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Capitulos 3 y 4 Planeta de Ciudades Miseria
Capitulos 3 y 4 Planeta de Ciudades Miseria
Capitulos 3 y 4 Planeta de Ciudades Miseria
La diversidad de las historias nacionales y de las características urbanas hace que esa síntesis sea
una tarea de enormes proporciones. Sin embargo, es posible aventurar una periodización aproximada
que recoja las principales tendencias y los momentos decisivos en la urbanización mundial de la
pobreza.
Pero el colonialismo europeo no fue el único sistema internacional de control del crecimiento urbano.
El estalinismo asiático, a pesar de su deuda con los campesinos que lo habían llevado al poder,
también intentó contener los desplazamientos de la población rural. Inicialmente, la Revolución china
de 1949 abrió las puertas de las ciudades a la vuelta de los refugiados y a unos campesinos
hambrientos de trabajo que abandonaban el ejército. El resultado fue una incontrolable inundación: en
cuatro años 14 millones de personas llegaron a las ciudades.
En América Latina los obstáculos a la emigración hacia la ciudad también fueron muy importantes,
aunque menos sistemáticos. Antes de la Segunda Guerra Mundial, la población urbana sin recursos
vivía en el interior de las ciudades en viviendas de alquiler, pero a finales de la década de 1940, la
sustitución de la industrialización por las importaciones provocó una dramática oleada que ocupó las
afueras de Ciudad de México y de otras ciudades del continente.
Empujados hacia las ciudades por fuerzas irresistibles, los pobres hicieron valer su «derecho a la
ciudad», aunque esto solamente significara un tugurio en las afueras. Por encima del hambre y la
deuda, las palancas más efectivas y despiadadas que facilitaron la urbanización informal en las
décadas de 1950 y 1960 fueron la guerra civil y la represión.
En la década de 1970 los gobiernos del Tercer Mundo renunciaban paulatinamente a la lucha contra
la degradación urbana, mientras las instituciones de Bretton Woods, con el FMI como el policía malo
y el Banco Mundial como el bueno, iban asumiendo papeles dirigentes en el desarrollo de las líneas
generales de la política de vivienda. Los préstamos para el desarrollo urbano del Banco Mundial se
dispararon desde los 10 millones de dólares en 1972 hasta los más de 2.000 millones en 19882, y
entre 1972 y 1990 el Banco Mundial ayudó a financiar un total de 116 proyectos básicos de
«urbanización y servicios» y/o planes de intervención en áreas urbanas hiper degradadas de 55
países3. En términos de necesidades, esto no era más que una gota en un vaso de agua, pero
proporcionó al Banco Mundial una ascendencia muy importante sobre las políticas urbanas nacionales,
así como el papel de patrón respecto a comunidades marginadas y ONG.
Turner y sus seguidores en el Banco Mundial idealizaban considerablemente los bajos costes y los
resultados del aumento de la autoconstrucción. Como señala el estudio de Kavita Datta y Gareth
Jones, la pérdida de las economías de escala en la construcción de viviendas provoca o unos precios
muy altos de los materiales (adquiridos en pequeñas cantidades a los minoristas cercanos) o la
utilización de materiales de segunda mano y de poca calidad.
En 1993 A. Oberai, de la OIT, concluía que los proyectos del Banco Mundial de intervención en áreas
urbanas hiper degradadas y los programas de «urbanización y servicios» no habían tenido ningún
impacto visible sobre la crisis de la vivienda en el Tercer Mundo: «A pesar de los esfuerzos realizados
para que los proyectos fueran ampliables, su mismo enfoque supone concentrar excesivos esfuerzos
y recursos institucionales en demasiados pocos lugares, y no ha sido capaz de elevar la oferta de
vivienda hasta el nivel deseado.
La realidad en cuanto al proyecto Aranya es que los elementos que le han proporcionado el éxito
simplemente no existen en la realidad. No hay centro de la ciudad, ni zonas verdes peatonales y sobre
todo, no hay 40.000 personas viviendo allí. Estas cosas solo existen en el proyecto y durante una
década hemos estado festejando un dibujo, una idea de diseño que no sabemos si funcionará porque
todavía no se ha realizado.
La tarea de fijar el valor social de la tierra, de conseguir que sea aceptado por los miembros y
eventualmente expulsar a aquellos que no pueden o no quieren pagar el precio, es una dura prueba
para las asociaciones locales. Los tiempos en los que la K-B (asociación de ocupantes) era un
«movimiento social» anti sistémico, están definitivamente acabados. Ahora que son propietarios, los
dirigentes de la K-B consideran obsoletas las relaciones con otras comunidades y dirigen sus miradas
hacia las instituciones del gobierno.
Mientras las ONG y las propuestas de desarrollo juguetean con «el buen gobierno» y «la mejora de
las condiciones» de las áreas hiper degradadas, las poderosas tendencias del mercado siguen
empujando a la mayoría de la población sin recursos hacia esos mismos márgenes de la vida urbana.
Los éxitos de la solidaridad internacional y de las marginales intervenciones del Estado quedan
empequeñecidos por el impacto negativo de la inflación y de la especulación. Como sucedía en el caso
de las urbanizaciones piratas, el mercado real ha regresado a las áreas hiper degradadas para tomarse
su venganza de los ocupantes, y a pesar de la eterna mitología sobre las tierras libres y la resistencia
heroica, la pobreza urbana se ve cada día más convertida en vasalla de empresarios y propietarios de
tierras.
La pobreza urbana actual genera los mismos paradójicos y vergonzosos beneficios. Durante
generaciones los propietarios de tierras rurales de los países del Tercer Mundo han ido
transformándose en los dueños de las áreas degradadas. «La ausencia de propietarios de tierras es
en gran parte un fenómeno urbano», la base relativamente amplia que tiene la propiedad de la vivienda
o la legalización de las ocupaciones en América Latina contrasta con lo que sucede en muchas
ciudades de Asia y África, señalan Hans-Dieter Evers y Rüdiger Korff42.