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Reflexiones Del Papa Francisco Sobre Adviento

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Reflexiones del Papa Francisco

para vivir el Adviento

El Papa Francisco invita prepararse para la Navidad y estar vigilantes para


acoger a Dios.

La persona vigilante es la que no “se deja vencer por el sueño del desánimo, de
la falta de esperanza, de la desilusión” y al mismo tiempo “rechaza la solicitud de tantas
vanidades de las que desborda el mundo y detrás de las cuales, a veces, se sacrifican
tiempo y serenidad personal y familiar”. (Papa Francisco. Ángelus Domingo 3 de
diciembre de 2017).

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO


El Adviento es un tiempo de alegre esperanza ante la venida del Señor. Al
mismo tiempo que nos preparamos para preparar su primera venida, miramos
hacia su última venida en gloria y majestad al fn de los tiempos. En este primer
domingo los textos litúrgicos subrayan este segundo aspecto. Nuestra salvación
está cerca, nos dice san Pablo, una salvación en el Reino eterno de Dios a la que
están llamados todos los pueblos (1 lect.). Debemos estar en vela para estar
preparados ante la venida del Señor, pues no sabemos el día ni la hora (Ev.).
Una preparación que nos lleva a dejar las obras del pecado y a vivir la luz del
Evangelio.
Isaías 2, 1-5
Salmo 121, 1-9
Romanos 13, 11-14a
Mateo 24, 37-44

" Hoy en la Iglesia inicia un nuevo año litúrgico, es decir, un nuevo camino de fe
del pueblo de Dios. Y como siempre iniciamos con el Adviento. La página del Evangelio
(cf. Mt 24, 37-44) nos presenta uno de los temas más sugestivos del tiempo de
Adviento: la visita del Señor a la humanidad. La primera visita —lo sabemos todos— se
produjo con la Encarnación, el nacimiento de Jesús en la gruta de Belén; la segunda
sucede en el presente: el Señor nos visita continuamente cada día, camina a nuestro lado
y es una presencia de consolación; y para concluir estará la tercera y última visita, que
profesamos cada vez que recitamos el Credo: «De nuevo vendrá en la gloria para juzgar
a vivos y a muertos». El Señor hoy nos habla de esta última visita suya, la que sucederá
al final de los tiempos y nos dice dónde llegará nuestro camino.

La palabra de Dios hace resaltar el contraste entre el desarrollarse normal de las


cosas, la rutina cotidiana y la venida repentina del Señor. Dice Jesús: «Como en los días
que precedieron al diluvio, comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en el
que entró Noé en el arca, y no se dieron cuenta hasta que vino el diluvio y los arrasó a
todos» (vv. 38-39): así dice Jesús. Siempre nos impresiona pensar en las horas que
preceden a una gran calamidad: todos están tranquilos, hacen las cosas de siempre sin
darse cuenta que su vida está apunto de ser alterada. El Evangelio, ciertamente no
quiere darnos miedo, sino abrir nuestro horizonte a la dimensión ulterior, más grande,
que por una parte relativiza las cosas de cada día pero al mismo tiempo las hace
preciosas, decisivas. La relación con el Dios que viene a visitarnos da a cada gesto, a
cada cosa una luz diversa, una profundidad, un valor simbólico.

Desde esta perspectiva llega también una invitación a la sobriedad, a no ser


dominados por las cosas de este mundo, por las realidades materiales, sino más bien a
gobernarlas. Si por el contrario nos dejamos condicionar y dominar por ellas, no
podemos percibir que hay algo mucho más importante: nuestro encuentro final con el
Señor, y esto es importante. Ese, ese encuentro. Y las cosas de cada día deben tener ese
horizonte, deben ser dirigidas a ese horizonte. Este encuentro con el Señor que viene por
nosotros. En aquel momento, como dice el Evangelio, «estarán dos en el campo: uno es
tomado, el otro dejado» (v. 40). Es una invitación a la vigilancia, porque no sabiendo
cuando Él vendrá, es necesario estar preparados siempre para partir." (Papa Francisco.
Angelus. Plaza de San Pedro. I Domingo de Adviento, 27 de noviembre de
2016).

SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO


Las lecturas de este domingo, que siguen anunciando la venida del Señor,
nos hacen un llamado a la conversión, no basada en el miedo y el castigo, sino
porque el Señor en persona nos trae un tiempo de plenitud. El Reino de los
Cielos, tal como aseguran el salmista y el profeta Isaías, conlleva un periodo de
justicia y paz, donde todos, tendrán una oportunidad de felicidad. El Mesías,
investido con el Espíritu de Dios, hará lo que no han sido capaces de llevar a
cabo los reyes en Israel. Y Pablo nos exhorta a farnos de la Palabra de Dios y
mantenernos frmes en la esperanza.
Isaías 11, 1-10
Salmo 71, 1-2. 7-8. 12-13. 17 (R.: cf. 7)
Romanos 15, 4-9
Mateo 3, 1-12

" En el Evangelio de este segundo domingo de Adviento resuena la invitación de


Juan Bautista: «¡Convertíos porque el reino de los cielos está cerca!» (Mt 3,2). Con
estas palabras Jesús dará inicio a su misión en Galilea (cfr Mt 4,17); y tal será también
el anuncio que deberán llevar los discípulos en su primera experiencia misionera (cfr Mt
10,7). El evangelista Mateo quiere así presentar a Juan como el que prepara el camino al
Cristo que viene, y los discípulos como los continuadores de la predicación de Jesús. Se
trata del mismo anuncio alegre: ¡viene el reino de Dios, es más, está cerca, está en medio
de nosotros! Esta palabra es muy importante: «el reino de Dios está en medio de
vosotros», dice Jesús. Y Juan anuncia esto que Jesús luego dirá: «El reino de Dios ha
venido, ha llegado, está en medio de vosotros». Este es el mensaje central de toda misión
cristiana. Cuando un misionero va, un cristiano va a anunciar a Jesús, no va a hacer
proselitismo como si fuera un hincha que busca más seguidores para su equipo. No, va
simplemente a anunciar: «¡El reino de Dios está en medio de vosotros!». Y así el
misionero prepara el camino a Jesús, que encuentra a su pueblo.

¿Pero qué es este reino de Dios, reino de los cielos? Son sinónimos. Nosotros
pensamos enseguida en algo que se refiere al más allá: la vida eterna. Cierto, esto es
verdad, el reino de Dios se extenderá sin fin más allá de la vida terrena, pero la buena
noticia que Jesús nos trae —y que Juan anticipa— es que el reino de Dios no tenemos
que esperarlo en el futuro: se ha acercado, de alguna manera está ya presente y podemos
experimentar desde ahora el poder espiritual. Dios viene a establecer su señorío en la
historia, en nuestra vida de cada día; y allí donde esta viene acogida con fe y humildad
brotan el amor, la alegría y la paz.
La condición para entrar a formar parte de este reino es cumplir un cambio en
nuestra vida, es decir, convertirnos. Convertirnos cada día, un paso adelante cada día.
Se trata de dejar los caminos, cómodos pero engañosos, de los ídolos de este mundo: el
éxito a toda costa, el poder a costa de los más débiles, la sed de riquezas, el placer a
cualquier precio. Y de abrir sin embargo el camino al Señor que viene: Él no nos quita
nuestra libertad, sino que nos da la verdadera felicidad. Con el nacimiento de Jesús en
Belén, es Dios mismo que viene a habitar en medio de nosotros para librarnos del
egoísmo, del pecado y de la corrupción, de estas estas actitudes que son del diablo:
buscar éxito a toda costa, el poder a costa de los más débiles, tener sed de riquezas y
buscar el placer a cualquier precio." (Papa Francisco. Ángelus. Plaza de San Pedro.
II Domingo de Adviento, 4 de diciembre de 2016).

SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN


DE LA VIRGEN MARÍA
Celebramos hoy que la Virgen María fue concebida sin pecado original
para que así el Hijo de Dios, al hacerse hombre en su seno, encontrara una
digna morada. Y fue preservada de todo pecado, en previsión de la muerte del
Hijo (orac. colecta). Ella es comienzo e imagen de la Iglesia, la segunda Eva,
Esposa e imagen de Cristo, el nuevo Adán (Pf.). En ella se cumple la profecía
hecha a la serpiente en el paraíso: la estirpe de Eva «te aplastará la cabeza
cuando tú la hieras en el talón» (1 lect.). Por todo esto la saludamos como la
llena de gracia, con quien está el Señor.
Génesis 3,9-15.20
Salmo 97,1.2-3ab.3c-4
Efesios 1,3-6.11-12
Lucas 1.26-38

" Este segundo domingo de Adviento cae en el día de la fiesta de la Inmaculada


Concepción de María, y así nuestra mirada es atraída por la belleza de la Madre de
Jesús, nuestra Madre. Con gran alegría la Iglesia la contempla «llena de gracia» (Lc 1,
28), y comenzando con estas palabras la saludamos todos juntos: «llena de gracia».
Digamos tres veces: «Llena de gracia». Todos: ¡Llena de gracia! ¡Llena de gracia! ¡Llena
de gracia! Así, Dios la miró desde el primer instante en su designio de amor. La miró
bella, llena de gracia. ¡Es hermosa nuestra madre! María nos sostiene en nuestro
camino hacia la Navidad, porque nos enseña cómo vivir este tiempo de Adviento en
espera del Señor. Porque este tiempo de Adviento es una espera del Señor, que nos
visitará a todos en la fiesta, pero también a cada uno en nuestro corazón. ¡El Señor
viene! ¡Esperémosle!

El Evangelio de san Lucas nos presenta a María, una muchacha de Nazaret,


pequeña localidad de Galilea, en la periferia del Imperio romano y también en la
periferia de Israel. Un pueblito. Sin embargo en ella, la muchacha de aquel pueblito
lejano, sobre ella, se posó la mirada del Señor, que la eligió para ser la madre de su Hijo.
En vista de esta maternidad, María fue preservada del pecado original, o sea de la
fractura en la comunión con Dios, con los demás y con la creación que hiere
profundamente a todo ser humano. Pero esta fractura fue sanada anticipadamente en la
Madre de Aquél que vino a liberarnos de la esclavitud del pecado. La Inmaculada está
inscrita en el designio de Dios; es fruto del amor de Dios que salva al mundo.

La Virgen no se alejó jamás de ese amor: toda su vida, todo su ser es un «sí» a ese
amor, es un «sí» a Dios. Ciertamente, no fue fácil para ella. Cuando el Ángel la llamó
«llena de gracia» (Lc 1, 28), ella «se turbó grandemente», porque en su humildad se
sintió nada ante Dios. El Ángel la consoló: «No temas, María, porque has encontrado
gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por
nombre Jesús» (vv. 30-31). Este anuncio la confunde aún más, también porque todavía
no se había casado con José; pero el Ángel añade: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la
fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el Santo que va a nacer será
llamado Hijo de Dios» (v. 35). María escucha, obedece interiormente y responde: «He
aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (v. 38).

El misterio de esta muchacha de Nazaret, que está en el corazón de Dios, no nos es


extraño. No está ella allá y nosotros aquí. No, estamos conectados. De hecho, Dios posa
su mirada de amor sobre cada hombre y cada mujer, con nombre y apellido. Su mirada
de amor está sobre cada uno de nosotros. El apóstol Pablo afirma que Dios «nos eligió en
Cristo antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos e intachables» (Ef 1,
4). También nosotros, desde siempre, hemos sido elegidos por Dios para vivir una vida
santa, libre del pecado. Es un proyecto de amor que Dios renueva cada vez que nosotros
nos acercamos a Él, especialmente en los Sacramentos.

En esta fiesta, entonces, contemplando a nuestra Madre Inmaculada, bella,


reconozcamos también nuestro destino verdadero, nuestra vocación más profunda: ser
amados, ser transformados por el amor, ser transformados por la belleza de Dios.
Mirémosla a ella, nuestra Madre, y dejémonos mirar por ella, porque es nuestra Madre
y nos quiere mucho; dejémonos mirar por ella para aprender a ser más humildes, y
también más valientes en el seguimiento de la Palabra de Dios; para acoger el tierno
abrazo de su Hijo Jesús, un abrazo que nos da vida, esperanza y paz." ( Papa Francisco.
Ángelus. Plaza de San Pedro. II Domingo de Adviento, 8 de diciembre de 2013)
TERCER DOMINGO DE ADVIENTO
La alegría ante la cercana venida del Señor en la Navidad es la
característica propia de este domingo. Alegría porque Dios viene en persona y
nos librará de todos nuestros males (1 lect.) Esa profecía de Isaías se cumple
plenamente en Jesucristo que cura a los enfermos, resucita a los muertos y
anuncia a los pobres la Buena Nueva. Él es el Mesías esperado a quien Juan
Bautista había preparado el camino (Ev.). Debemos mantenernos frmes en la fe,
a pesar de las difcultades, porque la venida del Señor está cerca (2 lect.) y ello
debe ser para nosotros fuente de alegría y esperanza.
Isaías 35, 1-6a.10
Salmo 145 7. 8-9a. 9bc-10 (R.: cf. Is 35, 4)
Santiago 5, 7-10
Mateo 11, 2-11

" Hoy es el tercer domingo de Adviento, llamado también domingo de Gaudete, es


decir, domingo de la alegría. En la liturgia resuena repetidas veces la invitación a gozar,
a alegrarse. ¿Por qué? Porque el Señor está cerca. La Navidad está cercana. El mensaje
cristiano se llama «Evangelio», es decir, «buena noticia», un anuncio de alegría para
todo el pueblo; la Iglesia no es un refugio para gente triste, la Iglesia es la casa de la
alegría. Y quienes están tristes encuentran en ella la alegría, encuentran en ella la
verdadera alegría.

Pero la alegría del Evangelio no es una alegría cualquiera. Encuentra su razón de


ser en el saberse acogidos y amados por Dios. Como nos recuerda hoy el profeta Isaías
(cf. 35, 1-6a.8a.10), Dios es Aquél que viene a salvarnos, y socorre especialmente a los
extraviados de corazón. Su venida en medio de nosotros fortalece, da firmeza, dona
valor, hace exultar y forecer el desierto y la estepa, es decir, nuestra vida, cuando se
vuelve árida. ¿Cuándo llega a ser árida nuestra vida? Cuando no tiene el agua de la
Palabra de Dios y de su Espíritu de amor. Por más grandes que sean nuestros límites y
nuestros extravíos, no se nos permite ser débiles y vacilantes ante las dificultades y ante
nuestras debilidades mismas. Al contrario, estamos invitados a robustecer las manos, a
fortalecer las rodillas, a tener valor y a no temer, porque nuestro Dios nos muestra
siempre la grandeza de su misericordia. Él nos da la fuerza para seguir adelante. Él está
siempre con nosotros para ayudarnos a seguir adelante. Es un Dios que nos quiere
mucho, nos ama y por ello está con nosotros, para ayudarnos, para robustecernos y
seguir adelante. ¡Ánimo! ¡Siempre adelante! Gracias a su ayuda podemos siempre
recomenzar de nuevo. ¿Cómo? ¿Recomenzar desde el inicio? Alguien puede decirme:
«No, Padre, yo he hecho muchas cosas... Soy un gran pecador, una gran pecadora... No
puedo recomenzar desde el inicio». ¡Te equivocas! Tú puedes recomenzar de nuevo. ¿Por
qué? Porque Él te espera, Él está cerca de ti, Él te ama, Él es misericordioso, Él te
perdona, Él te da la fuerza para recomenzar de nuevo. ¡A todos! Entonces somos capaces
de volver a abrir los ojos, de superar tristeza y llanto y entonar un canto nuevo. Esta
alegría verdadera permanece también en la prueba, incluso en el sufrimiento, porque no
es una alegría superficial, sino que desciende en lo profundo de la persona que se fía de
Dios y confía en Él.

La alegría cristiana, al igual que la esperanza, tiene su fundamento en la fidelidad


de Dios, en la certeza de que Él mantiene siempre sus promesas. El profeta Isaías
exhorta a quienes se equivocaron de camino y están desalentados a confiar en la
fidelidad del Señor, porque su salvación no tardará en irrumpir en su vida. Quienes han
encontrado a Jesús a lo largo del camino, experimentan en el corazón una serenidad y
una alegría de la que nada ni nadie puede privarles. Nuestra alegría es Jesucristo, su
amor fiel e inagotable. Por ello, cuando un cristiano llega a estar triste, quiere decir que
se ha alejado de Jesús. Entonces, no hay que dejarle solo. Debemos rezar por él, y hacerle
sentir el calor de la comunidad ". (Papa Francisco. Ángelus. Plaza de San Pedro. III
Domingo de Adviento, 15 de diciembre de 2013)

CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO


La liturgia de este domingo es como un pregón de la ya próxima Navidad.
Así, la oración colecta nos presenta la fnalidad última de la Encarnación del
Hijo de Dios que anuncia el ángel: que por su pasión y cruz, nosotros lleguemos
a la gloria de la Resurrección. Y ello será posible por la respuesta de fe de María
que lo concibió por obra del Espíritu Santo sin perder la gloria de su virginidad
(1 lect. y Ev.). Así se cumplirán plenamente las profecías: Jesucristo, de la estirpe
de David, Hijo de Dios. Él nos ha llamado a responder a la fe formando parte de
su pueblo santo (2 lect.).
Isaías 7, 10-14
Salmo 23 1-2. 3-4ab. 5-6 (R.: cf. 7c y 10b).
Romanos 1, 1-7
Mateo 1, 18-24

" En este cuarto domingo de Adviento, el Evangelio nos relata los hechos que
precedieron el nacimiento de Jesús, y el evangelista Mateo los presenta desde el punto de
vista de san José, el prometido esposo de la Virgen María.

José y María vivían en Nazaret; aún no vivían juntos, porque el matrimonio no se


había realizado todavía. Mientras tanto, María, después de acoger el anuncio del Ángel,
quedó embarazada por obra del Espíritu Santo. Cuando José se dio cuenta del hecho,
quedó desconcertado. El Evangelio no explica cuáles fueron sus pensamientos, pero nos
dice lo esencial: él busca cumplir la voluntad de Dios y está preparado para la renuncia
más radical. En lugar de defenderse y hacer valer sus derechos, José elige una solución
que para él representa un enorme sacrificio. Y el Evangelio dice: «Como era justo y no
quería difamarla, decidió repudiarla en privado» (1, 19).
Esta breve frase resume un verdadero drama interior, si pensamos en el amor que
José tenía por María. Pero también en esa circunstancia José quiere hacer la voluntad de
Dios y decide, seguramente con gran dolor, repudiar a María en privado. Hay que
meditar estas palabras para comprender cuál fue la prueba que José tuvo que afrontar
los días anteriores al nacimiento de Jesús. Una prueba semejante a la del sacrificio de
Abrahán, cuando Dios le pidió el hijo Isaac (cf. Gn 22): renunciar a lo más precioso, a la
persona más amada.

Pero, como en el caso de Abrahán, el Señor interviene: encontró la fe que buscaba


y abre una vía diversa, una vía de amor y de felicidad: «José —le dice— no temas acoger
a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo» (Mt 1,
20).

Este Evangelio nos muestra toda la grandeza del alma de san José. Él estaba
siguiendo un buen proyecto de vida, pero Dios reservaba para él otro designio, una
misión más grande. José era un hombre que siempre dejaba espacio para escuchar la voz
de Dios, profundamente sensible a su secreto querer, un hombre atento a los mensajes
que le llegaban desde lo profundo del corazón y desde lo alto. No se obstinó en seguir su
proyecto de vida, no permitió que el rencor le envenenase el alma, sino que estuvo
disponible para ponerse a disposición de la novedad que se le presentaba de modo
desconcertante. Y así, era un hombre bueno. No odiaba, y no permitió que el rencor le
envenenase el alma. ¡Cuántas veces a nosotros el odio, la antipatía, el rencor nos
envenenan el alma! Y esto hace mal. No permitirlo jamás: él es un ejemplo de esto. Y
así, José llegó a ser aún más libre y grande. Aceptándose según el designio del Señor,
José se encuentra plenamente a sí mismo, más allá de sí mismo. Esta libertad de
renunciar a lo que es suyo, a la posesión de la propia existencia, y esta plena
disponibilidad interior a la voluntad de Dios, nos interpelan y nos muestran el camino.

Nos disponemos entonces a celebrar la Navidad contemplando a María y a José:


María, la mujer llena de gracia que tuvo la valentía de fiarse totalmente de la Palabra de
Dios; José, el hombre fiel y justo que prefirió creer al Señor en lugar de escuchar las
voces de la duda y del orgullo humano. Con ellos, caminamos juntos hacia Belén. (Papa
Francisco. Ángelus. Plaza de San Pedro. IV Domingo de Adviento, 22 de
diciembre de 2013)

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