1 Enlasgarras
1 Enlasgarras
1 Enlasgarras
© De esta edición:
2005, Aguilar Chiler..' He Ediciones S.A.
Dr. Aníbal Ariztía 1444, Providente»
Santiago de Chile
ISBN: 956-239-390-9 Inscripción: 151.054 Impreso en Chile/Printed in Chile Primera edición: diciembre de 2005
Diseño de la colección:
Manuel Estrada
U n sudor frío recorrió toda la espina dorsal del muchacho y un fuerte temblor lo sacudió de
pies a cabeza cuando el imponente animal le salió al paso cortándole la retirada, al tiempo que gruñía
sordamente y le mostraba los pavorosos colmillos en una actitud amenazadora.
El aterrado niño observó los ojillos penetrantes del negro mastín y la espuma que brotaba de
sus belfos. Esto le hizo llegar a la conclusión de que todo intento de huida estaba descartado, pues el
animal lo acechaba plantado ante la única puerta de escape y al menor movimiento se le echaría encima.
Por eso optó por mantenerse muy quieto, mientras trataba de encontrar una salida para la difícil situación
en que se hallaba.
Pero no contó con lo que pasaba por el obtuso cerebro de la f.^ra, que sin razón aparente subió
el tono de sus gruñidos, alzó los espumeantes belfos para que sus colmillos quedaran totalmente
expuestos y comenzó a avanzar hacia él.
U n grito dé terror resonó y se multiplicó por el eco, un segundo antes de que el mastín
atacara... pero en ese preciso y crucial momento se escuchó que alguien llamaba a la puerta.
—¡Me asustaste, Dante! —-exclamó el niño cuando abrió la puerta de la habitación del
hotel que companían.
—¿Por qué?
—¡Es que estaba viendo una película de un mastín asesino parecido „ Shogún!
—¡Será parecido, pero no tiene nada que ver con mi perro, que es un animal muy
noble y fiel! —protestó el joven.
—Sí, ya sé que Shogún es un perro más educado y manso que tú, que es mucho decir
—se burló Ricky—. ¿Dónde estabas?
—Llenando unos papeles para la competencia.
—¿Qué papeles?
—Los del pedigrí.
—¡Yo no sabía que tuviera un primo con
pedigrí!
—No... —titubeó Dante con cara de perplejidad—. Yo no soy el del pedigrí.
—¿ Y si no tienes pedigrí, para qué llenaste los papeles?
—No, Ricky, esos papeles se llenan por cada perro.
—¡Ah, así que ahora te crees un perro!
—¡Yo no me creo ningún perro, Ricky!
—¿Entonces por qué tienes pedigrí?
—¡Mira, si vas a empezar...! —se molestó Dante, que era el blanco preferido de las
burlas de su primo, y se dispuso a marcharse.
—¡Oye, espérate, que es sólo una broma! —lo atajó Ricky—. ¡Parece mentira!
—¡Es que contigo no se puede hablar en
serio!
—Bueno, mira qué serio me puse —-le dijo el muchacho y puso cara de maniquí.
Dante no tuvo más remedio que sonreír al ver a su primo tan tieso e inexpresivo.
-—Está bien, déjate de payasadas. ¿Me acompañas? ¡Hay que entrenar un poco a
Shogún!
Enseguida, Ricky estuvo listo. Sólo tenía que ponerse sus zapatillas y agarrar su
eterna pelota de baloncesto bajo el brazo. Era un fanático de ese deporte y de Jason Kidd, su
ídolo, el estelar base armador de la NBA, de ahí que lo tuviera presente al usar siempre la
camiseta blanca de ribetes azules con el número 5 y su cabeza rapada, claro.
Salieron del hotel y los treinta grados de temperatura ambiental del Caribe les
abofeteó sus rostros. Sin embargo, llegaron a la esquina y una brisa venida del mar los invitó a
refrescarse en la playa. ¡Y qué playa! Es que Varadero, el famoso balneario de Cuba, a sólo
ciento cuarenta kilómetros al este de La Habana, con sus aguas turquesas y sus arenas finas,
era un paraíso.
—Nos da tiempo a un chapuzón, ¿no es cierto? —dijo Ricky.
—¡No, no! ¡Faltan tres días nada más! Yo te conozco, primo, si fuera por ti no
saldríamos del agua —saltó enseguida Dante—. ¡Si viajamos desde tan lejos para esta
competencia, hay que entrenar y hacerlo bien para tratar de vencer! Ya habrá tiempo para
nadar.
—¡Shuuuuta! ¡Ñooooó! —soltó Ricky.
Dante no pudo reprimir una sonrisa. Su primo había mezclado dos exclamaciones
muy diferentes: una chilena y otra cubana. Es que Ricardo
Fuenzalida Sotolongo, o Ricky, como le llamaban, era hijo de chileno, pero de madre cubana.
Por ello vivía en Santiago de Chile, pero se pasaba muchas vacaciones en la Isla.
Llegaron camina.. Jo al parque Josone, donde se encontraban todos los perros
inscriptos en la competencia. Buscaron a Shogún, que habu quedado al cuidado del personal
especializado del evento, y comenzaron a pasearlo, mientras Dante le daba instrucciones al
perro para que se desplazara con garbo y elegancia.
—¡Helio! —les saludó un australiano acercándose a ellos—. ¡Qué preciosa!
—¡Precioso! —contestó T>^1Le—. ¡Es macho, varón, masculino!
—Sí, ser muy li ida —con tinuó el hombre—. ¿Yo poder tocar el can suyo?
—You can't —dijo Ricky, aguantando la risa.
Pero nadie entendió el juego de palabras bilingüe. El australiano, de cara rojiza y
marcas de granitos en las mejillas, se agachó y empezó a inspeccionar al animal, que le lanzó
de reojo una mirada de fastidio; sin embargo, se dejó tocar sin una protesta evidente como
demostración de que había asimilado bien el entrenamiento para su participación en la ex-
posición de belleza canina.
—Ser noble y preciosa. ¡Yo querer comprar
for me\
—¡No! Lo siento, pero no está en venta —dijo Ricky.
—No importar me. Yo compro.
—¡Le digo que no, señor! No lo vendemos.
- —¡Alé' tener money\ \Good precio!
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—Jesús, María y José! ¡Le están diciendo que no! ¡EL! —intervino Dante, y Shogún
gruñó al escuchar el tono de su amo.
—¡Piensen! ,Ustedes pensar oferta! —dijo el australiano marchando"—. ¡Yo querer
esta animal for me\
—For-me-dable va a se el pelotazo que te voy a dar si sigues insistiendo —bromeó
Ricky en voz baja y su primo rió.
—No te preocupes —le dijo Dante—, debe ser un competidor con un animad de
inferior calidad. Yo me he fijado que muchos participantes se quedan contemplando a Shogún
y se lee cae ia baba.
—No sé si todos, pero hay uno que tiene un San Bernardo que se pa:ei día
babeándose igual que su perro —los ojos de Ricky brillaban de burla—. Incluso hasta se
parecen.
—No inventes... Voy a trotar un poco con Shogún. Espérame aquí —le propuso
Dante.
El niño se recostó en una larga y colorida silla playera debajo de una palmera en la
zona de la cafetería y, mientras giraba su pelota de baloncesto con las dos manos, se dispuso a
observar a su primo y a su mastín con el fin de encontrarles algún parecido, para bromear
después. Pero, al observar la pasión con que Dante le enseñaba a su perro, se emocionó por el
cariño que le tenía y pensó en lo mucho que les había unido la aventura que compartieran
juntos, durante las anteriores vacaciones en Pirque, una comuna en las afueras de Santiago de
Chile, y donde se produjeron aquellos misteriosos asesinatos de animales. Es que la afición de
Ricky por las historias policiales, pasión que comparte con el baloncesto, hicieron que se
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interesara por la investigación y convenciera a Dante para averiguar quién y por qué sucedían
aquellos crímenes.
Entonces, los dos primos se lanzaron a la acción. Luego de una serie de pesquisas y
situaciones peligrosas, lograron descubrir al criminal, historia que los diarios chilenos
llamaron «El chupacabras de Pirque». Ahí se vio la capacidad de Ricky como investigador, así
como la fortaleza física de Dante y su dominio de las artes marciales.
De esa aventura, los primos no sólo obtuvieron la fama que se encargaron de darle los
distintos medios de difusión en todo el país, sino que Dante recibió como premio adicional el
cuidado y custodia de un hermoso ejemplar de mastín napolitano llamado Shogún, que se
había quedado sin dueño como consecuencia de toda aquella peripecia policial.
La decisión de poner a Shogún en manos de Dante no era sólo por el amor del joven
hacia los animales, sino además porque durante el entrenamiento para guardia de seguridad
había aprendido también cómo manejar perros, especialmente los de protección y defensa,
como es el mastín napolitano.
La satisfacción de! nuevo dueño del perro fue mayor cuando se hallaron los
documentos con su pe- degrí, en los que se daba cuenta que era descendiente de toda una
familia de prestigiosos campeones europeos.
Aconsejado por sus abuelos, Dante y Ricky visitaron la sede de la Federación
Cinológica de Chile y allí mostraron los documentos del animal.
Como resultó estar inscripto en esa organización, enseguida los invitaron a participar en
Exposición Internacional celebrarse en Varadero, Cuba.
—Hay varios lugares y esta es la hora, más o menos, en que lo hacen; pero ustedes no
van a atreverse a...
—Por favor, Raciel —Ricky no lo dejó terminar la frase—, llévanos aunque sea sólo a
mirar de lejos.
—Oigan, ya les ad^ei ' que si no están invitados eso es peligroso.
Pero tanto insistió el niño y tan apesadumbrada era la cara de Dante, que el joven
accedió a llevarlos, con la condición de que no fueran a cometer una torpeza ni hacer una
tontería.
Por el camino comieron unas pizzas con unos refrescos, y así llegaron a un escondido
rincón de un campo deportivo en reparaciones en el barrio de Luyanó. Allí se disponían a
combatir un fuerte mestizo de color blanco sucio, en el que predominaba la raza staffordshire,
contra un imponente pastor ruso de gran tamaño. Como ninguno de los contendientes se
parecía a Shogún, el trío que observaba desde detrás de las alejadas ruinas de lo que fuera un
muro de ladrillos, optó por retirarse antes de que comenzara el horrendo espectáculo.
Luego, Raciel condujo a los primos por unas estrechas callejuelas del apartado barrio
de Pogolotti, al oeste de la ciudad, donde sólo había que mirar las hoscas y enigmáticas caras
de los habitantes que los observaban al pasar, para comprender que eran gentes de muy baja
estofa. Pero eso no amilanó a Ricky y Dante, quienes estaban decididos a hacer .cualquier
cosa para recuperar a22Shogún. Allí, a través de huecos abiertos en una oxidada cerca metálica,
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pudieron ver como un gran danés y un doberman se'despedazaban ante los gritos frenéticos
de varios individuos que los azuzaban. /
-Ahí tampoco esta mi Shogún —musitó Dante con desencanto. j
-Vamos, que no resisto ese espectáculo criminal dijo Ricky—. Si sigo viendo eso
vomitaré
la pizza que me comí. /
/
Un rato después el trío tomaba un /taxi y Raciel le indicaba al chofer que los llevara a
Parraga, otro barrio en la periferia de la capital cubana, pero ubicado hada el sureste.
En una calle sin asfaltar, en la que sólo había tres o cuatro casas de una sola planta,
caminaron por un callejón que bordeaba una de lar, viviendas y desembocaron en un solar
yermo. Al otro extremo del sitio eriazo divisaron uñ enorme caserón de piedras abandonado y
en ruinas, semejante a un castillo medieval luego de una batalla. Ricky sacó su pequeña libreta
de anotaciones y comenzó a escribir algo en ella mientras caminaba.
—¡Esperen! —los detuvo Raciel—. Ahí, dentro de ese caserón desbaratado, es donde
iban perros a pelear, pero como ven tenemos que cruzar este descampado para llegar hasta allá
y corremos el riesgo de que nos vean.
- ¿ Q u é hacemos entonces? —inquirió Ricky. ,
Yo creo que lo mejor es quedarnos aquí, pues aunque estamos un poco lejos
podemos ver a todo el que entre o salga del caserón —propuso el amigo de Longina.
—Lo malo es que ya está oscureciendo y la visibilidad c„ cada vez menor —comentó
Dante con preocupación,
-—Pero Raciel tiene razón, primo —le dijo Ricky, guardándose en ^ L visillo la
libretita—, si nos acercamos nos pueden descubrir, así que es mejor quedarnos aquí por lo
menos antes. que oscurezca más.
Así lo hicieron. Cuando la noche comenzó a cubrir el solar yermo y el caserón en
ruinas, Dante pegó un brinco al ver unas sombras que se movían en aquella dirección.
—¡Miren, ahí van unas personas y llevan un perro!
—¡Sí, y es como Shogún! —exclamó23í Ricky excitado.
—¡Ahora mismo voy a comprobarlo! —dijo Dante y partió resuelto hacia el caserón.
—¡Oye, espera que entren! —trató Raciel de detenerlo con voz que expresaba miedo.
Pero ya Dante no podía oírlo, pues se había adelantado unos diez metros y atravesaba
el terreno baldío a grandes zancadas. Sólo pudieron darle alcance antes de que cometiera la
torpeza de entrar al caserón, por lo que Ricky lo regañó:
—¿Tú estás loco, primo?
-—¿Y si ése es Shogún?
—Debemos esperar para comprobarlo.
—Tu primo nos va a meter en un lío —expresó Raciel, cada vez con más temor. El
niño y los dos jóvenes se escondieron entre los escombros para tratar de ver dónde estaban las
personas y el perro que habían entrado hacía un momento, cuando los sorprendió una voz a
sus espaldas:
—¿Qué vola con ustedes?
Se volvieron al unísono y se encontraron con un corpulento negro de piel lustrosa y
cara de pocos amigos, que los miraba con ojos fieros.
—¿—se extrañó Dante.
—No... nosotros... —fue a decir Ricky, que sí conocía aquellas palabras muy típicas
de la jerga de los maleantes y de la gente vulgar en Cuba, que en Chile significaban «¿qué
onda con ustedes?». Pero el negro no lo dejó cuando le gritó a otro compinche:
—¡Oye, Tiburón! ¡Ven para que veas quiénes nos estaban vacilando!
—No, nosotros no estábamos vacilando a nadie —trató Raciel de defenderse.
—¿Ah, no? ¿Y qué hacían entonces ahí escondidos mirando para adentro?
Antes de que alguno de los integrantes’ del trío tratara de explicar qué hacían allí,
aparecieron el llamado Tiburón, un mestizo de baja estatura y complexión fuerte, y un blanco
alto y delgado.
—Así que estos fines nos estaban Vigilando. —dijo con sorna el mestizo.
—Vamos a tener que darles una lección, Tiburón, para que no vuelvan a meterse en lo
que no les importa —propuso el blanco flaco.
Raciel se apresuró, lo más disimuladamente que pudo, a esconderse detrás de unos
arbustos, mientras que Ricky y su primo enfrentaban la situación.
Entonces, Dante, que aunque no entendía algunas palabras, sí comprendía la actitud agresiva
denlos tipos, no los dejó tomar la iniciativa y, antes de que ninguno de los tres tuviera tiempo
de reaccionar, tomó por el cuello de la camisa al negro y, con un rapidísimo movimiento de
~r'rso y cadera, lo hizo volar por los aires hasta que sus anchas espaldas se estrellaron con un
sordo ruido sobre la tierra.
Paralizado momentáneamente por la sorpresa, el mestizo reaccionó e intentó golpear a
Dante con su puño derecho, pero el cartero de Pirque y ex guardia de seguridad, interceptó la
mano en el aire y ^e la retorció de tal manera al llamado Tiburón, que un alarido de dolor brotó
de su garganta para retumbar en las ruinas del25 viejo caserón.
A todas estas, el flaco había encontrado un palo, que enarbolaba amenazadoramente
con intenciones de golpear a Dante. Pero Ricky estaba muy atento y juntó sus pies, midió la
distancia e imitando a su ídolo Jason Kidd cuando lanza un tiro libre, besó la palma de su
mano derecha, llevó sus brazos por encima de su cabeza y lanzó su pelota de baloncesto con
todas sus fuerzas. Esta se estrelló en la cara del atacante, quien soltó el palo y comenzó a aullar
con sus dos manos sobre la nariz.
Entre tanto, el negro ya se recuperaba del impacto sobre la tierra e intentaba
reincorporarse, pero Dante, sin soltarle la mano a Tiburón, lo hizo traer de nuevo con una
fuerte patada sobre el pecho. Después tomó al mestizo por el cuello con su poderosa mano
derecha y le dijo:
—-¿Dónde está mi Shogún?
Tiburón lo miró entre adolorido y perplejo antes de responder:
—¿Shogún? ¿Quién es ése? ¿Un orisha?
—¿-Orisha? —balbuceó Dante y miró a :su primo con el entrecejo arrugado y mirada
confusa.
—¡Yo te traduzco después! —le gritó el niño—. ¡Pero no está respondiendo!
—¡No te hagas el desentendido, que sabes muy bien de lo que estoy hablando! —
reaccionó Dante, y cerró más el cerco de sus poderosos dedos sobre el cuello del mestizo.
—¡Schwanzenegger, por mi madre que no sé quién es ese Shogún! —expresó Tiburón
en toncp suplicante.
—¡Mi m;istín napolitano! —bramó Dante—. ¡Ese que ustedes tienen allá adentro para
echarlo a pelear!
—¡Oye, Stallone! ¡No hay ningún mastín n i ningún mastin allá adentro, chico!
—¡No me engañes, que yo vi cuando ustedes; llegaron y entraron con él!
—Mira, extranjero, mi socio Tiburón tiene razón —gimió el flaco sosteniéndose la
todavía sangrante nariz. —Nosotros no tenemos ningún mastín.
—¡No me engañen! —Dante volvió a advertir en un tono que no admitía réplicas.
—Oiga, Bruce Lee, ya se lo dijo mi socio —habló con dificultad el mestizo, pues la
manaza de Dante en su cuello apenas lo dejaba articular palabras—. Entren para que lo
comprueben.
—¡Ricky, ve a ver si es verdad lo que: estos tipos dicen, mientras yo los vigilo!
El niño asintió, recogió su pelota de baloncesto y entró en la casona en ruinas,
mientras su primo no les quitaba el ojo a ninguno de los tres individuos. Raciel, entre tanto, se
mantenía escondido detrás de los arbustos, haciendo temblar sus hojas, a pesar de no haber
una go ' de viento.
Al poco rato regresó Ricky, con sólo verle la vara, Dante comprendió la inutilidad de
toda aquella escaramuza antes de que el niño dijera:
—¡No es Shogún, sino un rottweiler lo que hay amarrado allá adentro!
—Ya lo ves, Spiderman, nosotros no estamos
en na.,.
—Una última pregunta, señores —habló Ricky con gravedad—. ¿Ustedes son Los
Mataperros?
—¡Los Mataperros! —saltó Tiburón—. ¡Ojalá, muchacho! ¡Esa gente sí gana dinero!
26
El Albino
Al llegar a la casa fueron recibidos en la puerta por Longina y su padre, bastante
preocupados por la tardanza. Entonces, Ricky relató todo lo sucedido, realzando el «heroísmo»
de Dante, lo que provocó miradas de admiración de la joven y el rubor del primo. Aunque
omitió la actitud cobarde de Raciel, por delicadeza, cosa que agradeció el joven cubano.
—Eran muy simpáticos esos tipos —rió Dante al recordar—. Hablaban muy cómico.
—¿Simpáticos, eh? —saltó Ignacio contrariado—. ¡Tú los encontrarás cómicos porque
no entiendes muchas palabras que dicen, pero son peligrosísimos! ¿No llevaban un perro a
pelear? ¿No quisieron darles una paliza a ustedes? ¡Maleantes es lo que son!
Después de una reprimenda de Ignacio 27
por desobedecer, se produ jo un silencio, que
fue roto por Longina al dirigirse a Dante.
—Me da tremenda vergüenza que tu primer viaje a Cuba haya sido tan desastroso.
—Sí, ha sido... aunque, eh... la... —tartamudeó el joven, tratando de explicar lo difícil
de perder a su mascota, en contraposición con lo lindo de haberla conocido, pero se le
enredaron las palabras.
—Verdad que este hombre lo que necesita es un despojo —habló Raciel—. Que un
babalao le haga una limpieza.
—¿Despojo? ¿Limpieza? ¿Babalao? —repitió Dante—. ¿Los cubanos no hablan
castellano? ¡Porque siempre me están hablando en chino!
—Los babalaos son como los sacerdotes de la religión afrocubana —le explicó Longina
con una coqueta sonrisa.
—Y sus dioses son los orishas esos que mencionaron los tipos —añadió Ricky—.
Supongo que confundieron uno que se llama Ochún con Shogún.
—Tú vas a consultarte con ellos —continuó Ignacio—, y hacen un ritual donde
agarran unas ramitas y te las pasan por el cuerpo. Eso se llama «despojar» y así te «limpian» de
todo lo malo.
—¿Y funciona? —se interesó Dante.
—A mi primo le gustan todos esos misterios de adivinos, brujos, espíritus,
chupacabras... —se burló el niño.
—Es que hay que creer en todo, Ricky —saltó Dante, como justificándose—. Quizás
me quiten la mala suerte, sepan adivinar dónde está Shogún, y hasta nos digan cómo ubicar a
Los Mataperros.
—Pues si quieres ir a consultarte con alguno —dijo Raciel—, yo conozco al mejor.
—¿En serio? —se entusiasmó Dante.
—Hay que tener cuidado, porque en nombre de esa religión hay muchos farsantes que
engañan a la gente que no sabe para sacarles dinero —habló Ignacio con gravedad.
—Yo nunca he ido a esos lugares —comentó Longina—. Me dan miedo.
—Pues yo iría —afirmó Dante.
—Entonces no se hable más del asunto —dijo Raciel—. Mañana por la mañana los
llevo adonde mi amigo El Albino.
Después de eso, todos se despidieron por la avanzada hora y se retiraron a dormir.
Bueno, todos menos Raciel y Longina, que se quedaron hablando en la puerta, cosa que
molestó al joven chileno.
A punto de apagar la lámpara de la mesita de noche, el mayor de los primos susurró:
—Ricky, quiero hacerte una pregunta.
—Dime rápido, porque se me cierran los ojos.
—Tengo una duda: ¿por qué tu tío Ignacio es blanco y su hija es mulata?
—Porque él se casó con mi tía Caridad, que era negra; por eso Longina es mestiza.
—¿Era dijiste?
—Sí, Dante, mi tía Caridad murió hace como dos años.
—Pobrecita Longina... Oye, ¿y de dónde sacaron ese nombre tan raro?
—Longina era el nombre de la mujer que se enamoró de un gran músico cubano de
finales del siglo diecinueve, y éste le compuso una canción que se hizo muy famosa.
—¿Hay una canción con ese nombre?
—Claro, dice algo así como: «En el lenguaje misterioso de tus ojos, hay un tema que
destaca sensibilidad... Longina seductora, cual flor primaveral...».
—¡Qué lindo! 28
—¡Te gusta mi primita! ¿Eh, picarón? —se burló Ricky.
—-Sí, me gusta —respondió Dante.
—¡Pues sueña con ella... y con el babalao! ¡Hasta mañana!
—¡No, espérate! Una última pregunta: ¿has notado que yo he crecido en los últimos
días?
—Puede ser —y Ricky aguantó la risa contra la almohada.
A la mañana siguiente, después del desayuno y cuando Longina ya se había ido para
sus clases, se apareció Raciel.
—Llamé a El Albino por teléfono y ya nos está esperando.
—¿Es muy lejos? —quiso saber Ricky.
—Sí, un poco. El barrio donde vive se llama Guanabacoa y queda al este de la ciudad.
—Barrio famoso por estar concentrada ahí la santería, la brujería... —comentó Ignacio
—. ¡Así que tengan cuidado!
—No se preocupe, tío —contestó Ricky —, yo me encargo de cuidar a estos dos.
Con la risa provocada por la salida del niño, se despidieron y tomaron un taxi en la
esquina de la casa.
Llegaron al Callejón de los Padres en Guanabacoa y Raciel le dijo al taxista que se
detuviera frente a una casa con techo de hormigón, portal y recién pintada.
—Esos techos son muy pesados —comentó Dante—. Al primer terremoto fuerte se
pueden caer.
— Aquí no hay terremotos, primo. Esos techos así, dé cemento, son contra los vientos,
porque lo que sí hay son huracanes.
—Ahí vive El Albino —los interrumpió
Raciel.
—El babalao —aclaró Rick \ anotando algo en su pequeña libreta.
—Más bien es un «palero» —respondió
Raciel.
—¿Qué es eso? —preguntó Dante.
—Un tipo de brujo —explicó el joven cubano—. Dicen que son los peores, porque
trabajan el mal y hacen mucho daño.
—-¿Y ahora me lo vienes a decir? —saltó
29
Dante.
—No te preocupes, porque te dije que estt es muy amigo mío —aseguró Raciel.
Esperaron un poco después de tocar a la puerta. Un hombre como de treinta, años
les abrió. Algo gordo, de piel despigmentada tirando a rojiza, con cabellos, cejas y pestañas
de un amarillo casi blanco. Como todo los albinos, apenas se le veían sus ojos en la claridac
Una vez dei, o, los visitantes escucharon una música tropical nida del fondo de la
casa, percibieron un fuerte a flores y vieron un recinto completamente cerrado, alumbrado
sólo por algunas velas. Horribles máscaras en las paredes, jarrones repletos de flores, plumas
de
pavos reales,grandes ii H
conchas de mar y un altar en una esquina donde, además de la
imagen de un santo, se veían collares, dulces, habanos, botellas de ron y otros pequeños
objetos qiie Dante no conocía. En la esquina opuesta, instrumentos de percusión como
congas, bongoes, tambores batá, maracas, claves y un bombo adornaban el lugar.
—Ellos ron los amigos de los que te hablé —le dijo Raciel a El Albino.
—Bien, pasen para acá —y sin saludar, el hombre descorrió una tela dejando pasar a
los primos a un espacio más reducido.
Raciel no entró y El Albino cerró la cortina. Era un pequeño cuadrado de un metro y
medio por dos, lleno de santos, velas y otros objetos en el piso, adornos africanos en las
paredes y una especie de hornilla de carbón, ante la cual El Albino se sentó con las piernas
cruzadas. Los primos lo imitaron a ambos lados. El hombre destapó una botella de
aguardiente de caña, tomó un trago, y con un largo fósforo encendió un puro ya fumado hasta
la mitad, prendiendo también el carbón de la hornilla. Acto seguido colocó una pequeña olla
con agua sobre el fuego, y en lo que el agua hervía comenzó a murmurar palabras en un
lenguaje desconocido para los muchachos, mientras ponía los ojos en blanco, echaba hacia
atrás su cabeza y soplaba chorros de humo del habano sobre la olla.
Dante y Ricky estaban impresionados y se intercambiaban miradas de asombro y
miedo.
Sobre todo cuando, de repente, El Albino resopló, hizo un gesto como si sintiera un
escalofrío y comenzó a echar dentro de la olla algunas ramitas secas recortadas, así como
delgados huesos presumiblemente de animales. Al hervir el agua, los palitos y huesos se
movían como en una danza macabra por toda la superficie y a veces hasta se montaban unos
sobre otros. Eso era lo que leía el hombre con sus poderes.
—Cuando yo pregunte, tú dirás sólo sí o no. ¿De acuerdo? —se dirigió a Dante con
una voz cavernosa.
El joven chileno asintió después de mirar a su primo.
—Mmmmh... ¿Tú eres extranjero, verdad?
—Sí —respondió Dante.
—¿Ves? Yo no me equivoco —comentó El
Albino.
Ricky sonrió al ver la cara de asombro de su primo. «Qué inocente es», pensó. Eso lo
hubiera adivinado cualquiera de sólo verlo o escucharlo, si es que no se lo dijo Raciel.
—¿Y nunca habías venido a esta tierra, verdad? —continuó el hombre.
—No.
—Este niño parece de aquí, pero no lo es... Mmmmmh... ¿Es familiar tuyo, no es así?
—Sí, es mi primo —respondió Dante totalmente entregado a lo que sucedía. ,
—Mmmmh... Aquí sale que hace un30tiempo tuviste algo que ver con un ser maligno,
horrible... Mmmh... algo así como el chupa... el chupa algo, ¿no?
—¡Sí! ¡El chupacabras! —saltó Dante, y su primo volvió a sonreír.
—¿Ves que yo puedo saber todo con sólo leer aquí y con la ayuda de seres que me
guían y me cuidan?
—Oiga, ¿y ahí' sale lo que le pasó a él en un ibanco con una vieja con bigote, cuando
era guardia de seguridad? —intervino Ricky, señalando a su primo y con tono irónico.
—¡Ricky! —lo regañó Dante.
—Mmmmh... ¿Para qué viniste a verme? —dijo El Albino, dirigiéndose al joven,
después de lanzarle una mirada de reproche al niño—. ¿Qué quieres saber?
—¡Necesitamos saber dónde está mi perro y descubrir a Los Mataperros. Todo parece
indicar que, fueron ellos los que me lo robaron!
—¡Ah, eso!... Mmmmh... ¡Aquí veo algo...!
El hombre se acercó más a la olla y estuvo observando uno segundos, mientras movía
su cabeza en gesto de negación. De pronto, abrió mucho sus ojos, resopló y volvió a retorcerse
como si hubiera sentido un escalofrío.
—¡Mmmmh!... Esto está malo... malo, malo...
—¿Qué pasa? —se desesperó Dante.
—Aquí leo que no fueron Los Mataperros esos que dices.
—¿No? -—exclamó Dante—¿Entonces...?
—Creo que tu ierro ya no está entre nosotros...
—¡¿Cómo?! — saltó Dante.
—Sí... ¡Mmmmh!... ¡A tu perro lo sirvieron en un plato con salsa y ensalada!
—¿Qué? —se paró el joven y Ricky tuvo que darle la vuelta a El Albino para llegar
hasta él y aplacarlo—. ¡No entiendo!
—¡Que a tu perro lo mataron, lo cocinaron y se lo comieron!
—¡Pero eso no es posible! ¿Quién es ese criminal, esa bestia? —seguía Dante
descontrólado.
-—¿Usted está seguro, señor? —preguntó
Ricky—. No juegue con eso. Mi primo no está para esas bromas.
—¡Cómo se le ocurre que voy a jugar con eso! ¡Eso es una falta de respeto suya,
mocoso fresco y descarado! —vociferó El Albino, se puso rojo y las venas del cuello "e le
marcaron.
—¡Nu se ponga así, señor! —trató Ricky de calmarlo—. ¡Disculpe! ¡No fue mi
intención!
De repente, un sonido espeluznante desde el fondo de la casa, como un aullido salvaje
llegado de lejos, los paralizó e hizo que a los muchachos se les erizaran los pelos de la nuca.
—¡Jesús, María y José! —exclamó Dante con terror—. ¡El chu... chupacabras!
—¡Qué chupacabras de qué! ¡Se parece al aullido de nuestro Shogún! —dijo Ricky.
Un segundo después del aullido se escuchó un descomunal rebuzno, a continuación
un fuerte gruñido y, por último, una ensordecedora mezcla de graznidos y chillidos.
Entonces, El Albino, como tocado por una corriente eléctrica, comenzó a retorcerse, a
poner los ojos en blanco y a gritar:
—¡Váyanse espíritus!
¡Aléjense seres! ¡Nadie me va a hacer daño!
El brujo tomó otro trago de aguardiente para expulsarlo s luego por la boca, a manera
de surtidor a presión. Dante y Rickyt tuvieron que ocultar sus caras detrás de sus brazos para
no recibir en los ojos aquella lluvia alcohólica.31
En ese instante entró Raciel alarmado por el escándalo.
—¿Qué sucede aquí? —gritó, y enseguida agarró a El Albino para controlarlo.
—¡Que mis palos y huesos dicen que al perro de este tipo se lo comieron y no lo creen!
¡Incluso el chamaco dudó de mi seriedad! ¿Viste cómo se pusieron los seres que me cuidan?
—¡Ya le pedí disculpas! —respondió Ricky—. ¡Fue un malentendido!
—¡Vamos! ¡Vámonos de aquí! -—los empujó Raciel hacia la salida.
Dante estaba como ido y Ricky algo confuso por la situación. Se dejaron llevar sin
problemas. Ya en la calle, Raciel los regañó:
—¡Pero ustedes están locos! ¿Cómo pueden discutirle a un hombre tan poderoso como
ese? ¿Yo no les dije que era un palero? ¡Y ellos, cuando se enojan, son las personas m s
peligrosas del mundo!
Ricky bajó la cabeza, pero Dante actuó como si no hubiera escuchado nada. De
repente reaccionó como entendiendo al fin lo que les había dicho El Albino.
—¡Yo no me voy de aquí hasta que ese hombre me diga quién fue el que se comió a mi pobre
Shogún!
—Es mejor irnos, Dante —y Raciel lo agarró por el brazo para llevárselo del lugar—.
¡Te lo digo yo! ¡No provoques más a ese hombre que está furioso!
—¡Que no me voy! —gritó el muchacho, soltándose de Raciel—. ¡Yo tengo que saber
quién mató a mi perro para hacerle una visita. Para que no lo vuelva
a hacer...! ¡Cubanos desgraciados!
—¡Oye, aguanta, que no todos los' cubanos somos así! —se molestó Raciel.
—¡Cálmate, Dante! —lo atajó el niño—. ¡No puedes juzgar a todos los cubanos por lo
que te hizo uno! ¡Tú mejor c>ie nadie sabes que también hay chilenos malos!
—Perdón... Lo dije sin pensar —y Dante bajó la cabeza, pero enseguida la irguió para
gritar—: ¡Pero ese que lo hizo lo tiene que pagar!
—Creo que debemos volver a entrar —le dijo Ricky a su amigo cubano—. Yo conozco
a mi primo y sé que está fuera de sí por la noticia.
—¡Está bien! —aceptó Raciel—. Pero soy yo quien entrará. ¡Ustedes espérenme aquí!
Dicho y hecho. El niño trató de calmar a su primo, dándole palmaditas por la espalda
y hablándole de Longina, lo sencilla, inteligente y buena que era, pero ni eso pudo
tranquilizarlo.
Al rato salió Raciel con cara de preocupación.
—Miren —dijo—, logré que entendiera, razoné con él y me dijo que se iba a poner a
leer de nuevo sus palitos y huesitos para averiguar más.
—Gracias, Raciel —dijo Ricky, y Dante asintió con la cabeza.
—Pero son cincuenta dólares.
—¡¿Qué?! —dijeron los primos al unísono.
—Así es la cosa —contestó el joven cubano—. No es nada contra ustedes, pero eso es
lo que él siempre cobra.
—¡Treinta mil pesos por la consulta! —soltó
Ricky.
—¿Cincuenta dólares son treinta mil pesos chilenos? —ahora se asombró Raciel—.
¡Pero eso es mucho dinero!
—Es que allá es distinta la conversión —le aclaró el niño—. No es fácil explicártelo.
—¿Y cuánto es...?
—¡Bueno, cuando diga lo que queremos saber, yo le pago! —aceptó Dante,
interrumpiendo. 32
Raciel regresó a la casa y los primos lo esperaron afuera. Aunque en este caso era
Dante el que tranquilizaba a Ricky, que no podía creer lo que cobraba el palero.
Unos minutos después, el joven salió con una expresión más esperanzadora.
—¡Ya está! —dijo—. Me contó quién era el hombre que hizo eso y dónde se puede
encontrar. Dame el dinero.
—¡Espérate! —lo detuvo Dante—. Primero di lo todo.
—Bueno, al tipo le dicen Tito Gourmet y se dedica a dos cosas: comprar y vender
mascotas exóticas, y a matar animales raros para cocinar platos exquisitos con ellos. Muchos
extranjeros pagan bastante por ambas cosas.
—¿Y dónde está ese restaurante? —quiso saber Dante.
—¿Cómo restaurante, chico? ¡Ese es un negocio clandestino, ilegal, de contrabando!
¿Entienden? El llama a los turistas extranjeros por teléfono, les ofrece el menú raro o los
animales exóticos y se los lleva a domicilio, a los hoteles o donde estén.
—¿Entonces, dónde se puede ubicar a ese hombre? —preguntó Ricky.
—El Albino me dijo dónde trabaja el tipo.
—¿Tú lo conoces? —quiso saber Ricky.
—¡No! ¡Nunca lo he visto en mi vida!
—¡Pues vamos a verlo ahora mismo! —exclamó Dante.
—Espétate, Dante —siguió Raciel—. El tipo rabaja en un centro nocturno. Así que
hasta la noche no podemos ir a verlo.
Al joven chileno se le cayeron un poco los ánimos, pero tuvo que aceptar la situación.
El joven cubano recibió los dólares y fue a entregárselos a El Albino. El niño chileno-cubano
se quedó pensativo.
—¡Quién se iba a imaginar que mi pobre Shogún viajaría tan lejos para ser asesinado y
comido! —comentó Dante con lágrimas en los ojos al quedarse solo con su primo.
—¿Sabes algo, Dante? —le habló el niño—. Hay algo en todo esto que no me
convence.
—¿Qué cosa?
—No sé, pero tengo un presentimiento.
—¡Te imaginas que cuando lleguemos esta noche a ese lugar, el tipo nos entregue a
mi perro vivo y después agarremos a todos los delincuentes involucrados! ¡Qué bueno sería, no
es cierto!
—Sí... ¡Que fácil resultaría todo!
Sin embargo, lo que les esperaba no era fácil. Cada vez se metían más en aquel mundo
sórdido y temible. Pero, lamentablemente, el deseo de recuperar a Shogún les tejía una cortina,
ocultándoles el enorme peligro que los acechaba.
Longina estudiaba el último año de la carrera de Historia del Arte. Por suerte, aquel
día la joven regresó temprano de sus clases, lo que le permitió acompañar a su primo Ricky y
a Dante en un paseo por La Habana Vieja, visitando museos, palacetes y edificaciones muy
antiguas. Todo era impresionantemente bello, pero a Ricky no le bastó para quitarse de la
cabeza^. las ideas que le rondaban. Sin embargo, Dante, el más afectado, fue el que más se
entretuvo al caminar al lado de aquella preciosa mulata, cuya presencia lo entusiasmaba y al
mismo tiempo lo ponía nervioso.
Al enterarse I ongina que esa noche Raciel los llevaría a un centr nocturno, se había
invitado sola porque le encantaba bailar. 33
A eso de las ocho, ya los tres se vestían con sus mejores galas en sus respectivos
dormitorios. Bueno, sólo dos, porque Ricky, echado en la cama y con su libretita abierta,
hacía rato que meditaba.
—¡Dante! —dijo de pronto—. ¡Ven acá!
El joven vino desde el baño donde se peinaba con esmero.
—¿Qué quieres, primo? —contestó—. ¿Todavía no te has vestido?
Cuando Dante entró, casi a la medianoche, en el dormitorio que compartía con su primo en
casa de los Sotolongo, Ricky lo estaba esperando con marcada impaciencia. Pero cuando el niño fue
a decirle algo, notó que el joven tenía la mirada ausente y sonreía de muy extraña manera.
—¿Qué te pasa? —le preguntó con preocupación.
—Longina seductora... —musitó Dante en un tono que recordaba la pieza musical cubana.
—¡No me digas que te vas a poner a cantar a esta hora! —exclamó Ricky con fastidio,
advertiéndole a su primo—. ¡Creo que te ha dado muy fuerte!
, En vez de responder, el joven levantó al niño con sus poderosos brazos y le dio un beso en
la frente.
—¡Bendita sea la hora en que vinimos a la casa de tu familia en La Habana, primito!
—Oye, eso está muy bien. ¡Te has metido con mi prima!
—¿Metido?
—Sí, aquí en Cuba se dice así cuando uno está enamorado.
—¡Pues yo estoy metido con Longina!
—Estás metido como un caballo con mi prima.
—¡Respeta a tu prima, Ricky —ahora Dante puso cara de ofendido—, que no tienes por
qué compararla con una yegua!
—¿Quién ha comparado a Longma con una yegua? —el niño lo miró sin entender.
—¡Tú mismo, cuando dijiste que es tas metido como un caballo! ¡Si yo soy un caballo,
entonces ella es una yegüita!
—¡Ah, primo, esa es otra expresión que se usa mucho aquí, cuando una persona está muy
enamorada de otra!
—Bueno, si es así... —Dante pareció convencerse con la aclaración y de repente agregó—:
¡Entonces, yo estoy metido como un caballo de carrera con Longina! ¡Como un caballo de Troya!
¡Como un caballo de...!
—¡Córtala, Dante! Eso que sientes está muy bien —le reprochó Ricky—, ¿pero ya se te
olvidó tu perro?
—Jesús, María y José! ¡Claro que no!
—Entonces, deja la tontera esa y siéntate. Te estaba esperando porque q >iero hablar
contigo sobre algunas cosas en las que he estado pensando.
Dante se sentó en el borde de la cama y le preguntó con interés:
—¿En qué has estado pensando, Ricky?
—En que Raciel, por alguna razón, nos está llevando por un falso camino para encontrar a
Shogún.
—¡No digas eso!—Dante se sonrió—. ¡Lo que le pasa a Raciel es que está celoso porque
está perdiendo la batalla por Longina!
—Eso también es verdad, porque cuando mi prima decidió quedarse contigo esta noche en
U.L Cocotero Azul, ese muchacho te miró de una mane ie hasta me asusté, para qué voy a negártelo.
Pero ap3r ■ ’? eso, hay otros detalles que me hacen sospechar de i.
Ahora Dante se inclinó hacia el niño más interesado aún para inquirir:
—¿Cuáles detalles son esos, primo? 65
—Por ejemplo, su disposición e interés para que fuéramos a ver a El Albino, que para mí es
un farsante y eso lo tiene que saber muy bien Raciel.
—¡Ay, primo, eso fue un favor que nos hizo! —¿Favor de qué, Dante? ¡Tú eres tan
ingenuo como grande y fuerte! ¡El nos llevó a ver a El Albino para estafarnos cincuenta fulas...\
—¿Fulas? ¡Te aseguro que a mí nadie me ha estafado nada de eso, Ricky!
—Así le dicen popularmente en Cuba a 'os dólares, Dante.
—¡Ah! Entonces, lo dices porque tuve que darle esos dólares a El Albino.
—O más bien dárselos para que El Albino y Raciel se los repartieran —aclaró el niño
como si pensara en alta voz—, porque estoy casi seguro de que fue así.
—Pero, Ricky, ¿no te parece demasiada cosa por cincuenta míseros dólares?
—No, mi primo, aquí esa poca cantidad de dólares es una fortuna para los cubanos,
—Está bien, suponiendo que nos hayan estafado con cincuenta dólares como tú dices, no es
razón para sospechar que Raciel tenga algo que ver con el robo de Shogún
—E:s verdad, pero eso no es todo. El detalle más importa.nte en el que he estado pensando
es que Raciel nos mintió cuando dijo que no conocía a Tito Gourmet, porque, cuando nos
despedíamos de ese señor en el cabaret, Tito me dijo: «Enseguida se lo digo a Racielito si me entero
de algo». Si es verdad que no se conocían, ¿cómo se lo va a decir? ¿Y por qué le dijo Racielito• con
tanta familiaridad si no lo conoce?
—-Sí, es raro eso... —Dante se quedó pensativo.
—Además, su afición por la música salsa, que concuerda con...
—¿Con qué? —Dante paró las orejas.
—No me hagas caso, primo, estaba pensando en voz alta. Mejor vamos a dormir, ya es
tarde y tenemos que levantarnos temprano para seguir b uscando a Shogún. Mañana es miércoles y
la Exposición comienza el jueves.
Sin embargo, ninguno de los dos pegó un ojo en toda la madrugada. Ricky tratando de
hallar una razón que justificara la presunta participación de Raciel en el robo del m.istín, y Dante
flotando en la nube rosada que la bell; Longina le inspiraba.
Por eso, cuando Ignacio Sotolongo y su hija se levantaron a la mañana siguiente, los dos
primos los esperaban impacientes en la sala, listos para salir nuevamente e n busca de Shogún.
Desp ués del desayuno, Ignacio se fue para su trabajo, no sin antes advertirles que no
fueran a meterse en problemas.
Pero en cuamto la puerta se cerró tras sus espaldas, Ricky le dijo a Longina: —Prima, ¿cómo
podemos hacer para ir a Guanabacoa?
—¿A Guanabacoa? —Longina se sorprendió—. ¿Quieres volver a ver a ese babalao, a
pesar de que según tú un farsante?
—íño es para ver al palero, prima, sino para echarle un vistazo a la casa donde vive,
porque tengo mis sospechas.
—Bueno, yo hoy no tengo clases hasta después del mediodía, así que puedo acompañarlos
—dijo la hermosa muchacha, provocando que Dante mostrara una amplia sonrisa de complacencia.
Una media hora después viajaban en un taxi hacia el esotérico barrio. El chofer del
vehículo se dirigió directo a la calle Independencia, una de las vías principales de Guanabacoa.
—¿Cuál es la dirección exacta? —preguntó el conductor del taxi.
Ricky sacó de un bolsillo su libretita de notas, la consultó y respondió:
—Es... el Callejón de los Padres.
—¿El Callejón de los Padres? —saltó Longina como si le hubieran activado un resorte—.
¡Ahí vive Raciel! 66
—¿Tú has estado en su casa, prima? —la interrogó Ricky con un destello en sus ojos, al
mismo tiempo que provocaba en Dante una preocupación.
—No, nunca he venido, pero sé que esa es la calle donde vive. El ha querido traerme varias
veces en su moto, pero yo le tengo miedo a esos artefactos, además de que Raciel es medio loco
conduciéndola.
Dante suspiró aliviado por la respuesta de Longina, pero Ricky se interesó de inmediato:
—¿Raciel tiene una moto? ¿Por qué no la ha utilizado en estos días, si vive tan lejos del
centro de la ciudad?
—Creo que tuvo un problema con el encendido o algo así... Yo no entiendo mucho de esas
cosas.
—¡Ah! —hizo Ricky y sus ojos volvieron a destellar.
Pero ya doblaban por el Callejón de los Padres.
—¡Yo creo que es por aquí! —exclamó Dante al reconocer el sitio donde estaban.
—Déjenos en la esquina, por favor —le dijo Ricky al chofer.
Despidieron al taxi y los tres caminaron poir el callejón mirando a ambos lados de las
veredas.
—¿Cuál es el número de la casa? —preguntó Longina.
—No me fijé —le respondió Ricky—, pero es aquella casa recién pintada que tiene portal.
El trío llegó enfrente de la casa y Dante fue el primero en descubrir el número, situado en
la fachada a un lado de la puerta de entrada:
—Es el setenta y siete B.
—¡¿El setenta y siete B?! —volvió a saltar Longina, nuevamente sorprendida—. ¡Ahí es
donde vive Raciel! —afirmó.
Aun así, Ricky quiso comprobarlo:
—¿Por qué estás tan segura, prima?
—¡Porque lo he visto en sus documentos cié identificación!
—Entonces —razonó el niño—, si esta Í;S la casa donde vive Raciel, El Albino tiene que
ser un familiar suyo.
—Bueno —dijo Longina—, yo tengo entendido que él vive con un tío, porque sus padres
se fueron para Miami en una balsa.
—¿r~" tío será El Albino? —inquirió Dante. —IT..; lo más probable, primo —asintió Ricrky—, y
ahora estoy más convencido de que Raciel, su tío El Albino y ese Tito Gourmet pueden estar
involucrados en el robo de Shogún.
—Oye, primo, creo que se te ha ido la mano —dúdó el joven.
S —Dante, haz memoria... ¿no te acuerdas de lolque pasó ayer cuando ese babalao farsante
nos consultaba?
1 —¿A qué te refieres?
! —¡Al aullido que escuchamos cuando sr armó 1a discusión! .
—Bueno, esos eran los espíritus que se pusieron furiosos porque...
I —¡Qué espíritus furiosos de qué, Dante! ¡No seas tonto, ese aullido fue el mismo que le
escuchamos a Shogitn cuando fuimos por primera vez a la casa de su antiguo dueño y creimos que
era el chupacabras!
Y aunque Dante aún no estaba convenc ido de lo que decía su primo, la esperanza de
poder recuperar a Su mastín napolitano le hizo preguntar:
¡ —¿Entonces tú piensas que mi Shogún pueda estar pn esta casa?
Ricky asintió con la cabeza y con expresión de convencimiento.
j—Si es ! —intervino Longina, que se 67 había mantenido escuchando y valorando las
opiniones de su primo—, lo mejor es ir a comprobarlo.
—¡No perdamos tiempo entonces! — exclamó Dante con decisión y envalentonado por lo
que acababa de decir la joven y hermosa mulata.
Antes de que Ricky y su prima pudi eran reaccionar, el impulsivo joven cruzó la calle, ent
ró al portal y golpeó dos veces con el puño en la puer ta.
Tras varios minutos sin obtener respuesta, a pesar de que Dante golpeó otras tres veces con
mayor fuerza aún, Longina comentó:
—Parece que no hay nadie.
—¡Esperen un momento! —gritó Riqky de repente, al tiempo que se registraba los bolsillchs.
Al cabo de unos segundos de expectación, le mostró a Longina y Dante algo que colgab^i
entre sus dedos:
—¡Esto es lo que estaba, buscando!
Cuando el joven identificó el par de maracas, dijo:
—¡Ese es el j llavero que se les cayó en Varader o a los que se llevaron a mi Shogún!
—Sí —ratificó el niño—, y ahora mismo vamos a comprobar si Raciel y .su tío fueron los
que lo hicieron.
—Ten cuidado con lo
que haces tú ahora, primo... —fue Longina a alertarlo.
Pero ya Ricky probaba cada una de las llaves en la cerradura de la puerta de entrada a la
casa de Raciel y El Albino, hasta que vieron, con sorpresa, que una de ellas entraba perfectamente
en la ranura, sorpresa que aumentó cuando el niño la giró hacia la derecha, souó un chasquido y la
puerta se abrió.
—¡Yo sabía que este llavero podía ser la clave! —gritó contento por su sagacidad
policial—. Y ese disco que te regaló, prima, y esa música que escuchamos aquí al entrar y esos
instrumentos que adornan esta casa, más la amistad con un timbalero como Tito Gourmet, me
llevaron a pensar que este llavero tenía que pertenecer a un fanático de la música salsa.
—¡No puedo creer que Raciel haya actuado con tanta deslealtad conmigo! —dijo Longina,
afectada por la gran decepción recibida.
—¿Desde cuándo tú lo conoces, prima? —la interrogó el niño.
—Hace muy poco... tal vez un mes.
—¿Cómo lo conociste?
—Se apareció en mi casa preguntando por otra persona. Entonces se me quedó mirando y
me preguntó si yo era Longina, la que estudiaba en el Instituto Superior de Arte. Yo le dije que sí y
él me dijo que me conocía de vista, porque había estado dos o rres veces en el instituto para ver a un
amigo que también estudiaba allí y mi cara se le había quedado grabada.
—Está bien lo de la cara grabada, ¿pero cómo sabía tu nombre?
—Esa misma pregunta se la hice yo, porque también me llamó la atención, pero me
contestó
sonriendo que se lo había preguntado a su amigo.
—¿No le preguntaste cómo se llamaba ese
amigo?
—Sí, me dijo que él lo conocía por Wichi, porque así le decían en el barrio, pero que no
recordaba su nombre.
—¿No te pareció todo eso muy raro, prima?
—¡Imagínate, Ricky! Ahora sí me parece muy rara la circunstancia en que conocí a Raciel,
pero en aquel momento no podía sospechar nada y le abrí las puertas de mi casa con el pretexto de
la música. Tú sabes que la salsa a mí me encanta.
—¡Pues estoy seguro de que todo eso68fue un plan perfectamente elaborado de antemano!
— opinó Ricky, y abundó—: No sé cómo, pero se enteró de que veníamos con Shogún.
Evidentemente se aprovechó de ti para obtener datos con el fin de robarse al perro. Y también para
sacarte información sobre Dante y dársela a El Albino para que éste la «adivinara» cuando vinimos
a consultarnos.
—¿Pero por qué nos ayudó en la búsqueda, Ricky? —quiso saber Longina.
—Porque así nos alejaba de la verdad, entreteniéndonos y confundiéndonos con peleas de
perros y con llevarnos a El Albino y a Tito Gourmet, sus cómplices.
—Lo que no entiendo es por qué El Albino nos mandó a ver a Tito Gourmet si éste nos iba
a decir que no cocinó a Shogún. Con esa respuesta, El Albino quedaba como falso adivino, ¿no es
cierto? —preguntó Dante.
—Sí, pero Tito Gourmet no fue categórico.
Él me dijo que quizás sus hombres podían saber algo de Shogún. Además, la táctica de ellos era
ganar tiempo y confundirnos en la investigación sin importarles nada.
—¿Estás seguro, Ricky? —dijo Longina.
—¿No lo ves claro, prima? ¡Ellos son Los Mataperros y caímos en sus garras!
La muchacha asintió con tristeza, pero Dante no le dio tiempo para hacer comentario
alguno, cuando empujó la puerta para que se abriera de par en par y se precipitó hacia el interior de
la casa.
—¡Voy a buscar a mi mastín!
El niño y la joven lo siguieron, atravesaron la casa en la que, efectivamente, no había
nadie. Salieron al patio trasero, donde encontraron varias jaulas en cuyos interiores había toda
suerte de aves de corral, como gallinas, gallos, patos y palomas, además de cabras, conejos y hasta
un burro, en tanto en un estanque nadaban felices varias tortugas. Pero un enorme sentimiento de
contrariedad invadió a Dante cuando vio que entre todos aquellos animales no estaba su mastín.
—Primo, si ellos son Los Mataperros, ¿por qué aquí no hay perros?
—Porque si se dedican a robar perros para vendérselos a los peleadores, lo lógico es que
casi nunca los tengan aquí, por si los pillan. Mejor es esconderlos por ahí, ¿no?
—¿Pero tú no dijiste que el aullido era de Shogún? Entonces, ¿por qué no está aquí?
—Eso no lo sé, primo.
Apesadumbrados, comenzaron el regreso a la sala, pero Longina le señaló a Ricky hacia un
cobertizo de madera con techo de tejas plás n ¡ue estaba en un extremo del patio:
—Mira, esa es la moto de Raciel.
—No creo que haga falta, pero vamos a comprobar otra evidencia de que Raciel fue uno de
los que se robó a Shogún en Varadero —dijo Ricky y fue hasta el cobertizo.
Una vez allí, probó las llaves del llavero con las maracas en el encendido de la moto, hasta
verificar que otra de ellas le correspondía.
—¡Ese era el problema que tenía con el encendido de su moto! ¡Había perdido la llave! No
hay duda alguna de que al menos Raciel intervino en el robo de tu perro.
• Longina miró a Dante con expresión de culpa.
—Tú no podías saber... —quiso decir el joven, pero un nudo se le atragantó en la garganta.
—Lo que no entiendo es para qué Raciel se lo robó —la muchacha se devanaba los sesos
—aporque no lo quería para echar'o a pelear, ni para matarlo y cocinarlo...
—¡Seguramente que fue el australiano ese que lo contrató para que lo hiciera! —dijo Dante
con rabia contenida.
—A lo mejor —comentó Ricky pensativo—, pero lo peor es que seguimos sin saber dónde
está Shogún.
—Bueno —suspiró Longina—, aquí ya69no hay nada que hacer y no olviden que yo tengo
ciases después del almuerzo.
Los tres salieron cabizbajos de la casa, pero cuando Ricky había acabado de cerrar la puerta
con la llave, escucharon una gangosa voz que preguntó:
—¿Ustedes son familia de Raciel y El Albino?
Dante, Ricky y Longina se volvieron y vieron a una negra anciana con collares de semillas
rojas en su cuello. Vestía de blanco, con un pañuelo del mismo color cubriéndole la cabeza y un
habano en la mano. Los miraba desde la puerta de la casa de al lado.
—Sí... yo soy prima de Raciel... —se le ocurrió decir a Longina.
—Ellos no están ahí —dijo la arrugadísima
mujer.
—Sí, ya nos dimos cuenta de que no hay nadie en la casa —sonrió la muchacha.
—Yo vi que se fueron bien temprano en una camioneta, cuando estaba oscuro todavía.
—¿No sabe usted adonde fueron, abuela? -—le preguntó Ricky, esperanzado.
—Yo no oigo muy bien, pero me pareció que hablaron algo de que tenían que llevar un
perro a Varadero. ¡Nada más que al loco de Raciel y a su tío se les ocurre llevar tan lejos a un pe; ro
para bañarlo en la playa! —expresó la vieja y dejo escapar una risa cascada.
—¿Oíste eso, Ricky? —se iluminó el hasta ese instante apesadumbrado rostro de Dante.
—¡Claro que oí, primo! ¡Tenemos que irnos lo más pronto posible para Varadero!
70
Dog McKenna
El niño y la pareja de jóvenes regresaron lo más rápido que pudieron a la casa de la familia
eti a Habana Vieja y, mientras Ricky y Dante recogían en sus mochilas las pertenencias que se
llevarían a Varadero, intercambiaron criterios sobre lo sucedido hasta ese instante.
—¡Deja que yo le ponga las manos encima al australiano ese! —bramó el joven enfurec
ido,
—Las sospechas lo señalan como el instigador de i obo —dijo Ricky—, pero hasta ahora
no tenemos ninguna prueba de que haya sido él quien contrató a Raciel y los otros Mataperros para
que lo hicieran,
—¡Y dices tú que yo soy el ingenuo, Ricky! —protestó Dante golpeándose el pecho con
sus ma» nos—. ¡Si desde que llegamos a Varadero ese tipo ha estado detrás de nosotros para que le
vendamos a Shogún!
—Sí, eso es verdad —le rebatió el niño con muy buen juicio—, pero si ese australiano
estaba tramando robarse a Shogún y ya había venido hasta La 1 tabana a contratar a Los
Mataperros, ¿para qué su insistencia en comprarte al mastín?
La interrogante dejó a Dante desarmado y pensativo por unos segundos, pero al cabo
respondió:
—¡Lo hizo para despistar!
—Es posible, pero sigo teniendo mis dudas.
—Bueno, yo estoy listo —dijo Dante colocándose la abultada mochila a sus anchas
espaldas.
—¡No pueden irse así —advirtió Longina—, ’ esperen a que llegue mi papá!
—No podemos perder tiempo, prima —replicó Ricky—, A lo mejor, a estas horas están
embar- cando a Shogún en un avión para sacarlo de Cuba.
—¡Pero si el australiano ese dijo cuando lo vimos en El Cocotero Azul que no regresaba
a su país hasta el sábado!
—Eso fue lo que dijo —terció Dante—, ¿pero y si lo hizo para desinformarnos?
—Aun así, es peligroso que ustedes 71se vayan solos a enfrentar quizás a delincuentes
internacionales —dijo la hermosa muchacha con temor en su mirada—. Además, yo le avisé por
teléfono a mi padre en cuanto llegamos de Guanabacoa y me dijo que venía enseguida, por lo que
debe estar por llegar.
—No, prima, ca<:.i minuto que perdamos puede ser fatal —dijo Ricky, y también se
colocó su mochila a la espalda, agarrando después su pelota de baloncesto.
Longina estaba angustiada porque no los podía detener, pero cuando ya se disponían a
salir se abrió la puerta de entrada a la casa y apareció Ignacio Sotolongo un tanto agitado:
—¿Qué van a hacer, muchachos?
—Nos vamos para Varadero, tío.
—Longina me contó a grandes rasgos lo
sucedido y me parece que ustedes no deben irse solos a enfrentar a esos individuos. Además, ¿en
qué se van a ir para allá?
—íbamos a buscar un taxi, tío.
—No hace falta —decidió Ignacio Sotolon- go—, vamos - pedir uno por teléfono y, en lo
que llega —se dirigió a su hija—, echa en un maletín lo que necesitemos para acompañarlos a
Varadero.
Al escuchar aquellas palabras de su padre, el rostro de Longina resplandeció y corrió
alegremente a cumplimentar el pedido, mientras Dante tam! ’ i esbozaba una sonrisa de satisfacción
y dicha por ta po- sibilidad de compartir la aventura con la mucha
Dos horas después el taxi en que viajaban Ricky, Dante, Longina e Ignacio, aminoraba la
marcha al pasar el puente levadizo que daba acceso a la península de Hicacos, donde estaba la
espectacular playa de Varadero. El chofer les preguntó:
—¿Adonde los llevo?
—¡Al parque Josone! —dijo Dante enseguida.
-—¡No —opinó Ricky consultando a su reloj de pulsera—, son casi las dos de la tarde y a
esta hora deben estar todos en el hotel!
—¿Cuál hotel? —volvió a interrogar el
taxista.
—El Sol Palmeras —contestó el niño.
Se necesitaron muy pocos minutos para que la comitiva se bajara del taxi frente a la
entrada de la instalación hotelera.
—¿Qué piensan hacer, muchachos? —quiso saber el tío de Ricky.
—¡Voy a buscar al australiano ese! —respondió
Dante, y marchó decidido al interior del hotel.
Pero no tuvo que indagar mucho, pues en cuanto entró al vestíbulo vio a la persona que
buscaba salir de uno de los ascensores y se dirigió directamente al abordaje:
—¡ Devuélvame a mi perro, australiano maldito!
—¡Ah! —se sorprendió el hombre de cara rojiza y marcas de granitos—, ¿Qué pasarle ;
—¡Danta será su abuela,
¡Devuélvame a Shogún o no respondo Danta? —Yo creer que Danta estar me... —dijo el
australiano perplejo, desgraciado! le
—¡No se haga el loco, que yo mí! 72 sé muy bien que fue usted el que plañe el
robo de nv mastín! ¡Y si no me dice onfundida fur pronto dónde o tiene, usted - a a pasarlo
muy mal! —bramó el joven amenazante.
Mientras tanto, varios huéspedes 1 picados del hotel se habían aproximado ai escuchar la
discusión, entre ellos algunos de ios r pantes en la Exposición que habría de iniciar sus cuatro
jornadas de competencia a partir del día +
También ya estaban allí Pdck/, Longina e Ignacio Sotolongo, quienes no lograban
controlar a Dante.
-—Tú ser muchacha loca . trataba de explicar el australiano en su desastroso español—, yo
no tener nada que ver con robada de tu perra...
—¡Perra nada, que mi Shogún es muy macho! —se exaltaba el joven cada vez más, y a
duras penas el niño, su prima y tío conseguían evitar que le fuera encima ”1 hombre.
—¿Qué está pasando aquí? —intervino el subgerente del hotel, un mulato altísimo y de
anteojos, seguramente avisado por los empleados.
—¡Que este sinvergüenza se robó a mi perro! —el joven señaló al perplejo australiano con
su índice acusador.
—¡Usted está cometiendo un grave error, joven! —dijo de pronto un hombre que se abrió
paso entre los curiosos.
—¡No es ningún error —se volvió Dante hacia el que había hablado—, yo estoy seguro de
lo que digo!
Pero el hombre ya había llegado junto al impetuoso joven y, poniéndole una mano en el
hombro, le habló con una sonrisa:
—Me temo que está equivocado, amigo. ¿Sabe usted quién es este señor? —hizo un gesto
de barbilla hacia el australiano.'
—¡Sí, un ladrón internacional de perros! —espetó Dante sin pensarlo mucho.
—Nacía de eso. El señor Dog McKenna no puede ser, ni remotamente, eso que usted dice
—agregó el hombre.
—¿Ah, no? —expresó el joven con incredulidad—. ¿Por qué no puede ser?
—Por que el señor Dog McKenna es una de las personalidades más prestigiosas e
importantes de la Federación Cinológica Internacional y ha venido a Cuba para supervisar la
Exposición que comenzará mañana en el parque Josone —aclaró.
Dante se quedó un instante mudo, pero enseguida volvió a la carga:
—¿Y por qué insistió tanto en comprarme mi mastín napolitano?
—Porque el señor McKenna, además de la responsabilidad que tiene ante la Federación
Cinológica Internacional, es uno de los mejores criadores y conocedores de mastines napolitanos en
el mundo. De modo que si le propuso a usted comprarle a su perro, interprételo como un
reconocimiento sobre su calidad. Pero de ahí a que al señor McKenna vaya a robarle su mastín... —
dijo con una sonrisa el señor Hugo Castillo, conocido periodista venezolano de temas caninos y que
había intervenido en el altercado.
—Bueno... yo... no sabía que... —Dante quedó desarmado y se le bajaron los humos.
—Bien —terció el subgerente del hotel—. Creo que se impone ahora i na disculpa suya al
señor Dog McKenna y aquí no ha pasado nada.
El joven de Pirque, avergonzado, bajó la cabeza, balbuceó sus disculpas al australiano y las
aguas retornaron a la normalidad, aunque los rostros de Ricky, Longina, Ignacio y el propio Dante
expresaron ahora su derrota.
—Ya no podré recuperar a mi perro -—musitó Dante con tristeza—. ¡Sabe Dios dónde esté
ahora!
—Lo siento, primo —dijo Ricky abatido—,73
hice todo lo que pude, pero esta vez fallé.
—¡Todo por dejarme engañar por ese sinvergüenza de Raciel! —volvió Longina a
lamentarse.
—¡A mí nunca me gustó ese muchacho! —aprovechó Ignacio para soltar algo que parecía
haber tenido dentro desde hacía tiempo.
Ricky se pegó a su prima rodeándola con sus brazos para demostrarle apoyo y consolarla.
Dante hizo también un gesto de acercarse a la muchacha, lo que hizo que Ricky tratara de separarse
y dejarle el campo libre a su primo, pero el movimiento que realizó fue detenido por un brusco tirón
provocado por el distintivo de la Federación Cinológica de Chile que Ricky tenía colgado en su
camiseta, al enredarse con el vestido de Longina. •
—Es como el distintivo que Dante le regaló a Raciel —dijo la joven, zafándoselo con
cuidado de su vestido y observándolo de cerca.
—¿Qué distintivo yo le regalé a Raciel? — la miró el joven frunciendo el ceño—. ¡Y'A no
le he regalado nada a ese tipo!
Al escuchar aquella afirmación de su primo, el rostro de Ricky resplandeció, brilló una luz
de esperanza en sus pupilas y dijo:
—¿Estás segura que es el mismo distintivo,
prima?
—Claro —contestó la joven—, me fijé en el logo y en los colores de la bandera de Chile,
que son los mismos de la nuestra.
—¡Pues te de
con alegría.
—¿Eh, y a és Ricky que
su primo se
Dante los mi desaliento
y exclamó: —¡Es que m:
comienza la Exposicic
—Sí,
lo sabemos —di
Ricky—. ¿Y qué?
recuerdas que
—¿No cuando
vimos a Nelson Estay y
a Bebo D’Chapelle en El
Cocotero Azul no dijeron
que estábamo hiera de la
competenc
Shogun
I
PePe Pelayo
Matanzas, Cuba, 1952. Reside en Chile desde hace más de una década. Estudió
Ingeniería Civil en la Universidad de La Habana, profesión que ejerció por algunos años,
para luego dedicarse a su vocación de escritor, actor y especialista en humor.
Miembro de la Asociación Internacional de Estudios del Humor.
Ha publicado varios libros, además de artículos, críticas y cuentos en diarios y
revistas de Cuba y Chile.
Es el autor de Pepito, señor de los chistes (Santillana, 2002) y Cuentos de Ada
(Alfaguara, 2003), Pepito y sus libruras (Santillana, 2004), Ni un pelo de tonto (Alfaguara,
2005) y junto a Betán ha escrito El Chupacabras de Pirque (Alfaguara, 2003) y El secreto de la
cueva negra (Alfaguara, 2004).
ÍNDICE \
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