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Cuentos de Mi Autoría

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LA CHOZA VIEJA EN EL CAFETAL

Mùsica instrumental de suspenso, terror, misterio y miedo

Imágenes autocreadas .

Cerraba la tarde y como siempre Israel emprendía su travesía por el viejo cafetal a ver
a su madre. No es que esto estaba mal, más bien por el contrario él era muy cariñoso y
lo demostraba acercándose a ella todos los días. Lo que no es propio de un padre que
quiere a su esposa y a sus hijos es no dejarlos solos y abandonados por mucho tiempo
y en esto Israel si que era descuidado ya que prefería ir con su madre por varias horas
y ausentarse del hogar por la tarde y noche.
-- Voy con mi madre decía, no me esperen para la cena.
Tomaba su linterna de dos pilas a la cual se cuidaba de tenerla siempre intacta y
recargada para que no le vaya a fallar, pues al regresar en la noche oscura en medio de
las plantaciones de café y por ese sendero estrecho, esta sería su única compañía y con
ello intentar opacar el miedo a los sonidos y ruidos extraños y a esas posibles sombras
que su imaginación traía con facilidad, pero que hasta entonces no le austaban.
La esposa y sus pequeños hijos, seis: cinco varones de 12, 10, 9, 7 y un año de edad,
más una nena de 3 años eran quienes se quedaban en una pequeña chocita de adobe y
madera que con tanto sacrificio lograron construir en mitad de una larga hectárea
rodeada toda de plantaciones de cafetal, banano, frutales y todo tipo de vegetación.
Mamá, ¿y ahora? Mi papi se ha ido nuevamente. Se acerca la noche y empiezo a tener
miedo. –Dijo el mayor de los hermanos.
--Debes estar tranquilo, anda ve a jugar con tus hermanitos – le supo decir su mamà-
guardando ella también ese miedo por dentro, intentando eso sì, ser muy segura y
valiente cuando estaba frente a ellos.
Tiempo atrás le había comentado a su esposo de este impulso que tenía y que se
transformaba en miedo por la presencia de alguien màs en casa. Es como si nos mirara
y nos quisiera decir algo.
--No pasa nada mujer, son ideas tuyas. ¡No asustes a los niños con estas cosas! ¡Miedo
a què, por favor!
--No entiende, le explicaba entre làgrimas la mujer a la tìa de Israel. Una señora ya de
edad avanzada que observaba dìa a dìa que su sobrino no pasaba casi en casa. Lo
miraba con recelo y callaba, pues era su sobrino y lo conocía muy bien por ser quien
imponía respeto y no soportarìa que le dijeran que es lo que hay que hacer. Su padre
lo educò para ser fuerte y trabajador y en esto las mujeres poco o nada saben.
--Esta es mi casa decía, y aquí se hace lo que yo digo.
--Mi sobrino está cansado del trabajo, debes comprenderlo, procuraba aliviar en algo
la angustia de la esposa.
--Mira yo estoy aquí y seguirè todos los días viniendo para ayudarte con los niños.
-- La anciana tenía un cariño especial por los niños, los vestía, jugaba con ellos, los
alimentaba. Eran hasta cierto punto su distracción también, pues ella vivía sola, nunca
se casó y su tiempo lo dedicaba entre las pocas labores en su casa que quedaba a un
lado del pueblo, y como ya se ha manifestado en criar a los niños y otros menesteres
aquí en este hogar.
Procuraba llegar por la mañana y después del almuerzo volver a su hogar. Todos los
niños la querìan, ella les correspondìa.
Israel poco observaba esto en su casa, debía trabajar, trabajar y el tiempo no le
quedaba para la familia, ya que después era la visita a su madre que también lo
esperaba. Pasaba horas y horas conversando con ella que hasta olvidaba que era ya
tiempo de regresar.
--Es media noche ya, volverè mañana mamà.
Y se alejaba presuroso saliendo del pueblo para adentrarse al espeso cafetal que le
abrìa sus puertas a la oscuridad.
--Uf, hasta aquí la carretera y ahora vèngase mi linterna…se decía
El cafetal cual su mismo hogar lo conocía casi de memoria, una vez dentro, se perdía
entre tinieblas y de la vegetación cual sombras que parecía abrazarlo.
--Fueron mil pasadas por el mismo sendero estrecho e irregular, entre la maleza y las
ranas que se le cruzaban siempre. Pero esa noche fue especial, inusual e irrepetible.
Nunca màs volverìa a pasar solo por aquí.
En su trayecto de inclinada pendiente, se tenía que cruzar por una quebrada por
donde se dirigía el sendero, era imposible obviarla. Había que pasar rápido para evitar
la adrenalina, decían todos quienes la cruzaban, es preferible, màs aùn si pasas luego
de las doce, son horas pesadas.
Ya sumergido hacia el abismo, se disponía a correr como de costumbre lo hacìa, sin
embargo, su mirada lo transportò al otro extremo de la quebrada con tal fuerza que
apenas pudo dar dos pasos y pudo divisar la entrada al mismo tiempo que èl, también
de una persona, bueno, su sombra lo delataba que asì era.
La distancia de extremo a extremo y la tenue luz de la linterna no le bastaba para
observar con claridad. Quiso por un momento volverse rápidamente hacia atrás, y sus
piernas como nunca antes le había sucedido le empezaron a temblar que no le dejaron
dar ni un paso màs, mientras el otro ser que irrumpió al igual que èl, venìa presuroso
hacia su encuentro…Cual sería su temor que su mano la condujo a su machete. Pensò
por primera vez en su familia, y un escalofrìo que entumió todo su cuerpo lo volvió a la
realidad.
--Epa, alcanzó a gritar, ¡¡Buenas noches!!
Solo el eco de su propia voz le contestò. Nadie màs.
--¡Si eres como yo de carne o hueso, conteeeesta!, de lo contrario déjame en paz!!!
--Israel, alguien le dijo. Soy yo
Y cual saliendo del cuarto cerrado su rostro se dejó ver a un metro de èl. Soy tu tìa, no
debes preocuparte. Se me hizo tarde y me ganó la noche. Tu familia está bien, ve con
cuidado, hasta mañana.
No alcanzó sino a devolverle ùnicamente la respuesta mientras la observaba como se
perdió entre la oscuridad:
--Hasta mañana
Continuó su trayecto pensativo. Entre asustado y confuso por la presencia a esa hora
de su tìa…y sin linterna! Pero se tranquilizaba así mismo diciendo:
--Bueno, la gente por aquí camina también en estas altas horas de la noche…yo por
ejemplo! Tonterìas, continuemos.
No faltaban sino pocos metros para llegar a su casa cuando, las pilas de la linterna
desgastadas empezaron a alumbrar menos. Avanzò sin poder ya del todo visualizar
bien el piso un poco mojado por la brisa y la hojarasca. No se dio cuenta del momento
en que su pie derecho fue a caer sobre un pequeño manto negro todo él atestado de
menjurjes vaya a saber de què. Los perros lo sintieron y salieron a su encuentro y
apenas los veìa por la intensidad de la negra noche.
Todos dormían en casa, nadie lo esperò como era ya costumbre. Sentado sobre la silla
se sirvió un poco de café que había en la mesa, cuando de la nada sobre el tejado de la
casa, el impacto de un golpe. Pisadas grandes y ligeras de un lado a otro, las tejas
parecían caer. Lo que sea que estaba ahì parecía desesperado, cual si tuviese alguna
misión que cumplir. Tuvo que abrir un poco la cortina de la única ventana que en casa
había, pero no se observaba nada. De repente todo en silencio.
--Pasò, se dijo
Y tras divisar con cierta frialdad al árbol grande que servía cual sombra a la vieja choza.
Pudo ver un ave grande posada sobre una rama. Su contextura no era normal, pues en
las garras se apreciaba algo de humano. Levantò un poco la mirada hacia el rostro de
aquel ser inesperado y un escalofrìo espantoso penetrò cuando se cruzaron las
miradas entre ambos. El ave se disponía amenazante nuevamente a posarse sobre el
tejado acompañado de un grito aterrador de angustia, de ira o de impotencia y se
pudo percibir lo inmensa que realmente era. Sus alas abiertas abrazaban con seguridad
a un adulto. En ese instante y sobresaltado profiriò insultos y maldiciones a viva voz.
Buscò su escopeta mientras su mujer y sus hijos ya con èl y entre el llanto de los niños
que asustados buscaban protegerse con su madre, las incesantes pisadas sobre el
tejado les hacìa saber que estaba otra vez con ellos. Dos disparos se escucharon en el
patio, pero el maldito ser ya estaba perdido entre la oscuridad de la vegetación.
Al dìa siguiente, Israel no fue a trabajar. Un dolor muy fuerte sobre su pierna derecha
le impedía caminar. Era urgente trasladarlo al Perù. Empacaron entonces y sin hacer
saber a nadie partieron rumbo al mejor curador espiritista de ese país. Entre cartas ,
cigarrillo y sustancias lìquidas lo observaba todo.
--Debe abandonar inmediatamente ese lugar en el que actualmente vive. Le dijo. Un
ser muy cercano a usted le va a ser la vida imposible de continuar ahì. El dolor de su
pierna fue provocado intencionalmente y era dirigido precisamente para usted. Usted
pisò algo por la noche sin darse cuenta. Ese algo estaba poseìdo por la maldad.
Empacaron todo y partieron con el pesar de ya no volver a ver a la anciana que tanto
les había ayudado. Ella por cierto, días atrás ya no parecía la misma. Su molestia era
evidente por algo que solo ella en su interior lo sabìa. Se alejò esos días y solo apareciò
el último. El de la partida de Israel y su familia a Quito y los vio desde la choza vieja,
ahora en soledad, como se alejaban a sabiendas de que nunca màs los volverìa a ver.

ENEMIGO INESPERADO
No para de llover y el reloj que dicta las 18H00 tampoco. Como si se tratara de dar la
bienvenida a la noche el reloj no paraba su andar y con la làmpara de kerosene por
testiga, rompìan entre ambos el silencio de los segundos, de los minutos y las quietas
impàvidas horas que hasta aquí no me hablaban en el pensamiento cauto y sereno, y
que podría decirse que hasta entonces lo tenía, pero que de aquí en adelante cual si
coincidiesen para mi suerte en este tormento, desde las seis de la noche: la angustia, el
escalofrìo y mi pensamiento se conjugaban muy bien.
--Maldita esta hora- decía para mis adentros, mientras observaba por la ventana la
crudeza del temporal. Era invierno y la noche se tornaba màs oscura de lo habitual. Sus
truenos y la espesa neblina entorpecían la visión, no la de ellos, la mìa. Porque todos
en casa padres y hermanos tenìan algo en particular: se hablaban, se reían de
cualquier cosa, iban de un lado al otro, en fin no paraban de hacer y de decir y para mì
que no prestaba atención a esas novedades me era indiferente todo eso porque ya mi
pensamiento, esclavo en su tempestad ya me tenìa.
Ya en el comedor unos se servían los humeantes alimentos preparados por mamà.
Otros tomaban su plato y se alejaban buscando nuevo espacio frente al televisor. Mis
padres que comentaban, mientras comìan, sobre lo que habrìa que hacer el dìa de
mañana y un grito que de repente salìa para mì por lo distraìdo que me encontraba.
--Hey, pero es posible que no has empezado a comer? Largo rato el plato fue servido
para ti también.
--Sì, gracias mamà. Alcancè a responder
Y de sùbito, cual imàn que arranca a su favor la frágil moneda. Asì me exigía volviese
mi mirada a la suya. Era èl nuevamente, frente a mì, en el rincón vacío y abandonado
del comedor en el que se posaba todos los días para desde esta hora acompañarme,
perseguirme y atormentarme. De contextura pequeña, cual un niño de cinco años pero
de una vejez milenaria. Sobre su rostro áspero y rígido se aprecian grotescas las
gruesas venas que apenas dejan ver los ojos de alguien, o más bien algo porque este
ser no puede pertenecer a este mundo. Sus orejas parecían las de un venado y
estaban ocultas por el pelaje marrón hasta los hombros y un vetusto sombrero el que
se notaba un verde y amarillento musgo percudido que había arrancado el color y la
textura del objeto.
A este se sumaba su sonrisa maligna, como si no bastara tan solo su presencia, es
como si disfrutara de estar ahí, escondido para todos y expuesto únicamente para mí.
Pasaron los minutos con qué rapidez entre quienes ya terminaban la cena y los que
seguían siendo parte de ella. Unos, después de agradecer se retiraban con un hasta
mañana a todos, mientras los pocos que iban quedando ocupados lavando los platos y
el dejar preparando para el siguiente día las herramientas del campo se alejaban en
silencio a descansar. Pero ahí, el invitado del que prefiriese no acordarme, sentado
ahora se encontraba a mi lado, siempre con la mirada fija y su impulso de acorralarme.
--Terminaste de comer, mamá me preguntó
--Sí, apenas respondí.
-- Lavas el plato y los cubiertos cuando termines. No olvides despertar temprano
mañana, que descanses.
Y en este otro momento mi piel cual de gallina se ponía y mi voz se ahogaba en
desesperación. ¡No te vayas mamá, no me dejeeees! Hubiese querido gritar pero no
podía. Era como si algo me lo impidiese. De pronto, voltee a ver y ya no estaba
tampoco. El visitante también se había ido. Solo yo en la cocina apagué la luz y salí
corriendo a mi cuarto. Una vez ahí no superé el miedo ni tampoco estaba seguro. Me
recosté un momento sobre la cama pensativo y con el presentimiento de algo peor.
Miré el reloj de pared. Las 21H00 marcaba. Ya han pasado dos horas pensé, solo una
hora desde su llegada y yo sin nadie más en esta habitación que poseía una ventana de
madera, una pequeña cama en la que entraba solo yo y una puerta que no
representaba seguridad para nadie. Tenía tiras de guadúa recortadas casi todas por
igual; dejaban pequeñas aberturas entre una y otra que se podía ver tranquilamente lo
que había dentro o a su vez la naturaleza en su plenitud de afuera. Cabe mencionar
que de no existir ni vivir esto que estoy viviendo, sería un espacio por más agradable y
reconfortable para un turista.
--Procuraré dormir un poco, me dije a mí mismo. Pueda que sea una pesadilla y me
esté solo imaginando.
Al intentar cerrar los ojos reparé en que debía asegurar la puerta con un palo que me
servía para atrancarla, solo por dentro desde luego. Me paré y fui en busca de él y
cuando ya lo tuve en mis manos me dispuse a acercarme a la puerta, con cierto recelo
y con el temor de quien se va topar con sorpresas desagradables.
--Qué se hizo, dije, mientras me acercaba más a la puerta. En una mano tenía el palo
de asegurarla. Temblaba, pero la curiosidad me empujaba más a la puerta. Afuera, no
se veía nada, solo la espesa neblina, el campo y una leve llovizna.
Me acerco más a la puerta y con valor acerco mi rostro a la misma. Solo puedo ver de
frente, pero no se ve nada. Escucho con atención algún ruido que me pueda servir de
pista y solo el silencio de quienes habitan en esta casa y la leve lluvia sobre el techo
que confunde y perturba mi concentración.
Retrocedo para dejar el palo a un costado de la cama, de espalda a la puerta siento
desde fuera una sombra postrarse sobre ella, figura alargada vertical, quieta, inmóvil
cual si esperase mi reacciòn. Un escalofrío invade mi ahora entumecido cuerpo sin
saber que hacer. Decido a esperar asì de espaladas a la puerta, solo de reojo
observando aquella figura que aùn sigue postrada ahì. De repente, cual animal que
olfatea su presa antes de ser sorprendida, se encima sobre las grietas de la puerta ese
olfato animalesco desesperado y hambriento., propio de un canìval o fiera despiadada
que diera cavida a su desenfrenada codicia. Cerca y frente a mì el maldito palo que
acabè de abandonar sobre la cama, pero en què estuve pensando para hacer eso, sin
embargo, no me atrevo a realizar movimiento alguno, sigo estàtico y atento al
movimiento y sonidos de quien de afuera me acompaña.
La llovizna continúa, y como si buscase consuelo, agradezco su ruido en el tejado de
esta soledad mìa infinita. Vuelvo el pensamiento a mi realidad y me doy cuenta que mi
distracción me hizo perder de vista a mi enemigo. Ya no está su sombra y no se
escucha nada. Rápidamente me inclino para tomar mi arma y me giro hacia la puerta,
en efecto, todo había desaparecido. Por las grietas apenas se ve la claridad de una
noche con neblina y un frìo intenso. Me acerco con cautela a observar y toco la puerta
con determinación, al mismo tiempo llevo mi oído izquierdo hasta ella para intentar
descubrir algo cerca:
--Nada, me digo
Regreso mi cara al frente y oh sorpresa inesperada: un rostro crudo infernal marcado
con la vejez del tiempo que me susurra su aliento nauseabundo y amenazante ahora,
justo ahora mismo, solo con la puerta de por medio como medio de salvación. Me
vuelco inmediatamente para atrás para poder ver lo que intenta. Olfatea y uno de sus
ojos grandes por la grieta me observa sin desprenderse de mì. Como retándome.
Lo mirè también, ganando en mì valentía con mi arma en la mano.
--Jajajaja, ven. Le dije, mientras sentía que las calaveras de la pared de mi cuarto
revivìan del poster en el que se encontraban.
JUEVES SANTO
--Parece que ya todos se fueron, pensè. No precisè en hacer cálculos de tiempos ni en
ver el reloj que marcò una hora por el sonido que emitìa siempre al hacerlo. No tenía
sueño y como de costumbre me refugiaba en mi habitación para disfrutar de largas
horas sobre la cama junto a mi grabadora negra de cassete. Bien arropado por el frìo,
descansaba y me disponía a relajarme a placer.
Vivìa un poco perdido del dìa a dìa. Las celebraciones religiosas me eran ajenas.
Despuès de culminar el sacramento de la confirmación, nunca màs pisè una iglesia.
Todos en casa eran creyentes católicos, para mi parecer un poco exagerados de
cumplir con fidelidad las santas escrituras.
--Fanàticos, les decía y fácil una sonrisa maliciosa me salìa a veces sin querer. Dios no
existe. Si tan solo lo leyesen a Nitche a Camus y a Boudelaire arrancarìan de sì todos
sus impulsos cristianos poco infundados de una teoría idealista mal llevada por el
santo párroco en su pùlpito. En fin, èl mismo diría luego de la explicación de la palabra
y reflexión del dìa: Consagraciòn teórica de los ingenuos, y asì como yo en este
momento, terminaría riéndose y bebièndose lo que le restaba de vino.
Era jueves santo, me enterè después al siguiente dìa. Y a este evento eucarìstico
asistieron todos. Padres y hermanos en total siete. Lucieron bonitos trajes. Se
perfumaron y llevaron consigo al niño Jesùs, una pequeña figura de yeso vestido con
capa y cetro sobre una cuna del mismo tamaño. No quedó nadie en casa, solo yo. Me
cerciorè de que solo una luz se mantenga encendida. La principal a la entrada para
cuando regresaran. Las demás apaguè y hasta la cortina de mi cuarto la cerrè para que
no me refleje la luz externa y con ello como ya manifestè disfrutar y relajarme a placer
en mi propio evento de introspecciòn nocturna, sin nadie, todo oscuro como se hizo
costumbre y me agradaba.
En mi cuarto, por màs está decirlo, posaban sobre las paredes: làminas verticales
blancas, de largo tamaño en las cuales sonrientes calaveras y cruces invertidas
posaban para encanto mìo. Muebles adornados de casstets, discos y pòsters de mis
grupos favoritos.
Junto a mi habitación, otro cuarto. El de uno de mis hermanos mayores, en el cual por
petición de mi madre tuve que pasarme por este dìa, ya que al mìo ocuparìan para
descansar mi tìo y mi tìa que nos visitaron y que al no haber otro disponible, me
correspondìa como casi siempre a ceder el mìo a todos estos familiares.
Ese dìa no dormiría en mi cuarto asì que me dispuse a tomar mi grabadora y tres
cassetes: “éxitos diabólicos” de ángeles del infierno; “la última elegìa del guardián” de
Abismo eterno y “Pasaporte al infierno” de Luzbel. Discos de impacto cotidiano bajo un
estereotipado contenido negro poseído simbólicamente por hipérboles y metáforas
atrayentes de oscuridad social y espiritual.
Así, bajo la dinámica de escuchar estos ritmos acelerados me embebí en la oscuridad
de aquel cuarto que se tornaba más oscuro que el mío, por no poseer una ventana al
exterior que brindase tan siquiera un poco de luz. No importaba, daba igual, oscuro o
más oscuro…tinieblas sobre mí, las que me impedían ver la luz.
La puerta se abría para dar paso a mi hermano que decía lo muy tarde que ya era. Es
casi medianoche. Yo estaba en la cama suya y busqué el rincón porque así podía
apoyar la grabadora hacia la pared. Bajé un poco el volumen para no incomodar su
descanso. No fue necesario. Él, diez minutos después estaba absorto en su nuevo
estado de reposo en el que los sentidos ya no son parte de. Pero de todas maneras
bajé el volumen y solo mi oído derecho pegado a la grabadora me conduciría a la
conexión entre el más allá y la realidad.
--Yo que sepa no grabé esto en mi cassete, me dije, y poniéndole un poco más de
atención esperé:
--jajajajajajajaja, cual si me respondiese, se escuchó.
Fruncí el ceño. Pensé, algo debe estar mal, me dije. Adelanté la cinta del cassete y
nuevamente concentré mi oído a la grabadora:
--jajajajajajajaja, se volvió a escuchar
No puedo negar que me causó cierta impresión, pero nada más que eso. Más bien me
concentré un poco en saber de quien se podía tratar, en descubrir rasgos propios del
ser que me estaba intentado decir algo. Así que, acercándome nuevamente a la
grabadora, esperé atento de no querer perder ningún detalle:
-- jajajajajajajaja, en efecto se volvió a escuchar
Es increíble ¿Cómo apareció esto en mi cassete?, me preguntaba. Sin embargo, al
menos creo que vale la pena el escucharlo a este extraño personaje para saber de qué
se trata. Y luego de más y más veces en repetir esta misma acción para procurar
descifrar con exactitud esta voz misteriosa que me acompañaba a estas altas horas de
la noche, pude concluir que su voz, descifrada desde la risa a carcajadas que emitía,
con tonos graves finos, propios de un hombre adulto y de contextura física delgada y
altura promedio, permitían en números calcular una edad aproximadamente de unos
cincuenta y cinco años de edad.
Fue como si este ser se dibujase en mi mente con cierta facilidad para hacerme saber
que ya no estaba tan oculto y que ante mi petición de conocerlo, presente estaba.
¿Sabe lo que pienso?, me dije. Y para corroborar que no me equivocaba, su carcajada
llena de malicia una vez más conmigo.
Ya no más, pronuncié determinante. No sé que eres pero se acabó e inmediatamente
desconecté el cable de la grabadora. Un silencio impensado se tornó de la nada. Yo
con los ojos bien abiertos bajo estas tinieblas que parecía me cobijaban, atónito
todavía me disponía a ya no pensar cuando un nuevo:
--Jajajajajajajaja, de la grabadora vacía.
En ese momento, no voy a negar que me invadió el miedo y la desesperación. Pues
éramos solo esa diabólica risa y yo. Di vueltas en mi cama sin precisar que hacer hasta
que finalmente empecé a despertar a mi hermano que no paraba de roncar, pero que
cedió ante tanta insistencia de mi parte:
--¿Qué quieres hombre, me dijo?
Solo escucha, por favor solo escucha esto. Y le acerqué presuroso la grabadora a su
oído. Pasaron muchos segundos, realmente que casi un minuto en el que mi hermano
cediendo a mis insistencias que esperase, pasó y no escuchó nada.
--¡¡Déjame dormir quieres!!!, me supo decir. Se volteó y se quedó nuevamente
profundamente dormido.
Volví la grabadora a mi rincón y la diabólica risa se hizo presente otra vez y más
insistente, ya más seguido y no paraba hasta que tomé la grabadora y la puse debajo
de la cama. Exhausto temblaba, y me quedé quieto boca arriba en la cama, con mis
ojos bien abiertos para observar ahora una mano abierta y gigantesca acercarse desde
lo más alto hasta mi rostro. Intenté levantarme a un costado de la cama y mis
extremidades no se podían mover, tampoco pude gritar. Impotente frente al mal que
venía por mí y que su oscuridad me tragaba, decidí ir yo por él. Solo alcancé a decir:
Dios acompáñame…segundos después sentado sobre la cama: persignarme intenté sin
éxito; quise rezar y no me acordaba por donde empezar. Al final solo agradecí a Dios y
una lágrima cayó por mi mejilla, pero me alivió.
No sé qué pasó después.
Al siguiente día. Mi hermano nunca preguntó nada, tampoco se lo conté. Recién ahí
con todos en el comedor, mientras mi mamá nos hablaba del ayuno por este día,
reparé en el día anterior. Era jueves santo.

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