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INTRODUCCIÓN'
' Sobre Apocalipsis y las diversas posturas, ver: T. ZAHN: Die Offenbarung des Johannes, 2
vols., Leipzig, 1924-6; W. HENDRIKSEN; More than Conquerors, Londres, 1962; G. R. BEASLEY-
MURRAY: Tlie Bool< oí Revelation, Londres, 1974; R. H. MOUNCE: Tlie Booli of Revelation, Grand
Rapids, 1977; G. QUISPEL; r/?e Secret Bool(s of Revelation, Nueva York, 1979; F. SCHÜSSLER
FIGRENZA: Invitation to ttie Book of Revelation, Grand Rapids, 1981.
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^ J. GwYNN (ed.): The Apocalypse of St. John in a Syriac Versión hitherto Unknown, Dublín,
1897, I; y G. M. LAMSA: l-loly Bible from the Acient Eastern Text, Nueva York, 1968, págs. 1.225-
1.243.
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" B. REICKE (ed.): Neues Testament und Geschichte; Osear Cullman zum 70 Geburtstag,
Zurich y Tubinga, 1972, pp. 43-67.
' T. D. BARNES: -An Apostle on Trial» en Journal of Theological Studies, 20, 1969, pp. 407-19.
' En el mismo sentido: P. RÍCHARDSON: Israel in the Apostolic Church, Cambridge, 1969, pp.
40 y ss.; R. L. MILBURN: «The persecution of Domilian», en Christian Quarterly Review, 139, 1945,
pp. 154-64; J. KNUDSEN: «The Lady and the Emperor» en Church History, 14, 1945, pp. 17-32; W.
H. C. FREND; Martyrdom and Persecution in the Early Church, Oxford, 1955, pp. 212-7; G. E. M. DE
STE CROIX: «Why were the Early Christian persecuted? en Past and Present, 26, 1963, pp. 6-38; B.
NEWMAN: «The fallacy of the Domitian Hypothesis» en New Testament Studies, 10, 1963-4, pp.
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Ap 17, 9-11 contribuye a confirmar este punto de vista. Según este pa-
saje, Roma ha tenido ya cinco reyes, otro está reinando, y otro tiene que
venir por un período muy breve. Una vez más, los datos encajan con el
133-9 y T. D. BARNES: Tertullian, Oxford, 1971, pp. 143-63. Un punto de vista contrario en L. W.
BARNARD: «Clement and the persecution of Domitian», en New Testament Studies, 10, 1963-4,
pp. 251-60.
' A. N. SHERWIN-WHITE: «Early Persecutions and Román Law again» en Journal of Theological
Studies, 3, 1952, p. 202. Esto choca con el testimonio de Tertuliano (Apol V, 3) —sólo corrobora-
do por Sulpicio Severo (Ad. nat, I, 7, 9)— en relación con el supuesto «institutum Neronianum»,
pero resulta discutible la veracidad del aserto de Tertuliano. Un estudio muy completo del tema
con abundante bibliografía en A. SCHNEIDER: Le premier livre ad Nationes de Tertullien, Neuchátel,
1968, pp. 171-3.
'° P. BENOIT, J . T. MILIK y R. DE VAUX (eds.): Discoveries in the Judaean desert of Jordán, II,
Oxford, 1961, p. 18, lámina 29. La lectura alternativa 616 —que ya mencionó Ireneo en Adv. haer.
V, 28, 2— encaja con la forma latina «Ñero Caesar» y con la griega «Kyrios Kaisar». Sobre este
último aspecto ver: O. CULLMAN: El Estado en el Nuevo Testamento, Madrid, 1966, pp. 87 y ss.
" Una confirmación de las pretensiones de culto por parte de Nerón en Dión Casio, Hist.,
LXII, V, II.
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hacía tiempo " . Esta solución que proponemos es, a nuestro juicio, la
única que permite hacer justicia a los diferentes datos que nos proporcio-
nan tanto la evidencia interna como externa del libro en torno a su fecha
de redacción. La misma se habría producido entre el 68 y el 70 d. de C , si
bien antes de la caída de la ciudad de Jerusalén.
Resumiendo, puede afirmarse que Apocalipsis fue escrito antes del 70
d. de C. porque en la citada obra:
^' Incluso se ha formulado la hipótesis de que en parte lo hubiera sido antes del destierro y de
que mensajes similares a los contenidos en la misma fueran la causa de su conena. Este es el
punto de vista de SELWYN, Christian prophets..., pp. 212-21 que mantenía que Apocalipsis 4-22 se
había escrito en Roma bajo Galba en el 68-9 y que había provocado la condena del autor por
Domiciano a inicios del 70 a la isla de Palmos. Allí habría escrito el autor 1-3 como una carta en-
viada a las iglesias de Asia l^enor. No es imposible esta teoría pero tenemos que admitir que la
continuidad del c. 1 con 4, y ss. y la afirmación de 17, 10 se alzan como inconvenientes contra la
misma.
^^ En relación con el tema, con bibliografía referente a las diversas cuestiones relacionadas,
ver: P. LABRIOLLE, La Réaction painne, París, 1948 (2- ed.); M. SORDI, LOS cristianos y el Imperio ro-
mano, t^adrid, 1988, pp. 29 ss.; C.P. THIEDE, Simón Petr, Grand Rapids, 1988, pp. 185 ss.; P.
FERNÁNDEZ URIEL, «El incendio de roma del año 64: Una nueva revisión crítica» en Espacio,
Tiempo y Forma, Serie II, Historia Antigua, t. 3, Madrid, 1990, pp. 61-84.
2» Ep. X, 96.
^° Apol. V. Eusebio lo menciona en HE IV, 20, 7.
3' HE III, 17-20.
32 Hist. adv. pp. VIII, 10, 1.
'^ P. BENOIT, J . T . I^ILIK y R. DE VAÜX (eds), Discoveries in ttie Judaean desert of Jordán, II,
Oxford, 1961, p. 18, lámina 29. La lectura alternativa 616 —que ya mencionó Ireneo en Adv. haer.
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V, 28, 2— encaja con la forma latina «Ñero Caesar» y con la griega «Kyrlos Kaisar». Sobre este
último aspecto ver: O. CULLMANN, El Estado en el Nuevo Testamento, Madrid, 1966, pp. 87 ss.
3" Nerón, XXXIX.
^=' Vit. Annl, IV, 38.
^' Una confirmación de las pretensiones de culto por parte de Nerón en Dión Casio, Hist.,
LXII, V, II.
" Existe otra alternativa a la fecha mencionada que desplazaría unos años la misma.
Consistiría ésta en pensar que el saqueo de Roma eneja mejor con la descripción de Babilonia
caída que el incendio del 64 y que la cercanía de las legiones romanas al área del templo es la
acaecida en los primeros meses del 70 y no durante el 68. En cualquier caso, y a efectos de
nuestro estudio, que sea la fiipótesis expuesta en el cuerpo de la obra o esta alternativa la más
cercana a la realidad no creemos que varié sensiblemente las conclusiones que expondremos en
la segunda parte del libro.
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^' 2 Reyes 21, 13; Isaías 34, 11; Lamentaciones 2, 8; Amos 7, 7-9 y especialmente Ezequiel
40-45 (vg:44, 23 y 43, 7-10).
^' Sobre la historicidad de este episodio, véase: C. Vidal, El judeo-cristianismo...
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La tercera clave de clarificación del libro gira en torno a las razones que
impulsaron a escribir el libro. Tratar el tema en profundidad desborda las
características del presente trabajo pero sí podemos señalar algunas líneas
maestras. Obviamente, los destinatarios de la obra son, principalmente, igle-
sias de Asia Menor (c. 1-3). Las mismas, lejos de tener un contenido sim-
bólico, son comunidades reales del siglo primero como lo demuestra la des-
cripción minuciosa de episodios de la época "". A estas se les anuncian no
acontecimientos proyectados hacia el futuro lejano de siglos sino «las cosas
que deben acontecer pronto» (1,1) «porque el tiempo está cerca» (1, 3).
El final de los años sesenta del siglo primero resultó especialmente an-
gustioso para los cristianos. Por un lado, el Imperio los había colocado en
•"> Un estudio irrefutable e indispensable al respecto en W.M. RAMSAY, The Letters to the
Seven Churches, Peabody, 1994.
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