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Cazadores de Microbios

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UNIVERSIDAD DE GUANAJUATO

LICENCIATURA EN MERCADOTECNIA

METODOLOGIA DE LA INVESTIGACION

“CAZADORES DE MICROBIOS”

REBECA AQUINO GONZÁLEZ

300B

DULCE MARIA SAUZ SANCHEZ

15 DE MARZO 2022
Cazadores de microbios es un libro que nos describe la vida y obras de un grupo
de científicos que estudiaron las bases para comprender el mundo. Se llena de
relatos sobre sus experimentos o vida cotidiana y como los llevo a formar parte de
la historia.

“Estos cazadores, en su lucha por registrar microcosmos no vacilan en jugarse la


vida. Sus aventuras están llenas de intentos fallidos, errores y falsas esperanzas.
Para muchos la gloria lograda por sus esfuerzos fue vana o ínfima” (Paul Kruif).

Capítulo I
Antony Leeuwenhoek.
“El primer cazador de microbios”

Antonio Van Leeuwenhoek nació en 1632 en Delft, Holanda. Su descendencia


dependía de una familia fabricante de cestos y de cerveza. Su padre murió cuando
este era muy joven y su madre lo envió a estudiar una carrera de funcionario
público pero a sus 16 años abandono este sueño y comenzó como aprendiz en
una tienda de Ámsterdam; mantuvo esta rutina por seis largos años hasta que
regreso a su ciudad natal, se casó, abrió su tienda de telas y volvió a repetir un
matrimonio.

Poco se supo sobre él durante 20 años, pero encontró su afición de tallar lentes.
Creía que se podían ver cosas de mucho mayor tamaño que lo que observaba a
simple vista. Visitando las tiendas de óptica aprendió lo necesario para tallar
lentes; comenzó relaciones con alquimistas y boticarios, observo sus métodos y
aprendió todos los secretos para obtener los metales de los minerales y así
comenzó a iniciarse como un orfebre. Le interesaba superar todos los lentes
fabricados en Holanda. Así que pasaba horas y horas trabajando. Persistió y
dedico todo tiempo en fabricar una lente que fuera tan perfecta que le permitiera
ver las cosas pequeñas de una manera gigantesca y con nitidez.

Comenzó analizando todo aquello que rodeara su entorno. Era un hombre


escéptico. Fabrico cientos de microscopios con el fin de observar una variedad de
cosas y así asegurarse que no había variación alguna en lo que concluía.

Antonio Van Leeuwenhoek era desconfiado pero deposito su fe en Regnier Graaf


un miembro de la real sociedad que había sido reconocido por sus estudios del
ovario humano. Leeuwenhoek permitió a Graaf que observara a través de aquellos
microscopios. Quedo fascinado por el descubrimiento que este había tenido por lo
que escribió a la Real Sociedad para considerarlo un miembro más. Quedaron
embobados por Leeuwenhoek. Siguieron trabajando arduamente en colaboración.
El día que dio comienzo a la historia de Leeuwenhoek fue observando una
pequeña gota de agua de lluvia. Contemplo un mundo lleno de seres diminutos
criaturas que siempre habían existido, crecido, batallado y muerto que se
mantenían ocultas por la vista del hombre. Los observo hasta que los ojos se le
enrojecieron de tanto fijar su vista, pero estaba seguro de que aquello era cierto.

Se interesó tanto en la procedencia como experimento con diversas gotas de


agua. Hasta que examino una gota de lluvia recién salpicada y cayó en cuenta que
no había ningún bichito, como el los nombraba. Por lo que concluyó que no caían
del cielo. Paso días y días observando el agua hasta que al cuarto día
comenzaron a aparecer estos pequeños bichitos. Para el este descubrimiento era
maravilloso no lo satisfacía del todo por lo que escribir a la Real Sociedad lo que
examinaba jamás paso por su cabeza.

Leeuwenhoek describió su asombro, conto sobre cómo un millón de bichitos


cabían dentro de un grano de arena, y como una sola gota de agua contenía mas
de dos millones de bichitos. Afirmaba haber descubierto seres tan pequeños en
una gota de agua.

Tras comprobar todo lo que Leeuwenhoek decía era cierto, se le asignó una fecha
para una demostración ante la Real Sociedad. Y no mintió, ahí estaban aquellos
bichitos. Por lo que los demás científicos aplaudieron su trabajo, y lo felicitaron.
Dando paso a convertirlo miembro de la Real Sociedad.

Leeuwenhoek los había observado en el agua potable, en su boca, en los


intestinos de las ranas y los caballos y hasta en sus propias deyecciones, los
encontraba por enjambres. Fue el primero en observar los vasos capilares por lo
que pasa la sangre de las arterias a las venas de manera que completo la teoría
de la circulación de Harvey. Descubrió los espermatozoides del hombre.
Llego a ser reconocido en toda Europa, la reina de Inglaterra hizo un viaje hasta
su ciudad con el fin de contemplar los maravillosos microscopios.

Lamentablemente Leeuwenhoek careció de la imaginación para concluir que


aquellos bichos podrían ser la causa de las enfermedades en el hombre, demostró
que aquellos seres microscópicos eran capaces de devorar y matar a seres mucho
más grandes que ellos mismos. Concluyendo que “la vida se alimenta de la vida”.

A sus 91 años Leeuwenhoek perdió la vida, pero cumplía con su promesa hecha
50 años atrás, trabajar para la Real Sociedad hasta el último de sus respiros.
Capitulo II
Lazzaro Spallanzani
“Los microbios nacen de microbios”

En 1729 en Scandiano, Italia nació Lazzaro Spallanzani, un niño que se interesaba


por la naturaleza. Y quería saber cómo funcionaban las cosas, sin que le
importase tanto como eran en sí. Estaba decidido a arrancar los secretos de la
naturaleza. Estudio matemáticas, griego, francés y lógica. Fue enviado a la
universidad para emprender una carrera de ciencias, sería un hombre respetable.
Las sociedades científicas obtenían en todas las partes el apoyo de los
parlamentos y reyes. A sus 30 años fue nombrado profesor en la ciudad de
Reggio, explicaba lecciones sobre los bichos, aquellos seres nuevos y pequeños
que habían sido descubiertos por Leeuwenhoek. Eran controversia, ya que
surgían tantas curiosidades ¿nacen espontáneamente los seres vivos, o deben
tener padres forzosamente, como todas las cosas vivientes?

Spallanzani tenía ideas acerca de la generación espontánea de la vida, estimaba


absurdo que los animales, aun diminutos como el descubrimiento de
Leeuwenhoek, pudiera provenir de cualquier cosa vieja o cualquier revoltijo sucio.
Ya que una ley y un orden debían predecir su nacimiento; no podían surgir por que
si.

Una de sus tantas noches en soledad Spallanzani tropezó con un libro sencillo que
le demostró un nuevo procedimiento de atacar la cuestión del origen de la vida. No
argumentaba con palabras sino con experimentos, lo que bastaba para demostrar
los hechos con claridad. Este libro le hizo pensar en animales microscópicos.

Spallanzani era un tipo duro que gozaba destruir todas las ideas contrarias a las
suyas. Se acercó a su laboratorio para comenzar a poner a prueba y desechar las
explicaciones de una teoría de Needham, un católico ferviente que había obtenido
popularidad por su experimento al tomar cierta cantidad de caldo de carnero
recién sacado del fuego, había puesto el caldo en una botella y lo había tapado
perfectamente con un corcho para que no pudieran penetrar ni seres, ni huévenlos
provenientes del aire. Después había calentado la botella y su contenido en
cenizas calientes. Dejo en reposo el caldo y la botella, días después saco el
corcho y encontré un plagado de animalillos.
Existía la teoría que provenían de la sustancia del caldo y que no era necesario
ser carnero sí que no que hacia el mismo efecto en sopa de semillas o de
almendras.

Spallanzani cambio el procedimiento, hirvió sus sopas por una hora, fundio los
cuellos de las botellas para que fueran selladas con el mismo vidrio y evitar que se
colaran cosas diminutivas. Completamente selladas los mantuvo en agua
hirviendo. Y las saco para esperar el lapse de días necesarios, además preparo
una serie de caldos que estaban tapados con corchos, no eran selladas al fuego y
después de seguir el procedimiento de Needham las puso al lado de sus
experimentos.

Dio como resultado que el caldo que había sido hervido por más de una hora no
contenía absolutamente nada de bichos. Siguió con las que había hervido por
minutos y encontró aquellos pequeños bichos, cayó en cuenta que esas botellas
había sido selladas a fuego por lo que no había posibilidad de penetrar en ellas
algo del exterior pero aquellos bichos habían resistido la temperatura del agua
hirviendo.

Spallanzani había demostrado que la teoría de Needham era errónea ya que


aquellos bichos se habían colado en el caldo. Pero también descubrió que
aquellos seres pueden soportar la temperatura del agua hirviendo y seguir vivir;
para matarlos hay que mantenerlos a esta temperatura durante una hora.

Los experimentos de Spallanzani eran tan claros, tan difíciles de contradecir, aun
empleando los razonamientos más sofisticados que fue difícil vencerlo.

Al mundo parecía más del agradarle Needham, eran cínicos y alegres y negaban
todo poder la naturaleza. La Real Sociedad eligió a Needham miembro. Por otro
lado Spallanzani, se encontraba furioso, temía por la ciencia, se hacía caso omiso
de los hechos desapasionados, y no le daban el valor.
Y frente al rechazo de su teoría Spallanzani, se lanzó a la tarea de experimentar
en su laboratorio con sus botellas, sus semillas y sus microbios.

Capitulo III
Louis Pasteur
“Los microbios son una amenaza”

Cierto día de octubre de 1831, un niño de 9 años llamado Luis Pasteur, se


apartaba del gentío aglomerado a la puerta de la herrería de un pequeño pueblo
situado entre las montañas del este de Francia. Había observado a una víctima
atacada por un lobo rabioso. Louis se preguntaba ¿Por qué las personas morían
por las mordidas de los perros rabiosos?

El origen de las enfermedades seguía siendo un misterio. Pero no fue un


impedimento para Louis, se había decidido a buscar el origen y el modo de curar
la hidrofobia. Entonces tuvo la intuición de que el llegaría a ser un gran químico;
las calles neblinosas y grises de su barrio se fundieron en un mundo frívolo y
confuso cuya única salvación estaba en la Química. Había abandonado
completamente la pintura pero seguía siendo artista.

A sus 26 años, después de examinar montones de cristales, descubrió que había


cuatro clases de ácido tartárico en lugar de dos; que en la naturaleza hay una gran
variedad de compuestos extraños exactamente iguales, excepto en que unos son
como las imágenes de un espejo de los otros.

Tiempo después, en Lila, un destilador de alcohol, Monsieur Bigo fue a visitarle


para pedirle que le ayudase con unas dificultades de fermentación que este tenía.
Fue a la destilería y olfateo las cubas que no daban alcohol, tomó muestras de la
sustancia grisácea y viscosa y las puso en frascos para transportarla al
laboratorio, sin olvidar recoger cierta cantidad de cantidad de pulpa de remolacha
de las cubas sanas en fermentación que producían cantidades normales de
alcohol. Volvió al laboratorio y examinó la sustancia procedente de las cubas
sanas; y vio que estaba llena de glóbulos diminutos de color amarillento, y en cuyo
interior había enjambres de curiosos puntos en continua agitación. Al observar al
microscopio se dio cuenta de que esas esferas estaban agrupadas unas en
racimos y otros en cadenas, y después, miró como salían yemas de sus paredes.
Tomó el frasco que contenía la sustancia procedente de la cuba enferma, lo olio,
lo examinó y descubrió unas motitas grises pegadas a las paredes del frasco y
otras cuantas flotando en la superficie del líquido. Separó esas motitas y la
examinó al microscopio y observó grandes masas móviles y enredadas de
cadenas de botecillos, agitados por una vibración incesante y extraña.

Pasteur creía que estos bastoncillos eran fermentos del ácido láctico. También se
le ocurrió un medio para probar que los bastoncillos estaban vivos y
transformaban el azúcar en ácido láctico. Tenía que idear alguna especie de caldo
transparente para observar la posible reproducción de ellos.
Tomó levadura seca, la hirvió en agua pura y la filtró para obtener un líquido
transparente, añadió cierta cantidad de azúcar y un poco de carbonato de cal para
impedir que el líquido tomara un carácter ácido. Tomo después una motita gris en
el líquido procedente de una fermentación, y con todo cuidado la sembró en el
nuevo caldo, colocó el frasco en una estufa de cultivo y se dispuso a esperar.
Observó como muchas motitas grises y todas ellas desprendían burbujas, enfoco
el frasco hacia la luz y vio elevarse del fondo ligeras espirales. Puso el
microscopio y en el líquido había millones de bastoncitos.
Emprendió la tarea de demostrar a Francia cómo la ciencia podía ahorrar dinero a
la industria. Empaco aparatos de vidrio y, acompañado de un ayudante, Duclaux,
marchó precipitadamente a su casa natal, a Arbois, para salvar la industria
vinícola, que estaba en peligro.
Pasteur visitó a los que fueron camaradas de otros tiempos, para rogarles le
dieran botellas de vino, vino amargo, vino viscoso, vino grasiento.

Por las investigaciones que había efectuado en otra época, que eran los fermentos
los que transformaban el mosto en vino, y tenía la convicción de que el culpable
de que los vinos se echasen a perder era otro ser microscópico. Y así era, en
cuanto examinó al microscopio las muestras de vinos grasientos, encontró un
hormiguero de curiosos microbios. Pasteur y Duclaux se pusieron a trabajar en un
laboratorio improvisado; atacaron a fondo el problema de impedir la presencia de
los microbios perjudiciales en los vinos sanos, y descubrieron por último que sí,
una vez terminada la fermentación, se calienta suavemente el vino, por bajo del
punto de ebullición, morían todos los microbios que no desempeñaban papel
alguno en el vino y se conservaba éste sano.

Descubrió los gusanos de seda, que fabrican un capullo en tormo suyo y se


convertían en crisálida en su interior, se transforma en mariposa que salé del
capullo y pone huevos que, incubados, dan origen a nuevos contingentes de
gusanos de seda.

Los criadores de gusanos de seda, disgustados ante la crasa ignorancia de


Pasteur, le dijeron que la enfermedad que los mataba se llamaba pebrina, a causa
de las manchitas negras parecidas a la pimienta de que se cubrían los gusanos
enfermos. Pasteur se encontró un millar de enfermedades, pero que los únicos
hechos conocidos en relación con la misma eran las manchitas negras y unos
curiosos glóbulos en el interior de los gusanos enfermos, visibles al microscopio.

Gernez fue enviado al norte de Francia para estudiar los gusanos de seda de
Pasteur. Tras una ardua investigación concluyo que los glóbulos están vivos, son
parásitos, son los que hacen enfermar a los gusanos.

Pasteur sufrió un ataque de hemorragia cerebral que le puso a las puertas de la


muerte. Cuando debía haber continuado en cama, se puso de pie, vacilante,
alegando indignado, que sería criminal no acabar de salvar los gusanos de seda,
cuando tanta pobre gente se moría.
Seis años estuvo luchando Pasteur con las enfermedades de los gusanos de
seda, no había acabado de solucionarlo, cuando atacó otra enfermedad a estos
seres: pero ya conocía el terreno que pisaba, tardó poco en descubrir el microbio
de la nueva plaga.
Capitulo IV
Roberto Koch
“El paladín contra la muerte”

Roberto Koch un alemán miope, serio y de baja estatura, estudiaba medicina en la


Universidad de Gotinga. El sueño de Koch era ser explorador, o médico militar
para ganar Cruces de Hierro, o por lo menos médico naval para tener la
oportunidad de visitar países remotos, después de recibirse, tuvo que hacer su
internado en el poco interesante manicomio de Hamburgo.
Parecía que su destino sería el de consolar enfermos y la también encomiable
tentativa de salvar la vida de los moribundos, cosa que, naturalmente, no
conseguía en la mayoría de los casos.

Llego a Wollstein, en la Prusia Oriental, nuevos paisajes, nuevas aventuras lo


asaltaron del modo más increíble en la misma puerta de su casa, en su propia sala
de consulta, que tanto le aburría y que ya empezaba a detestar.

El carbunco era una enfermedad misteriosa, tenía preocupados a los campesinos


de Europa. Esta plaga, no guardaba regla ni norma, un cordero podía estar
alegremente por la mañana, y aquella misma tarde, con la cabeza un poco caída,
a la mañana siguiente lo encontraba su dueño tieso y frío, con la sangre
convertida en una masa negruzca, y lo mismo podía suceder a otro cordero y a
una.

Koch a pesar de no tener tiempo para realizar sus investigaciones debido a que
seguía su trabajo como médico, en sus tiempos libres encontró unos pequeños
filamentos y bastoncitos en la sangre de los animales muertos por el carbunco que
le llamaron la atención y se las arregló de alguna manera para contagiar la
enfermedad a unos ratones encontrando que al día siguiente de haberlos
contagiado el animal había muerto.
Koch se preguntó por qué se encontraban estos filamentos y bastoncillos en los
animales enfermos y no en los animales sanos y porque morían en los cristales
donde los ponía y sin embargo sobrevivían en los animales.
Para esto realizó una serie de experimentos controlados lo mayormente posible,
puso los filamentos a la temperatura corporal del ratón y entonces observó que se
formaban esporas cristalinas dentro de los filamentos de lo cual dedujo que estas
esporas protegían a los filamentos hasta el momento en que entrarán a un animal
sano listos para esparcirse.
Con todo esto fue a mostró sus resultados expreso lo siguiente "Los tejidos de
animales muertos de carbunco, bien estén frescos, putrefactos, secos o tengan un
año de antigüedad, sólo pueden producir el carbunco si contienen bacilos o
esporas de estos”.
Además les enseñó el modo de exterminar la plaga y su descubrimiento también
ayudó a que se empezara a luchar contra los microbios de una manera científica
dejando de lado las supersticiones de los médicos.

Entre 1878 y 1880, hizo grandes progresos de bacteriología. Espiando y siguiendo


la pista a los extraños seres diminutos que infeccionan mortalmente las heridas de
los hombres y de los animales, aprendió a teñir con diferentes substancias
colorantes toda clase de microbios, consiguiendo se destacara claramente hasta
el más pequeño de estos, y de un modo misterioso ahorró dinero bastante para
comprar una cámara fotográfica que adaptó al microscopio, aprendió a sacar
fotografías de los microbios, sin tener maestro que le enseñara.

Un día Koch, miró la superficie lisa de media papa cocida que había quedado
sobre una mesa del laboratorio. Acercó sus ojos miopes a la papa, preparó los
portaobjetos y limpió los lentes del microscopio. Tocó una de las manchitas grises
con un delgado alambre de platino y puso una minúscula fracción de aquella
substancia viscosa, con un poco de agua, entre dos portaobjetos, al examinar la
preparación al microscopio, encontró un enjambre de bacilos que nadaban
tranquilamente, y cada uno de ellos era exactamente igual a sus millares de
hermanos contenidos en la gota.

Examinó los microbios de una manchita amarilla, de otra roja y de otra violeta, los
gérmenes eran redondos en una, tenían aspecto de bastoncitos flotantes en otra y
los de la tercera parecían sacacorchos vivientes pero invariablemente, todos los
microbios de una manchita eran semejantes a sus hermanos. Se dio cuenta del
espléndido experimento que le había obsequiado la naturaleza. “Cada una de
estas manchitas es un cultivo puro de una especie bien definida de microbios; es
una colonia pura de una sola especie microbiana” (Roberto Koch).

Todo lo que se sabía acerca de la tuberculosis era que se suponía causada por
alguna especie de microbio, puesto que los hombres enfermos podían transmitirla
a los animales sanos. Obtuvo el primer material tuberculoso, Koch se dedicó a
teñir de pardo, de azul, de violeta, el material con grandes precauciones,
mojándose cada vez las manos con sublimado corrosivo, que se las ennegrecía y
arrugaba, frotaba con el peligroso material tuberculoso láminas de cristal delgadas
y limpias, que mantenía después varias horas en un fuerte tinte azul.

Una mañana sacó los portaobjetos del baño colorante y los examinó al
microscopio, al enfocar surgió una visión extraña de la niebla gris, masas curiosas
de los bacilos sumamente delgados, teñidos de azul y tan tenues, que no podía
hacer conjeturas acerca de su tamaño, pero que tenían una longitud inferior a una
milésima de milímetro.

Encontró tubérculos siniestros, de color gris amarillento, sumergió en el baño azul


las consabidas láminas de cristal y en todas ellas descubrió los mismos
bastoncitos curvos y terribles que habían aparecido ante sus ojos asombrados
cuando se le ocurrió teñir los trozos del pulmón del obrero muerto.

Extrajo un par de tubérculos amarillo, con este material rico en bacilos y


valiéndose de un alambre de platino, frotó la superficie húmeda de suero
contenida en tubos, y después, llevó los tubos a la estufa de cultivo, mantenida
exactamente a la misma temperatura que la del cuerpo del conejillo de Indias. Al
aproximarse a la estufa en la mañana del día quinceavo, encontró cubierta de
pequeñas motas brillantes la superficie aterciopelada de la gelatina de suero. Con
mano temblorosa cogió la pulpa, y al examinar un tubo tras otro, encontró en todos
ellos las mismas motitas brillantes que se resolvían en pequeñas escamas secas,
arrancó el tapón de algodón de uno de los tubos y con un alambre de platino
extrajo una de aquellas colonias escamosas que debían ser microbios y sin saber
cómo ni cuándo, se encontró sentado ante el microscopio.

Entonces se dio cuenta de que estaban incontables los mismos bacilos, los
bastoncitos retorcidos que había descubierto en un principio en los pulmones del
obrero víctima de la tuberculosis. Estaban inmóviles, pero vivos seguramente y en
trance de multiplicarse, eran delicados y remilgosos en cuanto a alimentación y de
poco tamaño, pero más salvajes.

El 24 de marzo de 1882 dijo cómo los médicos podían aprender ya las costumbres
al bacilo de la tuberculosis, el enemigo más pequeño de la humanidad pero
también el más implacable, sus fuerzas, sus puntos débiles mostrando cómo
podía emprenderse la cruzada para aplastar, para eliminar del mundo a este
enemigo mortal.

Gracias a las valientes investigaciones de Koch, Europa y América no tienen ya


que temer las incursiones devastadoras de estos asesinos de oriente,
microscópicos pero terribles.

Capítulo V
“Pasteur y el perro rabioso”
En 1870 las maternidades de París eran unos verdaderos focos de infección, el
austriaco Semmelweis, había demostrado que la fiebre puerperal era contagiosa.
De cada diecinueve mujeres que ingresaba a un hospital llenas de esperanza,
moría una, dejando huérfano a su hijo.

Pasteur descubrió que los microbios de esta enfermedad eran transmitidos a las
mujeres sanas por los médicos. Decía el haber descubierto aquel microorganismo.
Y así fue como empezó a experimentar en animales específicamente en vacas
con la teoría de que si les inyectaba con tuberculosis en pequeñas dosis a medida
de que pasaba el tiempo, si la vaca sobrevivía, se convertiría en una vaca inmune
a la enfermedad con la que intencionalmente había sido infectada. Luego
experimento con gallinas de la misma manera que con las vacas.

Nombro a jóvenes inquietos como sus ayudantes ellos practicaban la rama de la


medicina Joubet Roux y Chamberland. Ellos le explicaron el mecanismo interior de
un animal, descubriendo que las lombrices eran las que llevaban a la superficie los
bacilos del carbunco que existen en los cadáveres de los animales enterrados a
profundidad. Cuando los microbios envejecense, vuelven menos feroces hacen
enfermar a las gallinas pero sólo levemente, y al curarse éstas pueden entonces
soportar todos los microbios del mundo, por virulentos que sean

El descubrimiento accidental de la vacuna que liberaba del cólera a las gallinas,


fue el comienzo de los seis años más atareados de su existencia, años de
tremendas discusiones, de triunfos inesperados y de desengaños terribles,
durante los cuales derrochó la energía. Opuso los microbios a los microbios,
domesticándolos primero y utilizándolos después como maravillosas armas
defensivas contra los ataques de su misma especie.

Sus experimentos fueron publicados en la Academia de la Ciencia. Decidió dar por


concluida su investigación con un último experimento entonces así fue como el 31
de mayo contaba con ovejas, cabras, gallinas y algunas vacas se comprobó la
teoría de Pasteur.

Al finalizar ese año lleno se fructíferos experimentos. Decidió experimentar con un


perro rabioso encerrándolo en una jaula con algunos perros sanos para que este
los contagiara fue introducido en una gran jaula donde habían varios perros sanos
con el fin de que los mordiera. Roux y Chamberland sacaron baba de la boca del
furioso animal, la inyectaron a conejillos de Indias y, llenos de ansiedad, esperaron
que hicieran su aparición los primeros síntomas de la rabia.
El experimento tuvo éxito unas veces, pero otras muchas no, de cuatro perros
sanos mordidos, dos amanecieron, seis semanas después, recorriendo furiosos la
jaula y aullando y en cambio transcurrieron meses sin que los otros dos
presentasen el menor síntoma de hidrofobia.

El virus de la rabia que penetra en las personas con la mordedura se fija en el


cerebro y en la médula espinal. Todos los síntomas de la hidrofobia prueban que
este virus, que este microbio que no podemos encontrar, ataca al sistema
nervioso.
”Ahí es donde tenemos que buscarlo, ahí es donde podremos cultivarlo tal vez,
aunque no lo veamos, quizá pudiéramos emplear el cerebro de un animal vivo en
vez de un matraz con caldo de cultivo sería un procedimiento curioso pero si
inyectamos el virus bajo la piel hay posibilidad de que se extravíe en el cuerpo
antes de llegar al cerebro”.
Roux cogió un perro sano, sin dificultad alguna le anestesió con cloroformo, y
haciéndole un pequeño agujero en la cabeza, dejó al descubierto la masa
encefálica viva y palpitante. Puso en una jeringuilla una pequeña cantidad de
cerebro machacado de un perro recién muerto de rabia, y por el agujero
practicado en el cráneo del perro anestesiado metió la aguja de la jeringuilla y
lentamente inyectó la mortífera substancia rábica. Como era de esperar, aún no
habían transcurrido dos semanas, cuando el pobre animal empezó a lanzar
aullidos lastimeros, a desgarrar la cama y a morder los barrotes de la jaula
muriendo a los pocos días.

A su consultorio llega una madre con su hijo casi nauseabundo con mordeduras
de perro en catorce lugares distintos. Todas las mordeduras fueron causadas por
un perro rabioso. El niño de nueve años sería el primer experimento en humanos.
Pasteur llamo a dos de sus amigos médicos Vulpian y Grancher esa misma tarde
empezaron con el experimento. Al transcurrir el tiempo el niño mejoró hasta su
recuperación total.

Aquella tarde del 6 de julio de 1885, fue hecha a un ser humano la primera
inyección de microbios atenuados, de hidrofobia: después, día tras día, el niño
soportó sin tropiezo las restantes inyecciones, meras picaduras de la aguja
hipodérmica. Pasteur dijo al mundo que estaba dispuesto a defender de la
hidrofobia a todos sus habitantes.

Murió en 1895, en una modesta casa próxima a las perreras donde conservaba los
perros rabiosos en las afueras de París. En torno del lecho se agrupaban Roux,
Chamberland y otros investigadores a los que había inspirado, hombres que
habrían arriesgado la vida ejecutando fantásticas correrías contra la muerte y que
de ser posible, hubieran dado sus vidas ahora, para salvar la del maestro.

Capítulo VI
Roux y Bering
“Masacre de conejillos de indias”

En 1888, Emilio Roux continuó las investigaciones que Pasteur había tenido que
abandonar. En poco tiempo descubrió que el bacilo de la difteria destila un veneno
extraño, y que un gramo de esta substancia pura basta para matar dos mil
quinientos perros. Emilio Behring, su romántico discípulo, descubrió en la sangre
de los conejillos de Indias un poder extraño un algo desconocido que volvía
completamente intensivo el poderoso veneno de la difteria.

Los laboratorios eran verdaderas carnicerías, semejantes a los campos de batalla


de otros tiempos en que los soldados quedaban mutilados por las lanzas y
lacerados por las flechas. Roux escarbaba brutalmente en los bazos de niños
muertos. Behring, en la oscuridad de su ignorancia, daba de narices contra hechos
que ni los mismos dioses hubieran podido predecir. Por cada brillante
experimento, tuvieron que pagar con mil fracasos.

Pero lograron descubrir la antitoxina diftérica. Sin embargo, no lo habrían


conseguido sin el modesto descubrimiento de Federico Loeffler. Loeffler fue aquel
cazador de microbios, de bigotes tan marciales, que tenía que abatirlos
continuamente para poder observar al microscopio. Había estado a la diestra de
Koch cuando éste le seguía la pista al bacilo de la tuberculosis.

La difteria, que varias veces cada cien años presenta intensos altibajos en su
virulencia, se encontraba, entonces en uno de los períodos más sanguinarios las
salas de los hospitales infantiles ofrecían un aspecto funesto con tantos lamentos
desoladores, los ataque de tos espasmódica anunciaban la asfixia, en las tristes
hileras de angostos lechos, las blancas almohadas enmarcaban caritas violáceas
bajo la presión estrangulante de una mano desconocida.

De cada diez camas, cinco enviaban a sus ocupantes al depósito de cadáveres.


Abajo, en uno de estos depósitos, Federico Loeffler se afanaba hirviendo
espátulas, calentando, al rojo vivo hilos de platino para extraer la materia gris de
las gargantas mudas de aquellos cuerpecitos a los que los médicos no pudieron
conservar la vida, ponía esta materia en delgados tubos de cristal tapados con
algodón, o bien la coloraba para observarla al microscopio, descubriendo curiosos
bacilos en forma de maza, microbios en los que el colorante destacaba puntos y
fajas o bandas.

Estos bacilos aparecieron en todas las gargantas, hurgó en todos los rincones de
aquellos cuerpecitos; tino centenares de preparaciones de todos los órganos.
Intentó, y pronto lo consiguió, desarrollar aquellos bacilos en estado de pureza.
Pero en ninguna parte de los cuerpos que examinó, encontró aquellos microbios:
sólo aparecían en las gargantas obstruidas por las membranas.

Inyectó los microbios procedentes de los cultivos puros en la tráquea de unos


cuantos conejos y debajo de la piel de varios conejillos de Indias, y todos
murieron. La difteria hacía estragos en Paris; Roux y Yersin fueron al hospital de
niños y hallaron el mismo bacilo mencionado por Loeffler, lo cultivaron en
matraces, empezaron a inyectar grandes cantidades de caldo de cultivo a
innumerables pájaros y cuadrúpedos destinados a morir sin la satisfacción de
saber que eran mártires.

Roux disecó tejidos de todos los rincones de aquellos cadáveres; hizo cultivos de
los corazones y los bazos; pero no encontró ni un solo bacilo, y eso que pocos
días antes había inyectado a cada conejo un billón de ellos aproximadamente.

Roux dejó de moverse entonces en un círculo vicioso, y se puso a investigar, a


trabajar materialmente, consiguió preparar un extracto muy concentrado y
después se entregó a grandes cálculos, una onza de aquel producto puro
resultaba capaz de matar seiscientos mil conejillos de Indias o setenta y cinco mil
perros de gran tamaño, y los cuerpos de los conejillos que habían recibido parte
de onza de toxina pura, los tejidos que Integraban esos cuerpos presentaban el
mismo aspecto lamentable.

Inyectó a varios conejillos de Indias una dosis de diftéricos capaz de matarlos con
toda seguridad, y a las pocas horas los microbios empezaron su labor destructora.
Los conejillos supervivientes desearían probablemente haber muerto, porque el
tricloruro al mismo tiempo que los curaba, les causaba tremendas quemaduras en
la piel, y los pobres animales chillaban lastimeramente cuando se rozaban
aquellas heridas dolorosas.
Empezó a inyectar bacilos diftéricos, toxina diftérica y tricloruro de yodo a conejos,
ovejas y perros, con el propósito de convertir aquellos cuerpos vivos en fábricas
de suero curativo, de suero destructor de toxina, de “antitoxina”. El efecto fue
milagroso, poco después casi todos los animalitos empezaron a respirar con más
facilidad, y a las veinticuatro horas al ser puestos boca arriba, se levantaban con
presteza y quedaban de pie. Al cuarto día estaban tan buenos como nunca,
mientras que los de la otra mitad del lote no tratados, eran llevados al horno
crematorio, fríos y muertos.

Behring preparaba su suero para llevar a cabo el primer ensayo decisivo en algún
niño a punto de morir de difteria, escribió su informe clásico explicando cómo era
capaz de curar animales condenados a muerte segura, inyectándoles una
substancia nueva. Los resultados parecían milagrosos, unos cuantos niños
murieron; el hijo de un médico famoso de Berlín falleció misteriosamente.

“El estado general de los niños a los que se aplica el suero mejora rápidamente.
En las salas apenas si se ven ya caras pálidas y plomizas: las criaturas están
alegres y animadas” (Roux).
En el Congreso de Budapest descubrió cómo el suero hacía desaparecer de la
garganta de los niños la membrana gris donde los bacilos al desarrollarse
elaboraban el terrible veneno.

Capitulo VII
Elías Metchnikoff
“Los solícitos fagocitos”

Capitulo VIII
“Theobald Smith”

Theobald Smith, dio la explicación de por qué el ganado vacuno del Norte, cuando
es trasladado al Sur, enferma y muere a consecuencia de la fiebre de Tejas, y de
por qué el ganado vacuno del Sur, aun estando sano, acarrea al Norte una muerte
misteriosa para el que está en la región.

Redactó en 1893 un informe resolviendo el enigma, informe que no llegó a


conocimiento del público y que se encuentra agotado, pero que sugirió una idea al
fanfarrón David Bruce, insinuó cosas a Patrick Masón, hizo pensar a Grassi, el
brillante e indignado italiano, inspiró confianza al norteamericano Walter Reed y a
los oficiales y soldados que rehusaron pagas extraordinarias por haberse prestado
a ser mártires de la investigación.
Al ingresar en la Escuela de Medicina de Albany, no encontró entre los doctores
de la Facultad interés alguno por los bacilos, estos seres no habían sido aún
tomados como blanco de los tiros curativos de la profesión médica, no se daba
curso alguno de Bacteriología, a pesar de todo quería hacer ciencia, y sin tomar
parte de las alegres borracheras y obscenidades científicas de los estudiantes de
Medicina de tipo corriente, se consolaba estudiando al microscopio las entrañas
de los gatos.

Publicó acerca de ciertas peculiaridades anatómicas de las tripas de los gatos,


hizo observaciones muy perspicaces, que fueron sus primeras armas como
investigador. Inventó una vacuna de una especie nueva y curiosa, que no contenía
bacilos, sino sus componentes proteínicos filtrados.
La fiebre de Texas era producida por un insecto que vivía sobre las vacas,
chupándoles la sangre; la garrapata. Nunca se había oído cosa semejante, era
anticientífico, era estúpido.
Theobald Smith decidió ir en busca de los ganaderos y observar la enfermedad lo
más cerca posible, tal como la veía aquella gente, se presentaba la ocasión de
una nueva clase de caza de microbios, siguiendo los pasos a la naturaleza para
intentar modificarla poniendo en juego los recursos cada vez más calurosos.

El microbio desconocido de la fiebre de Texas ataca a la sangre, parece como si


algo se introdujera en los glóbulos rojos, haciéndolos reventar. Dentro de los
glóbulos rojos es donde tengo que buscar el microbio. Aunque Smith desconfiaba
de los informes de los pretendidos expertos del microscopio, con este aparato en
la mano era un excelente observador, y dirigiendo las lentes más potentes a la
sangre de la primera vaca fallecida, vio en la primera preparación, que examinó
unos curiosos espacios piriformes, recortados con los discos macizos de los
glóbulos rojos, que de momento parecían simples agujeros, pero enfocando una y
otra vez y examinando una docena de preparaciones, observó que los agujeros se
convertían en seres vivientes, piriformes, que asimismo encontró en la sangre de
todas las vacas muertas de fiebre de Texas, y siempre dentro de los glóbulos,
convirtiendo la sangre en agua; pero nunca en la sangre de las vacas sanas del
Norte.
Durante dos veranos más, Smith y Kilborne descubrieron hechos curiosos
relacionados con la inmunidad, vieron terneras norteñas con ataques benignos de
fiebre de Texas, un par de ellas en el verano, a lo sumo, y que al siguiente año,
más o menos crecidas, pastaban cuidadosamente en campos que resultaban
mortales para las vacas del Norte no inmunizadas.

De este modo se explicaron por qué el ganado del Sur no es víctima de la fiebre
de Texas, esta cruel enfermedad existía en el Sur, en los sitios donde hay
garrapatas, que están en todas partes; las garrapatas estaban continuamente
picando a las vacas del Sur e inoculándoles los fatales microbios piriformes, que
no les afectaban, porque los ataques benignos que habían tenido cuando eran
terneras las habían hecho inmunes. Finalmente, después de cuatro veranos
sofocantes, pero llenos de éxito, Theobald Smith se dispuso, en 1893, a contestar
a todas las intrincadas cuestiones que puede transmitir una enfermedad.

Exterminando ese insecto, bañando el ganado en soluciones antisépticas, para


matar las garrapatas y manteniéndolo en campos limpios de estos bichos,
desaparecerá de la tierra la fiebre de Texas. Actualmente el ganado es bañado en
soluciones antisépticas, y la fiebre de Texas, que era una amenaza para los
millones de cabezas de ganado vacuno de Norteamérica, no es ya una cuestión
que preocupe.

Capitulo IX
“David Bruce”

David Bruce entró en el Servicio Médico del ejército inglés, no para luchar ni para
salvar vidas de soldados, ni tampoco para tener ocasión de cazar microbios,
ocupación desconocida en aquellos tiempos, ni con fin alguno tan desinteresado:
lo hizo porque quería casarse, y tanto él como su novia carecían de dinero.

Reinaba en la isla una enfermedad misteriosa llamada la fiebre de Malta,


padecimiento que producía a los soldados fuertes dolores en las tibias y les hacía
maldecir la hora en que se les había ocurrido entrar al servicio de la reina. Bruce
se percató de que era estúpido limitarse a dar palmaditas a los enfermos y
recetarles píldoras, comprendió que había que buscar el origen de la fiebre de
Malta.
Su primer paso en la sangre de uno de los caballos enfermos observó Bruce entre
los glóbulos rojos, ligeramente amarillentos y apelotonados, una danza violenta y
desusada haciendo deslizar la preparación en el campo visual del microscopio,
llegó a un espacio libre de aquel hervidero de células sanguíneas y allí de pronto
descubrió la causa de toda aquella agitación, un pequeño ser, mucho mayor sin
embargo, que cualquier microbio comente un animal de cuerpo aplastado, roma
una de las extremidades y provista la otra de un delgado flagelo, con el que
parecía explorar lo que tenía por delante.

El cuerpo, flexible, se presentaba de trecho en trecho a manera de nudos, y


estaba dotado a lo largo de una membrana transparente y ondulante. En el
espacio libre del campo visual fueron apareciendo, uno tras otros, varios de estos
animales extraordinarios, que no se movían estúpidamente, como hacen los
microbios corrientes, sino que actuaban como pequeños dragones inteligentes;
cada uno de ellos se precipitaba de un glóbulo rojo a otro, atacándolo, tratando de
meterse dentro, tirando y empujando, hasta que de pronto salía disparado en línea
recta a esconderse debajo de la masa de células sanguíneas que formaban el
borde del espacio libre. Tripanosomas.
Compró más caballos sanos, los mantuvo en la colina, sitio seguro, a cientos de
metros sobre la planicie peligrosa, y volvió a descender de su altura para
dedicarse a la captura de moscas, dando pruebas de su afición a la caza y
llevando como reclamo un caballo, sobre el cual se posaron tsetsé, que Bruce y
los zulúes recogieron cuidadosamente a centenares, metiéndolas en una jaula,
volviendo a subir a la colina para colocar la jaula llena de moscas zumbadoras
sobre el lomo del caballo sano.

A través de un cristal colocado en uno de los costados de la jaula, observó cómo


las moscas clavaban vorazmente sus trompas en el caballo, y en menos de un
mes, todos los caballos sometidos a este tratamiento, y que no habían comido ni
bebido en la llanura, ni siquiera respirado el aire, murieron de nagana.
Bruce había descubierto con anterioridad que los monos constituían excelentes
sujetos de experimentación, susceptibles de ser sumidos en un hermoso sueño
fatal, análogo al del hombre, inyectándoles líquido cefalorraquídeo procedente de
negros sentenciados a muerte. Bruce se dedicó a procurarse un equipo de
colaboradores que le ayudase en uno de los ensayos más sorprendentes de todas
las cacerías de microbios que se han realizado.

Solicitó una audiencia de Apolo Kagwa, Primer Ministro de Uganda, a quien dijo
había descubierto el microbio que estaba matando a tantos de sus súbditos,
informándole al mismo tiempo de que otros muchos miles más tenían ya el
parásito en la sangre y estaban, por tanto, sentenciados a morir.
Nyassalandia fue el último campo donde Bruce dio la batalla a la enfermedad del
sueño y aquél en el que estuvo más desesperanzado, porque allí fue donde
encontró que la “Glossina sorsitans” no sólo vive en las orillas de los lagos y de los
ríos, sino que zumba y pica de un extremo a otro de Nyassalandia, y no hay
manera de escapar de ella, no hay posibilidad de trasladar naciones enteras
huyendo de su mordedura. Bruce siguió dedicado al problema, y pasó años
enteros midiendo la longitud de los tripanosomas y tratando de encontrar si la
nagana y la nueva enfermedad eran una misma y sola cosa. Terminó por no
saberlo, y sus palabras finales fueron éstas “En el momento actual no es posible
realizar experimentos que decidan la cuestión en uno o en otro sentido. Los
experimentos a que se refería era inyectar tripanosomas de la nagana, no en uno
ni en cien, sino en un millar de seres humanos”
Capitulo X
Ross contra Grassi
“El Paludismo”

Capitulo XI
Walter Reed
“En interés de la ciencia y por la humanidad”

Capitulo XII
Pablo Ehrlich
“La bala mágica”

Pablo Ehrlich, era un hombre jovial, se fumaba veinticinco cigarros al día le


gustaba de beber en público un tarro de cerveza. Aunque era hombre moderno,
llevaba en sí algo del espíritu medieval. Como alquimista que era, hizo una droga,
en medicamento salvador, a base de arsénico elaboró un menjurje para librarnos
del pálido microbio en forma de sacacorchos; microbio cuya mordedura es la
causa de la sífilis.

La imaginación de Pablo Ehrlich era de los más fantástica, disparatada y


anticientífica, y esto lo ayudó a conseguir que los cazadores de microbios dieran
otro paso adelante. Ehrlich nació en Silesia, Alemania, en marzo de 1854. Su
ingenio le valió una mala nota, pero esto no era una novedad. Después del colegio
asistió a una escuela de medicina.
Las escuelas opinaban que no era un estudiante común y corriente todos
coincidían en que era un pésimo estudiante, Ehrlich se rehusaba a memorizar las
diez mil complicadas palabras que se supone son imprescindibles para curar
enfermos. Formaba parte del movimiento dirigido por Luis Pasteaur, el químico, y
Roberto Koch, el médico rural. Los profesores le ordenaban a Ehrlich que
disecase cadáveres, para aprender las diferentes partes del cuerpo pero en vez de
hacerlo, cortaba una parte del cadáver en rebanadas muy delgadas, y se dedicaba
a teñirlas con una asombrosa variedad de preciosos colores de anilina que
compraba. Odiaba la enseñanza clásica y se clasificaba a sí mismo de
modernista, más dominaba el latín, que utilizaba para acuñar sus gritos de
combate.

Se encontraba en el laboratorio de Cohnheim el día que Koch hizo su primera


demostración con el microbio del carbunco. de ahí que necesitara un dios
humano, y ese dios fue Roberto Koch. Tiñendo un hígado enfermo, Ehrlich, antes
que Koch, había visto un microbio de la tuberculosis más en su ignorancia, y sin la
clara inteligencia de Koch, supuso que los bastoncitos coloreados eran cristales.
Pero todo se le iluminó aquella tarde de marzo de 1882 cuando escuchó las
pruebas dadas por Koch de haber descubierto la causa de la tuberculosis. Así,
que fue a ver a Koch. Ehrlich le enseñó a Koch un procedimiento ingenioso para
teñir el microbio de la tuberculosis, procedimiento que con ligeras variantes, se
sigue usando actualmente. Poseía una vocación decidida para cazador de
microbios. Con su entusiasmo, terminó contagiándose de tuberculosis y tuvo que
marcharse a Egipto.

Tenía la energía de un dínamo; estaba seguro de poder visitar enfermos y cazar


microbios, todo al mismo tiempo. Fue director de una hermosa clínica de Berlín,
pero era sumamente nervioso y se sentía agitado con los lamentos de los
enfermos que no podía aliviar, y con la muerte de los enfermos incurables. Pablo
Ehrlich era un médico desagradable, porque los sueños le atenazaban el cerebro
la materia orgánica era sólo cuestión de ciclos de benzol y cadenas laterales, al
igual que las substancias colorantes, y por ello, Pablo Ehrlich, inventó una química
biológica.

Pablo Ehrlich era todo menos un gran médico. La composición química de los
animales es igual a la química de mis colorantes: Tomó azul de metileno, que era
su colorante favorito, e inyectó una pequeña cantidad en la vena auricular de un
conejo, el color difundirse por la sangre y el cuerpo del animal, tiñendo
misteriosamente de azul únicamente las terminaciones nerviosas. Por un
momento olvido sus conocimientos fundamentales, de inmediato procedió a
inyectar este producto a sus siguientes enfermos pero se presentaban dificultades,
atemorizaban a los pacientes, lo que es muy comprensible. Del extraño
comportamiento del azul de metileno entrando en un solo tejido de entre los
centenares que componen los seres vivos.

Que sólo tiñe un tejido de los varios que forman el cuerpo animal; debe existir una
substancia que tiña y mate microbios que atacan al hombre. Koch solía entraren el
laboratorio de su discípulo, en el cual había hileras de frascos llenos de vistosos
colorantes que Ehrlich no tenía tiempo de usar.
Koch consideraba disparatados los sueños de balas mágicas, soltaba una catarata
de explicaciones atropelladas, que en aquellos días versaban sobre la posibilidad
de inmunizar a los ratones contra los venenos contenidos en las semillas, la
cantidad de veneno necesaria para matar en cuarenta y ocho horas a un ratón era
de cien gramos. Les coagula la sangre en las arterias.
Pablo Ehrlich blandía los tubos llenos de coágulos color ladrillo, de sangre de
ratón, para probarle a su ilustre jefe que la cantidad de veneno necesaria para
coagular aquella sangre es exactamente la requerida para matar al ratón de donde
procedía la sangre.
Ganaba amigos con facilidad, y como era hombre astuto procuraba que alguno de
ellos fueran personas influyentes. En 1890 lo vemos ya al frente de su propio
laboratorio, situado en Steglitz, cerca de Berlín, que consistía en dos pequeñas
habitaciones, una que había sido panadería y establo la otra. Ehrlich recordando
cómo se había inventado la burbuja de las vacunas de Pasteur, y cómo se desinfló
el globo de los sueros de Behring. El comportamiento de los venenos, de las
vacunas y de las antitoxinas debe regirse por leyes matemáticas.
Sus dibujos se volvían cada vez más raros, hasta el punto que su teoría de
inmunidad de las cadenas laterales se convirtió en un rompecabezas que servía
para nada. Creyó en su disparatada teoría de la inmunidad, basada en las
cadenas laterales.

Sus esfuerzos por encontrar las leyes de los sueros no se tradujeron sino en una
serie de dibujos fantásticos que nadie tomaba en serio, y que en realidad, en nada
habían contribuido para transformar los sueros poco efectivos en otros más
poderosos. Kadereit, desmontando el laboratorio de Steglitz para trasladarlo a
Francfort estaba lleno de judíos ricos, célebres por su sentido social y por su
dinero. Leyendo esta historia podría pensarse que sólo existe una clase de
cazador de microbios: aquella en la que los investigadores sólo dependen de sí
mismos, que prestan poca atención a la labor de los demás, y en lugar de leer
libros se ocupan de leer la Naturaleza. Pablo Ehrlich sacaba sus ideas de los
libros.
En 1901, Había inyectado a ratones aquellos diablos atetados que tan graves
males ocasionaban en las ancas de los caballos, produciéndoles la enfermedad
conocida como mal de caderas y entonces inyectó arsénico a los ratones
enfermos, tratamiento que mató muchos tripanosomas y que los alivió un tanto, sin
que realmente se produjera una notable mejoría. Los ratones siguieron muriendo
en todos los casos. Pero esta simple lectura fue suficiente para encandilara
Ehrlich.

Los malvados tripanosomas del mal de caderas, que llegaron al laboratorio en un


conejillo de Indias procedente del instituto Pasteur, de París, fueron inyectados en
el primer ratón y empezó la labor experimental. Ensayaron cerca de quinientos
colorantes. Shiga inyectó tripanosomas de las caderas a dos ratones blancos,
pasó un día y otro; los párpados de los ratones empezaron a pegarse con el
mucílago de su destino, se les erizó el pelo con el miedo de su destrucción: un día
más y todo habría terminado para aquellos ratónenlos.
Es el primer ratón que se salva del ataque de los tripanosomas, lo ha salvado,
gracias a su persistencia, a la casualidad, a Dios y a un colorante llamado rojo
tripan.
Los tripanosomas eran unos bichos terribles, astutos y resistentes como lo son
todos los microbios viles, pero entre éstos los hay resistentes, como los
tripanosomas, que atacados a la vez por un judío y un japonés, armados de un
colorante vistoso, se relamen de gusto o se retiran discretamente a un lugar
recóndito del ratón, en espera del momento oportuno para multiplicarse a placer.
Era una labor agotadora, que sólo podía ser realizada por un hombre dotado de
una paciencia tan persistente como Paul Ehrlich. A todo esto, el laboratorio iba
ampliándose; las buenas gentes de Francfort consideraban como un sabio, que
entendía de todos los misterios, que sondeaba todos los enigmas de la
Naturaleza.
Inventaron docenas de compuestos. Una sola inyección hacía desaparecer todos
los tripanosomas de la sangre de un ratón atacado de mal de caderas. Paul
Ehrlich tuvo una inspiración afortunada a consecuencia de haber leído una teoría
desprovista de verdad. El compuesto seiscientos seis se combina químicamente
con el cuerpo humano, y, portante, no puede causar daño alguno.

Fue un hombre jovial, que llevaba mezcladas en una caja todas las medallas que
tenía, fue un hombre impulsivo.

Conclusión

Este libro nos narra y nos evidencia la importancia de cada uno de estos
científicos y como se convirtieron de vital importancia el estudio de microbios,
bacterias o enfermedades peligrosas que escalaban a la muerte. Nos da una
pequeña biografía de los personajes, como afrontaron su vida y como surgieron
sus ideas para convertirse en parte de la historia.
Además de relatar su lucha incansable para alcanzar su satisfacción profesional.
Es muy interesante saber que por la observación pudieron resolver tanto, como
una simple gota de agua les pudo cambiar su vida. O el color de una papa les
causaba tanta intriga. Comenzando a investigar y experimentar para que
concluyeran con teorías y descubrimientos fascinantes. Eras personas inexpertas
pero que buscaban de una u otra manera sobresalir. Desde un aficionado por la
orfebrería hasta pintores, doctores reprimidos y religiosos.

Como se mencionó en diversos capítulos, nunca se dejara de estudiar sobre los


microbios, es una investigación que se encuentra en constantes cambios y queda
para todos aquellos intrépidos y valientes que deseen sumergirse en un mundo de
ciencia, y que tengan la determinación de cambiar el mundo y resolver tantas
incógnitas que giran en torno a cualquier ser.

Bibliografía

Kruif Paul. (1926). Cazadores de microbios. Editorial Nueva Fénix.


https://fmed.uba.ar/sites/default/files/2018-02/tex1b.pdf

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