potencia para la misericordia. Y, finalmente, una última cita: «Que te alaben quienes
comprenden tu verdad» («Himnos sobre la fe» --«Inni sulla Fede», 14: ibídem, p. 27).


1 ss. Por la belleza de la forma y la nobleza de los afectos, este Salmo es admirado por algunos
como el primero del Salterio. Tú me penetras y me conoces: Si miramos a Dios como juez, no
puede sorprendernos que nos penetre y conozca mejor que nosotros mismos. Pero si recordamos
que es Padre, todo este Salmo nos sumerge en un abismo de suavidad, de gratitud, de alabanza
como las que expresó María Santísima al ver que el Omnipotente había pensado en su nada y hacía
en ella grandezas (Lucas 1, 46 ss.). Y esto, para los que con fe viva somos miembros de Cristo, no
es cosa de ayer sino que “Él mismo (Padre) nos escogió antes de la creación del mundo” (Efesios 1,
4 ss. y notas). ¡Qué dignación la de un Dios que desciende hasta fijarse en nosotros! (Salmo 137,
6). ¡Qué motivo de confianza el saber que Él me conoce tan bien! ¡Y aun sé que el Esposo está todo
vuelto hacia mí, corno si no tuviera otro pensamiento (Cantar de los Cantares 7, 10), y que el Padre
tiene contado hasta el último de mis cabellos, como no lo haría la madre más amorosa! (Lucas 12,
7; Isaías 66, 12).

4. Tú ya la sabes toda: Y aunque ni siquiera sabemos orar, dice San Pablo, el Espíritu Santo lo
hace por nosotros con gemidos inefables (Romanos 8, 26; cf. oración del domingo 11 de
Pentecostés).

6. Superior a mi alcance: San Juan de la Cruz ha hecho a este respecto una observación muy
útil, diciendo que al ejercitar y aprovechar el conocimiento de Dios que vamos adquiriendo, sea
cual fuere su grado, hemos de hacerlo teniendo siempre en cuenta el margen de lo que ignoramos,
el cual es ilimitado, es decir, necesariamente mayor y superior a lo que sabemos. Esto nos hará
apreciar más cada nueva noción sobre Dios que descubrimos en las Escrituras, pues la miraremos
con la suma admiración del que sabe que se quedará corto y con el sumo encanto que siempre nos
produce el misterio (cf. Salmo 91, 6; Eclesiástico 24, 29 y 38 y notas). Entonces buscamos ser
espirituales para comprender mejor, sabiendo que nada significa para eso la inteligencia del que
San Pablo llama “hombre psíquico” (I Corintios 2, 10 y 14; cf. Lucas 10, 21).
Salmo 138 (139) 113
7
¿Adónde iré que me sustraiga a tu espíritu,
adonde huiré de tu rostro?
8Si subiere al cielo, allí estás Tú;

si bajare al abismo, Tú estás presente.


9Si tomare las alas de la aurora,

y me posare en el extremo del mar,


10también allí me conducirá tu mano,

y me tendrá asido tu diestra.


11Si dijera: “Al menos las tinieblas me esconderán”,

y a modo de luz me envolviese la noche.


12las mismas tinieblas no serían oscuras para Ti,

y la noche resplandecería como el día,


la oscuridad como la luz.

13Tú formaste mis entrañas;


me tejiste en el seno de mi madre.
14Te alabo porque te has mostrado maravilloso,

porque tus obras son admirables;


largamente conoces mi alma,
15y mi cuerpo no se te ocultaba,

aunque lo plasmabas en la oscuridad,


tejiéndolo bajo la tierra.
16Tus ojos veían ya mis actos,

y todos están escritos en tu libro;


los días (míos) estaban determinados antes de que ninguno de ellos fuese.


7 Su amor me persigue incansablemente, implacablemente, “como un lebrel del cielo” (F.
Thompson).

8. Al cielo: Cf. Salmos 113 b, 16; 131, 14 y notas; II Paralipómenos 6, 30; Isaías 63, 15; Jeremías
23, 24; Amós 9, 2; Hechos 17, 27; I Timoteo 6, 16.

9. Las alas de la aurora: Es decir, para volar con la velocidad de la luz: exquisita figura que
denota la omnisciencia y omnipresencia de Dios.

11 s. Aunque la noche sea la luz que me rodea, siempre me hallará mi Padre, porque Él es luz
sin sombra (I Juan 1, 5) y las tinieblas mías no pueden sofocarla (Juan 1, 5; II Pedro 1, 19). Tal parece
ser el sentido más claro de este texto (cf. Vaccari, Wutz).

13 ss. El hebreo dice literalmente: Tú asentaste mis riñones, significando todo el interior del
hombre, aun los pensamientos y la mente. Aplicado al Verbo encarnado tiene esto un sentido de
incomparable sublimidad. Pero notemos que el Padre no obró así sólo con Jesús, sino también con
cada uno de nosotros, pues que el mismo Jesús nos dice que el Padre nos ama como a Él (Juan 17,
23 y 26; 16, 27). El texto de todo este pasaje es discutido y algunos alteran el orden de los
hemistiquios y aun de los versículos Hemos procurado evitarlo y aclarar el sentido según lo que
aquí observa San Agustín: “Más vale que los gramáticos nos hagan algún reproche y no que seamos
ininteligibles para el pueblo.” Cf. Wutz, Calès, Nácar-Colunga.

16. Dulce es para el creyente saber que su Padre celestial conoce de antemano sus actos y sus
días, si piensa que Él lo cuida como a la niña de sus ojos (Salmos 22, 1 ss.; 55, 9; 122, 1 s.; 130, 1 s.)
y que nada puede sucederle que no sea para su bien (Romanos 8, 28).
Salmo 138 (139) 114

17Oh Dios ¡cuán difíciles de comprender tus designios!


¡Cuán ingente es su número!
18Si quisiera contarlos, son más que las arenas;

si llegara al fin, mi duración sería como la tuya.

19 ¡Oh, si quitaras la vida, oh Dios, al impío,


y se apartasen de mí los hombres perversos!
20Porque con disimulo se rebelan contra Ti;

siendo tus enemigos, asumen tu Nombre en vano.


21 ¿Acaso no debo odiar, Yahvé, a los que te odian,

y aborrecer a los que contra Ti se enaltecen?


22Los odio con odio total;

se han hecho mis propios enemigos.

23 Escudríñame, oh Dios, y explora mi corazón,


17. Cf. Salmo 91, 6. Este versículo según la Vulgata forma el Introito de la misa de los Apóstoles
y dice: “Cuan honrados, oh Dios, son a mis ojos tus amigos. Su imperio ha llegado a ser sumamente
poderoso.” Cf. Catecismo Romano 1, 13, 11.

18. Mi duración sería como la tuya: Así también Páramo, lo cual da un sentido claro. Otros
vierten: aún estoy contigo. La Vulgata dice: Me levanté y me hallo todavía contigo, texto que
forma el Introito de Pascua de Resurrección: “Resurrexi et adhuc tecum sum.”

19. Según algunas versiones, este anhelo imprecatorio (cf. Salmo 136, 8 s. y nota) tendría
sentido profético: Ciertamente, oh Dios, matarás al impío (cf. Isaías 11, 4; II Tesalonicenses 2, 8;
Apocalipsis 19, 15). Sobre el versículo 20, cf. Mateo 26, 63; I Timoteo 4, 1 ss.

21 s. ¿Acaso no debo odiar? Así también Dom Dogliotti. Por lo mismo que amamos y
buscamos a los amigos de nuestro Padre celestial (cf. Salmo 118, 63 y nota), también execramos a
sus enemigos (Apocalipsis 2, 6). Pero no como odia el mundo, sino al contrario, deseándoles el
mayor bien, pues sabemos que eso es lo que nuestro Padre desea. Cf. Salmos 25, 5; 118, 158;
Ezequiel 18, 23; Mateo 5, 44 s-; Juan 15, 8. Si bien se ve aquí, pues, un sentimiento distinto de
cuando se trata de los enemigos nuestros —en cuyo caso el perdón y el amor se imponen siempre
(Mateo 5, 43-48; 18, 21 ss.)— no hemos de sentirnos autorizados a usar de la violencia aun con los
enemigos de Dios, pues Él es el único dueño y juez de las almas (Deuteronomio 32, 35; Hebreos
10, 30). David se limita a plantear el caso delante de Dios (versículo 19) para que sea Él quien
resuelva, por lo demás, no se trata aquí de simples pecadores —a quienes debemos compadecer
pensando que bien podríamos ser nosotros peores que ellos— sino de los que, como Caifás,
erguidos contra todas las leyes de Dios, aun pretenden hablar en su Nombre (versículo 20) y
condenan por blasfemia a Cristo y a sus discípulos (Mateo 26, 63yss.; Hechos 4, 1 ss.). Cf. Salmo
118, 53 y nota.

23. Nada sosiega más que esta oración en la cual llamamos al Espíritu Santo para que tome
las riendas de nuestra vida y nos libre de nosotros mismos, poniendo a prueba no nuestra resistencia
al dolor (Lucas 11, 4 y nota), ni nuestras virtudes o sea nuestra justicia, que no puede existir delante
de Él (Salmo 142, 2), sino la rectitud de nuestro corazón, de nuestras intenciones, de nuestro camino
(cf. Salmo 25, 2; Proverbios 4, 23). Y lo más consolador es el saber que todo el que hace este
pedido lo obtiene sin la menor duda, pues no hay cosa que sea de mayor agrado para Dios. Cf.
Salmo 142, 10 y nota; Lucas 11, 13; Santiago 1, 5; I Tesalonicenses 4, 3-8, etc. Este último rasgo, bien
davídico, es un argumento en favor de su paternidad que tantos modernos le disputan. Fillion la
defiende insistiendo en que “la notable belleza de este cántico, su alto lirismo, su majestad y su
Salmo 138 (139) 115
examíname y observa mi intimidad;
24mira si ando por el falso camino,

y condúceme por la senda antigua.

originalidad convienen perfectamente a dicho príncipe” y añadiendo: “¿quién sabe si sus


aramaísmos no existían ya en tiempo de David?”

24. La senda antigua: Otros vierten eterna. Como señala Gramática, se trata de la que muestra
Jeremías 6, 16 y 18, 15: el retorno a las primitivas enseñanzas de Dios por oposición a la “vanidad
de un culto exterior sin rectitud interna”. Con esta enseñanza, concordante con la de San Pablo
acerca de la auténtica tradición (I Timoteo 6, 20 y nota), termina un Salmo que, según el Cardenal
Faulhaber, “se eleva a las más altas cumbres de la penetración teológica”.


Catequesis del Papa Benedicto XVI (I) (Salmo 138, 1-18. 23-24)
Todo está presente a los ojos de Dios
Vísperas del miércoles de la semana IV
1. En dos distintos momentos, la Liturgia de las Vísperas --cuyos salmos y cánticos estamos
meditando-- nos propone la lectura de un himno sapiencial de límpida belleza y de intenso impacto
emotivo, el Salmo 138. Ante nosotros tenemos hoy la primera parte de la composición (Cf.
versículos 1-12), es decir, las dos primeras estrofas que exaltan respectivamente la omnisciencia de
Dios (Cf. versículos 1-6) y su omnipresencia en el espacio y en el tiempo (Cf. versículos 7-12).
El vigor de las imágenes y de las expresiones tiene como objetivo la celebración del Creador:
«¡Si las obras creadas son tan grandes --afirma Teodoreto de Ciro, escritor cristiano del siglo V-- qué
grande tiene que ser su Creador!» («Discursos sobre la Providencia» --«Discorsi sulla Provvidenza» --
, 4: «Collana di Testi Patristici», LXXV, Roma 1988, p. 115). La meditación del salmista busca sobre
todo penetrar en el misterio del Dios trascendente, que al mismo tiempo está cerca de nosotros.
2. La esencia del mensaje que nos presenta es clara: Dios sabe todo y está presente junto a su
criatura, que no se puede sustraer de Él. Su presencia no es amenazadora ni quiere controlar; aunque
ciertamente su mirada también es severa con el mal, ante el cual no es indiferente.
Sin embargo, su elemento fundamental es el de una presencia salvífica, capaz de abarcar a todo
el ser y a toda la historia. En pocas palabras, es el escenario espiritual al que alude san Pablo al
hablar en el Areópago de Atenas, cuando cita a un poeta griego: «en Él vivimos, nos movemos y
existimos» (Hechos 17, 28).
3. El primer pasaje (Cf. Salmo 138, 1-6), como decía, es la celebración de la omnisciencia divina:
se repiten, de hecho, los verbos del conocimiento como «sondear», «conocer», «penetrar»,
«distinguir», «saber». Como es sabido, el conocimiento bíblico va más allá del mero aprender y
comprender intelectivo; es una especie de comunión entre el que conoce y el conocido: el Señor
está, por tanto, en intimidad con nosotros, durante nuestro pensar y actuar.
A la omnipresencia divina se dedica el segundo pasaje de nuestro Salmo (Cf. versículos 7-12).
En él, se describe de manera palpitante la ilusoria voluntad del hombre de sustraerse a esa presencia.
Todo el espacio queda abarcado: ante todo, el eje vertical «cielo-abismo» (Cf. versículo 8), y
después la dimensión horizontal, la que va desde la aurora, es decir, de oriente, hasta llegar al
«confín del mar» Mediterráneo, es decir, occidente (Cf. versículo 9). Cada uno de los ámbitos del
espacio, incluso el más secreto, contiene una presencia activa de Dios.
El salmista introduce también la otra realidad en la que estamos sumergidos, el tiempo,
simbólicamente representado por la noche y la luz, la tiniebla y el día (Cf. versículos 11-12). Incluso
la oscuridad, en la que es difícil avanzar y ver, está penetrada por la mirada y por la manifestación
del Señor del ser y del tiempo. Siempre está dispuesto a tomarnos de la mano para guiarnos en
nuestro camino terreno (Cf. versículo 10). Por tanto, no es una cercanía de juicio que causa terror,
sino de apoyo y liberación.
De este modo, podemos comprender cuál es el contenido último, esencial, de este salmo: es
un canto de confianza: Dios está siempre con nosotros. Incluso en las noches oscuras de nuestra
vida, no nos abandona. Incluso en los momentos difíciles, está presente. E incluso en la última
Salmo 138 (139) 116

noche, en la última soledad en la que nadie puede acompañarnos, en la noche de la muerte, el


Señor no nos abandona. Nos acompaña también en esta última soledad de la noche de la muerte.
Y por este motivo, los cristianos podemos tener confianza: nunca estamos solos. La bondad de Dios
siempre está con nosotros.
4. Hemos comenzado con una cita del escritor cristiano Teodoreto de Ciro. Concluimos ahora
encomendándonos a él y a su «Cuarto Discurso sobre la Providencia» divina, pues en definitiva éste
es el tema del Salmo. Reflexiona en el versículo 6, en el que el orante exclama: «Tanto saber me
sobrepasa, es sublime, y no lo abarco». Teodoreto comenta este pasaje profundizando en la
interioridad de la conciencia y de la experiencia personal y afirma: «Recogido en mí mismo y
entrando en mi propia intimidad, alejándome de los rumores externos, quise sumergirme en la
contemplación de mi naturaleza … Reflexionando en esto y pensando en la armonía entre la
naturaleza mortal y la inmortal, quedé sobrecogido por tanto prodigio y, al no lograr contemplar
este misterio, reconozco mi fracaso; es más, mientras proclamo la victoria de la sabiduría del
Creador y le canto himnos de alabanza, grito: «Tanto saber me sobrepasa, es sublime, y no lo
abarco» («Collana di Testi Patristici», LXXV, Roma 1988, pp. 116.117).

Catequesis del Papa Benedicto XVI (II)


Todo está presente a los ojos de Dios
Vísperas del miércoles de la semana IV
1. En esta audiencia general del miércoles de la octava de Navidad, fiesta litúrgica de los Santos
Inocentes, reanudamos nuestra meditación sobre el salmo 138, cuya lectura orante nos propone la
liturgia de las Vísperas en dos etapas distintas. Después de contemplar en la primera parte (cf.
versículos 1-12) al Dios omnisciente y omnipotente, Señor del ser y de la historia, ahora este himno
sapiencial de intensa belleza y pasión se fija en la realidad más alta y admirable de todo el universo,
el hombre, definido como el “prodigio” de Dios (cf. versículo 14). En realidad, se trata de un tema
en profunda sintonía con el clima navideño que estamos viviendo en estos días, en los que
celebramos el gran misterio del Hijo de Dios hecho hombre, más aún, hecho Niño por nuestra
salvación.
Después de considerar la mirada y la presencia del Creador que se extienden por todo el
horizonte cósmico, en la segunda parte del salmo que meditamos hoy, la mirada amorosa de Dios
se fija en el ser humano, considerado en su inicio pleno y completo. Aún es un ser “informe” en el
seno materno: algunos estudiosos de la Biblia interpretan la palabra hebrea que usa el salmo como
equivalente a “embrión”, descrito mediante esa palabra como una pequeña realidad oval,
enrollada, pero sobre la cual ya se posa la mirada benévola y amorosa de los ojos de Dios (cf.
versículo 16).
2. El salmista, para definir la acción divina dentro del seno materno, recurre a las clásicas
imágenes bíblicas, mientras que la cavidad generadora de la madre se compara a “lo profundo de
la tierra”, es decir, a la constante vitalidad de la gran madre tierra (cf. versículo 15).
Ante todo, se utiliza el símbolo del alfarero y del escultor, que “forma”, que plasma su creación
artística, su obra maestra, precisamente como se decía en el libro del Génesis con respecto a la
creación del hombre: “El Señor Dios formó al hombre con polvo del suelo” (Génesis 2, 7). Luego
viene el símbolo del “tejido”, que evoca la delicadeza de la piel, de la carne, de los nervios
“entretejidos” sobre el esqueleto.
También Job evocaba con fuerza estas y otras imágenes para exaltar la obra maestra que es la
persona humana, a pesar de estar golpeada y herida por el sufrimiento: “Tus manos me formaron,
me plasmaron (...). Recuerda que me hiciste como se amasa el barro (...). ¿No me vertiste como
leche y me cuajaste como queso? De piel y de carne me vestiste y me tejiste de huesos y de nervios”
(Job 10, 8-11).
3. Sumamente fuerte es, en nuestro salmo, la idea de que Dios ya ve todo el futuro de ese
embrión aún “informe”: en el libro de la vida del Señor ya están escritos los días que esa criatura
vivirá y colmará de obras durante su existencia terrena. Así vuelve a manifestarse la grandeza
trascendente del conocimiento divino, que no sólo abarca el pasado y el presente de la humanidad,
Salmo 139 (140) 117

Salmo 139 (140)


Oración contra los lazos de la perfidia
1 Al maestro de coro. Salmo de David.
2Líbrame, Yahvé, del hombre malo;
defiéndeme del hombre violento,
3de esos que en su corazón maquinan cosas perversas,

que provocan contiendas cada día;


4afilan su lengua como la serpiente,

tienen veneno de áspid bajo sus labios.

5 Sálvame, Yahvé, de las manos del inicuo,

sino también el arco todavía oculto del futuro. También se manifiesta la grandeza de esta pequeña
criatura humana, que aún no ha nacido, formada por las manos de Dios y envuelta en su amor: un
elogio bíblico del ser humano desde el primer momento de su existencia.
Ahora releamos la reflexión que san Gregorio Magno, en sus Homilías sobre Ezequiel, hizo
sobre la frase del salmo que hemos comentado: “Siendo todavía informe me han visto tus ojos y
todo estaba escrito en tu libro” (versículo 16). Sobre esas palabras el Pontífice y Padre de la Iglesia
construyó una original y delicada meditación acerca de los que en la comunidad cristiana son más
débiles en su camino espiritual.
Y dice que también los débiles en la fe y en la vida cristiana forman parte de la arquitectura de
la Iglesia, “son incluidos en ella (...) en virtud de su buen deseo. Es verdad que son imperfectos y
pequeños, pero, en la medida en que logran comprender, aman a Dios y al prójimo, y no dejan
de realizar el bien que pueden. A pesar de que aún no llegan a los dones espirituales hasta el punto
de abrir el alma a la acción perfecta y a la ardiente contemplación, no se apartan del amor a Dios
y al prójimo, en la medida en que son capaces de comprenderlo. Por eso, sucede que también ellos,
aunque estén situados en un lugar menos importante, contribuyen a la edificación de la Iglesia,
pues, si bien son inferiores por doctrina, profecía, gracia de milagros y completo desprecio del
mundo, se apoyan en el fundamento del temor y del amor, en el que encuentran su solidez” (2, 3,
12-13: «Opere di Gregorio Magno» III/2, Roma 1993, pp. 79-81).
El mensaje de san Gregorio es un gran consuelo para todos nosotros que a menudo avanzamos
con dificultad por el camino de la vida espiritual y eclesial. El Señor nos conoce y nos envuelve con
su amor.


1. David, figura de Cristo, perseguido por sus enemigos deslenguados, sin duda en tiempo de
Saúl, pide a Yahvé tome su defensa y aplique el castigo que merecen. Es una oración preciosa en
las persecuciones que el discípulo de Cristo ha de sufrir en este siglo malo (Gálatas 1, 4) en que,
como otro Saúl, difunde terror Satanás (cf. Juan 14, 30). El ideal pagano diría “Sé hombre” y
defiéndete tú contra tus enemigos. El creyente, desde el Antiguo Testamento, recurre a Dios,
conociendo la propia debilidad, y Jesús lo confirma enseñando: “No resistáis al malvado” (Mateo
5, 39 ss.; I Corintios 6, 7), porque Dios se encarga de ello (Romanos 12, 19).

4. Imágenes de la virulencia de las calumnias. San Agustín lo aplica a los acusadores de Jesús
(Oficio de Semana Santa).

5 s. Recordemos los dos tipos de tentadores: el pecador quiere seducir con los falsos atractivos
que engañan al que no conoce a Dios (I Juan 2, 15 s.; 3, 6; 4, 4 ss.; II Tesalonicenses 2, 10 s.); y el
falso profeta, con apariencia de verdad o de virtud e invocando el Nombre de Dios, quiere destruir
o deformar mi fe con la mala doctrina (Mateo 7, 15-23; Lucas 12, 1 s.; II Corintios 11, 13-15; II
Timoteo 3, 1-5; Apocalipsis 13, 11 ss.).
Salmo 140 (141) 118
guárdame del impío,
de los que intentan hacerme caer.
6Los soberbios me esconden lazos,

y tienen mallas como red;


me colocan trampas junto al camino.
7Yo digo a Yahvé: Tú eres mi Dios;

escucha, Yahvé, la voz de mi súplica.


8Señor Yahvé, poderoso auxilio mío,

Tú cubres mi cabeza en el día de la batalla.

9No satisfagas, Yahvé, los deseos del inicuo,


ni cumplas sus designios.
10No levanten cabeza los que me asedian;

caiga sobre ellos la malicia de sus lenguas.


11Lluevan sobre ellos carbones encendidos,

precipítalos en abismos, para no levantarse más.


12El hombre de mala lengua no durará en la tierra;

los infortunios caerán de golpe sobre el violento.

13
Sé que Yahvé tomará la defensa del desvalido,
hará justicia a los pobres.
14Ciertamente los justos celebrarán tu Nombre;

los rectos habitarán en tu presencia.

Salmo 140 (141)


Oración del justo paciente
1 Salmo de David.


7 s. Entretanto el creyente sabe que su Dios no lo abandonará y que su protección será un
casco inexpugnable sobre su cabeza (versículo 8), mientras en la de sus perseguidores cae, junto
con su propia maldad, el castigo divino.

10. Caiga sobre ellos, etc.: Quiere decir: “Recaigan sobre ellos los males que urden a sus
prójimos” (Bover-Cantera).

11. Carbones encendidos: como en Sodoma. En abismos: los LXX vierten: en el fuego. Según
el Nuevo Testamento, el lago de fuego y azufre es el fin reservado a Satanás y a quienes lo siguen.
Cf Apocalipsis 19, 20; 20, 9 s. y 14 s; Judas 6 s.; II Pedro 2, 4.

13 s. Sobre la venganza de los pobres y desvalidos, cf. I Reyes 24, 13; Salmos 9, 20; 65, 5; 71,
2 y notas. “Un día vendrá en que Yahvé socorrerá y hará triunfar a los humildes y los débiles,
injustamente perseguidos. Los que hayan sido leales (con Dios y con el prójimo) habitarán desde
entonces junto a Yahvé en su tierra santa (en su reino mesiánico aquí abajo y en la felicidad
definitiva en el segundo advenimiento de Aquel que ha de venir)” (Calès).

1 ss. La misma inspiración del Salmo precedente se manifiesta en esta efusiva plegaria cuyo
texto nos llega en mal estado y que algunos, según la versión de la Vulgata, y apoyándose en sus
aplicaciones en la Liturgia de Pasión, han mirado como paralelo al capítulo 53 de Isaías, como si
Salmo 140 (141) 119
Te he invocado, Yahvé, socórreme pronto;
escucha mi voz cuando te llamo.
2Como el incienso, suba hacia Ti mi oración;

sea la elevación de mis manos el sacrificio vespertino.


3Pon, Yahvé, una guardia ante mi boca,

un cerrojo en la puerta de mis labios.


4No dejes inclinar mi corazón a lo malo,

David representase aquí a Jesucristo orando por nosotros, sustituyéndose a nosotros, con aquella
paciencia humilde que fue capaz de expiar el orgullo de toda la humanidad, y mostrándonos en
éste, como en los Salmos 21, 34, 39, 68, etc., el aniquilamiento del Verbo encarnado por nosotros
(Filipenses 2, 6-8; Hebreos 2, 9), que pide con tales instancias lo que Él mismo podría disponer, a
fin de que la gloria sea para el Padre (cf. Hebreos 5, 5). El texto hebreo contiene empero algunas
diferencias que, como veremos, hacen menos viable esa bella interpretación mesiánica y parece
presentar más bien al salmista, santamente desconfiado de sí mismo, pidiendo auxilio contra su
propia flaqueza y contra toda clase de seducción (cf. Salmo 139, 5 y nota). Socórreme pronto:
Literalmente: ¡apresúrate para mí!

2. El incienso se quemaba en el altar mañana y tarde (Éxodo 30, 7-8; cf. Lucas 1, 10) y también
mañana y tarde se ofrecía un cordero (Éxodo 29, 30). La elevación de las manos, actitud de oración
(Salmos 27, 2; 142, 6, etc.) que San Pablo recomienda aún en el Nuevo Testamento (I Timoteo 2,
8). El sacrificio u oblación (minjah) designa ordinariamente la vegetal, incruenta, de flor de harina
con aceite e incienso (Levítico 2, 1 s.). Fillion llama a esta oración la oblación de los labios (cf.
Hebreos 13, 15 y nota), que en el Nuevo Testamento es figurada por el incienso (Apocalipsis 5, 8;
8, 3 s.). Según la interpretación mesiánica es Cristo quien habla y se presenta cumpliendo lo que en
el culto antiguo estaba figurado. Mi oración, dice Él, es la verdadera oblación de aquel perfume
(thymiama) llamado santísimo, cuya receta dio el mismo Dios (Éxodo 30, 34 ss.); y la elevación de
mis manos (clavadas en la Cruz) es el verdadero sacrificio del cordero de la tarde (o sea del Nuevo
Testamento) que sería llamado sacrificio perpetuo (Éxodo 29, 42) y al cual también se añadía la
oblación de harina con aceite y la libación de vino (ibíd. 40-41). Cf. III Reyes 18, 36; Esdras 9, 5 s.;
Daniel 9, 21.

3. Defiéndeme de mi lengua (Salmo 38, 2 y nota) puesto que nadie es capaz de defenderse
solo (Santiago 3, 2).

4. Para consumar acciones implas: Se trata de hechos y no de palabras. La Vulgata lo liga al
versículo 3 y dice en cambio: para pretextar excusas en los pecados, según lo cual se ha visto aquí
la actitud del divino Reparador satisfaciendo “sin proferir protesta” (Pérennès), no sólo por el
pecado del Antiguo Adán (Romanos 5, 18 s.), sino también por la soberbia con que aquél quiso
excusarse en vez de confesar su culpa y pedir perdón (Génesis 3, 9 ss.); por lo cual el nuevo Adán
se entregó como un cordero que no abre su boca (Isaías capítulo 53). A este respecto David nos da
en el Miserere otro ejemplo de esta perfecta contrición que no se defiende, sino que se acusa y por
eso mismo obtiene el perdón del Padre celestial (Salmo 50 y notas). En el hebreo parece más difícil
la aplicación de este versículo a Jesús, pues se trata de acciones pecaminosas, a menos que veamos
en ello el misterio insondable del rebajamiento de Jesús (Filipenses 2, 7; Ezequiel 4, 4 ss. y notas),
de la abyección del Redentor “hecho pecado” (II Corintios 5, 21) y “tentado en todo a semejanza
nuestra, pero sin pecado” (Hebreos 4, 15). Con hombres que obran la iniquidad: Así Páramo,
Desnoyers, Calès, etc., coincidiendo con la Vulgata. Fillion hace notar que el texto primitivo designa
aquí a hombres influyentes y poderosos y explica: “No permitas, Señor, que yo me deje arrastrar
por sus ejemplos, su bienestar y sus seductores ofrecimientos a imitar su conducta impía.” Véase las
prevenciones de San Pedro contra estos falsos doctores (II Pedro 2 y notas). Tener parte en sus
delicias: en sus manjares escogidos. Bover-Cantera vierte: ni pruebe yo jamás sus golosinas, y agrega
en la nota: “Estas golosinas son las seductoras tentaciones con que los malos deslumbran a los
buenos.” Los LXX y la Vulgata dicen: unirme con sus escogidos, lo cual parece más conforme con
Salmo 140 (141) 120
para consumar acciones impías
con hombres que obran la iniquidad;
ni me dejes tener parte en sus delicias.
5Golpéeme el justo y me corrija: esto es amor;

mas nunca el óleo del pecador unja mi cabeza,


y aun se elevará mi oración en sus prosperidades.

6Fueron precipitados sus príncipes junto a la roca,


y habían oído cuan suaves eran mis palabras.
7
Como la tierra que se trabaja rompiéndola,
mis huesos han sido dislocados, y la tumba se ha abierto.

lo que precede Calès se aproxima a este sentido pues traduce: No permitas que yo sea cómplice de
actos de impiedad. No me asocie con los artesanos del crimen. Cf. Jeremías 51, 6 y 45; Apocalipsis
18, 4.

5. Texto sumamente deteriorado. Como observa Fillion, las versiones según el hebreo dan un
pensamiento “ciertamente poco claro y fluido” y dicen más o menos: “Azóteme el justo: es una
gracia; castígueme: es bálsamo sobre mi cabeza. No se apartará mi cabeza (para aliviarlo), mas
siempre (mi) plegaria se elevará contra su maldad.” Como en otros casos dudosos, preferible es
recurrir a los LXX (y la Vulgata) que dan un sentido más claro y conforme al contexto. Por “el
justo” puede entenderse ya un maestro recto o, preferiblemente, el mismo Dios. “Esto es amor”: El
Apóstol lo explica en Hebreos 12, 3 13. En cuanto al óleo o bálsamo del pecador cf. nota anterior.
Mi oración en sus prosperidades: Es decir, contra ellas o para librarme de ellas (versículo 4). Otros
vierten según el hebreo: en sus calamidades: ¿Sería esto caridad con los enemigos como en Lucas 6,
28? Más bien parece concordar con Salmo 138, 21 s., pues no son enemigos propios sino de Dios.
En el sentido mesiánico se aplica el texto a lo que Isaías 53, 8 dice de Cristo: el rigor de la justicia
caerá sobre Él, a fin de que para nosotros quede la misericordia prefiere la corona de espinas para
su cabeza antes que la unción de los impíos y no cesará de rogar por los autores de sus males (Isaías
53, último versículo). Cf. Lucas 23, 34; Romanos 8, 34: Hebreos 7, 25.

6 ss. Muy largo sería explicar las variantes de este texto tan dañado ya desde antes de la
versión de los LXX que algunos lo dejan con puntos suspensivos. Sobre esta caída de la roca, cf. II
Paralipómenos 25, 11 s. Mis huesos (versículo 7): Así también Páramo, Crampón, Ubach, etc.; se
presta más que sus huesos a la aplicación mesiánica que es la siguiente: Los esfuerzos de sus jefes (la
Sinagoga, movida por Satanás) son vanos ante la resistencia de la roca (presenté mi rostro como
piedra durísima: Isaías 50, 7 ); y oirán de mí palabras dulces (palabras de obediencia y oraciones
humildes); por lo cual Satanás, que me tentó para saber si yo era el Hijo de Dios (Lucas 4, 3 ss.),
no lo sabrá hasta después de mi muerte redentora que lo venció. Como la tierra que se trabaja
rompiéndola (bofetadas, flagelación, carga de la Cruz, crucifixión) mis huesos han sido dislocados
(Salmo 21, 15 y 18) y la tumba se ha abierto. No derrames mi vida (versículo 8): No me dejes morir
sin fruto, no sea estéril mi sacrificio (Isaías 53, 9-12). Las emboscadas (versículo 9) serían las de que
se habla en Sabiduría 2, 12-21; Salmo 21, 9; Mateo 27, 43, que Jesús superó con su silencio y
paciencia. Cf. I Pedro 2, 23. Caigan; otros: caerán (versículo 10), porque el silencio guardado por
el Padre y por Cristo ante esas asechanzas les hizo creer que no era el Mesías: “Si lo hubiesen
conocido no habrían crucificado al Señor de la gloria” (I Corintios 2, 8). Pero merecieron
crucificarlo sin conocerlo. Es el misterio de la ceguera farisaica por falta de rectitud: “para que
viendo no vean” (Juan 3, 19; 1, 9; 7, 17; Mateo 13, 15; Hechos 28, 26 s.). Al mismo tiempo que yo
me salvare. Esto es: quedará cumplida mi misión de salvar al mundo, por los mismos medios de
que ellos se sirvieron para impedirla.
Salmo 140 (141) 121
8
Mas a Ti, Señor Yahvé, se dirigen mis ojos;
a Ti recurro, no derrames mi vida.
9Guárdame del lazo que me han tendido

y de las emboscadas de los malhechores.


10Caigan juntos los impíos en sus propias redes

al mismo tiempo que yo me salvare.


Catequesis del Papa Benedicto XVI
Oración ante el peligro
Primeras Vísperas del domingo de la semana I
1. En las catequesis precedentes, hemos hecho un repaso de la estructura y del valor de la
Liturgia de las Vísperas, la gran oración eclesial del anochecer. Ahora nos adentramos en su interior.
Será como peregrinar por esa especie de «tierra santa» que constituyen los Salmos y los Cánticos.
Nos detendremos cada vez ante cada una de las oraciones poéticas, que Dios ha sellado con su
inspiración. El mismo Señor desea que se le dirijan estas invocaciones. Le gusta escucharlas, sintiendo
vibrar en ellas el corazón de sus hijos amados.
Comenzaremos con el Salmo 140, con el que comienzan las Vísperas del domingo de la primera
de las cuatro semanas con las que, tras el Concilio, ha quedado articulada la oración del anochecer
de la Iglesia.
2. «Suba mi oración como incienso en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda de la
tarde». El versículo 2 de este Salmo puede considerarse como el signo distintivo de todo el canto y
la justificación evidente del motivo por el que ha sido colocado dentro de la Liturgia de las Vísperas.
La idea expresada refleja el espíritu de la teología profética que une íntimamente el culto con la
vida, la oración con la existencia.
La misma oración, hecha con corazón puro y sincero, se convierte en un sacrificio ofrecido a
Dios. Todo el ser de la persona que reza se convierte en un acto de sacrificio, anticipándose a lo
que sugerirá san Pablo, cuando invitará a los cristianos a ofrecer sus cuerpos como sacrificio viviente,
santo, grato a Dios: este es el sacrificio espiritual que él acepta (Cf. Romanos 12, 1).
Las manos alzadas en la oración son un puente de comunicación con Dios, como el humo que
se eleva de la víctima con su olor suave durante el rito de sacrificio vespertino.
3. El Salmo continúa con el tono de una súplica, que nos ha llegado a través de un texto que
en su original hebreo presenta muchas dificultades y obscuridades interpretativas (sobre todo en los
versículos 4 a 7).
De todos modos, es posible identificar su sentido general y transformarlo en meditación y
oración. Ante todo, el orante pide al Señor que impida que sus labios (Cf. versículo 3) y los
sentimientos de su corazón sean atraídos e inducidos «a cometer crímenes y delitos» (Cf. versículo
4). Palabras y obras son, de hecho, la expresión de la opción moral de la persona. Es fácil que el
mal ejerza una atracción tal que lleve incluso al fiel a participar «en banquetes» que ofrecen los
pecadores, sentándose en su mesa, es decir, participando en sus acciones perversas.
De este modo, el Salmo adquiere por así decir el sabor de un examen de conciencia, al que le
sigue el compromiso de escoger siempre los caminos de Dios.
4. Al llegar a este momento, el orante experimenta un vuelco que le hace pronunciar una
apasionada declaración de rechazo de toda complicidad con el impío: no quiere ser de ningún
modo huésped del impío ni permitir que el aceite perfumado reservado a los comensales de honor
(Cf. Salmo 22, 5) testimonie su connivencia con quien hace el mal (Cf. Salmo 140, 5). Para expresar
con mayor vehemencia su radical disociación del malvado, el salmista proclama después una
condena indignada, expresada con el colorido recurso a imágenes de un juicio vehemente.
Se trata de una de las típicas imprecaciones del Salterio (Cf. Salmo 57 y 108), que tienen por
objetivo afirmar de manera plástica e incluso pintoresca la hostilidad ante el mal, la opción por el
bien y la certeza de que Dios interviene en la historia con su juicio de severa condena de la injusticia
(Cf. versículos 6-7).
Salmo 141 (142) 122

Salmo 141 (142)


Oración del abandonado
1 Maskil. De David. Cuando estaba en la cueva. Oración.
2Con (toda) mi voz clamo hacia Yahvé,
a Yahvé imploro con (toda) mi voz.
3En su presencia derramo mi ansiedad;

ante Él expongo mi angustia.


4Pues cuando en mí el espíritu está por desfallecer,

5. El Salmo concluye con una última invocación confiada (Cf. versículos 8-9): es un canto de
fe, de gratitud y de alegría, en la certeza de que el fiel no quedará involucrado por el odio que
sienten por él los perversos y de que no caerá en la trampa que le tienden, tras comprobar su
decidida opción por el bien. De este modo, el justo podrá superar indemne todo engaño, como
dice otro Salmo: «hemos salvado la vida, como un pájaro de la trampa del cazador: la trampa se
rompió, y escapamos» (Salmo 123, 7).
Concluyamos nuestra lectura del Salmo 140 regresando a la imagen del inicio, la de la oración
del anochecer, sacrificio grato a Dios. Un gran maestro espiritual, que vivió entre el siglo IV y V,
Juan Casiano --procedía de Oriente y transcurrió en Galia centro-oriental la última parte de su vida-
-, interpretaba estas palabras en clave cristológica: «En ellas, de hecho, se puede percibir de manera
espiritual la alusión al sacrificio del anochecer, realizado por el Señor y Salvador durante su última
cena, y entregado a los apóstoles, cuando sancionaba el inicio de los santos misterios de la Iglesia,
o también (se puede percibir una alusión) a ese mismo sacrificio que él, al día siguiente, ofreció en
la noche, al ofrecerse a sí mismo, elevando las propias manos, sacrificio que durará hasta el final de
los siglos para la salvación de todo el mundo» («Las instituciones cenobíticas» --«Le istituzioni
cenobitiche»--, Abadía de Praglia, Padua 1989, p. 92).


1. Maskil: Salmo de instrucción (cf. Salmo 31, 1 y nota). En la cueva: Muy probablemente la
de Odollam, donde David se escondió huyendo de Saúl (I Reyes 22, 1), así como el Salmo 114 se
referiría a la de Engaddí (I Reyes 24). Al entregar su alma al Padre celestial, San Francisco de Asís
rezó este Salmo, en el cual vemos una vez más que David, como figura de Cristo, “experimentó en
su alma todas las pruebas que podemos encontrar en la vida espiritual” (Dom Puniet), a fin de
poder darnos en los Salmos un tratado perfecto. La Liturgia acentúa el carácter mesiánico de esta
súplica poniéndola en boca de Cristo en las vísperas del Jueves y Viernes Santos.

3. Nada más expresivo que este desahogo: derramo, es decir, me vuelco en una entrega
suprema y confiada.

4. Recurso y lección inolvidable para nuestra oración. Porque nos parece que ante la Majestad
de Dios necesitásemos quien nos introdujese y recomendase, temerosos de hablar con Él. David,
con esta actitud infantil que siempre tiene ante Dios, nos recuerda que Él es nuestro Creador y
Padre y el único que conoce nuestros pensamientos (Salmos 43, 22; 138, 2 ss., etc.). ¿Con quién
podríamos tener mayor intimidad? Jesús, nuestro Mediador (Juan 14, 6; Hechos 4, 12; I Timoteo
2, 5), nos confirma mil veces este carácter paternal de Dios y nos dice que, para orar privadamente,
como “Él ve en lo secreto”, no lo hagamos “en las esquinas de las calles”, sino “al contrario, cuando
quieras orar, entra en tu aposento, corre el cerrojo de la puerta y ora a tu Padre que está en lo
secreto” (Mateo 6, 5 ss.). Esta devoción al Padre “fue la de Jesús” (Mons. Guerry), y si al principio
nos cuesta un esfuerzo de fe es porque, como observa Dom Olphe Galliard y confirma Mons.
Landrieux, pocos tienen la ventaja de una formación bíblica recibida desde la infancia. Eres Tú quien
conoces, etc.: Es decir, que en vano nos agitaríamos en el momento de la preocupación (cf.
Eclesiástico 2, 3). No sabríamos descubrir el camino conveniente, en tanto que nuestro Padre lo
conoce muy bien y está deseando enseñárnoslo, esperando sólo que, sin reservas, como hijos
Salmo 141 (142) 123
eres Tú quien conoces mi rumbo.

En el camino por donde voy


me han escondido un lazo.
5Miro hacia mi derecha, buscando,

y no veo a nadie que me reconozca;


no hay adonde huir,
ni quien mire por mi vida.

6
A Ti, pues, clamo, Yahvé, diciendo:
“Mi refugio eres Tú,
herencia mía en la tierra de los vivientes.”
7Atiende a mi clamor,

porque he caído en extrema desventura.


Sálvame de los que me persiguen,
porque son más fuertes que yo.
8Sácame de esta cárcel,

para que dé gracias a tu Nombre.


Conmigo serán coronados los justos
cuando Tú me hayas favorecido.

pequeños, nos confiemos a Él, aunque no lo veamos materialmente. En esto está el valor de la fe,
como lo enseña Jesús (Juan 20, 29) y el Apóstol de las gentes (Hebreos 11, 1). Cf. Romanos 1, 17 y
nota. Un lazo: Las amenazas perversas de Saúl (I Reyes 22, 6 ss.) y las intrigas del infame Doeg
(ibíd. 21, 7; 22, 9), que David presentía (ibíd. 22, 2).

5. Que me reconozca (así también la Vulgata). Recuerda el desamparo del Salvador (cf. Salmo
68, 21). En medio de esa indigencia de David, sin más esperanza que Dios (versículo 6), se le
allegaron todos aquellos que se hallaban angustiados y oprimidos de deudas y en amargura de
corazón, de los cuales se hizo caudillo (I Reyes 22, 2). ¿No vemos aquí a Jesús llamando a todos
los afligidos (Mateo 11, 28; Lucas 4, 18 ss.; 7, 22; Juan 7, 37; etc.) y anunciado por los profetas
como su futuro defensor? Cf. Salmo 71, 2 y nota.

8. De esta cárcel: De la cueva en que se encontraba rodeado de enemigos. Los justos, etc.:
Texto dudoso. Seguimos la traducción de San Jerónimo, que parece dar el sentido más obvio:
conmigo triunfarán también los justos. Es quizá lo que históricamente se cumplió en David, cuando,
al final del recordado capitulo (I Reyes 22, 23), dice él a Abiatar: “Quédate conmigo, no temas; mi
vida y la tuya corren igual suerte; estando en mi compañía tú también te salvarás.” En sentido típico
nadie puede aplicarse estas palabras tan plenamente como el Mesías Redentor que nos salvó y nos
asoció a su propio destino glorioso y de cuya plenitud todos lo recibimos todo (Juan 1, 16; Romanos
6, 23; Efesios 2, 5).


Catequesis del Papa San Juan Pablo II
Oración del hombre abandonado: Tú eres mi refugio
Primeras Vísperas del domingo de la semana I
1. La noche del 3 de octubre de 1226 san Francisco de Asís estaba falleciendo: su última oración
fue precisamente el Salmo 141, que acabamos de escuchar. San Buenaventura recuerda que Francisco
«exclamó con el Salmo: "A voz en grito clamo al Señor, a voz en grito suplico al Señor" y lo rezó
hasta el versículo final: "Me rodearán los justos cuando me devuelvas tu favor"» (Leyenda Mayor,
XIV, 5, in: Fuentes Franciscanas, Padua - Asís 1980, p. 958).
Salmo 141 (142) 124

El Salmo es una súplica intensa, salpicada por una serie de verbos de imploración al Señor:
«clamo al Señor», «suplico al Señor», «desahogo ante Él mis afanes», «expongo ante Él mi angustia»
(versículos 2-3). En la parte central del Salmo destaca la confianza en Dios que no es indiferente al
sufrimiento del fiel (Cf. versículos 4-8). Con esta actitud, Francisco se encaminó hacia la muerte.
2. Se dirige a Dios con un «Tú», como quien se dirige a una persona que da seguridad: «Tú eres
mi refugio» (versículo 6). «Tú conoces mi vida», es decir, el itinerario de mi vida, un recorrido
marcado por la opción por la justicia. En este camino, sin embargo, los impíos han tendido una
trampa (Cf. versículo 4): es la típica imagen tomada de las escenas de caza, frecuente en las súplicas
de los Salmos, para indicar los peligros y las insidias a las que es sometido el justo.
Ante esta pesadilla, el Salmista lanza una señal de alarma para que Dios se dé cuenta de su
situación e intervenga: «Mira a la derecha, fíjate» (versículo 5). Según la costumbre oriental, a la
derecha de una persona estaba su defensor o el testigo favorable en un tribunal; o en la guerra, el
guardia de cuerpo. El fiel, por tanto, está solo y abandonado, «nadie me hace caso». Por este motivo
expresa una constatación angustiosa: «No tengo adónde huir, nadie mira por mi vida» (versículo
5).
3. Inmediatamente después, un grito revela la esperanza del corazón del que ora. En esa
situación, la única protección y la única cercanía eficaz es la de Dios: «Tú eres mi refugio y mi lote
en el país de la vida» (versículo 6). El «lote», en el lenguaje bíblico, es el don de la tierra prometida,
signo de amor divino por el pueblo. El Señor se convierte en el último y único fundamento sobre
el que se puede apoyar, la única posibilidad de vida, la suprema esperanza.
El salmista lo invoca con insistencia, pues «estoy agotado» (versículo 7). Le suplica que
intervenga para romper las cadenas de su cárcel de la soledad y de la hostilidad (Cf. versículo 8) y
sacarle del abismo de la prueba.
4. Al igual que en otros salmos de súplica, la perspectiva final es la de la acción de gracias que
se ofrecerá a Dios por haberle escuchado: «Sácame de la prisión, y daré gracias a tu nombre»
(ibídem). Cuando sea salvado, el fiel irá a dar gracias al Señor en la asamblea litúrgica (Cf. ibídem).
Le rodearán los justos, que experimentarán la salvación del hermano como un don que también se
les ha hecho a ellos.
Esta atmósfera debe darse también en las celebraciones cristianas. El dolor de cada uno debe
encontrar eco en el corazón de todos; al mismo tiempo, la alegría de cada uno debe ser vivida por
toda la comunidad en oración. De hecho, «Qué bueno, qué dulce es habitar los hermanos todos
juntos» (Salmo 132, 1) y el Señor Jesús dijo: «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí
estoy yo en medio de ellos» (Mateo 18, 20).
5. La tradición cristiana ha aplicado el Salmo 141 a Cristo perseguido y sufriente. En esta
perspectiva, la meta luminosa de la súplica del Salmo se transfigura en un signo pascual, que se basa
en el final glorioso de la vida de Cristo y de nuestro destino de resurrección con él.
Así lo afirma san Hilario de Poitiers, famoso doctor de la Iglesia del siglo IV, en su «Tratado
sobre los Salmos».
Comenta la traducción latina del último versículo del Salmo, que habla de recompensa para el
que ora y de la espera de estar junto a los justos: «Me expectant iusti, donec retribuas mihi». San
Hilario explica: «El apóstol nos muestra cuál es la recompensa que le dio el Padre a Cristo: “Por lo
cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de
Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda a lengua confiese que
Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2, 9-11). Esta es la recompensa: al cuerpo
se le da la eternidad de la gloria del Padre. “Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde
esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en
un cuerpo glorioso como el suyo” (Filipenses 3, 20-21). Los justos, de hecho, le esperan para que
los recompense, haciéndoles conformes a la gloria de su cuerpo, que es bendito por los siglos de
los siglos. Amén» (PL 9, 833-837).
Salmo 142 (143) 125

Salmo 142 (143)


Para saber qué camino seguir
1 Salmo de David.
Yahvé, escucha mi oración,
presta oído a mi súplica según tu fidelidad;
óyeme por tu justicia,
2y no entres en juicio con tu siervo,

porque ningún viviente es justo delante de Ti.

3El enemigo persigue mi alma,


ha postrado en tierra mi vida;
me ha encerrado en las tinieblas, como los ya difuntos.
4El espíritu ha desfallecido en mí,

y mi corazón está helado en mi pecho.

5
Me acuerdo de los días antiguos,
medito en todas tus obras,
contemplo las hazañas de tus manos,


1. Es el séptimo, y último de los llamados Salmos penitenciales y encierra pasajes de los Salmos
24, 26 y 54. Tiene mucha afinidad con el Salmo anterior y se lo recita en Laudes del Viernes Santo
como oración de Cristo, sustituido a nosotros. Según los LXX y la Vulgata, fue escrito por David
cuando lo perseguía su hijo Absalón (II Reyes 17), y no hallamos motivo para dudar de esto, que
procede sin duda de antigua tradición judía (cf. versículos 8 y 10). Óyeme por tu justicia: Por tercera
vez insiste en ser oído y lo hace como apremiando ya fuertemente a Dios al recurrir a su justicia,
esto es, a su santidad que no podría dejar de cumplir su promesa de escucharnos (cf. versículo 11).
Tal es la justicia a que apela él salmista, y no por cierto a una justicia de juez justo, pues ésta no
nos convendría según enseña el versículo 2, ya que el hombre caído, hijo de Adán, sólo puede
salvarse por misericordia. David puede hacer sin miedo esa apelación a la justicia de Dios por lo
mismo que no persigue ninguna justificación propia, sino a la inversa pide que Él le enseñe a cumplir
su divina voluntad (versículos 8 y 10).

2. Tiene grandísima importancia la doctrina que aquí se enseña, de que nadie puede hacerse
bueno por sus propios recursos, o sea, que todos hemos de aceptar, mediante los méritos de Cristo,
la limosna que, sin merecerla, nos ofrece Él de esos méritos suyos, únicos que pueden limpiarnos y
abrirnos la casa del Padre. Cf. versículo 10; Salmos 118; 155; 129, 3 y notas. Con tu siervo: Algunos
observan que tal vez podría haber aquí un ruego de David no por sí mismo sino por su pérfido
hijo Absalón, a quien amaba entrañablemente a pesar de todo (II Reyes 18, 33). Cf. versículo 12 y
nota.

5. Medito en todas tus obras: Principalmente las que has hecho conmigo. “Considera quién
es el autor de tu vida, la fuente de tus cosas, de tu justicia y de tu salud; porque si lo piensas bien,
verás que tu justicia es un regalo de sus manos. De ti y propiamente tuyo no hay sino malas obras.
Deja, pues, lo que hay de tuyo y descansa en lo que ha obrado en ti Aquél de cuyas manos saliste”
(San Agustín). La Liturgia expresa esta doctrina diciendo al Espíritu Santo: “Sin tu socorro no hay
nada en el hombre, nada que no sea malo” (Secuencia de Pentecostés.). Recordar las obras de Dios
para admirarlas y crecer en la confianza es lección muy davídica. Cf. Salmo 76, 11 ss. y nota.
Salmo 142 (143) 126
6
y extiendo hacia Ti las mías:
como tierra falta de agua,
mi alma tiene sed de Ti.

7Escúchame pronto, Yahvé,


porque mi espíritu languidece.
No quieras esconder de mí tu rostro:
sería yo como los que bajaron a la tumba.
8Hazme sentir al punto tu misericordia,

pues en Ti coloco mi confianza.


Muéstrame el camino que debo seguir,
ya que hacia Ti levanto mi alma.
9Líbrame de mis enemigos, Yahvé;

a Ti me entrego.

10Enséñame a hacer tu voluntad,


porque Tú eres mi Dios.
Tu Espíritu es bueno; guíame, pues, por camino llano.
11Por tu Nombre, Yahvé, guarda mi vida;

por tu clemencia saca mi alma de la angustia.


6. Como tierra falta de agua: Cf. Salmos 125, 4; 41, 2; 62, 2 y notas; Deuteronomio 11, 10-17.
No olvidemos que el tener sed es condición indispensable para recibir. Cf. Salmo 80, 11 y nota.

7. Escúchame pronto: No puede dársenos mayor familiaridad en nuestro trato con Dios. Con
razón este Salmo ha sido considerado como “un extracto del bálsamo más precioso de los Salmos
de David”; muchas almas hacen de él su oración cotidiana, por su consuelo en todos los trances de
la vida y por la seguridad que él nos da de hallar rectamente los caminos de Dios (versículo 8).

8 ss. Muéstrame el camino: A la turbación (versículo 4) y a la urgencia (versículo 7) se une
aquí la vacilación (versículo 10), que es una de las mayores torturas para el alma que ha conocido
la falacia del hombre y no confía ya en la suficiencia humana. Jesús nos asegura su iluminación en
tales casos, cuando nos promete que quien lo siga no andará en tinieblas (Juan 8, 12) y que en su
Palabra descubriremos la verdad que nos hará libres (ibíd. 31 s.). Históricamente el origen de este
texto está quizá en II Reyes 18, 2 ss., donde vemos la tremenda duda de David sobre sí debía o no
salir personalmente al combate contra el hijo rebelde.

10. Enséñame... porque Tú eres mi Dios: Convicción tan sólida como la que señalamos en la
invocación a la justicia del versículo 1: Si Tú eres mi Dios ¿cómo no me vas a enseñar a que haga tu
voluntad? Lo contrario sería inconcebible y Jesús, el que se llamó Maestro único (Mateo 23, 10) y
manso (Mateo 11, 29), lo confirma expresamente en Juan 6, 45. De ahí lo que sigue: Tu Espíritu es
bueno y por tanto ha de conducirme por camino llano, pues el Espíritu Santo no se complace en
tenernos perplejos, sino que ama a los simples (Salmo 130; Lucas 10, 21). Por lo demás (cf. Nehemías
9, 20), Dios nos muestra aquí el reverso del versículo 2, como un anticipo de la revelación que
traería Cristo y sus apóstoles: sin Él no podemos nada (Juan 15, 5), pero en Él lo podemos todo
(Filipenses 4, 13). Y ese buen Espíritu se da infaliblemente a todo el que lo pide (Salmo 138, 23 y
nota). De ahí que la humildad cristiana, lejos de ser apocamiento y servilismo, como creen muchos,
sea por el contrario sinónimo de confianza y fortaleza (Romanos 8, 15; Gálatas 5, 1; Éxodo 13, 14;
Salmo 32, 22 y nota), que llega al extremo asombroso afirmado por Jesús en Marcos 9, 23.
Salmo 142 (143) 127
12
Y por tu gracia acaba con mis enemigos,
y disipa a cuantos atribulan mi alma,
porque soy siervo tuyo.


12. Por tu gracia: Como en Salmo 135, 10 ss. y en tantos otros, el salmista pide y confía en ser
liberado de sus enemigos. El hecho de que deje esto entregado a Dios está mostrando que, como
dice Fillion, “no es éste un espíritu ávido de venganza”, y menos si se piensa que entre ellos se
hallaba Absalón su amado hijo (cf. notas 2 y 8), sino que está animado por esa privilegiada
confianza del que se sabe amigo de Dios frente a enemigos que no lo son. Cf. Salmo 7, 5 y nota.


Catequesis del Papa San Juan Pablo II (Salmo 142, 1-11)
Lamentación y súplica ante la angustia
Laudes del jueves de la semana IV
1. Se acaba de proclamar el Salmo 142, el último de los llamados «Salmos penitenciales», que
forman parte de las siete súplicas distribuidas en el Salterio (Cf. Salmos 6; 31; 37; 50; 101; 129; 142).
La tradición cristiana los utiliza para invocar del Señor el perdón de los pecados. A san Pablo le
gustaba particularmente el texto en el que hoy queremos profundizar, pues había llegado a la
deducción de una radical pecaminosidad de toda creatura humana: «ningún hombre vivo es
inocente frente a ti», Señor (versículo 2). Esta frase es tomada por el apóstol como fundamento de
su enseñanza sobre el pecado y sobre la gracia (Cf. Gálatas 2, 16; Romanos 3, 20).
La Liturgia de los Laudes nos propone esta súplica como propósito de fidelidad e imploración
de la ayuda divina al comenzar la jornada. El Salmo, de hecho, nos hace decir a Dios: «En la mañana
hazme escuchar tu gracia, ya que confío en ti» (Salmo 142, 8).
2. El Salmo comienza con una intensa e insistente invocación dirigida a Dios, fiel a las promesas
de salvación ofrecidas al pueblo (Cf. versículo 1). El orante reconoce que no tiene méritos que hacer
valer y por tanto pide humildemente a Dios que no asuma la actitud de un juez (Cf. versículo 2).
Después describe la situación dramática, como la de una pesadilla mortal, en la que se debate;
el enemigo, que es la representación del mal en la historia y el mundo, le ha llevado hasta el umbral
de la muerte. Ahí está, postrado en el polvo de la tierra, que es una imagen del sepulcro; presenta
las tinieblas, que son la negación de la luz, signo divino de vida; y menciona, por último «los
muertos ya olvidados» (Cf. versículo 3), entre los cuales le parece que ha quedado relegado.
3. La misma existencia del Salmista queda devastada: le falta la respiración y siente el corazón
como un pedazo de hielo, incapaz de seguir latiendo (Cf. versículo 4). Al fiel, aterrado y pisoteado,
sólo le quedan el movimiento de las manos, que se levantan al cielo en un gesto que es al mismo
tiempo de imploración de ayuda y de búsqueda de apoyo (Cf. versículo 6). El pensamiento se
dirige al pasado, en el que Dios realizó prodigios (Cf. versículo 5).
Esta chispa de esperanza calienta el hielo del sufrimiento y de la prueba en la que el orante se
siente sumergido y a punto de quedar arrastrado (Cf. versículo 7). Si bien la tensión sigue siendo
fuerte; un rayo de luz parece perfilarse en el horizonte. Pasamos así a la segunda parte del Salmo
(Cf. versículos 7-11).
4. Comienza con una nueva, apremiante invocación. El fiel, sintiendo que se le escapa la vida,
lanza su grito a Dios: «Escúchame en seguida, Señor, que me falta el aliento» (versículo 7). Es más,
tiene miedo de que Dios haya escondido su rostro y se aleje, abandonando y dejando sola a su
criatura.
La desaparición del rostro divino hace que el hombre se hunda en la desolación, es más, en la
misma muerte, pues el Señor es el manantial de la vida. Precisamente en esta especie de última
frontera florece la confianza en el Dios que no abandona. El orante multiplica sus invocaciones y
las apoya con declaraciones de confianza en el Señor: «confío en ti... levanto mi alma a ti... me
refugio en ti... tú eres mi Dios...». Pide ser librado de sus enemigos (Cf. versículos 8-12) y liberado
de la angustia (Cf. versículo 11), pero repite otra petición que manifiesta una profunda aspiración
espiritual: «Enséñame a cumplir tu voluntad, ya que tú eres mi Dios» (versículo 10a; Cf. versículos
8b. 10b.). Tenemos que asumir esta admirable petición. Tenemos que comprender que nuestro bien
Salmo 143 (144) 128

Salmo 143 (144)


Cántico de victoria
1De David.
Bendito sea Yahvé, mi piedra;
Él adiestra mis manos para la pelea,
mis dedos para la guerra;
2Él es mi alcázar y mi libertador,

el broquel con que me cubro;


Él es quien me somete los pueblos.

más grande es la unión de nuestra voluntad con la voluntad de nuestro Padre celestial, pues sólo
así podemos recibir todo su amor, que nos lleva a la salvación y a la plenitud de la vida. Si no es
acompañada por un intenso deseo de docilidad a Dios, la confianza en Él no es auténtica.
El orante es consciente y expresa por tanto este deseo. Eleva una auténtica profesión de
confianza en Dios salvador, que arranca de la angustia y vuelve a dar gusto de la vida, en nombre
de su «justicia», es decir, de su fidelidad amorosa y salvadora (Cf. versículo 11). Surgida de una
situación particularmente angustiosa, la oración desemboca en la esperanza, en la alegría y en la
luz, gracias a una sincera adhesión a Dios y a su voluntad, que es una voluntad de amor. Esta es la
potencia de la oración, regeneradora de vida y de salvación.
5. Fijando la mirada en la luz de la mañana de la gracia (Cf. versículo 8) san Gregorio Magno,
en su comentario a los siete Salmos penitenciales, describe así el alba de la esperanza y de la alegría:
«Es el día iluminado por ese auténtico sol que no se pone, al que las nubes no pueden hacer
tenebroso y que no es oscurecido por la niebla... Cuando aparezca Cristo --nuestra vida-- y
comencemos a ver a Dios con el rostro descubierto, entonces desaparecerá toda ofuscación de las
tinieblas, se disipará el humo de la ignorancia, se levantará la niebla de toda tentación... Será el día
más luminoso y resplandeciente, preparado para todos los elegidos por aquel que nos ha
arrebatado del poder de las tinieblas y nos ha llevado al reino de su Hijo amado. La mañana de
ese día es la resurrección futura... En esa mañana brillará la felicidad de los justos, aparecerá la
gloria, será la exultación al ver a Dios enjugando toda lágrima de los ojos de los santos, cuando
quedará destruida la muerte, cuando los justos resplandecerán como el sol en el reino del Padre.
En esa mañana, el Señor hará experimentar su misericordia... diciendo: «Venid a mí, benditos de
mi Padre» (Mateo 25, 34). Entonces se manifestará la misericordia de Dios, imposible de concebir
por la mente humana. De hecho, el Señor ha preparado para aquellos que le aman lo que el ojo
no puede ver, ni el oído escuchar, ni lo que puede entrar en el corazón del hombre» («PL 79», col.
649-650).


1. Las palabras contra Goliat, aunque faltan en el texto hebreo, figuran en casi todas las
versiones y varios indicios nos parecen confirmar que este Salmo triunfal se refiere a aquel episodio
(versículos 1 y 10). Claro está que no es el joven pastor de Belén quien lo compuso entonces sino
más tarde el rey, agradecido, y hallándose sin duda frente a nuevos adversarios (versículos 5-7). Las
palabras: mi piedra (¿la de la honda?) y: adiestra mis manos, etc., bien parecen ser, como el cántico
de los versículos 10 ss., un comentario a las que pronunció David frente a Goliat: “y conocerá toda
esta multitud que el Señor salva sin espada ni lanza, porque Él es el árbitro de la guerra y Él os
entregará en nuestras manos” (I Reyes 17, 47). Hay también importantes ecos del Salmo 17.

2. De acuerdo con lo que sostiene Calès y otros autorizados críticos, hemos traducido como
la versión siríaca. Mi alcázar: El hebreo, la Vulgata, el nuevo Salterio y muchos modernos dicen: mi
misericordia y mi alcázar; lección que no es segura y que además altera el metro y aun el contexto.
Salmo 143 (144) 129
3
Yahvé ¿qué es el hombre para que de él te ocupes,
el hijo de hombre para que pienses en él?
4El hombre es semejante al soplo del viento;

sus días, como sombra que pasa.


5Oh Yahvé, inclina tus cielos y desciende;

toca los montes y humearán.


6Arroja tu rayo y dispérsalos.

asesta tus flechas y desconciértalos.


7Extiende tu mano desde lo alto y arrebátame;

sálvame de las muchas aguas,


del poder de gente extranjera,
8que con la boca habla mentiras,

y con la diestra jura en falso.


3 s. Cf. Salmos 8, 5; 38, 6; 61, 10; 101, 12; Job 8, 9; 14, 2. Preferimos traducir hijo de hombre,
como ocurre muchas veces en Ezequiel (cf. Ezequiel 2, 1 y nota) dejando para el Mesías la expresión
Hijo del hombre por antonomasia que, como observan los expositores, Jesús se aplicó siempre a Sí
mismo con trascendencia escatológica según Daniel 7, 13. Cf. nota.

5 ss. “Se describe la venida del Señor como una tempestad vehemente” (Páramo). Cf. Salmos
17, 8 ss.; 9, 2 ss.; 28, 1 ss. y notas. Meditemos el contraste entre esta tremenda majestad, que
recuerda el Salmo 28, y el humilde silencio con que el Mesías vino a Belén. Cf. Isaías 49, 7; 51, 1 ss.

7. Cf. Salmos 17, 7; 137, 7. La gente extranjera: según lo expuesto sobre la fecha del Salmo,
son ante todo los filisteos, que eran advenedizos desde las islas del Mediterráneo (Amós 9, 7;
Jeremías 47, 4), y en general todas las naciones de origen pagano (Salmos 46 y 65, etc.).


Catequesis del Papa San Juan Pablo II (I) (Salmo 143, 1-10)
Oración por la victoria y por la paz
Laudes del martes de la semana IV
1. Acabamos de escuchar la primera parte del Salmo 143. Tiene las características de un himno
real, entretejido por otros textos bíblicos, que dan vida a una nueva oración (Cf. Salmo 8, 5; 17,8-
15; 32, 2-3; 38, 6-7). Quien habla en primera persona es el mismo Rey David, que reconoce el
origen divino de sus éxitos.
El Señor es representado con imágenes marciales, según el antiguo uso simbólico: aparece, de
hecho, como instructor militar (Cf. Salmo 143, 1), fortaleza inexpugnable, escudo protector,
triunfador (Cf. versículo 2). De este modo, se quiere exaltar la personalidad de Dios, que se
compromete contra el mal en la historia: no es una potencia obscura o una especie de hado, ni un
soberano impasible e indiferente ante las vicisitudes humanas. Las citas y el tono de esta celebración
divina están influenciadas por el himno de David conservado en el Salmo 17, y en el capítulo 22
del Segundo Libro de Samuel.
2. Ante la potencia divina, el rey judío reconoce su fragilidad y debilidad, propias de todas las
criaturas humanas. Para expresar esta sensación, el rey orante recurre a dos frases presentes en los
Salmos 8 y 38, y las entrecruza dándoles una nueva y más intensa eficacia: «Señor, ¿qué es el hombre
para que te fijes en él? ¿Qué los hijos de Adán para que pienses en ellos? El hombre es igual que un
soplo; sus días, una sombra que pasa» (versículos 3-4). Emerge aquí la firme convicción de que
somos frágiles, como el soplo del viento, si el Creador no nos conserva en vida, Él --como dice Job-
- «tiene en su mano el alma de todo ser viviente y el soplo de toda carne de hombre» (12, 10).
Sólo con la ayuda divina podemos superar los peligros y las dificultades que salpican todos los
días de nuestra vida. Sólo si contamos con la ayuda del Cielo podemos comprometernos, como el
antiguo rey de Israel, a caminar hacia la libertad de toda opresión.
Salmo 143 (144) 130

3. La intervención divina es presentada con las tradicionales imágenes cósmicas e históricas con
el objetivo de ilustrar el señorío divino sobre el universo y sobre las vicisitudes humanas. Entonces
aparecen los montes que echan humo en imprevistas erupciones volcánicas (Cf. Salmo 143,5).
Aparecen los rayos como saetas lanzadas por el Señor y dispuestas a aniquilar el mal (Cf. versículo
6). Aparecen, por último, las «aguas caudalosas» que, en el lenguaje bíblico, son símbolo del caos,
del mal y de la nada, en una palabra, de las fuerzas negativas en la historia (Cf. versículo 7). A estas
imágenes cósmicas se asocian otras de carácter histórico: son «los enemigos» (Cf. versículo 6), los
«extranjeros» (Cf. versículo 7), los mentirosos, los que juran en falso, es decir, los idólatras (Cf.
versículo 8).
Es una manera muy concreta y oriental de representar la malicia, las perversiones, la opresión
y las injusticias: realidades tremendas de las que nos libera el Señor, mientras nos adentramos en el
mundo.
4. El Salmo 143, que nos propone la Liturgia de los Laudes, concluye con un breve himno de
acción de gracias (Cf. versículos 9-10). Surge de una certeza: Dios no nos abandonará en la lucha
contra el mal. Por este motivo, el orante entona una melodía acompañándola con su arpa de diez
cuerdas, convencido de que el Señor da la victoria a su consagrado, y salva a David, su siervo (Cf.
versículos 9-10).
La palabra «consagrado» en hebreo es «mesías»: nos encontramos, por tanto, ante un Salmo
real que se transforma, en el uso litúrgico del antiguo Israel, en un canto mesiánico. Nosotros los
cristianos lo repetimos poniendo la mirada en Cristo, que nos libera de todo mal y nos sostiene en
la batalla. Ésta, de hecho, no se combate «contra la carne y la sangre, sino contra los principados,
contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del
mal que están en las alturas» (Efesios 6, 12).
5. Concluyamos con una consideración que nos sugiere San Juan Cassiano, monje del siglo IV-
V, que vivió en Galia. En su obra, «La Encarnación del Señor», basándose en el versículo 5 de nuestro
Salmo, «Señor, inclina tu cielo y desciende», ve en estas palabras la espera de la entrada de Cristo
en el mundo.
Y sigue así: «El salmista suplicaba que [...] el Señor se manifestara en la carne, apareciera
visiblemente en el mundo, entrara visiblemente en la historia (Cf. 1 Timoteo 3, 16) y que finalmente
los santos pudieran ver, con los ojos del cuerpo, todo lo que había sido previsto espiritualmente
por ellos» («La Encarnación del Señor» -- «L’Incarnazione del Signore» --, V,13, Roma 1991, páginas
208-209). Precisamente esto es lo que testimonia todo bautizado en la alegría de la fe.

Catequesis del Papa Benedicto XVI (II) (Salmo 143, 1-8)


Oración por la Victoria y por la paz
Vísperas del jueves de la semana IV
1. Nuestro recorrido por el Salterio utilizado por la Liturgia de las Vísperas se encuentra ahora
con un himno regio, el Salmo 143, del que se ha proclamado la primera parte: la Liturgia, de hecho,
propone este canto dividiéndolo en dos momentos.
La primera parte (Cf. versículos 1 a 8) revela claramente la característica literaria de esta
composición: el salmista recurre a citas de otros textos de los salmos, articulándolas en un nuevo
canto y oración.
Dado que el salmo pertenece a una época sucesiva, es fácil imaginar que el rey exaltado ya no
tiene los rasgos del soberano davídico, pues la realeza judía concluyó con el exilio de Babilonia en
el siglo VI a.C., sino más bien los de la figura luminosa y gloriosa del Mesías, cuya victoria ya no es
un acontecimiento bélico-político, sino una intervención de liberación contra el mal. Al «mesías»,
palabra griega que indica al «consagrado», le sustituye el «Mesías» por excelencia, que, en la
literatura cristiana, tiene el rostro de Jesucristo, «hijo de David, hijo de Abraham» (Mateo 1, 1).
2. El himno comienza con una bendición, es decir, con una exclamación de alabanza dirigida
al Señor, celebrado con una pequeña letanía de títulos salvíficos: es la roca segura y estable, es la
gracia amorosa, es el alcázar protegido, el refugio de defensa, la liberación, el escudo que aleja
todo asalto del mal (Cf. Salmo 143, 1-2). Aparece también la imagen marcial del Dios que adiestra
Salmo 143 (144) 131

en la lucha a su fiel para que sepa afrontar las hostilidades del ambiente, las potencias oscuras del
mundo.
Ante el Señor omnipotente, el orante, a pesar de su dignidad real, se siente débil y frágil. Emite
entonces una profesión de humildad que se formula, como ya decía, con las palabras de los salmos
8 y 38. Se siente «igual que un soplo», igual que «una sombra que pasa», inconsistente, sumergido
en el flujo del tiempo que transcurre, marcado por la limitación que es propia de la criatura (Cf.
Salmo 143, 4).
3. Surge entonces la pregunta: ¿por qué se preocupa Dios de esta criatura tan miserable y
caduca? A este interrogante (Cf. versículo 3) responde la grandiosa aparición divina, la así llamada
teofanía que está acompañada por un cortejo de elementos cósmicos y de acontecimientos
históricos, orientados a celebrar la trascendencia del Rey supremo del ser, del universo y de historia.
De este modo se hace mención de montes que echan humo con erupciones volcánicas (Cf.
versículo 5), de rayos que parecen saetas lanzadas contra los malvados (Cf. versículo 6), de «aguas
caudalosas» oceánicas, símbolo del caos del que el rey es salvado por obra de la misma mano divina
(Cf. versículo 7). En el trasfondo, se encuentran los impíos que dicen «falsedades» y «juran en falso»
(Cf. versículos 7-8), una representación concreta, según el estilo semítico, de la idolatría, de la
perversión moral, del mal que verdaderamente se opone a Dios y a su fiel.
4. Nosotros, en nuestra meditación, nos detendremos ahora en un primer momento en la
profesión de humildad que emite el salmista y nos serviremos de las palabras de Orígenes, cuyo
comentario a nuestro texto nos ha llegado a través de la versión latina de san Jerónimo. «El salmista
habla de la fragilidad del cuerpo y de la condición humana», pues «en virtud de la condición
humana, el hombre no es nada. “Vanidad de vanidades y todo vanidad”, dijo el Eclesiastés». Surge,
de nuevo, la pregunta de maravilla y agradecimiento: «“Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes
en él?”… Para el hombre es una gran felicidad el conocer a su propio Creador. En esto, nos
diferenciamos de las fieras y de los demás animales, pues sabemos que tenemos un Creador,
mientras que ellos no lo saben». Vale la pena meditar un poco en estas palabras de Orígenes, que
ve la diferencia fundamental entre el hombre y los demás animales en el hecho de que el hombre
es capaz de conocer a Dios, su Creador, en el hecho de que el hombre es capaz de la verdad, de
un conocimiento que se convierte en relación, en amistad. En nuestro tiempo, es importante que
no nos olvidemos de Dios, junto a los demás conocimientos que hemos adquirido mientras tanto,
¡y que son tantos! Se vuelven problemáticos, es más, peligrosos, si falta el conocimiento
fundamental que da sentido y orientación a todo, si falta el conocimiento de Dios, del Creador.
Volvamos a Orígenes. Dice: «No podrás salvar esta miseria, que es el hombre, si tú mismo no
la tomas sobre ti. “Señor, inclina tu cielo y desciende”. Tu oveja abandonada no podrá curarse si
no la cargas a hombros… Estas palabras están dirigidas al Hijo: “Señor, inclina tu cielo y baja”…
Has bajado, has inclinado los cielos y has extendido tu mano desde lo alto, y te has dignado a
cargar a hombros la carne del hombre, y muchos creyeron en ti» (Orígenes-Jerónimo, «74 homilías
sobre el libro de los Salmos» --«74 omelie sul libro dei Salmi»--, Milán 1993, pp. 512-515). Para
nosotros, cristianos, Dios ya no es, como en la filosofía precedente al cristianismo, una hipótesis,
sino una realidad, pues Dios «ha inclinado el cielo y ha descendido». El cielo es Él mismo, y ha
descendido entre nosotros. Con razón, Orígenes ve en la parábola de la oveja perdida, que el
pastor carga a hombros, la parábola de la Encarnación de Dios. Sí, en la Encarnación, Él ha
descendido y ha cargado a hombros nuestra carne, nos ha cargado a hombros a nosotros mismos.
De este modo, el conocimiento de Dios se ha hecho realidad, se ha hecho amistad, comunión.
Damos las gracias al Señor, pues «ha inclinado su cielo y ha descendido», ha cargado a sus espaldas
nuestra carne y nos lleva por los caminos de nuestra vida.
El Salmo, que comienza con el descubrimiento de que somos débiles y alejados del esplendor
divino, al final llega a esta gran sorpresa de la acción divina: junto a nosotros está Dios-Emanuel,
que para el cristiano tiene el rostro amoroso de Jesucristo, Dios hecho hombre, hecho uno de
nosotros.
Salmo 143 (144) 132
9
Quiero cantarte, oh Dios, un cántico nuevo,
con el salterio de diez cuerdas te cantaré:
10 “El que da la victoria a los reyes,

que salvó a David, su siervo, de la fatal espada,


11me ha salvado y me ha librado

de la mano de gente extranjera,


que con la boca habla mentiras
y con la diestra jura en falso.

12
Nuestros hijos son como plantas
que crecen en la flor de su edad;
nuestras hijas, como columnas de ángulo,
talladas para adorno de un palacio.
13Nuestros graneros están llenos,

rebosantes de toda clase de frutos.


Nuestras ovejas, mil veces fecundas,
se multiplican a miríadas en nuestros campos;
14nuestros bueyes son robustos.

No hay brechas ni salidas en nuestros muros


ni llanto en nuestras plazas.”

15
Dichoso el pueblo que tanto tiene;
dichoso el pueblo cuyo Dios es Yahvé. 


9. El cántico nuevo es lo que sigue (versículos 10-14), como se ve en el versículo 11, en que da
por recibido lo que pide en el versículo 7 s. y pinta la prosperidad mesiánica de Israel, como es
frecuente (cf. Salmo 71 y notas), por lo cual no se ve la necesidad de considerar a este fragmento
como otro Salmo agregado e inconexo, ni de atenerse a otras versiones (cf. versículo 12 ss. y nota).

10. De la fatal espada de Goliat (I Reyes 17, 51; 21, 9).

12 ss. Nuestros hijos: Así en lo restante y en vez de cuyos hijos que dice la Vulgata. Ya San
Jerónimo observó la radical diferencia que se origina de esta versión en primera persona. Todo lo
que en los versículos 12-15 se dice allí de los enemigos de Israel, se aplica de este modo a los
israelitas. Cf. Salmo 71, 13 y nota.

15 El cántico nuevo parece terminar en el versículo 14, aunque también podría continuarse
aquí. De todas maneras y en todas las versiones puede verse en esta doble exclamación un corolario
en que el salmista destaca, al modo de Jesús en Lucas 11, 28 (cf. Lucas 10, 20), que ninguna
bienaventuranza se iguala a la de ser el pueblo de Dios. Cf. Salmos 32, 18; 145, 5.


Catequesis del Papa Benedicto XVI (III) (Salmo 143, 9-15)
Oración por la victoria y por la paz
Vísperas del jueves de la semana IV
¡Queridos hermanos y hermanas!
1. Concluye hoy la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, en la que hemos
reflexionado sobre la necesidad de invocar constantemente del Señor el gran don de la unidad
plena entre todos los discípulos de Cristo. La oración, de hecho, contribuye decisivamente a hacer
más sincero y fecundo el compromiso común ecuménico de las iglesias y comunidades eclesiales.
Salmo 143 (144) 133

En este encuentro retomamos la meditación del Salmo 143, que la Liturgia de las Vísperas nos
propone en dos ocasiones diferentes (Cf. versículos 1-8 y versículos 9-15). El tono sigue siendo el
de un himno y, en este segundo movimiento del Salmo, entra en la escena la figura del «Ungido»,
es decir, del «Consagrado» por excelencia, Jesús, que atrae hacia sí a todos para que sean «una sola
cosa» (Cf. Juan 17, 11.21). No es casualidad el que el escenario que dominará en el canto se
caracterice por la prosperidad y la paz, símbolos típicos de la era mesiánica.
2. Por este motivo, el canto es definido «nuevo», término que en el lenguaje bíblico más que
hacer referencia a la novedad exterior de las palabras indica la plenitud última que sella la esperanza
(Cf. versículo 9). Se eleva, por tanto, un canto a la meta de la historia en la que finalmente quedará
acallada la voz del mal, descrita por el salmista con la «falsedad» y la «mentira», expresiones que
indican la idolatría (Cf. versículo 11).
Pero a este aspecto negativo le sigue, con un espacio mucho mayor, la dimensión positiva, la
del nuevo mundo gozoso que está a punto de afirmarse. Este es el verdadero «shalom», es decir, la
«paz» mesiánica, un horizonte luminoso articulado en una serie de imágenes de vida social que
pueden ser también para nosotros un auspicio para el nacimiento de una sociedad más justa.
3. Ante todo aparece la familia (Cf. versículo 12), que se basa en la vitalidad de la procreación.
Los hijos, esperanza del futuro, son comparados a árboles vigorosos; las hijas son representadas
como columnas sólidas que rigen el edificio de la casa, como las del templo. De la familia se pasa
a la vida económica, al campo con sus frutos conservados en graneros, con las praderías de ganado
que pace, con los animales de tiro que trabajan en campos fértiles (Cf. versículos 13-14a).
La mirada se dirige después a la ciudad, es decir, a toda la comunidad civil que finalmente goza
del don precioso de la paz y de la tranquilidad. De hecho, se han terminado definitivamente las
«brechas» que abren los invasores en los muros urbanos durante los asaltos; terminan las incursiones
que traen saqueos y deportaciones y, por último, no se escucha el «grito» de los desesperados, de
los heridos, de las víctimas, de los huérfanos, triste legado de las guerras (Cf. versículo 14b).
4. Este retrato de un mundo diverso, pero posible, es confiado a la obra del Mesías, así como
a la de su pueblo. Todos juntos, bajo la guía del Mesías, Cristo, tenemos que trabajar por este
proyecto de armonía y de paz, impidiendo la acción destructora del odio, de la violencia, de la
guerra. Es necesario, sin embargo, ponerse del lado del Dios del amor y de la justicia.
Por este motivo el Salmo concluye con las palabras: «¡Feliz el pueblo a quien así sucede feliz el
pueblo cuyo Dios es el Señor!». Dios es el bien de los bienes, la condición de todos los demás bienes.
Sólo un pueblo que reconoce a Dios y que defiende los valores espirituales y morales puede salir
realmente al encuentro de una paz profunda y convertirse asimismo en una fuerza de paz para el
mundo, para los demás pueblos. Y, por tanto, puede entonar con el salmista el «canto nuevo»,
lleno de confianza y esperanza. Recuerda espontáneamente el Pacto nuevo, la novedad misma que
es Cristo y su Evangelio.
Es lo que nos recuerda san Agustín. Al leer este Salmo, él interpreta también la frase: «salmodiaré
para ti al arpa de diez cuerdas». El arpa de diez cuerdas es para él la ley, compendiada en los diez
mandamientos. Pero de estas diez cuerdas, de estos diez mandamientos, tenemos que encontrar la
clave adecuada. Sólo si se hacen vibrar estas diez cuerdas, estos diez mandamientos --dice san
Agustín-- con la caridad del corazón suenan bien. La caridad es la plenitud de la ley. Quien vive los
mandamientos como dimensiones de la única caridad, canta realmente el «canto nuevo». La caridad
que nos une a los sentimientos de Cristo es el verdadero «canto nuevo» del «hombre nuevo», capaz
de crear también un «mundo nuevo». Este Salmo nos invita a cantar con «el arpa de diez cuerdas»,
con un nuevo corazón, a cantar con los sentimientos de Cristo, a vivir los diez mandamientos en
la dimensión del amor, a contribuir así a la paz y a la armonía del mundo (Cf. «Comentarios a los
Salmos» --«Esposizioni sui Salmi»--, 143,16: «Nuova Biblioteca Agostiniana», XXVIII, Roma 1977, pp.
677).
Salmo 144 (145) 134

Salmo 144 (145)


Bondad y majestad del Dios Rey
1Alabanza. De David.
A Ti, mi Dios Rey, ensalzaré,
y por los siglos de los siglos
bendeciré tu Nombre.
2Te bendeciré cada día;

y alabaré tu Nombre
por los siglos de los siglos.

3Grande es Yahvé y digno de suma alabanza;


su grandeza es insondable.
4Una generación anuncia a la otra tus obras,

y proclama tu poder.
5Hablan de la magnífica gloria de tu Majestad,

y divulgan tus maravillas.


6Cuentan el poderío terrible de tus hechos,

y publican tus grandezas.


7Rememoran el elogio de tu inmensa bondad,

y se gozan de tu justicia (diciendo):


8 “Yahvé es benigno y misericordioso,

magnánimo y grande en clemencia.


9Yahvé es bueno con todos,

y su misericordia se derrama sobre todas sus creaturas.”

10 Todas tus obras te alabarán, Yahvé,


1. “El reino de Dios, dice el P. Lagrange, está descrito en este Salmo en toda su amplitud
universal y sin fin.” El hebreo y las versiones señalan como autor a David y no vemos razones
suficientes para negar al gran rey poeta y profeta la paternidad de esta “oda magnífica”, de la cual
decían los rabinos que todo el que cada día recitase tres veces tal alabanza estaría seguro de ser
salvo. Es en el hebreo un Salmo alfabético y falta el versículo correspondiente a la letra Nun
(versículo 13); pero felizmente lo conocemos por las versiones antiguas.

3 ss. Vemos aquí, hasta el versículo 9, la alabanza anunciada en el versículo 2, que el salmista
entona en un presente profético (cf. versículo 10).

8. Es el cántico de las generaciones, con una alabanza que es la más agradable a Dios, porque
se refiere a su bondad. Cf. Salmos 102, 13; 135, 1 y notas. “Cuando considero aquella vuestra gran
misericordia que, según el testimonio de vuestro profeta, va delante de todas vuestras obras, luego
un frescor alegre de esperanza recrea y esfuerza mi ánima entristecida” (Fray Luis de Granada).

10. El salmista vuelve a hablar en futuro: “Te alabarán”. Así el hebreo, más exacto según el
contexto (cf. versículo 11) que “te alaben” (Vulgata). La Liturgia usa este texto, junto al de Salmo
149, 5, donde tus santos son como aquí en primer lugar los justos del Antiguo Testamento
(“hasidim”), a los cuales se dirige el salmista. “Todas tus obras”: Es decir, las hazañas de tu bondad
(versículos 4 ss.) y también todas las creaturas, las cuales, hoy sujetas a vanidad (Romanos 8, 19-
23; Génesis 3, 17 s.), “esperan con dolores de parto la manifestación de la gloria de los hijos de
Salmo 144 (145) 135
y tus santos te bendecirán.
11Publicarán la gloria de tu reino,

y pregonarán tu potestad,
12haciendo conocer a los hijos de los hombres tu poder

y el magnífico esplendor de tu reino:


13Tu reino es reino de todos los siglos;

y tu imperio, de generación en generación.

Yahvé es digno de confianza en todas sus palabras,


y benévolo en todas sus obras.

Dios”, en que ellas lo alabarán con los justos y “Él las armará contra sus enemigos” (Sabiduría 5,
16-24; Isaías 11, 6-9; 65, 25). Ya en la historia de Israel se vieron algunas maravillas de este género
en la naturaleza (Sabiduría 16, 17 ss.; 19, 11-20, etc.).

11. Uno de los grandes goces de los justos será pregonar el cumplimiento de las admirables
promesas de Dios para que todos lo alaben.

13. A este reino se refiere el P. Lagrange (nota 1). Es el reino de Cristo que no tendrá fin, como
dice el Credo, y el reino de Dios cuyo advenimiento pedimos en el Padrenuestro (cf. Apocalipsis
11, 15). Sobre los esplendores. del reino mesiánico, cf. Salmos 67, 31; 71, 1 ss. y notas. Los dos
hemistiquios finales, omitidos por el hebreo (cf. nota 1), se hallan en la versión griega de los LXX y
en la Peschitto siríaca. “Digno de confianza”: Es decir, fiel, por lo cual merece que nos fiemos de
Él.


Catequesis del Papa Benedicto XVI (I)
Himno a la grandeza de Dios
Vísperas del viernes de la semana IV
Queridos hermanos y hermanas:
1. Hemos elevado la oración del Salmo 144, una gozosa alabanza al Señor que es exaltado
como un rey cariñoso y tierno, preocupado por todas sus criaturas. La Liturgia nos presenta este
himno en dos momentos distintos, que corresponden también a los dos movimientos poéticos y
espirituales del mismo salmo. Ahora nos detendremos en la primera parte, que corresponde a los
versículos 1 a 13.
El Salmo está dirigido al Señor a quien se invoca y describe como «rey» (Cf. Salmo 144, 1),
representación divina dominante en otros himnos de los salmos (Cf. Salmo 46; 92; 95-98). Es más,
el centro espiritual de nuestro canto está constituido precisamente por una celebración intensa y
apasionada de la realeza divina. En ella se repite en cuatro ocasiones --como indicando los cuatro
puntos cardenales del ser y de la historia-- la palabra hebrea «malkut»», «reino» (Cf. Salmo 144,11-
13).
Sabemos que esta simbología regia, que tendrá un carácter central también en la predicación
de Cristo, es la expresión del proyecto salvífico de Dios: él no es indiferente a la historia humana,
es más, tiene el deseo de actuar con nosotros y para nosotros un designio de armonía y de paz.
Toda la humanidad está también convocada a cumplir este plan para obedecer a la voluntad
salvífica divina, una voluntad que se extiende a todos los «hombres», a «toda generación» y a «todos
los siglos». Una acción universal, que arranca el mal del mundo y entroniza la «gloria» del Señor, es
decir, su presencia personal, eficaz y trascendente.
2. Hacia el corazón de este salmo, que aparece precisamente en el centro de la composición,
se dirige la alabanza orante del salmista, que se hace portavoz de todos los fieles y que hoy querría
ser portavoz de todos nosotros. La oración bíblica más alta es, de hecho, la celebración de las obras
de salvación que revelan el amor del Señor por sus criaturas. El Salmo continúa exaltando «el
nombre» divino, es decir, su persona (Cf. versículos 1-2), que se manifiesta en su acción histórica: se
Salmo 144 (145) 136
14
Yahvé sostiene a todos los que caen,
y levanta a todos los agobiados.
15Los ojos de todos te miran esperando,

y Tú les das a su tiempo el alimento.


16Tú abres la mano

y hartas de bondad a todo viviente.

17Yahvé es justo en todos sus caminos,

habla de «obras», «maravillas», «prodigios», «potencia», «grandeza», «justicia», «paciencia»,


«misericordia», «gracia», «bondad» y «ternura».
Es una especie de oración en forma de letanía que proclama la entrada de Dios en las vicisitudes
humanas para llevar toda la realidad creada a una plenitud salvífica. No estamos a la merced de
fuerzas oscuras, ni estamos solos con nuestra libertad, sino que hemos sido confiados a la acción
del Señor poderoso y amoroso, que instaurará para nosotros un designio, un «reino» (Cf. versículo
11).
3. Este «reino» no consiste en el poder o el dominio, el triunfo o la opresión, como sucede por
desgracia con frecuencia con los reinos terrenos, sino que es la sede de una manifestación de piedad,
ternura, bondad, de gracia, de justicia, como confirma en varias ocasiones en los versículos que
contienen la alabanza.
La síntesis de este retrato divino está en el versículo 8: el Señor es «lento a la cólera y rico en
piedad». Son palabras que recuerdan la presentación que el mismo Dios había hecho de sí mismo
en el Sinaí, donde dijo: «El Señor, el Señor, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico
en amor y fidelidad» (Éxodo 34, 6). Tenemos aquí una preparación de la profesión de fe en Dios
de san Juan, el apóstol, al decirnos simplemente que Él es amor: «Deus caritas est» (Cf. 1 Juan 4,8.
16).
4. Además de fijarse en estas bellas palabras, que nos muestran a un Dios «lento a la cólera y
rico en piedad», dispuesto siempre a perdonar y ayudar, nuestra atención se concentra también en
el bellísimo versículo 9: «el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas». Una
palabra que hay que meditar, una palabra de consuelo, una certeza que aporta a nuestra vida. En
este sentido, san Pedro Crisólogo (nacido en torno al año 380 y fallecido en torno a 450) se expresa
con estas palabras en el «Segundo discurso sobre el ayuno»: «“Grandes son las obras del Señor”:
pero esta grandeza que vemos en la grandeza de la Creación, este poder es superado por la
grandeza de la misericordia. De hecho, habiendo dicho el profeta: “Grandes son las obras de Dios”,
en otro pasaje añade: “Su misericordia es superior a todas sus obras”. La misericordia, hermanos,
llena el cielo, llena la tierra… Por esto la grande, generosa, única misericordia de Cristo, que reservó
todo juicio para un solo día, asignó todo el tiempo del hombre a la tregua de la penitencia… Por
eso confía totalmente en la misericordia el profeta, que no tenía confianza en la propia justicia:
“Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa” (Salmo 50, 3)»
(42,4-5: «Sermoni 1-62bis», «Scrittori dell’Area Santambrosiana», 1, Milano-Roma 1996, pp.
299.301). Y nosotros decimos también al Señor: «Piedad de mí, Dios mío, pues grande es tu
misericordia»


14. Si creemos esto, que es verdad también en lo espiritual, nada tenemos que temer (I Juan
2, 3 s.), y si hemos caído, nos levantaremos fácilmente, aunque fuese del fondo del abismo (I Juan
2, 1 s.).

15 s. En las fórmulas de bendición de la mesa suelen usarse estas expresivas imágenes de la
Providencia divina (cf. Salmos 103, 21-30; 146, 9; Job 38, 41). Dios sabe lo que necesitamos antes
de que le pidamos (Mateo 6, 32).

17. Vemos aquí la disposición fundamental del cristiano: pensar bien de Dios (Sabiduría 1, 1),
sin lo cual no podemos llegar a amarlo. Nada más ingrato (para Dios que nos ha dado su Hijo) que
Salmo 144 (145) 137
y santo en todas sus obras.
18Yahvé cerca está de cuantos le invocan,

de todos los que le invocan de veras.


19Él hace la voluntad de los que le temen,

oye su clamor y los salva.


20Yahvé conserva a todos los que le aman,

y extermina a todos los impíos.

la protesta o blasfemia tan frecuente, que se atreve a decir ¿qué mal he hecho yo a Dios para que
me trate así? Nuestro Padre nos deja que nos quejemos cuanto queramos, como débiles niños,
según lo hizo Job (capítulo 6 s.). Pero ¡ay del que pretendiera tener razón contra Dios! Cf. Salmo
50,6 y nota; Job 9, 14 s.; Daniel 9, 4-10; Nehemías 1, 5.

18. Cuántos le invocan de veras: el apóstol Santiago explica esto en su Epístola (1, 6-7; 4, 2
ss. y notas).

19. Como dice Santa Teresa de Ávila, si estudiamos bien la suavidad del Padre celestial,
veremos que es Él quien obedece al hombre, según aquí se nos enseña. Cf. Salmo 36, 4; I Juan 5,
14. Claro está que, como muestran estos textos, se trata de las almas que aman, es decir, que no
son dobles y quieren identificarse con la verdad y el bien, pues la bondad de Dios, siendo perfecta,
no puede ser condescendencia sino perdón. La bondad de los hombres si está a menudo en
condescender, renunciando a la voluntad propia por ceder a la ajena (Mateo 5, 41). Pero si Dios
renunciara a su voluntad —que quiere siempre nuestro verdadero bien con una sabiduría tan
infinita como su amor— por condescendencia con los caídos hijos de Adán, sería como reconocer
que Él había estado equivocado. ¡Y luego lloraríamos con lágrimas de sangre nuestro horrible
triunfo sobre Él! Por dicha nuestra, la voluntad amorosa del Padre se realiza en nosotros tan
implacablemente como cuando un padre arranca a su hijo un arma con que iba a lastimarse, y su
condescendencia consiste en perdonarnos tantos errores y culpas y sobre todo en darnos su Espíritu
(Salmo 50, 13), que nos hace comprender y amar y agradecer, humillados, la suavísima firmeza de
esa voluntad divinamente generosa contra la cual se alza siempre, al principio, la mezquina
insensatez de nuestra carne. ¿Qué mayor luz y fuerza psicoanalítica para traer al campo de la
conciencia lo que nos desconcertaba ocultándose en lo subconsciente? La Biblia, al descubrirnos así
los repliegues y las fallas tanto en nuestro hombre corporal o físico (Gálatas 5, 16-23) cuanto en
nuestro hombre psíquico, según lo llama literalmente San Pablo en I Corintios 2, 14, realiza lo que
vemos en Hebreos 4, 12 s.: discernir entre el alma natural (psiquis) y el espíritu (pneuma), como en
I Tesalonicenses 5, 20, enseñándonos y conduciéndonos a alcanzar al hombre espiritual o
“pneumático” (I Corintios 2, 10), para el cual la Ley ha sido sustituida por la gracia (Romanos 6,
14; 8, 2; Gálatas 3, 18; 5, 18 y 23; I Timoteo 1, 9; cf. Salmo 24, 8 y nota), porque su móvil es el
amor (ibíd. 22). ¿Puede darse un ideal y un fruto más elevado y positivo de psicoanálisis? Vemos
así cosas que nos parecen paradójicas, como esa de que si uno que ha pecado viene arrepentido,
Dios le abre los brazos como al hijo pródigo, y si uno que se cree justo viene a pretender que se le
apruebe la más leve falta contra el prójimo, será rechazado inexorablemente. ¿Cómo así, puesto
que su conducta es mejor que la del otro que ya pecó? Es que para Dios —que juzga según los
corazones— no es mejor sino mucho peor porque éste pretende justificarse como el fariseo del
Templo, quien agregó a sus pecados uno nuevo, el de la soberbia, mientras que el otro se acusa
como el publicano (Lucas 18, 9 ss.).

20 s. Es bien comprensible el plan del Creador sobre sus creaturas, que se sintetiza en este
final. Él les ofrece su amor e identificándolas con su Hijo único, que las redimió de una irremediable
perdición, las llama a compartir su felicidad infinita y eterna. Se explica, pues, que, si alguien rechaza
esa oferta asombrosamente generosa, sea suprimido del banquete de la eternidad. Toda carne (cf.
Salmo 64, 3): Según Calès es el anuncio del exterminio de todos los pecadores. Cf. Salmos 36, 38;
72, 19 s.; 103, 35; Mateo 13, 39-42.
Salmo 144 (145) 138
Mi boca dirá la alabanza de Yahvé;
21

y toda carne bendecirá su santo Nombre


por los siglos de los siglos.


Catequesis del Papa Benedicto XVI (II)
El Señor sostiene a los que van a caer
Vísperas del viernes de la semana IV
1. Siguiendo a la Liturgia, que lo divide en dos partes, volvemos a reflexionar sobre el Salmo
144, un canto admirable en honor del Señor, rey cariñoso y atento a sus criaturas. Queremos
meditar ahora en la segunda parte, en los versículos 14 a 21, que retoman el tema fundamental del
primer movimiento del himno.
En él se exaltaban la piedad, la ternura, la fidelidad y la bondad divina que se extienden a toda
la humanidad, involucrando a toda criatura. Ahora el salmista concentra su atención en el amor
que el Señor reserva de manera particular al pobre y al débil. Por tanto, la realeza divina no es ni
indiferente ni altanera, como a veces puede suceder con el ejercicio del poder humano. Dios expresa
su realeza inclinándose ante las criaturas más frágiles e indefensas.
2. De hecho, antes que nada, es un padre que «sostiene a los que van a caer» y endereza a los
que han caído en el polvo de la humillación (Cf. versículo 14). Los seres vivientes, por tanto, están
orientados hacia el Señor como si fueran mendigos hambrientos y él les ofrece, como padre atento,
la comida que necesitan para vivir (Cf. versículo 15).
De los labios del orante surge entonces la profesión de fe en las dos cualidades divinas por
excelencia: la justicia y la santidad. «El Señor es justo en todos sus caminos, es santo en todas sus
acciones» (versículo 17). En hebreo, nos encontramos con dos adjetivos típicos para ilustrar la
alianza que existe entre Dios y su pueblo: «saddiq» y «hasid». Expresan la justicia que quiere salvar
y liberar del mal y la fidelidad que es signo de la grandeza amorosa del Señor.
3. El salmista se pone de parte de los beneficiados a los que define con diferentes expresiones;
son términos que constituyen, en la práctica, una representación del auténtico creyente. Éste
«invoca» al Señor en la oración confiada, lo busca en la vida «sinceramente» (Cf. versículo 18), teme
a su Dios, respetando su voluntad y obedeciendo a su palabra (Cf. versículo 19), pero sobre todo
le «ama», confiado en que será acogido bajo el manto de su protección y de su intimidad (Cf.
versículo 20).
La última palabra del salmista es, entonces la misma con la que había comenzado el himno: es
una invitación a alabar y a bendecir al Señor y su «nombre», es decir, la persona viviente y santa
que actúa y salva en el mundo y en la historia. Es más, es un llamamiento a que toda criatura que
ha recibido el don de la vida se asocie a la alabanza de la oración: «todo viviente bendiga su santo
nombre por siempre jamás» (versículo 21). Es una especie de canto perenne que debe elevarse de
la tierra al cielo, es la celebración comunitaria del amor universal de Dios, manantial de paz, alegría
y salvación.
4. Concluyendo nuestra reflexión, volvamos a meditar en ese dulce versículo que dice: «cerca
está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente» (versículo 18). Era una
frase que le gustaba particularmente a Barsanufio de Gaza, un asceta fallecido en torno a la mitad
del siglo VI, quien era consultado por monjes, eclesiásticos y laicos por la sabiduría de su
discernimiento.
Por ejemplo, a un discípulo que expresaba el deseo de «buscar las causas de las diferentes
tentaciones que le habían asaltado», Barsanufio respondía: «Hermano Juan, no tengas miedo de las
tentaciones que han surgido contra ti para ponerte a la prueba, no te afanes tratando de
comprender de qué se trata, sino más bien grita el nombre de Jesús: “Jesús, ayúdame”. Y él te
escuchará porque “cerca está el Señor de los que lo invocan”. No te desalientes, corre con ardor y
alcanzarás la meta, en Cristo, Jesús, Señor nuestro» (Barsanufio y Juan de Gaza, «Epistolario», 39:
«Collana di Testi Patristici», XCIII, Roma 1991, p. 109).
Y estas palabras del antiguo padre son válidas también para nosotros. En nuestras dificultades,
problemas, tentaciones, no tenemos que hacer simplemente una reflexión teórica --¿de dónde
vienen? -- sino que tenemos que reaccionar positivamente, invocando al Señor, manteniendo el
Salmo 145 (146) 139

Salmo 145 (146)


Confiar en Dios y no en los hombres
1¡HalIelú Yah!
Alaba a Yahvé, alma mía.
2Toda mi vida alabaré a Yahvé;

cantaré salmos a mi Dios mientras yo viva.


3No pongáis vuestra confianza en los príncipes,

en un hijo de hombre, que no puede salvar.


4Apenas el soplo le abandona, él vuelve a su polvo,

y entonces se acaban todos sus designios.


5Dichoso en cambio quien tiene en su ayuda al Dios de Jacob,

y pone su esperanza en Yahvé, su Dios,


6Creador del cielo y de la tierra,

contacto vivo con el Señor. Es más, tenemos que gritar el nombre de Jesús: “Jesús, ¡ayúdame!”. Y
podemos estar seguros de que él nos escucha, pues está cerca de quien le busca. No nos
desalentemos, sino más bien corramos con ardor --como dice este padre-- y también nosotros
alcanzaremos la vida, Jesús, el Señor.


1 ss. El Hallelú Yah (alabad a Yahvé) o Aleluya da comienzo a todos los Salmos restantes. Éste
fue compuesto sin duda, como lo indica su título y el de los siguientes según los LXX y la Vulgata,
en tiempo de Ageo y Zacarías, o sea, después del cautiverio de Babilonia, para avivar la esperanza
de Israel (Hechos 26, 6 s.). “El autor exhorta a sus conciudadanos que tenían mucho que sufrir de
la hostilidad de los samaritanos y naciones vecinas, a no poner su confianza en los hombres sino
en Dios” (Fillion) Cf. Salmo 84, 1 y nota.

2. Mientras yo viva: Cf. Salmo 103, 33. Dios tiene derecho al homenaje de los que le deben
la vida. Si así lo entendía ya el salmista, mirando a Yahvé como autor de la creación y protector de
Israel ¿qué no será para los que hemos conocido el beneficio de Cristo Redentor y sabemos que ya
no somos nuestros, ya que hemos sido comprados por Él para glorificar al Padre? Cf. I Corintios 6,
20; Gálatas 2, 20.

3. Que no puede salvar: Es decir que nunca podremos llamar a un hombre nuestro salvador,
aunque nos haya prestado algún servicio, pues tal título es propio de Dios (cf. nota anterior). A
este respecto el P. Bea observa acertadamente que la palabra latina “salvator” usada por el nuevo
Salterio Romano en algunos Salmos (cf. Salmo 64, 6) ha reemplazado con ventaja al vocablo
“salutaris” que la Vulgata aplica a Dios, pues no se trata simplemente de un Dios saludable o que
da salud, sino del único que salva y sin el cual todo hijo de Adán está irremisiblemente perdido
para siempre. La desconfianza en los hombres es virtud esencialmente bíblica y sobrenatural, es
decir, opuesta a la tendencia humanista y pagana del clasicismo grecorromano. Cf. Salmos 32, 10;
59, 11; 93, 11; 107, 13; 117, 8 s.; Jeremías 17, 5-10; Juan 2, 24 s. y nota; 5, 42 s.; Mateo 10, 17, etc.

4. El soplo de vida que el hombre recibió en las narices (Génesis 2, 7) lo tenemos apenas
prestado, por lo cual enseña Dios a dejar de confiar en tal hombre (Isaías 2, 22). Cf. Salmo 103, 29
y nota; Job 27, 3. A los poderosos que confían en sus propias fuerzas la muerte les quita todo su
poderío. Hasta los poetas paganos reconocen que “la pálida muerte entra con igual paso en los
palacios reales que en las chozas de los pobres.” Cf. Salmo 89, 10; Job 10, 9 ss.; 34, 15; Eclesiastés
12, 7; Sabiduría 16, 14; I Macabeos 2, 63.

6 ss. La primera parte es citada en Hechos 4, 24; 14, M; Apocalipsis 14, 7. Cf. Salmo 88, 12.
Conserva su fidelidad (cf. Salmo 88, 3 y nota; 99, 5; 116, 1), es decir, cumplirá cuanto se enumera
a continuación. San Pablo revela con admiración cómo esa fidelidad permanece no obstante
Salmo 145 (146) 140
del mar y de cuanto contienen,

Él conserva siempre su fidelidad;


7hace justicia a los oprimidos,

y da pan a los hambrientos.


Es Yahvé quien desata a los cautivos;
8es Yahvé quien abre los ojos de los ciegos;

Yahvé levanta a los agobiados;


Yahvé ama a los justos;
9Yahvé cuida de los peregrinos;

sustenta al huérfano y a la viuda,


y trastorna los caminos de los malvados.
10Reinará Yahvé para siempre,

el Dios tuyo, oh Sión, de edad en edad.


¡HalIelú Yah!

nuestras fallas, porque Dios “no puede dejar de ser quien es” (Romanos 3, 3-4; II Timoteo 2, 13),
“bueno con los desagradecidos y malos” (Lucas 6, 35). Cf. Lucas 5, 31 s. y nota. Según esa fidelidad
cumplirá las promesas de libertad para los israelitas cautivos entre las naciones (cf. Salmo 146, 2 y
nota; Jeremías 23, 5 s.; Ezequiel 28, 25 s.; 37, 21 ss.; Zacarías 8, 7); justicia y venganza para todos
los oprimidos; misericordia para todos los que sufren (Salmos 71, 2-4; 146, 3 y notas).

10. “En fin, Él no desaparecerá como los hombres (versículo 4), siendo el Rey inmortal, el
Dios que reinará para siempre en Sión y allí cumplirá las promesas de la salvación" (Calès). Cf.
Salmo 64, 2.


Catequesis del Papa San Juan Pablo II
Felicidad de los que esperan en Dios
Laudes del miércoles de la cuarta semana.
1. El Salmo 145, que acabamos de escuchar, es un «aleluya», el primero de los cinco Salmos que
cierran el Salterio. La tradición litúrgica judía ya utilizaba este himno como canto de alabanza para
la mañana: alcanza su culmen en la proclamación de la soberanía de Dios sobre la historia humana.
Al final del Salmo se declara, de hecho, que «El Señor reina eternamente» (versículo 10).
De ahí se deriva una verdad consoladora: no estamos abandonados a nosotros mismos, las
vicisitudes de nuestros días no están dominadas por el caos o el hado, los acontecimientos no
representan una mera sucesión de actos sin sentido y meta. A partir de esta convicción se desarrolla
una auténtica profesión de fe en Dios, exaltado con una especie de letanía en la que se proclaman
las atribuciones de amor y de bondad que le son propias (Cf. versículos 6-9).
2. Dios es el creador del cielo y de la tierra, es el custodio fiel del pacto que lo une a su pueblo,
es el que hace justicia a los oprimidos, da el pan a los hambrientos y libera a los cautivos. Abre los
ojos a los ciegos, levanta a los caídos, ama a los justos, protege al extranjero, sustenta al huérfano
y a la viuda. Trastorna el camino de los malvados y reina soberano sobre todos los seres y sobre
todos los tiempos.
Se trata de doce afirmaciones teológicas que --con su número perfecto-- quieren expresar la
plenitud y la perfección de la acción divina. El Señor no es un soberano alejado de sus criaturas,
sino que queda involucrado en su historia, luchando por la justicia, poniéndose de parte de los
últimos, de las víctimas, de los oprimidos, de los infelices.
3. El hombre se encuentra, entonces, frente a una opción radical entre dos posibilidades
opuestas: por un lado, está la tentación de confiar en los potentes (Cf. versículo 3), adoptando sus
mismos criterios inspirados en la malicia, en el egoísmo, y en el orgullo. En realidad, se trata de un
Salmo 146 (147, 1-11) 141

Salmo 146 (147, 1-11)


Dios bendice al que cree en su bondad
1¡Hallelú Yah!

camino resbaladizo y que conduce al fracaso, son «senderos tortuosos y llenos de revueltas» (Cf.
Proverbios 2, 15), que tiene como meta la desesperación.
De hecho, el salmista nos recuerda que el hombre es un ser frágil y mortal, como lo expresa el
mismo nombre «’adam» (Adán) que en hebreo hace referencia a la tierra, a la materia, al polvo. El
hombre, repite con frecuencia la Biblia, es como una casa que se derrumba (Cf. Eclesiastés 12, 1-7),
como una tela de araña que desgarra el viento (Cf. Job 8, 14), como la hierba verde en la mañana
que se seca en la noche (Cf. Salmos 89,5-6 y 102,15-16). Cuando la muerte cae sobre él, todos sus
proyectos se deshacen y vuelve a convertirse en polvo: «exhala el espíritu y vuelve al polvo, ese
día perecen sus planes» (Sal 145,4).
4. Sin embargo, el hombre tiene otra posibilidad ante sí, exaltada por el Salmista con una
bienaventuranza: «Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor, su Dios»
(versículo 5). Este es el camino de la confianza en el Dios eterno y fiel. El «amén», verbo hebreo de
la fe, significa precisamente basarse en la solidez inquebrantable del Señor, en su eternidad, en su
potencia infinita. Pero significa sobre todo compartir sus opciones, ilustradas por la profesión de fe
y de alabanza antes descrita.
Es necesario vivir en la adhesión a la voluntad divina, ofrecer el pan a los hambrientos, visitar
a los prisioneros, apoyar y consolar a los enfermos, defender y acoger a los extranjeros, dedicarse
a los pobres y míseros. En la práctica, es el mismo espíritu de las Bienaventuranzas: decidirse por
esa propuesta de amor que nos salva ya en esta vida y que después será objeto de nuestro examen
en el juicio final, que sellará la historia. Entonces seremos juzgados por la opción de servir a Cristo
en el hambriento, en el sediento, en el forastero, en el desnudo, en el enfermo, en el encarcelado.
«Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mateo 25,
40), dirá entonces el Señor.
5. Concluyamos nuestra meditación sobre el Salmo 145 con una reflexión que nos ha ofrecido
la tradición cristiana sucesiva.
Orígenes, gran escritor del siglo III, al comentar el versículo 7 de este Salmo, en el que se dice:
el Señor «da pan a los hambrientos..., liberta a los cautivos», percibe una referencia implícita a la
Eucaristía: «Tenemos hambre de Cristo, y Él mismo nos dará el pan del cielo. “Danos hoy nuestro
pan de cada día”. Quienes dicen esto están hambrientos; quienes sienten la necesidad del pan, están
hambrientos». Esta hambre es plenamente saciada por el Sacramento eucarístico, en el que el
hombre se alimenta del Cuerpo y de la Sangre de Cristo (Cf. Orígenes- Jerónimo, «74 homilías
sobre el libro de los Salmos» --«74 omelie sul libro dei Salmi»--, Milán 1993, pp. 526-527).


1. Este cántico que el nuevo Salterio Romano titula “Alabanzas de Dios poderoso y sabio
restaurador de Israel” es, según el hebreo, un solo Salmo con el siguiente (cf. Salmo 147, 1 y nota).
El Salterio Romano mantiene, como las versiones, la separación de dos, pero numerando
corridamente los versículos como en un solo poema. “Porque es bueno… porque es amable”:
Muchos corrigen el hebreo por razones métricas o prefieren otras versiones que dicen: “porque es
bueno cantarle himnos”. Como oración actual preferimos el hebreo (así también el Salterio
Romano, y otros) por su coincidencia con Salmo 135, 1 ss. La alabanza de Dios por excedencia es
la que se funda en su bondad y amabilidad y equivale al anhelo expresado en el Padrenuestro:
Santificado sea tu Nombre (Lucas 11, 2) y en el Magníficat: Santo es su nombre (Lucas 1, 49). Lo
que se nos pide es ante todo la alabanza en espíritu y en verdad (Juan 4, 23 s.), como enseña Jesús
en Mateo 6, 5 s.; 15, 8, etc., y el canto de los Salmos “en nuestros corazones” (Colosenses 3, 16).
Sin embargo, debe observarse que la intención del Salmo tiene un carácter triunfal que señalan
todos los expositores (cf. versículo 2 y nota) y que parece más propio de los Salmos proféticos (cf.
Salmo 147, 2 s.) que de la precaria situación postexílica (cf. Salmo 84, 1 y nota).
Salmo 146 (147, 1-11) 142
Alabad a Yahvé porque es bueno;
salmodiad al Dios nuestro porque es amable;
bien le está a Él la alabanza.

2Es Yahvé quien reconstruye a Jerusalén,


y congrega a los dispersos de Israel;
3Él quien sana a los de corazón llagado,

y venda sus heridas;


4Él quien fija el número de las estrellas,

y a cada una llama por su nombre.


5Grande es nuestro Señor, poderoso en fuerza;

y su sabiduría no tiene medida.


6Yahvé levanta a los humildes,

y abaja hasta la tierra a los impíos.


7Ensalzad a Yahvé con acciones de gracias,

cantad al son de la cítara salmos a nuestro Dios,


8que cubre el cielo de nubes,

y prepara la lluvia para la tierra;


que en los montes hace brotar hierba,
y plantas para servir al hombre;
9que da su alimento a los ganados,


2. “Alusión manifiesta a la restauración de Jerusalén y a la vuelta de los israelitas del destierro”
(Páramo). Gramática señala el paralelismo con Salmos 50, 20; 101, 17 y con Deuteronomio 30, 3;
Isaías 11, 12; 27, 13; 56, 8 y Ezequiel 39, 28. Puede verse asimismo Salmo 68, 36; Ezequiel 36, 28
ss.

3 ss. El salmista alaba en Dios primeramente la bondad (cf. Isaías 61, 1); después (versículo 4
s.) el poder y la sabiduría (cf. Génesis 15, 5; Isaías 40, 26; Bar. 3, 35), y finalmente (versículo 6) la
justicia de su juicio (cf. Salmos 71, 2ss.; 145, 7 y nota; Isaías 61, 2ss.; Lucas 1, 51-55).

5. No tiene medida: San Agustín, contra las pretensiones analíticas, harto humanas, de la
gnosis que reforma a su medida el misterio de Dios (I Corintios 2, 7), poniéndole y quitándole
según parezca razonable con arreglo a nuestra naturaleza (Colosenses 2, 8), exclama: “Callen las
voces humanas; sosiegue el humano pensamiento; no sondees lo incomprensible para
comprenderlo sino para participar de él.” Es que “ante el misterio de Dios se desvanece, tanto el
intelectualismo filosófico de la razón como el sentimentalismo romántico de la fantasía, que son
del hombre natural o «psíquico» (I Corintios 2, 14) y sólo sirve el espíritu, que es del orden
sobrenatural (I Corintios 2, 10). San Pablo enseña que podemos llegar a saber separar lo que es del
«alma» y lo que es del «espíritu» —suma aspiración de todo esfuerzo psicoanalítico— mediante la
eficacia de la Palabra de Dios, porque sólo ella, que es «viva y eficaz», penetra en nuestro ser más
hondamente «que cualquier espada de dos filos»” (Hebreos 4, 12). Cf. Salmos 91, 6; 147, 9 y notas;
Eclesiástico 24, 23 ss.; II Juan 9.

9. Cf. Salmos 83, 4; 103, 27 ss.; 144, 15 s.; Job 38, 41; Mateo 6, 26, etc. Lejos de olvidarse de
lo pequeño, como los hombres, Dios parece ostentar la más sorprendente predilección hacia todo
lo que es tenido por insignificante (cf. Salmo 112, 6 ss.). Y lo mismo se dice de la sabiduría
(Proverbios 9, 4). Es ésta ciertamente una de las cosas que nos hacen a Dios más incomprensible y
paradójico a nuestra vista mientras no lleguemos, por un contacto permanente con el Evangelio, a
aprender el total menosprecio de los “valores” mundanos. Jesús lo proclama de un modo llamativo
en Lucas 16, 15, el texto que ha sido llamado “tumba del humanismo”. Conclusión: que Él es
Salmo 146 (147, 1-11) 143
y a las crías de los cuervos que pían.
10Él no se deleita en el vigor del caballo,

ni le agradan los músculos del hombre.


11La complacencia de Yahvé está en los que le temen,

los que se fían en su bondad.

inefablemente bondadoso con nuestras miserias, implacablemente riguroso con la menor suficiencia
por parte del hombre. Cf. Salmo 144, 19; Juan 2, 24 y notas. “¡Feliz de usted que es miserable y se
siente miserable! Si fuera «virtuoso» o «importante» no sería elegido del Dios de la compasión. La
cuestión es aprender a no sorprendernos en nuestro amor propio al encontrarnos miserables. Eso
se aprende en la Escritura, pues ella nos enseña que todos lo somos, con la diferencia de que muchos
no lo confiesan por soberbia y otros no lo saben por falta de conocimiento de la Revelación” (de
una carta de dirección espiritual).

10. Consecuente con lo que dejamos dicho, se nos muestra aquí la misma doctrina aun en
materia física, tanto con respecto a las tropas y pertrechos (cf. Salmo 32, 16 s.; Jueces 7, 1 ss.; I
Macabeos 3, 18 s., etcétera) cuanto a la fuerza atlética del hombre, que en los tiempos de paganismo
se cultiva como un fin más que como un medio, abusando de la gimnasia corporal (cf. I Macabeos
1, 15; II Macabeos 4, 9), cuyo exceso, en vez de prolongar la vida, la ha truncado no pocas veces
por accidentes o enfermedades del corazón. San Pablo pone admirablemente en su punto el
ejercicio corporal, diciendo que es útil para poco, en tanto que la piedad es útil para todo, pues
tiene también la promesa de esta vida además de la eterna (I Timoteo 4, 8). Cf. Mateo 6. 33.

11. Los que le temen… se fían en su bondad: Como en Salmo 129, 4 vemos aquí que, lejos
del miedo que aparta del amor (I Juan 4, 18), se trata de esa admirativa opinión sobre la bondad
de Dios (Salmo 145, 6 ss. y nota), en lo cual consiste la sabiduría (Sabiduría 1, 1 ss.) En este versículo,
que tanto contrasta con lo precedente y que no nos muestra como ideal lo gigantesco, según
solemos creer, sino la infancia espiritual (cf. Salmo 130), se nos da una doctrina hondísima y no una
vaguedad sentimental (cf. Mateo 18, 3 s.). En toda la divina Escritura, junto con el concepto de que
Dios es Padre (Salmo 102, 13s.), el mismo Dios nos revela constantemente la básica importancia
que para Él tiene la confianza que ponemos en Él. Sin este conocimiento espiritual de Dios en vano
buscaríamos alimentar nuestra fe con especulaciones acerca de una realidad que es eminentemente
sobrenatural y está por encima de toda ciencia. Cf. Isaías 55, 8 ss.; Salmo 32, 22 y nota; Marcos 9,
22; Gálatas 1, 1 ss., etc.).


Catequesis del Papa San Juan Pablo II
Poder y bondad del Señor
Laudes del jueves de la semana IV
1. El Salmo que se acaba de entonar es la primera parte de una composición que comprende
también el Salmo sucesivo, el 147, que el original hebreo mantiene en su unidad. Las antiguas
versiones griega y latina dividieron el canto en dos Salmos distintos.
El Salmo comienza con una invitación a alabar a Dios y después enumera una larga serie de
motivos de alabanza, expresados todos en presente. Se trata de obras de Dios consideradas como
características y siempre actuales; sin embargo, son de naturaleza muy diferente: algunas afectan a
las intervenciones de Dios en la existencia humana (Cf. Salmo 146, 3.6.11) y en particular a favor
de Jerusalén y de Israel (Cf. versículo 2); otras afectan al universo creado (Cf. versículo 4) y de
manera especial a la tierra con su vegetación y animales (Cf. versículos 8-9).
Describiendo a aquel en quien se complace el Señor, el Salmo nos invita a una doble actitud:
de temor religioso y de confianza (Cf. versículo 11). No estamos abandonados a nosotros mismos
o a las energías cósmicas; estamos siempre en las manos del Señor, según su proyecto de salvación.
2. Después de la invitación festiva a la alabanza (Cf. versículo 1), el Salmo se desarrolla en dos
movimientos poéticos y espirituales. En el primero (Cf. versículos 2-6) se introduce ante todo en la
acción histórica de Dios, presentado con la imagen de un constructor que está reedificando
Jerusalén, que ha vuelto a la vida tras el exilio de Babilonia (Cf. versículo 2). Pero este gran artífice,
Salmo 146 (147, 1-11) 144

el Señor, se revela también como un padre que se inclina sobre las heridas interiores y físicas,
presentes en su pueblo humillado y oprimido (Cf. versículo 3).
San Agustín, en la «Exposición del Salmo 146», pronunciada en Cartago, en el año 412,
comentaba así esta frase: «El señor cura al que tiene el corazón roto». «Quien no tiene el corazón
roto no puede ser curado... ¿Quiénes tienen el corazón roto? Los humildes. Y, ¿quiénes son los que
no lo tienen? Los soberbios. El corazón roto es curado; el corazón lleno de orgullo es abatido. Es
más, con probabilidad, si se abate es precisamente para que, una vez roto, pueda ser enderezado,
pueda ser curado... “Él sana los corazones destrozados, venda sus heridas” ... Es decir, cura a los
humildes de corazón, a los que se confiesan, a los que expían, a los que se juzgan con severidad
para poder experimentar su misericordia. A ése le cura. Sin embargo, la salud perfecta sólo se podrá
alcanzar al final del estado mortal presente, cuando nuestro ser corruptible se revista de
incorruptibilidad y nuestro ser mortal se revista de inmortalidad» (5-8: «Exposiciones sobre los
Salmos» --«Esposizioni sui Salmi» --, IV, Roma 1977, pp. 772-779).
3. Pero la obra de Dios no se manifiesta sólo cuando cura al pueblo de los sufrimientos. Él, que
rodea de ternura y cariño a los pobres, es juez severo de los impíos (Cf. versículo 6). El Señor de la
historia no es indiferente ante los prepotentes que creen ser los únicos árbitros de las vicisitudes
humanas: Dios hunde en el polvo de la tierra a quienes desafían el cielo con su soberbia. (Cf. 1
Samuel 2,7-8; Lucas 1, 51-53).
La acción de Dios, sin embargo, no se agota en su señorío sobre la historia; es también el rey
de la creación, todo el universo responde a su llamamiento de creador. No sólo es capaz de contar
toda la incontable serie de las estrellas, sino que puede atribuirle a cada una un nombre, definiendo
por tanto su naturaleza y características (Cf. Salmo 146, 4).
El profeta Isaías cantaba: «Alzad a lo alto los ojos y ved: ¿quién ha hecho esto? El que hace salir
por orden al ejército celeste, y a cada estrella por su nombre llama» (40, 26). Los «ejércitos» del
Señor son las estrellas. El profeta Baruc añadía: «brillan los astros en su puesto de guardia llenos de
alegría, los llama él y dicen: ¡Aquí estamos!, y brillan alegres para su Hacedor» (3,34-35).
4. Después de una nueva invitación gozosa a la alabanza (Cf. Salmo 146, 7), comienza el
segundo movimiento del Salmo 146 (Cf. versículos 7-11). En la escena vuelve a aparecer la acción
creadora de Dios en el cosmos. En un paisaje con frecuencia árido, como el oriental, el primer signo
del amor divino es la lluvia que fecunda la tierra (Cf. versículo 8). De este modo, el Creador prepara
la mesa para los animales. Es más, se preocupa de dar de comer a los seres vivientes más pequeños,
como las crías de cuervo que graznan de hambre (Cf. versículo 9). Jesús nos invitará a mirar «las
aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las
alimenta» (Mateo 6, 26; Cf. también Lucas 12, 24 con la referencia explícita a los «cuervos»).
Pero una vez más, la atención se dirige a la creación de la existencia humana. De este modo el
Salmo se concluye mostrando al Señor que se inclina sobre el que es justo y humilde (Cf. Salmo
146, 10-11), como ya se había declarado en la primera parte del himno (Cf. versículo 6). A través
de dos símbolos de potencia, el caballo y los jarretes del hombre, se presenta la actitud divina que
no se deja conquistar ni atemorizar por la fuerza. Una vez más la lógica del Señor ignora el orgullo
y la arrogancia del poder, poniéndose más bien de parte de quien es fiel y «confía en su
misericordia» (versículo 11), es decir, quien se abandona a la guía de Dios, en su actuar y pensar, en
sus planes y en su vida cotidiana.
Entre éstos tiene que colocarse también el orante, fundando su esperanza en la gracia del Señor,
seguro de estar envuelto por el manto del amor divino: «Los ojos del Señor están sobre quienes le
temen, sobre los que esperan en su amor, para librar su alma de la muerte, y sostener su vida en la
penuria... En él se alegra nuestro corazón, y en su santo nombre confiamos» (Salmo 32, 18-19. 21).
Salmo 147 145

Salmo 147
Cántico de la nueva Jerusalén
1Da gloria a Yahvé, oh Jerusalén;
alaba, oh Sión, a tu Dios.
2Porque Él ha asegurado los cerrojos de tus puertas;

ha bendecido tus hijos dentro de ti.


3Él ha puesto paz en tus fronteras,

y te alimenta de la flor del trigo.

4Él manda sus órdenes a la tierra;


su palabra corre veloz.
5Él derrama la nieve como copos de lana;

esparce como ceniza la escarcha.


6Él echa su hielo como bocados de pan;

¿quién resistiría su frío?


1. Como bien observa Dom Puniet, es este Salmo otro cántico de alabanza que el hebreo pone
como continuación del anterior a causa de la analogía, pero que puede ser independiente y
completo en sí mismo. En la antigua versión de los LXX lleva como título lo mismo que el anterior:
“Alleluia. De Ageo y de Zacarías”, y su objeto primero, de carácter profético, es la nueva Jerusalén,
ya preparada para las Bodas del Cordero (Apocalipsis 19, 6-9), atribuyéndole una paz, prosperidad
y santidad que nunca tuvo la Jerusalén de Nehemías a la vuelta de Babilonia ni menos después
(Salmos 84, 1; 146, 2 y notas; cf. Nehemías 5, 1 ss.; 9, 36s.). “Entonces, dice San Hilario, la alabanza
será perfecta.” Calès señala esta tendencia mesiánica del Salmo y agrega: “Yahvé juntará a los
dispersos de Israel, sanará los corazones lacerados, multiplicará a sus fieles y los nutrirá con la flor
del trigo. Su pueblo tendrá por recinto la paz, Él levantará a los humildes y abatirá a los soberbios”
(cf. Salmo 71, 12 ss.; Lucas 1, 51 s.). Según esto, no podría explicarse la opinión de que el Salmo
celebrase equivocadamente como seguros los muros de Jerusalén reconstruidos por Nehemías
(Nehemías 12, 27-46), ni la ilusoria prosperidad de Israel antes que llegasen “las nuevas desilusiones
no comprobadas por la profecía de Malaquías”.

2. Él ha asegurado los cerrojos de tus puertas, para que nunca más pueda entrar el enemigo
invasor, que tantas veces devastó la Tierra Santa. Cf. Ezequiel 39, 26 y nota.

3. Sobre la paz de los tiempos mesiánicos cf. Salmo 71, 7 y nota. “La flor del trigo”: Cf. Salmos
80, 17; 140, 2 y nota.

4 ss. Desciende aquí el salmista al universo natural que Dios gobierna desde ahora con su
Palabra (Salmo 148, 5 y 8). Desde ahora se manifiesta también la bondad y sabiduría del Creador
y Conservador a través de la naturaleza, mediante su Palabra que en el Cosmos es más obedecida
que entre los hombres (Salmos 32, 9; 148, 5 y 8; Job 37, 7; capítulos 38 ss.; cf. II Tesalonicenses 3,
1). La nieve (versículo 5) cae suavemente en forma de blanquísimos copos de lana y como tal cubre
las sementeras y las protege contra un frío excesivo. La escarcha (Vulgata: niebla) forma un delgado
manto que cubre la tierra como ceniza. Y si el granizo (el hielo, versículo 6) no cayera tan
desmenuzado ¿quién podría soportar su inclemencia? Así resulta del Texto Masorético. Otros, según
la corrección de Derenbourg, Zorell, etc., en vez de esta pregunta leen: ante su frío se congelan las
aguas. Bover-Cantera da al versículo 6 esta versión: El que lanza cual migas su hielo, para el agua a
su frío helador.
Salmo 147 146
7
Él envía su palabra y los derrite;
hace soplar el viento, y las aguas corren.
8Él dio a conocer su palabra a Jacob;

sus estatutos y sus mandatos a Israel.


9No hizo tal con ninguno de los otros pueblos;

a ellos no les manifestó sus disposiciones.


¡Hallelú Yah!


7. Los derrite, es decir, el hielo, el granizo, la nieve (versículos 5 y 6); el viento cálido convierte
el hielo en benéficas corrientes de agua. Por eso San Pablo (Romanos 1, 18 ss.) llama inexcusables a
los que no descubren la magnificencia de Dios en la creación (cf. Salmo 103 y sus notas; Hechos de
los Apóstoles, 14, 17).

8. En contraste con esa ceguera de los paganos, cuya bestialidad muestra el Apóstol (Romanos
1, 21 ss.), Dios se elige un pueblo y le habla no sólo desde Moisés y los Profetas sino desde Abrahán
(cf. I Corintios 1, 20 s.; Deuteronomio 4, 32 s., etc.). En Hechos 28, 28 vemos, según lo declara
San Pablo, cesar esta privilegiada vocación del incrédulo Israel, por un lapso que según el mismo
Apóstol tendrá fin un día (Romanos 11, 25 s.).

9. No hizo tal: Más que otros pueblos, Israel tiene motivos para alabar al Señor, a causa de
la Revelación (Salmo 147, 8 s.) y de las promesas (Salmos 104, 9 ss.; 145, 7 y nota; Romanos 9, 4
s.). No les manifestó sus disposiciones: En este pasaje que el apóstol San Pablo ratifica en Romanos
3, 2; 9, 4 s., se nos muestra la trascendencia de la Revelación para el conocimiento de Dios (Juan
1, 18; 6, 46), a fin de que no busquemos sólo “en la idea del Ser infinitamente perfecto lo que está
escondido en las voluntades del Ser soberanamente libre” (Ed, Babuty). Cf. 2, 8 y nota.


Catequesis del Papa San Juan Pablo II (I)
Restauración de Jerusalén
Laudes del viernes de la semana II
1. El «Lauda Jerusalem» que acabamos de proclamar es particularmente querido por la liturgia
cristiana. Con frecuencia entona el Salmo 147 para referirse a la Palabra de Dios, que «corre veloz»
sobre la faz de la tierra, pero también a la Eucaristía, auténtica «flor de harina» donada por Dios
para «saciar» el hambre del hombre (Cf. versículos 14-15).
Orígenes, en una de sus homilías, traducidas y difundidas en Occidente por san Jerónimo, al
comentar este Salmo, ponía precisamente en relación la Palabra de Dios con la Eucaristía: «Nosotros
leemos las sagradas Escrituras. Yo pienso que el Evangelio es el Cuerpo de Cristo; yo pienso que las
sagradas escrituras son sus enseñanzas. Y cuando dice: “Quien no coma de mi carne y beba de mi
sangre” (Juan 6, 53), si bien puede referirse también al Misterio [eucarístico]; sin embargo, el cuerpo
de Cristo y su sangre es verdaderamente la palabra de la Escritura, y la enseñanza de Dios. Si al
recibir el Misterio [eucarístico] dejamos caer una brizna, nos sentimos perdidos. Y al escuchar la
Palabra de Dios, cuando nuestros oídos perciben la Palabra de Dios y la carne de Cristo y su sangre,
¿en qué peligro tan grande caeríamos si nos ponemos a pensar en otras cosas? («74 Homilías sobre
el Libro de los Salmos» --«74 Omelie sul Libro dei Salmi» --, Milán 1993, pp. 543-544).
Los expertos señalan que este Salmo está relacionado con el precedente, constituyendo una
composición única, como sucede precisamente en el original hebreo. Es, de hecho, un sólo y
coherente cántico en honor de la creación y de la redención realizadas por el Señor. Se abre con
un gozoso llamamiento a la alabanza: «Alabad al Señor, que la música es buena; nuestro Dios
merece una alabanza armoniosa» (Salmo 146, 1).
2. Si prestamos atención al pasaje que acabamos de escuchar, podemos descubrir tres
momentos de alabanza, introducidos por una invitación a la ciudad santa, Jerusalén, a glorificar y
alabar a su Señor (Cf. Salmo 147, 12).
- Dios actúa en la historia
Salmo 147 147

En un primer momento (Cf. versículos 13-14) entra en escena la acción histórica de Dios. Es
descrita a través de una serie de símbolos que representan la obra de protección y de apoyo del
Señor a la ciudad de Sión y a sus hijos. Ante todo, hace referencia a los «cerrojos» que refuerzan y
hacen infranqueables las puertas de Jerusalén. El Salmista se refiere probablemente a Nehemías que
fortificó la ciudad santa, reconstruida después de la experiencia amarga del exilio de Babilonia (Cf.
Nehemías 3, 3.6.13-15; 4, 1-9; 6, 15-16; 12, 27-43). Entre otras cosas, la puerta es un signo que
indica a toda la ciudad en su compacidad y tranquilidad. En su interior, representado como un seno
seguro, los hijos de Sión, es decir, los ciudadanos, gozan de paz y serenidad, envueltos en el manto
protector de la bendición divina.
La imagen de la ciudad gozosa y tranquila es exaltada por el don altísimo y precioso de la paz
que hace seguros los confines. Pero precisamente porque para la Biblia la paz -«shalôm»- no es un
concepto negativo, evocador de la ausencia de la guerra, sino un dato positivo de bienestar y
prosperidad, el Salmista habla de saciedad al mencionar la «flor de harina», es decir, el excelente
trigo de espigas repletas de granos. El Señor, por tanto, ha reforzado las murallas de Jerusalén (Cf.
Salmo 87, 2), ha ofrecido su bendición (Cf. Salmo 128, 5; 134, 3), extendiéndola a todo el país, ha
donado la paz (Cf. Salmo 122, 6-8), ha saciado a sus hijos (Cf. Salmo 132, 15).
- Dios crea
3. En la segunda parte del Salmo (Cf. Salmo 147, 15-18), Dios se presenta sobre todo como
creador. En dos ocasiones se relaciona la obra creadora con la palabra que había dado origen al
ser: «Dijo Dios: "Haya luz"» y hubo luz... «Manda su mensaje a la tierra...» «Manda una orden» (Cf.
Génesis 1, 3; Salmo 147, 15.18).
Por indicación de la Palabra divina irrumpen y se establecen las dos estaciones fundamentales.
Por un lado, la orden del Señor hace descender sobre la tierra el invierno, representado por la
nieve blanca como la lana, por la escarcha parecida a la ceniza, por el granizo comparado a las
migajas de pan y por el hielo que todo lo bloquea (Cf. versículos 16-17). Por otro lado, otra orden
divina hace soplar el viento caliente que trae el verano y que derrite el hielo: las aguas de la lluvia
y de los torrentes pueden discurrir libres e irrigar la tierra, fecundándola.
La Palabra de Dios está, por tanto, en la raíz del frío y del calor, del ciclo de las estaciones y
del flujo de la vida de la naturaleza. Se invita a la humanidad a reconocer y dar gracias al Creador
por el don fundamental del universo, que la circunda, y permite respirar, la alimenta y la sostiene.
- Dios ofrece su Revelación
4. Se pasa entonces al tercer y último momento de nuestro himno de alabanza (Cf. versículos
19-20). Se vuelve a hacer mención del Señor de la historia con quien se había comenzado. La
Palabra divina lleva a Israel un don todavía más elevado y precioso, el de la Ley, la Revelación. Un
don específico: «con ninguna nación obró así, ni les dio a conocer sus mandatos» (versículo 20).
La Biblia es, por tanto, el tesoro del pueblo elegido al que hay que acudir con amor y adhesión
fiel. Es lo que dice, en el Deuteronomio, Moisés a los judíos: «Y ¿cuál es la gran nación cuyos
preceptos y normas sean tan justos como toda esta Ley que yo os expongo hoy?» (Deuteronomio
4, 8).
5. Así como se constatan dos acciones gloriosas de Dios en la creación y en la historia, así existen
también dos revelaciones: una escrita en la naturaleza misma y abierta a todos; la otra ha sido
donada al pueblo elegido, que tendrá que testimoniarla y comunicarla a toda la humanidad y que
está comprendida en la Sagrada Escritura. Dos revelaciones distintas, pero Dios es único como única
es su Palabra. Todo se ha hecho por medio de la Palabra --dirá el prólogo del Evangelio de Juan--
y sin ella nada de lo que existe ha sido hecho. La Palabra, sin embargo, también se hizo «carne», es
decir, entró en la historia, y puso su morada entre nosotros (Cf. Juan 1, 3.14).

Catequesis del Papa San Juan Pablo II (II)


Restauración de Jerusalén
Laudes del viernes de la semana IV
1. El Salmo que se acaba de proponer a nuestra meditación constituye la segunda parte del
precedente Salmo 146. Las antiguas traducciones griega y latina, seguidas por la Liturgia, lo han
Salmo 147 148

considerado, sin embargo, como un canto independiente, pues su inicio lo distingue claramente de
la parte anterior. Este inicio se ha hecho famoso en parte por haber sido llevado con frecuencia a
la música en latín: «Lauda, Jerusalem, Dominum». Estas palabras iniciales constituyen la típica
invitación de los himnos de los salmos a alabar al Señor: Jerusalén, personificación del pueblo, es
interpelada para que exalte y glorifique a su Dios (Cf. versículo 12).
Ante todo, se menciona el motivo por el que la comunidad orante debe elevar al Señor su
alabanza. Es de carácter histórico: ha sido Él, el Liberador de Israel del exilio de Babilonia, quien ha
dado seguridad a su pueblo, reforzando «los cerrojos de las puertas» de la ciudad (Cf. versículo 13).
Cuando Jerusalén se derrumbó ante el asalto del ejército del rey Nabucodonosor en el año
586 a. c., el libro de las Lamentaciones presentó al mismo Señor como juez del pecado de Israel,
mientras «decidió destruir la muralla de la hija de Sión... Él deshizo y rompió sus cerrojos»
(Lamentaciones 2, 8.9). Ahora, el Señor vuelve a construir la ciudad santa; en el templo resurgido
vuelve a bendecir a sus hijos. Se menciona así la obra realizada por Nehemías (Cf. Nehemías 3, 1-
38), quien restableció los muros de Jerusalén para que volviera a ser oasis de serenidad y paz.
2. De hecho, la paz, «shalom» es evocada inmediatamente, pues es contenida simbólicamente
en el mismo nombre de Jerusalén. El profeta Isaías ya había prometido a la ciudad: «Te pondré
como gobernantes la paz, y por gobierno la justicia» (60, 17).
Además de reconstruir los muros de la ciudad, de bendecirla y de pacificarla en la seguridad,
Dios ofrece a Israel otros dones fundamentales: así lo describe el final del Salmo. Se recuerdan los
dones de la Revelación, de la Ley de las prescripciones divinas: «Anuncia su palabra a Jacob, sus
decretos y mandatos a Israel; con ninguna nación obró así, ni les dio a conocer sus mandatos»
(Salmo 147, 19).
De este modo, se celebra la elección de Israel y su misión única entre los pueblos: proclamar al
mundo la Palabra de Dios. Es una misión profética y sacerdotal, pues «¿cuál es la gran nación cuyos
preceptos y normas sean tan justos como toda esta Ley que yo os expongo hoy?» (Deuteronomio
4, 8). A través de Israel y, por tanto, también a través de la comunidad cristiana, es decir, la Iglesia,
la Palabra de Dios puede resonar en el mundo y convertirse en norma y luz de vida para todos los
pueblos (Cf. Salmo 147, 20).
3. Hasta este momento hemos descrito el primer motivo de la alabanza que hay que elevar al
Señor: es una motivación histórica, ligada a la acción liberadora y reveladora de Dios con su pueblo.
Hay, además, otra razón para exultar y alabar: es de carácter cósmico, es decir, ligada a la
acción creadora de Dios. La Palabra divina irrumpe para dar vida al ser. Como un mensajero,
recorre los espacios inmensos de la tierra (Cf. Salmo 147, 15). E inmediatamente hace florecer
maravillas.
De este modo, llega el invierno, presentado en sus fenómenos atmosféricos con un toque de
poesía: la nieve es como lana por su candor, la escarcha recuerda al polvo del desierto (Cf. versículo
16), el granizo se parece a las migajas de pan echadas al suelo, el hielo congela la tierra y bloquea
la vegetación (Cf. versículo 17). Es un cuadro invernal que invita a descubrir las maravillas de la
creación y que será retomado en una página sumamente pintoresca por otro libro bíblico, el
Eclesiástico (43,18-20).
4. Ahora bien, la acción de la Palabra divina también hace reaparecer la primavera: el hielo se
deshace, el viento caluroso sopla y hace discurrir las aguas (Cf. Salmo 147, 18), repitiendo así el
perenne ciclo de las estaciones y, por tanto, la misma posibilidad de vida para hombres y mujeres.
Naturalmente no han faltado lecturas metafóricas de estos dones divinos: La «flor de harina»
ha hecho pensar en el don del pan eucarístico. Es más, el gran escritor cristiano del siglo III, Orígenes,
vio en esa harina un signo del mismo Cristo, y en particular, de la Sagrada Escritura.
Este es su comentario: «Nuestro Señor es el grano de trigo que cae a tierra y se multiplicó por
nosotros. Pero este grano de trigo es superlativamente copioso. La Palabra de Dios es
superlativamente copiosa, recoge en sí misa todas las delicias. Todo lo que quieres, proviene de la
Palabra de Dios, como narran los judíos: cuando comían el maná sentían en su boca el sabor de lo
que cada quien deseaba. Lo mismo sucede con la carne de Cristo, palabra de la enseñanza, es decir,
la comprensión de las santas Escrituras: cuanto más grande es nuestro deseo, más grande es el
Salmo 148 149

Salmo 148
Aleluya de las creaturas
1¡Hallelú Yah!
Alabad a Yahvé desde los cielos,
alabadlo en las alturas.
2Ángeles suyos, alabadlo todos;

alabadle todos, ejércitos suyos.


3Alabadle, sol y luna;

lucientes astros, alabadle todos.


4Alabadle, cielos de los cielos

alimento que recibimos. Si eres santo, encuentras refrigerio; si eres pecador, tormento» (Orígenes -
Jerónimo, «74 homilías sobre el libro de los Salmos» («74 omelie sul libro dei Salmi»), Milán 1993,
pp. 543-544).
5. Por tanto, el señor actúa con su Palabra no sólo en la creación, sino también en la historia.
Se revela con el lenguaje mudo de la naturaleza (Cf. Salmo 18, 2-7), pero se expresa de manera
explícita a través de la Biblia y a través de su comunicación personal por medio de los profetas y
en plenitud por medio del Hijo (Cf. Hebreos 1,1-2). Son dos dones de su amor diferentes, pero
convergentes.
Por este motivo todos los días debe elevarse hacia el cielo nuestra alabanza. Es nuestras gracias,
que florece desde la aurora en la oración de Laudes para bendecir al Señor de la vida y de la
libertad, de la existencia y de la fe, de la creación y de la redención.


1. Este admirable himno, que recuerda el Benedicite de Daniel 3, es una hermosísima invitación
a todas las creaturas para que alaben a Dios, como en los tres Salmos precedentes y en los dos que
le siguen, por los singulares beneficios y promesas que su bondad ha hecho a su pueblo,
especialmente la de restablecerlo de nuevo en su país después de la miseria y dispersión (versículo
13 s.; cf. Salmo 145, 7 y notas). Es un llamado que abarca a un tiempo lo celestial (versículos 1-6) y
lo terrenal (versículos 7-14). Cf. Salmos 144,10 y nota; 149, 5 ss.

2. Ejércitos: Son en la Sagrada Escritura los ángeles (III Reyes 22, 19; II Paralipómenos 18, 18)
y también los astros (Nehemías 9, 6; Job 38, 7). Aquí ha de preferirse la primera significación, por
razones estilísticas (el paralelismo de los hemistiquios según las reglas de la poesía hebrea). Cf.
Salmos 102, 20 s.; 103, 4; 67, 18; 90, 11 y notas; 148, 8; Apocalipsis 7, 1; 9, 14.

4. Cielos de los cielos: Fórmula hebrea para designar el cielo superior, que la antigüedad
llamaba cielo empíreo, por oposición al cielo inferior o firmamento (cf. Salmos 113 b, 16; 13, 14;
138, 8). Según algunos, considerando la creación que comprende “los cielos y la tierra” (Gen 1, 1)
podría distinguirse, en lo que se denomina genéricamente “los cielos” como esfera celestial
(excluyendo el cielo atmosférico y el astral), tres clases, a saber: 1° “Los cielos” del Antiguo
Testamento, que comprenderían a “El cielo” en el Nuevo Testamento, donde si este singular en
sentido específico designa la esfera inmediata a la tierra (Mateo 6, 26; 8, 20; 16, 2; 24, 30; Marcos
13, 25; Hechos 7, 42; Apocalipsis 6, 13); en sentido genérico designa el conjunto de las esferas
supraterrenales (Lucas 15, 7 y 10; Mateo 5, 34; 11, 25; 28, 18; Hechos 1, 11; 3, 21; 17, 24; I Corintios
8, 5; I Pedro 3, 22). 2° El medio del cielo, que correspondería quizás al cielo interestelar e
interplanetario, pero en el orden espiritual (Apocalipsis 8, 13; 14, 6; 19, 17). 3° “Los cielos de tos
cielos”, que aquí vemos, los que en el griego neotestamentario serían siempre llamados “los cielos”
(Mateo 5, 12 y 16; 16, 19; 18, 10; Lucas 12, 33; Hechos 7, 56; II Corintios 5, 1; Apocalipsis 12, 12).
Por encima de esta triple esfera celestial de la creación estaría la esfera propia de Dios, es decir,
increada (cf. Salmos 8, 2; 112, 4-6; Efesios 1, 3 y 20; 3, 10; 4, 10).
Salmo 148 150
y aguas que estáis sobre los cielos:
5alaben el Nombre de Yahvé,

porque Él lo mandó, y fueron creados.


6Él los estableció para siempre y por los siglos;

dio un decreto que no será transgredido.

7 Alabad a Yahvé desde la tierra,


monstruos marinos y todos los abismos;
8fuego y granizo, nieve y nieblas, vientos tempestuosos,

que ejecutáis sus órdenes;


9montes y collados todos,

árboles frutales y todos los cedros;


10bestias salvajes y todos los ganados,

reptiles y volátiles;
11reyes de la tierra y pueblos todos,

príncipes y jueces todos de la tierra;


12los jóvenes y también las doncellas,

los ancianos junto con los niños.

13
Alaben el Nombre de Yahvé,
porque sólo su Nombre es digno de alabanza;
su majestad domina la tierra y los cielos.


5. Porque Él lo mandó y fueron creados: Con frecuencia hace resaltar la Escritura cómo Dios
lo hace todo por su Palabra (Génesis 1, 3; Salmos 32, 9; 147, 4, etc.). Esa “Palabra omnipotente”
(Sabiduría 18, 15) que Él mandó (Salmos 104, 8; 106, 20) era, según nos revela San Juan, el mismo
Verbo que había de encarnarse y por quien fueron hechas todas las cosas (Juan 1, 3 y 14). Jesús es,
pues, la Palabra del Padre, siendo de lamentarse la falta de un vocablo masculino para expresarlo
en castellano como el Logos en griego. Cf. Juan 4, 26; 10, 37.

6 ss. Es la gran lección de obediencia que Dios nos da en la biblia de la naturaleza, desde los
astros (Salmo 146, 4) hasta los seres inferiores, fieles siempre a su instinto. Sólo el hombre, dotado
de razón por Dios y adoptado por hijo, se rebeló desde los comienzos del Génesis, y sabemos que
lo hará hasta el último día del Apocalipsis (Apocalipsis 20, 7 ss.).

7 ss. Sobre los monstruos, que parecerían una nota discordante en la armonía de este concierto
polifónico, dice San Agustín: “Todas estas cosas son mudables, corruptibles y algunas pavorosas.
¿Qué importa? Ocupan su lugar en el mundo, guardan su orden, son eslabones de una cadena y
por lo tanto una parte de esa indecible hermosura que contemplada mueve al hombre a alabar a
Dios.” En Isaías 11, 6 ss. (cf. nota) hallamos otra explicación que concuerda con la trascendencia
mesiánica del Salmo (versículos 13 y 14).

11 s. Este homenaje universal tributado a Dios en su Santuario (Salmos 149, 1; 150, 1) es,
descrito con los más vivos colores en el Salmo 67, 25 ss.

13. Sólo su nombre: El que medita esta enseñanza, que concuerda con muchas otras de la
Sagrada Escritura, adquirirá una fuerte y saludable aversión a rendir y a recibir los homenajes y
alabanzas que tanto se prodigan los hombres entre sí. Cf. Isaías 42, 8; 48, 11; I Timoteo 1, 17; Ester
3, 2; 13, 14; Lucas 6, 22 y 26; Juan 5, 44; 12, 43; Hechos 10, 26; Filipenses 2, 7 s., etc. Domina la
tierra y los cielos: cf. los Salmos 95-99. Cf. Efesios 1, 10; Apocalipsis 11, 15.
Salmo 148 151
14
Él ha encumbrado el cuerno de su pueblo.
Para Él es la alabanza de todos sus santos,
los hijos de Israel, el pueblo familiar suyo.
¡Hallelú Yah!


14. Ha encumbrado el cuerno de su pueblo: Lo ha llevado finalmente a la exaltación
prometida. Cf. Salmo 131, 17; Isaías 61, 3 ss.; Lucas 1, 69; 2, 32. Para Él es la alabanza de todos sus
santos: Bover-Cantera vierte: Loor es para todos sus devotos. El pueblo familiar: Literalmente,
cercano, esto es, íntimo. Cf. Salmo 147, 9 y nota. “Israel sólo aparece al final en este himno
maravillosamente universalista, pero en el fondo es él quien invita a todos los pueblos, a todos los
hombres, a la creación toda entera de la tierra y del cielo a tributar con él a su Dios alabanza y
gratitud” (Calès). Cf. Salmos 95, 7; 96, 1; 101, 1 y 16 s.; 116, 1, etc.


Catequesis del Papa San Juan Pablo II
Alabanza del Dios creador
Laudes del domingo de la semana III
1. El Salmo 148, que se acaba de elevar a Dios, constituye un auténtico «cántico de las criaturas»,
una especie de «Tedeum» del Antiguo Testamento, un aleluya cósmico que involucra todo y a todos
en la alabanza divina.
Así lo comenta un exégeta contemporáneo: «El salmista, al llamarlos por su nombre, pone en
orden los seres: en lo más alto del cielo, dos astros según los tiempos, y aparte las estrellas; a un
lado los árboles frutales, al otro los cedros; a otro nivel los reptiles y los pájaros; aquí los príncipes
y allá los pueblos; en dos filas, quizá dándose la mano, jóvenes y muchachas… Dios los ha creado
dándoles un lugar y una función; el hombre los acoge, dándoles un lugar en el lenguaje; y así los
presenta en la celebración litúrgica. El hombre es el “pastor del ser” o el liturgista de la creación»
(Luis Alonso Schökel, «Treinta Salmos: Poesía y Oración» --«Trenta salmi: poesia e preghiera»--,
Bolonia 1982, página 499).
Unámonos también nosotros a este coro universal que resuena en el ábside del cielo y que
tiene por templo todo el cosmos. Dejémonos conquistar por la respiración de la alabanza que todas
las criaturas elevan a su Creador.
2. En el cielo, nos encontramos con los cantores del universo estelar: los astros más lejanos, los
ejércitos de los ángeles, el sol y la luna, las estrellas lucientes, los «espacios celestes» (Cf. versículo
4), las aguas superiores que el hombre de la Biblia imagina conservadas en recipientes antes de caer
como lluvia sobre la tierra.
El aleluya, es decir, la invitación a «alabar al Señor», se deja oír al menos ocho veces y tiene
como meta el orden y la armonía de los seres celestes: «Les dio consistencia perpetua y una ley que
no pasará» (versículo 6).
La mirada se dirige, después, al horizonte terrestre, donde aparece una procesión de cantores,
al menos veintidós, es decir, una especie de alfabeto de alabanza, diseminado sobre nuestro
planeta. Se presentan entonces los monstruos marinos y los abismos, símbolos del caos de las aguas
sobre el que se cimienta la tierra (Cf. Salmo 23, 2) según la concepción cosmológica de los antiguos
semitas.
El padre de la Iglesia san Basilio observaba: «Ni siquiera el abismo fue considerado como
despreciable por el salmista, que lo ha colocado en el coro general de la creación, es más, con su
lenguaje particular completa también de manera armoniosa el himno al Creador» («Homiliae in
hexaemeron», III, 9: PG 29,75).
3. La procesión continúa con las criaturas de la atmósfera: los rayos, el granizo, la nieve, la
niebla y el viento tempestuoso, considerado como un veloz mensajero de Dios (Cf. Salmo 148, 8).
Aparecen después los montes y las colinas, vistos como las criaturas más antiguas de la tierra
(Cf. versículo 9a). El reino vegetal es representado por los árboles frutales y por los cedros (Cf.
versículo 9b). El mundo animal, por el contrario, es personificado por las fieras, los animales
domésticos, los reptiles y los pájaros (Cf. versículo 10).
Salmo 149 152

Salmo 149
El cántico nuevo
1¡Hallelú Yah!
Cantad a Yahvé el cántico nuevo;
resuenen sus alabanzas en la reunión de los santos.

Por último, aparece el hombre, que preside la liturgia de la creación. Está representado según
todas las edades y distinciones: niños, jóvenes y ancianos, príncipes, reyes y pueblos del orbe (Cf.
versículos 11-12).
4. Dejemos ahora a san Juan Crisóstomo la tarea de echar una mirada de conjunto sobre este
inmenso coro. Lo hace con palabras que hacen referencia también al Cántico de los tres jóvenes en
el horno ardiente, que meditamos en la pasada catequesis.
El gran Padre de la Iglesia y Patriarca de Constantinopla afirma: «Por su gran rectitud de espíritu
los santos, cuando van a dar gracias a Dios, tienen la costumbre de convocar a muchos para que
participen en su alabanza, exhortándoles a participar junto a ellos en esta bella liturgia. Es lo que
hicieron también los tres muchachos en el horno, cuando exhortaron a toda la creación a alabar
por el beneficio recibido y a cantar himnos a Dios (Cf. Daniel 3). Este Salmo hace lo mismo al
convocar a las dos partes del mundo, la que está arriba y la que está abajo, la sensible y la
inteligente. Isaías hizo lo mismo, cuando dijo: “¡Aclamad, cielos, y exulta, tierra! Prorrumpan los
montes en gritos de alegría, pues el Señor ha consolado a su pueblo, y de sus pobres se ha
compadecido” (Isaías 49,13). El Salterio vuelve a expresarse así: «Cuando Israel salió de Egipto, la
casa de Jacob de un pueblo bárbaro..., los montes brincaron igual que carneros, las colinas como
corderillos» (Salmo 113, 1.4). E Isaías, en otro pasaje, afirma: «Derramad, nubes, la victoria. Ábrase
la tierra y produzca salvación, y germine juntamente la justicia» (Isaías 45, 8). De hecho, los santos,
considerando que no se bastan para alabar al Señor, se dirigen a todas partes involucrando a todos
en un himno común» («Expositio in psalmum», CXLVIII: PG 55, 484-485).
5. De este modo, nosotros también somos invitados a asociarnos a este inmenso coro,
convirtiéndonos en voz explícita de toda criatura y alabando a Dios en las dos dimensiones
fundamentales de su misterio. Por un lado, tenemos que adorar su grandeza trascendente, porque
«sólo su nombre es sublime; su majestad resplandece sobre el cielo y la tierra», como dice nuestro
Salmo (versículo 13). Por otro lado, reconocemos su bondad condescendiente, pues Dios está cerca
de sus criaturas y sale especialmente en ayuda de su pueblo: «él acrece el vigor de su pueblo..., su
pueblo escogido» (versículo 14), como sigue diciendo el Salmista.
Frente al Creador omnipotente y misericordioso, acojamos, entonces, la invitación de san
Agustín a alabarle, ensalzarle y festejarle a través de sus obras: «Cuando observas estas criaturas, te
regocijas, y te elevas al Artífice de todo y a partir de lo creado, gracias a la inteligencia, contemplas
sus atributos invisibles, entonces se eleva una confesión sobre la tierra y en el cielo... Si las criaturas
son bellas, ¿cuánto más bello será el Creador?» («Exposiciones sobre los Salmos», --«Esposizioni sui
Salmi»--, IV, Roma 1977, pp. 887-889).


1. Como hacen notar muchos expositores, este Salmo es de David y originariamente formaba
uno solo con el precedente y con el siguiente, clausurando así todo el Salterio con una sublime
doxología que reviste carácter profético, porque contempla el cumplimiento de todas las promesas
de la Escritura. “Es un himno que se termina en profecía escatológica... Israel debe alabar y
agradecer con gozo y exultación a Yahvé, su Creador y su Rey, que en el pasado lo hizo y en el
presente lo restaura después de haberlo humillado y purificado por las pruebas del destierro”
(Calès). Sobre la reunión de los santos cf. 5. 1, 5; 67, 27; 88, 5-8; 150, 1.
Salmo 149 153
2
Alégrese Israel en su Hacedor,
y los hijos de Sión regocíjense en su Rey.

3Alaben su Nombre entre danzas;


cántenle al son del tímpano y de la cítara.
4Porque Yahvé se deleita en su pueblo;

y ha adornado con el triunfo a los humildes.


5Salten de alegría los santos por tal gloria,

griten de júbilo desde sus triclinios.

6En su boca vibra el elogio de Dios,


y en sus manos espadas de dos filos,
7para tomar venganza de las naciones,

y castigar a los gentiles;


8para atar a sus reyes con grillos,

y a sus magnates con esposas de hierro;


9para ejecutar en ellos la sentencia escrita.


2. Vemos aquí el alcance mesiánico de la profecía: “Cuando Cristo, supremo Juez, dará a los
buenos la vida eterna y a los malos el castigo que merecen” (Scío). Cf. versículo 9; Jeremías 23, 5
ss.; 71, 2 ss.; Mateo 25, 31-46.

4. En su pueblo: Cf. Salmo 101, 14; Lucas 1, 54. A los humildes: Cf. S- 9, 9 s.; 17, 28; 57, 11;
101, 21, etc.

5. Salten, etc.: La Vulgata usa el verbo en futuro profético. Cf. nota a Salmo 144, 10. Triclinios:
Lechos que servían de asiento en los banquetes. La Liturgia de Todos los Santos (Misa de la vigilia)
recuerda este pasaje (Ofertorio) junto con Sabiduría 3, 8 (Introito) que dice: “los santos juzgarán a
las naciones y dominarán a los pueblos y reinará su Dios para siempre”. Espadas de dos filos: Cf.
versículo 9; Apocalipsis 1, 16; 6, 10; 19, 15; 20, 4. “Es muy de notar este carácter general, social,
con que se habla siempre en estos anuncios. No hablan del premio que recibirá el alma de cada
uno en la hora de la muerte, sino del triunfo final de Jesús en su segunda Venida, con su Iglesia,
después del retorno de Israel.” Cf. versículo 9; Sabiduría 3, 7 y nota; I Corintios 6, 2 y nota; Lucas
19, 17 s.; 22, 29.

7. Así también Páramo. Es “el triunfo de Israel sobre sus enemigos paganos” (Callan). El mismo
autor observa que la sentencia escrita del versículo 9 es “el decreto sobre la sujeción de los gentiles,
que traerá honor a Israel, el pueblo escogido de Dios”. Fillion, por su parte, recuerda aquí que “a
pesar de su presente debilidad, el pueblo judío tenía conciencia del papel que le estaba reservado
de traer todos los pueblos a la verdadera religión”. Cf. Salmos 95, 3; 101, 16 s. y notas.

8. El salmista mira al Mesías como vengador futuro, el que someterá todos los pueblos a su
cetro. Cf. Salmo 109, 5 s.; Joel 3, 1 ss.; Isaías 41, 11 ss.: Apocalipsis 2, 27. Es el gran triunfo que nos
anuncia San Pablo (I Corintios 15, 25; Hebreos 2, 8) y en el cual tenemos nuestra esperanza también
los cristianos que por la fe en Jesucristo compartimos las promesas hechas a Israel (Efesios 2, 11 ss.;
Romanos 11, 17).

9. La sentencia escrita, es decir, los decretos de la divina justicia (Isaías 10, 2), consignados en
los Libros de la Ley y de los Profetas (Deuteronomio 32, 43; Éxodo 23, 22; Isaías 41, 15 ss.; Miqueas
4, 13; Jeremías 25, 15-38). “Es gloria de Israel el ser así ministro de la divina justicia” (Vaccari). Cf.
Génesis 27, 29. “Isaías (60, 14) había asistido en espíritu a la restauración de Jerusalén y a la aurora
de los tiempos mesiánicos. Su testimonio se une al de nuestro Salmo. Era el anuncio de la victoria
de Cristo cantada más tarde por San Juan en los capítulos 12 y 19” (Dom Puniet). Cf. Salmo 95, 3
y nota.
Salmo 149 154
Gloria es ésta para todos sus santos.
¡Hallelú Yah!


Catequesis del Papa San Juan Pablo II
Alegría de los Santos
Laudes del Domingo de la semana I
“Que los fieles festejen su gloria, y canten jubilosos en filas”. Esta invitación del salmo 149, que
se acaba de proclamar, remite a un alba que está a punto de despuntar y encuentra a los fieles
dispuestos a entonar su alabanza matutina. El salmo, con una expresión significativa, define esa
alabanza “un cántico nuevo” (versículo 1), es decir, un himno solemne y perfecto, adecuado para
los últimos días, en los que el Señor reunirá a los justos en un mundo renovado. Todo el salmo está
impregnado de un clima de fiesta, inaugurado ya con el Aleluya inicial y acompasado luego con
cantos, alabanzas, alegría danzas y el son de tímpanos y cítaras. La oración que este salmo inspira
es la acción de gracias de un corazón lleno de júbilo religioso.
En el original hebreo del himno, a los protagonistas del salmo se les llama con dos términos
característicos de la espiritualidad del Antiguo Testamento. Tres veces se les define ante todo como
hasidim (versículos 1, 5 y 6), es decir, “los piadosos, los fieles”, los que responden con fidelidad y
amor (hesed) al amor paternal del Señor.
La segunda parte del salmo resulta sorprendente, porque abunda en expresiones bélicas. Resulta
extraño que, en un mismo versículo, el salmo ponga juntamente “vítores a Dios en la boca” y
“espadas de dos filos en las manos” (versículo 6). Reflexionando, podemos comprender el porqué:
el salmo fue compuesto para “fieles” que militaban en una guerra de liberación; combatían para
librar a su pueblo oprimido y devolverle la posibilidad de servir a Dios. Durante la época de los
Macabeos, en el siglo II a.C., lo que combatían por la libertad y por la fe, sometidos a dura represión
por parte del poder helenístico, se llamaban precisamente hasidim, “los fieles” a la palabra de Dios
y a las tradiciones de los padres.
Desde la perspectiva actual de nuestra oración, esta simbología bélica resulta una imagen de
nuestro compromiso de creyentes que, después de cantar a Dios la alabanza matutina, andamos
por los caminos del mundo, en medio del mal y de la injusticia. Por desgracia, las fuerzas que se
oponen al reino de Dios son formidables: el salmista habla de “pueblos, naciones, reyes y nobles”.
A pesar de todo, mantiene la confianza, porque sabe que a su lado está el Señor, que es el auténtico
Rey de la historia (versículo 2). Por consiguiente, su victoria sobre el mal es segura y será el triunfo
del amor. En esta lucha participan todos los hasidim, todos los fieles y justos, que, con la fuerza del
Espíritu, llevan a término la obra admirable llamada reino de Dios.
San Agustín, tomando como punto de partida el hecho de que el salmo habla de “coro” y de
“tímpanos y cítaras”, comenta: “¿Qué es lo que constituye un coro? (…) El coro es un conjunto de
personas que cantan juntas. Si cantamos en coro debemos cantar con armonía. Cuando se canta en
coro, incluso una sola voz desentonada molesta al que oye y crea confusión en el coro mismo”
(Enarr. In Ps. 149: CCL 40, 7, 1-4).
Luego, refiriéndose a los instrumentos utilizados por el salmista, se pregunta: “¿Por qué el
salmista usa el tímpano y el salterio?”. Responde: “Para que no sólo la voz alabe al Señor, sino
también las obras. Cuando se utilizan el tímpano y el salterio, las manos se armonizan con la voz.
Eso es lo que debes hacer tú. Cuando cantes el aleluya, debes dar pan al hambriento, vestir al
desnudo y acoger al peregrino. Si lo haces, no sólo canta la voz, sino que también las manos se
armonizan con la voz, pues las palabras concuerdan con las obras” (ib., 8, 1-4).
Hay un segundo vocablo con el que se definen los orantes de este salmo: son los anawin, es
decir, “los pobres, los humildes” (versículo 4). Esta expresión es muy frecuente en el Salterio y no
sólo indica a los oprimidos, a los pobres y a los perseguidos por la justicia, sino también a los que,
siendo fieles a los compromisos morales de la alianza con Dios, son marginados por los que escogen
la violencia, la riqueza y la prepotencia. Desde esta perspectiva se comprende que los “pobres” no
sólo constituyen una clase social, sino también una opción espiritual. Este es el sentido de la célebre
primera bienaventuranza: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de
Salmo 150 155

Salmo 150
Sinfonía de alabanzas
1¡Hallelú Yah!
Alabad al Señor en su Santuario,
alabadlo en la sede de su majestad.
2Alabadlo por las obras de su poder,

alabadlo según su inmensa grandeza.

3 Alabadlo al son de trompeta,

los cielos” (Mt 5,3). Ya el profeta Sofonías se dirigía así a los anawim: “Buscad al Señor, vosotros
todos, humildes de la tierra, que cumplís sus normas; buscad la justicia, buscad la humildad; quizás
encontréis cobijo el día de la cólera del Señor” (So 2, 3).
Ahora bien, el “día de la cólera del Señor” es precisamente el que se describe en la segunda
parte del salmo, cuando los “pobres” se ponen de parte de Dios para luchar contra el mal. Por sí
mismo, no tienen la fuerza suficiente, ni los medios, ni las estrategias necesarias para oponerse a la
irrupción del mal. Sin embargo, la frase del salmista es categórica: “El Señor ama a su pueblo, y
adorna con la victoria a los humildes (anawin)”. (versículo 4). Se cumple idealmente lo que el
apóstol san Pablo declara a los Corintios: “Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios;
lo que no es, para reducir a la nada lo que es” (1 Co 1, 28).
Con esta confianza “los hijos de Sión” (versículo 2), hasidim y anawin, es decir, los fieles y los
pobres, se disponen a vivir su testimonio en el mundo y en la historia. El canto de María recogido
en el evangelio de san Lucas –el Magnificat- es el eco de los mejores sentimientos de los “hijos de
Sión”: alabanza jubilosa a Dios Salvador, acción de gracias por las obras grandes que ha hecho por
ella el Todopoderoso, lucha contra las fuerzas del mal, solidaridad con los pobres y fidelidad al
Dios de la alianza (cf. Lucas 1, 46-55).


1. En su Santuario: Cf. Salmo 64, 2 y nota; 67, 18 y 36; 137, 2; Hebreos capítulos 8-10. Calès
considera que el salmista se refiere al Santuario terrestre. Más a las alabanzas que resuenan en la
tierra y en el Santuario, hacen coro las de la Jerusalén celestial (Apocalipsis 4, 8 y 11; 14, 3; 19, 5
ss.). Cf. Efesios 1, 10 y nota.

2. Según su inmensa grandeza: Se trata de alabar a Dios no según lo muy limitado de nuestro
alcance, sino también como Él lo merece, lo cual conseguimos alabando al Padre por el Hijo en el
Espíritu Santo. “Por Él (por Jesús) y con Él y en Él” se tributa al Padre “todo honor y gloria”, pues
sabemos que todas las complacencias del Padre están en Él (Mateo 3, 17; 17, 5). Y si desde ahora
podemos hacer a Dios, siendo tan pobres, esa ofrenda de valor infinito, es porque Jesús es
propiedad nuestra desde que el Padre nos lo dio (Juan 3, 16). Toda la religión, más aún, toda la
espiritualidad, consiste en recibirlo y ofrecerlo constantemente “en espíritu y en verdad” (Juan 4,
23), como en un movimiento de aspiración y espiración del alma, uniéndonos, según enseña San
Pablo, con toda la Iglesia, al ofrecimiento de Sí mismo que Él hace por nosotros al Padre en el
Santuario celestial (Hebreos 7, 24 s.). Cf. Salmo 109, 4 y nota.

3 ss. “Hay que cantar desde ahora, dice San Agustín, porque la alabanza de Dios hará nuestra
dicha durante la eternidad, y nadie sería apto para esta ocupación futura si no se ejercitara alabando
en las condiciones de la vida presente. Cantamos el Aleluya, diciéndonos unos a otros: «Alabad al
Señor; y así preparamos el tiempo de la alabanza que seguirá a la resurrección.»” Recordemos, con
todo, el Salmo 136 (cf. Gálatas 1, 4 y nota) y “notemos bien que para poder alabar hay que ser
admirador, pues Jesús rechazó los homenajes que no brotaban del corazón” (Mateo 15, 8; Isaías
29, 13). Nada despierta tanto esa admiración de Dios como el estudiar sus palabras (cf. Juan 7, 46),
pensando que, como en la reciente edición de la Sagrada Escritura emprendida por el Pontificio
Salmo 150 156
alabadlo con salterio y cítara.
4Alabadlo con tamboril y danza,

alabadlo con cuerdas y flautas.


5Alabadlo con címbalos sonoros,

alabadlo con címbalos que atruenen.


6¡Todo lo que respira alabe al Señor!

¡Hallelú Yah!

Instituto Bíblico en Roma bajo la dirección del P. Vaccari, se dice con arreglo al Concilio Vaticano:
“La singular e incomunicable prerrogativa de la Biblia no le viene de la aprobación de la Iglesia, ni
—hablando en absoluto— del argumento sacro e inmune de todo error, sino de una acción divina
que ayuda y acompaña al autor humano en el escribir de modo que lo escrito resulta también, y
en primer lugar, obra de Dios, palabra de Dios… Sabed ante todo, escribe San Pedro en su 2ª Carta
(1, 20-21) que ninguna página de la Escritura viene de invención privada porque no por arbitrio
humano fue nunca proferida una profecía (aquí en sentido general significando todo discurso del
autor inspirado) sino que por el Espíritu Santo fueron movidos a hablar los santos hombres de
Dios.” Esto nos trae el pensamiento fundamental con que conviene terminar el comentario de este
libro esencialmente bíblico y esencialmente de oración. La fe, como lo reconocen todos los autores
y todas las escuelas, no consiste en creer simplemente que hay un Dios, porque el mundo no pudo
crearse a sí mismo. Eso, dice Santiago, también lo creen los demonios (Santiago 2, 19). La fe consiste
en creer a todo lo que ha dicho ese Dios al hablarnos primero por los profetas de Israel y luego
por su propio Hijo (Hebreos 1, 1 ss.). Cf. Romanos 1, 20; Hebreos 11, 1 ss. y notas.

5. Cf. Salmos 32, 3; 88, 16.

6. Todo lo que respira: “Toda creatura, libre ya de la división y de las miserias creadas por el
pecado, se une armoniosamente al coro único de hombres y ángeles, convertida en un címbalo
para celebrar la gloria de Dios triunfador con el cántico final de la victoria” (San Gregorio Niseno).


Catequesis del Papa San Juan Pablo II (I)
Alabad al Señor
Laudes del domingo de la semana II
1. El himno que acaba se servir de apoyo para nuestra oración es el último canto del Salterio,
el Salmo 150. La palabra final que resuena en el libro de la oración de Israel es el aleluya, es decir,
la alabanza pura a Dios, y por este motivo el Salmo es propuesto en dos ocasiones por la Liturgia
de los Laudes, en el segundo y en el cuarto domingo.
El breve texto está salpicado por la sucesión de diez imperativos que repiten la misma palabra
«hallelû», «¡alabad!». Como música y canto perenne, parecen no apagarse nunca, como sucederá
también en el célebre aleluya del «Mesías» de Händel. La alabanza a Dios se convierte en una especie
de respiración del alma sin pausa. Como se ha escrito, «esta es una de las recompensas del ser
humano: la tranquila exaltación, la capacidad de celebrar. Está bien expresada en una frase que el
rabino Akiba dirigió a sus discípulos: “Un canto cada día / un canto para cada día”» (A. J. Heschel,
«Chi è l’uomo?», Milán 1971, p. 198).
2. El Salmo 150 parece desarrollarse en tres momentos. Al comenzar, en los primeros dos
versículos (versículos 1 a 2), la mirada se fija en el «Señor», en «su templo», en «su fuerte firmamento»,
en «sus obras magníficas», en «su grandeza». En un segundo momento --como si se tratara de un
auténtico movimiento musical--, en la alabanza queda involucrada la orquesta del templo de Sión
(cf. versículos 3-5b), que acompaña el canto y la danza sagrada. Al final, en el último versículo del
Salmo (cf. versículo 5c) aparece el universo, representado por «todo viviente» o, recalcando el
original hebreo, «todo ser que alienta». La vida misma se hace alabanza, una alabanza que sube
desde las criaturas hacia el Creador.
3. Nosotros, ahora, en nuestro primer encuentro con el Salmo 150, nos conformaremos con
detenernos en el primer y último momento del himno. Sirven de marco para el segundo momento,
Salmo 150 157

corazón de la composición, y que examinaremos en el futuro, cuando la Liturgia de los Laudes


vuelva a proponer este Salmo.
La primera sede en la que se desarrolla el canto musical y de oración es el «templo» (cfr.
versículo 1). El original hebreo habla de área «sacra», pura y transcendente en la que habita Dios.
Hace referencia, por tanto, al horizonte celeste y paradisíaco donde, como precisará el libro del
Apocalipsis, se celebra la eterna y perfecta liturgia del Cordero (cf. por ejemplo Apocalipsis 5, 6-
14). El misterio de Dios, en el que los santos son acogidos para participar en una comunión plena,
es un ámbito de luz y de alegría, de revelación y de amor. No por casualidad, si bien con cierta
libertad, la antigua traducción griega de los Setenta y la misma traducción latina de la Vulgata
propusieron, en vez de «templo», la palabra «santos»: «Alabad al Señor entre sus santos».
4. Del cielo, el pensamiento pasa implícitamente a la tierra, subrayando las «obras magníficas»
de Dios, que manifiestan «su inmensa grandeza» (versículo 2). Estos prodigios son descritos en el
Salmo 104, en donde se invita a los israelitas a «meditar en todos los prodigios» de Dios (versículo
2), a recordar «las maravillas que hizo, sus prodigios, las sentencias de su boca» (versículo 5); el
salmista recuerda entonces «la alianza sellada con Abraham» (versículo 9), la extraordinaria historia
de José, los prodigios de la liberación de Egipto y la travesía del desierto y, por último, el don de
la tierra. Otro Salmo habla de situaciones angustiosas de las que el Señor libera a quienes le «gritan»;
las personas liberadas son invitadas repetidas veces a dar gracias por los prodigios realizados por
Dios: «Den gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres» (Salmo
106, 8.15.21.31).
Se puede entender así, en nuestro Salmo, la referencia a las «obras fuertes», como dice el original
hebreo, es decir, los «prodigios» poderosos (cf. versículo 2), que Dios disemina en la historia de la
salvación. La alabanza se convierte en profesión de fe en Dios Creador y Redentor, celebración
festiva del amor divino, que se despliega creando y salvando, dando la vida y la liberación.
5. Llegamos así al último versículo del Salmo 150 (cf. versículo 5c). El término hebreo utilizado
para indicar a los «vivientes» que alaban a Dios hace referencia a la respiración, como antes decía,
pero también a algo íntimo y profundo, innato en el hombre.
Si bien se puede pensar que toda la vida de lo creado es un himno de alabanza al Creador, es
más preciso, sin embargo, considerar que una posición de primacía en este coro es reservada a la
criatura humana. A través del ser humano, portavoz de toda la creación, todos los vivientes alaban
al Señor. Nuestra respiración de vida, que quiere decir también autoconciencia, consciencia y
libertad (cf. Proverbios 20, 27), se convierte en canto y oración de toda la vida que palpita en el
universo. Por ello, recitemos entre nosotros «salmos, himnos y cánticos inspirados; cantando y
salmodiando al Señor» de todo corazón (Efesios 5, 19).
6. Al transcribir los versículos del Salmo 150, los manuscritos hebreos reproducen con frecuencia
la «Menorah», el famoso candelabro de siete brazos, colocado en el Santo de los Santos del templo
de Jerusalén. Sugieren así una bella interpretación de este Salmo, que desde siempre ha sido un
auténtico «Amén» a la oración de nuestros «hermanos mayores»: todo hombre, con todos los
instrumentos que su ingenio ha inventado «trompetas, arpas, cítaras, tambores, danzas, trompas,
flautas, platillos sonoros», como dice el Salmo, pero al mismo tiempo también «todo viviente» es
invitado a arder como la «Menorah» frente al Santo de los Santos, en constante oración de alabanza
y de acción de gracias.
Unidos con el Hijo, voz perfecta de todo el mundo por Él creado, convirtámonos también
nosotros en oración incesante ante el trono de Dios.

Catequesis del Papa San Juan Pablo II (II)


Alabad al Señor
Laudes del domingo de la semana IV
1. Resuena por segunda vez en la Liturgia de los Laudes el Salmo 150, que acabamos de
proclamar: un himno festivo, un aleluya a ritmo de música. Es el sello ideal de todo el Salterio, el
libro de la alabanza, del canto, de la liturgia de Israel.
Salmo 150 158

El texto es de una sencillez y transparencia admirables. Sólo tenemos que dejarnos atraer por
el insistente llamamiento a alabar al Señor: «Alabad al Señor..., alabadlo... alabadlo». Al inicio, se
presenta a Dios en dos aspectos fundamentales de su misterio. Es sin duda trascendente, misterioso,
sobrepasa nuestro horizonte: su morada real es el «santuario» celeste, el «fuerte firmamento»,
fortaleza inaccesible para el hombre. Al mismo tiempo, está cerca de nosotros: está presente en el
«templo» de Sión y actúa en la historia a través de «sus obras magníficas» que revelan y permiten
experimentar «su inmensa grandeza» (Cf. versículos 1-2).
2. Entre la tierra y el cielo se entabla, por tanto, una especie de canal de comunicación en el
que se encuentran la acción del Señor y el canto de alabanza de los fieles. La Liturgia une los dos
santuarios, el templo terreno y el cielo infinito, Dios y el hombre, el tiempo y la eternidad.
Durante la oración, realizamos una especie de ascensión hacia la luz divina y al mismo tiempo
experimentamos un descenso de Dios que se adapta a nuestro límite para escucharnos y hablarnos,
para encontrarnos y salvarnos. El salmista nos ofrece inmediatamente una ayuda para este
encuentro de oración: el recurso a los instrumentos musicales de la orquesta del templo, como las
trompetas, las arpas, las cítaras, los tambores, las flautas, y los platillos sonoros. El movimiento de
la procesión también formaba parte del ritual de Jerusalén (Cf. Salmo 117, 27). Del mismo
llamamiento se hace eco el Salmo 46, 8: «tocad con maestría».
3. Es necesario, por tanto, descubrir y vivir constantemente la belleza de la oración y de la
liturgia. Es necesario rezar a Dios no sólo con fórmulas teológicamente exactas, sino también de
manera bella y digna.
En este sentido, la comunidad cristiana debe hacer un examen de conciencia para que vuelva
cada vez más a la liturgia la belleza de la música y del canto. Es necesario purificar el culto de
deformaciones, de formas descuidadas de expresión, de música y textos mal preparados, y poco
adecuados a las grandezas del acto que se celebra.
Es significativo, en este sentido, el llamamiento de la Carta a los Efesios a evitar la falta de
moderación para dejar espacio a la pureza de la alabanza litúrgica: «No os embriaguéis con vino,
que es causa de libertinaje; llenaos más bien del Espíritu. Recitad entre vosotros salmos, himnos y
cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor, dando gracias continuamente
y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo» (5,18-20).
4. El salmista termina invitando a la alabanza a «todo viviente» (Cf. Salmo, 150,5), literalmente
a «todo respiro», expresión que en hebreo quiere decir «todo ser que alienta», especialmente «todo
ser humano vivo» (Cf. Deuteronomio 20,16; Josué 10, 40; 11,11.14). En la alabanza divina queda
involucrada, por tanto, la criatura humana con su voz y su corazón. Con ella son convocados
idealmente todos los seres vivientes, todas las criaturas en las que hay un aliento de vida (Cf. Génesis
7, 22), para que eleven su himno de acción de gracias al Creador por el don de la existencia.
San Francisco seguirá esta invitación universal con su sugerente «Cántico del Hermano Sol», en
el que invita a alabar y bendecir al Señor por todas las criaturas, reflejo de su belleza y de su bondad
(Cf. Fuentes Franciscanas, 263).
5. En este canto deben participar de manera especial todos los fieles, como sugiere la Carta a
los Colosenses: «La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos
con toda sabiduría, cantad agradecidos, himnos y cánticos inspirados» (3, 16).
En este sentido, san Agustín, en sus « Comentarios a los Salmos», ve un símbolo de los santos
que alaban a Dios en los instrumentos musicales: «Vosotros, santos, sed la trompeta, el arpa, la
cítara, el coro, los instrumentos de cuerdas, y el órgano, los timbales de júbilo que emiten bellos
sonidos, es decir, que tocan armoniosamente. Vosotros sois todo esto. Al escuchar el salmo no hay
que pensar en cosas de poco valor, en cosas pasajeras, ni en instrumentos teatrales». En realidad,
voz de canto a Dios es «todo espíritu que alaba al Señor» («Comentarios a los Salmos» --«Esposizioni
sui Salmi»--, IV, Roma 1977, pp. 934-935).
La música más elevada, por tanto, es la que se eleva de nuestros corazones. Dios quiere escuchar
precisamente esta armonía en nuestras liturgias.
Salmo 150 159

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