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Reflexiones Del Papa Francisco Sobre Adviento
Reflexiones Del Papa Francisco Sobre Adviento
Reflexiones Del Papa Francisco Sobre Adviento
La persona vigilante es la que no “se deja vencer por el sueño del desánimo, de
la falta de esperanza, de la desilusión” y al mismo tiempo “rechaza la solicitud de tantas
vanidades de las que desborda el mundo y detrás de las cuales, a veces, se sacrifican
tiempo y serenidad personal y familiar”. (Papa Francisco. Ángelus Domingo 3 de
diciembre de 2017).
" Hoy en la Iglesia inicia un nuevo año litúrgico, es decir, un nuevo camino de fe
del pueblo de Dios. Y como siempre iniciamos con el Adviento. La página del Evangelio
(cf. Mt 24, 37-44) nos presenta uno de los temas más sugestivos del tiempo de
Adviento: la visita del Señor a la humanidad. La primera visita —lo sabemos todos— se
produjo con la Encarnación, el nacimiento de Jesús en la gruta de Belén; la segunda
sucede en el presente: el Señor nos visita continuamente cada día, camina a nuestro lado
y es una presencia de consolación; y para concluir estará la tercera y última visita, que
profesamos cada vez que recitamos el Credo: «De nuevo vendrá en la gloria para juzgar
a vivos y a muertos». El Señor hoy nos habla de esta última visita suya, la que sucederá
al final de los tiempos y nos dice dónde llegará nuestro camino.
¿Pero qué es este reino de Dios, reino de los cielos? Son sinónimos. Nosotros
pensamos enseguida en algo que se refiere al más allá: la vida eterna. Cierto, esto es
verdad, el reino de Dios se extenderá sin fin más allá de la vida terrena, pero la buena
noticia que Jesús nos trae —y que Juan anticipa— es que el reino de Dios no tenemos
que esperarlo en el futuro: se ha acercado, de alguna manera está ya presente y podemos
experimentar desde ahora el poder espiritual. Dios viene a establecer su señorío en la
historia, en nuestra vida de cada día; y allí donde esta viene acogida con fe y humildad
brotan el amor, la alegría y la paz.
La condición para entrar a formar parte de este reino es cumplir un cambio en
nuestra vida, es decir, convertirnos. Convertirnos cada día, un paso adelante cada día.
Se trata de dejar los caminos, cómodos pero engañosos, de los ídolos de este mundo: el
éxito a toda costa, el poder a costa de los más débiles, la sed de riquezas, el placer a
cualquier precio. Y de abrir sin embargo el camino al Señor que viene: Él no nos quita
nuestra libertad, sino que nos da la verdadera felicidad. Con el nacimiento de Jesús en
Belén, es Dios mismo que viene a habitar en medio de nosotros para librarnos del
egoísmo, del pecado y de la corrupción, de estas estas actitudes que son del diablo:
buscar éxito a toda costa, el poder a costa de los más débiles, tener sed de riquezas y
buscar el placer a cualquier precio." (Papa Francisco. Ángelus. Plaza de San Pedro.
II Domingo de Adviento, 4 de diciembre de 2016).
La Virgen no se alejó jamás de ese amor: toda su vida, todo su ser es un «sí» a ese
amor, es un «sí» a Dios. Ciertamente, no fue fácil para ella. Cuando el Ángel la llamó
«llena de gracia» (Lc 1, 28), ella «se turbó grandemente», porque en su humildad se
sintió nada ante Dios. El Ángel la consoló: «No temas, María, porque has encontrado
gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por
nombre Jesús» (vv. 30-31). Este anuncio la confunde aún más, también porque todavía
no se había casado con José; pero el Ángel añade: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la
fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el Santo que va a nacer será
llamado Hijo de Dios» (v. 35). María escucha, obedece interiormente y responde: «He
aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (v. 38).
" En este cuarto domingo de Adviento, el Evangelio nos relata los hechos que
precedieron el nacimiento de Jesús, y el evangelista Mateo los presenta desde el punto de
vista de san José, el prometido esposo de la Virgen María.
Este Evangelio nos muestra toda la grandeza del alma de san José. Él estaba
siguiendo un buen proyecto de vida, pero Dios reservaba para él otro designio, una
misión más grande. José era un hombre que siempre dejaba espacio para escuchar la voz
de Dios, profundamente sensible a su secreto querer, un hombre atento a los mensajes
que le llegaban desde lo profundo del corazón y desde lo alto. No se obstinó en seguir su
proyecto de vida, no permitió que el rencor le envenenase el alma, sino que estuvo
disponible para ponerse a disposición de la novedad que se le presentaba de modo
desconcertante. Y así, era un hombre bueno. No odiaba, y no permitió que el rencor le
envenenase el alma. ¡Cuántas veces a nosotros el odio, la antipatía, el rencor nos
envenenan el alma! Y esto hace mal. No permitirlo jamás: él es un ejemplo de esto. Y
así, José llegó a ser aún más libre y grande. Aceptándose según el designio del Señor,
José se encuentra plenamente a sí mismo, más allá de sí mismo. Esta libertad de
renunciar a lo que es suyo, a la posesión de la propia existencia, y esta plena
disponibilidad interior a la voluntad de Dios, nos interpelan y nos muestran el camino.