Science">
Yo Soy Visual
Yo Soy Visual
Yo Soy Visual
¿Han escuchado frases así (quizá reemplazando “visual” por “auditivo” o “kinestésico”)? Si es
así, bienvenidos al fascinante mundo de los estilos de aprendizaje, y bienvenidos a una nueva
entrega de nuestra serie de artículos “Haciendo Enemigos”.
La hipótesis de los estilos de aprendizaje tiene consecuencias que no son desdeñables, ya que
involucraría una serie de cambios en nuestra forma de enseñar y aprender. Después de todo, si
fuera cierta implicaría que un alumno que recibiera una enseñanza ajustada a su estilo de
aprendizaje obtendría mejores resultados que alguien cuya enseñanza no fuera ajustada a su
estilo de aprendizaje. Podríamos decir que la hipótesis de los estilos de aprendizaje comprende
tres ideas:
Hasta aquí la cosa pareciera completamente evidente ─ lo cual debería bastar para ponernos
en guardia. Los problemas empiezan a aparecer cuando intentamos precisar qué y cuáles son
los estilos de aprendizaje. Después de todo, el estilo de aprendizaje que usamos como ejemplo
(visual/auditivo/kinestésico, o VAK), es sólo una de entre muchas clasificaciones posibles.
¿Cuántas clasificaciones? Demasiadas, según parece.
2
distintas. La mayoría de esos modelos establece “tipos” -es decir, clasifican a la personas en
categorías separadas, no en dimensiones- y suelen establecer polaridades dicotómicas. Por
ejemplo, esa lista de 71 modelos incluye (sin agotarse) grupos de estilos de aprendizaje tales
como:
● Intuitivo/Analítico
● Télico/Paratélico
● Negativismo/Conformidad
● Visual/Verbal
● Holista/Analista
● Simultáneo/Sucesivo
● Abordaje Profundo/Abordaje Superficial
● Activo/Reflexivo
● Sensorial/Intuitivo
● Secuencial/Global
● Tolerante/Intolerante
● Competitivo/Colaborativo
● Participante/Evitativo
● Heurístico/Algorítmico
● Convergente/Divergente
● Sintetizador/Idealista/Pragmatista/Analista/Realista
● Teorista/Humanitario
● Organizador/Innovador
● Asimilador/Explorador
● Perceptivo/Receptivo
● Serialista/Holista
● Amplio/Estrecho,
Y un largo, largo etcétera (traduje aquí aproximadamente una cuarta parte del listado, pueden
ver la lista completa en Coffield y colaboradores, 2004). Como se puede observar, no hay
absolutamente ningún criterio respecto a qué se considera “estilo de aprendizaje”, ya que
puede referirse tanto al tipo de material (verbal/visual, por ej.), como a ciertas características del
estudiante (competitivo/colaborativo, por ej.).
3
No pudimos encontrar apoyo a la hipótesis de que los verbales deben recibir
instrucciones verbales y que los visuales deben recibir instrucciones visuales
Una aclaración es necesaria en este punto: no estamos hablando de preferencias aquí, sino de
estilos de aprendizaje; preferir una modalidad no es lo mismo que obtener mejores resultados
cuando el aprendizaje se da en esa modalidad (así que si van a dejar un comentario en la línea
de “yo aprendo más con la modalidad X”, ya saben a qué atenerse)
Una regla que parece aplicar bien a este caso es la siguiente: con frecuencia el nivel de
confusión conceptual está en relación inversamente proporcional con el nivel de la evidencia
disponible (usen esta regla como guía al lidiar con literatura académica, me lo pueden
agradecer luego).
En este caso, si fuéramos a evaluar el estilo de aprendizaje de los alumnos, la pregunta que
podríamos hacer es: ¿con qué clasificación? Evaluar 71 modelos, cada uno involucrando varias
categorías, es ciertamente excesivo: ¿evaluamos si el alumno es
convergente/divergente/asimilador/acomodador, si es visual/auditivo/kinestésico o si es
secuencial concreto/aleatorio abstracto/secuencial abstracto/aleatorio concreto? Y en caso de
que eligiéramos una de las setenta clasificaciones disponibles, ¿qué tan confiable resultaría
esa clasificación?
Como quizá sepan, para que una evaluación o test que mide una variable psicológica se
sostenga, en psicología se exige que exhiba buenas propiedades psicométricas, es decir, que
tenga una buena consistencia interna, confiabilidad test-retest, validez predictiva y de
constructo. Es decir, que mida de manera consistente lo que dice medir.
Para resumir, de setenta y un modelos de estilos de aprendizaje solo uno cumplió con
requisitos psicométricos básicos, lo cual ni siquiera es algo excepcionalmente destacable; es el
4
mínimo absoluto que uno puede esperar de una herramienta de evaluación. Ciertamente, no
parece prometedor si se tiene en cuenta que la hipótesis ha estado dando vueltas durante 40
años.
¿Vale la pena?
La evaluación de esa hipótesis es relativamente directa, basta con evaluar el estilo de los
participantes, enseñar un contenido o tarea y ver si los resultados son mejores cuando el
aprendizaje se entrega en la modalidad preferida.
Eso fue precisamente lo que hicieron Massa y Mayer, (2006), en una serie de tres
experimentos en donde evaluaron si seguir la modalidad preferida del alumno (visual o verbal),
generaba diferencias en el aprendizaje. Lo que encontraron es que la modalidad de
presentación no tiene impacto en términos de resultados. Digamos, si un alumno “visual” recibe
un contenido de forma visual o verbal da lo mismo:
“En términos generales, a pesar de evaluaciones cuidadosas utilizando más de una docena de
medidas de verbalizadores versus visualizadores, no pudimos encontrar apoyo a la hipótesis de
que los verbales deben recibir instrucciones verbales y que los visuales deben recibir
instrucciones visuales. En cambio, añadir ayudas visuales a una lección online que tenía
mucho texto tendió a ser de utilidad tanto a visualizadores como a verbalizadores” (Massa y
Mayer, 2006, p.334).
5
Pashler y colaboradores (2009), citan resultados similares en varios otros casos, y ofrecen la
siguiente frase:
“La literatura falla en proporcionar soporte adecuado para aplicar evaluaciones de estilo de
aprendizaje en ámbitos escolares. Más aún, varios estudios que utilizaron diseños de
investigación apropiados encontraron evidencia que contradicen la hipótesis de los estilos de
aprendizaje. Finalmente, incluso si un estudio de una clasificación particular de estilos de
aprendizaje y sus métodos instruccionales correspondientes revelara la evidencia necesaria, tal
hallazgo sólo apoyaría ese sistema de clasificación –y sólo si sus beneficios sobrepasaran el
alto costo de las evaluaciones de los estudiantes y la instrucción personalizada” (p.116)
En la misma línea Lilienfeld, Lynn, Ruscio, & Beyerstein (2010) sostienen lo siguiente: “desde
los 70 hasta ahora, la cantidad de estudios que no apoyaron este abordaje es la misma que los
que sí la apoyaron (Kavale & Forness, 1987; Kratzig & Arbuthnott, 2006; Stahl, 1999; Zhang,
2006). Esto es mayormente porque ciertos estilos de enseñanza a menudo arrojan mejores
resultados que otros sin importar el estilo de aprendizaje de los estudiantes (Geake, 2008;
Zhang, 2006).
Llegados a este punto, adherimos a lo que varios investigadores han afirmado: los estilos de
aprendizaje constituyen un mito, una hipótesis cuyo sustento dista mucho de ser tan sólido
como pareciera ser si diéramos fe a su popularidad y duración (Coffield et al., 2004; Lilienfeld et
al., 2010; Riener & Willingham, 2010; Scott, 2010)
Por supuesto, decir que la hipótesis de los estilos de aprendizaje carece de evidencia sólida no
significa afirmar que los alumnos son todos iguales, ni que las cosas son fantásticas así como
están, ni que queremos que nadie aprenda nada, ni ninguna otra de las cosas de las cuales nos
van a acusar en los comentarios (internet es un lugar mágico).
Los estilos de aprendizaje constituyen un mito, una hipótesis cuyo sustento dista mucho
de ser tan sólido como pareciera
No significa nada más que esto: hay poca evidencia que sustente esa hipótesis tal como está
planteada, y ciertamente, no suficiente evidencia como para justificar el tremendo gasto de
6
recursos que significaría evaluar a todos los alumnos y tener varias versiones de un mismo
contenido según el estilo de los alumnos. No hay buena evidencia de que valdría la pena.
Sin embargo, efectivamente hay formas mejores de aprender ciertos materiales. Pero como
varios autores señalan, quizá se trate de que algunos contenidos son más fáciles de aprender
de ciertas maneras. No parece tener mucho sentido aprender salto en largo utilizando
modalidad auditiva, o aprender a bailar utilizando gráficos, por ejemplo.
El diario satírico The Onion ilustra esto brillantemente cuando en uno de sus artículos refiere:
Respaldados por expertos en educación olfatoria, padres de alumnos nasales están
demandando que las escuelas públicas de Estados Unidos provean una currícula basada en
olores para sus niños con dificultades académicas.
Pero no se trata de una especulación inocua; la hipótesis de los estilos de aprendizaje parece
ignorar peligrosamente los contextos de los aprendizajes, para centrarse solamente en
supuestas fortalezas individuales. En palabras de Lilienfeld, Lynn, Ruscio, & Beyerstein(2010):
Esto pareciera ser consistente con las conclusiones del estudio de Massa y Mayer que citamos
antes: “añadir ayudas visuales a una lección online que tenía mucho texto tendió a ser de
utilidad tanto a visualizadores como a verbalizadores”, es decir, enriquecer el material sirvió a
todos por igual, más allá del estilo de aprendizaje asignado.
Quizá, pero esto ya es discusión para otro día, sea una buena idea utilizar estilos de
enseñanza variados, eficaces y atractivos, sin que esto implique necesariamente una
evaluación de hipotéticas características de los alumnos.
7
Y cerramos con las palabras de Frank Coffield (link): Le hacemos un flaco favor a los
estudiantes al implicar que tienen solo un estilo de aprendizaje, más que un repertorio flexible
del que escoger dependiendo del contexto.
Cita completa: Maero, F. “Yo soy visual”–El mito de los estilos de aprendizaje.
https://www.psyciencia.com/yo-soy-visual-el-mito-de-los-estilos-de-aprendizaje/?doing_wp_cron
=1576310282.3291850090026855468750
Referencias
Coffield, F., Moseley, D., Hall, E., & Ecclestone, K. (2004). Learning styles and pedagogy in
post-16 learning A systematic and critical review. Learning and Skills Research Centre, 84.
Lilienfeld, S. O., Lynn, S. J., Ruscio, J., & Beyerstein, B. L. (2010). 50 myths of popular
psychology. John Wiley & Sons, Ltd.
Massa, L. J., & Mayer, R. E. (2006). Testing the ATI hypothesis: Should multimedia instruction
accommodate verbalizer-visualizer cognitive style? Learning and Individual Differences, 16,
321–335. http://doi.org/10.1016/j.lindif.2006.10.001
Mitchell, D. P. (1994). Learning style: a critical analysis of the concept and its assessment. In R.
Hoey (Ed.), Design for learning: aspects of educational technology. London: Kogan Page.
Pashler, H., Mcdaniel, M., Rohrer, D., & Bjork, R. (2009). Learning Styles Concept and
Evidence. Psychological Science in the Public Interest, 9(3), 15.
Riener, C., & Willingham, D. (2010). The Myth of Learning Styles. Change: The Magazine of
Higher Learning, 42(5), 32–35. http://doi.org/10.1080/00091383.2010.503139
Scott, C. (2010). The enduring appeal of “learning styles.” Australian Journal of Education,
54(1), 5–15. http://doi.org/10.1177/000494411005400102