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Los acertijos de la psicología

en “Alicia en el país de las


maravillas”
La literatura fantástica no es sólo para el público infantil, pues entre sus mundos
imaginarios esconde secretos que los adultos descubren con fascinación, autores
como Michael Ende, Dr. Seuss y Antoine de Saint-Exupéry escribieron auténticas
lecciones de vida en sus novelas y cuentos, y Lewis Carroll no fue la excepción; su
obra de 1865: Las Aventuras de Alicia en el país de las Maravillas, puso en duda
los límites de la fantasía y la realidad tras su publicación. Charles Lutwige
Dodgson, mejor conocido como Lewis Carroll, realizó una labor introspectiva para
concebir su más célebre obra literaria, se auto analizó y dividió su personalidad en
dos, por un lado el matemático lógico guiado por la razón y por el otro su
pseudónimo cobró vida propia como el soñador absurdo alimentado por la
imaginación y los impulsos inconscientes de su niño interior, el verdadero creador
de una realidad alterna sin las imposiciones adultas.

Lewis Carroll era un matemático apasionado por las leyes de la lógica, pero
también se atrevió a proponer nuevos paradigmas sobre la imaginación, las ideas
y el pensamiento colmando su libro de acertijos para descifrar la realidad y la
naturaleza humana. Esta es la razón por la que su obra ha tenido una gran
influencia en la psicología y los estudios neurológicos.
La historia de Alicia, una niña que viaja a una realidad alterna ha sido ideal para
nombrar un trastorno neurológico, el “Síndrome de Alicia en el país de las
maravillas” un padecimiento nocturno que afecta generalmente a los niños.
Consiste en la alteración de la percepción visual causando daños a la noción de la
imagen corporal propia y la de los demás. El paciente transforma mentalmente las
dimensiones de su cuerpo como si quisiera entrar por una de las enigmáticas
puertas del cuento. 

El síndrome de Alicia en el país de las maravillas es causado por una gran


concentración de energía en el cuerpo, lo que genera un cambio en el flujo de la
sangre al cerebro, enviando señales equivocadas que causan alucinaciones y
desorientación.  También pueden ser producto de dolores de cabeza, migrañas o
tumores cerebrales. No sólo se pierde el sentido de la percepción de los objetos,
también la del transcurso del tiempo y afecta la sensibilidad visual, auditiva y táctil.
En resumen: todos los sentidos se salen de control y la vida cotidiana se vuelve el
fragmento de un sueño.
La narración de Lewis Carroll hace alusión a fenómenos del estudio de la mente
humana, como la larga caída de Alicia por la madriguera que representa una
pesadilla recurrente, acompañada de una sensación de angustia que termina por
despertarte, referencia usada también en El Origen, filme de Christopher Nolan
que explora el inconsciente y la construcción de los sueños. Otros ejemplos se
encuentran en los personajes del cuento: el Conejo Blanco siempre antecedido
por su reloj, es el reflejo de la conducta paranoica y la ansiedad mientras que la
Oruga Azul es la auténtica materialización de una crisis de identidad, perderse
entre las dudas, lo racional y la incertidumbre ante lo que vendrá.
Alicia comparte su mundo con personajes que se transforman constantemente,
como el Gato de Cheshire que aparece y desaparece dejando su sonrisa. Este
hecho es una comparación clara del autor con el universo onírico de una mente
dormida. En los sueños  no cuestionamos las identidades ni las formas,
aceptamos pasivamente los cambios por más irracionales que parezcan. Los
científicos relacionan este fenómeno con el proceso del cerebro para consolidar la
memoria mientras estamos dormidos, es decir: nuestra mente trabaja para guardar
los recuerdos y los intercala con los sueños, dando como resultado un mundo
fantástico que convive con lo real y lo imaginario. El surrealismo del país de las
maravillas es estudiado como el hábitat de la memoria en el cerebro. Es por eso
que soñamos las situaciones más extrañas con personas conocidas o
pertenecientes a nuestro pasado.
Mientras más nos relacionamos con el mundo de Alicia más reflexionamos acerca
de que las palabras no tienen ningún sentido, este cuento abrió la posibilidad de
que las palabras no sean algo irrevocable y arbitrario, porque hay una amplia
gama de sonidos que no podemos nombrar, pero significan algo por sí mismos.
Estudios semióticos han planteado que la gramática y los significados no se
procesan en conjunto en nuestra mente. Entender los sonidos como un lenguaje
más allá de las palabras y los nombres de las cosas desemboca en la conclusión
de que el lenguaje se ha quedado corto para nombrar todo lo que compone
nuestro mundo, pero en el país de las maravillas el lenguaje si reconoce sus
infinitas posibilidades. 

La adaptación cinematográfica de Tim Burton del cuento propone el


término gramaticalmente inexistente “muchosidad” como algo perdido, lo que nos
hace ser nosotros en esencia y agrupa todos nuestros sueños, metas, acciones y
recuerdos. La “muchosidad” existe aunque no la hayamos nombrado nunca, e
incluso vive en cada uno de nosotros, así es como el lenguaje crea la realidad.
Otro ejemplo es la tortuga “galápago”, personaje creado por Carroll nombrado así
desde luego por la gala que tiene enseñar en una escuela de pago. Los sonidos y
las palabras como un poema dadaísta, pueden cobrar el sentido que nuestra
mente necesite. 
La Reina Blanca es también un personaje enigmático que despertó el interés de
los psicólogos al afirmar que “es un tipo de memoria muy pobre la que sólo
funciona hacia atrás” pues aunque podría parecer descabellado recordar lo que
aún no se vive, los neurocientíficos han descifrado la íntima relación entre los
recuerdos del pasado y las acciones futuras, básicamente nuestros planes e
imágenes del porvenir las conformamos con experiencias pasadas y hechos
previamente conocidos por lo que la memoria y la previsión trabajan con las
mismas áreas cerebrales. Al no recordar el pasado no podríamos saber quiénes
somos ni a dónde nos dirigimos, la Reina Blanca tenía la razón.

Finalmente, la imaginación es la pieza clave en los laberintos mentales del viaje de


Alicia, creer en lo imposible es la llave para conocer el país de las maravillas y al
mismo tiempo es uno de los paradigmas de los estudios de la mente. Imaginar lo
imposible requiere un pensamiento hipotético y la capacidad para simular
situaciones  ilógicas buscándoles un sentido racional. Una enredadera de
pensamientos absurdos puestos en orden requiere del trabajo de un cerebro
flexible y creativo para asumir que cualquier cosa que pensemos podría ocurrir sin
cuestionar sus razones fenomenológicas, como en la imaginación pura de los
niños. Darle un sentido a lo que no lo tiene es como desayunar cada mañana con
el Sombrero Loco, jugando a descifrar la sabiduría de su locura, la lógica de
ocultar el sentido en sus palabras.
Lewis Carroll, de la mano de Alicia, nos guió en un viaje por el inconsciente y los
sueños al revelar sus misterios y laberintos secretos. Su obra literaria nos invita a
construir un mundo en el que todas las perspectivas son correctas y donde la
fantasía cobra vida: el país de las maravillas.
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