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El Sexto

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GLORIOSA Y CENTENARIA

INSTITUCIÓN EDUCATIVA EMBLEMÁTICA


“MIGUEL GRAU”
“PATRIMONIO CULTURAL Y EMBLEMÁTICO DE APURÍMAC”
“AÑO DEL BICENTENARIO DEL PERÚ: 200 AÑOS DE INDEPENDENCIA”

1. INTRODUCCIÓN

El Sexto, nombre de la prisión peruana, donde se narran mediante el testimonio de Gabriel


Osborno, un joven estudiante, convertido en preso político por pensar diferente, las
observaciones en su día a día frente a las irregularidades y atropellos que se viven dentro de la
cárcel. 

Se tocan temas dramáticos como las violaciones, los asesinatos, la prostitución y la


homosexualidad, en un contexto donde los asesinos y vendedores de drogas buscan controlar
la prisión a su antojo, en medio de una lucha de poder entre ellos, y siendo la corrupción y la
poca o nula importancia de los policías por los reos, la razón por la cual cada quien hace lo
que desee. 

Por otra parte, en El Sexto existe una organización social, en la cual se presentan tres
categorías de reos, en el primer piso están los vagos, asesinos y delincuentes, en el segundo los
ladrones y en el tercero y último piso los presos políticos, convirtiendo la prisión en un
espectáculo de personajes con personalidades egoístas que solo buscan sobrevivir y obtener lo
que desean.

AV. SEOANE N° 507 TELEFONO: 324640


E-MAIL cimiguelgrau@hotmail.com
GLORIOSA Y CENTENARIA
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“MIGUEL GRAU”
“PATRIMONIO CULTURAL Y EMBLEMÁTICO DE APURÍMAC”
“AÑO DEL BICENTENARIO DEL PERÚ: 200 AÑOS DE INDEPENDENCIA”

Para finalizar, Gabriel, a pesar de observar todo esto trata de conocer


a casa uno de manera personal y no guiarse solo por las peleas que
tienen todos en contra de todos, con el fin de encontrar en los
personajes algo que los haga ser humanos. 

2. RESUMEN CORTO

A medida que nos aproximábamos, el edificio del Sexto, crecía.


Íbamos en silencio. Se entonó las primeras notas de la “Marsellesa
aprista” y luego la “Internacional”. El Sexto con su tétrico cuerpo,
estremeciéndose, cantaba, parecía moverse. El hombre que estaba
delante de mí, lloraba, era del Cuzco de la misma lengua que yo.
Cantaban toda la noche sin confundirse, ni equivocarse jamás. Me tocó de compañero de celda
Alejandro Cámac, un carpintero de las minas de Morococha. Era alto y flaco; de cabellos
erizados y gruesos, tenía un ojo sano y el otro nadaba en lágrimas. Al amanecer del día
siguiente escuché una armoniosa voz de mujer. Era “Rosita” una marica ladrón. Famoso como
Maraví y “Pate ‘cabra”. Un grito prolongado se oyó en el Sexto; la última vocal fue repetida
con voz aguda. Es “Puñalada” me dijo Cámac. Está llamando a Osborno. El grito se repitió:
¡Que d´ese Osbornóóó! “Puñalada” era muy alto, en algo influía su estatura, o lo ayudaba, a
dar naturalidad a esa manera como premeditada y despectiva de mirar a la gente. ¡Nadie es
como él, asesino! Vino desde el fondo del penal un individuo bajo, gordo, achinado. ¡Maraví!
El otro amo del Sexto. Alejandro Cámac odiaba a los gringos ¡Balas y billetes es la patria del
gringo! Decía. Había hablado mucho y se sentía mal, vino Pedro y nos acompañó hasta la
celda donde le hice recostar sobre mi cama. Me di cuenta que Cámac estaba enfermo. Pedro
tiene miedo de que te contagie. No estoy para eso todavía, no tengo el bacilo me dijo. La voz
de “Rosita”. Cantó de nuevo, caminaba al modo de las mujeres delgadas, movía las caderas y
la cintura provocativamente. Dicen que está enamorado del Sargento. El Sargento es un
hombrazo y viene por estupro.

El japonés observó, que los huecos de los antiguos wáteres estaban desocupados corrió a uno
de esos huecos, se puso a defecar, en pocos segundos. Lo vi casi feliz. Después hurgó en los
sobacos y empezó a echar piojos al suelo. El japonés del Sexto se sentía triste cuando
“Puñalada” a puntapiés, no le permitía defecar. Entonces terminaba por ensuciarse. “Mok
´ontullo” renegaba viendo este espectáculo. Era alto de pelo muy castaño casi dorado en la
nuca. El vigor de su cuerpo, y sus ojos transmitían esperanza. A la hora que empezaba a
arreciar el hedor del excusado, bajaban al patio algunos presos políticos. Los vagos miraban.
Yo no bajaba sino con Juan, a quien llamábamos “Mok´ontullo” y con Torralba. Cámac y
Torralba eran comunistas y “Mok´ontullo”, era aprista.

“Puñalada” subió al segundo piso y fue directamente a la celda del Sargento. Sacó del bolsillo
una chaveta. Después se fue. El Sargento se echó a correr pero le cerraron el paso. ¡Negro e
´mierda! ¡Regresa! No está usté armado. Le dijo un hombre alto y fornido al quien llamaban el
piurano. El hombre achinado llevó a “Clavel” a la celda de    Maraví, éste le dio un sopapo, un
pequeño cerco de sangre había quedado en el cemento. Tres vagos lo lamieron. Sentía nauseas.
Cámac renegaba, aquí en el Sexto, la mugre está afuera, es por la pestilencia y por el hambre.
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El hombre sufre, pero lucha, va  hacia adelante decía. Pedro entró a la celda de Cámac, dijo
que lo de “Clavel” era un negocio. Luego hablaron del apra. El oportunismo al menudeo y en
lo grande es la línea fiel del apra. Engaña a unos y otros, recibe el halago de los poderosos por
lo bajo. Cuando iba a hablar yo entró a la celda “Mok´ontullo” discrepó con Pedro. He venido
por Cámac y Gabriel dijo. Luego salió. Pedro y yo lo seguimos. No se detuvo en el corredor
“Mok´ontullo se dirigió a su celda, sin despedirse. Pedro tenía cuarenta y nueve meses en
prisión. Había luchado veinte años dirigiendo obreros; era un tejedor calificado que leía
mucho. Me explicó que con “Mok´ontullo” una conversación sobre política no puede durar
sino lo que has visto; si dura un poquito más vienen las patadas. En cuanto a Luis no es
posible hacerle entender que el apra se identifica con el imperialismo. Luis se fue a su celda y
cantaron la marsellesa aprista. Pedro también se fue a su celda y me dejó cerca del primer
puente. El “Pianista” cantó de nuevo frente a la celda del “Clavel”, el hombre achinado le dio
un puntapié y lo lanzó de espaldas a un costado de la celda. Fui a mi celda y saqué un
chocolate y una chompa vieja, y fuimos donde el “Pianista” y le cambiamos de ropa. “Rosita”
le dio una taza de cocoa caliente, también le pusimos un pantalón. “Rosita” se comprometió
que nadie lo tocaría, le agradecimos. Se acercaron a nosotros los presos estábamos casi
rodeados de apristas. Podía estallar en cualquier momento la lucha; Cámac los apaciguó. 
Hablé de “Mok´ontullo”, es un luchador inocente, revolucionario de nacimiento. Yo no puedo
odiar a hombre como Juan (Mok´ontullo). Juan es un engañado no un traidor, y no lo puedo
odiar. Después de la conversación Cámac comenzó a hacer la guitarra, guardaba en su cajón,
un martillo, una sierra pequeña, un cepillo y berbiquí con varias mechas. La voz de “Rosita” 
nos interrumpió. A medida que Cámac iba analizando el canto. La voz delgada, clara y
sentimental del invertido penetraba en la materia íntegra del Sexto.

En las celdas del primer piso cantaban. ¡Silencio desgraciados! Era la voz de “Pacasmayo” un
preso sin partido. Un diputado lo hizo entrar en el Sexto, porque una mujer a la que ambos
cortejaban prefirió a “Pacasmayo”. Le decíamos “Pacasmayo” porque era oriundo de ese
puerto; era un gran jugador de casino. Por fin los cantos languidecieron, se apagaron poco a
poco. Al día siguiente sacaron al “Pianista” completamente desnudo y muerto. “Rosita” vino
hacia las gradas contorneándose, caminando a paso rápido. El piurano que se había quedado
como paralizado, se echó a correr hacia la celda del Sargento. Y se lanzó sobre él, herido trató
de levantarse con la boca rota y sangrando. Ha dormido con el maricón aquí en nuestra
vecindad dijo. Encontré a “Rosita” que me esperaba en el descansillo, llevaba sobre el brazo,
el pantalón, la chompa y la camiseta de punto con que habíamos vestido al músico. Joven, me
dijo, aquí tiene la ropa solo cuando murió se lo quitaron. En vida fue respetado. Todos me
culparon por la muerte del “pianista”, me insultaron, no contesté a ninguno. Te fregaste.
Tienes una muerte encima me dijo Prieto cuando llegué al tercer piso del penal. La
intervención tuya y la de Juan, para auxiliar al “Pianista” fue un acto imprudente y temerario.
Cuídate Gabriel. No procedas solo bajo el impulso de los sentimientos, aunque sean buenas.
Tú ves lo que ha pasado con ese vago; has contribuido sin duda a su muerte. ¿Qué debo hacer?
Templar los nervios, no dar satisfacción ninguna ni pedir explicaciones. Preparamos el
desayuno en la celda de Torralba. Había un turno para hacerlo. El “Ángel del Sexto”, traía el
desayuno oficial al tercer piso. Le llamábamos así porque dentro del saco traía a los presos
cartas y regalos de los parientes, de las enamoradas o de los amigos y los periódicos. Era un
hombre joven, alto, pálido e ingenuo oriundo de Cajamarca. Traía también malas noticias. La
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infidelidad de amantes y esposas. Estábamos tomando desayuno cuando vino Luis y me llevó
a la celda de “Mok´ontullo” me echaron la culpa de todo lo que había pasado con el
“Pianista”. Al oír esto Mok´ontullo pidió su expulsión del apra.

“Pacasmayo” sabía hacer piezas de ajedrez con migas del pan. Era fuerte cuellicorto y de
brazos algo largos, la nariz aguileña, los ojos alegres, le daban un aire de hombre simpático. El
contagioso buen humor de “Pacasmayo”, fue apagándose cuando la venillas de su cara
saltaron de repente y la piel de su cuello y su cara enrojeció. El doctor que venía al Sexto lo
revisó: “No necesita hospital”, dijo. Es de la sangre, ya pasará tranquilícese. Estoy
sentenciado, les había dicho “Pacasmayo” a sus dos compañeros de celda. Vino de nuevo el
doctor  “Pacasmayo” le dio diez libras para que lo atendiera, pero no quiso, y le dijo que
esperara su turno. El rostro de “Pacasmayo” parecía ahora hinchado. Entretanto el “Puñalada”
había prostituido al “Clavel”, todos los vagos observaban el burdel del Sexto. Maraví felicitó a
“Puñalada” y los dos abrazándose se fueron hasta el fondo del penal. Cámac y yo
conversamos: “Queremos la técnica, el desarrollo de la ciencia, el dominio del universo, pero
al servicio del ser humano, no para enfrentarnos mortalmente a unos contra otros”. En ese
momento entraron a nuestra celda, Luis y Pedro juntos. Vamos a pedir una entrevista con el
comisario para protestar por el espectáculo que hemos visto y pedir la expulsión del Sexto del
“Puñalada” y Maraví. Ninguno tiene sentencia. Y luego entregaron  el documento. Dice que
mañana los recibirá en cualquier hora respondió el cabo.

A las once de la mañana del día siguiente “Puñalada” llamó a los que habíamos firmado la
petición al comisario. ¿Qué quieren? Sírvase usted leer el documento dijo Pedro. ¡Ah!
Exclamó el comisario. Nos miró uno a uno. ¡Lucen bien! ¡Se ve que están atendidos como
reyes! ¿Qué creen ustedes que es la prisión? ¿Un lugar de recreo? Aquí han venido ustedes a
padecer a estar jodidos ¿Qué “Puñalada” hace esto lo otro, que Maraví se emborracha, y los
dos abusan de los vagos? A ustedes ¿Qué les importa? A ustedes nos les joden directamente.
Después de un intercambio de palabras, hizo traer cinco guardias, que nos agarraron mientras
el comisario nos pateaba y nos escupía. Volvimos a nuestras celdas. Cámac había concluido en
cortar casi todas las piezas de la guitarra. ¿Cómo les ha ido en la entrevista con el comisario?
Me preguntó. Mal. Es una bestia. Trabajaba sentado. Estoy cansado, dijo, cansado de otro
modo. Me viene del hueso este cansancio. El “Clavel” cantó. Eran huaynos que mezclaba con
la letra de tangos y rumbas. Sacó la cabeza por la celda y viendo a Cámac le dijo: ¡Tuerto
pobrecito! Vámonos le dije, tuve que ayudarlo a caminar, se doblaba. Le ausculté el pecho. El
corazón tenía ruido atropellado. Le tome el pulso y corría desigual. Descansa hermano Cámac.
De su ojo enfermo se derramaba el líquido denso. Limpié con mi pañuelo ese llanto que
empezaba a rodar sobre sus mejillas. Agárrame hermano me dijo. Ahogándose. Me senté, puse
su cabeza sobre mis brazos. Abrió la boca. Su cuerpo empezó a temblar. Iba enfriándose. No
pudo hablar más. Su delgado cuerpo se quebró; su hermosísimo ojo sano fue apagándose por
una onda azulada que  brotó desde el fondo; le quitó la luz. Algo de la piedad que brilló en los
ojos despavoridos del prisionero había en la muerte de Cámac. Le cerré los ojos al minero.
Deposité su cuerpo en la cama. Le crucé los brazos; levanté un poco su cabeza sobre la
almohada. Fui a dar la noticia. ¿Qué pasa? Me dijo Torralba, tienes otra cara. Señores le dije:
Cámac ha muerto. Me abrí campo y salí. Escuchamos los pasos de los comunistas, nadie

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lloraba. Luis el líder aprista ingresó a la celda. Sin mirar el cadáver. Mi pésame por la pérdida
de ese luchador obrero que fue Cámac.

Un sargento, subió al tercer piso ¿Hay un muerto aquí? Vendrá una ambulancia a recoger el
cadáver. Ya saben nada de bullanga. Todo en orden. Pedro dijo: mi tarima cabe en el primer
piso allí depositaremos el cadáver. Lo envolvieron en una sábana y marcharon, cargándolo con
cuidado. Los comunistas estaban formado en el corredor, de dos en el fondo. Los apristas
ocupaban todo el corredor de enfrente. Llevaron el cadáver despacio: Pedro dio la primera voz
del himno. “Arriba los pobres del mundo…” Cuando cesó el canto el gran penal estaba en
silencio. “Camaradas y amigos”. La voz de Pedro suave no brillante, se alzó en el penal. Se
presentó en ese instante doce guardias al mando de un teniente disparó varios tiros al aire.
Ninguno de los presos políticos se movió. Los vagos huyeron. Puede usted desahogarse
teniente. No nos moveremos. Estamos en el Sexto. Los cuatro hombres que hacían guardia
junto a la tarima, alzaron el cadáver que fue despedido entre vivas. Luego dos guardias
cargaron a Cámac, en dirección a las oficinas. Ese mismo día sacaron arrastrando el cuerpo de
japonés. Había muerto. Los dos cuerpos fueron arrojados en un camión.

El médico dijo que a Cámac le había dado un ataque al corazón. En una de las celdas habló
con Ferrés, que estaba muy pálido. Era ancho y ventrudo. El médico dijo que por la tarde
vendrían por él, es grave, aunque puede sanar. Tiene agua en el vientre. Por la tarde como
había prometido el médico la ambulancia vino por él. Ferrés era un comerciante, mestizo,
ingenuo, y al mismo tiempo muy práctico. Cuando llegó a la reja Ferrés volvió la cara hacia
nosotros. Estaba descontento. Desde la muerte de Cámac y la triunfal ceremonia con que le
despedimos, los apristas se aislaron más. El tercer piso quedó perturbado algo silencioso. Un
golpe de la gran reja me devolvió al Sexto. Vi, espantado, que el cabo entregaba a “Puñalada”
un muchacho como de catorce años. ¡Cabo! Le dije. Ese muchacho que ha entregado usted a
“Puñalada” es un niño. Lo van a matar. ¡Lo hago responsable! Bajé al segundo piso, corrí a la
celda del piurano. Entre sin llamar. ¿Me ayudarías a salvar a un niño? Le dije. ¿Aun niño? Le
conté entonces lo que acababa de ocurrir en el Sexto. Caminábamos por el corredor del tercer
piso. Torralba se detuvo. Algo sucede con el “Clavel” dijo. ¡Mira! Cinco hombres habían
formado fila en su celda ¡Ya no! Dijo el “Clavel” levantó la cortina sin decir una sola palabra,
no prendió la luz. La fila de hombres se dispersó. Cerca del amanecer oí el llanto del
muchacho. Lo sacaron de la celda hacia la puerta de la cárcel. El chico iba llorando. Me
acerqué, le hablé en quechua, y lo llevé a mi celda. ¡No sé lo que me han hecho! No puedo
caminar me dijo. El piurano vino y le prometió al niño matar al “Puñalada”. Poco después se
escuchó un grito. ¡Qu´es d´ese Libio Tasaico! Gritó “Puñalada” pronunciando las palabras
claramente. Lo acompañamos. El cabo nos dijo: Ya va a salir. La patrona del chico ha  venido
diciendo que ha aparecido el anillo. Entonces planeamos matar al “Puñalada” por todas las
atrocidades que cometía. Entretanto “Pacasmayo” me pidió venir a mi celda, yo acepté. Si
“Pacasmayo” puedes venir. Nos toleraremos los dos le dije. ¡No te molestaré Gabriel!
Exclamó “Pacasmayo”. Yo moriré antes.

Sobre el cemento del piso y de los muros de la celda restregué la punta de mi cuchillo de
mesa. Cambiando de postura, para convertir la hoja roma en cuchillo de pelea. Bajé donde el
piurano. Se agachó levantó el colchón de su cama y sacó de allí un largo cuchillo en punta,
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con mango corto de madera. El cuchillo era ancho y pesaba. Me dijo que yo no estaba
preparado para matar al “Puñalada” por ello me solicitó mi cuchillo. Todos empezaron a bailar
porque el negro zapateador quijada de burro en mano empezó a danzar rascando la quijada con
otro hueso. Un grito resonó de repente entre los muros. Era el “Clavel”. “Puñalada” vino
pronto con su azote. Dispersó a latigazos a los vagos. Salí afuera. Estaba casi a oscuras, pero
vi a un “Pacasmayo” de pie sobre las barandas de hierro. Se lanzó contra la celda del “Clavel”.
Escuché el choque del cuerpo, contra la reja de la celda. Ya casi era de noche, la niebla oscura
y baja cubría el cielo. ¡Es “Pacasmayo”, señores! Dije a voces. Yo lo he visto lanzarse desde
las barandas. Corrí a la escalera. No había llegado aún al extremo cuando un alarido de
“Puñalada” repercutió en todo el Sexto. Mi ‘han destripao. Mi ‘ahogo. ¡La p… que me parió!
Venía andando, un chorro de sangre brotaba de su cuello, pero él se agarraba el vientre. ¡Nadie
se mueva! Ordenó el guardia. Viene el teniente y los investigadores, dijeron desde la puerta.
Los vagos se habían quedado inmóviles como se les ordenó. ¡Si no dicen quien fue, lo
cagamos a todos! Gritó el sargento. Aquí hay uno exclamó el oficial. Tiene la chaveta en la
mano. Era el negro que exhibía su miembro. Tiró la chaveta, lejos, en dirección a la reja
grande. Dos guardias le sujetaron de los brazos, por detrás. Entretanto “Pacasmayo”, estaba
doblado en el umbral de la celda del “Clavel”. Un charco de sangre le rodeaba la cabeza. ¿Por
qué y cómo ha muerto este hombre? Parece que por celos, no soportaba que “Puñalada”
vendiera al “Clavel”. El señor Estremadoyro (“Pacasmayo) estaba nervioso. No pertenecía a
ningún partido, y la injusticia de su prisión lo había desequilibrado, de esta manera les
mencioné a los guardias. Luego sacaron al “Clavel” y se lo llevaron. Nuevamente nos
interrogaron y nos devolvieron a nuestras celdas. Nos íbamos aproximando a la gran reja. El
Sexto era una sombra compacta que crecía a medida que nos acercábamos, como en la noche
de mi llegada a prisión. Habíamos caminado unos pasos en el patio, cuando los centenares de
presos empezaron a cantar sus himnos políticos. Don Policarpo (el piurano) se cuadró. Un
soplón entró corriendo ¿Por qué están parados ahí carajo? ¡Ustedes saben quién soy! Tenía
una pistola en la mano. Ya nos vamos señor volví a decir al soplón apodado el “Pato”. Este se
volvió hacia mí. ¡Es con la otra…! No pudo terminar la frase. El piurano sacó el cuchillo y
antes de que el soplón tuviera tiempo de apretar el gatillo del revólver le cayó un machetazo en
el cuello. El soplón se tambaleó. El piurano quedó detenido por el cabo, entregando el
cuchillo. Gabrielito, adiós me dijo. Entonces grité ¡Señores compañeros! El piurano acaba de
degollar al “Pato” ¡Viva el piurano! Nadie contesto. Pero Luis gritó. ¡Compañeros, nos dicen
que el piurano ha degollado al más feroz chacal del gobierno! ¡Viva el piurano! ¡Vivaaa! Le
contestaron centenares de hombres. Empezó a llover. Encendí mi vela. Poco antes del
amanecer oí la voz de la “Rosita” que cantaba. Un gritó triste y repetido me hizo saltar de la
cama ¡Qu´es d´ese Osborno óóóó! Era el negro joven guardián del “Clavel”. A cada año ese
gritó se iría identificando más y más con el Sexto. Si no lo mataban antes o mataban al
“Sexto”.

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