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2 Samuel 9 (Mefi - Boset)

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2 Samuel 9 (Mefi-boset)

Este capítulo presenta una conmovedora ilustración de la salvación que tenemos en Cristo. La
manera en que trató David a Mefi-boset es sin duda la de «un varón conforme al corazón de
Dios».

I. Mefi-boset: El pecador perdido

A. Nació en una familia rechazada.


Como hijo de Jonatán, Mefi-boset era miembro de una familia rechazada. Era hijo de un
príncipe, sin embargo vivía dependiendo de otros lejos de Jerusalén. Cada pecador perdido hoy
nace en pecado, nace en la familia de Adán y por tanto está bajo condenación (Ro 5.12ss; Ef
2.1–3).

B. Sufrió una caída y no podía caminar.


Mefi-boset era cojo de ambos pies (v. 3, 13) y por tanto no podía caminar. Todas las personas
hoy son pecadores debido a la caída de Adán (Ro 5.12) y no pueden caminar como para agradar
a Dios. En lugar de andar en obediencia, los pecadores andan «siguiendo la corriente de este
mundo» (Ef 2.2). Tal vez traten de andar para agradar a Dios, pero ningún esfuerzo propio ni
buenas obras pueden salvarlos.

C. Se perdía lo mejor.
Mefi-boset vivía en Lodebar, que significa «no pastos». Esa es una descripción apropiada de
este mundo presente: no hay pastos, no hay lugar en donde las almas encuentren satisfacción.
Los pecadores están hambrientos y sedientos, pero este mundo y sus placeres no los pueden
satisfacer.

D. Hubiera perecido sin la ayuda de David.


Nunca hubiéramos oído de Mefi-boset si no fuera por los pasos de gracia que David dio para
salvarlo. Su nombre se escribió en la Palabra de Dios porque David extendió su mano y le
ayudó.
El pecador perdido está en una situación trágica. Ha caído; no puede andar como para agradar a
Dios; está separado de su hogar; está bajo condenación; no puede auxiliarse a sí mismo.

II. David: El salvador de gracia

A. David da el primer paso.


¡La salvación es del Señor! Él debe dar los primeros pasos, porque el pecador perdido por
naturaleza nunca buscará a Dios (Ro 3.10–12). David envió por el pobre Mefi-boset, así como
Dios envía a Cristo a esta tierra para «buscar y salvar lo que se había perdido» (Lc 19.10).

B. David actuó por amor a Jonatán.


Esto brotó del pacto de amor que David hizo con Jonatán años antes (1 S 20.11–23). David
nunca había visto a Mefi-boset, sin embargo le quiso por amor a Jonatán. No somos salvos por
nuestro mérito; somos salvos por amor de Cristo. Por Él se nos perdona (Ef 4.32). Somos
«aceptos en el Amado» (Ef 1.6). Fue una parte del «pacto eterno» (Heb 13.20–21) que el Padre
salvaría por causa de Jesús a todos los que confiaran en el Salvador.

C. Fue un acto de bondad.


En el versículo 3 David lo llama «misericordia de Dios». Cristo muestra su misericordia al
salvarnos (Ef 2.7; Tit 3.4–7). El trono de David era un trono de gracia, no de justicia. Mefi-boset
no tenía nada que demandarle a David; no tenía ningún caso que presentar. Si hubiera
comparecido ante el trono pidiendo justicia, hubiera recibido condenación.

D. David le llamó personalmente y él vino.


David envió a un criado para que le trajera (v. 5), pero el criado hizo más de lo pedido para
complacer al rey. Nadie es salvo por un predicador ni un evangelista; todo lo que el siervo
puede hacer es guiar al pecador a la presencia de Cristo. Nótese cómo Mefi-boset cayó postrado
humildemente ante David, porque sabía su lugar como condenado. Con cuánta ternura David
dijo: «Mefi-boset».

E. David le hizo uno de su familia.


Como muchos pecadores hoy, Mefi-boset quería ganarse el perdón (vv. 6, 8), pero David le hizo
hijo (v. 11). El hijo pródigo quería también ser un criado, pero nadie puede ganarse la salvación
(Lc 15.18–19). «Amados, ahora somos hijos de Dios». Véanse 1 Juan 3.1–2 y Juan 1.11–13.

F. David le habló en paz.


«No temas» fueron las palabras de gracia de David al tembloroso tullido; y «no temas» es lo que
Cristo le dice a cada pecador que cree. «Ahora, pues, ninguna condenación hay» (Ro 8.1).
Mediante la Palabra de Dios ante nosotros y el Espíritu de Dios dentro de nosotros,
experimentamos paz.

G. David proveyó para todas sus necesidades.


Mefi-boset no viviría más en el «no pastos»; porque ahora comería diariamente a la mesa del
rey. Todavía más, el siervo Siba y sus hijos serían criados de Mefi-boset. Y David le dio a Mefi-
boset toda la herencia que le pertenecía. Así Cristo satisface las necesidades espirituales y
materiales de su familia. Él nos ha dado una herencia eterna (Ef 1.11, 18, 1 P 1.4ss; Col 1.12).
Si Él nos diera la herencia que nos corresponde, ¡iríamos al infierno! Pero en su gracia ha
escogido que participemos con Él de su herencia, porque somos «coherederos con Cristo» (Ro
8.17).

H. David le protegió de juicio.


En 2 Samuel 21.1–11 vemos que Dios envió una hambruna a la tierra para castigar a su pueblo.
Cuando David buscó la voluntad de Dios, llegó a ser evidente que la hambruna vino debido a la
perversa manera en que Saúl trató a los gabaonitas. En la Biblia no hay constancia de la manera
exacta en que Saúl los trató, pero como Israel había hecho un tratado con este pueblo (Jos 9), las
acciones de Saúl estuvieron en directa violación a la verdad y fueron un pecado contra Dios. Él
esperó muchos años para revelar este pecado y enviar juicio: «Sabe que vuestro pecado os
alcanzará». Véase Éxodo 21.23–25. No nos toca a nosotros en esta edad de gracia juzgar a estas
personas por pedir el sacrificio de siete descendientes de Saúl; es suficiente que Dios permitiera
que esto ocurriera. Nótese que con toda intención David libró a Mefi-boset (v. 7). Había otro
Mefi-boset entre los descendientes de Saúl (v. 8), ¡pero David sabía la diferencia! Hay muchos
hoy que profesan ser hijos de Dios y tal vez no siempre podamos encontrar la diferencia; pero
cuando venga el día del juicio, Dios revelará quiénes son realmente suyos.
Por supuesto, mientras estudiamos esta ilustración, debemos tener presente que la salvación que
tenemos en Cristo suple «mucho más». David rescató a Mefi-boset del peligro físico y suplió
sus necesidades físicas, pero Cristo nos ha salvado del infierno eterno y todos los días suple
nuestras necesidades físicas y espirituales. No somos hijos de algún rey terrenal; somos los
mismos hijos de Dios.
En 2 Samuel 16.1–4 se ilustra esta diferencia. Cuando David huyó de Jerusalén durante la
rebelión de su hijo Absalón, Siba el sirviente le salió al encuentro e hizo una acusación contra
Mefi-boset. David la creyó y precipitadamente le dio al siervo toda la tierra de Mefi-boset. Sin
embargo, cuando David regresó más tarde a Jerusalén, encontró a Mefi-boset y se enteró de la
verdad (2 S 19.24–30). Siba mintió. Prometió suplir un animal para que Mefi-boset lo usara para
escapar con David, pero no cumplió su promesa. Siba calumnió a un hombre inocente y David
le creyó al calumniador. Por supuesto, esto nunca puede ocurrir entre el creyente y Jesucristo.
«¿Quién acusará a los escogidos de Dios[ … ] ¿Quién condenará?» (Ro 8.33–39). Satanás puede
acusarnos y calumniarnos, pero Cristo jamás cambiará su amor por nosotros ni sus promesas.
Podemos ver en Mefi-boset la actitud que el creyente debe tener respecto a la «venida del Rey».
¡Este cojo exiliado vivía para el día en que el rey regresara! No pensaba en su comodidad; más
bien esperaba y oraba por el regreso de uno que le quería y le había rescatado de la muerte. Tan
contento estuvo Mefi-boset al regreso de David que hasta renunció a su tierra.

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