Bizancio Desde Su Nacimiento A Su Desaparición (330 1453)
Bizancio Desde Su Nacimiento A Su Desaparición (330 1453)
Bizancio Desde Su Nacimiento A Su Desaparición (330 1453)
LIBROS EPCCM
GRANADA, 2020
MANUEL ESPINAR MORENO
BIZANCIO DESDE SU NACIMIENTO A
SU DESAPARICION (330-1453)
LIBROS EPCCM
GRANADA, 2020
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MANUEL ESPINAR MORENO
BIZANCIO DESDE SU NACIMIENTO A
SU DESAPARICION (330-1453)
LIBROSEPCCM
Granada, 2020
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Editor: Manuel Espinar Moreno
©HUM-165: Patrimonio, Cultura y Ciencias Medievales
Primera edición: 2020
Bizancio desde su nacimiento a su desaparición (330-1453)
© 2018 DOAJ.
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Introducción.
En los momentos actuales en que vivimos, coma ya hemos dicho en otras ocasiones,
a consecuencia del covid, la enseñanza universitaria ha cambiado casi radicalmente,
pues aquellas clases tradicionales, denominadas por los enseñantes “clases
magistrales” se han tenido que cambiar para facilitar a los alumnos el acceso a las
lecciones. En este sentido la asignatura Historia Medieval, del primer curso del
Grado de Arqueología en la Universidad de Granada, exige ofrecer al alumnado
materiales que faciliten su formación y de esta forma poder superar lo exigido al
menos mininamente en una asignatura tan amplia dado el enorme espacio de tiempo
que abarca. En este sentido, ofrecemos estos materiales sobre el período que analiza
la historia del Imperio bizantino desde su fundación por Constantino el Magno
hasta la entrega de la ciudad a los turcos en 1453. Así pues, la mayoría de estos
apuntes están tomados de varias obras en especial de la Novísima Historia Universal
desde los tiempos prehistóricos hasta nuestros días escrita por individuos del
Instituto de Francia G. Maspero, J. Michelet, Ernesto Renán, Victor Duruy, et.
Dirigida a partir del siglo IV, por Ernesto Lavisse, de la Real Academia Francesa,
Profesor de la Universidad de París, y por Alfredo Rambaud, del Instituto de
Francia, Profesor de la Universidad de París. Traducción de Vicente Blasco Ibañez.
Tomo VI. Los Origenes. Madrid, La editorial Española-Americana, Mesonero
Romanos, 42. La hemos consultado en Biblioteca Nacional de España 52/508188,
DN 18451, vol. 6, D 63987944.
Los capítulo 4º y 13º del tomo 6 de esta obra citada, elaborados por C. Bayet,
miembro correspondiente del Instituto de Francia y Director de la Enseñanza
Superior, tienen el siguiente esquema:
Cap. IV. EL IMPERIO ROMANO EN ORIENTE (395-717) por C. Bayet
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II.—Los emperadores de la casa de Teodosio y de la de Tracia
Prosperidad del Imperio— El comercio— Las Letras y las Artes, páginas 368-371.
Decadencia del Imperio en la segunda mitad del siglo XI.— El advenimiento de los
Comnenos.— Bibliografía, páginas 374-376.
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III. — El Imperio latino y los Estados latinos.
LA EUROPA DEL SUD ESTE. Fin del imperio griego — Fundación del imperio
otomano (1282-1481), por A. Rambaud.
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Controversias religiosas.— Derecho, literatura y ciencias. Lengua romaica.—
Páginas 484-496.
Esta es la base del presente trabajo destinado a los alumnos, como decimos a ello
hay que añadir otras notas tomadas de otros libros especializados en Edad Media.
No obstante, añadimos unos pequeños resúmenes sobre todos los temas que se
insertan en estas páginas pues de esta manera el alumno puede ver en muy pocas
páginas lo más interesante de cada uno de los temas.
Puede consultar otros trabajos entre nuestras publicaciones en Digibug como ocurre
con las invasiones, los reinos germánicos formados sobre el Imperio romano, las
instituciones de estos nuevos pueblos, la cultura y las artes, etc. De la misma forma
dedicamos trabajos a Bizancio, el Islám, mundo carolingio, feudalismo, Cruzadas,
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etc. etc. En todos ellos cuando sean más amplios pondremos los correspondientes
resúmenes para facilitar al alumno su consulta.
Nuestra idea fundamental es que se pueda consultar toda esta información ya que a
veces el alumno no puede acceder a los fondos de las Bibliotecas de los
Departamentos, Facultad o incluso Universidad. También es verdad que no están
acostumbrados a buscar materiales de estudio pues como ocurre en esta ocasión son
alumnos de primer curso, no están acostumbrados ni a la asignatura pues de ella
solo tienen nociones muy escasas y pobres ya que en sus anteriores estudios no
tienen apenas temas dedicados a la Edad Media.
Junto a estos temas también le ofrecemos unos apuntes sobre la parte práctica de la
asignatura donde pueden ver las prácticas que se les exigirán en el estudio de esta
asignatura para que puedan hacer las practicas que se le exigen de acuerdo a lo
reseñado en la Guía docente que hemos entregado para que aparezca en la página
web del Grado de Arqueología. La parte teórica suele valer un sesenta y cinco por
ciento, mientras que la parte práctica vale un treinta y cinco.
Por ahora publicamos sobre los pueblos germánicos dos trabajos, uno más amplio
y completo. Pero este lleva al final un resumen de los principales temas. El segundo
más ajustado a las necesidades del alumno está más resumido y así puede estudiarse
el tema más fácilmente. En todo caso queremos que el alumno vaya haciéndose sus
propios apuntes, realice sus prácticas, pues todo ello se lo vamos a exigir cuando
acabe el curso para ver el esfuerzo que haya realizado. Ahora ofrezco otros tres
trabajos sobre el Imperio Bizantino editados también en Digibug.
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ROMA DESDE DIOCLECIANO A TEODOSIO. NACIMIENTO DE BIZANCIO.
Diocleciano, el primero de los emperadores romanos, pues había puesto en marcha
la Tetrarquía, quiso revestir la majestad imperial de toda la pompa externa de las
cortes asiáticas. Ciñó su frente con una diadema, vistió de seda y oro, y cuantos
obtenían el permiso de aproximarse a él, se vieron obligados, de conformidad con
el ceremonial asiático, a adorar de rodillas la divinidad y majestad imperial. Y esto
no lo hizo por vanidad, sino para mantener a distancia a los más altos personajes
del imperio. Todos los males del imperio romano, durante el último siglo, provenían
de la excesiva facilidad que tenían los generales para hacerse proclamar
emperadores, designando por adelantado tres Césares, colocaba entre él y los
ambiciosos el interés de tres casas poderosas. Empezaba además a establecer la
jerarquía, tan necesaria en los gobiernos monárquicos para colocar al príncipe y al
Estado al abrigo de las revoluciones de cuartel, pero creaba también ese despotismo
de corte, ese gobierno de serrallo, que matan el espíritu público y hacen pasar los
servicios prestados a la persona del príncipe por encima de los realizados por el
Estado.
En los tres continentes los emperadores tuvieron precisión de sostener una lucha
encarnizada contra los enemigos del interior y de más allá de las fronteras.
Maximiano rechazó a los germanos, cruzó el Rhin y devastó el país enemigo; pero
en el mismo corazón de la Galia, tuvo que combatir a los campesinos que lo
poblaban. El pueblo de las campiñas galas no se había libertado bien de la sujeción
en que durante tanto tiempo le tuvieron los nobles y los druidas. A las miserias de
su antigua condición, los campesinos habían visto cómo se añadían los males que
eran consecuencia de la concentración de las fortunas, la decadencia de la
agricultura y la carga, cada día más pesada, de los impuestos. Al terminar el siglo
III se sublevaron, pero, aunque Maximiano logró matar los jefes de los revoltosos
y apoderarse de los lugares en que se habían fortificado, no consiguió dar a la Galia
más que un momentáneo reposo,
Los campesinos continuaron recorriendo las campiñas galas, y sólo desaparecieron
entre el tumulto y la confusión de la invasión general.
También en Oriente aparecieron nuevos peligros. Los persas habían arrojado del
trono de Armenia a un partidario de los romanos que amenazaba la Siria; cinco
pueblos africanos se levantaron en armas; dos usurpadores, Juliano y Aquileo, se
proclamaron emperadores en Cartago y en Egipto. Diocleciano dio prontamente
cuenta del último, degollando a todos sus partidarios; Maximiano venció a Juliano
y los mauritanos quedaron sometidos. Galerio, al propio tiempo, vencía a muchos
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pueblos de las orillas del Danubio, marchando después contra los persas. Una
derrota que sufrió fue gloriosamente reparada y Narsés, en 297, se vio obligado a
ceder al Norte de la Mesopotamia las cinco provincias transtigritanas con la
soberanía sobre la Armenia y la Iliria, al pie del Cáucaso. El imperio no había
firmado aún tan glorioso tratado. Diocleciano, con el objeto de conservar estas
conquistas, hizo construir numerosas fortalezas a lo largo de la frontera oriental.
Al otro extremo del mundo romano Constancio después de haber rechazado a los
francos de la Galia y la Batavia, descendió a Bretaña y venció en el año 296 al
usurpador Alectas, que había sucedido a Carausius. Una invasión de los alómanos
le llamó a la Galia; los esperó cerca de Langres y les derrotó completamente a pesar
de una herida que recibió en la batalla (301).
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aunque mal de su grado, tuvo que seguir su ejemplo y el mismo día se despojó en
Milán de su diadema. El viejo jefe del mundo romano, se retiró a un magnífico
palacio que se había hecho construir cerca de Salonia (Spalato), en las cortes de la
Dalmacia, y allí se deslizaron los últimos años de su vida, lejos del ruido de las
armas y de los negocios políticos, dedicado a trabajos apacibles. Un día en que
Maximiano le incitaba a recuperar el trono, le respondió: "Si vieses las hermosas
legumbres que cultivo yo mismo no me hablarías de esos trabajos." Murió ocho
años después, en el 313, en el indicado palacio, cuyas ruinas existen todavía.
Galerio se había hecho odioso por sus crueldades y por sus exigencias en el pago
de tributos. Roma, irritada por el abandono en que la dejaban los nuevos
emperadores, se sublevó, y los pretorianos, usando una vez más de su antiguo poder,
proclamaron Augusto a Magenza, hijo de Maximiano (306). Magenza tomó en
seguida a su padre por colega, dándose entonces el caso de que el imperio tuviera a
la vez seis emperadores: Galerio y Severo, los dos Augustos; Constantino y
Maximino, los dos Césares; y además, los dos usurpadores, Magenza y Maximiano.
Severo marchó contra éstos (307), pero encontró las puertas de Roma cerradas y
sus tropas se pasaron al enemigo; tuvo necesidad de refugiarse en Rávena para
defenderse; pero precisado a entregarse a Maximiano éste le mandó matar. Galerio
no pudo vengarle, pero le reemplazó, proclamando Augusto a su amigo Licinio.
Entonces Maximino, que gobernaba Egipto, no quiso ser menos y tomó también
aquel título, que a la sazón llevaban seis príncipes.
Para atacar a Magenza, aliado de Maximino, quiso atraerse a Licinio, y para ello le
hizo tomar por esposa a su hermana, celebrándose la boda en Milán. El resultado
de esta unión fue una expedición de Licinio contra Maximino, que, derrotado en las
cercanías de Andrinópolis, fue a morir a Tarsí, en donde se envenenó (Agosto del
313). Todo el Oriente se sometió al vencedor, quien mostró una abominable
crueldad con los parientes y amigos de los vencidos. Ni siquiera la viuda y la hija
de Diocleciano escaparon a su rigor.
Esta paz duró nueve años, que Constantino empleó en poner en orden la
administración y en aumentar su gloria y su poder con una victoria sobre los godos,
de los cuales entraron unos 40.000 guerreros a su servicio con el nombre de federati.
Rompió la paz Constantino a pretexto de proteger a los cristianos, que perseguía su
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colega Licinio. Este, que se había preparado para la lucha ocupaba cerca de
Andrinópolis una fuerte posición, pero derrotado completamente (3 Julio 323), fue
perseguido hasta Bizancio, en Calcedonia, en donde sufrió un segundo desastre, que
le obligó a entregarse en Nicomedia al vencedor. Constantino le despojó de la
púrpura, pero prometió conservarle la vida. A pesar de su promesa, poco tiempo
después le hacía matar en Tesalónica.
Como su divino Maestro la Iglesia dijo: "Dejad que los niños se acerquen a mí"; los
niños y los débiles, esperando su triunfo sobre los fuertes por la inmensa
superioridad de su dogma.
El mundo nunca había oído aquellas voces que partían del corazón, pues la voz de
Marco Aurelio había quedado sin eco. De pronto se descubría un aspecto nuevo de
la humanidad, hasta entonces oculto bajo las vanas y frías declamaciones de los
retóricos y la lógica, estrecha, árida y casi siempre inútil de los filósofos. Hasta
entonces casi no había habido, excepción hecha de los últimos retóricos moralistas,
más que espíritu ó materia, orgullo de la inteligencia y sensualidad. Al soplo del
Evangelio, el corazón del hombre se abrió como el de Cristo, y de él fluyeron todos
los sentimientos dulces, todas las buenas pasiones, la caridad, el amor, la castidad,
la humildad, la abnegación. Al culto de la vida y de los placeres groseros sucedió
el culto de la muerte, porque al fin de este destierro, de este lugar de prueba, los
cristianos vislumbraban su misión con Dios y los eternos goces.
Por eso el cristianismo hizo rápidos progresos, a pesar de las crueles alternativas
por que los gobiernos imperiales le obligaron a pasar desde la primera persecución
de Nerón en el 64, hasta la última y más cruel, la que Diocleciano y Galerio
comenzaron en el año 303. Pero San Cipriano estimaba las persecuciones útiles para
mantener a los fieles en la pureza de la fe y de las costumbres; y la sangre de los
mártires, según Tertuliano, era una fecunda semilla de cristianos. En efecto, la
doctrina de Jesucristo, a pesar de los verdugos se esparció por todas las provincias;
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los filósofos la aceptaron (Modesto, Arístides, Minucio, Félix, Hermias, etc.), y los
bárbaros que invadían las tierras del imperio fueron conquistados por la nueva
religión. Mucho antes de Constantino esta religión contaba ya, desde el Ganges
hasta el Atlántico con millones de fieles, no solamente unidos por los lazos de una
común creencia, sino por los de una organización que hacía de los cristianos una
sociedad aparte, dentro de la gran sociedad romana. Esta comunidad comprendía
en los comienzos del siglo IV una minoría enérgica, en cuyo seno se había refugiado
casi toda la vida espiritual del imperio. Ante la comprobación de su fuerza
Constantino se decidió a protegerla. El emperador dio la paz a los cristianos; éstos
le dieron el imperio.
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siguieron con el cuito antiguo. Constantino no quiso que el paganismo pudiese bajo
su reinado reivindicar el honor de haber tenido también sus mártires.
Habiendo llegado a ser la religión del Estado la religión cristiana, importaba mucho
al Gobierno imperial que la paz reinase en el seno de la Iglesia. Los donatjstas la
habían turbado. En el año 311 Caeciliano fue elevado a la silla episcopal de Cartago,
recibiendo la imposición de manos de un obispo que figuraba entre los que la Iglesia
había calificado de traidores, por haber abandonado los libros santos durante la
última persecución, para salvar su vida. El obispo Donato, que quería rechazar de
la comunión de los fieles a aquellos hombres cuyo celo se había debilitado, se negó
a reconocer la elección de Caeciliano. El mundo cristiano se dividió, especialmente
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en Europa y África. La paz pública se turbó y el gobernador de aquella provincia
no pudo apaciguar los ánimos. Para poner un término a la situación, Constantino
citó a Caeciliáno y a Donato ante un concilio, que se celebró en Roma y ante otro
que al siguiente año se reunió en Arlés. Los donatistas, condenados, apelaron al
emperador: éste se pronunció contra ellos y empleó la fuerza pública para obligarles
a la obediencia. Este procedimiento dio mal resultado; estalló una guerra en Africa
que, aunque dominada por Constantino, se reprodujo con furor cuando falleció el
emperador y prosiguió, desolando el país basta la invasión de los vándalos.
La herejía de los donatistas no atacaba al dogma; la de Arrio lo puso en peligro.
Este sacerdote de Alejandría nególe la divinidad del Verbo y sostenía que la
naturaleza de Cristo era de una substancia análoga a la de Dios, pero no de su misma
substancia. Esta doctrina que pretendía explicar el misterio de la Trinidad, atacaba
la unidad de la Trinidad cristiana y conducía al deísmo puro. Desde la religión se
cayó en la filosofía, a pesar de que éste había demostrado suficientemente su
impotencia. Constantino, deseoso de poner un término a esta lucha que agitaba todo
el Oriente, convocó a un concilio ecuménico, que se celebró en Nicea de Bitinia:
318 obispos, sacerdotes ó diáconos respondieron a este llamamiento. Fue un gran
espectáculo el que ofrecieron estos venerables personajes, de los cuales algunos
llevaban todavía huellas de su martirio, discutiendo los más graves asuntos que la
inteligencia humana puede alcanzar, y erigiendo el símbolo de la fe que la Iglesia
católica, después de quince siglos, profesa todavía.
El concilio fijó también el día de Pascua en el domingo que seguía a la luna llena
más próxima del equinoccio de primavera, y dictó 20 cánones o reglas generales de
disciplina.
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Cuando terminó este concilio memorable que precisó el dogma y fortaleció la
disciplina, el emperador escribió a todas las iglesias "para que se confirmasen con
la voluntad de Dios expresada en Nicea". Ordenó que fueran destruidos los libros
de los arríanos, conminó con la pena de muerte a todos los que los guardasen y
desterró a muchos obispos. A pesar de ello, algunos años después el emperador,
cediendo a las instancias de su hermana, levantó su destierro a Arrio y le defendió
de las elocuentes acusaciones del arzobispo de Alejandría, San Anastasio. El
heresiarca murió el año 336, pero su doctrina le sobrevivió y perturbó durante
mucho tiempo el imperio en el reinado de los hijos de Constantino.
Las prefecturas estaban administradas por los prefectos del pretorio, investidos de
todos los poderes civiles; las diócesis por viceprefectos ó vicarios, subordinados a
los prefectos; las provincias por procónsules, consulares, correctores y presidentes,
encargados bajo la vigilancia de los vicarios, de todos los asuntos de los habitantes
relacionados con el poder imperial. Ninguno de estos magistrados tenía autoridad
militar, ni siquiera los prefectos del pretorio. Galiano prohibió ya el servicio militar
a los senadores. La autoridad militar pertenecía a los magistri peditum et equitum,
que mandaban a los condes y a los duques. El principio de la nueva organización
era, por consiguiente, la desmembración de las provincias, la diseminación de los
mandos y la separación de las funciones civiles y militares, con el objeto de que los
dos órdenes de funcionarios se equilibrasen, y que cada uno de los agentes de la
autoridad imperial, reducida a un poder restringido y rodeado de una numerosa
jerarquía no encontraran las facilidades que los poderosos gobernadores de otros
tiempos habían tenido para promover revoluciones. Pero esta complicada
administración, excesivamente minuciosa, quiso mostrarse y obrar incesantemente
en sitios en donde los escasos agentes de la república y de los primeros emperadores
nunca habían intervenido ni molestado a los habitantes; y la continua intervención
que realizaba fue suficiente para que se le juzgase pronto opresiva y odiosa.
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a los jefes militares Constantino separó las armas de infantería y caballería,
dándoles mandos distintos.
Para remediar un mal hizo nacer otro; los primeros emperadores habían dado
preponderancia al poder militar sobre el civil. Constantino degradó el estado militar
relegando a los jefes al último grado de la nobleza que constituyó; y ésto lo hizo
cuando los enemigos exteriores de Roma se presentaban más amenazadores que
nunca. Evitó, efectivamente, con estas medidas los levantamientos de las legiones
y de los generales; pero si tales medidas dieron garantías a la seguridad del príncipe
las quitaron a la del imperio. Fácil será juzgar lo que podían valer los soldados de
aquella época recordando que para poder reconocer a los desertores se les marcaba
en un brazo ó en una pierna con una señal indeleble. El legionario era mareado
como un esclavo ladrón ó fugitivo; el ejército tenía el carácter distintivo de un
presidio. La corte imperial, constituida con arreglo al modelo de las cortes asiáticas
comprendía una tropa innumerable de oficiales de todas clases que rodeaban la
sagrada persona del emperador. A su cabeza figuraban los ministros; el praepositus
sacri cubiculi; el magister officiorum, jefe de cuantos desempeñaban cargos
oficiales. A sus órdenes trabajaban 148 escribas, divididos en cuatro oficinas
(scrinia); el quaestor, especie de ministro de Estado; el comes sacrarum largitionum,
ministro de Hacienda; el comes rerum privatarum príncipis, ministro del Tesoro
particular y del dominio del Estado; los cuatro prefectos del pretorio y los dos
generalísimos. Además, había dos comités domestici, jefes de la guardia imperial,
dividida en siete cuerpos (scholae) de 500 hombres cada uno, de los cuales dos
hacían la guardia interior de palacio: el primicerius sacri cubiculi, los decani, todos
los condes palatinos y cubicularii, distribuidos en cuatro secciones. Figuraba
asimismo el comes castrensis, ó jefe de palacio; el primicerius mensarum; el
primicerius cellariorum; el primicerius lampadariorum, el comes sacrae vestis, los
silentiarii, los comités domorum, ó gobernadores de los dominios imperiales, los
chartularii sacri cubicali, magistri memoriae, libellorum, epistolarum, etcétera, etc.
(secretarios).
Esta divina jerarquía, como se llamó a tal organización en el lenguaje oficial, y este
ejército de funcionarios acrecentó el esplendor de la corte, pero sin aumentar la
fuerza del gobierno, pues aquella nobleza que sólo dependía del favor del príncipe,
no podría echar raíces profundas en el país, para el que solamente fue un manantial
de nuevas exacciones. Originaba enormes gastos aquel personal inmenso que se
preocupaba más de satisfacer los caprichos del príncipe que de trabajar para el bien
público. La administración necesitó una suma de recursos superior a la que antes se
gastaba en ejércitos, vías militares y fortificaciones para las fronteras. Fue preciso
aumentar los impuestos precisamente cuando la miseria general, resultado de la
anarquía militar, del pillaje de los bárbaros, de la decadencia de la agricultura y de
la concentración de las propiedades había llegado ya al corazón de las más ricas
provincias. Entonces dio principio entre el fisco y el contribuyente una guerra llena
de astucias y violencias, cuyas consecuencias principales fueron irritar a los pueblos
y extinguir en ellos hasta el último resto del patriotismo.
El fisco (arca largitionum) obedecía las órdenes del ministro de Hacienda. Los
agentes se distribuían en 10 oficinas. Cada provincia disponía de una Caja
provincial, en la que ingresaban los rationales (recaudadores). Los proefecti
thesaurorum velaban por los ingresos y los comités largitionum por los gastos. El
excedente de ingresos iba a las cajas del Estado.
La recaudación de los impuestos era tan difícil y los agentes tan numerosos que los
gastos de recaudación se llevaban una cuarta parte de los ingresos. El más odioso
de todos estos tributos era indudablemente la contribución rústica permanente, de
la que los propietarios pagaban una parte en especie, fijada con arreglo a la parte
proporcional, por rentas, correspondiente a cada distrito. Se percibía este impuesto
al fin de cada año. Se le llamaba jugatio ó copitatio, porque la contribución para
cada provincia estaba dividida en un cierto número de partes llamadas cabezas de
impuestos (capita). De aquí resultaba que un solo propietario podía representar
varias cabezas, y que muchos pobres reunidos formaban una sola. La suma que
correspondía donar a cada provincia estaba determinada por el emperador
(indicebatur) con arreglo al catastro, en el que no sólo figuraban las tierras, sino
también los esclavos, los colonos y los rebaños que existían en los dominios. Los
gobernadores hacían el reparto por ciudad y los decuriones ó magistrados de las
poblaciones, asignaban a cada contribuyente su cuota, que ellos mismos recaudaban
para remitir completa a los oficiales imperiales la suma impuesta a la ciudad. El
catastro era revisado cada quince años; si durante este tiempo una ciudad resultaba
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con una pérdida equivalente a la mitad de sus propiedades, ya por haber sido
invadida por los bárbaros, bien por otra calamidad cualquiera, pagaba lo mismo
hasta la nueva revisión.
Existía también 1a capitatio plebeia vel humana impuesta sobre los que no eran
propietarios, tales como artesanos, jornaleros, colonos y esclavos, cuya cuota era
pagada por sus dueños. El aurum lústrale, la lustralis collatio ó el chrysargyre
gravaba el comercio y la industria con tanto rigor que el más pobre artesano pagaba
estos impuestos. Los labradores que llevaban al mercado los productos de sus
campos, eran considerados a menudo como comerciantes, y como a tales se les
obligaba a pagar su impuesto.
Una ley de Teodosio II que prohibe a los agentes del fisco esta exacción, demuestra
que había existido. El aurum coronarium antes voluntario, cuando las ciudades
enviaban a los cónsules ó a los emperadores coronas de oro en celebración de
acontecimientos solemnes, se había convertido en un impuesto obligatorio.
A los indicados recursos es preciso unir un impuesto especial que pagaban los
senadores, los productos de los dominios imperiales, el monopolio de la fabricación
de telas de seda y lino, de púrpura y de armas; las rentas de las minas y de las
canteras, de mármol y piedra; los derechos de aduana, el impuesto sobre los objetos
de consumo, la vigésima parte del precio de los libertos, el veinte por ciento de las
herencias y de las confiscaciones, etc.
Constantino declaró exceptuadas a las iglesias, como lo estaban los templos, del
pago de la contribución rústica, excepción que no perduró. Los veteranos gozaban
de igual excepción. La nobleza de la corte y los servidores de palacio estaban
exentos de las cargas municipales pura ellos, sus hijos y sus nietos. Los profesores
de artes liberales y- los médicos tuvieron asimismo esta ventaja. El peso de las
cargas públicas gravitó, pues, únicamente sobre los propietarios del suelo y los
habitantes ricos de las ciudades. Estos, colocados entre la nobleza administrativa
(honorati) y los proletarios (plebeii) constituían un orden aparte, cuya condición fue
empeorando desde el reinado de Constantino. Los notables (curiales, decuriones),
es decir, todos aquellos que poseían por lo menos 25 jugera de tierra componían
una corporación hereditaria, y la ley había establecido entre ellos solidaridad para
las cargas y censos municipales. Sobre éstos y sobre los demás propietarios pesaban
las contribuciones rústicas, los impuestos indirectos, los extraordinarios, las mal
llamadas donaciones gratuitas y gran número de cargas. Si faltaba algo para
completar la cuota de contribución que correspondía a la ciudad, los curiales debían
pagar hasta liquidarla sin déficit. Si las tierras eran abandonadas por su propietario
arruinado, ellos debían tomarlas a su cargo: de esta suerte sus dominios crecían
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cargándoles con nuevas obligaciones, sin que sus capitales de explotación
aumentasen, convirtiéndose en los mayores propietarios y en los más pobres al
propio tiempo. Encadenados a su condición por reglamentos severísimos los
decuriones no podían sustraerse a las cargas que les arruinaban. La Iglesia, el
ejército, la administración, eran cuerpos vedados para ellos, y 192 leyes del Código
Teodosiano preveían y condenaban las astucias con que pretendían desembarazarse
de su oneroso título. Un emperador llegó a ordenar que se obligase a regresar a las
ciudades a los que habían huido al desierto para librarse de la situación que
soportaban. "Hay ciertos hombres cobardes y perezosos —escribía Valente en el
373— que procuran eludir sus deberes de ciudadanos buscando la soledad, y que
so pretexto de sus ideas religiosas se mezclan a las congregaciones de monjes:
ordenamos que la autoridad les arranque de su retiro y les llame al cumplimiento de
sus deberes para con la patria."
Estos males que abrumaban a los curiales fueron creciendo con las desdichas y los
desórdenes del imperio. El número de propietarios disminuyó de día en día en
provecho de una nueva clase casi desconocida en la antigüedad y que constituirá la
mayoría de la población en la Edad Media, los colonos adscritos a la explotación
de los bienes raíces, ni absolutamente libres ni del todo esclavos; siervos de la gleba,
como más tarde se les llamó, vendidos juntamente con la fierra que cultivaban,
aunque con la condición impuesta al comprador de no separar al padre de los hijos
ni el esposo de la mujer si la propiedad se dividía, y de hacerles partícipes de los
frutos que el suelo por ellos cultivado producía. El número de estos colonos se
aumentó luego con todos aquellos hombres a quienes la miseria forzó a renunciar a
una libertad, para ellos honrosa.
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Los segundos Flavios (337-363).- La casa de Valentiniano y Teodosio (363-395.)
Constante, sobre quien pesaba la vergüenza de haber dejado una parte de Galia a
los bárbaros, vivía en la molicie cuando sus guardias se sublevaron proclamando en
Autun, en el 350, a Magenza, franco de origen, pero que merced a su valor y grado
a grado había llegado a ser el jefe de los jovianos y herculanos. Constante, cuando
huía hacia España, fue degollado por los revoltosos. El nuevo emperador, dejando
la Galia a su hermano Decentius, a quien confirió el título de César, se dirigió a
Italia. Un segundo usurpador, Nepociano, sobrino de Constantino, quiso defenderla
haciéndose proclamar emperador en Roma, pero el conde Marcelino logró vencerle
y persiguió cruelmente a sus partidarios. Las legiones de la Iliria aprovechando el
caos que volvía a ofrecer el gobierno imperial, proclamaron a su vez a un anciano
general, Vetranión. Tan grande era ya la rudeza de las costumbres, que este hombre,
elevado al más alto de los honores, no sabía leer ni escribir. Elegido a su pesar no
podía ser un adversario peligroso. Cuando el 25 de Diciembre del 350 llegó
Constancio al frente de un numeroso ejército, engañó a Vetranión con falsas
negociaciones, destrozó sus tropas y le ordenó que se despojase de la púrpura
imperial y que licenciase a su corte, prometiéndole en cambio una pensión anual
para que pudiese vivir el resto de sus días en el reposo y la obscuridad.
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El imperio se encontró otra vez bajo el mando de un solo emperador, pero el tímido
y receloso Constantino se dejaba gobernar por las mujeres, los eunucos y los
aduladores. Entregado completamente a las discusiones religiosas que el arrianismo
originaba, sin que por ello profesase una fe cierta ni viva; absorto por las graves
preocupaciones que le producía el mantenimiento de 1ª etiqueta en la corte imperial,
Constancio no vio cómo se preparaba en Oriente una nueva revolución. Tanto
absorbía su tiempo la etiqueta de la corte que según Amiano Marcelino (XVI, 10)
cuando Constancio entró en Roma lo hizo en un carro, en el que sólo se veían oro
y piedras preciosas y durante toda la marcha permaneció inmóvil como una estatua,
sin mover la cabeza ni las manos, sin volver los ojos a ninguna parte. Esta
inmovilidad divina era una de las mil reglas introducidas por los eunucos y de la
gente para juzgar de todas. Entretanto la ambiciosa Constantina, mujer de Galo,
animaba a éste ansiosa de ostentar el título de Augusta; pero su crueldad y sus vicios
habían reducido el número de sus partidarios. Con el objeto de restarle a Galo el
tiempo necesario para que llegara a ser peligroso, Constancio le llamó al Asia con
halagadoras promesas. Galo, aunque a disgusto, se puso en camino. Cuando llegó
a Petobio, cerca del Drave, en la Panonia superior, los mismos que le acompañaban
le cargaron de cadenas y conducido a Pola en Stria, fue decapitado después de un
corto interrogatorio.
Galo tenía un hermano, llamado Juliano que había vivido hasta entonces sujeto a
una severa vigilancia. Relegado a permanecer en Atenas pudo abandonarse
libremente a satisfacer su gusto por el estudio, haciéndose iniciar en las doctrinas
de Platón por los numerosos filósofos que vivían en la capital de aquella antigua
civilización. Las desventuras que la Galia sufría le llamaron a la corte. El hábil
general Silvano, que residía en Colonia, en donde sus relaciones con los francos le
habían hecho sospechoso ante el temor de las venganzas imperiales, creyó salvar su
cabeza proclamándose emperador (355).
Los cortesanos quisieron aprovechar esta ocasión para excitar contra Juliano los
celos de Constancio, quien, por aquella época, tenía otra guerra contra los germanos
del Danubio, y no recibía más que desagradables noticias del Oriente, en donde sus
generales eran derrotados por los persas. Parecía que los más serios peligros
amenazaban por este lado, aunque en realidad, y gracias a la especial naturaleza del
gobierno persa y a las costumbres de sus pueblos, la verdadera amenaza para el
imperio estaba en el Rhin y no en el Danubio. Constancio, después de conseguir
algunas victorias sobre los quados y los dacios, quiso ponerse personalmente al
frente del ejército de Siria, y pidió a Juliano una parte de sus tropas para realizar
esta expedición. Esta lejana excursión asustó a las legiones galas, las cuales, en vez
de obedecer, proclamaron a su general en París con el título de Augusto.
Juliano, conocido por el Apóstata, apenas contaba seis años de edad cuando fueron
asesinados todos los suyos. Educado en la religión cristiana, siguió al principio los
ritos de esta religión; pero los maestros que más tarde se le dieron y los sofistas y
los retóricos paganos de que estuvo rodeado en Atenas le inspiraron tan grande
entusiasmo por la literatura de Grecia, que su fe se entibió muy pronto.
La Iglesia estaba a la sazón dividida por las doctrinas de Arrio. Constancio protegía
a los sectarios y la persecución volvía a comenzar contra los obispos que se
mantenían fieles al símbolo de Nicea. La monomanía de discutir acerca de los más
arduos problemas, dominaba lo mismo a la corte que al pueblo. Todas las Iglesias
pasaban por momentos de crisis y los partidarios del antiguo culto triunfaban y
gozaban viendo a la nueva religión en lucha encarnizada consigo misma. Este
espectáculo impresionó sin duda a Juliano; pero lo que seguramente ejerció una
influencia seria en su imaginación ardiente y viva, fue la doctrina neoplatónica.
mezcla de sutilidades metafísicas y de reminiscencias religiosas que intentaba velar
procurando hallar el origen de ellas en los poemas de Homero ó de Hesiodo. Como
filósofo se había propuesto reunir todos los sistemas anteriores en una vasta síntesis,
y no queriendo encerrarse en los estrechos límites de una escuela filosófica, sino
que convertida en una religión tuviese efecto positivo en la vida de los pueblos, la
había impregnado, según el espíritu de aquellos tiempos, de vagos misticismos y
éxtasis, de comunicaciones directas con los dioses, de evocaciones de almas,
abarcando desde las supersticiones teúrgicas hasta las prácticas de la magia.
Esta fusión del espíritu filosófico con el misticismo, esta doctrina que no rompía
con el pasado divinizando las obras maestras de la Grecia y dignificando por medio
de explicaciones morales y racionales hasta cierto punto a los dioses del viejo
Olimpio, durante tanto tiempo protectores del imperio, sedujo a Juliano, quien
jamás había practicado sinceramente una religión que le fue impuesta por el asesino
de su hermano y de toda su familia. En cuanto dejó Juliano penetrar sus secretas
tendencias los sofistas crecieron, sorprendidos y felices al encontrar uno de ellos en
un príncipe de la familia Flaviana, tan fatal para el paganismo. Juliano se encontraba
todavía en Atenas cuando ya su condiscípulo San Basilio preveía que el cristianismo
31
iba a tener en él un peligroso enemigo. En efecto, en cuanto subió al trono, profesó
públicamente el antiguo culto y ordenó la reapertura de los templos paganos. Esto
era desconocer de un modo extraño la sociedad que iba a regir y una pretensión de
volver a dar vida a aquello que la muerte había herido por tan legítimo modo. Si
Juliano hubiese vivido más tiempo hubiera expiado sin duda y con verdadera
crueldad aquella inopinada regresión a lo pasado. Tiene solamente en su abono que
no intentó siquiera hacer triunfar la reacción ayudándose de la violencia: "Yo no
quiero —escribía— que se haga morir a los galileos ni que se les moleste
injustamente, ni que se les maltrate sea en la forma que sea; pero quiero de un modo
absoluto que sean preferidos los adoradores de los dioses." En su consecuencia
promulgó un edicto de tolerancia que permitió los sacrificios prohibidos por
Constancio y llamó a todos los desterrados por los partidos religiosos. "Igualdad y
justicia para todos", tal era su divisa. Dejó, en efecto, a los galileos, como llamaba
a los cristianos, la misma libertad de conciencia que Constancio había dejado a los
paganos; pero a pesar de esto puede reprochársele la promulgación de una
ordenanza pérfida, por la cual se prohibía a los cristianos que enseñasen la retórica
y las bellas letras, con el pretexto de que nada podían enseñar de una literatura llena
de ideas y de creencias contra las cuales pronunciaban constantemente sus
anatemas.
Para sí mismo adoptó Juliano una sencillez extrema y algunas veces se mostró él
como el más rígido estoico. Cuando entró en palacio encontróse con 1.000 oficiales
de casa y boca, pertigueros, etc. Juliano despidió en seguida a todos estos
domésticos inútiles y sumisos. Las economías que hizo en la casa imperial le
permitieron disminuir seguidamente los impuestos de una quinta parte. Sus cartas,
sus obras (el Misopogón, los Césares) prueban una grande y seria actividad de
espíritu, dirigida siempre al bien.
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Cuando Juliano se alejó de las fronteras, los bárbaros, contenidos durante algún
tiempo por el temor que lograra inspirarles, volvieron a emprender el camino que
conducía a las provincias romanas. Los alómanos y burgundios cruzaron el alto
Rhin; los quados y los sármatas el Danubio; los francos salieron de sus
acantonamientos del Rhin inferior y los piratas sajones cubrieron de nuevo el mar.
En la Bretaña los pictos y escotos descendían de sus montañas. En África un jefe
moro, Firmo, hacía estallar una sublevación. Parecía que todo el mundo bárbaro se
levantaba para asaltar al imperio que se tambaleaba lleno de humillación.
Valentiniano tuvo el valor necesario para hacer frente a tantos peligros; sus hábiles
generales Jovino, Sebastián y principalmente Teodosio, le ayudaron en su ruda
tarea. En el año 365 Valentiniano se estableció en París para velar más de cerca
sobre los bárbaros; degradó a los cuerpos que se habían dejado quitar sus banderas,
y más seguro después de éste rasgo de severidad que recordaba los tiempos
antiguos, marchó con su ejército contra los alomanos, a los que derrotó cerca de
Chalons (366). Dos años después uno de sus reyes, Rando, sorprendió un día de
fiesta la ciudad de Maguncia y se apoderó de un rico botín llevándose gran número
de cautivos. Expediciones parecidas se preparaban; la liga de todos los alomanos
estaba en movimiento. El emperador adoptó la política de Diocleciano, de Tiberio
y de Augusto y sembró la división entre los bárbaros. Los bugundios que habían
adquirido ya cierto grado de civilización, entraron en tratos con los romanos y
opusieron su fuerza a los alómanos. Luego Valentiniano franqueó el Rhin con un
ejército numeroso y consiguió derrotar a aquellas inquietas tribus cerca de Salzbach
(368). Una buena parte del siguiente año la dedicó a reparar las fortificaciones que
guardaban los pasos del río y dio comienzo, sobre el Neckar, en las cercanías de
Manheim, a grandes obras, a las que quería dar extraordinaria importancia. Para
poner bien a las claras a los ojos de los bárbaros que el imperio estaba dispuesto a
tomar frente a ellos una actitud agresiva, penetró en el amplio valle del Mein que
se interna hasta el corazón de Germania. El rey alomano Macrian, intimidado,
solicitó la paz y Valentiniano hizo su entrada triunfal en Tréves con su hijo
Graciano, al regresar de esta feliz expedición. El poeta Ausonio, de Burdeos, que
era preceptor del joven príncipe y Símmaco, el último orador de Roma, celebraron
estas empresas que devolvían a Galia su seguridad.
Mientras se realizaban estas operaciones en el Rhin, los reyes del mar, los sajones,
habían sido rechazados de las cortes que tenían costumbre de asolar, y el conde
Teodosio, el padre del futuro emperador, lograba adquirir en la Bretaña un
renombre parecido al que en otros tiempos consiguió Agrícola; pero Teodosio no
tenía un Tácito por yerno. Consiguió librar a los bretones de los pillajes de los
pictos, restableció la dominación romana, casi desconocida ya en la isla y la
consolidó merced a su hábil administración. Poco después llevó a África idénticas
mejoras altamente beneficiosas para el imperio. Las exacciones de los últimos
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gobernadores y las crueldades de éstos hacia los donatistas habían excitado de tal
suerte el desafecto que el moro Firmo pudo fácilmente conquistar una considerable
parte del país. Teodosio reprimió esta revolución, y después de la muerte de
Valentiniano devolvió el orden y la tranquilidad a la provincia, pero envuelto en
una odiosa intriga, a pesar de su inocencia y de los grandes servicios prestados a
Roma, fue decapitado en Cartago.
En el gobierno interior de las provincias Valentiniano era duro, muchas veces cruel;
casi puede decirse que únicamente tenía un castigo para todos los delitos: la muerte.
Si llegásemos a creer cierta sospechosa noticia, diríamos que albergaba en su
palacio dos osos monstruosos a quienes arrojaba a los criminales para que los
destrozase a su presencia. En los asuntos religiosos tuvo para con todas las creencias
principios de tolerancia, aunque él pertenecía a la Iglesia ortodoxa; sólo los
magicianos que por aquella época pululaban mucho, fueron vivamente perseguidos.
Sus sabias leyes contra la exposición de los niños, para la disciplina de las escuelas,
sobre los médicos y el establecimiento en las ciudades provinciales de patronos ó
defensores de la población demuestran que Valentiniano no fue solamente un
hombre de guerra. Desgraciadamente para el imperio murió pronto en una
expedición que realizó contra los quados. Estos pueblos a los que quería castigar
por una incursión que habían hecho en la Iliria, le enviaron en cuanto llegó a ellos
la noticia de su proximidad, una humilde embajada, que el emperador se negó a
escuchar. Cuando hubo devastado despiadadamente su país consintió en recibir a
los diputados que le enviaban, y cuando les habló, lo hizo tan apasionada y
calurosamente que se le rompió una arteria del pecho, expirando a los pocos
minutos (375).
Esta, que venía preparándose desde dos siglos antes, ofrecía amenazador aspecto.
El pueblo que la decidió era extranjero a la raza germánica. Era el formado por las
tribus de los hunos, pertenecientes a la raza mongola, según parece colegirse de la
descripción que nos han dejado los antiguos escritores respecto de los caracteres y
costumbres de estas hordas feroces. Los hunos eran nómadas, y apenas si conocían
los lazos sociales; sus tribus obedecían en sus expediciones a jefes particulares,
quienes algunas veces se entendían y obraban de acuerdo para llevar a cabo
empresas comunes. Atila, uno de ellos, fue el primero que supo hacer reconocer su
autoridad a todas aquellas tribus. Los hunos eran todos jinetes y no tenían más
vivienda que sus tiendas ó sus chozas. Áridos y crueles, como esos mongoles de la
Edad Media, que a las órdenes de Djenguyz-Khan (Gengis-Khan) asesinaron a
cinco o seis millones de hombres, arrebataban el oro y la plata, no para utilizarlos,
pues desconocían su uso, sino con el exclusivo afán de poseerlos y para aumentar
sus inútiles tesoros emprendían desastrosas expediciones contra los pueblos
civilizados. Sus incursiones, rápidas e inesperadas, aterrorizaban mucho más que
las de ningún otro pueblo bárbaro de aquel tiempo, porque por allá por donde
cruzaban, lo destruían todo por el placer único de destruir. Atila, su gran jefe, se
jactaba más tarde de que la hierba no volvía a crecer en donde ponía la planta su
caballo; se decía que había nacido de 1a unión de demonios y hechiceras, y su
crueldad para con las mujeres, que los germanos respetaban siempre en sus
incursiones, parecía confirmar este origen impuro.
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¿Qué país fue su primitivo asiento? ¿Qué causa les indujo a emigrar hacia el Oeste?
Se ignora. Solamente se sabe que cuando comenzaron los movimientos de las tribus
escandinavas y germánicas las hordas nómadas del Asia occidental, levantaron sus
tiendas y se aproximaron al Oeste. Su marcha, mil veces interrumpida por la tenaz
resistencia de algunas tribus, recobraba su curso en cuanto habían vencido la
resistencia del pueblo que a su paso se oponía. Esto ocurrió también en tiempo de
Valente. Los hunos franquearon los Urales y subyugaron a los alanos que habitaban
el país comprendido entre el Volga y el Mar Negro. Una parte de este pueblo huyó
a la tierra que existe detrás del Cáucaso, y allí habitan todavía sus descendientes: la
otra siguió a los vencedores que después de atravesar los planicies de la Sarmacia
se encontraron frente al gran reino de los godos.
Esta nación germánica que había descendido paulatinamente desde las bocas del
Oder hasta el Danubio y el Ponto Euxino, estuvo en sus principios dividida y
gobernada por numerosos jefes; pero Ermanarico logró reunir la mayor parte de las
tribus que la formaban y fundó un Estado poderoso, el reino de los ostrogodos, ó
godos del Este, que se extendía desde el Báltico hasta el Mar Negro. Gran número
de pueblos se le habían sometido. Este reino hubiera contenido seguramente la
incursión si en el momento de iniciarse ésta no hubiera estado ya también en plena
disolución. Cuando el viejo Ermanarico supo que se acercaba el enemigo, a pesar
de su avanzada edad, pues contaba a la sazón ciento diez años, hizo grandes
preparativos para repelerla, pero las tribus vasallas del viejo rey demostraron poco
calor en la defensa de su territorio. Dos jefes roxolános deseosos de vengarse de la
muerte que había dado el rey a una hermana suya a la que hizo perecer a los pies de
sus caballos porque su esposo se había negado a tomar las armas, intentaron
asesinarle; otros jefes le negaron su obediencia: el viejo rey, desesperado, se
atravesó con su espada. Su sucesor, Withimiro, fue vencido y muerto. Dejó un hijo,
todavía niño, que debió su salvación a Alatheo y Saphrax, dos guerreros godos que
habían servido mucho tiempo en las filas romanas. Dejando que la nación goda se
sometiese a los vencedores, los dos guerreros, con el real niño, lograron huir
haciendo hábil marcha en el interior del país y escaparon de la persecución de los
hunos, ocupados en aquellos momentos en combatir a un nuevo enemigo.
Atanarico, jefe de los godos del Oeste, había avanzado hasta el Dniéster para
impedirles el paso del río, pero la caballería de los hunos cruzó la corriente durante
la noche y la atacó por la retaguardia. Precisado a retroceder, se situó cerca de Pruth;
allí, Atanarico quiso construir varias fortificaciones que uniendo los Cárpatos al
mar hubiesen detenido la arrolladora marcha de las salvajes hordas, pero su pueblo,
descorazonado, prefirió abandonar el país y mendigar un asilo en las tierras del
imperio. Aquel bravo jefe no quiso para sí tal vergüenza ó no se atrevió a confiar
37
en la hospitalidad de Valente, y se lanzó con un puñado de guerreros fieles a pelear
en las montañas contra los invasores (375).
Cuando el emperador supo que los restos de la nación goda le tendían suplicantes
sus manos, su orgullo le hizo olvidar toda prudencia, y abrió el imperio a aquella
multitud, que contaba todavía con más de 200.000 combatientes. La única
condición que les impuso fue que entregaran sus armas y que diesen en rehenes
algunos de sus hijos, los cuales fueron enviados a las pequeñas ciudades del Asia
Menor. Los bárbaros se sometieron a todo; pero los oficiales imperiales, viéndoles
desarmados y abatidos, les entregaban solamente víveres a un precio subidísimo.
Los recursos de los sometidos pasaron pronto a manos de los romanos, luego sus
esclavos y luego sus hijos, a los que se vieron precisados a vender. Cuando nada les
quedó tomaron por la fuerza lo que se les negaba y se dedicaron a merodear por el
país. No habían entregado todas sus armas y además se fabricaron ellos mismos
otras nuevas: Alatheo.y Saphrax, que por aquel tiempo forzaron el paso del
Danubio, vinieron a reunirse con sus compañeros aumentando su número y su
confianza. La Tracia entera fue entonces saqueada: los hunos y los alanos corrieron
también a tomar parte en la devastación.
Valente reunió sus fuerzas para combatirles, y pidió ayuda a su sobrino. Graciano
prometió enviárselas, y estaba dispuesto a hacerlo, pero un joven alomano que
formaba parte de su guardia, y que se hallaba con licencia en su patria, habló entre
sus compatriotas de estos preparativos, y los alómanos, creyendo favorable aquella
ocasión, inmejorable pana atacar las desguarnecidas fronteras, intentaron forzarlas,
obligando a Graciano con este movimiento a retener las tropas que destinaba a
Valente. Mientras pasaba esto aumentaba el peligro de día en día. Todos los
bárbaros establecidos en las provincias del Danubio, todos los cautivos germanos
que los emperadores habían desterrado allí, corrieron a reunirse con sus hermanos.
Durante más de un año, las legiones intentaron inútilmente contener esta
devastación. Al fin, en el 378, Valente llegó con parte del ejército de Oriente:
Graciano estaba también en marcha.
El emperador quiso evitar que los bárbaros se uniesen, y avanzó contra ellos antes
de que esa temida unión se realizara, pero Fritigern, el jefe de los bárbaros, conoció
su intención; le entretuvo durante algún tiempo con fingidas negociaciones y
después, cuando hubo reunido todas sus fuerzas, atacó a Valente cerca de
Andrinópolis, el día 9 de Agosto del año 378. La derrota sufrida por los romanos
fue aún más desastrosa que la de Canas. Apenas pudo librarse de la muerte una
tercera parte del ejército de Valente; éste, herido, fue transportado a una colonia, a
la que los bárbaros prendieron fuego: el emperador murió entre las llamas. Toda la
llanura, hasta las murallas de Constantinopla, sufrió los más horribles estragos. La
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emperatriz Dominica defendió la capital con la ayuda de algunas tropas de
sarracenos que llamó y que le enviaron desde el Asia. Los hijos del desierto de
Arabia, se encontraron por vez primera frente a los hombres del Norte: dos siglos y
medio después debían volver a encontrarse al otro extremo del Mediterráneo.
Graciano, más afortunado, derrotaba por aquella misma época a los alómanos cerca
de Colmar. Pero el imperio de Oriente estaba sin jefe, y Graciano no podía pensar
en unir esta pesada corona a la que ya llevaba; por esto, y para la dificilísima tarea
de reparar el inmenso desastre que el imperio lloraba, se fijó en el hijo del valeroso
conde, Teodosio. Después del desdichado fin de su padre, Teodosio se retiró a
España, su patria. Allí permanecía cuando Graciano le llamó, en 19 de Enero del
379, para darle, con el título de Augusto, las prefecturas de Oriente y de la Iliria.
Teodosio se puso atrevidamente a la obra. El Asia estaba a la sazón tranquila,
gracias a una medida atroz. Todos los godos enviados como rehenes a aquellas
provincias, habían sido convocados en una misma fecha en las metrópolis para
recibir donativos en dinero y para repartir las tierras: las tropas les esperaban allí.
Sorprendidos y sin medios de defensa, fueron asesinados. Sus padres y hermanos
les vengaban en la Tracia. Teodosio tenía que reorganizar un ejército casi disuelto
y necesitaba devolver a sus soldados el valor y la confianza que habían perdido. Lo
consiguió procurándose ocasiones de librar mil combates de poca importancia, en
los que siempre vencía gracias a su cuidado de alcanzar las mayores ventajas antes
de trabarlos. Esta era la vieja táctica de Fabio Cunetator, en sus luchas contra
Aníbal: táctica que esta vez tuvo más rápido éxito. Teodosio logró que no cayese
ninguna plaza fuerte en poder del enemigo, cuyo número iba disminuyendo merced
a las defecciones que provocaba. De esta suerte, sin haber ganado ninguna
memorable batalla, obligó a los godos a que le hicieran proposiciones de paz,
Fritigern, el vencedor de Andrinópólis, había muerto; el valiente Athanarico, su
sucesor, se dejó atraer a Constantinopla y allí, desvanecido ante el esplendor de
aquella pomposa corte, decidió a su pueblo a aceptar las condiciones propuestas por
el emperador (Octubre de 382). Por lo demás, y en el fondo, Teodosio les daba lo
que querían. Les estableció en la Tracia y en la Mesia con la misión de defender el
paso del Danubio: 40.000 guerreros fueron admitidos en las filas imperiales. Esto
era tanto como entregarles el imperio, porque aquellos godos, que siguieron a las
órdenes de sus jefes nacionales, y con su organización militar, sintieron pronto
despertar en ellos sus instintos de botín y la necesidad de emprender aventuras. Más
adelante, algunos años después, después de haber asolado Grecia é Italia, se
apoderarán de Roma, y la guerra que irá con ellos hasta el corazón del imperio hará
caer las barreras que lo defendían, y sobre ellos pasarán las olas de la formidable
invasión.
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Pero, por el momento, Teodosio había puesto fin a una situación desastrosa y el
imperio, que se creyó salvado, le mostró su reconocimiento. Los tristes
acontecimientos de que el Occidente fue teatro y que retrasaron algunos días la
reunión bajo su autoridad de toda la herencia de Augusto, aumentaron su renombre.
Principalmente la Iglesia, desembarazada por él del arrianismo, vio en Teodosio un
nuevo Constantino, y el epíteto de Grande se añadió al nombre del último dueño
del mundo romano.
Este príncipe se había pronunciado ya de una manera explícita contra los arríanos.
En el año 380 había recibido el bautismo, promulgando más tarde edictos a favor
de la doctrina ortodoxa y lanzando de su silla al patriarca de Constantinopla.
Damófilo, a quien sustituyó por Gregorio Nazianceno. Un concilio que se reunió en
Constantinopla (381), condenó nuevamente la herejía y confirmó el símbolo de
Nicea. Justina, cuyas desgracias provenían de su excesivo celo a favor del
arrianismo, confiaba, sin embargo, pues Teodosio se había casado con la bella Gala,
hija de la emperatriz; y ésta, a pesar de sus imprudencias, podía contar con el apoyo
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de su yerno. Teodosio dudó durante algún tiempo; pero cuando supo el descontento
general que con sus duras medidas había levantado Máximo en Italia, se decidió a
arriesgarse en la empresa.
Antes de expirar (17 Enero del 395), repartió el imperio entre sus dos hijos Arcadio
y Honorio; separación irrevocable que dura todavía en la religión y en la
civilización diferentes de estas dos mitades del mundo antiguo. Un acto de suma
grandeza honra a Teodosio. El pueblo de Tesalónica, en una sedición mató al
gobernador y a muchos oficiales imperiales. En una circunstancia parecida,
Teodosio había perdonado a los habitantes de Antioquía; pero esta vez se dejó llevar
por su violenta cólera y dio órdenes tan severas que el castigo costó la vida a más
de 7.000 personas. Tal mortandad produjo en todo el imperio un sentimiento de
horror. Cuando Teodosio se presentó poco después a las puertas de la catedral de
Milán, San Ambrosio tuvo valor suficiente para detenerle; le reprochó el crimen
que había cometido en presencia de todo el pueblo y le prohibió que entrase en la
iglesia y que se acercase a la sagrada mesa. Teodosio aceptó resignado la penitencia
pública que el obispo le imponía en nombre de Dios y de la humanidad ultrajada.
Durante ocho meses el emperador no cruzó el atrio del templo.
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Resumen
Diocleciano
El jefe de la guardia imperial, el dálmata Diocleciano, se ciñó la diadema imperial en los
momentos confusos que siguieron a estos asesinatos. De origen humilde, duro, económico
y valiente, ascendió a los primeros puestos por su clara inteligencia, prudencia y talento
administrativo, más que por sus hazañas guerreras. Durante su gobierno (284-305) se
dedicó con gran tenacidad a estructurar el régimen del Dominado, caracterizado por la
implantación definitiva del absolutismo y por la reforma de la administración y de la
burocracia. Las tribus bárbaras de la frontera del Rin cometieron depredaciones en la Galia,
que se levantó contra los romanos, mientras otras tribus amenazaban por el Danubio y en
Oriente los sasánidas restauraban el sentimiento nacional persa.
Ante tantas dificultades y para salvar al Estado a costa de sus componentes y el prestigio
imperial mediante la división de la autoridad imperial procedió a poner en práctica su
proyecto. Durante la primera etapa (285) elevó a la púrpura y tomó por colega a Maximiano
Hércules, dividiendo el Imperio en una zona occidental latinizada con capitalidad en Milán
y otro oriental helenística cuya capital fue Nicomedia, en Asia Menor, que fue la sede
oficial de Diocleciano.
Batidos los bárbaros del Rin y restablecido el orden en Oriente, Diocleciano, volviendo al
sistema de las adopciones, nombró para cada augustus, el caesar que había de sucederles
en el cargo, siendo designados dos de sus generales más capaces (293) : Galerio para
Oriente y Constancio Cloro para Occidente, quedando inaugurado el sistema que se ha
llamado tetrarquía. Esto produjo ventajas inmediatas, fue recobrada la Bretaña, vencidos
los bárbaros y los persas y pacificado Egipto y África, recobrando sus fronteras, su
estabilidad y la tranquilidad el Imperio.
Después de una despiadada persecución contra los seguidores de Cristo (303), abdicó con
Maximiano el gobierno (305), quedando como Augustos los dos Césares y como sustitutos
de éstos Maximino Daya y Severo, amigos de Galerio y oficiales ilirios también,
defraudando las esperanzas de Constantino y de Majencio.
Sucesores de Diocleciano
Había transcurrido cerca de un milenio desde el tiempo en que los marinos de Megara
habían fundado en la punta más extrema europea del Bósforo la modesta colonia de
Bizancio (657 a. de Jesucristo) cuando se inauguró en este mismo lugar Constantinopla
(330 de J. C.), la nueva capital del Imperio romano reformado, mandada construir por el
hábil político Constantino. Aun cuando con este traslado de capitalidad quedaba fundado
el Imperio de Oriente, el siglo IV fue sólo un preludio de historia bizantina y sólo al final
de éste (395), cuando Teodosio el Grande divide sus territorios desmesurados entre sus
hijos Arcadio y Honorio, que habían de reinar en Oriente y Occidente respectivamente, es
cuando de hecho nace el Imperio bizantino, instituyéndose un nuevo equilibrio mundial al
constituirse como un factor constante de salvaguardia para Occidente como llave y frontera
oriental de la Cristiandad, al mismo tiempo que en un fuerte agente civilizador del Oriente
manteniendo una cultura en parte de tradición grecorromana, si bien ésta, con el tiempo, se
fue diluyendo en otras de carácter helenístico y oriental.
El 11 de mayo del año 330, Constantino el Grande trasladó la capital del mundo
romano a Bizancio, ciudad situada en la entrada del Bósforo, junto al mar de
Mármara, en la bahía del Cuerno de Oro, entre Europa y Asia y no muy lejos de
África. Ese mismo día señala el comienzo del lmperio bizantino.
Aunque la unidad del Imperio subsistió, poco a poco, alrededor de Constantinopla,
se forjó una unidad monárquica que, cuando el gran Teodosio, en 395, repartió sus
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Estados entre sus dos hijos : Honorio y Arcadio, la separación entre Oriente y
Occidente se consumó definitivamente.
La formación del imperio bizantino, se llevó a cabo entre los años 395 y 518, dos
crisis comenzaron a dar su fisonomía propia a la parle oriental del Imperio.
1 " La crisis de la invasión de los bárbaros. Púdose creer que Bizancio, al igual que
Roma, no podría resistir el embate de los visigodos de Alarico en el inicio del siglo
V, de los hunos de Atila a mediados de este mismo siglo, y de los ostrogodos de
Teodorico al finalizar el siglo V. Una casualidad feliz hizo que esas tres oleadas de
barbaros se desplazaran hacia el Occidente, y mientras Roma se hundía, Bizancio
permanecía en pie.
Herederos de Constantino
Los emperadores que siguen tienen que enfrentarse con el doble problema del
arrianismo y el neopaganismo y con el creciente peligro exterior de las invasiones
germánicas. Joviano (363-64), elegido por los soldados, firma la paz con los persas
tras renunciar Roma a sus reivindicaciones en Mesopotamia. Valentiniano I (364-
375) elegido por la corte eleva a la dignidad de Augusto y corregente a su hermano
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Valente en Oriente, defendiendo las fronteras frente a los ataques de los bárbaros.
El primero moría de apoplejía y Valente combatiendo al grueso del pueblo godo en
la batalla de Adrianópolis (378). Aprovechando la catástrofe, los godos recorrieron
los Balcanes, pasando todo el país a sangre y fuego.
En el año 395 moría, dejando el Imperio repartido entre sus hijos Arcadio (Oriente)
y Honorio (Occidente). Con esto quedaba dividida para siempre la antigua unidad
imperial. En Occidente el ministro de origen vándalo, Estilicón, defendió el reino
de Honorio contra los ataques visigodos, a cuyo frente venían Alarico y Radagaiso,
pero perdió la Britania y parte de Hispania invadidas por los bárbaros. Muerto
Estilicón por orden del emperador (408), los godos de Alarico saquean Roma (10),
mientras los franceses ocupan la Galia. Con su sucesor Valentiniano III (423-55),
el hábil general Aecio detentó el poder por espacio de veinte años (433-454). Su
espada puso cierto orden en el Imperio, venciendo a los burgundios y visigodos,
siendo amigo de los hunos por haber residido entre ellos como rehén, hasta que
rompió con Atila al invadir éste la Galia, venciéndole Aecio y sus aliados francos
y godos en los Campos Mauriacos (451). Asesinado Aecio de propia mano del
emperador (454), fue vengado al año siguiente por sus soldados. Con la muerte
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de Valentiniano III termina la dinastía teodosiana y el Imperio de Occidente entra
en la agonía. Nueve emperadores se suceden en veinte años.
El año 476, Rómulo Augustulo era depuesto por el jefe de los hérulos, Odoacro,
llegando con este hecho a su fin el Imperio romano de Occidente. No se puede
acusar ni a los bárbaros, que le asimilan, ni al cristianismo de la muerte física del
Imperio. Las causas de su disolución fueron otras: el principio electivo, causa grave
de disensiones, el estatismo y totalitarismo burocrático, la excesiva extensión y su
larga duración, la general crisis económica, la insuficiencia moral y religiosa del
mundo antiguo, la despoblación y la descomposición interior, el exceso de la masa
provinciana y hasta bárbara sobre los puros romanos o ciudadanos romanizados, el
aumento de población en las ciudades, unido al problema del hambre y de la falta
de trabajo, la dislocación política del Bajo Imperio, el reclutamiento en las
provincias de las clases directoras que no sentían el patriotismo y, la incapacidad
de asimilar las masas a la organización de la ciudad-Estado, base del mundo
grecorromano, fueron, entre otras, las causas que arrastraron fatalmente a Roma en
su caída.
47
Diocleciano, dinastía constantiniana, teodosiana y leoniana
48
EL IMPERIO ROMANO DE ORIENTE (395-717)
La muerte de Teodosio (17 Enero del año 395) marca de una manera general el fin
del antiguo mundo romano. Por una parte, el cristianismo había vencido, siendo de
hecho la religión del Estado, mientras que el antiguo culto, despojado de su carácter
especial y político, caía en el rango de religión proscripta; y por otra parte, la
división de los dos imperios, varias veces practicada, llegó á ser definitiva.
Teóricamente no formaban más que un solo todo (commune imperium divisis
tantum sedibus); pero á pesar de las vanas fórmulas, y á pesar de los esfuerzos que
más tarde intentara Justiniano, la unidad material estaba rota, y algunas de las más
ricas provincias, ocupadas por reyes bárbaros, sólo volverán á unirse por un lazo
ficticio. Los dos imperios, cuya separación acabó á fin del siglo IV, tuvieron desde
el primer momento una fisonomía y un porvenir distintos.
49
Además, estas consideraciones geográficas van bien cuando se trata de la capital.
Aquella ciudad, á la que Constantino dió su nombre, y de la que quiso hacer la
nueva Roma cristiana, está emplazada perfectamente para servir de centro á un gran
Estado. En los confines de dos mundos, unía sus elementos de fuerza y de riqueza;
alejada de las fronteras, no estaba constantemente expuesta á los ataques por tierra,
y situada á lo último de un mar cerrado, no se veía á merced de los asaltos navales.
Vastas y sólidas murallas aumentaban estas ventajas, y por eso, á pesar de haber
sido sitiada varias veces, sólo la tomaron cuando la situación general del Imperio
hizo inútil toda resistencia. Comercialmente, Constantinopla era el puerto natural
entre Oriente y Occidente, y durante la Edad Media los navios de todas 1as
comarcas hallaron cabida en su vasto puerto y en el Cuerno de Oro (Chysokeras).
El helenismo.
He aquí los hechos en que se tradujo esta influencia del helenismo. Las poblaciones
no estaban dispuestas, en su mayoría, para resistencias heroicas; pero, al menos,
hallábanse ligadas al Imperio, que personificaba su civilización y sus creencias, y á
falta de un vivo patriotismo, sentían un espíritu de cohesión. Sería injusto juzgarlas
por los relatos de los cronistas, que hablan de la plebe holgazana, corrompida y
fanática de Constantinopla. Si esta hez de la capital y de algunas grandes ciudades
se señaló por sus agitaciones y sus desórdenes, vivió en los campos y en los pueblos
una clase trabajadora más numerosa y más tranquila, que no atrajo la atención de
los escritores. Su actividad se tradujo en hechos económicos, los campos
50
adquirieron fertilidad, prosperaron muchas industrias, y el comercio griego, durante
la primera parte de la Edad Media, no tuvo rivales. Esta clase sana y laboriosa tuvo
el espíritu helénico, y en su literatura ocupó un señalado puesto el sentimiento
nacional.
A estas causas, que actuaron de un modo permanente, vinieron á unirse otras de una
importancia pasajera. Después de la caída del imperio de Occidente, los bárbaros
mostraron un respeto supersticioso hacia los emperadores de Bizancio. Durante el
reinado de Teodósio, al fin del siglo IV, el rey godo Atanarico decía en
51
Constantinopla: «Ahora veo el esplendor de esta ciudad, cuyas maravillas no podía
creer”, y añadió: «El emperador es un dios terrenal, y quien levante la mano contra
él está perdido.»
Más tarde habían de inclinarse también ante él los reyes bárbaros, dueños de las
provincias de Occidente. Odoacro hizo llevar al emperador Zenón las insignias
imperiales, solicitando «la dignidad de patricio y el derecho de gobernar las
poblaciones italianas”. El Senado de Roma le pidió también que, en lo sucesivo,
fuese el jefe común de los dos imperios. Teodorico se declaró súbdito (servus) del
emperador. Obligados á combatir al emperador, los reyes ostrogodos imploraban,
sin embargo, la paz. Clodoveo recibió entusiasmado las insignias de cónsul que le
envió Anastasio. Los príncipes merovingios y los reyes borgoñones multiplicaron
sus testimonios de sumisión. Más tarde, después de la disputa de los iconoclastas y
cuando fué conferida á Carlomagno la dignidad imperial, el prestigio de los
soberanos de Constantinopla se debilitó.
Sin embargo, aún se ve al poderoso Otón pedir para su hijo la mano de una princesa
bizantina.
Geografía y administración.
Los títulos honoríficos más importantes eran los de patricios y los de conde (éstos
divididos en varias clases). Subsistían el consulado, la pretura, la cuestura, el
tribunado, pero sólo eran magistraturas honoríficas.
Arcadio
54
Teodosio II.
Durante el reinado de su hijo, que fue emperador á 1ª edad de siete años, el palacio
(según afirma entusiasmado el historiador eclesiástico Sócrates) se convirtió en un
verdadero monasterio, dirigido por Pulquería, hermana y tutora del emperador. Allí
se rezaba, se ayunaba, se cantaban himnos, y se gobernaba poco y mal. «Durante el
reinado de Pulquería —escribió el pagano Eunapio, á quien, realmente, podría
acusarse de parcialidad— se ponían á la venta las naciones entre aquellos que
deseaban comprar las prefecturas, disputándoselas en las mesas públicas como las
mercancías en el mercado.» La pueril educación dada por Pulquería á Teodosio, le
convirtió en un pobre figurante. «Le enseñó á presentarse en las ceremonias con la
actitud seria y digna de un emperador, á llevar sus vestiduras, á andar, á sentarse, á
contener la risa, y, según el momento y el lugar, á manifestarse bondadoso ó
temible.» (Sozomenes.) Esta educación dió sus naturales frutos. Siendo incapaz de
reinar, Teodosio dejó que mandasen Pulquería ó los favoritos, como el eunuco
Crisafo. Firmaba lo que le ponían delante, y hasta abandonó el cuidado de buscar
mujer, encomendándoselo á su hermana, la cual eligió á Atenais, hija de un filósofo
de Atenas, que fué repudiada después. Teodosio compartió su inútil existencia entre
la iglesia y el circo; discutía con los obispos «como un sacerdote viejo», y formaba
parte de las facciones del Hipódromo. Fué desconfiado y cruel. Condenó á muerte
á Paulino, un amigo suyo de la infancia, á quien acusó de sostener relaciones con la
emperatriz. Al prefecto Ciro, que había ensanchado y hermoseado la ciudad, le
destituyó, por haber oído que le aclamaban en el circo. Entretanto, reinaba el
desorden por todas partes. En Asia, los isaurios salieron de sus montañas, se
apoderaron de Seleneida y devastaron la comarca circunveciña. Las fronteras
fueron atacadas por todos lados; los persas se prepararon para la guerra; los
sarracenos saquearon las regiones orientales; los vándalos asolaron las costas, y,
por último, la invasión de los hunos amagó con destruir el Imperio. Ya antes de 434,
Teodosio tuvo que negociar con Rona, huno, y pagarle tributo. Atila reunió bajo su
mando todas las fuerzas de los hunos y devastó el Imperio, humillándole durante
siete años. Teodosio pensó en asesinarle é intentó sobornar á Edecón, enviado de
Atila, que se lo reveló todo á su rey. Prisco, agregado á la embajada que fué á visitar
á Atila (448), no ha ocultado las humillaciones que tuvieron que soportar los
enviados del Imperio. Atila, tan pronto les ordenaba que se quedasen como que se
fueran; obligábales á largos viajes por regiones salvajes, y si les invitaba á su mesa,
los colocaba junto á los bárbaros. Luego envió embajadores para que reprochasen
á Teodosio su perfidia y su cobardía. “Teodosio —le dijeron— se ha hecho indigno
del puesto de sus antecesores, se ha convertido en esclavo al pagar sus tributos.
Respete, pues, á quien debe, en vez de conspirar, como un esclavo pérfido, contra
la vida de su amo.»
55
Marciano.
León I el Tracio.
Como no había ley que regulase la transmisión de1 poder, los advenimientos tenían
un carácter tumultuoso. La dignidad imperial estaba á merced de todas las
aventuras. El patricio Aspar, general alano muy influyente, concedió la dignidad
imperial al tribuno tracio León, ex mayordomo suyo, y que reinó en su nombre. Al
cabo de muchos años de esclavitud, León fué libertado por la muerte de Aspar
(471). En el exterior, la situación del Imperio no era menos inquieta. Italia pidió un
emperador á León, que le envió á Antemio (467); pero como era también esclavo
de un bárbaro, el patricio Ricimero, cuando quiso conducirse como amo, tuvo que
sucumbir (Julio de 479), sin que León le hubiese defendido. Julio Nepote, marido
de su sobrina, al cual quiso nombrar emperador de Occidente (474), fué expulsado
por otro jefe bárbaro, el patricio Orestes. El vándalo Genserico le dictó órdenes
desde Cartago, arrasó las costas del Imperio, y en 468, cuando León se decidió á
enviar una flota contra él, su cuñado Basilisco logró traidoramente que fracasara su
intento.
Zenón.
El Imperio cayó más abajo todavía cuando sucedió á León 1 su yerno Zenón
(Febrero 474). Dos mujeres intrigantes y corrompidas, Verina, suegra de Zenón, y
Zenonida, mujer de Basilisco, fueron las que gobernaron, guiadas únicamente por
sus caprichos. Destituído por Basilisco (Febrero 476), Zenón tuvo que huir á la
montañosa Isauria, de donde procedía, y no consiguió regresar á Constantinopla
hasta después de más de año y medio (477). Otras revoluciones comprometieron
1
León I había dejado un nieto de cuatro años, hijo de Ariadna y de Zenón, pero este niño, proclamado
con el nombre de León II, desapareció bien pronto para dejar el puesto á su padre
56
luego su mando, que sólo empleó en satisfacer su crueldad y las más groseras
pasiones. Cuando quiso intervenir en las turbulencias religiosas con el Henoticon ó
Edicto de unión, lo único que logró fué agravarlas (482). Entretanto, en el Norte
aumentaba el poderío de los ostrogodos, y ya hemos visto la política que siguió
Zenón respecto á ellos.
Anastasio.
La Iglesia.
Durante aquel lamentable período la Iglesia griega, cuya influencia fué tan grande
en la política, no valía más que el Estado. Mientras que la Iglesia de Occidente,
activa y práctica, servía de intermediaria entre el mundo antiguo y los bárbaros, la
de Oriente gastaba su inteligencia y sus fuerzas en discusiones sutiles acerca del
dogma y en míseras disputas. Intrigantes ambiciosos, anacoretas exaltados y
sofistas la ocuparon y la gobernaron. Sus mejores jefes no supieron realizar nada
útil. Durante el reinado de Arcadio, San Juan Crisóstomo, arrebatado á la soledad
en que se exaltaba su imaginación con las prolongadas meditaciones místicas y las
abstinencias, fué nombrado patriarca de Constantinopla, no despojándose de su
espíritu monástico. Incapaz de gobernar á los hombres con arreglo á su
temperamento, sólo fué admirable por sus virtudes y por su elocuencia. Las luchas
que emprendió contra la sociedad que le rodeaba fueron estériles. La emperatriz
Eudoxia, á la cual había ayudado contra Eutropio, se volvió después contra él y le
derribó.
57
Constantinopla, se puso á la cabeza de la oposición , y e1 concilio de Efeso (431)
no pudo restablecer la paz. Los dos partidos recurrieron al emperador, quien sin
adoptar ninguna decisión dogmática bastante clara, desterró á Nestorio. Poco
después el monje Eutiques, al combatir el nestorianismo, negó la existencia de la
naturaleza humana después de la Encarnación, para no admitir más que la
naturaleza divina; esto era el monofisismo. Flaviano, patriarca de Constantinopla,
le excomulgó; pero la Iglesia, la corte y el pueblo estaban divididos. El concilio de
Efeso, en 449, se distinguió por las violentas escenas, á consecuencia de las cuales
se le llamó «bandidaje de Efeso». Dirigidos por Dióscoro, patriarca de Alejandría,
los partidarios de Eutiques se precipitaron sobre sus adversarios. Molido á palos por
Dióscoro y sus dos diáconos, Flaviano de Constantinopla murió tres días después.
En esto, como en la cuestión del nestorianismo, la Iglesia de Roma intervino para
restablecer el orden é imponer su autoridad. En el concilio de Calcedonia (451),
convocado por Marciano, sus legados ocuparon los puestos de honor y sus
definiciones dogmáticas fueron aceptadas.
Justino murió el día 1.° de Agosto de 527. Cuatro meses antes había adoptado á
Justiniano, de treinta y cinco años, sobrino suyo, afinado por la educación griega,
astuto y ambicioso, que se había apoderado del espíritu grosero de Justino.
Convertido en emperador, se propuso continuar tenazmente aquella política que no
carecía de grandeza.
2
Justino y Justiniano, naturales de Taresio, cerca de Uskub, es posible que fuesen eslavos. Todo
cuanto se ha dicho respecto á este origen, se funda en el testimonio de Juan Marnavitch (siglo XVII)
que pretende haberlo encontrado en cierto Teófilo llamado el Bogomita. Véase Krumbacher.
59
y debilidad que caracterizó su reinado, está en las obras de su historiador, Procopio,
secretario de Belisario, ensalza las conquistas y las guerras emprendidas por el
emperador; enumera las fortalezas, los trabajos de utilidad pública y los
monumentos, con que llenaba el Imperio; pero al mismo tiempo compone en la
sombra un terrible libelo en que mancilla ignominiosamente á todos aquellos de
quienes fué historiógrafo y panegirista.
Los retratos del emperador, hechos por sus contemporáneos, ofrecen contrastes que
debían existir en la realidad. En su cerebro, mal equilibrado, se unían pensamientos
elevados y sentimientos mezquinos; una idea exagerada del poder imperial
acompañaba á su espíritu, débil é inseguro. Avido de gloria y de conquistas,
desconfiaba de los generales á quienes se las debía, trabando sus empresas y
soportando con impaciencia sus victorias. Déspota y celo o de su poder, cedía á las
influencias de los que le rodeaban. Las dificultades imprevistas abatían
repentinamente su orgullo; una vez se le vió dispuesto á huir ante un motín. Incapaz
de ejercer con mesura y con tacto la autoridad imperial, le gustaba ocuparse en los
menores detalles, gastando sin provecho su inquieta actividad.
La lucha con los ostrogodos fué más larga. Italia, bajo el mando de Teodorico, había
recobrado la calma y la prosperidad tanto tiempo perdidas. Los católicos no podían
quejarse: Teodorico evitaba todo aquello que amenazase exaltar las pasiones
religiosas, y hasta el año 523 las disensiones no fueron graves. En esta fecha ordenó
Justino que las iglesias de los arríanos, muy numerosas é influyentes en
Constantinopla, fuesen devueltas al culto católico. Aunque no nombró para nada á
Italia, Teodorico comprendió que estaba amenazado. El partido católico italiano se
separó de él. Teodorico cedió á la cólera y mandó matar ó varios senadores,
acusados de estar en correspondencia con el Imperio. Una embajada, en la cual
figuró el papa Juan I, fue enviada á Constantinopla (526) para procurar que fueran
anuladas las disposiciones contra los arríanos. Justino aparentó colmar de honores
al papa; pero al tratar la cuestión del arrianismo, en la cual el papa sólo á disgusto
podía defender los intereses de Teodorico, no hizo más que concesiones parciales.
Cuando Juan I regresó á Rávena, enfurecido Teodorico, mandó que le encarcelaran
en unión de los senadores que le habían acompañado. El papa murió en la prisión
61
(Mayo 526) y se le consideró como un mártir. De este modo, la política imperial
puso enfrente de los ostrogodos á la Iglesia católica, omnipotente en Italia. Estaban
perdidos antes que se empeñase guerra alguna.
Los godos lucharon aún. En 542, su rey, Totita, atacó al ejército imperial; en 543
volvió á tomar Nápoles, y en 546 entró en Roma, de la cual le arrojó Belisario en
547. Careciendo de tropas y de dinero, Belisario salió de Italia en 549. Totila volvió
á Roma, reconquistó á Sicilia, Córcega y Cerdeña, y atacó también á Dalmacia, las
islas Jónicas y el Epiro. Un desastre naval cerca de Ancona y el nombramiento de
Narses, en 551, como general en jefe, modificaron la situación. La batalla de
Taginas (Junio ó Julio de 553), en la cual sucumbió Totila, puso fin á la destrucción
de los godos. Su sucesor, Teya, que se había fortificado al pie del Vesubio, murió
también con las armas en la mano (comienzos de 554). Narses triunfó en las orillas
del Volturno, en Casilino (555), del gran ejército franco-alamano. Los restos de los
godos, que habían tomado por jefe á Aligerno, hermano de Teya, se decidieron á
negociar, y entregaron á Cumes, donde se hallaban sus tesoros.
62
Italia había sido reconquistada, pero estaba arruinada. En un discurso que Procopio
atribuye á Totila, dirigido á los senadores de Roma, el rey godo les reprochaba su
ingratitud, comparando la paz y la prosperidad que gozaban en tiempo de la
dominación goda con las desgracias producidas por la intervención de Justiniano.
Campos y ciudades habían sido devastados. A despecho de la verdad y de las quejas
de Totila, la pasión religiosa concentró todos los odios contra los godos.. Su nombre
fué aborrecido; se les hizo responsables de las desgracias de Italia, y diez siglos
después, la ignorancia popular les consideraba todavía como destructores de los
monumentos antiguos.
Justiniano creyó que podía añadir España al Africa y á Italia. El rey visigodo Teudis,
cuyo auxilio solicitaron los ostrogodos, había atacado á los bizantinos en Africa,
apoderándose de Ceuta (544); pero vencido en seguida, no pudo conservar esta
ciudad. Uno de sus sucesores, Agila (549-554), vió formarse un partido contra él,
cuyo jefe, Atanagildo, llamó á los bizantinos. Justiniano se apresuró á intervenir;
las tropas imperiales, mandadas por el patricio Liberio, fueron bien acogidas por las
poblaciones católicas. Ocuparon á Cartagena, Málaga, Córdoba, y vencieron á
Agila cerca de Sevilla. Atanagildo, nombrado rey en 554-, consiguió contener los
progresos de sus aliados; pero no pudo quitarles los puertos y las ciudades que
habían conquistado en la costa.
Estas conquistas, que hicieron ilustre el reinado de Justiniano, costaron muy caras.
Para realizarlas fué preciso desguarnecer las fronteras, abandonándolas á los
ataques y á las invasiones.
El reino sasánida, fundado en Asia durante el siglo III, era enemigo natural del
Imperio bizantino en política y en religión.
Fiel á las doctrinas del Avesta, al dogma de un dios bueno y un dios malo (Ormuz
y Ahriman), y al culto del fuego, preparaba desde mucho tiempo la reconstitución
del imperio de los Aqueménides, mediante la conquista del Asia anterior, Cosroes
63
I. Anushiruán, cuyo reino fué más largo aún que el de Justiniano (531-579), figura
entre los monarcas sasánidas más hábiles y más enérgicos.
Justiniano, ocupado en las guerras de Occidente, desde 553, sólo pudo detenerle
comprando la paz á peso de oro. En 540, Cosroes devastó la Siria y se apoderó de
Antioco. Fue enviado contra él Belisario, que, aun con un ejército insuficiente, logró
impedir una nueva invasión en 541. Se le hizo regresar á la corte, y á su partida
siguieron otros desastres. En 545 se concertó una tregua de cinco años, á condición
de que el Imperio abonara un tributo anual á Cosroes; en 551 y en 555 hubo nuevas
treguas de cinco años, pagadas á peso de oro. Mientras tanto, se reanudaban las
hostilidades en el Cáucaso, donde Persia y Bizancio se disputaban la posesión de la
Lazica. Bassas, general griego, consiguió tomar á los persas la plaza fuerte de Petra,
y en 562, una paz de cincuenta años, dejó á la Lazica en poder de Justiniano, pero
obligándole á pagar anualmente 30.000 monedas de oro. Cosroes explotó también
contra el Imperio las divisiones del cristianismo, protegiendo á las iglesias
nestorianas, que eran muy numerosas en Persia.
La situación del Imperio en Europa era más grave todavía. Mientras Belisario y
Narses conseguían victorias en Africa y en Italia, las provincias más próximas á
Constantinopla eran saqueadas por los bárbaros. En 534 penetraron en el Imperio
los eslavos y los búlgaros 3, después de haber matado á Chilbud 4, el hábil general
que durante varios años había defendido el paso del Danubio. En 538, los búlgaros
saquearon la Escitia y la Mesia, derrotando á las tropas enviadas contra ellos. En
539 á 540, los hunos entraron á sangre y fuego, desde el Adriático hasta las
cercanías de Constantinopla, llevándose un considerable botín y 120.000
prisioneros. Algunas de sus bandas pasaron el Helesponto y saquearon las costas
del Asia: otras devastaron á Grecia, llegando hasta Corinto. En 547, los eslavos
asolaron la Iliria. Era tan grande el terror, que los habitantes abandonaban las plazas
fuertes, huyendo á las montañas y á los bosques. Los jefes enviados contra los
bárbaros iban tras ellos, sin acercarse. En 549 hubo otra invasión, llegando hasta el
mar Egeo y deteniéndose á una jornada de Constantinopla. En 551 volvieron á Iliria.
Los generales romanos, demasiado débiles para atacarles, se limitaron á seguirles,
degollando á los rezagados. En 558, los hunos, aliados de los eslavos, llegaron hasta
los muros de Constantinopla; sólo Belisario pudo salvar al Imperio una vez más.
Esta numeración, en la que sólo figuran las principales invasiones, basta para
3
Los búlgaros eran de raza uralo-altaica y así permanecieron junto al Volga. Al llegar al Danubio
se mezclaron con los eslavos.
4
Era de raza eslava, como otros generales de Justiniano. Los eslavos llegaron á los más altos cargos
del Imperio y hasta el trono, como Justino y Justiniano
64
demostrar que eran el azote del Imperio, y que los bárbaros no dejaban en paz las
provincias de Europa. Estas amenazas estaban previstas. Cuando Justiniano quiso
atacar al Africa, se le advirtió, según asegura Procopio, que no se podría sostener
en ella si no poseía á Sicilia, y que comprometería la defensa del Imperio y la de
Constantinopla. ¿Qué podía esperarse de una política que dispersaba en conquistas
lejanas las tropas que hacían falta para la salvaguardia del Estado? No fué solamente
á los persas á quienes se tuvo que pagar tributos ó dar tierras, sino á los gépidos, á
los alanos y á otros más.
Los bizantinos fueron siempre hábiles en el arte de las fortificaciones; pero para la
seguridad del Imperio no bastaban las murallas. En tiempo de Justiniano, los
ejércitos estaban mal organizados y peor administrados. Se componían, sobre todo,
de bárbaros, que, sin una vigorosa disciplina, llegaron á ser peligrosos. 'Todo lo
concerniente á la manutención de las tropas era objeto de escandalosas
depravaciones. Durante la guerra de Africa, cuando se abrieron los sacos que
contenían el pan destinado á los soldados, sólo se encontró una pasta agria. El
65
prefecto Juan el Capadocio, sólo lo había hecho cocer á medias, para que pesasen
más y le diesen mayores beneficios. Aquello produjo una epidemia que en pocos
días se llevó á 500 hombres, y á pesar de las quejas de Belisario no se castigó al
prefecto. Alejandro el Logoteto se apropiaba una parte del sueldo de las tropas, y
sus rapacerías motivaron numerosas deserciones. Se dejaba sin recursos á los
mejores generales, y así se explica la larga duración de la guerra contra los
ostrogodos. En 545, Belisario escribió al emperador que acababa de llegar á Italia
«sin soldados, sin caballos, sin armas y sin dinero». No pudo reunir en Tracía y en
Iliría más que un corto número de soldados bisoños; los que halló en Italia estaban
desalentados porque no se les pagaba, y muchos se pasaron al enemigo. Era muy
difícil mantener la disciplina. La desconfianza de Justiniano hacía sus generales y
las disensiones que originaba entre ellos, hacían más grandes las diferencias entre
los jefes y la insubordinación de los oficiales. Belisario, á pesar de su fidelidad
servil, se hizo sospechoso y fué destituido más de una vez. Al fin de su vida, en
562, sus enemigos consiguieron envolverle en un complot. Justiniano le despojó de
sus bienes, y sólo al cabo de siete meses consiguió justificarse y volver al favor
imperial. Al final del reinado de Justiniano los ejércitos estaban en plena
decadencia. Dice Agatías que debiendo contar con 645.000 hombres, sólo disponían
de 150.000, dispersos por todas partes. En Tracia y en las provincias vecinas á
Constantinopla, las plazas fuertes estaban abandonadas.
Legislación.
Justiniano quiso reanudar este trabajo, y en el año 527 encargó á diez jurisconsultos
la redacción de un Código. Entre aquellos hombres estaba el que había de ser
célebre entre todos: Triboniano. Se comenzó el trabajo en Febrero del 528, y en el
mes de Agosto del 529 el Código estaba terminado, publicado y declarado
66
obligatorio. En el año 530, Triboniano se ocupó, con la ayuda de diez y seis
colaboradores, en una compilación de los jurisconsultos antiguos. Al cabo de tres
años estuvo terminada la obra, que fué denominada Digesto ó Pandectas. Como esta
extensa colección no podía servir para los estudiantes, ordenó Justiniano, en 533, la
redacción de la Instituía, un manual apropiado para la enseñanza, que contiene los
principios y las definiciones del Derecho. Triboniano trabajó en él, con sus dos
colaboradores, Teófilo y Doroteo, y lo terminó aquel mismo año. Una constitución
publicada al mismo tiempo que el Digesto, ordenaba que sólo se enseñase Derecho
en Roma, en Constantinopla y en Berita (Beyrut), ciudad fenicia célebre por sus
escuelas. Los estudios habían de durar cinco años, señalándose el programa de cada
uno de ellos. En 434 se publicó otra edición del Código, de acuerdo con el Digesto
y con las constituciones promulgadas desde el año 529. A las constituciones
ulteriores de Justiniano se les dió el nombre de Novelas.
Triboniano, que dirigía aquellos trabajos, sólo fué un cortesano ambicioso, sin
dignidad y sin conciencia. Justiniano le autorizó para modificar, en la redacción de
las Pandectas, los textos antiguos que no estuvieran de acuerdo con el derecho
nuevo. El hallazgo de obras ó fragmentos de los antiguos jurisconsultos, ha venido
á demostrar que Triboniano utilizó con frecuencia este permiso.
Administración.
Juan el Capadocio cayó más tarde por haberse atraído el odio de Teodora. Sus
sucesores valieron tan poco como él: Juan Barsamés, ex banquero sirio, explotó sin
ningún escrúpulo al Imperio.
La ambición de los funcionarios aumentaba la carga de los impuestos, cada vez más
pesada. Su recaudación era muy difícil. En una Novela de Junio de 545
recomendaba Justiniano á los recaudadores la mayor severidad. El epibole, medida
anterior á Justiniano y que fué rigurosamente aplicada en su tiempo, adjudicaba á
los propietarios los campos abandonados ó estériles para obligarles á pagar su
tributo. Procopio citá en su Historia secreta otros impuestos creados por Justiniano,
y no podía menos que así fuese. Había que subvenir á los gastos de las guerras, á
los enormes dispendios que exigían las fortificaciones, la construcción de iglesias,
etcétera, al lujo inaudito de la corte, á las dilapidaciones de los funcionarios, á los
tributos que se tenían que pagar á los bárbaros y á los persas. Las provincias,
asoladas por las invasiones, se veían agobiadas por el tributo de guerra que les
imponía el enemigo, y cuando volvían las tropas imperiales, tenían que alojarlas y
mantenerlas. El tesoro imperial se agotó algunas veces y se recurrió á todo para
agenciarse dinero. Parece que hasta el mismo Justiniano. vendía los cargos, aunque
en una Novela del año 535 exigiese á los funcionarios el juramento de no haber
pagado nada por ellos.
68
El consulado, que sólo tenía un carácter honorífico, desapareció. Justiniano lo
condenó en una Novela de Junio de 536, y á partir de 542, dejó de nombrar cónsules.
El Senado, aunque había tomado parte en la sedición de Nika, fué asociado al
consistorium, formando el tribunal de apelaciones ante el emperador. El número de
sus miembros fué aumentado (537).
Política religiosa.
Para Justiniano, la ortodoxia era un deber del Estado, y esto explica sus
persecuciones contra los paganos, los heréticos y los judíos. El año 529 cerró las
escuelas de Atenas, y los filósofos que allí enseñaban fueron á pedir asilo á los
cosroes. En 530 una ley excluyó á los paganos y á los herejes del derecho de
testimoniar en justicia y de todos los actos jurídicos; otra ley les privó de todas las
dignidades civiles y militares. Un edicto, que se supone promulgado el año 531,
amenazaba con la muerte á aquellos que, después de haber sido bautizados,
volvieran á caer en el error, y á los que fuesen convictos de haber realizado
ceremonias paganas. Las condenas eran numerosas y alcanzaron á altos
funcionarios. En 546 se encomendó á un obispo que averiguase si había muchos
paganos en Constantinopla, y los encontró en gran número. Encargado de una
misión semejante en Asia, se vanaglorió de haber convertido á 70.000. En 561
todavía fueron descubiertos muchos paganos en Constantinopla, y se les paseó,
mutilados, por las calles, y se quemó sus libros y sus ídolos. Demuestran estos
hechos que el culto antiguo no desaparecía fácilmente.
5
El montanismo es una de las más célebres herejías de la primera edad cristiana. Surgió en Frigia
en el siglo II y tuvo partidarios hasta el siglo VI. Procede su nombre del fundador de la doctrina,
Montano, nacido en Ardaban (Misia) en el siglo II. Era una especie de puritano, que condenaba las
segundas nupcias y rehusaba la absolución á los pecadores reincidentes.
69
La Iglesia se vió perturbada también por la intervención de Justiniano, que, como
sus antecesores, creía tener dominio en materia de fe. Pasaba largas vigilias
estudiando con los obispos los libros santos; escribía obras acerca de la Encarnación
y otros asuntos teológicos, y redactaba instrucciones contra los herejes. Los
monofisitas, que eran muy numerosos, á pesar de la condenación del concilio de
Calcedonia, conquistaron á la emperatriz, y merced á ella influyeron sobre el
emperador, que nombró patriarcas en Alejandría y en Constantinopla á monofisitas
disfrazados. El papa Agapito, que estaba entonces en Constantinopla (535-536),
combatió á Antimo, patriarca de Constantinopla, que era uno de aquellos intrusos,
y Justiniano le dijo: «Aprueba ó te destierro”. Agapito triunfó; pero Silverio, su
sucesor, que había abierto las puertas de Roma á Belisario, fué destituido y murió
en el destierro por haber negado á Teodora la reposición de Antimo. Más adelante,
en 544, Justiniano, sin atacar directamente la autoridad del concilio de Calcedonia,
y á pretexto de reconciliar á los partidos contrarios, quiso satisfacer á los
monofisitas. El concilio no había condenado ciertos escritos favorables á las
creencias nestorianas, y cuyos autores eran los padres Teodoro de Mopsueta, Ibas
de Edesa y Teodoreto de Cirro, considerados como heréticos por los monofisitas.
Justiniano propuso que se les anatematizara (544), y esta fué la discusión de los
Tres Capítulos ó de los Tres Padres. Bajo la presión del emperador, se adhirieron
los obispos de Oriente; pero la Iglesia de Occidente protestó. El papa Vigilio fué
l1amado á Constantinopla y reducido á prisión. Convocado un gran concilio en
Constantinopla (Mayo 553), declaró que permanecía fiel á las decisiones de los
concilios de Nicea, de Constantinopla, de Efeso y de Calcedonia; pero condenó las
doctrinas de Teodoro de Mopsueta. El papa Vigilio, que se negó á adherirse á este
acto, fué condenado, aunque advirtiéndose que aquello no significaba el
rompimiento con la sede romana. A pesar de esto, el Occidente no cedió. El nuevo
papa Pelagio, que se había sometido á la voluntad de Justiniano, fué mal acogido
en Roma. En toda la Italia del Norte fueron rechazadas 1as decisiones del concilio
de Constantinopla. Así se preparaba la escisión de la iglesia latina y de la iglesia
griega.
Comercio é industria.
A pesar de las guerras y de las invasiones, las relaciones comerciales del imperio
bizantino con el Oriente y el Occidente, adquirieron un gran desarrollo. En la época
anterior, el comercio entre Roma y el Extremo Oriente se verificaba por el mar
Rojo, por la Siria, por el Oxus, el mar Caspio y el mar Negro. Después de la
fundación de Constantinopla, fué su centro lanueva capital. Los productos más
buscados del Oriente, eran las sedas de la China, las especias y los perfumes de la
India. En el siglo V, los romanos tuvieron que aceptar como intermediarios á los
persas, sobre todo para el comercio de la seda. La isla de Taprobane (Ceilán) servía
70
de depósito. Los chinos llevaban sus sedas, que los persas transportaban hacia el
Noroeste. En 410, un rescripto de Teodosio indicaba á Nisibe, Calinica y Artaxata,
como ciudades en que habían de hacerse las transacciones con Persia; los
comerciantes romanos no podían aventurarse más lejos. Como eran frecuentes las
guerras con Persia, durante las hostilidades sólo se recibían los productos de Oriente
por Etiopía 6. Así fueron tan constantes las relaciones de Justiniano con los reyes
etiopes. En 532, Justiniano envió una embajada al rey de Etiopía para Ceilán. Hacia
el año 552, dos monjes, aconsejados por Justiniano, trajeron de la China, gusanos
de seda. La cría de estos gusanos adquirió una gran importancia. Las fábricas de
tejidos pudieron adquirir fácilmente, y en mayor abundancia, la primera materia.
Creáronse nuevas fábricas, y Tyro, Berita, Constantinopla, Atenas, Tebas y Corinto,
fueron centros activos de esta industria. Desde allí se extendieron por todo
Occidente las hermosas telas bizantinas.
Las artes.
6
Es aproximadamente la Abisinia actual. No hay que confundir á los abisinios con los etiopes de la
antigüedad, que parecen haber sido los negros. El nombre de abisinio (habeschyn) significa
«mezclados», y en efecto, son mezcla de egipcios (coptos), árabes y negros. El griego Frumentio
habia llevado hasta ellos el cristianismo en 335. Adoptaron la herejía eutiquiana.
71
cuyos orígenes se hallan en las artes de Oriente, de donde pasó al Asia griega, se
convirtió entonces en forma característica de la arquitectura religiosa. Justiniano
construyó numerosas iglesias. Una de ellas, la de Santa Sofía, adquirió inmensa
celebridad por sus dimensiones y por su esplendor. Habiéndose demolido la antigua
iglesia cuando la sedición de Nika, quiso Justiniano que superase la nueva á cuanto
se contaba del templo de Salomón. Empleáronse, con increíble profusión, los más
preciosos materiales; despojóse de sus columnas á varios templos antiguos, y para
subvenir á los gastos hubo que crear nuevos impuestos. Los arquitectos Antemio de
Tralles é Isidoro de Maleto, originarios de aquellos países del Asia de donde venía
la nueva arquitectura, levantaron audazmente una vasta cúpula de 31 metros de
diámetro, flanqueada por dos medias cúpulas. El decorado no fué menos magnífico.
Sobre las paredes se desenvolvieron grandes mosaicos decorativos, que,
desgraciadamente, los turcos han destruido ó embadurnado en gran parte. En el altar
y en los vasos sagrados prodigáronse el oro, la plata, los esmaltes, la pedrería y los
mármoles preciosos. La dedicatoria se celebró el 27 de Diciembre del año 537.
Justiniano exclamó: “¡Gloria á Dios que me ha juzgado digno de realizar esta obra!
¡Salomón, te he vencido!» Rávena, capital de la Italia bizantina, ha conservado
cierto número de iglesias de aquella época. La más curiosa, tal vez, es la de San
Vital. Entre los mosaicos que adornan el coro, hay dos que representan á Justiniano
y á Teodora, que en medio de su séquito-, ofrecen presentes á la iglesia. Es una
sorprendente evocación de la corte de Bizancio. En todas las obras de aquella época,
el arte bizantino asombra por sus cualidades de simetría y de grandeza. Muchos de
sus rasgos acusan su relación con el arte antiguo y que, en las plazas de
Constantinopla, los artistas tenían ante sus ojos las obras maestras de Grecia.
Cuando murió Justiniano, el 14 de Noviembre del año 565, algunos meses después
que Belisario, el Imperio había extendido sus fronteras, pero estaba agotado. Su
obra política iba á hundirse rápidamente por ser contraria á la naturaleza y á la
misión del helenismo. No hay que dejarse engañar por las apariencias de gloria y
de grandeza de aquel largo reinado: entre sus contemporáneos, no fué Procopio el
único que señalara sus debilidades y sus miserias.
Después de Justiniano, el poder pasó sin dificultad á su sobrino Justino II. El poeta
Coripo, en su De laudibus Justini Augusti minoris, describe la acogida hecha por el
pueblo al nuevo emperador al presentarse en el circo. La pista había sido invadida
por una multitud que gritaba: “¡Ten piedad de nosotros!», pidiendo que se les
reintegrasen los impuestos forzosos exigidos por Justiniano; las mujeres imploraban
la libertad de sus maridos y de sus hijos prisioneros; Justino atendió aquellas
súplicas.
72
Mientras tanto, la situación era cada vez más grave. Lleno de una indignación tan
generosa como imprudente, Justino se negó á pagar el tributo á los bárbaros, y á
riesgo de verse comprometido en otra guerra, no quiso tolerar que los persas
persiguiesen á los cristianos.
El Imperio no fué afortunado contra los persas. Los bizantinos fracasaron en el sitio
de Nisibe, y Cosroes invadió la Siria, apoderándose de la importante plaza de Dara.
Justino, desalentado, se asoció como César a1 jefe de sus guardias, Tiberio
Constantino (Septiembre de 574), que ascendió á emperador en 578.
Animado de excelentes propósitos y deseoso de poner fin á las exacciones que había
padecido el pueblo, Tiberio Constantino comprendió que era inútil el intento de
mantener en todas sus partes la obra de Justiniano. Aunque Roma le envió una
embajada y para decidirle á la intervención le ofreció una cantidad considerable, él
se negó á realizar expedición alguna por aquel lado. En cambio, llevó
vigorosamente la guerra contra los persas, y en una batalla cerca de Melitene,
triunfaron los bizantinos. Cosroes tuvo que huir solo en su elefante (579). Tiberio
recompensó á Mauricio, el general á quien debía aquella victoria, dándole á su hija
en matrimonio y designándole como emperador. Murió en el mes de Agosto de 582.
Mauricio.
Focas.
Un ejército reunido apresuradamente por Cosroes, fué vencido junto á las ruinas de
Nínive (Diciembre de 627); el palacio de Dastagerdo, en el Norte de Bagdad,
residencia favorita del gran rey, fue incendiado. Para rematar la ruina de Cosroes,
Schahrbaraz, amenazado de caer en desgracia, se sublevó, negoció con el patriarca
y con el hijo el emperador, y los soldados declararon destronado á Cosroes. Poco
después, hasta en Persia se sublevaron los grandes. Cosroes fué preso en su palacio,
y su hijo Siróes, proclamado rey, mandó que le asesinaran (Febrero de 628). La paz
quedó concertada en seguida, y los persas abandonaron todas sus conquistas.
75
El cristianismo había vencido. Para Heraclio, para los soldados y para el pueblo, las
imágenes milagrosas de la Virgen, llevadas al frente de los ejércitos, les habían
dado la victoria. Cuando regresó el emperador, al frente de los vencedores, fué
recibido en Constantinopla con cantos de salmos (Septiembre de 628). Al año
siguiente restituyó á Jerusalén la verdadera cruz, reconquistada, y la volvió á
colocar triunfalmente en la iglesia del Santo Sepulcro.
De este modo, durante seis años, Heraclio fué un héroe, y salvó al Imperio y al
cristianismo. Después, cuando estaba en el vigor de la edad y cuando todo le
favorecía, se extinguió su ardimiento y volvió á ser presa de la misma apatía que le
caracterizó en los primeros años de su reinado. Diríase que la fiebre religiosa que
le dió vida algún tiempo hubiera agotado sus fuerzas. En lo sucesivo, el
«lugarteniente de Dios» no sería más que un emperador indolente. Tal fué su
conducta cuando se desencadenó sobre el Imperio la conquista árabe. Ya no se le
vió, como antes, al frente de sus tropas, y después de la batalla de Aiznadín y de la
toma de Damasco (Julio de 634), huyó de Antioquía exclamando: «¡Adiós, Siria;
adiós por última vez!» Volvió vencido á Constantinopla, y su espíritu místico y
débil creyó ver en aquellos reveses el castigo de su prohibido matrimonio con su
sobrina. Más tarde, al mismo tiempo que la batalla de Kadesia señalaba el fin de la
monarquía sasánida, los griegos eran derrotados otra vez en las márgenes del
Yermuk (Agosto de 636), Ornar entró en Jerusalén (Abril de 638), y toda la Siria
fué conquistada rápidamente. Amrú invadió e1 Egipto, cuya conquista fué
favorecida por las disensiones religiosas. En los campos , especialmente, la gente
era monofisita ó jacobita, y perseguida por los ortodoxos, se sometió fácilmente á
los vencedores. Para combatir á Ornar, los griegos recurrieron á ineficaces
tentativas de asesinato.
76
La anarquía.
Guerras contra los lombardos, los búlgaros, los eslavos y los árabes.
¿Qué era del Imperio mientras que estos efímeros emperadores se reemplazaban y
se mataban unos á otros? En Italia, los lombardos arrebataron á los griegos la costa
de Liguria, consiguiendo, hacia el 638, en las márgenes del Panaro, una gran
victoria que redujo el exarcado á estrechos límites. En el centro y en el sur
ensanchábanse los ducados lombardos de Espoleto y Benevento, al paso que los
exarcas eran impotentes para defender las posesiones bizantinas. Por la parte
septentrional, si los ávaros eran ya menos temibles, los eslavos y los búlgaros se
desbordaban sobre el Imperio. Heraclio se había aliado á los búlgaros contra los
ávaros, y en 635 nombró patricio á su khan Kuvrato; pero los búlgaros no tardaron
en mostrarse peligrosos. Vencedores de los ejércitos griegos, especialmente los de
Constantino Pogonato (679), impusieron su dominación á las tribus eslavas que los
emperadores habían admitido en las provincias. Justiniano II, para recuperar el
poder, se alió con su khan, Tervel, á quien dio el título de César. Así se fundó aquel
inmenso imperio búlgaro, que tan temible fué durante cuatro siglos.
77
El helenismo retrocedió ante el elemento eslavo hasta en aquellos países de Europa
que el Imperio conservaba todavía. Salónica, la fortaleza del helenismo en
Macedonia, tuvo que defenderse, en 675 y 677, contra los eslavos, los ávaros y los
búlgaros.
Sin embargo, en el siglo VII fueron los árabes el enemigo verdaderamente temible
para el Imperio. Después de la muerte de Heraclio habían continuado sus
conquistas, apoderándose de Chipre (647-648), y de Rodas (653-654), y derrotando
y matando á Sufétulo, el exarca de Africa. Las rivalidades con motivo del califato
dividieron á los árabes, deteniendo por algún tiempo sus progresos. Constantino II,
detestado en Constantinopla, quiso establecerse en Italia y tomar á Roma por capital
para luchar á la vez contra los lombardos y los árabes de Africa. Al efecto partió en
661; pero murió en Sicilia sin haber hecho nada (668). Constantinopla fué sitiada
por los árabes por primera vez bajo Constantino Pogonato, y durante varios años,
de 669 á 678 (fechas que varían según las fuentes), continuaron los ataques, sin
éxito, terminando con la destrucción de una flota árabe en las costas dePanfilia
(678) y con que el califa de Damasco pagase un tributo anual al emperador.
Desgraciadamente, Justiniano Rhinotmeta, ofendido de que se pagase en monedas
árabes y no en monedas que llevaran la efigie imperial, rompió el tratado y fué
derrotado en Cesárea (692). Mientras tanto, los árabes habían terminado la
conquista del Africa, entrando en Cartago en 697. La ciudad fué destruida, y á su
lado empezó á engrandecerse Túnez. En Asia conquistaron, de 707 á 713, á Tyana,
Heráclea del Ponto, Samosata, Amasia, Antioquía de Pisidia, y en 714 asolaron la
Galania. Parecía que sólo les quedaba poner mano sobre Constantinopla, cuando el
advenimiento de León Isaúrico salvó el Imperio (717).
La espantosa anarquía que reinaba en el interior del Imperio y las repetidas derrotas
sufridas en el exterior, no deben hacernos cerrar los ojos ante las transformaciones
realizadas durante el siglo VII. Ellas explican cómo pudo sostenerse un siglo más,
á pesar de las nuevas luchas. Abandonada la obra cosmopolita de Justiniano, no
hubo la preocupación de defender lo que quedaba de sus conquistas; pero atacados
en todas las fronteras, la vida del Imperio se vió amenazada. Heraclio y aquellos de
sus sucesores que intentaron luchar se apoyaron sobre el helenismo para organizar
un estado griego. Un historiador contemporáneo de la Grecia, Mr. Paparrigopoulo,
ha determinado muy bien este carácter del nuevo Imperio, que fué más restringido
en su extensión, pero más intenso. «Desde Mauricio todas las leyes, todas las
ordenanzas y todas las actas públicas se redactaron exclusivamente en griego. Las
divisiones administrativas cambiaron su nombre de provincias por el de themas,
78
que se aplicaban también al cuerpo de ejército de cada provincia. Desde Heraclio,
las medallas, enteramente latinas hasta entonces, comenzaron á reformarse,
hallándose ya monedas de cobre que llevan inscrito en griego: Por este signo
vencerás. «Todos los términos militares se tomaron de la lengua del país; llamóse
á los longinos, chiliarcas; á los condes, estratejas. Según confesión de Constantino
Porfirogeneta, los emperadores hablaban griego, abandonando el uso del latín. A la
vez que el título romano de Imperator, los soberanos llevaban los títulos griegos de
Basileus (rey, ó más bien, gran rey), Despotes (dueño), Autocrator (autócrata). El
emperador era también lsapostolos (semejante á los apóstoles), doctor de la fe y
propagador de ella entre los bárbaros.
“La Iglesia y las letras acentuaron cada vez más su carácter nacional.» De todas
partes afluían extranjeros, pero para figurar en el Imperio necesitaban entrar por la
puerta de la Iglesia. Se ha dicho muy bien que no era la raza la que hacía al romano
de Bizancio.
De cualquier pueblo que fuese, bastábale entrar en el gremio de la Iglesia para entrar
en el del Estado: el bautismo ortodoxo confería el derecho de ciudadanía.
BIBLIOGRAFÍA
79
Los estudios bizantinos han sido cultivados con gran éxito en Francia y en el siglo
XVII por Ducange, Historia byzantina (1680), Constantinopolis christiana y una
multitud de otras sabias obras.
Las más importantes obras generales sobre la historia bizantina son: Gibbon,
History of the declin and Fall of the Román Empire, 1776-1789 (nuevamente
editada por el muy competente erudito inglés Bury, Londres, 1896.)—Bury, A
history of the later Román Empire from Arcadius to Irene, dos volúmenes, Londres,
1892.—Lebeau, Histoire du Bas-Empire (edición Saint-Martin), 1829-1833, 21
volúmenes (compilación útil todavía.) — Hopf, Geschichte der Griechelands im
Mittelater (en Ersch's Enkyklopeidie), tomos LXXXV y LXXXVI. Paparrigopoulo,
Istoria tou Ellenikou ethnous 1887-1888, tomos III y IV.—Brunet de Presle, La
Gréce depuis la conqueste romaine jusqu'á 1453, 1860.—Finlay, A history of
Greece from its conquest by the Romans to the present times, siete volúmenes,
segunda edición, 1877.—Gfrórer, Byzantinischen Geschichte, 1872-1877, tres
volúmenes.—Hertzberg, Geschichte des Griechelands seit dem Absterden des
antiken Lebens (cinco volúmenes, 1876), y Geschichte der Byzantiner (en la
Oncken s'Allgemeine Geschichte).—Grenier, L'Empire byzantin et son évolution
sociale et politique, dos volúmenes, París, 1904 (buena obra de vulgarización, pero
tramada con simples referencias).
Para el arte: Bayet, L'art byzantin, 1883.—Diehl, L'art byzantin dans l'Italie
meridionale, 1894. - Texier, Architecture byzantine, Londres, 1864.— Choisy, l´art
de bátir chez les Byzantins, 1882.— Richter, Die Mosaiken von Ravenna, Viena,
1878.— Kondakof, Histoire de l'art byzantin (sobre todo miniaturas), en ruso,
traducción francesa, dos volúmenes. París. 1886-1891. Los esmaltes bizantinos (en
alemán), Francfort, 1892.
80
MONOGRAFIAS.
81
EL IMPERIO BIZANTINO DEL SIGLO VIII AL XI
A principios del siglo VIII parecía que el Imperio griego tocaba á su ruina. En
Europa lo invadían los eslavos, á quienes había llamado muchas veces, y lo
asediaban los búlgaros, que eran más peligrosos que antes lo habían sido los ávaros.
En Asia y en Africa, los árabes asolaban el Asia Menor y, después de apoderarse
de Siria, Egipto y el Africa romana, se presentaban victoriosos frente á
Constantinopla. Aunque el Imperio, renunciando á la defensa de Italia, se había
replegado en sí mismo, tomando un carácter más concretamente griego, necesitaba
para esta probabilidad de salvación, que hubiese al frente del Estado emperadores
que lograran rechazar al enemigo de fuera, al mismo tiempo que gobernaran
enérgicamente. Tal fué la misión de la casa Isauria, y su fundador, León III,
demostró desde los primeros días de su reinado que estaba dispuesto á cumplirla.
Oriundo de una de las clases más bajas, había probado su valor en ciertas audaces
expediciones al Cáucaso, realizadas durante el reinado de Justiniano Rinothmeto.
Nombrado por Anastasio general de las tropas de Oriente, le había sido fiel cuando
la rebelión de Teodosio, y, ¡mérito raro en aquella época!, llegó al trono sin cometer
ninguna traición (Marzo 717). Los árabes se habían aprovechado de la espantosa
anarquía que minaba el Imperio, y apenas llegado León al poder, el general
sarraceno Maslama, que había conseguido instalarse en Tracia, bloqueó á
Constantinopla, mientras que el visir Solimán la sitiaba por mar. El ataque estuvo
bien discurrido y bien guiado, pero León no se desalentó y obligó á los árabes á
emprender una retirada desastrosa. Tan brillante triunfo le hizo popular hasta en
Occidente. Colocado en las avanzadas orientales del mundo cristiano, el nuevo
emperador se anticipaba á Carlos Martel.
La causa general de tales conflictos era el mismo dogma, siempre en tela de juicio.
En Occidente hallábase sólidamente implantado; las herejías, escasas y anormales,
se extendían muy poco, mientras que en Oriente eran una condición de la vida
religiosa. El espíritu griego, sutil, curioso y apasionado por las discusiones, no
podía llegar á soluciones definitivas. Se agitaba con tanta movilidad en el terreno
de la teología como antes en el de la filosofía. A cada momento aparecía una nueva
opinión sobre la naturaleza de Cristo. Patriarcas, obispos, emperadores, frailes y
pueblo se lanzaban á discutir fogosamente, y en vano protestaba la iglesia
occidental, y en vano el obispo de Roma se esforzaba en recordarles, con anatemas
ó consejos, el respeto á las tradiciones.
84
León III y Constantino IV.
Los más notables de los emperadores iconoclastas fueron León III y su hijo
Constantino IV, que empezaron la lucha y reformaron las instituciones. A pesar de
las invectivas del partido contrario, ambos se nos presentan como emperadores
inteligentes, activos, cuidadosos de la prosperidad del Estado y, en una palabra,
muy superiores á cuantos en mucho tiempo había visto Oriente. León III, salvador
de Constantinopla, llegado al poder gracias á su valor, no abandonó la lucha contra
los árabes. Aunque éstos invadieron Bitinia, Capadocia, Paflagonia y Armenia, en
740 un ejército musulmán fué destruido casi por completo por el emperador cerca
de Akroinon en Frigia. Constantino, que sucedió á su padre en Junio del año 741,
no careció tampoco de valor.
Según los relatos de algunos cronistas, León III prometió en su juventud á unos
judíos que le habían vaticinado el Imperio, que al llegar al poder destruiría las
imágenes. Es una fábula que no tiene ningún valor. Estaba tan lejos de atender á los
judíos, que cuatro años antes de su primer edicto iconoclasta, les había mandado
bautizarse. Se ha supuesto (y ello no es más que una mera conjetura) que la aversión
de los musulmanes hacia las imágenes había podido influir de algún modo.
Precisamente en 723, el califa Yezid II había dispuesto que se suprimieran en las
iglesias de sus Estados. Realmente los iconoclastas sentían las burlas de los infieles
respecto á aquella forma del culto cristiano; pero lo cierto es que Constantino,
obispo de Nacolea, inició la lucha, condenando las imágenes en un sinodo. En 726,
León hizo publicar un edicto declarando que quería suprimir el culto de las
imágenes, porque daba origen á una verdadera idolatría. Cuidaba de advertir que el
emperador, jefe de la religión lo mismo que del Estado, tenía derecho á reformar
semejantes abusos. A1 principio, excepto en Grecia y en Italia, no parece que fué
muy grande la resistencia. En este primer edicto, según un testimonio que no es
muy seguro, León se limitó á disponer que las imágenes se colocasen á mayor altura
85
á fin de que no se las pudiera besar, ni se las prodigaran pruebas de una adoración
excesivamente material. En 728, otro edicto más riguroso las suprimió en absoluto.
También se prohibió el culto de las reliquias y las oraciones dirigidas á los santos.
Germán, patriarca de Constantinopla, protestó. Requerido ante el Senado, se negó
á firmar el edicto y renunció á la dignidad patriarcal (730).
Una parte del episcopado, los jefes militares y las clases elevadas, eran favorables,
en general, á los proyectos de León. La oposición más ruda era la de los monjes y
la del pueblo, y por eso han hablado de motines populares algunos escritores.
Encima de la puerta del gran palacio imperial había una imagen de Cristo que era
objeto de especial veneración. León quiso quitarla, pero se amotinaron las mujeres
que estaban en la plaza, atropellaron al oficial encargado de ejecutar aquella orden,
y apedrearon al patriarca Anastasio, sucesor de Germán. Hubo que sofocar el motín,
y esto ocasionó la muerte de algunas personas, practicándose arrestos y ejecuciones.
Cronistas muy posteriores han acusado á León de haber mandado prender fuego á
la Biblioteca pública de Constantinopla, porque los monjes de su iglesia se negaban
á aceptar sus doctrinas. No parece muy verosímil esta acusación, pues el emperador
bien podía expulsar á los monjes sin tener que quemar el edificio. Además se cree
que no hubo tal incendio. Los menologios griegos y los documentos hagiográficos
encomian á los monjes y á los fieles que murieron víctimas de aquella persecución;
pero estos documentos son sospechosos. Un partido, siempre que se le oprime,
siente la necesidad de multiplicar sus lamentaciones, y atribuye fácilmente al
opresor todas las violencias y todas las crueldades. Hechos concretos y de carácter
histórico dan á entender que León no era tan sanguinario. En 727, los habitantes de
Grecia y de las Cicladas se sublevaron con motivo del primer edicto y nombraron
emperador á Cosmas. Dos jefes llamados Agallianos y Esteban, que mandaban una
escuadra, fueron derrotados cerca de Constantinopla por la armada imperial. La
ocasión no podía ser más favorable para que León satisficiese la crueldad de que le
acusaban sus adversarios; pero se contentó solamente con la ejecución de Cosmas
y Esteban. Agallianos había perecido en el combate.
Además, los enemigos de León no siempre están de acuerdo respecto á los excesos
que le atribuyen. San Juan de Damasco, uno de sus adversarios más terribles, dice
que al patriarca Germán, después de abofetearle, se le desterró, como se había hecho
con un gran número de monjes y de obispos. Frente á esto, los cronistas Teófanes
y Nicéforo, adversarios de los iconoclastas, afirman que Germán se retiró á la casa
paterna después de renunciar al patriarcado, y que allí pasó el resto de sus días. Los
hagiógrafos llegan todavía á más. Dicen que exasperado el califa por una falsa
acusación del emperador, mandó cortar una mano á San Juan de Damasco, ferviente
defensor de las imágenes, y que la recobró gracias á la mediación milagrosa de la
Virgen. Pero ni los cronistas, ni el mismo Juan Damasceno hablan de semejante
86
milagro. ¿No demuestran estos ejemplos cuántas leyendas han debido formarse
contra la memoria de los emperadores iconoclastas?
Más numerosas son, y acaso estén más justificadas, las acusaciones contra
Constantino IV, á quien dieron sus adversarios el sobrenombre injurioso de
Coprónimo 7. La resistencia que encontraba el emperador excitaba su ánimo y le
impulsaba á verdaderos excesos. Los monjes, que eran los que dirigían la oposición,
fueron las principales víctimas de aquella resistencia.
Otros eran los sentimientos que animaban al alto clero. En 754 Constantino se
dirigió á todos los obispos convocándoles á un gran concilio en que había de
resolverse definitivamente la cuestión; 338 obispos respondieron al llamamiento.
Es muy fácil decir, como lo hace Lebeau, que eran esclavos del favor ó del miedo.
No se ve que votaran muy apresuradamente lo que quería Constantino. El concilio
duró desde el 10 de Febrero hasta el 8 de Agosto, y esto denota que fueron muy
serias las deliberaciones. Se proscribieron las imágenes; pero contra lo que, al
parecer, deseaba Constantino, se conservó la invocación á la Virgen y á los santos.
Germán, ex patriarca de Constantinopla; Jorge, metropolitano de Chipre, y Juan
Damasceno fueron anatematizados.
7
De xopros, ϰόπρος, estiércol, όνομα, nombre. Entre las más diversas explicaciones de este
sobrenombre, la más conocida es la que lo acusa de haber ensuciado la pila bautismal, pero la más
probable es la que lo atribuye á la afición de Constantino por los caballos. Se afirmaba que vivía en
la cuadra.
87
estar adherido al terruño. Al aldeano libre que se escapaba, no se le volvía á llevar
á la tierra; estaba en libertad para ir donde quisiese. Se fortalecía la constitución de
la familia. El concubinato, admitido por la legislación justiniánica, no se toleraba
ya al lado del matrimonio. Se admitían los derechos de la madre, se limitaba la
patria potestad y se restringían los casos de divorcio. Tales disposiciones, además
de estar conformes con el espíritu del cristianismo, eran ventajosas para la sociedad.
Hay que tener en cuenta la cordura de esta legislación al juzgar á los emperadores
iconoclastas, sin que esto sea decir que deba aprobarse el conjunto de sus proyectos.
Aun prescindiendo de los excesos á que fueron arrastrados se ve que incurrieron en
los mismos defectos que pretendían corregir. Deseando evitar la constante
confusión entre la Iglesia y el Estado, se arrogaron, como sus antecesores, el
derecho de dirigir la Iglesia. Entonces se encontraron frente á frente dos religiones:
la de los que querían suprimir las formas que consideraban idolátricas y la del
pueblo que, bajo la influencia de los monjes, era cada vez más hostil á los proyectos
imperiales. León y Constantino cometieron el error de no tener en cuenta las
tradiciones y las costumbres. La afición á las artes aplicadas á la religión había
pasado del paganismo al cristianismo y estaba de tal modo arraigada en el espíritu
griego, que le era imposible concebir un culto sin imágenes. Por eso, aquellos
emperadores, al atacar demasiado bruscamente los sentimientos populares, no
hicieron más que exasperarlos.
Estalló entonces una violenta reacción. Constantino V no tenía más que diez años
é Irene reinó en su nombre. Su gobierno no fué muy afortunado en el exterior.
Después de varias derrotas tuvo que firmar una paz con el califa Harún-el-Raschid
88
comprometiéndose á pagarle un tributo anual de 70.000 monedas de oro (783). Los
iconoclastas fueron despojados de los altos cargos. Tarasio, nombrado patriarca de
Constantinopla, se encargó de convocar en ella un concilio ecuménico y entonces
los hechos vinieron á demostrar que las ideas de León y de Constantino contaban
con numerosos partidarios. Muchos de los obispos reunidos condenaron el uso de
las imágenes. Los soldados de la guardia imperial se amotinaron la víspera de la
primera sesión. «¡Abajo las imágenes!—gritaban. ¡Abajo el concilio!, ¡Muera quien
desee atacar el que reunió nuestro difunto emperador!» Al día siguiente entraron en
la sala de sesiones y dispersaron á los obispos. Irene tuvo que licenciar la guardia y
convocar el concilio en Nicea (Septiembre, Octubre de 787). Esta vez logró su
objeto; los obispos iconoclastas abjuraron de la causa que habían defendido. Se
restablecieron las imágenes, pero se prohibió adorarlas. De todos modos, la
autoridad de Irme no se pudo arraigar. Indignaba la sujeción en que tenía á su hijo,
é indignaba también la privanza del eunuco Stauraces, que le había asegurado la
celebración del concilio de Nicea. En 790 se sublevaron las tropas y le arrebataron
el poder. Restaurada por su hijo (Enero 792), que había fracasado en dos
expediciones contra los búlgaros y los ávaros, se armaron nuevos motines contra
ella. Así continuaron las cosas hasta el día en que aquella mujer inteligente, en quien
la ambición parecía haber extinguido 1os demás sentimientos, recuperó la plenitud
del poder mandando sacar los ojos á su pobre hijo (Agosto de 797). Su nuevo
reinado fué corto, perturbándolo las sublevaciones. Al fin fué destronada por el gran
logoteta Nicéforo, que se convirtió en Nicéforo I (Octubre de 802).
El nuevo emperador pareció representar á un partido moderado que, sin admitir las
violencias de los iconoclastas, quería sostener sus reformas políticas y civiles. Los
bienes de la Iglesia, que hasta entonces sólo habían pagado la contribución
territorial, fueron sometidos á las mismas cargas que las demás propiedades.
Algunos de aquellos bienes fueron confiscados. Combatió repetidas veces á los
monjes que querían recobrar su antigua influencia, especialmente cuando nombró
patriarca á Nicéforo, que aunque partidario de las imágenes, era impopular entre
ellos. Ni este reinado, ni el de sus sucesores Estauracio (811) y Miguel I Rangabé
(811-813), tuvieron gran importancia para la historia de los iconoclastas. Miguel I,
favorable á las imágenes, se reconcilió con Roma, pero no renunció por esto á la
lucha el partido contrario. El emperador tuvo que proceder enérgicamente contra
los paulicianos, cuyas doctrinas se habían extendido mucho. Tracia y Macedonia
estaban llenas de iconoclastas que conspiraban contra él. Agitábanse en la misma
Constantinopla y hubo que expulsarlos, al mismo tiempo que se persuadía al
ejército que se les mostraba favorable. Llegaron hasta provocar un motín junto á la
tumba de Constantino IV, fingiendo creer que salía de ella para defender al Imperio
contra los búlgaros (813). Por la parte de Occidente, la alianza entre el papa y los
89
francos se fortalecía á expensas del Imperio. Para nada habían servido las
atenciones prodigadas por la ortodoxa Irene al papa Adriano; en vano había pensado
aquella emperatriz casar á su hijo Constantino con Rothruda, hija de Carlomagno
(781). El año 800, el papa León III coronó emperador á Carlomagno. Se ha dicho
que éste, para consolidar su situación, pensó casarse con Irene; pero los cronistas
francos no hablan de tal proyecto, y antes de que pudiera dar ningún resultado la
embajada que se envió á Constantinopla, ya había sido destronada la emperatriz. En
803 fracasaron las negociaciones con Nicéforo. Carlomagno tomó entonces una
actitud hostil. Protegió á Venecia y á las ciudades de Dalmacia que se emancipaban
de Constantinopla. Cuando Venecia quiso volver al Imperio, marchó sobre ella
Pipino para obligarle á la sumisión, pero una escuadra griega le impidió proseguir
sus triunfos (809-810). Por último, en 812, se acordó la paz con Miguel Rangabé.
La corte de Constantinopla reconocía á Carlomagno el título de emperador,
Basileus, y le dejaba dueño de la Dalmacia interior. Venecia, aunque dependiente
del Imperio de Oriente, había de pagar un tributo anual al rey de Italia. Arsafio y
otros dos embajadores griegos marcharon á Aquisgrán, donde Carlomagno firmó el
tratado. Amalhar, arzobispo de Tréveris, y el abad Pedro fueron enviados á
Constantinopla para recibir el ejemplar que había de suscribir el emperador
bizantino. El advenimiento de un nuevo soberano ocasionó otras complicaciones, y
el tratado no se confirmó definitivamente hasta el tiempo de Luis el Bondadoso. Al
Sur de Italia, los duques lombardos, que hasta entonces habían procedido de
acuerdo con la corte de Constantinopla, tuvieron que declararse tributarios de
Carlomagno.
Sin embargo, la obra de los iconoclastas no desapareció por completo. Sus reformas
civiles no fueron suprimidas del todo. El partido monástico, á pesar de la victoria,
no reconquistó inmediatamente su exclusivo dominio. Las sacudidas que agitaron
al Imperio habían contribuido á que penetrase en él nueva vida, preparando un
verdadero renacimiento político, militar, literario y artístico.
91
En el siglo VI se había ensayado el sistema de la asociación ó de la adopción,
empleado ya con los emperadores romanos. En el siglo VIII, durante cuatro
reinados, el poder se había transmitido con regularidad en la casa Isauria. En la
primera mitad del siglo IX, la casa Frigia, fundada por Miguel II, había contado tres
emperadores. En Septiembre de 867, Basilio el Macedonio llegó al poder por el
asesinato de Miguel III, que le había nombrado César. Aunque más adelante los
biógrafos oficiales quisieron hacerle descender de Constantino el Grande y de
Alejandro Magno, éste, fundador de la casa macedónica, era de origen humilde y
no debió el trono más que á su habilidad y á su audacía. Mas afortunada que las
anteriores, la dinastía de que fué fundador conservó el poder desde 857 hasta 1057,
ó sea durante ciento noventa años 8. No es esto decir que lo poseyese tranquilamente;
pues no faltaron revueltas, usurpaciones ni tragedias palatinas, como el asesinato
de Nicéforo Focas por Juan Zimisces (969). Dominó, sin embargo, la idea de que
el poder estaba unido á una familia determinada, y de que de una ú otra manera, por
herencia ó por casamiento, no debía salir de ella. Hasta las mujeres eran aptas para
heredar el trono, pues sus maridos ó las personas adoptadas por ellas se convertían
en emperadores. Los primeros príncipes de la casa macedónica no se contentaban,
como los anteriores, con asociar á su hijo mayor al Imperio; asociaban
sucesivamente á todos sus hijos, casi inmediatamente después de nacer.
Constantino Porfirogeneta afirma que Basilio adoptó este sistema para “echar en el
Imperio raíces más potentes y numerosas». Aquellos asociados no compartían e1
peder como en la época de Diocleciano; eran meros herederos designados para
cuando muriera el emperador. Basilio quiso también instituir una señal de
nacimiento reservada á los infantes imperiales. El título de Porfirogeneta indicó que
habían nacido en palacio, en la Cámara de pórfido. Sin embargo, con la tradición
de la herencia coexistió en cierto modo la de la elección. El nuevo emperador era
reconocido por el Senado y por el pueblo.
92
y nombró emperadores á sus hijos, aunque sin atreverse á suprimir al heredero de
la casa macedónica, ni á quitarle la dignidad imperial. Todas sus ambiciones
tropezaron con la oposición popular y por fin cayó del poder. Cuando murió
Romano II, dejando dos hijos de corta edad, Nicéforo Focas se apoderó del
gobierno, pero casándose con Teófana, madre de ambos niños y declarándose tutor
suyo. Más adelante, Juan Zimisces asesinó á Nicéforo, pero para legitimar su poder,
se casó también con una princesa porfirogeneta (Teodora), y se abstuvo de discutir
los derechos de los hijos de Romano II, que cuando él murió fueron emperadores
(975). Confirmáronse las mismas ideas al siglo siguiente con la historia de Zoa, hija
de Constantino VIII. A cuatro emperadores: Romano Argyro, Miguel el Paflagonio,
Miguel el Calafate y Constantino Monomaco, dió sucesivamente legitimidad, por
casamiento ó por adopción. El pueblo aceptaba los amos que le imponían los
caprichos descarados de la vieja porfirogeneta, y si uno de aquellos emperadores
indignos trataba de deshacerse de Zoa, estallaba en favor de ésta una revolución. La
casa macedónica debió al mérito de algunos de sus emperadores la autoridad de que
disfrutó. Su fundador, Basilio I, fué célebre per sus victorias contra los árabes y por
sus leyes; Constantino VII, por su amor á las letras y á las artes; Nicéforo Focas,
luchó valientemente contra los árabes y les arrebató algunas de sus más brillantes
conquistas; Juan Zimisces, victorioso en Asia, rechazó hasta Europa una invasión
rusa, y Basilio II destruyó el Imperio búlgaro. Aquellas repetidas victorias hicieron
popular á la dinastía. Parecía que la salvación y la prosperidad del Imperio
estuviesen unidas á su destino.
Luchas contra las invasiones.
93
los búlgaros, volvieron á adquirir ventajas en Asia. Dirigían los ejércitos hábiles
generales como Juan Curcuas ó Gourgen, que en veintidós años (920-942) se
apoderó de más de mil fortalezas y llevó la lucha á las orillas del Eufrates y el Tigris.
La destrucción de la escuadra árabe en Lemnos (923), la toma de Teodosiópolis
(Erzerum) (928), de Melitene (934), de Dara, de Nisibes (942), de Amida junto al
Tigris (957) y de Samosata junto al Eufrates, fueron los hechos principales de
aquellas sangrientas guerras cuyos incidentes sería prolijo relatar. Creta, donde en
824 se habían establecido los sarracenos de España, era el gran arsenal de las
escuadras árabes, el gran mercado para sus cautivos y su botín. El Imperio había
intentado reconquistarla seis veces. Nicéforo Focas, el primer general de aquel
tiempo, lo logró en 961, reinando Romano II. Añádese que luego pasó á Asia, tomó
en una sola campaña 60 ciudades y reconquistó á Alepo. Llegado al trono en 964,
se apoderó de Adana, Anazarbe, Mopsueste y Tarse (965). Chipre fué anexionada
al Imperio, y esta brillante serie de victorias se coronó con la entrada en Antioquía
(969). Nicéforo pretendía, á fin de estimular los ánimos, que se venerase como
mártires á los soldados de Cristo que muriesen combatiendo á los infieles, pero la
Iglesia no lo consintió.
En Europa, los bizantinos tuvieron que luchar esforzadamente contra los búlgaros.
Fueron sus enemigos más terribles. Desde el siglo VII estos nómadas de raza finesa
prosiguieron victoriosamente su marcha hacia el Sur. Ciudad tras ciudad devoraban
al Imperio, que en Tracia y en Macedonia quedó reducido á una angosta faja de
terreno á lo largo de la costa. Más abajo se extendieron basta Tesalia y se
apoderaron de Janina. El Imperio búlgaro arrojaba al mar al Imperio bizantino. Su
Khan ó Krom amenazó en 811 á Constantinopla, mató á Nicéforo I, y con su cráneo
hizo una copa en la que bebieron él y todos sus grandes. Estos bárbaros, merced al
contacto con los eslavos, á quienes habían sometido, fueron civilizándose. En el
siglo IX, durante el reinado de Boris, se hicieron cristianos. Las poblaciones eslavas
9
Nombre dado prr los bizantinos á los árabes, como descendientes de Agar, criada de Abraham y
de su hijo Ismael.
94
acabaron por imponer hasta su idioma á los vencedores, convirtiendo á aquellos
fineses en eslavos. Esta asimilación 1os hizo más temibles todavía. Crearon un
Estado y tuvieron un zar que buscó en Constantinopla el modelo para su corte de
Preslav. En el siglo X el zar Simeón, que se había educado en Constantinopla y
protegía las letras griegas, tomó el título de Basileus y alcanzó del papa la corona
imperial.
Ya era muy fuerte Bulgaria cuando en 889, León VI le declaró la guerra con motivo
de unas cuestiones de comercio. Al sufrir la primera derrota llamó á los húngaros y
éstos invadieron el Imperio búlgaro. Las represalias habían de ser sangrientas. Un
ejército bizantino fué derrotado por los búlgaros en 892. En 913 los bárbaros
acamparon frente á Constantinopla; en 914 se apoderaron de Andrinópolis, y en 917
ganaron la victoria de Archiale. Cuando Simeón «el Carlomagno búlgaro» se
presentó nuevamente delante de Constantinopla, llegó á creerse que habían llegado
los últimos días del Imperio. Ocurrió entonces un suceso bien extraño. El zar
búlgaro, después de una entrevista con el emperador Romano Lecapeno, se retiró
sin firmar la paz. A los pocos años, Pedro, sucesor de Simeón, se casó con la nieta
de Romano Lecapeno, y estas relaciones pacíficas entre ambos Imperios
prosiguieron hasta fines del reinado de Constantino Porfirogeneta. Reanudáronse
las hostilidades cuando Nicéforo Focas, negándose á pagar tributo á Bulgaria, llamó
en su auxilio á los rusos. Durante el reinado de Basilio II esta guerra se convirtió en
lucha á muerte. El zar Samuel había instalado su capital en Prespa, y después de
invadir la Tesalia y la Grecia, propiamente dicha, amenazaba á Salónica y al
Peloponeso. El general Nicéforo Uranos ganó una gran victoria en Tesalia á orillas
del Sperchios (996); Basilio II, al frente del ejército, penetró en el Imperio búlgaro,
se apoderó de Berhea, Servia, Vodina y Viddin (1002). Después de algunos años de
descanso dirigió otra expedición, obligó á huir al zar Samuel y le devolvió 15.000
prisioneros después de haber mandado que les sacaran los ojos, dejando con vista á
uno de cada cien para que guiase á sus compañeros (1014). La guerra adquiría un
carácter atroz. Samuel se murió de pena á los dos días de recibir la noticia del
desastre. Basilio trasladó á muchos búlgaros y eslavos á Armenia é instaló en
Bulgaria colonias armenias y griegas. Por fin en 1018 se sometió Bulgaria,
desalentada y perturbada por la anarquía. María, viuda de Ladislao, del último rey,
se retiró á Constantinopla con sus hijos. Basilio II recorrió las provincias
reconquistadas, y en el Partenon transformado en iglesia de la Virgen, dió gracias á
la Panaghia 10. Con estas victorias, que le dieron el sobrenombre de Bulgaroctono
(matador de búlgaros), se duplicaron las posesiones bizantinas en Europa.
10
La toda Santa, la Virgen.
95
Los soberanos de Constantinopla habían invocado á veces contra los búlgaros el
apoyo de otro pueblo, perteneciente también á la raza uralo-altaica: los húngaros ó
magiares que a fines del siglo IX se habían instalado al Norte del Danubio, en la
antigua Dacia. Sus tribus reconocían en tiempo de guerra la autoridad de un jefe
militar supremo, y este poder acabó por vincularse, en la casa de Arpad. Capaces
de formar ejércitos de 200.000 jinetes, los húngaros fueron el terror de la Europa
Central. En Oriente hicieron temblar á sus vecinos bárbaros, y empezaron por
rechazar á los búlgaros al Sur del Danubio. Los emperadores comenzaron por
considerar auxiliares suyos á aquellos recién llegados, pero cambiaron de opinión
al verles atravesar la Bulgaria, para invadir las provincias bizantinas. En 934, 943,
asolaron á Tracia, y hubo que comprar su retirada. Cuando fueron vencidos en
Alemania, los emperadores de Bizancio enviaron felicitaciones á los emperadores
germánicos.
En 958, 961 y 962 los generales griegos rechazaron sus incursiones. Estas
invasiones magiares, aunque bastante numerosas, no fueron más que un peligro
intermitente para el Imperio.
Al Norte del curso inferior del Danubio y hasta más allá del Dniéper, se extendían
los pechenegos de raza turca, que á fines del siglo IX llegaron de las regiones del
Ural y del Volga.
Los cazaros 11 al Norte del Mar Negro, entre el Dniéper y el Volga, eran vecinos
menos molestos. Instalados allí desde el siglo VI, su poder había decaído en el IX
y en el X, y la llegada de los pechenegos redujo sus posesiones. Tenían ciudades é
11
También de raza uralo-altaica como los avaros, los magiares, los búlgaros del Volga y las demás
naciones turcas.
96
instituciones regulares; habían recibido la influencia de la civilización bizantina, y
existía entre ellos el cristianismo y el judaismo. Casi siempre fueron fieles aliados
de los emperadores. En el siglo VIII, Heraclio prometió su hija Eudoxia á Ziebel,
khagan de los cazaros, al cual arrastró contra los persas. Justiniano Rinothmeto,
expulsado de Constantinopla, se casó con una princesa cazara, llamada Teodora. En
el siglo VIII, León III casó á su hijo Constantino IV con la hija de un khagan, y de
este enlace nació León IV, apellidado el Cazaro. Entre ellos reclutó soldados el
Imperio. Hasta 1016 no se los encuentra en guerra con los bizantinos, y aun
entonces la lucha dió por resultado su sumisión inmediata.
Los rusos, después de haber derrotado á los búlgaros, devastaron el Imperio. Juan
Zimisces logró por fin expulsarlos, y firmó con ellos un tratado cuyo texto ha sido
conservado por Néstor, el más antiguo de los cronistas rusos (971). En tiempo de
Basilio II, Vladimiro, hijo de Sviatoslao, se apoderó en 988 de la ciudad imperial
de Querson 12 (1), vanguardia de la civilización bizantina en el Mar Negro, y obligó
al emperador á que le diera á su hermana Ana en matrimonio. En cambio, se hizo
bautizar, y con él penetraron definitivamente en Rusia el cristianismo y la influencia
bizantina. Este acontecimiento, aunque aproximaba á Rusia al Imperio, no suprimió
de raíz las guerras. En 1043, reinando Constantino Monomaco, y á consecuencia de
una contienda de mercaderes, se dirigió contra Constantinopla una expedición
formidable, mandada por Vladimiro, hijo de Yaroslao el Grande, pero sufrió una
12
En Crimea. Donde estaba esta ciudad, se ha edificado la parte SO. de Sebastopol. No se confunda
con el Kherson actual, junto al Dniéper.
97
completa derrota. La anarquía que devastó á Rusia desde el siglo XI hasta el XIII
aseguró por aquella parte la seguridad del Imperio.
Las invasiones sarracenas, que ya habían empezado en los siglos VII y VIII,
comprometieron el resultado de aquella labor. A fines del siglo VIII, los sarracenos
se apoderaron de las Baleares. En 827, llamados por Eufemio, jefe de las tropas de
13
En la obra de Rambaud, Constantino Porfirogeneta, páginas 222 y siguientes, se encontrará una
enumeración de los establecimientos eslavos.
99
Sicilia, desembarcaron en Mazara, tomaron á Palermo y se hicieron dueños de toda
la mitad occidental de la isla (832). Los emperadores trataron de atajar la conquista.
Basilio e1 Macedonio consiguió algunos triunfos; pero Siracusa cayó en poder de
los sarracenos en 878, y Taormina en 902. A mediados del siglo X, sólo pudo
salvarse Rametta. Nicéforo Focas envió á Sicilia una gran expedición mandada por
los patricios Nicetas y Manuel; pero fué destrozada, y Rametta tuvo que rendirse
(964-965). En 1038 se hizo una nueva tentativa: Jorge Maniaces, que se había
distinguido en las guerras de Siria, pudo recuperar Siracusa y algunas otras
ciudades, pero cayó en desgracia, y después de su destitución se sucedieron los
reveses. Mesina, á pesar de la enérgica resistencia del protospatario Catacalon,
sucumbió también. Aunque Sicilia no volvió á pertenecer al Imperio, la civilización
bizantina dejó allí huellas profundas que se encuentran principalmente en la historia
de las letras y de las artes, bajo la dominación árabe y bajo la dominación normanda.
Más al Oeste, la toma de Caralis, en 1002, entregó la Cerdeña á los árabes.
Desde principios del siglo XI, aquellos países del Sur llenáronse de aventureros
normandos que iban á buscar fortuna, alistándose al servicio de quien los pagara.
En 1017, aliados con el lombardo Meles, que quería emancipar del Imperio á la
Italia del Sur, derrotaron á los griegos en Arenula y en Vacaricia, pero sucumbieron
en 1019, cerca de Cannes, vencidos por el catepán Basilio Bojoannes. Los tres hijos
de Tancredo de Hauteville, Guillermo Brazo de Hierro, Guillermo y Hunfredo,
después de haber acompañado al catepán Jorge Maniaces en una expedición á
Sicilia, se pelearon con él por el reparto del botín. Refugiáronse en la Pulla, siempre
rebelde para los bizantinos, llamaron á sus compatriotas dispersos por el Sur de
Italia y derrotaron á los griegos en Venosa, en Cannes (1041) y en Monte Peloso.
Esta lucha originó rápidamente el final de la dominación griega; Bari, la última
posesión bizantina, cayó en manos de los normandos en 1071; Sicilia fue
conquistada por Roger, y Roberto Guiscardo, duque de Pulla y de Calabria por la
gracia de Dios y de San Pedro, no tardó en mandar una expedición contra Corfú y
la costa griega del Adriático. En medio de todo, los príncipes normandos no trataron
de destruir el helenismo ni en la Italia del Sur ni en Sicilia. Respetaron las creencias
y los usos de las poblaciones que habían sojuzgado. Su objeto era llegar á ser los
dueños del Imperio. Roberto ostentaba orgullosamente los títulos de «duque, rey y
emperador».
Si pasamos de las costas al interior del país, al triángulo comprendido entre el Drave
y el Danubio al Norte, el Adriático al Suroeste, y el Pindó al Este, veremos que
aquellos croatas y servios vivían en una semi-independencia. Ambos pueblos
eslavos se dividían en cantones que tenían sus jupan, jefes particulares, bajo el
mando general de un duque ó un rey. La Croacia estaba más unida y el poder era
más estable, mientras que en Servia se sucedían las revoluciones y los disturbios.
Los croatas eran temibles; según Constantino Porfirogeneta podían armar un
ejército de 100.000 infantes y 60.000 jinetes, y disponían de una escuadra. Servios
y croatas instalados en el Imperio por Heraclio, eran siervos suyos; sus jefes
recibían del emperador los títulos de patricios y protospatarios; contribuían á
reforzar los ejércitos bizantinos, y fueron unos auxiliares muy provechosos en las
luchas contra Bulgaria. Este concurso les originó terribles represalias. Reinando
León VI, el zar Simeón se apoderó de Servia y destruyó una parte de la población.
102
Poco después se restauró Servia con la protección de los emperadores y les
demostró su agradecimiento con su fidelidad. Hasta el año 1040 permaneció adicta
al Imperio.
En las orillas septentrionales del Mar Negro, desde la desembocadura del Danubio
hasta el Cáucaso, habían florecido en otro tiempo colonias griegas potentes y
gloriosas: Olbia, Panticapea, Fanagoria, Tanais, etc. Estas avanzadas de la
civilización helénica tuvieron que sucumbir ante el brutal empuje de las invasiones.
En el siglo X no quedaba más que la de Querson en Crimea, aislada en plena
barbarie. Aunque Constantino Porfirogeneta habla del tema de Querson, esta
ciudad, más que súbdita era vasalla; sus habitantes vivían como en república al
mando de un magistrado supremo, y el estratega que les enviaban de Constantinopla
venía á ser una especie de embajador. Querson, situada en medio de un mundo
bárbaro y en relaciones comerciales con todos aquellos pueblos, era muy
provechosa para Bizancio. El príncipe ruso Vladimiro se apoderó de ella en 988,
pero la restituyó en seguida.
En Asia también tenía vasallos el Imperio: al Norte, entre los jefes de los pueblos
del Cáucaso, y al Sur, entre los emires árabes; pero los más importantes fueron los
reyes y príncipes armenios. Colocada Armenia entre el Imperio bizantino, el
Imperio persa y el Imperio árabe, se vió complicada en todas sus luchas. Entre
Armenia y Bizancio existieron constantes relaciones políticas y diplomáticas. Los
pagrátidas eran los príncipes armenios más poderosos. En la primera mitad del siglo
IX, los árabes invadieron el país, se apoderaron del príncipe Sampad y lo llevaron
prisionero á Bagdad, donde murió en un calabozo (856). Su hijo Aschod, sometido
al califa que le había coronado rey, compró con un tributo le relativa independencia
de su país. Durante el reinado de Basilio I, la influencia bizantina penetró de nuevo
en Armenia. Aschod tuvo que pedir á Bizancio la confirmación de su poder. En el
siglo X los emperadores bizantinos sostuvieron al heredero de 1os pagrátidas
Aschod III (921-928), á fin de sostener en la categoría de vasallos á los príncipes
armenios que formaban por bajo del rey un feudalismo poderoso. Lo mismo
hicieron en Iberia y en Georgia. A todos estos clientes de Bizancio se les otorgaban
pensiones ó se les prodigaban títulos: el rey de Iberia era curopalato honorario del
palacio imperial; otros eran magistri, patricios ó protospatarios.
La otra, suscitada contra él, no podía ser más que una usurpadora. Y, sin embargo,
era tanta su influencia, que aún odiándolas y anhelando su perdición tenía que
contar con ellas. Esto viene á explicar la política bizantina, pues si obligada por los
acontecimientos pareció ceder é inclinarse ante los hechos consumados, nunca
olvidó en el fondo la humillación que se le había impuesto. En el siglo IX, Basilio
I y el emperador Luis II se aliaron contra los árabes; pero su inteligencia no duró
mucho tiempo. Una carta de Luis II dirigida á Basilio, conservada por un cronista
italiano, nos dice que también en aquella ocasión se trataba del título de Basileus:
«No se asombre vuestra fraternidad, decía Luis, de que usemos el título de
emperador de romanos y no de francos. De los romanos proceden nuestro nombre
y nuestra dignidad. Hemos recibido el gobierno de este pueblo y de esta ciudad, y
la misión de defender y exaltar á esta madre de todas iglesias, que ha conferido á
nuestra familia la autoridad real y después la imperial... Por la rectitud de nuestra
fe y de nuestra ortodoxia hemos merecido alcanzar el gobierno del Imperio romano;
los griegos han dejado de ser emperadores de romanos por sus malas doctrinas y su
espíritu de herejía; han abandonado, no sólo la ciudad y la residencia del Imperio,
sino también la nación y la lengua romanas para emigrar á otra ciudad, á otra nación,
á otro país y á otro idioma.» No fueron menos ásperas las contiendas en el siglo
siguiente. En el capítulo IX hemos hablado del fracaso de Luitprando, obispo de
Cremona, enviado á Constantinopla por Otón I, para pedir la mano de la princesa
Teófana. Después de la muerte de Nicéforo Focas, Teófana se casó con el futuro
Otón II (972); pero esta boda no consiguió reconciliar á los dos Imperios. Otón II
104
sólo pensaba arrebatar á los griegos la Italia del Sur. Más adelante, Enrique II
intentó otra expedición (1022), sin gran resultado. Mucho tiempo después, reinando
Enrique IV, el Imperio germánico se anexionó la Italia meridional y Sicilia, que
eran entonces normandas. Pero entre los dos Imperios, entre aquellas dos razas no
podía extinguirse la hostilidad. Tenía que estallar, poderosamente, en la época de
las Cruzadas.
Las relaciones con el Papado eran más frecuentes, pero no menos difíciles. En vano
se habían retractado los emperadores, restableciéndose el culto de las imágenes;
casi inmediatamente habían surgido nuevos conflictos, como si ya fuese imposible
la unión religiosa entre Oriente y Occidente. Mientras que gobernaba la Iglesia
latina, Nicolás I (858-867), Focio, político astuto, sabio erudito muy ambicioso y
muy inteligente, fué nombrado patriarca de Constantinopla en lugar de Ignacio, que
no había querido dar la comunión al César Bardas (857). Focio consiguió sobornar
á los legados de Roma encargados de una pesquisa sobre su elección; pero Nicolás
I lanzó el anatema contra él en el concilio de Letrán (863). Como el emperador
interviniera en la contienda, el papa le contestó sin ningún miramiento,
recordándole sus numerosos antecesores herejes y discutiéndole el título de
emperador de romanos. Parece que Miguel III había llamado bárbara á la lengua
latina. «Dejad de llamaros emperador de romanos —le escribía el papa— puesto
que estos romanos no son, á vuestro juicio, más que unos bárbaros.» Rechazaba
además las pretensiones tantas veces sostenidas por los obispos de Constantinopla,
y después de aludir á los patriarcas de Antioquía y de Alejandría, agregaba: «En
cuanto á los obispos de Constantinopla y de Jerusalén, también se los llama
patriarcas, pero no tienen la misma autoridad. Ningún apóstol instituyó la iglesia de
Constantinopla y el concilio de Nicea no la menciona. Sólo porque se llama á
Constantinopla la nueva Roma, y más por efecto del favor de los príncipes que de
la razón, ha tomado el obispo el título de patriarca.»
14
Ya había adoptado la Iglesia de España, en el siglo V, la inserción de la fórmula Filioque en el
símbolo de Nicea, y la Iglesia franca había seguido su ejemplo en el siglo VII.
105
Cuando Basilio I se apoderó del trono, empezó por reponer á Ignacio. ¿Sacrificaba
Á Focio para reconci1iarse con Roma, ó le castigaba por haberle negado la
comunión después del asesinato de Miguel? Sea de ello lo que fuere, la corte de
Bizancio se disculpó ante Adriano II (867-872), sucesor de Nicolás I, y un nuevo
concilio (octavo ecuménico), reunido en Constantinopla, lanzó el anatema contra
Focio y sus partidarios (Octubre 869, Febrero 670).
106
á Roma. El patriarca excitó los ánimos contestando con alegaciones contra la Iglesia
latina, que en parte eran falsas.
Las consecuencias de este conflicto, en el que todos habían cometido faltas, fueron
irreparables. El cisma acababa de estallar. Cuantos esfuerzos se hicieron para
restablecer la unión fracasaron. No hay que detenerse ante los aparentes pretextos
que motivaron la ruptura. Detrás se ocultaba un hondo antagonismo entre las dos
iglesias, un hondo antagonismo de espíritu que se había manifestado desde muy
pronto, y que de siglo en siglo se fué haciendo más violento. Desde el siglo XI, el
Oriente y el Occidente cristianos se miraron como enemigos mortales, y bien se
demostró cuando las Cruzadas. Aquellas expediciones que podían haber asegurado
la defensa del mundo cristiano contra el musulmán, tanto se dirigieron contra el
Imperio bizantino como contra los infieles. Los latinos debilitaron y desorganizaron
la potencia que habría debido ser su aliada natural. Ninguna otra causa influyó con
tanta intensidad en los destinos del Imperio de Oriente. La toma de Constantinopla
fué, en parte, la consecuencia directa del cisma del siglo IX.
El emperador y la corte.
Durante todo el período que hemos estudiado, al mismo tiempo que el Imperio
demostraba su fuerza en las guerras exteriores, una administración sabia y
complicada tenía á su cargo el régimen interior. No es fácil trazar un cuadro de esta
organización administrativa. Hay asuntos muy importantes, como el de los
impuestos, que acaso nunca se conozcan bien. De todos modos, el principio de
gobierno, la misión de los principales funcionarios y las reglas de la administración
local pueden determinarse con bastante fijeza.
Las dos grandes facciones de Verdes y Azules eran corporaciones oficiales (demoi)
con sus bienes y rentas, y figuraban en las ceremonias imperiales. Sus jefes, que
llevaban los nombres de demócrata o demarca, eran funcionarios. Los emperadores
de la casa macedónica, más cuerdos que los de los siglos VI y VII, evitaron
demostrar á cualquiera de ambos bandos una predilección que hubiera convertido
al otro en partido oposicionista y habría podido provocar motines.
Hay que leer la obra de Constantino Porfirogeneta sobre las ceremonias de la corte
para comprender hasta qué punto se llevaba aquella manía etiquetera fastuosa y
pueril. Se exageraba el lujo cuando se quería asombrar la vista y el espíritu de los
embajadores extranjeros. Liutprando, en su Antapodosis, ha contado su recepción,
cuando en 948 le envió á Constantinopla el rey Berengario. Cerca del trono del
emperador rugían y meneaban la cola dos leones dorados; en un árbol dorado
cantaban aves, doradas también. Semejantes prodigios no podían menos de
maravillar á los enviados búlgaros y rusos. Liutprando pretende que no se dejó
engañar, á pesar de que cuando adoró al emperador, le vió elevarse por el aire con
su trono y reaparecer de pronto con otro traje, sin que se pudiera descubrir cómo se
verificaban aquellas mutaciones á la vista. La etiqueta bizantina era muy aficionada
á estas tramoyas, siendo trascendental la misión de los maquinistas en tales magias
imperiales.
108
La Administración central. Senado. Nobleza administrativa.
15
Estos títulos y funciones, son los mencionados en los capítulos I y IV.
109
orden inferior eran los tribunales de los pretores, del parthalasita (jurisdicción
marítima) y de los jueces de las regiones. Subsistía el Senado, que se sostuvo hasta
los últimos días del Imperio. Durante el sitio de Constantinopla en 1453,
Constantino Dragases recibió en él á los embajadores de Mohamed II. Muy vagas
son las noticias que poseemos de este organismo, que se compondría probablemente
de funcionarios de las altas clases de la administración. Aunque León VI le había
quitado el poder legislativo, todavía se le presentaban las leyes de mucha
importancia. Judicialmente, entendía en los crímenes políticos, en las
conspiraciones y en las causas contra grandes personajes ó senadores. Deliberaba á
veces acerca de las negociaciones con el extranjero y de las guerras. Intervenía en
la elección del patriarca y en los asuntos religiosos, y tomaba parte en las elecciones
imperiales, ó las confirmaba al menos. Su influjo era bastante grande para poner en
peligro el poder de los emperadores á quienes era hostil. Por eso ha podido decir un
historiador, que «acaso representara en realidad un papel más importante que el que
dejan entrever los textos» (Lecrivain).
Junto al estratega se agrupaba su estado mayor; el doméstico del tema, que era como
su lugarteniente; el. cartulario del tema, que desempeñaba las funciones de
intendente militar y dependía á un tiempo del estratega y del logoteta de la milicia
de Constantinopla, y el conde de la tienda de campaña, que vigilaba el servicio del
cuartel general. En los temas marítimos había un drongario de la escuadra. Existían
también numerosos funcionarios de segundo orden: los turmacas, los drongarios
(que solían mandar mil hombres), los condes, los centarcas, los castrofilacos ó
clisurarcas (comandantes de plaza), etcétera. En el orden civil, los condes de los
acueductos, los inspectores de minas, los directores de fábricas imperiales, los
curadores de palacios y posesiones del emperador, los comerciarios, encargados de
cobrar los impuestos sobre el comercio y la agricultura, etcétera. Además, en cada
tema existía un funcionario que no pertenecía á las primeras clases de la nobleza
administrativa, pero cuyas atribuciones eran muy extensas: el protonotario del tema,
independiente (al parecer) del estratega, dependía del cartulario del sacellum, gran
111
tesorero del Imperio. Estaba encargado de la hacienda; cobraría, probablemente, la
mayor parte de los impuestos; vigilaría los gastos y proveería de víveres al ejército.
A veces se le daba también el título de juez del tema, y por lo tanto había de estar
investido del poder judicial.
Estos dinates extendían sus dominios comprando las tierras de los pequeños
labradores, ó usurpándoselas violentamente. Muchas veces, los pequeños
terratenientes se recomendaban á ellos para alcanzar su patronato, convirtiéndose
en meros usufructuarios. Así llegaban los poderosos á poseer distritos, y en
ocasiones hasta provincias enteras. Los funcionarios, los jefes militares, á quienes
las Novelas consideran también como dinates, solían hacer causa común con
aquellos usurpadores. Alarmado el poder imperial, quiso proteger á los pequeños
propietarios. Basilio I, á fin de que no les retrajase en su derecho la importancia de
las costas que devengaban los pleitos con los poderosos, creó rentas para atender en
parte á tales gastos. Unas Novelas de 922, reproducidas más adelante, prohibieron
á los ricos la adquisición de bienes de pobres y de militares en aquellos municipios
donde no tuvieran ya tierras. Como esta prohibición no se respetase. Constantino
VII dictó disposiciones severísimas, mandando que los poderosos que desde su
advenimiento al trono hubieran comprado bienes de pequeños labradores, contra 1o
dispuesto en las leyes, fuesen expulsados de ellos sin indemnización. Nicéforo
Focas y Basilio II lucharon también contra aquellas intrusiones. Entre los poderosos
que así comprometían la existencia de la pequeña propiedad hay que citar en lugar
preferente las iglesias y los monasterios, especialmente éstos, que se apoderaban á
un tiempo de la tierra y de quien la cultivaba. Romano Lecapeno prohibió en una
Novela de 934 que al hacerse fraile algún aldeano regalase sus fincas al convento.
Nicéforo Focas, reanudando las tradiciones de los emperadores iconoclastas,
publicó dos Novelas prohibiendo en una la construcción de nuevos monasterios, y
112
en otra que las iglesias adquirieran nuevos bienes. “Los frailes —decía— no poseen
ninguna de las virtudes evangélicas. Siempre están pensando en adquirir nuevos
bienes terrenales.» Es tanto más denotar este lenguaje, cuanto que Nicéforo era
devoto; antes de ocupar el trono había sido amigo de San Atanasio, que tanto
contribuyó á fundar en la península del Athos aquella extraña república monástica
que sobrevivió .al Imperio. Juan Zimisces adoptó medidas análogas; pero estas
tentativas no dieron resultado y Basilio II volvió al derecho antiguo.
La diplomacia.
Para negociar con los enemigos é introducir divisiones entre ellos y para sujetar á
los vasallos á la obediencia, necesitaba Bizancio una diplomacia muy avisada,
hecha á observarlo todo. Reclutábase entre los funcionarios de la corte, pero los
documentos no hablan de una organización administrativa especial, de un cuerpo
diplomático. Cuando se enviaban embajadores, se les exigía que explicasen la
conducta que pensaban seguir, y se les daban instrucciones. Constantino
Porfirogeneta indica en su tratado sobre la Administración el sistema que los
enviados debían emplear con cada pueblo. No les detenían los escrúpulos. La
intriga, la mentira y la traición, eran armas legítimas. La diplomacia veneciana se
derivó de la bizantina y toda la diplomacia italiana del Renacimiento se formó por
dicho modelo.
113
El ejército.
Casi todas las nacionalidades estaban representadas en los ejércitos bizantinos; pero
esto no importaba á los emperadores, que estaban dispuestos siempre á confiar á
extranjeros los más altos cargos militares. No todos los generales ilustres de los
siglos IX, X y XI eran de sangre griega. Había muchos armenios, eslavos y hasta
turcos y árabes. Los emperadores se cuidaban de dar á sus ejércitos la ciencia
militar, redactando manuales de táctica, como los compuestos por Mauricio, León
VI, Constantino VII y Nicéforo Focas. Los bizantinos disponían de ingenios de
guerra muy perfeccionados y poseían secretos muy temidos, como el del fuego
griego. Gozaban de una gran reputación en el arte de atacar y defender las plazas
fuertes y su arquitectura militar había de influir más adelante en la de los cruzados.
Hubo grandes hombres de guerra, algunos de los cuales llegaron al trono, y en
ciertas familias, como las de los Focas, los Curcuas, los Doucas, los Bryennos y los
Comnenos, se heredaban los prestigios militares. Desgraciadamente, abundaron las
rivalidades entre aquellos generales y los emperadores no trataron gran cosa de
evitarlas, para ponerlos en oposición á unos contra otros. Más de una derrota fué
consecuencia de estas disensiones. Además, costaba gran trabajo sostener la
disciplina y evitar el pillaje. Los emperadores tenían que ganar con donativos la
fidelidad de sus soldados, muchas veces relativa.
Los cuerpos de tropa estaban distribuidos en los temas bajo el mando de los
estrategas. Cuando se reunían todas las fuerzas de Oriente ó de Occidente al mando
de un jefe único, se le llamaba doméstico, archegeta ó stratilato de Oriente o de
Occidente. Fuera de estos ejércitos acantonados en los temas, la guardia imperial
formaba en Constantinopla un cuerpo escogido con cuatro cohortes: los
excubitarios, los hicanates, los numeri y los scholae. Comprendía también
extranjeros de todas las procedencias (persas, cazaros, normandos, ingleses,
húngaros, sarracenos, etc.), divididos en tres hetairias, y mandados por el gran
heteriarca. Ciertos cuerpos tenían jefes especiales, como los francos el condestable,
y los Varegos el acólito.
115
Ibn-Khordadbeh calcula que las fuerzas bizantinas, en el siglo X, ascendían á
120.000 hombres. Generalmente, los ejércitos que figuraban en las campañas
constaban de 35.000 á 40.000. Constantino Porfirogeneta publicó los estados
detallados de varias expediciones. Cada vez no se llamaba más que á las tropas de
ciertos temas. Por ejemplo, para la reconquista de Creta, en 902, León VI pidió
contingentes á los estrategas de los cibyrrheotas, de Samos y del Mar Egeo. Estas
tropas, á las cuales se agregaron 700 rusos, ascendían á 28.300 soldados. Además
se habían sacado de varios temas 6.037 jinetes. En cuanto á la organización de la
marina militar, aún no se han estudiado suficientemente los documentos para poder
deducir ninguna conclusión exacta.
Los emperadores consideraban como uno de sus medios de defensa más seguros el
célebre fuego griego. Constantino VII, en su libro sobre la Administración del
Imperio, se extiende en largas consideraciones sobre la necesidad de guardar
esmeradamente el secreto. Si algún pueblo extranjero lo preguntase, se le debía
contestar que un ángel había revelado su composición á San Constantino, primer
emperador cristiano, prohibiéndole expresamente divulgarla. En estos modos de
despachar cortésmente á la gente sobresalía la diplomacia bizantina. En otro
capítulo de la misma obra cuenta el Basileus escritor 16, que un tal Calinico, de la
ciudad de Hierápolis, aprendió á preparar el fuego griego durante el reinado de
Constantino Pogonato. Para arrojar el fuego se utilizaban sifones sujetos á la proa
de los navios ó granadas de barro. Las noticias que dan algunos escritores bizantinos
acerca de la composición del fuego griego, y las investigaciones llevadas á cabo
sobre este asunto por los sabios modernos, han demostrado que se trataba de una
mezcla de salitre, azufre, carbón y materias resinosas.
Desde mediados del siglo IX hasta la mitad del XI, el Imperio bizantino llegó, como
hemos visto, á su más alto grado de prosperidad. Constantinopla era entonces, según
opinión unánime, la primera ciudad del mundo. Después, desgraciadamente, la
capital bizantina ha desaparecido casi por completo. No quedan más que una parte
del recinto y algunas iglesias transformadas en mezquitas, como Santa Sofía. Para
formarse idea aproximada de su extensión y del número de edificios que formaban
los 14 distritos de que se componía, hay que acudir á los textos. Du Cange, en su
Constantinopolis christiana (siglo XVIII), ha tratado de reconstituir la topografía de
16
La misma versión da Teófanes, cronista del siglo IX, fechando dicha invención en el cuarto año
de Constantino Pogonato.
116
la ciudad que, en algunos puntos, se ha completado con nuevas pesquisas. No
podemos entrar aquí en tantos pormenores; pero conviene hacer notar que ciertas
instituciones que creemos propias de nuestras ciudades modernas, funcionaban ya
en Constantinopla, como, por ejemplo, el servicio de beneficencia pública, que
contaba con gran número de hospicios, asilos de huérfanos y escuelas, bajo la
dirección del gran orfanotrofo. Cuando llegaban los extranjeros á Constantlnopla,
les producían sincera admiración los palacios imperiales, que abarcaban barrios
enteros; las iglesias, que deslumbraban con el resplandor de los mosaicos, del oro
y de la plata, y las calles y las plazas, adornadas con las obras maestras de la
escultura antigua. No hay análisis que equivalga al relato de un testimonio directo.
El judío Benjamín de Tudela, que recorrió el mundo durante el siglo XII, escribía:
«Vienen á Constantinopla mercaderes de todas partes: de Babilonia, de Sinear, de
la Media, de Persia, de todo el reino de Egipto, de la tierra de Canaán, del reino de
Rusia, de Hungría, de Pátzinacia 17, de Bulgaria, de Lombardía y de España. La
ciudad está pobladísima, á causa de la afluencia de mercaderes, de modo que, salvo
Bagdad, no hay ciudad en el mundo que pueda comparársele.» «No hay templo en
el universo que contenga tantas riquezas como éste», dice al hablar de Santa Sofía.
Y añade, al mencionar los juegos del hipódromo: «No se ve espectáculo semejante
en todo el mundo.» Este autor, que suele pecar de extremadamente seco, entona un
verdadero ditirambo al evocar el recuerdo de las riquezas de Constantinopla: «Los
tributos de toda Grecia van á parar al palacio, cuyas torres están llenas de trajes de
seda, de púrpura y de oro. Dícese que sólo el tributo de la ciudad de Constantinopla
asciende á 20.000 florines de oro diarios, tanto de lo que procede de impuestos
sobre los establecimientos, hospederías y plazas de abastos, como de lo que pagan
los mercaderes, que acuden en tropel de todas partes, por mar y por tierra. Los
griegos que habitan en el país poseen grandes riquezas en oro y pedrerías; visten
trajes de seda adornados con flecos de oro y con bordados; quien los vea ataviados
así y montados en sus caballos, podrá tomarlos por hijos de reyes. El país es muy
vasto y abunda en pan, en carne y en toda clase de productos. No hay en el mundo
quien los iguale en riquezas.»
17
País de los pechenegos.
117
La segunda población del Imperio era Salónica, á la cual acudían también
mercaderes de todas las naciones, especialmente en la época de las fiestas de San
Demetrio, patrón de la ciudad. La industria había adquirido en ella gran desarrollo,
y se rendía culto á las letras y á las artes. Ciudad guerrera y comercial á un tiempo,
constituía en aquellas regiones el centro de resistencia contra los bárbaros. Más al
Sur, se multiplicaban las ciudades ricas é industriosas. Tebas, Corinto y Patras
poseían fábricas de seda y de otros tejidos. Atenas no estaba entonces obscurecida
y medio desierta, como han aventurado algunos. Sus escuelas eran célebres, y en el
reinado de Basilio II, un rey de Georgia, enviaba á ellas cada año 20 jóvenes de su
reino para que se instruyesen. Hay textos que hablan de estudiantes de Inglaterra y
de París que iban a Atenas a perfeccionar sus estudios. El Imperio bizantino estaba
en relaciones comerciales con todos los pueblos que le rodeaban. Recibía de
Damasco y Alepo las mercancías del Extremo Oriente. Cuando los griegos
reconquistaron á Antioquía, celebraron un tratado con el príncipe de Alepo (969 ó
970). Se estipuló en él la libertad de tráfico para las caravanas y los mercaderes
griegos, dando á entender que si Antioquía recibía artículos de Oriente, que desde
allí pasaban á Occidente, en cambio se exportaban al territorio árabe artículos de la
industria bizantina, particularmente telas. Al Norte, Trebisonda había alcanzado
mucha importancia como depósito comercial de Levante. «Trebisonda (escribía en
el siglo X el geógrafo árabe Istakhri) es la ciudad fronteriza de los griegos, y á ella
acuden todos nuestros mercaderes. Todas las telas de fabricación griega, todos los
brocados importados á nuestra tierra, pasan por Trebisonda.» Arze, que fué
destruida en 1049 por los turcos seldjukidas, era también un centro importante de
cambios. Después de su ruina, los mercaderes emigraron á la antigua
Teodosiópodis, que se convirtió en Erzerum (Arzen-Rum, Arx Romanorum). Por
otra parte, los mercaderes griegos estaban en continuas relaciones con Alejandría.
A principios del siglo IX, León V había prohibido á los griegos que fuesen á Egipto
y á Siria, pero semejante prohibición no podía prevalecer. Las mercancías
orientales, especias de la India, perfumes, piedras preciosas y tejidos de seda árabes,
afluían á Constantinopla, á Salónica y á Querson para extenderse desde allí por el
Imperio y por los pueblos vecinos.
No sólo era grande el Imperio bizantino por la fuerza militar y por la riqueza;
contaba también, hasta cierto punto, con la gloria literaria. Hubo en Bizancio, del
siglo IX al XII, un impulso de renacimiento, que si no produjo genios ni talentos de
gran originalidad, despertó á lo menos la afición á las especulaciones del espíritu y
119
á las investigaciones eruditas. A esta época pertenecen la mayor parte de los
manuscritos que nos han permitido conocer las obras de la literatura griega.
Los estudios habían decaído en Oriente desde que Justiniano mandó cerrar las
escuelas de Atenas y suprimir la enseñanza del Derecho, salvo en Constantinopla y
en Beiruth. La gran Universidad de Constantinopla, fundada en 425 por Teodosio
II, era el único centro importante de estudios, y aun allí la enseñanza estaba bastante
descuidada. La literatura había tomado un carácter casi exclusivamente monástico
desde el tiempo de Justiniano. Después de la contienda de los iconoclastas, el césar
Bardas, hermano de la emperatriz Teodora, reorganizó la escuela del palacio de
Magnauro, y, aunque adversario de los iconoclastas, puso al frente de ella á León,
arzobispo de Salónica, que había dimitido al restablecerse las imágenes.
Enseñábanse allí la Filosofía, la Gramática, la Geometría y la Astronomía. Los
profesores fueron elegidos entre los hombres más sabios de la época, y los estudios
eran gratuitos. Quienes trabajasen, estaban seguros de lograr el favor imperial, que
nunca fué para ellos una protección pasajera. Las escuelas de Constantinopla
hallábanse en plena prosperidad en tiempo de Constantino VII. Los personajes más
elevados del Imperio figuraban entre sus maestros y los documentos oficiales
hablan del Principe de los retóricos y del Cónsul de los filósofos. Los estudiantes
podían tener la esperanza de que su saber los hiciera llegar á los puestos más altos.
Según cierto historiador de Constantino VII, el emperador admitía en su mesa á
estudiantes, hablaba, con ellos, los alentaba y entre ellos escogió funcionarios y
obispos. En el siglo XI, reinando Constantino Monomaco, la Universidad de
Constantinopla recobró todo su esplendor, gracias á Miguel Psellos, uno de los
sabios más célebres de la Edad Media bizantina. Reorganizó la Universidad y
explicó en ella la Filosofía, mientras su amigo Xifilino enseñaba el Derecho.
Comentaba los filósofos y los grandes poetas de la antigüedad. A su cátedra asistían
hasta árabes. Estos triunfos alarmaron á la Iglesia y al emperador; cerróse la
Universidad, y Psellos se retiró á un convento, pero recobró su influencia en los
reinados siguientes.
Los mismos emperadores daban ejemplo de cultura, y muchos de ellos forman entre
los escritores. Basilio I, además de ser un militar afortunado, se propuso honrar el
derecho de Justiniano con dos Manuales: el Prochiron, publicado entre 870 y 879,
y la Epanagogé, entre 879 y 886, aunque no se promulgo oficialmente. Su hijo
mayor, Constantino, escribió un tratado de táctica, y su segundo hijo, León VI, fué
poeta, teólogo y escritor militar; prosiguió la obra jurídica de su padre, y publicó la
vasta recopilación de las Basílicas, en 60 libros. Constantino VII dirigió el
movimiento literario de su época. Escribió la Vida de Basilio, fundador de la
dinastía. En su libro de los Temas trazó, aunque deficientemente, la geografía
política del Imperio. Su tratado sobre la Administración del Imperio, un manual de
120
diplomacia, dedicado á su hijo, se ocupa de los pueblos relacionados con Bizancio,
describe sus instituciones y explica 1a política que con ellos se debía seguir. Los
últimos capítulos dan algunos pormenores acerca de la organización interior. En su
obra sobre las Ceremonias de la Corte de Bizancio, junto á la regla de la etiqueta
imperial aparecen documentos de todas clases, incluso la lista de gastos de varias
expediciones. No se perdieron estas costumbres durante el siglo XI. El césar
Nicéforo Bryenno escribió una historia de su tiempo, mientras que su mujer, la sabia
y ambiciosa Ana Cornneno, encomiaba en su Alexiada el reinado de su padre Alejo
I.
Este escrito parece destinado á defender las disposiciones de Nicéforo Focas contra
los monjes. Los historiadores y cronistas que abundaron en este período fueron, en
general, más exactos y más inteligentes que los de la época anterior.
Los principales son: Teófanes, cuya crónica llega hasta 813, y fué proseguida por
varios continuadores hasta 961; Jorge Hamartolos, que alcanzó hasta 842;
Genesios, cuya historia abarca desde el reinado de León V hasta el de Basilio I
inclusive, y León Diácono, que relata los sucesos de 959 á 975. En el siglo XI
merecen mención Juan Scylitzes, Miguel Ataliota y Cedreno. Ciertas obras de
Psellos dan una idea muy clara de la sociedad del siglo XI, y en parte se hallan
escritas en estilo muy animado. Finalmente, la poesía produjo epopeyas,
inspirándose en hechos contemporáneos. Vinieron á ser las canciones de gesta de
Oriente. Las luchas contra los árabes produjeron relatos heroicos y maravillosos, la
tragudia ó cantilena que algunas veces convertía en poemas un autor más culto. Tal
es la epopeya, recién descubierta, de Digenis Akritas, defensor del Imperio en el
siglo X, terror de los sarracenos, pero débil ante el amor. El héroe de este poema,
en que se juntan las fantasías guerreras y gratas, existió realmente, y se llamaba
Pantherios. Muchas canciones populares de la Edad Media griega han llegado hasta
nosotros, de generación en generación.
También fué esta una hermosa época para el arte bizantino. Aquellos emperadores
construyeron gran número de edificios. Constantino VII era aficionadísimo, no sólo
á las letras, sino también á las artes, pintaba y dirigía á escultores y orífices. El
palacio imperia1 de Constantinopla se amplió hasta extenderse por todo un barrio
inmenso. Los textos en que los sabios modernos han buscado la reconstitución de
sus planos hablan de un esplendor que deslumhra.
Se puede afirmar que hasta el siglo XI el arte bizantino fué el único arte cristiano
verdaderamente original. Su influencia se extendió á lo lejos. El arte ruso se formó
en su escuela; pues los sucesores de Vladimiro, cuando construían y decoraban sus
iglesias, procuraban dar á Kiev el mismo aspecto de Constantinopla. El arte de
Armenia y de Georgia conserva cierto parecido de familia con el arte griego, y hasta
los árabes, tan enemigos del Imperio y del nombre cristiano, fueron en esto
tributarios de Constantinopla. Los califas de Damasco y de Córdoba le pedían
artistas. Sicilia, Italia del Sur, Roma, Venecia y otras ciudades de Occidente
conservan numerosas y persistentes huellas del arte bizantino, y también las hay en
Francia, donde la arquitectura románica tiene rasgos de la bizantina, y donde todo
un grupo de iglesias de Perigord, del Agoumois y de la Saintonge, presentan el tipo
de la cúpula oriental.
Treinta mil normandos sitiaron á Durazzo. Alejo buscó aliados en Occidente, excitó
contra Roberto á su sobrino Hunfredo y envió á Enrique IV de Alemania 144.000
sueldos de oro y 100 piezas de seda, ofreciéndole un gran subsidio si atacaba á la
Italia del Sur á fin de que Roberto tuviese que defender sus Estados.
Los venecianos, fieles á su política, enviaron una escuadra contra los normandos,
mandada por el dux Domenico Selvo, obteniendo en cambio la exención de todo
derecho sobre sus mercancías y la posesión de un barrio autónomo en Pera. Alejo,
á pesar de haber reunido 70.000 hombres, fué derrotado.
Entonces pudo reanudar la guerra contra los turcos, que no cesaban de extenderse
por el Asia bizantina. Malek-Shah (1072-1082) había confiado á Solimán la
dirección de la guerra contra los griegos, permitiéndole constituir una especie de
Estado independiente, Miguel VII abandonó á Solimán todas las provincias
conquistadas en Asia. Los turcos se apoderaron de Cizica y de Nicea (1081), donde
Solimán estableció su capital, hallándose ya frente á Constantinopla. Más adelante,
Alejo pudo recuperar á Siriope y otras ciudades, pero no tardaron en sobrevenir
nuevos reveses. El emir Tzachas, sucesor de Solimán, conquistó Clazomena, Focea,
Chios, Lesbos, Samos, Rodas y Esmirna.
Tal era la situación cuando Alejo había podido conjurar los peligros de Occidente.
El Imperio seldjukida, después de la muerte de Malek-Shah (1092), estaba dividido,
y estas luchas podían favorecer la política del emperador, que quiso contar con la
alianza de la Europa latina. Al efecto, envió una embajada al concilio convocado
en Piacenza, por Urbano II. Los embajadores bizantinos pidieron el auxilio de la
cristiandad latina contra los turcos, según afirma Bernoldo de Constanza, el autor
125
contemporáneo mejor enterado de lo que ocurrió en aquella asamblea. Al poco
tiempo, cuando el conflicto de Clermont, Urbano II predicó la cruzada.
Buscó, por mediación del papa, aliados en Occidente, pero no tardó en arrepentirse
de aquel paso, según parecen demostrar documentos de reconocida importancia. Su
hija Ana declara en la Alexiada que le alarmó la llegada de los cruzados, conociendo
su violencia, su circunstancia y la facilidad con que quebrantaban los tratados, y
que por eso reunió tropas para estar apercibido ante el caso de que tuviese que
luchar con ellos. Estos temores no fueron infundados. El primer contacto de
cruzados y bizantinos vino á demostrar que el divorcio entre aquellas dos partes del
mundo cristiano era definitivo. Todo les separaba.
Entre ambos, según atestiguan los cronistas, no cupo otro sentimiento que el
desprecio y la desconfianza. Desde este punto de vista, las Cruzadas no tuvieron
otro resultado, que llevar á Oriente nuevos enemigos del Imperio bizantino,
dividiéndolo, debilitando las fuerzas que hubiera podido emplear en la lucha con
los turcos, y precipitando su decadencia y su ruina.
BIBLIOGRAFÍA
Para la Iglesia y sus relaciones con el Papado: Hefele, Histoire des conciles, trad.
Delarc.—Pichler, Gesch. der kirchlichen Trennung zwischen Orient und Occident,
1865.—Lequien, Oriens Christianus, 1740.—Bréhier, Le schisme oriental du XIe
siécle, París, 1899.
Respecto á las letras y las artes, véanse las obras citadas en el capítulo IV. —C.
Sathas y E. Legrand, Les exploits de Digénis Akritas, épopóe byzantine du Xe
siécle, París, 1875.
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129
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LA EUROPA DEL SUDESTE DURANTE EL PERÍODO DE LAS
CRUZADAS
(1095-1261)
Al año siguiente le sorprendió una turba de pechenegos, y logró salvarse sin más
daño que una herida en la mejilla. En 1164, al atravesar el Danubio, vió zozobrar
una de sus barcas, y se tiró al río para salvarla. En 1176, durante una expedición
contra Iconium, se internó temerariamente en el desfiladero de Myriocéfalos, cerca
131
de las fuentes del Meandro; las flechas de los turcos sembraban el pánico y la
muerte en la caballería ó infantería griegas; perecieron casi todos los jefes, y Manuel
sufrió el dolor de ver la cabeza de su sobrino Juan Vatazes, clavada en una pica
turca; pero el emperador no desmayó por esto, y dió el ejemplo á su ejército,
hundiéndose en lo más recio de la pelea. Tales proezas servían para demostrar á sus
aliados los latinos y á los cruzados, que éstos no poseían el monopolio de la bravura
ni siquiera de la temeridad, desmintiendo la leyenda de una Grecia degenerada y
pusilánime. Tan ardiente como sus enemigos, y más perseverante aún que ellos, no
descansó en toda su vida de la guerra santa que los cruzados sostenían antes por
fanatismo de Cristo que por innata valentía. Heroico como un paladín de las
canciones de gesta, era de los primeros en lo que entonces constituía un deporte
puramente latino, donde se ganaba el verdadero maestrazgo de la caballería.
Cuando el torneo de 1156 en Autioquía, Manuel bajó á la liza con los príncipes de
su familia. En aquel combate, donde se veían «caer á unos de espaldas encima de
la grupa del corcel con los pies en alto, desplomarse á otros sobre el cuello del
caballo, perder á los más los estribos, y huir no pocos frente al relampagueo de las
lanzas, tapándose la cara con el escudo; donde las banderas, agitadas en el rudo
galopar de los caballos, ondeaban á impulso de la carrera; en aquellos juegos tan
llenos de variedad y elegancia, que evocaban la momentánea alianza de Venus y
Marte, de Belona y las Gracias, entre la ardiente emulación de los griegos, ansiosos
de superar á los latinos, y de éstos, enardecidos por la idea de la derrota en la justa
de las lanzas, el emperador Manuel derribó de una vez á dos caballeros
occidentales.» (Nicetas.)
Manuel armó á su ejército con las armas de los latinos: los vastos escudos que
protegían todo el cuerpo, sustituyeron á los broqueles redondos, y las lanzas largas
á las azagayas cortas y frágiles.
El Imperio griego tendía cada vez más á parecerse al Occidente, salvo en la religión.
Estaba muy lejano el tiempo en que el Basileus rechazaba los enlaces con gente
bárbara. Manuel Comneno se casó con Berta de Sulzbach, cuñada del emperador
alemán Conrado III, á la cual dió el nombre helénico de Irene, y cuando murió ésta
pidió la mano de una princesa latina de Trípoli, eligiendo, por último, á María,
princesa de Antioquía. Prometió su hija María á Bela, hermano del rey de Hungría,
y después la casó con Reniero, segundo hijo de Guillermo, marqués de
Monteferrato. Cuando su hijo Alejo tenía dos años, pidió para él la mano de una
132
hija de Federico Barbarroja, y cuando aquél llegó á los doce, le casó con Inés (ó
Ana), hija de Luis VII de Francia, que tenía ocho años (1180). De este modo entró
á formar parte la dinastía de los Comnenos de la gran familia de las monarquías
occidentales.
Gracias al valor de los primeros Comnenos y á su hábil diplomacia, que triunfó más
de una vez de las sutiles añagazas venecianas y de la astucia normanda, las fronteras
del Imperio quedaron casi intactas, y en ciertos sitios recobraron el terreno perdido.
Se llegó á no conceder importancia á la conquista de la Italia del Sur y de Sicilia.
Nápoles, la última ciudad italiana del Imperio, abrió sus puertas á los normandos
en 1138. Croacia había pasado al dominio de los húngaros, que disputaban á los
venecianos la Dalmacia; Servia conservaba su independencia, pero Bulgaria seguía
sometida y el Danubio constituía aún la frontera del Imperio. Todo el mar Egeo,
todas sus islas, hasta Creta, Rodas y Chipre, pertenecían á Bizancio. De Bizancio
eran también las riberas orientales y meridionales del Mar Negro, desde Querson
(Crimea) hasta el Cáucaso, del Cáucaso á Samsun (único punto del litoral ocupado
por los seldjukidas), y desde Samsun hasta el Bosforo. El Asia Menor griega,
aunque sus fronteras por la parte de Iconium variasen con frecuencia, se extendía
hasta Amastris, pasaba de Brussa y de la corriente del Meandro. Todavía se
disputaba la Cilicia á los armenios.
En el interior la unidad del imperio permanecía incólume. Tal vez los skipetaros de
Albania, descendientes de los primitivos pelasgos más antiguos que los griegos;
quizás las tribus eslavas, mainotas, zaconianas del Peloponeso y las tribus vlacas de
los Balkanes, de Rodope ó del Pindó no pagasen regularmente el impuesto; pero
todos reconocían la soberanía del autocrator. Hasta los gobernadores de la lejana
Trebisonda le prestaban obediencia.
Usurpación de Andrónico.
El tirano sexagenario casó entonces con Inés de Francia, niña de once años,
hermana de Felipe Augusto y prometida de Alejo II. Nuevos suplicios espantaron
y exasperaron á la aristocracia. Los Estados vecinos estaban llenos de emigrados
que los excitaban á la lucha contra el usurpador,reclamando desesperadamente el
auxilio del rey de Sicilia, del Papa, del emperador alemán, del rey de Hungría, del
sultán de Iconium y de los príncipes latinos de Palestina. Frente al peligro, se
134
recrudecieron la energía y la crueldad de Andrónico. Isaac Angelos (el Angel) fué
sitiado en Nicea; Andrónico prometió amnistía á los habitantes, pero en cuanto
entró en la ciudad ordenó matanza general, sin perdonar más que á Isaac el Angel
y al obispo. Las ciudades de Brussa y Lopadion sufrieron la misma suerte. Le
sacaron los ojos á Alejo, hijo natural del emperador Manuel, y quemaron vivo á su
secretario Mámalos. Mientras tanto, los húngaros y los sicilianos devastaban las
provincias. Un tal Isaac Comneno, declarándose independiente en la isla de Chipre,
se calzó los borceguíes de púrpura. Enfurecido por tal audacia Andrónico, publicó
un edicto de proscripción, en virtud del cual todos los prisioneros de la guerra civil
debían perecer, lo mismo que aquellos á quienes ya se habían sacado los ojos, y sus
parientes y amigos. No se comprende cómo perdonó á su prisionero de Nicea Isaac
el Angel. Sin duda sirvió á éste la indolencia de su carácter, que tranquilizaba al
tirano, á pesar de que un ermitaño de Set, que se dedicaba á la magia, le vaticinó
que su sucesor había de ser el mismo Isaac, antes que terminara el mes de Setiembre
de 1185. Andrónico se rió de la profecía; pero su principal consejero
Hagiocristoforita aprovechó una ausencia de Andrónico para intentar prender á
Angel. Ante la inminencia del peligro, Angel supo despertar sus energías, y para
defenderse, cogió una espada; separando á los guardias que le rodeaban, se arrojó
sobre Hagiocristoforita y le partió la cabeza. Después se refugió en Santa Sofía y
logró sublevar al pueblo. Mandó abrir las cárceles y poner en libertad á los nobles
encerrados por la tiranía de Andrónico. Sobre un caballo de las cuadras imperiales
y cubierto con un manto de púrpura, proclamaron emperador á Angel. Andrónico
acudió apresuradamente y trató de sostener inútilmente un sitio en su palacio.
Derribada la puerta y vencidos sus defensores, intentó huir en una barca; pero fué
cogido y entregado por Isaac al furor del pueblo. Sólo el excepcional vigor de
Andrónico pudo resistir durante varios días lo espantoso de su suplicio. Le
arrancaron las barbas, le rompieron los dientes, le cortaron una mano, le sacaron un
ojo, y después de montarle en un camello pelado, le pasearon por toda la ciudad. La
gente le apedreaba, le echaba encima agua y aceite hirviendo, y, por último, le
llevaron al Hipódromo y le colgaron por los pies. Llevándose á la boca el brazo sin
mano, no dejaba de repetir: «¡Señor, tened compasión de mí! .-¿Por qué destrozáis
la caña rota ya?» Así acabó la gloriosa dinastía de los Coméenos (1185).
Alejo III (1195-1203) entregó el Imperio á los revoltosos para que lo saquearan en
recompensa de sus servicios. Su reinado fué una verdadera anarquía; prodigó las
dignidades hasta el punto de envilecerlas; las conspiraciones y las rebeliones se
multiplicaron; el pueblo proclamó á un tal Contostéfano el Astrólogo, y después á
un Comneno, llamado Juan el Gordo, «barrigudo como un tonel», según Nicetas.
Juan el Gordo, en vez de tomar medidas para su defensa y salvación, se pasaba las
pocas horas de respiro que le dejaba Alejo, en quejarse de la sed, en beber, en
limpiarse el sudor que «le corría como un río por el corpachón». Mientras tanto, el
pueblo saqueaba los templos, los palacios de los nobles y las casas de los ricos.
Finalmente, intervino la guardia varangiana; la cabeza de Juan el Gordo rodó hasta
los pies del emperador.
Los latinos pusieron en libertad á Isaac II, que regentó el reinado de su hijo Alejo
IV. Su reinado fue bien efímero. Elevados al trono el día 1° de Agosto de 1203,
fueron destronados en el mes de Enero de 1204. ¡Seis meses estuvieron en el trono!
El nuevo usurpador Alejo Doucas, apellidado Murzuflo (cejas juntas), reinó menos
de tres meses con el nombre de Alejo V. Alejo IV fue estrangulado. Isaac II murió
del susto. La segunda toma de Constantinopla por los cruzados puso fin á las
tragedias de familia. Alejo III y Murzuflo, los dos emperadores destronados y
proscritos, se encontraron en Mosynópolis de Tracia, y Alejo se apoderó de
Murzuflo por traición, le sacó los ojos y le entregó á los latinos, quienes le tiraron
desde lo alto de la columna de Teodosio (1204).
136
La intervención popular.
Lo más curioso de estas revoluciones de fines del siglo XII es que ya no son, como
en otro tiempo, obra del Senado, de la nobleza ó de la Iglesia y del ejército, sino del
pueblo. El pueblo, ó más bien, el populacho de Bizancio, representaba el papel
principal. El fué quien favoreció la usurpación de Andrónico; él fué quien, asqueado
de su favorito, ayudó á la usurpación de Isaac el Angel; prolongó la muerte de
Andrónico con espantosos suplicios y se amotinó contra Alejo III. Después del
populacho, el segundo lugar corresponde á las tropas, y principalmente á las
extranjeras, latinas y caucásicas.
Hasta el propio helenismo, lazo nacional hasta entonces entre las provincias del
Imperio, estaba en plena decadencia. En Europa ya no ejercía ninguna presión sobre
los ex bárbaros, constituidos en Estados y en Iglesias de autónomas. Lejos de
progresar á expensas búlgaros, servios, skipetaros, vlacos, eslavos y otros alógenes
del Imperio, disminuía gracias á ellos en muchos distritos.
Estaba ya muy lejano el tiempo en que una sola dinastía, fundada por Basilio I el
Macedonio, podía ocupar el trono sin interrupción desde 867 á 1057, durante ciento
noventa años, y fracasaban todas las tentativas de usurpación de los que lograban
imponerse como emperadores asociados á los porfirogenetas, cuando la aristocracia
y el pueblo respetaban un relativo principio de legitimidad. Entonces aún se podía
lamentar que el Imperio careciera de una ley de sucesión bien determinada, ya fuese
la herencia de padres á hijos como en Inglaterra y Francia, ó la elección regular
como en el Sacro Imperio ó el Estado pontificio. Lo único que persiste intangible á
través de los golpes de Estado de todas clases, es el derecho del emperador á
designar su sucesor, prescindiendo, incluso respecto de sus hijos, del derecho de
primogenitura. Juan el Bueno, uno de los mejores príncipes de la dinastía de los
Comnenos, dispuso de la corona en favor de su segundo hijo Manuel, excluyendo
á Isaac, que era el mayor. Esta dinastía ocupó el trono desde 1081 hasta 1180,
durante más de cien años, logrando rivalizar en estabilidad con la de Basilio I. El
asesinato de Alejo II por Andrónico provocó una profunda perturbación de la
conciencia pública, un desencadenamiento de brutalidad y de cruel destrucción. Sus
consecuencias fueron irreparables y el prestigio de la realeza quedó para siempre
quebrantado.
Nunca, sin embargo, desplegó el poder imperial mayor ferocidad con los rebeldes.
Por la menor sospecha de conjuración se prendía, se torturaba, se mutilaba, se
sacaban los ojos. Antes que la de un emperador cristiano parecía aquella corte la de
Tamerlán ó la de Selim el Feroz. El día quo llevaron á Isaac II la cabeza del rebelde
Vranas, mandó que se la sirvieran á la mesa, chorreando sangre, contraída la boca
por una siniestra mueca de agonía; los cortesanos jugaron con ella á la pelota, la
convirtieron en blanco de sus flechas, y acabaron por llevársela, clavada en una
pica, á la desdichada mujer de Vranas. Pero no por esto se acobardaban los
conspiradores y los rebeldes.
El Imperio, á pesar de sus vicios constitucionales, que podía defenderse cuando sus
adversarios eran únicamente las hordas nómadas ó Estados de organización
rudimentaria, no le ocurría lo mismo cuando tenía por enemigos al reino de
Hungría, al de Sicilia, la República de Venecia, y cuando la invasión de los cruzados
138
seguía derramándose por todas las provincias, cuando aparecían en los confines del
Asia Menor hordas más formidables que las anteriores. El Imperio, atacado por la
más espantosa anarquía, corría peligro de perecer.
Estado social.
Una larga evolución social precedió á este fenómeno. Ya hemos visto los esfuerzos
de los emperadores del siglo X para evitar que los grandes propietarios provinciales
(dinatoi), se apoderaran de las tierras de los pequeños propietarios (penetes), ya por
usurpación directa, ya en forma de recomendación; para atajar la invasión del
terreno por los bienes de las iglesias y monasterios; para evitar, en fin, la
desaparición de aquella clase media de los stratiotai nombrados imperialmente
señores de pequeños feudos á cambio de la obligación de prestar el servicio militar,
y que constituían la principal fuerza del ejército nacional. Conforme se debilitaba
el poder, aumentaban, lógica y naturalmente, las intrusiones. Si respecto de los
emperadores de los siglos X y XI sabemos que pudieron cuidar de que se observaran
las leyes protectoras, de la dinastía de Comneno ni de Angel no existen novelas
relativas á este asunto.
139
Al contrario; su constante preocupación fue asegurar y confirmar las propiedades,
privilegios é inmunidades de iglesias y monasterios. Alejo I concedió la isla de
Patmos al monje Cristodulos para fundar un convento (1088). Manuel, aun
exigiendo que los monasterios e iglesias no tuvieran derecho á extender ó aumentar
sus posesiones actuales, quiso que tales propiedades continuaran incorporadas
perpetuamente á sus dominios, sin tener en cuenta los derechos ó títulos que
pudieran alegar sus poseedores. Así se liquidaba el pasado, pero á costa de los
propietarios laicos, sobre todo de los pequeños propietarios, de los campesinos
despojados de sus bienes ó de su libertad. De este modo se consagraban las
usurpaciones, las violencias, los fraudes y las falsedades (Novelas de 1148 y 1158).
Cuando los «descriptores de tierras», al inventariar los inmuebles de Santa Sofía,
asignaron al fisco algunos de ellos, Manuel mandó que se los dejara á la Iglesia
(1159). Vatatzes prohibió á todo jefe provincial y agente del fisco que penetraran
en los dominios de los metropolitas ú obispos fallecidos (Novela de 1229). Todos
aquellos príncipes comprendían la necesidad de contar con el poder eclesiástico 1.
Y como las tierras de la Iglesia seguían exentas de contribuciones, su extensión era
causa incesante de empobrecimiento para el Tesoro, y con grave perjuicio del
ejército y del pueblo.
Colonos y esclavos.
Una ley de Manuel, citada por Cinnamus, libertó á todos cuantos esclavos ya
existían entonces; bien porque la miseria les obligara á venderse á sí mismos, ya
porque la necesidad les constriñera á cultivar tierras ajenas para vivir en condición
servil. Este emperador «quería reinar sobre romanos libres y no sobre esclavos».
Gracias á semejante ley debió cambiar radicalmente la suerte de millones de
hombres.
Todo esto demuestra que, bajo el influjo de la ley romana Bizantina y de las ideas
cristianas, la sociedad helénica evolucionaba dignamente en la Historia. Llevaba el
mismo paso que los más avanzados países occidentales, sin otra dificultad que las
constantes violencias y desmanes de la piratería, la trata de esclavos y las invasiones
de los bárbaros.
Administración municipal.
Había desaparecido el aspecto curial de las ciudades romanas; León VI las despojó
de todas sus atribuciones administrativas, en beneficio del poder central, sin tener
en cuenta que este poder no era capaz de administrar, ni siquiera de proteger.
esclavos á todos los partidarios de Cantacuzeno que pudieran coger. Los genoveses acostumbraban
á vender como esclavos á los habitantes de la Rusia Meridional, y ciertas decisiones de la Repriblica
de Génova limitaban la exportación de esclavos, procedentes de aquellas regiones.
141
burgueses (bourgesioi). En Corfú, el año 1147, una clase urbana popular, llamada
«los desnudos» (gymnoi), entregaron la fortaleza á los sicilianos, por odio á los
arcontes ó grandes. En los campos se agruparon varios pueblos alrededor de una
cabeza de distrito, elegida por ellos (metrokomia), y las Novelas acabaron por dar
á esta palabra valor legal. Se les reconoció á los concejos urbanos ó rurales el
derecho de elegir jefes, llamados, según las localidades, proestoi, demogerontes,
arcontes, ó epitropoi. Los electores habían de ser miembros del concejo, es decir,
hombres libres. Estos magistrados tenían además á su cargo la administración de
justicia y el cobro de las contribuciones.
La Iglesia.
Isaac el Angel dispuso en 1187 que las elecciones eclesiásticas no serían válidas
cuando no se hubiera convocado á todos los clérigos residentes en la ciudad. La
votación debía ser personal. Manuel (1173) prohibió á los prelados de provincias
que permanecieran en la capital, amenazándoles con la expulsión en caso de que no
obedecieran sus mandatos.
De ello, se deduce que todavía había elecciones, pero cuando se trataba de nombrar
al patriarca, aunque se reuniera el Sínodo y se afectara la observación de las formas,
es evidente que lo que preponderaba era la voluntad del soberano, ante la cual el
Sínodo se inclinaba humildemente. .¿No le hemos visto absolverá Andrónico del
asesinato de su pupilo Alejo II?
142
La Iglesia era rica y poderosa; sus dignatarios llegaban á veces á ser los jefes del
pueblo en las provincias, como el metropolitano Eustates, presidente de una especie
de república tesalónica; como Miguel Acominates, que dirigió la defensa de Atenas
contra León Sguros, y dispuso las máquinas en las murallas. Sin embargo, á pesar
de las disposiciones de Alejo, la Iglesia no contribuyó lo más mínimo á la
instrucción del pueblo, que en ciertos distritos siguió siendo pagano.
Esta Iglesia no era mucho más tolerante que la de Occidente, y recurrió al brazo
seglar contra la heregía maniquea ó bogomílica. Hubo crueles persecuciones en
tiempo de Alejo I. Ana Comneno nos describe las hogueras encendidas en el
hipódromo, «con sus llamas que llegaban al cielo», y la muerte en medio de ellas
del heresiarca Basilio (1110).
Mateo de Edesa, cronista armenio, dice que diez mil herejes fueron echados al mar,
entre ellos la misma abuela de Alejo I. En virtud de esas hazañas de gran inquisidor,
Ana Comneno otorga á su padre el título de «décimotercio apóstol, más grande que
Constantino». En 1143, reinando Manuel, un concilio dictó de nuevo la pena del
fuego contra los bogomilos.
La industria y el comercio.
La industria del Imperio griego era la más activa y próspera de todos los Estados de
Europa y Asia. Las fábricas de Constantinopla, Tesalónica, Atenas, Tebas y
Corinto, tenían una gran importancia.
Los contribuyentes del Imperio, además de soportar tan pesadas cargas fiscales,
tenían que mantener una corte fastuosa, una complicada jerarquía de funcionarios,
una diplomacia pródiga de oro y un ejército enorme é inútil. Su situación respecto
de las libres repúblicas comerciales de Italia, era la misma en que se encuentra
nuestra vieja Europa respecto de la joven América. La competencia industrial y
comercial entre bizantinos y venecianos favorecía á los últimos. No hacía falta dar
el asalto á Bizancio. Bastaba la acción, lenta pero destructora de las leyes
económicas. Tampoco favorecía al Estado bizantino esta explotación de sus
súbditos por competidores extranjeros. Los venecianos habían logrado que les
eximieran de todos los derechos arancelarios, y los písanos y genoveses apenas los
pagaban.
Exigencias fiscales.
Agotada así la fuente principal de sus ingresos, los emperadores se vieron obligados
á satisfacer las exigencias del fisco contra sus súbditos. Y como los bienes inmensos
de la Iglesia estaban exentos del pago de tributos, y cierto número de poblaciones
se eximían de ello por la fuerza, las exigencias fiscales recaían únicamente sobre el
pequeño propietario, sobre el campesino, sobre el artesano, es decir, sobre el
hombre de raza griega, lo cual había de originar á la larga la ruina del elemento
helénico.
Era tan riguroso el sistema de impuestos, que los habitantes de los confines del
Imperio, se apresuraban á pasar la frontera, esperando que los bárbaros sabrían
tratarles mejor. En 1198, ciudades enteras de Asia se entregaron al sultán seldjukida
de Iconium. Cuando los cruzados invadieron los países griegos, encontraron tan
poca resistencia, gracias á que el pueblo confió en ellos como en un futuro enemigo
del régimen fiscal. El Imperio bizantino de los siglos XI y XII padecía del mismo
mal que el Imperio romano de los siglos III y IV. Inclinaba á sus súbditos hacia la
dominación de los bárbaros.
4
En 1189, los venecianos lograron que Isaac II les diera los establecimientos ocupados por franceses
y alemanes.
145
Exacciones de los funcionarios.
A las exigencias legales del fisco había que añadir las exacciones de los empleados
imperiales que en 1092 provocaron la rebelión de los cretenses y cipriotas. El
funcionario bizantino no se distinguía por su moralidad. Nicetas habla de un
ministro de Isaac II que tomaba cuanto le dieran, y aceptaba hasta manzanas y
melones. Juan Lagos, prefecto del pretorio de Alejo III, se entendió con los ladrones
á quienes recluía en la cárcel con objeto de soltarles durante la noche para que
saquearan la ciudad y repartir con ellos el botín. También se apropiaba las limosnas
que las personas piadosas remitían para los presos. Constantino Francopulos,
encargado de reprimir la piratería en el Mar Negro, atacaba á los buques mercantes
que iban á Constantinopla, arrojaba al mar á la tripulación y se apoderaba de los
cargamentos. Cuando los supervivientes iban á palacio á quejarse, no podían
obtener la restitución de las mercancías robadas, porque ya el fisco había cobrado
su parte, y se habían archivado los expedientes.
La marina militar.
De igual suerte que el número de los buques mercantes, había de disminuir el de las
naves de guerra en Bizancio: la población marítima de la cual se reclutaban las
tripulaciones de unos y otros, sufrió también las consecuencias de la crisis
económica, y abandonó la navegación, temerosa de verse diezmada por los ataques
de los corsarios de varias naciones. Bien claro demuestra semejante debilidad la
historia del pirata genovés Caffaro, que en 1198 saqueó á Adramytta y asoló las
Islas del mar Egeo. Alejo III tuvo que enviar contra él al pirata calabrés Stirione y
no pudo vencerle sin el auxilio de los navios písanos. Nunca hubiera podido Isaac
Comneno sostenerse como emperador en la isla de Chipre, si la marina imperial
hubiese conservado su antiguo poderío. En otros tiempos fué la primera escuadra
del mundo cristiano, casi la única. Pero se crearon en Europa nuevas potencias
marítimas; las oscuadras de Venecia se hicieron dueñas del mar, y Alejo III no pudo
impedir el desembarco de los cruzados.
El Ejército.
5
Véase el estudio de Schlumberberger acerca de Hervé y Roussel de Bailleul (llamado también
Oursel por los escritores bizantinos), en la Revista Histórica de Julio-Agosto de 1891.
147
uno de los más altos dignatarios del ejército. Ana Comneno, refiriendo una de las
batallas dadas en tiempo de su padre, dice que el ala derecha del ejército imperial
se componía de turcos, el ala izquierda de alanos, y la línea de exploradores de
«escitas». La sabia princesa incluye bajo el nombre de «celtas» á los francos de
Francia y á los normandos de Italia, y reconoce, ecléctica, su valor, mostrándoles
como los únicos que en el ejército protestaban contra la inactiva paz, y reclamaban
furibundos el combate. Su armamento consistía en una larga lanza, cota de malla y
un escudo bruñido que rechazaba contra el enemigo los dardos mejor disparados, y
lo cegaba con sus reflejos. Ana Comneno les llama Catafractas y reprocha á los
latinos el ser «una raza venal, que por su desenfrenado amor al dinero, está dispuesta
á vender lo que más quiera por la esperanza de una ganancia sórdida».
A propósito de esto, cuenta Roberto de Clary una anécdota que debía ser muy
conocida en los campamentos, y que demuestra hasta qué punto estuvo siempre
rodeado de latinos, y les repartió feudos de stratiotai. Cuando se dió el asalto á
Corfú, los cuatro hijos de Pedro de Aulps fueron los primeros en subir por las
escalas. Cuando el tremendo lance de las gargantas de Myriocefalos, Balduino de
Antioquía, cuñado del emperador, pereció con casi toda el ala derecha, compuesta
de caballeros franceses. Isaac el Angel alistó á los que le quisieron servir de sus
cuatro mil prisioneros normandos. Hubo un momento en que los montañeses del
Cáucaso, iberianos y georgianos, lazos y abazos, formaron el contigente mayor. Su
número llegó hasta diez y ocho mil sólo en Constantinopla.
148
La decadencia militar de Bizancio se manifestó también en el descuido de las artes
guerreras. En tiempo de la dinastía de Angel ya no se restauraban las fortalezas, y
como no se decidían á arrasar las consideradas ya como indefensas, los vlacos se
apoderaron de ellas para atrincherarse. Los griegos seguían limitados en el arte de
sitiar las plazas y de abrir minas. El fuego griego ya no asustaba á los cruzados. Los
carros inventados por Alojo I, las trampas que quiso emplear contra la caballería
normanda (1083) eran inútiles. En todo se demostraba la inferioridad griega
respecto de los occidentales. Gunther dice que los sitiados de Constantinopla no se
atrevían á hacer salidas, «principalmente por causa de nuestras balistas: el
desconocimiento de ellas aumentaba con terribles proporciones su peligro. La
caballería ligera de los griegos no podía sostener el empuje de la nuestra. Uno solo
de nuestros corceles derribaba á quince de los suyos».
La civilización bizantina.
Claro es que todos estos autores escribieron en la lengua erudita, muy distinta de la
vulgar; pero también el pueblo tenía su poesía oral: cantos épicos, por el estilo del
poema de Digenis Akritas, del cual hablamos en el tomo anterior: cantos líricos, de
amor, de baile, de funerales, de primavera, de cosechas. Sólo han llegado hasta
nosotros fragmentos muy breves y confusos, como la canción del Hijo de
Andrónico y la de Armuris, que deben de corresponder al período de Comneno.
6
Hay que exceptuar, por lo menos, a Digenis Akritas.
150
Patmos, se encontró de pie una estatua de Diana. Cuando su contemporáneo el fraile
Meletios fué á construir un convento en el monte de Miopolis (entre Tebas y
Atenas) tuvo que bautizar casi á la fuerza á los campesinos. Muchos militares de
raza griega ó albanesa, stratiotai, y armatolos, profesaban, como el pueblo, las
añejas creencias y supersticiones.
Esplendor de Constantinopla.
El único de estos viajeros que se expresa con alguna precisión es Roberto de Clery,
caballero de Amiens y que aprovechó los ocios entre dos sitios, para visitar
detenidamente la ciudad soberana. Se detenía frente á las tiendas de cambiantes y
orífices para ver «los grandes montones de besantes y de piedras preciosas». Visitó
el gran palacio de Bucoleon, que constituía, como el Kremlin de Moscú, un
conjunto de palacios é iglesias dentro de un recinto fortificado. Allí había ciento
cinco «casas», treinta capillas de varios tamaños, y destacando sobre todas la Santa
Capilla.
«Tan rica y suntuosa—dice Roberto de Clery— que todos sus goznes y cerrojos
eran de plata; todas sus columnas de jaspe, ó de pórfido, incrustadas de brillantes
gemas, y el pavimento de mármol blanco, claro y liso como el cristal.» En el
Monasterio de Santa Sofía, «cada columna curaba do alguna enfermedad á los que
se restregaban contra ella; la mesa del altar, de catorce pies de larga, era de oro y
piedras preciosas, todo ello fundido junto; cada uno de los cien candelabros se
componía de 25 lámparas, y cada una de éstas valía dos cientos marcos de plata.
Por todas partes había estatuas ecuestres, en bronce, de los emperadores». En la
spina del Hipódromo «había imágenes, en cobre, de hombres y mujeres, de caballos,
bueyes, camellos, osos, leones y otras muchas clases de animales, tan bien hechas
y naturalmente formadas, que no habrá maestro pagano, ni cristiano que mejor
pueda retratar ni formar imágenes». Estas «imágenes», que «se movían por
ensalmo», son las obras maestras cuyo catálogo formó Nicetas y cuya destrucción
151
lamentó amargamente. Todas las ciudades de Grecia, europea ó asiática,
contribuyeron durante largo número de años á aumentar las riquezas de este
incomparable museo del Hipódromo. Allí estaba Belerofonte, cabalgando en el
Pegaso de alas desplegadas; allí el Hércules del gran escultor Lisimaco que,
cubierto por la piel del león, con el codo en la rodilla y la barba en la mano, meditaba
sobre su rudo destino; allí esfinges llevadas desde las orillas del Nilo; allí Elena, la
del cuerpo esbelto, brazos blancos y piernas hermosas.
Sin embargo, los bizantinos empezaban á perder el sentido del arte antiguo. Para
ellos, Belerofonte era Josué parando al sol, y destruyeron una Minerva porque
señalaba con una mano hacia Occidente, y aquellos «inmundos imbéciles» la
acusaban de haber llamado al ejército latino. (Nicetas.)
No eran solas estas riquezas las que tentaban á nuestros cruzados. Además de las
obras maestras del mundo antiguo, Constantinopla coleccionaba las reliquias del
mundo cristiano. En la Santa Capilla de Bucoleon, Roberto de Clery admiró
pedazos de la Vera Cruz «gruesos como la pierna de un hombre y de media toesa
de largo»; la punta de la Lanza Santa; dos de los clavos que clavaron á Cristo; el
frasco de cristal en que se recogió la sangre del costado herido por Longinos; «la
bendita corona con que se le coronó»; el traje de Nuestra Señora, la cabeza del
«Señor San Juan Bautista»; el Santo Sudario, la Santa Túnica»... Roberto de Clery
no fué el único que las contempló con ojos codiciosos. La historia de la
peregrinación de aquellas reliquias, después del saqueo, forma toda una literatura.
La guerra, á pesar de sus intermitencias, no había cesado en Oriente desde que las
hordas seldjükidas se apoderaron, desde el reinado de Romano Diógenes hasta el
de Miguel VII, de casi todas las provincias del Asia Menor, sin excluir á Cyzica y
Nicea, y de casi todas las islas del litoral. Con el tiempo los seldjükidas se fueron
civilizando. Los turcos y bizantinos, que intentaron más de un encuentro,
comprendieron que disponían de los mismos elementos y de iguales fuerzas. Cada
campaña no solía dar más resultado que la pérdida ó reconquista de un castillo sin
importancia. Empezaron á pensar en el establecimiento de un Convenio entre ambas
razas. Los emperadores tenían miedo á los terribles aliados occidentales y á los
sultanes de las nuevas hordas nómadas que los amenazaban por el lado de Oriente.
Entre Iconium y Bizancio había intervalos de paz, combinaciones políticas, incluso
alianzas. Una colonia de mercaderes seldjukidas se había establecido en Bizancio;
se les permitió que poseyeran una mezquita, y cuando la destruyó un incendio, no
152
fueron griegos los culpables, sino una turba de cruzados de Flandes, ebrios y
groseros.
A orillas del Danubio seguían los encuentros contra otras hordas que, de siglo en
siglo y con nombres diferentes (pechenegos, kumanos, uzos), continuaban la bélica
tradición de los hunos, los ávaros y los khazaros. Pero los más peligrosos de estos
turcos eran entonces los que, convertidos al cristianismo y sometidos á la Santa
Sede romana, hacían á los griegos una guerra de semicivilizados, alternando
hostilidades y tratados, uniéndose con los emperadores por medio de casamientos,
basando en éstos un derecho á inmiscuirse en los disturbios civiles, y arrebatándoles
la supremacía sobre los países croatas, servios y dálmatas. La Hungría cristiana era
más difícil de vencer y dominar que las antiguas hordas de magyares paganos.
Croatas y Dálmatas.
Los eslavos de Croacia que, durante el siglo X, fueron vasallos del Imperio
bizantino, tenían en el XI un reino de escaso poder regido por Cresimiro y después
por Zvonimiro, coronado en 1076 por el legado del Papa en Spalato. Formaban una
provincia de la corona de San Esteban. El rey de Hungría y los venecianos se
disputaban las ciudades marítimas de la costa adriática. Sólo Dubrovnik (Ragusa)
era la única autónoma y la que representaba el centro de la civilización eslava. Bajo
el influjo germánico ó húngaro, todos estos países conservaban la comunión con
Roma, pero la herejía bogomílica se había introducido en ellos.
En cuanto á la parte oriental del país croata con Bosnia, resistía á la conquista
magyar, siguiendo la suerte de Servia.
Servia.
Los servios que, en tiempo del gran Simeón, rechazaron á los conquistadores
búlgaros, fueron luego considerados como vasallos por el Basileus. Su
independencia no tenía más defensa que el equilibrio de fuerzas entre los dos
Imperios búlgaro y bizantino. En cuanto Basilio II conquistó á Bulgaria, redujo
153
también á los países servios, por lo menos á los no protegidos por las fragosidades
de las montañas.
El nuevo Estado entró casi en seguida en lucha con la otra Servia, que por su parte
se había hecho independiente, y el final del siglo XI presenció la guerra de Bodino,
sucesor de Miguel en el trono, contra los jupanes de la Rascia. A las luchas externas
sucedieron las íntimas, de familia: Bodino, instigado por su esposa, una italiana
llamada Jakvinta, exterminó á todos sus parientes. La dinastía real se extinguió, y
Vikan, jupan de Rascia, se apoderó del trono, viéndose obligado á sostener contra
los bizantinos una guerra de montaña, de desfiladeros, de emboscadas, como la que
los montenegrinos habían de sostener siglos después contra los otomanos. El
silencio de los cronistas griegos y nacionales envuelve en oscura sombra toda esta
época. Ni siquiera conocemos la serie de sus príncipes.
En 1120, un tal Bela Uroch (la segunda parte del nombre significa ave ó dragón),
que no sabemos si pertenecía á la dinastía de Bodino ó á la de Vikan, se dió á sí
mismo el título de rey.
Según parece, su mujer, Ana, fué una «franca» ó francesa. Se alió con los reyes de
Hungría contra Bizancio, perdiendo Belgrado, que le quitó Esteban II, y entregando
su hija Elena á Bela II. Aquella política era peligrosa. Chedomil, uno de los dos
hijos de Bela Uroch, pereció en una batalla contra las tropas de Miguel Comneno,
y el boyardo Beluch, yerno de Uroch, y su hermano Pribislao, le quitaron la corona.
Estos dos últimos fueron expulsados á su vez por Chemonil, hijo de Bela Uroch,
que trató de conservar su independencia entre Hungría y Bizancio; pero fue
destronado por el emperador Manuel, como castigo á su simpatía por los magyares.
Uno de sus hijos ó nietos, llamado Estéfano Nemanya, fué reconocido gran jupan
de Rascia hacia el año 1165.
154
Estéfano Nemanya.
En 1189, tuvo una entrevista con Federico Barbarroja en Nisch, pidiéndole que le
auxiliara contra los griegos y autorización para casar á su hijo con la heredera de la
corona de Dalmacia. El César alemán no aceptó tal alianza: Germania comprendió
el peligro que representaba para el Sacro Imperio un gran Estado eslavo.
Posteriormente, Estéfano Nemanya luchó con Isaac el Angel, y después de
derrotarle, se casó con una sobrina suya.
Dentro de su región logró imponer su autoridad sobre las ambiciones de los jefes
locales y sobre las tendencias separatistas de las tribus. Los jupanes dejaron de ser
propietarios de sus jupanías para convertirse en funcionarios del Estado. Combatió
á los paganos rebeldes y á los bogomilos, comprendiendo que el paganismo y la
herejía constituían los más firmes sostenes del particularismo. Fundó varias iglesias
y monasterios, de los cuales fueron los más célebres el de Kilandjar, en el monte
Athos, y el de Tsarska-Lavra, en Studenitza, que había de ser su sepultura y la de
sus herederos. Entró en él como fraile en 1195, y en él murió en 1200. Los servios
le veneran con el nombre de San Simeón.
Rastko, el tercer hijo de Estéfano, también fué fraile y hoy se le conoce por San
Sava, el gran taumaturgo, padre de la Iglesia nacional y uno de los promovedores
del movimiento literario. El patriarca de Constantinopla reconoció á esta Iglesia
como autocéfala, y San Sava fué su primer arzobispo en Ujitsa (1221). De este
155
modo conquistó Servia su autonomía política y religiosa: casi al mismo tiempo tuvo
un arzobispo (autocéfalo) y un kral (rey).
Estéfano Nemanya se había conformado con el título de gran jupan, que los
occidentales traducen por el de conde, pero su hijo Estéfano 7 fué el primero que usó
el título de kral 8. Hubo una doble coronación: en 1217, Estéfano I fué coronado por
un legado del papa «rey de Servia, Dioclea, Terbunia y Dalmacia»; en 1222, recibió
la unción regia de su hermano San Sava, y fué coronado por éste con una diadema
llevada de Constantinopla. Así como en el orden político Servia se sostenía entre el
Imperio griego por una parte, y el Imperio alemán y el reino de Hungría por otra,
en el orden religioso se encontraba entre el pontífice de Roma y el patriarca de
Bizancio. Era un pueblo de Oriente, pero abierto á las influencias de Occidente; una
nación ortodoxa, donde, sin embargo, se protegía al catolicismo.
En Zitcha, se erigió la iglesia de San Pedro y San Pablo, y en ella se celebraron las
coronaciones reales. La obra política de los primeros Nemanya fué, sin duda alguna,
grande: sirvió de preparación al poderío del tsarat de Servia en el siglo XIV. Aún
resultó más grande y más duradera su obra religiosa; llegaría una época en que el
feudalismo y el particularismo eslavo suplantaríanla de nuevo en el poder central;
pero cuando ya no hubiese monarquía, veríase siempre subsistir una Iglesia de
Servia. El prestigio de los Nemanya procedió más de su santidad que de sus
conquistas; cuando cayó el Imperio, la memoria de San Simeón Estéfano I, que
también se hizo monje en 1224, y los milagros de San Sava, muerto en 1236,
quedaron como tutelares de su pueblo, le consolaron y sostuvieron bajo el yugo
otomano, ó impidieron que pereciese el alma servia.
Los Búlgaros.
La conquista de Basilio II, en el siglo X, había puesto fin al temible Imperio búlgaro
que disputaba la supremacía al Imperio griego, y que bajo el tsar Simeón, llegó á
amenazar seriamente su existencia. El último tsar, Vladislao, había sido muerto ante
Durazzo (1018). Los últimos boyardos independientes se vieron forzados á buscar
refugio en sus nidos de águilas del Tomor y del Vrakhotos. Otros, á cambio de su
sumisión, recibieron la confirmación de sus bienes y privilegios con títulos de
dignidades bizantinas. Se suprimió el patriarcado, pero había en Ochrida un
arzobispo de Bulgaria. Destruidos el Estado y la Iglesia autocéfalos, no subsistieron
7
Por eso se le suele llamar Estéfano I
8
Karol ó Korol en las demás lenguas eslavas; palabra, que acaso proceda de Carolus, Carlos el
Grande, Carlomagno, el rey por excelencia.
156
más que señores, más ó menos dóciles, en la montaña, y aldeanos corveables y
contribuyentes en la llanura de Mesia.
No olvidaba, sin embargo, la Bulgaria que había sido una grande y gloriosa nación.
Ni aun después de las matanzas de Basilio el Bulgaróctono, jamás fué un país
tranquilo. Ya, en 1040, un cierto Deliano tomó el título de tsar, enviando cuarenta
mil insurrectos á sitiar á Tesalónica; fué derrotado y hecho prisionero, sacándole
los ojos (1041). En 1073, cuando Bodin, el hijo del primer rey de Servia, invadió la
Bulgaria, el país le acogió como libertador, proclamándole tsar. Derrotado cerca de
Nisch, su palacio tsarino y el monasterio de San Aquiles, en el lago de Prespa,
fueron saqueados por los mercenarios francos al servicio de Bizancio; el boyardo
búlgaro Voitech murió á consecuencia de la pena de azotes que hubo de sufrir en
Constantinopla.
Cuando Trajano hubo vencido á los dacios, que en cierto modo se asemejan á los
antiguos tracios, estableció en el país conquistado (Hungría oriental y Transilvania)
numerosas colonias: Ex toto orbe romano infinitas eo copias hominum transculerat
ad agros et urbes colendos (Eutropo, VIII, 3). Esta multitud, sin duda cruzada con
los restos de la raza vencida, dio al país una vida romana muy intensa, atestiguada
hoy por numerosos monumentos.
Pero estas colonias, á pesar del ex toto orbe romano, no eran todas de sangre latina.
Las inscripciones votivas, halladas en la comarca, en honor de Isis, de Horo y de
Júpiter de Heliópolis, revelan la presencia de egipcios; los africanos han debido
dedicar las de la Dea Coelestis de Cartago; Júpiter de Comageno, Júpiter de Prusias,
descubren á los frigios; Júpiter de Tavia, á los galatos; Nehalenia, á los galos ó
157
germanos. Además, hay huellas de palmíreos, dálmatas y darios. Sin embargo,
predominan la sangre y el idioma del Lacio (entiéndase el latín rústico).
En el período de las invasiones, cuando, durante varios siglos, las hordas del Asia
se sucedieron en las llanuras, los hijos de los colonos de Trajano tuvieron que
retirarse del país llano y buscar un refugio en las altas comarcas. Al reaparecer con
el nombre de Vlacos, se los señala primero en las regiones montañosas; luego,
restablecida la seguridad, bajan á poblar las llanuras de Transilvania, de Bukovina,
de Besarabia, de Moldavia y de Valaquia.
Debemos declarar que la tesis rumana tiene en su favor los más concluyentes
argumentos. Si la toponimia de la llanura y de las corrientes de agua en Transilvania
es casi toda magyar ó germánica, la de las tierras altas ha seguido siendo latina. M.
Xénopol, uno de los modernos historiadores de los orígenes rumanos, acumula las
citas proporcionadas por las crónicas, las epopeyas y las cartas. Es Néstor, el monje
ruso del siglo XI, afirmando que los húngaros, cuando por primera vez atravesaron
los Cárpatos, hallaron á los vlacos al mismo tiempo que á los eslavos (año 898) y
que, en lo sucesivo, los eslavos prosiguieron conviviendo con los vlacos. Es el
«Notario anónimo del rey Bela», mencionando esta lucha de húngaros contra los
vlacos por la conquista de Transilvania. Es el arcediano Tomás, atestiguando que
el país dicitur antiquitus fuisse pascuae Romanorum.
Es Simón Kéza (1205), declarando que los vlacos, «antiguos pastores y colonos de
los romanos», permanecieron espontáneamente en Panonia. Sobre este hecho, pues,
hay una tradición constante entre los antiguos historiadores magyares. El poema de
los Nibelengos nos muestra también á los vlacos (Vlachen) habitando con su duque
Ramungo (el Romano), en la vecindad de Polonia. Las cartas procedentes de los
reyes de Hungría, fechadas en los siglos XII y XIII, nos presentan á los vlacos
ocupando desde tiempo inmemorial á Transilvania: a tempore humanam memoriam
transeúnte per majores, avos atavosque... possessa (carta de 1231). Desde 1260,
hubo vlacos en el ejército del rey Bela IV. No todos los vlacos eran pastores ó
siervos adheridos á la gleba; entre ellos distinguíase una aristocracia de su raza, los
voievodos, los Knezés ó jueces de aldea, ricos propietarios que se hacían confirmar
sus bienes por los reyes de Hungría, asambleas de condados (congregationes),
comunidades (universitates), que reivindicaron derechos y privilegios; de esta
aristocracia rumana, escasa en número, subordinada á la madyar y tendiendo á
madyarizarse, surgirían un día los Juan Hunyado y los Matías Corvino. Los
rumanos tuvieron una civilización, emplearon un alfabeto que enseñaron á sus
vecinos los széklers y que, evidentemente, es el alfabeto paléo-eslavo, el de su
159
lengua de Iglesia, que habían recibido, con el cristianismo, de su antiguo fronterizo,
el Imperio búlgaro.
Que los vlacos de los siglos XI y XII eran los descendientes de los colonos de
Trajano está confirmado por la lengua que ellos hablan hoy; á pesar de las
interpolaciones llevadas á cabo en los idiomas de los invasores, la gramática es
completamente latina y más de las seis décimas partes del vocabulario derivan del
latín (tres décimas partes son de origen eslavo y el resto griego, turco, húngaro y
alemán). Los rumanos recuerdan todavía á su primer fundador, convertido en dios
ó héroe epónimo; lo han dado á conocer á sus vecinos. En la vieja epopeya rusa de
Igor hay un Troiano. No sólo os muestran el puente de Trajano, los pasos de
Trajano, la ruta de Trajano y la pradera de Trajano, sino que para ellos la vía láctea
es el camino de Trajano, el relámpago su espada, y el trueno su voz. Os cuentan la
antigua leyenda de Trajano, despojando con Dacia. En sus fiestas, sus casamientos
y sus funerales, se han conservado casi todos los antiguos usos romanos. El tipo de
hombre más común en su país es el de la campiña romana.
No son éstos los únicos grupos de «vlacos» que se encuentran en la Europa del
Sudeste. Otros ocupan el Rhodopo (Despoto Dagh), el Hemus (Balkan) y el Pindó.
Difundiéronse por la península de los Balkanes, allí donde se hizo un vacío en la
población helénica, hasta en Beocia, Atica y Morea. La Tesalia, en el siglo XII, sólo
era conocida por el nombre de Gran- Vlaqnia; en la Etolia y la Acarnania había una
Pequeña-Vlaquia; en el norte del Epiro (Albania), una Vlaqnia superior.
Durante mucho tiempo, los cronistas bizantinos no saben nada de ese pueblo ni bajo
el nombre de romanos que ellos se atribuyen, ni por el de vlacos. Con fecha de 579,
cuenta Teófano que, en una campaña en Tracia, se produjo un pánico en el ejército
bizantino, y uno de los soldados gritó: Torna, torna, frate. Era un rumano y ese el
primer monumento que poseemos de esa lengua.
Con fecha de 976, Cedreno dice que un jefe búlgaro fué muerto entre Prespa y
Kastoria por los nómadas de la nación vlaca. Cinamo añade: «Asegúrase que los
vlacos descienden de antiguos colonos de Italia.» En 1033, el tsar Manuel, en sus
mismas comarcas, edificó fortificaciones en un lugar llamado Kimba Lungu; éste
es un nombre rumano. Después de conquistar la Bulgaria, Basilio II, citando al
arzobispo de Okhrida, estipuló que se le someterían «los vlacos de toda la
Bulgaria». En 1091, en la Maritsa, Alejo I recibió un refuerzo de cinco mil búlgaros
y vlacos. Desde entonces los cronistas menudean las citas sobre ese pueblo.
Aparécesenos en todas partes; en los Cárpatos, en el Rodopo, en los Balkanes, en
el Pindó, en Tracia, en Macadonia, en Tesalia y en Bulgaria; pero siempre en las
montañas. Se habían apoderado de los castillos construidos por Justiniano y
abandonados por los Angel, recobrando los terrenos limítrofes á ellos, atacando á
Jas tropas aisladas y hasta á las bandas de Cruzados que atravesaban el Imperio.
Benjamín de Tudela, que visitó la Tesalia en 1170, describe á los vlacos que
encontró en ella; Nicetas menciona especialmente á los de los Balkanes; pero todos
se identiflcan. Los vlacos eran ágiles como las cabras, saltando como éstas por
encima dé los escarpados; sus aldeas se hallaban casi todas instaladas «sobre hondos
precipicios é inaccesibles alturas»; allí se fortificaban, rehusando combatir en la
llanura; «nadie hubiera osado atacarlos y ningún rey hubiera sabido dominarlos».
Negros de pies á cabeza, sin duda por ir vestidos con pieles de cabra, su aparición
aterró á los griegos tanto como si fueran diabólicos espectros. Benjamín dice que
se les conocía por los nombres de David, Moisés, etc., pero los consideraba aún
como paganos. Ciertamente que eran cristianos ortodoxos. Es el único pueblo neo-
latino que se haya encontrado fuera de la comunión de Roma; esta es una de sus
originalidades.
161
Fundación del imperio vlaco-búlgaro.
En el siglo XII, los Balkanes y hasta la Mesia estaban fuertemente ocupados por
ese pueblo del que Nicetas nos dice: «En otro tiempo llamábanse los habitantes
mesienos y hoy son los vlacos.» La llanura, según parece, quedó en poder de los
eslavos-búlgaros. Cuando Isaac Angel pretendió imponer nuevos tributos al país,
dos hermanos de raza vlaca. Asan y Pedro, expusieron sus quejas al emperador, que
acampaba en Cipsela. Pidieron para su pueblo la reducción del impuesto, y para
ellos un grado militar y un feudo en los Balkanes. Fueron rechazadas todas sus
demandas, y como Asan, el más atrevido de los dos hermanos, elevara su voz, el
sebastocrator Juan mandó que se le azotase. A su regreso á la montaña los hermanos
dieron la señal de la insurrección. Como sus compatriotas se resistían, hicieron
actuar la influencia religiosa. Edificaron una iglesia á San Demetrios en Tirnovo.
Convocaron á los «demoníacos» ó videntes, quienes, en un delirio profético,
anunciaron que Dios había decidido la liberación de los búlgaros y de los vlacos;
por esto San Demetrios, que acababa de abandonar la ciudad de Tesalónica al
saqueo de los normandos, había querido establecerse en Tirnovo. Sublevóse todo el
país. Pedro, uno de los dos hermanos, ciñó la corona imperial y calzó los borceguíes
de púrpura. Sin duda adoptó el título de tsar. Los rebeldes fracasaron ante Preslao,
pero se esparcieron por las llanuras de Bulgaria y de Tracia, arrebatando los ganados
y haciendo cautivos.
Contra ellos marchó el emperador en persona, forzando los pasos de los Balkanes.
Después, renunciando al intento de apoderarse de sus aldeas fortificadas de las
montañas, se contentó con arrasar las cosechas y tornó á Bizancio (1186). Los jefes
del movimiento habían vadeado el Danubio, buscando refugio en el país de los
Kumanes. Sostenidos por la caballería de los nómadas, conquistaron la Bulgaria é
invadieron la Tracia. El emperador los derrotó cerca de Barrhoea (Eski-Zagra); pero
esta vez no pudo forzar los desfiladeros de los Balkanes. En su ausencia hicieron
nuevos progresos los insurrectos. Aliáronse con Estéfano Nemanya de Servia y
creciendo sus ambiciones, decidieron «restablecer el imperio de los mesienos y de
los búlgaros, tal como había sido en otro tiempo», es decir, en la época del gran tsar
Simeón. Una tercera campaña (1187) de Isaac no produjo resultados positivos, pues
perdió tres meses de sitio en Lobitza. Sobrevino una tregua y Juannitsa, el joven
hermano de Asan y de Pedro, fué entregado como rescate al emperador. Cuando en
1189, Federico Barbarroja atravesó su país, Asan y Pedro como Estéfano Némanya
solicitaron su alianza; ofreciéronle un cuerpo auxiliar de cuarenta mil hombres á
condición de que les reconocería sus títulos de tsares. Tales negociaciones
inquietaron al basileo. Después del paso del ejército alemán, se reanudó la guerra
entre griegos y vlaco-búlgaros (1190); éstos lograron una gran victoria en Berrhoea,
162
donde el basileo se salvó penosamente, matando á los caballos y hasta á los soldados
griegos que embarazaban el camino. Los vencedores saquearon á Varna, Anquialo,
Nisch, Filipópolis, Sofía y Andrinópolis. En Sofía encontraron las reliquias de San
Juan de Ryl, que fueron transportadas á Tirnovo, capital del tsarato. En la anarquía
que siguió al destronamiento de Isaac, obtuvieron nuevas victorias los vlaco-
búlgaros y causaron nuevos estragos las hordas kumanes. Se intentó negociar con
ellos, pero impusieron al usurpador Alejo condiciones inaceptables. Pero el estado
social en el tsarato no era mucho más favorable al soberano que en Bizancio. Sólo
por el terror había dominado Asan á los boyardos. Uno de ellos, Ivanko, le asesinó
apoderándose de Tirnovo y proclamándose emperador. Pedro decidió reconquistar
la capital y el trono de su hermano. Asoció al imperio á su hermano menor, libre
del cautiverio de los griegos; es Juannitsa, llamado Juanicio por los latinos y
Juannikios por los griegos; sus súbditos le denominaron también Kalijantcho
(Calojuan, Juan el Bueno) y los bizantinos Skylojuanes (Juan el Perro).
El tsar Juannitsa.
También Pedro fué asesinado y Juannitsa reinó solo. Habíase desposado con una
kumana. Retenido durante mucho tiempo en Constantinopla, donde sirvió como
escudero á Isaac, había recibido un barniz de educación griega, pero igualmente el
odio á los griegos. Fué una guerra de exterminio la que emprendió contra ellos;
después de la toma de Varna, mandó precipitar á los habitantes en los fosos de la
ciudad, y los aplastó bajo los escombros. Basilio II había sido el Bulgaroctono;
Juannitsa se glorió con el título de Romaioctono (matador de romanos, es decir, de
griegos). Los videntes que acompañaban á su ejército creían que no le era preciso
conservar sus prisioneros y que debía degollarles sin pensar en el rescate. Juannitsa
detestaba sobre todo á los sacerdotes griegos y raras veces les perdonaba. «Su
muerte, decía, es agradable á Dios.» Si era cristiano, su ortodoxia parece dudosa;
toleró á los Bogomilos, sin despreciar las mercedes del papa. Apesar de todo,
después de haber saqueado alguna ciudad griega, no dejaba nunca de hacer trasladar
las santas reliquias á Tirnovo, donde eran recibidas en procesiones de sacerdotes y
boyardos.
Alejo III trató de apoyarse, contra Juannitsa, en sus súbditos rebeldes. Había en
Macedonia un boyardo, sin duda búlgaro, Dobromiro Strez, quien, atrincherado en
su nido de águilas de Strumnitza, un castillo de ciclópeas murallas perdido en las
nubes, desafiaba á la vez al tsar y al basileo. Alejo, después de inútiles asaltos,
concertó con él una alianza, y aunque ya estaba casado, le concedió la mano de una
de sus sobrinas. Por otra parte, el usurpador Ivanko se había refugiado en Bizancio;
le confiaron tropas con las cuales derrotó á sus compatriotas; después, habiéndose
163
apoderado de las fortalezas del Rodopo, se declaró independiente, y más tarde se
alió con el tsar y fue preso por los griegos (1200).
En esta anarquía Juannitsa aumentó su poder. Venció á los servios y guerreó contra
los húngaros. Sus conquistas se extendieron hasta Belgrado. Ambicionaba que
Inocencio III le reconociera su título de tsar. A cambio de esto le prometía la unión
de su pueblo con Roma. Después de muchas idas y venidas de los emisarios del tsar
y del papa, el legado León, cardenal de Santa Cruz, se encaminó á Tirnovo.
Detenido en el camino por los húngaros, sólo le pusieron en libertad ante las
amenazas de Inocencio III. Llevó á Tirnovo dos cosas: una corona para el tsar y un
palio de primado (pero no de patriarca) para el arzobispo Basilio. El 7 de Noviembre
de 1204, fué éste consagrado, juntamente con los dos metropolitanos de Belbuzd y
Preslao y los obispos de Viddino, Branitchévo, Nish y Skopia. Al día siguiente,
Juannitsa fue reconocido por el papa como dominus Blacorum et Bulgarorum, y le
coronó el legado en Tirnovo.
En realidad, ¿qué sangre corría por las venas de los fundadores del Imperio vlaco-
búlgaro? Los eslavistas pretenden hacer de ellos los eslavos-búlgaros. M. Uspenki
identifica el nombre de Asan con el de Hassan, suponiendo que son de origen
kumano. Nicetas aporta un testimonio decisivo; cuenta que un sacerdote, hecho
prisionero, fué conducido ante Asan “Como él sabía el vlaco, se arrojó á sus pies
implorando su perdón.» Parece, pues, que el rumano fué la lengua materna de la
familia de los Asan. Presto formaron los búlgaros á la mayoría de sus súbditos, y la
dinastía quedó bulgarizada.
Desde la disensión del patriarca Cerulario y del legado Humberto (1054), las dos
Iglesias de Oriente y Occidente seguían separadas. Para los latinos, los griegos eran
cismáticos; para los griegos, no cabía discutir la heterodoxia de los latinos. Desde
entonces todos los rencores concentrados en el corazón de los griegos por una serie
de amenazas ó de ataques contra la seguridad de su monarquía, que ellos recibían
de los venecianos, de los franceses y de los alemanes; todas sus quejas, hasta las
Cruzadas, el monopolio y la piratería sintetizáronse para ellos en una sola palabra:
164
el latinismo. Las controversias religiosas prestaron una fuerza nueva á los conflictos
políticos ó económicos inoculándolos su veneno. Mientras la querella fué
exclusivamente dogmática, una sencilla polémica entre el patriarca de Bizancio y
el antiguo obispo de Roma; mientras que éste, desde el punto de vista temporal,
sólo fué el soberano de un insignificante Estado de Italia, no era muy grande el
peligro que el cisma hacía correr á Bizancio. Pero, desde la reforma de Hildebrando,
el papado se transformó en un poder cada vez más temible. Ya no se reducía al
pequeño Estado romano; reinos enteros pertenecían á San Pedro, como los de
Inglaterra, Hungría, las Dos Sicilias, etcétera. A medida que acrecía el poder
político del pontificado, aumentaban también sus exigencias, su intolerancia.
Pudiendo, á pretexto do herejía exterminar á los pueblos, ¿cómo hubiese tolerado
que el cisma continuara desaflándole?
Durante todo el siglo XII y comienzos del XIII se dedicó evidentemente á debilitar
á Bizancio. Sus primeros éxitos diplomáticos fueron la conquista de la Transilvania
rumana y ortodoxa por los húngaros, y la conquista de las Dos Sicilias por los
normandos, quienes reemplazaron al clero ortodoxo por un clero católico. Disputó
reñidamente á Bizancio las naciones limítrofes de las dos Iglesias, vlacos, búlgaros
y servios. Les ayudó á emanciparse del yugo político de Bizancio, á condición de
que habían de reconocer la supremacía religiosa de Roma; ya hemos visto con qué
facilidad otorgó las coronas á Zvonimiro de Croatia, á Miguel de Servia y á
Juannitsa de Bulgaria. Eran otros tantos puntos de ataque que se aseguraba contra
Bizancio. La vieja Roma latina estrechaba el bloqueo á «la nueva Roma».
Contra el Imperio cismático no fulminó el papado únicamente los rayos, para aquel
inofensivos, del anatema religioso; también esgrimió dos armas temporales. Una de
ellas, la espada ágil, siempre presta á salir de la vaina del rey normando-siciliano,
su vasallo muy humilde y muy audaz, rey «por la gracia de Dios y de San Pedro»;
la otra esa enorme catapulta, tan lenta en ponerse en movimiento, tan difícil de
manejar, pero de incalculable fuerza de destrucción: la cruzada.
Ya hemos expuesto, durante la cuarta cruzada, las incertidumbres de Inocencio III,
condenando lo que quizá anhelaba, sancionando los hechos consumados, y quien,
después de excomulgar á los que «desviaron» de su objeto la piadosa expedición,
les hizo aceptar este imperio arrojado á sus pies.
165
Los Venecianos.
Juan Comneno intentó libertarse del monopolio veneciano. Negó al dogo Dominico
Miguel la confirmación de los privilegios, expulsó á los venecianos de sus escalas,
trató de arrebatarles el país dálmata (1119) y pactó la alianza con los genoveáes
166
(1120). Entonces los venecianos hicieron la guerra al Imperio; saquearón á Rodas,
Chíos, Samos, Andros y Lesbos, arrebataron cautivos en la costa de Morea,
destruyeron las fortificaciones de Modon, sitiaron á Corfú y se establecieron en
Cefalonia. El Comneno observó que esta guerra era más ruinosa que el mismo
monopolio, é hizo la paz, restituyendo las escalas.
De este triunfo abusaron los venecianos. El odio del pueblo bizantino contra los
italianos se extendió en seguida á cuanto llevaba el nombre de francos; téngase en
cuenta que, según se asegura, había en Constantinopla sesenta mil residentes
latinos. Estos, con respecto á los indígenas, se hallaban en la misma situación en
que hoy se encuentran los europeos en sus concesiones del Extremo Oriente, con
respecto á los chinos. Se les odiaba á la vez como extranjeros y como explotadores.
El odio de todos estaba formado con las quejas de cada uno; del monje griego
irritado contra «la herejía latina», del funcionario destituido á consecuencia de las
reclamaciones de un podestá, del noble que veía á las más ricas herederas preferir
á un italiano, del mercader, del artesano, del picapleitos, del plebeyo comparando
167
su miseria con la opulencia de los palacios extranjeros siempre en fiestas, del
propietario cuyo inmueble había sido destruido en los incendios que periódicamente
se producían al final de las riñas entre marineros genoveses y venecianos. Sólo la
vigilancia del poder imperial, hostil á los intrusos, reprimía las manifestaciones de
los furores populares.
Después del suplicio de Andrónico, Isaac Angel se apresuró á hacer la paz con las
repúblicas latinas. Llegó hasta concertar con Venecia un tratado de alianza ofensiva
y defensiva contra los normandos (1187). El usurpador Alejo III renovó los
privilegios (1199) y la alianza. Pero en todos los corazones italianos vivía el
recuerdo de las matanzas de 1182; los venecianos ya no se consideraban seguros en
Bizancio; la presencia de sus competidores les producía viva contrariedad. Ya
estaba madurada la idea de destruir el Imperio y apropiarse las costas y las islas. He
aquí la preocupación que llenaba el espíritu del viejo dogo Dándolo. Cuando
concluyó con los ingenuos Cruzados el contrato leonino de 1202, sabía
perfectamente adonde encaminaba sus pasos.
168
En el reinado de Manuel Comneno, Rogerio II, conde de Sicilia, reunió á la herencia
de su padre (1101) la de los descendientes de Roberto Guiscardo, es decir, casi toda
la Italia del Sur (1127). En 1138, logró establerse en Nápoles. Esta corona de las
Dos Sicilias ha inspirado con frecuencia á los que la ciñeron ambiciones
desmesuradas; así lo prueban Carlos de Anjou y Carlos VIII de Francia. Pretextando
la petición de una princesa imperial, hecha por Rogerio y negada por Manuel,
sobrevino la ruptura con el Imperio griego. Señaló el primer éxito de los normandos
la ocupación de la fortaleza de Corfú entregada sin combate por los «Desnudos»
(1146). El almirante siciliano fué menos afortunado ante Monemnasia (Morea),
cuyos habitantes se defendieron. Internóse en el mar Jónico, arrebató las plazas de
Arcaniana y de Etolia, desembarcó en el fondo del golfo de Corinto, marchó sobre
Tebas y se apoderó de ella. De nuevo demostraron entonces los normandos el
prudente método con que realizaban el saqueo; obligaron á los habitantes á declarar,
con las manos puestas sobre los Evangelios, todo cuanto ellos poseían; además del
oro, la plata y las mercancías, secuestraron á las más bellas mujeres y á los más
hábiles obreros en tejidos de seda. A partir de aquella fecha, se trasladó desde Tebas
á Palermo el centro de esta industria. Después le tocó el turno á Corinto, en donde
no se cuidaron de olvidar la imagen de San Teodoro. Manuel detuvo esta sucesión
de triunfos, presentándose en Corfú y reconquistándola.
169
En la defensa ó en el saqueo perecieron siete mil habitantes. Se atormentó á las
gentes para que entregaran su dinero (1185). Cada vez se revelaban más los odios
de dos nacionalidades: la italiana y la griega.
A ras del advenimiento de Isaac Angel, el valiente estratego Vranas pudo marchar
contra los invasores. Luego de derrotarles en dos encuentros, en Moschopolis y
Demetritza, los rechazó hacia Tesalónica, donde la hostilidad de los habitantes no
les permitió la defensa y se vieron forzados á reembarcarse. Breve tiempo después
su flota fué casi destruida por la de los griegos y por las tempestades. Se impuso la
evacuación de Durazzo. Los bizantinos habían hecho cuatro mil prisioneros, entre
los cuales figuraban dos generales, Alduino y Ricardo. Alduino y una parte de los
soldados pasaron al servicio del Imperio; los otros murieron de hambre en las
prisiones.
Los Alemanes.
Decaía el poderío de Sicilia. Pero de esta decadencia nacía un nuevo peligro; aquel
mismo año (1185) se celebraron los desposorios de Constanza de Sicilia con el hijo
de Barbarroja, el futuro Enrique VI, el más cruel de los Hohenstaufen. Este Enrique,
llegado á ser rey de Sicilia y emperador alemán, intimó á Isaac (1194), y luego al
usurpador Alejo, para que le restituyesen todo el país, desde Durazzo á Tesalónica,
conquistado en otro tiempo por los normandos. Acabó por aceptar una enorme
contribución de guerra, para cuyo pago se estableció un nuevo impuesto, el tributo
alamanico. En la misma época casó á su hermano Felipe de Suabia con Irene, hija
de Isaac Angel. Aprestábase Enrique VI á dirigir una formidable expedición contra
el Imperio griego, cuando le sorprendió la muerte (1197). Nadie ignora el papel que
representó Felipe de Suabia en la «desviación» de la cuarta cruzada.
Los Cruzados.
Alejo I había pedido el concurso de Occidente contra los seldyucidas. Pudo creer
que no acudiría más que el número suficiente para reforzar los elementos latinos
que á título de mercenarios ó de auxiliares, figuraban ya en el ejército griego. Así
aterróse cuando vió que se presentaban innumerables muchedumbres, semejantes á
las antiguas emigraciones. Sin embargo, no defraudó los múltiples deberes que esta
crisis imponía á un príncipe cristiano y á un emperador griego. Acogió
humanamente á las indisciplinadas hordas de Pedro el Ermitaño; las alimentó y
socorrió; apresuróse á enviarlas al Asia, donde degollaron sin distinguir entre
cristianos y musulmanes y perecieron miserablemente; envió sus naves para recoger
á tres mil de los peregrinos escapados del desastre. Cuando llegaron los verdaderos
hombres de guerra, los escuadrones feudales, les dio prudentes consejos sobre la
170
conducta que debían seguir en la guerra con los infieles, les proveyó de víveres, de
máquinas de sitio y de ingenieros, y les agregó uno de sus mejores cuerpos de tropas
bajo el mando del valiente Aquiles Tacios; por otra parte adoptó precauciones,
procurando que llegasen unos después de otros á Constantinopla, los cuerpos de
ejército que se sucedían sin interrupción y cada uno de los cuales constaba de
ochenta á cien mil hombres; por último, deseando tornar sus aventuras en provecho
del Imperio, de acuerdo con sus ideas ó prejuicios feudales, exigió de los jefes el
juramento de considerarse como feudatarios en las provincias que ellos
reconquistaran, alegando que la conquista musulmana no podía hacer que
prescribieran los derechos del Imperio.
Con respecto á la segunda cruzada, Manuel se condujo casi lo mismo que su padre.
Primero pasaron los alemanes al mando de su cuñado el emperador Conrado III. Al
atravesar las provincias de Europa saquearon á Sofía, y ante los muros de
Constantinopla atacaron á una división del ejército griego. Conrado trató á Manuel
con altanera arrogancia. Compréndese que éste mantuviera cerradas las puertas de
su capital. Los alemanes continuaron saqueando en Asia; no es extraño que, en
cantones tan pobres, les diezmara el hambre. Aún no se ha demostrado la suposición
de que Manuel había prevenido á los turcos. Reinaba en el ejército alemán harta
indisciplina é inexperiencia de la guerra asiática para que los turcos y el clima
consiguieran su objeto sin ser auxiliados por el basileo. El ejército de Francia,
acaudillado por Luis VII, casi tan numeroso como el alemán, atravesó el Imperio
sin cometer desmanes; Luis VII aceptó de buen grado los guías que le envió
Manuel; no molestó con la etiqueta ni tuvo dificultad en sentarse sobre un trono
inferior al del basileo. Ciertos relativos triunfos recompensaron esta prudencia.
Las relaciones de Manuel con los Estados latinos de Palestina fueron las del
soberano con sus feudatarios. Raimundo de Antioquía quiso desligarse de sus
deberes feudales, pero Manuel le atacó por tierra y por mar, obligándole á pedir
gracia; después se conformó con su nuevo juramento de fidelidad y le restituyó su
Estado (1144). La misma historia se repitió con Renaldo, sucesor de Raimundo,
quien, después de haber desafiado al emperador, acudió á rendirle homenaje, en
hábito de monje, con una soga al cuello, los brazos desnudos y los pies descalzos.
El emperador hizo su entrada en Antioquía, mientras que Renaldo á pie le sostenía
el estribo, y seguido por Balduino III de Jerusalen, á caballo y sin las insignias
reales. A pesar de todo, Manuel devolvió la Antioquía en feudo á Renaldo (1156)
Cuando Jocelin, conde de Edesa, fué capturado por los turcos y murió de hambre
en la prisión, su viuda se apresuró á invocar la protección, ahora tardía, del soberano
griego (1151). Balduino III de Jerusalen se desposó con Teodora, sobrina de Manuel
(1157). Manuel casó con María de Antioquía (1161). En 1156, obligó al temible
Nur-ed Din á poner en libertad á seis mil prisioneros franceses y alemanes, restos
171
de la segunda cruzada. En 1169, con Amalarico de Jerusalen, que había contraído
matrimonio con una Comneno, Manuel emprendió una cruzada contra el Egipto.
La tercera cruzada fué una ruda prueba para Isaac Angel. En previsión de esta
temible eventualidad, el basileo había enviado á Nuremberg una solemne embajada,
prometiendo ayudar á Federico Barbarroja, abastecer á su ejército con frutos,
legumbres, leñas y forrajes, siempre que los alemanes pagaran todo lo demás y
atravesaran pacíficamente el Imperio. Acaso cuando ellos irrumpieron en el
territorio griego, el comisario imperial Cantacuzeno no se hallase preparado para
cumplir su misión y el ejército alemán padeciera hambre. Luego, como Barbarroja
entró en negociaciones con los Nemanya y los Asan, acentuóse la hostilidad de
Isaac. Cortó los víveres á los Cruzados, incitó contra ellos al gran-doméstico de
Occidente, retuvo á los emisarios de Federico y exigió que se le entregase en
rehenes al príncipe imperial. A su vez, Federico solicitó rehenes, y pidió el
reconocimiento de su título imperial (para los bizantinos no era más que un rex).
De enemigos exasperados fué la marcha del ejército alemán, hostilizado por las
tropas imperiales y por los bandidos eslavos ó válacos. En una iglesia encontraron
una representación del Juicio final, en la que creyeron reconocer á los griegos,
cabalgando sobre los alemanes; por esto prendieron fuego á la ciudad. Entraron á
viva fuerza en Beroé, hallaron sin habitantes á Andrinópolis, pusieron guarnición
en Filipópolis y tomaron por asalto á Didymoticon. Como un torrente devastador
corrían hacia Constantinopla. Adviértese en el historiador Nicetas el pánico que le
producía este peligro á que se hallaba expuesto el Imperio por la mala voluntad de
Isaac. Este comprendió, al fin, su falta y ofreció los rehenes á Federico, á condición
de que inmediatamente marcharía al Asia. Barbarroja era un cruzado leal y cumplió
su palabra. De todos esos rozamientos nació el odio de que ya hemos visto á Enrique
VI animado contra los griegos.
Pudiera sostenerse que los vencidos quedaban como un pueblo desorganizado por
la anarquía, enervado por las discordias políticas y las controversias religiosas,
desmoralizado por tantas usurpaciones y desórdenes, olvidado de toda virtud cívica
ó militar, algo afeminado por el exceso de civilización y acostumbrado á confiar su
defensa á los mercenarios. Pero precisamente el exceso de sus desgracias, la
174
bancarrota de su ruina económica, la destrucción de sus obras de arte, sus
emigraciones á los lugares más montañosos de sus antiguos dominios y el contacto
obligado de las clases superiores con las capas más rudas y los elementos más
bárbaros de la población tendían á devolverle las virtudes cuya falta había
favorecido el desastre de 1204.
Resurgió una Grecia nueva, habitando en los campos, entre las tribus montañesas,
viviendo como los (estradiütas stratiotai) y los armatóles, los proscritos (apelates)
y los bandidos (clephtes); á medida que disminuyera la virtud de los cruzados por
las facilidades de la vida señorial, reaccionaría la de los griegos. Ea vez de ser más
fácil con el tiempo, cada día resultaría más difícil para los latinos sostener su
conquista.
En 1203, el tsar Juannitsa había emprendido una nueva campaña contra el Imperio
griego. Marchaba contra Andrinopolis cuando le informaron de la toma de
Constantinopla por los latinos. Desandando el camino esperó. Ya les había
propuesto acudir en su ayuda con cien mil hombres y obtuvo una rotunda negativa.
Cuando Balduino entabló la lucha con Bonifacio, ofreció nuevamente su concurso,
que tampoco le aceptaron. Juannitsa escribió más tarde á Inocencio III: «Se me ha
respondido orgullosamente que no harían la paz conmigo, si yo no entregaba el
territorio perteneciente al Imperio que se supone invadido por mí con violencia. Les
he contestado que poseo esta tierra con más justicia que ellos á Constantinopla.» A
las pretensiones que Juannitsa hacía remontar á los romanos de Trajano, los
cruzados oponían otras, porque los franceses descendían de Franco, hijo de Príamo:
«Troya perteneció á nuestros antecesores.»
Hábil política de los cruzados (que ya habían sabido defenderse, en Oriente, contra
los griegos de Nicea y los turcos, y en Europa, contra los déspotas de Epiro y otros
principillos griegos ó vlacos) hubiera sido concertar la alianza con el poderoso tsar
de los Balkanes, quien se presentaba como su hermano de origen. Prefirieron tener
un enemigo más, el más temible de todos. La ruptura con el rey de «Blaquia y de
Bugueria» fué completa. Este encontró muy pronto aliados entre los griegos. En su
nueva exasperación contra los latinos, Juannitsa olvidó su antiguo odio contra los
Romaioctono. Los de Tracia llamaron á Juannitsa; en Didimotichon degollaron á la
guarnición franca; en Andrinópolis expulsaron á los latinos y alzaron los pendones
del tsar. Para recobrar esta plaza, acudió Balduino con sus más escogidos guerreros;
177
no quiso esperar á los refuerzos que venían del Sur con Bonifacio, ni á los que
corrían de Asia con Enrique de Flandes, ni á los veinte mil armenios que debían
seguirles y que fueron exterminados por los griegos. El 14 de Abril de 1205 se
encontró ante Andrinópolis con el ejército de Juannitsa, compuesto de vlacos,
Bugres (búlgaros), griegos y de catorce mil kumanos, no bautizados. Estos últimos
combatían á la manera de los nómadas, y atraían contra ellos, en una huida
simulada, á la caballería francesa, acribillándola á flechazos. Balduino hizo
prodigios de valor con su hacha de guerra. El desastre fué rotundo; Luis, conde de
Blois, Esteban, conde de Perche, Renaldo de Montmirail, Mateo de Valaiencourt y
Pedro, obispo de Bethléem, con trescientos caballeros, sucumbieron en el campo de
batalla. De los caudillos, únicamente pudieron salvarse Dándolo y el mariscal
Champaña. El emperador Balduino fué preso, circulando diversos rumores sobre su
destino. Será preciso atenerse á la carta que Juannitsa escribió al papa: debitum
carnis exsolverat dum carcere teneretur. Los dos hijos de Balduino heredaron sus
condados de Flandes y de Hainaut.
Nicetas dice que Juannitsa mandó cortar á Balduino los brazos y las piernas y que
se le arrojó en un barranco, donde expiró al tercer día, devorado por las aves de
rapiña. Acropolito asegura que el tsar hizo una copa con el cráneo de Balduino.
Alberico de las Tres Fuentes cuenta una aventura novelesca: según éste, Balduino
llegó á ser el José de una nueva Putifar, la mujer de Juannitsa, quien le denunció
calumniosamente, por lo que el tsar mandó cortar su cuerpo en menudos pedazos,
que fueron arrojados á los perros. Por último, los cronistas de Flandes hablan de un
falso Balduino, un tal Bertrand de Rains, que apareció en el condado de Flandes y
fue ejecutado por la hija del difunto emperador, crimen que calificaron de
parricidio.
Todavía tuvo más importancia, en este reinado, la política interior: este vocablo
significa aquí principalmente eclesiástica. El nuevo patriarca quiso cerrar el ingreso
en el cabildo patriarcal á todos los que no fuesen venecianos, y se encontró en lucha
con el emperador, con el legado del papa Benedicto, con la mayor parte de los
latinos franceses é italianos y hasta con los venecianos de la colonia bizantina. En
1211, habiendo muerto Morosini, el partido francés y el partido veneciano eligieron
cada uno un patriarca; hubo, pues, un patriarca toscano contra un patriarca
veneciano. La intervención del nuevo legado Pelago, sólo sirvió para aumentar el
desorden. Pretendió realizar á fuerza de violencias la unión de las dos Iglesias: cerró
los templos, aprisionó á los sacerdotes y monjes ortodoxos. La población se
amotinó; una diputación de notables se presentó al emperador, declarándole que los
griegos preferían emigrar al Asia si no se acababan las persecuciones. Enrique
ordenó la reapertura de las iglesias, devolvió la libertad á los prisioneros, autorizó
á sus súbditos griegos para que apelasen á Roma. Inocencio III les condenó de
nuevo en el concilio de Letrán (1215). En Marzo de 1206 se había convenido que
la Iglesia latina tendría, además de los monasterios ortodoxos, el quinto de las
tierras, el diezmo sobre todas las otras, y las inmunidades de que disfrutaba en
Occidente. No solucionó los conflictos esta especie de concordato, que Venecia se
guardó muy mucho de suscribir. No se sabía qué actitud adoptar con respecto á los
griegos; no se atrevieron á imponerlos el diezmo obligatorio, pero se les exigió en
cuantos sitios fué posible. Los mismos latinos se mostraban recalcitrantes. En
Tesalónica lucharon el arzobispo Guerin y el poder real, quien prohibía á sus
súbditos pagar el diezmo y pretendía administrar los bienes de la Iglesia; en Morea,
el arzobispo de Patras y el poder principesco. No contando más que con raros fieles
en su culto, los sacerdotes de las Iglesias latinas, vivían á expensas de la población
griega, en situación algo parecida á la que tendría más tarde la Iglesia establecida
180
de Inglaterra en la Irlanda católica; ó bien aquejados por la misma nostalgia que
aclaraba las filas de los guerreros latinos, vendían, traspasaban los bienes y rentas
de su iglesia y con el producto se apresuraban á regresar á Occidente. Los que
quedaron no se preocupaban más que de enriquecerse por los mismos medios
empleados en otro tiempo por los conventos griegos. Los señores laicos, por
política, protegían á sus súbditos ortodoxos. En la asamblea del valle de Ravenika,
se ocuparon en restringir las usurpaciones de las iglesias; en el porvenir no podrían
adquirir más que bienes muebles. En vano Inocencio III fulminó sus rayos; había
allí una cuestión de vida ó muerte para los Estados latinos. Enrique protegió los
claustros del monte Athos, que llegaron á ser sus vasallos inmediatos. Este monarca,
á quien los griegos llamaban «otr o Arés», murió en 1216; se ha supuesto que fué
envenenado.
El reinado de éste marca la rápida decadencia del Imperio; habían muerto todos los
jefes de la cuarta cruzada: Balduino, Enrique de Flandes, Bonifacio de Montferrato,
Luis de Blois, Dándolo y Villleharduino. Los combates y las repatriaciones á
Occidente disminuían sin cesar el número de guerreros latinos; ya no se reclutaban
nuevos contingentes. Una de las hermanas de Roberto era esposa del rey Andrés de
Hungría, otra de Godofredo de Alcaía y otra del emperador de Nicea; una de sus
sobrinas desposó con Juan Asan II de Bulgaria; él mismo estaba á punto de contraer
matrimonio con una hija de Lascaris. Las alianzas de familia no le dieron ni
garantizaron el poder.
La muerte de Briena (1237), apaciguó á Asan II, que ya comenzaba á temer á los
griegos más que á los franceses. Ayudó á éstos en el sitio de Tsurulon; después,
torturada su conciencia por esta violación de la palabra empeñada á Vatatzés,
quemó sus máquinas de guerra y se retiró á su país. Murió en 1241, iniciándose
entonces la decadencia del Imperio búlgaro; á sus expensas y también á costa del
Imperio latino, prosiguieron sus conquistas los dos Imperios griegos. El último de
los Asanidas, Miguel, fué asesinado en 1257 por Koloman II.
Balduino II.
El largo reinado de Balduino II (1228-1261) no fué más que una prolongada agonía
de la monarquía latina. Empleó casi todo el tiempo en viajar por Europa,
mendigando socorros enVenecia, Roma, Francia, Castilla é Inglaterra; dejando en
fianza á su hijo Felipe en una casa de banca, subastando las reliquias de su ciudad
imperial, vendiendo las dignidades de su corte y de su Estado, cediendo á los
Montferrato la guarda de Tesalónica, ocupada por los epirotas, y al rey de las Dos
Sicilias el señorío de la Acaía. En la misma Bizancio se vio obligado á acuñar
moneda con el plomo de los techos y á demoler las vigas y maderamen de los
palacios para la calefacción. El Imperio latino había dejado de ser un factor activo
en la política de Oriente; cuando sucumbió Constantinopla, el acontecimiento tuvo
escasa resonancia en Europa, porque estaba ya previsto. Con la caída de este
Imperio no quedó más que un título en la familia de Curtenay. Lo mismo sucedió
con el reino de Tesalónica, cuyo blasón ostentaron durante mucho tiempo las casas
de Montferrato y Borgoña.
Los Estados fundados por los cruzados al Sur de las Termopilas tuvieron más
vitalidad que el Imperio y el reino. Entre las Termopilas y el istmo de Corinto, hubo
cuatro grandes baronías, cuyos propietarios se intitulaban grandes-señores; eran
éstos los Pallavicini en Budonitza; los Stroraancourt en Soula ó Salona; en Eubea ó
Negroponto, la familia veneciana de los Carceri, que dividió la isla en tres Estados,
teniendo por capitales á Chaléis, Oreos y Carysto; de aquí el título de señores
tercieros de Negroponto—; por último, Atenas con Tebas. La historia de este último
Estado es la única que ofrece algún interés.
183
Ducado de Atenas.
Ante este surgió de improviso un grave conflicto. Su tío había ayudado á Godofredo
de Villeharduino á conquistar la Morea recibiendo en feudo Argos y Nauplia.
Guillermo de Villeharduino, tercer soberano de Acaía, pretendió que el señor de
Atenas fuese su vasallo, no sólo para Argos y Nauplia, sino por todos sus dominios
(1245). Guido, apoyado por los señores de Salona, Eubea y Kariténa, fué derrotado
en el desfiladero de Karydi, en el camino de Megara á Tebas. Sitiado en Tebas, tuvo
que comprometerse á comparecer en Nikli, ante la corte de su pretendido soberano.
Los barones de Acaía negaron á su príncipe la sentencia condenatoria de Guido y
se sometió la diferencia al arbitraje de Luis IX. El rey santo redujo las pretensiones
de Guillermo á la soberanía señorial en Argos y Nauplia. Además, confirió á Guido
el título ducal.
Amenazado por sus dos vecinos de Epiro y de la Tesalia vlaca, Gautiero de Briena
llamó en su ayuda á la gran compañía catalana, reforzada con turcos y turcópolos
(1308). Era todo un ejército compuesto de tres mil quinientos jinetes y tres mil
infantes, admirables soldados é incorregibles bandidos. Derrotaron á todos los
enemigos de Gautiero; pero una vez instalados en Tesalia, no quisieron
abandonarla. En 1310, marchó contra ellos el duque de Atenas con seis mil jinetes
y ocho mil infantes. Cerca de Orchomeno, en la Céfisa, se libró la batalla; ésta fué
el Crécy de la caballería franco-ateniense. Caída en un pantano que los catalanes
habían formado desviando las aguas del pequeño río, pereció entera; Gautiero
quedó entre los muertos. Los vencedores se apoderaron del ducado, obligando á las
viudas é hijas de sus víctimas á desposarse con ellos, y se distribuyeron los feudos,
instalando en el corazón de la Hélada una especie de estratocracia como la de los
antiguos mamertinos.
Se quiso sin duda llegar al número de doce Pares, como lo pretende la leyenda de
Carlomagno. (Cerca de un siglo después, los doce Pares, según un acta de 1301,
eran: el duque de Atenas, el duque del Archipiélago, el duque de Leucada, rama de
los condes de Cefalonia, el marqués de Budonitsa, la condesa de Salona, los tres
tercieros de la isla de Eubea, y tres señores de Morea, á saber: Akova, Patras y
Chalandritza). Al día siguiente de la conquista, las doce baronías cuyos titulares
tenían «sang et banc et justice en leur terre» eran: la de Patras, encargada de proteger
el litoral contra cualquier invasión procedente de la costa opuesta; Chalandritza,
que aseguraba las comunicaciones de Patras con el interior; Vostitza, á la que se
confió la vigilancia del golfo de Lepanto; Kálavryta, que sostenía á la precedente
en el interior del país; Akova, que con su castillo de Mate-Griphon (da mate á los
186
griegos) vigilaba á los indígenas de la Arcadia; Kariténa, en el Alfeo, que mantenía
sumisos á los eslavos de Skorta (Arcadia); Nikli, que guardaba los pasos de
Argólida en Laconia; Veligoeti, que dominaba el camino de Laconia en Mesenia;
Géraki, que enfrenaba á los eslavosmilingos del Taigeto y á los tsakonios; Gritzena,
preponderante en el valle del Lakos; Passava ó Passavant, colocada en el corazón
del Magno; Kalamata, que protegía el rico valle del Pamisos-Kalamata, se otorgó á
Godofredo de Villeharduino, y Passava, á Juan de Neuilly, nombrado mariscal
hereditario del principado.
Parece que, durante algún tiempo, el principado de Acaía vivió vida próspera. Su
tierra era fértil. Elogiábanse las sederías de Arachova y la feria de Vervena.
Godofredo de Villeharduino.
Al partir para Occidente, Guillermo de Champlitte dejó como bailío del principado
á su pariente Hugo, que murió poco después. Entonces fue elegido para sustituirle
Godofredo de Villeharduino. Este conquistó á Véligosti, Nikli, Lacedemonia y
Corinto, á excepción del Acro-Corinto. Godofredo supo despojar de los grandes
feudatarios del Imperio á los barones de Acaía, cediéndoselos al emperador Enrique
(que le nombró senescal). A la muerte de Guillermo de Champlitte, su hijo Roberto
emprendió el viaje para recoger su sucesión. Villeharduino tuvo la habilidad de
hacerle detener en Venecia y luego en Corfú. A su desembarco se le opuso la ley
feudal; ésta fijaba el plazo de un año y un día para hacer valer el derecho á la
herencia. Reunidos en asamblea general en Lacedemonia, los barones de Acaía
juzgaron que el plazo había expirado. Villeharduino fué elegido príncipe de Acaía.
187
militar. Siempre empleó su poder en beneficio de los latinos. Sostuvo en
Constantinopla cien jinetes y ballesteros para la defensa de la capital.
Guillermo de Villeharduino.
Guillermo murió en 1277. Su hija Isabel se casó, sucesivamente, con Felipe, hijo
de Carlos de Anjou, con Florencio de Hainault y con Felipe de Saboya. Era siempre
preciso un hombre para defender á este infausto principado. Desde fines del siglo
XIII, su corona fué juguete de las intrigas entre las casas de Anjou, Saboya, Borgoña
y Aragón. A la riqueza de otro tiempo sustituyó la miseria; se alteraron las monedas.
Hubo que guerrear contra los griegos, los catalanes de Atica y los piratas turcos.
Disminuyó la población, y sus vacíos se llenaron con un reflujo de eskipétaros y
vlacos.
188
Los Estados Venecianos.
Los cruzados habían podido destruir la monarquía bizantina; les fué imposible
rehacerla en su provecho; tuvieron que combatir, no sólo con los griegos, sino con
todos los alogienos, á quienes habían ayudado á emanciparse. Su dominación no
produjo más efecto que despertar y fortalecer el patriotismo griego: «Ella hizo un
gran beneficio á Bizancio, al helenismo y á la religión; quedó abolida la distinción
de las clases sociales» (Sathas). Si no abolida, por lo menos atenuada.
En los países, como la Morea, que los latinos conservaron más tiempo, fusionáronse
en cierto modo conquistadores y conquistados. Nicetas, Acropolito y Paquimero
dan el nombre de gasmouli á los mestizos nacidos de las dos razas. Las dinastías
francesas de Atenas y de Morea tendieron á helenizarse; los príncipes aprendieron
la lengua de sus súbditos; los stratiotai griegos y los caballeros franceses eran
tratados bajo el mismo pie de igualdad; respetaban los pronoiai de las ciudades
helénicas como los privilegios é inmunidades de los concejos latinos. Hubo un gran-
logototo y proto-oficial de Acaía como hubo un gran-doméstico de Romanía (el
senescal). En la escuela de los franceses, los griegos aprendieron de nuevo lo que
representaba la libertad municipal y la dignidad del guerrero-propietario.
Hasta en la corte del basileo familiarizáronse con las ideas feudales; Alejo exigió el
homenaje de los latinos; los dinatas griegos del Sur prestáronlo á los franceses. Los
«caballeros» de las dos naciones rivalizaron en los mismos torneos. En la corte de
Nicea se vió á los emperadores, olvidando la legislación de Justiniano y de los
Basilicos, ordenar los duelos judiciales y prescribir las ordalías. Los verdaderos
bizantinos rechazaron con desprecio este procedimiento como contrario á la ley
romana y á la ley canónica, como «una costumbre bárbara y buena para los
bárbaros» (Acropolito). En 1258, Miguel Paleólogo, acusado de conspiración, pidió
voluntariamente la prueba del hierro candente; el patriarca respondió que «ésta no
era costumbre de los romanos ni de los sabios helenos» (Phrantzés).
El día en que Murzuflo huyó de su palacio, en el momento mismo del asalto de los
latinos, disputáronse la corona imperial dos competidores: un Ducas y Teodoro
Lascaris. No habiendo entonces pueblo ni senado, el clero se decidió por Lascaris,
que fué proclamado en Santa Sofía. Pronto tuvo que emprender la fuga, cuando los
latinos se adueñaron de la ciudad, y se refugió en Asia. Siguiéronle el patriarca y el
clero; fué el comienzo del Imperio de Nicea. Desde los más lejanos países
ortodoxos, por ejemplo, de Rusia, acudieron los obispos á consagrarse en Nicea.
Presto sometiéronse á Lascaris, «el emperador de Filadelfia», Mankapas, Gabalas
y otros pretendientes orientales.
Entre tanto, Miguel, hijo natural de un Constantino Angel, marchó á fundar en las
montañas de la Albania y de Etolia el despotado de Epiro; y un nieto del usurpador
Andrónico Comneno se proclamó emperador en Trebizonda. Dedicaremos breves
palabras á este último Imperio, que no ejerció ninguna acción en la marcha de la
Historia y que no hizo más que esterilizar parte de las energías helénicas.
191
Imperio de Trebizonda.
Despotado de Epiro.
Mucho más grave fue la tentativa llevada á cabo por Miguel, el bastardo de los
Angel, en el Oeste de la península de los Balkanes, para la reconstitución de un
Imperio griego. Buscó apoyo en los epikétaros de Epiro, en las más rudas tribus
192
helénicas, las de Etolia, Acarnania y Macedonia, y en una parte de los vlacos y de
los búlgaros. Miguel llamó á las armas á los montañeses, transformó á los bandidos
en guerreros á sueldo, á los cleptos en armatolas y estradiotas y reclutó mercenarios
extranjeros. Mantuvo los procedimientos de la administración bizantina, con menos
aparato fiscal y más economía. Garantizando la seguridad de las ciudades griegas,
pudo pedirles dinero y con éste comprar la neutralidad de las tribus saqueadoras.
Impidió á los venecianos establecerse en esta región del litoral Adriático que la
Partitio les había asignado. Muy práctico en sus ambiciones, se conformó con el
título de Déspota, reconociendo implícitamente al emperador de Nicea.
Cuando murió en 1214, asesinado por uno de sus esclavos, le sustituyó su hermano
Teodoro, que se hallaba entonces refugiado en la corte de Nicea. Antes de dejarle
partir, Lascaris le hizo prestar juramento de fidelidad; pero Teodoro no se
preocupaba de los griegos ni de los franceses, prefiriendo la política personal. Fué
él quien aniquiló al ejército de Pedro de Curtenay, conquistó Andrinópolis y la
Tracia hasta el mar Negro, la Tesalia y la Macedonia hasta Tesalónica, y acabó por
entrar en esta ciudad, haciéndose coronar emperador. Tuvo la habilidad de distraer
á los papas con protestas católicas y por dos veces consiguió que se alejaran las
cruzadas dirigidas contra él. Su ambición fué causa del conflicto con el Imperio
vlaco-búlgaro; y en el reinado de Asan II, quedó vencido en Klokonitza del Maritza
y hecho prisionero. Como intrigase contra su vencedor, éste ordenó que le
arrancaran los ojos (1230). A pesar de todo obtuvo su libertad, dando una de sus
hijas á Asan II; después reapareció en Epiro, guerreando contra su hermano y
sucesor Manuel, y asociando al Imperio á su hijo Juan.
Vatatzés aprovechó las guerras civiles, tomando á Tesalónica (1246) y poniendo fin
al Imperio epirota. No quedaron más que algunos restos; así, el ex-emperador
asociado Juan conservó Tesalónica como simple despotado por el condado de
Nicea; Teodoro el Ciego se sostuvo en Vodéna, Ostrovo y Estaridola; un hijo
natural de Miguel, Miguel II, se fortificó en Pelagonia, Okhrida y Prilep. Teodoro
el Ciego desapareció, entregado por Miguel II; éste, derrotado en Pelagonia, perdió
la mayor parte de sus Estados. Los príncipes epirotas no causaron ya ninguna
perturbación ni recelo al Imperio griego. En 1318, fué asesinado Tomás, el último
de la raza que ostentara el título de déspota de Epiro.
Imperio de Nicea.
Teodoro Lascaris.
Le sucedió su yerno Juan Ducas Vatatzés (1222-1255). La época era más favorable,
puesto que los Imperios latino y búlgaro se hallaban en visible decadencia; sólo era
de temer el emperador epirota. Vatatzés desarrolló tanta actividad como paciencia
había desplegado su antecesor. Los franceses habían reanudado las hostilidades en
Asia; sobre ellos consiguió la victoria de Poemenenom (1223), que hizo una nueva
sangría al Imperio latino, ya agotado de hombres. Todas las posesiones asiáticas
que quedaban á los franceses fueron anexionadas al Imperio de Nicea. Cada vez se
estrechó más el bloqueo alrededor de Constantinopla. En 1235, Vatatzés se apoderó
de Gallipoli y formó la gran coalición de que ya hemos hablado. Se aproximó á la
capital, pero Juan de Briena le hizo sufrir un descalabro; Godofredo de Morea arribó
al Estrecho con seis naves, transportando cien jinetes, trescientos ballesteros y
quinientos arqueros; por primera vez quizá, los venecianos se concertaron con los
genoveses y los písanos para la común defensa. Por otra parte, la amistad de Asan
II con los latinos no podía ser más que intermitente, como ya se había demostrado
en el cerco de Tsurulon. Encontraron más seguros aliados en los kumanos, quienes,
rechazados en el Sur por la invasión tártara, acudieron á ponerse á sueldo de los
franceses y se acantonaron en el Maritza. Narjaud de Taci, vicario del Imperio por
194
ausencia de Balduino, desposó con la hija de su jefe Joñas. Con su auxilio se pudo
recobrar Tsurulon (1240).
Vatatzés volvió contra el Epiro, en donde supo fomentar la guerra civil; la toma de
Tesalónica le permitió reanudar sus designios sobre la capital de los latinos. Hizo
fracasar un proyecto de casamiento entre Balduino II y una hija del sultán Iconio,
concluyendo con éste una alianza ofensiva y defensiva. Extendió su territorio á
expensas del Imperio búlgaro, ya muy debilitado; le arrebató Melnik- Skopia y gran
parte de la Macedonia. Tomó de nuevo á los franceses la ciudad de Tsurulon, a que
en su plan de ataque contra Bizancio tenía capital importancia. Distrajo al soberano
pontífice con la eterna cuestión de la reunión de las dos Iglesias, ofreciendo
reconocer la supremacía romana con tal de que el papa abandonase á Balduino. Tal
vez, en su ardiente deseo de poseer á Constantinopla, era sincero en sus
proposiciones. Vatatzés, por su diplomacia, por sus conquistas, había preparado la
reconquista de Bizancio; no hizo más que entrever la tierra prometida y murió en
1255.
Advenimiento de los Paleólogo.
Debía recoger el fruto de sus trabajos no su hijo Teodoro Lascaris, sino el usurpador
de su trono á la muerte de aquél. Comprometido en obscuras intrigas contra Teodoro
Lascaris, el ambicioso Miguel Paleólogo decidió justificarse. Cuando murió este
emperador (1258), dejando un hijo de ocho años, Juan Lascaris, sublevó á los
mercenarios latinos de los cuales era el condestable. El tutor del joven príncipe,
Muzalon, fué arrancado del altar, siendo descuartizado su cuerpo en tan menudos
fragmentos, que hubo necesidad de recogerlos en un saco para poderlos enterrar.
Miguel se erigió en tutor del niño, quedando luego asociado al Imperio;
represéntasele en sus monedas sosteniendo al pequeño en sus brazos. Sin embargo,
cuando se hizo coronar en Nicea (1259), olvidó celebrar la misma ceremonia con
su pupilo. Más tarde, al coronarse por segunda vez en Santa Sofía, reconquistada
ya, no volvería á hablarse del nieto de Vatatzés.
Miguel VIII.
195
haber vencido á los epirotas y á los franceses de Morea, en Pelagonia (1258), obligó
á Guillermo de Acaía á cederle sus fortalezas más importantes. Trasladándose á
Tracia se apoderó de Sélymbria y puso sitio á Galata. Los progresos de los tártaros
en Asia Menor detuvieron sus conquistas, obligándole á conceder á los latinos una
tregua de un año. Acababa de venir á tierra el baluarte con que el Imperio selyucida
protegía por el Este á la monarquía griega; el sultán de Iconio, Rok-el-Din, llegó
con su harem á buscar un asilo en Nicea. Miguel adquirió fama de grandeza de alma
por la cortés acogida que dispensó al vencido; pero en secreto trataba con el
vencedor y logró desviar la invasión.
196
En Europa se habló de una cruzada; Urbano IV la predicó; iniciáronla los
venecianos y los barones de Morea. Balduino II murió en 1272, pero dejaba un
temible heredero de sus pretensiones en la persona de Carlos de Anjou, rey de las
Dos Sicilias, dispuesto á reanudar los planes de sus predecesores normandos, y que
acababa de casar á su hija Beatriz con Felipe, hijo de Balduino II. Seriamente
aterrado, Miguel VIII se apresuró á negociar con la corte de Roma, hasta con gran
apariencia de buena fe, abogando por la reunión de las dos Iglesias. Encontró
benévola acogida en Clemente IV, que tenía las ambiciones de Carlos de Anjou. En
aquel preciso momento, Carlos armaba una flota en Brindisi, de donde se dirigía
hacia Durazzo. La muerte de San Luis le obligó á interrumpir la expedición. Con
igual complacencia escuchó Gregorio X las proposiciones de Miguel VIII. Parecía
progresar la obra de la fusión; en el concilio de Lyon (1274), los enviados del
emperador se agregaron á la «procesión del Espíritu Santo» y reconocieron la
supremacía papal. Pero en Constantinopla encontraba Miguel VIII tenaz resistencia
en la mayoría del clero, sostenido por la casi totalidad de la nación. Le fue preciso
destituir uno tras otro á tres patriarcas y hacerse él mismo teólogo para disertar
sobre la «procesión», aplicando el tormento á los polemistas recalcitrantes,
luchando contra su hermano Eulogio y contra casi toda su familia, vigilando á los
príncipes de Epiro que no desaprovecharon la ocasión de erigirse en campeones de
la ortodoxia, y reprimiendo á sus generales, dispuestos «á traicionar la causa del
emperador antes que la de Dios». Las negociaciones con Roma continuaron durante
los pontificados de Juan XXI y Nicolás III, también enojados con Carlos de Anjou,
pero no menos molestos viendo al basileo triunfante en todas sus conquistas. Llegó
á ser insostenible el papel que representaba Miguel VIII y la corte de Roma tomó
la iniciativa de la ruptura. Simón de Brie, francés adicto á Carlos de Anjou, fué
elegido papa con el nombre de Martín IV; éste recibió brutalmente á los enviados
del basileo, les trató de impostores, y de hipócritas, concluyendo por separarles de
la comunión romana. Parecía que en adelante nada podría evitar el golpe con que
Carlos de Anjou, su yerno, el emperador Felipe y los venecianos, amenazaban al
Imperio griego. Ya tres mil latinos, desembarcados en Epiro, marchaban contra
Tesalónica. Miguel VIII supo oponerles fuerzas superiores, diezmándoles en una
guerra de escaramuzas y emboscadas, y finalmente, copándoles con Rousseau de
Sully, su general (1281). Por otra parte, su oro y su diplomacia, su alianza con la
casa de Aragón, su inteligencia con Juan de Procida y los descontentos de Italia,
prepararon la explosión de las Vísperas Sicilianas, que hizo perder á Carlos de
Anjou hasta sú base de operaciones (Marzo 1282). Miguel murió en Diciembre del
mismo año, aborrecído por sus subditos, llevando á la tumba el secreto de su
sinceridad ó de su duplicidad con respecto á Roma, pero seguro de haber
consolidado las consecuencias de su audaz intentona de 1261. El hombre que había
restituido Constantinopla á los griegos, no fué ni siquiera inhumado en el panteón
197
de los emperadores, en la iglesia de los Santos Apóstoles. Su hijo Andrónico II se
apresuró á rechazar toda solidaridad con los supuestos errores religiosos de su
padre; le hizo enterrar ocultamente en un rincón de Macedonia, en el lugar mismo
donde muriera cuando marchaba contra los epirotas
BIBLIOGRAFÍA
Documentos.
199
grecque, imitation en grec de nos romans de chevalerie, 1886. E. Wagner, Imberios
et Margarona, 1874.
Sobre las relaciones con las ciudades italianas: Neumann, Ueber die urkundlichen
Quellen zur Gesch. der byz. venetischen Bezichungen (Byzantinische Zeitschift,
1892).—Heyd, Hist. du commerce du Levant au moyen age (trad. Furcy-Raynaud),
2 vol.—188-86.—Armingaud, Venise et le Bas-Empire (Arch. des Missions, 2ª
serie, t. IV). Pagano, Delle imprese e del dominio dei Genovesi nella Grecia,
Génova. 1852.—Lunzi, De l'ocupation des Sept Iles par les Vénitiens (en griego,
Atenas, 1850, y en italiano, Venecia, 1860).—Romain, Storia documentata di
Venezia, 10 vol., Venecia, 1853-1868.—E. Musati, Venezia e le sue conqueste nel
medio evo, Verona, 1881.—Muller, Documenti sulle relatione delle citta toscane
coll'Oriente cristiano, Florencia, 1880.
Sobre la cuarta cruzada, además de las obras citadas en el capítulo VI, Raehricht,
Sybel, Kugler, Klimke, P. Riant, L. Streit, Tessier, G. Hanotaux, Les Venitiens ont-
ils trahi la chrétienté en 1202? (Rev. Hist., 1887), y Cerone, la misma cuestión en
el Archivio Veneto, tomo XXXVI, facs. 72.—Krause, Die Eroberungen von C. P.,
Halle, 1870.
Sobre los servios y los búlgaros.—Véase aquí mismo la bibliografía del capítulo
XIV. Añadid: Oüspenski, Formation de deuxieme empire bulgare (en ruso), Odesa,
1879.—Sayous, les Bulgares, les Croisés et Innoc.ent III (en Etudes sur la. religión
romaine, Paris, 1890).—Pypine y Spassovich, Hist. des litteratures slaves
(tradución del ruso por E. Denis), París, 1881.
Sobre los rumanos.—De la Berge, Essai sur le regne de Tragan, 1877.—V. Duruy,
Hist. Des Romains, t. IV.—S. Reinach, La colonne Trajane. — Fríehnen, La
colonne Trajane, París, 1872.—Dierauer, Beitroege zu einer Kritischer Gesch.
Tragans, 1868.—Theinre, Monumenta Slavorum meridionalium, t. I.
(Correspondencia de Juannitsa con el papa).—A. D. Xénopol, Historia Romanitor,
t, I. Jassy, 1888; Etudes historiques sur le peuple romain (Les guerres daciques),
Jassy, 1888; L Empire valacho-bulgare, en la Revue Historique de Noviembre
1891; Les Roumains du moyen age, une enigme historique, París, 1885.—En esta
última obra el autor discute los trabajos anteriores sobre los orígenes rumanos, de
Thunmann, 1774; Engel, 1754 y 1804; Sulzer, 1781; RAESSLER, Rumoenische
Studien, 1871; Hunfalvy, Ethnographie Ungarus, 1877; Schwickeo, Herkunft der
Rumoenen, 1877; Miklosich, Die Slavischen Elemente in Rumoenischen, 1872; así
como las obras escritas en sentido opuesto, por Tomaszek, 1872 y 1877; Jung, 1876,
1877, 1881; Pitch, Meber die Abstammung der Rumoenen, 1880.—El mismo autor
en las bibliografías de la Revue Historique (especialmente Noviembre 1886, 1887,
1892) da á conocer los trabajos en lengua rumana de Densusianu, Hist. de la langue
et de la litterature roumaine; Juan Bogdan, Histoire de la colonie (rumana) de
Zermigethusa, y discute un nuevo trabajo de Hunfalvy, 1886.—Ubicini, Les
origines de l'histoire roumaine, París, 1886.—P. Lenormant, Etudes sur la Grande-
Valachie.—Xénopol, Hist. des Roumains, 2 vol. (en francés).
201
202
LA EUROPA DEL SUDESTE. FIN DEL IMPERIO GRIEGO. FUNDACIÓN
DEL IMPERIO OTOMANO (1282-1481)
Otro heredero de Miguel II de Epiro, su hijo natural Juan Doucas I, casado con la
hija de Tarón, príncipe de la Gran Vlaquia, heredó este principado, que incluía
entonces las antiguas provincias de Tesalia, Pelasgia, Phthiotida y Locrida. Los
latinos le llamaban «duque de Neopatras». A su muerte (1305) había de desaparecer
1
Los servios poseían a Antípolis, Filipópolis y Bolbé. La frontera greco-búlgara extendíase desde
Sozopolis á Rodopis y del paso de Cristópolis al mar Egeo.
203
la Gran Vlaquia, conquistada al Norte por los bizantinos, que volvieron á formar un
tema de Tesalia, y al Sur por los catalanes.
He aqui las posesiones bizantinas en Oriente: 1.°, islas enfeudadas: Tinos, Micone,
Skyros y Skiatos, de los Ghisi; Astypalia ó Stampalia, de los Quirini; Skarpantos,
de los Cornari; Cefalonia y Zante, de los Orsini; 2.°, el ducado del Archipiélago y
sus dependencias, que obedecían á la vez á Venecia y al príncipe de Morea; 3.°,
posesiones directas: las cinco ciudades de Morea, Creta, las islas de Cerigo (Citerea)
y Corfú, esta última tomada en 1386 á Luis de Hungría; los barrios fortificados en
204
Constantinopla y en otras ciudades del Imperio griego. En 1489, el Imperio
veneciano había de acrecentarse con Chipre, legada á la República por la veneciana
Catalina Cornaro, última soberana de la isla.
El reino de Jerusalén no habría sido más que un título honorífico si los latinos no
hubiesen logrado conservar en la costa de Siria á San Juan de Acre, última de sus
plazas fuertes. Desde 1192, el título real había pasado á los Lusiñanes de Chipre,
que se llamaron entonces «reyes de Chipre y Jerusalén». Los latinos de Acre veíanse
amenazados constantemente por su formidable enemigo el soldán de Egipto, dueño
de Damasco y Siria. Los latinos de Acre, Chipre y Armenia solicitaron
momentáneamente contra el soldán el apoyo de los khanes mongoles de Persia. Los
205
egipcios rechazaron á latinos y mongoles en las dos batallas de Hims (1260 y 1281).
Después, el soldán Khalil-Askraf sitió á Acre, tomándola por asalto 2.
La anarquía en Epiro.
Después de Nicéforo I, Epiro fué gobernado hasta 1314 por dos príncipes de su casa
(familia de L´Ange) y luego por los Orsini de Cefalonia. Andrónico III, emperador
de Bizancio, intentó conquistarlo, y por breve tiempo figuró entre los dominios del
gran Duchan, zar de Servia. A fines del siglo XIII hubo tres Epiros: uno al Norte,
mandado por los Buondelmonti, oriundos de Florencia; otro al Sur, dominado por
los Tocci, procedentes de Benevento; el tercero al Oeste, bajo el gobierno de los
duques de Durazzo, de la casa de Anjou (desde 1294) y más tarde de los Belza
(Baux de Provenza, desde 1373). Estos, hasta después de las conquistas turcas
(1383-1421) se sostuvieron en la Mirditia, donde aún existe la familia.
2
Poco después sucumbieron Tiro y Beiruth.
206
unos y otros. Hemos visto que, desde el siglo XII hasta el XIV, ningún jefe logró
formar un Estado de Albania. Con aquella diversidad de dialectos y religiones era
imposible constituir una nación. En todas las dinastías griegas, italianas y francesas,
subsistió la añeja organización del país: los clanes, con sus jefes hereditarios,
atrincherados en las fortalezas de las montañas. Cuando no se destruía á sí misma
en interminables guerras civiles, aquella raza belicosa facilitaba mercenarios y
condottieri para las guerras del mundo entero. En los tiempos antiguos, produjo á
Pirro; en el siglo XV siguió á Skander-Beg; en el siglo XVI, sus jefes de harmatolas
y estradiotas combatieron en pro ó en contra de todos los príncipes de Europa: uno
de los más célebres fué Mercurio Búas, cuyas hazañas canto Tsané Korónacos.
Albania nunca pudo unirse para sacudir el yugo otomano, que jamás implicó
verdadera esclavitud. La Puerta tropezó en el pais con tenaces rebeldes ó reclutó
valientes soldados, pero nunca tuvo subditos.
Esta evolución advirtióse todavía más en Atenas, Tebas y Neopatras. A la ruina del
poder catalán, no reapareció un heredero de la familia de La Roche, sino un linaje
italiano. Nicolás Acciaiuoli, banquero florentino, había prosperado en Helada,
prestando, tomando hipotecas, comprando todo lo vendible, cargos ó tierras,
usufructos ó propiedades. Juana de Nápoles le nombró gran senescal de su reino, y
Catalina de Valois le vendió ó empeñó feudos en Morea. Además de Amalfi y
Malta, obtuvo el gobierno de Corinto (1358), los castillos de Vulcano (Mesena),
Piadha (cerca de Epidauro), etc. Muerto en 1365, sus hijos Angel y Roberto
empeñaron á Corinto con su baronía á uno de sus parientes, Nerio I Acciaiuoli. Este
Nerio extendió sus dominios por Atica y Beocia. Ladislao de Nápoles le hizo duque
de Atenas en 1394. Nerio dejó Livadia y Tebas á su hijo natural Antonio; el ducado
de Atenas á su hija Francisca; la tutela de ésta, á la república de Venecia, y la ciudad
de Atenas al cabildo de Santa María del Partenón. Al mismo tiempo estipulaba que
Atenas disfrutaría la autonomía municipal bajo la autoridad del cabildo. Esto
equivalía á preparar interminables conflictos entre el municipio ortodoxo y el
cabildo católico.
El bastardo Antonio, cuya madre era griega, se sublevó contra este testamento.
Gracias á la complicidad del partido griego, entró en Atenas, obligó á la guarnición
de la Acrópolis á capitular, se proclamó duque de Atenas, fué bastante hábil y rico
208
para que Bayaceto I, sultán de los Osmanlíes, reconociera su título, celebró un
Tratado de comercio con Florencia, se captó las simpatías de la población helénica
(véase su elogio en Calcocondylas y Frantzés), é hizo de su capital un centro
intelectual y de comercio. Su esposa María, de la antigua familia de los Mékiséno,
le aportó en dote una amplia región de la Zaconia.
Desde Marco I (+ 1220) hasta Juan (1341-1462), el ducado del Archipiélago fue
regentado sucesivamente por los Sañudo. La hija del último, por su matrimonio con
Juan dalle Carceri, señor de dos tercios de Negroponto, trasladó la soberanía á su
familia. Extinguida ésta, los Crispí reinaron desde 1383 hasta 1537.
Algunas de las guerras civiles son memorables por su absurda génesis: en 1426, un
asno perteneciente á un Ghisi, señor de Teños y Mycona, fué robado por unos
corsarios y vendido á Guillermo Sañudo, hijo del duque Marco II. Enfurecido el
Ghisi, marchó contra la isla de Syra, sitiando á Guillermo en el castillo. Por último,
se sometió la contienda al arbitraje de Venecia, la que dispuso la restitución del
jumento. Pero la lucha ya había devastado casi todas las islas.
El Archipiélago sufrió tanto con las guerras civiles, las incursiones bizantinas y la
piratería, que, en 1470, apenas quedaban trescientos habitantes en Santorin; á
mediados del siglo XIV, Andros sólo tenía dos mil y Amorgos se hallaba
completamente desierta. Las inmigraciones albanesas llenaron aquellos vacíos.
Durante el siglo XII, los vlacos irrumpieron en todas las regiones de la Península
balkánica. En el XIV, lo verificaron los albaneses, que parecen haber absorbido una
parte de los rumanos morlacos y zinzaros. Hasta en la isla de Chipre hubo colonias
albanesas. En síntesis: entre los elementos adventicios fué muy de notar la
209
sustitución de los franceses por los italianos, y entre los elementos indígenas el
predominio de los albaneses; he aquí la evolución etnográfica de Oriente.
Miguel VIII, fallecido en 1282, fué el último gran capitán y el último gran político
de Bizancio. Pudo recuperar á Constantinopla con un ejército débil y contra un
enemigo todavía más débil; pero ningún emperador griego era capaz de
reconquistar las provincias de Asia á los turcos ó á los Comneno de Trebisonda, ni
las posesiones de Europa á los búlgaros ó á los dinastas indígenas ó extranjeros de
la Hélada y las islas. El Imperio griego sería siempre una provincia del Imperio de
otros tiempos: un cuerpo anémico y dislocado con una enorme cabeza llamada
Constantinopla. No podía recobrar su ya desaparecida prosperidad: los parásitos
italianos habíanse incrustado fuertemente en su organismo. En cada una de las
ciudades pertenecientes al Imperio había una administración veneciana y otra
genovesa, y en todas ellas el podestá de aquellas colonias extranjeras era bastante
más poderoso que el gobernador imperial.
Para atajar el avance de los turcos en Asia, disponía de Alejo Filantropeno, general
de raza griega, en cuyo ejército figuraban más aventureros turcos que subditos
«romanos». No pudiendo abonar el sueldo de sus hombres, abandonábales el botín
de las ciudades que tomaba. El era quien reclutaba y mantenía el ejército, creación
y propiedad suya más que del emperador. Fué como un Wallenstein bizantino, que
210
hacía la guerra por la guerra. Llegó un día en que los soldados le obligaron á
proclamarse emperador. Más tarde, la traición de parte de sus tropas le entregó á
los oficiales imperiales, que le sacaron los ojos. Aquel extraño ejército de
Filantropeno fué el último casi nacional que hubo en Bizancio.
Al mismo tiempo ardía la guerra entre Venecia y Génova. La flota genovesa era
una verdadera escuadra del Imperio. Después de haberla dispersado, los venecianos
sitiaron á sus rivales en Pera y Galata, incendiando las casas griegas é italianas
(1296). Andrónico II logró que se aceptara un armisticio; pero, transcurrido breve
tiempo, los genoveses se arrojaron contra los venecianos de Constantinopla,
destruyéndoles. Cuando el emperador intentó disculparse ante Venecia, sus
embajadores fueron despedidos despreciativamente.
En 1302, Fernando de Aragón, rey de Sicilia, que acababa de firmar la paz con
Carlos II de Anjou, rey de Nápoles, autorizó á su almirante Roger de Flor para que
ofreciera á Andrónico II sus servicios y los de los mercenarios que había que
licenciar. Roger salió de Mesina con veintiséis naves tripuladas por ocho mil
guerreros. Estos eran aragoneses y catalanes, muchos de ellos almogávares ó
montañeses armados á la ligera. Tal fué la Gran Compañía catalana.
Roger fué acogido en Constantinopla con los mayores honores. Se designó como
residencia suya y de sus tropas el barrio de las Blaquernas; así hubo otra ciudad
extranjera en Constantinopla. Sus guerreros cobraron un salario más elevado que
los griegos y se le nombró megaduque y después César, casándose con la
porfirogeneta María, sobrina de Andrónico. Los excesos de sus soldados, sus
sangrientas riñas con los genoveses, de los cuales mataron tres mil, hicieron que
apresurase su excursión á Asia. Inmediatamente, y al grito de ¡Aragón, Aragón!, se
arrojaron sobre los turcos. Estos no pudieron resistir su ataque; pero el pais, aunque
libertado por ellos, no pudo agradecerles sus victorias. Eran tan ladrones y crueles
como lo fueron más adelante las tropas de Carlos V. El puntillo del honor y el
espíritu de cuerpo teníanles siempre en pendencia con los soldados imperiales de
distintas nacionalidades. Ultimamente contendieron con los alanos rusos y
caucasianos, matando á trescientos en un solo encuentro. Llamada de nuevo á
Europa para atajar una invasión búlgara, la Gran Compañía se acantonó en la
península de Galípoli. La corte se hallaba aterrada viendo los nuevos contingentes
que sin cesar reforzaban las huestes catalanas. Rocafort les llevó desde Sicilia á
Asia doscientos jinetes y mil almogávares; Berenguer de Entenza se les unió en
Galípoli, al frente de otros mil infantes y trescientos jinetes. Parecía que Aragón y
Cataluña invadían en masa los campos de Bizancio. Andrónico II no se sentía dueño
del Imperio. Aún más irritado estaba su hijo Miguel, asociado al trono y encargado
del gobierno de Andrinópolis. Al visitar Roger al joven príncipe, fué asesinado en
el umbral de la cámara imperial por el jefe de los alanos. Los demás cuerpos del
211
ejército del Emperador, alanos, turcos y turcoples, arrojáronse por doquier sobre los
catalanes, que en Constantinopla fueron degollados en gran número por el pueblo.
Por fin, la Gran Compañía evacuó á Galípoli, no por el valor de los griegos, sino
por el hambre, causada por sus propios desmanes, y también por las divisiones
suscitadas entre sus jeíes. Los catalanes quisieron formar como un Estado cristiano;
algunos de sus caudillos llamaron á Galípoli al infante don Fernando, hijo del rey
de Mallorca, consiguiendo que el ejército le jurara obediencia, pero la envidia de
Rocafort frustró la tentativa. Entre aquellas hordas surgió un bando aristocrático,
con Berenguer de Entenza, Ferrando Jiménez y Muntaner, historiador de sus
hazañas; pero Rocafort disponía de los más pobres y arriesgados, de la plebe del
ejército (almogávares, turcoples y turcos). Durante la marcha de Galípoli á
Macedonia, Entenza fué degollado por los soldados de Rocafort, á quien asesinaron
á su vez los del partido de Aragón. Para vengarle, sus gentes dieron muerte á todos
los nobles y caballeros que hubieron á mano. Entonces formaron una democracia
puramente militar, con jefes electivos. Gualterio de Atenas los llamó al Atica,
adonde fueron acompañados por los turcos y turcoples. Ya hemos dicho cuál fué su
destino final.
Andrónico II tuvo que habérselas con estos turcos y turcoples que volvían de Atica
en número de unos tres mil seiscientos. Aunque sólo solicitaban que se les
permitiese volver á Asia, el estratopedarca Sennaquerim y el emperador
concibieron el proyecto de sorprenderlos y arrebatarles el botín. Los turcos los
derrotaron, apoderándose del cuartel imperial. Durante dos años, Tracia fué asolada
por aquellas turbas exasperadas, siendo menester recurrir al auxilio de los servios y
genoveses para destruirlas. Como Cartago, Bizancio tuvo su guerra de mercenarios.
Aun siendo reducidísimo el Imperio griego, y por precaria que fuera su existencia,
hallábase tan desgarrado como en sus tiempos de grandeza, por las conspiraciones,
212
las revueltas, las tentativas de usurpación, las luchas entre los príncipes de la familia
imperial y las guerras de sucesión. Entre aquellas conmociones, mencionaremos en
primer lugar la rebelión de Andrónico el joven (Andrónico III) contra su abuelo
Andrónico II. Aquél encontró apoyo en la mayor parte de los altos dignatarios,
especialmente en el gran doméstico Cantacuzeno.
Emperador único Andrónico III, demostró valentía contra los turcos, pero no pudo
atajar sus conquistas en Anatolia ni evitar sus incursiones á través de Europa, ni
terminar la conquista del Epiro, ni vivir en paz con sus vecinos de la Península.
Murió en 1341, dejando á Juan V, su hijo menor, bajo la regencia de su mujer, Ana
de Saboya. Al principio, el gran doméstico Cantacuzeno fingió protegerlo, mas
presto les pareció á los protegidos demasiado poderoso. Así se conspiró contra él,
se encarceló á su familia y se dejó que las turbas saquearan las casas de sus
partidarios. Estos le obligaron á ceñir la corona con el nombre de Juan VI. De nuevo
se desencadenó la guerra civil en el Imperio. Cantacuzeno se alió con Estefano, kral
de Servia, y con Omur-Beg, emir seldjúkida de Jonia. Ana de Saboya llamó en su
auxilio al rival de éste, Urkhan, sultán de los osmanlíes. Con las matanzas
alternaban las intrigas. Cantacuzeno supo atraerse á Urkhan, dándole á su hija
Teodora. Por ambas partes se autorizó á los infieles para que se apoderasen de los
subditos bizantinos, y se ponían á su disposición puertos y naves del Imperio para
transportar á sus cautivos á los mercados de Asia. Los extranjeros se aprovechaban
de la anarquía para adueñarse de ciudades y provincias: el kral de Servia conquistó
á Macedonia hasta Feres y se titulaba «zar de los griegos y los servios»; los
genoveses reconquistaron á Chios, que les había quitado Andrónico II, y bloquearon
á Constantinopla, defendida por otros italianos, á las órdenes de Facciolati.
El Imperio era tan débil, que los genoveses se atrevían á imponerle la ley en la
misma capital. Cantacuzeno se propuso reconstituir una marina helénica, é imprimir
cierta actividad al puerto de Bizancio rebajando los derechos de aduanas.
213
Entendiendo que esto perjudicaría á su colonia de Galata, los genoveses degollaron
á la tripulación de una barca griega, y exigieron que se les concediera un extenso
territorio limítrofe con Galata. Ello originó una guerra que duró cuatro años (1348-
1352). Los griegos pidieron el auxilio de las escuadras veneciana y catalana contra
los genoveses. Al pie de las murallas de Constantinopla se libró una sangrienta
batalla naval donde quedaron vencedores los genoveses, y Cantacuzeno hubo de
capitular (6 de Mayo de 1352), concediéndoles cuanto pidieron.
Presto resurgió la guerra civil. Todo el país fué asolado terriblemente. Un ejército
otomano, mandado por Solimán, hijo de Urkhan, y pagado por Cantacuzeno,
cautivó á los habitantes á millares. Se despojó á Juan V de su autoridad y de sus
posesiones particulares. Mateo, hijo de Juan VI, fué asociado á su padre (en lugar
del emperador destituido) y consagrado emperador en Santa Sofía (1354). Después,
en 1355, y con auxilio de Francisco Gatilusio y otros genoveses, el Paleólogo entró
por sorpresa en Constantinopla. Fué menester negociar; Juan V y Juan VI
prosiguieron viviendo en palacio con igual autoridad. Mateo conservó la corona á
título vitalicio, con la posesión de Andrinópolis, y Gatilusio logró la plena soberanía
de Lesbos (1355).
Solamente la Europa latina habría podido salvar al Imperio griego, pero en el siglo
XIV hallábase devorada por las guerras de nación á nación, y por los antagonismos
entre el papa de Roma y el de Aviñón y hasta entre concilio y concilio. Cuando un
sumo pontífice parecía autorizado á hablar en nombre de Europa, imponía como
condición previa de un auxilio incierto, el reconocimiento de su supremacía por la
Iglesia de Oriente.
214
Al día siguiente de la toma de San Juan de Acre, el papa Nicolás V predicó la
cruzada contra el soldán de Egipto, intentando agrupar en una acción común á
Felipe IV de Francia, al emperador alemán Rodolfo, al griego Andrónico II, á los
reyes de Nápoles, Chipre, Armenia y Georgia y al khan mongol de Persia. La
muerte sorprendió al anciano pontífice en estos preparativos (Abril de 1292).
Sería muy prolijo enumerar todos los proyectos de cruzada trazados en la corte del
papa de Aviñón y de los reyes de Francia, desde Felipe el Hermoso hasta Felipe VI
de Valois. En tiempo de Benedicto XII, se puso una escuadra á las órdenes del
legado Enrique, patriarca in partibus de Constantinopla. Se quitó Esmirna á Omur-
Beg, emir de Jonia (1343). Frente al Athos fueron destruidas cincuenta y dos naves
corsarias por la escuadra cristiana (1344). Posteriormente, en el pontificado de
Clemente VI, se organizó la deplorable cruzada de Humberto II, delfín del
Viennois, que ni siquiera se atrevió á socorrer á Kaffa, sitiada por los tártaros.
Apoyado por los contingentes del papa, Génova y Rodas, Pedro I de Chipre arrebató
Satalieh (Atalia) á los seldjúkidas (1361). En 1365 marchó contra Egipto, y después
de una brillante victoria se apoderó de Alejandría, pero no pudo conservarla. En la
costa de Siria conquistó á Trípoli, Tortose, Latakieh (Laodicea), mas carecía de
huestes suficientes para luchar á un tiempo con el soldán de Egipto y con los emires
seldjúkidas de Anatolia.
Sin embargo, Juan V Paleólogo confió asestar contra los enemigos del Imperio
aquella espada de Occidente, todavía bastante temible, aunque sobre su
215
empuñadura se posasen tantas manos. Urgentísimo debía ser el peligro para que el
jefe de la Iglesia ortodoxa consintiera en prosternarse ante el papa Urbano V (1369).
Desgraciadamente, las últimas empresas habían agotado el tesoro pontificio. En
Venecia, Juan V necesitó pedir dinero prestado para poder seguir su viaje. Después
de una excursión infructuosa por el Mediodía de Francia, y de regreso en Venecia,
no pudiendo reintegrar lo que había pedido, Juan V fué encarcelado á instancia de
sus acreedores. De esta suerte quedó la sagrada persona del heredero de Constantino
el Grande como garantía de algunos usureros venecianos.
Juan V tenía dos hijos, entre los cuales había repartido anticipadamente sus Estados.
El primogénito, Andrónico, fue asociado al Imperio; el segundo, Manuel, era
gobernador de Tesalónica. El emperador se dirigió primeramente al mayor,
solicitando que reuniera fondos para el rescate. Andrónico contestó secamente que
se hallaba exhausto su Erario. En realidad, importábale poco la suerte que pudiera
correr su padre y colega. Manuel tenía mejor corazón: empeñó sus dominios y envió
el dinero pedido.
216
Manuel II y el Peloponeso.
Entre todos los Paleólogo, éste fué el espíritu más exquisito, el alma más generosa.
Por ello sintió más dolorosamente la vergüenza de aquella época de oprobio. Entre
los príncipes rusos, podríamos compararle con Alejandro Newski. Viviendo su
padre, intentó apoderarse de Feres, feudo de los otomanos; pero sólo consiguió
saquear á Tesalónica, que era su dominio patrimonial; y para salvar á su padre y al
Imperio, hubo de ir á ofrecer su cabeza al campamento de Murad, que le perdonó
la vida. Desde entonces, la historia de Bizancio se confunde con la de los otomanos.
Aquí hablaremos únicamente de un episodio: de las relaciones de Manuel II con
Morea.
Cuando hubo abdicado Juan VI (1355), estalló contra su hijo una rebelión general,
instigada acaso por la corte de los Paleólogo. De Bizancio llegó un nuevo
gobernador imperial llamado Asan, que fué acogido como un libertador por aquella
población veleidosa. Manuel tuvo que refugiarse con su gente en la fortaleza de
Monemvasia, que supo resistir los ataques del invasor. Mas, presto subleváronse
contra Asan sus administrados, llamando á Manuel, que regresó á Misitra. La corte
de Bizancio acabó por confirmarle en un cargo que no le podía arrebatar, y gobernó
basta 1380.
Le sucedió otro Paleólogo, Teodoro II, hijo del emperador Manuel II, que le confió
el mando de un ejército (1414). Para precaver una nueva irrupción de los turcos,
hizo reconstruir las fortificaciones del istmo, ó sea el muro del Hexamilion (de las
seis millas), dándole doble altura que una lanza, un diámetro de tres mil ochocientas
toesas, profundos fosos, elevadas murallas y ciento cincuenta y tres torres. Manuel
II se interesaba extraordinariamente por este país, que todavía era tan intensamente
griego, y una de las cunas de la raza helénica. Reunió una asamblea de jefes en
Misitra (1415), pronunciando un notable discurso sobre los deberes y la misión del
déspota de Morea. Pudo convencerse de que sus invocaciones al patriotismo y á la
concordia apenas encontraban eco en los corazones de aquellos cabecillas. Así
218
procuró llevarse consigo á los más turbulentos, después de haber obligado á todos
los dinastas franceses, italianos, catalanes, aragoneses y navarros á rendirle pleito
homenaje.
3
Chateaubriand dijo de los moreotas, casi en los mismos términos: «Tengo el disgusto de creerlos
una horda de bandidos, de origen eslavo, que no descienden de los espartanos, etc.» (Itinerario de
París a Jerusalén.)
4
Los gobernadores venecianos de aquella época no pensaban mejor de sus administrados moreotas:
«Son hombres malos y embusteros, tnrbulentos y poco dispuestos á pagar las contribuciones. » No
obstante, afirman que los habitantes de Misitra eran los más civili de todo el país, alardeando de ser
la verdadera progenie de los espartanos.
219
armas, que acogiera á los proscritos del helenismo, y vigorizara el Derecho en las
puras fuentes de las costumbres nacionales, y que fuera también un rey filósofo,
que abriera escuelas, fomentara la instrucción, y convirtiera en ciudadanos á
aquellos míseros esclavos. ¡He aquí todo un programa de regeneración en vísperas
de una hecatombe definitiva!
Antes que Roma, la Grecia antigua inculcó al espíritu humano la idea de ciudad, la
idea de patria. ¿Por qué se borró tan completamente esta idea de la mente de los
griegos de la Edad Media, así en el pueblo como entre los príncipes bizantinos? Ya
hemos seguido en los siglos anteriores esta decadencia del patriotismo, no sólo
helénico, sino también «romano», cristiano y ortodoxo. Sobre la nacionalidad
griega pesaba una fatalidad que habíala hecho renegar de sus propias tradiciones, y
hasta de su propio nombre, para tomar otro extranjero [romanos), designando
despreciativamente á sus antepasados con el de helenos, que, en su sentir, era
sinónimo de infieles y paganos.
Hemos visto, en el siglo XV, á lo más escogido de los bizantinos dividirse en dos
bandos: los helenos y los anti-helenos ó romanistas. Entre los últimos figuraba casi
toda la Iglesia, y especialmente los monjes. Nunca como entonces se le antojó
sospechoso el nombre de helenos. Invocábanlo también ciertos semi-bárbaros, que
no habían olvidado en absoluto á los antiguos dioses, y numerosos refinados que,
movidos por un dilettantismo semejante al de los humanistas de Italia, propendían
á resucitar aquellas deidades. El moreota Pléton era pagano. En 1465, Miguel
Apostolios, partidario suyo, adoraba á las estatuas antiguas que encontró en Creta.
¿Cómo explicar por qué estaban todavía erguidas aquéllas estatuas y por qué
responden á una inspiración absolutamente pagana tantos poemas populares
griegos, tantos cantos en honor de los estradiotas de los siglos XV y XVI?
El Imperio reconstituido en Nicea por Teodoro Lascaris fué saludado por él y por
su séquito con el nombre de Helada. Algo se reaccionó después en tiempo de los
primeros Paleólogo, que volvieron á ser «emperadores de romanos.» En cambio
Juan V fué el «rey-sol de la Helada.» El predicador Manuel Bryenno afirmó no
advertir ninguna diferencia entre el nombre de romanos y el de helenos; y en otra
parte aplicó el de romanos á los latinos, y reservó á los griegos el de helenos. Los
oradores de Santa Sofía predicaban á los bizantinos las virtudes de sus antepasados
helenos, recordando lo que habían hecho Pericles, Temístocles y Epaminondas por
la «cosa pública» y por «la patria». Cuando Dragasés ocupó el solio imperial,
Argyropulos le rogó que adoptara el título de rey de los helenos, suficiente para
garantizar la salvación de los helenos libres y la emancipación de sus hermanos
esclavos. Creyérase que hablaba un griego del siglo XIX.
220
La toma de Constantinopla por los turcos precipitó la evolución; el nombre y la
tradición romanos quedaron sepultos bajo los escombros del trono imperial. Al
mismo tiempo que perecía su monarca, los helenos constituían una nación. Durante
la dominación otomana, los frailes, que poco antes condenaban el nombre de
helenos, lo exaltaron en sus predicaciones á sus compatriotas esclavizados. De los
dos elementos que integraban la nacionalidad, la ortodoxia conservaba su vitalidad,
y el helenismo adquiría paulatinamente conciencia de sí mismo. La opresión
produjo otro resultado: á medida que los eclesiásticos se convertían al helenismo
político, las capas profundas de la población, los semibárbaros, epirotas,
peloponesios, áticos y beocios, abjuraban del helenismo pagano. Nunca fué el
pueblo griego tan cristiano como bajo el yugo musulmán.
Tesalónica fué el tipo de éstas; los habitantes de esta ciudad se dividían en cuatro
clases: los primates ó notables (archontes, prouchontes), el clero (kleros), los
burgueses (mesoi, bourgesios, nombre completamente italiano y occidental), el
pueblo (oi popolaroi, también en absoluto italiano, démoi). Usamos aquí el plural
de démos, porque el pueblo hallábase subdividido en corporaciones autorizadas
para llevar armas. La de los marinos era la más poderosa y audaz; las demás
seguían, en caso de guerra ó rebelión, su estandarte. Añadid la autoridad del
metropolitano, de los funcionarios imperiales, de los príncipes, ó princesas de la
casa real, con patrimonio en la ciudad ó que ejercían el despotado, y tendréis todos
los elementos de una historia municipal á la italiana. Había un Senado (boulé ó
221
synklétos), formado por los arcontes, y donde el arzobispo era voto de calidad;
había un pueblo que se reunía en comicios para elegir todos los años los arcontes
de la cosa pública, los generales (estrategas del pueblo), los jueces y los
administradores de hospitales y hospicios. Su justicia era tan autónoma, que los
jueces no hacían caso de las Cartas imperiales, y aplicaban únicamente el derecho
consuetudinario local, ó sea la Ley de los Fundadores y la Ley colonial. A
Tesalónica se le reconoció el derecho á enviar embajadores al Extranjero para tratar
los asuntos de comercio, tan estrechamente unidos con los políticos. Como en las
ciudades italianas, en cierto momento preponderó el partido popular. En Tesalónica,
y con el nombre de Zelotas, desterró, despojó y ajustició á los arcontes, fundando
un gobierno democrático. Aquellos Ciompi griegos contaban con el apoyo del
metropolita, que era como el presidente de su república. Sitiados por Cantacuzeno
y por los turcos, adoptaron medidas verdaderamente revolucionarias, exigiendo á
los monasterios que contribuyesen con sus rentas á la defensa. El arzobispo
Cabasilas, miembro de esta ciudad rebelde, se atrevió á hacer su panegírico en la
corte de Cantacuzeno; en su discurso rugen las palabras república y libertad como
en una arenga de Rienzi. «Esta República se basa en la igualdad y en la justicia, y
sus leyes son mejores que las de la República de Platón.»
Situación económica.
La hacienda del segundo Imperio griego era todavía más mísera que la del Imperio
que había sucumbido en 1204. Paralelamente á la reducción del territorio
verdaderamente sometido, decreció el ingreso de los impuestos. Hemos visto que
venecianos y genoveses se oponían á rectificar su sistema de aduanas. Así, pues,
recurrióse á todos los medios para ir viviendo; en 1306, Andrónico II, para pagar á
los catalanes, se vió obligado á intentar el monopolio del trigo. A diario se alteraba
el valor de la moneda. En 1346, Ana de Saboya despojó á las iglesias para sostener
la guerra contra Cantacuzeno.
Controversias religiosas.
Casi toda la vida intelectual de Bizancio concentrábase para los hombres cultos en
las controversias; para el pueblo no consistía en otra cosa. El problema de la unión
222
de las dos Iglesias suministraba materia copiosísima para tales discusiones. El
reinado de Andrónico II empezó por ser una violenta reacción contra la obra de su
padre Miguel VIII; el nuevo emperador se entregó á los consejos de su tía Eulogia
y de los clérigos y funcionarios más fanáticos. Los «mártires» de las persecuciones
de Miguel VIII salieron de sus calabozos, enseñando al público sus mutilaciones y
sus llagas. El patriarca Véccos, que había a fortiori consentido en la unión, hubo de
abdicar y retirarse á un monasterio. A continuación, tras de un triunfal recibimiento,
se repuso al expatriarca José. Se purificó solemnemente á Santa Sofía, profanada
en tiempo de Miguel VIII por la presencia del legado pontificio y las ceremonias
del rito latino. Presto se recordó que el mismo José había manifestado algunas
complacencias hacia Miguel VIII; así fué muy feliz, alcanzando avanzada edad y
muriendo en 1283. Los partidarios de su antecesor Arsenio, fallecido en 1273,
obtuvieron entonces la supremacía. Las contiendas entre arsenistas y josefistas se
reanudaron con tanta viveza como en tiempo de Miguel VIII. Los grandes, el
pueblo, los mendigos y hasta los bandidos, se dividían entre ambas facciones. Entre
los ortodoxos, los arsenistas eran los más puros de los puros, los fanáticos más
intransigentes. Fué menester que el emperador les concediese en Constantinopla
una iglesia, donde celebraron los ritos de su secta. Eran taumaturgos fervorosos;
exigían que se les entregase el cuerpo de cualquier santo, asegurando que, por la
virtud de sus principios, al punto haria milagros; por ejemplo, la declaración de sus
doctrinas, colocada á los pies del bienaventurado, se le subiría ella sola á las manos.
El emperador ordenó primeramente que se les entregaran las reliquias de San Juan
Damasceno, pero luego reflexionó, y prohibió el milagro; esta negativa constituyó
un triunfo para los arsenistas.
223
santo. Ambos ardieron, y avergonzados los dos bandos, prometieron reconocer al
nuevo patriarca y vivir en paz.
En tiempo de Andrónico III surgió otra contienda. Los frailes del monte Athos se
hallaban plenamente convencidos de que, á fuerza de mirarse el ombligo, veían salir
de él una luz. Se les llamó hesícatas (inmóviles) y onfalópsicos (los que ponen el
alma en el ombligo). Sus partidarios sostenían que tal luz era sobrenatural, increada,
idéntica á la que brilló en el Tabor 5. El fraile calabrés Barlaam, abad del convento
del Salvador, impugnó esta superstición en un violento libelo, pero los hesicatas
encontraron un defensor en Palamas, metropolita de Tesalónica. Entonces se
enconó la controversia, discutiéndose acerca de las emanaciones de Dios, y
distinguiéndose entre sus esencias y sus energías. Hubo un partido barlaamista y
otro palamista, que dividieron la corte y la ciudad. El patriarca, que era muy
ambicioso, se puso de parte de Barlaam, y el gran doméstico Juan Cantacuzeno, no
menos ambicioso, "siguió á Palamas. Este triunfó en un sínodo, y mandó encarcelar
á sus adversarios. Barlaam comprometió su causa, marchándose á Italia, y
reconciliándose con la Iglesia romana.
No es este lugar propicio para hablar del arte bizantino. También Constantinopla
había dejado de ser el centro del Derecho; hasta escasearon las Novelas; una es de
Miguel VIII, para prohibir á sus subditos que usaran paños de procedencia
extranjera, Siria, Egipto ó Italia. Es una ley suntuaria que demuestra únicamente la
pobreza del Imperio y la decadencia de sus industrias 7.
5
Sathas cree que el culto á esta supuesta luz es como un residuo de las añejas religiones solares de
la Helada. Los hesicatas serían entonces helenos (paganos) á su modo.
6
Véase el capítulo VI.
7
Mencionaremos entre los escritores de Derecho civil á Miguel Chumnos, de uno de cuyos
opusculos (sobre los grados de parentesco) habla Blastares. Los canonistas
224
Los bizantinos no crearon una filosofía; pero entre aquellos que en este período
comentaron á Aristóteles y Platón, debemos citar á Sofonios, y al patriarca Gregorio
de Chipre que fue el jefe de una escuela frecuentada por todos los filósofos favoritos
de Andrónico II 8. La Bizancio de los Paleólogo produjo lógicos, moralistas y
retóricos. Entre ellos se distinguió extraordinariamente el emperador Manuel II.
Este valeroso príncipe era un pensador profundo, un literato delicado, un humorista;
expuso en forma dialogada sus polémicas con los escritores turcos acerca de la
religión cristiana y la musulmana; también son notables sus estudios sobre el Bien,
el libre albedrío y el pecado; una linda fantasía titulada A un borracho; el discurso
de «un príncipe bien intencionado á sus subditos que piensen sensatamente»; y un
fragmento de una filosofía á la vez caprichosa y patética: «Lo que Tamerlán pudo
decir á su prisionero Bayaceto». En la corte de los Paleólogo se formó una escuela
de verdaderos filólogos que criticaban y comentaban los textos anti.guos con un
criterio propio del Renacimiento 9. Bizancio tuvo libelistas como Mazaris, autor de
una Bajada á los infiernos; poetas satíricos como Katrares, y otros que cultivaron el
género descriptivo, la alegoría y el epitalamio (entre ellos, Manuel Piles, Jorge el
Gramático, Jorge Lapités y Meliteniota).
son poco numerosos. Bastará citar á Arsenio, futuro patriarca, autor de una Sinopsis canonum; á
Mateo Blastares, que escribió en 1335 el Syntagma canonum et legum.
Constantino Harmenópulos, nomóphilax, juez supremo y prefecto en Tesalónica, fué civilista y
canonista: se ha hecho célebre con su Promptuarium (1345), reducción del Procheiron de los
emperadores macedonios que se difundió por todo el Occidente, por su Hexabiblos, su Epitome
canonum, su Tratado de las herejías (precioso en lo concerniente á los bogomilos), su Tratado de la
Cuaresma, sus Escolios sobre los textos de Justiniano y las Novelas de los emperadores, y su
Diccionario de Derecho civil. Fué también filólogo, y dejó un Diccionario de verbos intransitivos y
transitivos.
8
Nicéforo Chumnos, Metoquito, Xanthopulos, Máximo Planudes, Teodosio Hirtakénos, que fué
profesor de Filosofía en Constantinopla.
9
Máximo Planudes, Moschopulos, Tomás el Magister, Triklinios, Teodoro Metoquito, Juan Glykys,
etc., han dejado una infinidad de escritos, sabias revisiones de autores antiguos, recopilaciones de
trozos escogidos, misceláneas, ramos de violetas ó de rosas, trabajos de métrica, léxicos y
diccionarios de etimologías. Bessarion, Gemisto Pléthon, Manue1 Crisoloras, Andrónico Callistos,
Miguel Apostolios y su adversario Teodoro Gaza, Barlaam, Juan Argyropulos, Nicéforo, Grégoras
y los dos Lascaris, filósofos, literatos y críticos á un tiempo, pertenecen, por el final de su vida, á la
historia del Renacimiento europeo
225
en los ocios conventuales compuso la historia de su tiempo; á Juan Kananos y Juan
Anagnostes, que narraron, respectivamente, el sitio de Constantinopla por Murad II
(1422) y la toma de Tesalónica por los turcos; á Calcocondylas, embajador dos
veces cerca de Murad II; á Ducas, furibundo ortodoxo; á Jorge Frantzés, secretario
y amigo de Manuel II, prefecto de Esparta, gran logoteta, prisionero de los turcos
en 1453, y después subdito del déspota de Morea; y á Xanthopulos, autor de una
vasta historia de la Iglesia, de la cual no queda más que la parte anterior al año 610.
Los bizantinos no dejaron de cultivar las ciencias, pero con el raro espíritu que
caracteriza á toda la Edad Media, es decir, como una rama de la escolástica ó de la
literatura. Nicolás Blemmydés, que en 1255 rechazó el patriarcado, redactó una
Geografía Sinóptica y un Tratado sobre el Sol y la Luna. El historiador Paquimero
escribió acerca de las Cuatro ramas de la matemática (nuestro quadrivium):
aritmética, música (incluso la acústica), geometría y astronomía. También compuso
un tratado sobre las líneas insecables, y otro sobre la mecánica (de quatuor
machinis). Planudes comentó los dos primeros libros del matemático Diofante.
Metoquito parafraseó la física de Aristóteles. El historiador Grégoras propuso una
reforma del calendario, refutó á "los que calumnian á la astronomía» y confeccionó
un tratado del astrolabio. Tenemos un tratado de astronomía por Gemisto Pléthon y
un comentario del Almagesto por Nicolás Cabasilas, arzobispo de Tesalónica.
Crysoccés fué médico y astrónomo. Files escribió un poema sobre las «costumbres
de los animales». En el siglo XIII, Nicolás Myrépsos redactó un Tratado sobre la
composición de los medicamentos. Krumbacher opina que muchos de aquellos
hombres «en el limitadísimo círculo de Bizancio, prestaron á las ciencias naturales
servicios tan importantes como Roger Bacon en Occidente».
Lengua romaica.
10
) La mayor parte, como Crisoloras, Calistos, los Lascaris, Acropolita, Frantzés y Mazaris, eran de
Constantinopla; pero Cabasilas, Gaza y Anagnostes nacieron en Tesalónica; Calcocondylas, en
Atenas; Demetrio Moscos y Pléthon, en Esparta; Paquimero, en Nicea; Planudés, en Nicomedia;
Files, en Efeso; Grégoras, en Heráclea Póntica; Ducas, probablemente, en Focea; Panaretos y
Evgenikos, en Trebisonda; el humanista Kanabutzes, en Chios; Lapithes y el patriarca Gregorio, en
Chipre. Muchos de ellos, como Blemmydés, Gregorio de Chipre y Barlaam, eran frailes; otros, como
Cantacuzeno, Acropolita, Grégoras, Frantzés y Chumnos encontraron en el claustro un reposo
forzado ó voluntario después de una vida mundana más ó menos agitada.
226
lengua escrita, que en la Edad Media experimentó una revolución análoga á la que,
durante el mismo período, transformó en Occidente el latín, que se había convertido
en idioma cortesano, en griego de Iglesia, viciado por los términos de la
administración romana ó por el vocabulario eclesiástico, tendía á purificarse,
volviendo á los modelos clásicos, ó á enriquecerse deduciendo voces de la lengua
hablada. Gregoras se propuso por modelo á Platón; Paquimero llevó el refinamiento
hasta no usar más que los nombres áticos de los meses; Calcocondylas eligió como
maestros á Herodoto y Tucídides. Paralelamente, los humanistas italianos de la
misma época, no sólo se empeñaban en copiar el latín de Cicerón, sino que
descartaban todo vocablo que no figurase en sus obras. A los ciceronianos de Italia
correspondían los neoáticos de Bizancio. Muy al contrario, Ducas se aproximó á la
lengua hablada.
11
A causa de no haberse coleccionado hasta nuestros días estos monumentos orales, canciones
épicas y liricas, cantos de primavera ó báquicos, de guerra, amor, casamiento y funerales, sólo nos
resta una escasísima parte, que ha sufrido las variaciones del idioma á través de los siglos.
227
III.—Los osmanlíes. Primeros sultanes.
Cuéntase que, al llegar á 1a, cima de una montaña, Ertogrul vió en la llanura dos
ejércitos que luchaban. Al punto decidió ayudar al contendiente que le parecía más
débil, y al frente de cuatrocientos cuarenta y cuatro jinetes (el número cuatro es
sagrado para los otomanos) se precipitó sobre el más fuerte, asegurando así la
victoria de sus protegidos. Los derrotados eran una horda de mongoles, y los que
debían la victoria á Ertogrul, el sultán Ala-ed-Din I y sus seldjúkidas. Para premiar
tan caballeresca hazaña, Ala ed-Din otorgó á los recién llegados las montañas de
Tumanidj y Ermeni como residencia de verano, y la llanura de Soegud para el
invierno.
Por cuenta de su nuevo soberano, Ertogrul guerreó contra los castellanos griegos de
las cercanías, extendiendo su feudo con el cantón de Eski-Chehr (ciudad vieja,
Dorylea), que se llamó Sultán Oeni (.Frente del Sultán).
Todavía eran paganos Ertogrul y sus hombres. En uno de sus viajes, aquél se
hospedó en casa de un piadoso musulmán, á quien vió leer un libro que se le dijo
ser la palabra de Dios anunciada por su Profeta. Cuando se acostó el musulmán,
Ertogrul cogió el Corán y lo leyó en pie durante toda la noche, durmiéndose después
y soñando que una voz excelsa le decía: «Por haber leído mi palabra eterna con
tanto respeto, tus hijos y los hijos de tus hijos serán honrados por las generaciones
venideras.» Falleció en 1288, sucediéndole su hijo Osmán.
Conquistas de Osmán.
Entre estos comandantes cristianos figuraba el que los otomanos han llamado
Mikhal-Koesé (Miguel el de la barba puntiaguda), gobernador del castillo de
Kirmenkia. Osmán le derrotó e hizo prisionero. Miguel se aficionó tanto á su
vencedor, que para complacerle abrazó la religión del Islam, siendo fiel aliado y
amigo suyo hasta la muerte. Fué el progenitor de aquella familia de los Mikhal-
Oghli (hijos de Miguel) que de padres á hijos acaudilló las tropas irregulares del
ejército turco.
Acaso extrañe alguien que, entre los diez emiratos que sustituyeron al Imperio
seldjúkida, fuese precisamente el más insignificante el que acabara por absorber á
los otros nueve y por conquistar el Oriente. En primer término, debióse esto á su
situación en las mismas fronteras de las provincias y grandes ciudades griegas de
Asia, Brusa, Nicea y Nicomedia, á sus luchas contra los ejércitos mandados por los
grandes-domésticos y los emperadores. También influyó en ello la guerra santa, que
atrajo á sus huestes á los más valientes guerreros de los demás principados
seldjúkidas y hasta de las turbas turcomanas y mongolas, así como á muchos
aventureros griegos, latinos y eslavos. Finalmente, se debió á la excelente
organización, maravillosa para la ofensiva, que mostró desde el primer momento.
Aún no sentíase Osmán con fuerzas suficientes para tomar las grandes fortalezas
del Imperio griego en Asia. Así se concretó á bloquearlas con otras fortalezas.
Nicea, por ejemplo, fue cercada por los fuertes de Karaketina y Trikokia;
Nicomedia, por Kuyun-Hissar; Brussa, por los dos del Oeste y del Este. Instalados
á las puertas de estas ciudades, los turcos no tenían más que esperar alguna
casualidad favorable que les permitiera sorprenderlas. Brussa se encontró más
oprimida con la conquista de Edrenos (Hadriani), haciéndola capitular en 1317
Urkhan, hijo de Osmán. Los habitantes alcanzaron, mediante la entrega de 30.000
monedas de oro, la concesión de poder salir libremente con todos sus bienes.
Evrenos, gobernador griego, abrazó el Islamismo y se transformó en el bey Evrenos.
232
IV.—Los osmanlíes en Europa.
La conquista casi total de Tracia puso á los osmanlíes en contacto directo con las
dos poderosas naciones eslavas de la península: hemos nombrado á los búlgaros y
los servios. Por otra parte, el papa Urbano V predicaba la cruzada contra los
musulmanes, llegando su voz á un tiempo á los oídos de los soberanos de Occidente
y á los de los príncipes del Sud-Este, enterados ya del peligro que corrían. Entonces
se formó una liga entre Luis de Anjou, el rey de Hungría, Vukachin y Ugliecha,
príncipes de la Servia meridional, Tvertko de Bosnia, Sischman, zar de Bulgaria y
Mircea, voievoda de Valaquia. Al parecer, los cristianos reunieron sesenta mil
hombres. Lalaschahin, que los encontró cerca de Chirmen, junto al Maritza, tenía
menos soldados, pero encargó á Hadj-Ilbeki, «león del combate, sostén de la
verdadera fe», que practicara un reconocimiento con cuatro mil jinetes. Favorecido
por la obscuridad de la noche, el caudillo sorprendió el campamento de los aliados,
y al son de los tambores y pífanos, se lanzó en medio de ellos gritando ¿Akbar! y
causando en sus filas formidable carnicería (1371). Al huir, Vukachin y Ugliecha,
se ahogaron-en el Maritza. Cuéntase que el rey de Hungría debió su salvación á una
estampa de la Virgen que llevaba sobre el pecho. En acción de gracias á la Madre
de Dios, le consagró la iglesia de Mariazell, mientras Murad, en recuerdo de su
triunfo, erigia mezquitas en Bilidjik y en Brussa.
El lugar donde Hadj-Ilbeki dispersó al gran ejército cristiano, fué llamado por los
turcos Sirf-Sindughi (derrota de los servios). Esta victoria hacíales dueños del resto
de Tracia, de Bulgaria y de una parte de Servia. También sometióse el héroe
legendario de Servia Marko Kralievitch (hijo de rey, hijo de Vukachin). La
república de Ragusa envió al vencedor embajadores que firmaron un tratado de
amistad y de comercio, comprometiéndose á pagar un tributo anual de quinientos
ducados de oro. Fué el primer tratado entre un Estado cristiano y los turcos (1365).
234
Desde la paz impuesta á los bizantinos en 1373, Murad no había atacado sus
posiciones. Ya hemos visto cómo Juan V se convirtió en vasallo del sultán, y cómo
perdonó Murad á Manuel su descabellada y generosa tentativa contra Feres. Más
graves fueron los lances provocados por Andrónico, el otro hijo de Juan V, quien
fraguó una formidable conspiración con Saudji, hijo de Murad. Ambos jóvenes
debían ayudarse mutuamente á deshacerse de sus padres. Murad mandó sacar los
ojos á su vástago (más adelante le cortaron la cabeza) y dispuso que sus cómplices,
nobles jóvenes musulmanes, murieran decapitados por sus propios padres. Después
exigió que el emperador griego emplease análogo rigor contra su hijo culpable: Juan
V mandó cegar, no sólo á su hijo, sino también á su nieto (1375). La operación no
se hizo bieu, y Andrónico siguió viendo lo bastante para proseguir sus intrigas.
Protegido por el sultán, salió de la cárcel y destronó á su padre y á su hermano, que
fueron encerrados en su lugar (1376). Más tarde, el sultán cambió de parecer, y le
obligó á reponerles en el trono. Verificada la restitución, Andrónico tuvo que salir
de la ciudad, y Murad ordenó que le dieran como feudo vitalicio el resto del Imperio
en Europa: Selembria, Heraclea, Rodosto y Tesalónica (1379).
Los Estados eslavos distaban mucho de hallarse sometidos. Lázaro, elegido zar de
Servia en 1375, y Sischman, zar de Bulgaria, habían renovado su alianza, y
llamando en su auxilio á los bosniacos, herzegovinos, albaneses y valacos, pusieron
en pie de guerra un ejército de doscientos mil hombres. Presto vencieron en
Toplitza, donde de veinticinco mil otomanos, sólo se pudieron salvar cinco mil.
Para evitar que los servios se reunieran á los búlgaros, el visir Alí Bajá se lanzó
sobre éstos, apoderándose de Tirnovo y luego de Chumla. Hallábase sitiando á
Nicópolis, cuando llegó el sultán. Sischman se apresuró á implorar la protección de
su terrible yerno, logrando la paz mediante el pago de los tributos atrasados y la
cesión de Silistria. Pronto se advirtió su falta de sinceridad y se reprodujo la guerra.
Alí Bajá sitió de nuevo á Nicópolis, y Sischman tuvo que rendirse á discreción.
Vestido con un sudario, y en compañía de su mujer y su hijo, se postró á los pies
del visir, quien le envió al campamento de Murad, que le perdonó otra vez.
235
Bayaceto I. Primera conquista de la península balkánica.
Bayaceto era tan valiente y activo como su padre. Por la rapidez de sus marchas
mereció el sobrenombre de Ilderim (el Relámpago). Era ilustrado (lo que no fué su
padre), pero también era cruel, orgulloso basta la demencia, esclavo de todos los
vicios, basta de los más vergonzosos. Sus excesos en la mesa tornaron impotente
(podagra y chiragra) dice Calcocondylas), á quien antes se denominó «el
Relámpago». Débesele la institución de los pajes (itschoglans, por corrupción
icóglans), vivero de altos dignatarios y generales.
Mientras que el rey de Hungría formaba alianzas para una nueva guerra, Bayaceto
terminaba la conquista de Bulgaria. Después de un sitio de tres meses, Tirnovo fué
tomada por asalto, siendo saqueadas sus iglesias, dispersadas las reliquias, arrojado
á los perros el pan eucarístico, y los cadáveres de los fieles abandonados insepultos.
El patriarca Eutimii marchó deportado á Asia con una muchedumbre de habitantes.
Como los demás se lamentasen y le preguntaran: —«¿Con quién nos dejas?»; él
respondió: —«Con la Santísima Trinidad, ahora y para una eternidad.» Ignórase
cómo murió Sischman 12 (1). Fallecido el zar, prisionero el patriarca, deportado lo
más escogido de la población, tomadas las plazas una tras otra, no quedaba nada de
Bulgaria.
Esta vez se oyó en Occidente el grito de angustia lanzado por Hungria. El rey Carlos
VI acogió benévolamente una embajada húngara presidida por Nicolás de Kanysa,
arzobispo de Gran. El conde de Eu, condestable de Francia, el mariscal de
Boucicaut, el conde de la Marche, Enguerrando de Marigny y Enrique de Bar
12
Según las crónicas turcas, fué conducido á Filipópolis, y ejecutado por orden de Bayaceto. Su hijo,
llamado también Sischman, abjuró, nombrándosele gobernador de Sansun (Asia). Segun la "leyenda
búlgara, el zar murió como un héroe, «atravesado por siete heridas, de las cuales brotaron siete
fuentes», y se le sepultó en un «féretro de siete codos». Dicen que sucumbió en las fuentes del
Maritza, en el sitio llamado hoy Kosteno pole, (campo de las osamentas), cerca de Kostenetz (el
osario). No lejos de alli levántase un castillo que se llama Sischmanetz, donde, según la leyenda,
resistióse el zar tan terriblemente que cambiaron de color las aguas del Topolnitza, y las ruinas de
Sischkin Grad, donde libró un gigantesco combate contra diez mil genízaros. Precisa confesar que
el relato turco se adapta mejor con lo que, sabemos acerca del carácter de Sischman.
237
empuñaron las armas. Proclamóse jefe de la cruzada á Juan sin Miedo, hijo del
duque de Borgoña, que le dió como consejeros á Felipe de Bar el almirante Juan de
Viena, y Guido y Guillermo de la Tremoille. Sus huestes se componían de
caballeros y gente á sueldo, sumando un total de diez mil hombres. En Alemania se
armaron el conde palatino Roberto, Hermán II, conde de Cilly, Juan III, burgrave
de Nuremberg, un conde de Katzenellhogen y cierto número de caballeros
teutónicos. También hubo cruzados flamencos, luxemburgueses, ingleses y suizos.
Venecia facilitó dinero y galeras, y los caballeros de Rodas enviaron su escuadra,
capitaneada por el gran maestre Filiberto de Naillac. De Polonia y de Valaquia, con
Mircea, acudieron contingentes. Olvidando de momento sus disensiones, el
Occidente realizó un supremo esfuerzo para salvar á Hungría de la invasión, y á
Constantinopla de la ruina. Enardecido el emperador griego Manuel, prometió
divertirse extraordinariamente á costa de la expedición.
Señalada Buda como punto de reunión (Julio de 1396), Segismundo concentró allí
el ejército húngaro y valaco. En su opinión, debía aguardarse á Bayaceto en
Hungría, porque le parecía preferible la guerra defensiva con un ejército integrado
por tantas naciones. Los caballeros de Occidente le contestaron, por conducto de
Coucy, que habían ido para batirse y no para aburrirse en un campamento. Entonces
bajaron el Danubio hasta Orsova, atravesando el río por más abajo de las Puertas
de Hierro. Después se apoderaron de Viddin, mal defendida por el príncipe búlgaro
Sracimiro. Así llegaron delante de Rackhova; los franceses lanzáronse al asalto sin
aguardar la llegada de los húngaros, pereciendo inútilmente en las escaleras. Apenas
se presentó el rey de Hungría, los habitantes cristianos obligaron á la guarnición á
capitular.
238
Más tarde, mejor informados, degollaron á unos mil prisioneros, traídos de
Rackhova.
El ejército de los cruzados constaba aproximadamente de cien mil hombres 13, pero
integrábanlo ocho ó diez naciones. El de Bayaceto contaba con ciento diez mil, y
(fuera del contingente servio) sólo se componía de guerreros musulmanes, en
general bien disciplinados y acuciados por el fanatismo religioso.
13
Kísb adopta la cifra de ciento veinte mil, y los descompone así: caballería hungara, treinta y seis
mil; mercenarios húngaros á sueldo del rey, veintiséis mil; infantería rumana de Transilvania, diez
y seis mil; franceses, catorce mil; cruzados alemanes, seis mil; mercenarios alemanes y checos, doce
mil; valacos diez mil.
239
Puerta; y por último, á la derecha, algo apartados del resto del ejército, estaban los
cinco mil servios de Estéfano Lazarevitch.
La furiosa carga de los franceses empezó por barrer á los irregulares, y después
arremetió contra los genízaros de la primera línea, resguardados detrás de una hilera
de estacas inclinadas, cuyas puntas amenaban al pecho de los caballos. Los
franceses atravesaron esta débil muralla, acuchillando á los genízaros, sembrando
la llanura de millares de cadáveres turcos y entrando como una cuña en el ejército
otomano. Comprendiendo sus jefes que estaban perdidos si no redoblaban su
audacia, se lanzaron sobre la segunda división de Bayaceto, dispersándola y
matando á cinco mil turcos. Este avance formidable quebrantó hondamente las filas
de los franceses, rindiendo á los hombres y los caballos. Habría sido menester
replegarse sobre los húngaros y formarse para un nuevo ataque. Los jefes más
prudentes se lo aconsejaron así al condestable que, por toda contestación, mandó
cargar sobre la tercera linea turca. Fué imposible romperla. A derecha é izquierda
caían otras divisiones otomanas sobre los flancos de los cruzados. En tan supremo
peligro ¿ayudáronles los aliados, á quienes se había abierto camino? No; aquel fué
el momento escogido para hacer defección por Mircea y sus valacos en el ala
izquierda) y por Laczkovitch y sus transilvánicos (en el ala derecha). Sobrecogidos
por el pánico, se desbandaron el núcleo principak del ejército húngaro, los
bosniacos y los búlgaros.
La derrota de los aliados fué definitiva. Los franceses, entregados á sus propias
fuerzas, se defendieron como «jabalíes acorralados», como «lobos furiosos».
Vendieron caras sus vidas á «aquellos perros». Reunidos en grupos de ocho ó diez,
los caballeros herían y mataban con sus aceros. El estandarte de la Virgen,
defendido por Juan de Viena con diez compañeros, rodó por tierra seis veces, y
otras tantas volvió á ondear, hasta que sucumbió el almirante, estrechando entre sus
brazos aquella bandera hecha jirones.
240
El triunfo de Bayaceto fué rotundo. Las tiendas, algunas de ellas magníficas, todo
el material de guerra cayó en su poder. Pero la victoria le costó cara; treinta ó
cuarenta mil de los suyos quedaron en la llanura que se extiende al SO. de
Nicópolis. Especialmente donde habían combatido los franceses, «por cada
cristiano que yacia muerto en el campo, se encontraban más de treinta turcos ú otros
hombres de su grey». Enfurecido Bayaceto, ordenó la matanza de los prisioneros.
Durante el día 26 no cesó el degüello, siendo pasados á cuchillo tres mil hombres.
Comenzóse por perdonar á aquellos de quienes se esperaba obtener copioso rescate,
entre ellos Juan sin Miedo, el condestable de Eu, el mariscal de Boucicaut, el conde
de la Marche, el señor de Coucy, Enrique de Bar, Guido de la Trémoille y algunos
prisioneros menores de veinte años, como Schiltberger, futuro historiador de la
campaña. Bayaceto suspendió la matanza, pues sus soldados no querían perder
todos los cautivos que constituían la parte más lucrativa del botín.
Cuando se recibió en Erancia la noticia del desastre, todas las campanas de París
doblaron á muerto, acudiendo inmensa concurrencia á los funerales. Forzoso fué
resignarse á enviar á Turquía una embajada cargada de ricos presentes para negociar
con el sultán el rescate de los cautivos, que fué valuado en 200.000 florines. Antes
de despedir á sus prisioneros, quiso ofrecerles el espectáculo de una caza con halcón
y con leopardos, en cuya fiesta figuraron siete mil halconeros y seis mil perreros;
los perros llevaban mantas de raso y los leopardos collares de diamantes. Bayaceto
dijo á Juan sin Miedo: «No quiero exigirte el juramento de no volver á pelear contra
mi. Si alguna vez deseas hacerlo, me encontrarás siempre dispuesto á recibirte en
el campo de batalla, porque he nacido para la guerra y la conquista.» A cambio de
los presentes que le había enviado Carlos VI, mandó á éste armas de hierro, un
corcel de guerra con el hocico hendido, diez corazas de fieltro, un tambor y arcos
cuyas cuerdas eran de piel humana. También envió mensajes de victoria á los
príncipes de Egipto y Asia, acompañándolos de prisioneros cubiertos con su pesada
armadura de hierro, para demostrar cómo eran los hombres á quienes había vencido.
Esta victoria, debida especialmente á los cinco mil servios de Lazarevitch, debía
gravitar pesadamente sobre la Europa del Sud-Este. Una vez sometidas Bosnia,
Bulgaria y las Rumanias, las hordas turcas irrumpieron en Syrmia, y Estiria,
tomaron á Mitrovitza (Syrmium, junto al Save), incendiaron á Pettau y cogieron
diez y seis mil cautivos. Hungría empezó á conocer entonces los horrores de la
invasión otomana, que había de sufrir durante tres siglos.
Bayaceto sublevó contra Manuel II á su sobrino, casi ciego, Juan VII, hijo de
Andrónico. Deslumbrado por las proposiciones del enemigo de su familia, el joven
principe marchó contra Constantipopla, al frente de diez mil turcos. Manuel II,
amenazado ya por un partido de la ciudad, prefirió entrar en negociaciones con su
sobrino, compartir con él su mísera corona, y asociarlo al Imperio. Bayaceto no
quiso ratificar el concierto como los dos emperadores no se sometieran á las
condiciones que impusiera previamente á Manuel II: pago de un tributo, instalación
en Constantinopla de un cadí, un imán y una cuarta mezquita. Manuel II se negó á
tales exigencias, que Juan VII hubo de conceder durante el viaje de su tío á Europa.
Estas hazañas sólo podían servir para exasperar al sultán contra Manuel II. Para
salvar al Oriente griego habrían sido menester otros sacrificios de parte del
Occidente latino. Abdicando el poder en su sobrino y colega Juan VII, Manuel
emprendió un viaje por Europa, para suplicar y conmover á los príncipes y á los
pueblos, informándoles del peligro que amenazaba á todos. Visitó á Venecia, las
metrópolis italianas, París y Londres. En Francia residió dos años, durante los
242
cuales discutió ampliamente con los doctores de la Sorbona. Entre tanto, Bayaceto
cercó á Constantinopla, cuya salvación no se debió al auxilio del Occidente,
dividido, sin energías é indiferente. Sus libertadores surgieron de las profundidades
de Asia.
Por aquel entonces se había fundado un principado nuevo en las provincias de Sivas,
Tokat y Kaisarieh (Cesárea), cuyo organizador, Ahmed-Burhan-ed-Din, apellidado
el Cadí, contando con el concurso de algunas hordas tártaras y turcomanas, podía
movilizar de veinte á treinta mil hombres. Bayaceto no le dejó arraigar: así expulsó
al Cadí y se apoderó de Sivas, Kaisarieh, Tokat y Amasia (1392). En aquel año
desapareció el último principado seldjúkida, el de Kastamuni, donde reinaba
Bayaceto el Baldado. Este había recogido á los príncipes fugitivos de Aidin, Saru-
Khan y Menteche, y mantenía amistosas relaciones con el voievoda de Valaquia.
Al saber que se acercaba el sultán, se murió de repente. Su hijo y heredero Isfendiar
se encerró en Sinope. Kastamuni, Samsun, Heráclea y Amastris quedaron entonces
anexionadas al Imperio osmanli (1393).
Estas conquistas, aproximando al Eufrates las fronteras de este Imperio, le abocaban
al peligro más terrible. En las estepas del Asia Central habiase formado otra vez,
con Timur, un nuevo Imperio mongólico, que abarcaba ya la Transoxiana, el
Djagatay, casi todo el Irán, las regiones caucásicas y rusas y el Indostán del Norte.
Por la conquista reciente de Armenia y Georgia, confinaba con el Imperio turco.
Timur y Bayaceto, los dos azotes de Dios, estaban frente á frente: uno era el turco
puro de las estepas, otro el osmanli, el turco mestizo y degenerado. No habían de
faltarles ocasiones de venir á las manos. Bayaceto expulsó de Erzendjan al príncipe
Taherten, que había aceptado la investidura de manos de Timur. En el campamento
mongol refugiáronse todos los príncipes despojados por Bayaceto: el de Kermian,
disfrazado de domesticador de monos; el de Menteche, con el rostro cubierto por
243
una larga y espesa melena; el de Aidin después de recorrer los pueblos actuando de
funámbulo. A su vez, Bayaceto acogía á los príncipes rebeldes á Timur, como el
turcomano Kara-Yusuf. Timur envió al sultán embajadores con una carta
amenazadora, y Bayaceto los despidió con palabras insultantes. Timur atravesó
inmediatamente las fronteras del Imperio osmanli y se apoderó de Sivas, ciudad de
cien mil almas (1400). Mandó matar á todos los habitantes, enterrar vivos á los
cristianos y degollar á Ertogrul, hijo de Bayaceto, nombrado por su padre
gobernador de la plaza. Bayaceto se apresuró á regresar á Asia. Cierto día dijo á un
pastor que cantaba acompañándose con el caramillo: «Cántame esta canción: No
debiste dejar tomar á Sivas ni degollar a tu hijo.» No encontró á Timur donde
pensaba hallarle; el emir saqueaba á Malatia, batallaba contra el soldán de Egipto,
le quitaba sus plazas de Siria, destrozaba á los mamelucos cerca de Alepo, y tomaba
y saqueaba la ciudad (1400). Después conquistó á Hama, Hems, Balbek
(Heliópolis), y derrotó ó los egipcios junto á Damasco, que fué tomada é incendiada
(1401). El mismo año saqueó á Bagdad. Entonces reapareció al NO., se apoderó del
fuerte osmanli de Kumakh, restauró á Taherten en Erzendjan y acampó en Sivas.
Allí recibió de Bayaceto un mensaje lleno de agravios, donde el sultán se atrevía á
hablarle de su harén, amenazándole con el «triple divorcio de sus mujeres» , insulto
supremo entre musulmanes, é intimándole á que compareciera ante su presencia. —
¡El hijo de Murad está loco!— exclamó el conquistador.
Timur llegó presto ante los muros de Angora, cuya plaza sitió para atraer á Bayaceto
á la vasta llanura de Chibuk-Abad que rodea la ciudad. Bayaceto cayó en el lazo y
acudió para salvar la plaza. Doscientos ó trescientos mil timurianos se dispusieron
á luchar contra ciento veinte mil otomanos. Los nueve cuerpos del ejército de Timur
estaban acaudillados por sus cuatro hijos y cinco nietos. Al frente de sus huestes
llevaba treinta y dos elefantes traídos de la India. Los cuerpos del ejército otomano
obedecían las órdenes de los cinco hijos del sultán: Solimán, con las tropas de Asia,
en el ala derecha; Isa, Musa y Mustafá, en el centro con su padre; Mohamed, con
las tropas de reserva. Los servios, mandados por Lázaro Vulkovitch, furmaban el
ala izquierda .
Hemos visto á los hijos de Bayaceto arrastrarse á los pies del vencedor de su padre:
Solimán, el primogénito, recibió de él, como feudatario, las provincias turcas de
Europa; los otros tres se disputaron lo que restaba á los osmanlíes de sus provincias
de Asia.
La batalla de Angora prolongó cincuenta años la existencia del Imperio griego. Por
vez primera pudo Manuel II vivir tranquilo. En seguida destituyó á su sobrino Juan
VII, su colega, impuesto por Bayaceto, y expulsó de Constantinopla al cadí, al imán
y á los residentes turcos, mandando, por último, demoler las mezquitas. Entonces
hubo de hacer él con los príncipes osmanlíes lo que Bayaceto hiciera con los
Paleólogo, enemistándoles entre si. Solimán, que reinaba en Andrinópolis, le pidio
protección, entregó en rehenes á una de sus hermanas, se casó con una de las
sobrinas de Manuel y devolvió á Tesalónica y una parte de Macedonia y Jonia. Su
hermano y sucesor Musa reconquistó á Tesalónica, pero fué expulsado por los
griegos y su flota derrotada por la escuadra imperial reconstituida, fracasando en un
ataque contra Constantinopla. Manuel llamó en su auxilio á Mohamed, ayudando á
éste á derrotar á Musa, que fué preso y estrangulado. Mohamed acabó por ser el
sultán único, pero con un imperio harto mezquino (1413-1421). Este principe tan
valiente, que había realizado en Asia hazañas legendarias, fué aliado y casi
protegido de Manuel II, sin protestar de que diera asilo á su hermano rebelde
14
El sultán quiso huir, pero Timur le trasladó en una litera enrejada: tal es el origen de la leyenda de
la jaula, de hierro.
245
Mustafá, y restituyéndole los nuevos territorios junto al Euxino y la Propóntida. Las
provincias de Asia robábanle gran parte de su tiempo, pues había menester luchar
contra el príncipe de Karamania, y contra las sectas religiosas, como la del juez
Bedr-ed-Din y el judío converso Torlak Hu-Kemali, que predicaban la igualdad
absoluta y el reparto de bienes, sublevando á los pobres y desencadenando la
«Jacquerie» de los «dervises».
Manuel II sublevó contra Murad á su tío Mustafá, que, auxiliado por los griegos,
sitió á Galípoli. Murad acudió personalmente á defender la plaza, derrotando,
haciendo prisionero y mandando ahorcar á su tío. El sultán, queriendo vengarse de
los griegos, acampó delante de Constantinopla. Fué el cuarto sitio de la ciudad por
las tropas otomanas. El gran jeque Bokkari había anunciado la toma de la capital
para el 24 de Agosto. El mismo día se dió el asalto, pero en lo más empeñado de la
acción se apareció sobre las murallas una mujer milagrosa, vestida con una túnica
morada, y ante cuya visión huyeron aterrados los musulmanes: era la Panaghia, la
Virgen. Raro fenómeno: los turcos, y hasta el mismo Bokkari, creyeron en la
realidad del milagro tanto como los griegos. ¡En sus filas militaban muchos
cristianos, que mezclaban con las creencias islárnicas las de su primer culto! Este
suceso fué causa de que se levantara desordenadamente el sitio (1422).
Manuel II falleció en 1425, dejando seis hijos: Juan VIII, su colega y sucesor;
Andrónico, príncipe de Tesalónica, Teodoro, nombrado por Manuel déspota de
Morea; Constantino Dragases, Demetrios y Tomás, que gobernaron sucesivamente
el mismo país. El Imperio turco resurgía tan formidablemente amenazador, que uno
de los primeros actos de Juan VIII fué restituir al sultán varias ciudades del Mar
Negro y pagarle tributo (1424).
Afectado profundamente por sus derrotas, por aquella paz bochornosa y por la
muerte de Ala-ed-Din, su hijo predilecto (Murad siempre profesó cierta melancólica
filosofía, una gran devoción y un poco de misticismo), el sultán abdicó, retirándose
á una especie de convento en Magnesia, algo así como una abadía de Theléme, en
cuyos claustros le acompañaron servidores de ambos sexos. Dejó el trono á su
247
segundo hijo Mohamed. El futuro conquistador aún no había cumplido los quince
años. Su padre le dio como principal consejero el gran visir Khalil.
Súbitamente se supo que Murad había salido de su convento de Asia, que había
regresado á Europa utilizando barcos facilitados por los genoveses, que llevaba
consigo cuarenta mil hombres y que se encontraba á cuatro mil pasos del ejército
sitiador. El Tratado de Szégédin, violado por los cristianos, precedía á las tropas de
Murad, que mandó clavar el documento en la punta de una lanza. La victoria de los
otomanos fué completa. Perecieron el rey de Hungría, el legado Cesarini y los dos
obispos (1444).
Campaña de Morea.
Entretanto, Juan Hunyadi invadió á Servia con veinticinco mil hombres (ocho mil
valacos, dos mil arcabuceros de Alemania y Bohemia, y el resto, contingentes
249
magyares, szekleros y transilvánicos). Contaba con el apoyo de los albaneses y los
servios; pero el sultán facilitaba á los primeros copioso trabajo en la misma Albania,
y su casamiento con Mara de Servia, hija de Brankovitch, habia estrechado su
alianza con este voievoda. Murad II acaudillaba cincuenta mil hombres. El 17 de
Octubre de 1448 encontráronse ambos ejércitos en la famosa llanura de Kossovo;
la batalla duró tres días. En la primera jornada, los arcabuces de Occidente lograron
gran ventaja; pero al día siguiente Turakhan envolvió el ala derecha de los cristíanos
y los valacos (cuyo voievoda Dan conspiraba secretamente con el sultán) se pasaron
al enemigo. El 19 cayó en poder de este el campamento de Hunyadi. El ejército
cristiano quedó completamente destruido (diez y siete mil muertos); pero la victoria
le costó al sultán cuarenta mil hombres.
Las divisiones de los príncipes Paleólogo hacían al sultán árbitro de las contiendas
de sucesión. Muerto Juan VIII (1448), sus tres hermanos, Demetrio, Tomás y
Constantino Dragasés, se disputaron el trono, rivalizando en solicitud cerca de
Murad, á quien trataban como si el país griego fuera vasallo suyo. Afortunadamente
para el Imperio, Murad prefirió á Constantino. Era imposible que se salvara el
Imperio, pero la elección del sultán le permitió caer con cierta gloria. Consciente
de la extrema penuria de sus súbditos, Dragasés prescindió por razones económicas
de la ceremonia de la coronación. He aquí por qué el historiador Ducas llama á Juan
VIII el último emperador. En su opinión, Constantino fué únicamente un déspota.
Mohamed supo la muerte de su padre á los tres días. Estaba en Magnesia cuando
recibió el mensaje del visir Khalil. «¡El que quiera, que me siga!», exclamó al
montar á caballo. Dos días después llegaba á Galípoli. Aunque apenas contara
veintiún años, compréndese que deseara ardientemente reinar; dos veces le habia
hecho descender del trono su padre; nunca perdonó esto á Khalil. Desde ciertos
puntos de vista, ningún hijo se pareció menos á su progenitor. Lo mismo que
250
Bayaceto, Mohamed II se distinguió por sus costumbres depravadas. Era
embustero, falso, aficionado á violar caprichosamente Tratados y capitulaciones;
verdaderamente cruel, gozaba imponiendo suplicios refinados, como el de serrar
vivo á un paciente entre dos tablas. Era un verdadero príncipe turco por su valentía
en los combates, su actividad incansable, su ambición desmesurada, la sutileza de
su diplomacia y su liberalidad para los soldados. «Habia tomado por modelos á
Alejandro de Macedonia y á Julio César.» (Sagundino.) Era muy instruido: hablaba
el turco, el griego, el eslavón, el árabe y el persa; poseía profundos conocimientos
de geografía, historia y estaba versado en todas las ciencias militares de su época.
Mandó construir magníficas mezquitas y otros edificios piadosos. Protegió á los
artistas griegos é italianos y permitió que le retratara el pintor veneciano Gentile
Bellini.
Mohamed II renovó los tratados ó treguas con todos sus vecinos y vasallos, las
repúblicas de Ragusa, Venecia y Génova, los genoveses de Galata, Chios y Lesbos,
los príncipes de Servia y Valaquia, Juan Hunyadi, Scander-Beg, los caballeros de
Rodas, los déspotas Demetrios y Tomás de Morea y hasta con el emperador
Dragasés.
15
Esta es la cifra adoptada por Paspatis, después de discutir los textos.
251
turcos. Sólo sucumbió ante los cruzados en 1204. Había llegado el momento de que
los otomanos, á fuerza de perfeccionarse en todas las artes de la guerra, acometieran
tamaña empresa.
Durante estos preparativos, Mohamed hallábase obsesionado por una sola idea. Una
noche llamó repentinamente á su gran visir Khalil, quien, creyendo que había
llegado su última hora, se presentó con copiosos regalos. «No necesito presentes
(dijo Mohamed); lo que quiero es que me ayudes con todas tus fuerzas á apoderarme
de Constantinopla.» Incesantemente diseñaba planos de la ciudad y líneas de
ataque, visitaba los campamentos turcos y señalaba el emplazamiento de las
baterías. En Febrero de 1453, el enorme cañón se encaminó lentamente desde
Andrinópolis sobre Bizancio.
252
el turbante de Mahoma, que el capelo de un legado. Furiosas discordias religiosas
desgarraban al clero y al pueblo; como los latinos en tiempo de la bula Unigenitus,
los dos partidos luchaban á fuerza de negativas de sacramentos. La masa de la
población, exasperada contra los latinos y el emperador, acabó por abandonar la
defensa de la ciudad. Por otra parte, la reconciliación con Roma no proporcionó
casi ningún socorro: á lo sumo, los cincuenta hombres del legado Isidoro. Hunyadi
habia prometido su apoyo, siempre que le dieran á Mesembría, y el rey de Aragón,
con tal de que le entregaran á Lemnos. Se hicieron ambas cesiones, pero nadie
prestó la ayuda ofrecida. Los servios enviaron su contingente al ejército de
Mobamed.
En Abril de 1453, el sultán cercó la ciudad por la parte de tierra con doscientos
sesenta y cinco mil hombres 16: cien mil infantes, formando el ala izquierda,
acampaban delante de las Blaquernas; cincuenta mil, en el ala derecha, delante de
la puerta de Oro; en el centro, frente á la puerta de San Romano, Mohamed mandaba
á sus reservas, quince mil genizaros y cien mil jinetes. Sagán Bajá ocupaba las
alturas de Galata, para vigilar á los genoveses. Una escuadra turca de cuatrocientas
veinte velas bloqueaba la ciudad por el Bosforo y la Propóntida.
El carácter original de este sitio fué que ambos contrincantes utilizaron los antiguos
medios de ataque y defensa, como catapultas, balistas, helépolis, flechas y fuego
griego, y los modernos, como los cañones y las minas. La artillería bizantina era
inferior en número y calibre á la de los otomanos, pero al parecer, estuvo mejor
16
Esta es la cifra facilitada por Ducas, Calcocondylas calcula el ejército en cuatrocientos mil
hombres, Leonardo de Chios en trescientos mil, Frantzes en doscientos cincuenta y dos mil, Bárbaro
en ciento sesenta mil, etc. Kheirullah habla de ochenta mil soldados disciplinados, sin contar los
irregulares.
253
servida. El colosal cañón de Andrinópolis no tardó en reventar, matando á su
fabricante Orban. La marina turca era harto mediocre: una galera griega y tres
italianas llegaron de la Propóntida; el almirante turco Balta-Oghlu llevó contra ellas
ciento cincuenta naves, siendo derrotado á la vista del sultán.
El gran visir Khalil, favorable en secreto á los griegos, aprovechó este fracaso para
aconsejar al sultán que aceptase las proposiciones de Dragasés, pero Mohamed no
quiso atenderle. Como sus navios no podían entrar en el Cuerno de Oro, cuya
embocadura estaba cerrada por una cadena de hierro, resolvió que arribaran por la
vía de tierra. A este propósito, una noche logró hacer resbalar por encima de
tablones ensebados, setenta navios otomanos, á velas desplegadas, desde el puerto
de Kampatas, en el Bosforo, hasta el de Kassim Bajá, en el fondo del Cuerno de
Oro, por detrás de Galata, siguiendo un istmo de dos leguas de anchura. A la mañana
siguiente anclaron frente al muelle de las Blaquernas.
Por una y otra parte, la exaltación religiosa había llegado al grado supremo del
fanatismo, pero así como impulsaba á los turcos á la acción, inspiraba desaliento á
los griegos. En los comienzos del sitio, el jeque Akchems-ed-Din, sucesor en
santidad del gran jeque Bokkari, había visto en sueños á Eyub, porta-estándarte del
Profeta, muerto en el asalto de los árabes á Constantinopla (672); el santo mártir
indicó al jeque el lugar de su sepultura, al pie de los muros de la ciudad. Hiciéronse
excavaciones, se encontraron los huesos de Eyub, y el descubrimiento provocó gran
entusiasmo en el ejército turco. Ulemas. jeques y dervises seguían á las columnas á
cuyo frente «marchaban, según Saad-ed-Din, legiones de espíritus puros, surgídos
de un mundo invisible». Entre los griegos se recordaban profecías inventadas
algunas por Jorge Scolarios (según declaración del mismo) para desanimar á los
defensores. Ora decíase que Constantinopla había de sucumbir, para poner término
á los infortunios de los cristianos. Ya se afirmaba que cuando los turcos victoriosos
llegaran á la plaza del Toro, un ángel bajaría del cielo, pondría una espada en manos
de un hombre del pueblo sentado al pie de la columna de Constantino, y entonces
se levantaría éste, haciendo retroceder á los conquistadores hasta su campamento,
hasta la misma Asia. Los burgueses y la plebe de Bizancio no necesitaban tantas
razones para cruzarse de brazos, viendo luchar á su valiente emperador y á sus
campeones extranjeros. Faltaba dinero para la defensa, porque los ricos lo
ocultaban.
El sitio duró cincuenta y tres días, desde el 6 de Abril hasta el 29 de Mayo. Durante
este tiempo, Dragasés permaneció sobre las armas en la puerta de San Romano,
frente al sultán. El 24 de Mayo, éste arengó á su ejército, que había de lanzarse al
asalto por la parte de tierra y por el puerto; todo el botín sería para los combatientes.
Mohamed no se reservaba más que los edificios y las casas. Además prometió
feudos militares y hasta gobiernos, á los primeros en escalar las murallas, y el hacha
254
del verdugo á los rezagados. Entonces se iluminó todo el campamento: los jeques y
dervises se confundían con los soldados. No se oía más que éste grito: «No hay más
Dios que Dios!» En cambio, la ciudad sitiada hallábase sumida en las tinieblas y la
multitud congregada en las iglesias entonaba cantos quejumbrosos, como el Kyrie
Eleison de los agonizantes.
17
El sultán mandó buscar el cuerpo de Dragasés, que sólo se pudo identificar por sus borceguíes de
púrpura. Su cabeza fué llevada á Mohamed y exhibida después en la columna de Justiniano, á los
pies del caballo de bronce. El pueblo helénico ha conservado un recuerdo piadoso de este emperador
que tan valientemente sacrificó su vida, de este último emperador de los griegos que ni siquiera ciñó
la corona. Una canción popular, un tragudión, deplora en los siguientes términos la muerte del héroe
nacional, de aquel á quien Bessarion quiso hacer rey heleno: «Constantino Dragasés, emperador de
Constantinopla, empuñó la lanza, se ciñó la espada, montó en su yegua cuatralba y atacó á los perros
impíos, á los turcos. Mató diez bajaes y sesenta genízaros. Pero se rompió su espada y se le quebró
la lanza. Y al verse solo, privado de auxilio, levantó la vista al cielo, y dijo: «¡Señor todo poderoso,
creador del mundo, ten misericordia de tu pueblo, ten piedad de Constantinopla!» Y un turco le hirió
en la cabeza y el desventurado Constantino se cayó de la yegua, quedando tendido entre el polvo y
la sangre. Le cortaron la cabeza y la clavaron en la punta de una lanza, y sepultaron su cuerpo debajo
de un laurel». (E. Legrand, Colección de canciones populares griegas).
255
verificarse el milagro, y después á Santa Sofía, que fué invadida por los turcos. Los
vencidos se dejaban encadenar sin resistencia, tendiendo espontáneamente sus
manos para que se las esposaran.
Organización de la conquista.
Mohamed dejó á esta población no musulmana sus jefes religiosos, que erigió en
jefes políticos, provistos de un poder casi absoluto sobre su gente, armados del
báculo y la espada, pero que respondían del orden con su cabeza. Los cristianos
armenios, latinos y eslavos obedecieron á los prelados de su rito. Entre estas
comuniones distinguíase la griega ortodoxa, que conservó su patriarca. A los tres
días del asalto, hallándose vacante el patriarcado, Mohamed dispuso que se eligiera
y consagrara un patriarca según la liturgia acostumbrada 19.
18
Paspatis menciona los cuarenta y dos templos transformados en mezquitas. El pueblo griego y
hasta los arqueólogos ignoran el nombre antiguo de muchas de estas iglesias.
19
En tiempo de los emperadores cristianos, el elegido del clero montaba sobre un caballo de las
cuadras imperiales magnificamente enjaezado y cubierto con una manta blanca. Acompañado del
clero iba al palacio, donde el emperador, sentado en el trono, rodeado del Senado y de los grandes,
entregaba al nuevo patriarca un báculo de oro con piedras preciosas y perlas, mientras los coros de
palacio entonaban himnos. El patriarca se prosternaba delante del emperador, que recibía de sus
manos la comunión, y luego le convidaba á un gran banquete. Parece que Mohamad II siguió el
mismo ceremonial, exceptuando el acto de la comunión.
257
Los sacerdotes y laicos piadosos que pudieron reunirse eligieron á Jorge Scolarios,
perteneciente al partido más fanáticamente hostil á la unión con Roma. El nuevo
patriarca tomó el nombre de Genadios. El sultán dió en su honor un suntuoso
banquete, y al entregarle el báculo le dijo: «Sé patriarca y que el cielo te proteja;
cuenta con mi amistad en cualquier circunstancia y goza de todos los derechos é
inmunidades disfrutados por tus antecesores.» Después le acompañó
pomposamente hasta el patio, le hizo montar uno de sus mejores caballos y escoltar
por los principales dignatarios musulmanes. En San Juan del Trullón se reorganizó
un monasterio con algunas monjas, muchas de las cuales habían sufrido los ultrajes
de la soldadesca. Recogiéronse las reliquias salvadas del pillaje ó rescatadas; una
de las mujeres del sultán, que era cristiana, restituyó á los santuarios aquéllas que
le diera Mohamed. Se permitió el libre ejercicio del culto en los templos consentidos
á los cristianos. En el barrio del Fanar siguió celebrándese la fiesta de Pascua con
la magnificencia del culto oriental. Mohamed dejaba, pues, á sus súbditos griegos
una especie de emperador espiritual, con todas las pompas del antiguo Palacio
Sagrado y cuya corona conservaba la forma y el esplendor de la corona imperial y
cuyo cetro era un báculo.
Junto á los conventos de los dervises musulmanes persistieron los de los Calogeros
ortodoxos. Aunque pagando un oneroso tributo, las santas repúblicas del Athos
disfrutaron la inmediatidad, como en tiempo del emperador Enrique de Flandes.
Muchos de estos monjes se mostraron adictos á aquel extraño protector de su
religión; entre ellos Cristóbulo de Imbros, que escribió una historia muy
encomiástica de Mohamed II.
Nuevas expediciones.
258
había recibido dinero de los griegos durante el sitio. A las tres semanas de la
gloriosa victoria fué decapitado el gran visir.
Este reinado había de ser, para más de un dinasta de Europa y Asia, como el día del
Juicio final.
Las dos repúblicas italianas que tanto habían contribuido á debilitar el Imperio
griego, viéronse obligadas á luchar con Mohamed. No satisfecho con despojar á los
príncipes genoveses de Enos (Tracia) y de las islas, atacó las posesiones directas de
Génova. En 1461 se apoderó de Amastris (Amasra), en la costa Norte de Anatolia;
en 1475, de Kaffa en Crimea, de Azov en el Don y de todas las factorías del Mar
Negro. Hizo que reconocieran su soberanía los tártaros de Crimea y les dió por
Khan á Menghli-Ghirei, logrando así tener una avanzada contra Rusia.
La guerra contra los venecianos fué más larga é implicó más graves consecuencias.
Duró desde 1463 hasta 1479; se extendió á todas las riberas é islas del Oriente y se
complicó con varias cruzadas predicadas por el papa y con intervenciones de
Scander-Beg, de los príncipes napolitanos, húngaros y transilvánicos, y de los
emires seldjúkidas y turcomanos. En 1463 asoló á Morea, donde los venecianos
perdieron, recuperaron y volvieron á perder á Argos, siendo rechazados hasta en
sus plazas y aserrándose en dos pedazos á quinientos de ellos. La insurrección
helénica fué reprimida cruelmente: en 1467 vióse atacada por mar y tierra la isla,
de Eubea y tomada á traición su fortaleza Egrippos, pereciendo aserrado el
comandante Erizzo y descuartizados ó empalados los soldados italianos. Al año
siguiente, Venecia y sus aliados, Sixto IV, los napolitanos y los Hospitalarios de
Rodas pelearon en las costas del Asia Menor, tomaron á Esmirna y ayudaron á los
insurrectos de Karamania. En 1477, el eunuco Soliman-Bajá fracasó en el sitio de
Lepanto, puerto veneciano de Acarnania; en Albania sucumbieron los venecianos
de Croya; los de Scutari resistieron dos sitios (1474 y 1478). Pero Omar-Beg
invadió el Friul, tomó el puente de Gorizia sobre el Isonzo, forzó el paso del
Tagliamento é incendió las campiñas de Venecia, En 1478, abandonada por sus
261
aliados de Nápoles y Hungría, la República se resignó á entrar en negociaciones
(1479). Cedió á Lemnos y las plazas que le quedaban en Albania, pagó cien mil
ducados de contribución de guerra y ciento diez mil de tributo anual, obteniendo en
cambio franquicias para su comercio. Sin embargo, Mobamed II, pretextando que
Leonardo, señor de las islas Jónicas, no estaba comprendido en el Tratado,
conquistó á Santa Maura y á Zante. Después se volvió contra el reino de Nápoles.
En 1480 fué sorprendida Otranto, aserrado su comandante y reducidos á prisión
doce mil habitantes. El sultán juró que su caballo habia de comerse un pienso en el
altar de San Pedro de Roma.
En 1463 murió Ibrahim, príncipe de Karamania, que ya era tributario del sultán, y
sus siete hijos se disputaron su herencia. Intervino Mohamed, y después de tres
campañas acabó con el último principado seldjukida (1471).
262
cayeren en su poder. Esta batalla, quebrantando el prestigio del Carnero Blanco, y
las últimas resistencias de Karamania, facilitó á Mohamed la completa posesión de
Anatolia.
Las escuadras turcas no cesaron de saquear ó de cobrar rescate á las islas del mar
Egeo. En 1462 fué conquistada Lesbos, y muerto su duque genovés. Lemnos,
Imbros, Thasos y Samptracia cayeron también bajo el yugo otomano.
BIBLIOGRAFÍA
20
Más adelante trataremos de la organización del Imperio otomano.
263
Juan Comneno, biografía de Juan VI Cantacuzeno, edic. Chr. Lopareo, S.
Petersburgo.- Juan Ducas (1342-1462), Bonn, 1831, y Migne, Patrología, t CLVII,
París, 1800; correcciones por A. Mulíach, Conjecturen, Berlin, 1852.— Cristobulo
de Imbros (1451-1467), panegírico del Conquistador, ed. C. Müller, en Fragmenta
históricorum graecorum, t. V, París, 1870, y Dethier, con una traducción francesa
en Mon. Hist. Hung., t. XXI: Ubicini ha analizado esta obra en el Anuario de la
Sociedad de estudios griegos, París, 1871.—Juan Cananos (hasta 1462), apéndice
á Phrantzés, Bonn, 1833.—Georgillas, de Rodes, Poemas, ed. Legrand, Bibl. graeca
vulgaris, t. I, 1880.—Mateo Camariotes, Trenos, en Migue, Patrología, t. CLX.—
Joh. Anagnostés, de Tesalónica, Toma de Tésalonica por los turcos, 1430, apéndice
de Phrantzés, y Migne, Patrología, t. CLVI, París, 1800.—Mazaris, Obras, ed.
Boissonade (Anécdota graeca, t. III, París, 1883), y A. Ellisen (Analekten, t. IV,
Leipzig, 180 )); estudio por Hase, Notices et extraits, 1813, y B. de Xivrey, Mém.
Acad. Inscr. 1853.—Bessarion, Discursos, en Migne, t. CLXI.
268
IMPERIO DE ORIENTE: JUSTINIANO, HERACLIO HASTA LOS
ISAUROS O ISAURICOS.
177. Carácter general de la historia del Bajo imperio. La existencia del Bajo
Imperio por espacio de mil años después de la caída del imperio de Occidente; pero
existencia débil, amenazada, ruinosa, tal que el que lee el primer período de ese
imperio, no cree que puede atravesar un segundo sin haberse antes deshecho,
arruinado, es un fenómeno sorprendente en la historia de los pueblos. Cuatro causas
poderosas mantuvieron en una continua decadencia, desde el principio hasta el fin,
el imperio de Constantinopla, y que sirven como de clave para comprender su
historia.
1º. Las continuadas invasiones de los bárbaros, particularmente de los persas, y
luego de los árabes.
2º. La falta de un derecho fijo para suceder al imperio.
3º Un estado de insurrección permanente ocasionado por las disputas teológicas, y
fomentado por los mismos emperadores erigidos en jueces de la fe.
4º. La inmoralidad más desenfrenada y más escandalosa en el palacio y en la corte
de los emperadores de Oriente. Y no obstante estas causas, poderosas cada una de
por si para acabar con un estado, Constantinopla sobrevivió a Roma mil años.
178. Historia del imperio hasta Justiniano. Después del reinado del débil Arcadio,
dirigido sucesivamente por Rufino, Eutropio y Gainas, Teodosio II, ó más bien su
hermana Pulquería (408 á 450) si no explendor y gloria, al menos proporcionaron
al imperio alguna tranquilidad en el interior. Aunque pocos hombres eran menos
dignos que Teodosio de llevar el título de legislador; .no obstante, en su tiempo se
compuso el famoso código, que lleva su nombre, y que a pesar de sus
imperfecciones, le prefieren los críticos al de Justiniano. Marciano, que le sucedió
(450 a 457), contuvo la invasión de Atila cuando cayó sobre el imperio romano, y
favoreció la ortodoxia católica. León I, el Grande, conservó la paz en el imperio, y
269
defendió la fe de la Iglesia contra los Eutiquianos. Zenon y Anastasio reinaron
tumultuariamente, ya por causa de las herejías de los Nestoríanos y Eutiquianos,
como por las intrigas y desórdenes de la corte y, del palacio de los emperadores.
Apareció en fin JJustino y Justiniano (518 a 527), que restableció la paz en la
Iglesia y en el imperio, y sobre todo, que preparó el reinado de Justiniano.
Durante la guerra de Italia los persas se habían apoderado de toda Siria; Belisario
salvó a Jerusalen, mas no pudo reconquistar Armenia, lo que bastó para que el
ingrato Justiniano le despojase del mando del ejército y de todas sus dignidades.
Cosroes continuó la guerra, y solo concedió la paz al emperador y la libertad de
conciencia a los cristianos de Persia mediante un tributo de tres mil piezas de oro
(562). Invadiendo luego los búlgaros el imperio, y desbaratado un ejército griego
enviado contra ellos, Belisario, llamado del destierro, los venció y les obligó a huir
más allá del Danubio.
270
años, y en el que debía de estar recopilado todo lo que había más útil en más de dos
mil volúmenes de jurisconsultos antiguos, se publicó en el año 531.
La Instituía, publicada poco antes del Digesto, contenía los elementos del Derecho
para el estudio de las escuelas. Vinieron después las leyes del mismo Justiniano con
el nombre de Novelas.
Aquel gran cuerpo de Derecho no subsistió en el Oriente masque hasta el siglo IX,
en cuyo tiempo le sustituyó Basilio con sus leyes llamadas de el Basilicas. En
Occidente fue desde luego derogado por las leyes lombardas, y quedó oscurecido
hasta el siglo XII que se descubrió en Amalfi un ejemplar del Digesto. Así el
verdadero triunfo de la legislación de Justiniano, es debido a los pueblos modernos.
271
Heraclio renunciar y volver a Cartago donde antes era gobernador; el patriarca le
detuvo, el clero le dio sus riquezas y la Iglesia salvó por esta vez el imperio.
185. Guerras con los persas. Despertándole por fin los ruegos de los unos, las
murmuraciones de los otros, y sobre todo los insultos de Cosroes II, y los triunfos
de los persas; pensó seriamente en reparar su honor, y llevando todas sus fuerzas a
Persia, consiguió en seis batallas consecutivas otras tantas victorias, rescatando el
Asia Menor del poder de sus enemigos, y apoderándose de sus tesoros. Vencido
Cosroes por los imperiales, fue destronado por su hijo Siroes que concluyó la paz
con Heraclio en 628, por la cual conservaron los dos estados sus antiguos límites,
llevando el emperador en triunfo a Constantinopla la verdadera cruz, que habían
robado los persas en Jerusalen. Aqui concluye la parte del reinado de Heraclio, que
ha engrandecido su nombre, libertando al imperio de su ruina.
Apenas se concluyó la guerra con los persas, cuando recayó Heraclio en su primer
estado de indolencia. Ya no es un héroe, sino un príncipe afeminado, un espíritu
mezquino ocupado en controversias sutiles, cuando va a perder la mayor parte de
sus estados. Invadiéndoles los árabes, se dirigieron a Jerusalen, la pusieron cerco
y Omar entró en la ciudad Santa el mes de mayo de 638, apoderándose en seguida
de Alepo y Antioquía. Este hecho de caer los Santos lugares en poder de los
musulmanes, dará luego origen a las Cruzadas.
187. Envilecimiento del imperio bajo los descendientes de Heraclió (641 a 717).
Extinguióse la familia de Heraclio en Teodosio III después de medio siglo de
crímenes y de infamias. A tal grado de desprestigio había llegado la autoridad
imperial en manos de la raza heracliana, que Leon Isauro, hijo de un zapatero de
Seleucia, y comandante de las tropas del Oriente, se negó a reconocer por
emperador á Teodosio, obligándole a renunciar, y proclamándose a sí mismo
emperador con el nombre de Leon III Isaurico.
272
IMPERIO DE ORIENTE. DINASTÍA ISAURIANA HASTA LAS
CRUZADAS: LOS TURCOS.
188. Leon III Isauro hasta el fin de su dinastía. Con León III (717-741), empezó
la dinastía Isauriana. Apenas se había sentado en aquel trono fatal, cuando los
árabes cercaron a Constantinopla, obligándoles León a levantar el sitio después de
trece meses por medio del fuego griego. En tanto su ejército se sostenía a duras
penas contra los búlgaros. Como todos los demás emperadores, turbó la paz del
imperio con vanas disputas teológicas. En 726 prohibió el culto de las imágenes, y
sin hacer caso del descontento del pueblo y sobre todo de los romanos, que se
negaron a obedecer los edictos imperiales, fueron destruidas las imágenes, y los
cuadros que representaban asuntos piadosos fueron hechos pedazos por los
emisarios del emperador (726), y los nuevos herejes se hicieron dignos del nombre
de Iconoclastas (rompe- imágenes), o quiebra imágenes Fue condenada esta herejía
por la Iglesia, y excomulgado su autor por Gregorio XI. Los sucesores de Leon III,
Constantino IV Coprónimo (741 a 775) y Leon IV a 780, persistieron en este error,
hasta que por fin la emperatriz Irene hizo que le condenara solemnemente el sétimo
Concilio ecuménico.
273
estinguiéndose en ella la dinastía isauriana.
190. Cisma de Focio. Después de las herejías de los Iconoclastas, el hecho más
ruidoso que merece llamar la atención en el imperio de Oriente, es el cisma de
Focio.-Ocupaba el trono el innoble Miguel II el Tartamudo (820 a 829), que se
gloriaba públicamente de haber tomado por modelo a Nerón, y en cuyo reinado la
corte de Bizancio perdió las islas de Creta y de Sicilia. Con el fin de emanciparse
de toda vigilancia y de toda oposición, encerró a su madre Teodora en un convento,
y depuso al santo patriarca Ignacio, poniendo en su lugar a Focio, capitan de sus
guardias, de nacimiento ilustre, de superior ingenio, y tal vez el hombre más sabio
de su tiempo; pero de un carácter peligroso, astuto e intrigante.
192. Los Comnenos: Alejo I, situación del imperio. Guando después de otros
emperadores subió Alejo I/ al trono en 1081. La situación del imperio era tan
desesperada como se puede inferir del siguiente cuadro: los normandos de Italia le
amenazaban para quitarle la Grecia, los árabes del Egipto y del África infestaban el
274
mar Egeo, los turcos del Asia Menor estaban acampados a la otra parte del Bósforo,
los rusos, los pestchenegas y todos los bárbaros de las márgenes del Danubio
asolaban Tracia hasta los muros de la capital. En tal aprieto, pidió socorro a todos
los príncipes cristianos en 1092, promoviendo la primera Cruzada.
194. Origen de los turcos, su engrandecimiento. Los turcos, que debían absorber
un día todas las dominaciones parciales desmembradas del gran califato de Bagdad,
salieron del este del Asia. El país que habitaban, y que de su nombre se ha llamado
Turquestan, lindaba al norte con Siberia, al este con China septentrional, al
mediodía con el Tibet, y al oriente con el lago Aral. Sometidos por los hunos
durante las primeras invasiones de estos bárbaros, no se dieron a conocer al mundo
civilizado sino por el contacto con los árabes 350 años después de la muerte de
Mahoma.
La milicia turca había sido admitida en 841 a la guardia de los califas; pero estos
hombres guerreros e independientes conmovieron muy pronto el imperio para cuyo
sostén habían sido llamados, y sus revueltas ensangrentaron muchas veces el trono.
En el espacio de veinte y cinco años (846 a 870), cinco califas cayeron asesinados,
y al final del siglo IX dio el último golpe a la dinastía abasida una sublevación de
los árabes del Desierto.
195. Los emires Al-Omra. Al-Radi incapaz de defender su herencia contra esa serie
de trastornos e insurrecciones, puso su decadente poder bajo la protección de una
autoridad más enérgica que la suya, y confió a un turco de la familia de los Buidas
y tribu tártara que se había hecho independiente en el Irac la dignidad de emir Al—
Omra, o príncipe de los príncipes del imperio del califa (934). Este empleo ejerció
la misma influencia en Oriente que en Francia el de los mayordomos de palacio.
Produjo el hecho notable de la separación del poder espiritual del temporal:
usurpando al emir toda la influencia política al califa, no dejándole más que una
vana supremacía religiosa.
275
Sin embargo, el poder de los emires Al—Omra no sobrevivió mucho al de los
califas. De conquista en conquista los Fatimitas, que en África en 969 habían
sometido a los Aglabitas y Edrisitas, avanzaron por entre Palestina y Siria hasta
Bagdad, y obligaron al emir a pagarle tributo (985). Mucho tiempo después el Irac,
sometido a los Buidas, cayó en poder de Mahamud -el Ghaznevida, cuya dinastía
iba también a ceder luego el puesto a otra nueva dominación.
196. Fundación del imperio de los Seldjiucidas (l055), sus conquistas. Los turcos
Seldjiucidas fueron los primeros que fundaron un imperio duradero. Los hijos de
Seldjuk, jefe de esta tribu se fijaron cerca de la Bucaria a principios del siglo XI.
Luego, fueron llamados al Korasan por Mahamud; el héroe inmortal de la gloria
de los Ghaznevidas. Togrül-Bek, el hijo menor de Seldjuk echó a los Ghaznevidas
hacia el Indo, se apoderó de Nisabur, su capital, tomó el título de sultán, atacó en
seguida a los Buidas , que apenas podían sostener el poder que les había confiado
el califa de Bagdad; y tomó para sí el empleo de emir Al-Omra.
Tal era el estado de Oriente cuando las crueldades cometidas en Jerusalen por los
Seldjiucidas, que conquistaron la ciudad Santa (1086), y luego por los Fatimitas,
que se la quitaron a aquellos en 1094, excitaron la indignación de toda Europa, y
provocaron las CRUZADAS.
276
EL IMPERIO DE CONSTANTINOPLA HASTA SU FIN.
366. Estado interior del imperio, expedición de los catalanes a Levante. Dos
causas poderosas minaban, en el interior la existencia de este imperio, las
especulaciones mercantiles de los venecianos y genoveses, y las interminables
disensiones de los monjes cismáticos. Para destruir la primera fomentó Miguel
Paleólogo la rivalidad entre estas dos potencias, a fin de que mutuamente se
destruyeran: para acabar con la segunda propuso a Gregorio X la reunión de la
iglesia griega con la latina. El segundo concilio general de León de Francia en 1274,
se ocupó mucho de este punto, pero inútilmente, porqué los obispos griegos
opusieron una viva resistencia, estallaron desórdenes en muchas ciudades, el
patriarca de Constantinopla lanzó un anatema contra el emperador, y le abandonó
al poder de Satanás.
367. Guerra civil. Libres los griegos de estos enemigos, se envolvieron ellos
mismos en una guerra civil horrorosa. A la muerte de Andrónico III (1332 a 1341)
Juan Cantacuceno, su favorito, arrebató la corona a Juan Paleólogo (1347), cuya
tutela le estaba confiada. La rivalidad de estos dos pretendientes dio el golpe
mortal al imperio de Oriente. Cantacuceno llamó en su auxilio a los turcos, y con
su ayuda se hizo dueño de Constantinopla. La influencia de los turcos creció de día
en día, y habiendo ido ahora a Constantinopla como aliados; juraron volver luego
como enemigos y conquistadores.
368. Origen y conquistas de los turcos otomanos. Los seldjiucidas que al empezar
las Cruzadas dominaban en el Asia Menor, sometidos luego por los mogoles, se
habían subdividido en diez pequeños estados independientes, en cuyo número
aparece el de los turcos. Estos debieron su origen a una tribu reducida procedente
del Khorassam y acaudillada por Erthogrul, que halló en su hijo Othman el
intrépido jefe que había de ser el fundador de la dinastía otomana. A la muerte de
su padre se había distinguido ya Othman por sus hazañas contra los emperadores
griegos, a los cuales arrancó muchas conquistas en el trascurso de treinta y ocho
años, coronadas por último con la toma de Prusa, una de las ciudades más
importantes del Asia Menor.
Algunos emires seldjiucidas del Asia Menor pidieron auxilio a Tamerlán contra
Bajaceto. Tamerlán marchó contra él, dejando en pos de sí reducidas a pavesas a
Damasco y a Bagdad, y formada en el desierto una pirámide de noventa mil cabezas
humanas. Los dos poderosos dominadores del Oriente se encontraron en Ancyra, y
los cíen mil soldados de Bajaceto sucumbieron al choque de los ochocientos mil
mogoles (1402). Bajaceto fue cogido vivo en medio de todos sus genízaros
degollados, y perdonado. El sultán murió al año siguiente, y Tamerlán no le
sobrevivió mucho tiempo. Cupo al imperio de Tamerlán la misma suerte que al de
Alejandro, cuyos límites excedió en extensión, y de tan inmensos dominios no
quedó más después de su muerte, que el imperio del Gran Mogol al norte de la
India, que subsiste hasta nuestros días.
371. Amurath II (1421 a 1451), guerras con Hungría. Juan Hunniades , célebre
general húngaro y vaivoda de Transilvania, poniéndose al frente de los ejércitos
cristianos, destruyó en diferentes encuentros a los generales de Amurath,
ajustándose por último una paz de diez años entre Ladislao, rey de Polonia, y el
emperador turco; mas quebrantada esta tregua por Ladislao, Amurath, que había
abdicado en su hijo, volvió a ponerse al frente de sus ejércitos, y en la desgraciada
y sangrienta batalla de Varna, derrotó el ejército húngaro y dio muerte a Ladislao.
Aquel terrible combate dejó a los húngaros quebrantados para muchos años, y
entregó a los griegos sin esperanza de socorro en poder de los turcos. Jorge
Castrioto, príncipe de Albania, llamado también Scandemberg , consiguió, después
algunas victorias capaces de inmortalizar su valor, mas no de salvar el imperio.
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572. Últimos Paleólogos. Al emperador Manuel sucedió Juan II Paleólogo, el cual
se presentó en el concilio de Florencia (1459), a fin de renovar la unión de la iglesia
griega con la latina, e interesar en su causa a los soberanos de Europa. La unión se
verificó; pero sin ningún resultado para el objeto principal que él se había propuesto,
que era el ser socorrido contra los turcos.
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MAPAS SOBRE HISTORIA DE BIZANCIO
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