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El Renacer de Las Ideologías - Massini
El Renacer de Las Ideologías - Massini
El Renacer de Las Ideologías - Massini
EL RENACER DE
LAS IDEOLOGIAS
Ensayo sobre la génesis, estructura y recurrencia
del ideologismo político
Editorial IDEARIUM
Mendoza – Argentina
1984
Editorial IDEARIUM de la Universidad de Mendoza
de la UNIVERSIDAD DE MENDOZA
Pág.
Introducción…………………………………………… 11
CAPITULO I
Semántica de las
ideologías……………………………………………… 17
CAPITULO II
CAPITULO III
El origen de las
ideologías……………………………………………... 53
CAPITULO IV
CAPITULO V
CAPITULO VI
CONCLUSION
4) Manhelm, Karl, Ideología y Utopía, Madrid, Agullar, 1906. Algunos de estos libros se basan
casi exclusivamente en esta ya antigua obra, por ejemplo, el de Elisa Méndez de Stmlth, Las
***
6) Aron, Raymond, La Ideología, base esencial de la acción, en: AA. VV. Las ideologías y
sus aplicaciones en el siglo XX, Madrid, Instituto de Estultos Políticos, 1902, pp. 257 ss.
7) Reboul, Oliver, Langage et idéologie, París, P.U.P., 1980, passim.
“crepúsculo” o “fin” de las ideologías ( 8 ). Para estos
pensadores, la dinámica interna de la sociedad técnica exige
necesariamente una mutación de la mentalidad ideológica
vigente a partir del siglo XVIII. Uno de los más
caracterizados, Gonzalo Fernández de la Mora, sostiene que
“los hechos y las tendencias más acusadas del momento van
contra el desenvolvimiento de las ideologías. Lo decisivo no es
que decaen; es que la circunstancia les será cada vez menos
propicia y que la evolución se presenta como irreversible” (9).
Conforme a estas afirmaciones, la impronta ideológica
característica del pensamiento occidental contemporáneo,
habrá de ser sustituida en breve por las ideas concretas y
demostradas que proporcionan las ciencias sociales,
particularmente la sociología: ello, al menos, en los países
occidentales desarrollados. Es posible —concluyen— que en
las naciones más atrasadas de África v de Asia persista por
un tiempo la mentalidad ideológica, pero a medida de que
estos estados comiencen a disfrutar del desarrollo y la
prosperidad económica, comenzará a declinar, también en
ellos, la vigencia y fuerza de las ideologías (10).
En breves palabras, este grupo de pensadores sostiene
que nos encontramos frente a una manifestación más del
progreso de la inteligencia: las sociedades más civilizadas de
occidente se aprestarían a dejar atrás las épocas oscuras y
turbulentas en que las ideologías dramatizaban las
oposiciones políticas, reduciéndolas a esquemas simplistas v
totalizantes, para entrar de modo definitivo en una era de
racionalidad y sensata concreción del pensamiento político.
En el presente libro vamos a sostener todo lo contrario:
que el “fin” o la “muerte” sólo puede predicarse, hoy en día, de
8) Vid. Lipset, Seymour Martin, El fin de la Ideología, Buenos Aires, EÜDEBA, 1988, passim.
9) Fernández de la Mora, Gonzalo, El crepúsculo de las Ideologías, Madrid, Rialp, 1963, pp.
19-20.
10) Cf. Bell, Daniel, El fin de las Ideologías, Madrid, Tecnos, 1984, pp. 541 ss.
ciertas ideologías concretas y no de la mentalidad ideológica
en cuanto tal; que esta última responde a una tentación
permanente en el espíritu del hombre occidental, que
adquiere a partir de la Edad Moderna un perfil particular y
característico: el de las “ideologías” en sentido estricto; que
estas últimas seguirán vivas y actuantes mientras perduren
las condiciones que hicieron posible su aparición histórica y
mientras prevalezca la actitud espiritual que responde a esa
tentación permanente de la inteligencia: la de poseer un
conocimiento absoluto y salvador .
***
13) Bóchenski. I. M. Los métodos actuales del pensamiento, Madrid, Rialp, 1958, pp. 41 ss. ,
14) Bóchenski, o. c., pp. 57-58.
aparece en la concreta realidad política de nuestros días, lo
que constituye un paso previo fundamental para la
“explicación” de su fundamento y orígenes, tarea esta última
de índole ya no fenomenológica sino filosófica.
Al comenzar el estudio de los tipos en que puede
agruparse a las acepciones de “ideología”, tomaremos como
punto de partida los que propone Olivier Reboul en su ya
citado libro “Langage et idéologie”; este investigador francés
propone allí agrupar las distintas acepciones de la palabra
“ideología” en cuatro categorías fundamentales: histórica,
cesarista, marxista y sociológica; para que la descripción
resulte completa, agregaremos una quinta: la conservadora.
2. La acepción “histórica”.
15) Vid. sobre la historia de los "ldeologistas", Fraile, Guillermo, Historia de la Filosofia, Tº
III, p. 952 ss. y también. Naess, Arne, Historia del termino “Ideología” desde Destutt
de Tracy hasta Kart Marx, en: Historia y elementos de la sociología del
conocimiento, comp. por I. L. Horwitz cit. pp. 23 ss.
16) Gómez de Aranda, Luis, El tema de las Ideologías, Madrid, Ed. Europa 1966, p. 32.
descolorido o, a veces, enfático, apegados a las peores
tradiciones del feneciente siglo XVIII” (17). Fueron “ideólogos”,
en este sentido originario, Cabanis, Volney, Sieyés, Condorcet
y varios otros intelectuales continuadores de la Ilustración y
activos protagonistas de la Revolución Francesa y de los
acontecimientos consecuentes. Todos ellos, fieles a la
tradición de la “Filosofía de las Luces”, participaban de una
misma fe en el progreso indefinido de la humanidad y su
intención política inmediata era la de echar las bases de una
nueva instrucción pública, orientada a la difusión de las
“nuevas” ideas.
17) Ibidem.
18) Cf. Simon, Michel. Comprendre les Idéologies, París, Chronique Sociale de France, 1978,
pp. 9 ss.
19) Simon, o. c., p. 11.
al servicio de la praxis política y de la organización
racionalista del mundo (20).
Después de ellos, el término que inventaron fue utilizado
en sentidos muy diversos del originario, tal como lo veremos
en las páginas que siguen. No obstante, uno de los más
acervos adversarios del empirismo, Jaime Balmes, continuó
utilizando la locución “ideología pura” ( 21 ), para designar
aquella parte de la Filosofía que se ocupa de la naturaleza y
origen de las ideas. La doctrina de Balmes fue elaborada en
oposición a la de Destutt de Tracy (22), no obstante lo cual el
filósofo español adoptó como correcta la terminología de su
adversario. Esta será, probablemente, la última vez que se la
utilice en su sentido originario; los sentidos subsiguientes
fueron elaborados a partir del carácter peyorativo que otorgó
a la ideología el concepto “cesarista”.
3. La acepción “cesarista”.
El comúnmente llamado “concepto cesarista” de la
ideología, tuvo sus antecedentes en dos adversarios de los
“Ideólogos”: el vizconde de Bonald y el conde de
Chateaubriand. E] primero escribió que “...todos los
caracteres de la inteligencia desaparecieron bajo el escalpelo
de la disección ideológica... ”, mientras Chateaubriand
afirmaba que los “ideólogos han caído en un grueso error, al
separar la historia del espíritu humano de la historia de las
cosas divinas. . .” (23).
Luego de su ruptura con los ideólogos y frente a las
conspiraciones de éstos, Napoleón adoptó la actitud
peyorativa de aquellos sus adversarios, introduciendo, no
20) Vid. Molnar, Thomas, La decadencla del Intelectual, Buenos Aires, HOOBBA, 1372, pp.
53 ss.
21) Balmes, Jalme, Filosofia elemental, Ub. VIII.
22) Vid. Palacios, Leopoldo Eulogio, Ideologia pura y fenomenología pura, Madrid, Ateneo,
1958, passim.
23) Bonald, Louis de, Oeuvres complétes, París, ed. Migne, 1859, Tº I, p. 1079 y Chateaubriand
François René de Génie du Christianisme, París, Ed. Ganier fréres, S. F., T° II, p. 5.
obstante, un matiz de gran importancia; en un discurso
pronunciado ante el Consejo de Estado, el emperador afirmó
que “todas las desgracias que afligen a nuestra bella Francia
hay que atribuírselas a la ideología, esa tenebrosa metafísica
que, buscando con sutilezas las causas primeras, quiere
fundar sobre sus bases la legislación de los pueblos, en vez de
adaptar las leyes al conocimiento del corazón humano y a las
lecciones de la historia” (24). Como resulta del texto mismo, el
matiz que Napoleón introduce en el concepto consiste en la
imputación de falta de realismo que hace a los ideólogos; para
él, ideólogo es sinónimo de idealista, de soñador utópico y la
ideología no es sino una quimera, una pura abstracción sin
posibilidades de realización en la práctica. “Bonaparte usaba
muy seguido el término ideología —escribió su secretario—,
con el cual buscaba ridiculizar a aquellos hombres en los que
creía entrever una tendencia hacia la perfectibilidad
indefinida” (25) • Para un discípulo de Maquiavelo como lo era
Napoleón, sólo valía la praxis brutal del poder y una doctrina
o ideal político, cualquiera fuese su contenido, debía ser objeto
de irrisión o de menosprecio.
4. El significado marxista.
27) Marx, Carlos y Engels. Federico, La ideología alemana, Buenos Aires, Pueblos Unidos,
1973, pp. 25-26; Vid. Rodríguez, José M„ Marx y el problema de la Ideología, Madrid,
Tecnos, 1971, pp. 81 ss.
28) Ibidem, p. 55.
29) Marx. Carlos, Contribución a la crítica de la economía política, Buenos Aires, ed.
Alberto Corazón, 1970, p. 37.
consiste en disimular, enmascarar la esencia del proceso
histórico; estriba en ocultar las contradicciones económicas, la
lucha de clases” ( 30 ). La “clase dominante” recurre
necesariamente a ellas con el fin de justificar - frente a los
explotados y frente a sí misma - las relaciones de producción
que la benefician; y no puede dejar de hacerlo, toda vez que su
poder se desintegraría si se pusiera en evidencia el carácter
puramente,económico y crematístico de su situación
privilegiada (31).
Por supuesto que el marxismo se excluye a sí mismo de
la necesaria determinación de las ideas por los intereses
económicos; sostiene que todos los sistemas de ideas son
ideológicos, salvo el suyo, que es “científico”, porque “ha
llegado a la comprensión teórica del conjunto del movimiento
histórico” ( 32 ); “el marxismo —escribe Lenin— no es ‘una
concepción científica de la historia por excelencia’, como
piensa Mijailovski, sino la única concepción científica de la
historia” ( 33). Como veremos más adelante, es casualmente
esa pretensión de fundamentación “científica” la que
caracteriza a las ideologías en su sentido más estricto (34).
5. El sentido sociológico.
30) Verdú, Pablo Lucas, Marxismo y análisis sociopolítico, en: AA. W-, Introducción al
pensamiento marxista, Madrid, Guadarrama, 1881, p. 83.
31) Cf. Manheim, Karl, Ideologia y utopía, cit., p. 107 y passim.
33) Marx, Carlos y Engels, Federico, Manifiesto Comunista, Buenos Aires, Claridad, 1967, p.
38
33 Cit. por Besançon, Alain, Los orígenes intelectuales del leninismo, Madrid, Rialp, 1980,
p. 338.
30) Para una crítica del concepto marxista de ideologia, vid. nuestro libro Ensayo crítico
acerca del pensamiento filosófico-jurídico de Carlos Marx, Buenos Aires,
Abeledo-Perrot, 1976, pp. 89-101 y la bibliografía allí citada; vid. también, Gómez Pérez,
Rafael, Gramsci, el comunismo latino. Pamplona, EUNSA. 1907, passim.
“sociología del conocimiento"'. La mayoría de los estudiosos
del tema conceden la paternidad de esta nueva rama de la
sociología a Max Scheller, quien en varios de sus escritos y
como parte de una sociología general de la cultura, estudió la
relación recíproca existente entre los “factores ideales” y los
“factores reales”. A partir de Scheller, varios filósofos y
sociólogos alemanes, entre los que se destacan Manheim,
Theodor Geiger, Max Horkheimer y Theodor Adorno,
profundizaron y desarrollaron el tema de la determinación del
contenido de las ideas por las estructuras sociales (35). Para
estos autores, “el origen social y la pertenencia a un grupo
pueden ciertamente determinar no sólo el momento y la
realización concreta del pensamiento, sino también su
contenido, forma e influencia”; no existe en los conocimientos,
para ellos, “ningún impulso dado por la naturaleza ni
constante, sino que más bien éstos están configurados
cultural e históricamente y sólo se pueden captar en este
condicionamiento cultural e histórico”; en definitiva, “se
abandona aquí la cuestión de la veracidad del contenido de las
ideologías y se considera a éstas como hechos sociales que son
experimentados por los individuos como algo real y válido y
que por tanto son relevantes para su acción” (36). Desde este
punto de vista, serían “ideologías” la totalidad de las ideas
políticas, sociales y religiosas, ya que todas ellas se
encontrarían determinadas en su sentido y alcance por las
realidades sociales. En otras palabras, nos encontraríamos
frente a un caso extremo de relativismo sociológico: las ideas
no serían, en sí mismas, ni verdaderas ni falsas, sino un efecto
de las estructuras, relaciones y situaciones sociales.
35) Acerca de las tesis de Scheller y, en general, de le» “sociólogos del conocimiento”, vid. Lenk,
Kurt, El concepto de ideología, Buenos Aires, Amorrortu, 1974, pp. 9-46; en el mismo
volumen hay una selección de textos de los principales autores de "sociología del
conocimiento”. Cabe destacar que la mayoría de estos pensadores, incluido el autor del
volúmen, son marxistas o han sufrido una fuerte Influencia del marxismo.
36) Riegel, Klaus - Georg, Ideología, en; Diccionario de Ciencia Política, Dir. por Axel
Görlitz, Madrid, Alianza, 1930, pp. 323-334.
Lo que es más, el concepto de ideología se amplía de tal
manera que incluye al pensamiento del mismo autor; para los
“sociólogos del conocimiento”, la totalidad de los predecesores
de esta disciplina: Bacon y su teoría de los “ídolos”, Holbach y
su crítica de la religión, Marx y su doctrina de la
“superestructura”, caían en el error de creer que el propio
pensamiento estaba exento de determinación por los intereses
y la situación social y que por lo tanto era “científico'’ y
verdadero ( 37 ) ; para estos precursores, la imputación de
“ideología” se dirigía al pensamiento del adversario, jamás al
propio. Los “sociólogos del conocimiento” adoptan un concepto
“total” de ideología: todo conocimiento es “ideológico”, aún el
pretendidamente “científico” y por lo tanto se encuentra
determinado socialmente. La tarea de la “sociología del
conocimiento” es estudiar los modos y estructuras de esta
determinación, develando el carácter dependiente o derivado
de cada sistema de ideas.
Por supuesto que, como sucede con todo relativismo, la
idea central de la “sociología del conocimiento” es
indefendible; en efecto, de ser verdadera, tal como sucede con
todas las ideas, resultaría ella misma determinada por una
cierta situación social; y si esto es así, no puede ser verdadera
ni falsa, ya que es sólo un elemento funcional de una
estructura de la sociedad. Como bien dice van Steemberghen,
“la actitud del escéptico (y los “sociólogos del conocimiento” lo
son) es estrictamente inexpresable e indefendible para aquél
que la adopta, porque el escéptico sería incapaz de expresar o
defender su postura sin afirmar y sin dar un sentido objetivo a
sus afirmaciones; y si lo hiciera, por ello mismo se “refutaría a
sí mismo” (38). Por lo demás, la “sociología del conocimiento”
elaborada por estos autores, es incapaz de dar razón de la
permanencia de ciertas ideas fundamentales a través del
cambio de las estructuras sociales, permanencia que ha sido
6. La significación conservadora.
39) Kirk, Russell, Un programa para conservadores, Madrid, Rialp, 1957, p. 15; del mismo
autor, vid. La mentalidad conservadora en Inglaterra y los Estados Unidos, Madrid,
Rialp, 1956, pp. 18-23 y passim.
40) Cf. Palacio, Ernesto, Teoría del Estado, Buenos Aires, EUDEBA, 1973, pasaim.
de título”, achacándoles que “sus esquemas políticos no se
adaptan al estado del mundo en que viven” (41).
Sobre la base de estos argumentos, toda una serie de
pensadores conservadores: Giuseppe Prezzolini ( 42 ), J. L.
Talmon ( 43 ), Gustave Thibon ( 44 ) y el ya citado Kirk, han
elaborado una doctrina acerca de las ideologías que las
caracteriza como el producto de un especial modo de concebir
la realidad y el pensamiento político; para ellos, las ideologías
no son una constante histórica, sino un producto del
pensamiento político moderno, que se proyecta sobre la
realidad de nuestros días. Nacidas junto con el racionalismo,
se elaboran sobre el supuesto de que la razón humana puede
configurar íntegramente la vida social, dando lugar a una
organización racionalmente perfecta; despreciando la
experiencia y los datos de la realidad, el ideólogo construye un
esquema abstracto en el que encuentran solución todos los pro
blemas del hombre y se lanza a una fantástica empresa
revolucionaria destinada a la salvación definitiva y total del
género humano. “No se puede decir —escribe Prezzolini— que
el proyecto radical (ideológico) sea mejor que las
comprobaciones del conservador, porque tienen diferentes
cualidades: lo que el conservador quiere existe; lo que desea el
radjical es imaginario” (45).
Para toda esta corriente, la actividad política es
eminentemente práctica, empírica y debe orientarse por la
experiencia histórica y el conocimiento de las realidades
humanas, más que por ideales racionalmente bellos pero
irrealizables. Ponen de relieve los conservadores la
multiplicidad y complejidad de la problemática política y la
41) Burke, Edmund, Reflexiones sobre la Revolución Francesa, Buenos Aires, Dictio,
1930, pp. 116-123.
42) Prezzolini, Giuseppe, Manifiesto de los conservadores, Buenos Aires, Almena, 1980,
passim.
43) Talmon J. L., Mesianismo Político, Madrid, Aguilar, 1939, pp. 16 y ss.
44) Thibon, Gustave, La muerte de las Ideologías, Buenos Aires, Centro Cultural
Universitario, 1981, passim.
45) Prezzolini, Giuseppe, o.c., p. 29.
imposibilidad de darle solución a partir de un único principio
simplista. Por último, afirman —contra los ideólogos— que la
perfección total es inalcanzable en este mundo y que la
máxima aspiración política consiste en mejorar parcial y
trabajosa mente las instituciones y realidades legadas por las
generaciones pasadas. Las ideologías: fanáticas, “neotéricas”,
simplistas, esquemáticas y cándidamente optimistas, no
consiguen sino destruir las realidades tradicionales,
sustituyendo las por otras inevitablemente peores.
46) Rossi - Landi, Ferruccio, Ideología, Barcelona, Labor, 1980, pp. 34-54.
47) Bourricaud, François, Le bricolage idéologique - Essai sur les intellectuels et les
passions démocratiques, París, P.U.F., 1980. ”Brlcolage’>, según el diccionario Larrousse
español-francés, significa: "Chapuz, chapucería”.
48) Vid. Kramnlck, I. y Watkins, F. M., La era de la Ideología, Buenos Aires, EUDEBA, 1981,
passim y Baechler, Jean, Qu'es-ce que l’Idéologie, París, Gallimard. 1976, cap. VI.
CAPITULO II
2. Racionalismo.
Pasando al concreto estudio de los caracteres con que se
presenta ese modo de pensamiento que hemos llamado
“ideológico” y cuyo producto son las ideologías, vemos que lo
primero que aparece a la consideración fenomenológica es la
Pretensión de ese pensamiento de ser esencialmente
“racional”. Esto es observado por estudiosos de todas las
escuelas y es así como el neo-marxista Alvin Gouldno" afirma
que “las ideologías contribuyen claramente, al menos de estas
maneras, al discurso racional y a la política racional, pero a
una racionalidad activada y limitada al mismo tiempo” (49). Es
preciso, por lo tanto, esclarecer previamente mié se entiende
por “racional” en este contexto y cuáles son las consecuencias
que se siguen de la caracterización del pensamiento ideológico
como “racional” o, más precisamente, como “racionalista”.
Esto último a raíz de pensamiento que pretende para sí la
nota de racionalidad, de un modo total y absoluto, merece
indudablemente este calificativo (50).
Por “racionalismo” se entiende aquí la pretensión,
surgida en los albores de la Edad Moderna, de lograr un
conocimiento puramente racional, que no le deba nada ni a la
revelación ni a la experiencia. El método propio de este
pensamiento, independizado de la Fe y de la realidad
concreta, fue tomado del de las matemáticas; así Descartes,
en las “Regulae ad directionem ingenii”, propuso la
49) Gouldner, Alvin W., La dialéctica de la Ideología y de la tecnología, Ma drid, Alianza, 1978, p.
49.
50) Vid. Las acepciones de “racionalismo” en: Jolivet, Régis, Diccionario de Filosofía, Buenos
Aires, Club de lectores, 1978.
elaboración de una “Mathesim universalem” que abarcara
todos los ámbitos del saber humano (51) y cuya posesión haría
posible al hombre convertirse en “dueño y señor de la
naturaleza” ( 52 ). De este modo, el uso de la abstracción
puramente formal propia de las matemáticas, al hacerse
extensivo a la totalidad del saber humano, haría innecesaria
la verificación experiencial de los conocimientos, del mismo
modo que los resultados de un teorema matemático no se
corroboran con referencia a la realidad concreta; para
Descartes y sus seguidores, la realidad concreta, sensible y
móvil, era un elemento de inseguridad del saber humano, que
debía ser excluido de la consideración de la inteligencia en
aras de una auténtica certeza de los conocimientos (53).
51) Descartes, René, Regulae ad directionem ingenti, Reg. IX; transcripto por Gilson,
Etienne, Commentaire historique au Discours de la Méthode, en; René Descartes -
Discours de la Méthode, París, J. Vrin, 1976, pp. 217-218.
52) Descartes, René, Discours de la Méthode, clt., pp. 61-62.
53) Cf. Amerio. Franco, Racionalismo y empirismo en los siglos XVII y XIII, en: Historia le la
Filosofia, dirigida por Cornelio Faterò. Madrid, Rlalp, Tº, pp. 65 ss.
54) Grocio, Hugo, De iure belli ac pads, prolegómenos, Nº 58.
55) Spinoza, Baruch, Etica, Buenos Aires, Aguilar, 1973, p. 161
partir de la Edad Moderna, afirmando que “se desarrolla la
creencia en la capacidad del hombre para darse por su propia
luz y esfuerzo un orden de vida política separado del
sobrenatural, un orden que no restaura sino que instaura, que
no renueva sino que revoluciona, que no refleja órdenes
trascendentes o revelados, sino que se siente capaz de crear o
de descubrir sus propias formas de convivencia. Tal actitud
introdujo un acentuado voluntarismo y dinamismo en la vida
política. A fin de conjurar los extremismos de estas tendencias
y de encontrar un orden político cierto y estable, el hombre
recurrió a otros arquetipos, algunos ya implícitos en el
racionalismo y naturalismo que comienza a abrirse paso en el
siglo XIII. A saber, el arquetipo matemático, sublimación de
la “ratio” que inspira al iusnaturalismo racionalista y el
arquetipo científico-físico que inspira al pensamiento político
y, en general, social, a partir del siglo XVIII y que tanta
impronta ha dejado no sólo en los conceptos e instituciones,
sino hasta en las mismas expresiones políticas” ( 56 ). Este
párrafo del pensador español sintetiza acertadamente los
elementos que concurrieron a la configuración del moderno
racionalismo político: voluntad de autonomía frente a la
revelación, confianza en la capacidad del hombre para
configurar racionalmente su vida política y adopción del
arquetipo científico-matemático como modelo metódico.
56) García Pelayo, Manuel, El reino de Dios, arquetipo político, Madrid, Rev. de Occidente,
1959, p. 207.
57) Acerca de Grocio y Puffendorf, vid. nuestro libro La desintegración del pensar Jurídico
en la edad moderna, Buenos Aires, Abeledo-Perrot, I980, pp. 18 ss.
58) Vid. sobre ésto: Sabine, George, Historia de la Teoría Política, Méjico, F.C.E., 1963, pp.
390 ss.
de una cuestionable concepción de la naturaleza humana,
aceptada ésta como un postulado evidente e indemostrable.
“Hallamos en la naturaleza del hombre —escribe— tres
causas principales de discordia: primera, la competencia;
segunda, la desconfianza; tercera, la gloria” ( 59 ). De este
postulado —el carácter discordante o agresivo de la
naturaleza humana— trata Hobbes de inferir, al modo
matemático, una concepción integral de la vida política, que
garantice a los hombres la salvaguarda de su seguridad
personal. Acerca del matematicismo de su método, el filósofo
inglés fue por demás explícito: “cuando un hombre razona —
escribió en el “Leviathan”— no hace otra cosa sino concebir
una suma total, por adición de partes; o concebir un residuo,
por sustracción de una suma respecto de otra (. . .).
Los escritores de política suman pactos, uno con otro, para
establecer deberes humanos; y los juristas leyes y hechos,
para determinar lo que es justo e injusto en las acciones de los
individuos. En cualquier materia en que exista lugar para la
adición y la sustracción existe también lugar para la razón: y
dondequiera que aquella no tenga lugar, la razón no tiene
nada aue hacer” ( 60 ). Al equiparar razón con razón
matemática. Hobbes sentó las bases de la moderna ciencia
política: deductiva, sistemática y divorciada totalmente dé las
concretas circunstancias de la realidad social. Lo que
importaba, en realidad, era la coherencia, unidad y totalidad
del sistema, su aptitud para satisfacer las exigencias de la
razón matemática y no su capacidad para solucionar los
concretos problemas que planteaba la existencia política.
61) Palacios, Leopoldo E., La prudencia política, Madrid, I.E.P., 1945, p.63.
62) Vallet de Goytisolo, Juan, ¿Qué son las ideológías?, en: Algo sobre temas de hoy, Madrid,
Speiro, 1972, p. 18.
según el, no hacen a la cuestión (63), elabora una construcción
ideal de la sociedad, gobernada por la voluntad general y
donde todos serán iguales y libres; por su parte, Marx y
Engels, partiendo del no demostrado dogma de la causación
económica de todos los fenómenos sociales, construyen una
explicación total de la historia humana y una profecía
“científica” acerca de su inexorable futuro ( 64 ). En ambos
casos, se trata de un intento de confeccionar, por el solo
trabajo de la razón, una visión integral del hombre, la
sociedad y el mundo, deducida de una premisa aceptada a
priori como verdadera: la igualdad y bondad de los hombres o
el determinismo económico de la vida humana. El sistema
racional que resulta de esta labor constructiva de la razón, es
un todo cerrado a la experiencia, completo y autosuficiente, al
que la realidad concreta no puede desmentir; lo que
realmente vale es el sistema racional y los hechos que no
concuerden con él no son sino excrecencias, absurdos o sin
sentidos, que no rozan siquiera la verdad del esquema
ideológico. Las explicaciones que dio Marx acerca del “modo
de producción asiático”, que refutaba en los hechos sus
doctrinas económicas, es sobradamente ilustrativa al respecto
( 65).
3- Monismo.
La segunda de las notas que descubre el análisis del
fenómeno ideológico, es la propensión de toda ideología a
explicar la universalidad de los hechos políticos, presentes,
pasados y futuros, por una razón única y exclusiva. Ello es
una consecuencia necesaria de la pretensión racionalista del
pensamiento ideológico, ya que no le será posible al ideólogo
63) Rousseau, Jean-Jaques, Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, Buenos
Aires, Fabril Editora, 1951, p. 61; cabe consignar que la traducción castellana de la frase de
Rousseau no es la más correcta. Esta edición incluye el texto de El contrato social.
64) Vid. sobre este punto, nuestro trabajo Sobre Justicia y Marxismo, en: La filosofía del
cristiano, hoy - Actas del Primer Congreso Mundial de Filosofía Cristiana, Córdoba,
1980, pp. 633-697 y la bibliografía allí citada.
65) Marx, Carlos. El Capital, Méjico, F.C.E. 1973, Passim.
la solución de los problemas sociales, si se acepta el hecho
innegable de la complejidad y multiplicidad de la
problemática política. Una realidad política multifacética y
mudable, exige principios de solución diversos, dúctiles,
combinados y aplicados con habilidad práctica. Pero esto exas
pera al ideólogo, quien pretende poseer una fórmula única y
completa de resolución de las aporías políticas: su sistema
racional exige simplicidad, ideas claras y distintas, razón por
la que no le es posible aceptar la causación múltiple de los
fenómenos sociales.
66) Cruz, Juan Cruz, Reivindicación de la razón práctica - Para una superación de la utopía, en:
Persona y Derecho, Nº 9, Pamplona, EUNSA, 1982, p. 201.
material de observación, toda observación adquiere, al
penetrar en esa esfera (el esquema ideológico) , algo de irreal
e inseguro; y en ese orden que pretende ser arquitectura
social, bien que en realidad sea esquema sin forma, “todos los
problemas”, como dice el propio Fourrier, tienen “la misma
solución”, es decir, los problemas reales de la vida del hombre
se convierten en problemas artificiales de autómatas con
instintos, problemas ilusorios que admiten la misma
esquematización mecanicista” (67). Y del mismo modo que en
el del socialista “utópico” francés, en el resto de los sistemas
ideológicos aparece una única fuente y razón de los males
políticos; así, para el nazismo, ía causa de todo defecto radica
en la fusión de las razas, en especial con la judia; para el
comunista, es la propiedad privadaja raíz de toda injusticia y
de toda desgracia; para el liberalismo, son los limites
impuestos a la libertad del individuo por el estado y los grupos
sociales, los causantes de la desdicha humana. Dado esto por
sentado, resulta evidente que al remover esa única y
exclusiva causa, desaparecerán definitivamente el infortunio
y la desgracia. Así presentado, este simplismo resulta
absurdo y hasta irrisorio, pero no sólo es un dato comprobado
su presencia en todo sistema ideológico, sino que esta
presencia resulta imprescindible, toda vez que se pretenda
elaborar un sistema único y racionalmente perfecto para la
solución de todas las dificultades del hombre en sociedad.
Pero hay otra razón que explica esta pareciera que
irrefrenable tendencia a la simplificación de la problemática
política por parte de las ideologías; es lo que Bertrand de
Jouvenel describe como la necesidad de contar con soluciones
frente a problemas que no se han analizado en profundidad,
enmarcándolos en una situación tipo determinada,
previamente formulada y en relación con la cual la mente ha
dictado sentencia de una vez y para siempre (68). A traves de
67) Buber, Martin, Caminos de utopía, Méjico, F.C.E., 1955, pp. 22-23.
68) Jouvenel, Bertrand de, Teoría Pura de la Política, Madrid, Rev. De Occedente, 1965,
p.11.
este procedimiento, es posible dar respuesta fácil y segura a
cualquier cuestión que plantee la convivencia política: en
lugar de un estudio largo y trabajoso, en lugar de análisis
detallados y precisos, se cuenta con una receta cuasi-mágica
que todo lo resuelva. “La ideología -escribe Julio Irazusta -
que no tiene el menor asidero sobre una materia contingente
y variable, es el disfraz de la pereza mental, del prejuicio o
juicio recibido, de la comodidad para encarar espinosos
problemas sin estudiarlos en su pormenor (...). La ideología
política es la muelle almohada en que descansar el espíritu de
la exigente atención que reclaman los problemas
contemporáneos de la práctica” (69). Esta necesidad de recetas
simples, que resuelven la totalidad de los problemas y que se
formulan de una vez y para siempre, se hace especialmente
imperiosa en las sociedades de masas, en las que es preciso
convencer a una multitud anónima y despersonalizada de las
bondades de una decisión política cualquiera; hacer
comprender a esa masa los detalles y pormenores del
problema y la compleja multitud de razones que fundamentan
esa decisión, es una empresa estéril: ni están en condiciones
de comprenderlas, ni tampoco les interesa. Resulta por ello
necesario recurrir a un principio de solución elemental y
maravilloso, que exima a las multitudes masificadas de la
necesidad de razonar (70). Esto es particularmente grave en el
caso de la juventud, que se encuentra especialmente
dispuesta a aceptar cualquier eesquema ideológico; “De golpe,
a los veinte años - escribe Jean Baechler -, se absorbe un
sistema ideológico que tiene una respuesta para todo, incluso
para aquellos interrogantes que aún no han sido planteados”
( 71 ). Aparece como casi inevitable que en una sociedad
69) Irazusta, Julio, La política, cenicienta del espíritu, Buenos Aires, Dictio, 1977, p.
120.
70) Acerca de la acción política en las sociedades de masa, vid. Vallet de Goytisolo, Juan,
Sociedad de Masas y Derecho, Madrid, Taurus, 1968, passim.
71) Baechler, Jean, Qu’es - ce que l’ldeologie?, París, Gallimard, 1976, p. 35, Vid.
también: Molnar, Thomas, La contrarrevolución, Madrid, Ed. Unión, 1975, p. 158.
masificada, la opinión política se estructure en términos
ideológicos.
4. Maniqueísmo.
La tercera de las notas del pensamiento idelógico
resulta ser una consecuencia de su monismo o simplismo
fundamental; en efecto, al ubicar en un solo elemento de la
realidad la causa de todo mal social su opuesto pasa a ser
necesariamente bueno, produciéndose una división tajante en
la vida política entre reprobos y elegidos, en una suerte de
maniqueísmo inconciliable. Conforme a este esquema, se
forman duplas de conceptos opuestos: liberación o
dependencia, libertad o estatismo, revolución o reacción,
opresores y oprimidos, pueblos racialmente puros y pueblos
degradadas, etc. De más está decir que entre estos opuestos
no pueden existir - para el ideólogo - maticés intermedios,
posiciones moderadas o combinaciones de principios; la
división es tajante y excluyeme: quien no está con los elegidos,
formará necesariamente parte de la legión de los reprobos y
habrá de ser objeto de las peores invectivas. “Una ideología -
escribe Reboul-es, por definición, partidista. Por el hecho de
que ella pertenece a un grupo limitado, es parcial en sus afir-
maciones y polémica frente a las otras ( . . . ) ; una ideología
combate para vencer; esto significa que se impone no por
razones y pruebas, sino por una cierta coacción, desde la
seducción a la violencia, pasando por la censura y la
disimulación de los hechos” (72).
5. Optimismo antropológico.
Las ideologías, proyecto racionalista y simplificador de
acción política, suponen una cantidad de tomas de posición
previa en cuestiones de índole estrictamente filosófica. En
cuanto a la concepción del hombre, todo sistema ideológico
funda sus esperanzas de perfección social en una visión
optimista de la naturaleza humana; y no podría ser de otra
manera, toda vez que sólo a partir de la bondad radical del
hombre le será posible al ideólogo hacer creíble la posibilidad
de la supresión de todo mal en el mundo. Escribe a este
respecto Juan Cruz Cruz, que el pensamiento ideológico “se
basa, de un lado, en un optimismo antropológico: el hombre es
corrompido sólo por la sociedad, pero internamente no está
dañado ni maleado: de otro lado, en un pesimismo cósmico y
sociológico respecto del presente. Explica las causas de las
deficiencias sociales apelando no a la maldad de los hombres,
que son buenos en su constitución ontológica y moral, sino a la
defectuosa organización de los actos humanos” (77). Dicho en
otras palabras, para el pensamiento ideológico, la presencia
del mal en el mundo - y por lo tanto de los males políticos y
sociales - no tiene su origen en la voluntad del hombre, en una
falta suya, tal como la concibe la tradición cristiana, sino en
una imperfecta estructura del universo y deja sociedad; ya sea
76) Fanón, Frana. Los condenados de la tierra, cit. por Massuh, Víctor, La libertad y la
en la política, Madrid, Rialp, 1956, passim; la doctrina marxista a este respecto se encuentra
6- Milenarismo.
79) Jouvenel, Bertrand de, La soberanía, Madrid, Rialp. JBSrr, pp. 259-296
almas de los que habían sido degollados por el testimonio de
Jesús y por la palabra de Dios, y a cuantos no habían adorado
a la bestia ni a su imagen y no habían recibido la marca sobre
su frente y sobre su mano; y vivieron y reinaron con Cristo mil
años” (80). Para el estudioso inglés Norman Cohn, uno de los
que en mayor medida han profundizado en este tema, los
primitivos cristianos interpretaron este texto equiparándose
ellos mismos - fieles sufrientes y perseguidos - con los
mártires resucitados y esperando la Segunda Venida durante
su propia vida mortal (81). Desautorizada esta interpretación
por los Padres de la Iglesia, en especial por Orígenes y San
Agustín, el milenarismo se recluyó en diversas sectas
cristianas y alcanzó a propagarse ampliamente en ocasión de
ciertas catástrofes naturales, de guerras, devastaciones o
fenómenos de convulsión social. La jerarquía de la Iglesia
luchó denodadamente contra esta interpretación
“terrenalista” del Reino de Dios, pero “para el bárbaro, para el
siervo, para el hombre desarraigado por la tromba étnica de
las grandes invasiones o por cualquier otra “plaga de Dios”,
como la peste, el hambre o el mal rey, en suma, para el
hombre marginado, “víctima de la propia historia”, la
imaginación apocalíptica, la imagen de este comienzo futuro
que habrá de seguir al fin, a la consumación de los tiempos, es
del todo homogénea con la percepción de los males que, más
allá, habrá de compensar. Y todo sucede en la tierra. Por eso
se espera que el Reino de los Cielos descienda sobre ella” (82).
Las formas que ha asumido esta actitud a lo largo de la
historia de occidente son muy diversas; nos basta enumerar a
las “cruzadas de los pobres” o de los “niños”: al Joaquinismo
originado en Joaquín de Fiore y concretado en el “Evangelio
83) Vid. sobre el tema de "El Evangelio Eterno”: Saranyana, José Ignacio, Joaquín de Fiore y
Tomás de Aquino - Historia doctrinal de una polémica, Pamplona, U. de Navarra,
1979, pp. 57 ss.
84) Vöegelin, Eric, Nueva Ciencia de la Política, Madrid, Rialp, 1968, p. 201.
85) Vid. a este respecto, Besançon, Alain, La confusion de lenguas. La crisis ideológica
de la Iglesia, Barcelona, Herder, 1961, pp. 133 ss.; sobre el tema de la relación entre
ideología y religión, vid. Ruyer, Raymond, Perturbaciones Ideológicas, Bueños Aires,
Emece, 1973, pp. 156-171, que contiene observaciones de notable interés.
nuevo reino: esa sociabilidad carismática del reino de la
libertad que se alcanza al margen de la Iglesia —para de
Fiore— para Marx a través de la desaparición del estado” (86)
y —agregamos nosotros— de la propiedad privada. Se trata,
en todos los casos, de elementos derivados del dogma
Cristiano, pero entendidos en un sentido inmanente y secular;
el reino final de la perfección plena se realizará aquende la
muerte y será disfrutado por un nuevo “hombre genérico” (87),
transformando en su naturaleza por la mutación de las
relaciones sociales de producción.
El milenarismo característico de las ideologías las
transforma en un conocimiento con pretensiones salvíficas: en
efecto, es la ideología la que contiene la clave de los males de
este mundo y la llave que abre las puertas de una nueva
tierra regenerada socialmente; en ella se encuentra la
explicación del sentido de la historia humana y la previsión de
lo que sucederá en el futuro, une siempre e inevitablemente
será algo feliz y venturoso. Ya sea la sociedad sin clases y sin
estado, el reino ario de los mil años o la sociedad de hombres
librevolentes, el paraíso secular se encuentra anunciado en la
ideología como en un libro sagrado: un libro sagrado sin
sacralidad, pero que exige a los prosélitos de la ideología una
adhesión tan férrea como la de un texto revelado por Dios.
Conocimiento salvador - o mejor dicho, pretendidamente tal -
la ideología aparece como una nueva gnosis con la que el
hombre contemporáneo sustituye a la Fe perdida en el
laberinto intelectual y vital de los tiempos modernos.
86) Ibáñez Langlois, José M., El Marxismo: visión critica, Madrid, Rialp, 1973, pp. 275-76; en
el mismo sentido, Calvez, Jean-Yves, El pensamiento de Carlos Marx, Madrid, Taurus, 1966,
pp. 583 ss.
87) Marx Carlos, Manuscritos económico-filosóficos, Méjico, P.C.E., 1970, p. 135.
todo, determinar si las notas apuntadas bastan para
determinar el concepto de ideología. Y ello es así porque
algunos autores han atribuido a las ideologías otros
caracteres, además de los ya enumerados o en sustitución de
ellos. Un análisis detenido de estas otras notas propuestas,
pone en evidencia que todas ellas se hallan incluídas -
implícita o explícitamente - en las que hemos enumerado
como determinantes del fenómeno de las ideologías. Así por
ejemplo, si examinamos la nota de “fanatismo”, resulta claro
de inmediato que ella es el resultado de las notas de
“maniqueísino” y de “milenarismo”; no pueden quedar dudas
acerca de que un pensamiento que propone el logro de un
paraíso en la tierra y divide a la humanidad en reprobos y
elegidos, reúne todas las condiciones necesarias para
despertar un fanatismo exaltado entre sus adeptos (88).
Fernández de la Mora enumera entre las notas
esenciales de la ideología el tratarse de un pensamiento
práctico y colectivo, pero si bien es cierto que esas notas se
dan en las ideologías, no son exclusivas de ellas, ya que es
posible —ya lo analizaremos más adelante — un pensamiento
práctico no ideológico; además, existen ideas o conceptos
colectivos de carácter no ideológico, como las ideas de unidad
nacional, las creencias religiosas, las leyendas o tradiciones,
etc. (89).
Por último, el carácter de “simulador” o “encubridor”
que se atribuye, desde Marx, al pensamiento ideológico, no es
esencial a él; puede decirse que es una consecuencia del
choque del esquema racionalista con las realidades de la
política, en las que los intereses económicos, sociales o
estrictamente políticos, juegan un papel principal. Podría
decirse más bien, que los intereses terminan siempre
poniendo a las ideologías a su servicio y valiéndose de ellas
para justificar sus beneficios. En este mismo sentido, el
8. ¿Qué es la ideología?
92) Acerca del tema de la naturaleza del hombre vamos a hacer nuestras unas agudas palabras
de Jaques Maritaln: “Como no dispongo aquí de tiempo para discutir disparates (siempre
podemos encontrar filósofos muy inteligentes, por no citar a Bertrand Russell, para
defenderlos muy brillantemente), doy por sentado que admitimos que hay una naturaleza
humana ; que ésta es la misma en todos los hombres“; El hombre y el estado, Buenos
Aires, Kraft, 1952, p. 1103.
93) Vid. Servier, Jean, L’idéologie, París, F.U.F., 1981, p. 16.
hace Raymond Ruyer, que “ideología” es todo “discurso o
pensamiento ligado a la acción política” (94), toda sociedad
tendrá su propia ideología, o, mejor dicho, ideologías, ya que
seguramente serán varios los puntos de vista e ideas acerca
de la conducción de los negocios públicos.
96 ) Calderón Bouchet, Rubén, Guillermo de Ockham, Ideólogo del siglo XIV, en:
Idearium, Nº 1, Mendoza, Universidad de Mendoza, 1975, pp. 33-34. Vid. de este mismo
autor, Marsilio de Padua, un idéologo del siglo XIV, en: Ethos, Nº 1, Buenos Aires,
I.F.I.P., 1973, pp. 293-311.
Ockliam rompió con la visión clásica del mundo y del hombre,
y colocó a la razón técnica en el lugar de privilegio. La
decadencia de la contemplación no podía derivar sino en una
cada vez mayor primacía de la actividad poiética y, a partir de
este supuesto, la noción de “razón” fue lentamente
deslizándose hacia el significado de una simple previsión
inteligente de la actividad humana productiva. Ockham era
nominalista y “el pensamiento técnico es, por principio,
nominalista. La pregunta por la esencia de las cosas yace
fuera de las meditaciones del pensamiento calculador. Este
pensamiento quiere “hacer”, “elaborar”, “producir” las cosas y
utilizarlas y, por ello, el planteamiento técnico elimina de
antemano aquello que podemos designar como existencia
propia o valor intrínseco de las cosas ( . . . ) De esta concepción
surgen inmediatamente las ideologías modernas, que sitúan
su ideal en un orden social totalmente funcionalizado o en la
racionalización total de la existencia humana” ( 97 ).
Paradojalmente, el antiintelectualismo del franciscano, al
centrarse en la razón teórica, en el conocimiento intelectual
de la realidad y de su valor intrínseco, no logró sino
multiplicar y extender la competencia de esa misma razón
pero aplicada a la planificación de la actividad productiva del
hombre.
97 Meyer, Hermann, La tecnificación del mundo, Madrid, Gredos, 1966, pp. 93-101; sobre esta
problematica nos hemos extendido en nuestro libro La revolución tecnocrática,
Mendoza - Argentina, Ed. Idearlum, 1980, pp. 11-59.
aparte de los geométricos - para nuestros conocimientos. Ellos
debían surgir de la sola razón, con cuya actividad “es posible
arribar a conocimientos que sean útiles para la vida y que, en
lugar de esta filosofía especulativa que se enseña en las
escuelas, se pueda descubrir una práctica por la cual,
conociendo la fuerza y la acción del fuego, del agua, de los
astros, de los cielos y de todos los cuerpos que nos rodean
( . . . ) podamos usarlos para todos aquellos usos que les son
propios y de este modo quedar como dueños y señores de la
naturaleza” (98). Para el racionalismo cartesiano, por lo tanto,
“razón” significaba “razón técnica”, elaboradora de proyectos
de acción surgidos de su propia actividad; discurriendo al
modo matemático a partir de las ideas innatas al
pensamiento, la actividad racional construiría ab initio todo el
sistema del saber humano (99).
98) Descartes, René, Discours de la méthode, ed. Gilson, Parts, Vrin, 1976, pp. 61-62.
99) Cf. Gilson, Etienne, La unidad de la experiencia filosófica, Madrid, Rialp, 1936, pp.
1966, pp. 147 ss.
100) Grocio, Hugo, De lure Belli ac Pacis, Prolegómenos, Nº 11
como punto de partida. No se dieron cuenta de que lo concreto
a lo que eventualmente se puede llegar por este camino no es
lo verdaderamente concreto, sino una abstración más” (101).
Para utilizar una imagen de Etienne Gilson, no se dieron
cuenta de que de un gancho pintado en la pared, no se puede
colgar más que una cadena igualmente pintada en la pared
(102): es decir, de una idea no puede deducirse sino otra idea y
un sistema político que desprecie la experiencia y se
circunscriba a las puras ideas, sólo puede dar como resultado
una ensoñación, algo inexistente, como no sea en la
imaginación afiebrada del ideólogo. Este no conoce la
realidad, sino que la piensa; no descubre lo que las cosas son,
sino que razona a partir de sus propias ideas, encerrándose en
una cárcel de la que no podrá salir mientras conserve su
condición de ideólogo.
101) Strauss, Leo, ¿Qué es la filosofía política?, Madrid, Guadarrama, 1970, 38-37.
102) Cf. Gilson, Etienne, El realismo metódico, Madrid, Rialp, 1963, p. 71.
103) Rousseau, Juan Jacobo, Discurso acerca del origen de la desigualdad entre los hombres,
cit., p. 61; allí escribe: “No es preciso considerar las Investigaciones que pueden servirnos
para el desarrollo de este tema como verdades históricas, sino simplemente como
razonamientos hipotéticos y condicionales, más propios para esclarecer la naturaleza de
las cosas que para demostrar su verdadero origen, semejantes a los que hacen todos los
dias nuestros físicos con respecto a la formación del mundo. La religión nos manda creer
que Dios mismo, antes de haber sacado a los hombres del estado natural e Inmediatamente
después de haberlos creado, fueron desiguales porque asi lo quiso él; pero no nos prohíbe
hacer conjeturas basadas en la naturaleza misma del hombre y de los seres que lo rodean,
acerca de lo que serla el género humano si hubiera sido abandonado a sus propios
esfuerzos”, pp. 61-52, Vid. también. El contrato social, ed. cit., pp. 153-163 y passim.
originarias. De allí se deriva también que toda sujeción sea
injusta, que la civilización y la cultura, en la medida en que
distinguen a las personas, resulten intrínsecamente
perversas, de igual modo que la educación, que al configurar a
la personalidad humana, limita la absoluta libertad
originaria. En este ejemplo particularmente ilustrativo, se
pone en evidencia el juego puramente racional del ideólogo,
que deriva de un postulado ideal todas las consecuencias
posibles para la vida social, por disparatadas e irrealizables
que resulten al contacto con la experiencia y la vida real.
104) Vid. Brehler, Emile, Historia de la Filosofía, Buenos Aires, Sudamericana, 1944, p. 411.
105) Bargalló Cirio, Juan M.. Rousseau. El estado de naturaleza y el romanticismo
político, Buenos Aires, Ed. Valerlo Abeledo, 1052, pp. 67- 68.
sentidos principales: en un sentido restringido, conforme al
cual designa, con una significación puramente histórica, a un
conjunto de movimientos heterogéneos, surgidos en los
primeros siglos del Cristianismo, como sus deformaciones o
derivaciones espúreas. “El gnosticismo fue más bien - escribe
Gilson - un intento de ciertas mitologías filosóficas para
confiscar el Cristianismo en provecho propio. Nada más
cristiano que la ambición de profundizar la fé por medio del
conocimiento, ya que el conocimiento se instala en el interior
de la fé; pero no es cristiano considerar la fé como un
andamiaje provisional del que puede eximirnos, ya en esta
vida, el conocimiento racional. Por eso, en adelante
encontramos dos concepciones distintas del conocimiento
accesible al cristiano: la que quiere ponerse en lugar de la fe y
la que se somete a ella para escrutar su misterio. La primera
de esas concepciones es caractrístiea del gnosticismo
propiamente dicho” (106).
Este intento de entremezclar la revelación cristiana con
elementos mitológicos —griegos u orientales— y con doctrinas
filosóficas de raíz platónica, pitagórica o estoica, dió como
resultado un sincretismo auténtico; éste se caracterizaba por
un espiritualismo exacerbado y por un dualismo tajante entre
la materia, fuente de todo mal, y el espíritu o pneuma, emana
ción de un Dios lejano, que nada tuvo que ver con la creación
del mundo. Para los gnósticos, la caída o el mal en el hombre
no se debió a su culpa sino al azar o al pecado de un ser
superior; en rigor, el corrupto no es sino el cosmos, cuya
organización defectuosa aprisiona y oprime al hombre (107).
Pero lo más importante es que el hombre sólo puede salvarse
a través de la “gnosis”, que “es el conocimiento en sí, absoluto,
que abarca al hombre, al cosmos y a la Divinidad. Y es sólo a
través de este conocimiento —y no por medio de la fe o de las
106) Gilson, Etienne, La fllosofia en la Edad Media, Madrid, Gredos, 1972, p. 35.
107) Vld. Bareille, G., Gnosticisme, en: Dictionnaire de Théologie Catholique,
París, Librairie Letouzey, 1047, T9 6 - 11, pp. M34-1497.
obras— que el individuo puede ser salvado” (108). Se trata, por
lo tanto, de una soteriología — o doctrina acerca de la
salvación— puramente racional, pero que toma prestada la
fuente de su validez y autoridad de una religiosidad
deformada; los gnósticos pretendían ser poseedores de una
tradición evangélica propia, distinta de la eclesiástica o, en los
casos más moderados, intentaban una interpretación
alegórica de las Escrituras, de la que derivaban la fuente de
verdad de su sistema (109).
En un segundo sentido, el gnosticismo constituye una
actitud espiritual no circunscripta a los primeros siglos del
cristianismo, sino permanente y recurrente en todo el ámbito
de la influencia cristiana y cuvas notas son
fundamentalmente, las mismas del gnosticismo antiguo.
Como bien ha escrito Serge Hutin, “si el gnosticismo no fuera
más crue una serie de aberraciones doctrinales propias de
ciertos herejes cristianos de los tres primeros siglos, su
interés sería puramente arqueológico. Pero es mucho más que
eso: la actitud gnóstica reaparecerá espontáneamente, más
allá de cualquier transmisión directa. Este tipo especial de
religiosidad presenta, inclusive, turbadoras afinidades con
algunas aspiraciones típicamente modernas. El gnosticismo
de los heresiólogos constituye un ejemplo característico de
una ideología religiosa nue tiende a reaparecer
incesantemente en Europa y en el Mediterráneo en épocas de
grandes crisis políticas y sociales” (110).
Las notas características de esta actitud de pensamiento
pueden esquematizarse del siguiente modo:
a) Para el pensamiento gnóstico la presencia del mal en
el mundo —y por consiguiente, de los males políticos y
sociales —no tiene su origen en la voluntad del hombre, en un
pecado o falta suya, tal como lo sostiene la ortodoxia cristiana,
108) Hutin, Serse, Los gnósticos, Bueños Aires, EUDEIBA. 1976, pp. 9-10.
109) Vid. Fraile, Guillermo, Historia de la Filosofía, Madrid, B.A.C., 1966, T- II, pp. 86-115 y
Copleston, Frederich, Historia de la Filosofía Barcelona, Ariel, 1969, Tº II, pp. 25-27
110) Hutin, Serge, o.c., p. 7.
sino en una defectuosa estructura del cosmos y de la sociedad;
“el segundo indicio de una actitud gnóstica —escribe Eric
Voegelin— no es ya tan natural: la creencia de que todos los
males de la situación son debidos a lina mala organización de
la existencia en el mundo ( . . . ) ; los gnósticos no se inclinan a
admitir que es la humanidad en general, y especialmente
ellos mismos, quienes son defectuosos. Si en la situación hay
algo que no es como debiera ser, entonces creen que hay que
buscar su causa en la maldad del mundo” (111). Esta maldad
“cósmica” puede tener origen en el azar o en un fatalismo
determinista, pero lo importante es que la fuente de la
maldad y la desgracia haya operado sin intervención o
responsabilidad humana; porque a este fatalismo cósmico, es
preciso sumarle un optimismo antropológico, tal como ya lo
expusiéramos al desarrollar nuestro análisis fenomenológico.
El hombre aparece, entonces, como un ser inmaculado,
víctima inocente de las estructuras que lo oprimen y le
impiden alcanzar la perfección para la que está naturalmente
destinado. En las versiones originarias del gnosticismo» la
caída cósmica se debía a una degradación sucesiva del
universo a al pecado de uno de los eones que rodeaban a la
divinidad (112); en las versiones más recientes, el “pecado” de
las estructuras sociales se atribuye a hechos más pedestres
pero igualmente ajenos a la voluntad del hombre: la
modificación determinista de los medios de producción, en el
caso de Marx, la propiedad privada de la tierra, para
Rousseau: “el primero que, habiendo cercado un terreno
—escribe— descubrió la manera de decir: esto me pertenece v
halló gentes lo bastante sencillas como para creerle, fue el
verdadero fundador de la sociedad civil. ¿Qué de crímenes, de
guerras, de asesinatos, de miserias y de horrores nos hubiese
ahorrado al género humano el que, arrancando las estacas
117) Vöegelin, Eric, Ciencia política y gnosticismo, Madrid, Rialp, 1973, pp. 18-19.
al logro de una perfección terrena, a una salvación en este
mundo. Este carácter de escatología secularizada del modelo
gnóstico de pensamiento ha sido aceptado por estudiosos de
las más diversas orientaciones; refiriéndose a una de las
modalidades del pensamiento gnóstico, el milenarismo
medieval, Norman Colín escribe que “los movimientos
milenaristas siempre conciben la salvación como un hecho: a)
colectivo, en el sentido de que debe ser disfrutado por los fieles
como colectividad; b) terrenal, en el sentido de que debe
realizarse en la tierra y no en un cielo fuera de este mundo; c)
inminente, en el sentido de que ha de llegar pronto y de un
modo repentino; d) total, en el sentido de que transformará
completamente la vida en la tierra, de tal modo eme la nueva
dispensa no será una mera mejoría del presente sino la
perfección: e) milagroso, en el sentido de que debe realizarse
por, o con, la ayuda de intervenciones sobrenaturales” (118).
Salvo la última de las notas une, como veremos, no se
encuentra presente en las ideologías, las cuatro primeras se
reiteran inexorablemente en todo esquema gnóstico de
pensamiento; pero la que aparece entre ellas como decisiva, es
la que apunta al carácter terrenal de la salvación esperada.
A este respecto, el gran sistematizador fue Joaquín de
Fiore, un monje cisterciense calabrés que nació entre 1130 y
1135 y llevó una vida de conflictos interminables con el
papado y con su orden (119); en sus obras más importantes, la
Concordia Novi et Veteris Testamenti y la Expositio in
Apocalypsim, Joaquín realizó una nueva internretación de las
Escrituras, en especial del Apocalipsis, de la cual se
desprendía una versión “trinitaria” de la historia: según ésta,
“la historia de la humanidad tenía tres períodos, que se
correspondían con las tres personas de la Trinidad. El primer
119) Sobre la vida de Joaquín de Fiore, vid. Saranyana, José Ignacio, o.c., pp. 25-47.
período del mundo fue la edad del Padre; con la aparición de
Cristo empezó la edad del Hijo. Pero ésta no será la última,
sino que se seguirá por una tercera Edad del Espíritu Santo
(...). Las edades, por otra parte, tenían estructuras internas
comparables y su duración podía calcularse. De la
comparación de sus respectivas estructuras resultaba que
cada edad se había iniciado con una trinidad de figuras
dirigentes, es decir, dos precursores, seguidos por el caudillo
de la edad propiamente dicho. Del cálculo de su duración se
desprendía que la edad del Hijo tocaría a su fin hacia 1260”
(120). Esta concepción fue condenada por la Iglesia Católica en
los concilios de Letrán y de Arlés, no obstante lo cual ejerció
una enorme influencia en el pensamiento religioso y político
posterior; sobre todo la simbología utilizada por Joaquín de
Fiore en su teología de la historia, pasó a formar parte de los
diversos movimientos poíticos de corte gnóstico aparecidos en
la edad moderna (121); así por ejemplo, el de los tres reinos o
edades se reitera en Hegel, Marx, Comte y el
nacionalsocialismo; el profeta gnóstico y el caudillo aparecen
encarnados en Hegel y Federico el Grande, Marx y Lenin.
Rosemberg y Hitler; el grupo protagonista de la redención,
que en Joaquín eran los monjes, será el proletariado en Marx
y los pueblos nórdicos en el nazismo; la nueva era de
perfección, de vida monástica para el monje calabrés, será la
sociedad sin clases del comunismo y el reino ario de mil años
que prometía Hitler (122).
A partir de esta premisa de una redención y salvación
intraterrena, la actividad política dejará de ser considerada
como la prudente gestión de los negocios públicos, para
120) Vöegelin, Eric, Nueva ciencia..., cit., p. 174; sobre Joaquín de Fiore, vid. Lowith, Karl, El
sentido de la historia, Madrid, Aguilar, 1968, pp. 207-328 y 209-307.
121) Vid. Lubac, Henri de, La posterité spirituelle de Joachin de Fiore, París, Lethielleux, 1981,
passim.
122) Vid. Eliade, Mircea, Mito y realidad, Madrid, Guadarrama, 1968, pp. 198 ss.
transformarse en la acción profética destinada a preparar el
advenimiento del reino paradisíaco en un futuro lo más
inmediato posible. Refiriéndose a Rousseau, Jean Roy escribe
que “una visión propiamente escatológica es inyectada en la
política: su tarea no consiste, ante todo, en el orden y la paz,
sino en la instauración de una «comunidad estética» y,
finalmente, en la creación de un «hombre nuevo» superador de
las pasiones mezquinas del individuo” (123). En otras palabras,
un espíritu pseudo-religioso comienza a impregnar a la
actividad política, con el cual los doctrinarios van a
convertirse en profetas, los caudillos en mesías, los escritos
partidarios en textos sagrados y las empresas políticas en
proyectos de redención colectiva. Y es ello lo que introduce en
la actividad política el fanatismo propio de lo religioso, lo que
hace a sus oposiciones inconciliables, transforma a sus
guerras en cruzadas y la convierte en una actividad
totalizadora, de la que nada puede ser excluído: aquí está —y
en ningún otro lugar— el origen del totalitarismo moderno, en
el cual “las grandes religiones seculares extienden su
influencia a todos los aspectos de la actividad del hombre. La
relatividad de lo político se transforma así en lo absoluto de la
religión. La religión política se generaliza, expresándose ante
todo en la sacralización moderna del poder” (124). Ello es así
porque el hombre moderno, pretendidamente agnóstico o
ateo, no puede ahogar su dimensión religiosa, constitutiva
innegable de su naturaleza: y al no poder negarla, la sublima
en un pseudo-religión política, que le permitirá un escape a
esa religiosidad esencial que no se atreve a expresarse como
tal- “La gran mayoría de los «sin religión» —escribe Mircea
Eliade— no se han liberado, propiamente hablando, de los
comportamientos religiosos, de las teologías y mitologías. A
125) Eliade, Mircea, Lo sagrado y lo profano, Madrid, Guadarrama, 1973, p. 173; vid. en este
sentido, el interesante, aunque a veces discutible, libro de Jaques Ellul, Les nouveaux
possédés, París, A. Payard, 1973.
CAPITULO IV
1. Gnosticismo e ideología.
126) Vid. sobre la correspondencia de las diversas ideologías con el esquema y la simbología
gnósticos, Vóegelín, Erlc, Nueva ciencia..., cit., pp. 168-249.
corrupción de la ciencia” (127). Las afirmaciones de Besançon
suponen una matización fundamental de nuestra afirmación
originaria: en rigor, no es de la ciencia de donde extrae la
ideología su criterio de validez, sino de una concepción
deformada del conocimiento científico; no es la auténtica
ciencia la que le proporciona fundamento, sino más bien una
filosofía de corte cientista, con una visión hipertrofiada del
sentido y alcances del saber científico.
Esta filosofía, nacida y desarrollada en la Edad
Moderna, es la que proporciona el último de los elementos
configuradores de la noción de ideología: su pretensión
científica. “La ideología —continúa Besançon— podría ser
una forma adoptada por la actitud gnóstica ante la presencia
de la ciencia moderna” (128). Pero, reiteremos, no se trata en el
caso de la ideología de un recurso a la ciencia que practican
los científicos en sus laboratorios o gabinetes, sino de una
filosofía que pretende un saber universal con la misma
certeza que obtienen las ciencias experimentales al conocer
sus objetos particulares; la principal diferencia radica en que,
en este último caso, el objeto de conocimiento no es un ámbito
particular de la realidad, sino la realidad total: el hombre, el
mundo y Dios. Los filósofos dentistas “tienen sin duda un
punto en común: no haber practicado ni comprendido el
espíritu de la ciencia de Newton. De la ciencia, no toman el
método sino el resultado acabado, lo sacan de su orden y le
dan, pero sin percatarse de ello, el estatuto de una proposición
dogmática, aderezada con una certeza de tipo científico (. . .).
Toda una cadena de filósofos secundarios se desvivieron,
pues, buscando el equivalente de una gravitación universal en
el campo psicológico, fisiológico y, muy pronto, político ( . . . ) ;
despiertan así, bajo un barniz pseudocientífico, las viejas
especulaciones mágicas o místicas sobre el Universo-Uno”
(129); en otras palabras, las
130 Acerca del papel de la Ideología en la Revolución Francesa, vid. Falclonelli, Alberto, El
camino de la Revolución, cit., pp. 19 ss.
solas fuerzas de la razón humana, los profetas y caudillos son
hombres de carne y hueso y el paraíso esperado tiene su lugar
en esta tierra. Y todo ello garantizado por la “ciencia”,
concebida como un saber total, cierto e indubitable (131).
2- Ideología y utopía.
131) Vid. Heer, Friedrich, Europa, madre de revoluciones, Madrid, Alianza, 1980, Tº 2, pp.
610-620.
132) Servier, Jean, Histoire de l’utopie, París Gallimard, 1967, p. 316. vid también, de este
mismo autor, L'Utopie, París, P.U.F., 1979, pp. 87 ss.: en sentido opuesto, consideran como
sinónimos las palabras ‘‘ideología" y "utopia", entre otros: Molnar, Thomas, El utopismo;
herejía perenne, Bueños Aires, EUDEBA, 1970. passim; Cruz, Juan Cruz, o.c., passim y
Horkheimer, Max, La utopía, en: Neüsus, Arnhelm y otros. Utopía, Barcelona, Barral,
1971, pp. 91-102; en este volumen se incluyen varios trabajos de sumo interés acerca del
tema de las utopías.
133) Freund, Julien, o.c., p. 14.
género literario, como la comedia, la tragedia o la novela, sin
otra pretensión que la de ser literaria” (134); en segundo lugar,
que la utopía clásica es esencialmente conservadora, ya que,
por ser perfectas sus estructuras sociales, no hay lugar allí
para modificaciones de ninguna especie; su régimen es
autoritario y reglamentarista, no de libertad absoluta como
en los modelos gnósticos (135).
135) Vid. Bussell, Bertrand, La sabiduría de occidente, Madrid, Agullar, 1964, P- 181; las
principales utopías se encuentran reunidas en un excelente volumen; Utopias del
Renacimiento, Méjico P.C.E., 1956.
136) Dawson, Christopher, Progreso y religión, Buenos Aires, Huemul, 1964, pp. 185-186.
efecto, ella garantizaba la certeza e inevitabilidad del paraíso
en la tierra, con el solo expediente de remitirlo al futuro. Lo
que se negaba a la trascendencia, se lo concedía al porvenir: si
todo progresaba, si cualquier cambio de la situación resultaba
inevitablemente bueno, si la perfección surgía del mero
movimiento, aparecía como lógico y coherente esperar para el
futuro un estado pleno y perfecto: un paraíso en la tierra.
Es por ello que las construcciones políticas ideales
redactadas a partir del “Code de la Nature” del abad Morely
(1755), no son estrictamente utopías, sino ideologías
propiamente dichas. Con ellas no ocurre, como con los
divertimientos literarios de Moro y Campanella, que sus
propios autores no creyeran en las posibilidades de su
realización práctica (137); por el contrario, los seguidores de
Rousseau, Saint Pierre y Babeuf, estuvieron profundamente
convencidos de lo posibilidad y, a veces, de la inevitabilidad
del advenimiento de la sociedad soñada. Y es de este
convencimiento que la ideología toma su fuerza de atración y
su energía movilizadora de las voluntades humanas; las
utopías no provocaron ningún movimiento político en su
tiempo; las ideologías, por el contrario, y sobre la base de la fe
en el progreso, revolucionaron el mundo occidental hasta sus
cimientos.
3 • La noción de ideología.
Luego de las precisiones realizadas en los puntos
precedentes, estamos en condiciones de formular una
definición de las ideologías que no permanezca en la
superficie de los fenómenos, sino que cale en su misma
esencia: que nos evidencie qué cosa son las ideologías y no sólo
137) Así Moro, en la última página de su Utopía, escribe: "Y con estas palabras terminó Rafael
Hytlodeo su largo discurso, el cual de momento no quise contradecir, a pesar de las
absurdidades que habla contado sobre las leyes y costumbres de Utopía (...). Ciertamente,
he de hacer constar que me es imposible admitir todo lo que aquél hombre tan experto en
negocios políticos dijo sobre la mejor forma de gobierno’, Ed. F.C.E., ya citada en nota
135.
cómo se manifiestan.
Ante todo, ha quedado en claro que se trata de sistemas
de ideas elaborados racionalmente con una finalidad práctica,
más concretamente, práctico-política. En segundo lugar, que
estos sistemas de ideas revisten un carácter soteriológico o
salvador, razón por la cual se constituyen en auténticas
gnosis y que es este último carácter el que los diferencia
específicamente de los restantes intentos de formular un
cuerpo de ideas acerca de la vida política.
Por lo dicho, podemos afirmar que ideologías son
sistemas pretendidamente científicos de ideas políticas, que
expresan una soteriología puramente inmanente. El elemento
específico - el constituir una soteriología inmanente – es el
que otorga a las ideologías el carácter de construcciones
gnósticas y el término “puramente” que califica a la
inmanencia, las distingue de los quiliasmos o milenarismos
de raíz pseudo-religiosa.
A partir de este concepto alcanzado, adquieren
explicación la totalidad de las notas o caracteres que nos
había descubierto el análisis fenomenológieo. En efecto, el
racionalismo está implícito en el inmanentismo de la
soteriología propuesta, no porque todo inmanentismo sea
necesariamente racionalista, sino porque todo racionalismo
termina por resultar, implícita o explícitamente,
inmanentista; la pretensión de un conocimiento total, cerrado
por principio a la revelación, no puede culminar sino en un
endiosamiento de la razón humana y la consiguiente negación
de todo aquello que la trascienda (138).
Al decir que las ideologías son “sistemas” de ideas
políticas, se significa explícitamente su carácter monista, ya
que todo sistema es, por definición, único y deriva su verdad
138) Vid. Ceturelli, Alberto, La Filosofía, Madrid, Gredos, 1977, pp. 431 ss.
de un único principio ( 139 ). El “maniqueísmo" y el
“milenarismo” que hemos creído descubrir en el fenómeno
ideológico, son consecuencias directas del carácter
soteriológico o salvífico que se atribuyen las ideologías: toda
empresa salvadora supone réprobos y elegidos, así como un
paraíso resultante de la redención; en este caso el paraíso es
inmanente al mundo y proyectado al horizonte de un futuro
no muy claramente determinado. Y una soteriología
inmanente no puede concebirse sino sobre la base de un
“optimismo antropológico”; si el hombre no es radicalmente
bueno, la instauración de un paraíso en este mundo aparece
como un disparate.
Logrado un concepto o definición esencial de lo que sean
las ideologías, nos quedaría por mostrar de qué modo ese
concepto se realiza en una ideología concreta y, a través de ese
procedimiento, demostrar la exactitud de la definición
alcanzada. Para ello hemos escogido al marxismo, en razón de
que es el modelo más acabado basta el presente de la
mentalidad ideológica. Dedicaremos el capítulo siguiente,
pues, a una breve exposición del marxismo en cuanto
ideología; no estudiaremos todos sus aspectos y todas sus
doctrinas, sino sólo de qué modo aparece configurando una
construcción ideológica casi perfecta.
139) Vid. Viehweg, Theodor, Tópica y Jurisprudencia, Madrid, Taurus, 1964, pp. 112-113.
durante el siglo XIV (140), puede caracterizarse como aquél
que coloca en la actividad económica su atención primordial y
subordina a ella todas las restantes dimensiones de la vida:
religiosa, estética, afectiva, sexual, cultural y educativa. Para
el burgués, “lo económico deja de ser un instrumento al
servicio de otras actividades más nobles y se convierte en un
fin al que todo se subordina. Sin lugar a dudas, este espíritu
no triunfa en el siglo XVI. Hay muchas cosas que el hombre de
la época valora y todas las motivaciones axiológicas tienen su
lugar en su complicado panorama. Pero mientras las otras
fuerzas espirituales se disuelven poco a poco y pierden su
relieve determinante, lo económico progresa y comienza a
influir en la idea que se hace el hombre de su posición en la
tierra (. . .). Cuando se tiene una preferencia valorativa
cualquiera —continúa Calderón Bouchet— estética,
económica o religiosa, hay una suerte de lógica consecuente
en los actos de la conducta que de alguna manera sigue la
pendiente de los bienes escogidos. Esta dependencia es tanto
más mecánica cuánto más material y servil la naturaleza de
esos valores. Podemos asegurar que una clase social como la
burguesa, orientada a la promoción de los bienes
crematísticos, se encontrará cada día más comprometida con
una concepción estrictamente económica del mundo” (141).
Es esta concepción economicista del mundo, propia de la
burguesía en ascenso, la que va a crear el campo propicio para
la difusión de esas escatologías secularizadas que son las
ideologías. Ante todo, porque la mentalidad económica se
encuentra vuelta decididamente hacia los bienes de este
mundo; después de la muerte puede creerse en la persistencia
y perfeccionamiento de los bienes espirituales, pero - salvo en
algunas religiones arcaicas - nadie será capaz de concebir la
perdurabilidad de las riquezas en el más allá. La mentalidad
140) Vid. Sombart, Warner, El burgués - Introducción a la historia espiritual del hombre
económico moderno, Madrid, Alianza, 1977, pp. 115 ss.
141) Calderón Bouchet, Rubén, La ruptura del sistema religioso en el siglo XVI, Buenos
Aires, Dictio, 1980, pp. 119-194.
burguesa, por lo tanto, se encuentra afincada en este mundo,
y si de alguna salvación humana puede tratarse, ella habrá de
tener lugar aquende la muerte y por obra y gracia del esfuerzo
humano- “La felicidal —escribe Paul Hazard, refiriéndose al
espíritu moderno— ¿ha de confinarse aún a la otra vida?.
Demasiado vanas, demasiado diluidas serán las sombras, en
el más allá; no habrá ya ni siquiera sombras, sino no se sabe
qué sustancia eterna, cuvas formas es imposible concebir. No
habrá ya aureolas, ni arpas, ni concertos divinos. Busquemos
la felicidad en la tierra. Pronto, hay prisa, mañana no es tan
seguro, hoy es lo que importa: imprudente el que especula
sobre el porvenir; asegurémonos una felicidad totalmente
humana. Así razonaron los nuevos moralistas que se pusieron
a buscar la felicidad en el presente” (142).
Además, el avance social de la burguesía supone la
prevalencia de la razón técnica por sobre la especulación
entendida al modo clásico; sin la preeminencia del espíritu
burigués, todas las elucubraciones de Ockham. Descartes o
Hobbes, habrían quedado circunscriptas a un cenáculo de
intelectuales, sin influencia decisiva sobre la evolución de los
acontecimientos. Por el contrario, enancada sobre el progreso
tecnológico y económico, la idea de una razón constructora - y
no simple conocedora - de lo real, habría de alcanzar un
prestigio y una generalidad que posibilitarán la recepción y el
desarrollo de los esquemas ideológicos.
También la idea del progreso requería de un grupo
social ascendente para corporizarse y prosperar; el burgués, el
hombre que había progresado económicamente y que veía
evolucionar aceleradamente toda la actividad productiva,
poseía una forma mentís excepcionalmente dotada para
asimilar esa idea; su espíritu “expansivo” (143) y emprendedor
142 Hazard, Paul, La crisis de la conciencia europea, 1630-1715, Madrid, Ed. Pegaso, p. 269.
143) Sombart, Werner, o.c., p. 210.
estaba abierto a cualquier doctrina que pusiera el acento en
las posibilidales del futuro. De hecho, la burguesía fue el
grupo social en el que prendió en primer lugar la filosofía de la
Ilustración y de origen burgués fueron los activistas que
acometieron la empresa de llevar esas ideas a la práctica de la
vida política.
144) Vid. Talmon, J . L., Los orígenes de la democracia totalitaria, Madrid, Aguilar, 1956, pp. 41
ss.; sobre el liberalismo en general, vid. Vachet, André, La Ideología liberal, Madrid, Ed.
Fundamentos, 1972, 2 vols.; no obstante el ldeologismo marxista del autor, el libro
contiene observaciones de gran interés, sobre todo en lo que hace a los orígenes más
remotos del liberalismo; vid. también, Macpherson, C. B., La democracia liberal y su
época, Madrid, Alianza, 1931, passim.
actual se ha transformado en reaccionario, pretendiendo
volver las cosas al estado en que se encontraban hace un siglo
o, en el mejor de los casos, en conservador, asimilando las
ideas de sus originarios oponentes.
Pero no obstante esta transformación actual, el
liberalismo originario registra todos los caracteres que hemos
descubierto como propios de las ideologías; ante todo, el
liberalismo pretende constituir una doctrina elaborada
exclusivamente por la razón, con independencia de cualquier
verdad revelada; en algunos autores puede haber una cierta
dosis de empirismo, pero éste se abandona en el mismo
momento en que se comienza la construción del sistema; así,
el empirismo filosófico de John Locke no le impidió realizar
una construcción ideológica en la que la experiencia real no
jugaba casi ningún papel ( 145 ). También en el liberalismo
aparece una única y exclusiva causa determinante de la
perfección humana: la libertad o espontaneidad del individuo;
y de modo maniqueo, la raíz de todos los males sociales se
localiza en el estado y los grupos intermedios o corporaciones.
“La doctrina central del liberalismo de Paine —escriben
Kramnick y Watkins— , como la del liberalismo en general,
consiste en creer en las posibilidades de la acción social
espontánea y en una correlativa minimización de la necesidad
de un gobierno (. . .). La gran parte de los valores positivos de
la vida humana, entre ellos los valores económicos, son el
resultado de una acción social espontánea; la función
primaria del gobierno no es la de crear valores por su cuenta,
sino la de impedir que los delincuentes deterioren los valores
creados por la sociedad” (146). Esta localización de todo mal
social en la acción del estado y el consiguiente ensalzamiento
de la actividad de los particulares como fuente de todos los
145) Vid. Chevalier, Jean , Jaques, El siglo XVII y el nacimiento de las Ideologías, en AA. VV.,
Las Ideologías y sus aplicaciones en el siglo XX, Madrid, 1962, pp. 26 ss.
147) Vid., entre otros, Hayeck, F. A., Nuevos estudios en filosofía, economía e historia de
las Ideas, Buenos Aires, EUDEBA, 1981, p. 169 y passim.
148) Mises, Ludwlg von, La acción humana, Madrid, Sopee, 1968, p. 873.
149) Kant, Manuel, Los principios metafísicos de la doctrina del derecho, Méjico, UNAM, 1968,
pp. 32-41. Vid. Perelman, Chalm. Fhilosophie Morale, Bruxelles, Presses universitaires
de Bruxelles, 1973, Tº II, p. 134.
150) Vid. Bury, John, La Idea del progreso, Madrid. Alianza, 1971, passim.
Pero en el liberalismo todas las notas de la ideología no
han sido apuradas hasta sus últimas consecuencias; su
optimismo antropológico no es total, ya que admite la
posibilidad de algunos pocos hombres perversos y,
consecuentemente, la necesidad de policía y de justicia; el
paraíso terrestre esperado no es tan maravilloso ni
absolutamente perfecto: en la sociedad de hombres libres no
quedará excluido el trabajo ni postergada la muerte, tal como
lo prometen los doctrinarios marxistas (151); el cientismo y el
sistematismo no es aquí tan acusado, probablemente en razón
de que varios de los ideólogos liberales eran de nacionalidad
inglesa; y por sobre todo, no se percibe en el liberalismo
—salvo quizá con algunas excepciones, como las de Paine o
Robespierre— el hálito milenarista, de encontrarse en los
albores de un nuevo mundo maravilloso, que caracteriza a los
profetas ideológicos más acabados. Todo esto, que aparece
morigerado o simplemente esbozado en el liberalismo, se
transformará en sistema férreo y esperanza exaltada, cuando
el profeta de Tréveris descubra por su cuenta y riesgo la clave
de la historia y del mundo del futuro.
151) Vid. Ares Somoza, Paulino, El materialismo histórico - Una sociología del marxismo,
Buenos Aires, ETOHBA, 1970, p. 196.
positivas, esas que estudian los bellos embrujos de la
naturaleza, esas que se apoyan en leyes matemáticas, físicas
y constatables experimentalmente, esas que sirven, que son
útiles para hacer más feliz la vida de los hombres. Y nada más
insistente y supersticiosamente repetido por los marxistas
que el calificativo “científico” usado en aquél mismo sentido.
Su materialismo es un materialismo “científico”, su crítica es
una crítica “científica”, su ateísmo es “científico”, su historia,
su filosofía, su sociología, su economía, se apellidan siempre
“científicas”. Es de esa ciencia de donde esperan la redención
y felicidad humanas, como la esperaban los que, enardecidos
de optimismo, escribieron la “Enciclopedia de las ciencias, las
artes y los oficios” (152).
Son numerosos los estudios acerca del pensamiento
marxista que confirman esta aseveración, la cual, por otra
parte, se desprende de la misma obra de Marx, quien nunca
tuvo la preocupación de ocultar las fuentes de su
pensamiento; principalmente en sus obras de juventud, el
“profeta del Museo Británico” pone en evidencia su filiación
intelectual respecto de la Ilustración, sobre todo de los
materialistas como Holbach, Helvetius y Lessing, este último,
junto con Rousseau, admirado y seguido por el padre de Marx.
También Hegel y los hegelianos de izquierda, que tanta
influencia tendrían en la elaboración del sistema marxista y
aparecen profusamente citados por Marx, resultan ser, en
una gran medida, continuadores directos de la filosofía de “las
luces” (153).
Pero más importante que comprobar la influencia
directa, en distintos aspectos, del pensamiento dieciochezco
sobre el sistema de Marx, es poner en evidencia el espíritu
similar que anima a la ideología liberal originaria y a la
cosmovisión marxista, con la ventaja para el revolucionario
152) Valverde, Carlos, Los orígenes del marxismo, Madrid, B.A.C., 1974, pp. 47-50.
153) Vid. Ocáriz, Fernando, El marxismo, teoría y práctica de una revolución, Madrid,
Palabra, 1975, pp. 5-52.
renano de haber sistematizado y simplificado las conclusiones
de la filosofía de la “Ilustración”. Escribe a este respecto Alain
Besançon que “el extraordinario hallazgo de Marx está en
volver a pensar, sobre el antiguo espíritu del Jacobinismo, a la
luz de la filosofía alemana; propone, pues, una nueva y
definitiva Revolución Francesa, pero ensanchada por Hegel a
las dimensiones del Cosmos y, finalmente, anclada por
Ricardo en el tufo económico y social” (154). Marx retomó, por
lo tanto, la actitud ideológica del liberalismo originario y,
munido del instrumental que le aportan el idealismo
hegeliano —la dialéctica— y la economía política inglesa
clásica —la concepción de la economía como una ciencia
teórico-experimental— elaboró una síntesis ideológica que
permanece como arquetípica hasta nuestros días.
155) Engels, Federico, El origen de la familia, la propiedad privada y el estado, cit., p. 145.
creaba a sí mismo en cuanto hombre por el trabajo (156), sufrió
una caída estructural que originó su sometimiento y todos los
males de la vida social. Esta caída no es —naturalmente—
debida ni imputable al hombre, sino sólo al hecho de que “en
cierto grado del desarrollo económico, necesariamente unido a
la escisión de la sociedad en clases, esta escisión hizo del
Estado una necesidad” ( 157 ). El desarrollo de las fuerzas
productivas, al hacer indispensable la apropiación privada de
los medios de producción, condujo necesariamente a la
desgraciada sociedad de clases y a la explotación del hombre
por el hombre.
Pero no obstante esta condición degradante, el hombre
permanece inmaculado y las mismas fuerzas productivas que
lo llevaron determinísticamente al desastre, lo llevarán
—también de modo necesario— a su redención y a su gloria.
“El comunismo no es para nosotros —escriben Marx y
Engels— una situación que deba ser instaurada, no es un
ideal con el cual deba conformarse la realidad. Llamamos
comunismo al movimiento real que aniquila la situación
actual” ( 158 ). Por ello escribe acertadamente Bertrand de
Jouvenel, que “el marxismo es un optimismo sistemático a
largo plazo, nacido de un pesimismo sistemático a corto plazo.
De acuerdo con él, es imposible que la marcha de la historia
no conduzca al mejor régimen social imaginable” (159).
Pero este determinismo no podía ser tan absoluto;
aparecía como demasiado frío e inhumano. La presencia de un
redentor era necesaria para otorgarle al sistema el calor
milenarista que precisaba para arrastrar a los escépticos y
sacudir a los durmientes: el proletariado sería el encargado de
cumplir esta tarea. “El despliegue racionalista del marxismo
160) García Pelayo, Manuel, Mitos y símbolos políticos, Madrid, Taurus, 1934, p. 42.
161) Ibídem, p. 43.
derecho burgués y la sociedad podrá escribir en su bandera:
“de cada uno, según su capacidad, a cada uno según sus
necesidades” (162). Esta situación paradisíaca, a la que nos
conducirá gratuitamente la evolución de los medios técnicos
de producción económica, es descrita por Marx como un “reino
de la libertad” (163), en el que “no existirá ya un poder político
propiamente dicho, pues el poder político es precisamente la
expresión oficial del antagonismo de clases dentro de la
sociedad civil” (164).
Pero es en la “Ideología Alemana” donde los profetas del
comunismo describen con cierto detalle la vida en la sociedad
futura: “en la sociedad comunista —escriben— donde cada
individuo no tiene acotado un círculo exclusivo de actividades,
sino que puede desarrollar sus actividades en la rama que
mejor le parezca, la sociedad se encarga de regular la produc-
ción general, con lo que se hace cabalmente posible que yo
pueda dedicarme hoy a esto y mañana a aquello: que pueda
por la mañana cazar, por la tarde pescar, y por la noche
apacentar el ganado, y después de comer, si me place,
dedicarme a criticar, sin necesidad de ser exclusivamente
cazador, pescador, pastor o crítico, según los casos” (165). En
otras palabras, la característica propia del paraíso marxista
radica en la más absoluta ausencia de límites, en la
posibilidad de una espontaneidad total, en la ausencia de
derecho, estado y cualquier otra institución que signifique un
condicionamiento al absolutamente libre obrar humano.
También en esto, no es Marx sino un gnóstico consecuente; en
efecto, en todas las construcciones gnósticas, el futuro paraíso
terrestre ha de caracterizarse por la libertad absoluta de
todos los hombres: en esto coinciden desde algunos
heresiarcas hasta Kant, pasando por Joaquín de Fiore y Juan
de Leyden (166 ). Escribe sobre esto Heinrich Rommen, que
162) Marx, Carlos, Critica del Programa de Gotha, Buenos Aires, Anteo, 1973, p. 33.
163) Marx, Carlos, El Capital, Méjico, F.C.E., 1973, Tº III, p. 759.
164) Marx, Carlos, Miseria de la Filosofia, cit., p. 159.
165) Marx Carlos y Engels, Federico, La Ideologia..., cit„ p. 34.
166) Vid. Cohn, Norman, o.c., passim.
“este sueño quiliástico que revela el carácter del socialismo,
ha llevado a observadores agudos a decir que
fundamentalmente las formas modernas de socialismo son
iguales al liberalismo. El capitalismo y el colectivismo
socialista son hijos, uno legítimo y el otro natural, de la
misma filosofía: el individualismo agnóstico. Agnóstico,
porque ambos no reconocen nada más allá de la esfera
material; individualismo, porque caen en los mismos sueños
quiliásticos de la existencia de individuos sin estado” (167).
Finalmente, también en el marxismo descubrimos la
presencia de una “gnosis” o conocimiento que indica el camino
cierto de la redención humana. Y esta es la diferencia que
existe —según Marx y Engels— entre el socialismo “utópico”
(todos los demás) y el socialismo “científico” (el de ellos): todos
los demás socialismos hacían descansar la esperanza del
reino futuro en la acción y voluntad de los hombres; si éstos
actuaban de determinada manera, advendría la sociedad
socialista; si no lo hacían así, perduraría la opresión y la
explotación. Por el contrario, para el marxismo, existe un
proceso inevitable que conducirá a la historia hasta la
sociedad comunista, proceso que es descubierto por la
“ciencia”, entendida al modo positivista. “El recurso a la
ciencia —escribe García Pelayo— ha sido, por así decirlo, una
astucia del mito para encontrar aceptación en una época en
que la creencia científica había sustituido en buena parte a la
creencia religiosa; sin la capa científica el mito hubiera tenido
escasas posibilidades. La palabra mágica “ciencia” le abrió las
puertas de las almas” ( 168 ). A través de esta gnosis
pretendidamente “científica”, le será posible al hombre
descubrir el sentido inmanente al proceso histórico y obtener
certidumbre acerca de lo que habrá de venir; la “ciencia otorga
171) Vid. entre muchos otros: Popper, Karl, La seriedad abierta y sus enemigos, Barcelona,
Paidós Ibérica, 1981, pp. 263 ss.
172) Vid. Nuestro libro Ensayo crítico acerca del pensamiento filosófico- jurídico de
Carlos Marx, cit., cap. III.
173) Marx, Carlos, Contribución a la crítica de la economía política, Madrid, Ed. Alberto
Corazón, 1970, p. 37.
que a su vez dependen directamente del grado de desarrollo
de las fuerzas y técnicas productivas; el mismo Marx se
encargó de ejemplificar a este respecto, a fin de que no
quedaran dudas acerca de los alcances de su doctrina: “la
necesidad que hay de escribanos —afirma— supone un
derecho civil dado, que no es sino una expresión de un cierto
desarrollo de la propiedad, es decir, de la producción” (174). Y
así como las formas económicas determinan la necesidad de
los escribanos, determinan también los contenidos del
derecho, las formas de gobierno, las relaciones
internacionales, las guerras, la literatura y la vida familiar;
en otras palabras, estamos frente al monismo más férreo que
pueda concebirse: todo se explica por una causa única y quien
conozca las leyes del desenvolvimiento de esa causa, conocerá
como consecuencia las leyes de todo desenvolvimiento, en
especial, el de la vida social y política de los hombres (175). El
simplismo fundamental que caracteriza a las ideologías —y a
toda gnosis— aparece aquí con una crudeza sin igual en la
historia del pensamiento.
Y si nos referimos al maniqueísmo que aparece como
componente de los sistemas ideológicos, nada más maniqueo
que la división tajante que realiza el marxismo entre la clase
opresora y la clase oprimida: una de ellas, la opresora,
aparece como la personificación de todos los males y
desgracias humanas; la otra, la oprimida, cumple el rol de
sufriente destinatario de todas las injusticias y privaciones y
será ella —ya lo hemos visto— la que cumplirá la tarea de
mesías redentor exigida por la gnosis ( 176 ). Además, estas
clases irreconciliablemente opuestas y en constante lucha,
son el “motor” de la historia: ella no es sino la historia de la
lucha de clases. Por lo tanto, toda la historia humana se
1. Racionalizar lo irracionalizable.
2- Determinar lo indeterminable.
La segunda de las pretensiones ideológicas consiste en la
determinación, de una manera total y para siempre, de las
instituciones y soluciones políticas; para el ideólogo, el
esquema por él ideado tiene un valor permanente y estabiliza
para todo el futuro cuál ha de ser la solución perfecta de todos
los problemas políticos. Por eso escribe Thomas Molnar que
“el aspecto realmente terrorífico de un utopismo es que no
existe ningún más allá, pues el hombre ha arribado a un
estado de detención, con cada uno de sus deseos satisfecho,
con cada uno de sus instintos domesticado, con cada ambición
colectivizada; ya no quedan allí pruebas ni ganas para pensar,
para explorar nuevas posibilidades, de articular quejas como
trampolín hacia algo no catalogado. Utopía representa,
entonces, la inmovilización súbita, la congelación final de la
humanidad en un momento dado elegido arbitrariamente”
(185). Inclusive en una ideología declaradamente dialéctica y
evolutiva como el marxismo, esta evolución dialéctica se
detiene una vez arribado al estado final de la sociedad sin
clases: después de ello ya no hay más antítesis y la dialéctica
186) Vid. Calvez, Jean - Yves, El pensamiento de Carlos Marx, cit., passim.
187) Vid. Aristóteles, Etica Nicomaquea, VI, c. 2, 1143, b 5;
188) Reboul, Olivier, o.c., p. 218.
No obstante, aquéllo no es lo peor: lo más envilecedor del
quietismo ideológico es que supone una negación, implícita o
explícita, de la libertad del hombre. En efecto, tanto la
inevitabilidad del advenimiento del mundo futuro como su
permanencia por toda la eternidad, suponen que el ser
humano no es capaz de modificar el curso determinado de los
hechos políticos. El ideólogo es un planificador, un
planificador total, y por ello no puede aceptar todas las
consecuencias de la libertad humana, fundamentalmente su
capacidad para desandar lo andado, para arrepentirse de lo
decidido, para variar su modo de actuación frente a un cambio
de circunstancias o por mero capricho. Y esa es la razón por la
cual, en la más contemporánea de las ideologías, la
tecnocrática, se preveen una serie de procedimientos para
determinar férreamente la conducta de los hombres y
eliminar su su libertad ( 189 ); las técnicas educativas
propuestas por Skinner y la manipulación genética exigida
por Bertrand Russell, serán los instrumentos para eliminar
todo resto de autodeterminación o libre albedrío que pudiera
quedar en el hombre- De más está decir que en caso de
lograrse este objetivo, no estaremos ya frente a hombres, sino
a elementos funcionales de una inmensa maquinaria social:
nada más ni nada menos que simples piezas inertes de un
mecanismo sin vida y sin piedad (190).
Julio Irazusta expresó admirablemtne la naturaleza de
este intento determinador, al escribir que “cuando el hombre
moderno resolvió independizarse de toda trascendencia y
manejar el mundo por sí sólo, estableció para el ejercicio de su
propio arbitrio normas demasiado rígidas, más tiránicas que
las de la antigua prudencia. Seguro de su cabeza, menos
seguro de su corazón, creyó eliminar del mundo el azar aún
3. Ábsolutizar lo limitado.
La ideología supone una tercera falsedad fundamental:
una errónea concepción de la naturaleza humana y un
desconocimiento de los límites por ella impuestos a la
operación del hombre. Y esto aparece como evidente, toda vez
que resulta un despropósito concebir una sociedad perfecta
compuesta por hombres imperfectos; por tanto, la
instauración de una comunidad de ese tipo supone una
afirmación de la perfectibilidad indefinida del ser humano.
Por ello resulta indudable que la ideología “olvida la finitud y
195) Passerin D´Entréves, Alessandro, La notion d’Ktat, París, Sirey, 1969, p. 51 - Vid. acerca
de Maquiavelo, el excelente libro de Herbert Butterfield, Maquiavelo y el arte de
gobernar, Buenos Aires, Huemul, 1965.
197) Acerca de la relación entre las concepciones antropológicas y la filosofía práctica, vid.
Kalinowski, Georges, Initiation a la philosophie morale, París, S.E.I., 1966, pp. 27-34.
198) Vöegelin, Eric, El concepto de la “buena sociedad”, en: Cuadernos, Nº 40, Actas de
Seminario Internacional de Basilea, París, 1960, p. 25.
4. Secularizar lo trascendente.
199) Vid. Calderón Bouchet, Rubén, La ruptura del sistema religioso en el siglo XVI, cit.
pp. 18-33.
200) Calderón Bouchet, Rubén, La ruptura..., cit., p. 10.
Tal como lo hemos visto al precisar el concepto, toda
ideología lleva implícita la secularización de cierto número de
elementos de origen y esencia religiosa; esta secularización es
propia de todo sistema gnóstico, que no es sino una pretensión
de racionalizar ciertos contenidos de naturaleza religiosa, es
decir, revelada (201). Y esta secularización es necesariamente
exigida por la ideología, si partimos de la existencia innegable
de una dimensión religiosa en el hombre: así como hay en él
una dimensión estética, otra lúdica, otra agresiva, otra
sexual, otra económica, etc., también resulta evidente la
presencia permanente en la naturaleza humana de un
elemento religioso, que puede ser desvirtuado o desfigurado,
pero nunca suprimido totalmente, en razón de su
enraizamiento en la misma esencia humana. Y como el
hombre es por esencia un ser temeroso de Dios —escribe
Helmuth Kuhn— sigue siendo válido el principio de (fue
donde Dios es expulsado hacen su entrada los dioses e ídolos:
y “los dioses tienen sed”. El ser rebelado, que se separa de la fe
transmitida, ante la angustia de crue su existencia carece de
suelo en que apoyarse, transmite la nasión desatada de su
angustiada fe y de su entrega a la acción, a un reino de este
mundo: el estado, que él uuiere crear. De este modo tiene
lugar en el revolucionario el acontecimiento que crea los
supuestos del estado total; el cielo sobre la tierra como meta
de la actividad política embriaga y enciende el espíritu ( … ) .
El apocalipsis de los pseudoprofetas, que desde el siglo XII
hasta el XVI intranquilizaron la sociedad cristiana de
occidente, despierta de una forma gigantesca. Como antaño,
el camino hacia el reino de los mil años lleva a una carnicería
y de nuevo se distribuyen las víctimas preferidas en tres
grupos: los judíos, los ricos (entre quienes se cuentan los
nobles) y los sacerdotes. Quien ha roto los puentes y dejado
todo a sus espaldas, ha de apostarlo todo a un nuevo asunto:
el Creer en El y en su mensaje será el principal imperativo del
201) Vid. Guardinl. Romano, Religión y revelación, 'Madrid, Guadarrama, 1964, passim.
ciudadano. Finalmente, todo hombre estará totalmente en el
Estado. El cielo como bóveda envolvente, la esfera de la fe y de
la búsqueda de la verdad, en la que la persona encuentra su
propia libertad y su verdadera sociabilidad, se ha hundido; sil
dignidad y sus pretensiones han caído en manos del Estado”
(202).
Tal como se desprende de la larga cita de ese agudo
pensador alemán que es Helmuth Kuhn, la secularización de
la esperanza cristiana y de los restantes contenidos de la fe
revelada operada por las ideologías, es el camino seguro hacia
el estado totalitario- Y no puede ser de otro modo, va trae al
transferir a la vida nresente los símbolos, virtualidades y
esperanzas propias de la dimensión religiosa, se potencia
necesariamente al estado, la única de las realidades humanas
une puede mantener una ilusión de omnipotencia,
perdurabilidad en el tiempo y virtualidades perfectivas, al
aparecer sin límites. El hombre individual tiene experiencia
viva de su finitud, su enorme limitación y su precariedad; el
estado, por el contrario, aparenta ser eterno, todopoderoso y
perfectivo hasta el infinito; de allí une amenes han perdido el
auténtico sentido de lo sagrado, sientan una atracción
irresistible hacia la deificación de la comunidad política. El
único lugar donde es posible imaginar una perfección secular
ilimitada es en el seno del estado: él ha de ser el artífice del
“hombre nuevo” que habitará la sociedad perfecta del
mañana. “La ideología puede tener diversas fuentes —escribe
Galvao de Souza— pero, cualquiera sea la inspiración de la
cual proceda, siempre conduce a la exaltación del poder
político y al dominio total del estado sobre la sociedad de
masas” (203).
Esta vinculación entre el estado totalitario y la ideología,
aparece más clara si observamos que ambos son fenómenos
202) Kuhn, Helmuth, El estado; una exposición filosófica, Madrid, Rialp, 1979, p. 398-399.
203) Galvao de Souza. Joao P., O totalitarismo nos origens da moderna teoría do estado, Sao
Paulo, Saralva, 1972. p. 202.
modernos, que inician su vida en el mismo momento histórico;
porque “la injusticia fundamental del estado totalitario es, al
igual que él mismo, algo nuevo en la historia universal, a
saber: la omniestatalidad, el Estado omnicompetente. El
Estado totalitario convierte al hombre en su instrumento, en
lugar de que el Estado sea el instrumento del hombre. La
injusticia y la novedad del Estado totalitario consisten en la
estatización de toda la vida humana, es más, en la absorción
del hombre entero. El Estado totalitario se convierte en amo
absoluto del hombre y se atribuye la facultad de formar y
configurar al hombre a su voluntad; El Estado totalitario
pretende apoderarse del hombre en absoluto, de su cuerpo, de
su alma v de su espíritu. Dictaduras las ha habido en todos los
tiempos: pero el Estado totalitario existe sólo desde 1917”
(204). En otras palabras a partir del momento en que la más
perfecta de las ideologías comenzó a inspirar todos los actos
de un gobierno.
Este estado totalitario no es sino la consecuencia
necesaria y última del monismo ideológico, del fanatismo que
lo caracteriza, de su sistematismo universalista, de su
pretensión de determinar toda la vida humana, pero por sobre
todo, de la secularización de la escatología cristiana que se
oculta en las entrañas de toda ideología. El ideologismo es
siempre totalitario, porque al convertir a la política en la
causa de la redención y salvación integral del hombre, la
convierte en una actividad total, que abarca por entero las
dimensiones de la vida humana. “El estado total —escribe von
der Gablentz— es a la vez el absoluto policíaco en la esfera
política, en el terreno de la economía el único patrono, en lo
cultural el dictador de la opinión pública, en lo religioso la
iglesia secular” ( 205 ). En efecto, la salvación espiritual del
204) Brunner, Emil, La Justicia - Doctrina de las leyes fundamentales del orden social,
Méjico, UNAM, 1961, p. 251; Vid. Simon, Yves, Freedom and comunlty, New York,
Fordham U. P., 1968, pp. 92 ss.
205) Gablentz, Otto H. von der, Introducción a la ciencia política, Barcelona, Herder, 1974. p.
350.
hombre ya no queda en manos de una Iglesia distinta de la
organización estatal, sino que es misión primordial del estado
mismo; el sueño de Hobbes, prefigurado en el Leviathan
armado del báculo episcopal y de la espada, se convierte en
terrorífica realidad cuando una gnosis secular, la ideología, se
transforma en el espíritu animador de la comunidad política.
Las consecuencias corruptoras y degradantes del estarlo
totalitario están demasiado a la vista para que sea necesario
detenerse a enumerarlas; pero lo que importa es poner de
manifiesto su vinculación inescindible con el espíritu
ideológico ( 206 ), de tal modo que la crítica del estado
totalitario se transforme en crítica de la ideología que le da
origen y lo anima desde su mismo interior. Por ello, si se toma
conciencia de la negatividad y del carácter funesto del
totalitarismo, no se puede menos que transferir esa toma de
conciencia al campo de las ideologías e iniciar la búsqueda de
un camino que permita al hombre contemporáneo escapar del
puño de hierro de la mentalidad ideológica. Pero no será
posible hacerlo, mientras se piense en la posibilidad de una
escatología inmanente, mientras se persista en secularizar
ese proceso salvífico que fuera revelado como trascendente;
fuera de la revelación y de la trascendencia, esa escatología
termina transformándose de camino de salvación, en causa de
la degradación y hasta de la aniquilación del hombre.
206) Esta vinculación la afirman, entre otros autores, Jean Madiran, Johanes Messner, Karl
Löewenstein y los ya citados Gablentz, Kuhn y Galvao de Souza.
CONCLUSION
207) Vid. sobre este tema nuestro trabajo Querella sobre la ciencia del derecho, en: La
prudencia jurídica, cit., pp, 91-919.
necesariamente en otro lado, es decir, en las ideologías. El
pensamiento político es, por su mismo objeto, pensamiento
práctico, valorativo o normativo y el rechazar este carácter
supone una invitación a buscar esa dimensión olvidada en el
seno del ideologismo (208).
Ahora bien, si de la “ciencia” política contemporánea
pasamos al pensamiento clásico, descubrimos que su
perspectiva es radicalmente distinta; “como consecuencia de
su relación directa con la vida política, la filosofía política
clásica fue eminentemente “práctica”. Por otro lado, no es
ninguna casualidad que la filosofía política moderna se
autodenomine con frecuencia “teoría”. La preocupación
primordial de aquélla no era la descripción o el entendimiento
de la realidad política, sino su conducción recta (. . .). El
filósofo clásico contemplaba lo político en un plano de
proximidad y viveza que nunca se ha vuelto a igualar” y
“ciencia política era el nombre que originariamente se daba a
la cualidad que hacía a un hombre capaz de dirigir por buen
camino la vida de la comunidad política” (209). Dicho en otros
términos, el contacto directo con la experiencia y su carácter
práctico o valorativo, eran los caracteres más acusados del
saber político clásico. La totalidad de los grandes
representantes de este pensamiento tuvieron una muy
intensa experiencia de los negocios públicos; todos ellos
participaron activamente de la vida política de sus ciudades
(210), no obstante lo cual y como lo ha demostrado Yves Simón,
“el gran período de la filosofía griega, que termina con la
muerte de Aristóteles (322 a.c.), se distingue por su
excepcional libertad de influencias ideológicas y, más
generalmente, de parcialidades prácticas. Cuando, en
208 Acerca del conocimiento práctico, vid. nuestro trabajo El conocimiento práctico;
Introducción a sus cuestiones fundamentales, en: Prudentia Iuris, Nº 1, Buenos
Aires, 1980, pp. 27 ss.
209) Strauss, Leo, o.c.., pp. 35-118.
210) Cf. Blasucci, Savino, II pensiero politico di Aristotele, Bari, Ed. Levante, 1977, pp. 41 ss.
períodos posteriores, la filosofía ejecutó la hazaña del
desinterés teórico, ello siempre fue bajo la influencia de los
grandes pensadores de Grecia, en especial de Platón y
Aristóteles” (211).
211) Simon, Yves, The tradition of natural law, New York. Fardham, U. P. 1967, p. 23.
aquella que le permite acertar en medio de la variabilidad y
complejidad de las situaciones humanas.
Pero además, y ahora frente a los positivistas y
“cientistas” contemporáneos, este modo de pensar la vida
política no se limita a describir y catalogar las conductas
sociales; por el contrario, su objetivo fundamental es dirigir
—y dirigir bien —la conducta política de los hombres. “El
gobierno real es una ciencia —escribe Platón— y dentro de
éstas no una cualquiera, sino que como ciencia crítica y
directiva la distinguimos de las demás” (213). Se trata, por lo
tanto, de un saber práctico: práctico por su objeto de
conocimiento, que es la vida social del hombre en el ámbito de
la comunidad política; práctica por su fin, que consiste en la
valoración crítica de las realidades existentes y la
subsiguiente proposición de los medios más aptos —en ciertas
y determinadas circunstancias— para perfeccionarlas en el
sentido del bien humano común; práctica —por último— por
su método, que no es deductivo al modo matemático, sino
dialéctico, deliberativo y problemático (214), que no busca la
certeza total de las ciencias exactas, sino la sólo probable de
un conocimiento que no tiene que habérselas con números o
experimentos, sino con pasiones, deseos y virtudes humanas.
Sus conclusiones no son, por lo tanto, juicios de constatación,
sino juicios valorativos o normativos; concluye en directivas
del obrar, en criterios de acción politica práctica, ordenados a
la mejora de la situación del hombre en este mundo.
Por último,| el pensamiento político realista es
consciente de su limitación fundamental: limitación a los
asuntos de este mundo, a la ordenación de las cuestiones
exteriores al hombre, al bien común temporal de una sociedad
política circunscripta por el tiempo y el espacio. Conforme a
los dictados de una experiencia de siglos, no cree que el
215) Sobre esta interpretación, vid. Gilson, Etienne, Les métamorphoses de la Cité de
Dieu, París - Louvain, P.U.L. - Vrin, 1952, pp. 37 ss. y también Spaeman, Robert,
Teología - Profecía - Política - Critica de la teologia política, en: Crítica de las
utopías políticas, Pamplona, EUNSA, 1980, pp. 111-142.
su justicia, ya que todo lo demás se Ies dará por añadidura
(216), puede decirse que el ámbito específico de lo político es
aquél de las “añadiduras”, del alimento y del vestido, de los
bienes exteriores o aún espirituales, pero terrenos, efímeros,
confinados en el aquende la muerte.
Evidentemente, la tarea que propone a los hombres el
pensamiento realista clásico es mucho menos deslumbrante y
grandiosa que la ofrecida por las ideologías; ai lado de las
descomunales construcciones gnóstico-ideológicas, de sus
colosales sistemas de ideas que abarcan íntegramente el
pasado, el presente y el futuro del hombre, las nociones
clásicas acerca del gobierno de los hombres aparecen como
demasiado pobres, como excesivamente sencillas y concretas,
incapaces de inflamar a las masas y de exaltar a los espíritus.
Pero esta humildad es precisamente su virtud: al contrario de
las ideologías, cuya grandiosidad se concreta de hecho en la
violencia, el fanatismo, la desilución y el totalitarismo, la
visión realista de la política es el camino más seguro para
resguardar y perfeccionar el orden de la vida política, dentro
de los infranqueables límites que nos impone nuestra
condición humana.
En nuestros días, como en todos los días de la historia,
alguien habrá de cortar el nudo gordiano de la acuciante
problemática política (217): la alternativa es que lo corte un
ideólogo animado de una exaltación quiliástica y totalitaria, o
que asuma esa responsabilidad un político realista, sobre las
bases de la experiencia y la prudencia, con objetivos más
limitados, pero enormemente más reales, más posibles.
La tentación ideológica, o gnóstica, o milenarista, tiene
una presencia permanente en la historia de occidente; allí
donde el Cristianismo se desarrolló y vivificó la vida y las
217) Vid. Pompidou, Georges, Le noeud gordien, París, Plon, 1974, p. 205.
instituciones, tuvo lugar el intento, o mejor, los intentos
reiterados, de sucularizar el mensaje de Cristo y concebir una
escatología y una salvación inmanentes, intramundanas,
obras del hombre y para la vida presente. Los períodos de
exaltación ideológica son seguidos casi siempre por un
opacamiento o declive de las ideologías, lo que hace pensar a
muchos en su extinción definitiva; lamentablemente, pasado
no mucho tiempo reaparece la ideología bajo un nuevo ropaje,
las más de las veces más terrible que el anterior.
Así, en nuestros días asistimos a la sustitución progresiva de
la ideología marxista, en crisis acelerada, por la ideología
tecnocrática, cuyo despotismo será —en palabras de
Toqueville— “más extenso y más suave y degradará a los
hombres sin atormentarlos” ( 218 ). No hay, por lo tanto,
“muerte” de las ideologías, sino un constante renacer bajo
diversas formas exteriores.
Frente a esta tentación permanente, frente a este
renacer periódico de la mentalidad ideológica, con todas sus
consecuencias de degradación y de muerte, no queda otra
alternativa para el pensamiento político que su reinserción en
los moldes clásico-cristianos; ellos presidieron la formación de
occidente y se los encuentra actuantes en los mejores períodos
de su historia; por ello, en nuestros días, podemos afirmar,
con palabras de Gabriel Marcel ( 219 ), que “sólo bajo la
condición de que occidente defienda inconmoviblemente esta
llamada espiritual que constituye la verdadera base de sus
mejores realizaciones, podrá abrigar la esperanza de
sobrevivir a una lucha en la que no hay más alternativas que
la salvación o la muerte”.
218) Toqueville, Alexis de, La democracia en América, Madrid. Guadarrama, 1939. p. 366.
219) Marcel, Gabriel, En busca de la verdad y de la Justicia, Barcelona, Herder, 1967. p. 75.
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