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Walter Benjamin.Juicios a las brujas y otras catástrofes. Radio para jóvenes

Article  in  Aisthesis · July 2016


DOI: 10.4067/S0718-71812016000100013

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David Caralt
San Sebastian University
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Walter Benjamin
Juicios a las brujas y otras catástrofes.
Radio para jóvenes.
Selección y traducción de Ariel Magnus.
Santiago de Chile: Hueders/Interzona, 2014.

Por David Caralt Robles


Escuela de Arquitectura, Universidad San Sebastián. Concepción, Chile.
david.caralt@uss.cl

El día 23 de marzo de 1927, Walter Benjamin debutó en la radio con un programa


titulado “Jóvenes poetas rusos”. Fue el inicio de una actividad que se consolidó a
partir de mediados de 1929 y que duró hasta 1933, periodo durante el cual escribió y
retransmitió algo más de ochenta programas en la Radio Berlín y la Radio Alemana
de Frankfurt. Entre los trabajos radiofónicos de Benjamin encontramos guiones,
reseñas de libros, los denominados “modelos de audición” –programas didácticos
sobre la vida cotidiana–, reflexiones sobre el medio y las historias para un público
joven como las del libro que aquí nos ocupa.
En la “hora de los jóvenes”, el pensador alemán se enfrentó a la tarea de adaptar
el tono y el estilo para acercarse a los jóvenes, labor que al mismo tiempo le permitió
iniciar un proceso en el cual ligar la reflexión teórica, la investigación materialista, la
pasión por el universo infantil y su tendencia a la ficción. Además, la aproximación
directa a estos oyentes lo llevó a revisitar su propia infancia, como muestran los es-
critos que se convirtieron en Infancia en Berlín hacia 1900.
Juicios a las brujas y otras catástrofes es publicado por las editoriales Hueders
(chilena) e Interzona (argentina), e impreso en Santiago. Se agradece, como es habitual
en Hueders, el diseño gráfico y la presentación general del libro –de la mano de Inés
Picchetti–, que ofrece en la cubierta la fotografía de unos juguetes rusos antiguos

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adquiridos por Benjamin en su viaje a Moscú, entre diciembre de 1926 y enero de


1927, y detalles como las diversas ilustraciones que abren cada una de las historias o
bien la imagen de uno de los sobres conservados en el Walter Benjamin Archiv para
decorar la página de cortesía.
La selección y traducción de los textos está a cargo de Ariel Magnus, y cuenta con
un prólogo de Mariana Dimópulos y un “posfacio” de Esther Leslie. El prólogo (9-18)
es un texto de carácter general destinado a la presentación de Walter Benjamin para
un lector no iniciado. Se trata de una introducción que apunta aspectos biográficos
en paralelo al anuncio de algunos temas del filósofo, sin ahondar en ellos. Dimópulos
subraya la concepción benjaminiana de la historia entera como una gran catástrofe
(13), el interés del filósofo por las nuevas técnicas como la radio (12) y su modelo
propuesto para “una nueva historia” que contemple no solo a “los grandes hombres”
sino también a “las víctimas y los héroes” anónimos (10).
El “posfacio” (141-152) está escrito por la profesora Esther Leslie, conocedora
de la obra de Benjamin y autora de numerosas publicaciones sobre el pensador ale-
mán –entre ellas, una biografía–. Aunque los diccionarios en castellano no recogen
la palabra “posfacio”, entendemos que se trata de un epílogo o postcriptum. Lleva
por título “Sueños de radio” y nos permite comprender tanto el contexto en el cual
fueron escritos los trabajos de Benjamin para la radio como la reflexión en torno a
este medio de comunicación. Benjamin, dice Leslie, pensaba que la radio había apa-
recido demasiado temprano para ser usada o asimilada de manera apropiada o para
encontrar su forma adecuada, pues surgió en medio de una organización inapropiada
de las relaciones de producción (145). Pero la radio fracasó al no ser capaz de seguir
la lógica de su forma técnica (el montaje) y aprovechar así su potencial genuino para
llegar a los oyentes. “Lo pedagógico y lo experimental se volvieron propaganda y
conformismo” (152), señala Leslie, al tiempo que recuerda que toda potencia de la
tecnología espera las condiciones empáticas que permitan su correcto despliegue.
Ariel Magnus, encargado de seleccionar y traducir las historias, es un acredi-
tado traductor de Benjamin que ha publicado también otras versiones de obras del
autor, como “Calle de mano única” (2014) o “Historias desde la soledad” (2013), un
conjunto de narraciones de ficción. No existe una nota que dé cuenta de la edición
original de la cual proceden los textos, ni del criterio de selección de las historias (no
se incluye la historia La conmoción en torno a Karperl en la que Leslie se detiene),
aun cuando el conjunto es suficiente para entender la aproximación pedagógica de
Benjamin a la radio.
El libro incluye doce historias con los siguientes títulos: “La caída de Pompeya
y Herculano”, “Juicios a las brujas” –que da nombre a la publicación–, “Pandillas de
bandidos en la antigua Alemania”, “El terremoto de Lisboa”, “La Bastilla, antigua cárcel
del Estado francés”, “El incendio del teatro en Cantón”, “Kaspar Hauser”, “La catástrofe
ferroviaria del fiordo de Tay”, “La inundación del Mississippi de 1927”, “Los bootle-
ggers”, “Falsificación de estampillas” y, finalmente, “Historias verdaderas de perros”.
DAVID CARALT R. • Sobre Juicios a las brujas y otras catástrofes. Radio para jóvenes de Walter Benjamin 227

La lectura del índice indica ya varias cosas. En primer lugar, una variedad
extraordinaria de temas. En segundo lugar, algunos de los intereses de Benjamin,
como la destrucción (terremotos, incendios, derrumbes, inundaciones), el desarro-
llo de la técnica, el coleccionismo, la atención en general hacia los contemporáneos
ignorados y marginados (brujas, bandidos analfabetos, contrabandistas pobres) y la
predilección por aquellas realidades desatendidas y a priori secundarias que él sitúa,
sin distinción, en el mismo plano que los denominados grandes acontecimientos de
la historia: Pompeya al lado de los perros –por citar la primera y la última historias
del libro. Se trata de relatos muy bien documentados y repletos de detalles (conocida
es la predilección del autor por la importancia de las anécdotas), que podrían muy
bien ser enlazados con varios de sus escritos más importantes.
En el programa que relata la desgracia de Pompeya, donde él mismo había estado
de viaje en 1924, Benjamin plantea la destrucción como una obra de conservación.
Considerando que estas retransmisiones tenían un objetivo pedagógico, Benjamin llama
la atención sobre el punto de que solo murió una décima parte de los habitantes de la
ciudad, y en la mayoría de los casos “fue la preocupación por sus pertenencias lo que
les impidió ocuparse de su seguridad” (26). Personas que se encerraron en el sótano
junto a sus fortunas de oro y plata y luego no pudieron salir, por lo que murieron de
hambre; otros que no alcanzaron a escapar porque iban cargados con sacos repletos de
joyas y cubiertos de plata; todavía otros más que fallecieron cuando, pasada la erupción,
volvieron para desenterrar los tesoros y se hundieron fatalmente, quedando sepultados.
Este era el mensaje que esperaba bajo el polvo: el apego por la riqueza material acabó con
sus vidas. En estas historias, Benjamin se entretiene en el análisis del comportamiento
de las personas frente a la catástrofe y reúne relatos de testigos contemporáneos, como
en el terremoto de Lisboa y en la inundación del Mississippi, por ejemplo.
En otro grupo de narraciones, Benjamin se ocupa de aquellos que algún día
fueron gravemente perjudicados. Los juicios a las brujas, por ejemplo, fueron una de
las “plagas más espantosas junto con la peste” (36) a mediados del siglo xiv, debido a
la superstición, precisamente en un momento de gran auge de las ciencias, subraya.
Con lujo de detalles (testimonios, actas de sumarios, publicaciones especializadas,
etc.), Benjamin se asombra de las tremendas energías invertidas por los eruditos
con tal de encontrar argumentos que justificaran la existencia de las brujas, pruebas
carentes de toda lógica.
El materialista histórico despunta en la transmisión dedicada a los bootleggers,
los contrabandistas de alcohol en la frontera de Estados Unidos con Canadá. En él
razona sobre la aparición de estos infractores en tanto producto de la aprobación
de la ley seca. Pero Benjamin se encarga de explicar que dicha ley no se aprobó por
motivos de salud o religiosos –como sostenían algunos puritanos–, sino por intereses
económicos como los de Henry Ford.
El programa que explica el colapso del puente metálico sobre el río Tay en 1878,
cuando pasaba un tren cargado de pasajeros, contiene la teoría sobre la técnica que
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Benjamin estaba elaborando, como señala Leslie en el “posfacio”. Presenta primero


la caricatura de Grandville, que muestra el colosal puente de hierro apoyando sus
pilares sobre astros y planetas, en el cual unos habitantes de Saturno toman el fresco
por la noche (92). Recordemos que esta misma imagen está presente en uno de los
resúmenes del Libro de los pasajes titulado “Grandville o las exposiciones universales”.
Con esta imagen, Benjamin explica de qué manera las primeras construcciones con
nuevas técnicas fueron como un juego hasta que encontraron su área correcta de
aplicación y generaron arquitecturas nuevas “que no se regían por ningún modelo
del pasado. No sólo estaban basadas en estas nuevas tecnologías, también servían
para necesidades totalmente nuevas: palacios de exposiciones, mercados techados,
estaciones de tren” (92-3). Hubo hazañas técnicas que aparecieron demasiado pronto,
como la torre Eiffel, termina Benjamin, que cobraron su sentido pleno cuando se in-
ventó la radiotelegrafía. El problema viene, nos advierte, cuando “la fuerza muscular
domina el pensamiento” (98), cuando hay una desincronización y la técnica se usa
sin el razonamiento y orientación adecuados.
Juicios a las brujas y otras catástrofes contribuye a difundir el trabajo radiofónico
de Walter Benjamin en castellano, una de las facetas menos divulgadas de este pen-
sador. A propósito de ello, sería deseable una edición crítica que concentrara todos
sus escritos sobre el tema en un solo volumen, como la reciente edición de Lecia
Rosenthal en inglés: Radio Benjamin (2014).
Cuando terminamos de leer estas “historias”, acude a nuestra mente la séptima
tesis de la filosofía de la historia de Benjamin, citada numerosas veces –pero que
volveremos a recordar aquí–, y es que el patrimonio cultural
no sólo debe su existencia a los grandes genios que lo han creado, sino también
al vasallaje anónimo de sus contemporáneos. No existe un documento de la
cultura que no lo sea a la vez de la barbarie. Y cómo en sí mismo no está libre
de barbarie, tampoco lo está el proceso de transmisión por el cual es traspasado
de unos a otros. Por eso, el materialista histórico se aleja de ello cuanto sea po-
sible. Considera como su tarea pasarle a la historia el cepillo a contrapelo (43).

Leamos y releamos estas historias a nuestros jóvenes. Un día nos lo agradecerán.

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