Virtudes y Valores
Virtudes y Valores
Virtudes y Valores
Para llegar a las virtudes tiene que existir el valor como hábito adquirido
en la persona. Santo Tomás define la virtud como un “hábito operativo
bueno". Por lo tanto, las virtudes son un tipo de cualidades estables, y
por eso son hábitos y no meras disposiciones o cualidades transeúntes.
Para orientar a una familia cristiana en las virtudes y valores en los que
educar a sus hijos, iremos paso a paso y comenzaremos por describir las
virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza) y las
virtudes teologales (fe, esperanza y caridad), para pasar después a los
valores o virtudes humanas, como la sinceridad, la responsabilidad, la
laboriosidad, el respeto, etc.
VIRTUDES CARDINALES:
La prudencia es la luz que dirige todos nuestros actos para llegar a Dios.
La prudencia ayuda al hombre a poner atención a la voz de su
conciencia, en vez de poner atención a lo que siente.
Vivir bien no es otra cosa que amar a Dios con todo el corazón, con toda
el alma y con todo el obrar. Quien no obedece más que a El (lo cual
pertenece a la justicia), quien vela para discernir todas las cosas por
miedo a dejarse sorprender por la astucia y la mentira (lo cual pertenece
a la prudencia), le entrega un amor entero (por la templanza), que
ninguna desgracia puede derribar (lo cual pertenece a la fortaleza). (S.
Agustín, mor. eccl. 1, 25, 46).
VIRTUDES TEOLOGALES:
Debemos:
Debemos confiar que Dios nos da todas las gracias necesarias para
servirlo fielmente y nos lleve a la vida eterna. Entonces debemos
colaborar plenamente con Él.
Cristo murió por amor a nosotros ‘cuando éramos todavía enemigosʼ (Rm
5, 10). El Señor nos pide que amemos como El hasta a nuestros
enemigos (cf Mt 5, 44), que nos hagamos prójimos del más lejano (cf Lc
10, 27-37), que amemos a los niños (cf Mc 9, 37) y a los pobres como a
El mismo (cf Mt 25, 40.45).
“‘Si no tengo caridad -dice también el apóstol- nada soy...ʼ. Y todo lo que
es privilegio, servicio, virtud misma... ‘si no tengo caridad, nada me
aprovechaʼ (1 Co 13, 1-4). La caridad es superior a todas las virtudes. Es
la primera de las virtudes teologales: ‘Ahora subsisten la fe, la esperanza
y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridadʼ (1 Co
13,13). El ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la
caridad. Esta es ‘el vínculo de la perfecciónʼ (Col 3, 14); es la forma de las
virtudes; las articula y las ordena entre sí; es fuente y término de su
práctica cristiana. La caridad asegura y purifica nuestra facultad humana
de amar. La eleva a la perfección sobrenatural del amor divino.
Para que el niño desarrolle valores debemos lograr que conozca el bien,
ame el bien y haga el bien. O sea que entienda los valores, que se
adhiera afectiva y emocionalmente a los mismos y que
fundamentalmente los manifieste en acciones. El secreto es que los
adultos fomenten hábitos operativos buenos en los niños, lo cual ayudará
a que se adhieran afectivamente al valor.
Es muy útil que los hijos vean a su padre y a su madre luchar contra sus
defectos, que pidan perdón y que les exijan. Educar es duro y a veces se
hace muy cuesta arriba pero podemos disfrutar si vemos en la tarea una
lucha conjunta de padres e hijos por ser mejores: esa es una de las
grandezas de la Familia.
Educar la Prudencia
Tal vez nunca se nos ha ocurrido pensar que al trabajar con intensidad y
aprovechando el tiempo, cumplir con nuestras obligaciones y
compromisos, tratar a los demás amablemente y preocuparnos por su
bienestar, es una clara manifestación de la prudencia. Toda omisión a
nuestros deberes, así como la inconstancia para cumplirlos, denotan la
falta de conciencia que tenemos sobre el papel que desempeñamos en
todo lugar y que nadie puede hacer por nosotros.
Educar la Justicia
Educar la Fortaleza
Hay que entender que educar la fortaleza no es educar una fuerza física,
sino educar la capacidad de proponerse metas y luchar por lograrlas
aunque cueste. O dicho de otro modo, conseguir una fuerza interior que
les haga sobreponerse al “no me apetece”.
Para que los hijos vivan la fortaleza es necesario que sepan que existen
cosas en la vida por las que merece la pena luchar, que existe el Bien y
que merece la pena luchar por conseguirlo, de ordinario a través de las
cosas pequeñas.
Algunas veces, los padres pretenden evitar a sus hijos, con un cariño mal
entendido, los esfuerzos y dificultades que ellos tuvieron que superar en
su juventud: los protegen y sustituyen, llevándoles a una vida cómoda,
donde no hay proporción entre el esfuerzo realizado y los bienes que se
disfrutan. No se dan cuenta de que más que proteger a los hijos para que
no sufran, se trata de acompañarles y ayudarles para que aprendan a
superar el sufrimiento.
Por otra parte, está claro que quejarse o permitir a los hijos que se
quejen es crear un ambiente en contra del sentido de la fortaleza.
Lamentarse del trabajo o de los esfuerzos que es preciso realizar
contribuye a crear un ambiente familiar contrario a la fortaleza: hay que
esforzarse porque no hay más remedio, porque la vida te obliga.
Hay que tener en cuenta que los enemigos de la fortaleza son el temor, la
osadía y la indiferencia. Educando la capacidad de resistir una molestia,
un dolor o un esfuerzo continuado, favorecemos que nuestros hijos dejen
de tener miedo a ser fuertes ante las dificultades que la vida les presente
o ante el trabajo que tienen que realizar para mejorar como personas.
3) Habrá que enseñarles algunas cosas que realmente valen la pena, que
les «caldean» por su importancia.
4) Habrá que enseñarles a tomar una postura, a aceptar unos criterios, a
ser personas capaces de vivir lo que dicen y lo que piensan. Es decir,
enseñarles a ser congruentes.
A nuestros hijos, desde que son pequeños, hay que formarles en lo que
es su deber como hijos, hermanos, amigos, alumnos, compañeros... para
que llegue a haber una relación adecuada entre sus preocupaciones y su
actuación de todos los días.
En resumen, ser justo significa jugar siguiendo las reglas, seguir los
turnos, compartir y escuchar lo que dicen los demás. Las personas justas
no se aprovechan de los otros, no “hacen trampas” para tener ventaja
sobre otras. Antes de decidir toman en consideración a todos y no
culpan a otros por algo que ellos no hicieron.
Sobre todo hay que ser muy escrupuloso e intentar tratar siempre
equitativamente a los hijos y no mostrar favoritismo.
Educar la Templanza
Puede ser definida como el hábito recto que permite que el hombre
pueda dominar sus apetitos naturales de placeres de los sentidos de
acuerdo a la norma prescrita por la razón. En cierto sentido, la templanza
puede ser considerada como una característica de todas las virtudes
morales, pues la moderación que ella trae aparejada es central para cada
una de ellas. También santo Tomás (II-IIv141v2) la considera una virtud
especial.
Nuestra meta es ayudar a nuestros hijos a conseguir una virtud que les
será muy útil a lo largo de su vida, ya que vivir la templanza les ayudara a
dominar sus impulsos, pasiones, y apetitos a través de su voluntad.
- Carácter reflexivo que le invita a pensar antes de dejarse llevar pos sus
emociones deseos o pasiones.
- El permisivismo que nos deja actuar pasando sobre los derechos de los
demás.
- El deseo de comodidad que nos lleva a buscar una vida fácil y sin
compromiso.
- Egoísmo que lleva a querer tener y hacer de todo, sin pensar que eso
no es lo mejor para la propia naturaleza.
Educar la Fe
Esto también significa que todo lo que vive el niño en casa está
impregnado de un estilo y de una manera de hacer, lo que incluye unos
valores que favorecen el propio crecimiento personal, el respeto a los
demás y la apertura a lo trascendente.
• La honestidad.
• La verdad.
• El perdón.
• No hacer trampas.
Los padres de familia, antes que nadie, son los verdaderos protagonistas
de la educación cristiana de sus hijos. Por lo tanto, es necesario que las
primeras prácticas religiosas que se enseñan a los hijos reúnan dos
condiciones: que sean fruto de una piedad sincera por parte de los
padres y que estén adecuadas a la capacidad y edad del niño.
Una de las primeras actitudes que hay que despertar en el niño es la
confianza en Dios. Esto se logrará cuando los padres reflejan en los hijos
su confianza en el Todo Poderoso ante los pequeños y grandes sucesos
de la vida ordinaria.
9. Animar a ofrecer a Dios las clases y las tareas. Es otra forma de hacer
oración.
11. Aprender a dar gracias por lo que hemos recibido y por lo que
recibimos cada día.
12. Aprender a pensar en los demás antes que en uno mismo y a tratar a
los demás como queremos que nos traten a nosotros.
El Rosario en familia
Una forma de hacer de este momento algo atractivo para los más
pequeños, es invitarlos a rezar algunos misterios, de acuerdo con su
edad y contarles brevemente la historia de cada misterio, invitándoles a
que lo ofrezcan por alguna intención particular.
Por otro lado, los niños, a medida que crecen, van exigiendo más
respuestas y más explicaciones que, a menudo, nos resultan difíciles. El
diálogo con otros padres, la asistencia a charlas y la lectura de algún
libro, además del propio camino de fe, nos puede ayudar a encontrar las
respuestas adecuadas para nuestro hijo.
● Educar sobre la fe: quiere decir enseñar los rudimentos del dogma y la
moral, haciéndolo de modo acomodado a la edad y circunstancias. Se
requiere, como sabemos, buena dosis de imaginación, paciencia, sentido
del humor, etc, pero también —no lo olvidemos— el hábito escuchar a
los pequeños y tomarlos rigurosamente en serio.
Educar la Esperanza
a) Es sobrenatural, por ser infundida en el alma por Dios (cfr. Rom 15,v.13;
1v.Cor v.13,v.13), y porque su objeto es Dios que trasciende cualquier
exigencia o fuerza natural. El Concilio de Trento afirma que en la
justificación viene infundida la esperanza, junto con la fe y la caridad.
c) Es una disposición activa y eficaz, que lleva a poner los medios para
alcanzar el fin; no es mera pasividad;
3) Por la certeza del acto, que aunque en las dos es absoluta (en cuanto
entrega incondicionada a la Verdad y Fidelidad divinas), sin embargo, en
la esperanza no se tiene "infalibilidad" de conseguir la salvación.
Precisamente el error de Lutero fue ver, en esa certeza infalible de la
salvación personal, la esencia de la fe justificante, identificando ambas
virtudes. Por eso Trento definió que "acerca del don de la
perseverancia... nadie se prometa nada cierto con absoluta certeza,
aunque todos deben colocar y poner en el auxilio de Dios la más firme
esperanza" (Dz-Sch 1541). Por lo demás ésa es la enseñanza de la
Sagrada Escritura que afirma la voluntad salvífica universal de Dios, pero
pone condiciones morales para la eficacia de la redención y habla
también de la posibilidad del pecado y de la condenación (cfr. Philp
2,v.12; 1v.Cor 4,v.4; 10,v.12; etc.).
Podemos, por tanto, esperar la gloria del cielo prometida por Dios a los
que le aman (cf Rm 8, 28-30) y hacen su voluntad (cf Mt 7, 21). En toda
circunstancia, cada uno debe esperar, con la gracia de Dios, ‘perseverar
hasta el finʼ (cf Mt 10, 22; cf Cc. Trento: DS 1541) y obtener el gozo del
cielo, como eterna recompensa de Dios por las obras buenas realizadas
con la gracia de Cristo. En la esperanza, la Iglesia implora que ‘todos los
hombres se salvenʼ (1Tm 2, 4). Espera estar en la gloria del cielo unida a
Cristo, su esposo.
1. Estando atentos a "los signos de los tiempos", para responder con una
postura activa desde el Evangelio a los retos de la educación. El Concilio
Vaticano II, en la Gaudium et Spes, nos recuerda que: "es deber
permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e
interpretarlos a la luz del evangelio, de forma que, acomodándose a cada
generación, pueda responder a los perennes interrogantes de la
humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura" (nº 4).
Esa es misión también de los padres como educadores cristianos.
4. Con la esperanza que nace de la fe. La juventud hoy pide razones para
creer y razones para esperar; pero necesita sobre todo ver en sus padres
y educadores signos y testigos de esperanza. Un educador con
esperanza es un indicador fiable para el camino y el sentido de la vida; un
educador sin esperanza deja de ser educador. Educar con esperanza,
desde la esperanza y para la esperanza es, en los tiempos que corren,
una inestimable aportación. Esta esperanza se aviva mirando al mundo y
a la humanidad con los ojos limpios de la fe y el gozo teologal del amor
cristiano, que es el que nace de la certeza de que Dios ama al ser
humano y de que nuestra historia es una historia de salvación. Y se
proyecta en ser "luz del mundo", "sal de la tierra", "fermento en la masa",
"ciudad sobre el monte"...; basta haber descubierto y acogido el don del
Reino de Cristo para que la vida toda del creyente comience a iluminar, a
irradiar, a sazonar y a transformar el mundo en que le toca vivir.
Educar la Caridad
Qué es la Caridad
El amor al prójimo
- Ordenado: es decir, se debe amar más al que está más cerca o al que lo
necesite más. Ej. A el esposo, que al hermano, al hijo enfermo que a los
demás.
- Interna y externa: para que sea auténtica tiene que abarcar todos los
aspectos, pensamiento, palabra y obras.
El fin último es lograr que el amor sea el motor y el sentido de los actos,
pensamientos y actitudes de nuestros hijos, entendiendo que la fidelidad
al nuevo mandamiento de Jesús dará verdadera coherencia a nuestra
vida.
- Superar el propio cansancio o mal humor en el trato con los demás para
no contagiárselo.
- Ser tolerante, saber escuchar con interés lo que los demás tienen que
decir. Dedicar tiempo a los otros, a pesar de restar tiempo a mi persona.
- La sencillez.
- El ser y saberse aceptado y amado como uno es, porque permite amar
a los demás como a uno mismo.
- Pereza, apatía.
- Los prejuicios sociales. Actuar por el qué dirán, más que por
convicción.
- El “espíritu del mundo” que hace de las demás personas meros objetos
al servicio de los propios intereses.
Para promover la virtud de la caridad en casa:
8. Hacer ver y sentir a todos que se les acepta como son y que tienen
muchas cualidades, nunca permitir comparaciones entre hermanos.
9. Recibir siempre con alegría a todos los que vienen a casa. Hacer que
se sientan bien en ella.
10. Hacer como familia y con frecuencia un examen de conciencia para
analizar cómo se vive la caridad y qué medios concretos se pueden
poner para crecer en ella.