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Brassier Desnivelación
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Lo que voy a presentar hoy es una discusión crítica sobre los postulados de la denominada
“ontología plana”. La expresión “ontología plana” posee una genealogía compleja. Fue
originalmente concebida por el filósofo Roy Bhaskar, en su libro Una teoría realista de la
ciencia (1975), como un término peyorativo para caracterizar a los filósofos empiristas de
la ciencia. A finales de los años noventa comenzó a adquirir un sentido más positivo en
torno a discusiones sobre la obra de Deleuze y Guattari, pero recién logró una amplia
aceptación con la publicación del libro de Manuel De Landa sobre Deleuze, Ciencia
intensiva y filosofía virtual (2002). En años más recientes, ha sido defendida por los que
proponen la “ontología orientada a objetos” y el “nuevo materialismo”. Lo que me propongo
discutir es el uso del término “ontología plana” por parte de estos teóricos.
Comenzaré por exponer las “cuatro tesis” de la ontología plana, tal como fueron formuladas
por Levi Bryant. Bryant es uno de los proponentes de la ontología orientada a objetos
(“OOO”), una escuela de pensamiento fundada por Graham Harman. En su libro, La
democracia de objetos (2010), Bryant resume los postulados de la ontología plana en cuatro
tesis:
Tesis 1: “Primero, dada la naturaleza escindida de los objetos, la ontología plana rechaza
cualquier ontología de trascendencia o presencia que proponga un tipo de ente como el
origen de todos los demás entes, y como completamente presente para sí mismo”.
Tesis 2: “Segundo, […] el mundo o el universo no existen. […] No hay un súper-objeto que
reúna a todos los demás objetos en una unidad simple y armónica”.
Tesis 4: “[C]uarto, la ontología plana argumenta que todos los entes son ontológicamente
idénticos y que ningún ente —artificial o natural, simbólico o físico— posee mayor dignidad
ontológica que el resto. Si bien es cierto que algunos objetos podrían influenciar más que
otros a las colectividades en las que se insertan, esto no significa que dichos objetos sean
más reales que el resto. La existencia, o el ser, es binaria en el sentido de que algo es o no
es”.[1]
En forma conjunta, estas cuatro tesis suponen un movimiento que ha sido llamado
“antropodecentrismo”. Bryant explica este término de este modo:
“En este contexto, la ontología plana desarrolla dos argumentos. Primero, que los humanos
no se sitúan en el centro del ser, sino que se están ya entre los seres. Segundo, que los
objetos no son un polo que se oponga a un sujeto, sino que existen por derecho propio, sin
importar si algún otro objeto o ser humano se relacionan con ellos. Los humanos, lejos de
constituir una categoría denominada ‘sujeto’, la cual se opondría a “objeto”, son ellos
mismos un tipo de objeto entre otros”.[2]
Lo significativo de estas cuatro tesis de la ontología plana son sus negaciones tácitas. De
acuerdo con la primera tesis, no hay trascendencia, por lo que las formas, las especies, los
tipos, los arquetipos, las proposiciones, las leyes y otros entes abstractos resultan
invalidados. La planicidad defendida por la ontología plana es la de un campo ontológico
más o menos diferenciado pero nivelado.
De acuerdo con la segunda tesis, no hay mundo, totalidad, universo o todo-uno. Este
argumento no es exclusivo de las ontologías planas; otros filósofos contemporáneos —
entre ellos Markus Gabriel y Alain Badiou— defienden una posición similar.
De acuerdo con la cuarta tesis, no habría dualidad entre apariencia/realidad: lo que es, es;
lo que no es, no es. Tenemos aquí una reformulación interesante de la tesis parmenídea,
discutida por Platón en El Sofista. Para Platón, la filosofía (o dialéctica) consiste en subvertir
la prohibición parmenídea que nos impide separar el ser del no-ser y el no-ser del ser: la
dialéctica afirma una mezcla entre ser y no-ser. La ontología plana, por contraste, trata al
ser como unívoco: las cosas sólo pueden ser dichas en un único sentido. Sin embargo, la
tentativa de colocar a los entes “en un mismo plano ontológico” significa que no hay grados
de ser ni distinción entre ser y no-ser o entre realidad y apariencia. Esto implica que las
ontologías planas niegan el argumento de Platón, según el cual sería necesario pensar la
interacción del ser con el no-ser, lo que es la tarea de la dialéctica.
Quisiera examinar estas cuatro tesis. No es mi intención refutarlas todas, sino analizarlas y
determinar cuáles pueden ser retenidas (con ciertas modificaciones) y cuales necesitan ser
descartadas por completo.
Varios problemas derivan de esta posición. El principal es que se vuelve muy difícil
especificar cuáles son las condiciones para individuar los objetos. Podríamos delinear
ciertas características formales o estructurales del objeto en general, pero se hace muy
difícil determinar qué son los objetos o especificar en qué consiste la quididad de un objeto
una vez eliminada la primacía de la conciencia constitutiva. Sin la conciencia intencional
como fuente unificadora de un horizonte eidético revelador de objetos, no tenemos forma
confiable de distinguir entre las características eidéticas (o reales) de los objetos y sus
accidentes o cualidades sensuales. Harman interpreta la distinción entre cualidades
eidéticas y accidentales en Husserl en clave de su propia distinción entre cualidades reales
y sensuales. Pero una vez que la conciencia humana desaparece de la escena, se vuelve
problemático explicar las interacciones entre los objetos en términos intencionales.
Manuel De Landa nos ha brindado una ingeniosa reconstrucción de este tipo de inmanencia
en su libro Ciencia intensiva y filosofía virtual. En Deleuze, afirma De Landa, tenemos un
“plano de inmanencia” materialista, un continuo pre-individual de flujos de materia-energía
que se distribuyen en distintos niveles de individuación. Este plano de inmanencia no es
inmanente respecto a la conciencia, pero tampoco está conformado por objetos. No es
inmanente respecto de algo más; sólo es inmanente “respecto” a sí mismo. De Landa
argumenta que el principal compromiso de la ontología deleuziana es con los individuos; es
decir, con individuos actuales situados en tiempo y espacio. Al interior de este continuo de
inmanencia, sólo los individuos concretos existen, pero existen en distintas escalas espacio-
temporales y en distintas fases de individuación. El objetivo de la ontología deleuziana es
identificar el continuo pre-individual de los procesos de individuación. Esto significa que
Deleuze no comienza tratando a los individuos como algo ya hecho o bien como entes pre-
constituidos (objetos); por el contrario, la tarea propia de la metafísica deleuziana es
identificar aquellos procesos de individuación que constituyen a los entes individuales. Por
esta razón, la individuación es virtual e intensiva, mientras que los individuos son actuales
y extensivos. Esta distinción es fundamental para la reconstrucción que hace De Landa.
Creo que esto resuena con la distinción que hace Kuhn entre ciencia normal y
revolucionaria. La ciencia revolucionaria reconfigura radicalmente el campo objetivo y las
condiciones de cognición; por su parte, la ciencia normal permanece cómodamente
instalada en un paradigma bien establecido y se dedica a resolver problemas bien definidos
utilizando técnicas de eficacia probada. Mientras que la ciencia revolucionaria es creativa y
generadora de problemas, la ciencia normal simplemente resuelve rompecabezas. De
Landa propone un marco ontológico que ratifica esta distinción entre ciencia normal y
ciencia revolucionaria, argumentando que la práctica científica está íntimamente vinculada
a estos procesos ontológicos. Escribe:
“Esta relación íntima entre epistemología y ontología, entre problemas formulados por
humanos y problemas virtuales autoimpuestos, es característica de Deleuze. Un verdadero
problema, como el formulado por Newton en términos geométricos relativamente difusos,
que Euler, Lagrange y Hamilton progresivamente clarificaron, sería isomórfico con un
problema virtual real. De modo similar, las prácticas de los físicos experimentales, que
incluyen entre otras cosas el habilidoso uso de máquinas e instrumentos para individuar
fenómenos en el laboratorio, serían isomórficos respecto a los procesos intensivos de
individuación que resuelven o explican el problema virtual en la realidad”. [4]
En otras palabras, la constitución de entes actuales, o la actualización de individuos a partir
de procesos dinámicos de individuación intensiva, equivale a un tipo de resolución objetiva
de problemas. El argumento de De Landa es que la ciencia reitera o extiende estos
procesos de resolución tanto en el laboratorio como en el dominio teórico. La palabra clave
aquí es “isomórfico”. Lo que De Landa describe como “el habilidoso uso de máquinas e
instrumentos para individuar fenómenos” es presuntamente isomórfico respecto de los
procesos intensivos de individuación que resuelven o explican el problema virtual en la
realidad. De Landa continúa:
“[A]un si el sistema material bajo análisis ha sido linearizado y domesticado por completo,
las relaciones causales entre el científico experimental, las máquinas, los fenómenos
materiales y los modelos causales son de todos modos problemáticos y no-lineales. En
efecto, la física de laboratorio puede ser concebida como el lugar donde se forman
ensamblajes heterogéneos, ensamblajes que resultan ser isomórficos con los procesos
intensivos de individuación real”.[8]
Creo que algo ha salido mal aquí. Causalidad no es sinónimo de justificación. En vez de
suplantar la correspondencia representacional con una extracción creativa de problemas
virtuales, la explicación de De Landa le brinda a la representación no-lingüística una
autoridad epistémica cuya garantía deriva de su ser causada por la dimensión virtual. Pero
este supuesto de que la causalidad produce la justificación es, justamente, la premisa
empirista básica que fue invalidada por la noción kantiana de la representación, la
cual, contra Deleuze, no se funda en la similitud. En consecuencia, la subordinación de la
epistemología a la ontología no trata adecuadamente el problema kantiano de la
representación: más bien, postula un modo de representación matemática históricamente
específico (la teoría de los sistemas dinámicos) y un flujo de materia-energía caracterizado
por una ontología filosófica a priori (la de Deleuze). El isomorfismo postulado es “dogmático”
en un sentido kantiano. Con otras palabras, es racionalmente ilegítimo.
Para comprender lo que ha salido mal debemos examinar más de cerca algunos
razonamientos filosóficos en contra de la representación. Uno de ellos, frecuentemente
citado por los proponentes de la ontología plana, es el argumento de que la representación
subordina la ontología a la epistemología y, por lo tanto, conlleva consecuencias
antirrealistas. No obstante, uno puede mantener el primado del ser sobre el conocimiento y
reconocer que el ser es irreductible al conocimiento, sin dejar de insistir que la
epistemología es una condición de acceso ontológico. El primado del ser sobre el
conocimiento no equivale al primado de la ontología sobre la epistemología. Lo que hay no
depende de lo que conocemos sobre lo que hay, pero, todo lo que afirmamos sobre lo que
hay, sí; en particular, cuando esto concierne a las ciencias empíricas. La filosofía de De
Landa está repleta de explicaciones iluminadoras sobre los avances de la ciencia empírica
contemporánea, pero su integración totalizadora de la epistemología dentro de la ontología
lo conduce a pensar que la causalidad puede explicar el isomorfismo entre conocimiento y
realidad. Referirse a “dinamismos no-lineales” entre “el científico experimental, las
máquinas, los fenómenos materiales y los modelos causales” no nos permite entender de
qué manera “las prácticas científicas encarnadas” pueden ser exitosas a la hora de rastrear
los dinamismos pre-individuales.
Esto significa que, aunque el conocimiento sea de o sobre estados de cosas, la realidad
misma no consiste en hechos estructurados de manera proposicional. En efecto, el mundo
está compuesto de cosas, no de hechos, por lo tanto, uno puede sostener una verdad a
nivel de la representación sin comprometerse con entes trascendentes como las
proposiciones, las leyes, o los estados de cuestión que, De Landa, con justeza, encuentra
objetables. La verdad de una representación no consiste en reflejar el mundo. La noción
del reflejo mezcla dos aspectos diferentes de la representación: la dimensión de su lógica
interna con la dimensión de sus materiales externos. La dimensión lógica está compuesta
por el contenido representacional que está siendo justificado, además de otras
representaciones y sus respectivas justificaciones. Cuando decimos que algo es esto o
aquello, estamos obligados a justificar nuestra afirmación y a dar razones acerca de por
qué creemos que esto es de este o de aquel modo. La dimensión material consiste en que
el acto de representación se ve afectado por, y además afecta a, otros objetos materiales.
Por ende, la justificación por sí misma no es suficiente para articular la verdad. Necesita ser
suplementada por una relación causal no-justificativa capaz de explicar cómo los actos de
representación guían las relaciones causales de las cosas sobre las que tratan sus
contenidos. Debemos estar adecuadamente conectados con las cosas en el mundo para
poder afirmar algo sobre ellas.
Quisiera concluir enumerando lo que considero que debería ser descartado y retenido de
las cuatro tesis de la ontología plana:
Tesis 1: No hay trascendencia. Sí, y no sólo porque no hay mecanismos supra naturales,
sino porque no hay una armonía preestablecida entre el pensamiento y el ser. Por ello, la
inmanencia es estratificada, no plana.
Tesis 2: No hay mundo. Sí y no. Sí; porque la premisa de que habitamos el mismo mundo
que nuestros predecesores cognitivos y de que hemos aprendido más que ellos no implica
que sólo haya un mundo por conocer. Tal vez el mundo sea apenas una situación, una
localidad o una región en un multiverso más vasto. Podemos conceder que hay contextos
localizados que pueden extenderse espaciotemporalmente de manera considerable. A
pesar de esto, siempre habrá invariantes fundamentales comunes a todos los mundos,
precisamente en la medida en que pueden constituir individuos distintos. Un mundo que
abarca dominios infinitos sigue siendo un mundo. Pero como el mundo juega un papel
determinante a la hora de limitar las maneras de conocer, también tenemos que contestar
“no” a esta tesis: puesto que sólo hay un mundo por conocer, no importa cuán variado sea
espaciotemporalmente y cuán diferentes sean las formas de conocerlo.
Tesis 4: No hay distinción entre apariencia y realidad. No; la distinción entre realidad y
apariencia no se puede eliminar: es a la vez empírica, es decir, interna a lo representado
en cuanto diferencia entre verdad y falsedad, y trascendental, es decir, externa a lo
representado en cuanto diferencia entre el acto de representación y el contenido
representado. La distinción empírica es prácticamente indispensable, estaríamos
cognitivamente paralizados sin ella; pero, sobre todo, la distinción trascendental es
requerida para darle sentido a la idea del progreso cognitivo. El progreso cognitivo consiste
en la integración del conocimiento de las estructuras de los actos de representación al
contenido representado. Ésta es una forma interesante de naturalizar la noción de Hegel
acerca de la espiral del conocimiento absoluto: en el curso de nuestra historia cognitiva,
incorporamos más y más hechos sobre la representación a nuestros hechos representados.
Bibliografía
1. Bryant, Levi R., The Democracy of Objects, Ann Arbor, Open Humanities Press,
2010.
2. De Landa, Manuel, Intensive Science and Virtual Philosophy, Continuum, London
and New York, 2002.
3. Deleuze, Gilles y Guattari, Félix, ¿Qué es la filosofía?, Verso, London y New York,
1994.
4. Sellars, Wilfrid, “Some Remarks on Kant’s Theory of Experience”, The Journal of
Philosophy, Vol. 64, No. 20 (1967).
5. _______, Naturalismo y Ontología, Ridgeview Publishing Co., Atascadero, 1996.
Notas
[1]
Bryant, The Democracy of Objects, ed. cit., pp. 245-6.
[2] Ídem.
[3]
De Landa, Intensive Science and Virtual Philosophy, ed. cit., pp. 115-6.
[4]
Ibídem, p. 136.
[5]
Ídem. Énfasis mío
[6]
Respecto de la distinción entre funciones científicas y conceptos filosóficos, vid. Deleuze
y Guattari, ¿Qué es la filosofía?, ed. cit., pp. 117-162.
[7]
De Landa, op. cit., p. 136.
[8]
Ibídem, p. 165.
[9]
Sellars, “Some Remarks on Kant’s Theory of Experience”, ed. cit., pp. 633-647.
[10]
Sellars, Naturalismo y Ontología, ed. cit., p. 62.