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Conversación Con Franz Jalics

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CONVERSACIÓN CON FRANZ JALICS

¿Cuál ha sido su experiencia fundamental en la vida?


Si bien yo sabía ya a los seis años que sería sacerdote, la experiencia
fundamental de mi vida fue a los diecisiete, en el bombardeo de Nüremberg.
Fue ahí donde tuve la principal revelación de mi vida y donde se me hizo claro
que mi misión en el mundo era mostrar el camino contemplativo, es decir, que
Dios estaba en todo. Es evidente que entonces no podía saber todavía el cómo
apostólico, pero sí el qué. La experiencia del miedo y de la rabia por no querer
morir se me quedó grabadísima, pues fue en ese instante cuando vi, aunque
apenas fueran un par de segundos, cómo es Dios uno conmigo. Yo vi la vida
eterna, podría decir. O, más aún: Yo soy Dios, soy uno con Él.
Tras esta experiencia tuve que acabar el bachillerato y, dos años después,
entré en el noviciado jesuita, donde ya a los diez días me atreví a decir a uno
de mis compañeros que todos aquellos incontables actos de piedad que
estructuraban la jornada estaban muy bien, pero que todo eso era
innecesariamente complicado. Quiero decir que desde muy joven era
consciente de que había que simplificar; y ello porque lo que yo había visto de
Dios durante el bombardeo de Nüremberg era totalmente simple. Más tarde, en
Argentina, en diversos grupos y en diálogo con otras religiones, empecé a
desarrollar esta intuición de la simplicidad de la contemplación.
¿Y alguna otra experiencia fundamental, o al menos muy importante?
Mi madre. De joven ella quiso ser religiosa del Sacre Coeur, pero las hermanas
la invitaron a estudiar antes de entrar en el convento, dado que una vez dentro
ya no podría hacerlo. Tras cuatro años de estudios y de doctorado, mi madre
conoció al hombre de su vida en una fiesta. Conversó con él toda la noche y se
sintió muy confundida, pues seguía sintiendo su vocación religiosa pero, al
tiempo, la llamada a casarse con aquel hombre. En cierta ocasión ella me
contó que recibió por parte de Dios esta respuesta: “Yo quiero a tu hijo”. Ante
esta petición, mi madre le pidió a Dios que, de ser así, le concediera muchos
hijos. Y así fue: tuvo nueve. Cuando entré en la compañía, mi madre supo que
el hijo que Dios le había pedido era yo.
Veo que la conexión con su madre es muy fuerte.
Hay que tener en cuenta que la vocación de Jesús implica la vocación de su
madre, María.
Mi madre murió aquí, en Gries (los ojos se le humedecen por la emoción). Fue
en 2004 y ella había nacido en 1902, con lo que tenía 102 años. Ninguno de
mis hermanos podía hacerse cargo de ella cuando envejeció, de modo que los
últimos años de su vida los pasó en esta casa. Ella fue una persona totalmente
guiada por Dios.
Y además de su madre, ¿qué maestros le han ayudado en su camino?
San Juan de la Cruz, en particular por su segunda noche oscura, y santa
Teresa de Ávila por la sexta morada, en que ve qué es eso, y la séptima, en
que se transforma en eso.

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También Ignacio de Loyola, por supuesto, aunque reprocho suavemente a la
Compañía no haber entendido la visión en el río Cardoner. San Ignacio se
dirigía a una iglesita que había junto a ese río a conversar con un monje y lo
que allí vio fue lo mismo, estoy seguro, que yo vi durante el bombardeo de
Nüremberg. La conversión de la herida en que tanto se ha insistido es
importante, pero no tan decisiva como ésta. Es en Cardoner donde él
comprendió la Creación, es decir, la relación entre nosotros y Dios. Esta es la
clave de san Ignacio, y hay un texto de Hugo Rahner en que lo explica.
¿Y maestros vivos? ¿Ha conocido alguno?
Debo decir que busqué un maestro durante mucho tiempo; si viajé dos veces
desde la Argentina hasta Europa y pasé un año en Estados Unidos fue, en el
fondo, con este propósito. Pero no lo encontré aquí, aunque eso mejor no lo
escribas. Todo fue gracias a un ex-jesuita que venía a hablar conmigo y que en
cierta ocasión quiso suicidarse. Aquel tipo llegó incluso a ir con su bicicleta a un
bosque con la intención de colgarse de un árbol. Pero poco antes de hacerlo se
acordó de que yo le había dicho que había un hombre sabio en Suiza que
podría ayudarle. Claro que también le había advertido que seguramente le
haría esperar durante meses para recibirle. Aquel ex jesuita decidió entonces ir
en busca de ese hombre y suicidarse si es que no le recibía en el acto. Contra
todo pronóstico racional, el hombre sabio de Suiza le recibió y pasó tres horas
conversando con él. Más tarde fui también yo mismo a visitar a ese sabio. Era
de la escuela de Ramana Maharshi, como a partir de entonces lo sería yo
mismo. De él aprendí muchísimo, aunque yo soy bastante cristiano. Pero te
insisto en que esto no lo escribas, puesto que deseo publicarlo yo mismo.
Así que un discípulo de Ramana Maharshi.
Sí, el célebre gurú indio del siglo pasado. De el se decía que, sentado en su
camastro, apenas dormía para atender a la gente que acudía a él durante casi
todo el día. Que muchas veces ni siquiera respondía a las preguntas que le
formulaban. Que sólo miraba y que esa mirada suya, que más parecía ya de
otro mundo, traspasaba de tal modo a su interlocutor que alcanzaba el origen
de su pregunta hasta lograr desintegrarla de su inquietud. Era así como
Ramana Maharshi abría la conciencia de las personas que iban a verle a la
serenidad y al agradecimiento del Ser.
Y maestros cristianos, además de los clásicos que ha citado, ¿no hay?
Yo destacaría al padre Pío, a Teresa de Calcuta y a Juan Pablo II, si bien este
último no era un director espiritual.
Porque la dirección espiritual, a la que usted también dedica muchas horas, se
ha convertido casi en su actividad principal, ¿no es así?
Desde luego. Yo soy un contemplativo en la acción, y mi acción es ayudar a
otros a encaminarse hacia Dios al igual que en Bélgica, por ejemplo, donde
residí cinco años, tuve un director espiritual que fue quien me inició a mí en san
Juan de la Cruz y en las cartas de san Pablo. Yo quería empezar por los
Evangelios, pero él me dijo que los evangelistas vieron a Jesús directamente,
mientras que san Pablo lo vio como nosotros le vemos.

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¿Y cómo le vemos? Explíqueme de dónde nace su particular método de
oración contemplativa.
Desde que me ordené sacerdote noté que, al decir la misa, se generaba una
profunda conexión entre ambas manos, por su posición una frente a la otra
durante el ritual. Comenté el asunto con mis compañeros, pero ellos me dijeron
que no sentían tal cosa. Con el Concilio Vaticano II esto de la posición de las
manos durante la Eucaristía se perdió por completo. Pero es de ahí de donde
nace mi convencimiento del poder sanador de las manos, que es uno de los
tres pilares de oración contemplativa.
En sus libros, particularmente en el extraordinario Ejercicios de contemplación,
se explica detenidamente que los otros dos pilares son la respiración y el
nombre de Jesús. Y usted, ¿cuándo medita y en qué sentido cree que esta
práctica le ha ayudado?
Como algunos monjes católicos, yo interrumpo el sueño nocturno para orar.
Necesito siete horas para estar en forma y las duermo de la siguiente manera:
4 por la noche; luego interrumpo 2 para la oración, y acto seguido duermo otras
2. Tras el almuerzo hago una siesta de 1 hora.
La oración me ha conducido a entrar en la raíz del sufrimiento. Claro que yo no
he tenido enfermedades graves, salvo una operación de cadera y otra de
corazón, que no era grave pero sí peligrosa. De no haberla descubierto pronto,
no habría salido de un infarto.
¿Y en la vida qué es lo que más le ha hecho sufrir? Supongo que esos cinco
meses que pasó preso y torturado durante la dictadura en Argentina.
Sí. Sufrí mucho por el compañero que fue torturado conmigo. Él trabajaba en
una villa-miseria y vivía una importante búsqueda espiritual. Yo fui a trabajar
con él, pero apenas pude hacerlo, y él por muy poco tiempo, pues enseñaba
teología y tenía a muchas personas en la dirección espiritual. Pero lo que más
me ha hecho sufrir es, en todo caso, no haber sido comprendido en mi
camino contemplativo por mis propios compañeros de la Compañía.
Camino contemplativo es el que usted ha recorrido. Llegados a este punto y
echando la vista atrás, ¿cómo se definiría usted?
¿Qué cómo me definiría? Yo soy yo. He sido enviado con una misión:
mostrar el camino; y creo que la cumplí, con la ayuda de Dios. Quizá tenga
todavía algo que hacer, pero mi tarea está prácticamente terminada. Ya se
realizó aquello para lo que tuve que venir a este mundo. Por lo que se refiere a
mi misión nunca tuve ninguna crisis, siempre la tuve clara. Tuve oscuridades,
claro, pero fueron en mis años de estudio, en que vivíamos muy encerrados.
Y ahora, en cambio, vive en la luz y posee una lucidez especial para…
No, no. No es que yo vea lo que otros no ven, aunque sí que reconozco el
estado espiritual de las personas que vienen a hablar conmigo
probablemente con mayor facilidad que otros. Pero no es por visiones externas,
sino por una certeza interior.
Porque vienen muchas personas a verle y a pedirle consejo y aliento. Porque
usted pasa buena parte de la jornada recibiendo a personas, ¿me equivoco?

3
Quede claro que yo no llamo ni llamé a nadie; la gente fue viniendo a mí
espontáneamente, y es así como creo que debe ser. La gente que busca
viene, también jóvenes; y esa es la gente que tiene que venir. Nunca organicé
nada, aunque en Argentina sí hubo algunos que organizaron cosas para mí.
Pero todos los grupos, en cualquier caso, se disuelven cuando ya no
responden a la vida. En la búsqueda espiritual, no es cierto que seamos
nosotros, los pastores, quienes tengamos que ir a la gente, sino ellos quienes
vendrán a nosotros. Por mí han pasado unas 22.000 personas, pero no
escribas esta cifra porque no es exacta. Todo esto yo lo hice por la Iglesia, eso
sí puedes escribirlo.
Y además de las personas, está lo de sus libros. ¿Cómo se siente al saber que
se multiplican las ediciones y que se han traducido a catorce lenguas, incluido
el chino?
El éxito de mis libros me da mucha alegría porque ponen en movimiento la
vida cristiana. Me siento enviado a dar a conocer a Dios, y mis libros lo hacen.
Quizá tengo un poco de vanagloria, pero es poca, y ya no me importa casi
nada. Mis libros más importantes son Aprendiendo a orar, El camino de la
contemplación y, por supuesto, Ejercicios de contemplación, que es el más
pedagógico, accesible y concreto de todos. Se publicó en 1995, pero ahí está
mi experiencia de director de ejercicios de toda una vida.
Siento una gran sintonía con usted y quiero agradecerle todo el tiempo que me
ha dedicado. He sentido que a veces no me oía bien con el oído, pero sí con el
corazón.
Pero no me hagas demasiada propaganda, al menos mientras esté vivo.
Piensa que tengo ya demasiado trabajo además 86 años, y no creo que pueda
abarcar mucho más.

Haus Gries- Kronach, Alemania


Diciembre de 2013

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