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La Muerte de Jesús - Por Juan Gossain
La Muerte de Jesús - Por Juan Gossain
La Muerte de Jesús - Por Juan Gossain
https://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-16544593
Desde que tengo memoria me he hecho esta pregunta: ¿cómo habrían descrito los médicos
forenses las causas de la muerte de Jesucristo si hubiesen tenido oportunidad de
practicarle una autopsia? ¿De qué murió?
Estamos ya en Semana Santa y sabemos cómo relata el Evangelio, con detalles minuciosos,
todos los acontecimientos de aquel viernes, que todavía hoy causan una conmoción en el
mundo. En cada misa el sacerdote lee a los concurrentes unos párrafos del relato magistral
que dejaron escrito los seguidores del crucificado. La gente se sabe de memoria las siete
frases que pronunció antes de fallecer. Pero confieso que he dedicado media vida a investigar
qué es lo que dicen sobre tales acontecimientos aquellos historiadores de la época que no
tuvieron influencias religiosas ni fueron partidarios del crucificado. Me refiero a
historiadores profesionales o testigos presenciales que no eran cristianos. A gente que, por
no tener interés personal en el asunto, hiciera un relato objetivo y ponderado.
He buscado, además, las pocas pero extraordinarias investigaciones científicas sobre la
muerte de Cristo que se han conocido en los veinte siglos largos transcurridos desde entonces.
A renglón seguido les resumo ambos temas.
Sospecho que ustedes van a quedar tan asombrados como yo al descubrir que, desde un punto
de vista netamente médico y académico, los doctores coinciden con la narración de los
evangelistas.
No soy teólogo ni predicador sagrado, sino un humilde periodista que se limita a registrar los
hechos tal como ocurrieron.
En carne viva
Haga de cuenta que ya son las 12 del día de aquel viernes trágico. El sol está alto en el cielo.
Jesús acaba de llegar al monte Calvario, o monte de la Calavera, en las afueras de Jerusalén,
un pequeño promontorio llamado así porque no tiene hierba y parece una cabeza pelada. Yo
lo recorrí hace muchos años, haciendo periodismo. En idioma arameo, calavera se dice
‘gólgota’. Arameo era el idioma en que predicaba Jesús. En Siria quedan unas 25.000
personas que hablan arameo.
En el camino hacia la muerte, Jesús lleva a cuestas el madero horizontal de la cruz, llamado
'patibullum', el cual, según las informaciones más serias, pesa alrededor de sesenta kilos. El
vertical se lo agregarán cuando ya esté en el monte, poco antes de crucificarlo, puesto de
espaldas al suelo, de cara al sol del mediodía. Lo acompaña el populacho frenético, revueltos
malhechores y niños con mujeres curiosas, que disfrutan morbosamente con el terrible
espectáculo. Lo empujan hasta hacerlo rodar por el suelo de piedra, se ríen de él a carcajadas,
los soldados romanos lo insultan.
Flavio Josefo, un respetado cronista del paganismo, relata que “se burlaban de él
lanzándole escupitajos y gritándole: ‘Si tu Dios te quiere tanto, que venga a
salvarte’. Parecían perros sedientos de sangre tras los despojos del pobre hombre”.
“Y, sin embargo”, agrega Plinio el Joven en sus anotaciones romanas, “aquel condenado
adolorido y sangrante los miraba a todos con una mirada mansa y piadosa”.
Antes de iniciar su recorrido hacia el Calvario, a través de un laberinto de callecitas que hoy
se conoce como “viacrucis”, Jesús fue castigado con 39 latigazos en la espalda desnuda.
Treinta años después, el historiador romano Cayo Graciano, que también era pagano, y que
pudo entrevistar a varios testigos presenciales, nos informa que tales látigos son tiras de
cuero que llevan colgadas unas bolas metálicas.
Fueron esas bolas las que le provocaron los enormes moretones que se le veían en la espalda.
Como si fuera poco, también lo azotaron con un monstruoso instrumento de tortura, unos
largos pedazos de hueso afilado, que le cortaron la carne severamente.
“¿Cómo pudo resistir ese hombre semejante dolor durante tanto tiempo?”, se preguntó un día
el fisiólogo Zacarías Frank, uno de los investigadores médicos más respetados del siglo XX,
austríaco de nacimiento, y que tampoco era cristiano, sino judío practicante.
Sobre ese aspecto específico hay un hecho elocuente que poca gente conoce. El dolor de
Jesús era tan agobiante que en esa época no existía una palabra para describirlo, ni
siquiera en la ciencia médica. Tuvieron que pasar diecinueve siglos antes de que
inventaran el término apropiado para referirse a un dolor que no se puede soportar:
los doctores lo llaman, precisamente, ‘dolor excruciante’, que, traducido al lenguaje
corriente, significa ‘dolor que se siente en la cruz’. La Academia Inglesa de Medicina lo
describe así: “Dolor atroz, insoportable y agonizante”.
Los clavos
Volvemos al monte Calvario. Ya lo están clavando en la cruz, que será levantada en medio
de la colina. Ahora hemos venido a saber, gracias a las investigaciones científicas más
respetables, que, contra lo que suele creer la tradición popular, y contra lo que se representa
en cuadros y dibujos de la imaginería artística, los clavos no le fueron puestos en las palmas
de las manos. Se ha aclarado ya que en aquella época, en el idioma latino que también se
hablaba en la colonia romana de Palestina, la palabra manos se escribía 'manibus', pero no
solo se refería a las manos propiamente dichas, sino al antebrazo en general.
Las sombras
Todos los testimonios coinciden en que Jesús murió a la hora religiosa de nona, la hora de la
oración, que equivale a las 3 de la tarde de nuestra época. Flavio Josefo, el gran historiador
romano, dejó registrado ese momento en la formidable crónica que escribió en su libro
'Antigüedades judías':
“Cuando el condenado expiró, el gigantesco velo que cubría lo más sagrado del templo de
los judíos se rasgó en dos, de arriba hacia abajo, como si un rayo invisible lo hubiese
destruido, y la tierra tembló con un grande estremecimiento, las piedras del monte se
partieron sin que nadie las hubiera tocado, se abrieron las tumbas del cementerio del valle de
Josafat, que queda frente al Calvario, y muchos cadáveres se pusieron de pie para ir en busca
de sus familiares. Y a pesar de que solo era media tarde, el sol se ocultó, y el mundo quedó
sumido en las sombras”.
A su turno, Plinio escribió que, “al ver lo que estaba pasando, uno de los soldados romanos
se volvió a sus compañeros y exclamó: ‘Verdaderamente, este era el hijo de Dios’. Luego
empezó a gritar, arrojó su lanza y se fue corriendo, colina abajo. Nunca más se volvió a
saber de él”.
4 causas de la muerte
¿De qué murió Jesús, científicamente hablando? Josefo dice lo siguiente: “La crucifixión era
una condena tan terrible que a Jesús le desmembró los órganos corporales. De lejos se le
podían contar los huesos y las costillas”.
1. Desmayos y colapsos fugaces, pero constantes, a causa de la baja presión sanguínea, que
le sobrevino desde que lo estaban azotando en el palacio de Pilato, llamado pretorio. Esos
desmayos fueron los que lo hicieron caer al suelo varias veces, cuando iba camino del
Calvario.
2. Los riñones dejaron de funcionarle, lo cual le impidió conservar el poco líquido que le
quedaba en el cuerpo.
3. Tuvo que haber sufrido una terrible arritmia cardíaca, con el corazón desbocado,
tratando de bombear afanosamente una sangre que ya no tenía.
4. Cuando exclamó “tengo sed”, era porque el cuerpo estaba ansiando líquidos para
reponer la sangre perdida.
Epílogo
A su turno, el fisiólogo alemán Walter Hernuth, que se describía a sí mismo como “ateo
racionalista”, publicó en 1954 las conclusiones de su propia investigación. “Yo no creo que
este hombre fuera hijo de Dios”, dice, con energía, “pero podría haberlo sido para resistir
semejante tormento durante tres horas. No sé cómo lo hizo. No conozco a nadie que
aguante eso”.
Ya son más de las 3 de la tarde. Al pie de la cruz, María, la madre, espera con una sábana en
las manos que le entreguen el cadáver de su hijo. La acompaña Juan el Evangelista, que tiene
apenas 24 años y parece un niño, el discípulo más joven de todos, el único entre los doce
apóstoles que tuvo el coraje de acompañarlo hasta la muerte, desafiando la furia de la
muchedumbre.
Cincuenta años después, a mediados del siglo I, el gran filósofo Séneca, que era profesor del
emperador Nerón, escribió esta frase:
“No soy cristiano, pero me estremezco al pensar que Jesús murió lentamente, gota a gota,
como su propia sangre”.
JUAN GOSSAÍN
https://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-16544593
Hechos aceptados por los eruditos
Por: https://www.enghels.com/2018/04/12-hechos-historicos-sobre-la.html
Referencias bibliográficas: