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Lectura 4 - Un Grito Desesperado.

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UN GRITO DESESPERADO- CARLOS CUAUHTÉMOC SÁNCHEZ

PERSONAJES:
GERARDO: Estudiante e hijo del señor Hernández. (Narra la historia)
SAÚL: Estudiante y hermano mayor de Gerardo.
SEÑOR HERNADEZ: Papá de Gerardo y Saúl, doctor.
TADEO YOLZA: Director del colegio, el licenciado.
LAURA: Hermana de Saúl y Gerardo.
SEÑORA HELENA: Esposa del director Yolsa.
EL REENCUENTRO
Después de varias semanas, el director Yolsa y su esposa Helena, reunió a mi familia y
estando juntos propuso orar todos.
Bien —dijo, asumiendo como afirmación nuestro silencio—. Vamos a tomarnos de las
manos cerrando un círculo alrededor de la mesa. Yo oraré primero, luego lo hará mi
esposa; posteriormente Laurita, la señora Hernández, Gerardo y finalmente usted,
doctor.
—Dios mío. Estamos reunidos aquí para buscar tu consuelo. Cada uno de nosotros
queremos decirte algo. Decirte: Padre, no me siento capaz de manejar mi vida y mis
problemas. Estoy cansado de tanto sufrimiento. Déjame descansar en ti. Quiero
entregarte a mi familia para que con tu bálsamo curativo cicatrices nuestras heridas
y nos fortalezcas en tu amor...
La plegaria nos sensibilizó a tal grado que sentí ganas de llorar a la vez que me inundó
una sensación de sosiego y descanso. Entendí que si Dios se manifestaba de alguna forma
en los seres humanos sería de ésa. La señora Helena continuó la oración.
—Dios, Santo Padre bueno. Somos un pequeño grupo de hijos tuyos que estamos
grandemente necesitados de tu paz, de tu perdón. Sabemos que no nos guardas rencor,
que perdonas nuestros errores e incluso las ofensas que te hacemos.
Creí que el proceso se interrumpiría al tocarle el turno a Laurita y después a mi mamá,
pero me equivoqué. La oración de mi hermana fue corta, aunque poderosa.
—Yo te conozco, Dios. Hace mucho tiempo que dejé de hablar contigo, pero creo que
todavía me quieres... Porque otra vez está reunida toda la familia... No dejes que nos
separemos. Ampara a papá y a mamá. Gracias.
Mi madre tardó más en retomar la oración. Su voz fue extrañamente débil y entrecortada.
—Ayúdame a aceptar lo que pasó... —un leve quebrantamiento de su garganta la
interrumpió, pero se repuso—. No es fácil embarazarse, dar a luz, educar a un hijo, verlo
crecer y después verlo morir de esa forma... Si yo tuve culpa en ello... perdóname... y
devuélveme la paz antes de que también me muera... Ayúdame, por favor... —Entonces
su llanto se volvió tan abierto y pero continuo, Saúl se fue huyendo de la presión de ser
varón. Se dice que los hombres deben ser fuertes, competentes, invulnerables, duros y
hasta infieles. Creo que él no estuvo nunca de acuerdo con eso. Era muy sensible. Por
eso se fue. Recíbelo en tus brazos. Dale tú lo que nosotros no pudimos darle... Te lo
entrego a ti... Señor.
Y su voz se ahogó en el fluir de su llanto.
Mamá no había llorado en el sepelio, pero esta vez la vimos deshacerse en sollozos y
quejidos de forma impresionante y desgarradora, pero nadie se movió.
La cadena de oración continuó. Era mi turno, las palabras se me atoraron y apenas pude
decir:
—Los que estamos aquí, estamos vivos. Es por algo, ¿verdad? Ayúdanos a entender por
qué... Tú tienes un propósito para cada uno de nosotros. Háznoslo saber... Ahora nuestros
oídos están abiertos a tu voz. Háblanos, Señor...
Antes de comenzar, papá se aclaró la garganta. Su mano, que tenía cogida de la mía, me
apretó con fuerza. Deseaba comunicarse con Dios, pero se hallaba como mamá, en el
hilillo del quebrantamiento.
—Yo sólo quiero pedirte... que le digas a mi hijo que lo quiero.
Comenzó a llorar.
—Dile que daría mi vida por saber que me ha perdonado. Nadie me enseñó a ser papá,
por supuesto que eso no justifica las tonterías que hice porque a nadie se le enseña... Pero
quiero decirte que, si me das la oportunidad de rehacer esta vida, no cometeré los mismos
errores con mis otros dos hijos. Si mi esposa me lo permite, la abrazaré, la besaré y
compartiré con ella mis problemas y alegrías... Dios mío, yo tampoco tuve un buen
padre... y créeme que es una carencia que siempre me ha dañado... Dame otra
oportunidad, Señor. Dame la paz de saber que Saúl ahora puede ver la forma en que lo
amo. Últimamente no he pensado en nada más. Cuando él era pequeño, orábamos juntos.
¿Cómo y cuándo fue que dejé de enseñarle? Me causaba gracia verlo invertir las partes
del Padrenuestro y persignarse torpemente con la mano izquierda. Mi niño... mi niño.
Fue tan hermoso tenerlo... Nadie se imagina la pena que me embarga al entender que no
volverá a estar aquí. Dios mío. Tú sabes del tormento que siento desde que Saúl se fue...
Recuerdo que cuando comenzó a dar sus primeros pasos lo hacía riéndose y abriendo las
manos para guardar el equilibrio. Recuerdo que no le gustaba dormirse sin que le contara
un cuento. Lo recuerdo de pequeño haciéndome mil preguntas que yo no sabía contestar.
Lo recuerdo coleccionando piedritas extrañas, hablando con los pececillos del globo de
cristal, llorando cuando reprobó su primer examen en la secundaria, y luego,
repentinamente, lo veo confundido, rebelándose contra su familia, contra su escuela,
pero sobre todo contra su padre inepto, y luego, Señor, lo sueño ahí, girando levemente
en el aire, suspendido por el cuello con su cinturón.
Su voz perdió tono y timbre. Todo mi padre era una llaga abierta y supurante, un ente
aplastado por el peso del dolor, un cuerpo exánime asfixiado por los gases venenosos de
la tristeza.
No levanté la cara para verlo. Era innecesario contemplarlo porque su aflicción podía
sentirse como una brisa de ácido.
—Me recuerdo abrazando su cuerpo frío... —continuó con una voz que no era suya—
como si todavía pudiera sentir después de muerto mi piel, que nunca sintió en vida. Y es
que, Señor, aunque era tarde, yo sólo quería pedirle perdón, quería que supiera que lo
amaba y que nunca había deseado que se fuera... Díselo tú. Y, sobre todo, perdóname tú.
Ahora que veo mis actos hacia atrás, puedo distinguir que antes de la tragedia me diste
muchas señales de que estaba haciendo las cosas mal, te comunicaste conmigo de mil
modos distintos, me lo advertiste... pero no supe oírte. He tenido que pasar por esta
experiencia horrible para entender que nos hablas a cada instante a través de gente que
conocemos, de cosas que vivimos, de escritos que llegan a nuestras manos. Déjame
reconstruir lo destruido y te prometo que no viviré más a la ligera, que buscaré hasta en
los más insignificantes sucesos los mensajes que tú me envíes, pero sobre todo que seré
para mis dos hijos el padre que no han tenido, el padre que yo no tuve, Señor... Y para
mi esposa... el hombre que ella necesita... El esposo que algún día dejó de soñar que
tendría...
No me había dado cuenta de que el circulo se había desunido, pues todos necesitábamos
de las manos para limpiarnos la cara. Mamá se puso de pie y se dirigió a mi padre hecha
un mar de lágrimas. Papá se incorporó para recibirla en sus brazos. Vi, aunque muy
borrosamente, la fuerza con que se abrazaron. Laura se acercó y los rodeó. Yo hice lo
mismo. Permanecimos así mucho tiempo, fundiendo nuestro dolor y cariño, pero
también uniendo nuestras energías. Fue un abrazo de cuatro personas que se necesitaban
y se querían tanto que, entre gemidos y sollozos, tuvieron en esos momentos la
renovadora experiencia de sentir así el auténtico calor del amor de Dios.
Esa noche morimos juntos y volvimos a nacer.
Nuestra visión de las cosas después de esa germinación espiritual cambió
radicalmente. Orar juntos se convirtió en una costumbre y una necesidad.
Después, nada volvió a ser igual.

¡POR HABER PARTICIPADO


DEL PLAN LECTOR – AGOSTO
2021!

Prof. Margarita Alfaro Carranza-D.P.C.C.

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