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Lectura 2. Ideas Politicas Ii: Utilitarismo Socioliberal. John Stuart Mill

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LECTURA 2. IDEAS POLITICAS II


UTILITARISMO SOCIOLIBERAL. JOHN STUART MILL.

Fuente: Mill, J. (2014). Sobre la libertad. Ediciones Akal S.A. libro digital consultado en
https://bd.usergioarboleda.edu.co:2512/es/ereader/bibliotecausa/116162

John Stuart Mill (N. Londres 1806 – Francia 1873). Representante de la escuela económica clásica y teórico del
utilitarismo. Influyente pensador del liberalismo clásico.

Libertad del individuo en oposición al control estatal y social ilimitado.

En sus últimos años, criticó al liberalismo económico y sus puntos de vista sobre la economía política se movieron hacia
una forma de socialismo liberal o socioliberalismo.

Utilitarismo: Teoría ética que trata de diferenciar el bien del mal al enfocarse exclusivamente en los resultados de las
acciones. El utilitarismo determina que la opción más ética es la que produce el mayor beneficio para el mayor número
de personas.

Socioliberalismo: liberalismo progresista o liberalismo social


(también conocido en Estados Unidos y Canadá como liberalismo moderno y en Reino Unido como nuevo liberalismo)

Corriente del liberalismo (John Stuart Mill), coloca en el centro de su pensamiento el desarrollo interno y material de los
seres humanos pensando en su interacción social. En lo político, su ética se opone al autoritarismo y busca involucrar a
los seres humanos en el proceso de toma de decisiones, de ahí el énfasis en la  democracia. En lo económico propone
una regulación social y una intervención moderada del  Estado en la economía que castigue la formación de monopolios.

Los socioliberales son críticos con el socialismo real y su pretensión de socializar la economía, que, según ellos, cae en
el paternalismo, coarta la libertad de comercio y genera ineficiencia económica e injusticia social. Según los
socioliberales la función del Estado es la de garantizar la igualdad de oportunidades, fomentando el desarrollo personal
y la libertad de todos los ciudadanos, pero en ningún caso la de sustituirlos en la toma de decisiones.

Es una teoría de origen europeo basada en corrientes racionalistas ilustradas relacionadas, sobre todo,


con Kant y Voltaire, así como en el liberalismo ilustrado británico, en especial la teoría política de John Locke. Más allá,
se pueden encontrar raíces en los orígenes del iusnaturalismo en Tomás de Aquino y Francisco Suárez, en la Escuela de
Salamanca, y en el humanismo renacentista.

SOBRE LA LIBERTAD

Capítulos: I, III y IV

I. INTRODUCCIÓN

El objeto no es el libre albedrío, sino la libertad social o civil, es decir, la naturaleza y límites del poder que puede ser
ejercido legítimamente por la sociedad sobre el individuo.

La lucha entre la libertad y la autoridad desde Grecia, Roma e Inglaterra. Se entendía por libertad la protección contra la
tiranía de los gobernantes políticos.
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Así que los patriotas tendían a señalar límites al poder de los gobernantes: a esto se reducía lo que ellos entendían por
libertad. Y lo conseguían de dos maneras: 1. por medio del reconocimiento de ciertas inmunidades llamadas libertades o
derechos políticos (quebrantamiento riesgo a suscitar una resistencia o una rebelión general) 2. Establecer frenos
constitucionales.

Poco a poco, esa nueva necesidad de tener gobernantes electivos y temporales llegó a ser el objeto del partido popular,
y entonces se abandonaron los esfuerzos precedentes a limitar el poder de los gobernantes.

Tiranía social.

Existe un límite para la acción legal de la opinión colectiva sobre la independencia individual: encontrar este límite y
defenderlo contra toda usurpación es tan indispensable para la buena marcha de las cosas humanas como para la
protección contra el despotismo político.

Las opiniones humanas sobre lo laudable y lo recusable se hallan afectadas por todas las diversas causas que influyen
sobré sus deseos en relación con la conducta de los demás. Dondequiera que exista una clase dominante, la moral
pública derivará de los intereses de esa clase, así como de sus sentimientos de superioridad.

También las inclinaciones y las aversiones de la sociedad, o de alguna porción poderosa de ella, son la causa principal
que ha determinado, en la práctica, las reglas impuestas a la observancia general con la sanción de la ley o de la opinión.

Sin embargo, la intolerancia es tan natural a la especie humana, en todo aquello que la afecta en verdad, que la libertad
religiosa no ha existido casi en ninguna parte, excepto allí donde la indiferencia religiosa.

La mayoría no ha aprendido todavía a considerar el poder del gobierno como el suyo propio, y las opiniones del mismo
como sus opiniones. En el momento en que llegue a comprenderlo así, la libertad individual quedará probablemente tan
expuesta a ser invadida por el gobierno como ya lo está por la opinión pública.

El objeto de este ensayo es el de proclamar un principio muy sencillo encaminado a regir de modo absoluto la conducta
de la sociedad en relación con el individuo, en todo aquello que sea obligación o control, bien se aplique la fuerza física,
en forma de penas legales, o la coacción moral de la opinión pública. Tal principio es el siguiente: el único objeto, que
autoriza a los hombres, individual o colectivamente, a turbar la libertad de acción de cualquiera de sus semejantes, es la
propia defensa; la única razón legítima para usar de la fuerza contra un miembro de una comunidad civilizada es la de
impedirle perjudicar a otros; pero el bien de este individuo, sea físico, sea moral, no es razón suficiente.

La libertad, como principio, no tiene aplicación a ningún estado de cosas anterior al momento en que la especie humana
se hizo capaz de mejorar sus propias condiciones, por medio de una libre y equitativa discusión.

La libertad de expresar y de publicar las opiniones puede parecer sometida a un principio diferente, ya que pertenece a
aquella parte de la conducta de un individuo que se refiere a sus semejantes; pero como es de casi tanta importancia
como la libertad de pensamiento y reposa en gran parte sobre las mismas razones, estas dos libertades son inseparables
en la práctica.

El principio de la libertad humana requiere la libertad de gustos y de inclinaciones, la libertad de organizar nuestra vida
siguiendo nuestro modo de ser, de hacer lo que nos plazca, sujetos a las consecuencias de nuestros actos, sin que
nuestros semejantes nos lo impidan, en tanto que no les perjudiquemos, e incluso, aunque ellos pudieran encontrar
nuestra conducta tonta, mala o falsa.
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De la libertad de cada individuo resulta, dentro de los mismos límites, la libertad de asociación entre los individuos; la
libertad de unirse para la consecución de un fin cualquiera, siempre que sea inofensivo para los demás y con tal que las
personas asociadas sean mayores de edad y no se encuentren coaccionadas ni engañadas.

La única libertad que merece este nombre es la de buscar nuestro propio bien a nuestra propia manera, en tanto que no
intentemos privar de sus bienes a otros, o frenar sus esfuerzos para obtenerla.

Existe también en el mundo una fuerte y creciente inclinación a extender, de una manera indebida, el poder de la
sociedad sobre el individuo, ya por la fuerza de la opinión, ya incluso por la de la legislación.

CAPÍTULO SEGUNDO - DE LA LIBERTAD DE PENSAMIENTO Y DE DISCUSIÓN

CAPÍTULO TERCERO - DE LA INDIVIDUALIDAD COMO UNO DE LOS ELEMENTOS DEL BIENESTAR

Nadie pretende que las acciones deban ser tan libres como las opiniones. Al contrario, las mismas opiniones pierden su
inmunidad cuando se las expresa en circunstancias tales que, de su expresión, resulta una positiva instigación a
cualquier acto inconveniente.

De este modo la libertad del individuo queda así bastante limitada por la condición siguiente: no perjudicar a un
semejante.

En resumen, es deseable que, en los asuntos que no conciernen primariamente a los demás, sea afirmada la
individualidad.

El libre desarrollo de la individualidad es uno de los principios esenciales del bienestar

Nadie discute que se deba educar e instruir a la juventud con vistas a hacerla aprovechar los resultados obtenidos por la
experiencia humana. Pero el servirse de la experiencia e interpretarla es privilegio y condición propios del ser humano
cuando ha llegado a la madurez de sus facultades.

Quien hace algo porque es la costumbre, no hace elección ninguna.

El hombre que permite al mundo, o al menos a su mundo, elegir por el su plan de vida, no tiene más necesidad que de la
facultad de imitación de los simios. Pero aquel que lo escoge por sí mismo pone en juego todas sus facultades.

Se suele decir que una persona tiene carácter, cuando sus deseos e impulsos le pertenecen en propiedad, cuando son la
expresión de su propia naturaleza, tal como la ha desarrollado y modificado su propia cultura.

Los seres humanos se convierten en noble y hermoso objeto de contemplación, no por el hecho de llevar a la
uniformidad lo que de individual hay en ellos, sino cultivándolo y buscándolo, dentro siempre de los límites impuestos
por los derechos y los intereses de los demás.

Cada persona, cuanto más desarrolla su individualidad, más valiosa se hace a sus propios ojos y, en consecuencia, más
valiosa se hará a los ojos de los demás.

La individualidad es la misma cosa que desenvolvimiento y que solamente el cultivo de la individualidad produce o
puede producir seres humanos bien desarrollados.

El genio no puede respirar libremente más que en una atmósfera de libertad.


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El principal peligro actual estriba en el poco valor a ser excéntricos que muestran los hombres.

Pues personas diferentes requieren condiciones diferentes para su desarrollo espiritual; y no pueden coexistir en la
misma atmósfera moral más de lo que las diferentes variedades de plantas pueden hacerlo bajo las mismas condiciones
físicas, atmosféricas o climáticas.

La orientación actual de la opinión pública se dirige de modo singular hacia la intolerancia frente a toda demostración
clara de individualidad.

No nos oponemos al progreso; al contrario, nos vanagloriamos de ser los hombres más progresivos que existieron jamás;
pero batallamos contra la individualidad; creeríamos haber hecho maravillas, si todos nos hiciéramos semejantes los
unos a los otros, olvidando que la desemejanza de una persona respecto a otra es la primera cosa que llama la atención,
ya por la imperfección de uno de los tipos y la superioridad del otro, ya por la posibilidad de producir algo mejor que
cada uno de ellos, al combinar las ventajas de los dos.

La humanidad llegará pronto a ser incapaz de comprender la diversidad, si, durante algún tiempo, pierde la costumbre
de verla.

CAPÍTULO CUARTO - DE LOS LIMITES DE LA AUTORIDAD DE LA SOCIEDAD SOBRE EL INDIVIDUO

¿Dónde está, pues, el justo límite de la soberanía del individuo sobre sí mismo? ¿Dónde comienza la autoridad de la
sociedad? ¿Qué parte de la vida humana debe ser atribuida a la individualidad y qué parte a la sociedad? La
individualidad debe gobernar aquella parte de la vida que interesa principalmente al individuo, y la sociedad esa otra
parte que interesa principalmente a la sociedad.

El simple hecho de vivir en sociedad impone a cada uno una cierta línea de conducta hacia los demás. Esta conducta
consiste, primero, en no perjudicar los intereses de los demás, o más bien, ciertos intereses que, sea por una disposición
legal expresa, sea por un acuerdo tácito, deben ser considerados como derechos.

Desde el momento en que la conducta de una persona es perjudicial a los intereses de otra, la sociedad tiene el derecho
de juzgarla.

Pero ni una persona, ni cierto número de personas, tienen derecho para decir a un hombre de edad madura que no
conduzca su vida, en beneficio propio, como a él le convenga.

En resumen, dondequiera que haya daño o peligro de daño, para un individuo o para el público en general, el caso no
pertenece ya al dominio de la libertad, y pasa al de la moralidad o al de la ley.

Si la sociedad deja que gran número de sus miembros crezcan en un estado de infancia prolongada, incapaces de ser
impulsados por la consideración racional de motivos lejanos, ella misma tendrá que acusarse de las consecuencias.

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