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Genes, Lenguaje, Dioses, La Encrucijada Humana-6487119
Genes, Lenguaje, Dioses, La Encrucijada Humana-6487119
Genes, Lenguaje, Dioses, La Encrucijada Humana-6487119
LA ENCRUCIJADA HUMANA
Huelva
transhumanism, perhaps because both (views) are the result of the same anti hu-
man phobia. This is (indeed) what I call “the human quandary”: will we insist on
pursuing the chimera that will eventually lead us to our gradual disappearance,
first as satiated anthropophora, later as biological reservoirs to be used for serial
replications resolved by other beings, already vaguely unthinkable, who will have
replaced us in the dominion of the planet and perhaps of the universe? Or will
we halt the implementation of the autolytic project through the fulfilment of a
truly human self-consciousness which envisages us as masters of ourselves, but at
the same time as brethren and children of a single constitutive power granting us
sense, destiny and courage?
Keywords: Transhumanism, gods, language, genes, quandary, evolution, domin-
ion, substitute.
Recibido: 24/09/2017 Aprobado: 5/11/2017
menos de lo que esa definición traería asociado, como sería alguna estrategia
bien articulada para su propia defensa o conservación, de lo humano, digo.
Al contrario: el hombre parece actuar perfectamente de espaldas al entendi-
miento de sí mismo; de hecho se produce la paradoja de que, por un lado, los
psicólogos del bienestar miden los niveles de felicidad de las poblaciones
según el autodiagnóstico que subjetivamente se hacen los encuestados, pero
por otro lado toda la psicología terapéutica, de raíz freudiana, parte del su-
puesto de que la gente en verdad desconoce lo que le sucede porque en
realidad se desconoce a sí misma. Ni como sujetos individuales ni como
miembros de la especie que hemos llamado Homo sapiens sabemos con preci-
sión o suficiente aproximación, y de manera compartida, lo que somos.
Personalmente, me preocupa esta ignorancia, teñida incluso de contumacia
sectaria, por cuanto abre un horizonte de incertidumbre respecto al propio
destino de la Humanidad. Si por algo me interesa la exploración de lo que
solemos llamar las fronteras o la frontera entre lo animal y lo humano no es
tanto por alcanzar un sosiego personal, o por despejar una confusión in-
cómoda, sino porque estoy persuadido de que esa carencia puede ser letal
para la propia condición humana, para la subsistencia misma del ser humano.
Como afirma Rodríguez Valls, “El ser humano, por decirlo así, se la juega en
la interpretación que hace de sí mismo”. (R. Valls, 2017: 23) Es decir, tanto
si renuncia a esa interpretación, como si yerra estrepitosamente en ella, el ser
humano puede estar abocado a la pérdida de su condición, a la pérdida de su
humanidad. Al olvido de lo humano, le seguirá la ausencia de lo humano.
Tal es el riesgo transhumanista, por muy edulcorado que en ocasiones pueda
el género Homo el único en todo el reino animal que ha aparecido con estas
enormes máquinas de pensar? […] ¿Qué fue lo que impulsó la evolución del
enorme cerebro humano durante estos dos millones de años?” (Harari, 2014:
21) (Cuenta Harari desde hace 2.5 millones de años, cuando comienza la
evolución de Homo.) Y ofrece una respuesta: “Francamente, no lo sabemos”.
Pero en realidad no lo sabe a medias, ahí no juega limpio, porque cuando
señala el acaecimiento de lo que llama “revolución cognitiva”, la primera que
lleva a cabo Homo sapiens, hace entre 70.000 y 30.000 años (luego vendrán la
“revolución agrícola”, hace 10.000 años, y recientemente la “revolución
científica”, hace sólo 500 años) y se pregunta “¿Qué la causó?”, responde:
importancia”, sin relevancia respecto al resto de animales, cosa que desde ese
momento comienza a cambiar, hasta alcanzar la cumbre de la cadena trófica
y desde ella el dominio sin competencia, en términos de uso y disfrute, de la
naturaleza. La tesis del origen evolutivo, biológico y mutacional del lenguaje
que Harari asume la encontramos en N. Chomsky y en S. Pinker, este últi-
mo uno de sus más rendidos seguidores y exégetas. Pero ellos introducen un
matiz no menor sobre el que Harari pasa por alto, quizá por no ser relevante
para el propósito de su relato: para ambos, Pinker y Chomsky, el lenguaje
que aprendemos es independiente de la estructura base que articula el pen-
samiento y posibilita el aprendizaje de las lenguas, de modo que no pensamos
como hablamos o como nos expresamos, sino más bien expresamos a duras
penas lo que pensamos o lo que somos capaces de pensar. Pinker y Chomsky
niegan el determinismo lingüístico, niegan que pensemos en español, ruso o
cherokee, o que esos idiomas lleven inserto algo así como un modo de estar
en el mundo singularmente diferenciado entre sí que determine diferencias
sustanciales en el esquematismo del pensamiento, en su gramática básica;
pero por contra, su tesis consagra el carácter instintivo del lenguaje, algo así
como un programa gramatical inscrito en el cerebro y localizado en algún
lugar o región del mismo, común a todos los sapiens, sobre el que estos edifi-
can las lenguas y los sistemas simbólicos de que se sirven para comunicarse.
Ese programa base, al que Pinker llama “mentalés”, implementado instinti-
vamente en el ser humano, marca a su vez el instinto de aprender, de hablar y
de entender las lenguas (Pinker, 2007: 17). Se trata de “una pieza singular de
la maquinaria biológica de nuestro cerebro”, que Pinker eleva, o hace descen-
y exclusiva, sí; que nos distingue del resto de los seres vivos, sí; pero en cual-
quier caso seres diseñados por la evolución, es decir ciegamente y a merced
del funcionamiento de sus mecanismos constitutivos, uno de ellos la gramáti-
ca básica que habilita el pensamiento. (Por cierto, la tesis del lenguaje como
instinto advierte Pinker que ya se encuentra en Darwin: “el hombre tiene
tendencia instintiva a hablar...” (Darwin, 1970, El origen del hombre y la selec-
ción en relación al sexo, citado por Pinker, 2007: 20)
***
¿Qué son capaces de hacer, no obstante, estos seres, los humanos, produc-
tos exclusivos, como todos, del lento pulido evolutivo, con su exclusiva
potencia intelectual? De momento diremos, con Pinker, que —oh, sorpre-
sa— no son capaces de replicar el lenguaje humano, su propio lenguaje, con
lo que más se refuerza la idea —para Pinker et al.— de estar poseídos por él:
necesitamos —de hecho, dependemos— de un instrumento que no conoce-
mos, a pesar de tanto como según Pinker sabemos sobre cómo pensamos y
sobre cómo funciona la mente y el lenguaje; dice textualmente: “Hay muchos
fenómenos del lenguaje que estamos empezando a entender casi tan bien
como el funcionamiento de una cámara o para qué sirve el bazo”; no obstan-
te, añade, “Nadie ha sido hasta la fecha capaz de hallar un órgano del
lenguaje o un gen de la gramática, aunque la búsqueda continúa”, como pone
de manifiesto el descubrimiento y descripción de alteraciones neuronales y
genéticas que afectan al lenguaje y no a la inteligencia, y también a la inversa
(Pinker, 2007: 47). Se resiste, desde luego, el esclarecimiento de alguno de
los atributos que nos hacen humanos, como es el funcionamiento de lo que
nos hace pensar, pero no para señalar una frontera acaso infranqueable entre
lo humano y lo no humano o animal, sino para mantenernos confinados en la
cárcel de ignorancia de algo que opera a través de nosotros sometiendo nues-
tra existencia justamente en la dimensión que creíamos más nos liberaba del
yugo de nuestra animalidad. Una vez más, ni por la vía del conocimiento, ni
por la vía de la ignorancia, salimos de ella.
Sin embargo, y por aquí se dibuja el drama humano y se vislumbra la en-
crucijada en la que el hombre se encuentra, somos capaces de rediseñar
inteligentemente lo que la evolución había diseñado, podemos intervenir
tanto en la naturaleza como sobre nuestra ignota condición y modificarla, o
como decía Harari, podemos alterar los mecanismos de la selección natural;
pero, a imitación de esos mismos mecanismos, no sabemos con qué finali-
dad, ni qué nos impulsa a perpetrar tal alteración de un orden que necesitó
milenios para forjarse, ni cuál sea la repercusión que tales rediseños tendrá
para la Humanidad. Y no lo sabemos porque los mecanismos que operan en
nosotros, según las interpretetaciones mecanicistas, deterministas y, en gene-
ral, naturalistas, nos son desconocidos y nos dominan, por lo que estamos
indefectiblemente a su merced, indefensos y sometidos a la paradójica condi-
ción de reos y verdugos, sin capacidad para impugnar la sentencia inscrita en
nosotros mismos. Sorprende, desde esta perspectiva, la inconsistencia natura-
lista: de un lado proclama la explicación, hasta donde sea posible, de la
conciencia o del funcionamiento de la mente (Dennet, Pinker), en coheren-
cia con el credo cientificista de explicabilidad de todo lo real, es cuestión de
tiempo, pero de otro lado insiste en la deconstrucción de lo humano en sus
Bibliografía