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Nociones Sobre Historia de La Salud Mental en Argentina-1

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Nociones sobre historia de la Salud Mental en Argentina.

“El Lanús”
Dr. Daniel Izrailit

Docente Asociado Salud Mental (Hospital Evita)

Hasta mediados de 1950 el término Salud Mental no tenía existencia como concepto y práctica de
integración de diversas disciplinas tal como la conocemos hoy sino que era sinónimo casi exclusivo
de Psiquiatría, la que tenía su sede en las cátedras universitarias y en los llamados Hospitales
Psiquiátricos, Monovalentes o Manicomios que se dedicaban casi en exclusividad al diagnóstico y
clasificación de las enfermedades mentales. Los tratamientos que implementaba la Psiquiatría
eran crueles e inoperantes en su enorme mayoría: procedimientos físicos y químicos como el
electroshock, hidroterapia, chalecos de fuerza, shock insulínico, aplicados a pacientes que
estaban aislados de la sociedad. La carrera de Psicología aun no existía como formación
independiente ya que estaba integrada a la formación filosófica y el psicoanálisis era una práctica
de elites que se estudiaba en una asociación privada en Buenos Aires. Después de la finalización
de la segunda guerra mundial (1945) el mundo se transformó profundamente en muchos
aspectos, uno de los cuales fue la necesidad de crear instrumentos terapéuticos eficaces para la
cantidad de soldados y población civil traumatizada por la guerra y por otro se desarroll ó una
mayor conciencia y sensibilidad hacia todo proceso que implicara prejuicio, exclusión y
segregación, lo cual era derivado de los horrores de la contienda bélica y en particular del
impacto que había suscitado el conocimiento del Holocausto.

Se puede decir entonces que el respeto por la dignidad del paciente con sufrimiento mental es un
logro parcial y muy reciente en la historia humana. En la antigüedad se trepanaron los cráneos del
enfermo mental con objeto de liberarlos del mal allí aprisionado, más tarde fueron a la hoguera
por posesión diabólica, luego se les aplicaron sangrías, sanguijuelas, encierros en jaulas y ataúdes
basculantes para introducirlos en el agua, luego baños en aguas a distintas temperaturas y
presión, cirugías para extirpación de órganos donde se suponía residía el mal de la locura,
extirpaciones del lóbulo frontal (lobotomías), chalecos de fuerza, aplicación de sustancias
convulsivantes, (metrazol, coma insulínico), choque eléctrico. Y siempre, encierro.

A comienzos del siglo diecinueve en la Francia post Revolución, Pinel les saco el grillete a los
enfermos mentales que hasta ese momento estaban encadenados y prácticamente a oscuras. Si
bien seguían estando aislados de la sociedad, al permitirles salir de las celdas y estar en patios
abiertos puso una piedra basal en la construcción de una ética en el trato del enfermo mental.

En Argentina a fines del mil ochocientos comienza una etapa llamada “alienista” (en relación al
término “alienado” con el que se nombraba al enfermo mental) consistente en la creación de los
hospitales psiquiátricos. El Braulio Moyano y el José T. Borda son de esos años. La intención era
aplicar el tratamiento moral derivado del alienismo francés(Pinel) lo cual ya implicaba un adelanto
al menos en las intenciones, para lo que era la situación del enfermo mental hasta ese momento.
Lejos de producirse el supuesto adelanto se logró el hacinamiento y abandono de los pacientes. En
ese contexto el alienista Domingo Cabred crea Open Door, una institución psiquiátrica pero de
puertas abiertas con el propósito de que los internos trabajaran en tareas rurales y cobraran un
peculio en retribución. Con este mismo espíritu propone la creación de Colonias en distintos
puntos del país. Si bien el método funciona un tiempo, no consigue transformar radicalmente la
penosa situación del enfermo mental al punto que en 1931 Gonzalo Bosch, director del Hospicio
de las Mercedes (actual Hospital Borda) publica un texto titulado “El pavoroso aspecto de la locura
en la República Argentina “en el que señala tanto el fracaso del Estado como el de los propios
psiquiatras en la génesis de esa situación.

Dentro de las muchas cuestiones que comienzan a cambiar en el mundo después de la Segunda
Guerra, la salud mental es una de las más significativas. Se replantea la concepción asilar, o sea la
internación como encierro prolongado con la consecuente pérdida de casi todos los derechos
civiles y de ese proceso comienzan a surgir en distintos países corrientes nuevas. La idea
dominante era humanizar la patología mental, desmantelar las instituciones de encierro,
desactivar el estigma de los enfermos mentales. Se contaba con el llamado Estado de Bienestar, un
Estado activo en los temas sociales, actor excluyente en Salud y Educación que por lo tanto eran
públicas y de calidad y que estaba presente en muchos países del Primer Mundo por entonces. Se
comienza a revisar la etiología de la enfermedad psíquica, volverla compleja, sacarla del ámbito de
la enfermedad orgánica hereditaria que implicaba un destino inexorable y ubicarla en el campo
más incierto y multifactorial de lo ambiental que abarcaba desde el nivel de lo vincular y lo familiar
hasta lo político social para comprender el proceso del enfermar psíquico. La difusión mundial del
psicoanálisis, que en Argentina tuvo una amplia acogida colabora a que se comience a hablar de
traumas psíquicos, conflictos internos, conflictos de pareja. El movimiento de Higiene Mental y
más tarde la Psiquiatría Comunitaria en Estados Unidos, el Psicoanálisis Grupal y luego el
movimiento de las Comunidades Terapéuticas en Inglaterra, la Política del Sector en Francia, la
Psiquiatría democrática en Italia, son las denominaciones (con sus particularidades diferenciales)
que el cambio de paradigma va tomando en los países centrales.

Alternativas al Manicomio, eso propone en 1953 la OMS que recomienda transformar las
instituciones psiquiátricas en Comunidades terapéuticas. Un primer pasaje de la Psiquiatría a la
Salud Mental.

Se crea la carrera de Psicología. La formación política de muchos de los que alentaron el nuevo
paradigma de la Salud Mental, lleva a que se hable de inequidades sociales y violencia político
institucional. La salud mental individual era consecuencia también (y sobre todo) de una sociedad
enferma. Aparecen los primeros psicofármacos que forjaran desde la perspectiva medico
biológica, un mejor destino para los enfermos. La excitación desmedida, los delirios, las
alucinaciones, pasan a ser cuestión de la química cerebral, y los procedimientos físicos brutales
para calmarla son sustituidos por comprimidos (el chaleco de fuerza es reemplazado por el
“chaleco farmacológico”). El psiquiatra, desplazado en su centralidad por los vientos de cambio
cultural, parcialmente empieza a recuperar poder y prestigio científico ahora como
psicofarmacólogo.

En este contexto de grandes transformaciones locales y mundiales, los hospitales generales, con
bastantes reparos y temores, se abren a la nueva Psiquiatría que empieza a transformarse en
Salud Mental donde los equipos ya no están exclusivamente integrados por psiquiatras como en la
época anterior sino que aparece gradualmente la interdisciplina: los primeros psicólogos,
asistentes sociales, psicoanalistas, kinesiólogos, fonoaudiólogos, psicopedagogos, laborterapistas,
sociólogos antropólogos.

Dentro de este nuevo paradigma de la Salud Mental hay que citar como pionero el Servicio de
Psicopatología creado en el Hospital Gregorio Araoz Alfaro, o Policlínico de Lanús, fundado con el
nombre de Evita. Este servicio de Psicopatología creado por el Dr. Mauricio Goldenberg en 1956
tuvo un impacto decisivo en la historia de la Salud Mental en Argentina y Latinoamérica. Tanto
que muchos de los que allí se formaron luego pasaron a ser referentes nacionales e
internacionales en Salud Mental.

Goldenberg se había formado como psiquiatra en el Hospicio de las Mercedes, donde había 4000
internos, la mayoría crónicos. Allí, Goldenberg, discípulo de Gonzalo Bosch (ya citado) también se
replanteo igual que su maestro tanto la escasísima capacidad curativa de la psiquiatría como el
trato indigno que se les dispensaba a los enfermos. Su recorrida profesional por Europa pocos
años después de concluida la Segunda Guerra donde se interiorizo del creciente auge tanto del
psicoanálisis como de los movimientos de psicología grupal y comunitaria más los posteriores
contactos con psicoanalistas sociales como Enrique Pichón Riviere colega suyo en el Hospicio,
consolidaron su vocación por transformar la Psiquiatría de su tiempo. Primero comenzó en el
hospital Fiorito de Avellaneda con consultas externas lo cual era revolucionario para la época,
luego dio charlas sobre alcoholismo en clubs barriales de Avellaneda y Bernal. Ya se prefiguraban
allí sus ideas de prevención y de inclusión familiar para el abordaje de las patologías. El psiquiatra
salía del hospicio y se internaba en la comunidad.

Cada uno de estos pasos novedosos implicaba vencer grandes resistencias de los sectores más
conservadores de la Medicina y la Sociedad. Estos sectores que actuaban en algunos casos por
temor y en otros por cuidar privilegios, pretendían mantener la locura lo más alejada posible de la
sociedad llamada normal.

Dentro de las particularidades del Servicio de Psicopatología de Lanús hay que destacar que
consiguió crear y mantener un área de internación psiquiátrica abierta dentro del hospital, en un
ala del mismo piso donde funcionaba la internación de Clínica Médica (situación que permanece
hasta la actualidad) hecho prácticamente sin precedentes con un alto valor simbólico y ético,
además del científico terapéutico. Otro logro de este Servicio fue la entrada de psicólogos y
particularmente psicoanalistas en los distintos equipos que lo componían. El psicoanálisis que
hasta ese momento estaba destinado a un sector pudiente de la clase media alta de Buenos Aires
ahora ingresaba a un hospital público de una zona de clase trabajadora del conurbano sur. Se creó
el área de Grupos, de Familia, Alcoholismo, Hospital de día, Psiquiatría comunitaria, Docencia e
Investigación, equipo de Niños, de Adolescentes, Adultos, Interconsulta. Este último equipo tenía
la difícil y clave función de trabajar con la población internada en los diferentes servicios médicos
para lo cual debía relacionarse estrechamente con colegas de otras especialidades. Este equipo
que coloquialmente fue bautizado como “patrulla” por los clínicos, cirujanos, cardiólogos,
pediatras y obstetras que requerían de su ayuda fue vital para ir modificando la tradicional
disociación cuerpo mente que imperaba (impera en alguna medida) en la Medicina y sobre todo
para atenuar el prejuicio contra los enfermos psíquicos y quienes los asisten. En aquellos años,
década de 1960, los grandes referentes mundiales del psicoanálisis, la psiquiatría comunitaria, y la
llamada anti psiquiatría, visitaron “el Lanús”, que era como se conocía popularmente el Servicio de
Psicopatología del Hospital. Cuando en 1972 el Dr. Goldenberg deja el Servicio del Lanús para crear
otro en el Hospital Italiano de Buenos Aires, quedan trabajando 150 profesionales de la Salud
Mental, la internación contaba con 32 camas y había un número igual de lugares en Hospital de
día. El Servicio queda a cargo del Dr. Valentín Barenblit quien mantiene y en algunos aspectos
perfecciona el trabajo realizado por su maestro. A mediados de los setenta y particularmente con
el golpe militar del setenta y seis, se desmantela dramáticamente el mencionado Servicio.
Psicólogos desaparecidos, el jefe de servicio detenido y torturado, luego renuncias y muchos
exilios determinaron que el Servicio quedara funcionando con un plantel mínimo durante el
Proceso. Con la llegada de la democracia en 1983 se empieza a recuperar el ímpetu formativo y
asistencial. El plantel vuelve a ser multitudinario y se reconstituyen los equipos preexistentes,
salvo el de Psiquiatría Comunitaria.

En esos años de renacimiento de la política cobra auge la idea del Trabajador de la Salud Mental y
los servicios de Psiquiatría y Psicopatología pasan a denominarse de Salud Mental pero el objetivo
por darle contenido real a esa denominación no se logra debido principalmente a graves
dificultades de presupuesto en el área de la salud y más tarde a dificultades de planificación y
organización que impidan la superposición y el despilfarro de recursos materiales y humanos. Aun
así se mantienen muchos de los cambios alcanzados, como la existencia de servicios de Salud
Mental en Hospitales Generales, proyectos interdisciplinarios de promoción y prevención
(Atención Primaria de la Salud en áreas marginales del conurbano y capital) la presencia de
distintas corrientes de la psicoterapia como herramientas privilegiadas y el hábito de supervisiones
externas, grupos de reflexión y cursos de formación para los equipos. Con tensiones y
contradicciones producto de las situaciones políticas cambiantes y de las luchas al interior de las
propias identidades profesionales esa situación persiste.

A pesar del camino transitado, el objetivo de desmontar el estigma del enfermo mental, el
desmantelamiento de la institución asilar, el trabajo preventivo en y con la comunidad, la
integración de equipos interdisciplinarios eficaces, con el cambio científico, cultural y político que
implican, aún sigue inconcluso y será tarea para las próximas generaciones de profesionales de las
ciencias político sociales, psicológicas y médicas.

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