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GLUCKMAN, Max - La Paz Dentro de La Contienda

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Capítulo I

La paz dentro de la contienda

Cada vez que se realiza el estudio antropológico de una


sociedad entera, o de algún pequeño grupo social, suele enfa-
tizarse la gran complejidad que se desarrolla en las relacio-
nes entre seres humanos. Parte de esa complejidad surge de
la propia naturaleza humana, con sus diversas necesidades ya
sean orgánicas o vinculadas a su personalidad. Pero las costum-
bres de cada sociedad exageran y complican esta complejidad.
Es necesario manejar las diferencias de edad, sexo, parentesco,
residencia, etc., considerando que los hábitos establecidos
para desarrollar relaciones de parentesco, formar amistades,
inducir el acatamiento ritual de las relaciones adecuadas con
el universo, etc.; son costumbres que suelen dividir y luego
reunir a los hombres. Uno esperaría que los habitantes de una
pequeña comunidad, de mil almas o un poco más, pudieran
vivir juntos en una isla solitaria del Pacífico con una organiza-
ción social bastante sencilla. Lo cierto es que una comunidad
de ese tipo siempre tiene una elaborada división de lealtades
habituales entrecruzadas; y dicha elaboración se agrava por lo
que es una producción específica del hombre en sociedad: su
religión y sus rituales. Al ver la importancia de esas divisiones,
Mr. T. S. Eliot escribió en sus Notas para una definición de
Cultura:

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Max Gluckman

Yo… sugiero que clase y religión, al dividir a los habitantes


de un país en dos diferentes tipos de agrupaciones, conducen
a un conflicto que favorece la creatividad y el progreso. Y…
estos son solamente dos de un número indefinido de conflic-
tos y recelos que debieran ser beneficiosos para la sociedad. De
hecho, mientras más conflictos, mejor, para que cada individuo
sea un aliado de los demás individuos en algunos aspectos, y
un oponente en otros campos, de modo que ningún conflicto,
envidia o temor predomine sobre los demás…

“Propongo la idea de la importancia del conflicto dentro


de una nación, más positivamente”, prosigue Eliot, “insis-
tiendo en la importancia de diversas lealtades, a veces conflic-
tivas entre ellas”. Este es el tema principal de mis ponencias:
cómo es que los hombres mantienen disputas en los términos
de algunos vínculos habituales, pero se refrenan en ejercer la
violencia debido a otros lazos conflictivos que también los
unen por costumbre. El resultado es que los conflictos en un
conjunto de relaciones, extendidos a un rango mayor de la
sociedad y a través de períodos de tiempo más largos, llevan
al restablecimiento de la cohesión social. Los conflictos son
parte de la vida social, y las costumbres parecen exacerbar
estos conflictos, pero al hacerlo, estas costumbres también
impiden que los conflictos destruyan el orden social en su
conjunto. Voy a ilustrar este proceso mediante la explicación
de cómo funcionan los pleitos o disputas, la hostilidad hacia
la autoridad, las segregaciones dentro de la familia nuclear, los
rituales y acusaciones de brujería, e incluso las barreras raciales,
ya que los antropólogos han estudiando estos problemas en
África.
En el mundo entero hay sociedades que no poseen institu-
ciones gubernamentales. Esto es, no poseen funcionarios con
poderes establecidos para juzgar sobre querellas y para ejecutar

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Costumbre y Conflicto en África

sus decisiones, para legislar y realizar acciones administrativas


que hagan frente a las emergencias, y para conducir guerras
ofensivas o defensivas. Sin embargo, estas sociedades poseen
unos códigos morales y jurídicos, convencionales y rituales tan
bien establecidos y reconocidos, que aun cuando no poseen
historias escritas, podemos asumir razonablemente que han
persistido por muchas generaciones. Es evidente que no viven
en el temor incesante de caer en la anarquía. Sabemos que
algunas de esas sociedades han existido por largos periodos
con algún tipo de ley y orden internos, y se han defendido con
éxito contra ataques de parte de otras sociedades. De hecho,
algunas de estas sociedades han tenido guerreros belicosos que
saquearon e incluso aterrorizaron a sus vecinos. Entonces,
cuando los antropólogos llegaron a estudiar esas sociedades,
se enfrentaron de inmediato con el problema de dónde se
encuentran los fundamentos de su orden social y cohesión.
Yo no he tenido la fortuna de estudiar en detalle una
sociedad de ese tipo, en donde la venganza privada y la justicia
por propia mano son las principales sanciones abiertas contra
daños infringidos por otros, y donde este ejercicio de justicia
personal conduce con seguridad a pleitos y disputas. Mis prin-
cipales campos de investigación se han centrado en poderosos
reinos africanos, donde los procesos de control político son
similares a los que se ven en nuestra propia nación. Pero esta
falta de experiencia personal sobre una sociedad de hostilidades
habituales me capacita, sin pecar de vanidoso, para traer a la
atención de ustedes lo que considero una de las contribuciones
más significativas que la antropología social ha hecho a nuestra
comprensión de las relaciones sociales. Los antropólogos han
estudiado la amenaza de irrupción de pleitos (digo “amenaza
de irrupción”, porque hoy en día la presencia de los gobiernos
europeos generalmente impide una confrontación abierta).

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Max Gluckman

Pero estos antropólogos han podido presenciar las situaciones


que dan origen a luchas fratricidas, y, más importante aun, han
podido examinar los mecanismos que llevan a la resolución de
esas disputas. El resultado crítico de sus análisis consiste en
mostrar que estas sociedades se encuentran organizadas en una
serie de grupos y de relaciones, que los miembros son amigos
en un terreno y enemigos en otro. Sobre esta base descansa la
cohesión social, enraizada en los conflictos entre las diferentes
lealtades que el hombre ha construido. Yo creo que sería bene-
ficioso aplicar estos análisis a los largos periodos de la historia
de Europa cuando aparentemente las disputas violentas eran
todavía el instrumento principal para la compensación de
daños causados.
Pero el análisis de sociedades donde las disputas son
habituales no agota su interés cuando vemos que esos pleitos
funcionan como una institución específica allí donde no
existe gobierno. Como dije antes, yo mismo he realizado
investigaciones en reinos africanos y mis análisis de aquellos
reinos se han visto iluminados, cuando busqué en ellos los
procesos que mis colegas habían desentrañado a partir de las
disputas. Debajo del marco evidente de control gubernamen-
tal que daba organización al Estado, descubrí los pleitos y los
acuerdos que resolvían los pleitos, en pleno desarrollo. Al igual
que esas disputas, existían estados permanentes de hostilidad
entre diferentes sectores de una nación. Estas hostilidades
encontraban su equilibrio mediante mecanismos similares
a aquellos que impedían que los pleitos se desataran en un
perpetuo combate abierto. Los mismos procesos siguen su
curso alrededor de nosotros dentro de nuestro estado-nación
y en el seno de las relaciones internacionales. En esta primera
exposición voy a examinar cómo surgen los pleitos, y cómo
se los restringe en las sociedades africanas desprovistas de

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Costumbre y Conflicto en África

instituciones de gobierno. También señalaré esta noche, qué


valor tiene este análisis para ayudarnos a comprender nuestra
propia sociedad. En mis otras cinco ponencias desarrollaré las
lecciones que obtuve al examinar la “paz” que está contenida
dentro de la disputa y el conflicto.
Para mostrar la forma en que funciona la amenaza de la
venganza privada y los pleitos hay que hacer el análisis detallado
de una sociedad particular. Nuestro primer estudio de esta
situación en África lo realizó el Profesor Evans-Pritchard entre
los nuer, un pueblo de pastores de la Región Alta del Nilo.
La organización de su análisis no presentaba el planteamiento
que me interesa aquí, de modo que voy a describir a los nuer
con un énfasis ligeramente distinto al suyo.
Los nuer viven en la vasta planicie que se extiende
alrededor de los principales ríos en la región sureña del Sudán
Anglo-Egipcio. Esta planicie se inunda durante las lluvias del
monzón, hasta convertirse en un gran lago, que lleva a los nuer
a replegarse con su ganado a tierras más altas, donde constru-
yen sus aldeas permanentes y cultivan una cosecha precaria de
mijo. Cuando pasan las lluvias, baja el nivel del agua y la gente
joven se extiende con sus ganados en los pastizales expuestos
que reviven, ya que entonces es fácil de dar de beber a los
animales. Pero las aguas se drenan rápidamente, y la llanura se
convierte en un yermo seco y quemado. En estos meses más
áridos, los nuer y su ganado tienen que reunirse otra vez en
esos puntos bajos donde hay algo de agua retenida, ya sea en
pozos o en los lechos resecos de los ríos. Es así como los grupos
de nuer se trasladan en forma rotacional entre sus hogares de
la estación húmeda y la estación seca. Hay grupos separados
por millas de agua de inundación en un mes, que más tarde
pueden encontrarse acampando juntos alrededor del mismo
pozo de agua, y para llegar a esta situación puede haber sido

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Max Gluckman

necesario que conduzcan su ganado a través de territorios de


otros grupos. Por tanto es esencial para estos grupos mante-
nerse en términos relativamente amigables si quieren conser-
varse vivos a sí mismos y a su ganado. Estas necesidades ecoló-
gicas obligan a la gente a cooperar entre sí, y esto ayuda a
explicar cómo los nuer pueden organizarse en tribus de 60 mil
personas o más, sin ningún tipo de autoridad institucionali-
zada.
Los nuer poseen una tecnología muy simple. Su territorio
no dispone de hierro ni piedra, y tiene pocos árboles que pro-
porcionen madera para la fabricación de muebles y objetos.
Ellos no solo dependen de su ganado para buena parte de su
alimentación, sino que también fabrican bienes indispensables
a partir de las pieles, cuernos y huesos. Desde que la peste
bovina redujo el número de animales, ellos apenas viven por
encima del nivel de subsistencia. “En uno de sus cuentos se
relata sabiamente,” escribe Evans-Pritchard, “cómo había una
época en que el estómago del hombre llevaba una vida inde-
pendiente en el bosque, y vivía alimentándose de pequeños
insectos asados por los incendios del pasto seco, ya que (los
nuer) dicen que ‘El Hombre no fue creado con un estómago.
El estómago se creó separado de él’. Un día el Hombre estaba
caminando entre los arbustos y se encontró con el Estómago,
entonces lo colocó en su ubicación actual para que pueda ali-
mentarse allí. Pese a que cuando vivía por su cuenta estaba
satisfecho con pequeñas porciones de comida, ahora casi
siempre está con hambre. No importa cuánto coma, siempre
quiere más”. Este relato muestra de por sí cuán cerca viven los
nuer de la hambruna. Las provisiones de alimentos siempre
escasean. Algunas familias particulares, e incluso ciertas zonas
pequeñas pueden sufrir de una escasez severa debido a las
enfermedades de su ganado, o pérdidas en la cosecha. Enton-
ces requieren la ayuda de otros. Por otra parte, la costumbre

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Costumbre y Conflicto en África

obliga a un hombre que se casa, a entregar cuarenta cabezas de


ganado a los familiares de su cónyuge; de esta forma su pro-
pia familia puede verse en la situación de escasez de ganado.
Igualmente tiene que recurrir a otros por ayuda. El estrecho
margen de subsistencia, y las vicisitudes naturales y sociales
que hacen fluctuar la cantidad de las cosechas y el número de
cabezas de ganado, obliga a los nuer a asociarse con otros para
poder sobrevivir. Pero en contra de la imagen de un pueblo
deprimido y pisoteado, que esta situación podría sugerir, debo
agregar que los nuer han sido guerreros ferozmente indepen-
dientes, que resistieron el avance de los derviches y a quienes
los ingleses solo pudieron someter bombardeando su ganado
desde el aire, en tanto que los mismos nuer invadían constan-
temente los territorios de otras tribus y saqueaban su ganado.
Esta belicosidad se mantiene entre ellos mismos.
Así, los estrechos márgenes de la economía de los nuer
les obligan a asociarse en grupos bastante numerosos para
la producción y distribución de alimentos. En estos grupos
forman comunidades y aldeas que residen en distritos cuyos
habitantes deben tener alguna forma de convivencia pacífica
la mayor parte del tiempo. Entre algunos distritos también
debe haber suficientes lazos de amistad para que sus miembros
transiten recíprocamente las zonas de sus vecinos, en sus movi-
mientos entre los hogares de la estación húmeda y la estación
seca. Las necesidades ecológicas que dan cimiento a esta paz
y amistad se van reduciendo al crecer la distancia, hasta que,
entre distritos ubicados en los extremos opuestos de una
tribu, la amistad y la paz apenas existen. Los grandes ríos o los
trechos de terreno no habitable forman obstáculos naturales y
fronteras políticas entre las diferentes tribus. Evans-Pritchard
resalta con fuerza la íntima relación entre la organización
política de los nuer, la situación de su territorio y la forma en
que lo explotan.

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Max Gluckman

No hay jefes en Nuerlandia, pero en cada tribu existe un


clan agnaticio de aristócratas, un gran número de hombres
enlazados unos a otros mediante descendencia genealógica por
línea paterna de un ancestro común. No todos los miembros
de un mismo clan habitan en la tribu donde son aristócratas,
y cada tribu contiene miembros de muchos clanes. Los dife-
rentes distritos de una tribu son enlazados por el lugar que
ocupan en la genealogía del clan. Es así como funciona. Dos
distritos vecinos están asociados a través de dos hermanos ya
fallecidos hace tiempo, en tanto que otros tres distritos vecinos
están asociados a través de otros tres hermanos, cuyo padre
fue hermano del padre de los dos primeros. De esta forma, los
diferentes distritos de una tribu nuer se enlazan en secciones
cada vez más grandes mediante la asociación con ancestros
más distantes del clan aristocrático de la tribu. Si un distrito
está envuelto en una pelea, los otros que tienen una relación
de hermandad con éste se unen en contra de sus enemigos,
quienes a su vez recibirán el apoyo de sus distritos-hermanos.
Pero si uno de ellos está envuelto en una pelea con un sector
más lejano, todos estos distritos pueden unirse entre sí. En
tanto que forman lealtades de este tipo, los pleitos entre ellos
pasan por una tregua. Por tanto estos grandes distritos están
compuestos de sectores que a veces pueden estar en una situa-
ción hostil uno frente a otro, pero se unen contra un enemigo
más distante. En última instancia todas las tribus nuer se unen
contra los extranjeros, pero cuando no están peleando contra
extranjeros, se encuentran divididos en sectores primarios
en pleito unos contra otros, que, cuando no están en lucha
abierta, se dividen en sectores hostiles de menor tamaño, y
así sucesivamente. Este proceso no es muy diferente de los
agrupamientos de naciones que en la historia de Europa se
han aliado contra sus enemigos, y luego se separan después de
la victoria.

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Costumbre y Conflicto en África

En el proceso de lo que Evans-Pritchard llama fusión de


sectores contra grupos más grandes, y fisión en sectores cuando
no están envueltos en una pelea contra aquellos grupos más
grandes, los nuer reconocen ciertos cambios en las reglas de
la guerra. Los hombres de una misma aldea pelean entre sí
con garrotes, no con lanzas. Los hombres de diferentes aldeas
pelean entre sí con lanzas. No se dan saqueos dentro de una
tribu por ganado, y se reconoce que un hombre debe pagar con
ganado como compensación si ha matado a un compañero de
la tribu, aunque esto sucede raramente. Las tribus nuer realizan
saqueos unas contra otras por ganado, pero no por mujeres
y niños, quienes no deben ser asesinados; en esas ocasiones
tampoco se debe destruir los graneros. Pero al saquear a un
pueblo extranjero, se puede capturar a las mujeres, a los niños,
e incluso a los hombres, se puede matar a las mujeres y a los
niños, y se puede destruir los graneros.
Esto es todo lo que voy a decir sobre el sistema político de
los nuer a gran escala. En estos niveles la pelea puede proseguir
y los daños causados no necesitan compensarse, porque los
grupos viven lejos unos de otros. Los pleitos pueden perpe-
trarse y la paz no es necesaria para preservar la vida. Pero en
zonas más limitadas, debido a la necesidad del traslado entre-
cruzado del ganado y por otras razones derivadas, los hombres
necesitan ser amigos para poder sobrevivir. Sin embargo
sabemos de sobra, de nuestra propia experiencia, que la
necesidad de amistad de por sí no es suficiente para alcanzar
la amistad. Los hombres discuten y se enfrentan por muchas
razones –el ganado, la tierra, las mujeres, el prestigio, e incluso
por causas accidentales–. Yo he visto a dos zulúes entrar en
combate armado sólo debido a que uno de ellos chocó al
otro en la emoción de una danza guerrera. Y si no discuten,
tienen diferencias de opinión sobre los aciertos y errores de un

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Max Gluckman

contrato, y estas diferencias deben resolverse mediante alguna


que otra regla en lugar de la fuerza bruta, si han de perdurar las
relaciones sociales. A menudo, las dificultades de una disputa
no surgen en torno a cuál es la regla legal o moral apropiada,
sino en torno a cómo se aplica dicha regla en la circunstancia
en particular. Esto es cierto incluso en la mayoría de casos
de disputas en nuestro sistema legal altamente desarrollado.
En efecto, las dos partes contendientes pueden afirmar que
están en lo correcto, y se tiene que llegar a un acuerdo sobre
cuál de ellos está en lo correcto y hasta qué punto lo está. Los
nuer poseen un código establecido de leyes que define, por
ejemplo, lo que debe pagar un hombre en ganado al padre
de la novia para obtenerla, o lo que debe pagar si ha tenido
relaciones con una mujer ajena, o la compensación que se le
debe al familiar de un hombre a quien ha dado muerte, o por
otras ofensas. También tienen reglas que controlan la división
de una herencia y de las cabezas de ganado recibidas de los
esposos de las mujeres que son sus familiares. Es decir, tienen
un código de leyes, como una serie de reglas convencionales
sobre lo que es una acción correcta y una acción incorrecta.
Pero no poseen ningún procedimiento legal ni personas que
lo apliquen, en el sentido de que no hay autoridades encarga-
das de citar a los querellantes, escuchar sus casos, y aplicar las
reglas de ley contra los que han faltado. Y como la mayoría de
los hombres tienden a pensar que están en lo correcto cuando
la disputa no está clara, y muchos están dispuestos a evadir
sus obligaciones cuando sea posible, es pertinente preguntar
cómo se puede mantener la amistad a pesar de las querellas.
Es aquí donde radica la importancia de los lazos representados
por los usos y costumbres, y la puesta en práctica de esos lazos
por la creencia en el castigo ritual. Ciertos lazos de costumbre
vinculan a un número de hombres para formar un grupo. Pero
otros lazos los dividen al vincularlos con otras personas que

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Costumbre y Conflicto en África

pueden ser enemigos del primer grupo. Es así que los nuer,
como cualquier otro pueblo, no explotan sus tierras mediante
cualquier asociación azarosa que al final puede resultar perju-
dicial, sino en grupos organizados que a su vez están fragmen-
tados por relaciones que entrelazan a sus miembros con otros
vínculos.
El lazo más importante entre los nuer es el parentesco
paterno: parentesco de sangre por línea paterna. He descrito
cómo los distritos de mayor tamaño se asocian a través de la
idea de este lazo de hermandad y paternidad. En los grupos
más pequeños, los hombres que descienden por la línea
paterna de un ancestro cercano forman una unidad corpora-
tiva estrechamente ordenada. Ellos poseen y pacen su ganado
juntos. Heredan unos de otros. Y, sobre todo, si uno de sus
miembros es muerto ellos deben ejercer la venganza en su
nombre contra el asesino o un miembro del grupo del asesino,
o deben obtener ganado de sangre en compensación por la
muerte de este grupo de venganza. Esta es la teoría. Pero en la
práctica, parece que para los nuer este grupo de vengadores por
parentesco de línea paterna no siempre habitan juntos: no se
trata de una comunidad local. En realidad, el grupo vengador
puede estar esparcido en distancias grandes. Los nuer frecuen-
temente viajan por muchas razones. Pueden querellar con
sus compañeros en casa, y se van a otros sitios, tal vez donde
un tío por el lado de la madre. O simplemente se van donde
tíos ricos por el lado materno. La madre de un hombre puede
quedar viuda y convertirse en concubina de algún hombre que
vive en una aldea distante, y allí crecen sus hijos, todos los
cuales pertenecen al esposo muerto, aunque él no los haya
procreado. Y así por el estilo. Este esparcimiento de algunos
grupos de venganza significa que va a surgir un conflicto entre
la lealtad que dicha persona debe tener ante sus congéneres
por línea paterna, el lazo que exige la mayor solidaridad, y

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Max Gluckman

los vínculos que tiene esa persona con su comunidad local,


a los que él también debe responder por costumbre así como
por interés. Ya que si bien una venganza se materializa por el
grupo de congéneres por línea paterna, también los compa-
ñeros residentes se movilizan en caso de una pelea. Ahora si
el grupo de venganza se encuentra esparcido puede significar,
especialmente en los distritos más pequeños, que la exigencia
de la solidaridad por una comunidad obliga al hombre a movi-
lizarse junto a los enemigos de sus congéneres de línea paterna.
Y en una situación opuesta, un miembro emigrado del grupo
que ha cometido un asesinato puede estar viviendo entre los
vengadores, y puede darse el caso de que la venganza se ejecute
sobre él. Yo sugiero (ya que Evans-Pritchard no menciona este
punto) que el hecho de que él está expuesto a ser muerto hace
que sus congéneres estén dispuestos a llegar a alguna horma
de arreglo en torno al asunto. Además, ya sea que perma-
nezca donde está o que escape a casa, es muy probable que
exhortará a sus congéneres a ofrecer una compensación, ya que
tiene muchos intereses en el lugar donde reside. De manera
inversa, si un hombre del grupo que demanda venganza reside
entre los homicidas, estará interesado en que sus congéneres
acepten una compensación en lugar de insistir en una solución
mediante más sangre. La dispersión del grupo de venganza
puede llevar a un conflicto entre la lealtad hacia la localidad
y la lealtad hacia los congéneres de línea paterna, y dividir al
grupo en contra de sí mismo.
Las divisiones de propósitos dentro del grupo de venganza
son generadas sobre todo por reglas de matrimonio. Prácti-
camente todas las sociedades en el mundo insisten que no
debe haber relación marital dentro de la familia de padres
e hijos. Pienso que las únicas excepciones se encuentran en
ciertas familias de la realeza. Muchas sociedades extienden la
prohibición de matrimonio fuera de la misma familia, hacia

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Costumbre y Conflicto en África

congéneres más distantes. Esta es la regla que los antropólo-


gos llaman “exogamia” (matrimonio fuera). Entre los nuer,
las reglas prohíben a un hombre, bajo pena de enfermedad,
accidente, y muerte, casarse con cualquier mujer de su clan,
o cualquier mujer con quien tenga una relación sanguínea de
hasta seis generaciones. La primera regla, que prohíbe el matri-
monio dentro del clan, lanza a los hombres de cada grupo de
venganza unidos por un congénere de la línea paterna, a buscar
en otros grupos agnaticios, sus propias esposas y los esposos
para sus hermanas. Las reglas que prohíben el matrimonio con
otra clase de parientes, lanzan a los miembros de cada grupo a
extender sus matrimonios muy ampliamente, cubriendo prác-
ticamente todos los grupos de congéneres por línea paterna
dentro de una comunidad local. Por tanto, el casarse requiere
antes que nada algún tipo de amistad con esos otros grupos.
En algunos pueblos africanos se habla de los grupos que no son
el suyo, diciendo “Ellos son nuestros enemigos; nos casamos
con ellos”; pero después del matrimonio queda un tipo de
amistad, aunque difiere del lazo principal de sangre. Más aún,
cuando un hombre consigue una esposa de otro grupo, tiene
interés en permanecer en una situación de amistad con ese
grupo que los otros miembros de su grupo de congéneres no
tienen, aunque ellos también consideran a los cuñados como
familiares. Sus esposas los hacen tener una relación de amistad
con los otros grupos. No es solamente un sentimiento. Una
mujer continúa teniendo lazos con sus propios congéne-
res, y si su esposo querella con ellos, ella puede hacer que la
vida sea muy desagradable para él. Pero los ancestros de ella
también pueden influir en la mujer y sus hijos, y por tanto
en el bienestar del marido. El cuñado de un hombre es el tío
materno para sus hijos, y por costumbre está obligado a pres-
tarles ayuda en muchas situaciones críticas. Él puede bendecir
a su sobrino, mientras que su maldición “es considerada como

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Max Gluckman

lo peor que un nuer puede recibir, ya que, a diferencia del


padre, un tío materno puede maldecir el ganado del joven, así
como sus cosechas y su pesca y su caza, si es desobediente o no
acepta una petición, o si en alguna otra forma lo ha ofendido.
La maldición también puede impedir que el sobrino tenga
hijos varones”. Por tanto, por el bienestar de su familia, y
la prosperidad de sus hijos, cada hombre es conducido por
sus intereses, y lanzado por la costumbre, a buscar estar en
buenos términos con los congéneres de su esposa. Y tiene,
como hijo de una mujer que es miembro de otro grupo, un
interés de estar en buenos términos con los congéneres de su
madre. Asimismo, este interés se sustenta en los derechos a ser
ayudado, que recibe por los usos y costumbres, y en el peligro
de sufrir alguna retribución mística si no cumple con dichas
costumbres. El hecho de que los hombres de un grupo de
congéneres por línea paterna tengan madres de otros grupos
diferentes, y estén casados con esposas que son miembros de
otros grupos, es algo que invade la unidad de cada grupo de
venganza. La lealtad de los congéneres entre sí, de tan fuerte
aplicación por la costumbre, entra en conflicto con estas otras
lealtades con diferentes grupos y personas, igualmente basadas
en la costumbre. Algunos miembros de cada grupo enfrentado
en guerra tienen interés en solucionar una querella determi-
nada. Y estas diferencias de lealtad, que llevan a divisiones en
un set de relaciones, están institucionalizadas en modos de
comportamiento basados en el uso, y a menudo son validadas
por creencias místicas. Así, donde la costumbre divide en un
conjunto de relaciones, al mismo tiempo produce cohesión, a
través de soluciones a las querellas, en un rango más amplio
de la vida social.
En el fondo de estas divisiones basadas en la costumbre,
que presionan a las partes querellantes a hallar un desenlace a
la disputa, se encuentra la presión constante de vivir juntos.

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Costumbre y Conflicto en África

Ya que el compartir un lugar común implica la necesidad de


cooperar en el mantenimiento de la paz, y esa paz encierra
algún reconocimiento de las exigencias de la ley y la moralidad.
También encierra tolerancia mutua. Estas exigencias son respal-
dadas por los constantes matrimonios de personas de un grupo
con otro, que se repiten dentro de un área limitada, ya que
los hombres comúnmente no se van lejos para buscar esposas.
De esta forma, los Nuer como individuos están enlazados en
una red amplia de lazos que se extiende a lo largo y ancho de
la zona; y dentro de esta red se siguen construyendo nuevas
combinaciones con cada matrimonio fecundo. Estas redes
de lazos, centrados en los individuos, unen a los miembros
de diferentes grupos de congéneres por línea paterna. Y los
grupos locales siempre tienen intereses locales comunes.
Estos intereses locales comunes están representados por
una categoría de árbitros, que pueden ser convocados para
ayudar a dar solución a las disputas. Los árbitros son expertos
en rituales que reciben el nombre de “hombres de la tierra”. No
tienen poderes de coerción de aplicación forzada. No pueden
obligar a alguien a hacer algo y esperar que obedezcan; pero
son agentes políticos al mismo tiempo que son maestros de
rituales. Si se desencadena una pelea, el “hombre de la tierra”
puede restaurar la paz corriendo entre los contendientes y
excavando la tierra. El homicida de un hombre está manchado
de sangre, y no puede comer ni beber hasta que “el hombre
de la tierra” limpie la sangre del muerto de su cuerpo. Si el
homicida vive cerca de la casa del hombre a quien dio muerte,
vivirá en santuario con “el hombre de la tierra” para evitar
ser muerto a manos de los congéneres de su víctima. Luego
“el hombre de la tierra” realizará negociaciones con los dos
grupos, y tratará de inducir a los congéneres del difunto a que
acepten la compensación. Éstos deben rechazar por honor,
pero eventualmente aceptarán cuando “el hombre de la tierra”

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Max Gluckman

amenace con maldecirlos. El mismo Evans-Pritchard nunca


observó ese proceso; pero recogió relatos de los efectos directos
de esa clase de maldición.
El halló que “dentro de una aldea las diferencias son
tratadas por los ancianos de la aldea, y generalmente se llega
con facilidad a un acuerdo, y se paga o se promete una compen-
sación, ya que todos los miembros tienen relaciones de paren-
tesco e intereses comunes. Las disputas entre miembros de
aldeas vecinas, entre los cuales existen muchos contactos y lazos
sociales, también pueden resolverse mediante acuerdos, pero
con menos facilidad y con más probabilidad de recurrir al uso
de la fuerza”. Entre sectores extremos de una tribu, las posibili-
dades de una solución son menores. Por tanto, Evans-Pritchard
afirma, “la ley opera muy débilmente fuera de un radio muy
limitado y en ninguna parte con mucha efectividad”. Pero nos
muestra que la ley existe, y la vemos representada en la persona
del “hombre de la tierra”. Este agente también es represen-
tante de la necesidad de la paz comunal dentro de un área
determinada. Aquí, las prácticas impuestas por la costumbre
dividen nuevamente a los hombres, al enfatizar los disturbios
que siguen a un homicidio: los parientes del homicida y de la
víctima no pueden comer o beber juntos, y no pueden usar
juntos los platos de una tercera parte. Suena como si algunos
esposos y esposas no pudieran comer juntos. De hecho, ocultar
que uno ha matado a un hombre es una ofensa terrible ya que
se cree que eso coloca a todo el distrito bajo la amenaza de un
desastre místico. Evidentemente las personas no pueden ir a
sus jardines o pastizales con seguridad. Se tiene que llegar a
algún ajuste. Es aquí donde actúa “el hombre de la tierra”, a
través de sus conexiones con el territorio. Parece que para los
nuer, al igual que para muchas sociedades africanas, la tierra
tiene un valor místico, junto a su valor secular. El valor secular
de la tierra reside en la forma en que provee los recursos para

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Costumbre y Conflicto en África

satisfacer las necesidades individuales y grupales dentro del


conjunto de la sociedad. Los nuer viven alimentándose de
los jardines, pastizales y pozos de pesca; construyen sus casas,
encienden sus fuegos y comen sus comidas en sus propias
parcelas de terreno; dan a luz y crían sus hijos en la tierra. Sus
ancestros son sepultados en la tierra. Los hombres y los grupos
disputan sobre extensiones particulares de tierra que sirven
para todos estos propósitos. Pero la gente vive, trabaja, danza,
procrea y muere en la tierra en compañía de otras gentes.
Los derechos a la tierra se obtienen gracias a la pertenencia a
grupos sociales y la gente solo puede mantenerse en virtud de
esa pertenencia. Para vivir de la tierra requieren de la amistad
con otros hombres sobre una zona determinada. Así, la tierra,
no dividida, como base de la sociedad, no simboliza la pros-
peridad, fertilidad, o buena fortuna individual; sino la prospe-
ridad, fertilidad y buena fortuna general, de la cual dependen
las vidas individuales. La lluvia no cae sobre una sola parcela,
sino sobre toda una zona; las plagas, los males, las epidemias y
hambrunas traen desastre a toda la comunidad, no a personas
aisladas. Así que la prosperidad general está asociada con la paz
y con el reconocimiento de un orden moral sobre una deter-
minada extensión de tierra. En África Occidental los hombres
veneran a la tierra, y en esta veneración, los grupos que de otro
modo se encuentran en relaciones hostiles, se reúnen anual-
mente para celebrar juntos. En África Central y del Sur, los
reyes, que simbolizan la unidad política de las tribus, están
identificados con la tierra: la palabra Barotse para designar al
rey significa “tierra”. Y en algunas tribus africanas es un dogma
que el rey debe ser sacrificado cuando declinan sus poderes
físicos, para evitar que los poderes de la tierra desfallezcan al
mismo tiempo. Entre los nuer, el experto en rituales, que está
conectado con la fertilidad general de la tierra, y que por tanto
simboliza la necesidad comunal de paz y el reconocimiento

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Max Gluckman

de derechos morales en la comunidad de los hombres, actúa


como mediador entre las partes en guerra.
Lo que emerge, según me parece, es que si concurren
suficientes conflictos y lealtades simultáneas, se llegará a un
acuerdo pacífico, y se mantendrá la ley y el ordenamiento social.
La propia costumbre establece este conflicto de lealtades. Los
hombres están fuertemente enlazados por la costumbre, con el
respaldo de ideas rituales, a sus parientes agnaticios. Las ideas
rituales definen los lazos de costumbre con los parientes de
la rama materna. Siguiendo el análisis de Evans-Pritchard, y
aplicándolo desde el nivel individual hasta el conjunto de la
sociedad nuer, vemos que en cada punto cada persona está
jalonada hacia relaciones con otras personas como sus aliados
o enemigos según el contexto de cada situación. Un hombre
necesita ayuda para cuidar su ganado, por tanto debe ser amigo
de sus vecinos con quienes puede tener desacuerdos sobre
otros asuntos (o sobre el mismo cuidado de su ganado). El
pastoreo del ganado exige que ciertos grupos distantes tengan
relaciones amicales en algunas estaciones del año. Un hombre
no puede, bajo tabúes rigurosos, casarse con algún familiar
femenino cercano; esto significa que debe tener amistad con
otras gentes para que éstos le proporcionen una esposa. Para
el matrimonio se requiere ceremonias elaboradas y una trans-
ferencia de ganado que el hombre reúne entre sus parientes
para entregarlo a los parientes de ella. Estas elaboradas cere-
monias y pagos con ganado establecen para él las amistades
que requiere. Y a través de su esposa entreteje con sus cuñados,
alianzas opuestas a los compromisos de apego unilateral con
sus propios hermanos y los otros miembros de su clan. Sus hijos
mantienen estrechos lazos sentimentales con los parientes de
su madre. La costumbre sustenta estos lazos con obligaciones y
amenazas místicas. Los parientes sanguíneos de un hombre no
siempre son sus vecinos, los lazos de parentesco y de localidad

48 UCH
Costumbre y Conflicto en África

chocan entre sí. Y todos estos lazos, repito, están enraizados en


la costumbre y respaldados con creencias rituales.
Estas lealtades, y la lealtad del hombre a su comunidad así
como su sentido de lo correcto, crean conflictos que inhiben
la propagación de disputas y peleas. Existe un conflicto entre
el deseo de un nuer de alcanzar sus objetivos materiales sin
ningún escrúpulo, y el reconocimiento de un código de ley y
de la necesidad de actuar correctamente dentro de ese código
legal. Este conflicto aparece en la voluntad o renuencia de
sus parientes a apoyarlo en caso de una querella. Existe un
conflicto entre lo que quiere un individuo nuer y su grupo de
parientes, con y los intereses que los inducen a entrar en rela-
ciones con sus vecinos. Este es el conflicto que tiene que resol-
verse a través de la maldición ritual del “hombre de la tierra”. La
costumbre implanta el código legal que establece la naturaleza
de lo correcto, y la costumbre ordena que los hombres reco-
nozcan los lazos de diversas índoles de parentesco, localidad,
o de varios otros tipos. Pero la costumbre es efectiva en atar al
individuo nuer a una comunidad que mantiene cierta forma de
orden –que Evans-Pritchard denomina “anarquía ordenada”–,
ya que las obligaciones basadas en la costumbre enlazan a los
hombres en diferentes tipos de relaciones. En periodos más
prolongados y en una extensión más amplia de la sociedad los
conflictos entre estas relaciones se convierten en cohesión.
Puedo haber dado la impresión de que estoy planteando
que nunca ocurren las venganzas, y que los pleitos nunca
se desarrollan. No es así. Se producen disputas y se realizan
venganzas cuando las partes viven lejos una de la otra, o los
diversos enlaces que las unen son muy débiles. Incluso cuando
viven una cerca de la otra, la impulsividad y el deseo de
alcanzar prestigio pueden llevar a la venganza y a una pelea
constante. Pero en los casos en que las partes viven cerca, hay
muchas instituciones y lazos que presionan a los querellantes

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Max Gluckman

para llegar a una solución. Una vez más, esto no quiere decir
que siempre se logra resolver la disputa. Debemos recordar
que las querellas surgen de los mismos lazos que unen a los
hombres: lazos con los congéneres de la esposa de uno, o los
congéneres de uno o de sus vecinos. La presión a favor de esta-
blecer relaciones de paz –o más bien del restablecimiento de
las relaciones de paz– solamente surge luego de que se ha dado
una ruptura. Esta presión es ejercida por el interés común en
un mínimo de paz sobre un área, que se necesita para que los
hombres puedan vivir con algún tipo de seguridad, producir
alimentos, contraer matrimonios con alguien de otra familia,
o tener tratos entre sí. Por tanto, los conflictos entre las
lealtades que un hombre sostiene, dentro de un amplio rango
de relaciones, establecen un ordenamiento y llevan al recono-
cimiento y aceptación de obligaciones dentro de la ley. Las
diversas lealtades de un hombre chocan con la fuerza de una
lealtad determinada hacia un grupo o conjunto de relaciones,
dando origen a la división y ruptura. De esta forma, el sistema
en su conjunto depende, para su cohesión, de la existencia de
conflictos en los sub-sistemas más pequeños. Cada grupo de
venganza, constituido por congéneres de la línea paterna, está
dividido por los diferentes apegos de los miembros individua-
les, hacia la madre, el cónyuge, y hacia la localidad.
Claramente la fuente primaria de división dentro de los
grupos de parentesco, que son característicos de una sociedad
primitiva, es la regla de que los hombres no deben contraer
matrimonio con las mujeres de su mismo clan, o con algún
familiar cercano. Pero muchas sociedades prefieren por
costumbre los matrimonios con ciertos grupos de parientes,
y así estas sociedades muestran un funcionamiento diferente
en su proceso político. En una sociedad, la de los beduinos
de Cyrenaica, se permite el matrimonio dentro del mismo
grupo de venganza por ley islámica. El análisis de la situación

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Costumbre y Conflicto en África

que ello genera, y su conexión con el hábitat, será una buena


evaluación del planteamiento antes expuesto. El Dr. Emrys
Peters se encuentra realizando este estudio. Sabemos que
existen sociedades donde los pleitos ocurren en áreas relativa-
mente pequeñas; pero ninguna de estas sociedades ha recibido
un análisis antropológico adecuado con respecto a los muchos
enlaces establecidos por la costumbre.
Estudios posteriores han apoyado las principales conclu-
siones planteadas por Evans-Pritchard acerca de la sociedad
nuer. Hago solamente una breve referencia a un estudio. El
mismo Evans-Pritchard destacó los aspectos positivos de los
lazos que unen a los miembros de un grupo de venganza de
congéneres por línea paterna con otros grupos. Por mi parte
he planteado que estos lazos poseen un efecto de división
dentro del grupo mismo, este mismo punto fue enfatizado
por la Doctora Elizabeth Colson en su estudio sobre los tonga
en el Norte de Rodesia. No puedo presentar la belleza de su
estudio, pero presento la conclusión sumaria de un caso que
ella registró; es el caso más evidente que tenemos, del funcio-
namiento de una amenaza de venganza en África. Un hombre
del clan Elan mató a un hombre del clan León. El homicida
fue arrestado por los ingleses y enviado a la cárcel, pero los
miembros del clan León rompieron toda relación con los
elan que vivían cerca de ellos. Los miembros del clan Elan
en las aldeas de los leones, y los miembros del clan León en
las aldeas de los elan, le informaron a la Señorita Colson que
en el pasado hubieran huido de sus casas, en cambio ahora,
los leones condenaron al ostracismo a los elan que vivían en
sus comunidades. Las mujeres elan que vivían con sus esposos
leones entre congéneres del esposo fueron objeto de insultos y
amenazas que contrariaban a sus esposos. Los elan ofrecieron
compensación a través de parientes comunes entre ellos y los
leones; se hizo la paz, y se prometió la cantidad de ganado

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Max Gluckman

a entregarse como compensación por el homicidio. Los elan


demoraban en pagar. Eventualmente, un hijo de una mujer
elan, esposa de un león, cayó enfermo y falleció: el adivinador
dijo que el espíritu del hombre asesinado había dado muerte
al niño, porque no se hizo el pago debido de ganado. Las
mujeres de nuevo presionaron sobre sus congéneres varones
para que terminaran de solucionar el pleito. La dispersión
del grupo de venganza, y los matrimonios de sus mujeres con
hombres de otros grupos de venganza, generaron divisiones
en las posiciones de cada grupo, y ejercieron presiones a favor
de una solución. La muerte de un niño, que la costumbre
atribuyó al espíritu vengativo, creó la situación que propiciaba
una reunión, en la cual los otros familiares de las dos partes
actuaron como intermediarios.
El principio general que he planteado ya ha sido plena-
mente reconocido por muchos estudiosos, pero otros han
soslayado su importancia. En su importante libro Historia del
Derecho Inglés, Pollock y Maitland escribieron que en la época
de los Anglo-Sajones, “un daño corporal individual era en
primer lugar causa de pleito, o guerra privada entre los congé-
neres de la persona que cometió la falta, y de la víctima”. El libro
Pequeña Historia Medieval de la Universidad de Cambridge,
afirma que los pleitos “producían un estado de guerra privada
incesante en la comunidad, y dividían a los mismos congéne-
res al cometerse el daño corporal por un miembro contra otro
del mismo grupo”. Esto lo dudo. El grupo de venganza anglo-
sajón, llamado sib, que podía reclamar pago en sangre por un
hombre muerto, estaba compuesto por todos los congéneres
de esa persona, hasta el sexto grado de consanguinidad. Pero
el grupo de quienes vivían y trabajaban juntos parece haber
poseído alguna forma de familia patriarcal conjunta: otra vez
encontramos que el grupo de venganza no coincide con el grupo
local. Y si trazamos el parentesco de un hombre hasta el sexto

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Costumbre y Conflicto en África

grado de consanguinidad, se forman agrupaciones esparcidas


a distancias muy grandes que no podían movilizarse. Cada
hombre, con solamente sus hermanos y hermanas inmediatos,
era el centro de su propio sib; y cada individuo era miembro de
los sibs de mucha otra gente. Realmente, me atrevo a plantear
que en un distrito asentado durante largo tiempo, donde se
habían realizado ya muchos matrimonios cruzados, casi todos
se habrían convertido en miembros de algún sib de todos los
demás. Así que allí donde debía concretarse una venganza, o
alguna compensación, algunas personas participarían al mismo
tiempo como miembros del sib del homicida y del sib de la
víctima. Estas personas seguramente habrían ejercido presión
para llegar a una solución justa. Esta es la posición entre los
kalingas de las Islas Filipinas, que tenían un sistema similar de
parentesco. Es posible que haya habido pleitos entre sibs de
distritos separados, o guerras entre comunidades locales movi-
lizadas detrás de familias nobles. Pero no debemos tomar las
leyendas y relatos de pleitos como evidencia, ya que puede
suceder, como en los relatos de las maldiciones del “hombre
de la tierra”, que estas leyendas se usen como advertencias. O
incluso siendo registros históricos podían servir mejor como
advertencias. Así fue en las colinas de Kentucky y Virginia,
donde solamente hubo un grupo de Hatfields y McCoys20. De
modo general, en un área limitada, hay tanta paz como guerra,
en medio de la amenaza de disputas violentas.
Esta paz surge de la existencia de muchos tipos de rela-
ciones, y de los valores asociados por la costumbre. Estos lazos
dividen a los hombres en un aspecto, pero esta división, en
un grupo más amplio y en un periodo más extenso, lleva al

20
Se refiere al pleito emblemático entre los Hatfield y los McCoy en el folklore
norteamericano, que ha pasado a ser una metáfora de las rivalidades enconadas
entre grupos familiares. (Nota del traductor.)

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Max Gluckman

establecimiento del orden social. En distritos separados, es


más posible que los hombres tengan querellas. Mientras más
pequeña el área, más numerosos los lazos sociales. Pero al estre-
charse el área, las ocasiones que generan querellas entre los
hombres se multiplican; y es aquí donde los lazos en conflicto
los separan, y al mismo tiempo los llevan a establecer relacio-
nes con otras gentes que garantizan que se llegue a un acuerdo
final. De esta forma, la costumbre une allí donde divide, la
cooperación y el conflicto se equilibran mutuamente. En un
ámbito más amplio, la cohesión se afirma en términos rituales
–apoyada por la retribución mística– allí donde los valores
no son cuestionados y se aplican de forma axiomática. Así, la
reconciliación ritual y el sacrificio suelen seguir a la solución
de una querella, y los métodos rituales se utilizan para lograr
un reajuste.
Puede parecer que el proceso social de un pleito y de la
amenaza de desencadenarlo se encuentra a una gran distancia
de nosotros, pero de hecho está en la puerta misma de nuestros
hogares. La aplicación de este análisis a los asuntos internacio-
nales podría soslayar muchos factores complicados: ¿Hay por
ejemplo, un solo ordenamiento moral, como en el caso de los
nuer? ¿Pueden las naciones permitir que sus miembros reco-
nozcan enlaces conflictivos de lealtad en el exterior? Aquí hay,
evidentemente, como en Nuerlandia, una necesidad tecnoló-
gica creciente por alcanzar alguna forma de paz en todo el
mundo. Eso no se cuestiona. Sin embargo, planteo que es
útil analizar nuestra propia vida nacional en estos términos.
Si examinamos los grupos más pequeños que conforman
nuestra vasta y compleja sociedad, es fácil ver que las divisio-
nes de intereses y lealtades dentro de cada grupo le impiden
estar en una oposición absoluta con respecto a otros grupos y
a la sociedad en su conjunto. Los hombres solo pueden perte-
necer a una sociedad mayor a través de grupos intermedios
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Costumbre y Conflicto en África

más pequeños, ya sea que estos grupos se afirmen en procesos


técnicos, en asociaciones personales, en localidad, en creencias
sectarias dentro de un culto más grande, etc. Las escuelas que se
organizan en pabellones, cruzando niveles, y las universidades
que tienen sus colleges cruzando departamentos y facultades,
muestran más cohesión que las escuelas y universidades que
son amorfas. Las lealtades estrechas a grupos más pequeños
pueden ser efectivas en fortalecer a una comunidad mayor, si
existen lealtades que se enfrentan entre sí.
El pleito es, de acuerdo al diccionario, un “estado perma-
nente de hostilidad”. No existe sociedad que no contenga tales
estados de hostilidad entre las secciones que la conforman;
pero en la medida en que estén al mismo tiempo corregi-
dos por otras lealtades, pueden contribuir a la paz general.
Un grupo de trabajadores, unidos por un proceso particular
y que no están involucrados directamente en disputa con los
empleadores de una fábrica, pueden oponerse a otros grupos
de la fábrica que emprenden una huelga. De hecho, existe un
conflicto de lealtades que opera en cada trabajador y grupo de
trabajadores, debido a lazos familiares y nacionales, de modo
que ese hombre y aquel grupo se inhiben de entrar en una
acción violenta. Cada trabajador tiene interés en mantener
funcionando a la fábrica a toda costa, además del interés de
conseguir los salarios más altos que estén a su alcance. O si el
trabajo se detiene, quiere que se inicie otra vez. Similares divi-
siones existen entre los grupos empresariales, y dentro de los
organismos de gerencia dentro de una fábrica. Hoy en día los
grupos significativos dentro de la vida política de Inglaterra son
en su mayoría grupos funcionales: sindicatos, asociaciones de
empleadores y comerciantes, intereses educativos, sectas reli-
giosas, y entidades similares. Son estos grupos los que ejercen
presión al Parlamento, pero no son los grupos de interés los
que eligen a los miembros al Parlamento. Por tanto obtenemos

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Max Gluckman

un alto grado de representación nacional debido a que la gran


mayoría de los miembros del Parlamento son elegidos por
distritos electorales amorfos que contienen muchos de estos
grupos de interés. Se supone que el miembro del Parlamento
representa a todos los distritos electorales, sin importar la
filiación partidaria de estos; y este sistema de representación
corta transversalmente a los importantes grupos de presión
política. Es semejante al “hombre de la tierra” de los nuer.
Una vez más, no estoy sugiriendo que las lealtades e
intereses divididos siempre van a impedir el surgimiento de
una disputa, o van a impedir fracturas y cambios sociales. Esas
lealtades e intereses no tienen un equilibrio perfecto. Lo que
sostengo es que estas lealtades conflictivas y esta división de
lealtades tienden a inhibir el desarrollo de una querella abierta,
y que a mayor división en un área de la sociedad, mayores
probabilidades de cohesión en un ámbito más amplio de rela-
ciones, con la condición de que exista una necesidad general
de paz, y el reconocimiento de un orden moral dentro del que
esta paz pueda florecer.
He insinuado en dónde se puede detectar el proceso de un
pleito, con su guerra y su paz, en Inglaterra. Muchas personas
también lo han detectado, pero muchos otros son renuentes a
aceptar la realidad de la vida social: que las querellas y conflic-
tos existen en todos los grupos, y que no se puede hacer que
desaparezcan sólo mediante buenos deseos. Es necesario
solucionar esos conflictos mediante la intervención de otros
intereses y otras lealtades basadas en la costumbre, de forma
que el individuo sea llevado a asociarse con diferentes compa-
ñeros. Mientras mayor necesidad tengan, sus diversos lazos
establecidos, de que los oponentes en un set de relaciones sean
sus aliados en otro, mayor será la probabilidad de encontrar la
paz dentro del pleito.

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