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La Guardia Civil en Navarra 1936

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La Guardia Civil en Navarra

(18-07-1936)
GONZALO JAR COUSELO
INTRODUCCIÓN

A nte un título como el que encabeza estas páginas, la primera reacción del lector
puede ser la de un cierto hastío en torno al tan estudiado tema de nuestra guerra
civil; sin embargo, esta investigación concreta puede presentar un cierto interés si se
tiene en cuenta que, a pesar de la abundante bibliografía existente referida al al-
zamiento en Navarra, la mayor parte de ella pertenece al bando de los sublevados -la
repetición de versiones es tan manifiesta que se reproducen páginas completas de
otros autores-, en tanto la del bando republicano no deja de ser meramente testimo-
nial. Algún autor, como Lizarza, si bien hace un detallado relato de lo que fue la
rebelión, especialmente la intervención de los carlistas, no tuvo en cuenta la importan-
cia del papel que jugó la Guardia Civil -muy en concreto su jefe de Comandancia-,
cuestión que centra la argumentación de este trabajo.
Por otra parte, al haberse producido la muerte de dicho jefe el mismo 18 de julio,
hace difícil determinar las circunstancias de su muerte, tanto por la falta de algún
testimonio directo de los que allí se encontraban como por la inexistencia de docu-
mentos en los archivos que certifiquen la misma. Es evidente que no eran momentos
para pararse en formulismos burocráticos y, ese vacío documental, ha dado lugar a
que se hubiese perpetuado en dicho Cuerpo una versión oficiosa, ratificada por la
aparición en 1984 de una para-oficial Historia de la Guardia Civil del general Aguado
Sánchez, en la que la figura y comportamiento de un mando leal al gobierno legítimo
se había trastocado, convirtiéndolo en un traidor de los deseos de su propia tropa.
En realidad, lo que está en juego es, ni más ni menos, que el triunfo de la
revolución en Pamplona y, dada la trascendencia del papel que juega Mola a escala
nacional, en toda España. Es por esa razón por la que parece conveniente plantear la
descripción de lo sucedido en el terreno del enfrentamiento de dos posturas que iban a
ser irreconciliables, mucho más cuando ambos personajes -Mola (1887) y Rodríguez-
Medel (1888)- coincidieron durante dos años (1905-06) en la Academia de Infantería
de Toledo, al ser de dos promociones consecutivas. Por pertenecer a Armas diferen-
tes, sus carreras profesionales también lo serán; así, mientras Mola realiza una
sucesión fulgurante de ascensos por méritos de guerra, debido a su estancia en África,
R. Medel se somete al dictamen implacable del escalafón, con un intervalo de seis años
de supernumerario (1927-33) para dedicarse a una de sus pasiones, la enseñanza de la
matemática moderna, de cuya materia llegó a publicar un tratado. El haber retornado
al servicio activo en 1933, y no en 1931 como hubiese sido lo lógico, parece desmentir
la versión que le atribuía cierto fervor republicano. Mientras tanto, en 1935, el
ministro de Guerra, Gil Robles, destinaba al ya general Mola para el mando de la
Circunscripción Militar Oriental de Marruecos, donde, según Payne, se dedicó a
purgar las Unidades de liberales, incrementando su eficacia y disciplina.

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LOS PRIMEROS MESES DEL 36


El día 7 de enero de 1936 se hace cargo de la Inspección General de la Guardia
Civil el general Sebastián Pozas, que sustituye en el cargo al general Miguel Cabane-
llas, quien jugará un papel muy importante a la hora de la sublevación. El año
comienza con una gran inestabilidad política y social y la proximidad de las elecciones
de febrero no impide que circulen intensos rumores relativos a movimientos sub-
versivos originados en los cuarteles. El mismo Payne asegura que, tras su paso por la
Dirección General de Seguridad, Mola no había dejado de pensar en conspiraciones
antipatrióticas y subversivas con apoyos internacionales llegando a despreciar a Gil
Robles por haber consentido la victoria del Frente Popular. En realidad, nunca se
supo a ciencia cierta si Mola era monárquico o republicano, ayudado por su carácter
introvertido.
En ese mismo sentido, Romero y Maíz atribuyen al general Franco, jefe del
Estado Mayor Central, una actitud dubitativa en relación con una rebelión militar.
Romero, echando mano de las memorias de Azaña, describe la entrevista entre el
general Pozas y su yerno (también militar), éste enviado de Franco, en la que se
solicita la colaboración de la Guardia Civil en un plan de Franco, pues se pensaba que
sin el apoyo de dicha institución sería muy difícil el éxito. Al tiempo que se descubría
la falsa neutralidad del jefe del Estado Mayor Central, se planteaba una cuestión que
será clave en todo el proceso conspirativo: la necesidad de contar con la Guardia
Civil. La victoria del Frente Popular supone una reorganización de los mandos más
significativos, con abjeto de frenar e impedir cualquier tipo de acción conspirativa. De
esta manera, Franco es destinado a Canarias, Goded a Baleares (ocupaba la Dirección
General de Aeronáutica) y Mola al mando de la XII Brigada de Infantería y, simultá-
neamente, gobernador militar de Pamplona. Es el día 28 de febrero.
Merece un punto y aparte en nuestro relato, considerar la oportunidad del
destino de Mola a una guarnición como la de Pamplona. A la vista de lo ocurrido
después, no parecen convincentes ninguna de las justificaciones que se buscaron a tal
decisión. No era un secreto para nadie conocer el elevado ambiente patriótico-
religioso que allí se respiraba, en donde no sólo el importante movimiento carlista
tradicional venía conspirando, sino también un grupo de jefes y oficiales destinados
en aquella guarnición. Si los Tenientes Coroneles Rada y Utrilla se dedicaban a
instruir militarmente al, cada vez mayor, contingente de requetés, los capitanes
Vicario, Lastra, Barrera y Moscoso, como miembros más destacados de la U.M.E. no
cesan de conspirar en dicha ciudad y en las de Estella, Logroño, Burgos y San
Sebastián. No es extraño que, de cara a las elecciones de febrero, se reúnan el día 8 de
ese mes en el restaurante Cuevas, al objeto de planificar un acto de rebelión en caso de
victoria del Frente Popular, o que el mismísimo general Varela, el 14 de ese mismo
mes, se traslade a Pamplona y en casa del capitán Barrera dé nuevas normas a Utrilla
en relación con la adquisición de armas e instrucción de los carlistas, según nos relata
Maíz. Si antes del 16 de febrero ya existía(n) una(s) conspiración(es) en Pamplona, a
partir de dicha fecha la(s) misma(s) se intensifica(ron), obrando la llegada de Mola
como un catalizador y aglutinador de aquellas aspiraciones que pretendían acabar con
el régimen.
Tal estado de ánimo en esa población no era nada nuevo, pues, según cuenta
Azaña, ya en agosto de 1931 el ministro de la Gobernación, Miguel Maura, le había
comentado que la Guardia Civil de Navarra es toda carlista, por lo que sería conve-
niente cambiarla. Por los resultados de julio del 36, muy ajustados a lo que vaticinaba
el ministro, es evidente que no se habían tomado las medidas necesarias para des-
montar tamaña contradicción. Una de las versiones que más eco ha tenido, en torno a
la razón del traslado de Mola, era la que pretendía situar al general en el disparadero
de la conspiración, para proceder contra él de igual manera que con Sanjurjo en 1932.
Si ésa era la intención oficial, hay que coincidir en que Mola, con su discrección y
prudencia, no favoreció la posibilidad manifiesta de ser derrotado. Por otra parte, tal

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LA GUARDIA CIVIL EN NAVARRA (18-07-1936)

como reflexiona Romero, el movimiento y traslado de generales no parece tan


disparatado, si tenemos en cuenta que, si las islas no parecían el lugar más apropiado
para conspirar, Navarra no dejaba de ser una región periférica y, en todo caso, el
entendimiento de Mola con el tradicionalismo, en marzo del 36, no se presentaba
como algo fácil de conseguir. Sea como fuese, las autoridades republicanas optaron
por el alejamiento de los posibles conspiradores, antes que decidirse por medidas tan
drásticas como la expulsión o separación del Ejercito, lo que sin duda le hubiese
puesto frente a todo el colectivo militar.
Volvamos al relato cronológico de los hechos. En los primeros días del mes de
marzo,, un grupo de oficiales despide a Mola en el puerto de Ceuta, cuando sale por
última vez de África para incorporarse a su destino en Pamplona. Es en ese momento,
según relata Maíz, cuando se produce un enigmático cruce de palabras entre el general
y el teniente coronel Yagüe, de las que destacan un ya avisaré, en el que se compen-
dian intenciones ya expuestas y comentadas.
Su estancia en Madrid, de paso hacia Navarra, será de lo más movida en el plano
conspirativo, pues mientras el comisario Martín Báguenas, jefe superior de Policía de
Madrid y antiguo colaborador suyo en la Dirección General de Seguridad, le pone al
corriente de la situación política del momento, en esos días aprovecha para reunirse
con el núcleo de generales más proclives a una rebelión militar, entre los que están
Rodriguez del Barrio Varela, Fanjul, Kindelán, Saliquet, Orgaz, Galarza (dirigente de
la U.M.E.), González Carrasco y Villegas. La reunión más importante, según Fusi, se
celebra el día 8 en el domicilio de J. Delgado y Hernández de Tejada, antiguo oficial
de Complemento y muy vinculado a la C.E.D.A., a la que acuden todos los generales
citados y a la que Goded, también comprometido, no puede asistir por haber salido
días antes para su destino en Baleares. Allí, en nombre de una no muy aclarada Junta,
se acuerda la preparación de un movimiento militar, en caso de considerarlo absoluta-
mente necesario, fijándose la fecha del 20 de abril como la más apropiada para la
sublevación. En torno a sus reuniones con Franco, así como el papel que se le asigna a
éste en los planes trazados, no parece que fuese muy clara y definitiva la postura del
mismo, permaneciendo en tal tesitura hasta bien entrada la conspiración de julio.
El día 13, antes de salir para Pamplona, M. Báguenas le pone al corriente de los
últimos datos de interés, relativos a Falange Española, como son la ¿legalización de la
misma y la detención de los dirigentes más importantes. Maíz describe cómo, a través
del comisario, se establecerá un contacto secreto para comunicar con M. Primo de
Rivera y Muñoz Grandes. Esa misma noche, en Casa Marceliano de Pamplona, el
núcleo conspirativo de capitanes se reúne con objeto de establecer la conducta que
seguirán frente al nuevo gobernador militar. No habría ningún problema, pues, dos
días después y según testimonio de Iribarren, la Junta Suprema de la U.M.E. da orden
al capitán Barrera (delegado en Pamplona) para que entre en contacto con el general,
como antes lo habían hecho ya con fascistas y tradicionalistas.
Sobre las nueve de la noche del día 14, llega a la estación de Pamplona el general
Mola, en donde es recibido por una comisión que preside el coronel Solchaga, como
gobernador militar interino y jefe del regimiento America 23, y de la que forman parte
el coronel G. Escámez, también recientemente trasladado de la Legión, y el capitán
Atauri, jefe de la Compañía de Guardias de Asalto. Al general Te acompañan su
ayudante, el comandante Fernández Cordón, su esposa y cuatro hijos. Al día siguien-
te, y como toma de posesión oficial, se celebró un acto en la Comandancia Militar a la
que asiste toda la guarnición. Tras un discurso de bienvenida de Solchaga, y siguiendo
el relato de Maíz, Mola se reúne en privado con aquél y con García Escámez,
poniéndole ambos al corriente de lo que sucede en Pamplona. A las cinco y media de
la tarde, manda llamar y recibe al capitán Lastra, quien le informa de la situación en
que se encuentra el plan de los capitanes. Sí le extrañó, en aquel momento, que no
acudiera a verle alguno de los jefes más destacados del carlismo. Los periódicos de
Pamplona se hacen eco de su llegada, mientras el «HERALDO de MADRID», en su
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GONZALO JAR COUSELO

número del día 12, llamaba la atención sobre la situación en dicha provincia, en los
siguientes términos: Podemos asegurar que Navarra es un foco de reacción y que es
preciso acabar con las organizaciones reaccionarias y con las oraciones antirrepublica-
nas de los curas navarros.
Mola, durante estos primeros días, se iba a dedicar a conocer la situación de su
nueva jefatura y la de los movimientos conspirativos que allí fermentaban, aunque sin
denotar interés o preocupación por los mismos. De ahí que los primeros informes de
la Comisaría de Policía de la ciudad resalten la monotonía e intrascendencia de los
actos del general. Si había sido mandado por el Gobierno a vegetar a Pamplona, las
previsiones parecían cumplirse aparentemente, pero la realidad era bien distinta.
Mientras tanto, el 20 de marzo, Rodríguez-Medel se reincorporaba a la actividad
plena al ser nombrado ayudante de campo del general jefe de la IV Zona (Madrid), F.
Santos Iglesias, ciudad en la que nunca había estado destinado anteriormente.

LA CONSPIRACIÓN
Su propia historia personal, las reuniones de Madrid y el ambiente sedicioso que
le recibe en Pamplona, parecen razones suficientes para que, a partir del mes de abril,
el general Mola termine de convencerse de la inevitabilidad del alzamiento, tal y
como señala Payne. El destino a Navarra se convertía, de esta manera, en uno de los
factores que más decisivamente le impulsaron a planificar su propia estrategia de cara
a la rebelión. Comenzará por estos días un continuo ir y venir de personalidades
comprometidas en la misma, de tal manera que, como no deja de ser extraño, tal
parece que el Gobierno favoreciese con su pasividad los propósitos de los rebeldes.
El 12 de ese mes de abril, Mola se presenta en la Comandancia de Carabineros de
Pamplona al general inspector de dicho Cuerpo, Queipo de LLano, quien se encon-
traba de visita oficial en dicha plaza. Se sabe, por Maíz, que tras un intercambio
suspicaz de preguntas entre ambos generales, debido al republicanismo de Queipo,
ambos qudaron de acuerdo en el diagnóstico de la situación y la necesidad de buscar
soluciones. Aunque Vigón habla de la adhesión clara de Queipo al futuro movimiento
tras esta entrevista, todavía han de pasar algunas fechas más antes de que se concrete
tal colaboración y se sienten las bases de una actuación conjunta. Las trayectorias
personales tan distintas de los dos generales es la causa de ese recelo mutuo, trans-
formado en acuerdo fundamental cuando insisten en que toda acción que se realice ha
de ser exclusivamente militar y libre de cualquier matiz monárquico.
Los incidentes ocurridos con motivo del 14 de abril, muerte del alférez Reyes en
Madrid y graves enfrentamientos con oficiales en Zaragoza, impulsan a Mola a
dirigirse por escrito, y en nombre de la guarnición de Pamplona, al jefe de la VI
División (Burgos), general Lacerda, con el ruego de que hiciese presente al Gobierno
que, para que la oficialidad del Ejército se mantuviese en la más estricta disciplina,
convendría poner coto a las provocaciones de que eran objeto constantemente bajo la
mirada benévola de las autoridades del Frente Popular. Lacerda, cuando recibe esa
misiva, la traslada al auditor militar, por si constituyese materia de sanción disciplina-
ria, más, según testimonia Gil Robles, una vez que fue estudiada y dictaminada, se
consideró que la misma estaba inspirada en altos móviles patrióticos. Por su parte, el
ministro de la Guerra, cuando días después recibe noticia de esa carta, dispone que se
traslade a Pamplona el general Gómez Caminero, a fin de que informe de la situación
y ambiente que reina en tal guarnición.
El malestar y desasosiego que permanece y se detecta en ciertas capas militares,
tras los sucesos del día 14, hace que los núcleos de la U.M.E. de la VI División
presionesn al general Mola sobre la necesidad de tomar decisiones urgentes, dado que
la situación de los generales implicados en la conspiración de Madrid parece más
ecléctica, debido, quizás, a una falta de liderazgo y organización y a la presión
gubernamental que allí era más manifiesta. El enorme despliegue que realiza el

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LA GUARDIA CIVIL EN NAVARRA (18-07-1936)

Gobierno, con ocasión del entierro de Reyes (el día 17), obliga a replantearse planes y
propósitos todavía poco maduros (como dice Vigón, era corriente oir hablar de el día
17 a las 17). La Junta de Madrid envía al general González Carrasco, secretario de la
misma, a entrevistarse con Mola en Pamplona para ofrecerle en nombre del general
Sanjurjo (desterrado en Portugal) la dirección de la conspiración contra la República.
Como describe Fusi, la razón de tal elección venía condicionada por la lejanía de
Franco y Goded y la situación de disponibilidad de otros generales muy significados,
como era el caso de Fanjul, Orgaz o Várela, éstos dos últimos alejados de Madrid
-Orgaz confinado a Canarias y Várela arrestado en Cádiz- tras el fracaso del plan
previsto por los generales, justificado por la enfermedad de Rodríguez del Barrio. De
la Cierva, recogiendo declaraciones del propio González Carrasco, relata el viaje de
éste a Pamplona con el fin de establecer una conexión más estrecha con Mola,
refiriéndose al nombramiento del jefe del Estado Mayor del general Sanjurjo que la
Junta le hace por carta, una vez que Carrasco regresa a Madrid. Sin concretar con
exactitud, tal designación se produce a finales de abril o primeros días de mayo.
Dicho nombramiento, acelerado por una reunión que se celebra en el domicilio
del capitán Moscoso, supone que, a partir de esa fecha (19 de abril), Mola se ponga al
frente de toda la conspiración y se le atribuya la denominación de Director, convir-
tiendo a Pamplona, según Gil Robles, en el eje de la resistencia contra la República,
aun cuando Sanjurjo, jefe indiscutible de toda rebelión militar para Seco Serrano,
demorase el reconocimiento de Mola hasta finales de mayo, momento en que, en
opinión de Romero, se convence de la capacidad de éste.a Fruto de esa responsabilidad
que se le atribuye, el 25 de ese mes Mola elabora la 1 . Instrucción Reservada, en la
que se sientan las bases de la organización del movimiento militar. En ese documento,
como en los posteriores, no se analiza la posiblidad de una guerra civil, pues se
resolvería la situación en el menor tiempo posible; tampoco se concretaban demasia-
do los objetivos principales ni la solución política de repuesto a la República. No
firma todavía como Director, limitándose a trazar un plan basado en la división
militar (Divisiones Orgánicas) y civil (Provincias) quedando sometidos, en todo caso,
los paisanos a los militares. Una copia fue enviada al coronel Galarza, coordinador en
Madrid de la conspiración.
Aun sin alterar su monótona vida de capital de provincias, Mola intenta conocer
los propósitos de los carlistas, con los que hasta el momento no ha podido establecer
ningún tipo de contacto, salvo algún intercambio poco trascendental que se lleva a
cabo con ocasión de una manifestación en defensa de la permanencia de la Diputación
Foral. El capitán Barrera, destinado en el Regimiento de Zapadores y delegado de la
U.M.E. en Pamplona, le servirá para esos fines, convirtiéndose en uno de sus hombres
de confianza. En cuanto a su relación con los falangistas, cuyo jefe en Pamplona era el
comandante retirado de Caballería J. Moreno, se atribuyó la responsabilidad principal
de la misma al capitán Vicario, también afiliado al movimiento fascista. No hay que
olvidar que, a causa de su paso por la Dirección General de Seguridad, Mola era
considerado como un liberal por muchos conservadores, lo que provocaba ciertos
recelos en torno a sus intenciones finales; sin embargo, era evidente que dicho general
no tenía ningún tipo de simpatía por un régimen que le había tratado tan severamente.
El mes de abril termina con unos cambios de destino de mandos de la Guardia
Civil que conviene, de cara al desarrollo posterior de los acontecimientos, no pasar
por alto. Con fecha 28 de abril se recogen traslados de tenientes coroneles entre los
que llama la atención: Muga Díez, como jefe de la Comandancia de Soria, procedente
de la de Navarra y Torres Rigal, como jefe de esta última Comandancia, procedente
del mando de la de Álava. Para Aguado, que sitúa tal traslado en los primeros días de
junio, la decisión de cesarlo tenía mucho que ver con los informes que sobre su
actuación profesional había emitido el gobernador civil, Menor Poblador, quien
repetidamente se había quejado de la falta de información que le proporcionaba la
Guardia Civil, así como que sospechaba de la connivencia e incluso actividad conspi-
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GONZALO JAR COUSELO

rativa de muchos de los miembros allí destinados. No deben ir muy desencaminados


los que interpretan estos movimientos de personal en relación con la situación tan
peculiar de Navarra, toda vez que, dos días después, el propio ministro de la
Gobernación -Casares Quiroga- que los había nombrado, deja sin efecto el destino a
Navarra del teniente coronel Torres, debiendo continuar como jefe de la Comandan-
cia de Álava, dejando sn cubrir una vacante de tanta trascendencia hasta el día en que
se incorpore Rodríguez-Medel. Ejercerá el mando interino de la misma, mientras
tanto, el comandante Espinosa Ortíz quien, a tenor de su propia peripecia personal,
tampoco debió de satisfacer los intereses gubernamentales. En cuanto al traslado de
Muga, hay que señalar que, con anterioridad a entrar en contacto personal con Mola,
ya había solicitado su traslado voluntario a Soria, debiendo entender su paso por
Navarra orno una situación de espera hasta su pase definitivo a aquella ciudad
castellana; en ese sentido, tampoco se debe dar demasiada trascendencia al papel que
dicho jefe pudo jugar en los preparativos del alzamiento que, de ser así, le hubiese
supuesto un destino muchos menos apetecible que el que se le había asignado.
La primera mitad del mes de mayo transcurre con toda normalidad en Pamplona,
donde la gran mayoría de la guarnición se apresta a seguir los pasos de su comandante
militar. No sólo los miembros del ejército de Tierra, sino también los guardias de
asalto cuyo jefe, el capitán Atauri, se encarga de neutralizar el posible izquierdismo de
la institución, así como los guardias civiles, cuyo(s) jefe(s) y oficial(es) están al tanto
de los planes de Mola, a quien interesa especialmente la confianza del Cuerpo en
orden a conseguir seguridad y facilidades para sus movimientos y reuniones conspira-
tivas. El importante papel que Mola atribuía a la Guarcia Civil en sus planes convirtió
en prioritarios los contactos con el general Cabanellas, en quien, por haber sido
inspector general de la Benemérita, depositó su confianza para que fuese capaz de
lograr su adhesión.
Como ya se ha dicho anteriormente, a mediados de mes llega a Pamplona el
general G. Caminero quien, con el pretexto de desarrollar unas conferencias dirigidas
a la tropa, trata de conocer los planes de Mola y poder informar al Gobierno que lo
había enviado allí. La reunión entre ambos, con la presencia de García Escámez, se
celebra en el hotel La Perla (propiedad de J. Moreno, comandante retirado y jefe
provincial de la falange en Navarra), llegando a alcanzar elevadas cotas de tensión
debido a las profundas discrepancias que, ante la situación del país, aportan en sus
diagnósticos; el resultado de la visita se traduce, a su regreso a Madrid, en la
elaboración de un detallado informe en el que, siguiendo a Gil Robles, se considera
imprescindible relevar a Mola, porque la guarnición de Pamplona demasiado numero-
sa, influida por él, podía constituir peligro. Todos los autores están de acuerdo en
señalar que un informe como el citado, en el que se califica la conduta de Mola como
de muy sospechosa, pudo haber sido pretexto para haber apartado al general de una
Pamplona que cada día que pasaba hervía más en sus fervores de rebelión.
De la Cierva afirma que, a pesar de todas las estratagemas que utilizaba Mola
para pasar inadvertido, como era acudir diariamente al Café Kutz, el más importante
de la ciudad, las autoridades republicanas no podían ignorar toda la actividad que en
torno a la conspiración venía realizando. No cabía pretextar el destino de Navarra
como un destierro, pues se estaba convirtiendo en todo lo contrario. Iribarren recoge
cómo, durante los días que restan para finalizar mayo, visita Pamplona el teniente
coronel Seguí, con el encargo de ofrecer la adhesión de las guarniciones africanas, en
especial de la Legión que manda el teniente coronel Yagüe. Mientras tanto, el día 23,
Rodríguez-Medel cesa en su cargo de ayudante del general Santiago quien, tras haber
sido nombrado para el mando de la II Zona, pasará a la situación de primera reserva el
19 de junio de ese mismo año. Como queda disponible por excedencia y agregado a la
Comandancia de Madrid, el día 27 de marzo es destinado a la Plana Mayor de la 2. a
Comandancia del 4.° Tercio (Madrid).
El día 25, Mola dicta la 2. a Instrucción Reservada en la que desarrolla una idea

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descentralizadora del alzamiento, en virtud de la dificultad para conseguir un rápido


triunfo en Madrid. Se trataba de dominar la situación en la periferia y converger sobre
la capital, viendo con preocupación no sólo lo que podía suceder en Madrid, sino lo
de Barcelona, en donde faltaban apoyos suficientes y donde la actuación de la Guardia
Civil se decidiría seguramente en favor del Gobierno. Rumores de sublevación en
Valencia, y el temor a que se frustren los planes previstos, obligan a establecer
urgentes contactos para unificar esfuerzos entre los dirigentes más significados,
jugando un papel decisivo Raimundo García (a) Garcilaso, diputado y director del
Diario de Navarra, sirviendo más adelante de enlace entre Mola y los respresentantes
carlistas. Cuando finaliza el mes de mayo, Mola, que sigue informado al detalle de
todo lo que ocurre en Madrid gracias al comisario M. Báguenas, ya tenía trazado y
planificado lo esencial del movimiento militar, quedando pendientes de atar algunos
cabos sueltos que, en el caso de los tradicionalistas, le llevarán hasta las puertas de la
rebelión.

EL ENCUENTRO
Junio va a ser un mes extraordinariamente movido en la tranquila ciudad de
Pamplona donde, el día 1, una nueva visita de Queipo de Llano favorece una primera
entrevista con Mola en el casino militar, aprovechando el pretexto de una conferencia
que pronunciaba el coronel Monasterio de Zaragoza, también implicado en la conspi-
ración. Al día siguiente, y con objeto de no llamar la atención, se vuelve a reunir,
ahora en la fonda Otamendi de Irurzun (se convertirá en uno de los lugares habituales
de conspiración), al objeto de concretar detalles; tras analizar la negativa situación de
Barcelona, guarnición que había visitado recientemente Queipo, se piensa que, a pesar
de los esfuerzos que realiza el comandante de la Guardia Civil Recas Marcos, no va a
ser posible contar con la colaboración del Instituto. Si hacemos caso a Romero, estas
entrevistas con Queipo sirvieron a Mola para aparcar los recelos que el supuesto
republicanismo del general Cabanellas (jefe de la División de Zaragoza), le impedía
establecer contactos tendentes a conseguir su concurso en la rebelión. De ahí que,
gracias a la intermediación de Queipo, se conseguiría no sólo su apoyo personal y de
un gran número de subordinados ya comprometidos, sino, y era muy importante de
cara a la incorporación de los carlistas, poder contar con abastecimientos suficientes
de fusiles y cartuchería, material del que carecía la guarnición de Pamplona. El análisis
de la situación en la capital catalana será ratificado por los capitanes López Várela y
Lizcano de la Rosa, con quienes se entrevista Mola en las cercanías de Nagore, sobre
la carretera de Aoiz.
Un momento de verdadero apuro para los conspiradores lo constituyó la visita a
Pamplona del director general de Seguridad, Alonso Mallol. Sobre la misma se ha
vertido mucha literatura; sin embargo, una versión en la que coinciden casi todos los
estudiosos sería que, con el pretexto oficial de organizar un plan de vigilancia de la
frontera en evitación de entradas ilegales de armas, el Gobierno trataba de conocer
sobre el terreno la situación, así como el papel que desempeñaba Mola en los planes
que, sobre conspiraciones contra la República, se le venía atribuyendo. Si, como
parece, ésa era la idea básica de la visita, la misma sería un rotundo fracaso por culpa
del aviso que, el día anterior desde Madrid, le traslada a Mola su fiel amigo M.
Báguenas. En la mañana del día 3 llega a la ciudad con un espectacular convoy de
vehículos y hombres (mayoritariamente policías y guardias de asalto) dando comien-
zo a numerosos registros de locales y personas, con el flaco resultado de la única
detención en la persona del teniente coronel Utrilla, activo jefe de los requetés a los
que se seguía proporcionando instrucción militar, y la incautación de tres pistolas.
A continuación, y cuando se encontraba en el Gobierno Civil, recibió la visita
protocolaria del general Mola, quien quiso adelantarse a la posibilidad de que, aquél,
pudiese trasladarse a la Comandancia Militar. Aunque de la entrevista entre ambos no
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pudo deducir A. Mallol nada que comprometiese a Mola, sí que regresó a Madrid con
la convicción de que sería conveniente establecer algún tipo de medidas que sirviesen
de freno, o al menos de control, a las actividades clandestinas del general. Según
Aguado, esta visita y el posterior informe de la misma fueron la causa principal que
motivaron los cambios en los mandos de la Comandancia de la Guardia Civil de
Navarra, decisiones que, como se ha visto, fueron tomadas con bastante anterioridad
a estos hechos, reduciéndose exclusivamente al traslado del jefe de la Comandancia;
sin embargo, sí se puede aceptar que fuesen esos los motivos que impulsaron a las
autoridades gubernamentales a enviar urgentemente a Rodríguez-Medel como jefe de
la Comandancia.
Ese mismo día 3, tras el regreso de A. Mallol a Madrid, el general Mola se
entrevista con el jefe de los tradicionalistas alaveses, Sr. Oriol, en el alto de Azpiroz,
lo que supone el primer contacto personal de aquél con el movimiento carlista. Llama
la atención este distanciamiento inicial y, en ese sentido, no deja de sorprender que tal
encuentro se produzca en fecha ya tan avanzada y además con un dirigente alavés y no
con alguno de la ejecutiva navarra. El Gobierno parecía seguir inerme frente al cada
día más preocupante movimiento rebelde y, en lugar de adoptar drásticas medidas
relativas a los más señalados mandos militares de la conspiración, se comportaba con
una tímida política de traslados a guarniciones que consideraba menos peligrosas.
Fruto de este planteamiento, y como consecuencia más importante de los informes
del director general de Seguridad, es el destino de Rodríguez-Medel a Pamplona.
Tal nombramiento, firmado el día 6 de junio y recogido en la Gaceta núm. 161,
con otros de coroneles y tenientes coroneles, figura como una resolución del presi-
dente de la República y no del ministro de la Gobernación como era habitual, por la
que se le confiere el mando de la Comandancia de Navarra, de primer jefe, en plaza de
superior categoría, siendo necesario para ello que renunciase a la licencia de dos meses
que tenía concedida y, además, que se incorporase con urgencia a tal destino, razón
por la que llega a Pamplona y toma posesión de su cargo antes de que fuese firmado y
publicado oficialmente su nombramiento. Algunos autores vinculados al bando rebel-
de llegaron a atribuir una estrecha relación personal entre el presidente y Rodríguez-
Medel, asignándole a este último un sentimiento de afección inequívoca a la República
o intenciones de republicanizar a la Guardia Civil de Navarra, En esta última
dirección Aguado no duda en establecer, sin que aporte razones que avalen tal
aseveración, una relación de amistad personal con Azaña, de quien habría recibido
instrucciones, así como con el presidente del Gobierno, Casares Quiroga. De los
investigado en torno a sus relaciones personales con líderes políticos únicamente
consta un especial trato a nivel familiar, debido a un común origen en la zona de
Siruela (Badajoz), con Salazar Alonso, ministro de la Gobernación en 1934 -dirigió el
ministerio durante la revolución de octubre y fue posteriormente asesinado en Ma-
drid en agosto de 1936-, poco sospechoso, por tanto, de haber podido servir de apoyo
en la promoción personal que el nuevo destino suponía.
Lo que parece indudable es que, por obvias consideraciones de objetividad
histórica, la fidelidad de Rodríguez-Medel hacia la causa gubernamental estaba por
encima de cualquier aspecto que presentase connotaciones o matices de partidismo
político, evidencia que se pondrá de manifiesto a la hora de despedirse de su familia
que permanecía en Madrid, cuando le hace ver lo delicado de su misión en Pamplona
y los riesgos que puede acarrearle la misma. Idéntica preocupación, aunque por
razones bien distintas, encerrará para Mola y los carlistas la decisión de ese nuevo
destino, toda vez que se va a convertir en el más importante escollo que habrán de
salvar los conspiradores en Navarra. Hasta entonces, y según relata Maíz, no le había
preocupado nunca en exceso la labor del gobernador civil y sí le extrañaba la
pasividad de los miembros de la policía de Pamplona, al no percatarse de todos los
movimientos y reuniones que hasta entonces se habían llevado a cabo, razón por la
que, a partir de este momento, Mola volverá sobre sus comentarios negativos en torno

288 [8]
LA GUARDIA CIVIL EN NAVARRA (18-07-1936)

a su destino allí e insistirá en sus deseos de ser trasladado a una ciudad con mar como,
por ejemplo, La Coruña.
Aunque muchos autores vinculados al alzamiento militar señalan que el primer
enfrentamiento de Rodríguez-Medel con Mola se produjo al reprenderle éste por no
haber efectuado la presentación reglamentaria en la Comandancia Militar cuando el 4
de junio llega a Pamplona, en contraposición con la rapidez con que presuntamente
envió un saluda a la Casa del Pueblo, el gobernador militar, en un principio, tratará de
atraerlo hacia sus posiciones ideológicas, utilizando para ello las gestiones que García
Escámez realizará cerca del comandante 2.° jefe de la Comandancia de la Guardia
Civil, Espinosa Ortíz, con quien mantenía relaciones muy cordiales. Sin embargo, la
respuesta a estos contactos descubiertos días más tarde, provocará a principios de
julio, por un lado, el traslado de Espinosa a Barcelona, como ayudante de campo a
del
general Aranguren, en tanto García Escámez sería destituido como jefe de la 4. media
Brigada de Montaña, lo que no dejará de ser un serio traspiés para los planes de Mola.
Respecto a la conducta posterior de Espinosa, no está tan claro que estuviese implica-
do de forma tan directa en la conspiración como a primera vista dejan entrever
muchos historiadores.
Este distanciamiento incial entre Mola y Rodríguez-Medel, evidencia una toma
de postura clara y antitética de ambos personajes, lo que obliga al primero de ellos a
tener que elegir, a partir de entonces, fugares de reunión en sitios donde no hubiese
cuartel de la Guardia Civil o que estuviesen suficientemente alejados de los mismos,
toda vez que desconfiaba de que el nuevo jefe de la Comandancia hubiese ordenado a
sus hombres vigilar y seguir los pasos de los sospechosos de conspirar. A pesar de este
importante contratiempo, Mola sigue adelante en la preparación de la rebelión -el 6
de junio aparece el importante documento El Directorio y su obra inicial en que se
definen los principios inspiradores del movimiento y las medidas necesarias para crear
un Estado (republicano) fuerte y disciplinado- con sus entrevistas en pos de conseguir
el mayor número de apoyos posibles. Así, y tras haber tenido que aplazar la prevista
para el pasado día 3, se celebra la entrevista Mola-Cabanellas (sería, de los que ocupan
el cargo de jefe de División, el único que se sumará al alzamiento), en Murillo de las
Limas, a 10 kms. de Tudela, en la carretera que une Pamplona y Zaragoza. Las
gestiones que cerca de Cabanellas habían llevado a cabo Queipo y Monasterio
hicieron que se pudiese contar con su colaboración, no sólo para formar una columna
que desde Zaragoza se dirigiese sobre Madrid con eje en Guadalajara, sino que,
también, se comprometía a suministrar abundantes armas y municiones para la
guarnición de Pamplona.
En los días siguientes se suceden los contactos con representantes de la Falange,
en especial R. Garcerán y Sáenz de Heredia, enviados de José Antonio, de los
monárquicos y, por vez primera, con un representante carlista de Navarra en la
persona de Zamanillo. El 11 de junio, festividad del Corpus, se produce un nuevo
encuentro Mola-Kindelán (general jefe de Aeronáutica) en el alto de Ologáin, próxi-
mo a Lecumberri, aprovechando su estancia en San Sebastián (Maíz habla de otra
entrevista entre ambos, una semana antes, en las dependencias del Gobierno Militar
de Pamplona). Además de conocer el ambiente y las intenciones de la Aviación, se
acuerda llevar a cabo labores de propaganda entre los aviadores y, según Iribarren,
neutralizando a los adictos al gobierno poder poner a disposición de los conspiradores
todos los medios de enlace y transmisión. Como anécdota de esta reunión señalar que,
durante la misma, se oyeron unas detonaciones que les hizo ponerse alerta, hasta que
comprobaron que eran debidas a los cohetes que celebraban la festividad del día.
Dos días más tarde, llegan de Barcelona Jorge Dezcállar el Mallorquín, enlace de
la Junta Militar de Cataluña, a quien envía López Várela, y los comandantes Marzo
Pellicer, de Asalto, y Recas Marcos, de la Guardia Civil. Este último insiste en el
escaso entusiasmo que muestran los miembros del Cuerpo por la sublevación, espe-
rando que se produzcan resultados más optimistas, tras una importante reunión que
[9] 289
GONZALO JAR COUSELQ

está convocada en Argentona para el día 27 de ese mismo mes. El resultado de las
últimas entrevistas hace que Mola, en un nuevo informe, muestre su preocupación, ya
que todavía no veo suficiente entusiasmo en la conspiración. A mediados de ese mes de
junio, y procedente de la tesorería de la CEDA en Madrid, llegan 500.000 ptas para
uso y disposición personal de Mola. Por la versión de Maíz, se puede saber que, en un
principio, el general rechazaba tal cantidad al no conocer su verdadera procedencia (se
habló de que habían sido remitidas por Gil Robles, a través de un personaje secreto) y
cuyo destino se justificó debidamente con posterioridad.
Por esas mismas fechas, comienzan a tener lugar reuniones más o menos clandes-
tinas de los conspiradores en un recinto que logrará un protagonismo de gran
relevancia dentro de los planes de la conspiración: el antiguo monasterio de Irache y
los escolapios que, con su colaboración, facilitaban múltiples contactos de los rebel-
des. Así, y si hacemos caso a Gil Robles, el día 15 se produce un encuentro de Mola
con los jefes de las guarniciones de Pamplona, Logroño, Vitoria y San Sebastián; al
tener conocimiento de la misma el alcalde de Estella, el nacionalista F. Aguirre, aposta
guardias a la salida del recinto y, cuando se percata de la personalidad de los reunidos,
da cuenta de lo ocurrido al gobernador civil quien, puesto al habla con Casares
Quiroga, le transmite la noticia, a lo que éste se limita a responder: Que se retire
inmediatamente la guardia. El general Mola es un republicano Leal, que merece, por lo
tanto, respeto de las autoridades. Al día siguiente y, en el mismo lugar, se produce la
entrevista entre Mola y el dirigente tradicionalista Fal Conde, terminando la misma
sin acuerdo entre ambos, aunque no se llega tampoco a una ruptura de las conversa-
ciones. Lo que sí hará Mola es entrar en contacto con el periodista Raimundo García
(a) Garcilaso, quien desempeña un papel muy destacado en los contactos con los
carlistas.
La frecuencia de las entrevistas, y un rumor de atentado, obligan a organizar un
servicio de seguridad; el día 18 visita Logroño y, el 19, se entrevista en la fonda
Otamendi con González Carrasco, acordando que sea éste quien se haga cargo de la
sublevación en Barcelona. Este encuentro sí fue recogido en el parte informativo de
novedades de la Comandancia de la Guardia Civil de Pamplona, luego de habérselo
participado el Puesto de aquella localidad.
La 3. a Instrucción Reservada (20 de junio) respira preocupación en todo su
contenido, acerca de la postura tibia e indecisa que nota en muchos de sus compañe-
ros de armas, llegando a amenazar directamente a los que no se unan activamente a la
rebelión. Para Maíz, era el resultado de un análisis personal basado en la sensación de
la inminencia de un golpe izquierdista, así como en la vaguedad, vacilación y coquete-
ría política de Franco, postura la de este último general que llenaba de indignación al
grupo de Pamplona que, en privado, lo apodaban Miss Canarias 1936, según declara-
ba en 1958 Iribarren en una entrevista que le hizo S. G. Payne. Tal era la frecuencia e
intensidad de los contactos que se llevaban a cabo en toda Navarra, y en Pamplona en
particular, que el propio Mola se extrañaba de la pasividad que ante las mismas
adoptaban las autoridades gubernativas. Aunque solía frecuentar espectáculos y esta-
blecimientos públicos (en especial el Café Kutz), la mayor parte de las reuniones
sobre la conspiración se realizaban en el domicilio de su enlace Javier Aguado, en la
Avda. Carlos III núm. 20. Allí, el día 21, se vuelve a entrevistar con Cabanellas y
otros generales, planteando el ex-director del Instituto, tras los contactos que tal
condición le permitió llevar a cabo, la posición francamente adversa de la gran
mayoría de los altos mandos de la Guardia Civil respecto a los planes del Director.
El 23 de junio se hace cargo del mando de la VI División Orgánica (Bureos), a la
que pertenece Navarra, el general Domingo Batet (el nombramiento lleva fecha del
día 13 de ese mes), que tan destacada actuación había tenido al sofocar los graves
sucesos revolucionarios ocurridos en Barcelona en 1934. Venía a sustituir al general
Lacerda, considerado por el Gobierno poco resuelto a terminar con los movimientos
conspirativos de mucnas de las Unidades a sus órdenes, y a poner orden en las

290 [10]
LA GUARDIA CIVIL EN NAVARRA (18-07-1936)

guarniciones de la División lo que, evidentemente, confiere a Batet una cierta posición


pro-gubernamental, como quedará patente en su comportamiento posterior y que,
como sostiene Maíz, su nombramiento implicaba el compromiso de que ejercía de
vigilante de Mola y, en su caso, de su destitución. Tan clara definición es señalada por
Aguado al referirse, sin ningún tipo de argumentación que lo avale, a inmediatos
contactos entre el nuevo general y Rodríguez-Medel. Ese mismo día, en el puerto
navarro de San Miguelcho, se lleva a cabo una nueva entrevista entre Mola y Queipo
de Llano, recién llegado éste de un viaje por Andalucía y con abundante información
de las distintas guarniciones que ha visitado; tras el lógico intercambio de novedades,
queda establecido que Queipo se encargue de la dirección del movimiento en Sevilla
en los primeros momentos de la rebelión, tratando de hacerse, posteriormente, con el
control del resto de la región andaluza.
Al día siguiente llega a Pamplona, procedente de la base de Cuatro Vientos, el
Capitán Huarte Mendicoa con noticias tanto de la situación particular de la Aviación
como de la general de Madrid. Ese mismo día, Mola envía instrucciones concretas a
Yagüe -Directiva para Marruecos- sobre cómo y cuándo se ha de realizar el paso del
estrecho de Gibraltar y los apoyos que había de recibir por parte de la escuadra.
Aunque se habían remitido órdenes en las que se fijaba la fecha del 30 de ese mes para
llevar a cabo el alzamiento, los numerosos problemas que surgen obligan a sucesivos
aplazamientos. El día 25, nuevamente en casa de Aguado, se encuentran Mola y
Kindelán con objeto ya de concretar asuntos de gran interés para el éxito inicial; sin
embargo, al no poder atar todos los cabos que todavía quedan sueltos, deciden
entrevistarse al día siguiente en la casa donostiarra de éste. Hay que hacer notar cómo
en los últimos días, consecuencia quizá de la llegada de Rodríguez-Medel, se hacían
más difíciles las visitas de conspiradores a Pamplona, al haber instalado los Puestos de
la Guardia Civil del extrarradio de la capital controles de entrada y salida de la misma,
especialmente el situado en el kilómetro 9 de la principal carretera de la provincia.
Tanto habían aumentado dichas medidas que, según cuenta Maíz, los generales
Saliquet y Várela tuvieron que cruzar a pie un finca, al objeto de no ser descubiertos
por uno de esos controles.
El mes de junio va a finalizar sin grandes sobresaltos -días antes habían llegado a
la penitenciaría de Pamplona cinco oficiales implicados en los incidentes de Alcalá a
los que, según Vigón, se les dispensa un cálido recibimiento, como si el Gobierno no
encontrase mejor destino para unos militares acusados de intento de rebelión-, a no
ser por el rumor que el día 29 circula por toda Navarra, referido al hecho de que el
Consejo de Ministros había decidido la creación de una Comisión Gestora, en
sustitución de la tradicional Diputación Foral de Navarra, problema que se venía
arrastrando desde las elecciones de febrero, y que llevó a que, el 10 de marzo, un
grupo de izquierdistas tratara de asaltar el palacio provincial, en tanto el propio
Gobierno Civil trataba de forzar la dimisión de los parlamentarios forales que al no
aceptarlo obligaba a autilizar la vía parlamentaria. Como señala Vigón, aun cuando tal
medida no pudiera realizarse legalmente de forma tan urgente, el Consejo Foral
resuelve la adopción de medidas de desobediencia civil, al tiempo que trata de
organizar una multitudinaria manisfestación de protesta incluso con acciones agresivas
que podían surgir de concurrentes que acudieran con armas. En esa línea de repulsa,
Payne descubre el ofrecimiento a Mola, por parte de tres dirigentes carlistas, entre los
que está Baleztena, del apoyo de siete mil carlistas, si es capaz de evitar tal medida
contra Navarra, respondiendo aquél que no está dispuesto a mantener privilegios de
Navarra frente a intereses nacionales superiores. Queda claro, pues, a estas alturas el
todavía distanciamiento entre Mola y los tradicionalistas, lo que no le impide pensar
en que su apoyo no ha de faltar cuando sea necesario, razón por la que, ese mismo día
y otra vez en San Miguelcho (proximidades de Lecumberri), se entrevista con J. L.
Oriol, a fin de encontrar una salida a la falta de comunicación que, tras el fracasado
encuentro de Irache, persiste con el movimiento tradicionalista.
La situación anteriormente descrita preocupa al Gobierno y, durante toda la

[11] 291
GONZALO JAR COUSELQ

mañana, tanto Esplá, en la Subsecretaría de la Gobernación, como Batet, en Burgos,


estuvieron muy pendientes de las noticias que desde Pamplona transmitía la emisora
de la Comandancia de la Guardia Civil. El movido 29 de junio finaliza on el regreso
de Baleares del enlace J. A. Bravo, encargado de transmitir los planes previstos por
Mola al general Goded, así como con la llegada de noticias que trasladan el apoyo
ilimitado de Primo de Rivera al golpe militar.

EL MES DE JULIO
El problema de la colaboración carlista se hará patente en el nuevo informe
reservado que elabora Mola el día primero de ese mes, en el que se vierten referencias
bastante negativas sobre la conveniencia de contar con el apoyo de aquéllos (también
con el de los falangistas), toda vez que para los militares carecen de importancia los
conflictos forales a los que son tan sensibles los tradicionalistas navarros. A pesar de
todo, y aunque tardarán varios días en producirse, se considera oportuno establecer
contactos con la ejecutiva de ese movimiento, con el fin de poder aunar esfuerzos. De
la lectura del documento se desprende un claro pesimismo en torno al resultado final
del plan trazado, debido a la premura de tiempo y a la falta de compromisos
definitivos, a lo que une un cierto temor a ser arrestado por las autoridades guberna-
mentales, a las que supone al tanto de sus actividades. Si se hace caso a Payne, Mola
llegó a presentar una petición oficial de retiro del Ejército, decisión que reconsideró
tras recibir mejores noticias de las distintas guarniciones, así como el apoyo de los más
incondicionales seguidores, suponiendo dicho autor que, entre ellos, no sería el
menos importante el que contenía el compromiso terminante de Franco. A pesar de
estas oscilaciones anímicas del Director, lo indudable era que la dinámica de la
rebelión, una vez llevada a ese punto, resultaba ya muy difícil de detener. Eran
muchos los compromisos por lo que, en las fechas en que se encontraba, obligaba a
multiplicar los contactos y entrevistas entre los implicados, utilizando el sistema de
enlace y comunicaciones que hasta entonces venía funcionando.
En este sentido, en la madrugada del 1 de julio se entrevistará por última vez, en
el Km. 60 de la carretera de Soria, con el comisario M. Báguenas, quien le informa
detalladamente de la situación política-social del país y de Madrid en concreto. No le
volvería a ver, al morir fusilado en agosto de ese año, tras los sucesos que provocaron
el incendio de la cárcel Modelo de Madrid, lugar en el que se encontraba detenido
desde que se había iniciado el levantamiento militar. El mismo día a media mañana
recibe al teniente coronel Seguí, destinado en Melilla y enlace principal de Yagüe y de
toda la conjura en el Protectorado, quien va a regresar al continente africano con las
últimas y definitivas instrucciones para todas las guarniciones de aquel territorio. Por
la tarde, luego de trasladarse a Zaragoza secretamente, celebra la última entrevista
personal con Cabanellas antes del alzamiento, aprovechando la asistencia de ambos a
una corrida de toros que se celebra en dicha ciudad. Para esas fechas estaba previsto
un segundo encuentro entre Mola y Fal Conde, esta vez en Echauri, en casa del
dirigente carlista E. Ezcurra. Debido a ciertas dificultades que se le presentaban a éste
para cruzar la frontera, no es posible su asistencia y le sustituyó Zamanillo, a la sazón
jefe nacional de los Requetés. Sea como fuere, tampoco en esta ocasión se llega a algún
tipo de acuerdo y la reunión se salda con otro fracaso.
Especial trascendencia va a tener la primera visita que efectúa a Pamplona el
general Batet, durante el día 4 y la mañana del 5, pues el objeto de la misma no es otro
que el de acabar con el ambiente enrarecido de los cuartos de banderas. Vigón relata
cómo el jefe de la División, en su discurso al personal de la guarnición, les exhorta a
no acatar más órdenes que las suyas, respondiéndole Mola que la actitud de preocupa-
ción y descontento no es exclusiva de Pamplona. Sin embargo, siguiendo el detallado
relato de Maíz, el enfrentamiento más violento se producirá en el Hotel La Perla, ya
que Batet comentó las informaciones tan desfavorables e incluso subversivas de esa

292 [12]
LA GUARDIA CIVIL EN NAVARRA (18-07-1936)

guarnición que le había facilitado su antecesor, Lacerda, y el inspector del Ejército,


Gómez Caminero, que era necesario reconducir la situación, a fin de evitar la
aparición de brotes de indisciplina entre la oficialidad joven; al parecer, Mola, preso
de una gran excitación ante lo que está oyendo, llega a coger a su superior jerárquico
por las solapas.
Aunque tenía pensado regresar a Burgos, almorzó con sus ayudantes en dicho
hotel y se retiró a una habitación a descansar, tiempo que aprovecharon aquellos para
tomar un café en la terraza del café Iruña y regresar, a las 18'30 h., en busca de su
general con el que se trasladaron, sobre las 19 h., a la terraza del Torino. No es extraño
que detalle Maíz con tanta precisión los movimientos de Batet y sus ayudantes, pues
Mola había dispuesto que un oficial siguiese todos sus pasos y le informase debida-
mente de los mismos, el cual le participa que, a las 21'30 h., el general había recibido
en su habitación del hotel al comandante de la Guardia Civil Rodríguez-Medel, a
quien acompañaba un señor desconocido, permaneciendo reunidos por espacio de
treinta minutos. Desde su llegada a Pamplona el jefe de la Benemérita había fijado su
residencia en ese hotel; Batet y sus acompañantes, tras pernoctar en dicho estableci-
miento, a las 9 horas del día siguiente, tomaron el camino de retorno hacia Burgos,
dejando en Mola y sus colaboradores un mar de dudas y preocupaciones por todo lo
que había sucedido.
El mismo día, y en una entrevista que se celebra en la Comandancia Militar, Mola
conoce personalmente al Conde de Rodezno, con el que acuerda enviar enlaces a San
Juan de Luz para entrevistarse con la Junta Carlista. No entran en detalles concretos
de la negociación, aunque sí expone el general su idea de encuadrar 50 carlistas en cada
compañía militar, oponiéndose a la pretensión del Requeté de formar una unidad
independiente y utilizar la bandera bicolor. Jornada tan turbulenta se completa con la
llegada a Pamplona del capitán Imaz, destinado en el Tercio de la Legión y enlace de
Yagüe, con un mensaje de que, según Payne, éste le notifica que todo está dispuesto y
espera órdenes. Cuando Mola trata de devolverle instrucciones concretas -todo prepa-
rado para el día 10-, es detenido uno de los enlaces, un falangista de Toledo, lo que
obliga a posponer el levantamiento para el día 15. La necesidad de asegurar adecuada-
mente todas las adhesiones previstas retrasará, todavía más, el inicio de la conspira-
ción.
El comienzo de las tradicionales fiestas de San Fermín, con el aluvión de
forasteros que llegan a Pamplona, dará cobertura muy efectiva a todos los implicados
en la rebelión que aprovecharán la ocasión para tratar de ultimar los postreros detalles
del plan. Como dice Vigón, el ritmo de entrevistas y comunicaciones fue frenético y no
era extraña la coincidencia en la plaza de toros, en palcos separados por una simple
barandilla, de los generales Benito (jefe de la guarnición de Huesca), Fanjul y el
capitán R. Mola, por un lado, y, por otro, el gobernador civil y el comandante de la
Benemérita, acompañados de un odontólogo de Zaragoza, Sarria, concejal izquierdis-
ta en el ayuntamiento de su ciudad. Además de las que facilitan los ya citados, Mola
recibe noticias de Madrid a través de su enlace Carlos Miralles y se entrevista con el
capitán Garicano, de la guarniión de La Coruña, quien llega con la intención de
concretar los últimos detalles del levantamiento en Galicia; cuando regrese hacia su
destino llevará una orden taxativa: el 19 a las 6 horas. Otras entrevistas las realiza con
Kindelán, a quien transmite mensajes que debe hacer llegar a muchos de los generales
implicados, y con el también general González de Lara, destinado en la 11 Brigada de
Infantería de Burgos y con el que trata la forma de descabezar el mando de la
División, para lo que es imprescindible neutralizar al jefe de la misma, el general
Batet. La mayoría de la guarnición burgalesa era claramente favorable a la subleva-
ción, gracias al importante trabajo que desarrollaban el coronel Aizpuro Martín-
Pinillos, jefe del estado mayor de la Divisón, y el coronel Gistau, jefe del regimiento
de Infantería; además, allí residía el general retirado Dávila Arroyo que, una vez
incorporado el levantamiento, desempeñaría un papel determinante en el bando
rebelde.

[13] 293
GONZALO JAR COUSELO

Las ya de por sí difíciles relaciones con los carlistas se agriarán, todavía más, a
consecuencia de un intercambio de cartas que se produce entre Mola y Fal Conde.
Este, el día 6, le participa al general que a través de enlaces de la CEDA (se habla
incluso del propio Gil Robles) se le había hecho saber que el verdadero golpe sería
encabezado por los generales Cabanellas y Queipo de Llano, con fines distintos a los
que él le había indicado, entre otros el de establecer una dictadura republicana,
poniendo el poder en manos de dirigentes y partidos moderados. Mola le responderá,
al día siguiente, que el que está detrás de todo es el Ejército en bloque sin ningún tipo
de compromiso político o personal. Insatisfecho con esta contestación, Fal Conde le
envía una nueva misiva, el 8 de julio, en la que llega a exigirle el establecimiento de una
Monarquía Corporativa y Católica, lo que provoca en Mola enorme irritación y, en
otra carta, declara rotas cualquier tipo de negociaciones que pudieran establecerse con
los carlistas.
Para tratar de encontrar una salida a esta incompatibilidad, de carácter personal
básicamente, llega a Pamplona el día 9 procedente de Madrid el Conde de Rodezno,
reuniéndose con el general en el claustro de la catedral a las 16'30 horas, acordando
ambos que, desde este momento y a fin de evitar enfrentamientos personales con los
principales dirigentes, todas las negociaciones se realicen por medio de la Junta
Regional. Como Mola le manifestase su preocupación por la actitud de los tradiciona-
listas, Rodezno le contesta que cuando toque el clarín, tendría a su lado a todos los
carlistas. Lo descrito sirve para poner en evidencia una de las razones que llevaban el
desaliento al Director -otra era la actitud de las fuerzas de orden público, en especial
la de los mandos de la Guardia Civil, pues aunque los de Asalto están al mando de un
jefe que le era fiel, Atauri, el Gobierno había dotado de abundante material moderno
a su personal y no era segura su adhesión-, cuando ya estaba todo perfectamente
planificado y los apoyos asegurados de monárquicos y falangistas (de éstos, las
últimas noticias habían llegado el día 7 a través de Iturrino y del propio Hedilla).
Como señala Seco Serrano, las reticencias carlistas a una movilización incondicional
reforzaban, todavía más, las razones de Mola para monopolizar el Ejército el al-
zamiento.
No es posible finalizar el relato de lo sucedido al amparo del tráfago festivo sin
hacer mención a dos visitas que hacen a Pamplona, por un lado el teniente Leoz de
San Sebastián, que solicita una entrevista para su jefe el teniente coronel Vallespín y,
por otra parte, la ya apuntada del general Fanjul. De la primera se deriva un encuentro
en la fonda Otamendi, el día 8, de Vallespín con García Escámez, enviado por Mola,
en la que aquél 1 muestra su preocupación por el escaso entusiasmo de los jefes de la
guarnición donostiarra y, más en concreto, la negativa de apoyo que ha recibido de la
Guardia Civil. Por lo que se refiere a Fanjul, llegado ese día 8, presenta a Mola una
impresión muy desfavorable de lo que sucede en Madrid, donde no ha sido posible
llegar a la formación de una Junta que sea capaza de garantizar la victoria de la
rebelión, haciendo especial hincapié en la imposibilidad de poder contar con la
colaboración de la Guardia Civil, debido a la actitud abiertamente hostil de sus altos
mandos. Esa noche, invitados los generales por el coronel Beorlegui a una finca de las
afueras de la ciudad, se reunirán con enlaces venidos de Zaragoza y San Sebastián; al
día siguiente, cuando asisten a la corrida de toros, Mola le presenta al gobernador civil
abandonando la plaza antes de que finalice el festejo, con el pretexto del inmediato
regreso de Fanjul a Madrid. Antes de que se produzca su partida, y tras estudiar las
distintas posibilidades de lo que podría ocurrir en la capital de país, Mola, según
Maíz, acató por reconocer que aquello no tenía solución.
La premura del calendario no deja de preocupar al general, quien debe hacer
frente a situaciones tan delicadas como la que se derivará de una nueva entrevista con
su jefe inmediato, el general Batet, el cual le convoca, a última hora de la tarde del día
9, para que acuda a la mañana siguiente a Logroño. Pretextando, aquél el ajetreo
oficial de las fiestas de Pamplona consigue que el encuentro se traslade al monasterio

294 [14]
LA GUARDIA CIVIL EN NAVARRA (18-07-1936)

de Irache, lugar en el que se encuentra más a gusto y donde, gracias a un rápido viaje
del capitán Lastra para dar aviso del encuentro a los del Batallón de Estella, podrá
contar incluso con un discreto servicio de seguridad del que forman parte algunos
falangistas, ante la sospecha de que pudiese tratarse de una encerrona. A las 9'00 horas
del día siguiente llega Batet acompañado de su jefe de estado mayor, Moreno
Calderón, y su ayudante, Herrero. Maíz describe, en la única versión que se ha dado
de la entrevista, cómo en un diálogo áspero y tirante Batet invitó a Mola a que se fuese
voluntariamente de Pamplona o a que cambiase de postura, pues el Gobierno estaba
enterado de los proyectos de conspiración que está dirigiendo; al negar resueltamente
Mola tal afirmación, su jefe llega a ofrecerle un destino en Cartagena, a lo que aquél
responde que, cuando solicitó anteriormente otros (Madrid y La Coruña), la respues-
ta había sido: que se pudra en Pamplona. Tras cuarenta minutos de conversación,
Mola se despide dándole su palabra de no estar comprometido en ninguna aventura.
La preocupación que le embarga al abandonar Irache hace que, nada más llegar a
Pamplona y de acuerdo con lo previsto en la Instrucción 3. a , ponga en marcha la
primera medida del levantamiento, al transmitir a todas las Unidades comprometidas
la orden de preparados, con lo que sólo restaba fijar día y hora para iniciarlo. Para
muchos observadores y dirigentes republicanos no se entendía muy bien la pasividad
gubernamental ante el clamor de conspiración que se detectaba en muchos cuarteles
-Prieto publica en El Liberal de Bilbao un artículo muy comentado en el que, entre
otras cosas, dice ...puede venir algo mayor que lo de agosto, si no se ponen medios para
contenerlo-, y prueba de ello es la noticia que, despachada por su corresponsal en
Madrid, publica Diario de Navarra (10-VII). Refiriéndose a una pregunta que se le
había hecho al ministro de la Gobernación, en torno a rumores que circulaban
intensamente sorbre la detención de militares en Pamplona (concretamente Mola y
otros de alta graduación), éste reconoció no tener ninguna noticia sobre ello, añadien-
do: No hagan Ustedes caso. Debe ser el bulo del día. Creo que yo tenía que tener
alguna noticia. Yo les aseguro que no hay absolutamente nada de ello. Insisto en que es
un bulo. Esa era la inquietud de uno de los ministros que debería estar al tanto de lo
que sucedía, sin que la de su compañero en el ministerio de la Guerra pudiese ni
siquiera ser considerada como preocupación, al adoptar una clara postura de in-
hibición frente a tanta evidencia como existía.
Aunque no se saben a ciencia cierta los motivos reales de tales medidas, a las que
no serían ajenas, en cualquier caso, los informes de Batet y los que envían desde
Pamplona Menor Poblador y Rodríguez-Medel, sí que hay que reseñar, como acor-
des a los fines del Gobierno, las decisiones que afectarán a cargos y personas
relevantes de la guarnición de Pamplona. Por la primera de ellas, de 10 de julio, se
ordena el traslado a Barcelona del comandante 2.° jefe de la Comandancia de Navarra,
Espinosa Ortíz, para el cargo de ayudante del general jefe de la V Zona (Cataluña), el
luego famoso general Aranguren, artífice del fracaso de la rebelión en la capital
catalana. Al día siguiente, el ministro de la Guerra cesa en el cargo al coronel García
Escámez, que queda en la situación disponible forzoso en esa ciudad, lo que no le
impedirá continuar en su actividad imparable de conspirador.
Así, tanto Maíz como Iribarren se equivocan al relacionar dentro de la misma
promoción de la Academia a García Escámez y Rodríguez-Medel, por lo que mal
pudo llevar a cabo labores de mediación, a instancias de Mola, y como resultado de las
cuales se derivase la denuncia del jefe de la Guardia Civil como ambos le atribuyen.
Tampoco parece gozar de mayores garantías la versión de Arrarás, quien señala al
comandante Espinosa como interlocutor de Escámez y con posterioridad su denun-
ciante, toda vez que dicho jefe era tambieén destinado al mismo tiempo a Barcelona,
precisamente por sospechas de tener a sus hombres implicados en la conspiración; se
trataba, pues, de algo bien distinto a lo que Arrarás atribuye a un carácter pusilánime.
Por ello, aun aceptando la posibilidad de que la noticia fuese proporcionada por la
Guardia Civil, la destitución de García Escámez hay que entenderla más como

[15] 295
GONZALO JAR COUSELO

resultado de un proceso que como consecuencia de unas simples conversaciones con


un jefe de la Guardia Civil.
En torno a este cese se vertieron todo tipo de interpretaciones, en la mayor parte
de las cuales aparecía como bestia negra, y causante de todos los males, el comandante
Rodríguez-Medel. El mismo día 11, para cubrir la vacante del cesado Espinosa, es
destinado y se incorporará con urgencia el comandante Martínez Friera, como
segundo jefe de la Comandancia de la Guardia Civil. Según Aguado, el citado jefe,
además de amigo de Rodríguez-Medel, poseía antecedentes fretepopulistas, sin que se
sepan las razones de una y otra aseveración. En la misma línea argumental, Del Burgo
incluye a Friera en el triunviro que tenía como encargo republicanizar a los guardias,
con Rodríguez-Medel y Fresno, éste capitán cajero de la Comandancia. Por su parte
Romero, además de resaltar la circunstancia de que Friera llevaba instrucciones
personales del general Pozas, recogiendo un testimonio del Sr. Gil Cala, vecino del
comandante en Madrid, pone de relieve la insatisfacción que le produjo el destino a
Pamplona, fundamentalmente por considerarlo peligroso. Sea como fuere, y aceptan-
do la sintonía personal entre ambos mandos así como su fidelidad al Gobierno, lo
cierto es que disponían de muy poco tiempo para frenar una revolución prácticamente
inevitable.
Sin que exista unanimidad en el número de cartas que por esos días envió
Sanjurjo a Mola, sí está comprobado que, gracias a la intermediación de Garcilaso, se
consigue una reunión entre el general y los carlistas Martínez Berasaín y Baleztena,
emisarios directos de D. Javier y Fal Conde, con los que se llega a un acuerdo de
colaboración, aunque se dejan sin concretar algunos problemas como el de la bandera
a utilizar o la forma de encuadramiento de los requetés, solicitando Mola a Zaragoza
el envío de 7.000 fusiles y cartuchos suficientes, por si fuese necesaria su utilización.
Al día siguiente, el general se entrevista con el teniente coronel Utrilla en casa de
Aguado con el que trata asuntos de movilización, mientras sus ayudantes lo hacen con
el lugarteniente de Fal Conde, Lizarza, con el que intentan coordinar todos los
detalles finales. Cuenta Gil Robles que, ante la pregunta que le formula a Mola uno de
los presentes sobre las razones por las que todavía no hubise sido detenido, el general
había respondido: No me detienen porque me creen un gigante con los pies de barro.
Creen que estoy con Ustedes y con los fascistas y temen que al detenerme sobrevenga
un alzamiento de las derechas en toda España. Si bien se comprendía que no era
posible ya mantener un riguroso secreto sobre los planes a desarrollar, en favor de los
conspiradores jugaba la circunstancia de que se habían propagado anteriormente
tantas amenazas de pronunciamiento militar que, enfrentados al más peligroso de
ellos, no eran conscientes las autoridades gubernamentales de su verdadera gravedad.
Lo que sí era cierto es que, ese día, quedaba resuelto para el general uno de los
principales problemas que se le habían planteado desde que se había hecho cargo de la
dirección del movimiento subversivo. Contaba con 7.000 hombres armados e instrui-
dos desde hacía tiempo, a los que se les fijaba la fecha del 19 para sublevarse.
Retomando el desarrollo de la conspiración militar donde se había dejado, el día
12 de julio, se hace preciso resaltar el que los rumores acerca de la sublevación eran
cada vez más intensos; Gil Robles describe cómo Indalecio Prieto, por medio de
ciertas confidencias, se hallaba al tanto de todo lo que sucedía en Pamplona (contactos
con Fanjul, entrevistas de García Escámez con Espinosa, etc.) e, incluso, conocía la
fecha del levantamiento, gracias a las noticias que le proporcionó un conocido
industrial bilbaíno. Para avalar esta versión, Gil Robles se basa en una carta que el
político socialista había remitido al escultor Sebastián Miranda. A primera hora de la
tarde sale el Capitán Silvela para Valladolid, enlace de aquella División, con las
últimas instrucciones para dicha guarnición; horas después, el que parte para África es
el capitán Imaz, enlace de Yagüe, con la consigna de iniciar la rebelión en aquellas
plazas a las cero horas del día 17. Él movimiento estaba ya definitivamente en marcha,
aunque faltaba todavía concretar aspectos de importancia. Maíz señala que, ese mismo

296 [16]
LA GUARDIA CIVIL EN NAVARRA (18-07-1936)

día, Mola participó todos los detalles de su plan a la propia Diputación Foral de
Navarra.
El día 13 comienza con malos presagios para España en general, pues la muerte
de Calvo Sotelo conmueve, por distintas razones, a unos y otros. Mola se entera en su
propio despacho, a través de las noticias que le trae Garcilaso; según la versión de los
que estaban más próximos al general, éste decide que ya no se puede esperar más, pues
esa gente o me mata o me destituye. Al conocer la noticia, la guarnición de Logroño
pretende levantarse por su cuenta, lo que obliga a que Mola tenga que enviar un enlace
para disuadirlos. Aguado, citando a Maíz y reconociendo que las acusaciones que
formula no se pudieron demostrar, aprovecha el viaje que desde Barcelona hace R.
Mola para poner en su boca la posibilidad de que se pueda producir un atentado
contra su hermano y contra García Escámez, que sería llevado a cabo por unos
pistoleros que, procedentes de la capital catalana, permanecían a la espera de órdenes
en Logroño.
Lo dicho anteriormente no impide entender que los planes de la rebelión, en
Pamplona y a esas alturas, sólo se enfrentaban a dos obstáculos de importancia. Por
un lado, el gobernador civil, Menor Poblador, personaje al que Mola definía como
hombre manifiestamente incapaz, al decir de Arrarás, y que había llegado a informar
al Gobierno de que las actividades del general en Pamplona no se podían considerar
hostiles al régimen; por otro, y éste sí preocupaba mucho más a Mola, el comandante
Rodríguez-Medel, al que desde su llegada no había sido capaz de atraerle hacia sus
posiciones, llegando incluso, según cuentan sus más inmediatos colaboradores, a
producirse una discusión violenta entre ambos, en pleno café Kutz, que finalizó
cuando el general obligó a cuadrarse al comandante.
Hay que volver a llamar la atención del lector, en torno a lo apuntado y al inicio
de este trabajo, relativo a las fuentes que obligatoriamente hay que manejar para tratar
de desentrañar lo que verdaderamente ocurrió entre nuestros dos personajes. Maíz,
Iribarren, Vigón o Arrarás, en 1991, merecen únicamente un valor muy determinado,
y su parcialidad queda más que demostrada con tan sólo leer alguna de sus páginas y
descubrir el lenguaje que utilizan. La causa de todos los males de la Guardia Civil la
atribuyen a las decisiones que emanan del «triunvirato» -Rodríguez-Medel, Friera y
Fresno, incondicionales del Frente Popular y de Azaña- encargado de poner en
práctica un plan de desmoralización acordado, para lo cual utilizaban castigos y
traslados arbitrarios, que arrancasen de los guardias el espíritu de honor y formar así
una cuadrilla que obedeciese ciegamente sus mandatos. Ligan a Rodríguez-Medel de
forma clara con la Directiva de la Casa del Pueblo a donde, según ellos, había
mandado un afectuoso saluda el día de su incorporación y con algún elemento
extremista en la parte de la Ribera, llegando a confeccionar una lista de guardias
afectos al Frente Popular y otra de los de derechas, moviendo y removiendo destinos
para perjudicar a estos últimos, a los que castigaba con rigor faltas imaginarias, al
tiempo que ofreció mejoras a los que incondicionalmente se pusiesen a su disposición y
no dejaba de exhortar a los guardias para que, en todo conflicto, se pusiesen al lado de
sus hermanos obreros. Estos autores consideran a dicho jefe como un confidente y
adelantado en tierra enemiga, enviado directamente por Azaña, así como dócil
instrumento de las izquierdas, por cuyos méritos había sido destinado a Navarra con
intención de republicanizar los puestos de la Benemérita. A la vista de los estractos
que se presentan, parece que las únicas razones para que no sean descalificados
absolutamente, desde un primer momento, son la vinculación personal de dichas
personas a la rebelión militar, así como las fechas en que fueron escritas las versiones
originales de estas obras.
Lo que sí parece evidente es que la presencia de Rodríguez-Medel al frente de la
Benemérita se había convertido, además de en una cuestión delicada en el aspecto
personal, en el más serio obstáculo para la puesta en práctica de los planes previstos
por el Director. El general sabía que, si se llegaba al enfrentamiento final, correría la

[17] 297
GONZALO JAR COUSELO

sangre y sus consecuencias podrían ser imprevisibles, pues el izquierdismo de los


miembros del Cuerpo de Asalto no podría ser frenado, en ese caso, por la actitud
claramente favorable de su jefe el capitán Atauri. A pesar de todo, Mola estaba
convencido de que la mayoría de la Guardia Civil seguiría sus órdenes, aun contando
con la oposición de sus jefes, ya que el compromiso de sus miembros era anterior a la
llegada de éstos, y el escaso tiempo de que disponían para hacer cambiar la postura
institucional, fue la principal razón de lo que sucedería en fechas posteriores.
No puede extrañar, pues, que Mola se preocupase a través de personal del propio
Cuerpo de estar al tanto de las órdenes y decisiones que tomaban los jefes del
Instituto. Por ellos pudo conocer todas las noticias que, a través del teléfono y de la
radio-emisora, se transmitían a Madrid diariamente en torno a lo que sucedía en la
capital y en el resto de la provincia. De esta manera, llegó a saber que, ante la
preocupación de las autoridades del Gobierno, Rodríguez-Medel les había asegurado
que podría dominar cualquier situación de emergencia que pudiera presentarse. Para
conseguirlo, había solicitado a Batet le enviase material de refuerzo, petición que, al
haberse realizado directamente, produjo gran enojo en Mola por haber omitido el
escalón jerárquico provincial, lo que consideraba como un desprecio a su autoridad.
La realidad es que, tal como estaba la situación, el jefe de la División no tuvo
problemas para remitirle un camión, ocho ametralladoras (cuatro de las cuales fueron
destinadas al Gobierno Civil) y munición; no fue remitida, como afirman algunos
autores, la emisora de la Comandancia, toda vez que ya estaba instalada en dichas
dependencias con anterioridad a este envío. Era indudable que, unos y otros, estaban
al tanto de las intenciones respectivas.
Cerca de la medianoche, de ese 13 de julio, un grupo de manifestantes iz-
quierdistas se traslada hasta las puertas del acuartelamiento del América, actitud que
obliga a Mola a telefonear al gobernador civil para pedirle que disuelva de inmediato a
los mantifestantes, antes de que tengan que intervenir tropas militares. Al poco
tiempo, son disueltos por una patrulla de la Guardia de Asalto. La situación en toda
España empeora por momentos. A primera hora de la mañana del día 14, se conoce la
noticia de la suspensión de sesiones en el palacio de Las Cortes -las vacaciones
estaban previstas para el día 17- por un plazo de ocho días, así como el cierre de los
periódicos Ya y La época por tiempo indefinido (el Ya reaparecería al día siguiente),
en tanto continuaba la huelga en el sector de la construcción y el estado de alarma se
mantenía desde el pasado mes de febrero.
Mientras tanto, en Pamplona se apura al máximo el escaso tiempo de que dispone
Mola para ultimar todos los detalles. A las siete de la mañana, sale un enlace para
Logroño con nuevas instrucciones de calma; a las ocho, con muy malas impresiones
de Madrid, llega el conde de Mayalde, enviado urgentemente por Serrano Súñer;
alrededor de las diez lo hace Elena Medina, enlace habitual del general, quien ratifica
las negativas noticias de la capital y, según Maíz, es portadora de un mensaje de
Kindelán que transmite otro de Canarias, en el que Franco decía que no iba; el
ayudante de Saliquet arriba a Pamplona para recoger las instrucciones que permitan a
su jefe hacerse con el control de Valladolid, en tanto que, al mediodía y procedente de
Burgos, lo hace el comandante Porto, quien expone la dificultad, añadida a la posición
contraria de Batet, que supone la presencia de A. Mallol en dicha ciudad. De la capital
navarra salen durante la tarde el capitán Lastra y el hijo del teniente coronel Gavilán,
éste con instrucciones para su padre. Tras la confirmación a media tarde del acuerdo
carlista de sumarse a la rebelión, el agitado día se cierra con la llegada, pasadas las 10
de la noche, del coronel Tutor de la División de Valencia, para disfrutar un permiso
en Pamplona. Luego de haber mantenido contactos con García Escámez, se presenta
en el despacho de Mola, donde el general le encarga la responsabilidad de la columna
que seguirá la línea de Pamplona-Betelu-Tolosa, razón por la que ya no regresará a su
destino.
España se despierta el día 15 con la prórroga del estado de alarma. A mediodía ya

298 [18]
LA GUARDIA CIVIL EN NAVARRA (18-07-1936)

está en Pamplona Maíz, recién llegado de San Juan de Luz, con un documento
firmado por D. Javier y Fal Conde, por medio del cual la Comunión Tradicionalista
se suma con todas sus fuerzas al movimiento militar (antes se había consultado con D.
Alfonso Carlos, jefe legítimo del carlismo), partiendo el mismo Maíz, acompañado de
Lastra, hacia Bilbao para participar al jefe provincial de la Falange, Ormaechea, la
fecha del 19 como la del levantamiento. En Madrid los tradicionalistas y Renovación
Española se han retirado del Parlamento mientras, en una turbulenta sesión de la
Diputación Permanente de las Cortes, el diputado comunista José Diaz dice: Estamos
completamente seguros de que en muchas provincias de España, en Navarra, Burgos,
Galicia y en parte de Madrid y otros puntos están haciendo preparativos para el golpe
de estado.
Ese mismo día, en la portada del Diario de Navarra, aparece un artículo de
«Ameztia» -otro seudónimo de Raimundo García- en el que trata de la muerte de
Calvo Sotelo, enlazando su argumentación con lo escrito por Prieto en El Liberal de
Bilbao días antes, sobre la situación del movimiento. Hay que resaltar, porque no deja
de ser extraño, el hecho de que la prensa de Navarra, en general, no se ocupase del
ambiente hasta ahora descrito en esa provincia y sí lo hiciese profusamente de las
fiestas de San Fermín y de la temporada de verano en San Sebastián que ahora
comenzaba. El citado diario anunciaba la celebración de misas diarias por España en
los Redentoristas y por Calvo Sotelo tras su asesinato. De Madrid llegan noticias que
insisten sobre la posición abstencionista de Franco, en tanto Galarza, desde esa
ciudad, se encarga de repartir por todo el país las últimas instrucciones. Salen de la
capital para Pamplona el coronel Ortíz de Zárate y el teniente coronel Pozas,
hermano del inspector de la Guardia Civil, para ponerse a las órdenes de Mola; Pozas
colaborará directamente y se convertirá en ayudante de campo del general.
La incertidumbre que se respira en la capital navarra -J. A. Primo de Rivera envía
un emisario para poner en conocimiento de Mola que, si en tres días no se produce el
levantamiento, lo harían los falangistas solos-, provoca que el general envíe a la enlace
Luisa Belloqui con el objeto de solicitar un aplazamiento de veinticuatro horas a
Yagüe, respecto de la fecha ya señalada del 17. De allí contestan que no es posible la
demora, al haberse consumado todas las intrucciones para llevarlo a efecto dicho día.
Así las cosas, Mola decide trasladar a su familia y a la de su ayudante a la localidad
francesa de Biarritz ese mismo día, a fin de ponerlas al amparo de lo que pueda
suceder a partir de ahora, sin que, según Romero, tenga que preocuparse en absoluto
de la estancia, pues Gabriel Artiach, encargado por el financiero Juan March, correrá
con todos los gastos que se deriven de la misma. Aunque todavía quedan algunas
cuestiones por concretar, la resolución final es que en las plazas africanas comience la
sublevación el 17, en tanto las demás guarniciones lo harán también en las fechas
señaladas: Navarra el día 19, y la capital, Madrid, en último lugar.
A las 20,30 horas del día 16, la Dirección General de Seguridad transmite una
orden de anulación de todos los permisos de verano en los Cuerpos de Vigilancia,
Seguridad y Asalto, debiendo integrarse a sus destinos, lo que parece indicar que el
Gobierno esperaba acontecimientos extraordinarios para los próximos días. No ocu-
rrió lo mismo en las unidades del Ejército donde, a la crónica escasez de personal, se
sumaba la ausencia de gran número de miembros debido a los permisos de verano.
Los sobresaltos no finalizan ese 16 de julio, pues -esa misma noche- Mola recibe una
llamada telefónica de Batet en la que le participa que, aprovechando la revista que
realizará al día siguiente al Batallón de Montaña Arapiles de Estella, desea entrevistar-
se con él, permitiéndole que acuda de paisano a ese encuentro. El lugar convenido es
de nuevo el monasterio de Irache y allí acudirán ambos interlocutores con prevencio-
nes recíprocas, respecto a las intenciones que subyacen a los motivos oficiales que
sirven de pretexto a la realización de los contactos. Como describe Iribarren, el
general Mola llegó a pensar seriamente que se trataba de una emboscada para detener-
le, al suponer que el Gobierno conocía toda la trama de la conspiración.
[19] 299
GONZALO JAR COUSELO

En lo referente a la reunión de Irache, y en precaución de lo que pudiese ocurrir,


decide acudir Mola con una escolta de oficiales comprometidos, vestidos de paisano y
armados; como dice Iribarren: incluso bombas de mano llevaban los ayudantes
vestidos de uniforme. Por su parte, el teniente coronel Cayuela, jefe de la guarnición
de Estella, y el capitán Halcón había reclutado un grupo de protección de civiles que
no tuvo tiempo de formarse. Batet acude sin escolta, acompañado solamente por su
ayudante y su jefe de estado mayor. Iribarren sigue relatando que, tras saludarse,
entran en el monasterio y, luego de ser recibidos por el padre rector, se trasladan a un
salón del primer piso (aunque Mola sugirió la presencia del prior, éste excusó la
misma). De la conversación se sabe que Batet pretendía especialmente asegurarse de
que Mola no se saldría de la legalidad republicana, pidiéndole su palabra de honor de
no levantarse en armas contra la misma, a lo que éste responde que ni conspiraba ni
sabía de ninguna conspiración en marcha, comprometiendo su palabra en tal asevera-
ción.
Cuando ya había finalizado el encuentro, hizo acto de presencia el capitán de la
Guardia Civil de Estella, al que acompañaban, además de varios guardias civiles del
Puesto, el alcalde nacionalista F. Aguirre. Luego de inquirir por la presencia de los
generales, que ya habían abandonado el lugar, se percató de la presencia del grupo del
capitán Halcón, mayoritariamente carlista, a los que, después de preguntarles por el
motivo de la reunión, ordenó detener preventivamente y trasladarlos al Cuartel, en
tanto se aclaraba la situación. Era lógico que, durante el viaje de regreso a Pamplona,
Mola se sintiese cada vez más preocupado por las noticias que, sin duda, debían llegar
al Gobierno Civil y a la Comandancia de la Guardia Civil en torno a todos sus
movimientos, informaciones que inevitablemente serían transmitidas a Madrid. Esta-
ba convencido de que todas sus comunicaciones estaban intervenidas, cuyo contenido
era conocido al momento por las autoridades gubernativas.
Con anterioridad a esta reunión, a las 6,30 horas F. Maíz deposita en la central
telegráfica de San Juan de Luz tres radiogramas cifrados, cuyos destinatarios son:
Sanjurjo, Franco (había llegado en el último momento su completa adhesión) y Seguí,
este último jefe de la Falange y encargado de llevar a cabo el alzamiento en el
Marruecos oriental. Hasta las 7,30 horas no son despachados y Maíz permanece en
Francia a la espera de noticias. Mientras tanto, y desde esa localidad francesa, sale para
Lisboa un emisario de Mola, Lizarza, a bordo de un avión especial, llevando un
mensaje para Sanjurjo, en el que aquél le transmite la conformidad con la propuesta de
entendimiento con los carlistas que éste había formulado. Por necesidades técnicas
-convertidas después en sospechas de traición del piloto- el aparato se vió obligado a
tomar tierra en el aeródromo de Gamonal (Burgos), donde, curiosamente, le espera-
ban varios guardias de Asalto, a cuyo frente se encontraba A. Mallol, que le traslada-
ría inmediatamente a Madrid en su propio coche.
Dentro del maremágnum de fechas y horas en que se celebran las numerosas
reuniones se sabe que, a primera hora del 17, de Barcelona llega R. Mola quien, por
encargo del general Legorburu, hace un detallado y pesimista análisis de la situación
allí, especialmente tras el fracaso de la reunión de Argentona, en la que quedó de
manifiesto la oposición de los mandos de la Guardia Civil a todo lo que significase
atentar contra el orden legalmente instituido; esa misma noche, en el tren rápido
regresa a su destino con las instrucciones de su hermano de que, a pesar de todo, es
necesario continuar con el plan según lo previsto. A los inquietantes rumores de lo
que ocurre en Barcelona y Madrid, Mola ha de añadir la grave contrariedad que
supone la detención de Lizarza. En la capital de España, tras los funerales de Calvo
Sotelo, el Gobierno decreta el cierre de todos los centros derechistas; ante la gravedad
que va adquiriendo la situación, el Consejo de Ministros se reúne para tratar de buscar
algún tipo de solución.
Cuando pasan algunos minutos de las seis de la tarde del día 17 de julio, Maíz
recibe en San Juan de Luz las primeras noticias que hablan del alzamiento militar en
300 [20]
LA GUARDIA CIVIL EN NAVARRA (18-07-1936)

Melilla por lo que, inmediatamente, decide regresar a Pamplona, a sabiendas de que es


seguido por un vehículo particular, seguramente con miembros de la policía de su
ciudad. Cuando le participa a Mola esas novedades, a última hora de la tarde, el
general ve cómo sus planes han sido activados con bastante anterioridad a lo previsto,
cuestión que, en lo referente a Pamplona, no preocupa demasiado por estar ya todo
preparado para la hora fijada; sin embargo, ordena a sus colaboradores que den los
últimos retoques a la formación de la columna que saldrá hacia Madrid, así como que
se transmitan los mensajes que todavía no han sido cursados. Al anochecer llama a
Baleztena para comunicarle la sublevación en tierras africanas y, a continuación, se
enfrasca en la redacción del bando de guerra.
En el Gobierno Civil su titular, Menor Poblador, en versión de Arrarás, recibe
con incredulidad la noticia que le transmite directamente el subsecretario de Gober-
nación: Hay una sublevación militar en África; esté Vd. prevenido; comuníqueme de
hora en hora todos los movimientos de Mola; no pierda el contacto con los partidos del
Frente Popular. Tenga en cuenta que de su acierto y su valor depende, en parte, la
sublevación contra la República.... Por lo que se lleva ya expuesto, el Gobierno se
había acordado demasiado tarde de poner fin a una conspiración que, a estas alturas,
parecía ya imparable, y mucho menos que el éxito de tal empeño dependiese de un
personaje tan oscuro como el gobernador civil de Navarra. Allí la gran mayoría de la
población estaba ya alertada y, como ejemplo de ese empeño, basta señalar como
Escámez se había preocupado de buscar una neutralización a las ametralladoras del
Gobierno Civil, introduciendo un arma similar en la casa de un oficial adicto a la
rebelión y tratando de instalar una pequeña pieza de artillería en otra casa cercana al
edificio oficial.
Por lo que atañe a Rodríguez-Medel, y si se hace caso del contenido de la última
carta que dirigió a su familia (el mismo día 17), no parece transmitir una situación de
tanta gravedad como la descrita; sin embargo, un análisis más detenido de la misma,
permite vislumbrar que, frente a lo que escribe, aquello no era precisamente Jauja en
cuestiones de orden público. Así el motivo principal de la misiva es el de tranquilizar-
los, frente a los numerosos bulos y noticias alarmistas que el mismo Gobierno
propaga, al tiempo que les participa la llegada del Comandante Friera, bastante
conocido suyo y que, al ser soltero, le ayudará a estar menos solo. Esta era la situación
en Pamplona horas antes de que se produjese el desenlace de la historia que se relata.

EL 18 DE JULIO
El cambio de fecha previsto en los planes del general Mola, provocado por la
necesidad de adelantarse a las decisiones gubernamentales —sospechaban los rebeldes
de África que la policía y demás cuerpos de seguridad trataban de abortar la conspira-
ción- sumirán en la preocupación tanto a unos como a otros, al no disponer de más
que de noticias confusas y parciales sobre lo que allí está sucediendo. El avance
inevitable de 24 horas no iba a modificar la fecha establecida para el levantamiento en
Pamplona el día 19, decisión que, a medida que pasaban las horas, llenará de intran-
quilidad a los partidarios del mismo, pues el silencio que en principio mantiene Mola
no les asegura la puesta en marcha de lo planteado, con lo que conlleva de riesgo si el
Gobierno decide actuar con contundencia.
La radio, a las 5,15 horas, transmite un mensaje de Franco en el que, y de una vez
por todas, se manifiesta decididamente a favor del alzamiento militar contra el
gobierno de la República. Los miembros de éste, que no acaban de creerse lo que está
sucediendo, tratan de recabar información de primera mano sobre la actitud del resto
de las guarniciones del territorio nacional, esperando que lo de Marruecos sea una
aventura aislada de algún grupo de descontentos; sin embargo, las noticias que van
llegando, especialmente a los ministerios de la Gobernación y de Guerra, demuestran
todo lo contrario -Romero se refiere, concretamente, a la inquietud que transmiten

[21] 301
GONZALO JAR COUSELO

las informaciones procedentes de Pamplona-, situación que obligará a que el Gobier-


no se dirija a primeras horas de la mañana a la nación, solicitando calma y asegurando
que en breve se restablecerá la situación de normalidad en los territorios del Protecto-
rado.
Los periódicos navarros siguen sin hacerse eco de lo que allí ocurre y únicamente
el independiente Diario de Navarra en su portada, además de recoger en su Efeméri-
des Patriótica la conmemoración de la victoria alcanzada por los cristianos en las
Navas de Tolosa (18-VII-1212), en la sexta columna y bajo el título de Postalesz
editorializa, de forma más o menos críptica, sobre los comentarios que hablan de
complots, de barrer las fuerzas reaccionarias, de conspiraciones, analizando los tiem-
pos verbales será barrida y se prepara, asimismo, refiriéndose a los golpes de estado
afirma que, si se sabe que se está preparando, ya debía haber sido estrangulado. Añade
que, si el Estado no los para, es que no sabe o es que no se prepara el golpe, y si se
prepara, continúa el periodista, lo lógico es que sus autores procuren hacerlo en
secreto. Finaliza con el deseo de que al fin el sentido común habrá de superar a este
sentido trágico (...) que pudre la robusta médula española. Como se ve, la propia
prensa era conocedora de todo lo que se estaba tramando y poniendo en práctica
contra el sistema constitucional, demostrando una valentía mayor que la que cabía
esperar de muhas de las autoridades gubernamentales.
Con el despertar del día, la ciudad de Pamplona empieza a tener conocimiento de
lo que está ocurriendo al otro lado del estrecho y la población no quiere permanecer
ajena a lo que vaya a decidirse en la Comandancia Militar. Allí, poco antes de las diez
de la mañana, el general Mola solicita de su ayudante Fernández Cordón que trate de
establecer contacto telefónico con el general jefe de la División Orgánica de Cataluña,
Llano de la Encomienda, a fin de ponerle al corriente de su decisión de sublevarse y
proceder al cerco de la capital de la nación; cuando por fin, tras largos esfuerzos,
consigue establecer un diálogo con dicho general éste, ante las propuestas de aquél,
responde que defiende y defenderá el poder constituido contra viento y marea, según
la versión que de la misma reprodujo Maíz, quien piensa que Mola, aun sabiendo que
no iba a conseguir el cambio de opinión de su interlocutor, pretendía que la noticia de
sus planes llegase a Madrid cuanto antes y crease confusión en los dirigentes del
ministerio. No iba a poder prodigar demasiado el uso del teléfono y otros medios de
comunicación porque, a partir de entonces, parece que se empiezan a tomar medidas
gubernativas que permitirán el control de los mismos; en esa línea de iniciar una
respuesta, aunque sea tibiamente, se decide el cierre e impermeabilización de la
frontera con Francia.
De esta manera, y aun cuando se produce alguna conversación telefónica entre
las máximas autoridades civil y militar, se va a desarrollar una sorda pero intensa
carrera por ver quién de los dos alcanzará antes los fines que se ha propuesto. Así,
mientras en el Gobierno Civil su titular reúne a los jefes de los cuerpos de seguridad y
dirigentes de los partidos republicanos, la Comandancia Militar se convierte en un
lugar en el que el ir y venir de unos y otros acabará por transformarlo en el centro
neurálgico de donde saldrán las últimas y definitivas instrucciones que le quedan por
dar al Director. A su lado están, además de los habituales Lastra o Vicario, los jóvenes
tenientes Dapena y Tomé o el inseparable García Escámez que a esas horas, tras
ajustar los últimos detalles sobre la formación de la columna que ha de partir hacia
Madrid, se traslada a los cuarteles de las unidades acantonadas en la capital, con el fin
de ponerlas al tanto de lo que está sucediendo y de lo que en las próximas horas va a
suceder. Penetran en la Comandancia el capitán Barrera e Isidro Arraiza, éste recién
llegado de Madrid, quien informa detalladamente de la situación de desconcierto que
reina en medios de la conspiración de la capital, lo que no supone ninguna sorpresa
para Mola que ya contaba con esa eventualidad.
Un hecho inesperado provocará la inquietud en los dos bandos que ya se
enfrentan en Pamplona cuando, sobre las siete de la mañana, un grupo de tres aviones,
302 [22]
LA GUARDIA CIVIL EN NAVARRA (18-07-1936)

tras sobrevolar la ciudad, aterrizan en el aeródromo de Noain. En realidad, se trataba


de parte de una escuadrilla gubernamental con base en Getafe, la cual había sido
encargada de bombardear Melilla y Tetuán con el fin de frenar la sublevación del día
anterior, cuyos miembros habían decidido desertar y ponerse a las órdenes de Mola.
Aun cuando existen distintas versiones de lo que sucede una vez que han tomado
tierra, se puede describir una situación como la que se expone a continuación. Al
descender los pilotos de los aparatos, los tenientes Tasso y A. de Pimentel y el capitán
A. Salas Larrazábal, se encuentran con un servicio de guardia y seguridad de aquel
recinto formado por una sección de falangistas que, desde el día anterior, cumplían
órdenes de Mola a través del capitán Barrera; tras la conversación que se entabla entre
ambos grupos, en la que se exponen las situaciones de Madrid y Pamplona, parece ser
que, desde ese mismo lugar, se telefonea a la Comandancia Militar comunicando el
deseo de los aviadores de sumarse al alzamiento. El general les indica que se trasladen
hasta su despacho y, ya en él, el capitán Salas le pone al corriente del ambiente y
estado de ánimo en que ha dejado a los conspiradores en la capital, haciendo hincapié
en que la gran mayoría de la Aviación se decantará por una postura de fidelidad al
Gobierno. En este punto, mientras la mayoría de autores, siguiendo a Arrarás y Maíz,
consideran que el general acepta desde ese mismo momento la colaboración de los
pilotos, alguno como De la Cierva atribuye a Mola una postura de recelo sobre las
últimas intenciones de aquéllos, que le obliga a tomar precauciones -habla en concre-
to de detención- hasta que al día siguiente se clarifique la situación en Pamplona.
Pero, mientras tanto, sobre las nueve horas, Rodríguez-Medel tiene conocimien-
to oficial de la llegada de los citados aparatos, por lo que, en previsión de lo que pueda
suceder, ordena que el Capitán de la Compañía, Auria Lasierra, al mando de un
núcleo de guardias de su Unidad se traslade hasta Noain y proceda a la inutilización
de los aparatos. Maíz habla de una conversación telefónica entre el gobernador civil y
Mola, en la que aquél le participa que, una vez enterado el ministro de la Gobernación
de la llegada de los aviones, le había ordenado la destrucción inmediata de los mismos,
a lo que el general responde con un razonamiento sibilino por medio del cual
pretende hacerle ver lo estéril de tal iniciativa, dado que si se procediese a su simple
inutilización temporal, podrían todavía ser útiles a los intereses del Gobierno, asegu-
rándole, por otra parte, que los tres aviadores están bajo sus órdenes y que ya ha
adoptado las medidas necesarias para neutralizarlos. Finalmente, cuando los mecáni-
cos de la Guardia Civil desmontan las hélices de los aparatos, tanto uno como otro se
dan por satisfechos, aunque es evidente que el que sigue con el control de la situación
es el general Mola.
A solucionar este problema de forma muy favorable le ayuda el ya citado capitán
Auria -había llegado el año anterior destinado a Pamplona y, en aquel momento, era
el que controlaba a la tropa del Cuerpo, a la que había ya convencido de la necesidad
de adherirse a la rebelión-, quien, una vez cargadas las piezas de los aviones, en lugar
de llevarlas a su propio acuartelamiento las depositó en uno de los cuarteles de
Pamplona, desde donde participó todas las novedades a Mola. De esta manera, tras
desobedecer las órdenes de su jefe directo, Auria dejó los aparatos, que seguían
custodiados por los falangistas, en disposición de poder ser usados por los rebeldes en
cuanto lo dispusiese el general. Así sucedería al día siguiente, convirtiéndose en los
primeros aviones con los que contaba el bando de los conspiradores. Como se verá
más adelante, no sería ésta la única acción decisiva en la que iba a tomar parte directa
dicho capitán.

EL ENFRENTAMIENTO
Volviendo a la inicial descripción cronológica de lo que sucede en la mañana de
ese día, es hora de aproximarse -la exactitud de una versión que se presente indubital-
be sigue sin ser posible- a uno de los actos más trascendentales de lo que ocurrirá en
[23] 303
GONZALO JAR COUSELO

Pamplona en fecha tan decisiva. Se trata de la entrevista de los dos principales


protagonistas de esta narración, Mola y Rodríguez-Medel, encuentro que va a tener
lugar en el mismo despacho del general. Aun cuando algunos investigadores lo sitúan
en la tarde del 18 (Pérez Madrigal o Romero en una de sus obras), es evidente que los
hechos tienen lugar durante la mañana. Hay que tener en cuenta que el propio Mola le
había expuesto al gobernador civil sus intenciones de sublevarse, ante un requeri-
miento de éste sobre la necesidad de que se sometiese a sus órdenes y a las del
Gobierno, razón que le obligaba a resolver con rapidez las últimas cuestiones; por
ello, a lo largo del día irán pasando todos los que ocupando cargos de responabilidad
han dado su consentimiento y apoyo al alzamiento. Así, lo hace el coronel Solchaga,
jefe del Regimiento América 23, el teniente coronel P. Galindo, jefe del batallón
Sicilia, el comandante Ochoa de Zabalegui, jefe de la Comandancia de Carabineros, el
capitán Atauri, jefe de la Guardia de Seguridad y Asalto, e incluso, según Aguado, el
comisario de Policía y el jefe de la Policía Municipal; era evidente que, de ser cierta la
presencia de todos ellos en la Comandancia Militar, la única ausencia significativa,
que curiosamente era la que preocupaba más a Mola, era la del jefe de la Comandancia
de la Guardia Civil, mando al que la versión de Aguado -fundada como él mismo dice
en el campo de las sospechas- incluye entre los invitados a tales consultas.
En realidad, es hoy el día que resulta difícil inclinarse por una sola motivación
para tal entrevista, ya que, y las referencias son exclusivamente a los que más
próximos estuvieron a la versión del propio Mola, si, para Maíz o Arrarás, el motivo
de la misma derivaría de la confidencia que le llega precisamente cuando está reunido
con los jefes de unidad independiente, sobre la idea de concentración y traslado de la
Guardia Civil a Tafalla, para Iribarren no suponía más que un gesto de hidalguía del
general hacia un compañero y subordinado (Romero y Maíz insisten en considerarlos
compañeros de promoción), en tanto el propio Romero (poniéndolo en boca de
Fernández Cordón), y especialmente Vigón, ven en la decisión de Mola el último
intento de conseguir la adhesión del que había devenido en principal problema de la
sublevación en Pamplona. Sea como fuere, lo cierto es que Mola optó por la vía más
directa para clarificar una situación que no dejaba de preocuparle desde la llegada de
Rodríguez-Medel. Mas, según cuentan las fuentes ya citadas, éste no debió de ver
muy clara la finalidad de tal entrevista y parece que se resistió a obedecer un primer
requerimiento; Maíz describe que, para llegar al encuentro final, Mola hubo de acudir
a los servicios del capitán Atauri, quien mantenía relaciones cordiales con el coman-
dante de la Benemérita, a fin de tratar de persuadir a éste para que acuda al despacho
del primero. De esta versión es posible que Aguado deduzca que el jefe de los de
Asalto llegó a ofrecerse como rehén en la propia Comandancia de la Guardia Civil,
durante el tiempo que Rodríguez-Medel permaneciese en las dependencias militares
que ocupaba el general.
Numerosas son las variantes que sobre el contenido del diálogo mantenido por
ambos interlocutores se han descrito cuyo valor histórico, como muy acertadamente
señala Romero, no es otro que el del intento de Mola para en el último momento
captarse al jefe de la Guardia Civil. Vigón, en esa mism línea, cree que a fin de evitar
en lo posible violencias el general llegó a pensar que podría, llegado el momento,
obtener la dócil sumisión de Medel, y P. Madrigal, por boca del tradicionalista Irujo,
hace hincapié en cuestiones de orden sentimental argüidas por Mola, tales como la
pertenencia de su padre a la Guardia Civil o el mucho cariño que tenía hacia ese
Cuerpo. De lo que no cabe duda es de que dicha conversación puede ser calificada sin
ambages como tensa (Romero) o penosa y violenta (Arrarás), por lo que, a pesar de
que en Maíz los personajes se tutean, sin olvidar la de éste, el autor de este trabajo se
inclina más por las también oficialistas de Arrarás e Iribarren. Con las salvedades que
se quieran hacer, el diálogo pudo ser así:
Mola: Quiero hablarle, no en plan general, sino de compañero. He decidido suble-
varme para salvar a España, contra un Gobierno que nos lleva a la ruina y al deshonor y

304 [24]
LA GUARDIA CIVIL EN NAVARRA (18-07-1936)

le llamo para decírselo y para saber si Vd. está dispuesto a sumarse al movimiento que ha
de estallar dentro de unas horas.
Rodríguez-Medel: Yo no puedo secundar ese movimiento.
M: Le advierto a Vd. que cuento con toda la guarnición y con toda la provincia.
R-M: Yo cuento con mi fuerza.
M: ¿Cree Usted?
R-M: Sí señor.
M: Lamento su decisión. Mire que va a ser muy duro tener que enfrentar mis tropas
con la Guardia Civil.
R-M: La Guardia Civil seguirá al lado del Gobierno. Ahora y siempre defenderé al
Gobierno de la República como poder constitucional. Esa es mi postura.
M: Entonces ¿no le importa nada la salvación de España?...¿Qué haría si se implan-
tase, dentro de unos días, el comunismo en nuetra patria?.
R-M: Cumpliría con mi deber.
M: ¿ Y cuál es su deber?.
R-M: Obedecer las órdenes del poder constituido.
M: Si, pues aténgase a las consecuencias.
R-M: Supongo que no será una amenaza o una encerrona, mi general.
M: Usted no me conoce. Para eso no le hubiera llamado. Puede irse bien tranquilo,
porque, por lo que a mí atañe, no tiene nada que temer, ni en su vida ni en su libertad.
Adiós.
R-M: A sus órdenes, mi general.
Según relatan estas mismas versiones, el comandante cuando salía en su coche de
la Comandancia Militar comentó con el conductor la preocupación que le producía el
dejar al general con las manos libres para sublevarse. Muchos, con posterioridad,
manifestaron su extrañeza por esa magnanimidad de Mola; sin embargo, una lectura
detenida del relato de Vigón, persona muy ligada a su superior, permite adivinar
trágicos presagios para el comandante, seguramente en un plazo de tiempo no
demasiado largo. Afirma que, aunque el general le permitió a Rodríguez-Medel salir
libremente y sin ninguna dificultad, eran muchos los que, no habiendo mediado la
orden más severa de Mola, hubieran estado dispuestos a eliminarlo y deseosos de
hacerlo, o que, cuando le hacía ver la inutilidad de resistir a la rebelión, le recordaba
que podría ser para él fatal, ya que las fuerzas de la Comandancia (de la Guardia
Civil) no le seguirían. Tal premonición no podía se planteada a menos que, como
sucedió, estuviese todo más o menos previsto para llevarlo a cabo.
Cabe suponer que, sin pérdida de tiempo, Rodríguez-Medel optase por trasla-
darse al Gobierno Civil para informar a su titular y, desde allí, alertar al Gobierno de
Madrid en relación con los deseos e intenciones de Mola; en ese sentido, Iribarren
asegura que el gobernador civil había recibido a primeras horas de ese día una
comunicación del subsecretario de la Gobernación por la que, al tiempo que le
participaba la sublevación militar de África, le ponía en guardia sobre los próximos
movimientos de Mola, debiendo informar de hora en hora al ministerio y aconseján-
dole que mantuviese un estrecho contacto con los partidos que apoyaban al Frente
Popular. Según Arrarás, cuando el comandante llega, el gobernador se encuentra
reunido con todos los caciques y capitostes del Frente Popular; eran éstos: el industrial
R. Bengaray, presidente de Izquierda Republicana y candidato a diputado en Cortes
en las últimas elecciones; A. Cuadra, a
acaudalado abogado de Tudela y también
candidato a Cortes de I. R.; A. G. Fresca, concejal y catedrático del Instituto de
Pamplona; N. Cayuela, abogado y secretario de la Audiencia de Pamplona; T. Oscar,
tipógrafo socialista, director del semanario Trabajadores y de carácter tabernario y
soez;
a
S. Goñi, abogado, concejl socialista y alto empleado de la Caja de Ahorros; R.
G. Larreche, concejal y ex gobernador de Álava; G.C. Monzón socialista de familia
muy católica, ingeniero subdirector de Caminos de la Diputación Foral; el abogado J.
Monzón, hermano del anterior, que fue primero católico y luego comunista exaltado;

[25] 305
GONZALO JAR COUSELO

C. Salinas, médico de Alsasua, socialista que presidió la primera Gestora que la


República había nombrado para dirigir la Diputación Foral en 1931 y el más inteli-
gente y prestigioso revolucionario de la provincia; por último, junto a los anteriores
gentes bien acomodadas y llenas de miedo, el vigilante de carreteras de la Diputación,
Salvatierra, jefe nato de las bandas de pistoleros del Frente Popular, y a quien Aguado
atribuye la intención de eliminar a Mola como sea. Descripción tan maniquea de los
asistentes a dicha reunión dispensa al autor de esta investigación de cualquier tipo de
comentario.
Cuando los reunidos escuchan el relato del comandante de la Guardia Civil, el
gobernador decide llamar por teléfono a Mola con la intención de que se personase
éste en su despacho y le aclarase la conversación que había mantenido con Medel.
Como era de prever, el general, temiendo que se trate de una trampa para detenerle,
pretexta asuntos urgentes que le obligan a permanecer en su puesto; ante esta
negativa, el gobernador civil intenta frenar la sublevación en Pamplona echando mano
del general Batet, superior jerárquico de Mola, a quien pone al corriente de las últimas
novedades, en especial la negativa de éste a ir al Gobierno Civil, así como de las dudas
que le plantea la presencia de los tres aviones en Noain, al tener el general las piezas en
su poder. El jefe de la División telefonea desde Burgos a la Comandancia Militar de la
capital navarra, reprochándole a su titular la actitud que ha mostrado a la primera a la
primera autoridad civil de la provincia, contestándole Mola que no creyó oportuno
asistir a tal reunión, pues tenía fundadas sospechas de quee pretendían atentar contra
su vida. Las conversaciones que ha mantenido con las primeras autoridades, civil y
militar, suponen, por si todavía quedaba alguna duda, la ruptura definitiva del general
Mola con el orden establecido. Ante tal estado de cosas, no queda más remedio que
tomar algún tipo de medida que permita frenar el plan establecido por el Director.
De esa misma opinión son los que se encuentran reunidos en el Gobierno Civil,
por lo que se decide utilizar las únicas tropas fieles al gobierno de la República: la
Guardia Civil. Para ello, sin que se haya llegado a concretar de quien partió tal
iniciativa -Maíz, Iribarren y Romero la atribuyen al general Pozas desde Madrid, en
tanto Del Burgo, Arrarás o Aguado asignan toda la responsabilidad a Rodríguez-
Medel-, el comandante decide reunir a todo el personal de la provincia y trasladarse al
sur de Navarra, al considerar que en la zona de la Ribera contaba con más apoyos
populares y que, desde esa posición, podía no sólo impedir el traslado de armas de
Zaragoza a Pamplona, sino que intentaría frenar el avance de las columnas navarras en
su camino hacia la capital de España. Maíz, Del Burgo y Aguado se inclinan por
añadir que, como paso previo a la evacuación hacia el sur, Medel y el gobernador civil
pensaron en algún momento en crear una columna de choque con los guardias y
oponerse frontalmente a los sediciosos en la propia capital. Descartada esta primera
hipótesis, se opta por la evacuación hacia Tafalla con el fin de convertirla, provisional-
mente, en nueva capital de la provincia; para ello, deciden trasladar no sólo los medios
humanos y materiales de guerra, sino que llevarán también el resto de material
administrativo oficial, así como documentación y fondos oficiales (incluidos los del
Banco de España y Delegación de Hacienda), debidamente protegidos por la propia
Guardia Civil. En relación con la inclusión de los fondos en dicho traslado hay que
reseñar que, desde sectores próximos a la rebelión, se trató al final de la guerra de
atribuir deseos de enriquecimiento a los autores de ese plan, sin pararse a pensar que,
si se realizaba un cambio de sede como aquél, no era lógico dejar el dinero guberna-
mental en manos de los que querían acabar con el sistema.
El fin no era otro que asentarse en una línea de defensa, protegida a retaguardia
por el río Ebro, y a la cual podían llegar fácilmente apoyos del Gobierno, en primera
instancia desde Tudela o Logroño y, a más largo plazo, desde la propia capital de la
nación. Ese núcleo de resistencia serviría para hacer frente a los escasamente dotados
carlistas del norte de Navarra, si se conseguía mantenerlos aislados del apoyo que se
había previsto desde Zaragoza. Aceptada la idea que aquí se expone, Rodríguez-

306 [26]
LA GUARDIA CIVIL EN NAVARRA (18-07-1936)

Medel se traslada a su cuartel para dar la orden de concentración en Pamplona y, a


continuación, proceder al desarrollo de dicha operación; sin embargo, el bando
contrario estaba al tanto de todo lo que estaba ocurriendo y, en consecuencia, iba a
tratar de evitar que ese plan fuese puesto en práctica.
Para ello, sobre las 14,30 horas, Mola manda llamar a su despacho, como jefes
militares del movimiento carlista a los tenientes coroneles Alejandro Rada, el cual
había cruzado la frontera francesa ese mismo día, y Ricardo Utrilla que, desde el susto
que se derivó de la visita de A. Mallol, había optado por un período de semiclandesti-
nidad y evitar así complicaciones que pusiesen en peligro la colaboración de los
importantes efectivos tradicionalistas. La cuestión fundamental que tratan los reuni-
dos se refiere a la necesidad de pasar urgentemente aviso a los afiliados a ese
movimiento, a fin de reunir y concentrar a los mismos, con objeto de que a la hora
prevista (seis de la mañana del día siguiente) se encuentren en disposición de iniciar el
levantamiento militar, una vez que sea proclamado el estado de guerra con las
formalidades de rigor por medio de un bando que, imprimido en un taller francés,
acaba de recibir momentos antes. Utrilla es quien tomará la dirección de tal recluta,
utilizando enlaces que se encargarán de transmitir esa orden, constituyéndose desde
ese momento la plana mayor del carlismo en un órgano de dependencia directa de
Mola, para lo cual ocuparon dependencias oficiales de la propia Comandancia Militar.
Una vez que el general resuelve dicho problema, a primeras horas de la tarde,
procede al envío de enlaces a las guarniciones de Logroño, Vitoria y Soria. Mientras al
comandante Innerarity, de Logroño, le fija la misma hora de alzamiento que a
Pamplona, al teniente coronel Alonso Vega de la capital alavesa le ordena declarar el
estado de guerra esa misma tarde o, como mucho, en las primeras horas de la noche,
en tanto a su antiguo conocido de Pamplona, el teniente coronel de la Guardia Civil
Muga (jefe de la Comandancia soriana), le insiste en la necesidad de poder contar con
la necesaria protección que pueda prestar la fuerza del Cuerpo, en especial sobre las
rutas por las que se ha previsto circule la columna que marche sobre la capital de
España.
Mientras le van llegando noticias aisladas de lo que sucede en el sur peninsular y
plazas de soberanía -ya conoce el éxito ade Queipo de Llano en Sevilla-, se enfrasca
con sus colaboradores, en especial G. Escámez y Fdez. Cordón, en labores de
concretar los últimos detalles de los planes tantas veces releídos. Son momentos en los
que no cesan de llegar gentes más o menos comprometidas con la conspiración, en
busca de noticias e instrucciones que aclaren la confusa situación y les permitan tomar
la decisión última y definitiva. Así, cuando llega el coronel Tutor destinado en la
División de Valencia y manifiesta al general su intención de no regresar a dicha
ciudad, éste le agradece el gesto y lo incorpora a su equipo de trabajo a la espera de
buscarle una misión adecuada a su graduación; en ese mismo sentido, cuando el que
llega es el coronel Beorlegui, Mola le tiene ya asignada una función que considera de
gran trascendencia, cual es la de ocuparse del orden público en general y, más en
concreto, el mando de las fuerzas de la Guardia Civil, una vez que se resuelva el difícil
problema que le plantea la actitud de Rodríguez-Medel.

LA MUERTE
Antes de entrar a considerar los aspectos concretos referidos a la muerte de R.
Medel, es necesario dejar constancia, una vez más, de la insuficiencia de fuentes
(orales o escritas) que puedan ayudar a esclarecer un hecho de tal naturaleza. El autor
se ve obligado a reconocer que, a pesar de la insistencia que mostró cerca de parientes
directos de algunos de los protagonistas principales del suceso, no fue posible obtener
algún dato que arrojase más luz sobre el mismo. Por ello, no queda más remedio que
echar mano de la documentación ya conocida y, sobre la nueva, formular conjeturas
acerca de cómo pudieron suceder los acontecimientos.
[27] 307
GONZALO JAR COUSELO

Cuando de regreso del Gobierno Civil Rodríguez-Medel llega a la Comandancia


de la Guardia Civil, se reúne con sus más fieles colaboradores, el comandante
Martínez Friera y el capitána Fresno, al lado de los cuales es muy normal que estuviese
también el capitán de la 1. Compañía D. Auria. Al exponerle los planes ya propues-
tos al gobernador civil, relativos a la concentración de la fuerza y posterior traslado al
sur de la provincia, ordena que se participe a las Unidades afectadas tal eventualidad,
así como que la fuerza destinada en la capital vaya preparándose para dicha operación.
En ese sentido, manda situar el convoy de vehículos en la calle San Francisco, con
objeto de que proceda a cargar en los mismos armamento, municiones, vituallas,
documentación, caja de la unidad y demás material que le pueda ser necesario en un
futuro muy próximo. La salida está prevista para las ocho de la tarde y, por lo tanto,
sobre las siete y media se da la orden de que la tropa forme con su equipo al completo
en el patio del acuartelamiento.
A partir de aquí es cuando la multiplicidad de versiones (en su gran mayoría de
autores afines al alzamiento militar) provoca tal confusión de conductas que no queda
más remedio que optar por una que aglutine y refunda a la gran mayoría de ellas. A la
hora de inclinarse por una en concreto, parece evidente que la obra de Iribarren ha
sido el norte sobre el que han basado muchos historiadores su propia narración de los
hechos; es por este motivo por el que, sin dejar de anotar las interesantes aportaciones
que a nivel individual surjan en este relato, se puede intuir que, con anterioridad a la
formación que ahora se requería, la fuerza estaba ya alentada de una resolución
común, como señala dicho autor, cual era la de evitar cualquier tipo de enfrentamiento
con las tropas del Ejército y sumarse a la sublevación en cuanto neutralizasen o
eliminasen el único obstáculo que lo impedía: la actitud contraria del primero y
segundo jefes de la Comandancia. A esta mentalización no era ajena, más bien al
contrario, la postura del capitán Auria, oficial más antiguo de la guarnición de los que
mandaban tropa por lo que no debe extrañar que fuese este oficial quien, tras conocer
el estado emocional de sus subordinados, se dirigiese al despacho del jefe (algunos
sitúan el encuentro en el propio patio) a fin de inquirirle sobre sus intenciones finales,
toda vez que, según su criterio personal, sus hombres necesitaban saber de antemano
cual era elpapel que se le tenía asignado. Ante la postura que manifiesta el capitán de
la Compañía, el comandante opta por bajar al patio del Cuartel y dirigirse personal-
mente a los guardias.
Allí frente a ellos, es muy posible que les hubiese informado de la gravedad de la
situación y de la necesidad que tiene el Gobierno de la nación de su colaboración, a fin
de mantener la legalidad constitucional, por lo que, continuando con Iribarren,
supongo que todos estaréis dispuestos a seguirme. No tengo por qué decir a dónde ni
con qué objeto, porque los militares tienen la obligación de seguir a sus jefes sin más.
Lo único que puedo decir es que es preciso hacer un esfuerzo supremo, del que necesita
el Gobierno en estos instantes. Cuando al finalizar su breve parlamento pronuncia un
¡Viva la República!, como única y unánime respuesta recibe el silencio más absoluto
-lo que avala las sospechas de que ya existían instrucciones claras de desobediencia
colectiva-, que se transformará en un sorprendente ¡Viva España! cuando el coman-
dante insiste con otro grito similar al primero. En este intercambio de vivas parece
que fueron protagonistas personales alguno de los hermanos Nuin, de los cuales se
dará noticia más exacta al final de esta obra. Ante esta situación de clara rebelión,
calificada por Romero como protesta insólita en la Guardia Civil, el jefe de la
Comandancia trata de hacerse con el control de su gente y ordena dirigirse a los
vehículos y prepararse para la partida. Nuevo paréntesis porque, llegados a este
momento, algunos autores -Maíz, P. Madrigal, Romero o Bertrán Güell- se refieren
al enfrentamiento que se produce entre dicho jefe y uno de los guardias que,
abandonando la formación se dirige a su superior en busca de una explicación sobre la
decisión de abandonar Pamplona, en tanto otros -Iribarren, Arrarás (sigue al pie de la
letra al anterior), Del Burgo o Aguado- se inclinan por la versión que sitúa al
comandante camino de la calle, para dirigirse al convoy de vehículos, hasta que un

308 [28]
LA GUARDIA CIVIL EN NAVARRA (18-07-1936)

guardia en la puerta se interpone y trata de sujetarlo. En todas ellas la imprecisión del


relato es la característica fundamental, en especial todo lo que se refiere al tiroteo que
allí mismo se entabla entre dicho jefe y uno u otro guardia, según la versión por la que
se opte.
En lo que sí parecen coincidir todos ellos, es en reconocer que es precisamente el
comandante el que efectúa uno o varios disparos contra ese guardia, motivo por el que
el resto de la fuerza que permanece formada toma partido por su compañero y, sin
determinar el autor del mismo, alguien dispara (con máuser, pistola ametralladora,
etc.) contra su superior, provocándole la muerte en el acto y quedando el cadáver
tendido sobre la acera de la calle, a unos metros de la puerta principal del acuartela-
miento. La recepción machacona y permanente de tales versiones, la negativa rotunda
de familiares y posibles testigos presenciales a hablar de lo sucedido y los datos que
posee la familia del fallecido, fueron algunos de los motivos que llevaron al autor a
plantearse múltiples interrogantes que, todavía hoy, presentan aspectos ocultos que
no ha sido posible desentrañar. Algunas de estas zonas oscuras de la investigación
tienen mucho que ver con cuestiones como las que ahora se plantean. ¿Por qué no se
cita en ningún texto el nombre del guardia herido? ¿Por qué no se habla de sus graves
lesiones y de las consecuencias de las mismas? ¿Por qué, como luego se verá, la noticia
que se pasa al gobierno civil y que, al transmitirla a Madrid, se convertirá en despacho
oficial, habla de un conocido fascista como autor de los disparos? Si a todo ello se
añade que, cuando al día siguiente el cadáver es recogido por la familia del comandan-
te, en la espalda de la guerrera se observan dos orificios de bala, no es aventurado
pensar que la historia oficiosa necesita de algún retoque e incluso, rectificación de
fondo.
No hay que olvidar que actuaciones como las atribuidas al anónimo guardia en
situaciones similares de la contienda (especialmente los primeros y decisivos días),
fueron motivo de ensalzamiento oficial y premio con posterioridad a su realización.
Bien al contrario, en este caso la norma ha sido jugar desde entonces con el misterio y
el oscurantismo, lo que propició que muchos de los miembros del Cuerpo elaborasen
sus particulares historias en torno a lo sucedido, en base a anónimos informadores
que nunca deseaban salir a la luz. Es así que, todavía muy recientemente, el autor de
esta investigación escuchaba el relato de labios de un jefe de la Guardia Civil en
activo, según el cual el ya fallecido teniente coronel Arricivita, nacido en el pueblo
navarro de Peralta y en julio de 1936 jefe de la Línea de Elizondo, le había comentado
de forma particular lo sucedido en la tarde del día 18 en el cuartel de Pamplona,
haciéndole la confidencia de que el autor de los disparos que habían acabado con la
vida de Rodríguez-Medel no era otro que el propio guardia conductor que tenía
asignado su unidad.
Un documento que parece de interés es el que puede aportar el propio expediente
personal del capitán Auria cuando, al referirse a lo sucedido esa tarde, dice: El 18 de
julio con la fuerza del Cuerpo destinada en Pamplona, y arengando a ésta con el grito
de ¡Viva España! se negó a seguir al jefe de su Comandancia que intentaba sacar la
fuerza del Cuartel para enfrentarla a las del Ejército, en cuyo momento dicho Jefe hizo
fuego con su pistola hiriendo a un guardia y al ser repelida la agresión
o
resultó muerto el
citado jefe, después procedió a la detención del Comandante 2 Jefe y el Capitán
Cajero, que se oponían al Glorioso Movimiento Nacional por ser de significación
izquierdista y desde cuyo momento con toda la fuerza a sus órdenes se puso a
disposición del Excmo. Señor General Comandante Militar de la Plaza Don Emilio
Mola Vidal (q.e.p.d.) quien aprobó su proceder y felicitó efusivamente (los subrayados
son del autor).
Lo que sí parece incuestionable, a estas alturas de nuestro devenir histórico, es
que el comandante Rodríguez-Medel, según consta en el Registro Civil de Pamplona,
falleció el día 18 de julio a las veinte horas, a consecuencia de una hemorragia interna
en las inmediaciones del cuartel de la Guardia Civil, siendo testigos del levantamiento
[29] . 309
GONZALO JAR COUSELO

de dicho cadáver J. Llorente y A. Vázquez, llevado a cabo por el juez municipal


suplente F. Lapuente. Descartada queda, pues, la versión del enfrentamiento en el
patio y más difícil el determinar si lo hubo en la puerta, optando el autor, en base a lo
ya expuesto, por la solución que parece más lógica y eficaz para los conspiradores: el
comandante fue asesinado por la espalda, seguramente por un miembro del Cuerpo
situado en las proximidades de la puerta principal, cuando dicho jefe se dirigía hacia el
convoy de vehículos y a unos metros de dicha entrada.
Con el fin de evitar el carácter unilateral de las fuentes utilizadas hasta ahora, se
recogen a continuación las expuestas por los autores más alejados, ideológica y
generacionalmente, de los que se vieron comprometidos en la historia que trataban de
relatar. Así, mientras curiosamente Vigón no entra en detalles y acepta la versión
mayoritariamente expuesta por sus coetáneos, De la Cierva habla de amotinamiento
de la Guardia Civil contra su jefe, a consecuencia del cual se le da muerte en el forcejeo
y otros se refieren a que, debido a su fidelidad a la República, fue ejecutado (Soria), o
que, tras hacer frente a los sublevados, es eliminado de un pistoletazo (Tuñón de
Lara); para algunos otros fue asesinado por sus propios hombres (H. Thomas) o fue
fusilado al negarse a participar en la sublevación (G. Jackson). Al margen de los
historiadores, personajes como E. Guzmán años más tarde, cuando reprochaba a
Serrano Súñer algunos olvidos fundamentales en sus memorias, llegaba a situar el
escenario del asesinato del comandante en su propio despacho.
Lo que va a suceder a partir de este momento, una vez eliminado el obstáculo
principal que se oponía a los planes de Mola, es más fácil de determinar dado que la
sublevación, aunque todavía tardaría en producirse de manera oficial unas cuantas
horas, era ya algo imparable y trascendía a los exclusivos círculos conspirativos. La
noticia de la muerte de Rodríguez-Medel iba a correr como la pólvora y el general
Mola sería de los primeros en conocerla. En efecto, poco después de las ocho y
cuarto, un brigada y seis guardias civiles suben tumultuosamente las escaleras de la
Comandancia Militar mezclando de manera confusa gritos de vivas y mueras, lo que,
según contaría Mola meses después, llegó a provocarle inquietud por temor a que se
pudiese tratar de una sedición o un atentado contra su persona. Cuando llegan frente
al general su excitación no les permite clarificar de inmediato lo sucedido, por lo que
éste indica al brigada que le informe sobre los motivos de tal conducta. La respuesta
no puede ser más contundente: Acabamos de matar a nuestro comandante y, de parte
del Capitán Auria, hemos venido a decirle que estamos a sus órdenes para que nos
mande.
Existen, en este punto, también distintas opiniones sobre la conducta de un
personaje clave en el (desarrollo de los hechos; nos referimos al capitán Auria. Así, y
una vez que se descarte la versión de P. Madrigal (habla de un formación de guardias
civiles desfilando por las calles hasta el patio de la Comandancia Militar, para ponerse
a las órdenes directas de Mola), mientras algunos como Vigón afirman que fue el
propio capitán el que se trasladó personalemente al despacho del general para ponerle
al corriente de lo sucedido, otros como Romero, Iribarren o Maíz, no recogen la
presencia de Auria en la Comandancia Militar, aunque sí reconocen que los hombres
enviados allí lo eran en nombre suyo. Por último, autores como Arrarás o Aguado se
pronuncian por un relato como el ya reseñado, incorporando una visita posterior del
capitán, a instancia del propio general, con el fin de que fuese él personalmente quien
le pusiese al corriente de hechos de tanta gravedad y trascendencia. En lo que sí
coinciden la mayoría es que, inmediatamente de conocido lo ocurrido, Mola acompa-
ñado de sus más directos colaboradores -irían su ayudante, F. Cordón, los coroneles
Ga Escámez y Beorlegui (Del Burgo y Arrarás sitúan a éste último en la misma
Comandancia de la Guardia Civil, en el preciso momento de ocurrir la muerte de
Rodríguez-Medel) y los capitanes Vicario y Moscoso-, se dirige a pie al cuartel de la
Benemérita. Cuando llega a dicho lugar, en vista de que todavía permanece sobre la
acera y sobre un charco de sangre el cuerpo sin vida del comandante asesinado,

310 [30]
LA GUARDIA CIVIL EN NAVARRA (18-07-1936)

ordena que se levante y traslade el mismo al depósito de cadáveres de la Ciudadela y a


continuación el general trata de calmar los alterados ánimos de la tropa, para lo cual,
después de mandar formar a la misma en el patio del acuartelamiento, les dirige un
discurso en tono patriótico que enfervoriza a los guardias, quienes acaban prorrum-
piendo en gritos de ¡viva España! y ¡viva el general Mola!.
En aquel mismo momento ordena a Beorlegui que se haga cargo del mando de la
Guardia Civil, como ya estaba previsto, así como que se proceda a trasladar a prisión
militar al comandante M. Friera y al capitán Fresno, quienes, tras la muerte de su jefe
de Comandancia, habían buscado refugio en sus pabellones a fin de huir de la ira de
sus subordinados que habían llegado a pensar en fusilarlos allí mismo. Ambos
mandos serían fusilados con posterioridad, el día 26 de agosto de ese mismo año.
Arrarás cita, además de al capitán Auria, a otros miembros del Cuerpo que se habían
destacado especialmente en la preparación y desarrollo de los hechos que provocaron
la muerte de su jefe de Comandancia y que, consecuentemente, se decantaban por una
conducta de clara rebelión contra el poder legítimamente constituido -éste sí que
parece ser el verdadero meollo de la cuestión-, lo que induce a reafirmar la no
casualidad de lo que había ocurrido, así como el inevitable fracaso de los planes de
Rodríguez-Medel, al tener que enfrentarse a una Unidad que, desde el momento en
que se había hecho cargo de la misma, había adoptado una postura de clara hostilidad
y rechazo a los dictados y órdenes de sus mandos. Fueron esos mandos intermedios:
el teniente Cervantes, los alfércees M. y F. Nuin, los brigadas S. Nuin (hermano de
los anteriores) y F. González, todos ellos muy vinculados a Navarra y con larga
permanencia en Unidades de esa demarcación territorial. La sublevación imprevista
de la Guardia Civil, precipitando de forma inequívoca los acontecimientos, no iba a
modificar los planes de Mola, en el sentido de mantener como hora de declaración del
estado de guerra las seis de la mañana del día siguiente. A pesar de ello, estaba claro
que la conspiración quedaba definitivamente al descubierto y que así lo iban a
constatar los hechos que ocurrieran antes de que llegase la hora señalada.
Una vez que deja en completo orden la Comandancia de la Guardia Civil, el
general y sus acompañantes se trasladan hasta el acuartelamiento de la Guardia de
Seguridad y Asalto, dependencias de las que sale a recibirle el capitán Atauri antiguo
subordinado en los tiempos de África, quien le pone al corriente de las últimas
novedades, informándole de la actitud de apoyo al movimiento de todo su personal.
Cuando llega de regreso a su despacho ya toda la ciudad conoce lo sucedido en el
cuartel de la Guardia Civil, incluido el gobernador civil, quien había sido informado
tan escuetamente por teléfono de los hechos que, según se deduce del resultado, las
noticias que traslada a Madrid son de tal imprecisión que cuando a las nueve de la
noche transmite la radio oficial el ya famoso comunicado, se señala que: Un conocido
fascista ha asesinado, esta tarde en Pamplona, al comandante Rodriguez-Medel de la
Guardia Civil, hombre afecto a la República.
La noticia de la muerte del jefe de la Comandancia ha llenado de preocupación al
gobernador civil y a todos los que le acompañan en su despacho. Tras sus llamadas a
Madrid, se pone en contacto con el general Batet a quien le solicita además del envío
de refuerzos, la adopción de medidas disciplinarias que todavía puedan frenar al
general Mola. Parece ser que llama también al despacho de éste y aunque la respuesta
no puede ser otra que el levantamiento es algo inevitable en toda España, le promete la
dispensa de un trato correcto tanto para él como para su familia, si voluntariamente
acepta abandonar la ciudad antes ae que sea demasiado tarde. Si se hace caso a
Arrarás, el coronel Beorlegui, encargado ya de la jefatura de orden público en
Navarra, se presenta en las dependencias del Gobierno Civil instando a Menor
Poblador a que, en el plazo de una hora, abandone la provincia asegurándole que nada
le ocurrirá en el camino, al poder contar con una escolta policial en su propio
vehículo. Una vez que solventa la situación en que quedará su esposa e hijos abandona
la ciudad con destino a San Sebastián. De la titularidad de dicha institución se hará

[31] 311
GONZALO JAR CQUSELO

cargo M. Font, antiguo secretario del mismo que había sido trasladado a Huelva por
las autoridades del Fente Popular, y que, por aquellas fechas, se encontraba pasando
unas vacaciones en Pamplona con motivo de las fiestas de San Fermín.
No deja de llamar la atención, en lo referente a la suerte de la primera autoridad
de la provincia, tanto la escasa resolución de un carácter tan débil como la especial
consideración que le dispensó Mola, pues no sólo le salvó la vida sino que se preocupó
de buscarle un colegio religioso para sus hijos. Tanto es así que, según testimonios
posteriores, ambos personajes siguieron manteniendo contactos postales en los que
recordaban y analizaban lo sucedido. Llega a ser hasta cierto punto contradictorio el
observar como se fusila sin esa piedad a compañeros de armas, mientras se muestra
solícito con miembros de la clase política a la que, como es bien sabido, no tenía en
demasiada estima.
Las últimas horas del ya histórico 18 de julio las ocupa el general Mola en atar
todos los cabos que le permitan ejercer un efectivo control sobre la capital navarra, sin
por ello descuidar la marcha de la sublevación en el resto del territorio nacional. De
esa manera, mientras se asegura la fidelidad de las instituciones -el Ayuntamiento y
Diputación Foral, al estar bajo dirección de fuerzas opuestas a las gubernamentales,
no han de plantear problemas-, ordena el acuartelamiento de todas las fuerzas
armadas, dejando la seguridad y el orden a cargo del personal de Asalto que patrulla la
ciudad; comienzan las detenciones de simpatizantes del Frente Popular, quienes son
ingresados en los recintos carcelarios que ocupaban los antiguos presos políticos
ahora ya en libertad. En su despacho sigue la patrulla de carlistas armados que se
había constituido en una especie de escolta personal, así como los últimos enlaces que
traen noticias de Zaragoza, Burgos, Vitoria, San Sebastián y Logroño; precisamente,
para la base de Recajo en esta última provincia, saldrá otro con instrucciones del
general quien, desde allí, habrá de seguir hasta León con idéntica finalidad.
Cerca ya de la medianoche, en las horas que preceden a la destitución del jefe de
la División Orgánica, el mismo Batet llama por teléfono a Mola, a fin de saber de
forma directa lo que está ocurriendo en Pamplona y otras capitales de su jurisdicción.
De las versiones sobre el contenido de la conversación, transmitidas por Iribarren,
Arrarás y Maíz, se puede reconstruir lo más interesante de la misma:
Batet: ¿Me quiere explicar qué pasa en Pamplona? Hasta mí han llegado graves
rumores de que...
Mola: Pues no pasa nada, mi general, ni pasará mientras yo esté aquí. Respondo del
orden.
B: Me ha comunidado el gobernador civil que el comandante de la Guardia Civil ha
sido asesinado por un fascista.
M: No se trata de ningún atentado fascista, sino de un suceso lamentable que
esclarecerá la sumaria.
B: Pero el gobernador me dice que Vd. se niega a colaborar con él y que ha rehuido ir
a su despacho.
M: Puedo asegurarle que estoy a su lado para que no se altere el orden y que si no
voy al Gobierno Civil es porque no quiero caer en una encerrona, cosa muy de temer
dada la gente que le rodea. Si lo desea, puede venir a mi despacho y hablar de todo lo que
quiera.
B: ¿Sabe Vd. que se ha declarado el estado de guerra en Vitoria?
M: Sí, porque lo he mandado declarar yo.
B: Y ¿quién es Vd. para dar una orden de tal gravedad? En Irache me dijo que...
M:En efecto,... que no estaba comprometido en ninguna aventura. ¿Acaso le parece
una aventura decidirse por la defensa de la patria?
B: En ese caso...
M: Efectivamente, mañana a las seis de la mañana. Aun tiene Vd. tiempo para
pensarlo y acertar. Buenas noches.

La rebelión del general Mola quedaba definitivamente al descubierto, en tanto la

312 [32]
LA GUARDIA CIVIL EN NAVARRA (18-07-1936)

suerte de su superior inmediato sería bien distinta. Fue arrestado por los conspirado-
res en sus propias dependencias oficiales, encarceelado y fusilado siete meses más
tarde. Otra comunicación telefónica con Burgos le sirve a Mola para conocer el
desarrollo de los hechos y que el propio general Dávila, como jefe de la sublevación,
le ponga al corriente de lo sucedido. Es evidente que, hasta que llegase la ansiada hora,
en la Comandancia Militar de Pamplona no se iba a detener la vorágine provocada por
la avalancha de novedades que hasta allí llegaban. Al lado del general están Beorlegui,
Ortíz de Zárate, Rada y Utrilla, entre otros, éste último con su escolta de catorce
tradicionalistas, en tanto otros ochenta se repartían por las dependencias del edificio.
Así, entra un enlace del teniente coronel Baselga, procedente de San Juan de Luz y vía
Valcarlos, con noticias que hablan del levantamiento de la Armada contra sus mandos
superiores, mientras el que llega de San Sebastián, J. Aguado, trae malos presagios
sobre lo que pueda suceder en la capital donostiarra. Mantiene numerosos contactos
telefónicos, entre los que destacan los efctuados con Valladolid, donde Saliquet ha
necesitado utilizar la fuerza de las armas para hacerse con la situación; Bilbao,
sosteniendo un virulento enfrentamiento verbal con el gobernador civil, y Barcelona,
invitando a unirse a la sublevación al general jefe de la División orgánica, Llano de la
Encomienda, de quien como ya se dijo sabía que se negaría, pero al que utilizaba para
que extendiese la noticia por su demarcación e, incluso, la transmitiese a Madrid;
idéntica respuesta obtiene del general de Valencia, Mnez. Monje. En todos los casos
les previene sobre las consecuencias que puedan derivarse de sus respectivas actitudes.
Sin embargo, las dos conferencias telefónicas más importantes que se iban a
celebrar esa madrugada no habían tenido todavía lugar. En efecto, tras la urgente
remodelación de gobierno, llevada a cabo esa misma noche, con objeto de frenar la
guerra civil que se presagiaba, es nombrado jefe del ejecutivo Mnez. Barrio en
sustitución de Casares Quiroga y, para ocupar la cartera de Guerra, se designa al
general Miaja. Aunque vuelve a surgir el permanente conflicto de horas y fechas,
parece más verosímil que fuese éste último el que primero llamase a Pamplona, más
teniendo en cuenta que ambos militares ya se conocían desde sus tiempos de servicio
en África, donde Mola había estado a las órdenes directas del nuevo ministro. De esta
manera, no es extraño que el nuevo jefe del departamento comience su conversación
utilizando un lenguaje coloquial y amistoso, hasta que llega el momento de plantearle
lo que está ocurriendo. Iribarren y Maíz han recogido el diálogo así:
Miaja: Me dice el Comandante Militar de Vitoria que le ha ordenado Vd. declarar el
estado de guerra ¿Es cierto?
Mola: Sí señor.
Miaja: Pero, ¿es qué ha ocurrido algo?
Mola: No ha ocurrido nada.
Miaja: Pero, si el general de la División no lo ha ordenado, ¿por qué lo ordena Vd. ?
Mola: Por que yo soy el general de la División.
Miaja: ¿Y el general Batet?
Mola: El general Batet no pinta nada para estas horas. Soy yo quien tiene el mando.
Miaja: Pero ¿no sabe que hace falta un decreto para eso?
Mola: Eso, mi general, era antes.
Miaja: Entonces, ¿está Vd. sublevado?
Mola: Sí señor, yo con toda la División.
Si la suerte militar estabe echada con la clara desobediencia a los dictados de la
máxima autoridad, únicamente restaba, como último intento, la intercesión de la
cabeza del ejecutivo. El moderado Martínez Barrio se sirve también de adulaciones y
piropos personales para que, a cambio incluso de ofrecerle la cartera de guerra, desista
de sus empeños subversivos, haciéndole fiel promesa de un cambio de rumbo en la
política del Gobierno y dar satisfacción a las aspiraciones del Ejército; Mola le
responde que no puede aceptar ese tipo de ofrecimientos, pues la paz del país sólo

[33] 313
GONZALO JAR COUSELO

puede ser restablecida por el Ejército, a través de una dictadura militar. Cuando el
presidente le recuerda su responsabilidad ante las consecuencias de una cruenta guerra
civil, el general se despide de él añadiendo que la suerte de España ya está echada.
Decir también, en relación con estos contactos, que Iribarren habla de una segunda
conversación entre estos dos personajes que, de haberse realizado, sirvió únicamente
para provocar las ruptura total y definitiva de Mola respecto al gobierno de Madrid.
En torno a la conversación Martínez Barrio-Mola, aunque la mayoría de histo-
riadores están de acuerdo en lo fundamental, quizás convenga hacerse eco de la
versión que reproduce en sus memorias el dirigente de la CEDA Gil Robles. Dicho
político atribuye al presidente la frase siguiente: En estos momentos los socialistas
están dispuestos a armar al pueblo. Con ello desaparecerán la República y la democra-
cia. Debemos pensar en España. Hay que evitar a toda costa la guerra civil. Estoy
dispuesto a ofrecerle a Ustedes, los militares, las carteras que quieran en las condiciones
que quieran. Exigiremos responsabilidades por todo lo ocurrido hasta ahora y repara-
remos los daños causados, a lo que Mola contesta con la imposibilidad de actuar en ese
sentido, poniendo en su boca aquello de que: Ninguno de los dos podemos controlar
ya a nuestras masas. A lo mejor era cierto lo que decía De la Cierva, quien atribuye
esta noble tentativa de conciliación a la iniciativa de Azaña, en torno a que la sangre
del comandante Rodríguez-Medel y de los primeros caídos en Castilla y África hacían
imposible un acuerdo como el que planteaba el Gobierno para esa situación de
irreversibilidad en la historia de España.
Cerca ya del amanecer el capitán Barrera, en funciones de ayudante del coronel
García Escámez, presenta al general la composición definitiva de la columna que
según lo previsto ha de estar lista para partir a las catorce horas de ese día 19 con
dirección a Madrid. A última hora ha sido necesario introducir importantes variacio-
nes en los organigramas, con objeto de encuadrar el elevado contingente de requetés
que se han presentado voluntarios (alrededor de unos 1.100). Se formarán tres
compañías, en las que se incluirán cincuenta de éstos, al mando de los tan citados
Vicario, Lastra y Moscoso, al tiempo que se añade una nueva compañía formada
exclusivamente por requetés, al mando del tradicionalista Del Burgo.

EL ESTADO DE GUERRA
Tal como estaba previsto, a las seis en punto de la mañana del día 19 de julio de
1936 una compañía perteneciente al Batallón Sicilia al mando del capitán Lastra
(según Aguado), formada en la Plaza del Castillo y tras el toque de diana, procede a
proclamar el estado de guerra en toda la demarcación territorial de la División
Orgánica, para lo cual recorrerán toda la ciudad colocando el bando de Mola en los
puntos claves de la misma. En su texto se habla de la salvación de España en trance
inminente de sumirse en la más desenfrenada situación de desorden, por lo que asume
el mando de la División Orgánica y se declara el estado de guerra. A partir de este
momento entrarán automáticamente en vigor las Instrucciones Especiales para Nava-
rra, a las que se refiere Martínez Bande; así, en cuanto se asegure el orden público en
Pamplona, se organizará una columna según los planes ya descritos, en tanto que
inmediatamente de declarado el estado de guerra se enviará desde Pamplona una
Compañía de Infantería del América, con una Sección de la Guardia Civil de Tudela,
para recoger en dicho punto y escoltar hasta la Ciudadela un convoy de diez camiones
procedentes de Zaragoza, con armamento y municiones.
Mientras la situación en la capital navarra era de clara adhesión al alzamiento,
impregnada de un ambiente de fervor religioso-patriótico, en algunas poblaciones de
la provincia fue necesario vencer, bien es verdad que sin grandes problemas, ciertos
núcleos de resistencia a los rebeldes. En ese sentido Aguado describe como, en
Alsasua, un pelotón de guardias civiles proclamaba durante la mañana el estado de
guerra, por medio de bandos colocados en las paredes que, tras retirarse la fuerza,

314 [34]
LA GUARDIA CIVIL EN NAVARRA (18-07-1936)

fueron arrancados por vecinos de la localidad a cuyo frente estaba el médico Salinas,
razón por la que fue necesaria la presencia de tropas del Batallón acantonado en
Estella bajo el mando directo de su jefe, el teniente coronel Cayuela. En Corella, los
falangistas y requetés, a los que se unieron los dos únicos guardias que había en el
Puesto, lograron contener la situación a su favor frente a otro grupo encabezado por
el propio alcalde de la localidad, hasta que pudieron llegar refuerzos de la Benemérita
pertenecientes al Puesto de Tudela y dirigidos por el mismo Jefe de Línea; precisa-
mente en la capital de la Ribera, el alcalde de la villa había ordenado el cierre del
Círculo Carlista, razón por la que los tradicionalistas se dirigieron al Cuartel de la
Guardia Civil en busca de apoyo que ya podrían prestar los guardias que habían
regresado de su inicial concentración en Tafalla. Por último, en Lodosa, los miembros
del Cuerpo se abstuvieron de intervenir y permanecieron en el Cuartel hasta que, tras
el asesinato de uno de los vecinos del pueblo, restablecieron la calma y proclamaron el
estado de guerra.
Las escaramuzas y alteraciones públicas continuarán durante la noche del día 19
y a lo largo del 20, en especial por la parte norte de la provincia. Son protagonistas
especiales de las mismas los miembros del Cuerpo de Carabineros, en concreto los
integrantes de los Puestos de Elizondo y Vera de Bidasoa, quienes, tras el acoso
violento de los levantados, optaron por unirse a sus compañeros de Guipúzcoa que
permanecían fieles al Gobierno. El mismo Aguado cuenta como, tras ser detenidos y
desarmados un grupo de milicianos de Irún por guardias civiles pertenecientes a los
Puestos de Echalar y Lesaca, fueron obligados por el teniente de Carabineros de Vera
de Bidasoa, M. Gómez, a devolver las armas y poner en libertad a los detenidos. Por
último, algún sobresalto como el ocurrido en Cascante y algún núcleo de población
más obligó a la fuerza del Puesto de Tudela a tener que intervenir para mantener el
control de la conspiración.
Respecto al tratamiento que la prensa otorgó a los sucesos de Pamplona, decir
que no se distinguió por tratar de desentrañar lo que allí ocurrió, limitándose la de
Madrid a transmitir el despacho de agencia en el que se atribuía la autoría del asesinato
a un conocido fascista de Pamplona, en tanto la navarra recogía escuetamente la
muerte de Rodríguez-Medel. Así, mientras en El Pensamiento Navarro se afirmaba
que la misma era consecuencia de un accidente ocurrido dentro del cuartel, el Diario de
Navarra hablaba de un accidente desgraciado en el Cuartel. Este periódico aseguraba
que seguirá en todo su vigor el actual régimen foral e indicaba que el coronel
Beorlegui se había hecho ya cargo de la Guardia Civil y de la de Asalto y Seguridad,
cuya presencia por la población, en un recorrido que hizo por las vías más concurridas,
bastó para que se esfumaran sin chistar los grupitos en actitud expectante, mientras
que, tras la marcha del gobernador civil, había asumido sus funciones el Sr. Font,
destinado en el Gobierno Civil de Huelva.
Como estaba previsto, a las diez de la mañana del día 19 se transmite el mensaje
radiofónico que dirige Mola: Españoles, el movimiento salvador iniciado por el
Ejército está en marcha camino de la victoria..., en tanto, en la Comandancia de la
Guardia Civil, el capitán Auria se hace cargo con carácter accidental del puesto de
comandante Mayor de esa Unidad sin cesar en el mando de su Compañía, vacante
producida por la detención de su titular, comandante M. Friera. Antes del mediodía
legan al aeródromo de Noain, en una avioneta pilotada por el aviador Ansaldo y
procedente de Francia, los dirigentes carlistas Fal Conde y Zamanillo, siendo recibi-
dos y protegidos por el grupo de requetés que custodia la base; decir que dicho piloto
saldría momentos después hacia Lisboa, con objeto de recoger al general Sanjurjo y
trasladarlo a España ese mismo día. Bien se ve que, a estas alturas, el movimiento
tradicionalista se ha convertido en núcleo fundamental de la rebelión en Navarra,
confirmándolo hechos como que, alrededor del mediodía, se lleve a cabo por las calles
de Pamplona un desfile paramilitar de unos 800 requetés, o que, desde ese mismo día,
en el palacio provincial de la Diputación Foral, y seguramente ante la sorpresa de

[35] 315
GONZALO JAR COUSELO

Mola, ondee ya la bandera bicolor que, al recibir la callada por respuesta, se convierte
en símbolo institucional de la propia conspiración.
Al día suiguiente, mientras la prensa sigue sin hacerse eco de la muerte de
Rodríguez-Medel -no aparece ni siquiera en las páginas que los diarios navarros
dedican a necrológicas y esquelas-, las páginas de El Pensamiento Navarro se convier-
ten en el órgano de información del alzamiento militar en aquella región. Dice en
portada: ...Después de las horas de la noche del sábado, herméticas, nerviosas, y
oscuras...¡Día hermoso para España..., el día del domingo 19 de julio de 1936..., al
tiempo que describe como, desde las primeras horas de la madrugada del domingo a
las diez de la noche, hora en que partió la columna que se dirigía a Madrid, el
entuasiasmo fue delirante.
Planteada por Mola la necesidad de organizar unas segunda columna que sirviese
de refuerzo a la anterior, y pensar en atribuir el mando de la misma al coronel
Beorlegui, se hacía imprescindible buscar un sustituto a éste para el mando de las
fuerzas del orden público, cargo que recayó en la persona del coronel de la Guardia
Civil S. Becerra quien, por aquellas fechas, se encontraba en Navarra en situación de
disponible forzoso, tras haber sido cesado en el mando del Tercio de Toledo. Al
mismo tiempo comenzaban a llegar a las dependencias militares de Pamplona, gene-
ralmente conducidos por la Guardia Civil, los detenidos por mostrarse contrarios a la
rebelión militar; de entre los que vienen de Logroño cabe destacar el general Carras-
co, según Iribarren por blando e indeciso, el alcalde Gurrea, quien en ocasiones había
asistido a Mola como odontólogo, el gobernador civil y su secretario y otras personas
de relevancia local. Tal como hace Salas Larrazábal, es curioso resaltar el hecho de que
incluso se llegó a sancionar a otro Solchaga, también militar y hermano del jefe de la
columna navarra, por negarse a secundar el movimiento. Referido a la familia de
Solchaga, Fernández Cordón asegura que, si en un principio, el coronel Solchaga se
había negado a integrarse en la red conspirativa, el día 19 acaba por sublevar el
regimiento a su mando.
En todo caso la rebelión ya se había extendido a toda España y, por lo que se
refiere a Navarra, iba a ir perdiendo protagonismo en beneficio de otras zonas del
territorio nacional, al consolidarse la victoria de los rebeldes. El día 21 Mola parte
para Burgos y, cuatro días más tarde, Cabanellas visita Pamplona y la prensa recoge
como se llegó al paroxismo al paso de las fuerzas de la Guardia Civil añadiendo que
poco será cuanto se haga por desagraviar a esa legión de hombres honrados y decentes
de los insultos, ultrajes y ofensas.

EPILOGO
El autor que mejor compendia los interrogantes que surgen tras lo sucedido en
Pamplona -en especial lo referido a la Guardia Civil-, es sin duda Romero, al plantear
cuestiones tan fundamentales como la determinación de si fue un hecho espontáneo la
muerte de Rodríguez-Medel, si tuvo algo que ver Mola en la misma o, en último caso,
si era necesidad inexcusable que, bajo pretexto de obediencia a sus mandos naturales,
dicha Institución no se le pusiese en contra. De lo expuesto anteriormente, no cabe
deducir la existencia de una indicación expresa del general en orden a eliminar al
comandante, lo que no impide, por otra parte, imaginar el alivio que para sus planes
suponía tal desaparición, dejando expedito el camino de la rebelión en Navarra al
solventar la única dificultad que se oponía al triunfo de la misma, así como la
conveniencia de recordar de nuevo la velada amenaza que, en versión de Vigón, le
dirigió el general en su despacho la mañana del día 18, al recordarle que podía ser para
él fatal, ya que las fuerzas de la Comandancia no le seguirían. Tampoco conviene
olvidar, en ese mismo sentido, la premeditada intransigencia demostrada por el
Director para con los que no se sumasen a la rebelión, cuya demostración más nítida
se manifiesta en uno de los párrafos de la Instrucción Reservada N.° 5, dictada por él

316 [36]
LA GUARDIA CIVIL EN NAVARRA (18-07-1936)

tan solo un mes antes: ha de advertirse a los tímidos y vacilantes que aquél que no está
con nosotros está contra nosotros, y que como enemigo será tratado. Para los compañe-
ros que no sean compañeros, el movimiento triunfante será inexorable. El texto
disculpa de cualquier tipo de añadido o declaración.
Respecto a la rotunda afirmación de Aguado, cuando se dice que la eliminación
de Rodríguez-Medel por sus propios hombres es un caso único en la historia de la
Guardia Civil, es conveniente recordar que las afirmarciones rotundas, en Cuerpos
tan antiguos y con tantos miembros que lo componen, corren el peligro de la
simplificación carente de rigor; los hechos históricos son fenómenos multidisciplina-
res que se producen por muy diversas motivaciones y, en ese sentido, parece improce-
dente elevar al rango de categoría institucional una situación tan anormal como la que
ahora se trata: Rodríguez-Medel se hace cargo del mando de una Unidad des-
conocida, cuando ésta ya está implicada de lleno en la conspiración -del capitán Auria
para abajo eran todos, en mayor o menor medida, rebeldes- y para auxiliarle, ocho
días antes de su muerte, le mandan a un segundo jefe también desconocido para la
tropa. En esa texitura histórica lo que hubiese llamado la atención es el fracaso de la
rebelión, pues cuarenta días no deja de ser un período de tiempo mínimo para hacerse
con el control de aquella situación. Como dice Talón, al analizar el comportamiento
de dicho comandante, lo fácil para él habría sido subirse al carro de los vencedores,
razón que engrandece todavía más la desinteresada entrega de Rodríguez-Medel.
El análisis del comportamiento de la Guardia Civil a nivel corporativo, respecto
al levantamiento militar, es todavía una cuestión inacabada, al ser considerada como
uno de los factores clave y determinantes del éxito o fracaso inicial del mismo. Al
frente de dicho Cuerpo se encontraba el general Pozas, colocado por Portela Vallada-
res con objeto de atraerse la fidelidad de sus miembros al Gobierno, para lo cual trató
de ir destinado a los puestos más conflictivos a los mandos que consideraba más
apropiados, ya fuese, como dice Romero, por convicciones políticas o por sentido de la
disciplina. Madrid y Barcelona serían, en ese sentido, los casos más típicos y, por lo
que respecta a Navarra, tampoco han de caber muchas dudas sobre la oportunidad del
destino del Rodríguez-Medel; descartado que fuera un activo conspicuo republicano,
pues su pasado así lo atestiguaba, de lo que no cabe duda es que desde que llegó a
Pamplona se empeñó en hacer cumplir la legalidad vigente. Eso no le impedía, como
transmite en su carta del día 17, atribuir al Gobierno muchas culpas en torno a la
situación de inestabilidad que se vivía en España.
Prueba de la importancia que se daba a la toma de posición de la Guardia Civil es
una conversación celebrada en enero del 1932, entre Sanjurjo y Azaña (recogida por
éste en sus memorias), en la que, al inquirirle al general sobre los rumores que
hablaban de una sublevación encabezada por él y secundada por dicho Cuerpo, éste le
responde que sería algo que no se le ocurriría jamás, ya que de triunfar el que viniese
detrás ya no se fiaría de ella y la suprimiría. En esa lealtad gubernamental vieron
muchos historiadores la razón del fracaso conspirativo y, en ese sentido, la división en
que se vió inmersa dicha Institución fue el reflejo de la división nacional por lo que,
salvo en casos muy concretos, la desorientación fue una circunstancia muy generaliza-
da y, algunos autores, resumen lo sucedido en esos días de julio como un audaz golpe
en manos de muy pocos (se manejaba incluso la cifra de mil activistas en toda España).
Salas Larrazábal, al hacer balance de las fuerzas que quedaron en uno y otro bando,
atribuye al gubernamental un 55% de la Guardia Civil, un 60% de Carabineros y un
70% de Seguridad y Asalto, descartándose en la actualidad que el protagonismo del
golpe lo hubiesen llevado los generales.
Mientras Romero asegura que, dada la proporción de fieles y contrarios al
Gobierno, no puede hablarse de conspiración de los generales, A. Baño va mucho más
allá y afirma que los primeros defensores de la República fueron los generales con
mando en el Ejército, resaltando el hecho de que los seis generales de la Guardia Civil
se hubiesen mantenido al lado de la legalidad republicana. Con lo expuesto hasta

[37] 317
GONZALO JAR CQUSELO

ahora parece bastante evidente que ya no se puede seguir manteniendo a estas alturas
una posición legitimadora de un ataque a la legalidad como el producido el 18 de julio,
al menos desde el campo estrictamente constitucional y haciendo abstracción de los
condicionantes sociológicos y de otro tipo que determinaron aquellos hechos.
En esa dirección, y precisamente por tratarse de una personalidad poco sospe-
chosa de inclinaciones republicanas, no estaría de más recoger las reflexiones que
Serrano Súñer en sus memorias dedica a lo que denominó situación de justicia al
revés, algo insólito en la historia de las convulsiones político-sociales. Como hombre de
leyes que era, percibió de lleno la monstruosidad jurídica en que se basó la ordenada
represión en la zona nacional, donde se atribuía el carácter de rebelde, paradójicamen-
te, al que se había mantenido fiel al Gobierno legalmente constituido, por mucho que
los excesos y el proceso de disolución seguido por el Gobierno del Frente Popular
justificaran la rebelión. El sistema de funcionamiento de los Consejos de Guerra —tan
simple y artificioso, en el tremendo clima de una guerra civil, conduce inevitablemente
a situaciones como las que se plantearon en algunas zonas donde se establecieron
previamente porcentajes de absoluciones, penas de muerte y privativas de libertad.
Parece evidente, pues, que mantener conclusiones como las deducidas por Aguado,
además de ser manifiestamente antijurídicas pueden servir de justificación para com-
portamientos que, desde él punto de vista comparativo, en nada benefician al armóni-
co funcionamiento del Insituto.
Para finalizar este Epílogo convendría hacer algún tipo de consideración, referida
a la presunta inhibición gubernamental ante tantas evidencias de rebelión que afloja-
ron a lo largo del proceso conspirativo. Por lo que atañe al presidente del Gobierno,
Casares Quiroga, muchos autores le atribuyen la seducción que suponía el conseguir
el triunfo similar al que había obtenido Azaña, en relación con el golpe de Sanjurjo en
1932, ya que de esa manera saldría robustecida, según Gil Robles, su quebrantada
situación política; tenía plena confianza tanto en los resortes gubernamentales como
en la adhesión de las fuerzas de Asalto y de la Guardia Civil. En realidad lo que se
pensaba desde el campo republicano moderado era que, al no atribuir al movimiento
revolucionario capacidad de organización ni medios suficientes para el triunfo, la
propia dinámica de obediencia jerárquica a los generales pro-gubernamentales impe-
diría la posibilidad de conseguir sus propósitos; es evidente que, a posteriori, tal
decisión fue nefasta para el destino de la República y a esa inactividad suicida dirigía
sus críticas más aceradas la izquierda revolucionaria, cuya influencia se trataba de
frenar con las amenazas provinientes de los sectores más duros de la derecha. En
definitiva, el análisis de la situación realizado por las fuerzas gubernamentales se
equivocó rotundamente, tanto al sobreestimar el posible apoyo de la gran mayoría de
la población como al no prever la marginación en que quedarían los altos mandos
militares leales, frente a la contundencia utilizada por los jefes y oficiales comprometi-
dos en la sublevación.
En el caso concreto de Navarra hay que reconocer que, desde un principio, se
había decantado casi masivamente por la rebelión, incluso a través del movimiento
carlista, mucho antes de que llegase allí el general Mola. Territorio tradicionalista por
excelencia, donde primaban sentimientos mezclados de patriotismo y religión, sus
dirigentes habían conseguido estructurar desde tiempo atrás un fuerte sistema organi-
zativo que permitió a Mola contar casi de forma inmediata con unos hombres
armados, instruidos y encuadrados. De ahí que, una vez muerto Rodríguez-Medel, el
camino quedaba expedito para el triunfo de la rebelión. Como hecho anecdótico, y de
cierto interés a efectos estadísticos, subrayar el aspecto de que Rodríguez-Medel fue
el primer mando de la Guardia Civil que perdió la vida en la larga y cruenta guerra, no
siendo el primer miembro del Cuerpo en fallecer ya que, tan solo dos horas antes, tres
guardias caían muertos en Sevilla cuando en un vehículo del Cuerpo trataban de
hacerse con el control de la plaza de San Fernando de dicha ciudad.

318 [38]
LA GUARDIA CIVIL EN NAVARRA (18-07-1936)

DESTINO DE LOS PROTAGONISTAS


Ya se ha dicho anteriormente, al referirse al caso concreto de Rodríguez-Medel,
los problemas legales y documentales que planteaban las muertes en fechas como el 18
de julio o inmediatamente posteriores pues, a la urgencia lógica del momento, se llegó
a sumar una forma de actuación pragmática que no paraba en mientes a la hora de
resolver problemas de desaparecidos, ya fuesen de forma física (ejecutados, muertos
en el frente, etc.) o de forma administrativa, haciéndolos desaparecer de escalafones,
registros judiciales y municipales. Esta limitación documental ha servido para que los
distintos investigadores se planteasen procedimientos de expurgación de archivos
muy diversos, haciendo hincapié en cuestiones que cada uno de ellos consideraban
como más interesantes. Los de Salas de Larrazábal y de R. Tapia son los que se han
utilizado en este trabajo.
Expuestas estas prevenciones de tipo personal es hora de ver el destino de los
protagonistas más relevantes de esta historia, incluyendo, además, el de aquellos
miembros del Cuerpo que jugaron un papel destacado en los hechos aquí historiados.

General D. Emilio Mola Vidal


El día 3-VI-37 muere en accidente de aviación en las proximidades de Briviesca
(Burgos), siendo enterrado en el cementerio municipal de Pamplona.

Comandate D. José Rodríguez-Medel Briones


Tras su fallecimiento, el cadáver fue trasladado al depósito del Hospital Militar
de Pamplona, sin que nadie se hubiese hecho cargo oficial del mismo. Su familia se
había enterado en Madrid del asesinato, a través del comunicado que transmitió la
radio el mismo día 18 por la noche, razón por la que se trasladaron su esposa e hija
desde Madrid sin que fuese posible mantener ningún tipo de contacto con las
autoridades. Los impedimentos llegaron a imposibilitar una inhumación normal, por
lo que hubo que depositar sus restos en el panteón de la familia Chueca sin que fuese
permitido colocar inscripción alguna en la tumba, situada en un lugar que daría frente
al nicho en el que, meses después, se depositaron los restos del general Mola hasta el
definitivo traslado al mausoleo en donde reposa actualmente. Incluso después de
muertos los dos personajes estaban condenados a seguir enfrentados.
Los problemas burocráticos que se derivaron de su muerte no hiceron más que
poner en entredicho la voluntad del nuevo régimen para aclarar las circunstancias de
la misma. Así, ante la necesidad burocrática de contar con un documento oficial de su
baja, aparte de la insistencia en confirmar que resultó muerto en Pamplona por
oponerse al Glorioso Movimiento Nacional, la dirección general de la Guardia Civil,
en 1942, certificaba que falleció a consecuencia de heridas de arma de fuego, motiva-
das por disparos producidos en los primeros momentos de la revolución y por conse-
cuencia directa de la misma. En 1944, requerida la dirección general para que certifi-
que de manera clara y terminante que la causa del fallecimiento fue la guerra, se
responde desde este organismo que no es posible....

Coronel D. Santiago Becerra Abadía


Navarro de Viana (1887), la sublevación le sorprende en Pamplona donde se
encontraba disponible forzoso desde febrero de ese año. Presentado a Mola éste le
[39] 319
GONZALO JAR COUSELO

nombra, el día 20, coronel Jefe del Tercio de la Guardia Civil de Navarra. Falleció en
noviembre de 1937 en la capital navarra, siendo de nuevo jefe del Tercio de Toledo.

Teniente Coronel D. Gregorio Muga Diez


Natural de Zaragoza (1879), fue destinado para el mando de la Comandancia de
Navarra en noviembre de 1935. Por Orden de 28-IV-36 se le nombra jefe de la
Comandancia de Soria, incorporándose a dicho destino el día 8 de mayo, datos que
ponen en entredicho la pretendida actividad conspirativa de este jefe en Navarra, así
como que su traslado fuese considerado como un castigo a tal posicionamiento. Más
parece tratarse de un personaje intrascendente, ni en favor ni en contra, cuya única
aspiración era situarse en aquella provincia de forma definitiva. Falleció en junio de
1937, a consecuencia de un accidente de circulación, cuando desempeñaba el cargo de
comandante militar de Soria.

Comandante D. Luis Espinosa Ortíz


Nace en Baeza (Jaén) en 1888. El 12-VI-35 se incorpora a Pamplona como 2.°
Jefe y Mayor de la Comandancia de Navarra, permaneciendo en esta situación hasta
que en mayo del año siguiente solicita destino a Barcelona. Por radiograma de fecha
10-VII-36, el Inspector General le ordena incorporarse con urgencia aa dicha plaza
catalana, en el cargo de ayudante del general Aranguren, jefe de la V. Zona de la
Guardia Civil, confirmándose posteriormente tal destino en la Gaceta núm. 193. Al
lado de su general fue un testigo excepcional de lo sucedido en Barcelona, que serviría
para hacer fracasar el levantamiento.
Las vicisitudes personales del comandante Espinosa no parecen corresponderse
con la versión que de su comportamiento en Pamplona recogen los exégetas de Mola,
pues, en primer lugar, su traslado a Barcelona no podía considerarse como un castigo
toda vez que lo tenía solicitado previamente, en tanto su comportamiento posterior
en aquella ciudad no indica que estuviésemos ante un activo e importante conspira-
dor. Estas razones parecen obligar a descartar a este personaje como clave de lo
sucedido en Navarra, sin por ello negar las simpatías que pudiera tener por unos u
otros.

Comandante D. José Martínez Friera


Nació en San Roque (Cádiz) en 1880, ingresó en la Academia en 1906, siendo
pues de una promoción posterior a Rodríguez-Medel y, por tanto, coincidentes
ambos en dicho centro. Se encontraba destinado en Madrid al comenzar el mes de
julio de 1936 y por medio de un escrito de 10-VII-36 fue destinado a la Comandancia
de Navarra en comisión de servicio, debiendo realizar su incorporación con urgencia;
lo hizo el mismo día 11 de julio, habiéndose cargo de los cometidos de 2.° jefe y
Mayor de dicha Comandancia. Como nota curiosa cabe señalar que, al no salir
publicado dicho destino en el Diario Oficial, no llegó nunca ni él ni su familia a cobrar
el sueldo de ese mes de julio. Aun cuando Talón fija la fecha de su fusilamiento en el
26-VIII-36, oficialmente siguió figurando en ignorado paradero.

Capitán D. Ricardo Fresno Urzaiz


Nacido en Tremp (Lérida) en 1886, tras una larga carrera de ascensos interme-
dios llega en 1924 al empleo de capitán; en 1933 es destinado a la Comandancia de
Navarra desempeñando el 18 de julio el cargo de Cajero. En su Hoja de Servicios
figura lo siguiente:
320 [40]
LA GUARDIA CIVIL EN NAVARRA (18-07-1936)

Por no adherirse al Glorioso Movimiento Nacional y en virtud de orden verbal


del Excmo. Sr. Gobernador Militar de la provincia D. Emilio Mola Vidal, que se
presentó en la Comandancia, es detenido en unión del Comandante Mayor D. José
Martínez Friera, siendo ambos conducidos por las fuerzas de la Comandancia en un
vehículo de la misma a la Prisión Militar de la Ciudadela, de la que en la mañana
siguiente, 19, y por mandato también verbal de la propia Autoridad, que dispuso su
detención, salió para entregar la Caja con su dinero y documentación al Teniente D.
Lucinio Cervantes Iñigo que provisionalmente le reemplazó, siendo restituido a la
Prisión inmediatamente de hecha la entrega -duró 2 horas aproximadamente-.
En los primeros días de agosto, fue trasladado de dicha prisión a la del Fuerte de
San Cristóbal, saliendo de ésta última el 26 de dicho mes de agosto en libertad y siendo
de rumor público que con posterioridad a dicha salida había sido muerto, ignorándose
las circunstancias y punto pero sí confirmado el hecho al no verificar su presentación en
la Comandancia, ni haberse tenido ya en ella ninguna noticia suya, relacionada con su
paradero. Todos los intentos de la familia para aclarar lo ocurrido encontraron el
silencio como respuesta, limitándose las autoridades a certificar que desapareció en
esta ciudad afines de agosto de 1936 y que su expediente personal había desaparecido
durante la guerra.

Capitán D. Domingo Auria Lasierra

Nace en Riglos (Huesca) en 1897, ascendiendo al empleo de capitán a principios


de 1935. Destinado a la Comandancia de Navarra en abril de ese año, se le asigna el
mando de la Compañía de la capital, cargo en el que permanece hasta julio de 1936.
De su destacada actuación en la tarde del 18 de julio ya se dejó constancia
anteriormente, lo que evidencia que estamos ante uno de los personajes claves y, a
buen seguro, del encargado de sublevar a la Guardia Civil de Navarra. Parece evidente
que, tras lo dicho ya sobre su actuación el día 18, se le puede considerar como el jefe
de la conspiración en la Guardia Civil. Este oficial, al día siguiente, se haría cargo
accidentalmente del cometido de comandante Mayor en sustitución de Friera, sin
cesar en el mando de la Compañía; participó en acciones de guerra y se retiró con el
empleo de teniente coronel, muriendo en Zaragoza acompañado de su hija. Es de
justicia reconocer que ha sido una verdadera pena que esa hija no haya considerado
oportuno contestar a una carta que le fue remitida por el autor de este trabajo, pues no
cabe duda que podría haber aportado mucha luz a lo sucedido en Pamplona. Hay que
esperar que no quiera llevarse dichos secretos a la tumba.

Teniente D. Lucinio Cervantes Iñigo

Natural de Los Arcos (Navarra), el 18 de julio de 1936 desempeñaba el cargo de


jefe de Línea en la capital navarra, mostrando una actitud que, tiempo después, le sería
reprochada por los compañeros que formaron un Tribunal de Honor para depurar su
conducta. En el Acta de la Resolución del mismo, dada a conocer tras numerosas
vicisitudes burocráticas, se dice entre otras cosas que al iniciarse el Movimiento y
sublevación de la fuerza de Pamplona contra el Jefe de la Comandancia, Comandante
Medel, la conducta de este teniente, según opinión de los Oficiales que firmaron el acta
de reunión previa para depurar la conducta del citado Oficial y de la Tropa, fue de
gran frialdad e indecisión, no auxiliando como único Oficial que era, al Capitán Auria
en tan difíciles momentos, temeroso de la responsabilidad y procurando de todos

[41] 321
GONZALO JAR COUSELO

modos quedar a salvo su persona cualquiera que fuera el resultado. Se tiene aquí una
prueba más del protagonismo total y decisivo de Auria. Falleció en 1942, una vez
retirado con el empleo de capitán.

Alférez D. Francisco Nuin y Mutilva


Hermano de los dos siguientes protagonistas, eran hijos de un sargento de la
Guardia Civil muy vinculado a Navarra, territorio en el que los tres llevaron a cabo la
mayor parte de su vida profesional y particular. Nacido en 1888, en julio del 36
desempeñaba la jefatura de la Línea Trubia (Asturias) y, curiosamente, el día 10 de
julio de ese año sale con permiso urgente para Pamplona por enfermedad grave de
una hermana (tenía cuatro hermanas), permaneciendo en esta capital hasta el día 18.
Llaman la atención dos cuestiones relevantes; en primer lugar, realizar un viaje tan
largo y de tan pocos días para ver a una hermana a la cual sobraban atenciones y
compañía (sus dos hermanos también estaban en Pamplona), al tiempo que extraña la
prolongación de la estancia (llevaba ya ocho días de permiso) hasta el mismo día 18.
Más coincidencias: esa tarde se encontraba en la Comandancia de la Guardia Civil
donde, tras la muerte de Rodríguez-Medel, se dedicó a prestar servicios de conducción
de presos, dentro y fuera de la provincia, detenciones y prácticas de informaciones con
una de las cuales llegó a ir a San Sebastián, tras la toma de dicha ciudad por las tropas
sublevadas. Pasó a retiro en 1945 con empleo de capitán y falleció en 1960 en San
Sebastián.

Alférez D. Manuel Nuin y Mutilva


Nace en 1893 y es ascendido a alférez el 3-VII-36, por lo que el 18 de julio se
encontraba en situación de expectativa de destino, sumándose desde el primer mo-
mento al movimiento militar, al estar al lado de su hermano Francisco en el momento
en que se grita Viva España en la Comandancia de Pamplona. Participó en acciones de
guerra y fue promovido a capitán en 1942, falleciendo a causa de una enfermedad en
1948.

Brigada D. Serapio Nuin y Mutilva


Nacido en 1891; en julio de 1936, con el empleo de Brigada, estaba destinado en
la Comandancia de Navarra como Interventor de Armas de la misma, mostrando
antes del levantamiento militar, según consta en su Hoja de Conceptuación, una
actitud por la que veía con agrado una sublevación que salvase a España, demostrán-
dolo el día 18 que en unión de la fuerza de su Puesto al iniciarse éste se unió al mismo.
No es demasiado aventurar que dicho brigada fuese el que, tras ocurrir la muerte de
Rodríguez-Medel, se trasladó con un grupo de guardias hasta el despacho de Mola
para ponerle al corriente de lo sucedido en la Comandancia de la Guardia Civil.
Ascendido a capitán en 1942, se retiró cinco años más tarde y falleció en el año 1967.

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