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La Guardia Civil en Navarra 1936
La Guardia Civil en Navarra 1936
La Guardia Civil en Navarra 1936
(18-07-1936)
GONZALO JAR COUSELO
INTRODUCCIÓN
A nte un título como el que encabeza estas páginas, la primera reacción del lector
puede ser la de un cierto hastío en torno al tan estudiado tema de nuestra guerra
civil; sin embargo, esta investigación concreta puede presentar un cierto interés si se
tiene en cuenta que, a pesar de la abundante bibliografía existente referida al al-
zamiento en Navarra, la mayor parte de ella pertenece al bando de los sublevados -la
repetición de versiones es tan manifiesta que se reproducen páginas completas de
otros autores-, en tanto la del bando republicano no deja de ser meramente testimo-
nial. Algún autor, como Lizarza, si bien hace un detallado relato de lo que fue la
rebelión, especialmente la intervención de los carlistas, no tuvo en cuenta la importan-
cia del papel que jugó la Guardia Civil -muy en concreto su jefe de Comandancia-,
cuestión que centra la argumentación de este trabajo.
Por otra parte, al haberse producido la muerte de dicho jefe el mismo 18 de julio,
hace difícil determinar las circunstancias de su muerte, tanto por la falta de algún
testimonio directo de los que allí se encontraban como por la inexistencia de docu-
mentos en los archivos que certifiquen la misma. Es evidente que no eran momentos
para pararse en formulismos burocráticos y, ese vacío documental, ha dado lugar a
que se hubiese perpetuado en dicho Cuerpo una versión oficiosa, ratificada por la
aparición en 1984 de una para-oficial Historia de la Guardia Civil del general Aguado
Sánchez, en la que la figura y comportamiento de un mando leal al gobierno legítimo
se había trastocado, convirtiéndolo en un traidor de los deseos de su propia tropa.
En realidad, lo que está en juego es, ni más ni menos, que el triunfo de la
revolución en Pamplona y, dada la trascendencia del papel que juega Mola a escala
nacional, en toda España. Es por esa razón por la que parece conveniente plantear la
descripción de lo sucedido en el terreno del enfrentamiento de dos posturas que iban a
ser irreconciliables, mucho más cuando ambos personajes -Mola (1887) y Rodríguez-
Medel (1888)- coincidieron durante dos años (1905-06) en la Academia de Infantería
de Toledo, al ser de dos promociones consecutivas. Por pertenecer a Armas diferen-
tes, sus carreras profesionales también lo serán; así, mientras Mola realiza una
sucesión fulgurante de ascensos por méritos de guerra, debido a su estancia en África,
R. Medel se somete al dictamen implacable del escalafón, con un intervalo de seis años
de supernumerario (1927-33) para dedicarse a una de sus pasiones, la enseñanza de la
matemática moderna, de cuya materia llegó a publicar un tratado. El haber retornado
al servicio activo en 1933, y no en 1931 como hubiese sido lo lógico, parece desmentir
la versión que le atribuía cierto fervor republicano. Mientras tanto, en 1935, el
ministro de Guerra, Gil Robles, destinaba al ya general Mola para el mando de la
Circunscripción Militar Oriental de Marruecos, donde, según Payne, se dedicó a
purgar las Unidades de liberales, incrementando su eficacia y disciplina.
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número del día 12, llamaba la atención sobre la situación en dicha provincia, en los
siguientes términos: Podemos asegurar que Navarra es un foco de reacción y que es
preciso acabar con las organizaciones reaccionarias y con las oraciones antirrepublica-
nas de los curas navarros.
Mola, durante estos primeros días, se iba a dedicar a conocer la situación de su
nueva jefatura y la de los movimientos conspirativos que allí fermentaban, aunque sin
denotar interés o preocupación por los mismos. De ahí que los primeros informes de
la Comisaría de Policía de la ciudad resalten la monotonía e intrascendencia de los
actos del general. Si había sido mandado por el Gobierno a vegetar a Pamplona, las
previsiones parecían cumplirse aparentemente, pero la realidad era bien distinta.
Mientras tanto, el 20 de marzo, Rodríguez-Medel se reincorporaba a la actividad
plena al ser nombrado ayudante de campo del general jefe de la IV Zona (Madrid), F.
Santos Iglesias, ciudad en la que nunca había estado destinado anteriormente.
LA CONSPIRACIÓN
Su propia historia personal, las reuniones de Madrid y el ambiente sedicioso que
le recibe en Pamplona, parecen razones suficientes para que, a partir del mes de abril,
el general Mola termine de convencerse de la inevitabilidad del alzamiento, tal y
como señala Payne. El destino a Navarra se convertía, de esta manera, en uno de los
factores que más decisivamente le impulsaron a planificar su propia estrategia de cara
a la rebelión. Comenzará por estos días un continuo ir y venir de personalidades
comprometidas en la misma, de tal manera que, como no deja de ser extraño, tal
parece que el Gobierno favoreciese con su pasividad los propósitos de los rebeldes.
El 12 de ese mes de abril, Mola se presenta en la Comandancia de Carabineros de
Pamplona al general inspector de dicho Cuerpo, Queipo de LLano, quien se encon-
traba de visita oficial en dicha plaza. Se sabe, por Maíz, que tras un intercambio
suspicaz de preguntas entre ambos generales, debido al republicanismo de Queipo,
ambos qudaron de acuerdo en el diagnóstico de la situación y la necesidad de buscar
soluciones. Aunque Vigón habla de la adhesión clara de Queipo al futuro movimiento
tras esta entrevista, todavía han de pasar algunas fechas más antes de que se concrete
tal colaboración y se sienten las bases de una actuación conjunta. Las trayectorias
personales tan distintas de los dos generales es la causa de ese recelo mutuo, trans-
formado en acuerdo fundamental cuando insisten en que toda acción que se realice ha
de ser exclusivamente militar y libre de cualquier matiz monárquico.
Los incidentes ocurridos con motivo del 14 de abril, muerte del alférez Reyes en
Madrid y graves enfrentamientos con oficiales en Zaragoza, impulsan a Mola a
dirigirse por escrito, y en nombre de la guarnición de Pamplona, al jefe de la VI
División (Burgos), general Lacerda, con el ruego de que hiciese presente al Gobierno
que, para que la oficialidad del Ejército se mantuviese en la más estricta disciplina,
convendría poner coto a las provocaciones de que eran objeto constantemente bajo la
mirada benévola de las autoridades del Frente Popular. Lacerda, cuando recibe esa
misiva, la traslada al auditor militar, por si constituyese materia de sanción disciplina-
ria, más, según testimonia Gil Robles, una vez que fue estudiada y dictaminada, se
consideró que la misma estaba inspirada en altos móviles patrióticos. Por su parte, el
ministro de la Guerra, cuando días después recibe noticia de esa carta, dispone que se
traslade a Pamplona el general Gómez Caminero, a fin de que informe de la situación
y ambiente que reina en tal guarnición.
El malestar y desasosiego que permanece y se detecta en ciertas capas militares,
tras los sucesos del día 14, hace que los núcleos de la U.M.E. de la VI División
presionesn al general Mola sobre la necesidad de tomar decisiones urgentes, dado que
la situación de los generales implicados en la conspiración de Madrid parece más
ecléctica, debido, quizás, a una falta de liderazgo y organización y a la presión
gubernamental que allí era más manifiesta. El enorme despliegue que realiza el
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Gobierno, con ocasión del entierro de Reyes (el día 17), obliga a replantearse planes y
propósitos todavía poco maduros (como dice Vigón, era corriente oir hablar de el día
17 a las 17). La Junta de Madrid envía al general González Carrasco, secretario de la
misma, a entrevistarse con Mola en Pamplona para ofrecerle en nombre del general
Sanjurjo (desterrado en Portugal) la dirección de la conspiración contra la República.
Como describe Fusi, la razón de tal elección venía condicionada por la lejanía de
Franco y Goded y la situación de disponibilidad de otros generales muy significados,
como era el caso de Fanjul, Orgaz o Várela, éstos dos últimos alejados de Madrid
-Orgaz confinado a Canarias y Várela arrestado en Cádiz- tras el fracaso del plan
previsto por los generales, justificado por la enfermedad de Rodríguez del Barrio. De
la Cierva, recogiendo declaraciones del propio González Carrasco, relata el viaje de
éste a Pamplona con el fin de establecer una conexión más estrecha con Mola,
refiriéndose al nombramiento del jefe del Estado Mayor del general Sanjurjo que la
Junta le hace por carta, una vez que Carrasco regresa a Madrid. Sin concretar con
exactitud, tal designación se produce a finales de abril o primeros días de mayo.
Dicho nombramiento, acelerado por una reunión que se celebra en el domicilio
del capitán Moscoso, supone que, a partir de esa fecha (19 de abril), Mola se ponga al
frente de toda la conspiración y se le atribuya la denominación de Director, convir-
tiendo a Pamplona, según Gil Robles, en el eje de la resistencia contra la República,
aun cuando Sanjurjo, jefe indiscutible de toda rebelión militar para Seco Serrano,
demorase el reconocimiento de Mola hasta finales de mayo, momento en que, en
opinión de Romero, se convence de la capacidad de éste.a Fruto de esa responsabilidad
que se le atribuye, el 25 de ese mes Mola elabora la 1 . Instrucción Reservada, en la
que se sientan las bases de la organización del movimiento militar. En ese documento,
como en los posteriores, no se analiza la posiblidad de una guerra civil, pues se
resolvería la situación en el menor tiempo posible; tampoco se concretaban demasia-
do los objetivos principales ni la solución política de repuesto a la República. No
firma todavía como Director, limitándose a trazar un plan basado en la división
militar (Divisiones Orgánicas) y civil (Provincias) quedando sometidos, en todo caso,
los paisanos a los militares. Una copia fue enviada al coronel Galarza, coordinador en
Madrid de la conspiración.
Aun sin alterar su monótona vida de capital de provincias, Mola intenta conocer
los propósitos de los carlistas, con los que hasta el momento no ha podido establecer
ningún tipo de contacto, salvo algún intercambio poco trascendental que se lleva a
cabo con ocasión de una manifestación en defensa de la permanencia de la Diputación
Foral. El capitán Barrera, destinado en el Regimiento de Zapadores y delegado de la
U.M.E. en Pamplona, le servirá para esos fines, convirtiéndose en uno de sus hombres
de confianza. En cuanto a su relación con los falangistas, cuyo jefe en Pamplona era el
comandante retirado de Caballería J. Moreno, se atribuyó la responsabilidad principal
de la misma al capitán Vicario, también afiliado al movimiento fascista. No hay que
olvidar que, a causa de su paso por la Dirección General de Seguridad, Mola era
considerado como un liberal por muchos conservadores, lo que provocaba ciertos
recelos en torno a sus intenciones finales; sin embargo, era evidente que dicho general
no tenía ningún tipo de simpatía por un régimen que le había tratado tan severamente.
El mes de abril termina con unos cambios de destino de mandos de la Guardia
Civil que conviene, de cara al desarrollo posterior de los acontecimientos, no pasar
por alto. Con fecha 28 de abril se recogen traslados de tenientes coroneles entre los
que llama la atención: Muga Díez, como jefe de la Comandancia de Soria, procedente
de la de Navarra y Torres Rigal, como jefe de esta última Comandancia, procedente
del mando de la de Álava. Para Aguado, que sitúa tal traslado en los primeros días de
junio, la decisión de cesarlo tenía mucho que ver con los informes que sobre su
actuación profesional había emitido el gobernador civil, Menor Poblador, quien
repetidamente se había quejado de la falta de información que le proporcionaba la
Guardia Civil, así como que sospechaba de la connivencia e incluso actividad conspi-
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EL ENCUENTRO
Junio va a ser un mes extraordinariamente movido en la tranquila ciudad de
Pamplona donde, el día 1, una nueva visita de Queipo de Llano favorece una primera
entrevista con Mola en el casino militar, aprovechando el pretexto de una conferencia
que pronunciaba el coronel Monasterio de Zaragoza, también implicado en la conspi-
ración. Al día siguiente, y con objeto de no llamar la atención, se vuelve a reunir,
ahora en la fonda Otamendi de Irurzun (se convertirá en uno de los lugares habituales
de conspiración), al objeto de concretar detalles; tras analizar la negativa situación de
Barcelona, guarnición que había visitado recientemente Queipo, se piensa que, a pesar
de los esfuerzos que realiza el comandante de la Guardia Civil Recas Marcos, no va a
ser posible contar con la colaboración del Instituto. Si hacemos caso a Romero, estas
entrevistas con Queipo sirvieron a Mola para aparcar los recelos que el supuesto
republicanismo del general Cabanellas (jefe de la División de Zaragoza), le impedía
establecer contactos tendentes a conseguir su concurso en la rebelión. De ahí que,
gracias a la intermediación de Queipo, se conseguiría no sólo su apoyo personal y de
un gran número de subordinados ya comprometidos, sino, y era muy importante de
cara a la incorporación de los carlistas, poder contar con abastecimientos suficientes
de fusiles y cartuchería, material del que carecía la guarnición de Pamplona. El análisis
de la situación en la capital catalana será ratificado por los capitanes López Várela y
Lizcano de la Rosa, con quienes se entrevista Mola en las cercanías de Nagore, sobre
la carretera de Aoiz.
Un momento de verdadero apuro para los conspiradores lo constituyó la visita a
Pamplona del director general de Seguridad, Alonso Mallol. Sobre la misma se ha
vertido mucha literatura; sin embargo, una versión en la que coinciden casi todos los
estudiosos sería que, con el pretexto oficial de organizar un plan de vigilancia de la
frontera en evitación de entradas ilegales de armas, el Gobierno trataba de conocer
sobre el terreno la situación, así como el papel que desempeñaba Mola en los planes
que, sobre conspiraciones contra la República, se le venía atribuyendo. Si, como
parece, ésa era la idea básica de la visita, la misma sería un rotundo fracaso por culpa
del aviso que, el día anterior desde Madrid, le traslada a Mola su fiel amigo M.
Báguenas. En la mañana del día 3 llega a la ciudad con un espectacular convoy de
vehículos y hombres (mayoritariamente policías y guardias de asalto) dando comien-
zo a numerosos registros de locales y personas, con el flaco resultado de la única
detención en la persona del teniente coronel Utrilla, activo jefe de los requetés a los
que se seguía proporcionando instrucción militar, y la incautación de tres pistolas.
A continuación, y cuando se encontraba en el Gobierno Civil, recibió la visita
protocolaria del general Mola, quien quiso adelantarse a la posibilidad de que, aquél,
pudiese trasladarse a la Comandancia Militar. Aunque de la entrevista entre ambos no
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pudo deducir A. Mallol nada que comprometiese a Mola, sí que regresó a Madrid con
la convicción de que sería conveniente establecer algún tipo de medidas que sirviesen
de freno, o al menos de control, a las actividades clandestinas del general. Según
Aguado, esta visita y el posterior informe de la misma fueron la causa principal que
motivaron los cambios en los mandos de la Comandancia de la Guardia Civil de
Navarra, decisiones que, como se ha visto, fueron tomadas con bastante anterioridad
a estos hechos, reduciéndose exclusivamente al traslado del jefe de la Comandancia;
sin embargo, sí se puede aceptar que fuesen esos los motivos que impulsaron a las
autoridades gubernamentales a enviar urgentemente a Rodríguez-Medel como jefe de
la Comandancia.
Ese mismo día 3, tras el regreso de A. Mallol a Madrid, el general Mola se
entrevista con el jefe de los tradicionalistas alaveses, Sr. Oriol, en el alto de Azpiroz,
lo que supone el primer contacto personal de aquél con el movimiento carlista. Llama
la atención este distanciamiento inicial y, en ese sentido, no deja de sorprender que tal
encuentro se produzca en fecha ya tan avanzada y además con un dirigente alavés y no
con alguno de la ejecutiva navarra. El Gobierno parecía seguir inerme frente al cada
día más preocupante movimiento rebelde y, en lugar de adoptar drásticas medidas
relativas a los más señalados mandos militares de la conspiración, se comportaba con
una tímida política de traslados a guarniciones que consideraba menos peligrosas.
Fruto de este planteamiento, y como consecuencia más importante de los informes
del director general de Seguridad, es el destino de Rodríguez-Medel a Pamplona.
Tal nombramiento, firmado el día 6 de junio y recogido en la Gaceta núm. 161,
con otros de coroneles y tenientes coroneles, figura como una resolución del presi-
dente de la República y no del ministro de la Gobernación como era habitual, por la
que se le confiere el mando de la Comandancia de Navarra, de primer jefe, en plaza de
superior categoría, siendo necesario para ello que renunciase a la licencia de dos meses
que tenía concedida y, además, que se incorporase con urgencia a tal destino, razón
por la que llega a Pamplona y toma posesión de su cargo antes de que fuese firmado y
publicado oficialmente su nombramiento. Algunos autores vinculados al bando rebel-
de llegaron a atribuir una estrecha relación personal entre el presidente y Rodríguez-
Medel, asignándole a este último un sentimiento de afección inequívoca a la República
o intenciones de republicanizar a la Guardia Civil de Navarra, En esta última
dirección Aguado no duda en establecer, sin que aporte razones que avalen tal
aseveración, una relación de amistad personal con Azaña, de quien habría recibido
instrucciones, así como con el presidente del Gobierno, Casares Quiroga. De los
investigado en torno a sus relaciones personales con líderes políticos únicamente
consta un especial trato a nivel familiar, debido a un común origen en la zona de
Siruela (Badajoz), con Salazar Alonso, ministro de la Gobernación en 1934 -dirigió el
ministerio durante la revolución de octubre y fue posteriormente asesinado en Ma-
drid en agosto de 1936-, poco sospechoso, por tanto, de haber podido servir de apoyo
en la promoción personal que el nuevo destino suponía.
Lo que parece indudable es que, por obvias consideraciones de objetividad
histórica, la fidelidad de Rodríguez-Medel hacia la causa gubernamental estaba por
encima de cualquier aspecto que presentase connotaciones o matices de partidismo
político, evidencia que se pondrá de manifiesto a la hora de despedirse de su familia
que permanecía en Madrid, cuando le hace ver lo delicado de su misión en Pamplona
y los riesgos que puede acarrearle la misma. Idéntica preocupación, aunque por
razones bien distintas, encerrará para Mola y los carlistas la decisión de ese nuevo
destino, toda vez que se va a convertir en el más importante escollo que habrán de
salvar los conspiradores en Navarra. Hasta entonces, y según relata Maíz, no le había
preocupado nunca en exceso la labor del gobernador civil y sí le extrañaba la
pasividad de los miembros de la policía de Pamplona, al no percatarse de todos los
movimientos y reuniones que hasta entonces se habían llevado a cabo, razón por la
que, a partir de este momento, Mola volverá sobre sus comentarios negativos en torno
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a su destino allí e insistirá en sus deseos de ser trasladado a una ciudad con mar como,
por ejemplo, La Coruña.
Aunque muchos autores vinculados al alzamiento militar señalan que el primer
enfrentamiento de Rodríguez-Medel con Mola se produjo al reprenderle éste por no
haber efectuado la presentación reglamentaria en la Comandancia Militar cuando el 4
de junio llega a Pamplona, en contraposición con la rapidez con que presuntamente
envió un saluda a la Casa del Pueblo, el gobernador militar, en un principio, tratará de
atraerlo hacia sus posiciones ideológicas, utilizando para ello las gestiones que García
Escámez realizará cerca del comandante 2.° jefe de la Comandancia de la Guardia
Civil, Espinosa Ortíz, con quien mantenía relaciones muy cordiales. Sin embargo, la
respuesta a estos contactos descubiertos días más tarde, provocará a principios de
julio, por un lado, el traslado de Espinosa a Barcelona, como ayudante de campo a
del
general Aranguren, en tanto García Escámez sería destituido como jefe de la 4. media
Brigada de Montaña, lo que no dejará de ser un serio traspiés para los planes de Mola.
Respecto a la conducta posterior de Espinosa, no está tan claro que estuviese implica-
do de forma tan directa en la conspiración como a primera vista dejan entrever
muchos historiadores.
Este distanciamiento incial entre Mola y Rodríguez-Medel, evidencia una toma
de postura clara y antitética de ambos personajes, lo que obliga al primero de ellos a
tener que elegir, a partir de entonces, fugares de reunión en sitios donde no hubiese
cuartel de la Guardia Civil o que estuviesen suficientemente alejados de los mismos,
toda vez que desconfiaba de que el nuevo jefe de la Comandancia hubiese ordenado a
sus hombres vigilar y seguir los pasos de los sospechosos de conspirar. A pesar de este
importante contratiempo, Mola sigue adelante en la preparación de la rebelión -el 6
de junio aparece el importante documento El Directorio y su obra inicial en que se
definen los principios inspiradores del movimiento y las medidas necesarias para crear
un Estado (republicano) fuerte y disciplinado- con sus entrevistas en pos de conseguir
el mayor número de apoyos posibles. Así, y tras haber tenido que aplazar la prevista
para el pasado día 3, se celebra la entrevista Mola-Cabanellas (sería, de los que ocupan
el cargo de jefe de División, el único que se sumará al alzamiento), en Murillo de las
Limas, a 10 kms. de Tudela, en la carretera que une Pamplona y Zaragoza. Las
gestiones que cerca de Cabanellas habían llevado a cabo Queipo y Monasterio
hicieron que se pudiese contar con su colaboración, no sólo para formar una columna
que desde Zaragoza se dirigiese sobre Madrid con eje en Guadalajara, sino que,
también, se comprometía a suministrar abundantes armas y municiones para la
guarnición de Pamplona.
En los días siguientes se suceden los contactos con representantes de la Falange,
en especial R. Garcerán y Sáenz de Heredia, enviados de José Antonio, de los
monárquicos y, por vez primera, con un representante carlista de Navarra en la
persona de Zamanillo. El 11 de junio, festividad del Corpus, se produce un nuevo
encuentro Mola-Kindelán (general jefe de Aeronáutica) en el alto de Ologáin, próxi-
mo a Lecumberri, aprovechando su estancia en San Sebastián (Maíz habla de otra
entrevista entre ambos, una semana antes, en las dependencias del Gobierno Militar
de Pamplona). Además de conocer el ambiente y las intenciones de la Aviación, se
acuerda llevar a cabo labores de propaganda entre los aviadores y, según Iribarren,
neutralizando a los adictos al gobierno poder poner a disposición de los conspiradores
todos los medios de enlace y transmisión. Como anécdota de esta reunión señalar que,
durante la misma, se oyeron unas detonaciones que les hizo ponerse alerta, hasta que
comprobaron que eran debidas a los cohetes que celebraban la festividad del día.
Dos días más tarde, llegan de Barcelona Jorge Dezcállar el Mallorquín, enlace de
la Junta Militar de Cataluña, a quien envía López Várela, y los comandantes Marzo
Pellicer, de Asalto, y Recas Marcos, de la Guardia Civil. Este último insiste en el
escaso entusiasmo que muestran los miembros del Cuerpo por la sublevación, espe-
rando que se produzcan resultados más optimistas, tras una importante reunión que
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GONZALO JAR COUSELQ
está convocada en Argentona para el día 27 de ese mismo mes. El resultado de las
últimas entrevistas hace que Mola, en un nuevo informe, muestre su preocupación, ya
que todavía no veo suficiente entusiasmo en la conspiración. A mediados de ese mes de
junio, y procedente de la tesorería de la CEDA en Madrid, llegan 500.000 ptas para
uso y disposición personal de Mola. Por la versión de Maíz, se puede saber que, en un
principio, el general rechazaba tal cantidad al no conocer su verdadera procedencia (se
habló de que habían sido remitidas por Gil Robles, a través de un personaje secreto) y
cuyo destino se justificó debidamente con posterioridad.
Por esas mismas fechas, comienzan a tener lugar reuniones más o menos clandes-
tinas de los conspiradores en un recinto que logrará un protagonismo de gran
relevancia dentro de los planes de la conspiración: el antiguo monasterio de Irache y
los escolapios que, con su colaboración, facilitaban múltiples contactos de los rebel-
des. Así, y si hacemos caso a Gil Robles, el día 15 se produce un encuentro de Mola
con los jefes de las guarniciones de Pamplona, Logroño, Vitoria y San Sebastián; al
tener conocimiento de la misma el alcalde de Estella, el nacionalista F. Aguirre, aposta
guardias a la salida del recinto y, cuando se percata de la personalidad de los reunidos,
da cuenta de lo ocurrido al gobernador civil quien, puesto al habla con Casares
Quiroga, le transmite la noticia, a lo que éste se limita a responder: Que se retire
inmediatamente la guardia. El general Mola es un republicano Leal, que merece, por lo
tanto, respeto de las autoridades. Al día siguiente y, en el mismo lugar, se produce la
entrevista entre Mola y el dirigente tradicionalista Fal Conde, terminando la misma
sin acuerdo entre ambos, aunque no se llega tampoco a una ruptura de las conversa-
ciones. Lo que sí hará Mola es entrar en contacto con el periodista Raimundo García
(a) Garcilaso, quien desempeña un papel muy destacado en los contactos con los
carlistas.
La frecuencia de las entrevistas, y un rumor de atentado, obligan a organizar un
servicio de seguridad; el día 18 visita Logroño y, el 19, se entrevista en la fonda
Otamendi con González Carrasco, acordando que sea éste quien se haga cargo de la
sublevación en Barcelona. Este encuentro sí fue recogido en el parte informativo de
novedades de la Comandancia de la Guardia Civil de Pamplona, luego de habérselo
participado el Puesto de aquella localidad.
La 3. a Instrucción Reservada (20 de junio) respira preocupación en todo su
contenido, acerca de la postura tibia e indecisa que nota en muchos de sus compañe-
ros de armas, llegando a amenazar directamente a los que no se unan activamente a la
rebelión. Para Maíz, era el resultado de un análisis personal basado en la sensación de
la inminencia de un golpe izquierdista, así como en la vaguedad, vacilación y coquete-
ría política de Franco, postura la de este último general que llenaba de indignación al
grupo de Pamplona que, en privado, lo apodaban Miss Canarias 1936, según declara-
ba en 1958 Iribarren en una entrevista que le hizo S. G. Payne. Tal era la frecuencia e
intensidad de los contactos que se llevaban a cabo en toda Navarra, y en Pamplona en
particular, que el propio Mola se extrañaba de la pasividad que ante las mismas
adoptaban las autoridades gubernativas. Aunque solía frecuentar espectáculos y esta-
blecimientos públicos (en especial el Café Kutz), la mayor parte de las reuniones
sobre la conspiración se realizaban en el domicilio de su enlace Javier Aguado, en la
Avda. Carlos III núm. 20. Allí, el día 21, se vuelve a entrevistar con Cabanellas y
otros generales, planteando el ex-director del Instituto, tras los contactos que tal
condición le permitió llevar a cabo, la posición francamente adversa de la gran
mayoría de los altos mandos de la Guardia Civil respecto a los planes del Director.
El 23 de junio se hace cargo del mando de la VI División Orgánica (Bureos), a la
que pertenece Navarra, el general Domingo Batet (el nombramiento lleva fecha del
día 13 de ese mes), que tan destacada actuación había tenido al sofocar los graves
sucesos revolucionarios ocurridos en Barcelona en 1934. Venía a sustituir al general
Lacerda, considerado por el Gobierno poco resuelto a terminar con los movimientos
conspirativos de mucnas de las Unidades a sus órdenes, y a poner orden en las
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GONZALO JAR COUSELQ
EL MES DE JULIO
El problema de la colaboración carlista se hará patente en el nuevo informe
reservado que elabora Mola el día primero de ese mes, en el que se vierten referencias
bastante negativas sobre la conveniencia de contar con el apoyo de aquéllos (también
con el de los falangistas), toda vez que para los militares carecen de importancia los
conflictos forales a los que son tan sensibles los tradicionalistas navarros. A pesar de
todo, y aunque tardarán varios días en producirse, se considera oportuno establecer
contactos con la ejecutiva de ese movimiento, con el fin de poder aunar esfuerzos. De
la lectura del documento se desprende un claro pesimismo en torno al resultado final
del plan trazado, debido a la premura de tiempo y a la falta de compromisos
definitivos, a lo que une un cierto temor a ser arrestado por las autoridades guberna-
mentales, a las que supone al tanto de sus actividades. Si se hace caso a Payne, Mola
llegó a presentar una petición oficial de retiro del Ejército, decisión que reconsideró
tras recibir mejores noticias de las distintas guarniciones, así como el apoyo de los más
incondicionales seguidores, suponiendo dicho autor que, entre ellos, no sería el
menos importante el que contenía el compromiso terminante de Franco. A pesar de
estas oscilaciones anímicas del Director, lo indudable era que la dinámica de la
rebelión, una vez llevada a ese punto, resultaba ya muy difícil de detener. Eran
muchos los compromisos por lo que, en las fechas en que se encontraba, obligaba a
multiplicar los contactos y entrevistas entre los implicados, utilizando el sistema de
enlace y comunicaciones que hasta entonces venía funcionando.
En este sentido, en la madrugada del 1 de julio se entrevistará por última vez, en
el Km. 60 de la carretera de Soria, con el comisario M. Báguenas, quien le informa
detalladamente de la situación política-social del país y de Madrid en concreto. No le
volvería a ver, al morir fusilado en agosto de ese año, tras los sucesos que provocaron
el incendio de la cárcel Modelo de Madrid, lugar en el que se encontraba detenido
desde que se había iniciado el levantamiento militar. El mismo día a media mañana
recibe al teniente coronel Seguí, destinado en Melilla y enlace principal de Yagüe y de
toda la conjura en el Protectorado, quien va a regresar al continente africano con las
últimas y definitivas instrucciones para todas las guarniciones de aquel territorio. Por
la tarde, luego de trasladarse a Zaragoza secretamente, celebra la última entrevista
personal con Cabanellas antes del alzamiento, aprovechando la asistencia de ambos a
una corrida de toros que se celebra en dicha ciudad. Para esas fechas estaba previsto
un segundo encuentro entre Mola y Fal Conde, esta vez en Echauri, en casa del
dirigente carlista E. Ezcurra. Debido a ciertas dificultades que se le presentaban a éste
para cruzar la frontera, no es posible su asistencia y le sustituyó Zamanillo, a la sazón
jefe nacional de los Requetés. Sea como fuere, tampoco en esta ocasión se llega a algún
tipo de acuerdo y la reunión se salda con otro fracaso.
Especial trascendencia va a tener la primera visita que efectúa a Pamplona el
general Batet, durante el día 4 y la mañana del 5, pues el objeto de la misma no es otro
que el de acabar con el ambiente enrarecido de los cuartos de banderas. Vigón relata
cómo el jefe de la División, en su discurso al personal de la guarnición, les exhorta a
no acatar más órdenes que las suyas, respondiéndole Mola que la actitud de preocupa-
ción y descontento no es exclusiva de Pamplona. Sin embargo, siguiendo el detallado
relato de Maíz, el enfrentamiento más violento se producirá en el Hotel La Perla, ya
que Batet comentó las informaciones tan desfavorables e incluso subversivas de esa
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GONZALO JAR COUSELO
Las ya de por sí difíciles relaciones con los carlistas se agriarán, todavía más, a
consecuencia de un intercambio de cartas que se produce entre Mola y Fal Conde.
Este, el día 6, le participa al general que a través de enlaces de la CEDA (se habla
incluso del propio Gil Robles) se le había hecho saber que el verdadero golpe sería
encabezado por los generales Cabanellas y Queipo de Llano, con fines distintos a los
que él le había indicado, entre otros el de establecer una dictadura republicana,
poniendo el poder en manos de dirigentes y partidos moderados. Mola le responderá,
al día siguiente, que el que está detrás de todo es el Ejército en bloque sin ningún tipo
de compromiso político o personal. Insatisfecho con esta contestación, Fal Conde le
envía una nueva misiva, el 8 de julio, en la que llega a exigirle el establecimiento de una
Monarquía Corporativa y Católica, lo que provoca en Mola enorme irritación y, en
otra carta, declara rotas cualquier tipo de negociaciones que pudieran establecerse con
los carlistas.
Para tratar de encontrar una salida a esta incompatibilidad, de carácter personal
básicamente, llega a Pamplona el día 9 procedente de Madrid el Conde de Rodezno,
reuniéndose con el general en el claustro de la catedral a las 16'30 horas, acordando
ambos que, desde este momento y a fin de evitar enfrentamientos personales con los
principales dirigentes, todas las negociaciones se realicen por medio de la Junta
Regional. Como Mola le manifestase su preocupación por la actitud de los tradiciona-
listas, Rodezno le contesta que cuando toque el clarín, tendría a su lado a todos los
carlistas. Lo descrito sirve para poner en evidencia una de las razones que llevaban el
desaliento al Director -otra era la actitud de las fuerzas de orden público, en especial
la de los mandos de la Guardia Civil, pues aunque los de Asalto están al mando de un
jefe que le era fiel, Atauri, el Gobierno había dotado de abundante material moderno
a su personal y no era segura su adhesión-, cuando ya estaba todo perfectamente
planificado y los apoyos asegurados de monárquicos y falangistas (de éstos, las
últimas noticias habían llegado el día 7 a través de Iturrino y del propio Hedilla).
Como señala Seco Serrano, las reticencias carlistas a una movilización incondicional
reforzaban, todavía más, las razones de Mola para monopolizar el Ejército el al-
zamiento.
No es posible finalizar el relato de lo sucedido al amparo del tráfago festivo sin
hacer mención a dos visitas que hacen a Pamplona, por un lado el teniente Leoz de
San Sebastián, que solicita una entrevista para su jefe el teniente coronel Vallespín y,
por otra parte, la ya apuntada del general Fanjul. De la primera se deriva un encuentro
en la fonda Otamendi, el día 8, de Vallespín con García Escámez, enviado por Mola,
en la que aquél 1 muestra su preocupación por el escaso entusiasmo de los jefes de la
guarnición donostiarra y, más en concreto, la negativa de apoyo que ha recibido de la
Guardia Civil. Por lo que se refiere a Fanjul, llegado ese día 8, presenta a Mola una
impresión muy desfavorable de lo que sucede en Madrid, donde no ha sido posible
llegar a la formación de una Junta que sea capaza de garantizar la victoria de la
rebelión, haciendo especial hincapié en la imposibilidad de poder contar con la
colaboración de la Guardia Civil, debido a la actitud abiertamente hostil de sus altos
mandos. Esa noche, invitados los generales por el coronel Beorlegui a una finca de las
afueras de la ciudad, se reunirán con enlaces venidos de Zaragoza y San Sebastián; al
día siguiente, cuando asisten a la corrida de toros, Mola le presenta al gobernador civil
abandonando la plaza antes de que finalice el festejo, con el pretexto del inmediato
regreso de Fanjul a Madrid. Antes de que se produzca su partida, y tras estudiar las
distintas posibilidades de lo que podría ocurrir en la capital de país, Mola, según
Maíz, acató por reconocer que aquello no tenía solución.
La premura del calendario no deja de preocupar al general, quien debe hacer
frente a situaciones tan delicadas como la que se derivará de una nueva entrevista con
su jefe inmediato, el general Batet, el cual le convoca, a última hora de la tarde del día
9, para que acuda a la mañana siguiente a Logroño. Pretextando, aquél el ajetreo
oficial de las fiestas de Pamplona consigue que el encuentro se traslade al monasterio
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LA GUARDIA CIVIL EN NAVARRA (18-07-1936)
de Irache, lugar en el que se encuentra más a gusto y donde, gracias a un rápido viaje
del capitán Lastra para dar aviso del encuentro a los del Batallón de Estella, podrá
contar incluso con un discreto servicio de seguridad del que forman parte algunos
falangistas, ante la sospecha de que pudiese tratarse de una encerrona. A las 9'00 horas
del día siguiente llega Batet acompañado de su jefe de estado mayor, Moreno
Calderón, y su ayudante, Herrero. Maíz describe, en la única versión que se ha dado
de la entrevista, cómo en un diálogo áspero y tirante Batet invitó a Mola a que se fuese
voluntariamente de Pamplona o a que cambiase de postura, pues el Gobierno estaba
enterado de los proyectos de conspiración que está dirigiendo; al negar resueltamente
Mola tal afirmación, su jefe llega a ofrecerle un destino en Cartagena, a lo que aquél
responde que, cuando solicitó anteriormente otros (Madrid y La Coruña), la respues-
ta había sido: que se pudra en Pamplona. Tras cuarenta minutos de conversación,
Mola se despide dándole su palabra de no estar comprometido en ninguna aventura.
La preocupación que le embarga al abandonar Irache hace que, nada más llegar a
Pamplona y de acuerdo con lo previsto en la Instrucción 3. a , ponga en marcha la
primera medida del levantamiento, al transmitir a todas las Unidades comprometidas
la orden de preparados, con lo que sólo restaba fijar día y hora para iniciarlo. Para
muchos observadores y dirigentes republicanos no se entendía muy bien la pasividad
gubernamental ante el clamor de conspiración que se detectaba en muchos cuarteles
-Prieto publica en El Liberal de Bilbao un artículo muy comentado en el que, entre
otras cosas, dice ...puede venir algo mayor que lo de agosto, si no se ponen medios para
contenerlo-, y prueba de ello es la noticia que, despachada por su corresponsal en
Madrid, publica Diario de Navarra (10-VII). Refiriéndose a una pregunta que se le
había hecho al ministro de la Gobernación, en torno a rumores que circulaban
intensamente sorbre la detención de militares en Pamplona (concretamente Mola y
otros de alta graduación), éste reconoció no tener ninguna noticia sobre ello, añadien-
do: No hagan Ustedes caso. Debe ser el bulo del día. Creo que yo tenía que tener
alguna noticia. Yo les aseguro que no hay absolutamente nada de ello. Insisto en que es
un bulo. Esa era la inquietud de uno de los ministros que debería estar al tanto de lo
que sucedía, sin que la de su compañero en el ministerio de la Guerra pudiese ni
siquiera ser considerada como preocupación, al adoptar una clara postura de in-
hibición frente a tanta evidencia como existía.
Aunque no se saben a ciencia cierta los motivos reales de tales medidas, a las que
no serían ajenas, en cualquier caso, los informes de Batet y los que envían desde
Pamplona Menor Poblador y Rodríguez-Medel, sí que hay que reseñar, como acor-
des a los fines del Gobierno, las decisiones que afectarán a cargos y personas
relevantes de la guarnición de Pamplona. Por la primera de ellas, de 10 de julio, se
ordena el traslado a Barcelona del comandante 2.° jefe de la Comandancia de Navarra,
Espinosa Ortíz, para el cargo de ayudante del general jefe de la V Zona (Cataluña), el
luego famoso general Aranguren, artífice del fracaso de la rebelión en la capital
catalana. Al día siguiente, el ministro de la Guerra cesa en el cargo al coronel García
Escámez, que queda en la situación disponible forzoso en esa ciudad, lo que no le
impedirá continuar en su actividad imparable de conspirador.
Así, tanto Maíz como Iribarren se equivocan al relacionar dentro de la misma
promoción de la Academia a García Escámez y Rodríguez-Medel, por lo que mal
pudo llevar a cabo labores de mediación, a instancias de Mola, y como resultado de las
cuales se derivase la denuncia del jefe de la Guardia Civil como ambos le atribuyen.
Tampoco parece gozar de mayores garantías la versión de Arrarás, quien señala al
comandante Espinosa como interlocutor de Escámez y con posterioridad su denun-
ciante, toda vez que dicho jefe era tambieén destinado al mismo tiempo a Barcelona,
precisamente por sospechas de tener a sus hombres implicados en la conspiración; se
trataba, pues, de algo bien distinto a lo que Arrarás atribuye a un carácter pusilánime.
Por ello, aun aceptando la posibilidad de que la noticia fuese proporcionada por la
Guardia Civil, la destitución de García Escámez hay que entenderla más como
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día, Mola participó todos los detalles de su plan a la propia Diputación Foral de
Navarra.
El día 13 comienza con malos presagios para España en general, pues la muerte
de Calvo Sotelo conmueve, por distintas razones, a unos y otros. Mola se entera en su
propio despacho, a través de las noticias que le trae Garcilaso; según la versión de los
que estaban más próximos al general, éste decide que ya no se puede esperar más, pues
esa gente o me mata o me destituye. Al conocer la noticia, la guarnición de Logroño
pretende levantarse por su cuenta, lo que obliga a que Mola tenga que enviar un enlace
para disuadirlos. Aguado, citando a Maíz y reconociendo que las acusaciones que
formula no se pudieron demostrar, aprovecha el viaje que desde Barcelona hace R.
Mola para poner en su boca la posibilidad de que se pueda producir un atentado
contra su hermano y contra García Escámez, que sería llevado a cabo por unos
pistoleros que, procedentes de la capital catalana, permanecían a la espera de órdenes
en Logroño.
Lo dicho anteriormente no impide entender que los planes de la rebelión, en
Pamplona y a esas alturas, sólo se enfrentaban a dos obstáculos de importancia. Por
un lado, el gobernador civil, Menor Poblador, personaje al que Mola definía como
hombre manifiestamente incapaz, al decir de Arrarás, y que había llegado a informar
al Gobierno de que las actividades del general en Pamplona no se podían considerar
hostiles al régimen; por otro, y éste sí preocupaba mucho más a Mola, el comandante
Rodríguez-Medel, al que desde su llegada no había sido capaz de atraerle hacia sus
posiciones, llegando incluso, según cuentan sus más inmediatos colaboradores, a
producirse una discusión violenta entre ambos, en pleno café Kutz, que finalizó
cuando el general obligó a cuadrarse al comandante.
Hay que volver a llamar la atención del lector, en torno a lo apuntado y al inicio
de este trabajo, relativo a las fuentes que obligatoriamente hay que manejar para tratar
de desentrañar lo que verdaderamente ocurrió entre nuestros dos personajes. Maíz,
Iribarren, Vigón o Arrarás, en 1991, merecen únicamente un valor muy determinado,
y su parcialidad queda más que demostrada con tan sólo leer alguna de sus páginas y
descubrir el lenguaje que utilizan. La causa de todos los males de la Guardia Civil la
atribuyen a las decisiones que emanan del «triunvirato» -Rodríguez-Medel, Friera y
Fresno, incondicionales del Frente Popular y de Azaña- encargado de poner en
práctica un plan de desmoralización acordado, para lo cual utilizaban castigos y
traslados arbitrarios, que arrancasen de los guardias el espíritu de honor y formar así
una cuadrilla que obedeciese ciegamente sus mandatos. Ligan a Rodríguez-Medel de
forma clara con la Directiva de la Casa del Pueblo a donde, según ellos, había
mandado un afectuoso saluda el día de su incorporación y con algún elemento
extremista en la parte de la Ribera, llegando a confeccionar una lista de guardias
afectos al Frente Popular y otra de los de derechas, moviendo y removiendo destinos
para perjudicar a estos últimos, a los que castigaba con rigor faltas imaginarias, al
tiempo que ofreció mejoras a los que incondicionalmente se pusiesen a su disposición y
no dejaba de exhortar a los guardias para que, en todo conflicto, se pusiesen al lado de
sus hermanos obreros. Estos autores consideran a dicho jefe como un confidente y
adelantado en tierra enemiga, enviado directamente por Azaña, así como dócil
instrumento de las izquierdas, por cuyos méritos había sido destinado a Navarra con
intención de republicanizar los puestos de la Benemérita. A la vista de los estractos
que se presentan, parece que las únicas razones para que no sean descalificados
absolutamente, desde un primer momento, son la vinculación personal de dichas
personas a la rebelión militar, así como las fechas en que fueron escritas las versiones
originales de estas obras.
Lo que sí parece evidente es que la presencia de Rodríguez-Medel al frente de la
Benemérita se había convertido, además de en una cuestión delicada en el aspecto
personal, en el más serio obstáculo para la puesta en práctica de los planes previstos
por el Director. El general sabía que, si se llegaba al enfrentamiento final, correría la
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está en Pamplona Maíz, recién llegado de San Juan de Luz, con un documento
firmado por D. Javier y Fal Conde, por medio del cual la Comunión Tradicionalista
se suma con todas sus fuerzas al movimiento militar (antes se había consultado con D.
Alfonso Carlos, jefe legítimo del carlismo), partiendo el mismo Maíz, acompañado de
Lastra, hacia Bilbao para participar al jefe provincial de la Falange, Ormaechea, la
fecha del 19 como la del levantamiento. En Madrid los tradicionalistas y Renovación
Española se han retirado del Parlamento mientras, en una turbulenta sesión de la
Diputación Permanente de las Cortes, el diputado comunista José Diaz dice: Estamos
completamente seguros de que en muchas provincias de España, en Navarra, Burgos,
Galicia y en parte de Madrid y otros puntos están haciendo preparativos para el golpe
de estado.
Ese mismo día, en la portada del Diario de Navarra, aparece un artículo de
«Ameztia» -otro seudónimo de Raimundo García- en el que trata de la muerte de
Calvo Sotelo, enlazando su argumentación con lo escrito por Prieto en El Liberal de
Bilbao días antes, sobre la situación del movimiento. Hay que resaltar, porque no deja
de ser extraño, el hecho de que la prensa de Navarra, en general, no se ocupase del
ambiente hasta ahora descrito en esa provincia y sí lo hiciese profusamente de las
fiestas de San Fermín y de la temporada de verano en San Sebastián que ahora
comenzaba. El citado diario anunciaba la celebración de misas diarias por España en
los Redentoristas y por Calvo Sotelo tras su asesinato. De Madrid llegan noticias que
insisten sobre la posición abstencionista de Franco, en tanto Galarza, desde esa
ciudad, se encarga de repartir por todo el país las últimas instrucciones. Salen de la
capital para Pamplona el coronel Ortíz de Zárate y el teniente coronel Pozas,
hermano del inspector de la Guardia Civil, para ponerse a las órdenes de Mola; Pozas
colaborará directamente y se convertirá en ayudante de campo del general.
La incertidumbre que se respira en la capital navarra -J. A. Primo de Rivera envía
un emisario para poner en conocimiento de Mola que, si en tres días no se produce el
levantamiento, lo harían los falangistas solos-, provoca que el general envíe a la enlace
Luisa Belloqui con el objeto de solicitar un aplazamiento de veinticuatro horas a
Yagüe, respecto de la fecha ya señalada del 17. De allí contestan que no es posible la
demora, al haberse consumado todas las intrucciones para llevarlo a efecto dicho día.
Así las cosas, Mola decide trasladar a su familia y a la de su ayudante a la localidad
francesa de Biarritz ese mismo día, a fin de ponerlas al amparo de lo que pueda
suceder a partir de ahora, sin que, según Romero, tenga que preocuparse en absoluto
de la estancia, pues Gabriel Artiach, encargado por el financiero Juan March, correrá
con todos los gastos que se deriven de la misma. Aunque todavía quedan algunas
cuestiones por concretar, la resolución final es que en las plazas africanas comience la
sublevación el 17, en tanto las demás guarniciones lo harán también en las fechas
señaladas: Navarra el día 19, y la capital, Madrid, en último lugar.
A las 20,30 horas del día 16, la Dirección General de Seguridad transmite una
orden de anulación de todos los permisos de verano en los Cuerpos de Vigilancia,
Seguridad y Asalto, debiendo integrarse a sus destinos, lo que parece indicar que el
Gobierno esperaba acontecimientos extraordinarios para los próximos días. No ocu-
rrió lo mismo en las unidades del Ejército donde, a la crónica escasez de personal, se
sumaba la ausencia de gran número de miembros debido a los permisos de verano.
Los sobresaltos no finalizan ese 16 de julio, pues -esa misma noche- Mola recibe una
llamada telefónica de Batet en la que le participa que, aprovechando la revista que
realizará al día siguiente al Batallón de Montaña Arapiles de Estella, desea entrevistar-
se con él, permitiéndole que acuda de paisano a ese encuentro. El lugar convenido es
de nuevo el monasterio de Irache y allí acudirán ambos interlocutores con prevencio-
nes recíprocas, respecto a las intenciones que subyacen a los motivos oficiales que
sirven de pretexto a la realización de los contactos. Como describe Iribarren, el
general Mola llegó a pensar seriamente que se trataba de una emboscada para detener-
le, al suponer que el Gobierno conocía toda la trama de la conspiración.
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EL 18 DE JULIO
El cambio de fecha previsto en los planes del general Mola, provocado por la
necesidad de adelantarse a las decisiones gubernamentales —sospechaban los rebeldes
de África que la policía y demás cuerpos de seguridad trataban de abortar la conspira-
ción- sumirán en la preocupación tanto a unos como a otros, al no disponer de más
que de noticias confusas y parciales sobre lo que allí está sucediendo. El avance
inevitable de 24 horas no iba a modificar la fecha establecida para el levantamiento en
Pamplona el día 19, decisión que, a medida que pasaban las horas, llenará de intran-
quilidad a los partidarios del mismo, pues el silencio que en principio mantiene Mola
no les asegura la puesta en marcha de lo planteado, con lo que conlleva de riesgo si el
Gobierno decide actuar con contundencia.
La radio, a las 5,15 horas, transmite un mensaje de Franco en el que, y de una vez
por todas, se manifiesta decididamente a favor del alzamiento militar contra el
gobierno de la República. Los miembros de éste, que no acaban de creerse lo que está
sucediendo, tratan de recabar información de primera mano sobre la actitud del resto
de las guarniciones del territorio nacional, esperando que lo de Marruecos sea una
aventura aislada de algún grupo de descontentos; sin embargo, las noticias que van
llegando, especialmente a los ministerios de la Gobernación y de Guerra, demuestran
todo lo contrario -Romero se refiere, concretamente, a la inquietud que transmiten
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EL ENFRENTAMIENTO
Volviendo a la inicial descripción cronológica de lo que sucede en la mañana de
ese día, es hora de aproximarse -la exactitud de una versión que se presente indubital-
be sigue sin ser posible- a uno de los actos más trascendentales de lo que ocurrirá en
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le llamo para decírselo y para saber si Vd. está dispuesto a sumarse al movimiento que ha
de estallar dentro de unas horas.
Rodríguez-Medel: Yo no puedo secundar ese movimiento.
M: Le advierto a Vd. que cuento con toda la guarnición y con toda la provincia.
R-M: Yo cuento con mi fuerza.
M: ¿Cree Usted?
R-M: Sí señor.
M: Lamento su decisión. Mire que va a ser muy duro tener que enfrentar mis tropas
con la Guardia Civil.
R-M: La Guardia Civil seguirá al lado del Gobierno. Ahora y siempre defenderé al
Gobierno de la República como poder constitucional. Esa es mi postura.
M: Entonces ¿no le importa nada la salvación de España?...¿Qué haría si se implan-
tase, dentro de unos días, el comunismo en nuetra patria?.
R-M: Cumpliría con mi deber.
M: ¿ Y cuál es su deber?.
R-M: Obedecer las órdenes del poder constituido.
M: Si, pues aténgase a las consecuencias.
R-M: Supongo que no será una amenaza o una encerrona, mi general.
M: Usted no me conoce. Para eso no le hubiera llamado. Puede irse bien tranquilo,
porque, por lo que a mí atañe, no tiene nada que temer, ni en su vida ni en su libertad.
Adiós.
R-M: A sus órdenes, mi general.
Según relatan estas mismas versiones, el comandante cuando salía en su coche de
la Comandancia Militar comentó con el conductor la preocupación que le producía el
dejar al general con las manos libres para sublevarse. Muchos, con posterioridad,
manifestaron su extrañeza por esa magnanimidad de Mola; sin embargo, una lectura
detenida del relato de Vigón, persona muy ligada a su superior, permite adivinar
trágicos presagios para el comandante, seguramente en un plazo de tiempo no
demasiado largo. Afirma que, aunque el general le permitió a Rodríguez-Medel salir
libremente y sin ninguna dificultad, eran muchos los que, no habiendo mediado la
orden más severa de Mola, hubieran estado dispuestos a eliminarlo y deseosos de
hacerlo, o que, cuando le hacía ver la inutilidad de resistir a la rebelión, le recordaba
que podría ser para él fatal, ya que las fuerzas de la Comandancia (de la Guardia
Civil) no le seguirían. Tal premonición no podía se planteada a menos que, como
sucedió, estuviese todo más o menos previsto para llevarlo a cabo.
Cabe suponer que, sin pérdida de tiempo, Rodríguez-Medel optase por trasla-
darse al Gobierno Civil para informar a su titular y, desde allí, alertar al Gobierno de
Madrid en relación con los deseos e intenciones de Mola; en ese sentido, Iribarren
asegura que el gobernador civil había recibido a primeras horas de ese día una
comunicación del subsecretario de la Gobernación por la que, al tiempo que le
participaba la sublevación militar de África, le ponía en guardia sobre los próximos
movimientos de Mola, debiendo informar de hora en hora al ministerio y aconseján-
dole que mantuviese un estrecho contacto con los partidos que apoyaban al Frente
Popular. Según Arrarás, cuando el comandante llega, el gobernador se encuentra
reunido con todos los caciques y capitostes del Frente Popular; eran éstos: el industrial
R. Bengaray, presidente de Izquierda Republicana y candidato a diputado en Cortes
en las últimas elecciones; A. Cuadra, a
acaudalado abogado de Tudela y también
candidato a Cortes de I. R.; A. G. Fresca, concejal y catedrático del Instituto de
Pamplona; N. Cayuela, abogado y secretario de la Audiencia de Pamplona; T. Oscar,
tipógrafo socialista, director del semanario Trabajadores y de carácter tabernario y
soez;
a
S. Goñi, abogado, concejl socialista y alto empleado de la Caja de Ahorros; R.
G. Larreche, concejal y ex gobernador de Álava; G.C. Monzón socialista de familia
muy católica, ingeniero subdirector de Caminos de la Diputación Foral; el abogado J.
Monzón, hermano del anterior, que fue primero católico y luego comunista exaltado;
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LA MUERTE
Antes de entrar a considerar los aspectos concretos referidos a la muerte de R.
Medel, es necesario dejar constancia, una vez más, de la insuficiencia de fuentes
(orales o escritas) que puedan ayudar a esclarecer un hecho de tal naturaleza. El autor
se ve obligado a reconocer que, a pesar de la insistencia que mostró cerca de parientes
directos de algunos de los protagonistas principales del suceso, no fue posible obtener
algún dato que arrojase más luz sobre el mismo. Por ello, no queda más remedio que
echar mano de la documentación ya conocida y, sobre la nueva, formular conjeturas
acerca de cómo pudieron suceder los acontecimientos.
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cargo M. Font, antiguo secretario del mismo que había sido trasladado a Huelva por
las autoridades del Fente Popular, y que, por aquellas fechas, se encontraba pasando
unas vacaciones en Pamplona con motivo de las fiestas de San Fermín.
No deja de llamar la atención, en lo referente a la suerte de la primera autoridad
de la provincia, tanto la escasa resolución de un carácter tan débil como la especial
consideración que le dispensó Mola, pues no sólo le salvó la vida sino que se preocupó
de buscarle un colegio religioso para sus hijos. Tanto es así que, según testimonios
posteriores, ambos personajes siguieron manteniendo contactos postales en los que
recordaban y analizaban lo sucedido. Llega a ser hasta cierto punto contradictorio el
observar como se fusila sin esa piedad a compañeros de armas, mientras se muestra
solícito con miembros de la clase política a la que, como es bien sabido, no tenía en
demasiada estima.
Las últimas horas del ya histórico 18 de julio las ocupa el general Mola en atar
todos los cabos que le permitan ejercer un efectivo control sobre la capital navarra, sin
por ello descuidar la marcha de la sublevación en el resto del territorio nacional. De
esa manera, mientras se asegura la fidelidad de las instituciones -el Ayuntamiento y
Diputación Foral, al estar bajo dirección de fuerzas opuestas a las gubernamentales,
no han de plantear problemas-, ordena el acuartelamiento de todas las fuerzas
armadas, dejando la seguridad y el orden a cargo del personal de Asalto que patrulla la
ciudad; comienzan las detenciones de simpatizantes del Frente Popular, quienes son
ingresados en los recintos carcelarios que ocupaban los antiguos presos políticos
ahora ya en libertad. En su despacho sigue la patrulla de carlistas armados que se
había constituido en una especie de escolta personal, así como los últimos enlaces que
traen noticias de Zaragoza, Burgos, Vitoria, San Sebastián y Logroño; precisamente,
para la base de Recajo en esta última provincia, saldrá otro con instrucciones del
general quien, desde allí, habrá de seguir hasta León con idéntica finalidad.
Cerca ya de la medianoche, en las horas que preceden a la destitución del jefe de
la División Orgánica, el mismo Batet llama por teléfono a Mola, a fin de saber de
forma directa lo que está ocurriendo en Pamplona y otras capitales de su jurisdicción.
De las versiones sobre el contenido de la conversación, transmitidas por Iribarren,
Arrarás y Maíz, se puede reconstruir lo más interesante de la misma:
Batet: ¿Me quiere explicar qué pasa en Pamplona? Hasta mí han llegado graves
rumores de que...
Mola: Pues no pasa nada, mi general, ni pasará mientras yo esté aquí. Respondo del
orden.
B: Me ha comunidado el gobernador civil que el comandante de la Guardia Civil ha
sido asesinado por un fascista.
M: No se trata de ningún atentado fascista, sino de un suceso lamentable que
esclarecerá la sumaria.
B: Pero el gobernador me dice que Vd. se niega a colaborar con él y que ha rehuido ir
a su despacho.
M: Puedo asegurarle que estoy a su lado para que no se altere el orden y que si no
voy al Gobierno Civil es porque no quiero caer en una encerrona, cosa muy de temer
dada la gente que le rodea. Si lo desea, puede venir a mi despacho y hablar de todo lo que
quiera.
B: ¿Sabe Vd. que se ha declarado el estado de guerra en Vitoria?
M: Sí, porque lo he mandado declarar yo.
B: Y ¿quién es Vd. para dar una orden de tal gravedad? En Irache me dijo que...
M:En efecto,... que no estaba comprometido en ninguna aventura. ¿Acaso le parece
una aventura decidirse por la defensa de la patria?
B: En ese caso...
M: Efectivamente, mañana a las seis de la mañana. Aun tiene Vd. tiempo para
pensarlo y acertar. Buenas noches.
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suerte de su superior inmediato sería bien distinta. Fue arrestado por los conspirado-
res en sus propias dependencias oficiales, encarceelado y fusilado siete meses más
tarde. Otra comunicación telefónica con Burgos le sirve a Mola para conocer el
desarrollo de los hechos y que el propio general Dávila, como jefe de la sublevación,
le ponga al corriente de lo sucedido. Es evidente que, hasta que llegase la ansiada hora,
en la Comandancia Militar de Pamplona no se iba a detener la vorágine provocada por
la avalancha de novedades que hasta allí llegaban. Al lado del general están Beorlegui,
Ortíz de Zárate, Rada y Utrilla, entre otros, éste último con su escolta de catorce
tradicionalistas, en tanto otros ochenta se repartían por las dependencias del edificio.
Así, entra un enlace del teniente coronel Baselga, procedente de San Juan de Luz y vía
Valcarlos, con noticias que hablan del levantamiento de la Armada contra sus mandos
superiores, mientras el que llega de San Sebastián, J. Aguado, trae malos presagios
sobre lo que pueda suceder en la capital donostiarra. Mantiene numerosos contactos
telefónicos, entre los que destacan los efctuados con Valladolid, donde Saliquet ha
necesitado utilizar la fuerza de las armas para hacerse con la situación; Bilbao,
sosteniendo un virulento enfrentamiento verbal con el gobernador civil, y Barcelona,
invitando a unirse a la sublevación al general jefe de la División orgánica, Llano de la
Encomienda, de quien como ya se dijo sabía que se negaría, pero al que utilizaba para
que extendiese la noticia por su demarcación e, incluso, la transmitiese a Madrid;
idéntica respuesta obtiene del general de Valencia, Mnez. Monje. En todos los casos
les previene sobre las consecuencias que puedan derivarse de sus respectivas actitudes.
Sin embargo, las dos conferencias telefónicas más importantes que se iban a
celebrar esa madrugada no habían tenido todavía lugar. En efecto, tras la urgente
remodelación de gobierno, llevada a cabo esa misma noche, con objeto de frenar la
guerra civil que se presagiaba, es nombrado jefe del ejecutivo Mnez. Barrio en
sustitución de Casares Quiroga y, para ocupar la cartera de Guerra, se designa al
general Miaja. Aunque vuelve a surgir el permanente conflicto de horas y fechas,
parece más verosímil que fuese éste último el que primero llamase a Pamplona, más
teniendo en cuenta que ambos militares ya se conocían desde sus tiempos de servicio
en África, donde Mola había estado a las órdenes directas del nuevo ministro. De esta
manera, no es extraño que el nuevo jefe del departamento comience su conversación
utilizando un lenguaje coloquial y amistoso, hasta que llega el momento de plantearle
lo que está ocurriendo. Iribarren y Maíz han recogido el diálogo así:
Miaja: Me dice el Comandante Militar de Vitoria que le ha ordenado Vd. declarar el
estado de guerra ¿Es cierto?
Mola: Sí señor.
Miaja: Pero, ¿es qué ha ocurrido algo?
Mola: No ha ocurrido nada.
Miaja: Pero, si el general de la División no lo ha ordenado, ¿por qué lo ordena Vd. ?
Mola: Por que yo soy el general de la División.
Miaja: ¿Y el general Batet?
Mola: El general Batet no pinta nada para estas horas. Soy yo quien tiene el mando.
Miaja: Pero ¿no sabe que hace falta un decreto para eso?
Mola: Eso, mi general, era antes.
Miaja: Entonces, ¿está Vd. sublevado?
Mola: Sí señor, yo con toda la División.
Si la suerte militar estabe echada con la clara desobediencia a los dictados de la
máxima autoridad, únicamente restaba, como último intento, la intercesión de la
cabeza del ejecutivo. El moderado Martínez Barrio se sirve también de adulaciones y
piropos personales para que, a cambio incluso de ofrecerle la cartera de guerra, desista
de sus empeños subversivos, haciéndole fiel promesa de un cambio de rumbo en la
política del Gobierno y dar satisfacción a las aspiraciones del Ejército; Mola le
responde que no puede aceptar ese tipo de ofrecimientos, pues la paz del país sólo
[33] 313
GONZALO JAR COUSELO
puede ser restablecida por el Ejército, a través de una dictadura militar. Cuando el
presidente le recuerda su responsabilidad ante las consecuencias de una cruenta guerra
civil, el general se despide de él añadiendo que la suerte de España ya está echada.
Decir también, en relación con estos contactos, que Iribarren habla de una segunda
conversación entre estos dos personajes que, de haberse realizado, sirvió únicamente
para provocar las ruptura total y definitiva de Mola respecto al gobierno de Madrid.
En torno a la conversación Martínez Barrio-Mola, aunque la mayoría de histo-
riadores están de acuerdo en lo fundamental, quizás convenga hacerse eco de la
versión que reproduce en sus memorias el dirigente de la CEDA Gil Robles. Dicho
político atribuye al presidente la frase siguiente: En estos momentos los socialistas
están dispuestos a armar al pueblo. Con ello desaparecerán la República y la democra-
cia. Debemos pensar en España. Hay que evitar a toda costa la guerra civil. Estoy
dispuesto a ofrecerle a Ustedes, los militares, las carteras que quieran en las condiciones
que quieran. Exigiremos responsabilidades por todo lo ocurrido hasta ahora y repara-
remos los daños causados, a lo que Mola contesta con la imposibilidad de actuar en ese
sentido, poniendo en su boca aquello de que: Ninguno de los dos podemos controlar
ya a nuestras masas. A lo mejor era cierto lo que decía De la Cierva, quien atribuye
esta noble tentativa de conciliación a la iniciativa de Azaña, en torno a que la sangre
del comandante Rodríguez-Medel y de los primeros caídos en Castilla y África hacían
imposible un acuerdo como el que planteaba el Gobierno para esa situación de
irreversibilidad en la historia de España.
Cerca ya del amanecer el capitán Barrera, en funciones de ayudante del coronel
García Escámez, presenta al general la composición definitiva de la columna que
según lo previsto ha de estar lista para partir a las catorce horas de ese día 19 con
dirección a Madrid. A última hora ha sido necesario introducir importantes variacio-
nes en los organigramas, con objeto de encuadrar el elevado contingente de requetés
que se han presentado voluntarios (alrededor de unos 1.100). Se formarán tres
compañías, en las que se incluirán cincuenta de éstos, al mando de los tan citados
Vicario, Lastra y Moscoso, al tiempo que se añade una nueva compañía formada
exclusivamente por requetés, al mando del tradicionalista Del Burgo.
EL ESTADO DE GUERRA
Tal como estaba previsto, a las seis en punto de la mañana del día 19 de julio de
1936 una compañía perteneciente al Batallón Sicilia al mando del capitán Lastra
(según Aguado), formada en la Plaza del Castillo y tras el toque de diana, procede a
proclamar el estado de guerra en toda la demarcación territorial de la División
Orgánica, para lo cual recorrerán toda la ciudad colocando el bando de Mola en los
puntos claves de la misma. En su texto se habla de la salvación de España en trance
inminente de sumirse en la más desenfrenada situación de desorden, por lo que asume
el mando de la División Orgánica y se declara el estado de guerra. A partir de este
momento entrarán automáticamente en vigor las Instrucciones Especiales para Nava-
rra, a las que se refiere Martínez Bande; así, en cuanto se asegure el orden público en
Pamplona, se organizará una columna según los planes ya descritos, en tanto que
inmediatamente de declarado el estado de guerra se enviará desde Pamplona una
Compañía de Infantería del América, con una Sección de la Guardia Civil de Tudela,
para recoger en dicho punto y escoltar hasta la Ciudadela un convoy de diez camiones
procedentes de Zaragoza, con armamento y municiones.
Mientras la situación en la capital navarra era de clara adhesión al alzamiento,
impregnada de un ambiente de fervor religioso-patriótico, en algunas poblaciones de
la provincia fue necesario vencer, bien es verdad que sin grandes problemas, ciertos
núcleos de resistencia a los rebeldes. En ese sentido Aguado describe como, en
Alsasua, un pelotón de guardias civiles proclamaba durante la mañana el estado de
guerra, por medio de bandos colocados en las paredes que, tras retirarse la fuerza,
314 [34]
LA GUARDIA CIVIL EN NAVARRA (18-07-1936)
fueron arrancados por vecinos de la localidad a cuyo frente estaba el médico Salinas,
razón por la que fue necesaria la presencia de tropas del Batallón acantonado en
Estella bajo el mando directo de su jefe, el teniente coronel Cayuela. En Corella, los
falangistas y requetés, a los que se unieron los dos únicos guardias que había en el
Puesto, lograron contener la situación a su favor frente a otro grupo encabezado por
el propio alcalde de la localidad, hasta que pudieron llegar refuerzos de la Benemérita
pertenecientes al Puesto de Tudela y dirigidos por el mismo Jefe de Línea; precisa-
mente en la capital de la Ribera, el alcalde de la villa había ordenado el cierre del
Círculo Carlista, razón por la que los tradicionalistas se dirigieron al Cuartel de la
Guardia Civil en busca de apoyo que ya podrían prestar los guardias que habían
regresado de su inicial concentración en Tafalla. Por último, en Lodosa, los miembros
del Cuerpo se abstuvieron de intervenir y permanecieron en el Cuartel hasta que, tras
el asesinato de uno de los vecinos del pueblo, restablecieron la calma y proclamaron el
estado de guerra.
Las escaramuzas y alteraciones públicas continuarán durante la noche del día 19
y a lo largo del 20, en especial por la parte norte de la provincia. Son protagonistas
especiales de las mismas los miembros del Cuerpo de Carabineros, en concreto los
integrantes de los Puestos de Elizondo y Vera de Bidasoa, quienes, tras el acoso
violento de los levantados, optaron por unirse a sus compañeros de Guipúzcoa que
permanecían fieles al Gobierno. El mismo Aguado cuenta como, tras ser detenidos y
desarmados un grupo de milicianos de Irún por guardias civiles pertenecientes a los
Puestos de Echalar y Lesaca, fueron obligados por el teniente de Carabineros de Vera
de Bidasoa, M. Gómez, a devolver las armas y poner en libertad a los detenidos. Por
último, algún sobresalto como el ocurrido en Cascante y algún núcleo de población
más obligó a la fuerza del Puesto de Tudela a tener que intervenir para mantener el
control de la conspiración.
Respecto al tratamiento que la prensa otorgó a los sucesos de Pamplona, decir
que no se distinguió por tratar de desentrañar lo que allí ocurrió, limitándose la de
Madrid a transmitir el despacho de agencia en el que se atribuía la autoría del asesinato
a un conocido fascista de Pamplona, en tanto la navarra recogía escuetamente la
muerte de Rodríguez-Medel. Así, mientras en El Pensamiento Navarro se afirmaba
que la misma era consecuencia de un accidente ocurrido dentro del cuartel, el Diario de
Navarra hablaba de un accidente desgraciado en el Cuartel. Este periódico aseguraba
que seguirá en todo su vigor el actual régimen foral e indicaba que el coronel
Beorlegui se había hecho ya cargo de la Guardia Civil y de la de Asalto y Seguridad,
cuya presencia por la población, en un recorrido que hizo por las vías más concurridas,
bastó para que se esfumaran sin chistar los grupitos en actitud expectante, mientras
que, tras la marcha del gobernador civil, había asumido sus funciones el Sr. Font,
destinado en el Gobierno Civil de Huelva.
Como estaba previsto, a las diez de la mañana del día 19 se transmite el mensaje
radiofónico que dirige Mola: Españoles, el movimiento salvador iniciado por el
Ejército está en marcha camino de la victoria..., en tanto, en la Comandancia de la
Guardia Civil, el capitán Auria se hace cargo con carácter accidental del puesto de
comandante Mayor de esa Unidad sin cesar en el mando de su Compañía, vacante
producida por la detención de su titular, comandante M. Friera. Antes del mediodía
legan al aeródromo de Noain, en una avioneta pilotada por el aviador Ansaldo y
procedente de Francia, los dirigentes carlistas Fal Conde y Zamanillo, siendo recibi-
dos y protegidos por el grupo de requetés que custodia la base; decir que dicho piloto
saldría momentos después hacia Lisboa, con objeto de recoger al general Sanjurjo y
trasladarlo a España ese mismo día. Bien se ve que, a estas alturas, el movimiento
tradicionalista se ha convertido en núcleo fundamental de la rebelión en Navarra,
confirmándolo hechos como que, alrededor del mediodía, se lleve a cabo por las calles
de Pamplona un desfile paramilitar de unos 800 requetés, o que, desde ese mismo día,
en el palacio provincial de la Diputación Foral, y seguramente ante la sorpresa de
[35] 315
GONZALO JAR COUSELO
Mola, ondee ya la bandera bicolor que, al recibir la callada por respuesta, se convierte
en símbolo institucional de la propia conspiración.
Al día suiguiente, mientras la prensa sigue sin hacerse eco de la muerte de
Rodríguez-Medel -no aparece ni siquiera en las páginas que los diarios navarros
dedican a necrológicas y esquelas-, las páginas de El Pensamiento Navarro se convier-
ten en el órgano de información del alzamiento militar en aquella región. Dice en
portada: ...Después de las horas de la noche del sábado, herméticas, nerviosas, y
oscuras...¡Día hermoso para España..., el día del domingo 19 de julio de 1936..., al
tiempo que describe como, desde las primeras horas de la madrugada del domingo a
las diez de la noche, hora en que partió la columna que se dirigía a Madrid, el
entuasiasmo fue delirante.
Planteada por Mola la necesidad de organizar unas segunda columna que sirviese
de refuerzo a la anterior, y pensar en atribuir el mando de la misma al coronel
Beorlegui, se hacía imprescindible buscar un sustituto a éste para el mando de las
fuerzas del orden público, cargo que recayó en la persona del coronel de la Guardia
Civil S. Becerra quien, por aquellas fechas, se encontraba en Navarra en situación de
disponible forzoso, tras haber sido cesado en el mando del Tercio de Toledo. Al
mismo tiempo comenzaban a llegar a las dependencias militares de Pamplona, gene-
ralmente conducidos por la Guardia Civil, los detenidos por mostrarse contrarios a la
rebelión militar; de entre los que vienen de Logroño cabe destacar el general Carras-
co, según Iribarren por blando e indeciso, el alcalde Gurrea, quien en ocasiones había
asistido a Mola como odontólogo, el gobernador civil y su secretario y otras personas
de relevancia local. Tal como hace Salas Larrazábal, es curioso resaltar el hecho de que
incluso se llegó a sancionar a otro Solchaga, también militar y hermano del jefe de la
columna navarra, por negarse a secundar el movimiento. Referido a la familia de
Solchaga, Fernández Cordón asegura que, si en un principio, el coronel Solchaga se
había negado a integrarse en la red conspirativa, el día 19 acaba por sublevar el
regimiento a su mando.
En todo caso la rebelión ya se había extendido a toda España y, por lo que se
refiere a Navarra, iba a ir perdiendo protagonismo en beneficio de otras zonas del
territorio nacional, al consolidarse la victoria de los rebeldes. El día 21 Mola parte
para Burgos y, cuatro días más tarde, Cabanellas visita Pamplona y la prensa recoge
como se llegó al paroxismo al paso de las fuerzas de la Guardia Civil añadiendo que
poco será cuanto se haga por desagraviar a esa legión de hombres honrados y decentes
de los insultos, ultrajes y ofensas.
EPILOGO
El autor que mejor compendia los interrogantes que surgen tras lo sucedido en
Pamplona -en especial lo referido a la Guardia Civil-, es sin duda Romero, al plantear
cuestiones tan fundamentales como la determinación de si fue un hecho espontáneo la
muerte de Rodríguez-Medel, si tuvo algo que ver Mola en la misma o, en último caso,
si era necesidad inexcusable que, bajo pretexto de obediencia a sus mandos naturales,
dicha Institución no se le pusiese en contra. De lo expuesto anteriormente, no cabe
deducir la existencia de una indicación expresa del general en orden a eliminar al
comandante, lo que no impide, por otra parte, imaginar el alivio que para sus planes
suponía tal desaparición, dejando expedito el camino de la rebelión en Navarra al
solventar la única dificultad que se oponía al triunfo de la misma, así como la
conveniencia de recordar de nuevo la velada amenaza que, en versión de Vigón, le
dirigió el general en su despacho la mañana del día 18, al recordarle que podía ser para
él fatal, ya que las fuerzas de la Comandancia no le seguirían. Tampoco conviene
olvidar, en ese mismo sentido, la premeditada intransigencia demostrada por el
Director para con los que no se sumasen a la rebelión, cuya demostración más nítida
se manifiesta en uno de los párrafos de la Instrucción Reservada N.° 5, dictada por él
316 [36]
LA GUARDIA CIVIL EN NAVARRA (18-07-1936)
tan solo un mes antes: ha de advertirse a los tímidos y vacilantes que aquél que no está
con nosotros está contra nosotros, y que como enemigo será tratado. Para los compañe-
ros que no sean compañeros, el movimiento triunfante será inexorable. El texto
disculpa de cualquier tipo de añadido o declaración.
Respecto a la rotunda afirmación de Aguado, cuando se dice que la eliminación
de Rodríguez-Medel por sus propios hombres es un caso único en la historia de la
Guardia Civil, es conveniente recordar que las afirmarciones rotundas, en Cuerpos
tan antiguos y con tantos miembros que lo componen, corren el peligro de la
simplificación carente de rigor; los hechos históricos son fenómenos multidisciplina-
res que se producen por muy diversas motivaciones y, en ese sentido, parece improce-
dente elevar al rango de categoría institucional una situación tan anormal como la que
ahora se trata: Rodríguez-Medel se hace cargo del mando de una Unidad des-
conocida, cuando ésta ya está implicada de lleno en la conspiración -del capitán Auria
para abajo eran todos, en mayor o menor medida, rebeldes- y para auxiliarle, ocho
días antes de su muerte, le mandan a un segundo jefe también desconocido para la
tropa. En esa texitura histórica lo que hubiese llamado la atención es el fracaso de la
rebelión, pues cuarenta días no deja de ser un período de tiempo mínimo para hacerse
con el control de aquella situación. Como dice Talón, al analizar el comportamiento
de dicho comandante, lo fácil para él habría sido subirse al carro de los vencedores,
razón que engrandece todavía más la desinteresada entrega de Rodríguez-Medel.
El análisis del comportamiento de la Guardia Civil a nivel corporativo, respecto
al levantamiento militar, es todavía una cuestión inacabada, al ser considerada como
uno de los factores clave y determinantes del éxito o fracaso inicial del mismo. Al
frente de dicho Cuerpo se encontraba el general Pozas, colocado por Portela Vallada-
res con objeto de atraerse la fidelidad de sus miembros al Gobierno, para lo cual trató
de ir destinado a los puestos más conflictivos a los mandos que consideraba más
apropiados, ya fuese, como dice Romero, por convicciones políticas o por sentido de la
disciplina. Madrid y Barcelona serían, en ese sentido, los casos más típicos y, por lo
que respecta a Navarra, tampoco han de caber muchas dudas sobre la oportunidad del
destino del Rodríguez-Medel; descartado que fuera un activo conspicuo republicano,
pues su pasado así lo atestiguaba, de lo que no cabe duda es que desde que llegó a
Pamplona se empeñó en hacer cumplir la legalidad vigente. Eso no le impedía, como
transmite en su carta del día 17, atribuir al Gobierno muchas culpas en torno a la
situación de inestabilidad que se vivía en España.
Prueba de la importancia que se daba a la toma de posición de la Guardia Civil es
una conversación celebrada en enero del 1932, entre Sanjurjo y Azaña (recogida por
éste en sus memorias), en la que, al inquirirle al general sobre los rumores que
hablaban de una sublevación encabezada por él y secundada por dicho Cuerpo, éste le
responde que sería algo que no se le ocurriría jamás, ya que de triunfar el que viniese
detrás ya no se fiaría de ella y la suprimiría. En esa lealtad gubernamental vieron
muchos historiadores la razón del fracaso conspirativo y, en ese sentido, la división en
que se vió inmersa dicha Institución fue el reflejo de la división nacional por lo que,
salvo en casos muy concretos, la desorientación fue una circunstancia muy generaliza-
da y, algunos autores, resumen lo sucedido en esos días de julio como un audaz golpe
en manos de muy pocos (se manejaba incluso la cifra de mil activistas en toda España).
Salas Larrazábal, al hacer balance de las fuerzas que quedaron en uno y otro bando,
atribuye al gubernamental un 55% de la Guardia Civil, un 60% de Carabineros y un
70% de Seguridad y Asalto, descartándose en la actualidad que el protagonismo del
golpe lo hubiesen llevado los generales.
Mientras Romero asegura que, dada la proporción de fieles y contrarios al
Gobierno, no puede hablarse de conspiración de los generales, A. Baño va mucho más
allá y afirma que los primeros defensores de la República fueron los generales con
mando en el Ejército, resaltando el hecho de que los seis generales de la Guardia Civil
se hubiesen mantenido al lado de la legalidad republicana. Con lo expuesto hasta
[37] 317
GONZALO JAR CQUSELO
ahora parece bastante evidente que ya no se puede seguir manteniendo a estas alturas
una posición legitimadora de un ataque a la legalidad como el producido el 18 de julio,
al menos desde el campo estrictamente constitucional y haciendo abstracción de los
condicionantes sociológicos y de otro tipo que determinaron aquellos hechos.
En esa dirección, y precisamente por tratarse de una personalidad poco sospe-
chosa de inclinaciones republicanas, no estaría de más recoger las reflexiones que
Serrano Súñer en sus memorias dedica a lo que denominó situación de justicia al
revés, algo insólito en la historia de las convulsiones político-sociales. Como hombre de
leyes que era, percibió de lleno la monstruosidad jurídica en que se basó la ordenada
represión en la zona nacional, donde se atribuía el carácter de rebelde, paradójicamen-
te, al que se había mantenido fiel al Gobierno legalmente constituido, por mucho que
los excesos y el proceso de disolución seguido por el Gobierno del Frente Popular
justificaran la rebelión. El sistema de funcionamiento de los Consejos de Guerra —tan
simple y artificioso, en el tremendo clima de una guerra civil, conduce inevitablemente
a situaciones como las que se plantearon en algunas zonas donde se establecieron
previamente porcentajes de absoluciones, penas de muerte y privativas de libertad.
Parece evidente, pues, que mantener conclusiones como las deducidas por Aguado,
además de ser manifiestamente antijurídicas pueden servir de justificación para com-
portamientos que, desde él punto de vista comparativo, en nada benefician al armóni-
co funcionamiento del Insituto.
Para finalizar este Epílogo convendría hacer algún tipo de consideración, referida
a la presunta inhibición gubernamental ante tantas evidencias de rebelión que afloja-
ron a lo largo del proceso conspirativo. Por lo que atañe al presidente del Gobierno,
Casares Quiroga, muchos autores le atribuyen la seducción que suponía el conseguir
el triunfo similar al que había obtenido Azaña, en relación con el golpe de Sanjurjo en
1932, ya que de esa manera saldría robustecida, según Gil Robles, su quebrantada
situación política; tenía plena confianza tanto en los resortes gubernamentales como
en la adhesión de las fuerzas de Asalto y de la Guardia Civil. En realidad lo que se
pensaba desde el campo republicano moderado era que, al no atribuir al movimiento
revolucionario capacidad de organización ni medios suficientes para el triunfo, la
propia dinámica de obediencia jerárquica a los generales pro-gubernamentales impe-
diría la posibilidad de conseguir sus propósitos; es evidente que, a posteriori, tal
decisión fue nefasta para el destino de la República y a esa inactividad suicida dirigía
sus críticas más aceradas la izquierda revolucionaria, cuya influencia se trataba de
frenar con las amenazas provinientes de los sectores más duros de la derecha. En
definitiva, el análisis de la situación realizado por las fuerzas gubernamentales se
equivocó rotundamente, tanto al sobreestimar el posible apoyo de la gran mayoría de
la población como al no prever la marginación en que quedarían los altos mandos
militares leales, frente a la contundencia utilizada por los jefes y oficiales comprometi-
dos en la sublevación.
En el caso concreto de Navarra hay que reconocer que, desde un principio, se
había decantado casi masivamente por la rebelión, incluso a través del movimiento
carlista, mucho antes de que llegase allí el general Mola. Territorio tradicionalista por
excelencia, donde primaban sentimientos mezclados de patriotismo y religión, sus
dirigentes habían conseguido estructurar desde tiempo atrás un fuerte sistema organi-
zativo que permitió a Mola contar casi de forma inmediata con unos hombres
armados, instruidos y encuadrados. De ahí que, una vez muerto Rodríguez-Medel, el
camino quedaba expedito para el triunfo de la rebelión. Como hecho anecdótico, y de
cierto interés a efectos estadísticos, subrayar el aspecto de que Rodríguez-Medel fue
el primer mando de la Guardia Civil que perdió la vida en la larga y cruenta guerra, no
siendo el primer miembro del Cuerpo en fallecer ya que, tan solo dos horas antes, tres
guardias caían muertos en Sevilla cuando en un vehículo del Cuerpo trataban de
hacerse con el control de la plaza de San Fernando de dicha ciudad.
318 [38]
LA GUARDIA CIVIL EN NAVARRA (18-07-1936)
nombra, el día 20, coronel Jefe del Tercio de la Guardia Civil de Navarra. Falleció en
noviembre de 1937 en la capital navarra, siendo de nuevo jefe del Tercio de Toledo.
[41] 321
GONZALO JAR COUSELO
modos quedar a salvo su persona cualquiera que fuera el resultado. Se tiene aquí una
prueba más del protagonismo total y decisivo de Auria. Falleció en 1942, una vez
retirado con el empleo de capitán.
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