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Viaje Al Puerto SCAN Ilustrado 2xhoja50

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COLECCIÓN I'

lvoLANTIN
VIAJE AL PUEml no, Interna en la relación de vi­
da, robrevivencla y creclMlento de do, peNon:ijet ' ,
V1AJE AL PUERTO
qlffl repreleffhn do, polo, vltale,: Pancho, un llllio
huérfano y tu »uelo, un anciano que ha conv11r­
tido la educación y la crianza de P:who en ti
tetrlido de ,u vida. Viven en la Ma de Chlloi,
harta que ,u exirtencia re ve tranñorMada por
un aconteciMin extraordinario: un viaje que
rerá un caMino de creciMiento y unión para aMbo,,

MAlÍA DE lA LUZ fOTO, nació en Santiago. Ejerció la �-


doa!bCia para luego .i�icane a escmir.
Entre ,u, li�ro, re dertacan: Cuento, para Ell,a,
una niña coMO tú; Cuento, de la natvralez:i y
,lro, relato,; Cuento, para educar y CJrrurel.
CoMpleMenta ,u quehacer literario con la pre­
paración de Material didáctico coMpfeMentario
de apoyo a la educación y la realización de en­
cuentro, con lo, pequeño, lectore,.

.A partir de 9 &A,o.s
Viaje al Puerto
María de la Luz Soto
Dirección editorial: Mª. Angélica Fuster

Ilustraciones y cubierta: Fernando Estades


Diagramación: Mª . Gabriela de la Fuente
Diseño de cubierta: José Luis Grez
© María de la Luz Soto
© Ediciones sm Chile S.A.
Pocuro 2087, Providencia, Santiago. Seré feliz con todas y cada una
ISBN 956-264-171-6 de las cosas que poseo y
Depósito legal: Nº 123.246
Primera edición: diciembre de 2001, 3.000 ejemplares.
tomaré todas las oportunidades
para ser mejor.
Impresión: Imprenta Salesianos S.A.
Bulnes 19, Santiago.

IMPRESO EN CHILE/ PRINTED IN CHILE.

No está permitida la reproducción total o parcial de


este libro, ni su tratamiento informático, ni su
transmisión de ninguna forma o por cualquier medio,
ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por
registro u otros métodos, sin el permiso previo y
por escrito de los titulares del copyright.
PANCHO SE acercó al María Elena, el
bote rojo y blanco que pertenecía a su abuelo,
de un salto estuvo dentro y comenzó a
levantar las redes que empapadas parecían
pesar más del doble.
Pancho tenía doce años y estaba
acostumbrado a la dura faena de pescador.
Se levantaba a las cuatro de la mañana y se
hacía a la mar junto a su abuelo; al viejo no
le gustaba salir de noche, decía que tenía
muchos años encima y que en una mala
marea no podría hacer nada por salvar al
muchacho.

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El niño revisó la amarra de la pequeña pesca de ese día. Atravesando el pecho y la
embarcación como lo hacía cada tarde, echó espalda llevaba una cuerda ancha que
las redes en el sucio saco, las tiró fuera del terminaba en un bolso de cuero donde
bote y de un nuevo salto estuvo sobre la habían guardado los espineles que más tarde
crujiente madera del viejo muelle de la isla. prepararían para la pesca del día siguiente.
Se echó el saco a la espalda y empezó a subir Dos veces giró el abuelo la cabeza para
por el sendero que llevaba al poblado de una ver si divisaba a su nieto, Pancho era todo lo
veintena de casas donde vivía él y su abuelo. que tenía en este mundo.
La tarde estaba muy oscura y una fina Después de recorrer las dos primeras
llovizna mojaba su cara a pesar del gorro hileras de casas, el viejo Arubal, se detuvo
negro con visera que Pancho jamás se sacaba. en una puerta entreabierta iluminada
Sin levantar mucho la cabeza caminó lo tenuemente por dos lámparas a gas colgadas
más rápido que pudo y pronto distinguió la en ambos extremos del cuarto, implemen­
figura inconfundible de su viejo abuelo, tado pobremente con una pequeña estan­
pantalones negros, un feo y raído chaquetón tería y un viejo y sucio mesón. Era el negocio
impermeable de color café, su gorro de lana de don Aureliano donde se podía adquirir
del mismo color y los pesados bototos que algunos alimentos.
parecían acentuar la cojera de su pie -Buenas Aureliano -dijo el viejo
izquierdo. dejando la caja en el suelo.
Un poco encorvado por el peso de los -Muy buenas Ambal ¿Cómo estamos?
años, el anciano, que era bastante alto, pare­ ¿ Y el muchacho?
cía muy disminuido, con ambas manos -Pisándome los talones, replicó el
sujetaba la caja de madera que contenía la anciano.

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-Buen chiquillo ese Pancho.
-Que me dices a mí, si no fuera por él
yo ya no saldría a la mar. Debe venir apenitas
con las redes, terminó diciendo el abuelo.
-Y -¿en que lo puedo servir don
Aníbal? -preguntó Aureliano.
-Dígame ¿le queda por ahí algún
pancito amasado de esos caseros?
-Algo queda todavía don, sólo tres,
agregó Aureliano sacando los panes del
canasto.
-Suficiente don Aureliano -dijo el
abuelo-. Y dígame,¿tendría usted una porción
de charqui? Al Pancho le gusta muchísimo
y agregue un paquete de tabaco, me estuve
fumando el olor de la pipa toda la tarde.
-Aquí está tu nieto-anunció Aureliano­
¿qué tal muchacho?
-Buenas don Aure -dijo el niño-.
Friasa esta la noche pues, tengo los dedos
entumecidos-, mientras,juntando las manos
las acercaba a la boca para recibir el calor de
su aliento.

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-Eso es todo, vamos andando chiquillo. que se palpaba los bolsillos para encontrar
-Buenas noches don Aureliano, -dijo los fósforos.
el niño echándose al hombro el saco con las Pancho, vigila a esos ladronzuelos, agre­
redes que había puesto en la entrada de la gó, mientras encendía la lámpara a parafina.
tienda. Fuera, gritó el chiquillo entrando la caja
Abuelo y nieto caminaron en silencio y poniéndola sobre un piso y cubriéndola
hasta llegar a la casa. entera con una caja un poco más grande.
Dos puntos brillantes se movieron A pesar del mucho humo que salía del
acercándose y pronto Negro les saludó con vidrio de la lámpara, ésta iluminaba suficien­
dos ladridos cortos como era su costumbre. temente como para distinguir el modesto
-Sale Negro, no te cruces gato travieso, mobiliario de la habitación.
vas a botarme animal ¡quita, quita!, decía Alrededor de la mesa se encontraban
Pancho riéndose. dos sillas muy rústicamente fabricadas en
El abuelo puso la caja sobre un hechiza madera de la zona. Al otro extremo, dos ca­
banca de troncos y empujó la puerta de la tres de fierro negro con un par de colchones
vivienda. de lana pura y unas cuantas mantas tejidas
Dos gatos plomizos y flacos aparecieron a telar en coloridos tonos conformaban las
como por encanto maullando y acercándose camas del nieto y del abuelo.
a la caja del pescado que olía maravillo­ Sobre un piso hecho de cañas había un
samente para ellos. lavatorio enlozado con algunas saltaduras y
-Ya llegaron estos frescos, murmuró el un recipiente nuevecito puesto al lado para
abuelo, dirigiéndose a tientas hasta la mesa vaciar el agua sucia. Dos chuicos vestidos de
que se hallaba al centro del cuarto, a la vez mimbre contenían el agua limpia.

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Un antiguo cable eléctrico forrado de -Buenazo pues abuelo -dijo el chiqui­
negro, sobrante de alguna instalación en otro llo muy contento como si ya sintiera el
lugar, colocado entre dos postes de alerce, calorcito de la sopa en su cuerpo.
sostenía la poca ropa que poseían los -No me demoraré nadita, agregó el
habitantes de la casa. abuelo, tira las cucharas a la mesa y no le
Don Arubal se acercó al tambor de aceite quites los ojos al cajón.
que un día fue de color verde y que les servía -No se preocupe abuelo, los gatos no
de fogón y removió las cenizas con el resto entrarán.
de palo que no se consumió entero; agregó Pancho se sentó a la mesa después de
dos o tres palos más, un poco de papel y le poner en ella el pan, el charqui y dos tazones
acerco un fósforo. Otro intento y una llama para la sopa. El abuelo trajo la ennegrecida
amarillenta apareció creciendo por momen­ olla que venía hirviendo y le sirvió al niño la
tos y disminuyéndose enseguida por efecto humeante sopa.
del vientecillo que se colaba por entre las La luz amarillenta atraía a uno que otro
tablas de la pared. insecto nocturno que revoloteaban a su
El viejo puso la ennegrecida tetera al alrededor.
fuego y preguntó: Tres golpes secos en la puerta, don
-¿Se siente el silbido de Juano? Arubal se paró a abrir.
-Aún no abuelo, pero debe estar por -Amigo Aníbal -¿cómo estuvo la
llegar. faena?- dijo la voz chillona de Juano.
-Bien, preparemos un buen caldo de -Más o menos no más pues, egoísta se
cholgas y comeremos charqui con pan ha portado la mar, pero pase, pase, tenemos
amasado, ¿qué te parece hijo? una sopa hirviendo.

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-Mire, le diré que le voy a aceptar veremos, ya veremos, agregó, con su
porque usted es el primer pescador que acostumbrada carcajada.
visito, de modo que la carretilla allá afuera -Coma charqui, amigo Juano.
está vacía, de otra forma los gatos harían su -No, don Aruoal, tengo que irme, el
agosto, agregó Juano mostrando la barco pasará a las once y para esa hora tengo
desdentada boca en una sonora carcajada. que tener recogida toda la pesca para que se
Pancho se paró para dejarle la silla y la lleve. Yo le traigo la hoja de entrega
después de saludarlo fue a buscar el piso mañana como siempre. Buenas noches
poniendo el lavatorio en el suelo. amigo y muchas gracias.
Juano se quitó la bufanda tejida a mano -Buenas Juano, saludos a la familia,
y la puso sobre una de sus rodillas. dijo el abuelo, sin moverse de la silla.
El abuelo le sirvió un tazón de caldo y -Hasta mañana -dijo Pancho, acompa­
Juano, tomando la cuchara, preguntó sí no ñándolo hasta la puerta, entrando luego con
tenían un poquito de picante. el saco con las redes que había quedado
-No, dijo Aruoal y como disculpán­ afuera.
dose, agregó, pero sírvase pancito amasado. Negro aprovechó de entrar también y
Comieron mientras hablaban de la se instaló junto al fogón cerrando enseguida
pesca y de la familia de J uano que era los ojos. Pancho cerró la puerta y volvió a
bastante numerosa, tres hijas mujeres abrirla al escuchar los maullidos de los dos
seguidas de cuatro varones, uno de los cuales desteñidos felinos.
tenía apenas unos días. -¡¿Qué?!, ¿también quieren entrar?
-La patrona no quiere más familia, dijo Adentro, pues.
Juano -bueno que son hartos críos, ya El abuelo los miró entre indiferente y

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resignado porque sabía que se echarían a los abuelo se mezclaban con una tos seca y una
pies de su cama. Cada noche les regañaba, respiración entrecortada que le asustaban.
aunque cada vez más reconocía que no se le Leyó seis páginas y se le empezaron a
entibiarían sus flacos huesos a no ser por el cerrar los ojos, aún no eran las nueve de la
calor de los dos plumones gatunos. noche, pero el día había sido muy ajetreado.
-¿Le sirvo su taza de hierbas abuelo? Pancho había ido a la escuela hasta quinto
-preguntó el niño- la tetera ya hirvió. año y luego la dejó para ayudar a su abuelo.
-Si hijo, por favor, ya sabes que el Sin embargo, había hecho un compromiso
charqui me produce mucha sed. Antes me con él, leer todo lo que el abuelo pudiera
echaba un buen vaso de vino, pero ahora ya conseguir. Cada noche Pancho cumplía su
no puedo beber, mi pobre estómago tal vez parte, al día siguiente el abuelo le explicaría
sea lo más resentido de mi viejo organismo. lo que el niño no hubiese entendido o
Se acercó el viejo a la lámpara y comentó simplemente, escucharía lo que Pancho le
al niño: contase de lo aprendido.
-Queda parafina para que leas un El muchacho cerró el libro y salió afuera
poco, así que no te acuestes antes de hacerlo, alejándose un poco para orinar. Casi todas
ya sabes que hicimos un trato. las viviendas cercanas aún tenían sus
-Lo sé abuelo y ese libro que me trajo el lámparas encendidas; a lo lejos la mar se veía
nuevo capitán del barco es muy entretenido. como una gran mancha oscura; la noche
El abuelo tomó su taza de agua con estaba fría y no había luna.
hierbas y se fue a la cama. Al poco rato Volvió sobre sus pasos y cerró el postigo
Pancho le escuchó roncar, el muchacho se que protegía la pequeña ventana de cuatro
movió inquieto en la silla, los ronquidos del vidrios, fija, ya que el excesivo viento que a

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diario soplaba en la isla no permitía abrirla.
Cerró la puerta amarrándola por dentro con
un par de vueltas de un alambre que
atravesaba dos pequeños orificios hechos en
la madera de la puerta y la pared de la
entrada.

A LA MAÑANA siguiente, Pancho


despertó de pronto como asustado por la
claridad que se filtraba por las innumerables
rendijas que existían en la pared. Se sentó
restregándose los ojos y al ver la cama del
abuelo recorrió la habitación con la mirada
como queriendo encontrarlo. En eso estaba
cuando entró el viejo Arubal con un cubo de
agua fresca, al ver al chico con esa cara de
sorpresa se sonrió y lo saludó como si nada
especial ocurriera.
-Buenos días hijo -¿cómo te encuen­
tras hoy?
-Buenos días abuelo -respondió Pan-

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cho, sin entender lo que ocurría. Un buen tacho de café con leche y dos
-Abuelo, ¿qué hora es? huevos duros para cada uno fue el desayuno
-Alrededor de las ocho, contestó el que tomaron.
viejo. -Bien -dijo el abuelo- te diré lo que
-¿Qué pasa?, ¿por qué no salimos a sucede, he decidido ir al Puerto.
pescar hoy?, ¿está usted enfermo? -¿Al Puerto?, interrumpió el niño sin
-Pensé que anoche me lo preguntarías poder creerlo.
-pues no arreglamos los espineles- respon- -Sí, al Puerto. Quiero hacer allí un par
dió el abuelo. de cosas que ya no deben esperar más. Lo
-Es verdad, tal vez fue el cansancio o prepararemos todo temprano y a la tarde,
quizás la visita de Juana, por eso yo lo olvidé. cuando pase el barco carguero, nos embar­
-Bueno, bueno, desayunemos pronto, caremos si hay lugar. Y el abuelo continuó:
propuso el anciano con su acostumbrado -¿Te gusta la idea?
tono fuerte. -Estoy muy contento -replicó el niño-
-Si abuelo -respondió el chiquillo- me agregando, ha sido una gran sorpresa.
lavo y me visto enseguida. -Bien, dijo entonces el anciano, ordena
El abuelo encendió el fogón, mientras un poco tu ropa y prepara una muda para
el muchacho se lavaba. Vestido ya, salió a llevar, pues alojaremos por lo menos una
tirar afuera el agua sucia del recipiente. La noche en la Isla Grande.
mañana estaba nubosa y fría como casi siem­ -Si, pues el barco llega sólo hasta la Isla
pre en esa zona del país. Mirando al cielo Grande, dijo Pancho como eco de su abuelo.
encaminó sus pasos a la vivienda, convenci­ -Mientras tanto yo iré a hablar con don
do que el día abriría, por lo menos, un poco. José Avendaño, tu maestro, necesito

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conversarle ciertas cosas. Tú Pancho, prepara
comida para dejarles a estos brutos, al negro
y los dos plomos.
-No se preocupe abuelo, dijo Pancho
muy dispuesto.
En realidad lo que le hubiese pedido lo
habría hecho igualmente feliz, tal era su
disposición.
Y así fue, Pancho a sus deberes y el
abuelo partió en dirección a la casa del
profesor Avendaño. Desde la puerta Pancho
lo vio alejarse caminando lentamente como
si necesitara tiempo para pensar muy bien
lo que tenía que decir.
Pancho limpió un poco sus gruesos za­
patos, no hacía mucho que les había cam­
biado los cordones, le duraban poco, pues el
paso por tantísimo ojetillo los iba desgastan­
do. El bolsillo de su mejor pantalón estaba
algo descosido, pero eso Pancho no sabía
arreglarlo. Mirando su ropa el muchacho
suspiró y levantando las cejas se dijo en voz
baja: ¿por qué mamá tendría que morirse?

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El abuelo le había contado un par de cían todas las madres de la isla. El parto fue
veces como había sucedido, pero el niño normal, el niño saludable y robusto. La com­
jamás pudo comprenderlo. plicación vino a los dos días, Estrella estaba
Estrella, su madre, era una joven de la muy afiebrada y rápidamente se sumió en
Isla Grande,. Según su abuelo, era muy alegre la inconsciencia; al tercer día murió sin al­
y él se le parecía mucho en su carácter. Se canzar a recibir ayuda médica alguna.
casó con Francisco, el único hijo del abuelo Yo creo que fue por haberse cortado las
y vino a vivir con ellos en una casa que trenzas, había comentado el abuelo.
habían levantado al extremo norte de la isla. Al ser interrogado por Pancho le contó,
Cocinaba bien -decía el viejo- sólo que que unos días antes de que él naciera el tiem­
extrañaba la falta de papas en la pequeña isla po estaba muy bueno y el sol alumbraba y
y tan abundantes en su tierra natal. calentaba como nunca. Entonces una maña­
Pasamos tres años muy buenos -había na Estrella se lavó el negro cabello que le caía
contado el abuelo- y cuando Estrella quedó cubriéndole entera la espalda, si se lo solta­
esperando a Pancho la alegría los unió aún ba, lo secó un poco al aire y lo peinó como
más. Como todas las mujeres de la isla, acostumbraba en dos gruesas y morenas
Estrella preparó toda la ropa para recibir a trenzas.
su hijo. El abuelo clavó una buena cuna y se Estaba sentada en la banca -recordó el
la regaló. Era una chiquilla cariñosa y bien abuelo, tenía un delantal muy blanco ama­
criada, había comentado una vez el viejo rrado a la cintura, yo estaba a poca distancia
Arubal, refiriéndose a su madre. de ella- siguió con voz entrecortada el
Estrella fue atendida en su alumbra­ anciano. De pronto tomó las tijeras que tenía
miento por dos mujeres vecinas como lo ha- a su lado y se cortó las trenzas que cayeron

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pesadamente sobre su falda. Estrella las miró
sonriente y les amarró a ambos extremos con
una cinta.
Amí me impresionó mucho lo que hizo,
agregó el abuelo, aunque nunca supe muy
bien por qué, y después tu madre las envol­
vió en un trozo de papel.
Pancho las había mirado muchas veces,
con cuidado abría el envoltorio café y se que­
daba mirándolas como si fuese siempre la EN UN PAR DE horas el abuelo estu­
que colgaba
primera vez que las veía, parecía que algo vo de regreso, traía un pescado
de la vida de ella le fuese traspasado al pasar de un ala mbre eng anc had o en su boca
suavemente sus dedos sobre el pelo. Era lo abierta y que goteaba un agua rojiza. Su.,bolso
único que el muchacho conservaba de su de cuero contenía pan, un poco de azucar y
madre. un par de cebollas.
-Todo lo tengo en orden abuelo -dijo
Pancho al verlo.
-¡ Bien!, ¡bien muchacho! replicó el
anciano. Prepararé un buen caldillo y almor­
zaremos pronto, a la vez que ponía el pesca­
d sobre la mesa.
Pan cho sac ó del fogón la olla que
contenía la comida de los animales y la puso

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en el suelo mientras el abuelo buscaba en su La niebla matinal había volado hasta las
bolsillo un afilado cuchillo para limpiar el partes altas de la isla y a lo lejos se divisaba
pescado. Se quitó el chaquetón y la bufanda el mar quieto pero oscuro. La temperatura
y puso manos a la obra. del m edio día estaba muy agradable
Negro, que había entrado tras el comparada con la que tenían a las cuatro de
anciano, pegó un aullido de dolor al .
la mañana cuando iban diariamente carruno
quemarse el hocico intentando probar su al muelle.
comida recién hecha. Don Arubal entró a la casa y se dirigió
El abuelo destripó el pescado y tiró todo al fogón, destapó la olla que humeaba y
para afuera, donde ya estaban esperándolo oliendo el oloroso contenido, comentó a
los dos gatos. Con rápidos movimientos picó Pancho:
la cebolla y metió un par de veces las presas -Estamos listos muchachos y huele
en agua limpia. En pocos minutos el caldo muy bien.
encebollado de pescado estaría hirviendo. -Ya lo creo abuelo y tengo mucha
Pancho recogió dos pares de medias que hambre, respondió el niño.
tenía colgadas en la cabecera de su cama y -Vamos a comer enseguida entonces
las puso en la bolsa de saco harinero que pues, invitó el abuelo.
llevaría con sus cosas para el viaje. Y diciendo esto, alcanzó el cucharón de
· Don Arubal encendió la pipa, pero en aluminio que colgaba en la pared, junto a
un par de chupadas la tos parecía ahogarlo oladores y otros utensilios propios de la
de modo que tuvo que apagarla. Salió al �ocina y que poseían, escasamente, el viejo
patio para tomar un poco de aire fresco. u nieto.
Pancho lo observó muy intranquilo. Dos platos hondos de loza barata

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quedaron colmados del líquido hirviente costumbre en ellos mientras comían. Tal vez
donde nadaban trozos de cebollas y, como sería porque su comida diaria era siempre a
una isla al centro del plato, una presa de base de pescado lo que significaba poner
fresco pescado blanco. mucho cuidado al comerlo, por que en reali­
Sentados uno frente al otro, nieto y abuelo, dad don Arubal y Pancho siempre tenían
devoraron en silencio cada uno de sus muchas cosas que decirse y comentar. Se te­
almuerzos. Limpio el plato, Pancho levantó nían y necesitaban uno al otro.
los ojos y ambos rieron como si el muchacho Pancho conocía a todos los muchachos
hubiese sido sorprendido en una travesura. vecinos naturalmente, pero como había de­
-¿Quieres más verdad? -preguntó el jado la escuela, ahora les veía muy de tarde
abuelo. en tarde, algunas pichangas de fútbol el día
-Sí pues señor, respondió Pancho, con domingo era todo el contacto que tenía con
un gesto de alegría muy propio de él, esti­ ellos. En general, los muchachos de las islas
rando un poco la boca y pestañeando repe­ e hacen hombres muy jóvenes ya que las
tidas veces. pesadas faenas de sus padres los requieren
-Ahora mismo te sirvo, queda bastante con ellos muy pronto. Pancho conocía sólo
y debemos comerlo todo, ya que a la noche , un chico que se fue a vivir al Puerto con
no estaremos aquí, dijo el abuelo. u nos parientes a fin de seguir la enseñanza
-Y los animales tienen mucha comida media.
¿verdad?, agregó Pancho, sobándose las Don Arubal, por su parte, sólo tenía co-
manos en presencia del nuevo plato llenito. nocidos y aunque se llevaba muy bien con todo
El abuelo también repitió su ración y vi pueblo, jamás tuvo un amigo. Blanca su
volvieron al silencio que se había hecho una t •sposa partió de este mundo cuando Fran-

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cisco tenía quince años y desde entonces el
viejo se convirtió en un solitario. Su hijo era
muy diferente a él y cada vez que podía se
iba a la Isla Grande a ver a parientes y ami­
gos. A Francisco no le gustaba la pesca,.pero
no había otra cosa que hacer; sólo ser pesca­
dor era todo el destino de los jóvenes de esa
isla y de todas las que estaban hacia el sur.
Francisco estaba siempre esperando la opor­
tunidad de trabajar en los barcos que reco­
rrían el archipiélago. Uno era el barco factoría
que se hallaba en alta mar a la altura de la
isla del Gran Faro.
La otra posibilidad estaba en ocupar
algún puesto en los barcos correos de la
marina que visitaban las islas cada quince
días llevando con ellos auxilio médico y
policial.
Sin embargo, el sueño de Francisco era
construir su propio barco para hacer el reco­
rrido entre las islas llevando y trayendo carga
y animales y hasta algún pasajero si se daba
la ocasión.

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Cuando vivían los tres con Estrella todo -Claro, claro, a eso vamos dijo y conti­
era diferente. Si parecía que la joven tenía nuó riendo.
no sólo el nombre de luz y brillo, cada gesto Pancho siguió su camino como resigna­
suyo, cada palabra, cada actitud, iluminaba do. Igual el viajar era atractivo, aunque pen­
sus vidas con extraña y dulce naturalidad. sar en la aguja aquella no le hacía ninguna
-En el Puerto te compraré alguna fruta gracia.
-dijo el abuelo interrumpiendo sus propios Vació las espinas a una caja de cartón
pensamientos. que les servía de basurero y entró para lavar
-Ya abuelo, gracias -un plátano, por los platos.
favor, es lo que más me gusta- respondió El viejo se había servido su agua de hier­
Pancho tan entusiasmado como si ya lo tu­ bas y buscó la mirada del muchacho para
viera en las manos. decirle burlón:
-Llegando veremos qué día vendrá el -¿ Tienes miedo Pancho?
barco de vuelta y así distribuiremos bien el -Bueno, un poquitín abuelo -dijo, el
tiempo para hacer todo lo que tenemos que niño, pero no me importa.
hacer. -Me alegro que no te importe, porque
Pancho se paró a recoger los platos y ya entonces no vas a vacunarte.
caminaba hacia afuera con ellos para Pancho saltó de gusto y con un ¡viva!,
limpiarlos cuando se volvió algo asustado y se dispuso a lavar los platos y cubiertos que
pre guntó: luego dejaría estilar sobre un trozo de toalla
-¿No estarás pensando en vacunarme vieja que les servía de paño de cocina.
abuelo? El viejo se paró riéndose aún y empezó
El viejo rió de buena gana. a ordenar sus cosas. Dos veces se acercó hasta

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la puerta de la vivienda para sacudir las La bolsa puesta sobre la mesa perfuma­
ropas que se encontraban colgadas por largo ba el ambiente con una calidez más allá del
tiempo. Mientras tanto, Pancho ajetreaba de calor propio de la horneada. Aruba! puso los
un lado para otro haciendo lo suyo. Con ,
dos tachos con café y Pancho saco un pan
dificultad, el abuelo se subió sobre la cama y que tuvo que tirar varias veces hacia arriba
estirándose un poco, alcanzó una pequeña hasta poderlo tomar en la mano.
caja de metal que tenía escondida entre la -Qué chiquillo travieso -decía el abue-
viga madre y otro pie derecho del centro del lo mientras soplaba el trozo de pan que había
cuarto. Se sentó al borde de la cama y se puso arrancado a un redondo amasado.
a contar el dinero que ahí tenía guardado. A las seis en punto cerraron la casa y se
Con un gesto entre sorprendido y contento despidieron de Negro encargándole que la
movió la cabeza con aprobación y se metió cuidara bien. En realidad en ese lugar no
el dinero en el bolsillo del pantalón. Luego había peligro alguno ¿Qué vecino �uerría
revisó las hojas de entrega que Juana le traía hacerle daño a otro vecino cuando allí todos
a diario y que podría cobrar si quería en la se necesitaban tanto?
Isla Grande o en las oficinas que el barco Recientemente un fuerte temporal había
factoría tenía en el Puerto. azotado la isla por varios días. El viento
A las cinco de la tarde prepararon un arreciaba sin contemplación a las pobres
poco de café y comieron pan amasado viviendas; las tejuelas de alerce de algunas
calientito que Pancho había ido a buscar techumbres cedieron a la intensa lluvia. Las
donde doña Carmen que amasaba todas las familias más afectadas se refugiaron en las
tardes y que vivía tres casas más allá de la casas vecinas y la población más cercana se
de ellos. organizó para que la comida no le faltara a

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nadie, ya que estuvieron casi doce días sin desde lejos les saludaba levantando el brazo
poder salir a pescar. El barro se fue haciendo con un papel blanco en la mano moviéndolo
cada vez más profundo y no apareció barco como si fuese un pañuelo.
alguno por allí en mucho tiempo. Era sabido -¡Amigo Aruba!, su papeleta!, gritaba
que no vendrían, pues el mar golpeaba de Juano.
tal forma que la amenaza de naufragio era -Gracias Juano -respondió el abuelo
inminente. cuando estuvieron lo suficientemente cerca­
-Vamos pues -dijo el abuelo. Andando aprovecharé de cobrarla. Pancho y yo vamos
muchacho. al Puerto.
A Pancho le pareció que su abuelo esta­ -No me diga ¿y cómo no me comentó
ba contento. Nunca se quejaba de nada, pero nada ayer pues don?
tal vez la idea de salir un poco de la isla le -Así soy yo, dijo el viejo, nada de anti­
entusiasmaba. ciparme, primero hay que ver si uno ama­
Pancho había estado una vez en su vida nece vivo.
en el Puerto, pero por más que hacía esfuer­ -Así es señor, así no más es, dijo Juano
zos por recordar lo que entonces había visto, alejándose. Dio dos o tres pasos y se volvió,
sólo conseguía ver las casas de varios pisos para gritarles:
de la ciudad y muchos barcos enormes en el -¡ Buen viaje y buen retomo!
muelle. De la Isla Grande recordaba haber -Así sea, contestaron nieto y abuelo al
visitado algunos parientes, que por allá mismo tiempo y continuaron su camino.
habían muchos niños y que las viviendas
eran iguales a las de su poblado isleño.
Por el camino encontraron a Juano que

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LLEGARON AL MUELLE cuando ya
había oscurecido, y algunas estrellas empe­
zaban a divisarse entre las nubes que aún
no despejaba el cielo.
-Parece que nos tocará linda noche,
comentó el abuelo.
-Sí, estrellada, pero condenada de fría
-replicó Pancho- que sabía muy bien que la
belleza del cielo estrellado significaba muy
bajas temperaturas.
En la oscuridad de la noche divisaron a
dos personas bajando por el sendero. Tal vez
eran pasajeros que esperaban poder subir al
carguero que pasaría como a las ocho.

43
-Se respira bien, rezongó el viejo, como revisó las amarras y volvió a sus pensa­
si el aire no le fuese concedido siempre. mientos encaminándose al muelle.
Pancho caminó por la pedregosa playa La inconfundible sirena del carguero lo
levantando la cabeza cada cierto rato para sacó de su ensimismamiento con alegría. A
ver si divisaba venir el barco. lo lejos se adivinaban las dos luces que traía
Los caminantes del sendero se acercaron encendidas el carguero, una alta en la proa y
saludando, eran don Manuel Bustos y don otra en la punta de la popa. Cuando atracara
Pedro Albacete vecinos del lado este de la prendería las luces de la cabina. Dos veces
isla. Durante el tiempo que tardó en venir el más sonó la sirena y el barco estuvo junto al
carguero cada uno de ellos comentó con el muelle. Había recorrido cinco islas antes de
viejo Anfbal la razón de su viaje. Uno iba a llegar hasta alli y venfa muy cargado.
comprar alimento que le ofrecían a buen -¿Cuántos suben?, gritó el ayudante
precio unos familiares y el otro por materia­ del capitán.
les para acondicionar algo su vivienda. -Cuatro -gritó don Manuel- tres hom­
El chiquillo chuteaba las piedras bres y un niño.
mojadas con las manos en los bolsillos -¡ Bien! No podría tampoco subir ni un
mientras sus pensamientos divagaban a su cristiano más, dijo el navegante, saltando
gusto. sobre el muelle y enrollando en una hábil
Seis años hacía que no salfa de la isla; maniobra un grueso cordel al poste mayor
quizás el Puerto estuviese muy cambiado. de la orilla.
Pancho se acercó al María Elena que se Al primer acercamiento don Manuel tre­
encontraba bien amarrado a un poste sobre pó de un salto, volviéndose enseguida para
la pedregosa playa, algo retirado de la orilla, dar la mano al siguiente. Pancho, sostenido

44 45
lir,n m 'nt por las manos de su abuelo, su­
bió sin ninguna dificultad. Otro acercamien­
to y Albacete ayudó al abuelo a subir y en
un ágil movimiento trepó él también. El bar­
co se movió como alejándose por el oleaje
retomando enseguida y golpeando con sua­
vidad el muelle de madera.
El navegante subió llevando con él la
amarra.
-Estamos listos -gritó con la mano en
la boca formando una bocina.
El ruido del motor sonó diferente por
efecto del cambio de marcha. El carguero se
quejó un poco rechinando y emprendió la
navegación lentamente como resignado a su
destino.
Todo el barco despedía el tibio y familiar
olor de la modesta vivienda de Arubal y
Pancho; era una mezcla de cholgas secas,
humedad y leña quemada, además del no
muy agradable, pero igualmente conocido,
olor de la piel de las ovejas y vacas, como de
sus propios guanos.

46
El metraje del pequeño barco estaba to­ El abuelo se acercó al grupo de hombres
talmente ocupado, dos vacas gordas amarra­ y Pancho se quedó cerca de la jaula con
das del cuello a los fierros del puente, se gallinas que se movieron revolviéndose entre
mecían somnolientas al ritmo del mar; ocho sí y volviéndose a echar sobre sus patas
ovejas arrinconadas en la popa se empujaban entrecerrando los ojos como si quisieran que
inquietas unas a otras; dos jaulas con gallinas las dejasen dormir.
puestas una sobre otra ocupaban un espacio El viaje duraría toda la noche de manera
rectangular en el centro de la proa, varias que era mejor tener disposición y buen
cajas conteniendo tiras de cholgas y navajue­ ánimo. Más tarde los hombres destaparon
las se apilaban en los bordes; otro tanto ocu­ una botella con agua ardiente y un vaso fue
rría con los paquetes de algas y sacos con pasando de mano en mano. Era su forma de
productos que los pasajeros llevaban al pasar el frío y hacer las horas más cortas.
Puerto para vender. Pancho miraba la noche que caía oscura
Unos hombres sentados en el suelo -sin ser negra- pintada de algunos lunares
fumaban y conversaban animadamente brillantes que eran escasos por cierto. El
cuando nuestros isleños subieron. Todos se oleaje se fue ondulando y el chiquillo
saludaron, pues nadie era un desconocido necesitó afirmarse fuertemente a la borda.
en esos alrededores. Tres mujeres viajaban -Muchacho -gritó el abuelo- entra a la
en la cabina que tenía cuatro hileras de cabina( parece que tendremos movimiento.
asientos de madera. Una de ellas llevaba un -No, abuelo, prefiero quedarme aqm
niño pequeño en sus brazos al que arropaba un rato -respondió Pancho como si le
constantemente con una frazada, pues el avergonzara la idea de viajar donde iban las
chiquillo no dejaba de toser. mujeres.

48 49
Durante más de una hora no hubo enderezó y como sacando fuerzas de la ilu­
cambio alguno en la navegación. Más o sión del viaje, saliendo de debajo del bote,
menos a media noche empezó a caer una se animó a sacar del bolso un pan y se dis­
persistente llovizna que obligó a los hombres puso a comerlo. Algunas aves so�revolaron
a cubrirse con una lona que traía el barco _
la nave como queriendo darle la b1enveruda.
para esos efectos. Pancho se refugió debajo El grupo de hombres parecía dormir
de uno de los botes salvavidas de los tres que aún bajo la lona. Cansados y algo bebidos,
llevaba el carguero. habían capeado un poco el frío y la lluvia.
-Siete cambios tiene la noche, La sirena los despertó a todos, menos al
murmuró Pancho, con el deseo que la lluvia pequeñín, que calientito en los brazos de su
pasara mientras, encogido, trataba de madre, había descansado bien.
cobijarse. Con el acercamiento, la Isla iba crecien­
Afirmándose con dificultad llegó hasta do y Pancho pudo darse cuenta enseguida
él don Arubal. que allí había mucho más que veinte �asas.
-Aquí tienes la manta -dijo, abrígate .
El carguero atracó sin ninguna dificul­
bien. tad. Poco a poco los hombres y las mujeres
-Y usted abuelo ¿tiene a mano la suya? fueron bajando, luego los bultos, cajas y sacos
preguntó, a su vez, el muchacho. se fueron amontonando en el muelle
-Sí hijo, la tengo, trata de dormir un construido de material sólido, que era por
poco, agregó el viejo volviéndose al grupo. lo menos cuatro veces más largo y ancho que
Al amanecer las pocas luces de la Isla el de su pequeña isla, según calculaba Pan­
Grande se podían divisar. cho. Con lentitud descargarían a los anima­
Entumecido, Pancho tiritaba pero se les, labor que requería de tiempo y cuidado.

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El viejo y el niño tomaron sus bolsas y, nuó el abuelo, algo parecido al encendido de
despidiéndose, se alejaron por la primera un motor. Te lo explicaré mejor cuando veas
calle que enfrentaba el muelle. la instalación. Esos son los cables, ¿recuerdas
Pancho miraba para atrás constante­ el libro de experimentos que leímos?
mente como si quisiera guardar en su me­ En eso iban cuando se abrió la puerta.
moria la escena que se vivía allá abajo. Una mujer flaca y ojerosa apareció en ella.
Caminaron largo rato. Empezaba a ama­ -Pero si es don Arubal, dijo la mujer.
necer y luego de recorrer algunas cuadras, Pase, pase usted.
llegaron ante la fachada de una casa de dos -¿Y no me diga que éste es Panchito?
pisos que tenía una ampolleta colgando so­ agregó sorprendida.
bre la puerta. -El mismo -dijo el abuelo, empujando
-Aquí es, dijo el abuelo. La casa es de al chiquillo hacia adentro a la vez que le esti­
tu abuela materna, doña Gracia, así se llama, raba la mano a la Rosa, única tía de Pancho,
ya sabes. hermana de su difunta madre.
Dos golpes en la madera y enseguida -Saluda pues niño, dijo el abuelo, qui­
se sintió ruido al interior. tándole la gorra al muchacho.
Se prendió la luz de la ampolleta y Pan­ -¿Cómo está señora?, dijo Pancho.
cho abrió los ojos sin poder creerlo. -Mamá, venga, no sabe la sorpresa que
-Aquí tienen luz eléctrica chiquillo, le se va a llevar.
explicó el abuelo. La casa era espaciosa y estaba caliente,
Sorprendido a tal extremo estaba Pan­ se veía que allí al fogón estaba prendido toda
cho, que se quedó callado. la noche. Pancho y el abuelo tenían muchí­
-Funciona con un interruptor, conti- simo frío.

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El niño miraba hacia arriba sin poder -Perdone don, pero por ver al niño ni
apartar los ojos de la ampolleta. siquiera lo he saludado a usted, pero
-Por aquí donAníbal, dijo Rosa, abrién­ siéntese, por favor, dijo doña Gracia;
doles paso hacia la cocina. estirando su mano y recibiendo el respetuoso
Como es propio de esa zona, la mesa apretón de mano de don Arubal.
de� comedor se encontraba en la cocina y Doña Gracia tendría alrededor de
alh pasaban todos los miembros de la cincuenta y cinco años, sin embargo parecía
familia cuando estaban en la casa. Pancho bastante mayor, muy canosa, bajita y
se había equivocado, aquí no había fogón, regordeta, había luchado a pareja con su
en su lugar se encontraba una gran cocina esposo para sacar adelante a su familia. De
a leña con cuatro platos y un tubo que hecho, tanto la Estrella como la Rosa habían
sacaba afuera el humo. La tetera de cinco recibido toda la enseñanza escolar.
litros hervía prometiendo una buena taza Después de su viudez quedó sola con
de café caliente. Rosa que ya parecía que vestiría santos,
Doña Gracia apareció jubilosa y emo­ aunque recién iba por los veintiocho años,
. pero, era tan quitada de bulla que era muy
cionada, se acercó al niño y lo abrazó tierna­
mente. Pancho, que no estaba acostumbrado difícil que consiguiera novio.
a este tipo de manifestaciones, no sabía si Doña Gracia poseía unos terrenos de
esquivarla o quedarse quieto, algo confuso varias cuadras que había alquilado bastante
recibió la caricia que la abuela le hacía en la bien a una firma extranjera que se interesó
cara, mientras decía: por instalar en el país una fábrica de harina
-Eres muy parecido a mi Estrella, sí, de pescado.
muy parecido. -Les serviré desayunito enseguida

54 55
¡Cómo vendrán de entumecidos!, dijo Rosa, Las tazas de café humeante, puestas
agregando atropelladamente: ¿y qué?, ¿cómo sobre un mantel muy blanco, invitaron a
se portó el mar? A mí no me den esos todos a volver a la realidad. Unos pancitos
viajecitos -siguió diciendo con un simpático calientes con mantequilla y el queso fresco
mohín, que le gustó mucho a Pancho. hecho en casa completaban el esperado
La mirada del niño iba de una mujer a desayuno.
otra tratando de adivinar entre ambas la -Quisiéramos lavamos un poco, dijo
figura de su madre. El abuelo había dicho el viejo Arubal al ver la mesa lista. A su vez
que no era muy alta, entonces en eso se Pancho recordó la necesidad que tenía de ir
parecía a la abuela; pero los ojos oscuros y al baño.
sonrientes debieron ser como los de la tía -Pero, claro, no faltaba más, dijo la
Rosa. doña. Adelante, pasen por favor.
Sin darse cuenta, Pancho parecía Al fondo del pasillo, algo estrecho, es­
haberse esfumado de la realidad, creando un taba el cuarto de baño. Pancho lo encontró
ser vivo como quien plasma una figura en el parecido a uno que había visto en una revis­
papel. Al poco rato su imaginación había ta, aunque estos artefactos eran más modes­
conformado casi por completo a la descono­ tos, funcionaban perfectamente.
cida que había sido su madre. -Abuelo, ¿mi madre era rica?, pregun­
Doña Gracia tampoco dejaba de mirar­ tó el niño.
lo, logrando otros tantos descubrimientos -No Pancho, lo que tú ves es corriente
en el rostro de Pancho, mientras seguía a en las ciudades. Don Alejo, tu abuelo, pudo
medias la conversación entre Rosa y don adquirir estos bienes y comodidades porque
Arubal. trabajó duro y nunca le fallaron las fuerzas.

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Además en la Isla Grande las oportunidades
de conseguir buenas faenas han sido siempre
muchas más que las nuestras.
-Viven bien ¿verdad? -insistió el chi­
quillo.
-Sí, así parece hijo, respondió el abuelo,
pasando su mano por la cabeza de Pancho
alisando un poco su rebelde cabellera.
Vueltos a la cocina, bien sentado, Pan­
cho disfrutó su desayuno. Mientras lo hacía
recorría la habitación con la mirada como era
su costumbre. Así descubrió dos ventanas
con unas cortinas tejidas muy blancas, un
gran estante, que llamaban aparador, conte­
nía innumerables tazas, platos, vasos, jarros
y quizás cuantas cosas que no se veían detrás
de dos puertas en la parte de abajo cuyas
llaves estaban puestas.
-Mermelada, Rosa, trae mermelada
para el niño, seguro que va a gustarle.
Claro que le gustó y mucho, era mer­
melada de frutilla y jamás Pancho la había
probado. Nunca recordó bien si fueron tres

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o cuatro las tazas de café con leche que se Ropa, se dijo asimismo Pancho, harta
tornó, pero cuando se paró parecía que había falta que me hace.
engordado varios kilos. -Bueno, doña, dijo el abuelo a tiempo
Pancho comió mientras las mujeres lo que se paraba, yo me acercaré a lo de Diego
miraban satisfechas y felices. Don Arubal Leiva para saludar a mi viejo compadre.
también se sirvió lo suyo y durante un par -Mire don, yo alguna vez he visto a
de horas estuvieron alrededor de la mesa. don Leiva, siempre me ha preguntado si sa­
-Espero que usted y el niño se queden bernos algo de usted.
unos días con nosotros don Arubal, dijo Doña -Estaré allí un rato, le gusta recordar
Gracia. viejos tiempos, bueno ya es el único que nos
-No, no señora, nos quedaremos sólo va quedando, recuerdos.
hasta que vuelva alguno de los barcos, tal -Que le parece si deja al niño, así no­
vez un día o dos. sotras aprovecharemos de probarle la ropita.
-Mire pues don, nosotros tenemos Pancho miraba a cada uno de los inter­
guardado un paquete con ropita para el niño, locutores apenas pestañeando.
pero corno ha pasado tantísimo tiempo y al -Si él quiere, está bien pues ¿qué dices
ver lo grande que está, se me hace que quizás hi.JO?.
le ande chica, comentó la señora en su típico Pancho dudó un momento, pero al ver
lenguaje, tan propio de la gente de esos las caras de súplica de su tía y de su abuela,
australes lugares. decidió quedarse.
Un paquete pensó el abuelo, en doce Pasaré a cobrar mis papeletas de entrega
años han mandado un solo paquete y el otro y de paso veré cuando tenernos barco para
estuvo aquí esperando, vaya, vaya. regresar.

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-Entonces don, ¿lo esperamos para el tanto desilusionada. ¡Le hubiese gustado
almuerzo?, preguntó Rosa. tanto vestirlo!
-No, no señora por favor, a mí me gus­ -Ven por aquí, en mi habitación podrás
ta caminar con libertad, no se preocupe. cambiarte, dijo Rosa, señalando la primera
El abuelo salió y enseguida como si tu­ puerta por el pasillo.
vieran un juguete nuevo la abuela apuró a Le dejaron toda la vestimenta, advirtién­
la Rosa a traer el paquete de la ropa. Llegó la dole que vendrían a ver como le quedaba.
tía con el pedido y fueron saliendo del en­ Pancho se sentó en una de las dos camas
voltorio camisetas, calzoncillos, calcetines, que cubiertas por colchas blancas tejidas en
tres pantalones, tres chalecos y dos camisas. pitilla, parecían relucientes, un velador las
Rosa se acercó a Pancho y le quitó el separaba, sobre él una pequeña lámpara y
viejo chaquetón azul. Cuando siguió con el un marco metálico con una foto. Bajo la
chaleco, Pancho reaccionó preguntando: ventana había una cómoda de tres cajones y
-¿Me va a sacar la ropa señora? en la pared cercana a la puerta un gran
-Sí, claro -dijo Rosa- agregando, y no ropero de tres cuerpos, con una luna de
me llames señora, recuerda que soy tu tía espejo en la puerta del medio. Dos choapinos
Rosa. tejidos en lana natural de color negro, con
-La ropa me la saco solo, dijo el mu­ rosas rojas en el centro, estaban colocados
chacho algo molesto. como bajadas de cama. Dos grandes cojines
-Está bien, nosotras solamente quere­ en cada cama destacaban por sus vuelos
mos probarte la ropa nueva. bordados.
-Yo lo haré solo, insistió Pancho. Después del recorrido por la habitación,
-Déjale entonces -dijo la abuela- un Pancho volvió sus ojos al velador y tomó la

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fotografía: dos jovencitas sonrientes tenían o echarse a llorar. A Pancho le había hecho
sus cabezas muy juntas; en realidad no se mucha ilusión la ropa nueva; en verdad rara
parecían entre ellas, lo único que las aseme­ vez el abuelo le podía comprar algo. Bueno,
jaba eran las trenzas negras que ambas lucían pensó moviendo la cabeza negativamente,
sobre los hombros. lo mejor será sacármelo.
El niño volvió a poner la fotografía No alcanzó a hacerlo cuando las dos
sobre el velador y se desvistió sin dejar de mujeres ya estaban dentro de la habitación.
mirarla. -Mira niña, qué barbaridad, si parece
Tres golpecitos suaves en la puerta y la que no fuera de él, exclamó la abuela con voz
voz de la tía Rosa diciendo: afligida.
-Panchito, cámbiate desde los calzon­ -¿Puedo sacármelo preguntó Pancho?
cillos. -Espera, veremos si alguno de los otros
-Así lo haré, respondió el niño. dos pantalones te anda mejor, replicó tía
Y así lo hizo. Primero los calzoncillos y Rosa.
las camisetas; ambas prendas le quedaban Efectivamente uno de los tres era bastante
muy bien, ¡estaban tan nuevas, abrigaditas! más largo.
Las camisas, sin embargo, le quedaban todas -Hijo, cámbiate el pantalón por éste
chicas, especialmente cortas de mangas, el ¿quieres?, propuso la tía.
pantalón fatal casi a media pierna. Buscó -Bien, si salen me lo pongo, insistió el
entonces el chaleco que le pareció más muchacho.
grande y se lo puso; por suerte éste corregía Rápidamente se cambió y salió de la
el problema de la camisa. Se acercó al espejo habitación. Ahí estaban las dos junto a la
y al verse en aquellas fachas no sabía si reírse puerta.

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-¡Te ves muy bien! -dijo la abuela, seguida del niño, mientras la abuela recogía
agregando, ya parecía que nuestras compras la ropa vieja de Pancho. Al verla, alarmado
habían sido un fracaso. el chiquillo quiso rescatarla gritando:
-¿Te gusta cómo te ves Panchito? No -Señora, no irá usted a botar mis cosas.
pudo evitar preguntar la abuela. -No hijo, claro que no, sólo voy a
-Sí, claro, me gusta y la verdad me lavarla para luego remendarla un poco, no
siento muy abrigado, dijo el niño sin mencio­ te preocupes, terminó diciendo la abuela.
nar lo de las mangas cortas. Pancho entró al baño detrás de Rosa, la
Sin dejar de contemplarlo con cariño la mujer abrió una llave y puso la mano debajo
tía le propuso darse un buen baño para que de ella varias veces hasta que exclamó:
luego ella pudiese cortarle el pelo. -Ya está saliendo muy calientita.
Pancho se rascó la cabeza antes de Fue entonces que Pancho se dio cuen­
responder. No estaba tan seguro si las dos ta que se metería en el tremendo recipiente
mujeres no tratarían de bañarlo. Ya empe­ blanco que él creía que era para juntar
zaba a arrepentirse de no haber ido con el agua.
abuelo donde el compadre. -Te quitas la ropa, la pones sobre la
-Y ¿dónde voy a bañarme?, preguntó tapa de la taza. Este es el jabón y la esponja
por fin. que puedes ocupar, dijo Rosa, volviéndose
-Yo te mostraré, será muy fácil, dijo la hacia la puerta.
tía. -¡Ah!, y con estas toallas te secas bien.
-Bien vamos, respondió Pancho como No hay apuro, házlo tranquilo.
si quisiera darles en el gusto. La verdad, Pancho disfrutó mucho del
La mujer joven caminó hacia el baño baño. Si bien alguna vez allá, en la isla el

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abuelo le había entibiado un poco de agua y De pronto recordó que en los bolsillos
lo había hecho meterse en la batea, no se del pantalón tenía unas cosas que eran muy
parecía en nada a lo que le estaba sucedien­ importantes para él; dos caracoles de mar,
do. Sin embargo, pensó el niño, el agua fría color azul nacarado muy raros de encontrar,
que me tiro en las mañanas me hace sentir un candadito pequeñísimo que se encontró
mejor que todo. Aquí empiezo a sentirme una vez que estaba mariscando con unos
como una señorita. chicos de la isla, y tres envoltorios de chicles
Más tarde, vestido del todo, Pancho lle­ americanos que le regaló en una oportunidad
gó hasta la cocina. Rosa tenía preparadas una el capitán del barco correo.
toalla vieja y un par de tijeras para cortarle Se paró de un salto y dijo:
el pelo. Pancho, muy preocupado, se sentó -Señora ¿dónde puso usted mi ropa?
donde la tía le indicó; el único que le cortaba Es muy importante que yo la vea antes que
el pelo era su abuelo. Esto no le gustaba nada. la moje.
Mientras le ordenaba el cabello, Rosa -La saqué afuera, pero aún no la he
pasó revista al lavado de orejas. mojado, respondió doña Gracia abriendo
La abuela se ocupaba del almuerzo y una puerta que daba al patio de atrás.
cada cierto rato le preguntaba a Pancho si le Rápidamente Pancho rescató sus tesoros y
gustaban los alimentos que estaba prepa­ los puso en el bolsillo de su nuevo pantalón.
rando. Las mujeres se miraron sorprendidas y
Lo cierto era que Pancho no tenía nada Rosa dio por finalizado el corte de pelo.
de apetito con ese tremendo desayuno al que Pancho recorrió la cocina en un par de
no estaba acostumbrado, de modo que decía vueltas y luego se asomó al pasillo. Al ver a
sí a todo sin pensarlo siquiera. Rosa salir de una de las habitaciones se

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acercó a ella y le preguntó: miró a la mujer como agradeciéndole
-Señora ¿quién está en esa fotografía infinitamente el gesto. Rosa salió afuera para
de su dormitorio?, en el velador, agregó. esconder su emoción.
-Bueno soy yo y mi hermana, la Estre­ El niño al verse solo se sentó en la cama
lla, fue la respuesta. sin dejar de mirar el objeto de su atención.
Pancho se puso pálido. Era lo que se Una vez había visto una fotografía de su
había imaginado, giró sobre sus talones y se padre. Algo amarillenta, se distinguía apenas
detuvo enseguida, se tocó la frente como tra­ la figura alta y delgada de un hombre;
tando de pensar en algo. aunque los rasgos no eran muy definidos,
-¿ Quieres volver a mirarla? Preguntó Pancho tenía una idea de como era él.
tía Rosa con voz tan suave como la de un Rosa y Estrella estaban sentadas, de
ángel. manera que se les veía medio cuerpo, pero
Rosa empujó la puerta del dormitorio y los rostros eran muy nítidos. Con mucho
Pancho avanzó lentamente a la vez que cuidado, Pancho puso el retrato sobre el
estiraba sus brazos. De pie entre las dos velador y salió retrocediendo.
camas con la fotografía en sus manos la Ya eran casi las dos de la tarde y la
miraba en silencio, sin atreverse a preguntar abuela anunció que el almuerzo estaba
cuál de las dos era su madre. Pasado unos servido.
segundos en que Rosa había respetado el Pancho se sentó a la mesa, tomó la
silencio del muchacho se acercó a él y cuchara y sorbió el caldo de gallina apenas
señalando con el dedo a la más risueña de notando que estaba caliente. Tanto la abuela,
las dos mujeres retratadas le dijo: esta es que ya se había enterado de lo sucedido,
Estrella, tu madre. Pancho levantó los ojos y como la tía Rosa no le hablaron durante el

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almuerzo, se veía que el chico estaba sumido -Por suerte algo le quedó bueno comen­
en sus pensamientos. Rosa sirvió el segundo tó la abuela, un poco avergonzada.
plato y Pancho seguía ajeno a la realidad. -Yo le arreglaré lo demás, dijo Rosa,
Los golpes en la puerta de la calle lo sacaron tal vez alcance a tenérselo a la vuelta del
de su ensimismamiento. Rosa se paró a abrir Puerto.- Sale un bus a las cuatro quince, y
y la abuela retiró los platos de la mesa. llega al Puerto a las ocho, entonces nos
Don Arubal entró en la cocina dando las acomoda bien, dijo el abuelo.
buenas tardes, tomó la silla que le ofrecían y -Pero deberán pasar la noche en un
al mirar a Pancho se dio cuenta enseguida hotel, comentó doña Gracia, ¿por qué no
que algo le ocurría al niño. Cuando sus ojos viajan mañana temprano?, insistió la abuela;
se encontraron, le pareció que un rasgo de así usted podría descansar un poco don
adulto le había cruzado el rostro y que se Arubal.
quedaría allí para siempre. -No señora, tengo todo calculado y
-¿Le sirvo don?, preguntó la abuela, estoy acostumbrado a dormir poco.
añadiendo, está bien calientito todavía. Rápidamente se despidieron y salieron
-No, doña Gracia, yo comí donde mi a la calle.
compadre -que por cierto se encuentra en Pancho respiró tres o cuatro veces profun­
cama, me quedé para acompañarle un rato, damente como si el aire puro del exterior le
se me ocurre que es la última vez que voy a estuviese haciendo falta.
verlo. Después de un corto recorrido llegaron
-Y ahora jovencito nos vamos para el al terminal de buses. El abuelo sacó los
Puerto. Lo veo muy ordenado y elegante, pasajes, subieron a un vehículo que a Pancho
agregó el viejo Aníbal complacido. le pareció muy grande y cómodo, en realidad

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lo era. Como llegaron temprano pudieron dose un poco, ahora viene lo más entretenido
tomar los dos primeros asientos de modo que de nuestro viaje.
antes de que oscureciera el niño disfrutó Y así fue. El bus espero haciendo la fila
mucho del paisaje. para entrar en el transbordador que los cru­
La Isla Grande era muy fértil y el verde zaría por el mar entre la Isla Grande y el
y amarillo de las siembras se veía a ambos Puerto. Cuando el bus empezó a moverse de
lados del camino. A lo lejos el mar, en conti­ nuevo, Pancho se puso de pie para observar
nuo movimiento, perfumaba el ambiente de mejor lo que estaba ocurriendo. Entonces el
aires marinos; que arrastrados por el frío abuelo le preguntó si le gustaría bajarse.
viento de la tarde, inundaban la isla dándole -Sí, abuelo bajemos -contestó el mu­
un carácter tan propio. chacho entre asustado y entusiasmado.
El bus calefaccionado y con música Bajaron y se acomodaron a un costado
ambiental le pareció a Pancho un verdadero del transbordador. Desde allí las luces del
lujo. Al caer la oscuridad de la noche, meci­ Puerto se veían enfrente en impresionante
dos y acunados por el suave movimiento del cantidad y luminosidad. La luz de la Isla
bus, agradables melodías y la exquisita tem­ Grande era más amarillenta y tenue pues
peratura ambiente; abuelo y nieto se durmie­ tenía un antiguo sistema de alumbrado.
ron sin siquiera darse cuenta. Lentamente se deslizó el transbordador
Llegaron al extremo de la isla a las siete atravesando las movidas aguas. El viento
quince de la tarde. El bus se detuvo, Pancho helado hacia doler la piel de los rostros y el
despertó y dijo muy bajito: abuelo se cruzó la bufanda tapándose la boca
-Abuelo, abuelo ya llegamos. y la nariz. Pancho a su vez se subió el cuello
-No hijo, respondió el abuelo movién- del chaquetón y se metió las manos en los

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bolsillos. Fijos los ojos en el agua, el mucha­ Era un sitio muy curioso: una larga fila
cho permanecía en un desacostumbrado si­ de casetas pegadas unas a otras, cada una
lencio. de las cuales era una pequeña cocinería
De pronto el abuelo preguntó: donde se preparaban platos típicos de
-¿ Te ocurrió algo muchacho en casa de pescados y mariscos. Dos o tres mesit�s muy
doña Gracia? sencillas con algunas bancas por asientos.
-Sí, dijo Pancho, así es. Y sin levantar Modesto servicio y exquisita comida. En la
los ojos agregó: conocí a mi madre, vi su puerta de cada cocinería estaba una meso­
fotografía. nera que gritaba las especialidades invitando
El abuelo no dijo nada, perdió su mira­ a los clientes a pasar. Todos los vidrios de la
da en las pocas estrellas que brillaban en el ventana estaban escritos con el menú y la
cielo. oferta del día.
Alrededor de una hora duró la navega­ Sentados frente a dos humeantes platos
ción. Vueltos al bus en un breve período de de greda que contenían una sabrosa sopa
tiempo, salieron del transbordador como marinera, estaban los dos viajeros.
Jonás del vientre de la ballena. Unos veinte Más tarde encaminaron sus pasos por
minutos más y estaban en el terminal del las calles laterales del mercado hasta llegar
Puerto. a una modesta vivienda que en la parte alta
La noche estaba fría y húmeda. del frontis decía: «Pensión Reyes». Saludó el
-Iremos hacia las cocinerías, dijo el abuelo al hombre que abrió la puerta, quien
abuelo, tomando a Pancho por el hombro. después de unas breves palabras y de ��cibir
Caminaron cinco cuadras, dieron un par de .
un dinero les hizo pasar a una habitac1on de
vueltas y estuvieron en el lugar. dos camas. El viejo se quitó la bufanda y el

76 77
chaquetón, mientras Pancho hacía lo mismo
con su gorra y su chaqueta.
-¿ Quieres pasar al baño Pancho?,
preguntó el abuelo.
-Sí señor, vamos los dos fue la respuesta.
De vuelta a la pieza se desvistieron y se
metieron en las camas.
-Bueno, dime hijo ¿qué te pareció la
comida? Buen marisco, bien preparado ¿no?
-Sí abuelo, yo, la verdad tenía mucha ERAN CERCA DE las siete de la
hambre -dijo el niño sonriendo al abuelo. mañana cuando el abuelo se despertó.
-Debemos dormir pues mañana tene­ Pancho dormía el mejor de los sueños. El
mos mucho que hacer. Nos levantaremos viejo lo estuvo observando un largo rato,
temprano. pensando que tal vez le costó conc�iar �l
Haciendo un gracioso gesto de afirm­ sueño después de la fuerte expenenc1a
ación, Pancho se bajó de la cama para apagar vivida en casa de la abuela.
la luz. La sensación del interruptor como El viejo Ambal se vistió y se dirigió al
algo mágico, lo motivó a volver a prenderla baño. Cuando habló a Pancho, éste se
y otra vez apagarla. Fue el piso de heladas despertó, sin recordar donde se encontraba.
baldosas lo que lo hizo apurar la vuelta a la Después de ordenar las escasas prendas que
cama. andaban trayendo en la bolsa salieron a la
calle que ya se encontraba bastante concu­
rrida.

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Subieron algunas cuadras y doblando los familiarizaba. Muy callados, como gene­
a la izquierda encontraron un edificio de dos ralmente es la gente de la zona, esperaban
pisos que decía en grandes letras de color como acostumbrados a tener paciencia para
negro: «Consultorio Nº 2». sobrevivir.
El abuelo se dirigió a la ventanilla de Cuando llamaron Aruba! Reynoso, el
atención y después de hablar un momento abuelo se puso de pie y dijo:
con la señorita que recibía los pacientes le -No me tardaré, no debes moverte de
dijo a Pancho: . aquí hasta que yo salga.
-Aquí esperaremos un rato, me lla­ La consulta de don Aruba! tardó unos
marán. veinte minutos, al cabo de los cuales salió el
-¿Por qué estamos aquí abuelo? ¿Es viejo, abrochándose su chaquetón y con la
a��so este un servicio médico?, preguntó el bufanda en la mano.
runo. -Eso ha sido todo, dijo, vamos andan­
-Sí hijo, así es. Quiero hablar un mo­ do hijo.
mento con el doctor. Tendremos que tener -¿Cómo lo encontró el doctor abuelo?
algo de paciencia, hay varias personas antes -No me ha dicho por qué vinimos aquí,
que yo. preguntó el niño un tanto afligido.
Algunas mujeres con niños en los brazos -Nada que yo no sepa, respondió el
o de la mano se encontraban en la sala de VleJO.

espera. Era fácil adivinar su modesta condi­ -¿Está usted enfermo?, insistió el niño.
ción, todas ellas vestían ropas descoloridas -La vejez no es una enfermedad, dijo
y pobres. Pancho se fijó que un dejo de el abuelo empujando la puerta de vidrios
. para ·salir a la calle.
tristeza en los rostros era la característica que

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-Iremos por una taza de café ¿qué te que luego se puso a freír era un sabor absolu­
parece? tamente nuevo para él.
-Me parece muy bien, ya tengo ganas -Te dije que te gustarían muchacho, rió
de tomar algo caliente. el abuelo, parecido a esto son los llamados
-Aquí cerquita, si mi vieja memoria no picarones.
me engaña, hay un lugar donde podremos -Traiga unas pocas más amigo por
desayunar. favor, pidió el abuelo, mientras Pancho no
Al llegar al sitio una puerta batiente, podía decir palabra por tener la boca llena.
pintada de rojo, les franqueó el paso. Junto Terminado el exquisito desayuno, salie­
al mesón había algunos pisos de totora y en ron encaminándose al centro de la ciudad.
ellos se instalaron abuelo y nieto. A medida que avanzaban por las calles
-Dos cafés con leche, pidió don Arubal. principales, Pancho parecía cada vez más
-¿Le pongo algo más señor?, preguntó, sorprendido: las casas pareadas de materia­
el dueño del boliche. les sólidos que no era madera, los edificios,
-¿Un pancito con fiambre, queso, algunos de los cuales tenían hasta cinco
jamón o unas sopaipillas?, ¿qué le parece? pisos, le hacían elevar los ojos y sentir un bre­
insistió el hombre. ve vértigo que le daba la impresión de que
-¡Eso! ¡Sopaipillas!, dijo el abuelo con caería de espalda.
especial y desconocido entusiasmo. La gente que circulaba en todas di­
El café con leche tuvo que esperar, pues recciones, el bullicio al que no estaba
Pancho se encontraba consumiendo con acostumbrado, los autobuses que junto a la
deleite las sopaipillas que le puso el meso­ gran cantidad de autos particulares le
nero. La mezcla de harina, zapallo y manteca, parecían al muchacho una verdadera locura.

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El comercio que se extendía por todo lo largo -¿En qué puedo servirle señor?, dijo
de la calle principal, variando desde ferre­ el dependiente.
terías hasta elegantes tiendas de ropa, se -Bueno, empezó el abuelo, quiero va­
encontraban ese día con todo el movimiento rias cosas.
normal de una ciudad relativamente grande -Dígame no más, interrumpió el joven.
como era el Puerto, lugar de entrada y salida -Se trata de material de dibujo para mi
hacia todas las islas que formaban el gran nieto, siguió el viejo.
archipiélago, en una de las cuales vivía el -Empezaremos por papel, entonces un
viejo y su nieto. block de dibujo.
Pancho caminaba poco menos que -Ponga cinco, dijo el abuelo.
boquiabierto, chocándose �on cuan to -Carboncillo para el dibujo, ¿qué
_
transeúnte pasaba o salía de algun comercio. número quiere?, preguntó el vendedor.
El viejo Aníbal necesitó tironear al -Esteeee, tartamudeo el viejo, la verdad
muchacho para sacarlo de las vitrinas en que no lo sé. Algo que le sea útil ¿comprende?
se quedaba absorto mirando. -Le daré el más corriente, o tal vez de
Al llegar a una gran librería el abuelo se tres grosores.
detuvo y dijo: aquí entraremos. -Eso, de tres grosores respondió don
Muy sorprendido, Pancho siguió sus Arubal. Ponga usted seis juegos.
pasos dándose vueltas a mirar ambas vitri­ -¿Algún tipo de pastel u óleo? -pre­
nas una y otra vez. En varios giros de izquier­ guntó el joven.
da a derecha, alcanzó al abuelo que ya se -Las dos cosas, dijo el abuelo con más
encontraba frente al vendedor que iba a seguridad.
atenderlo. -Entonces necesitará diluyente, tre-

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mentina y pinceles, agregó el vendedor -¿Agregaría usted algo más joven?, in­
poniendo sobre el mesón todo lo mencio­ sistió don Aruba!.
nado. -Creo que no, replicó el dependiente,
-Y, ¿acuarelas señor?, insistió el joven. a no ser que el joven no tenga caballete para
-¡Sí! ¡eso mismo!, ¡por supuesto!, acua- pintar.
relas también, respondió el abuelo. -¿Caballete?, dijo el abuelo
-Entonces, le daré otros pinceles y otro sorprendido pensando en algo relacionado
papel apropiado. con los caballos.
-¿Usted cree que está todo?, preguntó -Este es un caballete -dijo finalmente
don Aruba! con aire preocupado. el vendedor mostrando el triángulo de
-Yo agregaría solamente una buena madera propio para afirmar las telas.
goma de borrar. -¡Ah!, sí, claro. No, no tiene. Y dígame
- Sí, sí, claro, ponga cuatro por favor. ¿cuánto puede costar uno de esos?, preguntó
A estas alturas Pancho no podía creer el abuelo.
lo que estaba sucediendo. El abuelo debía -Doce mil pesos el más económico,
estar loco. Si estaba pensando comprar todo respondió el vendedor.
eso, dejaría ahí el dinero de muchas duras -Quiero uno más grande -replicó el
faenas de pesca. abuelo con voz fuerte, con algo de orgullo,
El niño miró al viejo con tal cara de cosa muy extraña en él, quizás fue sólo emoción
sorpresa que el anciano sonriente le tocó la Aquí ya Pancho no podía contener el
cabeza diciéndole: susto que le estaba entrando.
-No te preocupes hijo, está todo bien -Oiga joven y agregue dos de esas telas
pensado. continuó el abuelo. Mejor que sean cuatro

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su cojera era muy pronunciada. Se acercó a
de las mismas que usted mencionó.
-¿Eso sería todo?, preguntó una vez él, lo miró un momento y le tomó la gruesa
más el vendedor. y callosa mano. El viejo, que no sabía de cari­
Pancho tiró la manga del abuelo como cias, respondió apretando la mano del chi­
suplicándole que no pidiera nada más. quillo, sintiendo que algo estremecedor le
Entonces el vendedor empezó a sumar recorría por dentro.
cantidades. Salieron de la librería y ahora los dos
-Son treinta y ocho mil quinientos cua­ sonreían.
renta pesos, señor, dijo por fin. Se encaminaron hacia la plaza Mayor de
-Casi cuarenta mil pesos -dijo Pancho la ciudad, la gran plaza que se encontraba
en voz baja, sintiendo que las mejillas se le en el plano. Como todos los puertos, las ca­
ponían rojas y el suelo se escapaba de sus lles se empinaban por los cerros formando
pies. pequeñas poblaciones, cerca de las cuales
-¡Bien!, respondió el abuelo. Usted me siempre había una hermosa área verde. Lo
hará el favor de envolver todo muy bien con lluvioso de la zona permitía el crecimiento
mucho papel grueso, ya que nosotros somos de grandes bosques que constituían patrimo­
de las islas costeras al sur de la Isla Grande. nio de la riqueza del país.
Mientras hacían el paquete, el abuelo Una monumental catedral los recibió a
se dirigió a la caja para pagar; Pancho lo su llegada a la plaza. Ésta imponía su bella
observaba desde lejos y no pudo evitar ver arquitectura que acrecentaban los olorosos
en el rostro del anciano Arubal una sonrisa pinos que la rodeaban.
muy especial, era una sonrisa de satisfac­ -Entremos un momento -invitó el
ción. Al ver venir al abuelo el niño notó que abuelo.

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Con respeto, Pancho se quitó la gorra y la Isla Grande. Cual sería la sorpresa de Pan­
sentados en la última fila permanecieron en cho al ver que el bus abría su barriga para
silencio. Pancho recorría todo con los ojos que depositaran en ella maletas y paquetes
muy abiertos, una y otra vez, como si qui­ en su interior. Por supuesto que el suyo tam­
siera grabar en su memoria cada detalle del bién fue a dar allí y Pancho viajó intranquilo
bellísimo conjunto de columnas, vitrales, todo el camino.
lámparas y las enormes vigas que colocadas El día estaba muy luminoso, casi tanto
a la vista aportaban a la misticidad y belleza como el corazón de Pancho y de su abuelo.
de la Iglesia algo propio del pueblo que allí Cada cierto trecho se veían manadas de
se recogía. ovejas pastando en las fértiles praderas de
Se detuvo en la observación minuciosa la isla. La Isla Grande, como decían los luga­
del imponente altar mayor, todo construido reños, que como una madre vigilaba con su
en mármol blanco. Casi sin poder evitarlo, enorme faro a todas las pequeñas islas que
el muchacho se fue acercando a él hasta te­ conformaban el archipiélago y que sólo a tra­
nerlo tan cerca que podía tocarlo. vés de ella podían acercarse al continente.
Calmadamente, Pancho volvió al lado Llegaron a casa de la abuela a las cinco
del abuelo y éste le dijo: de la tarde.
-Demos gracias por nuestro viaje y pi­ La vieja ropa de Pancho estaba limpia,
damos protección para la vuelta. planchada y arreglada; también le habían
-Sí señor -respondió el niño haciendo arreglado los pantalones que le quedaron
la señal de la cruz y rezando el Padrenuestro. cortos y las camisas. Los dos chalecos tejidos
Debían tomar nuevamente el cómodo a mano, prometieron tejerlos de nuevo y
autobús que atravesaría el mar para llegar a enviarlos a la isla.

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Mientras la abuela les servía algo de
comer, Rosa ponía en una caja de cartón al­
gunos frascos con mermelada, dos salchicho­
nes, dos bolsas de frutas, un paquete de fru­
tos secos y otros comestibles en conservas.
La amarró con varias vueltas de cordel y la
puso en el suelo.
-La ropa la pondré en una bolsa, será
más fácil llevarla -dijo tía Rosa.
-Quiero que lleve un par de sacos de
papas -dijo doña Gracia, dirigiéndose al
abuelo y agregó: Yo sé que por allá no se
merecen.
-Así es doña, se le agradece pues.
-Yo te compré dos barras de chocolate,
dijo tía Rosa a Pancho, tocándole la nariz en
un gesto tierno.
-Gracias señora, respondió Pancho.
En pocos momentos estuvieron listos
para bajar al muelle.
-¿Se van en el carguero?, preguntó
doña Gracia.
-No, iremos en el correo. El carguero

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saldrá mañana en la noche, fue la respuesta. Pancho cargó con el paquete de la librería,
-José chico vendrá a ayudarles con los el saco de ropas y las bolsas que trajeron al
sacos, explicó Rosa. Está por llegar. venir.
-Bueno, agradecido pues -dijo don El barco correo era mucho más cómodo
Aníbal, tendiendo la mano a la abuela que el carguero de manera que abuelo y nieto
primero y luego a la tía. pudieron ubicarse sentados bajo techo.
Doña Gracia abrazó al niño acercándolo Tapados con las mantas se durmieron apenas
a su pecho y con un gran suspiro le dijo: el barco se hizo a la mar.
-No nos olvides Panchito, ya sabes La noche estuvo tranquila, nubosa, pero
escribir, así es que a ponerle unas letras a tu no demasiado fría.
vieja abuela. Al amanecer despertó el abuelo y vio al
-Sí señora, seguro que lo haré, respon­ chiquillo recostado sobre su brazo. Movién­
dió Pancho muy serio. dolo un poco, consiguió que éste abriera los
-Adiós Pancho, dijo Rosa, abrazándo­ OJOS.
lo y besando su frente. Toma, esto es para ti -Ya casi estamos en casa hijo -dijo el
-agregó bajito. Pancho estiró su mano espe­ abuelo.
rando recibir los chocolates prometidos, pero -Me alegro señor -respondió el mu­
el frío metal del marco le sacó de su error, chacho.
tía Rosa le regalaba la fotografía del velador. -¿Sabes Pancho por qué te compre
José chico se echó al hombro un saco de todo éso en la librería?
papas y con la mano contraria tomó la caja. -Porque usted sabe que me gusta
Don Aruba! puso las mantas en su hombro mucho dibujar y pintar señor -replicó el
derecho y sobre ellas acomodó el otro saco. niño.

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-Sí, hijo. Por eso. Y porque tu maestro -Nunca supe si a él le gustaba dibujar,
me prometió ayudarte. Dice el señor Aven­ dijo el abuelo, pensando en voz alta.
daño que tienes muchas condiciones para Había amanecido del todo cuando el
llegar a ser un gran pintor, y una inequívoca barco empezó a acercarse a la pequeña isla.
alma de artista, y yo no quiero que se pierda
Los techos de tabletas de alerce, construidos
ese don si te lo dio el Señor.
en cuatro bajadas, se veían verdosos por el
-Por otra parte -siguió el abuelo me
musgo que se había acumulado por la hume­
quedan pocos años de vida y es todo lo que
dad. Desde algunas de aquellas techumbres
puedo dejarte como herencia. Te pondrás a
ya se veía salir el humo del fogón.
trabajar desde mañana mismo, quiero ver
pronto tu primera obra. El barco atracó sin problemas como si
-Sí abuelo, lo prometo -dijo el niño el muelle lo atrajera en continuos vaivenes.
muy feliz. Desde las casas construidas en palafitos a la
El viejo se quedó pensativo. Fija su orilla de la playa, salieron a asomarse algu­
mirada en el brillo que un tímido rayo de nos vecinos.
sol proyectaba en el mar, recordaba a su hijo Tres personas bajaron corriendo por la
Francisco, quién después de la muerte de ladera para recibir la carga que les traía el
Estrella, se fue a trabajar más al norte, a las barco. Un isleño de los que ocupaban las
minas de carbón, tal vez para salir del lugar casas de la orilla corrió hasta su vivienda
y olvidar su desgracia. Antes de pasados seis para traer una especie de carro de madera
meses, recibieron la noticia que había falle­ sin ruedas a fin de cargar los sacos y paque­
cido en un accidente en la vieja y mal tenida tes de don Arubal y acompañarlo hasta su
mina bajo el mar. casa.

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Subieron por el lodoso sendero, las
figuras de Aníbal Reynoso y Francisco
Aruba! Reynoso se van perdiendo entre la
densa niebla de la isla.

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