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Jaid Black - La Elegida

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Prólogo

“Jack”, susurró ella. “¿Qué me estas haciendo?”

Wai Ashley despertó jadeando. Cubierta en sudor frío, sus


oscuros pezones presionando contra la seda húmeda de su
camisón, le llevó unos momentos darse cuenta de que había
estado soñando.

No era la primera vez que había tenido esa visión. Lo que era
más, había despertado abruptamente de un sueño con el
hombre que la había perseguido durante más de una noche por
los últimos veintiséis años de su vida.

Jack Elliot.

¿Quién era él?

¿Dónde estaba él?

Y además, ¿qué quería él de ella ?

Wai suspiró. “Estas siendo ridícula”, suspiró. Él no quería nada


de ella porque él no era real. Jack Elliot no existía.

Necesitaba meter esa información dentro de su dura cabeza de


una vez por todas. Él no era real. Era una alucinación
nocturna, nada más y nada menos.

Una parte de ella deseaba que Jack fuera algo más que un
espejismo en una noche fría y solitaria. Todos estos años
soñando con él y sabía tan poco, aunque lo que sí sabía acerca
de su amante mítico alcanzaba y sobraba.

Fuerte. Alto. Bronceado. Puro músculo. Cabello largo de color


castaño claro con mechones dorados. Un cuerpo increíble. Y

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una increíble y enorme…

Wai frunció el entrecejo. Él no existía. No tenía sentido pensar


en los atributos inventados de un hombre ficticio. Había
decidido hacía ya mucho tiempo que Jack era un producto de
su imaginación superactiva. Quizá un amigo imaginario que
había creado en su infancia infeliz y hasta de a ratos violenta.

El único problema con esa teoría era que Jack…bueno, él había


estado con Wai desde la cuna hasta su madurez como mujer.
Cálido, protector y casi paternal, desde la infancia y durante su
adolescencia. La había acunado en sus momentos tristes,
murmurado palabras de consuelo que ella no había
comprendido pero que de alguna manera la habían ayudado…

Había espantado a los fantasmas dentro de ella.

Jack Elliot había sido su luz en las horas más oscuras de su


infancia, su protector mental. El borracho que Wai tenía por
padre podía golpear su cuerpo, pero no llegaba nunca a tocar su
mente. La madre podía azotarla hasta dejarle el cuerpo hecho
un solo moretón, pero nunca pudo quebrar el espíritu de Wai.

Y todo gracias a su amoroso, fuerte e imaginario protector.

Cuando ella había llegado a la pubertad, Jack había cambiado


sutilmente. Seguía siendo un héroe pero también un hombre.
Un macho arrogante y primitivo, que demandaba una atención
total…y una obediencia absoluta. Parecía como si él hubiera
esperado a que ella creciera para poder, así, reclamarla como su
posesión.

Más de una vez desde que había llegado a la adolescencia, se


había despertado de un violento orgasmo cortesía del mítico
Jack, tal como esa noche. Él la dejaba jadeando y gimiendo,
retorciéndose bajo sus manos conocedoras mientras ella rogaba
que la acariciara.

Deseaba poder detener los sueños sobre él completamente.

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Gracias a Jack y sus sesiones amatorias en el reino del sueño,


ningún hombre real había alguna vez podido comparársele.

Acostada, Wai se cubrió con las mantas. No había tiempo que


perder con el hombre mítico que su cerebro había bautizado
Jack Elliot. Ella necesitaba dormir. Mañana era el gran día.
Había esperado por este momento desde que había decidido ir a
la universidad. Si la agencia de publicidad la contrataba, eso
marcaría un punto de quiebre en su profesión.

“Vete, Jack”, le susurró a las paredes, al aire. Siempre estaba


sola. ¿Cómo podría alguna vez encontrar la felicidad, la plenitud
con un hombre real, si su amante imaginario la perseguía cada
noche?

Wai dejó escapar un suspiro cansado y agotado. “Déjame ir”


Ella cerró los ojos con determinación. “Ya no soy una pequeña
niña asustada. Es hora de dejarme libre, Jack”

*****

El Mayor Jack Elliot sacudía frenéticamente su verga larga y


ancha con la mano izquierda. Tenía los ojos fuertemente
cerrados y los dientes trabados. Gotas de sudor perlaban su
cabello mientras se imaginaba golpeando dentro de la carne
húmeda y resbaladiza de ella.

Más y más. Una y otra vez, y una vez más.

Sabía que no debía tocarse a sí mismo de esa manera. Los


predicadores decían que Dios lo prohibía. Decían que él iría al
infierno por desperdiciar su semilla fuera del cuerpo de una
mujer. Pero ella estaba siempre allí, su bruja intoxicante. Desde
que podía recordar estar tan erecto, el cuerpo imaginario de ella
le había implorado a él hacerle cosas que él sabía que no debía.

Carajo. Jack había hecho cosas mucho peores en su vida,


cosas en nombre de la libertad de sus compatriotas del dominio
de Gran Bretaña y su rey, cosas peores que derramar su

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semilla.

Bombeó su vara más fuerte, sin piedad, la vena yugular


sobresaliendo y los músculos tensos con el esfuerzo. Acabó con
un gruñido bajo, su verga sacudiéndose en la mano, las venas
del brazo abultadas mientras la crema se volcaba con fuerza
sobre su vientre.

Dulce Jesús.

Ella era india. Una lenape, suponía él. No sabía su nombre,


pero ese rostro lo había perseguido en más sueños de los que
podía recordar.

Cabello largo, negro como la noche. Ojos marrón claro. Espesas


pestañas negras que remarcaban unos ojos con un kohl natural
que hubiera puesto celosa a la legendaria Cleopatra. Labios
sensuales. Un trasero redondo…

Y la concha más estrecha que un hombre pudiera soñar con


poseer.

“¿Quién eres?”, susurró ásperamente, su voz cortada. Jack


apenas si se había recuperado de la última batalla contra los
hombres del Rey Jorge y sin embargo esa noche ya estaba
nuevamente masturbándose como un hombre poseído. “¿Qué
deseas de mí?’”

Silencio.

Jack respiró hondo y exhaló lentamente. Sus ojos azules


miraron sin parpadear el techo de la carpa de piel de animal en
la que estaba, como si éste tuviera todas las respuestas.
Deseaba que así fuera.

Durante años había soñado con ella. Al principio, se le aparecía


por las noches como una criatura, un bebé. Él solía abrazarla
fuerte, acunando el cuerpecito lloroso en sus sueños, hasta que
ella se dormía. A través de los años, ella había pasado de bebé a

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criatura a…

Sensual como el pecado, una mujer exóticamente bella. Sus


sueños habían dejado de ser altruistas a esa altura. Eran cada
vez más carnales, en cada aparición que ella hacía en sus
sueños.

Jack sentía que tenía derecho. Aquí, en la realidad, no había


más que sangre, muerte y guerra. No poseía más que las botas
en sus pies y las ropas sobre el cuerpo. Sin embargo, en sus
sueños, esa mujer le pertenecía. Él no sabía su nombre, pero
ella siempre le había pertenecido, siempre lepertenecería.

Con un suspiro, guardó su pene casi rígido dentro del doblez


de sus pantalones. Poniéndose de costado, cerró los ojos y
decidió dormir. En lo posible, sin queella lo despertara.

Endureció la mandíbula. Necesitaría de sus energías al


amanecer. No tenía sentido pensar en una mujer que no existía.

Especialmente una mujer de piel caramelo dulce a quién las


leyes de la cristiandad civilizada le prohibían desposar.

Capítulo uno

Un año más tarde

“Esto es ridículo”, se dijo Wai. Entrecerró los ojos, tratando de


ver a través de la lluvia torrencial que golpeaba el parabrisas de
su auto de alquiler. Los limpiaparabrisas estaban funcionando
al máximo, pero no ayudaban mucho. “Grandioso”, suspiró.
“Esto es perfecto”

Estaba conduciendo a lo largo de la Interestatal 77 en medio de


los campos de Ohio. El Aeropuerto Akron-Canton se hallaba a
considerable distancia detrás de ella. No sabía cuán lejos estaba
su destino, ya que se estaba volviendo muy difícil leer los

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pequeños letreros verdes a la derecha del camino.

Tenía que ser a su jefe Greg a quién se le ocurriera darle un


cliente que resultaba casi imposible de hallar. Lo tenía
preparado desde el principio para Wai, por razones
desconocidas. Ella suponía que a él no le gustaba la
competencia, y menos de una mujer.

No es que realmente importara. Planeaba dejar la agencia de


publicidad de Columbus, Carolina del Norte, en unos pocos
meses y mudarse a un pez gordo, de aguas más profundas. Es
decir, ella había puesto el ojo en Manhattan, y en convertirse en
representante de publicidad en una de las firmas más
prestigiosas que se encontraban en el horizonte de la ciudad de
Nueva York.

Wai tenía varias entrevistas organizadas con diferentes


agencias de publicidad de la “Gran Manzana”. En otro
momento, hubiera discutido con Greg por encargarle una tarea
casi imposible como la que tenía entre manos, pero Wai imaginó
que si podía convertir al pueblo rural y de costumbres amish de
Millersburg en un centro turístico, bueno…entonces estaba lista
para Manhattan.

Haría lo que el intendente de Millersburg había pedido a la


agencia, a costa de lo que fuera, y conseguiría que este pequeño
pueblito de Ohio tuviera su lugar en el mapa. Y luego Wai se
iría, finalmente, de Carolina del Norte.

Así era ella, terca hasta la médula. Una vez que se imponía una
meta, se rompía el trasero para obtenerla. Fue lo mismo cuando
a los dieciocho años, una edad vulnerable, había tomado la
decisión de mudarse de Nueva Zelanda.

Mudarse a los Estados Unidos sola había sido difícil visto con
humor, y terriblemente aterrador visto sin humor, pero lo había
hecho, y había prosperado. Los neozelandeses hablaban el
inglés de la Reina, así que el lenguaje no había sido un
obstáculo en principio, pero la cultura sí. Podía hablar inglés,

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pero ella era maori…uno de los pueblos indígenas de su país de


origen. Una india neozelandesa, por decirlo de algún modo.

Si había algo en lo que Wai era buena, eso era en derribar


barreras culturales. Había sido bendecida con una sonrisa
cálida y acogedora que mostraba la sinceridad y honestidad de
su corazón. Sus ojos almendrados y alegres, brillaban con la
alegría y la felicidad que había permanecido en ella a pesar de
las difíciles circunstancias de su vida.

Pero mayormente, reflexionó Wai, lo que ella sí era, era ser


conversadora. Nunca sin palabras, era capaz de hacer sentir a
cualquier persona cómoda junto a ella. Su naturaleza
parlanchina la había ayudado tanto o más que los ojos y la
sonrisa que había heredado de su amada abuela, ya fallecida.

Sin importar lo que costara, decidió Wai, enfilando con el auto


de alquilar hacia la primera salida que pudo ver, lograría llevar
a cabo esta asignación. Si había podido sobreponerse a una
infancia menos que idílica y podido crear una vida nueva en
una tierra extraña, ella podría convertir a Millersburg en un
lugar de moda.

Aún si eso implicaba hacer de la mierda de vaca, el maíz y las


ropas Amish unavogue.

Wai despertó de su ensueño cuando vio a un oficial de


patrullas con un impermeable naranja brillante cerca del
extremo de la salida que había tomado. Detuvo el auto junto a
él para pedirle información sobre la hostería donde tenía
reservada una habitación.

“Imposible”, gritó el panzón oficial, su voz fuerte para dejarse


oír por encima de la lluvia incesante. “¡Todo el condado está en
alerta de inundación, y el río Tuscawaras ya se ha rebalsado!”

Mierda.

“¿Que debería hacer?” Se preguntó Wai. “No soy de por aquí.

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¿Hay algún motel cerca?”

El oficial inclinó la cabeza al tiempo que señalaba un camino


que Wai apenas si podía ver. “¡Vaya hacia el este!”, gritó el
agente. “Encontrará un pequeño motel hacia la derecha a más o
menos cinco millas por el camino. ¡No es nada demasiado
elegante, pero las sábanas están limpias y la comida es buena y
caliente!”

Para esa altura, esas palabras sonaban como música en sus


oídos. “¡Bárbaro!”, gritó por sobre el ruido del diluvio,
“¡Gracias!”. Regalándole una sonrisa rápida, Wai escudriñó
hacia adelante, y trató de seguir tan rápido y tan seguro como
era posible por el angosto camino rural.

El clima era irreal. Nunca antes había visto caer la lluvia con
tanta fuerza desde el cielo como ocurría en los campos de Ohio.
Lo último que necesitaba era quedar atrapada en una
inundación. Le haría caso al consejo del oficial y felizmente
estacionaría su trasero en el motel con las sábanas limpias y la
comida caliente.

Cinco millas más adelante, hizo justamente eso. Wai dejó


escapar un suspiro de alivio al leer las palabras HOSTERÍA
ZEISBERGER. El letrero era viejo y ruinoso, las luces de neón
apenas si funcionaban, pero se las ingenió para verlo y se
internó por el camino solitario del motel.

Sábanas limpias y comida caliente, pensó mientras respiraba


aliviada. Bienvenidas sean.

*****

El día se hizo tardecita, la tardecita se convirtió en noche, y la


lluvia continuaba. Sintiéndose llena con la cena, Wai cayó en la
cama con un gruñido.

Era difícil digerir comida de gourmet, ¿pero digerir comida


casera? Frijoles fritos, pan casero fresco con manteca de

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manzana, puré de patatas cremoso, pavo, pollo, salsa…y, pensó


con quejido, una porción de la mejor tarta de cerezas ‘a la made’
que hubiera probado. Su panza se sentía tan llena que temió
estar a punto de explotar.

Acostándose sobre la espalda con un suspiro, Wai clavó la vista


en el techo. Tenía la mente en blanco y los oídos adaptados al
sonido de la lluvia que caía incesante. El diluvio no había
terminado, pero podía darse cuenta que tenía menos fuerza.
Gracias a Dios por los pequeños milagros.

Bostezando, se estiró como un gato somnoliento y cerró los


ojos. De seguro la lluvia habría cesado para cuando ella
despertara. Luego podría regresar a su asunto de encontrar
Millersburg.

*****

“Jack…”

Wai se sentó sobresaltada en la cama con baldaquín, los claros


ojos marrones abiertos. Respirando con dificultad, su mirada
recorrió el pequeño cuarto mientras se despabilaba y notaba
que había estado soñando.

Jack Elliot. Estaba de regreso.

Había deseado que desapareciera hacía casi un año, y él lo


había hecho. No había tenido sueños del hombre mítico desde
esa noche en que le pidió que la dejara. Hubo momentos en que
lo extrañó, ocasiones cuando se había sentido tentada de
acostarse y pedir que regresara, aunque nunca lo admitió en
voz alta.

Wai había deseado entonces lo que deseaba ahora, continuar


con su vida sin Jack. Ocuparse de sí misma y encontrar la
felicidad con un hombre real, no uno imaginario. Sin embargo,
un año más tarde, recuerdos vívidos de su amante de ensueño
le impedían alcanzar esa meta. Los recuerdos no volvían

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siempre, pero tendían a aparecer cada vez que Wai tenía una
oportunidad de conocer a alguien.

Ningún hombre podría compararse al lujurioso y posesivo Jack.

Y ese mismo hecho era lo que hacía la nueva visión tan


preocupante. Había trabajado duro para olvidarlo, muy duro.
Sin embargo, él había encontrado la manera de volver.

Esta vez, el sueño no era como los anteriores. Jack no había


estado haciéndole el amor. Había estado enojado con ella, la
emoción casi atemorizante por la intensidad. Él se sentía
traicionado, como si ella lo hubiera abandonado. Jack había
perdido a su posesión y no lo estaba tomando nada bien.

“¡Basta!” Wai se retó a través de los dientes apretados. Deslizó


dos manos castigadoras a través de largo cabello negro y se
recostó en la cama. “Jack Elliot no existe. Jack Elliot no existe”
Cerró fuertemente los ojos y repitió el mantra una y otra vez.

Pero él se sentía tan real, olía tan real…

¿Estaba acaso enloqueciendo? ¿Así se sentía uno al tener


esquizofrenia?

“Vete”, suplicó, su respiración trabada en el pecho. “Por favor,


Jack…déjame ir”

Capítulo dos

Wai le regaló al Sr. Zeisberger una sonrisa dormida mientras él


charlaba con ella acompañando el desayuno de la Sra.
Zeisberger. Después del sueño que había tenido sobre Jack la
noche anterior, dormir había sido imposible. Había temido
volver a dormir, ya que estaba empezando a creer que algo
dentro de su mente estaba fallando.

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El sólo pensarlo la aterrorizaba. Decididamente, vería a un


psiquiatra en cuanto regresara a Carolina del Norte.

“Anoche firmaste el registro como ‘P-u-a-w-a-i Ashley”, deletreó


el hombre mayor. “¿Cómo lo pronuncias exactamente?”

Wai le sonrió al Sr. Zeisberger. Era una pregunta que le hacían


cada vez que tenía que mostrar su identificación. “Se pronuncia
‘Po-uai’”, le contestó con su acento neozelandés. “Es más fácil
llamarme ‘Wai’ como hace todo el mundo”

Él parpadeó. “Entendido. Cuéntame más acerca del pueblo


maori” Tragó el suero de leche antes de apoyar la taza en la
mesa. “La señora y yo nunca hemos salido de Ohio”

“Sí lo hemos hecho, querido”, se les unió su esposa desde la


cocina. “Hemos estado en Virginia del oeste una vez”

“Oh, cierto” El esposo frunció el entrecejo. “Pero eso no cuenta


porque es aquí nomás y no hay mucha diferencia con lo que
tenemos acá”

Ella sonrió al hombre. Una vez que la Sra. Zeisberger se les


unió, Wai pasó los siguientes treinta minutos satisfaciendo la
curiosidad de sus anfitriones acerca de su tierra nativa, y
contestando todas y cada una de las preguntas. Cuando la
comida finalizó, Wai se levantó para irse.

“Gracias por el increíble desayuno y la compañía” Wai sonrió.


“Será mejor si hago las maletas y vuelvo a la carretera. ¡Oh! ¿Me
podrían indicar el camino hacia Millersburg?”

“Me temo que viajar hacia algún lado es imposible”, le contestó


el hombre. Mordisqueó el mondadientes que le colgaba de la
boca. “Todos los caminos que la llevan hasta allí están bajo el
agua”

El corazón de Wai se desilusionó. Tan sólo quería irse de allí. El


matrimonio mayor era tan agradable como uno pudiera desear,

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pero Jack…

Necesitaba escapar. En todos los años en que lo había soñado,


nunca lo había sentido más cercano o más real que la pasada
noche. La necesidad de abandonar este lugar era tan
desesperada que podía notarse. Hasta sus anfitriones podían
verlo.

“Si es dinero lo que te preocupa, querida”, dijo la Sra.


Zeisberger, “no te hagas problemas por eso. Puedes quedarte
aquí sin cargo hasta que los caminos sean transitables”

“Oh, eso es increíblemente amable”, exclamó Wai, “pero no es el


dinero el problema”

“¿Entonces…?”

No había manera de explicarles lo que le ocurría sin sonar


como una loca. Decir que estaba desesperada no alcanzaba
para describir su estado-teníaque irse. Ahora. “Tan sólo estaba
ansiosa de comenzar con mi nueva asignación, nada más”, les
mintió. Cruzó los dedos sobre la falda mientras les contaba
sobre la agencia publicitaria para la que trabajaba. “Pero
imagino que visitar un pueblo amish tendrá que esperar”

“Nosotros también tenemos unos cuantos amish alrededor del


pueblo”, comentó el hombre. Se rascó los restos de cabello
canoso que aún tenía en la cabeza. “No demasiados,
honestamente, pero dado que la mayoría de ellos viven igual y
se visten igual, cuando ha conocido a uno, los ha conocido a
todos”

Wai no sabía si largarse a llorar o a reír. Sonaba como si


tuviera el trabajo listo para ella. Se conformó con resoplar antes
de preguntar si había algo para hacer en el área en la que
estaba, llamada Nueva Filadelfia, de acuerdo a lo que le habían
dicho.

“De hecho”, acotó el anciano, enderezando su espalda, “hay” Él

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inclinó la cabeza. “¿Ha oído hablar del Pueblo Schoenbrunn?”

Ella sacudió su cabeza. “No. Lo siento pero no lo conozco. ¿Qué


es?”

“El primer asentamiento en Ohio”, contestó por él su esposa.


La señora se acomodó el rodete de rizos blancos que tenía en lo
alto de la cabeza. “Y probablemente uno de los pocos pueblos de
la época de la Guerra de Revolución en el que indios y blancos
vivían juntos”

“Lo fundó mi abuelo”, dijo con orgullo el Sr. Zeisberger. “Bueno,


sería mejor decir un antepasado mío hace unos doscientos y
pico de años. Su nombre era David Zeisberger, un misionero de
Moravia quién hizo de convertir a los indios a su sistema
pacífico de cristianismo, la labor de su vida.

Qué interesante. “¿Tuvo éxito la colonia?” Preguntó Wai.

“Entre los residentes lo tuvo” El anciano levantó un poco sus


pantalones mientras se preparaba para darle un resumen de la
historia. “Mi antepasado, sabes, no creía en que había que
forzar a los indios a pensar como él. Si venían, tenían que
hacerlo voluntariamente. Las únicas reglas que tenía eran, no
guerra, no pintura de guerra y no sexo prematrimonial” Se
encogió de hombros. “Más allá de eso, él no trataba de imponer
sus creencias europeas o su modo de vida”

Wai presintió que venía un “pero” Tenía razón.

“El problema fue”, suspiró la Sra. Zeisberger, “el abuelo se negó


a tomar partido durante la Guerra de Revolución. Él era un
pacifista en toda su vida. Vivía lo que predicaba”

“Por eso, los británicos y los americanos sospechaban que


ayudaba al bando contrario”, intervino el descendiente de
David. “Schoenbrunn estaba atrapado entre el Fuerte Pitt de los
americanos y el Fuerte Detroit de los británicos. A la larga, mi
antepasado y los otros colonos abandonaron Schoenbrunn ya

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que temían por sus vidas”

Una cierta sensación de tristeza se apoderó de Wai, sin saber el


por qué. Estaban hablando de gente que había estado muerta
por más de doscientos años. “Eso es terrible”, susurró ella.

“Bueno, la guerra siempre lo es, hermosa” La Sra. Zeisberger


sacudió su cabeza. “Dios sabe que he vivido para ver
demasiadas. Y nunca una agradable”

“Sí”, murmuró Wai, “supongo que no” Se quedó callada durante


un rato y luego preguntó, “¿Dijo que el pueblo estaba cerca?”
Una curiosidad como nunca antes había sentido le estaba
devorando los sentidos. Un nudo de nerviosismo le atenazaba el
estómago. Debido a razones que no entendía, sentía como si
ellatuviera que ver ese lugar. “Imagino que las ruinas todavía se
ven. ¿Se encuentran a una distancia corta?”

“A alrededor de una milla por el camino” El anciano frunció el


seño pensativo. “Me arriesgaría a llevarte, pero no creo que
sirviera de mucho. La cosa es”, explicó, “las líneas telefónicas
están caídas, así que no hay forma en me puedas avisar cuando
estés lista para volver”

“No hay problema”, dijo Wai. “Puedo manejar yo”

Su esposa hizo un sonido de duda. “No me parece que sea una


buena idea. ¿Qué harías si el único camino que no está
inundado queda bajo el agua? Dudo mucho que supieras qué
hacer en una situación así y…”

Wai calmó los temores de la anciana con un movimiento


despreocupado de la mano. “Estaré bien”, les aseguró.

No le importaron sus argumentos. Estaba decidida a ver este


pueblo Schoenbrunn sin importar cuán feo se pusiera el tiempo.
Algo en el lugar la llamaba, y apenas si sabía el nombre del
mismo. Sin mencionar que era la mejor excusa para escaparse
de Jack.

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“Si comienza a llover nuevamente, me vuelvo” Wai les regaló


una sonrisa de dientes perlados. “Lo prometo”

*****

No estaba saliendo bien. Más cerca estaba Wai del antiguo


pueblo, más fuertes resonaban los pensamientos sobre Jack en
su cerebro. Y ahora que estaba aquí, parada en la recepción…

Exhaló el aliento, el corazón enloquecido. La asaltó el miedo de


salir de la recepción y adentrarse en el misterioso pueblo. ¿Qué
demonios estaba ocurriendo? ¿Por qué sentía que Jack estaba,
de algún modo, atado a este sitio? ¿Por qué sudaba con el
corazón descontrolado? ¡No tenía sentido!

“Estoy realmente perdiendo la cabeza”, murmuró para sí


misma.

Necesitaría más de un psiquiatra cuando regresara a Carolina


del Norte.

“Lo siento, ¿dijo usted algo?”

Wai levantó la cabeza rápidamente. Había olvidado que la única


empleada del sitio histórico estaba detrás del mostrador.
Sacudiéndose de encima la sensación de extrañeza, inclinó la
cabeza con educación y sonrió a la adolescente. “Me sorprende
que trabajes el día de hoy”

“Abrimos cada día desde el Día de Remembranza hasta el Día


del Trabajo” La rubia joven y bonita hizo un globo con la goma
de mascar y lo explotó. “Incluido el día de ayer, durante la
tormenta”

Wai asintió. “Veo. Bueno…supongo que quiero una entrada”

“Seguro. Serían seis dólares”

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Wai le alcanzó varios billetes de a uno, y luego guardó el resto


de su cambio en un bolsillo. Teniendo una desagradable
tendencia a perder algunos billetes de vez en cuando, empujó
los billetes tan profundo como lo permitió el bolsillo de su
solero.

“No tenemos paseos guiados o representaciones coloniales


excepto cuando vienen contingentes de escolares. Dado que no
hay visitas escolares hoy, sencillamente sale por esa puerta y
explora usted sola. Mi nombre es Julie. En caso de que necesite
algo”

“Gracias, Julie” La voz de Wai sonó ronca aún para sus oídos,
así que se aclaró la garganta. “Me pondré en camino, entonces”

Wai caminó tranquila hacia las puertas dobles que daban al


pueblo. Se detuvo en mitad de un paso, su visión periférica
atrapada por un retrato muy antiguo que estaba colgado.
Curiosa, caminó hacia él y leyó la inscripción debajo:

David Zeisberger, 1772

Wai alzó la mirada. Con una sencilla camisa blanca bajo una
sofisticada chaqueta negra de la época, el canoso misionero
habría lucido muy austero si no fuera por la bondad de sus
ojos. Tenía los mismos ojos que su nieto. “Así que usted es el
antepasado del Sr. Zeisberger”, murmuró.

Wai deslizó dos dedos sobre la inscripción de bronce. Sintió que


el retrato la atraía físicamente.¿Por qué me siento tan atraída
hacia usted y este lugar? Esto es más que extraño.

Retiró la mano y se mantuvo recta, mentalmente dándose un


sermón. Éste no era el momento de ponerse rara. No mientras
Julie estuviera unos pasos atrás, probablemente mirándola
como si ella hubiera perdido la cabeza.

“¿Se siente bien?”, le preguntó la adolescente.

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“Sí” Wai se puso una sonrisa sobre el rostro mientras inclinaba


la cabeza hacia la joven. Por razones desconocidas, sentía que el
pulso estaba por estallarle. Quizá se estaba enfermando.
“Sencillamente me maree por un momento”

El teléfono sonó, atrayendo la atención de Julie. Wai inhaló


profundo y exhaló lentamente, agradecida por la interrupción.

Sal de aquí. ¡Pasa las puertas, respira aire fresco, y te sentirás


bien!

Su mirada volvió a las puertas dobles. Por suerte, había elegido


un vestido de algodón con breteles cruzados, teñido en el estilo
batik, que había comprado en vacaciones, ya que la humedad
se hacía sentir después de la lluvia. Dios sabía que ya se sentía
acalorada.

Con el corazón latiendo fuerte, se quitó las gotas de


transpiración de la frente, mientras enfilaba hacia las puertas
dobles.Puedes hacerlo. ¡Deja de actuar como una idiota!

Con los orificios de la nariz dilatados, Wai aspiró una vez más
con fuerza, y luego abrió las puertas.

Capítulo tres

Dejó escapar el aire con una risita. Las puertas se cerraron con
fuerza.

El corazón de Wai había estado latiendo como si hubiera


temido encontrarse con King Kong, pero todo lo que halló fue un
pueblo tranquilo, vacío, de la época de la Guerra de Revolución.
Cabañas de troncos, arcilla y tierra amontonada se alineaban
prolijamente, una después de la otra, a lo largo de un sendero
de hierba que probablemente había sido una calle de tierra en
sus años de apogeo.

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Era una colonia hermosa. Le provocaba algo, una emoción


indefinida, pero ese algo era maravilloso, no atemorizante.

Siento que estoy…en casa.

Con asombro, comenzó a caminar hacia la primer cabaña a la


derecha de la “calle”. Al usar sandalias, sus pies se empaparon
inmediatamente con una combinación de barro y pasto húmedo
por el rocío. Pero a ella no le importó. Se sentía demasiado
emocionada para prestarles mucha atención a sus pies y
calzado sucio.

Al llegar a la primera cabaña, Wai quiso saber que había


dentro. Entrecerró los ojos mientras cruzaba la pequeña puerta,
le llevó un momento adaptar la vista a la semi-oscuridad
interna. Cuando se acostumbró, sonrió.

El interior era simple y arcaico. En el medio del antiguo hogar


había una chimenea. Hacia la izquierda se ubicaban un banco
de troncos, un barril y palos pesados para batir manteca junto
con grandes calderos para cocinar. Hacia la izquierda se hallaba
el dormitorio, una pequeña cama de paja cubierta con pieles de
animales. Toda la cabaña tenía el tamaño del comedor del
departamento de Wai.

Aspirando profundamente, absorbió el olor a tierra de la


pequeña casa abandonada. Una paz inmediata la embargó. La
cabaña olía a pasto, polvo y naturaleza. La cabaña olía…bien.

A punto de abandonar el lugar pequeño y oscuro, con el rabillo


del ojo percibió algo extraño en la esquina más alejada. Con el
ceño fruncido, se dirigió hacia donde estaba la pequeña cama y
miró hacia el suelo de tierra.

¿Qué diablos…?

Allí, en la esquina, encajado dentro de los cimientos de la


cabaña de troncos y arcilla seca, había un pedacito de tela. Se
inclinó para poder verlo mejor. Ella se paralizó.

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“Esto no tiene sentido”, murmuró.

Recogiendo el trozo de tela vieja, que realmente se veía como si


tuviera más de doscientos años, lo miró con una expresión
surrealista. Teñido batik. El pedazo de tela había sido teñido al
batik. Y lo más extraño, era una copia perfecta aunque
decolorada, de los colores que tenía su vestido de breteles
cruzados que estaba usando: amarillo, violeta y azul eléctrico.

Wai expiró fuertemente. No tenía una idea clara de que diablos


estaba pasando, pero las cosas se estaban poniendo cada vez
más raras. Arrojando el pedazo de tela al suelo, corrió fuera de
la cabaña, y jadeando para respirar, se apoyó contra la pared.

Era tan sólo una coincidencia. ¡Relájate! Te has sentido extraña


desde el regreso de Jack y ahora estás interpretando
demasiadas cosas de la nada.

Se repitió el mantra unas cuantas veces hasta que el corazón


comenzó a latir de modo más normal. Siguiendo con su paseo a
través del pueblo abandonado, Wai se recordó que no era la
única mujer que había estado de vacaciones en Jamaica y que
se había comprado un souvenir en la forma de un vestido teñido
al batik. Era obvio que a alguien se le había roto el vestido en
esa cabaña y los cuidadores del pueblo histórico no lo habían
visto. Las cabañas estaban a oscuras. No notar un pequeño
pedazo de tela sería lo más común.

Sintiéndose mejor, retomó la visita por el pueblo. La cabaña de


un fabricante de velas, la cabaña de un herrero, y unos pocos
hogares sin mayores características que parecían haber sido
habitados por los indios lenape.

Para cuando llegó a la escuela de sólo una sala, espaciosa, Wai


se sentía una vez más ella misma. Echando un vistazo en
derredor, sonrió al posar la vista sobre un cuadro que colgaba
sobre la pared izquierda. “Hans pintó eso”, dijo con nostalgia.
“Hans Benedict.”

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Ella pestañeó. Acercándose hacia el sitio donde colgaba la


pintura con una escena navideña, miró fijo la firma en la
misma.

Hans Benedict, 1776.

Wai quedó boquiabierta. ¿Cómo había podido saberlo?

“D-debo haberlo aprendido en la escuela”, jadeó, sintiendo que


estaba a punto de sufrir un ataque de histeria. Pero ella sabía
que no era así. Cada fibra de su cuerpo le decía que Hans
Benedict no había sido nunca un pintor famoso. Había sido tan
solo un escolar.

¿Qué demonios estaba ocurriendo?

Salió corriendo de la escuela, y siguió tan rápido como le daban


las piernas. Su pulso latía descontrolado y sentía el corazón
golpear contra sus pechos. La hierba empapada y el barro
salpicaban sus pantorrillas, se escurrían entre los dedos de los
pies.

Estás huyendo hacia el lado equivocado. Regresa hacia la


recepción…

Para cuando Wai se frenó, se encontraba a media milla de Julie


y de la cordura. Jadeando por el esfuerzo, le llevó un momento
darse cuenta hacia dónde había corrido, darse cuenta de dónde
estaba.

En el medio de un cementerio.

Sintiéndose mareada, lentamente giró sobre sí misma, viendo


por lo menos treinta lápidas. No eran lápidas modernas, lisas,
hechas en mármol, sino trozos de piedra cortados toscamente,
apoyadas sobre sí mismas. Leyó la primera inscripción que vio.

Aquí yace Sarah, hija de Elizabeth y Samuel. Nacida en 1772.

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Desaparecida de esta tierra en 1773.

Wai pestañeó varias veces seguido, tratando de evitar las


lágrimas. Sarah no había tenido más de un año cuando había
muerto. Miró la lápida siguiente.

Aquí yace Samuel, esposo de Elizabeth y padre de Sarah y


Hans. Nacido en 1751. Desaparecido de esta tierra en 1776.

La tristeza la envolvió. Sufría por Hans, sentía su dolor como si


ella hubiera estado allí para consolarlo el día que su padre
había muerto.

Wai cerró sus ojos durante un momento, apoyando su mano


temblorosa sobre su frente. “¿Qué esta pasando?”, susurró.
“Tengo miedo”

Alzando la vista, su mirada marrón se dirigió hacia el extremo


del cementerio, hacia dos tumbas que yacían separadas de las
demás. Como si estuviera en trance, lentamente caminó hacia
donde estaban las lápidas. No quería verlas, pero sentía como si
tuviera que hacerlo.

Deteniéndose junto a la primera, inhaló profundo y luego dejó


escapar el aire. Lentamente bajó la vista hacia la lápida.

Aquí yace Puawai, esposa de Jack. Fecha de nacimiento


desconocida. Partió desde esta tierra en 1776.

Wai se apretó el estómago y jadeó. Sintiéndose a punto de


desmayarse, miró la siguiente tumba.

Aquí yace Jack, esposo de Puawai. Nacido en 1747.


Desaparecido de esta tierra en 1776.

“Oh Dios mío”, murmuró Wai, sintiendo como la piel de gallina


le cubría todo el cuerpo. Sabía que iba a desmayarse. A ciegas
tanteó buscando algo, cualquier cosa a la que pudiera aferrarse.
“Esto no está pasando realmente”

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Cayéndose, gritó mientras sus rodillas golpeaban la tierra


endurecida. Jack…él era real.

¡No! ¡No puede ser!

Ese fue su último pensamiento coherente antes de que su


cabeza golpeara la lápida de Jack. Gimiendo ante el dolor que
pareció partirle el cráneo, los ojos de Wai se dieron vuelta y se
cerraron.

Capítulo cuatro

Wai se despertó con el sonido de caballos relinchando y el


ruido de sus patas. Gimió, los párpados tratando de abrirse. La
cabeza le latía, las rodillas se sentían lastimadas.

“Por favor, despierte señorita”

“¿Está herida?”

¿Dónde estoy?

“¿Habla usted inglés?”

“Quizá deberíamos avisarle al predicador. Él habla su idioma”

¿Mi idioma?

Forzándose a abrir los ojos, le tomó un momento adaptarse a la


luz. Irguiéndose, sintió que la náusea la embargaba. Gimiendo,
Wai se abrazó la panza, encogiendo las piernas debajo de ella.
Wai entrecerró los ojos, tratando de distinguir los rostros de los
dos niños que se inclinaban cerca de ella.

“Está enferma, Hans”, una voz femenina y aguda comentó.

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“Iré por el predicador”

“No”. Wai luchó con su vista, abriendo y cerrando los ojos


hasta que pudo ver algo más que simples siluetas. Cuando por
fin sus ojos comenzaron a distinguir, miró fijo a los dos niños, y
tuvo que pestañear y volver a mirar.

Estaban vestidos como…peregrinos.

La niña, de alrededor de diez años, usaba un sencillo vestido


azul con un delantal blanco cubriendo la mayor parte de él. Su
cabello, largo y rubio, estaba recogido en un rodete en la nuca,
un bonete grande y blanco cubría la parte superior de la cabeza.
El niño, de no más de doce años, tenía el cabello castaño que le
llegaba a los hombros y lo tenía recogido con una tira de cuero
en la nuca. Usaba una camisa blanca bajo una chaqueta
marrón y larga, adornada con docenas de botones. Pantalones
marrones atados a la rodilla con medias cubriendo el resto de
sus piernas completaban su atuendo.

Wai pestañeó. Echó un vistazo en derredor y notó que ya no


estaba sentada frente a una tumba. Había unas diez o doce
lápidas en el cementerio, y absolutamente nada donde estaba
ahora, hierbas altas yacían bajo ella.

Nada de Jack. Ni de Puawai…

¿Había soñado todo lo anterior?

Tragando con fuerza, Wai miró hacia la recepción. No podía


verlo. Todo lo que veía era gente por el camino, todos cuidando
los campos o caminando por ahí, todos con las mismas ropas
anticuadas que los niños.

“Creí que no había viajes escolares programados para hoy” Esta


gente debía estar usando ropas de época, actores voluntarios
que montaban actuaciones coloniales para los chicos. “Eso dijo
Julie”

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“¿Julie?”, preguntó la pequeña. Ella frunció el ceño. “¿Se siente


bien, señorita? ¿Desea que busquemos al predicador? ¿O a la
vieja Annie quizá?”

“¡No!”

“No se asuste”, dijo Hans rápidamente. “Dicen que la vieja


Annie es una bruja, pero nosotros sabemos que no. El
predicador dice que ella es una buena mujer cristiana. Tan solo
sabe mucho sobre raíces y hierbas”

“Aprendió sobre la curación con una mujer lenape”, explicó la


niñita.

¿De qué demonios están hablando ustedes dos?

El corazón de Wai comenzó a correr, el pulso se le aceleró.


Sentía que estaba a punto de desmayarse. O vomitar. “No
comprendo lo que ocurre”, susurró. “¿Dónde estoy?”

Más miraba alrededor y menos familiar le parecía el entorno.


Donde antes estaba el camino de pasto que pasaba en medio del
pueblo, había ahora una calle de tierra apisonada, muy
transitada.

Parándose lentamente, miró a los niños. Hans observó las


piernas desnudas y luego los pezones que empujaban contra el
solero de algodón. Se sonrojó y quitó la vista.

“Oh, Dios”, dijo la niñita, “¡usted está casi desnuda!”

“Ursa”, la reconvino Hans, más acalorado que antes. “Los


indios son así. No debemos juzgar. O mirar fijo”

“Los indios somos así de inteligentes, gracias” Wai frunció el


entrecejo. “Te estás tomando el papel demasiado en serio”

Hans se veía realmente confundido. Se quedó en silencio por


un momento y luego dijo, “¿Por qué no vamos a ver al

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predicador juntos, señorita? Él le dará algo de comer. Y algunas


prendas correctas, ¡quise decir limpias!”

Wai miró su vestido manchado de barro. “Puedo cambiar de


ropa en la hostería” Algo no estaba bien. Algo se sentía raro. A
saber, el hecho de que estos niños se veían demasiado
auténticos para su gusto. El deseo de huir era sobrecogedor.
“Tengo que irme”, apenas si pudo decir.

“¿Tiene su asentamiento cerca?” Preguntó Ursa. “No hemos


oído de ninguno”

¡Basta! ¡Basta de hablar así de raro!

Forzándose a caminar, Wai ignoró a los niños y empezó a


avanzar a los tumbos hacia la entrada de Schoenbrunn. Sus
claros ojos marrones se agrandaron cuando siguió sin ver la
recepción.¿Qué esta ocurriendo? ¡Que alguien me despierte de
esta pesadilla!

Oyó que los niños la seguían, pero los ignoró. Hombres y


mujeres, tanto blancos como indios, detenían lo que estaban
haciendo y la miraban pasar, sus bocas abiertas mientras la
observaban de arriba a abajo.

“¿Es una lenape?”, oyó que una mujer blanca susurraba.

“Nunca he visto un vestido tribal como ese”, masculló una


mujer lenape.

¡Esta gente está loca! ¡Todos y cada uno!

Comenzó a caminar más rápido. Notó que Hans y Ursa corrían


delante de ella, pero no les prestó atención. Se movía tan rápido
como podía por el camino de tierra, rezando por ver pronto la
recepción.

Nada. Era como si la tierra se hubiera tragado el edificio entero.

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Hans y Ursa aparecieron corriendo desde una cabaña de


troncos, un hombre mayor detrás de ellos. Estaba vestido de los
pies a la cabeza en blanco y negro, sus prendas similares a las
de Hans. ¿Era acaso el predicador del que hablaron los niños?

“No tema, señorita”, dijo el hombre con gentileza, dirigiéndose


hacia ella. Su inglés tenía un fuerte acento, como si proviniera
de Europa del este. Se calmó al ver que él se acercaba, su
espalda endureciéndose. “Nadie aquí le va a hacer daño”

Él se acercó. Más cerca aún. Cuando ella y el predicador se


miraron a los ojos, el aliento de Wai quedó atrapado en su
garganta.

Ay, Dios mío.

“David Zeisberger,” murmuró ella, sin pestañear. Los


escalofríos le recorrían la espalda. Sintió la transpiración en su
frente, entre sus pechos.

Los ojos azules apenas si se abrieron un poco más. “¿Sabe mi


nombre? ¿Vino aquí buscando este pueblo, joven?”

Iba a desmayarse. O a gritar. Su corazón latía en sus oídos,


haciendo casi imposible que pudiera oír lo que él decía.

“Tengo que irme”, jadeó Wai, alejándose de él. Su mirada


observó desesperada los rostros en la multitud que los
empezaba a rodear, antes de posarse nuevamente sobre el
misionero. “¡Esto no es real!”

“Todo saldrá bien, joven. Por favor…”

Lo que fuera que David Zeisberger había estado a punto de


decir quedó en el aire. Salió corriendo hacia donde la recepción
debería estar, sus brazos sacudiéndose de adelante hacia atrás
mientras ganaba velocidad. En un momento había un camino
de tierra, y luego sólo había un bosque verde. Corriendo tan
rápido como sus pies la podían llevar, Wai huyó hacia el

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anonimato de los bosques circundantes.

Se dijo a sí misma que estotenía que ser un sueño.

Muy profundo temía que no lo fuera.

*****

El Mayor Jack Elliot detuvo su cabalgadura. Juraría que había


visto a una muchacha india esconderse tras unos matorrales.

Otro movimiento. Piel caramelo contra tela amarillo brillante.

Sus ojos no lo estaban engañando.

La muchacha corrió hacia un árbol más grande y se escondió


tras él. Sus ojos azules se entrecerraron. Tenía que ser una
lenape. Los blancos nunca se vestían…así.La prenda delatora
era tan escasa como para ser obscena. Con vergüenza,
reconoció que tenía una erección de tan sólo verle las piernas
desnudas.

“¿Por qué estás aquí?”, murmuró para sí. ¿Qué deseaba?

Estos días, nunca se sabía a quién apoyaban los indios. Ella


podía ser amiga o enemiga. Demonios, en cuanto a eso, estos
días no se podía estar seguro de que los vecinos de la zona
fueran amigos o enemigos. Como la gente que vivía en
Schoenbrunn; muchos soldados del continente creían que el
misionero y sus seguidores eran favorables a los británicos.
Suspiró, no queriendo pensar en eso ahora.

¿Pero qué había de la joven?

Jack no sabía de algún americano o simpatizante del rey que


enviara a una jovencita cerca de un campamento de soldados
cansados y libidinosos, la mayoría de los cuales no había estado
con una mujer en meses, si acaso habían estado.
Especialmente, no David Zeisberger. Si había algo de lo que

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Jack estaba seguro acerca de las actitudes de Zeisberger, era


con respecto a eso.

Jack inclinó la cabeza y observó a la joven esconderse tras otro


árbol. Estaba tratando de alejarse de él tanto como le fuera
posible sin ser vista. Él dudaba que ella supiera que había sido
vista; ella hubiera huido si así fuera.

El Mayor Ellit se había alejado del campamento totalmente


solo. Se había ido después de avisarles a sus hombres que
quería una oportunidad más para hablar con Zeisberger en
privado, intentar al menos convencerlo de que apoyara a los
colonos en la guerra. Jack había tenido la esperanza de
convencer al misionero. De otro modo, no podría proteger al
pueblo o a sus habitantes por más tiempo.

Otro movimiento.

Con las mandíbulas trabadas, Jack se preparó para lanzar su


cabalgadura al galope hacia la joven india. Contra viento y
mareaaveriguaría quién era ella y que es lo que hacía tan cerca
del fuerte americano.

Con los dientes castañeteándole, el corazón de Wai se le clavó


en el estómago al ver al jinete a caballo. Había estado corriendo
y caminando por tres horas al menos; lo más lejos posible de
Schoenbrunn. Había esperado ver calles pavimentadas y
civilización. Por el contrario, el bosque aparentemente infinito la
había rodeado.

Y ahora otro hombre con ropa de época. Sólo que éste en


particular vestía como un soldado…

Un sombrero negro y triangular se apoyaba sobre una melena


larga de cabello castaño claro. No podía distinguir demasiados
detalles del rostro a esa distancia, pero los rasgos se veían
bronceados. Usaba un sacón azul adornado con docenas de

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botones brillantes que le bajaba hasta el muslo. Pantalones de


montar ajustados en color marrón por debajo del saco y botas
hasta la rodilla negras completaban el conjunto.

A pesar de lo recargado de la vestimenta para esta época del


año, Wai no tuvo problema en distinguir cuan musculoso y
poderoso era el cuerpo debajo. Esos bíceps se tensaban debajo
del saco cada vez que él hacía el más mínimo movimiento.

Inspirando profundo, Wai se obligó a calmar sus nervios tensos


y los dientes que castañeteaban. No quería enfrentar la
situación y sin embargo no había manera de escapar.

O bien Wai había perdido la cabeza completamente o de algún


modo desafiaba todo lo que ella creía que era verdad, había
viajado hacia el pasado en guerra en Ohio.

“¡Esto no está pasando realmente!” Sencillamente no puedo


creer que esto sea real.

La respiración se le atoró en el fondo de la garganta. Ella se


paralizó.

El soldado la había visto, pensó con histeria. Él trataba de


comportarse como si no pasara nada, pero ella no era tan
ingenua. Se daba cuenta por la manera en que inclinaba la
cabeza, y luego como se le tensaron los músculos debajo de ese
ajustado sacón azul que usaba.

Si había viajado al pasado, ¡había elegido un momento del


demonio! Este hombre, un soldado, seguramente la mataría.
Especialmente cuando se diera cuenta que era una india.

Con el corazón galopando, Wai se dirigió a toda velocidad hacia


el punto desde donde venía. Trató de ignorar el aterrorizante
grito del soldado al azuzar a su caballo y el igualmente terrible
sonido del galope que se acercaba a ella.

¡Corre más rápido, Wai! ¡Ahooooora!

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Arriesgándose a mirar por sobre el hombro, su rostro


empalideció al ver la determinación en el rostro del jinete. Podía
asegurar que estaba lista, se notaba en los músculos tensos, la
mandíbula de acero y los ojos azules decididos de él.

Girando el cuello hacia adelante, los ojos de Wai se abrieron


asustados al darse cuenta que estaba por estrellar su cabeza
contra un árbol. Peor aún, iba demasiado rápido para poder
esquivarlo. Gritó fuerte al golpearlo, y luego respiró con jadeos
al caer al suelo.

Mareada y con náuseas, sabía que se desmayaría. Lo último


que Wai vio antes de rendirse al dolor cegador fue un rostro
demasiado familiar inclinándose sobre ella.

Ay, Dios mío.

“¿Jack?” susurró ella, los últimos restos de la adrenalina


corriéndole por el cuerpo.

Él se paralizó. ¿Por reconocerla? ¿Por la sorpresa de que ella lo


reconociera?

No tuvo tiempo de descubrir la respuesta. Una luz cegadora le


nubló la vista antes de que la negrura la envolviera.

Después de buscarle el pulso, Jack alzó a la joven lenape y se


quedó mirando ese rostro inconsciente. Respiró con fuerza,
sintiendo como si se hubiera quedado totalmente sin aire. La
joven…era…

Ella.

La mujer con la que había fantaseado años. La mujer que él


había llegado a creer que era tan solo producto de su
imaginación sexual. Habría reconocido este rostro, este cuerpo,

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este aroma en cualquier lugar.

Los recuerdos lo asaltaron, lo superaron. Ese trasero


lujuriosamente redondeado. Sus ojos marrón claro rodeados por
las pestañas negro profundo. La manera en que ella jadeaba en
sus fantasías nocturnas cuando él embestía dentro de esa
estrecha, húmeda y resbaladiza…

Los orificios nasales de Jack se agrandaron. Cerró los ojos


brevemente, recordándose que éste no era el lugar ni el
momento para tener pensamientos carnales y pecaminosos. Ella
se había dado un serio golpe en la cabeza; necesitaba de su
ayuda.

Dándose cuenta de que el pueblo más cercano, Schoenbrunn,


estaba a bastante distancia a caballo, y que llevarla allí
inconsciente era casi imposible sin causarle más daño, decidió
armar un campamento improvisado. De ninguna manera la
llevaría al fuerte y la sometería a la lujuria de cientos de
soldados, y no podía cabalgar hasta Schienbrunn mientras ella
estaba herida. Le curaría las heridas él mismo.

Y luego descubriría, de una vez por todas, quién era ella y qué
diablos estaba ocurriendo.

Capítulo cinco

Ella había estado mayormente dormida durante tres días, pero


Jack había visto soldados heridos en abundancia y se daba
cuenta de que la bellísima cautiva india estaba recuperándose.
Había estado consciente unos momentos, lo cual era un buen
signo. Sonriéndole a través de esos sensuales ojos almendrados,
lo había mirado por unos momentos, y le había susurrado con
su acento ronco y sus pestañas agitándose, antes de hundirse
en un sueño profundo.

Esos momentos estaban ocurriendo cada vez más seguido. No

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parecía estar lúcida la mitad del tiempo, y sin embargo Jack


había obtenido cierta información de ella. Desafortunadamente,
la mayor parte no tenía sentido. Recordó una extraña
conversación que habían mantenido temprano esa mañana, una
conversación que ella probablemente no recordaría cuando se
recuperara.

“¿Quién eres?” Murmuró Jack, los ojos mirando ardientes ese


rostro, los pechos apenas cubiertos y la espalda. “¿Cuál es tu
nombre?”

“Sabes que me llamo Puawai, pero prefiero Wai” Ella sonrió. “Oh
Jack…”. Ella se estiró para alcanzar el rostro de él y deslizar una
mano sobre la barba en su mandíbula. “¿Eres real?”, preguntó
ella con la voz velada.

Silencio.

“¿Cómo sabes mi nombre?”, graznó él.

“Jack”, susurró ella, “Tuve un sueño muy extraño. Viajaba hacia


atrás en el tiempo más de doscientos años” La voz se volvía
distante, leve, mientras se le cerraban los ojos. “Estaba en tu
tumba. Abandoné el siglo veintuno para encontrarte en el
dieciocho…”

Él pestañeó, regresando al presente. Las palabras no tenían


sentido, y sin embargo, le habían provocado un escalofrío de
premonición que le había recorrido la espalda.

¿Viajar a través del tiempo? ¿Era posible eso? ¿O ella tan solo
mascullaba tonterías incoherentes?

Con las mandíbulas tensas, Jack se quitó la ropa y la de su


india cautiva y sumergió su cuerpo y el de ella en el río

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Tuscawaras. Se justificó diciéndose que el baño la ayudaría a


recuperarse, no deseando confesar a sí mismo que tan sólo
quería verla desnuda. Todos estos años soñando con ella, ahora
sabría verdaderamente cómo era su cuerpo.

Haciéndola flotar sobre el agua fría, Jack inspiró profundo y


luego dejó escapar el aliento. Esos pechos eran tan grandes,
redondos y suaves como en sus sueños, los pezones duros y
marrones se alzaban por sobre esas almohadillas de un marrón
más claro, demandando su atención lujuriosa.

Su mirada descendió por el cuerpo. Primero miró el vientre que


lucía tan lascivo como adorable, y luego bajó hacia el montículo
triangular cubierto con bucles negros que se veían suaves al
tacto.

Decidió averiguarlo.

Con la verga tan dura que dolía, Jack apretó los dientes
mientras deslizaba la fragante barra de jabón silvestre sobre los
pechos y el vientre de Wai. Después de generar espuma, arrojó
el jabón por sobre su hombro y masajeó el área de los pechos.

Sintió su vena yugular hincharse ante el roce de los pezones


maduros sobre la palma de su callosa mano. Casi se acaba ahí
mismo en el río al bajar más la mano, dejando deslizar sus
dedos jabonosos por el triángulo de bucles negros que se sentía
tan sedoso como se veía. Ella gimió un poquito, un sonido suave
y velado, mientras los dedos se introducían entre los muslos y
restregaban el pequeño capullo de piel que había allí.

Estoera lo que él quería.Esto era lo que su mente le había


estado diciendo que necesitaba durante años. Estaba cansado
de la guerra, de luchar contra la dominación de un país sobre
otro para obtener la independencia para este último, éste, un
país cuyo código moral ya no sabía si compartía. Había pasado
la mayor parte de su vida adulta en la batalla; el sistema de
valores pacífico con el que había crecido no funcionaba para
ninguna de las dos naciones.

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Pero Jack había cumplido con su deber. Un deber en el que ni


su mismo padre creía.

Masajeó ese clítoris más fuerte, con más ímpetu, observando a


través de los ojos entrecerrados como los pezones se
agrandaban y endurecían más. La verga se le endurecía más
con cada uno de los suaves quejidos de ella, el deseo de
aparearse con la mujer casi lo estaba matando.

Jack expiró fuertemente. Necesitaba enjuagarla y regresarla a


la tienda de piel de animal antes de que terminara tomándola.
No podría vivir consigo mismo si forzaba a una mujer, más aún
si estaba inconsciente.

“Jack”, susurró Wai. Sus pestañas se abrieron suavemente.


“Oh, Dios,Jack … He esperado tanto tiempo por ti”

La respiración de él era tan pesada que le sorprendió poder


hablar. “No sabes lo que dices”, articuló con dificultad. “Estás
enferma”

Con los brazos alrededor del cuello de él, colgando de él, ella
dio dos pasos vacilantes. “Rechacé a todos los otros hombres.
No quise estar con otros hombres, salvo contigo”

Dulce Jesús.La mujer que lo había perseguido en sueños


durante más años de los que recordaba era virgen. No sabía
cuánto más podría soportar. Un gesto más de sumisión de parte
de ella y él la haría suya…irrevocablemente.

“Jack”, murmuró ella. Su lengua rosada se asomó, buscando la


boca ansiosa de él. “Hm.”

Él no necesitó más estímulo. En un momento Wai lo estaba


besando dulcemente y al siguiente la boca de él estaba sobre la
de ella, dura, hambrienta, años de deseo no correspondido en el
beso sensual y ardiente. Los dedos de Jack se enredaron en el
cabello negro y húmedo, sosteniendo el rostro quieto mientras él

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la invadía. La verga latía entre ellos, apretándose contra el


vientre de ella.

“Jack”, dijo en tono velado ella, separando su boca de la de él.


Le costaba respirar tanto como a él. “Hazme el amor.Por favor ”

Dios santísimo.

“Me he contenido cuanto he podido”, dijo él con voz profunda,


dirigiéndose hacia la costa. La depositó suavemente donde la
tierra se encontraba con el agua. “Necesito estar dentro tuyo”

Jack tocó los grandes y suaves pechos mientras se ubicaba


entre los muslos de Wai. La mirada marrón claro se encontró
con la azul, brillando con fuerza animal.

“Esto no está ocurriendo realmente”, jadeó Wai mientras él


deslizaba los pulgares sobre los pezones endurecidos. “Pero
desearía que fuera real. He estado enamorada de ti toda mi
vida”

Los orificios nasales de él se agrandaron. Sabía como se sentía


ella. Justo ahora todo parecía un sueño.

Colocando la cabeza de su verga sobre la húmeda y estrecha


abertura, la impulsó dentro de ella con una embestida
poderosa. Ella gritó, los ojos enormes, pero no se separó de él.

“Haré que se sienta increíble en un minuto”, dijo él con voz


ronca. No había estado tan terriblemente duro en toda su vida.
“Quédate quieta hasta que tu cuerpo pueda contener mi
posesión”

Pareció una eternidad hasta que los músculos se le relajaron y


la tensión los abandonó. Él la besó en todo momento como un
poseso, la boca marcando ardientes huellas sobre la de ella
mientras la verga, inmóvil, latía dentro de Wai. Esas manos
estaban en todas partes, pero mayormente parecían
obsesionadas con sus pechos. Toda su vida él había soñado con

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esta mujer, este momento, y finalmente, había llegado.

“Jack…Hm.” Wai alzó el pecho un poquito. “Chúpalos”

La mandíbula de Jack se endureció al oír las lascivas palabras.


Él alzó los pechos juntos y los sostuvo para su boca ansiosa. La
lengua se dirigió hacia uno de los duros pezones y casi se acaba
ahí mismo al oír el gemido de Wai. Introdujo el pezón en su
boca y lo chupó, incapaz de detener el pequeño gruñido que se
le escapó. Chupaba enloquecido esos pezones, primero uno y
luego el otro, hasta que ella terminó jadeando y gimiendo,
rogándole que la cogiera.

Soltándole el pezón haciendo ruido, comenzó a moverse


lentamente dentro de ella. La verga se sacudió, amenazando con
volcar su simiente, pero apretó los dientes y continuó,
negándose a llegar al clímax en ese momento.

“Jack”

Santo Cielo, se la sentía tan bien. La concha era tan ajustada,


resbaladiza y lujuriosa como él la había soñado.

Y ningún hombre antes la había cogido.

“Wai”

Jack dijo su nombre entre dientes mientras aumentaba el


ritmo de las embestidas. Gruñía mientras la montaba,
hundiéndose sin piedad en esa concha succionadora. Quería
que este momento durara para toda la vida. Quería disfrutar de
la carne jugosa y prieta de ella hasta el día de su muerte.

“Eres mía”, dijo él roncamente, embistiéndola como un hombre


poseído. “Nunca te dejaré ir”

Las tetas se sacudían entre ellos con cada empujón,


aumentando el hambre de Jack hasta el infinito. Diez uñas
arañaron su culo de acero, clavándose en la carne y los

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músculos, acercándolo más a ella.

“Te amo, Jack”, jadeó ella. “Siempre te amaré”

Jack gemía mientras la cogía, su mente yendo a mil, pensando


como haría para conservarla en un mundo donde la unión de
las razas se consideraba inmoral. La tomó con dureza, con
fuerza, entrando y saliendo de su concha, marcándola como
propia con cada embestida.

No la dejaría ir. Nunca. De una u otra manera, ella siempre


sería suya.

“Tu concha se siente tan bien”, dijo él con voz ronca. “Me
perteneces, Wai”

Todo el cuerpo de Jack se endureció sobre ella mientras él


sentía que estaba por acabar. Los músculos tensos y la yugular
hinchada, él se sacudió con un gruñido audible, la verga
sacudiéndose y volcando su leche caliente dentro de la concha
de Wai.

“Wai”, gruñó él, aún cogiéndola, hundiéndose en ella hasta que


su verga se relajó. “Ay Dios, Wai…”

Se desmoronó sobre ella, su respiración pesada. Él nunca


había querido algo tanto en su vida como quería a esa mujer.
Aún la amenaza de que los americanos perdieran ante los
hombres del rey no era nada ante el pensamiento de que podían
separarlo de Puawai por las leyes de este mundo.

Para muchos, estas emociones intensas no tendrían sentido.


Para Jack, eran totalmente lógicas.

Había pasado toda su vida soñando con esta mujer india.


Había estado ahí con él, lo había consolado durante las horas
más oscuras del combate, había sonreído con él en las victorias
de la vida. Siempre con él. Una presencia segura en un mundo
inseguro.

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Durante un año lo había abandonado, pero él le había exigido


volver. Aparentemente, sus exigencias habían sido más intensas
de lo que Jack había creído, porque aquí estaba ella; esta vez
mucho más que una aparición. Y sin embargo…

“No deberíamos haber estado juntos. Podrías quedar


embarazada” Los orificios nasales de Jack se dilataron mientras
cambiaba de posición. Endureció su corazón ante la expresión
herida de Wai, recordándose que una cosa era desear a una
mujer…y otra totalmente distinta poder tenerla. Eso iba a
demandar algo de trabajo, y una terrible cantidad de
planificación y concentración. “Vamos”, murmuró él,
extendiendo una mano, “permite que te ayude”

Wai estaba tan sorprendida que apenas podía pensar, mucho


menos moverse o hablar. Cuando Jack le hacía el amor, había
tratado de convencerse que todavía estaba inconsciente, que
todavía soñaba. Esa creencia le había permitido disfrutar el
momento, hacerle el amor a Jack como nunca antes lo habían
hecho.

El dolor lascerante que había sentido al entrar Jack en su


cuerpo había sido para Wai el primer signo de que esta vez el
acto amoroso no era una fantasía. El punto decisivo había
venido en la forma de una angustia profunda cuando el único
hombre que había amado alguna vez, la única persona que le
importó aparte de sí misma, le había insinuado que se fuera.

El Jack de sus sueños nunca le hubiera dicho algo así. Wai


cerró los ojos brevemente, recuperando la compostura, en tanto
que aceptaba el hecho de que él estaba realmente ahí. Y lo peor
de todo, él no deseaba que ella estuviera.

“Vete”, dijo con dificultad ella, quitando su mano de las de él.


Entre la contusión que todavía la afectaba y el sexo que
acababan de compartir, Wai se sentía tan débil como una gatita

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recién nacida, pero se negaba a mostrarlo. “Puedo cuidar de mi


misma”

“Wai…”, suspiró Jack.

“Dije que te fueras”, susurró ella, el deseo de pelear


abandonándola.

Ignorando la mirada pensativa de él, Wai se levantó y chapaleó


hacia un sector más profundo del río. Necesitaba quitarse el
barro y la suciedad que se le habían adherido a la piel y el
cabello.

Más importante aún, necesitaba quitarse a Jack.

Limpio y vestido, Jack observó como Wai, desnuda, salía del río
y se dirigía a buscar su mínimo vestido; el que tenía todos esos
colores complicadamente tejidos en la tela. Ella no lo miró, ni
siquiera una vez, y a él le dolía más de lo que podía decir con
palabras.

Sabía que no debería haberle dicho esas hirientes palabras. No


se arrepentía de haberle hecho el amor, aunque seguramente
ella ahora sí se arrepentía de haberlo hecho con él. Tampoco
quería que ella lo abandonara…pero no quería darle esperanzas
de un futuro juntos si no encontraba la manera de protegerla.

Jack pestañeó, notando que algo se había desprendido de la


ropa de Wai al pasarla ella con enojo por sobre su cabeza. El
estar enojada debe darle fuerza mayor, pensó él, porque nada se
había desprendido cuando el la había desvestido
cuidadosamente para bañarla en el río. Siguiéndola dentro de la
tienda, se detuvo lo justo para recoger lo que se le había caído a
Wai.

La mirada azul se detuvo en los papeles que sostenía en las


manos. Algunos eran verdes, otros verdes con tinta color

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rosado. Los papeles lucían como…moneda extranjera de alguna


clase, un tipo de moneda que él nunca había visto. ¿Acaso los
indios ahora hacían su propio dinero? De ser así, era de una
calidad mucho más fina que la de los billetes que Jack había
visto.

Frunciendo el ceño, Jack inspeccionó el fajo de papeles


rectangulares. De un lado del billete se veía una casa palaciega
y las palabras “Veinte dólares” y “En Dios confiamos” Sobre eso
había algo tan perturbador que Jack se heló. Claras como el
día, se veían las palabras “Estados Unidos de América”

No había unos Estados Unidos. Todavía no. Y un país que no


existía independientemente, no emitía su propio papel moneda.

Con el pulso acelerado, Jack dio vuelta el billete. Había un


retrato de un hombre llamado Jackson, emblemas por todo el
papel, y una fecha de emisión que le provocó sudor frío: 2004.

“Esto es increíble”, murmuró Jack. Escalofríos recorrían la


espalda de él. Esto no podía ser real.Ella no podía ser real. El
año era 1776, no 2004. “Santísimo Dios”

*****

Jack y Wai no se hablaron durante todo el viaje a caballo hasta


Schoenbrunn. Él hizo varias tentativas de acercamiento,
múltiples intentos de entablar una conversación, pero ella no
tenía nada que decir. Ella sentía que estaba enloqueciendo
lentamente. Wai había sido llamada más de doscientos años al
pasado por Jack, para que él sencillamente la rechazara.

Podía verle la ironía a la situación.

Ahora, todo lo que Wai quería hacer era hallar la manera de


volver al hogar. Con decisión, se dijo que finalmente podría vivir
una vida normal. No la perseguirían las fantasías nocturnas con
Jack porque ahora sabía que él no la quería.

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¿Cómo pudiste tratarme así?,¡ Maldito bastardo! ¿No sabes que


has sido la única constante en mi vida?

Los dientes comenzaron a castañetearle. Se sentía fría, sola…

Despreciada.

Hallaría la forma de regresar a casa. Debía hacerlo.

“Te amo, Wai”, murmuró Jack, sorprendiéndola. “Te he amado


toda mi vida” Él no la miraba, así que ella le estudió el rostro, el
perfil decidido. Sorpresa, alegría y dolor asaltaron al mismo
tiempo sus sentidos. “No te des por vencida en cuanto a
nosotros. No todavía”

“Jack…”

De súbito, él detuvo al caballo, y la forzó a mirarlo de frente. Su


mano encontró el rostro de ella y lo alzó. Los orificios nasales de
él se dilataron. “No comprendo esta unión entre nosotros, pero
estarías mintiendo si dices que no la sientes tú también.”

Wai tragó con dificultad debido al nudo de emoción que sentía


en su garganta. Siempre allí había estado Jack.Siempre.

“No te des por vencida en cuanto a mí” Le soltó la barbilla.


“Todavía no”

Capítulo seis

Después de asegurarse que Wai tenía vestimenta y un


alojamiento, Jack siguió a David Zeisberger hasta su sencillo
hogar. Él inclinó la cabeza en dirección al predicador.
“Necesitamos hablar” Dirigió su vista hacia la primer cabaña en
la hilera, un hogar recientemente construido que los habitantes
del pueblo le habían regalado a Wai, y luego hacia el hombre
con quién necesitaba hablar. “Ahora, por favor”

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Había tanta tensión, sino más, entre Zeisberger y Jack como la


había entre él y Wai, pero iba a dedicar sus energías a un
encuentro por vez. Lo siguió dentro de la cabaña de troncos,
inseguro de por dónde comenzar.

El predicador volvió el rostro hacia Jack. Se quedó quieto. Sus


ojos recorrieron el uniforme de soldado de Jack y luego suspiró
profundamente. “Me temo que nos hemos dicho todo,
MayorElliot”

Tantas cosas entre ellos, tantos recuerdos, tanto buenos como


malos. Los recuerdos felices de la infancia, los dolorosos por la
brecha que se había instalado entre ellos.

Esta guerra había hecho que Jack olvidara su crianza pacifista,


y mucho más. También le había costado la relación con su
padre, quizá irremediablemente. Increíble como parecía ahora,
había tenido que ser una hermosa mujer india, la mujer en la
que él había pensado toda esa mañana, la que le hiciera darse
cuenta de qué era lo verdaderamente importante en la vida.

Jack cerró brevemente los ojos y suspiró. Apretó los dientes


ante el tono no tan suave con el que su padre había
remarcadoElliot. “Era importante para usted que el nombre
Zeisberger no se manchara con sangre y guerra”, dijo con voz
ronca. “Lo respetaba lo suficiente para no usar mi apellido
cuando me alisté, usando mi segundo nombre en su lugar”

Silencio.

Jack estudió el rostro de su padre. La edad estaba cobrándose


su precio. No sabía cuántos años más viviría este hombre, pero
no quería que este distanciamiento siguiera entre ellos. No
podría perdonárselo si las cosas llegaban a ese punto. Y si él
moría en nombre de la Revolución, Jack se dio cuenta que su
padre no podría seguir viviendo en paz, sabiendo que él y su
único hijo apenas si se habían dirigido la palabra en años.

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“Tenía razón, señor”, murmuró Jack, abriendo esos ojos azules


tan parecidos a los de su padre para mirarlo. La guerra no
estaba bien. El fin no justificaba los medios. Estaba cansado de
ver cómo sus amigos morían lentamente, solos. “Estaba
equivocado. Estoy listo para aceptarlo. No se cómo enmendar
los errores que he cometido, pero ahora se que estaba
equivocado.

Tomó aliento muy profundamente y lo dejó escapar con


lentitud. “Quiero regresar al hogar”, dijo en voz baja y
emocionada, “pero los americanos me ejecutaran por traición si
abandono el campo de batalla. Antes de que eso ocurra,
necesito saber que usted me ha perdonado. Y también necesito
que me prometa que siempre cuidará de Puawai”

¿Eran acaso lágrimas lo que veía en los ojos de su padre? Le


dolía ver a ese fuerte hombre tan débil. Si había algo que David
Zeisberger no era, era débil. Era irónico que siendo un pacifista,
fuera el hombre más fuerte que Jack había conocido.

Los brazos, todavía fuertes a pesar de la edad, abrazaron a


Jack. Éste cerró los ojos y respiró profundo, calmando su
respiración, cerca de las malditas lágrimas él también.

Había extrañado tanto a este hombre, mucho más de lo que las


palabras o las lágrimas podrían expresar.

“Perdóneme”, murmuró Jack. Abrazó al predicador, su padre,


él también. “Lo siento muchísimo”

“Mi hijo pródigo”, susurró David de una manera tal que las
lágrimas brotaron de los ojos de Jack. “Estoy muy feliz de que
hayas vuelto al hogar”

*****

A pesar de sentirse herida y confundida por las acciones de


Jack, Wai tenía un límite a lo que podía permanecer enojada. Él
tenía razón, había un lazo entre ellos. Había estado entre ellos

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desde su nacimiento, era tan fuerte que la había llamado a


través del tiempo.

Ella lo amaba. Más que a alguien o algo.

Jack había estado ausente por una semana. Lo extrañaba


tanto que sentía dolor. No tenía idea hacia dónde había ido él o
cuándo regresaría, y cada vez que le preguntaba a David
Zeisberger, todo lo que él le decía era que Jackregresaría .

Era todo lo que Wai quería. Durante siete días, se preguntó si


quería permanecer en 1776 o deseaba encontrar la manera de
regresar al siglo veintiuno. No había duda alguna. Extrañaría la
conveniencia de comprar por Internet, el buen humor que
sentía cuando iba a un centro de compras, pero todo eso dejaba
de ser importante si pensaba en perder a Jack.

Seguía sintiendo igual, a pesar de que sabía que estaba


destinada a morir aquí…pronto. Wai recordó las lápidas que
había visto antes de abandonar el siglo XXI, la que decía que
ella había muerto en este año, 1776. Para su sorpresa, eso ya
no le importaba. Aún una semana de hacer el amor con Jack, la
única persona que la había acunado durante su vida
tormentosa, le significaba más que vivir muchos años sin él en
el siglo en que había nacido.

Durante su soledad auto impuesta, Wai pasaba la mayor parte


del tiempo pintando, uno de los pocos pasatiempos no religiosos
permitidos en la colonia, y el único que le había ayudado a
pasar el tiempo. El predicador le había preguntado si quería
intentar con la pintura y ella había aceptado, más que nada por
el aburrimiento, no habiendo dibujado nada en toda su vida.

Durante siete días había hablado solamente con David y Hans.


Hans había estado en su cabaña varias veces para charlar y
pintar cuadros con ella; un pasatiempo en el cual el niño era
mucho mejor de lo que ella podía llegar a ser. Hoy Hans se veía
triste. Preocupada, le preguntó que era lo que lo tenía mal.

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“No deseo molestarla con mis problemas, señorita”, contestó


suavemente. Un caballero, y en este mundo casi un hombre,
siempre se aseguraba de mantener la puerta abierta cuando
pintaban juntos de modo que nadie pudiera acusarlo de
acciones incorrectas. Hans se obligó a sonreír. “Tan solo quería
estar seguro que se sentía feliz en su nuevo hogar. Además,
disfruto de los cuadros que hacemos juntos”

Wai observó al niño atentamente. Parecía haber envejecido


años en cuestión de días. “No eres una molestia”, le aseguró
ella, señalando una tosca silla de pino junto a la mesa. “Dime
qué es lo que pasa”

“Es mi padre”, suspiró Hans, sentándose junto a ella cerca del


pequeño hogar. Pasó las manos sobre sus pantalones. “Cada día
que pasa, se enferma más. Temo que no viva mucho tiempo
más”

Wai cerró los ojos al oír sus palabras. No, Samuel no viviría
mucho tiempo más. Recordaba esa lápida con terrible claridad.

Se quedó callada durante un momento y luego dijo, “¿Cuál es


el pasaje bíblico favorito de tu padre?

Hans pensó durante un momento. “La estrella de Belén” Hans


sonrió. “A papá siempre le gustó que los ángeles le enviaran la
noticia del nacimiento de Cristo a los pastores, los más
humildes de todos, antes que a los ricos reyes”

El recuerdo de la pintura que había visto en la escuela de


Schoenbrunn previo a golpearse la cabeza y luego despertar
doscientos años antes le provocó un escalofrío que le recorrió la
columna a Wai. “Apostaría a que tu padre se sentiría muy feliz
si le hicieras un cuadro especialmente para él. ¿Por qué no
pintas la imagen como la ves en tu cabeza?”

Hans lució complacido. “Debería habérseme ocurrido a mí”

Los ojos de Wai eran gentiles y bondadosos. “Has tenido mucho

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en qué pensar”

Hans comenzó a pintar y Wai comenzó a pensar. Lo único que


odiaba de toda esa situación era saber lo que iba a pasar de
antemano. Su amiguito perdería a su padre; Samuel moriría
pronto. Suspiró, aceptando que su destino era ser el apoyo de
Hans y ayudarlo a capear la tormenta.

*****

Samuel murió tres días después.

En el funeral, Wai se encontraba entre Hans y su madre


Elizabeth, sus manos entrelazadas con las de ellos,
consolándolos de la única manera en que sabía hacerlo.
Elizabeth era fuerte y orgullosa, pero la tristeza estaba grabada
en sus ojos hundidos. Usando un vestido y un bonete blancos
con una pañoleta negra, sus hombros parecían encogerse. Wai
rezaba para que la viuda pudiera dormir esa noche; había
pasado semanas cuidando de su esposo moribundo.

“Gracias por ser tan amable con mi hijo”, dijo suavemente


Elizabeth después que la ceremonia terminó. “Necesitaba esa
distracción. Odiaba verlo sentado en la cabaña observando
como Samuel se iba destruyendo”

“Amaba profundamente a su padre”

“Sí. Y Samuel lo amaba a él”

Wai sonrió con suavidad. “¿Le gustó el cuadro que Hans pintó
especialmente para él?”

“Más que ninguna otra cosa” Elizabeth se enderezó, decidida


aparentemente a controlarse. “Samuel estaba muy orgulloso”,
agregó con un temblor. “Me pidió incluso que la colgara en la
escuela así todos los niños pueden verla y recordar que Dios
nos ama a todos”

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Wai cerró los ojos al oír las palabras de Elizabeth. Y así, otro
destino que se cumplía.

Pronto sería el turno de Jack y el de ella de yacer en el


cementerio. Se preguntó de cuanto tiempo más dispondrían.

Regresa pronto a mí, Jack. Nuestro tiempo se acaba. Quiero


pasar cada momento contigo…

“Si necesitas algo”, le dijo en voz baja Wai a Elizabeth,


“cualquier cosa…sabes donde encontrarme”, concluyó
apretándole la mano. “Mi ofrecimiento es también para Hans”

Capítulo siete

Estaba tan endemoniadamente caluroso. Quitándose el vestido


batik que aún usaba en secreto para dormir, Wai lo tiró por
sobre su cabeza al piso de tierra. Se negaba a dormir en los
camisones de algodón demasiado calurosos que se ponían las
mujeres de la colonia cada noche. Esta noche se negaba a
dormir con cualquier tipo de prenda.

Un suave crujido despertó totalmente a Wai. Supo que la


puerta se había abierto, pero no sabía quién había entrado.
Estaba demasiado oscuro para ver algo.

“Wai”, susurró una voz.

El corazón comenzó a golpearle fuertemente en el pecho. ¡Jack!


¡Él había regresado!

Desnuda, se sentó en la pequeña cama de paja y pellejo animal


mientras observaba a Jack prender una vela de cera de abejas.
Sus senos subían y bajaban con su respiración dificultosa. No
sabía cuánto tiempo les quedaba, que día era en el que
morirían, y deseaba hacer que cada momento valiera.

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“Jack…te he extrañado tanto”

La luz de la vela ensombrecía el rostro cincelado, pero no tanto


como para que ella no pudiera ver esos ojos azules. Ardían. Wai
observó como los párpados se entrecerraban al mirarla.

“Duermes desnuda”, murmuró roncamente.

“Sí”

“Muy sensual”

“Tanto como vos”

Apoyó la vela sobre un soporte en la mesa y comenzó a


desvestirse. “Había algunas cosas de las que debía ocuparme.
Tenía que inventar una pista falsa que fuera creíble. Lamento
haber estado lejos durante tanto tiempo”

Wai no prestó atención a su enigmática explicación. A ella no le


importaba porqué se había ido; sencillamente la alegraba que
estuviera de regreso. Quería que él le hiciera el amor durante el
tiempo que aún tenían.

¡Se nos acaba el tiempo, Jack!

Wai no dijo las palabras, sólo las pensó, las sintió con cada
onza de su cuerpo. El tiempo no estaba de su lado. Por eso,
necesitaban sacarle el mayor provecho.

“No importa” La respiración se le atoró en el fondo de la


garganta. “Por favor, ven a la cama Jack. Necesito sentirte
dentro mío”

La mandíbula se le endureció del modo primitivo y rudo


característico de él. Siempre se veía así en sus sueños cuando
quería cogerla. Era así en la realidad también.

“La única razón por la que te tomo así”, susurró con la voz

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enronquecida, quitándose los pantalones y liberando su


erección, “es porque nos casaremos mañana”

Ella ya sabía eso. Lo había leído en las tumbas.

“No más charla”, dijo ella, la desesperación tiñendo su voz.


“Tan solo estemos juntos, Jack”

Wai tomó el asunto en sus manos…literalmente. En cuanto


Jack se acercó a la cama, Wai se arrodilló, tomó su verga y la
introdujo en la boca. Le entró hasta la garganta de un solo
movimiento suave. Su exhalación alimentó el fuego de Wai,
haciendo que lo deseara aún más.

“Ay, Dios.Wai”

Los dedos callosos de Jack se enredaron en su cabello,


tironeándolo mientras ella lo chupaba. Su cabeza avanzada y
retrocedía, cada vez más rápido al tiempo que su boca lo
tomaba más adentro. El sonido de la boca succionando la carne
prieta resonaba en la cabaña. El gruñido bajo que nacía en la
garganta de Jack le indicó todo lo que necesitaba saber…a él le
encantaba.

Wai lo chupó salvajemente, gimiendo mientras saboreaba el


líquido seminal de él en la lengua. Lo había sentido así miles de
veces en sus fantasías. Por fin lo sentía así en la realidad.

“Detente”, le ordenó él con dificultad. “Ahora”

Ella siguió chupando. Jack gruñó, incapaz de soportar esa


tortura. “Voy a acabar en tu boca si no te detienes, dulzura”, le
dijo bajo. Con un resoplido, obligó a que su boca ansiosa se
alejara de la verga. La separó con un sonido audible.

“Dulce Jesús”, jadeó él, empujándola contra la cama. “Espero


más de esto luego, mi amor. Ahora necesito estar dentro tuyo”

Wai sonrió mientras caía sobre su espalda y separaba las

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piernas. “Quiero estar contigo de todas las maneras posibles


todas las veces posibles”

Una ceja castaño claro se elevó. “Bárbaro. Date vuelta”, le pidió


él. “He fantaseado con tu culo sensual meneándose mientras te
monto por demasiados años”

Wai obedeció de inmediato, tan deseosa de hacer el amor como


él. Dándose cuenta que no había espacio en la cama para
sostener ambos cuerpos en esta posición, ella sabía que él
tendría que permanecer parado mientras la tomaba.

Wai se puso en cuatro patas y alzó su trasero en el aire para él.


Sintió que la respiración de él se aceleraba mientras le
acariciaba la piel de las nalgas, masajeándolas.

“Eres la mujer más sensual del mundo”, dijo Jack entre


dientes, apoyando la cabeza de su verga en el ano de ella. “¿Me
dejarás que te boga por este orificio cuando termine con esa
dulce concha?”

El movimiento de su trasero y la sonrisa de ella lo dijeron todo.


Inspirando profundo, soltó las redondeadas nalgas y hundió las
manos en la carne de las caderas.

Jack entró en su cuerpo con un gemido, hundiéndose hasta lo


más profundo. “Me encanta tu concha, Wai”, dijo con voz ronca,
entrando y saliendo de ella. “Siempre la he amado. Esmía ”

La posesión en el tono de su voz provocaba en Wai una


necesidad primitiva de ser poseída de todas las maneras
posibles por este hombre. Ellaera suya. Ella siempre había sido
suya. Su cuerpo, su corazón, su alma; todo lo que ella tenía
para dar le pertenecía.

“Jack”, exclamó ella, “Lo quiero fuerte…por favor”

Los orificios de la nariz se le dilataron y las venas del cuello


estaban hinchadas. “¿Así?”, le preguntó con arrogancia,

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hundiéndose una y otra vez en ella. La bombeó sin piedad,


marcándola con cada embestida de su cuerpo. La carne
golpeaba contra carne, los gemidos reverberaban en la cabaña.
Él la montaba con dureza y rudamente, no queriendo que ese
momento terminara.

“Ay Dios”, murmuró Wai con voz ronca.

Sus tetas se sacudían debajo de ella con cada una de sus


embestidas, así como los cachetes del culo también se movían
cada vez que sus carnes se chocaban. La sensibilidad extrema
que los movimientos abruptos le provocaban en el cuerpo
generaron el conocido nudo de tensión en el vientre de Wai.

Se había acabado cientos de veces con Jack en su mundo de


sueños. Y ahora…

“¡Ay, Dios Jaaaaaaaakc!”

Wai explotó con un fuerte gemido, el nudo liberándose. Acabó


en un orgasmo largo e intenso, impulsando sus caderas hacia él
mientras Jack se hundía una y otra vez en esa concha.

“Me acabo”, murmuró Jack. Wai pudo oír su respiración


acelerarse, sintió los dedos que se clavaban aún más en sus
caderas. “Wai.”

Jack acabó con un grito fuerte, sus propias caderas


pistoneando hacia atrás y hacia delante como un hombre
obsesionado. Wai sintió la leche caliente chorreando dentro de
ella, caldeando su interior, uniéndolos aún más.

Oh, Jack, desearía tener la eternidad…

Pasó un rato hasta que la respiración de ambos volvió a un


ritmo normal. Tan pronto como se relajó, Jack se dejó caer
sobre la espalda de Wai, y la cama de paja se desmoronó debajo
de ellos.

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“¿Estás bien, mi amor?” Preguntó Jack, la preocupación


patente en su voz.

Wai se largó a reír desde debajo de Jack.

“Tomaré eso como una afirmación”, dijo él jocosamente.

Desde abajo de él, Wai se contoneó hasta quedar de espaldas, y


luego lo invitó a acomodarse entre sus brazos, ambos sobre el
suelo sucio. La sonrisa de Wai fue luminosa.

“Creo que hemos establecido el record del mejor sexo”, dijo ella
entre risas.

La sonrisa de Jack era más traviesa que nunca. “Intentémoslo


nuevamente” Y le guiñó un ojo. “Para estar seguros”

*****

El padre de Jack casó a Jack y Puawai Zeisberger en la cabaña


del mayor de los hombres Zeisberger. Solamente la novia, el
novio, el predicador y dos testigos, Elizabeth y Hans, se
hallaban presentes. La ceremonia fue sencilla, pequeña y
realizada en secreto. Más tarde, los cinco se dirigieron hacia el
cementerio, y Wai entendió el por qué.

Ella se quedó muy quieta cuando se detuvieron ante dos


lápidas extrañamente conocidas. “¿Qué diablos…?” Allí, tan
claras como el agua, estaban las dos lápidas de tosca piedra
que había visto antes de viajar al pasado, la suya y la de Jack.

Jack le apretó la mano. “Es la única manera, mi amor.


Tenemos que irnos de aquí”

“Regresarán algún día a esta zona pronto”, prometió su suegro


con sus ojos gentiles y compasivos. “Cuando acabe la guerra”

Wai se sentía tan asombrada y aliviada, que sólo pudo sonreír.


Había pensado que el tiempo que tenía con su marido era

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limitado. Ni en su más alocado y maravilloso sueño se le


hubiera ocurrido que ella y Jack fingirían sus muertes y
abandonarían Schoenbrunn.

Su tiempo juntos ya no era limitado. De hecho, era infinito.


¡Podrían tener hijos, y nietos y bisnietos juntos! Una sensación
de alegría la embargó.

Arrojándose a los brazos de Jack, Wai lo abrazó con fuerza. Él


era el hombre de sus sueños y ahora, el hombre de su realidad.
Las lágrimas se acumularon en sus ojos, lágrimas que brillaron
pero no se derramaron. “Lo amo tanto, Jack Elliot Zeisberger”,
jadeó ella. “Dios, cómo te amo”

La sonrisa de él era tierna, posesiva. El abrazo también. Todo


lo que Jack era con ella. “Y te amo” La abrazó más fuerte,
susurrando en su oído para que solamente ella pudiera oírlo.
“Gracias por venir a través del tiempo a buscarme”, le dijo
suavecito. Él sonrió cuando el cuerpo de ella se tensó, él sabía
ahora el secreto de ella. “Te he estado esperando toda mi vida”

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Epílogo

La actualidad

El Sr. y la Sra. Zeisberger siguieron a Julie desde la recepción


hasta la primer cabaña. “La última vez que la vi”, dijo la
adolescente, “ella había salido de la recepción y se dirigía hacia
esta cabaña”

“Probablemente decidió irse directamente a Carolina del Norte”,


dijo el Sr. Zeisberger con un movimiento de cabeza. “Ya sabes lo
veleidosa que es la gente de la ciudad”

Julie hizo un globo con su chicle. “Sí” Ella frunció el ceño.


“Aunque su auto todavía está allí afuera”

“Era tan sólo uno alquilado. Igualmente, le pediré al Comisario


Rogers que investigue un poco”

El teléfono sonó, llegando el ruido desde la recepción. “Mejor


contesto”, avisó Julie por sobre el hombro. “Avísenme si
necesitan algo”

Después que Julie partió, el Sr. y la Sra. Zeisberger se


sonrieron. Y luego, con las manos entrelazadas, caminaron
colina arriba hacia el cementerio.

Deteniéndose frente a las tumbas de sus abuelos hacía tiempo


ya desaparecidos, el Sr. Zeisberger dejó escapar el aliento
audiblemente. “Bien, Jack”, dijo con orgullo, “Hice lo que me
pediste y me aseguré que la Abuela encontrara la manera de
llegar a ti” Una joven hermosa, debo decir. Eres un hombre con
suerte”

La Sra. Zeisberger se acomodó el rodete de prolijos rulos


blancos. “¿Tan hermosa como yo a su edad?”

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El Sr. Zeisberger pestañeó. “Vamos, Mattie Mae, sabes que no


hay nadie más hermosa que vos” Le palmeó el trasero,
haciéndola exclamar un gritito. “Vámonos a casa, mi vida.
Finalmente hemos terminado nuestro trabajo aquí”

FIN

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Nota de la autora

El pueblo de Schoenbrunn en Nueva Filadelfia es el


asentamiento más antiguo de Ohio. Más que un sitio histórico,
Schoenbrunn (que significa “hermosa primavera”) es también
un recordatorio donde gente de diferentes culturas puede vivir y
amar juntos y en armonía. Desgraciadamente, debido a falta de
fondos otorgados por la gobernación a la Sociedad Histórica de
Ohio, Schoenbrunn será cerrado al público.

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