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Emilia Pineda El Bulto

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Emilia Pineda

Nacida en el extinto Distrito Federal el 14 de noviembre de 1963. Egresada de la Universidad del


Claustro de Sor Juana de la carrera de Humanidades. Docente de la materia de Inglés en Educación
Básica, pasante de la maestría de Educación Básica en la Especialidad de la Lengua y Recreación
Literaria. Ha trabajado como traductora, poeta, cuentacuentos y es promotora de lectura. Cuenta con
dos publicaciones académicas publicadas por la Editorial Progreso: #sabelotodo3 (2015), y coautora de
Cajaninos 2 (2019). Este último libro fue galardonado con el Premio Nacional de Artes Gráficas, en la
categoría de libro educativo.

El bulto
Era Navidad y todas las miradas se dirigían hacia mí, no pude evitar ser la protagonista. Ya corría el
rumor que en la cañada yacía un cuerpo, y lo que nadie siquiera imaginaba, era que yo estaba ahí con
un montón de antepasados, esperando apareciera una escalera para subir al cielo… ¡Ya sé! Son cosas
de locos, pero el asunto de la escalera era más serio que mi invisibilidad.
No sé en qué momento adquirí súper poderes. De la nada empecé a correr más rápido que el río,
descubrí que podía treparme a la punta de un árbol gigante con tan sólo pensarlo. Escuchaba todo sin
que nadie me mandara lejos, como cuando fui niña. Pero es algo que a todos les pasa ¿no? En mi país,
es común que las mujeres y los niños, usen una voz, monosílaba, para confirmar que han recibido una
orden, consejo, o instrucción. Pero, si esa voz se atreve a expresar un pensamiento, un sentimiento, o
un deseo que salga del corazón, entonces es sometida a un tratamiento de invisibilidad. Por eso no me
pareció extraño que al hablar nadie me oyera.
Conozco un lugar simbólico, aquí abajo, dónde vivimos las mujeres. Acá, nuestras voces son un
hermoso tejido con muchos colores. Algunas, incluso, igualan el canto de las aves, otras son
expresiones de lucha, otras son consuelo sororo. Muchas sometidas por la mala educación, en este lugar
se liberan, llegan a ser ellas mismas, y sonríen. Cuando el corazón de todas late, vibra el mundo. Aquí
abajo, donde habitamos las mujeres, cada una tiene una historia de conquista. Sí, entre nosotras nos
escuchamos, aunque la voz sea muy bajita.
Mientras imaginaba esta utopía, me percaté que yo estaba en mi paraje favorito, ¡qué maravilla! ¡Qué
verdor tan intenso e infinito! Justo donde colgaba mi columpio, a un lado, había un bulto, al que todos
miraban. Fue ahí donde llegaron mis parientas, y por medio de sus pensamientos me dijeron que me
acompañarían hasta que bajara una escalera del cielo. Todas tenían algo en común: sólo vivían en mis
recuerdos, y de algunas me enteré, de su existencia, por lo que se decía en las reuniones familiares: “A
tu abuela Mila, muy jovencita se la robó un señor por bonita. Era un hombre de dinero, y sus
intenciones con ella eran serias, la quería para casarse. Pero ella se escapó en la primera oportunidad
que tuvo, el señor ya no la quiso de vuelta. Después los tíos de tu papá tuvieron que pagar mucho
dinero por todo lo que ese señor le había dado a Mila. ¡Tan fácil que era casarse! Pero no…, se dio a la
perdición”, “Tu tía Gala, de muy niña trabajaba en un puesto de tacos, y un día que no llegó, pues la
fueron a buscar. Ya casi en la madrugada la encontraron detrás del puesto donde trabajaba, estaba como
dormidita sin ropa. A lo mejor el frío se la llevó. Gala tenía días avisando que un señor nada más se le
quedaba viendo, pero no había quien fuera por ella”.
En este encuentro, no hubo saludos. Estas sombras simplemente llegaron como quien llega de sorpresa
a una fiesta, ¡en qué sueño tan extraño nos venimos a conocer! Ellas estaban ahí como la sombra del sol
que no me reflejaba. Y aunque quería sentir miedo o tener escalofríos no podía conseguirlo por más
que me esforzaba.
Esta nueva libertad ¡qué extraña era! Llegó de forma inesperada. Empezó con una somnolencia, ¡acaso
estoy en sueño dentro de otro? Ahora recuerdo, yo caminaba muy confiada cuando llegaron ellos y un
telón oscuro cubrió todos mis pensamientos. Al despertar ya estaba aquí, en este maravilloso lugar,
cerca de un bulto con el que comparto un lunar a mitad del cachete derecho. Lo extraño era que cuando
todos lo miraban, sentía que esas miradas se dirigían a mí.
Entre los mirones, llegaron ellos, los que me pusieron en este sueño. Llegaron con plegarias y velas.
Cubrieron el bulto con una sábana blanca para enmascarar su indolencia.
No pararon las sorpresas. Mundo llegó, ¡ahora sí qué se hizo presente! ¡Qué gusto verlo! Tantos años
fuera trabajando en su oficio. Él siempre fue sonriente, pero también ausente. Sin percatarse de mi
presencia se deslizó hasta el lugar que todos miraban, apenas retiró un poco la sábana para ver que era
ese bulto y un rostro se desveló. Con su índice izquierdo tocó el lunar del cachete como si fuera un
timbre que llamaba a la vida. Hincado de rodillas, sin palabras se tiró en un abrazo al bulto, y en un
grito muy silencioso le dijo al oído: “¡Te dije qué fueras bien cabrona! Pues te tocó ser vieja… ¡Tenías
qué ser bien cabrona! Mi vieja chula…, siempre serás la más hermosa perla de mi corona. Lo escuché
tan nítido, como si me lo hubiera dicho a mí. Tampoco pude sentir miedo.
¿Cómo le habrá hecho para estar aquí? Siempre tiene trabajo. Es enemigo del tiempo perdido, así que
lo suyo es la productividad porque el tiempo es dinero. De pronto volteó hacía mí, me pareció verlo
sonreír, pero su rostro era una mueca indescriptible, vi su diente de oro brillar como un presagio de
tormenta en la tierra de nadie. Los padres siempre son necesarios en la vida de las hijas, simplemente
no pueden ser sólo observadores de lo que les pasa. Pero bueno, creí que me miraba, y no. Lo vi tan
preocupado por el bulto que pensé que ya tendría tiempo para mí. Así que lo dejé.
Mientras pensaba que Mundo inicia con “M” de mamá, y “M” de macho, en el juego de la vida le tocó
ser papá, papá con “P” de patriarca, con “P” de progenitor, “P” de protector, proveedor, Pá… mi pá.
Cuando estaban corriendo a todos los mirones del bulto, Mundo no fue retirado del lugar, es más...
nadie lo veía, se convirtió en un fantasma, en una sombra que no podía mirarme, aunque yo le hablaba.
De pronto un aroma a rosas lo llenó todo. Mis parientas se movilizaron, desde sus mentes me dijeron
que tenía que subir por la escalera en cuanto apareciera. ¡Por supuesto que no! A esas alturas yo sólo
quería despertar y no podía, no debía ir a ninguna parte. Quería cambiar de sueño, pero era la realidad.
Grité como grité antes de llegar aquí. Mil veces grité y la gente que aún podía verme decidió no
hacerlo, prefirió cerrar sus oídos para no tener problemas. En mi nuevo estado grité llamando a todas
las letras del abecedario que habitan el lugar dónde viven las mujeres, pero sólo vinieron las que fueron
vilmente aniquiladas.
Una fuerza mayor a mi deseo, de no ir a ninguna parte, dio instrucciones a mis pies para subir la
emblemática escalera. En cada escalón se leía la palabra justicia, y estoy cierta que ese día se acerca.

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