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Manuela Sáenz
Manuela Sáenz
Manuela Sáenz
Obra y vida[editar]
Manuela Sáenz de Vergara y Aizpuru, nació en Quito el 27 de diciembre de 1797, aunque algunas
fuentes citan otra fecha, casi un año después de la muerte de su madre. tuvo una
hija natural del hidalgo español Simón Tadeo Sáenz de Vergara y Yedra,
nacido c. 1751 en Burgos, y de la criolla quiteña María Joaquina de
Aizpuru y Sierra Pambley. Su madre, que había sido enviada a la hacienda
Cataguango, propiedad de los Aizpuru, a dar a luz, murió de fiebre
puerperal, según demuestra el historiador Carlos Álvarez Saá, a partir de
la partida de defunción, pocos días después del nacimiento de Manuela, por
lo cual la niña fue entregada al Convento de las Monjas Conceptas también
llamado Real Monasterio de la Limpia e Inmaculada Concepción, en el que
pasó sus primeros años bajo la tutela de su superiora, Sor Buenaventura.
Su padre era funcionario de la Real Audiencia de Quito,4 casado con Juana del Campo Larraondo y
Valencia, ilustre dama nacida c. 1760 en Popayán, con quien tuvo varios hijos, mediohermanos por
tanto de Manuela. Su padre le llevaba de visita a la Hacienda Cataguango que compartía con su
esposa, quien siempre trató a la niña con cariño y le prodigó afectuosos cuidados de madre. Se
sabe que, por sus talentos y dones especiales, fomentó su interés por la lectura y le enseñó buenas
costumbres. En los primeros años de su vida cuando salía del internado para pasar unos días en
Cataguango, su padre le obsequia con dos esclavas negras Natán y Jonatás, dos niñas como ella
para que jugaran y la cuidaran, se inició así en la niñez una amistad que les unió siempre, y fueron
sus inseparables amigas y compañeras. En la casa paterna nació además un profundo lazo de
amor con su hermano de padre, José María Sáenz de Vergara.
Manuela Sáenz, portando la insignia de la Orden El Sol del Perú.
Luego de haber completado su formación con las monjas conceptas, pasó al monasterio de Santa
Catalina de Siena (Quito), de la Orden de Santo Domingo, para concluir así con la educación que
en ese tiempo se impartía a las señoritas de las más importantes familias de la ciudad. En ese
lugar, aprendió a bordar, a elaborar dulces, a comunicarse en inglés y francés, habilidades y labores
que la mantendrían en sus años de exilio en Paita (Perú).
En 1817 se une en un matrimonio arreglado por su padre con el acaudalado médico inglés James
Thorne, mucho mayor que ella.5
Por sus actividades proindependentistas, José de San Martín, luego de haber tomado Lima con su
Ejército de Los Andes y proclamado su independencia el 28 de julio de 1821, le concedió el título de
Caballeresa de la Orden El Sol del Perú.
En 1821, a raíz de la muerte de su tía materna, Manuela decidió regresar al Ecuador, para reclamar
su parte de la herencia de su abuelo materno, y viajó con su medio hermano, entonces oficial del
batallón Numancia, ya integrado al ejército libertador con el nombre de Voltígeros de la Guardia y
bajo las órdenes del general Antonio José de Sucre, que había recibido la orden de trasladarse a
Quito, pero al no contar con la aprobación de su padre o su marido no se le permitió participar
directamente en el campo de batalla, encargándose de la asistencia de los heridos y del apoyo
logístico. Allí conoció a Simón Bolívar.
Cuando se acercaba al paso de nuestro balcón, tomé la corona de rosas y ramitas de laureles y la arrojé para
que cayera al frente del caballo de S. E.; pero con tal suerte que fue a parar con toda la fuerza de la caída, a la
casaca, justo en el pecho de S. E. Me ruboricé de la vergüenza, pues el Libertador alzó su mirada y me
descubrió aún con los brazos estirados en tal acto; pero S. E. se sonrió y me hizo un saludo con el sombrero
pavonado que traía a la mano.
Manuela Sáenz.
En un encuentro posterior, en el baile de bienvenida al Libertador, él le manifiesta: «Señora: si mis
soldados tuvieran su puntería, ya habríamos ganado la guerra a España». Abandona a su marido, y
Manuela y Bolívar se convierten en amantes y compañeros de lucha durante ocho años, hasta la
muerte de él, en 1830.
En 1823 Manuela acompañó a Bolívar al Perú y estuvo a su lado durante buena parte de las
campañas, participando en ellas activamente, hasta culminar la gesta libertadora cuando se
radicaron en la ciudad de Quito.
Thorne en varias ocasiones pidió a Manuela que volviera a su lado. La respuesta de ella fue
contundente: seguiría con Bolívar y daba por finalizado su matrimonio. Admiraba grandemente a
Simón Bolívar y compartían el mismo ideal.
Exilio y muerte[editar]
Después de que fuera aceptada su dimisión a la presidencia, Bolívar abandonó la capital
colombiana el 8 de mayo de 1830 y falleció en diciembre en la ciudad de Santa Marta producto de
un trastorno hidroelectrolítico11 (aunque durante mucho tiempo se ha supuesto que murió
de tuberculosis), sumiendo a Manuela en la desesperación. En 1834, el gobierno de Francisco de
Paula Santander la desterró de Colombia y ella partió hacia el exilio en la isla de Jamaica. Regresó
a Ecuador en 1835, pero no alcanzó a llegar a Quito: cuando se encontraba en Guaranda, su
pasaporte fue revocado por el presidente Vicente Rocafuerte, por lo que decidió instalarse en el
puerto de Paita, al norte del Perú.12 Allí fue visitada por varios ilustres personajes, como el patriota
italiano Giuseppe Garibaldi, el escritor peruano Ricardo Palma (que se basó en sus relatos para
redactar parte de sus Tradiciones peruanas) y el venezolano Simón Rodríguez. Durante los
siguientes 25 años se dedicó a la venta de tabaco, además de traducir y escribir cartas a
los Estados Unidos de parte de los balleneros que pasaban por la zona, y de hacer bordados y
dulces por encargo.
En 1847, su exesposo legal murió asesinado, siendo incapaz de cobrar ni siquiera los 8000 pesos
de la dote entregada por su padre al momento de su matrimonio.
Manuela Sáenz falleció el 23 de noviembre de 1856, cerca de cumplir los 59 años de edad, durante
una epidemia de difteria que azotó la región.13 Su cuerpo fue sepultado en una fosa común del
cementerio local y todas sus posesiones, para evitar el contagio, fueron incineradas, incluidas una
parte importante de las cartas de amor de Bolívar y documentos de la Gran Colombia que aún
mantenía bajo su custodia. Manuela entregó al historiador O’Leary gran parte de documentos para
elaborar la voluminosa biografía sobre el Libertador, de quien Manuela dijo: «Vivo adoré a Bolívar,
muerto lo venero».