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Juana La Campa Te Vengará

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JUANA LA CAMPA TE VENGARÁ

1970
CARLOS EDUARDO ZAVALETA(peruano) Lee

Frente a este mi último amo me quedo en pie para no sentir de cerca su casa bonita y llena de
ventanales y libros por todas partes, pero él me dice como nunca siéntate, Juana, vamos a hablar
como amigos, ya van tres años que trabajas en mi casa; pero yo digo no, muchas gracias, estoy
bien así no más. Me dice que olvide a mis otros patronos por malos y perversos. Dice que por ser
jóvenes nos hemos llevado bien, siempre que yo haya cumplido con mis obligaciones de cocinera y
lavandera. Es la tercera o cuarta vez que me regaña por contestarle mal a su mujer. Ella me grita.
Mientras agacho la cabeza me está diciendo quién soy, cómo salí de Oxapampa hasta la cocina de
mi primera ama ya muerta, cómo me sentí al dejar el monte y subir a esa casa con ruedas y
ronquidos que solo después supe llamar camión. Me cuenta hasta cómo, sin saberlo, yo estaba
resentida de que mis padres me hubieran vendido por un corte de tocuyo de veinte soles. Después
de todo, soy apenas una campa sin edad precisa aunque joven, sin una partida de nacimiento o
bautismo. Ahora eres otra, puedes pasar muy bien por mi sobrina, me sonríe. Y te gusta leer
revistas y periódicos más que a mi mujer. ¿Te acuerdas cómo llegaste...?
Tú eras otro monito gritón y miedoso, escondido en los andrajos de tu madre. Claro que ella no te
ofrecía en voz alta ni decía tu precio, pero los hombres de La Merced sabían cómo comprar niñas.
Así conociste La Merced. En la plaza te dejaron como en una jaula para que los curiosos te
miraran, oh una campa del monte, sentadita en la plataforma, envuelta en la manta rota —lo
único que te dejó tu madre—, y sin poder hablar, primero porque apenas estabas aprendiendo a
hacerlo cuando empezó este viaje con los que te compraron.
Me río si cree él que sufro con su cuento; me río.
Después, cuando dijeron que mataste a la vieja, los guardias te preguntaron por qué la escogiste a
ella y no a tu amo, famoso por sus maldades. Para mí es fácil de explicar: la vieja estuvo más cerca
de ti que el otro y te insultó desde el primer día, molesta porque no entendías sus órdenes ni su
mímica. Cuando abrió el pesebre con pocos chanchos, sin duda para enseñarte a darles de comer
el sango, te fuiste derecho a dormir a ese lado; pero ella, con dos tirones de pelos, te volvió a la
cocina para que los cuyes y conejos te enredaran las piernas con sus chillidos y vocecitas.
Así comenzaron la muerte de la vieja, sus gritos señalándote el nombre de las cosas mientras ella
cogía las cosas mismas en alto, metiéndotelas por los ojos; sus empujones en una dirección para
que fueras en esa dirección; sus miradas furiosas sobre las ollas para que aprendieras cómo hacía
los potajes; los golpes sobre ti.
¡Qué estará diciendo, habla muy rápido!, ¿a qué hora vuelvo a mi cocina? Después dirá que soy
demorona. Ella llamó al viejo de su marido y te señaló echando espuma por la boca, hasta que el
viejo te agarró a patadas. Esa fue la primera gran paliza, allá por 1945. ¿Me equivoco o no?
-Si usted lo dice, así debe ser, señor.
Entre esos dos sitios, la cocina y el espejo del dormitorio, empezaste a contar los días sin saber
todavía los números.
¡Bruta, animal, idiota!, gritó al preguntar qué tenías en la tercera olla.
No supiste el nombre pero la abriste: de la carne de varios días que habías guardado para
mordisquear solita salieron unos gusanos lindos, blancos y gordos. La vieja dio un nuevo grito y te
echó a la cara esos pobres gusanos cuyos gemidos de dolor creíste oír. Y la carne estaba ahora por
el suelo, con lo valiosa que era siempre para ti, y entonces hubo que darle su merecido con lo
primero que hallaras, el cuchillo del tamaño de tu brazo manejado solo para seguir el movimiento
de la vieja, la invitación al cuchillo ¿invitación?, ¿acaso es un baile? para unir a ambos como
querían, junto a la paletilla, dos veces y nada más, porque el viejo, estando lejos descubrió lo que
sucedía y llegó a tiempo o destiempo, imposible decirlo.

Fue la primera patrona que maté, digo por fin, empezando a sudar.
No la mataste de veras, la heriste, dice él. La mató su marido por no querer curarla hasta que la
vieja reventó por la hemorragia del pulmón agujereado: el hombre ni siquiera pensó en llamar a
un médico. Estaba enamorado de una señorita joven y linda.
Sí, sí, claro, y por eso divulgó la noticia de que su mujer estaba enferma de neumonía, para decir
unos días después que había muerto.
Después de todo le hiciste un gran favor y así el viejo pudo mudarse aquí a Tarma a empezar su
nueva vida con la otra mujer.
Y en el velorio estaba esa señorita, le cuento yo, pero él ya lo sabía. La que fue después tu ama,
dice. Tan suavecita y buena al comienzo que no soñé cómo cambiaría. Se lo juro.
Tenía sus planes y por eso empezó a congraciarse contigo: te pasó la mano por los pelos y cada
domingo te llevó primero a misa y luego al mercado por las calles llenas de tiendas, sigue, sigue, y
yo llena de felicidad, y tú llevando las canastas por en medio de la gente, sin poder igualar el paso
tan prosista de tu ama joven. Después de pasar ella, los ojos de los hombres te envolvían
mareados como si también fueras alguien digna de admiración o envidia, mientras oías frases
claras y fáciles, sin comprenderlas aún.
Mameta, mameta, la llamabas: ¿qui cosa is puta? ¿Alguito bueno como pan o ázucar?
¡Calla, cochina!, gritaba ella. ¿Quién te enseñó a decir eso? Esos mochachos pasando ti luan decíu,
constestabas tú.
Se apretaba el estómago de la risa, así fue tomándote confianza, recortándote ella misma el pelo,
regalándote sus trajes usados, o llevándote a una casa que se llamaba cine donde aparecía un
hombre desconocido, sin comprender que tu ama en la oscuridad estaba comiéndose la boca de
ese hombre y que se abrazaban hasta hacer crujir las sillas, y varias veces volviste con tu ama y el
hombre desconocido.
Una noche, tu viejo patrón estaba ahí con el lamparín de querosene y finalmente te arrolló
cogiéndote de los pelos: ¿Dónde está mi mujer? ¡Tú lo sabes! ¿Con quién va al cine?
El viejo me quería matar, sí, sí, y yo entonces...
Al salir ya te había tirado al suelo con un par de puntapiés, te dejó ardiendo y latiendo el cuerpo
con tanta fuerza que se te fue el sueño hasta la medianoche, cuando oíste gritar a la señora y
nacieron otros ruidos salvajes allá en el dormitorio. Sonriendo, casi feliz de que a ella también la
golpeara, te pusiste a dormir.
A la mañana siguiente apareció tu patrona: ¡Tú se lo contaste! ¡Fuiste tú, campa del demonio!,
chillaba, y se te fue encima. Por un rato pensaste en recoger el hacha, pero por la poca fuerza de
sus manos cerraste la puerta para castigarla de arriba abajo, de atrás adelante, en medio de
tantos pelos y ropas, tumbándola sobre tu cama de pellejos mientras lloraba como una criatura.
Esa vez te di de tomar un calmante y me quedé en la cocina a conversar contigo. ¿Te acuerdas?
Los demás vecinos se fueron con el cuento de que eras una salvaje y que, si estuviste casi por
matar a tu segunda ama, con toda seguridad que mataste a la primera.
Gracias por defenderme de los guardias, señor, pero usted sabe que tarde o temprano me iré.
También he pensado en eso. Quizá te vayas a Lima donde a lo mejor estudias para secretaria o te
pones a trabajar en una tienda. No se burle, don, no me engañe.
Y tú no me hagas pensar que eres tonta. ¿Por qué no te escapaste luego de la pelea con tu
patrona?
Te diré yo por qué: el viejo no te denunció, aunque los guardias se lo pidieron, por miedo a que
contaras cómo murió su primera mujer; y además, iba a premiarte por haberle dado una paliza
a esta su segunda mujer que lo engañaba con el hombre del cine.
¿Recuerdas cuando ibas al río? Fue ahí donde asustaste a una señora Bolaños ¿no?
No vi la escena pero la imagino, dice él. Tú y tu amiga la sirvienta de la señora Bolaños cantaban
felices y lavaban la ropa de sus patronas, cuando la vieja Bolaños, esa flaca, llega a la acequia y
empieza a regañar a tu amiga porque se demora mucho. Entonces le da un segundo para
responder, pero, con el susto, a la india se le traba la lengua y solo se cubre la cara con los brazos,
esperando los golpes, grita después y le va a tirar de las trenzas cuando tú le das un empujón. Si le
toca un pelo a mi amiga yo la mato, le dices tranquilamente. O sea que mejor váyase volando. Y te
vuelves a la india para calmarla: No te asustes, Juana la Campa te vengará si algo te hacen. Con los
ojos que se le salen la señora Bolaños retrocede y grita: ¿Y quién eres tú para defenderla? ¡Campa
salvaje! ¡Con razón matas a tus patronas!
Días después, ¿recuerdas? Me metí corriendo en el dormitorio, tú espantada de tu ama joven y
bonita, pero convertida en un monstruo, le daba al viejo en la cama, al viejo que ya estaba muerto
y que ella seguía despedazando y luego te entregó el hacha y te pidió a voces: ¡Dale tú también!
¡Te pagaré, Juana! Suerte que usted vio la verdad, el pueblo entero iba a lincharme cuando ella
dijo que yo lo había matado. Ya era una costumbre decir que todo lo malo lo hacía yo, Juana la
Campa.
Si tú me haces un gran servicio, dice él. Mira que te he defendido de los guardias y te he enseñado
a hablar, leer y escribir como a una señorita.
¿Cuál servicio, don? Sé que hace tiempo quieres irte de mi casa aunque no lo digas. Quizá
solo esperes que arregle tus papeles, tu partida de bautismo y lo demás, para luego irte a Lima.
No te reprocho nada, pero debo viajar urgente a Lima para asuntos de mi trabajo y no voy a dejar
solos a mi mujer y mi hijo, sin nadie que les cocine. Solamente dos meses. Me mira y me da la
mano diciendo que hemos sellado un compromiso y me deja ir.
En vano pretendo dormir con el discurso del señor en mis oídos, con el servicio que debo hacerle.
Dos meses sin él, y yo sola frente a su mujer bonita y limpia. Y a cada rato empujándome con sus
uñas que rasgan. ¡Cuántas veces no le habré oído reírse de mi cabeza larga, de mis colmillos de
Drácula (así los llama), de mi tatuaje de chuncha!
La soporto porque mi marido la está estudiando, les dice ella a sus amigas; solo por eso. La estudia
para escribir una tesis sobre la conducta de los campas. Por mí la botaría mañana mismo y me
buscaría una menos salvaje y más limpia.
Me falta muy poco: apenas cruzar medio patio, abrir y juntar el portón y echarme a correr hasta el
mercado donde siempre hay camiones para Lima. Pero, ¿no ve?, ya él se dio cuenta. Ha prendido
su luz y grita: ¿Eres tú, Juana? Sigo mi camino rogando que todavía tarde en vestirse, pero justo he
llegado al Club Social Tarma cuando lo veo corriendo con bata. Corro lo más que puedo, segura de
ganar, fuerte como soy, pero él es tan decidido que hace un gran esfuerzo y ya me pisa los talones.
Un trecho más arriba está la plaza de armas llena de gente paseando. Es ahí donde mi patrón
llama a sus amigos, para formarme un cerco, me da el primer manotón y grita:
¡Atájenla! ¡Que no se vaya! ¡Yo la he comprado y no puede irse sin mi autorización!
Entonces lo miro fijamente, sintiendo que las palabras están de su lado y no me defenderán, y sé
que los dos vemos a su mujer muerta en mi cocina, no me defenderá ante los guardias y esta vez
no habrá salvación.
Por favor, déjeme ir, le pido. ¡De ninguna manera!, dice él. Se lo ruego, señor...¡Nada, nada!
¿Por qué no la mata usted solo y me deja en paz?, digo en voz baja. No sé de qué hablas, mujer.
Entonces grito: ¿Por qué no la mata usted solo y me deja en paz?
¡Vamos, agárrenla entre todos!
¡Cuidado que me muerdas, campa!, dice el primero de ellos, y viene contra mí, cerrando el cerco.
CONTESTA:
1-«Juana la campa te vengará» es un intenso cuento narrado a dos voces que se intercalan
en lo que, vamos descubriendo, es un diálogo. Mediante esta conversación nos enteramos
de que Juana ha sido vendida por su madre. ¿Por qué le sucede esto al personaje?
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2-¿Por qué la gente del lugar le teme a Juana?
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3-Uno de los narradores es un maestro de Secundaria. Es el que cuenta toda la historia de
Juana. ¿Crees que la actitud del maestro es la adecuada para tratar a Juana?, ¿por qué?
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4-¿Por qué Juana quiere escapar?
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