8 Citas y Tu - Mar Vaquerizo
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otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del
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Índice
Copyright
Nota del Editor
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
EPÍLOGO
AGRADECIMIENTOS
Para mi hermano David y Yoli, y para los que, como ellos, ponen el amor por encima de todo, sin importar
el sacrificio, la distancia o cambiar sus planes de vida.
Con todo mi cariño, para l@s valientes que apuestan por el amor.
Mar ♥
Dicen que todo pasa por algo,
yo creo que todo pasa por alguien…
@notasenmilibreta
Sergio Puerta
Algún día, alguien entrará en tu vida y te hará entender por qué otros no se
quedaron.
Anónimo
Todos van a herirte; solo tienes que encontrar a aquellos por los que vale la pena
sufrir.
Bob Marley
CAPÍTULO 1
Estela colocaba el velo en la muñeca con sumo cuidado. No era recomendable que se
pegara demasiado, eso ensuciaría la tela y tendrían que hacer uno nuevo.
Desde hacía años que creaba réplicas de novias con ellas, decorándolas y vistiéndolas a
juego, como las verdaderas que habían celebrado sus nupcias y querían tener un recuerdo
divertido y original, personalizado hasta el último detalle.
Aquella entrega sería en unas horas y no quería dejar la colocación de la tela más delicada
para el último momento. Necesitaba margen de maniobra si algo salía mal.
El timbre de su pequeño apartamento retumbó sobre la música de Perfectly Wrong, de Shawn
Mendes, haciéndole dar un ligero salto en el asiento del susto.
—Joder —susurró intentando controlar al máximo las manos y no destrozar el paso final—.
Como sea el cartero, lo mato.
El hombre tenía costumbre de llamar a su casa cada día. Sabía que solía estar trabajando allí
entre semana y no perdía el tiempo en esperar a que otros abrieran, pero a ella, tan concentrada
en ese momento, le cogió el timbrazo por sorpresa.
Con sumo cuidado apretó la punta de las pequeñas pinzas que sostenían el tul en los puntos
justos donde debía pegarlo sobre el pelo.
Sonrió satisfecha al ver el resultado.
Adelantó la mano sobre la mesa y cogió la tiara que había fabricado piedrecita a piedrecita
sobre un molde de plástico recortado al detalle.
Echó unas gotas de pegamento con delicadeza y la colocó sobre los frunces de la tela.
—Ya estás —dijo a media voz, admirando el resultado.
Era una novia del tamaño de una Barbie, de hecho, era la muñeca que usaba como base,
luego la reconstruía hasta hacerla nueva, incluido el maquillaje.
En esta ocasión llevaba un vestido de corte sirena, con un gran escote en la espalda, pelo
moreno, suelto y ondulado, y aquella diadema que le daba el toque romántico que necesitaba.
El timbre volvió a sonar, pero esta vez el de la puerta de su casa, no el del portal.
Se levantó de la silla del cuarto de trabajo, fijándose en el resultado final. Sonrió satisfecha.
Abrió la puerta sin demora tras mirar por la mirilla.
—Adelante —dejó entrar a su amiga Mamen.
—¿Aún no estás lista? Vamos a llegar tarde y no quiero perderme el principio del concierto.
Ed Sheeran no viene todos los días a Madrid —la increpó entrando como si aquel pequeño
apartamento fuera su casa.
—Tenía que acabar la entrega de mañana para irme tranquila. Solo tengo que vestirme —se
defendió.
—Y un poquito de maquillaje. Aunque sea un toque de rímel y cacao en los labios, por favor
—rogó la chica con seriedad.
—Que sí, lo sé —contestó, dejándola atrás por el pasillo para ir directa a su habitación,
mientras Mamen cotilleaba su estudio.
Se puso vaqueros, camiseta negra de tirantes y deportivas blancas impolutas. Hacía frío a
pesar de ser un 13 de junio y tendría que llevar cazadora.
Entró al baño para ponerse un poco de crema hidratante, polvos de sol, marcar la línea del
agua inferior y el parpado superior con eyeliner negro. Para rematar, perfiló y pintó sus labios de
rojo burdeos con un pintalabios mate permanente. A sus amigas les iba a encantar.
Soltó su pelo moreno del mini recogido que se hacía para trabajar y dejó sueltos los
mechones rizados de su pequeña melena, provocados por el peinado, lo ahuecó con los dedos, se
puso perfume y salió en busca de su amiga.
Ojeaba las fotos que había revelado esa mañana. Eran de la graduación de unos peques de
cinco años del colegio en el que estudió. Solían llamarla para trabajar con ellos, en lugar de pedir
los servicios de las tiendas de fotografía próximas.
Sus trabajos habituales eran las fotografías de las celebraciones llamadas coloquialmente la
BBC. Traducido al castellano, bodas, bautizos y comuniones, que solía alternar con fotografías
contratadas para campañas publicitarias en invierno y los eventos veraniegos.
Desde hacía años era freelance y le costaba encontrar trabajos fijos, pero podía compaginarlo
con la creación de las muñecas, su gran pasión.
—Son monísimos, ¿verdad? —preguntó a Mamen, entrando a comprobar que ese velo
había quedado perfectamente colocado.
—En foto, sí —contestó la chica con media sonrisa de perdón por lo que acababa de decir.
—Te recordaré esto cuando seas una encantadora madre con su grupo de WhatsApp
correspondiente que ponga infantil tres años C.
—¡Ni de coña! Al menos en lo del grupo de WhatsApp.
Las dos amigas rieron mientras Mamen se fijaba en la muñeca.
—Me ha quedado bastante bien. Se parece mucho a la novia.
—¿Mucho? ¡Es igual! Eres una artista, Estela. Esto tendría que tener una tienda en el
centro, por lo menos —admiró mientras alternaba la vista entre la muñeca y la foto de la novia
con la que había creado la nueva Barbie.
—Eso es decir mucho. Pide el Uber que nos vamos.
—Lo ha pedido Leti. Tenemos que bajar a la puerta cuando nos avise y nos recoge —
informó.
—Pues vamos —pidió Estela apagando la lamparita de su mesa de trabajo.
El Uber las recogió cinco minutos después. Estela montó atrás con Leti y Mamen se sentó
junto al conductor.
—Cuando salgamos del concierto os voy a llevar a un garito que me han dicho que está
genial —dijo Leticia emocionada.
—¿En serio estás pensando en lo que vamos a hacer cuando salgamos del concierto? —
preguntó asombrada por la capacidad de sus amigas para planear juergas—. Vamos a disfrutarlo,
por favor —pidió Estela respirando profundamente.
—Bueno, yo solo quería dejar claro que no me quiero ir a casa cuando salgamos.
—Ha quedado claro y estoy contigo —confirmó Mamen el hecho—, pero también
podemos ir a la verbena de San Antonio.
—¡Es verdad! —se animó la chica al escuchar la nueva idea.
—¿No tenéis que trabajar mañana? —preguntó Estela a sus amigas. Era viernes y estaban
dispuestas a quedarse de jarana hasta tarde sin pensarlo dos veces, pero sus jornadas de trabajo se
organizaban de forma poco convencional.
—Resulta que mañana tengo turno de tarde —dijo Leti con una gran sonrisa—. Mis
pacientes no me esperan hasta las tres.
Era enfermera en el hospital Doce de Octubre y su vida dependía del baile de horarios del
cuadrante del mes. Justo hoy era de lo más favorable para quedarse un rato a tomar algo.
—Por mi parte, libro —contestó Mamen—. Tengo libre hasta el martes —añadió levantado
las cejas muchas veces seguidas. Era técnico en emergencias sanitarias del SAMUR de Madrid y,
después de enlazar unos cuantos turnos para cubrir la baja de un compañero, por fin libraba.
—Tú no tienes horario y, además, mañana no tienes evento, así que, no seas muermo —dijo
Leticia acorralándola.
—¿Cómo sabes que mañana no tengo nada que hacer? —preguntó arrugando el ceño.
La amiga, sin dudar, abrió la galería de fotos del móvil, seleccionó una y le mostró la pantalla
a Estela.
—El catorce de junio está en blanco —añadió por si la imagen no era suficiente
explicación.
Estela resopló.
—Te voy a prohibir el paso al despacho. Estás avisada —reprendió a Mamen. Esta se
carcajeó.
—Al grano —insistió Leticia—. Luego nos tomamos una copa y después ya se verá, pero no
te puedes pasar la vida encerrada entre fotos y muñecas.
—Mañana tengo las entrevistas para el alquiler del estudio y, además, tengo que trabajar —
se defendió con el mismo argumento trillado de siempre—. Ser freelance y no tener un sueldo fijo,
es complicado. No puedo rechazar trabajos. Os recuerdo que voy a alquilar el estudio a otra
persona para ganar algo más de pasta y no descarto alquilar la habitación de invitados.
—Sí, lo sabemos, pero lo tuyo está llegando a un extremo preocupante. Más que nuestra
amiga pareces la vieja de los gatos, solo que en vez de gatos tienes fotos y Barbies.
—Sois unas exageradas —reprochó los comentarios.
Las dos chicas la miraron con las cejas levantadas.
Era cierto, cada vez estaba más aislada de la vida fuera de su trabajo, pero es que cada año
era más complicado mantenerse a flote.
—Sabemos lo que supone no tener un sueldo fijo y también que en el buen tiempo tienes
que trabajar mucho para poder sobrevivir en invierno, incluso entendemos perfectamente que
busques otras formas de sobrevivir como compartir espacios, pero no puedes dejar de vivir. ¡Solo
tienes veinticinco años!
—Y una hipoteca —concluyó en su línea.
—Hemos llegado —anunció el discreto conductor, que escuchaba cada palabra en silencio.
Las chicas se bajaron del coche a la entrada del recinto del Wanda Metropolitano, cortando
la conversación. Habían ido a divertirse y estaban decididas a disfrutar del concierto.
CAPÍTULO 2
Al final fue Mamen quien se salió con la suya. Las tres amigas acabaron en el parque de la
Bombilla, tomando mojitos y bailando la música del DJ que pinchó tras las actuaciones en la
verbena de San Antonio.
Estaban contentas, se lo pasaron muy bien y disfrutaron de la compañía mutua, pero… sin
chicos.
Caminaron bastante de vuelta a casa ante la ausencia de taxis en la zona y el
encarecimiento de los coches con conductor por la demanda.
Como buenas madrileñas conocedoras de sus mejores opciones, salieron de la zona de
fiestas y bajaron a Madrid Río en dirección al puente de Toledo. Tocaba caminar y, previsoras,
todas iban en deportivas.
—Pensaba que el pelirrojo buenorro se iba a acercar. Qué decepción —dijo Mamen
negando con la cabeza, poniendo una mueca de tristeza en la cara.
—Te podías haber acercado tú —dijo Estela divertida por las copas.
—O todas —apuntó Leti—. Tú lo dices y nosotras nos vamos en grupo a ver qué pasa. Los
amigos estaban potentes.
—Sí, claro, ahora. ¡Malditas! —apuntó imitando un enfado inexistente.
—Ahora entiendo por qué perreabas tanto con lo que tú odias el reguetón —remató Estela.
—¡Qué mala persona! —replicó entre risas la aludida.
Las tres rieron porque era un clásico que se repetía cíclicamente.
—El próximo día te acercas y listo. Si te dice que no, él se lo pierde.
—Habló la reina de las citas —contestó a Estela, que tenía una al año y si llegaba.
—Me da pereza tener citas, qué queréis que os diga —afirmó agarrando del brazo a Leti.
—Si te la propone Alex González, seguro que vas —dijo Mamen entre risas, mencionando
al actor que tanto gustaba a Estela.
—¡Por supuesto! Tienes unas cosas…
Las tres amigas rieron divertidas gracias a su humor innato y también los mojitos.
—Esto tiene fácil solución. Nos hacemos unos perfiles en alguna página de citas y listo.
Ellos nos hacen el trabajo duro, nosotras solo vamos a tiro hecho —propuso Mamen.
—¿De verdad os apetece quedar con tíos seleccionados por una aplicación que no detecta
que mienten más que hablan? —preguntó Estela asombrada por la iniciativa.
—No hablo de Tinder o similar, hablo de empresas que buscan al hombre de tu vida. Quizá
la inversión merezca la pena —se defendió la chica.
—Paso de gastarme el dinero en algo así, nos vamos de copas y listo. A alguien
conoceremos —se negó Estela—. Tenemos edad de conocer a alguien interesante.
—Eso sí que me da pereza y miedito. Nunca se sabe dónde puede haber un loco.
—Si nuestras madres hubiesen pensado como tú, no estaríamos aquí —defendió Estela la
forma de ligar de toda la vida por encima de la actual.
—En eso tienes razón —afirmó Mamen.
—Hablar de esto me cansa. Vamos a sentarnos un ratito —propuso Leticia.
Estela miró el reloj. Eran las cuatro de la mañana y ellas las únicas viandantes de Madrid
Río.
Se sentaron en el primer banco que encontraron.
Leti sacó el móvil y comenzó a trastear en una aplicación.
—Vamos a ver qué se cuece por aquí. Hacedme sitio —pidió a sus amigas sentarse en
medio, mostrándoles el móvil.
—¿Te acabas de hacer un perfil de Tinder? —preguntó Mamen con sorpresa. Leti afirmó
—. Recuérdame que nunca más te deje entrar en aplicaciones después de tomar mojitos.
—¡Venga!, no seas muermo. ¡Anímate!
Estela no entró en la discusión, ni siquiera miraba la pantalla.
No había tenido malas experiencias en las relaciones, habían sido pocas y bien avenidas
hasta que se acabó el amor, pero estaba en una etapa en la que no quería ataduras. O, mejor
dicho, estaba muy bien sola haciendo lo que quería sin tener que dar explicaciones a nadie y se
había acostumbrado a ello.
Leticia y Mamen pasaban fotos de chicos sin parar.
—Este no es él. Solo con las faltas de ortografía que tiene en el perfil, no necesito verlo.
Como si es Brad Pitt —explicó Mamen pasando una de ellas.
—Ufff este enseñando atributos con ese pantalón que le va a reventar, no merece ni un
segundo más —dijo Leti negando con la cabeza y un gesto de asco en la cara.
—Además, seguro que es falso —afirmó su amiga.
—Sí. Los calcetines están baratos en Primark para poder llevar el relleno perpetuo.
Las dos se carcajearon sin control. Las copas animaban mucho.
Estela se tuvo que asomar a ver la foto y acabó riendo con ellas.
—Si hacéis esto para reírnos un rato, me parece correcto, pero en cuanto nos levantemos
de este banco, borra el perfil. Tú vales más que eso.
Mamen la miró confundida por la frase.
—Estoy segura de que habrá chicos estupendos aquí, igual que nosotras, que quieran dar
una oportunidad al amor.
—O al sexo —añadió Leti levantado las cejas repetidas veces.
—Estás fatal —dijo Estela levantándose de golpe.
—¿Dónde vas? Ven aquí a ver qué nos espera mañana.
—No tengo tiempo ni ganas. A las diez tengo las entrevistas y a este paso no voy a dormir
ni dos horas.
—¿Qué entrevistas? ¡Es sábado! —exclamó Mamen aún afectada por el alcohol.
—Definitivamente me voy a casa. Seguir con Tinder. Yo tengo que descansar para elegir
bien mañana.
CAPÍTULO 3
El telefonillo despertó a Estela. De un salto se levantó de la cama.
—No, no, no —murmuraba consciente de que se había dormido y su primera entrevista ya
estaba allí.
Por suerte para ella, se metió en la ducha en cuanto llegó a casa y no olía a resaca.
Se quitó la camisola de algodón de un tirón, se puso unos vaqueros y la primera camiseta
que pilló del armario.
A toda velocidad fue a abrir.
Efectivamente, era su primera entrevista.
Corriendo fue al baño, aún tenía un par de minutos para peinarse un poco y lavarse la cara.
El café tendría que esperar.
Mónica resultó ser una chica interesante, pero quería un alquiler del estudio solo por horas
de uso.
Muy amablemente, sin cerrarse puertas, Estela aplazó la decisión para cuando acabase con
las entrevistas. Tenía que darle prioridad a un alquiler mensual, ese era su objetivo.
En el rato que se quedó sola entre visita y visita, desayunó algo, se tomó un café y descansó
lo máximo posible, hasta que sonó de nuevo el telefonillo.
Sonó unas cuantas veces, pero sin mucha suerte.
No podía tomar una decisión definitiva sin estudiar cada propuesta. Nadie le ofrecía lo que
deseaba, todos regateaban la oferta y tendría que hacer una planificación de uso para poder
dividir el tiempo entre todos.
No había más salidas. No había nadie más.
Colocó una ficha con cada propuesta sobre la mesa del salón, consciente de que no era eso
lo que necesitaba, pero tendría que encajar.
Se hizo un nuevo café para ver si así conseguía terminar el puzle.
—Madre mía, ni el Tetris —susurró frotándose la frente, recordando el viejo juego de
Arcade—. Hoy no estoy para esto.
El timbre sonó del nuevo, pero esta vez en la misma puerta de su casa.
Miró la lista de entrevistas, no quedaba nadie pendiente. Revisó los emails de las solicitudes.
—Andrea —susurró consciente de que se había olvidado de una persona.
Se levantó de la silla más animada. A lo mejor esta chica traía su solución.
Abrió la puerta sin mirar.
Se quedó bloqueada, incapaz de hablar.
—Hola, ¿es aquí donde se alquila el estudio de fotografía?
Estela pestañeó unas cuantas veces antes de contestar. Necesitaba procesar lo que veía.
Chico alto, moreno, guapo, perfumado, muy bien vestido y con una sonrisa en la boca que
lo hacía muy sensual.
—Sí, es aquí —contestó confundida—, pero no te esperaba… —añadió.
—Soy Andrea. Hablamos por email —respondió un poco más serio.
—Andrea… —susurró como si no fuese capaz de relacionar ese nombre con quien tenía
delante.
—¿Hay algún problema? —intentó descubrir qué pasaba.
—No, no. Es solo que pensé que eras una chica… Seleccioné solo chicas… —intentó
explicarse a media voz.
Él la miró comprendiendo. Era lógico que quisiera sentirse segura al tener que compartir su
espacio de trabajo con alguien, a él también le pasaría.
—Andrea es un nombre unisex, en Italia lo llevan los hombres y, la verdad, no se me
ocurrió aclararlo. Discúlpame.
Estela estaba a punto de decirle que lo lamentaba mucho, pero que no podía continuar con
el proceso, cuando se fijó en que traía una enorme maleta negra de ruedas y una bolsa de viaje de
piel desgastada colgada del hombro.
—¿Vienes de viaje? —le preguntó curiosa. No era educado dejarlo tirado después de haber
llegado hasta allí con todo aquello.
El chico miró su equipaje con sonrisa ilusionada.
—Vengo a quedarme en la ciudad —contestó colocándose mejor la pesada bolsa sin dar
más explicaciones.
Ella lo miró unos segundos antes de reaccionar.
—Perdona, debe pesar mucho. Pasa.
Tras pronunciar aquella invitación se reprendió a sí misma.
Tenía claro que no quería chicos para alquilar el estudio, nada había cambiado al respecto
en los últimos minutos, pero allí estaba, dentro de su casa, dejando la maleta y la bolsa de viaje
recogidos junto a la puerta.
—Sé que he sido una sorpresa para ti pero, por favor, dame una oportunidad. Soy
responsable, ordenado y tengo muchas ganas de trabajar —pidió intentando ocultar lo apurado
que estaba después del plantón de su amigo Edu.
Estela lo miró sin saber qué argumentar contra eso.
La voz práctica de su conciencia le gritó que necesitaba el dinero.
Decidió darle la oportunidad que pedía. Hablarían un poco y a ver cómo respondía al
alquiler.
—Vale —susurró cogiendo aire—. Vamos al estudio —lo invitó abriendo una puerta al final
del pasillo junto a la cocina.
La luz del exterior iluminaba la estancia. Era perfecto para hacer fotos con luz natural, pero
se cerraba con persianas eléctricas si se necesitaba oscuridad para una iluminación artificial.
Era una habitación grande, equipada con focos, paneles enrollados colgados del techo para
hacer fondos, un par de máquinas de fotos colocadas en sus trípodes, una mesa de trabajo con
ordenadores, una zona de tocador para maquillaje, un estante con bolsas de equipo y una vitrina
con cinco cámaras diferentes y objetivos.
—Menuda colección —susurró Andrea acercándose a la vitrina.
—Mi padre era aficionado a la fotografía y algunas son suyas, pero el que lo inició todo fue
el dueño de la más antigua, mi abuelo.
El chico le sonrió asintiendo feliz. Era un espacio acogedor y perfecto para trabajar.
—¿Solo hay este estudio? —preguntó.
—No. Vamos al fondo y te enseño el espacio que alquilo.
Atravesaron la zona para llegar a un pequeño pasillo.
Había tres puertas.
—La puerta del fondo es un baño completo, la de la derecha una pequeña cocina y aquí está
el otro estudio.
Estela abrió la puerta a otra gran habitación llena de luz. Era un poco más pequeña que el
que había visto al inicio de la visita y más desangelada.
—¿Cómo lo alquilas? Quiero decir, si puedo tener disponibilidad total del espacio o solo
algunas horas al día.
—Me gustaría alquilarlo a una sola persona por meses completos. ¿Cómo lo quieres tú? —
preguntó, sabiendo que todos los clientes anteriores se habían negado a tal opción.
Andrea miró a la chica unos segundos sopesando la respuesta.
Podía mentir y elegir la opción por horas, para luego aprovechar el espacio todo lo posible si
no se presentaban los otros inquilinos, pero solo conseguiría meterse en líos y ya tenía bastante
de lo que preocuparse.
—Necesito un estudio para trabajar y un sitio donde quedarme, pero no puedo pagar ambas
cosas. Mi amigo Edu me iba a acoger en su casa, lo teníamos todo hablado, pero no puede ser.
Problemas de pareja —se sinceró asomándose por la ventana para cotillear, antes de girarse para
reunir toda la atención en ella. Estaba preocupada, pero no tenía claro que fuese por él o lo que
acababa de decir—. Podría pagarte el alquiler completo si me dejas quedarme a vivir hasta que
consiga el suficiente trabajo para poder pagarme un apartamento, aunque sea compartido, o que
mi amigo pueda cederme un cuarto.Estela no quería eso. No quería alquilar el estudio como
vivienda, ella entraba y salía de allí con total libertad. Si él vivía allí, no podría hacerlo, pero era
la única posibilidad de reunir dinero suficiente para vivir tranquila sin pensar en cuantos trabajos
necesitaba para hacerlo.
Ella tenía suerte, aquel estudio fue su mejor inversión. Su abuelo, cuando empezó a padecer
los estragos de la demencia y sabiendo que iría a más de forma irremediable y cruel, donó en vida
su casa a su nieta, animándola a que lo convirtiera en un estudio para su trabajo. Sus padres
cuidarían de él en su casa. Ganar algunos concursos que le reportaron efectivo y algo de
estabilidad, sumado a que algún tiempo después falleciera la vecina de la casa contigua y sus hijos
quisieran venderlo, fue una carambola del destino.
Sonrió a Andrea recordando.
Ella vivió en ese estudio mientras lo montaba y después, el tiempo que tardó en comprarle la
casa a aquella familia que conocía de toda la vida y reformarla a su gusto con paciencia.
Los comienzos siempre son difíciles, pero sin una oportunidad, son imposibles.
—De acuerdo, pero con una condición —contestó aún con dudas, pero comprendiendo que
Madrid era una ciudad difícil y buscarse un porvenir, mucho más—. Tendré acceso libre a mi
estudio durante el día y te dejaré en paz entre las nueve de la noche y las nueve de la mañana. Te
prometo que en ese horario no traspasaré esa puerta para que tengas intimidad —dijo señalando
la que separaba los espacios.
Andrea no podía creer en su suerte. ¡Tenía una casa y un estudio! ¡Podía empezar a forjarse
un nombre en Madrid!
Había acudido a aquella entrevista con pocas expectativas. Creía que esa noche tendría que
buscarse un hostal, incluso vivir en alguna casa compartida en malas condiciones durante un
tiempo, por culpa de Edu, su amigo bombero que intentaba reconducir la relación con su novia,
pero aquella chica había guardado sus miedos en un cajón y había apostado por él. Nadie aparte
de su madre lo había hecho antes. Sus sueños se empezaban a hacer realidad.
—Perfecto —asintió, tendiéndole la mano para cerrar el trato— ¿Me puedo instalar ahora
mismo?
CAPÍTULO 4
Estela se sentó en su estudio para revisar los emails en cuanto Andrea recogió las maletas y
se marchó a instalarse al estudio.
Mamen le escribió un wasap, pero viendo que no contestaba llamó directamente.
—¿Qué tal la resaca? —preguntó Estela, sabedora de que le estaba pasando factura igual
que a ella.
—Recuérdame que no beba nunca más.
—Nunca digas nunca —apuntó divertida. Siempre que tenía resaca decía lo mismo y no lo
cumplía nunca.
—Cierto —contestó arrastrando las palabras—. ¿Qué tal ha ido lo del estudio? ¿Has
conseguido algo?
—Lo he alquilado —dijo escueta.
—¡Bien! Eso significa que ya puedes respirar un poco, aflojar el curro y tener vida social.
—Significa que puedo bajar el grado de preocupación de rojo a naranja, nada más.
—¡Exagerada! —exclamó Mamen. Sabía que, si todo había cuadrado con el arrendatario,
podría empezar a vivir más holgadamente—. ¿Y qué tal es la chica? ¿Cómo se llama?
—Se llama Andrea —contestó, pero cuando intentó seguir con la explicación, Mamen
comenzó a contar algo sobre otra Andrea que conocía y no entendió. Cortó el monólogo. Sabía
con qué captaría su atención—. Es un chico.
Mamen guardó silencio durante unos segundos.
—¿Perdona?
—Que es un chico.
—¿Y cuándo pensabas contarlo?
—Ahora, en este mismo instante —señaló muy tranquila.
—Pero, pero, pero ¿tú no decías que solo querías chicas y compartir el espacio con alguien
que te diera seguridad?
—Sí. Recuérdame que cumpla lo que digo. —Mamen no sabía que decir. Decidió seguir
contándole—. Hemos llegado a un acuerdo. Él se queda con el estudio del fondo y, mientras
reúne dinero suficiente para buscarse un apartamento, vivirá ahí.
Mamen estaba a punto de regañarla, pero sabía lo difícil que estaba resultando el alquiler.
Estaba segura de que era la mejor opción.
—Habrás echado la llave a esa puerta que comunica tu casa con él, ¿verdad?
—No.
—¿Y qué sabes de él? —preguntó intentando poner cordura a la situación.
—Que tiene muchas ganas de trabajar, me paga todo el alquiler que pido y huele genial. Se
está instalando ahora mismo.
—¿En serio te vas a dejar llevar por un perfume genial?
—No sabes la gente que se presentó aquí cuando puse el anuncio la primera vez.
—Lo sé, pero no puedes fiarte del primero que llegue y huela bien. ¿Has pedido referencias?
Estela sabía que no lo estaba haciendo bien porque no era su idea, pero tampoco mal. Había
pedido referencias a aquel chico, no solo se había fiado en su apariencia, era un complemento a
su decisión. Tampoco había pasado desapercibido cómo había apreciado el material de fotografía
y cómo se había sentido identificada con él.
—Hemos hablado por email en varias ocasiones. Como todas las demás personas que han
optado al apartamento, me ha enviado referencias, datos personales, de solvencia y demás. Había
pasado el filtro, solo ha habido una confusión con el nombre —se defendió.
—Me da igual. No sabes nada de él.
—¿Y tú que sabías de los tipos del Tinder que te gustaban ayer? ¿O de los de las fiestas en
La Bombilla? Mucho menos de lo que yo sé de Andrea —se impuso—. Puede que me esté
engañando, de acuerdo, pero lo puede hacer cualquiera y no podemos ir así por la vida. Si
hubiese sido una chica, la habría elegido. No puedo dejarlo tirado porque tenga un nombre
unisex. Es injusto.
Mamen no tenía con qué rebatir.
Después de unos segundos en silencio, habló.
—Vale, me fio de tu criterio, pero echa esa maldita llave. Nos vemos esta noche.
Aquella conversación con Mamen hizo a Estela replantearse la decisión por unos segundos,
pero enseguida recordó sus argumentos para defender aquel alquiler y no podía echarse atrás
ahora.
Habían pasado un par de horas y aún estaba en horario de acceso al estudio.
Sin más intención que llevarle los papeles que faltaban por firmar para formalizar el alquiler,
así como las llaves, Estela entró.
—¿Hola? —dijo en la puerta de su zona de trabajo tras llamar al timbre.
—¡Adelante! —gritó él al fondo de la habitación que acababa de arrendarle.
Estela entró despacio.
Había música con ritmos de R&B de alguien que no identificaba.
Andrea estaba terminando de colgar su ropa en el perchero con ruedas que ella tenía para
colgar el vestuario de los modelos de las sesiones.
—Espero que no te importe que lo haya cogido. Lo usaré solo hasta que pueda comprarme
uno —explicó su uso a Estela, caminando en su dirección.
La chica negó con un gesto de cabeza sin decir ni una palabra.
Le observó unos segundos más.
Estaba descalzo y tan solo vestía sus vaqueros.
Hacía calor y las ventanas abiertas no eran suficiente, a pesar de ser el último piso y estar a
una altura por encima de los demás edificios del alrededor.
Andrea observó a la chica mientras metía los brazos por las mangas de una camiseta y se
vestía.
Estatura media, pelo moreno y no demasiado largo. Podría parecer una chica más del
montón, si no fuera por esos ojos verdes y algo más, algo sutil, inapreciable para la mayoría, pero
que le había llamado la atención desde que le abrió la puerta de casa.
—¿Qué me traes? —preguntó señalando la carpeta que llevaba en la mano.
Estela despertó.
Era un chico muy guapo y atractivo, pero era su inquilino y compañero de estudio. Fin.
No había tenido tiempo para chicos hasta ahora y así iba a seguir.
—Sí, perdona —se disculpó—. No he dormido mucho esta noche y estoy despistada —puso
como excusa.
Andrea sonrió. Tenía pinta de habérselo pasado muy bien cuando llegó a la entrevista.
Pensó que el chico o quién hubiese disfrutado de su compañía, era afortunado.
—Entiendo. No te preocupes. Dime qué necesitas.
—Son los papeles del alquiler. Necesito que me hagas la transferencia del primer mes y la
fianza —pidió, tendiéndole la carpeta para que revisara los documentos y los firmara.
Andrea sacó su móvil y fue moviéndose con habilidad por las pantallas. Miró datos en los
papeles de Estela. Ella empezaba a ponerse algo nerviosa ante él. Decidió desviar la vista a los
detalles de la habitación.
Ya había desecho las maletas, colocado la bolsa de piel con cuidado sobre la única mesa que
había y un ordenador portátil.
—Transferencia hecha. Si no te importa, leo los documentos y te los paso luego firmados.
Quiero ir a comprarme un sofá cama.
—Por supuesto —contestó Estela—. Estaré en mi casa. Si necesitas algo, solo tienes que
llamar y… puedes usar lo que necesites hasta que te traigas tus cosas.
—No tengo más. Solo tengo lo que ves —contestó con un gesto de la mano. Estela miró la
bolsa de piel abierta donde se veían objetivos y correas de cámaras, después volvió a mirarlo—.
Lo sé, no tengo mucho, pero es mejor ir ligero por la vida, solo con lo imprescindible, sin cargas
innecesarias.
Ella lo entendía en parte. Le gustaría vivir así de libre, pero a veces la carga emocional ata
más que cualquier otra cosa.
—Podemos compartir mientras te montas esto a tu manera. Sé lo que es el caos hasta que
empieza a funcionar —insistió.
—Te tomo la palabra. Muchas gracias, Estela.
Sus miradas se engancharon unos segundos.
Era la primera vez que la llamaba por su nombre en ese tono a media voz que le erizó la
piel.
Andrea tenía una sensualidad innata que Estela estaba descubriendo a cada segundo que
compartían.
Quizá no había sido tan buena idea alquilarle el estudio después de todo.
—Te dejo para que sigas con tus cosas y puedas ir a hacer las compras —contestó antes de
salir de allí—. Por cierto, aquí tienes el mando del ventilador de techo y el del aire
acondicionado.
Sin darle oportunidad de intercambiar más palabras, dio media vuelta y se marchó de la
habitación.
Cerró la puerta que separaba los estudios y después la de su casa con la vuelta de llave que su
amiga había insistido en que diera, pero ahora no lo hacía por miedo a que entrase a su casa a
hacerle algo, fue más como si así dejara atrás esa atracción silenciosa que comenzaba a sentir.
CAPÍTULO 5
Era sábado y Estela había quedado con las chicas para una cena tardía. Leti tenía turno de
tarde y se reunirían en un bar de raciones cercano a casa cuando saliera.
Mientras llegaba la hora, preparó la entrega de su última muñeca ya terminada. Solía
meterlas en una caja de cartón personalizada con una ventana transparente, desde donde se
podía ver sin tener que abrirla. Como las de las muñecas que le regalaban cuando era pequeña.
Se trasladó al estudio con ella para poder terminar de empaquetarla. Ya se había arreglado
para salir, Mamen iría a buscarla en breve para tomar unas cañas previas a la cena.
Siempre entregaba las muñecas allí, rodeada de sus fotos por si a algún cliente le gustaban y
le salía algo más. Nunca se sabe dónde puede estar una oportunidad de negocio, además de
conservar la privacidad de su espacio personal.
Estaba decorado con fotos de niños sonrientes, bebés, embarazadas con sus tripas pintadas
con dibujos divertidos, familias, amigos, novios, fotos profesionales para artistas o modelos…
Estaba tan concentrada guardando la muñeca, que no se dio cuenta de que Andrea entraba
al estudio.
—¡Qué pasada! —susurró tras ella.
Estela dio un brinco en el sitio, que casi hizo que la golpeara con la mesa.
—Madre mía, por poco me da un infarto —murmuró recuperando el aire.
—Lo siento, lo siento. Estás acostumbrada a estar sola por aquí. Me pondré un cascabel.
Estela lo miró aún asustada pero, en cuanto escuchó la propuesta, comenzó a reír.
—Tranquilo, no pasa nada —lo tranquilizó.
—Es una pasada. ¿Cómo lo haces? —preguntó interesado de verdad en el juguete.
—Es una muñeca Barbie de toda la vida, solo que les borro la cara y se la hago nueva.
Luego diseño los vestidos iguales que los de mis novias, ¿ves? —explicó mostrándole la fotografía
que la novia le había cedido como guía.
Andrea estaba asombrado con el resultado.
Pensaba que la fotografía era captar el alma de lo que retrataba, pero Estela lo había llevado
a otra dimensión. Las muñecas se parecían tanto a sus dueñas, que impresionaba.
—No tengo palabras. Es increíble —susurró observando cada detalle del maquillaje y el
vestido—. Espero que te paguen una buena pasta por cada una. Lo merece.
Estela sonrió resignada.
—Ojalá. Si vendo alguna por más de ciento cincuenta euros, es un milagro —confesó.
—No es un precio justo. Esto lleva muchísimo trabajo —replicó incrédulo.
—Lo sé, pero con el tiempo me he hecho con un buen fondo de materiales y telas que me
abaratan un poco los costes y puedo ajustar el precio. Es difícil venderlas más caras.
—Tendrías que intentarlo —contestó.
Estela lo miró feliz de que alguien hablara así de su trabajo. Era difícil que lo apreciaran con
tanta precisión, pero él era un artista igual que ella, tenía otra visión de las cosas, ni mejor ni peor
que el resto, era diferente.
Andrea cambió la mirada de la muñeca a la mujer. Lo había enamorado con su creatividad.
Había estado observando las instantáneas de su parte del estudio cuando se fue. Era buena, muy
buena y era una pena que tuviera que dedicarse a este tipo de fotografía. Descubrir el tema de las
muñecas personalizadas, lo había dejado impresionado.
El timbre, fiel amigo de la chica, la salvó a tiempo.
—Será mi cliente —le dijo antes de alejarse de él para abrir. Necesitaba aire.
—Me iré a mis aposentos —contestó divertido, haciéndole sonreír.
Estela contestó al telefonillo, mientras él se marchaba con esa sensación única que te da el
tonteo con otra persona.
—¿Ha habido suerte con el sofá cama? —le preguntó mientras esperaba junto a la puerta.
—Sí. He visto uno muy bonito que me vendrá genial, pero tardan una semana en traerlo —
explicó mientras buscaba el contacto de su amigo Edu en la agenda para llamarlo.
A la chica le dio pena. Una semana durmiendo en el suelo era mucho tiempo.
No pudo pensar más. Alguien llamaba a la puerta y él había desaparecido tras la suya.
Cuando su cliente estaba a punto de marcharse tras recoger su encargo, sonó de nuevo el
timbre.
En un par de minutos, Mamen entró en el estudio con confianza. Lo conocía bien.
Había quedado allí adrede, para ver si podía echar un vistazo al inquilino. Después de miles
de turnos en el SAMUR había visto tantas cosas, que solo imaginar a su amiga compartiendo su
intimidad con un tipo al que no conocía de nada, con la única separación entre ellos de una
puerta, se le ponían los pelos de punta.
Una cosa es alquilar una casa, entregar las llaves y marcharte de allí, y otra muy diferente
estar viviendo a medio metro.
—¿Qué tal ha ido? He visto a la novia al salir del ascensor. Iba muy feliz.
—Le ha gustado mucho. Me ha dicho que unas cuantas amigas se casan en los próximos
meses y seguro que me llaman cuando vean el trabajo.
—¡Genial!
—Si cada persona que me hubiese dicho eso hubiera cumplido su palabra, estaría forrada.
—Seguro que te llama. No seas negativa —dijo mirando alrededor.
Estela, que sabía por qué su amiga había querido quedar allí, sonrió antes de hablar.
—¿Has perdido algo?
—¿Dónde está? —preguntó Mamen sin tapujos.
—Supongo que en su estudio. Se acaba de ir.
—¿Y qué tal?
—Normal —contestó Estela recogiendo su espacio más deprisa—. Nos vamos en un
minuto —avisó para llevarse de allí a su amiga antes de que insistiera con el tema.
—Ha puesto música —susurró señalando la puerta del fondo.
—¿Y? —preguntó Estela.
—Es Usher
Estela la miró sin comprender.
—Insisto. ¿Y?
—Es sexi —afirmó mientras U Remind me, el clásico de Usher, sonaba al fondo.
La fotógrafa intentó no reírse ni exteriorizar ningún sentimiento, aunque aquella afirmación
era cierta. Solo la miró negando con la cabeza, mientras su amiga bailaba y cantaba la canción
sin voz.
Regresó a su tarea. Debían irse ya o el tema iba a desvariar.
—Vamos, Leti nos espera —ordenó Estela sin dejar tiempo a Mamen para nada más. Ya
estaba muy cerca de la puerta del estudio.
—Creo que iré al baño.
Sin tiempo a evitarlo, miró cómo su amiga entraba en aquel pasillo al que ella había puesto
una cruz imaginaria porque ahora era territorio Andrea.
Sabiendo que ya no había nada que hacer, esperó en el estudio mientras organizaba el
equipo, hasta que escuchó la dulce de voz de su amiga y unos segundos después la de Andrea.
Estela salió corriendo al rescate.
Allí estaba, hablando en la puerta del estudio con él. Ambos muy animados.
—Perdona, Andrea. Ya nos vamos. Nos están esperando —disculpó la chica la intromisión.
—Qué afortunados vuestros chicos —contestó el hombre dando por hecho que habrían
quedado con sus novios.
—¿Chicos? —preguntó Mamen en una carcajada nerviosa mirando a Estela—. Chicos,
dice —añadió entre risas.
Andrea miró a su casera con las cejas levantadas.
—Hemos quedado a cenar con una amiga —explicó escueta el plan.
Andrea miro la hora de su reloj inteligente.
—Se ha hecho tarde, sí. Pasadlo bien —dijo a modo de despedida pensando qué narices iba
a cenar él.
—¿Tu no sales? —preguntó Mamen intentando averiguar más.
—Soy nuevo en la ciudad y, mi único amigo aquí, no me coge el teléfono ni contesta a mis
mensajes —contó sin tapujos—. Creo que bajaré a comprar algo para comer y me acostaré
pronto.
—¿Qué amigo? ¿Dónde vas a cenar? —preguntó la chica incapaz de parar de preguntar. Por
lo que veía desde la puerta solo había suelo.
—Me las apañaré. Como siempre —contestó con media sonrisa sin hablar de Edu—.
Pasadlo bien.
Era cierto que siempre se las apañaba, pero iba a ser una noche muy larga a ras de suelo.
Estela le sonrió cortés y tiró de su amiga. Ya era hora de marcharse.
Las chicas se alejaron un poco.
—¡No me puedo creer que este chico tan guapo sea tu inquilino! —exclamó en un susurró o
al menos lo intentó.
—Vámonos —pidió tirando de ella.
—¿Y lo vas a dejar que duerma en el suelo? —preguntó indignada.
—¿En serio me lo dices tú que me has pedido que eche como siete llaves de seguridad y me
has pegado una bronca monumental por alquilarle el estudio?
Mamen la miró con cara indescriptible apretando los labios, mientras encogía los hombros
y levantaba las manos.
—Y tiene un amigo —susurró ignorando la regañina.
Estela resopló y retrocedió en dirección al estudio de Andrea.
Estaba cambiándose de camiseta de espaldas a ella.
Dudó si decirle algo, pero él la vio por un espejo del fondo de la habitación mientras se
vestía.
Se giró para prestarle atención.
—Solo venía a decirte que duermas en el sofá de mi estudio. Ven a casa y te doy unas
sábanas y una manta hasta que compres tus cosas.
—Te lo agradezco —contestó feliz por el gesto, avanzando hasta ella.
—¡Invítalo a venir a cenar! —gritó Mamen decidida a conocer más a aquel chico—. Y a su
amigo, si le contesta.
Andrea sonrió a Estela, aunque ella se había quedado bloqueada.
—Tranquila, no voy a cenar con vosotras. Haré lo que he dicho, pero dale las gracias a tu
amiga.
Estela asintió algo más tranquila.
Estaba prácticamente solo en la ciudad y ellas entendían que no era agradable, pero que su
inquilino se incluyera en todas las facetas de su vida, prácticamente desde el primer día, era
demasiado.
CAPÍTULO 6
Como era de esperar, el nuevo monotema acaparó la cena, elegir chicos en las aplicaciones
de ligoteo. Allí estaban las tres en busca del hombre perfecto para cada una de ellas.
—Tenemos que quedar con ellos a la vez, en el mismo sitio, así, si algo sale mal, nos
tendremos cerca —dijo Mamen planificando hasta el máximo detalle.
—¿Tú te oyes? —preguntó Estela, nada convencida con aquel plan desde que se empezó a
fraguar
—Me oigo y me pienso. ¿Qué te parece? —contestó con una gran sonrisa—. Es una gran
idea, aunque no lo quieras reconocer.
—Yo también lo creo. Es genial —añadió Leti—. Lo que te pasa es que no quieres llevar a
cabo este superplan y toda excusa es poca.
—Lo que no me puedo creer es que estemos llegando a estos límites.
—Claro, habló la que tiene un maromo de los que quitan el hipo a medio metro —contestó
Mamen, incapaz de pasar por alto ese detalle.
—Es mi inquilino. Punto —apostilló con firmeza.
—Hoy me creo el punto, mañana ya veremos —añadió su amiga, que sabía lo que había
visto.
Leti, consciente de la tensión que provocaba el asunto, intentó mediar. Ella no había visto al
chico, pero si Mamen decía que allí había tema, es que lo había, aunque Estela no lo quisiera
reconocer.
—Bueno, centrémonos en la aplicación, ¿vale? —animó a sus amigas—. Mirad qué chico
acabo de encontrar más alucinante. Deportista, atlético, le gusta la música y el cine. ¿Cómo lo
veis?
Estela se asomó para ver la foto de perfil antes de hablar. Quien diga que el físico no
importa, miente.
—Estaría genial si fuese verdad —contestó dejando a sus amigas con cara de póker.
—¿Se puede saber qué te ha hecho este muchacho? —Leti se fijó en el nombre antes de
continuar—. Yo me creo a Pol.
Estela, que sabía lo que había visto en esa foto, sonrió incapaz de contenerse.
—Si tanto te gusta, quédatelo. Nosotras elegiremos a otro y serán nuestras primeras citas. Te
apuesto lo que quieras a que el tío que se presente no se parece a ese ni en el blanco de los ojos.
Leti arrugó el ceño un poco enfadada.
—No hace falta que lo digas tan subidita. Acepto el reto.
—Genial. Trato hecho —cerró el acuerdo con un apretón de manos entre ellas—. Mamen
es testigo —la otra amiga asintió—. Escríbele.
Leti escribió al chico sin demora. Le gustaba y no entendía por qué su amiga era tan hostil
con él.
—Hecho —confirmó enseñando la pantalla.
—Vale, pues aquí y ahora aseguro que ese hombre no existe. Solo espero que, el que venga
en sustitución, sea mono y te guste, pero ese no va a ser.
—De verdad que eres mala —sentenció Mamen.
Estela las miró incapaz de creer que ninguna se diera cuenta del engaño.
—No soy mala, soy fotógrafa y te aseguro que esa foto está trucada, es un montaje como la
copa de un pino y el día que quedes con él, me lo confirmarás.
—Estás fatal, Estela. No todo en la vida son engaños, hay hombres así en el mundo.
—Escondidos —apostilló Mamen.
—Escondidos, pero existen —se defendió Leti.
—Claro que existen, tengo uno viviendo en el estudio secundario, doy fe, pero este no lo es.
Leti, cansada de pelear con su amiga cogió aire.
—De acuerdo, quedaremos con él y vuestros chicos al mismo tiempo, así lo comprobaremos
las tres. Buscadlos —ordenó a sus amigas.
Y así, entre raciones y cervezas, Mamen y Estela buscaron a dos chicos que se ajustaran lo
máximo posible a ellas.
Tuvieron mucha suerte. Los tres chicos estaban en Madrid y aceptaron quedar esa misma
noche en una coctelería del centro.
Las tres amigas cogieron un Uber y se dirigieron a Bar Tropicalista, nada más cenar, para
llegar con antelación.
Había ambiente y, aunque el gran ventanal que hacía las veces de escaparate les permitía
ver la calle y hacer apuestas, pudieron coger sitio en una mesa desde la que se veía bien la
entrada.
—¿Estáis nerviosas? —preguntó una Leti muy divertida.
—Sí —contestó Mamen.
—No —dijo Estela.
—Te creo.
—Lo siento, pero no creo que este tal Mateo me guste —intentó disculparse Estela.
—Con esos ánimos, no me extraña —insistió Leti.
—No seas así. Estela no quería hacer esto y ha accedido para que podamos echarnos unas
risas.
—Lo sé, pero me gustaría que os dejaseis llevar. ¡Será divertido! Estamos juntas y seguro que
sale bien.
Estela asintió por complacerla. No confiaba nada en aquella técnica para conocer gente.
Como decía su madre y su abuela, «el género tiene que entrar por el ojo para que surja el
interés. Es así, diga lo que diga la gente, luego ya viene lo demás» y, a pesar de no querer
etiquetar a nadie antes de conocerlo, era cierto.
En esas aplicaciones era muy fácil mentir y era consciente de que poca gente es legal en
esto.
Mamen, que era la que mejor vista tenía, cogió una mano de cada amiga. Las chicas la
observaron automáticamente y, tras el ligero golpe de barbilla para que mirasen a la puerta, todas
dirigieron sus miradas en la dirección marcada.
Un chico rubio, no muy alto y delgado llevaba un rato en la entrada mirando alrededor,
buscando.
Encontró a su objetivo y se dirigió a ellas.
—Este no es ninguno de los elegidos, ¿verdad? —preguntó Mamen viéndolo lanzado en su
dirección.
—No quiero ser la listillas del grupo, pero… os lo dije —susurró Estela para que el hombre
no la escuchara.
Mamen se aclaró la garganta y Leti se recolocó en el asiento.
Eran fáciles de reconocer. Ellas sí habían puesto una foto real en sus perfiles. Una de las
normas de aquella aventura era no mentir en la aplicación y ser legales.
—¿Leticia? —preguntó mirando directamente a los ojos a la chica.
Estela miró a su amiga y cogió aire.
Aquella no iba a ser la primera ni la única desilusión.
Estela entró al estudio con sigilo. Llevaba media hora en su casa dando vueltas a cómo
afrontar lo que había pasado la noche anterior.
Tendría que estar enfadada, reprochárselo, pero solo pensaba en lo bien que lo había pasado
y lo mucho que lo había disfrutado.
Tenía mil llamadas perdidas de sus amigas, ya habían intentado contactar cuando estaban
tomando mojitos en aquella boda, pero no se lo cogió. ¿Qué las iba a decir? «Hola, ¿qué tal
anoche? Yo genial, me enrollé con el inquilino».
Cuanto más lo pensaba, peor sonaba y más pegas le veía al asunto, pero luego recordaba sus
besos y otras cosas más profundas, y cambiaba de opinión.
Así que, pensó ir a trabajar un rato, pero él estaría allí…
Al final cogió aire y se decidió. No podía bloquearse por aquel encuentro.
Y allí estaba, con el estudio en silencio y en penumbra. El día estaba nublado.
Se asomó con cuidado al sofá.
Sintió una mezcla de alivio y pena al no verlo, lo que la hizo ponerse más nerviosa aún.
El sonido de su voz rompiendo el silencio en la lejanía, la sorprendió y le erizó la piel.
Se sentó en su escritorio sin hacer ruido, cogiendo aire profundo.
Estaba allí. No lo quería interrumpir.
—No te preocupes. Como bien, estoy feliz, el estudio es precioso, mi casera es una gran
profesional y estoy muy a gusto con ella… aquí —se corrigió con rapidez hablando con el manos
libres, mientras terminaba de prepararse el café. No quería contarle nada más sobre Estela, al
menos de momento, porque no había nada en realidad, aún no—. Ayer la acompañé a cubrir
una boda y aprendí muchísimo, me trató genial y estoy muy contento. Todo va muy bien —
remató para animarla.
Estela sonrió al escucharlo. Aquellas palabras sonaban sinceras.
—¡De acuerdo! Me alegra mucho escucharte, cariño. Llámame más, por favor —pidió
emocionada. No lo quería presionar, pero lo echaba tanto de menos…
—Lo haré. Te lo prometo. Llevo unos días de locos con la llegada a la ciudad, buscar
muebles y asentarme un poco aquí, pero prometo que lo haré.
—Te quiero —finalizó Lupe la conversación. No quería robarle más tiempo.
—Y yo a ti. Iré a veros en unos días —prometió.
—Sí. La abuela se pondrá muy contenta —dijo para animarlo.
—Lo sé —susurró con pena. Lupe lo detectó al segundo.
—Al abuelo se le pasará, Andrea. Pertenece a otra generación, no ha conocido otra cosa
que esto y le cuesta entenderlo, pero lo hará. Tú haz tu vida.
—Lo dudo, pero no quiero hablar de eso —pidió. Ser el heredero del negocio familiar, no es
fácil cuando no te interesa lo más mínimo.
—Vas a cumplir veinticinco años. ¡Disfruta de tu vida y haz lo que te guste! No hagas caso a
un viejo cascarrabias. Tu vida está en Madrid.
—¿Con quién hablas? ¿Es Andrea? ¿El viejo cascarrabias soy yo? —preguntó el anciano un
poco más lejos, entrando en escena.
—Cielo, te dejo —se despidió la madre— Te quiero. Nos vemos pronto. La comunicación
se cortó al instante y él sintió alivio, pero también pena.
Cada vez que discutía con su abuelo sobre el negocio y su futuro, su relación se rompía un
poco más.
¿Dónde habían quedado aquellos días de bocatas de tomates del huerto restregados en el
pan, con un buen chorro de aceite de oliva y sal, y el sol en la cara, sentado en la puerta del viejo
molino?
En realidad, la heredera era su madre, pero al irse Lucca, todas las miradas recayeron en él.
Y él quería ser reportero gráfico, artista, al fin y al cabo, y don Carlos no lo soportaba.
Estar lejos de casa aliviaba la tensión y la presión, pero sabía que recaía en su madre.
Si pensaba mucho en ello, acabaría volviendo y le había prometido a Lupe que intentaría
vivir su sueño y eso iba a hacer.
Salió al estudio de Estela muy pensativo, tanto, que no la vio, pero ella a él sí.
Se sentó en el sofá, su único amigo y confidente en las últimas horas y dio un sorbo al café.
—¿Queda para mí? —preguntó la chica, mirándolo con una tímida sonrisa en la cara.
La miró confundido, como si ella no tuviera que estar ahí.
Recordó que aquello era suyo, su casa, su estudio, su zona de trabajo. Él era quien estaba en
el lugar erróneo.
—Perdona, no te había visto —se excusó levantándose a prepararle uno.
La chica le dejó hacer.
Entendía su ánimo alicaído tras esa conversación. No era el final que esperaba.
Andrea regresó con el café. La vio sentada en el sofá.
Soltó el aire que le quemaba en los pulmones.
Cuando se había levantado quería verla, hablar con ella, saber cómo sería su relación
después de su escarceo, pero después de la conversación con su madre y escuchar a su abuelo, no
creía estar en el mejor momento.
Le tendió la taza. Ella se levantó para cogerla.
—Ven conmigo —le pidió con voz dulce.
CAPÍTULO 13
Estela llevó a Andrea a la azotea. En días como aquel en los que el sol no caía con fuerza,
subir a desayunar era como recargar pilas.
Habían subido en silencio. Ella caminó delante de él todo el tiempo, hasta el borde de la
terraza desde donde se podía ver la ciudad.
—De día también es espectacular —dijo el chico admirando el paisaje.
—Sí —asintió Estela, apoyándose en el poyete. Era alto, pero no demasiado. Aquel edificio
era antiguo y las normas de entonces no eran las de ahora.
—Tienes mucha suerte —susurró Andrea a su lado. Colocó la taza junto a la de ella y se
recostó imitándola, con los brazos sobre la piedra.
—Ahora, tú también —aseguró dándole con complicidad un toque en su brazo con el codo.
Él sonrió mordiéndose el labio inferior sin mirarla.
Cogió aire.
—Has oído la conversación, ¿verdad? —preguntó, sabiendo que así era—. Quiero mucho a
mi familia, pero a veces la presión es insoportable —explicó escueto.
—Con la edad que tenemos, todo es presión —confesó la chica dándole un trago a la bebida
caliente.
La miró reflexionando sobre lo que acababa de decir.
Tenía razón y estaba seguro de que ella había pasado por algo similar.
—Mi abuelo quiere que vuelva al pueblo y lleve la fábrica de aceite. Tiene más de
doscientos años y yo soy el heredero —contó deteniéndose un poco tras esa palabra—. Joder,
cada vez que lo digo me suena peor —confesó.
Estela lo miró unos segundos.
—Pues a mí me suena genial —contestó intentando animarlo. Andrea enarcó las cejas
sorprendido—. Si eres el dueño o futuro dueño, siempre podrás hacer lo que quieras. No lo veas
como algo negativo, míralo como un puerto seguro —se explicó un poco más—. Si yo tuviera un
negocio seguro como bote salvavidas, no dudaría en cuidarlo. Eso es algo que pocas personas
pueden tener en la vida, mucho menos con nuestra edad. Piensa que, mientras funcione, lo lleves
tú u otros para ti, es un pasaporte a tu trabajo de verdad, el que amas, el que te apasiona.
Andrea la miró con media sonrisa en los labios.
Era la primera persona que le hablaban de su situación con una perspectiva de futuro
positiva para él.
Aún no tenía claro si podría hacer lo que ella insinuaba, pero era un gran planteamiento.
Estela buscó su mirada al ver que no contestaba.
La estaba mirando cómo horas antes sobre el sofá de su estudio.
Estaba empezando a entrarle calor solo con eso.
Andrea se mojó los labios con la lengua, se dio la vuelta y se apoyó dándole la espalda a
Madrid.
—¿Me estás diciendo que sea el dueño de la fábrica de aceite, pero que lo lleven otros para
mí? —preguntó para asegurarse. Esa mujer le gustaba más a casa segundo.
—Sí, aunque para eso tendrás que aprender con exactitud cómo funciona y ver qué
personas te convienen para regentarlo —contó con seguridad—. No es fácil, si te equivocas con
eso, puedes perderlo todo —advirtió.
—Lo sé —susurró bajando la mirada al suelo, recordando como su padre se metió en líos
por no llevar bien sus negocios.
—De todas formas, no tienes que hacerte con ello ahora, ¿no? Está tu madre y tu abuelo.
Tienes tiempo para aprender todo lo que necesites, aunque supongo que habrás crecido viendo
cómo se trabaja en ello cada día.
—Sí, he trabajado en casi todas las áreas y conozco cómo funciona, pero no es lo mismo
hacerlo para sacarte un dinerito para ir de fiesta o una escapada a la cuidad, que hacerlo para
llevar todo el negocio —comentó con la mirada perdida en la lejanía—. Se lo comentaré a mi
madre en el próximo viaje. Ella sabrá cómo decírselo a mi abuelo.
—Es buena idea —lo alentó con media sonrisa de ánimo. Él se la devolvió con mejor
humor.
El silencio se instaló entre ellos unos minutos.
Para disimular la inquietud, ambos daban pequeños sorbos a sus bebidas.
—¿Estás bien? —se animó Andrea a preguntar, sin especificar a qué se refería, pero no
hacía falta—. Te fuiste.
Estela lo miró con una rápida sonrisa nerviosa.
Cogió aire.
—Sí. Estoy muy bien —contestó intentando dejarlo tranquilo. Lo había pasado muy bien
con él—. Solo quería pensar y dormir un poco para trabajar en la edición de las fotos de la boda.
Tengo que entregarlas pronto. No me gusta dejar a los novios esperando semanas. Además, tengo
un par de encargos de muñecas.
—Pensé que querías huir de mí.
Estela iba a contestar con alguna gracia tonta, pero no quería engañarlo.
—Andrea, lo de anoche me encantó. Lo disfruté mucho y me lo pasé genial contigo desde
que salimos de casa, no solo cuando estuvimos juntos, pero no sé si es buena idea enrollarme con
mi compañero de estudio, que además es mi inquilino…
Él sabía que algo así podía suceder, pero no lo deseaba.
—No quieres mezclar placer con deber. Lo entiendo —contestó triste—, pero es una pena
que, dos personas que conectan no lo puedan intentar porque tienen «negocios» entre manos.
—Sí, es una mierda —le dio la razón—, pero ya sabes: «donde tengas la olla no metas…».
Andrea soltó el aire con fuerza. Parecía decidida y poco podía hacer.
—Así será —contestó mirándola dolido, aunque disimuló el sentimiento lo mejor que pudo
—, pero quiero que sepas que lo de anoche fue especial. Nunca había conectado con una chica
como contigo y me encantaría seguir conociéndote, no solo como compañera de piso y estudio.
—Gracias —respondió sin saber qué decirle a eso. Ella también lo deseaba en lo más
profundo de su corazón.
—Seremos amigos. Tranquila —propuso intentado sonreír al ver que ella no quería seguir
con el tema, pero le costaba mucho disimular que le había roto el corazón.
—Quizá en el futuro tengamos una oportunidad —intentó dejar la puerta abierta.
—Quizá —contestó Andrea cogiendo su taza del borde de la terraza, dispuesto a salir de allí
de inmediato—. Me voy a buscar más muebles. Nos vemos luego.
No aguantaba ni un minuto más con ese dolor y junto a ella.
Necesitaba estar solo, resetear la cabeza y olvidarse de lo que había sentido aquella noche.
Amigos no era una mala opción.
Al menos no desaparecería de su vida.
CAPÍTULO 14
Sin Andrea como posible candidato a su vida, a Estela no le quedó más remedio que
retomar las propuestas locas de sus amigas para quedar, según ellas, con algún chico interesante.
El problema era que no conseguía sacarlo de su cabeza.
Una cosa es lo que te dice la razón y otra el corazón.
Tras una semana de convivencia, o más bien supervivencia, esquivando sentimientos y
sensaciones entre los dos en aquel estudio compartido, esa noche de sábado iban a intentar la
segunda cita. Era otra reunión de singles para cocinar. Al final no se iba a librar de la propuesta.
—¿Así piensas ir? —preguntó Leti, entrando al estudio como si Andrea no estuviera allí.
—¿Así cómo? —preguntó Estela mirándose.
—¿En vaqueros y blusa?
—Vamos a cocinar y los vaqueros son una prenda permitida en cualquier cita. No pienso
estropear mi ropa más bonita en esto —se defendió.
—Andrea, ¡di algo! —le implicó mientras el muchacho editaba fotos de la boda a la que
habían ido juntos.
Estela le había propuesto hacer el reportaje de las chicas con su firma. Al fin y al cabo, él
hizo esas fotos. El trabajo fue inesperado y no le importaba compartirlo con él. Se lo trabajó
muchísimo y se merecía parte del mérito y del salario.
El chico la miró con atención, se echó hacia atrás en la silla y se mordió el labio inferior.
—Está preciosa —contestó guiñándole un ojo a su compañera.
Estela se ruborizó agradeciéndole el piropo con sonrisa tímida.
Leticia, miró a ambos arrugando el ceño.
—¿Ha pasado algo de lo que yo no me haya enterado? —preguntó a los dos, extrañada por
aquella conexión que superaba a la que había visto días atrás en la azotea.
—Nada. ¿Nos vamos? —propuso la aludida para sacarla de allí.
Leticia se despidió con un escueto «adiós» de Andrea.
Estela se giró en la puerta para mirarle. Susurró un «gracias» que él agradeció con una
sonrisa simpática, pero que se tornó más triste en cuanto se fueron.
Expulsó el aire con fuerza intentado olvidarla.
Cogió el móvil y llamó a Edu por enésima vez. Según su último mensaje, quedarían después
del turno de ese día, ¡por fin! Necesitaba salir a tomar una copa o dos pero, sobre todo, hablar
con un amigo.
Leti aguantó sin decir nada al respecto, hasta que se reunieron con Mamen.
Habían quedado en un bar cercano al lugar donde sería la reunión.
En cuanto tuvieron sus cervezas en las manos, Leticia no pudo aguantar más.
—Desembucha —pidió mirándola fijamente.
Estela enarcó las cejas con sorpresa. Quería disimular, pero no sabía si lo iba a conseguir.
Había decidido guardar el secreto sobre lo que pasó con Andrea. Esperaba lograrlo.
—No sé a qué te refieres —contestó con naturalidad.
—¿Qué ha pasado con el buenorro de tu inquilino? —insistió con más claridad.
—Nada. ¿Por? —preguntó inocente.
—¿Ha pasado algo de lo que yo deba enterarme? —preguntó Mamen perdida, tras dar un
trago a su cerveza.
Leticia la miró dispuesta a hablar, aunque no quitaba un ojo del rostro de la aludida.
—Cuando he ido a buscarla, estaba Andrea, y por sus miradas, y por cómo él ha dicho que
estaba preciosa, aquí hay carpeta —resumió a su manera.
—Tonterías —negó Estela cogiendo su caña.
—No, no, no. De tonterías, ¡nada! ¿Qué pasó en esa boda? Allí se fraguó todo seguro —
insistió.
Estela, que sabía que sus amigas iban a ser difíciles de engañar, siguió intentándolo. Si no lo
habían visto, ni había pruebas, ni lo confesaba, no había pasado y así iba a ser.
—Trabajamos mucho. Nos vamos a sacar un buen pico, por eso le propuse que se viniera —
mintió—. Era mucho para mí sola y, cuando llegamos a casa, nos fuimos a dormir.
—Y… ¿por qué no contestabas al teléfono? —preguntó Mamen con curiosidad.
—Lo tenía en silencio y muchas veces lejos de la zona de trabajo, así que, mi pulsera de
actividad no registraba las llamadas. A la vuelta era tan tarde y estaba tan cansada que, olvidé
enviaros un mensaje avisando que estaba en casa —mintió muy bien—. Creo que no es para
tanto, ¿no? Además, di por supuesto que estabais pasándolo genial en vuestro evento de solteros.
Leti y Mamen se miraron como si de esa forma mantuvieran una conversación que las
llevara a un veredicto de culpable o inocente.
A los pocos segundos miraron de nuevo a Estela.
—Vamos a hacer como que nos lo creemos, pero quiero que sepas que sigo pensando que
hay algo entre el buenorro del estudio 2 y tú, y lo pienso averiguar —amenazó Leti con seriedad,
pero Estela no pudo evitar sonreír.
—De acuerdo. Como quieras. ¿Ahora nos podemos centrar en esta macrocita en la que me
habéis metido?
—Eso —intercedió Mamen—. Vamos a centrarnos en esta noche, que me estoy poniendo
muy nerviosa.
—¿Y eso? —se interesó Estela—. Te fue bien el otro día ¿o qué?
—No, pero había un chico que me gustó y al final se fue solo. Igual viene y se anima.
—¡Genial! Ojalá tengas suerte —la alentó Estela, dando un último trago a su cerveza—.
¿Nos vamos a probar suerte? —preguntó decidida. Cuanto antes se fueran, antes acabarían.
Estela no había pegado ojo en toda la noche o mejor dicho en todo el día.
Aquel beso la mantenía desconcentrada, casi más que el recuerdo de cuando se enrollaron
una semana atrás.
El sexo es importante, pero a veces solo es eso. Sin embargo, un gesto más simple implica
sentimientos y se convierte en algo transcendental.
Aquella conversación en la que él le contó cosas de su vida y ella omitió todas, fue especial y
ya no se podía cambiar. No podía sacarla de su cabeza.
Estela quería contarle su situación, que su abuelo no recordaba quién era y sus padres lo
cuidaban día y noche porque no querían llevarlo a una residencia, confesarle cuanto deseaba
hablar de fotografía con él, que supiera todo lo que había aprendido y cómo sacaba adelante su
estudio como le prometió. Deseaba decirle cuanto echaba de menos a su abuela y lo agradecida
que estaba al crudo destino porque se hubiese ido antes de vivir esta tristeza, pero no podía… No
lo hacía ni con sus amigas que lo eran todo para ellas.
No quería abrirle el corazón y decirle que aprovechase el tiempo con el suyo porque quizá,
algún día, no supiera quién era, que disfrutara de cada caricia de su abuela porque de repente
desaparecerá, pero no pudo.
Si le contaba cosas tan íntimas le estaba dando un espacio importante y especial en su vida,
más del que ya tenía y no estaba preparada para eso. No lo esperaba, no lo había buscado a pesar
de que sus amigas se empeñasen en encontrarle pareja. La desbordaban los sentimientos.
Entró al estudio en silencio, con extremo sigilo a por algo de material para la muñeca que
tenía que acabar porque no quería encontrarse con él. Necesitaba tranquilidad.
Se sentó a la mesa de trabajo de su casa, puso los materiales sobre ella, cerró los ojos unos
segundos para concentrarse y desconectó. Trabajar era su anestesia.
Estuvo horas ante la muñeca, con el móvil alejado de su mesa, el teléfono fijo en otra
habitación y los auriculares puestos con música sin parar. Necesitaba evadirse.
No se dio cuenta de la hora hasta que vio que se quedaba sin luz.
Levantó la vista de su trabajo.
Aquella pequeña novia estaba casi acabada.
La contempló unos segundos satisfecha. Otro trabajo más.
Se quitó los auriculares. Tenía hambre y necesitaba ir al baño.
Cuando salió del aseo dispuesta a ir a la cocina, la puerta del estudio sonó.
El corazón se lanzó hasta la garganta y los nervios la invadieron.
Cogió aire varias veces antes de abrir.
—Hola —dijo Andrea mordiéndose el labio inferior.
Estela lo observó un instante.
Tenía el pelo desordenador, vestía camiseta blanca de manga corta que resaltaba su pelo y
sus ojos oscuros, pantalón de chándal gris ya envejecido y cortado por encima de la rodilla, los
pies descalzos.
—Hola —contestó escuchando la música que se oía de fondo. A veces no reconocía lo que
escuchaba, pero aquella canción, sí. Move on up de Curtis Mayfield. Un clásico.
—Venía a decirte que ya tengo el reportaje de las chicas de la boda. Te lo dejo en un lápiz
de memoria encima de tu mesa de trabajo. Lo revisas y me cuentas —le dijo en tono suave.
—Genial. Así podremos entregarlo pronto.
—¿Necesitas que te ayude con algo más? No me importa echarte una mano.
Estela lo tenía todo controlado, pero tenía un par de muñecas más que hacer y el reportaje
fotográfico necesitaba un último vistazo.
—Ahora mismo no sé qué necesito —susurró frotándose la frente.
Andrea entrecerró los ojos. Se la notaba cansada.
—¿Estás bien? —se preocupó.
—Sí, es solo que estaba acabando una muñeca y ni he comido —confesó—. Me lo pienso y
mañana hablamos.
—Claro —aceptó descolocado por la situación.
—Gracias —contestó con media sonrisa triste. Sus sentimientos eran un tsunami.
—Estaba a punto de pedir algo para cenar. Si te apetece compartir… Odio comer solo —
propuso, intentado llevar una relación normal de compañeros de… algo, porque de piso
exactamente no eran.
—Gracias, pero tomaré cualquier cosa rápida y me iré a descansar. Lo siento —se excusó.
No estaba preparada para otro encuentro a solas.
—No pasa nada. Descansa. Si necesitas algo, estaré aquí —dejó claro que podía contar con
él, aunque no estaba seguro de que lo hiciera.
—Gracias. Descansa —se despidió de él su cabeza, aunque su corazón deseaba esa cena
compartida y una buena conversación.
Incluso ni eso. Una buena cena y una peli compartida en Netflix eran suficiente, pero la
vería sola.
Andrea sintió en el alma como aquella puerta se cerraba. Se sentía culpable de la situación
pero, por otro lado, estaba casi convencido de que hubiese dado igual el beso, ambos tenían un
conflicto interno imprevisto que necesitaban resolver y cada uno lo llevaba de una manera.
Fue hasta la nevera, sacó una pizza precocinada.
—Bienvenido a la ciudad, Andrea —se dijo a sí mismo, solo en aquella pequeña cocina.
CAPÍTULO 18
Cuando quisieron darse cuenta, había pasado más de un mes desde que el uno entró en la
vida del otro.
Estela intentaba llevar una relación cordial con él, tranquila, de compañeros de trabajo y de
estudio.
Entregaron aquel reportaje a los novios con mucha ilusión. Fue un gran trabajo con el que
todos quedaron satisfechos y repitieron, hicieron tres bodas más juntos, con mucha complicidad,
con trabajos excelentes que les reportaron otros en su agenda, pero ya no se dejaban llevar por
sus sentimientos y desde luego, no se quedaron a tomar una copa en ninguna de ellas.
A Andrea le costaba más. Estela le había robado el corazón de verdad y sospechaba que ella
sentía lo mismo por él, aunque se mantuviera distante.
No hubo más reuniones en la azotea. La escuchaba subir a veces al atardecer, pero no la
acompañaba. Quería respetar su espacio.
Cuando estaba seguro de que ella no estaba, subía a hacer fotos a la ciudad. Madrid es
preciosa. También se había enamorado de ella.
Edu estaba en plena fase de reconquista o eso le decía, por ello no quedaban demasiado,
aunque estaba convencido de que aquella relación estaba condenada al fracaso.
También sabía que las chicas habían tenido más citas. Las había escuchado prepararlas,
incluso cómo se iban, pero ya no preguntaba. Le dolían aquellos relatos, aunque Estela hubiera
vuelto sola a casa.
Aun así, se enteraba, bien porque las escuchaba hablar en algún momento o porque Leticia
y Mamen se encargaban de que le llegara la información, subiendo el tono más de lo adecuado
cuando estaban cerca de él.
La tercera cita la habían intentado de nuevo en el bar que les gustaba en el centro, El
Tropicalista. Unos cocteles conociendo a los chicos, podía estar bien.
En esta ocasión, fue Leticia quién triunfó de las tres.
Un chico muy mono llamado Oliver, que parecía muy natural, hizo match en su perfil de la
aplicación. A ella no le convencía mucho, pero tras analizar Estela la fotografía y explicarle que,
el ángulo elegido para hacerla no era el mejor, la convencieron.
Cuando entró por la puerta del bar y Estela le dijo que era su chico, Leticia no se lo podía
creer. Tenía razón, aquella fotografía no le hacía justicia y en persona era increíble.
Lo mejor fue que no venía solo, traía a dos amigos y, al final, los seis, tomaron unas copas.
Pero Leticia congenió con aquel chico y se marcharon solos.
Mamen y Estela, no. Acabaron tomando unas copas de vino en la azotea, hablando sobre
mil cosas de la vida y evitando las del amor.
Aunque no lo quisieran reconocer, dolía.
La siguiente cita fue a la antigua usanza. Habían quedado para salir de copas y a bailar.
Estela insistía en probar suerte así y, visto lo que había pasado en las citas con las
aplicaciones, no perdían nada. Lo intentaron sin mucho éxito un par de veces. Conocieron a
algunos chicos, pero no les convencieron. Tomaron algo y se fueron a casa, pero al tercer
intento, fue mejor.
Estela se relajó y disfrutó de una noche de chicas sin la presión de quedar con alguien.
Bailaron, disfrutaron, tontearon con un grupo de chicos muy simpáticos, pero ni ella ni Mamen
regresaron acompañadas.
Leticia tuvo más suerte, recibió un mensaje de Oliver, el chico de días antes y, como era de
esperar, se marchó con él.
Andrea se despertó por las risas en la casa de Estela. Mamen y ella llegaban con una copa
de más.
Se levantó del sofá cama de su estudio, mucho más cómodo y privado que el sofá de Estela y
se asomó por la ventana. Las escuchaba reír en la azotea.
Era casi agosto, las ventanas abiertas no ayudaban a la discreción y, que medio Madrid se
hubiese marchado de la ciudad, la sumía más en el silencio.
—Vas a despertar a los pocos vecinos que nos quedan —reprendió Estela a Mamen que
había tirado la mesa de la terraza—. Ten cuidado —dijo intentando susurrar, pero no pudo.
—No teníamos que haber bebido tanto —reconoció Mamen.
—Por eso hemos subido aquí agua fresquita —contó la fotógrafa aguantando la risa, pero
estalló en una carcajada.
—Creo que no tendremos suficiente —analizó la amiga.
—Cuando se acabe, nos vamos a dormir —pidió Estela.
Las dos amigas guardaron silencio.
Andrea se dio la vuelta para volver a la cama.
—¿Crees que estará en casa? —preguntó Mamen señalando el suelo para que supiera que se
refería al inquilino del piso bajo ellas.
Estela cogió aire y lo expulsó con fuerza.
—Supongo. No nos vemos mucho —confesó con seriedad—. No quiero hablar de eso —
pidió.
Andrea regresó al poyete de la ventana.
No estaba bien escuchar, lo sabía, pero ¿qué iba a hacer? Ella no hablaba con él y necesitaba
saber qué hacer.
—A veces, contarlo ayuda —animó su amiga.
—Aplícate el cuento —recomendó con media sonrisa burlona.
—Vale, empiezo yo y luego hablas tú —empezó mirándola con seguridad—. Me gustó
mucho Edu, pero creo que prefirió a Leticia. Fin.
Estela apretó los labios negando con la cabeza. No lo podía creer.
—Qué mal te veo, amiga. Edu tiene novia, pero si se fijó con interés en alguna de las dos,
fue en ti. Estoy segura.
El gesto de Mamen al escuchar que tenía novia, la devastó. No había querido contarlo
porque no las incumbía, pero llegados a este punto, era importante que lo supiera.
—No me ha dicho nada —susurró dolida.
—¿Cómo? —preguntó Estela sorprendida con el comentario.
—Hemos coincidido en unos avisos en este mes y hemos quedado un par de veces para
tomar una cerveza. Nada serio.
Estela abrió los ojos tanto que parecía que se le iban a salir de las órbitas.
—Pero… ¡Qué! ¿Por qué no me has dicho nada? —preguntó impresionada por la noticia.
—No lo sé. Supongo que no estoy segura de lo que estoy haciendo y no era capaz de
exteriorizarlo.
Estela no sabía ni qué decir. Mamen nunca había guardado un secreto así durante tanto
tiempo.
Era libre de hablar de lo que quisiera cuando quisiera, por supuesto, pero nunca antes lo
había hecho.
Le daría mucha pena saber que estaban perdiendo la confianza.
—Edu es un chico muy divertido, tenemos gustos similares y comprendemos nuestros
trabajos y lo que conllevan. Me gusta, quería seguir conociéndolo, pero me acabas de partir el
corazón —se sinceró.
—Andrea dijo que no estaba bien con su pareja, por eso no se pudo ir a vivir con él y acabó
aquí. Estaba intentando arreglarlo. Quizá por eso no te lo ha dicho, quizá han roto y yo no lo sé.
Andrea cogió aire. Tenía que hablar con Edu. ¿Qué cojones estaba haciendo? Que él
supiera, seguía con Nuria. No le parecía bien que jugara con ella, era una buena chica que no lo
merecía.
—Es igual. Ya no importa —confesó Mamen en un hilo de voz. Tenía ilusión en ese chico y
hacía mucho tiempo que no sentía ilusión por alguien.
Guardaron silencio contemplando la noche.
Mamen dolida.
Estela sin saber qué decir al respecto.
—En parte, siento habértelo contado porque no me gusta verte triste, pero por otro, me
alegro. No quiero que te engañen.
—Lo sé. Yo tampoco lo quiero, pero engañarse a uno mismo es casi peor. Edu lo hace, si es
cierto lo que dices, y tú también —contestó mirándola—. ¿Qué te pasa con Andrea? Cuéntame
la verdad.
Estela esbozó una sonrisa triste mientras buscaba las palabras que quería decir.
—Nos enrollamos el día de la primera boda que cubrimos juntos —confesó por fin lo que
había callado tantas semanas.
—Lo sabía. Os miráis de una forma tan íntima y bonita, que solo puede suceder si quieres a
alguien.
Andrea sonrió un piso más abajo.
Tenía razón. Se miraban de una forma especial que ya no pasaba desapercibida para nadie,
quizá por eso se evitaban.
—No lo quiero —se apresuró a negar. Querer era una palabra que implicaba muchas cosas
de las que no estaba segura.
El chico cerró los ojos sintiendo el dolor de cada letra de la frase. Sabía que querer
significaba muchas cosas, pero era duro. No esperaba que lo rechazara de forma tan rotunda.
—Créeme, lo quieres —asintió Mamen con media sonrisa a su amiga—. Lo puedes negar
todo lo que te dé la gana, grítamelo si quieres, pero te conozco y sé que me estás mintiendo. —
Estela apretó los labios sin contestar—. Vale, puede que querer sea una expresión demasiado
fuerte para ti, que te da miedo, lo acepto, a mí también, y creo que se usa demasiado a la ligera,
pero te gusta mucho, más que ningún otro. —Hizo una pausa para que aquellas palabras calasen
bien—. Él es especial para ti y eso es suficiente, ¿no crees?
Andrea respiró profundamente y soltó el aire con fuerza. Ese silencio le daba esperanza,
aunque no sabía exactamente para qué.
Cada día estaba más seguro de que tenía que buscar otro sitio donde vivir y trabajar, si quería
que la relación con Estela llegase a algo en el futuro. A él también le gustaba mucho y no quería
perder la oportunidad, pero de momento estaba atado a aquel pequeño refugio.
—Es mi inquilino, necesito ese alquiler para subsistir sin pedir ni un céntimo a mis padres,
¡no puedo! Su dinero es para mi abuelo, sus cuidados y tienen que vivir. Si lo estropeo por
enamorarme de él y las cuentas no salen todos los finales de mes, tendré que vender el estudio, la
casa, ¡algo! Y eso no puede suceder. Lo prometí y lo voy a cumplir.
Mamen era consciente de todo eso, se conocían desde que eran pequeñas, lo había vivido
todo con ella, pero creía que era demasiado joven para echarse toda esa responsabilidad a la
espalda.
Ella también vivía sola en su casita de alquiler medio en el barrio, cerca de sus padres, de sus
amigas, de su vida, pero sabía que, mientras su contrato de trabajo estuviese en orden, no tendría
problemas. Estela dependía de sus inciertos ingresos mensuales. El alquiler era el fijo que todos
necesitamos para, al menos, sobrevivir.
—Lo sé —susurró Mamen consciente de todo—, pero a veces el corazón arrasa con todo.
Solo quiero que estés preparada para que tus planes cambien de forma radical y los asumas. Aquí
estaré para escucharte, gritar juntas, reír o llorar. Solo tienes que decirlo —se ofreció de forma
innecesaria.
Estela asintió. No quería seguir hablando de eso, le dolía demasiado. Sacó el móvil y entró
en la aplicación de citas.
—Quizá esto sea una solución.
—Un clavo saca a otro clavo —argumentó la enfermera—. No sé si es la solución definitiva,
la verdad es que creo que es un error, pero te puede servir de anestesia hasta que tengas las cosas
claras.
—Empezaré a tomarme más en serio las citas. ¡Quién sabe! Igual sí que hay un príncipe
azul —intentó animarse.
Andrea se recostó en el poyete rendido.
No conocía a Estela en realidad, ella no le dejaba, pero aquella conversación le había dejado
claro bastantes cosas.
Ahora tenía que pensar con precisión qué iba a hacer, pero sobre todo sabía cómo no
hacerle daño. Eso era lo más importante.
CAPÍTULO 19
Unos días después de escuchar aquella confesión en la azotea, Andrea preparaba una bolsa
para irse de viaje. Quería ver a su madre, a pesar de tener que aguantar todo lo que su abuelo le
tuviese que reprochar.
Necesitaba verla y hablar con ella en persona de la idea que le había propuesto Estela, para
hacerse cargo de la almazara en el futuro. Era el primer paso para convencer a quien debía.
Llevaba semanas pensando que podría llevar a cabo aquella alocada idea, si su madre era su
socia. Sin duda, era la mejor persona en la que podía pensar para ello.
Además, un fin de semana alejado de la ciudad y de Estela, le iba a venir bien.
Llamó a la puerta que separaba la casa del estudio.
Estela estaba dormida.
Le costó darse cuenta de que el toque rítmico en la madera venía de la puerta del estudio,
pero en cuanto lo hizo, se levantó de un salto y los nervios se anudaron en su estómago.
Caminó con prisa a la puerta mientras se colocaba el pelo enredado. Se había quedado
trabajando hasta tarde y estaba agotada. No sabía ni qué hora era.
Se miró en el espejo de la entrada unos segundos. Pasó la mano por la cara, limpió las
legañas invisibles, colocó el pelo lo mejor que pudo y se pasó los dedos por la comisura de la
boca.
—¿Qué haces? —reprendió a su imagen en el espejo.
Si quería alejarse de Andrea, ¿qué más daba su aspecto?
Cogió aire, lo soltó y abrió la puerta.
Él no estaba.
Estela entró al estudio y lo buscó con la mirada. Estaba sentado en su mesa y había una
maleta en el suelo junto a él. El corazón se le aceleró.
—¿Pasa algo? —preguntó inquieta. ¿Se marchaba?
Andrea se giró en el asiento, no la había escuchado entrar, llevaba puestos los auriculares
con música. Se los quitó.
Estaba preciosa recién levantada, con aquel pijama de shorts y camiseta de tirantes, con el
dibujo de unas manos femeninas sosteniendo una cámara de fotos.
Sonrió al verlo.
La chica miró su vestimenta al entender el gesto.
Sonrió también al comprender.
—Me lo regalaron las chicas, un día cualquiera del año pasado. Me hizo mucha ilusión.
—Esos regalos son los mejores —declaró feliz de que tuviera unas amigas tan atentas y
preocupadas por ella, no como Edu, que pasaba de él hasta llegar a desesperarlo.
—¿Te marchas? —preguntó señalando la bolsa.
—Sí, es lo que quería decirte. Estaba escribiendo una nota al ver que no abrías. Me voy al
pueblo a ver a mi madre. Hace semanas que no paso por casa y si no lo hago, llamará a la UME
para buscarme —exageró divertido.
Estela sonrió.
Ella también llevaba semanas sin pasar por casa de sus padres, hablaba con ellos por
teléfono cuando tenía ánimo o quedaba en algún lugar a tomar un café con su madre, pero ir a
casa y verlos en aquel ambiente tan desolador y triste, con su abuelo enfermo, la mataba cada vez
que acudía.
Andrea notó que algo en ella había cambiado.
—¿Estás bien? Si necesitas que me quede, lo haré. Solo tienes que decirlo —se ofreció sin
dilación.
—Gracias —dijo de corazón—. Estoy bien. Es solo que, hace tiempo que yo tampoco veo a
mis padres y a mi abuelo…
—Quizá sea un buen día para hacerlo. Puede ser el fin de semana oficial de las visitas de
padres y abuelos. ¿Qué te parece? —propuso, no solo para animarla a ella, también a sí mismo.
Solo con que se los hubiese mencionado, ya era un logro entre ellos—. A la vuelta comentamos
las regañinas. ¿Te apetece? —dijo divertido. No sabía mucho de su familia, pero tenía claro que
había algo que le hacía mucho daño.
—A la vuelta, te cuento —quedó con él, esbozando media sonrisa triste.
Andrea se puso de pie ante ella.
Estela cogió aire mientras observaba sus movimientos y se le erizaba la piel por la cercanía,
su olor a perfume, el calor que desprendía…
El chico recogió la bolsa de viaje del suelo.
—Pásalo bien —susurró mirándola a los ojos. Sus miradas se engancharon unos segundos.
Andrea apretó los labios antes de hablar—. Hasta la vuelta —se despidió pasando por su lado,
aguantándose las ganas de besarla.
—Igual —contestó intentando no respirarlo, para aplacar un poco las sensaciones que cada
día se complicaban más.
Andrea se montó en su coche con el olor de Estela envolviéndolo. Esperaba que aquel fin
de semana le mostrase el camino a seguir porque empezaba a volverse loco.
Había llamado a Edu para que lo acompañara a ver a sus familias, pero había desaparecido
del mapa.
Supuso que estaría de fin de semana romántico o algo similar. Ya no podía seguirle la pista.
El camino hasta el pueblo fue un cúmulo de ideas, pensamientos y música para animarlo,
que intentaba aplacar los nervios que sentía al volver a casa.
El recuerdo de cada viaje de vuelta allí, en la época de la universidad, estuvo plagado de
reproches y discusiones que solo conseguían dejarlos a todos hechos polvo, sobre todo a su
abuela, que siempre era la peor parada por ayudarlo. Estaba deseando verla, a pesar del coste
emocional.
Cuando entró al pueblo, tras más de una hora de conducción, no se dirigió directamente a
casa, tampoco a la almazara, subió hasta el mirador del que había hablado a Estela aquella noche
en la azotea.
Esbozó una sonrisa nada más parar el vehículo.
Aquella noche la había mentido un poco. Sí llevaba allí a las chicas, no solo lo hacía Edu,
pero ninguna fue especial como para disfrutarlo.
Ahora, allí, en la única en la que pensaba para compartirlo, era en ella. La más difícil de su
vida.
Echó el freno de mano un poco enfadado por sus pensamientos y se bajó.
Con las gafas de sol puestas y las manos en los bolsillos, contempló el molino y también su
casa.
La mayor parte de sus recuerdos felices estaban allí. También había de Italia, cuando su
padre vivía con ellos y lo llevaba. Luego aquello se desvaneció y ahora prefería no pensar en
ello… Por supuesto, también había de la Universidad… pero la mayoría estaban allí, en Reunión.
Cogió aire pensando en las palabras de Estela.
Ahora, mirándolo desde arriba, tenían más sentido.
Ella tenía su puerto seguro en el alquiler que le pagaba por su parte del estudio y, lo que le
proponía era que él hiciese del aceite el suyo.
Soltó el aire con fuerza. Era una gran idea, si su abuelo no fuese tan cabezota.
Se montó en el coche. Cuantas más vuelta le daba, más pensaba en las consecuencias y más
ganas tenía de salir de vuelta a la ciudad.
Bajó el monte y entró a baja velocidad por el camino de acceso a las propiedades de su
familia. La almazara estaba preparándose para la recolección de otoño e invierno, poniendo a
punto los molinos, las máquinas, el material.
—Vamos allá —murmuró sacando un mando a distancia de la guantera. Pulsó el botón que
abría la puerta de acceso a la vivienda colindante.
Entró despacio. No había dicho que iría. Esperaba que les gustase la sorpresa.
—¡Virgen del Carmen! ¡El niño! —gritó una anciana asomándose al porche.
Andrea sonrió a su abuela, pero en realidad tenía ganas de llorar de emoción por verla.
Paró el coche junto a otros en una zona techada y se bajó con rapidez en cuanto paró el
motor.
—Abuela —la llamó, corriendo hasta ella, que venía a su encuentro con los brazos abiertos.
Los dos se fundieron en un gran abrazo. Se habían echado mucho de menos.
—Qué guapo estás, cariño —susurró a su oído emocionada—. Cuánto te extraño, mi vida
—declaró en privado solo para ellos, antes de que su marido le dijera que le consentía demasiado
y comenzase la guerra.
—Lo sé, yo a ti también, abuela. Muchísimo. Todos los días —susurró intentando mantener
la emoción a raya, pero era difícil.
—¿Por qué no has avisado de que venías? Te habría hecho cordero al horno de leña y pollo
asado como te gusta.
—Podemos hacerlo. Podemos ir a comprar, si quieres, y lo cocinamos juntos —propuso
colocando su brazo para que ella se agarrase y llevarla hasta la casa.
—Pues sí que vamos a ir —aceptó—. Llamamos a tu madre y nos marchamos.
—¿Dónde está? —se interesó por ella.
—Con el cabezota de tu abuelo en el médico. Lleva unos días como resfriado y ya le he
dicho que los refriados de verano son peores que los del invierno, pero claro, no me escucha, se
va a ayudar a los jornaleros, suda y luego se sienta a la sombra. En fin. Ya te lo he dicho, un
cabezota.
Andrea asintió comprendiendo, pero también sintiéndose culpable y preocupado.
Su madre lo tuvo joven y sus abuelos aún lo eran, pero los años pasaban para todos y el
trabajo de campo era muy duro, aunque ellos fuesen una familia acomodada. Si tenían la
posición que tenían y se mantenía en el tiempo, era por el trabajo y el esfuerzo de su abuelo. Esa
era la verdad.
Por primera vez en su vida, se sintió como un egoísta, como si estuviese fallando a todos y
debiera dejar de seguir sueños y utopías.
Su abuela Guadalupe lo notó enseguida. Estaba muy callado y cabizbajo.
—Tú no te alteres ni una mijita, ¿eh? —le pidió—. Es mayor y no hace caso a nadie. Se
cree que lo sabe todo, que tiene la razón suprema y no. ¡No es así! —Paró sus pasos para que su
nieto la mirase—. Tú tienes que seguir viviendo tu vida y disfrutarla. Él ya tuvo su oportunidad.
CAPÍTULO 20
Estela llevaba más de diez minutos merodeando cerca de la puerta de casa de sus padres.
Quería subir, por supuesto, verlos, abrazarlos, sonreírles, pero saber que su abuelo no la
reconocería, le dolía. Mucho. Le partía el alma.
El Alzheimer es una enfermedad brutal que arrasa con todo. La persona que lo padece deja
de ser ella, deja de conocer, de reconocer, olvida lo aprendido, lo vivido… La peor fase es cuando
ellos se dan cuenta de lo que les está pasando e intentan correr contra el reloj de sus neuronas.
Su abuelo dejó todo atado en vida, antes de perder la lucidez.
Le regaló el estudio para que hiciese su sueño realidad, para que tuviera un futuro feliz
haciendo lo que le gustaba y no con un trabajo de oficina del que se arrepentiría toda la vida.
También cedió la herencia a su padre para que no les faltase de nada mientras le cuidaban.
Sabía del sacrificio que tendría que hacer la familia mientras le quedase vida y es lo único que les
podía ofrecer a cambio.
Recuerda que lloró mucho al salir del notario. No les había dicho nada a ninguno, les citó
para desayunar y se encontraron firmando su destino.
Lo admiraba tanto por eso…
Y sus padres… se habían volcado en su cuidado. Su padre pidió teletrabajo para poder
alternar sus horarios con los de su madre, que trabajaba por horas cuidando a niños y ancianos
del barrio.
Cada vez que iba a verlos, y era consciente del desgaste de sus padres y de cómo su abuelo
desaparecía, se arrepentía de cada día perdido, pero también se sumía en una tristeza que le
costaba días superar. A veces, más.
Aquel día no iba a ser menos. Lo tenía asumido.
Llamó al telefonillo con las manos temblorosas. Escuchar la voz de su padre, aún sin verlo,
la emocionó.
Subió al segundo piso andando, a pesar del ascensor. Eso le haría ganar unos segundos en
los que intentaba respirar con calma y centrarse.
—¡Hola! ¡Qué alegría verte! —La recibió su padre dándole un abrazo que la envolvió de
inmediato.
Aguantó las lágrimas. No podía ponerse a llorar con un simple «hola». Pensarían que le
pasaba algo grave y se preocuparían por ella. Ya tenían suficiente trabajo como para generarles
más.
—¿Qué tal va todo, papá? —preguntó temiendo la respuesta.
—Muy bien. Hoy tenemos un buen día. Hemos dado un paseo por la mañana antes de que
empezase el calor y hemos desayunado en una terracita muy a gusto. Luego hemos comido y
ahora está descansando un poco, mientras yo reviso unos informes pendientes que necesito para
el lunes. Mamá está cuidando a Enriqueta un rato, para que su hija pueda ir a hacer unas
compras. Ya sabes que no puede dejarla sola con el andador por casa o acabarán en urgencias
otra vez —explicó su padre la rutina habitual en casa, e incluso en el barrio con las clientas de su
madre. Se dedicaba a cuidar a más personas mayores, incluso en fin de semana, como si no
tuviese suficiente con lo que tenía en casa. La admiraba—. ¿Y tú? ¿Hoy no tienes trabajo? —
preguntó. Era sábado y lo normal es que tuviera una boda o algún evento similar.
—Hoy no. Por eso he venido —contestó sonriéndole—. Ya veo que por aquí las cosas van
bien y siguen igual.
—Igual —contestó el hombre. Un día tras otro eran similares. Los cambios de hábitos
alteraban a Alonso, su padre, y era mejor mantener una rutina fija que le diera seguridad—.
¿Estás bien? —preguntó al verla cabizbaja—. ¿Va todo bien en el estudio? ¿Y en casa? ¿Ha
pasado algo con el chico que vive allí? —se interesó por la situación más de lo habitual.
Hablaban mucho por teléfono y estaban al tanto de las novedades, pero no de sus sentimientos.
—Sí, sí, va genial. Todo está bien. Andrea es muy trabajador y un buen compañero de
negocio. Ya hemos hecho algún trabajo juntos y ha ido muy bien —explicó enseguida.
—Y… ¿qué tal se porta con la casa? ¿Hay algún problema en la convivencia? —indagó un
poco más.
Estaba seguro de que algo le pasaba a su hija con aquel chico. Desde que había entrado en
su vida, algo en ella había cambiado.
No sabía explicarlo con palabras, eran detalles. Tenía una intuición.
—No, papá, de verdad que todo va muy bien. Cuida la casa, no da problemas, no lleva a
gente. La verdad es que he tenido mucha suerte —se sinceró un poco.
—Y tú que querías una chica —murmuró negando con la cabeza, mientras se recostaba en
una silla de despacho en el salón.
Desde que su abuelo vivía allí, habían adaptado un poco la casa.
Junto a la habitación de matrimonio, había otra que fue el antiguo despacho de su padre. Lo
habían desmantelado entero y había trasladado lo principal a una zona del salón donde disponía
de un bonito escritorio, su ordenador y una silla confortable.
Lo que querían conservar, lo habían guardado en la antigua habitación de Estela. Lo que no,
lo habían donado.
—Ya… esa era la idea —murmuró en un suspiro involuntario.
Alonso, su padre, la miró arrugando el ceño. Algo pasaba, pero no preguntó. Cuando lo
tuviera claro o quisiera compartirlo, lo haría. Presionar no ayudaba.
Ya le costaba bastante ir a visitarlos, como para ponerla en un brete con ese tema.
—¿Qué tal el trabajo? —cambió de tema.
—Genial. Me están saliendo reportajes chulos para eventos y también un par de catálogos.
La verdad es que no me puedo quejar, papá. Se ha corrido la voz en el barrio y la gente cuenta
conmigo cada vez más. Estoy muy contenta.
—Eso está muy bien. Me alegro mucho.
—¿No piensas presentarte a algún concurso nuevo? Siempre se te han dado bien —la
animó.
Estela sonrió apretando los labios.
Era cierto, pero no tenía la cabeza para concursos.
—De momento no tengo mucho tiempo para salir a cazar fotos para eso —se excusó—.
Voy a asentar el estudio un poco más.
—Buena decisión —apreció sonriente—. ¿Y las chicas? ¿Están de vacaciones?
—Están como las cabras —comentó riendo.
Alonso rio con ella. Las conocía y no le extrañaba el comentario.
—¿Qué han hecho esta vez?
—Están en plena búsqueda de novio. Ya te digo que están fatal.
El hombre se carcajeó.
Unas llaves sonaron junto a la puerta de la calle y la cerradura se abrió.
Clara, la madre de Estela, entró en casa.
—¡Qué gusto entrar escuchando risas! —exclamó cerrando.
Estela se levantó del sofá donde estaba para ir a recibir a su madre.
—Hola, mamá —saludó la chica abrazándola.
—Hola, hija. Te echaba de menos —confesó apretándola contra ella.
—Y yo a vosotros.
—Pues ven más a menudo. No estamos al otro lado del Atlántico, solo en otra parte del
barrio —pidió emocionada. Estela apretó el abrazo. Clara lo mantuvo unos segundos más antes
de hablar de nuevo—. ¿Lo has visto ya? —preguntó refiriéndose a su suegro, a su abuelo.
—Está durmiendo. Estaba hablando un rato con papá —dijo con toda la naturalidad que
pudo, pero Clara sabía que no era así.
—Y ¿de qué hablabais? —se interesó.
—De las chicas —respondió Alonso acercándose a besar a su mujer—. Dice que ahora les
han entrado las prisas por encontrar novio. Tienen que tener una liada que no sé si quiero
saberlo.
Los tres rieron.
—¿Y tú? —preguntó la mujer—. ¿También tienes prisa?
—Ninguna —dijo con rapidez.
—¿Seguro? —insistió su padre.
Estela sabía que la conocían bien, y su padre tenía la mosca detrás de la oreja, pero no
quería contar nada más.
—Seguro —contestó mirándolo fijamente.
—¿Y si aparece el chico de tu vida? —preguntó su madre con media sonrisa levantando las
cejas repetidamente.
—¡Buah! —replicó la chica con un ademán de su mano.
—Igual ya ha aparecido y no nos lo quiere decir —se aventuró el hombre. A Estela le debió
cambiar la cara porque su padre aplaudió.
—¿De qué hablas? —se defendió, pero sabía que ya era tarde para eso.
—Si es así, aunque no nos lo quieras contar aún, ya sabes cuál es el lema de esta familia.
¡Carpe diem! —recordó su madre la frase que su suegra Sofía siempre repetía como un mantra y
todos intentaban aplicar a su día a día.
—¡Mamá! —Se escuchó desde una habitación.
Todos guardaron silencio unos segundos.
El matrimonio miró a su hija. El gesto de su rostro era otro. Había mucha pena y dolor.
—Ya se ha despertado. Voy a levantarlo y a asearlo un poco —dijo Alonso mientras salía
disparado a ver a su padre.
Estela cogió aire.
Clara se acercó a ella esbozando una sonrisa dulce.
—Está mucho mejor —le contó metiendo un mechón rebelde tras la oreja.
—No puede ir a mejor. Es imposible —rebatió a su madre.
—Me refiero a que está más tranquilo. En esta fase ya no tiene los episodios de ansiedad. Ya
solo está lúcido muy de vez en cuando, ratos cortos y eso lo calma —explicó lo que le sucedía al
anciano.
Como su abuelo fue consciente de lo que pasaba muy temprano, se daba cuenta de las
lagunas mentales.
Hay personas que no le dan importancia hasta que es demasiado tarde. Bien porque no
tienen una actividad física o mental habitual y solo se limitan a los quehaceres diarios o porque
han sido personas olvidadizas y no se dan cuenta hasta que el problema avanza más.
Alonso era un gran lector, acudía a reuniones en clubs de lectura, hacía deporte dentro de
las posibilidades de su edad y seguía haciendo fotografías. Era una persona muy activa y eso fue
un arma de doble filo a la hora de tomar conciencia de lo que le sucedía.
Por eso, su madre le hablaba de una fase de más calma. Sus neuronas cada vez eran menos y
las que había no funcionaban bien.
Estela no paraba de darle vueltas en la cabeza a las fotos que vio, tiempo atrás, del cerebro
diseccionado de un donante con Alzheimer, en comparación con uno sano. Era brutal ver los
huecos que dejaba la enfermedad en él. Era como si sección a sección fuese desapareciendo.
Miraba a su abuelo y no podía más que recordarlo.
Cogió aire.
Asintió ante la información que recibía de su madre sin quitar la atención de los sonidos de
la habitación donde estaba.
Clara sonrió.
—Es como un niño pequeño —contó a su hija acariciando su rostro—. Lo importante es
que esté cómodo y lo más feliz posible, dentro de su enfermedad. Hay que darle mucho cariño,
quererlo mucho y a papá también.
Estela asintió con lágrimas de emoción en los ojos, pero las aguantó.
—¡Anda! ¡Si tenemos visita! Encantado —dijo don Alonso a su nieta.
Ella se quedó bloqueada, congelada ante su abuelo que la trataba como a una extraña.
—Soy Estela, abuelo —dijo en un hilo de voz.
—¿Estela? —preguntó arrugando la frente, pensativo.
—La fotógrafa —continuó aguantando la emoción.
—¡Claro que sí! ¡Mi nieta favorita! ¡Cómo has crecido! Hace demasiado tiempo que no
vienes a vernos. La abuela Sofía estará disgustada.
Estela aguantó el tirón como pudo.
—Papá, vamos a sentarnos —interrumpió el hijo sonriendo a su hija.
—Vale, pero dile a tu madre que prepare algo rico para comer, que está aquí la niña.
La chica no pudo aguantar más y aprovechó el momento en que su padre acomodaba al
anciano para salir corriendo al baño. Clara sonrió a su marido asintiendo y fue en su busca.
La encontró sentada en el inodoro, con las manos en los ojos, sin parar de llorar.
—Desahógate —recomendó su madre—. Es normal.
La chica la miró unos segundos.
Clara la abrazó sin que se lo pidiera. No hacía falta. La envolvería entre sus brazos todo el
tiempo que su hija necesitara.
CAPÍTULO 21
Estela salió de casa de sus padres con una sensación de vacío que no la dejaba respirar.
Ya había tenido varios episodios de ansiedad desde que su abuelo cayó enfermo. Lo
guardaba en secreto, solo lo sabía Mamen.
Pensó en ella, en llamarla y contarle lo que estaba pasando, pero sabía que tenía guardia y
no quería preocuparla. Era capaz de presentarse con la ambulancia a por ella.
Se fue a casa. Quizá trabajar la ayudaría.
Necesitaba entretenerse en algo. No quería darle demasiadas vueltas o entraría en un círculo
vicioso del que tardaría semanas en salir.
El silencio del estudio la molestó por primera vez.
Echaba de menos a Andrea. Había llenado un vacío que nunca pensó que tenía. Se había
acomodado a su presencia, aunque estuviesen cada uno en un extremo enfrascados en sus
trabajos y sin hablarse, pero estaba.
Las lágrimas que había retenido todo ese tiempo, cayeron sin control por las mejillas.
Se sentó en el suelo y dejó que el tiempo pasara, hasta que se quedó a oscuras y solo la
iluminaban las luces de la calle y de otras casas colindantes.
Andrea pasó la tarde con su madre y su abuela en la casa, conversando, contando anécdotas
de Madrid y todo lo que ellas querían saber, aunque se lo maquillara un poco.
No pararon de preguntar por Estela. Él contestó a todo sin contar lo que había pasado entre
ellos, con paciencia, buscando las palabras adecuadas para no levantar sospechas, aunque tenía
una sensación extraña al ocultar sus sentimientos.
Con ellas siempre había sido sincero, habían hablado de todo y ahora tenía sentimientos
contradictorios al respecto.
—¿Eres feliz? —preguntó su abuela, sentada a la mesa mientras tomaban un café.
—Mucho —dijo sincero, porque lo era, aunque no fuese una felicidad completa.
—Pero… —siguió su madre.
Andrea cogió aire.
—Me preocupa el abuelo.
Su abuela Guadalupe levantó el dedo enseguida. No quería ni que lo mencionara.
—Te he dicho que él no es tu problema. No pienses ni un poquito en eso, ¿eh? Tienes que
hacer tu vida igual que la hizo él.
—No es tan fácil —murmuró cogiéndose la cabeza entre las manos—. No es solo él,
también estáis vosotras —confesó.
—Tenemos dos manos, cariño. No vuelvas a echarte a la espalda una responsabilidad que
no te pertenece —reprendió de nuevo la anciana. No estaba dispuesta a que su nieto sacrificara
su felicidad—. Si las cosas no te van bien o ya no te gusta la profesión, hablamos, pero por todo
esto —dijo abriendo los brazos, haciendo un arco con las manos, señalando todo lo que les
rodeaba—. ¡Ni hablar!
Lupe miró a su madre con ternura. Era la verdadera precursora de la carrera de Andrea, sin
su apoyo, no se habría atrevido a animarlo para meterlo en problemas familiares. Bastantes tenían
ya.
Andrea asintió mientras cogía aire.
Su abuela era su mayor defensora, lo hacía de corazón y eso, a veces, la cegaba. La situación
había cambiado y quizá tendría que tomar decisiones más rápido de lo que pensaba.
—Voy a dar una vuelta —dijo intentando salir de allí.
—¿Te importa que te acompañe? Hoy no he podido ir a caminar al acompañar al abuelo al
médico —pidió su madre como excusa. Quería hablar con él a solas, sin la presión de su abuela.
—Claro que no, mamá. Vamos —la animó sonriente.
Salieron de la propiedad y caminaron por un camino de tierra que los llevaba a otros, hasta
llegar al que los haría subir la montaña hasta el mirador que tanto adoraba Andrea.
Al principio, emprendieron la caminata en silencio, pero rápido entablaron conversación.
—¿De verdad te va bien en Madrid? Noto algo en ti que me hace dudar —preguntó
siguiendo su instinto.
Andrea sonrió.
—No puedes evitarlo, ¿eh? —preguntó sin aminorar el paso. Estaban subiendo la colina.
—Sabes que no, pero te digo más, la causa de lo que sea que te pase, es Estela. Lo sé —
añadió sin miramientos. Si iba a contarle algo, era allí, a solas.
El chico cogió aire nada más pisar la cima, abrió la botella metálica de agua que llevaba
sujeta a su muñeca y se la tendió a su madre.
Lupe bebió un poco del fresco líquido y se la devolvió.
Si quería que le contase qué pasaba, ya no podía hacer nada más. Debía esperar con
paciencia.
Se sentaron en una roca a la sombra, observando el pueblo con cariño y odio a partes
iguales.
—Estela me ha dejado KO —confesó mirando la almazara desde allí—. Es muy inteligente,
trabajadora, creativa, guapa, sexi… lo tiene todo.
Lupe sonrió asintiendo.
Pocas veces se había equivocado con respecto a su hijo.
—Y… ¿cuál es el problema?
—El alquiler —contestó sincero. Lupe lo miró extrañada. Andrea la observó—. Ella
necesita mi alquiler para mantener su colchón de seguridad y no quiere que seamos nada más
que casera e inquilino.
La mujer arqueó las cejas y apretó la boca.
—Sí que es inteligente, sí —murmuró pensando en la situación.
—Mucho —contestó su hijo.
—Y… ¿os habéis enrollado? O esto son solo suposiciones tuyas. —Fue más allá.
—Creo que no he sentido nada tan especial con ninguna mujer antes de ella y he estado
con unas cuantas, bastantes —confesó a su madre, contestando de forma indirecta.
Lupe lo entendió todo. Los sentimientos estaban desde el principio, pero al estar juntos se
habían agravado.
—¿Y qué harás al respecto? —preguntó mirándolo con cariño.
—Salir de allí lo antes posible —contó con sonrisa de ilusión. Pensaba que, si no vivía
también en el estudio, ella se lo tomaría con más tranquilidad—. A ver si el pesado de Edu deja
ya a Nuria y puedo irme a su casa.
—¿No le van bien las cosas con Nuria? —se interesó por el cotilleo inesperado, dejando
descansar el tema. Edu era como otro hijo. Siempre estaba con Andrea.
—Si te refieres a que use su casa de maleta mientras ella vuela y, cuando aparece, tener mil
broncas y no entenderse, les va genial.
—¡Ufff ! —exclamó Lupe sin dar crédito—. No tenía ni idea, pero más vale que resuelvan
eso pronto o acabaran mal.
—Lo mismo le he dicho yo, pero está en plan reconquista que no hay quien le vea el pelo.
—Te sientes solo, ¿verdad?
—Sí, pero no es doloroso. Estoy aprendiendo a estar conmigo mismo en todos los aspectos
y creo que me está viniendo bien. Cuando me fui a Madrid a estudiar, no tuve la ocasión de
dedicarme tiempo. Tenía que sacar la carrera y a papá de la cabeza. Ahora estoy más tranquilo
—confesó lo que su madre sabía desde años atrás. No era nuevo. No le hacía daño. Ella lo
entendía—. Sabes de lo que te hablo, ¿verdad?
—Sí y me alegra saber que lo gestionas bien.
—Casi es peor que Estela esté veinticuatro horas a mi lado y no poder besarla, tocarla…
—Piensa que, si a ella también le gustas, lo está pasando igual de mal que tú. Ponte en su
lugar.
—Lo sé y también entiendo su postura, por eso la respeto tanto y creo que me gusta aún
más.
Lupe rio. Aunque no le gustara pensar en Lucca, Andrea era como su padre, un luchador al
que era mejor no ponerle retos porque se proponía llegar a todos.
—Creo que solo te puedo aconsejar paciencia, pero también sé que lucharas por lo que
quieres.
—Gracias, mamá —contestó cogiéndole la mano para llevársela a los labios y besarla—.
Quizá la solución esté más cerca de lo que pensamos —añadió señalando con la barbilla el
molino de aceite.
Lupe negó con la cabeza.
—Bajo ningún concepto voy a consentir que te lapides a ti mismo encerrado aquí, con la
única oportunidad de hacer las fotos a las fiestas del pueblo o a la web del negocio. ¡No!
—Estela ha tenido una idea —confesó sonriéndola con tranquilidad. Lupe lo miró sin
comprender—. Me ha contado por qué tiene tanto apego a su estudio. Su abuelo se lo regaló
antes de caer enfermo de Alzheimer para que pudiese dedicarse a lo que más deseaba en el
mundo, una tabla salvavidas, y me hizo ver que, el molino puede ser la mía. —Lupe lo miró
empezando a comprender, pero lo dejó seguir—. Estela cree que, dejando a alguien de confianza
al frente del negocio, quizá pueda seguir ejerciendo mi profesión y que los beneficios que me
correspondan de la empresa, sean mi salvavidas.
—Tu abuelo no va a querer eso. ¡Ni de broma! —exclamó Lupe preocupada por la reacción
de su padre—. Y ahora no se lo puedes decir. Tenemos que esperar a ver qué nos dicen los
médicos —se apresuró a aclarar.
—Tranquila. No es el momento de contar estos planes, pero quiero que los sepas tú, porque
esta idea solo puede salir adelante si te conviertes en mi socia.
—¡Yo! —exclamó incrédula.
—No puede existir en el mundo una opción mejor, mamá. ¿Estás dispuesta a ser libre de
una vez? —la retó con una sonrisa que ella imitó enseguida.
Ahí tenía la oportunidad que había estado esperando toda la vida.
Siempre había sido eclipsada por algo o por alguien. Por su padre, por su marido, por las
intenciones de su padre para con su hijo, pero este último tenía otra mentalidad, quizá
desarrollada solo por llevar la contraria a los demás hombres de la familia, no lo sabía, pero
siempre supo que la felicidad estaba en Andrea y no se equivocaba.
CAPÍTULO 22
Estela despertó ese domingo por la mañana en la cama de un hotel con un desconocido.
El chico en cuestión había hecho match en su foto de la aplicación y no lo pensó dos veces.
En cuanto recibió el aviso y revisó el perfil, era tal la impotencia y la rabia que sentía, que lo
decidió en cuestión de segundos.
Se cambió los vaqueros por un bonito vestido sexi, se arregló y fue a su encuentro en un bar
del centro.
No fue tan loca como para irse con un desconocido sin decírselo a nadie, mandó su
ubicación en tiempo real a Leti y Mamen en un mensaje.
La regañaron, mucho, incluso la llamaron intentando convencerla de que pospusiera la cita,
pero su mente necesitaba huir.
Resultó que la foto de aquel chico era real y la información del perfil también.
Se llamaba Abel, estaba trabajando en la clínica veterinaria de sus padres tras acabar la
carrera, aunque su sueño era trabajar en una reserva como Cabárceno o fuera de España.
Había empezado un máster para el cuidado de especies exóticas, una rama que le interesaba
mucho, pero le quitaba tiempo, demasiado y no lo tenía para pedir citas a la antigua usanza.
Era el mal de la juventud, ya fuera por falta de tiempo o por la inmediatez y comodidad que
generaba internet, se estaban perdiendo las relaciones sociales como las conocíamos hasta ahora.
No solo era inteligente y tenía una carrera encauzada, también era bastante guapo y
atractivo.
Tomaron unas copas, fueron a bailar y una cosa llevó a la otra.
Él quería llevarla a su casa, pero Estela, miedosa de ir a algún sitio donde no hubiese nadie
más que ellos, sin rastro ni testigos de que hubiese entrado allí, le pidió ir a un hotel.
Aceptó sin problemas.
Horas después, Estela se incorporó en la cama. Abel dormía.
Se levantó con sigilo, quería vestirse y desaparecer.
Solo había sido sexo, nada más, aunque, si lo hubiera conocido antes, quizá podría
mantener una relación.
Lo había pasado bien, era cierto, pero faltaba algo, algo que cuando lo has probado antes, te
deja sin opciones.
Le dejó una nota.
No tenía por qué, pero Abel se había portado bien con ella y, si quería mantenerse alejada
de Andrea, era mejor empezar cuanto antes.
Dejó un escueto, pero sincero mensaje:
La voz de su abuela diciéndole que un clavo no saca a otro clavo, por mucho que el dicho
insista, retumbó en su mente mientras salía de la recepción a la calle.
Tenía razón. Si tienes a alguien en la cabeza, es complicado estabilizarte con otra persona,
pero no imposible. Al menos, que le sirviera como distracción y, ¿quién sabe?, al ir conociéndolo,
podía resultar.
Llegó a casa cansada, se preparó un café que tomó con unos deliciosos bizcochos que había
comprado en el horno de pan que había en los bajos del edificio y se acostó. Necesitaba dormir
un poco para trabajar después en un par de encargos de muñecas.
Se duchó con rapidez, se vistió con un camisón de tirantes y algodón fresco, bajó la persiana
de su habitación, accionó el ventilador de techo a una velocidad baja y se metió en la cama.
En cuanto se estiró sobre el colchón, su cuerpo se relajó.
Cerró los ojos e intentó conciliar el sueño, pero no fue fácil.
Miró el reloj muchas veces.
Las once y media, las doce, las doce y diez, las doce y veinte… miró de reojo de nuevo.
Eran las dos menos cuarto.
La idea de olvidar a Andrea con Abel, parecía más fácil esa mañana. Ahora, en casa, con
sus cosas a unos metros y su olor en el estudio, en todo su alrededor, se complicaba.
También le hacía daño la visita a su casa, aunque no quisiera reconocerlo.
Quedar con aquel chico había calmado un poco la tristeza y la impotencia, pero seguía
latente, agazapada en su cabeza y perpetua en su corazón.
Abrió la mesilla de noche y sacó un blíster de pastillas. Había ido al médico tiempo atrás y
se las recetó para cuando las necesitase.
Cogió dos, consciente de que con una podría ser suficiente, pero quería asegurarse.
Respiró profundo, intentó concentrarse en la respiración y, a la media hora, consiguió
quedarse dormida.
Estaba agotada física y psicológicamente.
Estela y Andrea hicieron caso a lo que los bomberos les indicaron. Nada de usar la
electricidad ni el gas. Habían cortado todos los suministros menos el de agua.
Debían permanecer juntos en la casa hasta que los avisaran para desalojar. Así estarían
controlados y podrían ir a por ellos si fuera necesario.
—¿Tienes hambre? —preguntó Estela, bastante tiempo después de que se marchasen los
bomberos y espabilarse un poco.
Andrea miró el reloj. Eran casi las nueve de la noche, aunque aún fuese de día.
—Cómo pasa el tiempo —susurró asintiendo.
—Demasiado —afirmó la chica abriendo el frigorífico para ver qué podían comer sin usar
electricidad.
Él la contempló mientras sacaba unos tomates maduros, un poco de queso curado y jamón.
Abrió un par de estantes más. Cogió un bote de pimientos asados y un par de latas de atún
en escabeche.
—¿Te gusta la ensalada de pimientos?
—Mucho —contestó sin quitarle ojo, observando lo que hacía, mientras sacaba el móvil del
bolsillo. Miró la pantalla, tenía la batería casi llena. Abrió su aplicación de Spotify y puso música,
dejándolo sobre la encimera.
—No tengo demasiadas opciones sin poder usar la luz y el gas, pero nos podemos apañar —
añadió contenta por el gesto que había tenido al poner música y hacer aquel momento más
personal aún.
El chico se acercó al fregadero para lavarse las manos. Después, cogió un trozo de papel de
cocina y mientras se las secaba se puso a su lado para prepararlo con ella.
—Estará perfecto. No necesitamos más —contestó mirándola.
Estela amplió la sonrisa que no había desaparecido de sus labios. Era difícil no dejarse llevar
por la complicidad que tenía con Andrea.
Había pensado en el beso que le había dado en su habitación. En realidad, no paraba de
darle vueltas en la cabeza a por qué lo había hecho.
Necesitaba dárselo, esa era la respuesta, porque tenía que probar si la pieza que le había
faltado la noche anterior con Abel, la tenía él… Y allí estaba, encajándolo todo a la perfección
como la noche que pasaron juntos semanas atrás.
Se había asustado, no podía negarlo, pero tampoco estaba dispuesta a perderse algo tan
importante por el miedo a que su economía fuese mal. Sus amigas tenían razón, se preocupaba
mucho por eso, pero cuando se tiene una oportunidad así…
Es complicado encontrar a una persona con la que compenetrarte física y emocionalmente,
y ella lo tenía ahí, ante sus ojos. Con él no necesitaba agradar, ni prepararse para dar buena
impresión. No tenía que engañar ni fingir, como hacía la mayoría de la gente en aquella
aplicación donde había conocido ya a algunos chicos que no la convencieron en absoluto, y uno
con el que podría estar bien, si no hubiese conocido a Andrea.
A veces la vida te pone delante opciones inesperadas. Andrea era una de ellas y aún no
podía creerse que alguien tan perfecto hubiese aparecido en su puerta.
Su abuela Sofía creía mucho en el destino, en que nada sucedía porque sí. Pensaba que
estábamos predestinados a nuestro futuro, pero también lo estábamos a alguien. Le diría que no
le podía dar la espalda a algo así.
Andrea disfrutaba de cada segundo al lado de Estela. Era cauto, no era un loco que se
lanzara a por ella al recibir un beso, ni siquiera uno como el que le dio tras el rescate.
Había sido especial, sí. Era innegable, pero si daba un paso en falso, todo se podría estropear.
Sus sentimientos hacia ella los tenía claros, le gustaba mucho, quería intentarlo y debía
aprovechar la oportunidad.
Pero también se daba cuenta de que vivían pared con pared desde hacía unas semanas y,
descubrir aquellas pastillas en su mesilla, le había desvelado que, en realidad, no sabía casi nada
de ella.
—¿Qué tal ha ido en el pueblo? ¿Todo bien? —se adelantó la chica a preguntar.
—Regular —contó sincero—. He podido hablar con mi madre de tu idea. —Estela lo miró
con gesto de sorpresa y una gran sonrisa al descubrir que había dado aquel paso tan importante
—. No ha dado una respuesta al respecto. —Hizo una pequeña pausa antes de continuar. Estela
apretó los labios esperando su reacción—. Tampoco la esperaba tan pronto —añadió como si
quisiese excusarla de algún modo—. Le he dicho que piense en esa posibilidad, que le dé una
vuelta y poco a poco podemos ir dando forma a un proyecto de futuro para la empresa.
—Me alegro de que se lo hayas planteado. ¿Le gustó la propuesta? —se interesó la chica
intrigada, mientras pelaba otro tomate.
—Creo que sí, pero no lo sabré hasta que pasen unas semanas. Es complicado para ella. Mi
abuelo nunca ha contado con mi madre para seguir con el negocio familiar. Pensaba que mi
padre lo ayudaría hasta que yo me quedara con la dirección. Ella no era una opción —explicó
con tristeza y frustración—. Las cosas se van a liar más, ahora que mi abuelo no está muy bien de
salud.
—Lo entiendo. Lo ve como un negocio de hombres llevado por hombres —comentó dolida
por la situación de su madre, comprendiendo que cualquier opción que no fuese él, implicaba un
enfrentamiento familiar. Su abuelo era una persona mayor con una educación diferente y unas
bases asentadas por sus antepasados, de forma que, ahora era difícil hacerle cambiar de miras. No
comentó nada al respecto. Si quería añadir algo sobre eso, dejaría que él lo contara
voluntariamente—. ¿Qué le pasa? —preguntó por su salud, dejando lo que estaba haciendo, para
dedicarle toda su atención.
Andrea cogió aire. Hacía mucho tiempo que una mujer no tenía gestos así de importantes
con él, aunque fuese solo como amigos, y Estela no dudaba en ellos. Era algo que lo enamoraba
más.
—El cardiólogo tienen que hacerle unas pruebas —contó, para después soltar el aire de los
pulmones de golpe—. No sé qué va a pasar. Cuando nos den los resultados, veremos, pero es muy
cabezón y no quiere aflojar el ritmo de trabajo. Piensa que sigue teniendo treinta años. Me
desespera —confesó girándose para tirar las latas de atún a la basura y aprovechar a soltar la
frustración con el gesto.
Estela guardó silencio mientras la tristeza la invadía.
Entendía lo que significaba la enfermedad de un familiar tan especial, cómo trastoca la vida
de todos, cómo cambia la suya de la noche a la mañana.
Le gustaría darle esperanzas, decirle que todo saldría bien, pero sabía que, lo más probable
era que esas pruebas dieran algo negativo que le haría replantearse todo.
—Lo siento —acertó a decir escueta.
Andrea entendió que aquella tímida respuesta era porque algo de lo hablado la afectaba.
—¿Ha ido todo bien por tu casa? —preguntó, aparcando sus problemas un momento.
Estela sonrió con tristeza. Cogió aire sin apartar la mirada de él y lo soltó antes de hablar.
—Mi abuelo tiene Alzheimer —confesó lo más serena que pudo, a veces no era capaz de
pronunciar la enfermedad en voz alta—, así que, de un tiempo a esta parte, nada está bien… Lo
llevo mal… Teníamos una relación muy especial y ver su rostro, sabiendo que ya no es él, me
rompe en mil pedazos.
El chico cogió la mano de Estela con suavidad.
Ahí tenía una posible pista sobre las pastillas de la mesilla. Guardó respetuoso silencio al
respecto.
—Lo entiendo —susurró sin saber qué decirle. Le hablaba de una enfermedad muy dura
para el enfermo, pero muy cruel también con el cuidador y sus allegados.
—Lo daría todo por que volviera a ser él. Esta casa, el estudio que me regaló, mis premios,
incluso aceptaría cualquier trabajo precario, aunque lo odiara, si con eso se arreglaran sus
neuronas. No pierdas el tiempo con el tuyo.
Andrea entrelazó los dedos con los de ella en silencio, comprendiendo muchas cosas de las
actitudes de Estela, su lucha, sus consejos.
—Lo intento —dijo con un gesto que quería parecerse a una sonrisa, pero la tristeza no le
dejó dibujarlo bien—, por eso le he contado a mi madre tu idea, porque puede ser una buena
forma de entendernos y que vea que quiero ayudar, pero no creo que él lo entienda así. Ahora
que todo pende de un hilo, no sé qué va a pasar.
—Estoy segura de que sabrá ver el lado bueno de la propuesta. Sabe que su nieto es
inteligente y muy trabajador. Lo convencerás —contestó convincente sin deshacer el lazo de sus
manos, intentado seguir por ese camino y no tener que hablar más de sus propios problemas y
sentimientos, pero también porque era verdad y él tenía que saberlo.
—A veces creo que lo mejor sería volver al pueblo, hacerme cargo de todo como él quiere y
dejarlo estar —confesó como mil veces antes había hecho a Edu. Su amigo era el único que sabía
que ese pensamiento a veces le rondaba la cabeza.
—Ese es el camino fácil. No hagas lo mismo que yo —aconsejó mirándolo a los ojos con
tristeza.
—No creo que hayas tomado un camino fácil en tu vida —apreció a media voz con
seguridad.
Estela apretó los labios y bajó la mirada.
—Más de los que me gustaría, pero a veces no soy capaz de tomar otro.
A él no le gustó que pensara así de ella misma. Nadie nacía sabiendo qué debía hacer en la
vida, ni cómo.
—Algunas decisiones son difíciles de tomar, con otras nos equivocamos. Tenemos derecho a
equivocarnos, ¿no crees?
—Sí, mientras el peaje no sea demasiado caro.
Guardaron silencio manteniendo la mirada el uno en el otro.
Andrea deseaba besarla, como cada segundo que pasaban juntos desde que sus labios se
encontraron por primera vez. No podía evitarlo, como tampoco pudo detener su verborrea.
—Hay costes que no se pueden contabilizar, pero me endeudaría en ellos de por vida sin
vacilar —susurró acercándose a su boca, arriesgándolo todo, porque aquel beso de horas antes,
no suponía ninguna seguridad. La situación era tan volátil como el incendio del que la había
salvado.
Estela no supo qué contestar a eso. Además, estaban tan cerca el uno del otro, tanto física
como emocionalmente, que no podía resistirse a él.
Con un gesto suave, recorrió el poco espacio que separaba sus bocas y Andrea había
respetado.
Notó como él temblaba.
Ella también.
Llegar a sus labios fue como encajar la última pieza del puzle. Andrea era el resultado del
suyo personal, pero seguía teniendo miedo a mezclar los negocios con el amor.
No se perdonaría perder el estudio que su abuelo le había dado por una pareja que podría
ser pasajera.
Él profundizó el beso antes de que Estela tuviera la oportunidad de alejarse. Soltó las manos
para coger su cintura y acercarla más.
Ella pasó la mano por su cuello en una caricia receptiva.
Hacía calor, pero se había levantado una ligera brisa al bajar el sol, que refrescaba
ligeramente sus cuerpos, aunque no lo suficiente. El deseo del uno por el otro que habían
mantenido a raya todas estas semanas, explotó sin control.
Los besos se tornaron más profundos, más impacientes, mientras se acariciaban la piel
húmeda por el calor del verano. Los acompañaba la música que reproducía el móvil de Andrea
sobre la encimera. Show me love de Alicia Keys y Miguel les arrasó por completo.
Andrea no quería pensar, solo dejarse llevar y disfrutarlo, pero en la cabeza no paraba de
darle vueltas una pregunta.
¿Estás segura?, es lo que quería preguntarle antes de seguir hasta un punto de no retorno,
con dos opciones muy diferentes que tendrían un desenlace que lo marcaría en el futuro, para
bien o para mal.
Estela se dejó llevar por los besos y las caricias de Andrea. No quería pensar en mañana, ni
siquiera en el futuro que le esperaba ni una hora más tarde. La vida solo le mostraba que el
tiempo se acaba rápido, en algunos casos más de lo natural, como con su abuela, en otros te lo
roba de la memoria, como con su abuelo, dejando de ser tú, y en otras, como unas horas atrás,
había tenido uno de esos avisos que hace que quieras vivir todas las experiencias posibles y
sacarles el jugo.
Las manos de Andrea acariciaban su cuerpo, su boca se comía la de ella, pero algo había
cambiado… aquella noche que pasaron juntos tras la boda, fue un paso más allá que hoy no
sentía.
Paró los besos apartándose un poco para mirarlo a los ojos.
—Intuyes que no estoy segura de esto, ¿verdad? Por eso te contienes —comenzó con la voz
entrecortada por la respiración acelerada. Andrea le lanzó una profunda mirada mientras
recuperaba el aliento y asentía en silencio—. Es posible que mañana te diga que tengo dudas,
incluso que no quiera que volvamos a enrollarnos, no lo sé, hace tiempo que no estoy segura de
nada, pero sé que esta noche quiero estar contigo —concluyó con emoción.
Andrea cogió aire y lo soltó despacio tras escucharla. Entendía sus miedos, ahora él también
tenía los propios. Su futuro era más incierto que nunca y meterse en una relación, en estos
momentos donde nada estaba claro, no era lo mejor. Estela había sido clara, no quería pensar en
mañana. No lo engañaba, sabía que era sincera, también que no le había sido fácil ponerles voz a
esos pensamientos.
—Yo tampoco puedo prometerte nada, mi vida está más confusa que nunca, pero sigo
teniendo claro que quiero conocerte. Esta noche, mañana, dentro de una semana… Me gustas
mucho y quiero estar contigo. —Estela sonrió feliz al escucharlo, Andrea se la devolvió—. Hacía
mucho tiempo que una chica no me atraía como lo haces tú —confesó manteniendo la mirada
unos segundos, para que ella comprobara la verdad en sus ojos. Estela se mordió el labio inferior
en un acto reflejo de deseo. Andrea no espero más y se acercó a su boca otra vez.
Las palabras se acabaron y, a pesar de las dudas, se dejaron llevar por el deseo.
Hacía mucho calor y el viento que entraba por las ventanas abiertas, no era lo
suficientemente fuerte para bajarlo.
Andrea cogió a Estela por las piernas, haciendo que las enredara alrededor de su cadera.
La llevó así hasta el sofá del cercano salón sin dejar de besarse, entre gemidos, al sentirlo
pegado a su piel.
Estela puso los pies en el suelo muy despacio, descendiendo por su cuerpo recreándose en
cada movimiento.
Andrea gimió al sentir como rozaba su sexo excitado. Ella sonrió sensual y se apartó.
Se fue de su lado caminando por el pasillo. Andrea la observó incapaz de moverse, con la
respiración acelerada y el placer de aquel roce desvaneciéndose poco a poco.
—¿No vienes? —preguntó Estela en la lejanía de su habitación.
Él no contestó.
Caminó en dirección a la voz.
Estaba esperándolo en la puerta de su habitación, desnuda.
La miró con tanto deseo que ella apretó los labios y no se movió del sitio. Andrea se quitó la
camiseta con un rápido movimiento, sin detener sus pasos, sin apartar la mirada de ella.
Estela temblaba al pensar en lo que estaba por venir, nerviosa, impaciente, feliz…
Él llegó hasta ella tras quitarse los pantalones cortos y dejarlos en el pasillo.
Cogió su rostro entre las manos y la besó con pasión.
Después apartó una mano de la cara y la bajó hasta la cintura en una caricia ardiente a la
piel de Estela. Ella gimió al sentir cómo apretaba la cadera contra la suya. Estaba muy excitado.
La empujó con delicadeza para que caminara hasta la cama sin interrumpir los besos,
mientras los truenos de una tormenta retumbaron en la habitación.
Cuando se toparon con el colchón, hizo que se tumbara mientras él se quitaba el bóxer con
un rápido movimiento.
Comenzó a llover de forma torrencial, dejando que el aire e incluso el agua entraran en la
casa. No les importó, no les desconcentró de lo que deseaban.
Se tumbó a su lado con cuidado, pasando la mano en una suave caricia por sus piernas, la
cintura, hasta sus pechos.
Estela gimió. Él sabía que la tenía donde quería.
Con calma, bajó la mano de nuevo a la cadera de Estela y tiró de su pierna para que la
pasara sobre la de él.
Sus sexos se encontraron.
Los dos se besaron entre gemidos y placer.
—Un segundo —pidió Estela con la respiración entrecortada.
Alargó la mano bajo la almohada y sacó un preservativo que había escondido allí,
momentos antes, antes de invitarlo a ir hasta la habitación.
Andrea lo cogió, lo abrió con cuidado de no romperlo y se lo colocó en unos segundos.
—¿Por dónde íbamos? —preguntó juguetón, mientras Dreams de Fleetwood Mac sonaba en
la cocina en la versión lenta de Lyves, algo distorsionada por el sonido de la lluvia al caer.
Estela no contestó, colocó la pierna sobre él sin apartarle la mirada y dejó que la penetrara.
Echó la cabeza hacia atrás al sentirle dentro de ella, aguantando un gemido. Él la besó el
cuello mientras dejaba que disfrutara del momento.
A los pocos segundos, ella comenzó a moverse, él la acompañó, buscando el placer en los
movimientos rítmicos de sus cuerpos, cambiando de posición hasta encontrarlo, primero ella,
después él.
Terminaron en un abrazo con las respiraciones entrecortadas.
Ahí tenían su respuesta. Los dos.
Podían ser una gran pareja si dejaban a un lado sus problemas y pensamientos negativos al
respecto, sobre todo Estela.
¿Qué relación no tiene problemas? ¿Qué relación no tiene trabas que esquivar?
Estela entendió que era muy difícil que encontrara a alguien como Andrea, tan auténtico,
en una aplicación de móvil. Ya no.
Andrea sabía que esa chica le trastocaría la vida desde que le abrió la puerta y lo miró con
esos ojos verdes que lo hipnotizaron.
Ojalá el destino tuviera algo bueno preparado para ellos o lo iban a pasar muy mal.
CAPÍTULO 25
Andrea se levantó de la cama de Estela muy despacio y sin hacer ruido. Se puso los
pantalones y caminó en dirección al salón.
Move On Up de Curtis Mayfield sonaba en la cocina. En cuanto la escuchó, sonrió. Esa
canción era la que él ponía a menudo, no quería perderse el espectáculo.
Se apoyó en el dintel de la puerta con el hombro, observando como Estela bailaba y cantaba
aquella canción tan positiva, vestida con un ligero vestido negro de tirantes con vuelo, haciendo
que se moviera de un lado a otro dependiendo de sus movimientos. Entraba y salía de la cocina.
Estaba preparando el desayuno.
Sonrió feliz al verla contenta. Al menos hoy sí.
La vida adulta no nos llega a todos igual. Para algunos es un camino de rosas divertido
donde disfrutar al máximo; pero Andrea debe enfrentarse a la toma de decisiones difíciles y
arriesgadas, eligiendo entre los sueños o lo que se esperaba de él; y para ella, fue encontrar la
independencia total de su familia y así dejar que sus padres se ocuparan de la enfermedad de su
abuelo, sin suponer una carga más para ellos, aunque esa responsabilidad fuese una losa para ella.
Había días muy complicados en los que cualquier bache pesaba como toneladas de hierro
sobre los hombros, pero hoy no era de esos, hoy brillaba.
Ella lo miró interrumpiendo sus pensamientos. Lo vio allí apoyado y sonriente, le dedicó
otra sonrisa y fue a buscarlo.
—¡Vamos! ¡Baila! Hace un día increíble —le pidió antes de dejar un ligero beso en sus
labios.
Andrea la cogió de la cintura para no dejarla escapar. La pegó a él.
Estela se dejó atrapar con la respiración entrecortada por el baile y también por él.
—Tú eres increíble. Es lunes y parece sábado —susurró Andrea en su boca.
Ella lo miró cogiendo aire, mientras esbozaba una tímida sonrisa. La besó.
Estela sintió el cosquilleo en sus labios antes de que sucediera. Era mágico. Solo le había
pasado una vez en el instituto con el que ella creía que era el amor de su vida.
Sonrió mentalmente al recordarlo. Esto era mucho mejor.
Andrea no profundizó demasiado el beso o se irían de nuevo a la cama.
Lo deshizo y sonrió.
—Espera aquí —pidió divertido.
Se fue a la cocina a buscar el móvil que la noche anterior había dejado allí. Buscó una
canción y volvió a su lado.
Dance with you de Bluey Robinson, comenzó a sonar.
Andrea tendió una mano a Estela.
—¿Bailas? —preguntó con media sonrisa sexi.
Estela asintió con las mariposas revoloteándole por el estómago.
Tiró de su mano hacia él y la hizo dar una vuelta sobre sí misma. Su vestido se despegó del
cuerpo en un remolino de tela.
Ella no se lo esperaba y rio nerviosa.
De nuevo tiró con suavidad de su mano hacia él, haciendo que se acercara a su cuerpo. Ella
lo hizo.
Pasó una mano por su cintura acercando las caderas. Estela pasó la mano libre por su cuello.
Estaban pegados el uno al otro.
Andrea metió su pierna entre las de Estela y comenzó a moverse con pasos de salsa que ella
seguía a la perfección.
—Bailas muy bien —le susurró al oído.
—En un pueblo hay que tener alguna habilidad con las chicas si quieres tener éxito —
explicó guiñándole un ojo.
—No me creo que tu éxito se base solo en saber bailar. Eres guapo, simpático, atento,
inteligente.
—Gracias por los piropos, pero te aseguro que, en el pueblo, los extras son importantes si no
quieres que los veraneantes o forasteros te quiten a las chicas.
Estela se carcajeó, no por lo que decía, que estaba segura de que era así, sino por cómo lo
contaba.
—Lo dices con dolor. Alguna te quitaron —apreció mientras él hacía una mueca que
afirmaba las palabras. Ambos rieron—. ¿Quién te enseñó? —preguntó, mientras él hacía que se
diera otra vuelta sobre sí misma y la tela del vestido golpeara con gracias sus piernas.
—Los bailes clásicos, mi abuela. Esto, mi madre —contestó divertido.
—¿Bailes clásicos? —indagó curiosa.
—No sabes lo bien que se me da bailar el pasodoble y la canción ligera —le contó, antes de
acercar la boca a la suya.
Se besaron de nuevo, dejando a un lado el baile y la música.
Cada vez que sus bocas se encontraban, entre ellos había fuegos artificiales.
—Vamos a desayunar —susurró Andrea tras deshacer el beso.
Estela asintió con los ojos aún cerrados.
—Ahora —susurró volviendo a sus labios un poco más.
Horas más tarde, a unas calles de allí, Mamen se preparaba para ir a la tan anhelada cena
con Edu.
Había hecho malabares para poder cambiar sus turnos de la semana y adaptarse a los de él,
aunque eso Edu no lo sabía.
Tenía suerte de conocer a gente en su parque que le había pasado la información.
No estaba bien, lo sabía, pero le gustaba mucho ese chico y no quería perder la oportunidad.
Llamó a Estela cuando estuvo lista.
—¿Qué tal estás? —preguntó con tranquilidad, habían hablado antes y ya no estaba
preocupada por ella.
—Bien. Estoy ordenando unos pedidos de muñecas y mirando qué material necesito. ¿Y tú?
—contestó en tono alegre y distendido. Mamen enarcó las cejas al escucharla.
—Te noto contenta. ¿Ha pasado algo que yo no sepa? Esta mañana no me has contado
detalles.
Estela guardó silencio unos segundos. Quería contárselo a su amiga, pero con un café o una
copa de vino delante.
—Anoche me acosté con Andrea —confesó sin miramientos
—¡Anoche! ¿Otra vez? —exclamó entre la sorpresa y la alegría.
—Sí… —confirmó apretando los labios como si esperase la regañina de turno—. Lo sé… se
me va la pinza… —añadió intentado justificarse, aunque no sentía que debiera hacerlo.
—No sabes lo que me alegro de que se te vaya de vez en cuando —la animó Mamen—. Me
encanta que sea con Andrea. Por muchas pegas que le quieras poner, es tu crush y el mejor
candidato a pareja que has tenido en tu vida y lo sabes.
—Madre mía, Mamen, no sé qué me pasó anoche, no me pude controlar y lo intenté —
explicó nerviosa en un susurro, como si temiera que alguien más la pudiese escuchar.
—No tienes que controlar todo en esta vida, Estela, hay que dejarse llevar o no vamos a
disfrutar nunca. ¡Hay que vivir!
—Ya… —contestó entre la ilusión y el miedo.
—¿Te gustó? Quiero decir si te gusta estar con Andrea, si te sientes bien con él.
—Sí, me gusta mucho —confesó sonriendo. El tono de voz cambió al instante, como si
pensar en él la iluminara—. Es muy atento, nos entendemos y la atracción mutua es evidente.
Anoche me sentí muy bien con él, pero también por la tarde cuando vino a buscarme en medio
del incendio… y esta mañana cuando ha bailado conmigo en la cocina… No sé, me siento muy
bien con él.
—Me alegro tanto… —dijo Mamen con un deje de nostalgia—. Al final tanta aplicación
para nada. ¡Lo tenías delante de ti!
—Quizás… Ya veremos… Esas aplicaciones a veces también encuentran gente especial —
añadió recordando a Abel.
—¿Estás segura de lo que dices? Hay algo que no me has contado…
Estela guardó silencio unos segundos.
No pensaba contar nada de Abel, ya no, pero a Mamen no podía ocultarle la verdad.
—Conocí a un chico el otro día cuando Andrea se fue a ver a su familia y yo a la mía,
cuando os envié la ubicación de donde estaba… Necesitaba salir y la noche fue inesperadamente
bien.
—Pensé que solo tomarías algo… ¿Cómo se llama?
—Abel
—Vaya… no me esperaba esto de ti, doña perfecta —comentó puntillosa.
—Ya somos dos…
Mamen dedujo que aquel encuentro había sido fruto de su mal estar emocional tras ir a
casa. No era la primera vez que sucedía.
La verdad, pensaba que si le solucionaba la ansiedad y tristeza que le provocaba la situación
familiar, le parecía bien, lo malo era encontrarse con algún mal tipo. Por suerte, no había sido el
caso.
—¿Te vino bien? —preguntó Mamen decidida.
—Sí —respondió escueta.
—¿Lo pasaste bien? —insistió
—Muy bien.
—¿Has apuntado al muchacho en tu agenda de follamigos?
—¡Mamen!
—Ni Mamen, ni leches. ¿Lo has apuntado? ¡A ver si te crees que solo ellos pueden tener
chorvoagendas!
Las dos amigas rieron.
—Está más que apuntado —reconoció entre risas.
—Así me gusta —puntualizó Mamen—. Que lo del medio italiano sale bien, perfecto. No
vuelves a ver a Abel y ya está. Que sale mal, ya tienes repuesto. La vida es corta.
Estela cerró los ojos ante la determinación de su amiga. En realidad, ninguna de las dos era
así, era Leticia quien solía hacer esos comentarios y tener la agenda.
—De verdad, que a veces no te reconozco.
—¿Sabes qué pasa? Que veo tanta maldad de la vida cada día que me replanteo qué coño
hacemos perdiendo el tiempo —contó muy segura de lo que hablaba. Trabajar en el SAMUR era
muy duro—. Me alegro de que ayer aprovecharas el tiempo tú, esta noche, lo haré yo…
—¿Esta noche? ¿Qué pasa esta noche? —preguntó al ver la firmeza de sus palabras.
—He quedado con Edu para cenar —confesó sin más.
Estela guardó silencio unos segundos. La pillo desprevenida.
—Pensé que no ibas a quedar más con él…
—Y yo, pero ayer escuché el aviso del incendio de tu edificio cuando salía del turno y me
acerqué. No te vi porque Edu me contó que estabais recluidos en la vivienda a salvo y, tras
ponerme al día de vuestra situación, me invitó a cenar con él hoy, y acepté. Quizá sea una buena
oportunidad para ver de qué palo va.
Estela se alegró del paso que había dado su amiga, aunque le preocupaba que sufriera una
decepción. Tampoco tenía buena suerte con los hombres.
—Sí, es buena idea, pero no te hagas ilusiones. Ya sabes que tiene novia o la tenía, ya no lo
sé… Pásalo bien, pero aclara eso con él si no quieres sufrir.
—Lo sé. Espero tener la oportunidad.
—Suerte —deseó Estela antes de colgar.
—Gracias. Suerte para ti también.
—Gracias —se despidió Mamen cogiendo aire mientras daba al botón rojo de su móvil y
cortaba la comunicación.
CAPÍTULO 26
Mamen dio un respingo cuando sonó el telefonillo de su piso.
Era absurdo, estaba esperando que Edu pasara a recogerla, no debería sobresaltarse por ello,
pero los nervios la consumían.
Aquel hombre le gustaba mucho, a pesar de no estar convencida de si le convenía o no.
Parecía un buen tipo, muy dedicado a su trabajo y que la atraía mucho, pero no había sido
sincero con ella las veces que se habían visto antes.
Esperaba que aquella noche le aclarase ciertas cosas definitivamente, antes de pillarse
mucho más por él.
Contestó con un escueto «ya bajo», cogió su bolso y se miró en el espejo de la entrada para
comprobar que todo estaba perfecto antes de salir.
En cuanto lo vio esperando en la puerta del portal, con su camisa blanca de lino remangada
hasta el codo, pantalones de vestir de verano en gris claro y las deportivas blancas, se le cortó la
respiración.
—Estás preciosa —reconoció con media sonrisa sexi. Estaba muy guapa con aquel mono
entero de color aguamarina de gran escote en la espalda. Mamen contestó con una sonrisa
tímida.
—Tú también estás muy guapo —afirmó, mientras él se acercaba para dejarla un beso en la
mejilla y pasar una mano por la cintura.
—He reservado en un sitio en el centro que espero que te guste —contó mientras la
acompañaba hasta el coche. Abrió la puerta.
La mano que rozaba su cintura en algunos momentos y en otros la acariciaba,
desconcentraba a Mamen. Sentía cómo su calor traspasaba la tela ligera de verano de su traje.
—Seguro que sí —afirmó apretando los labios, nerviosa por esa sensación y lo que depararía
la noche.
El trayecto fue tranquilo, con música suave y charlando de todo un poco.
Aparcaron en un parking bajo un edificio cercano a plaza de España y subieron en un
ascensor privado hasta una gran terraza.
Mamen contuvo el aliento al ver el sitio tan especial al que la había llevado.
—Es espectacular —murmuró contemplando las vistas desde allí.
—Sabía que te gustaría —contestó Edu guiñándole un ojo.
—Bienvenidos a Nice to meet you —les dijo el encargado del lugar.
Edu habló con él sobre su reserva. El hombre le dirigió a una zona en el exterior desde
donde se veía un Madrid espectacular.
Se sentaron allí. Mamen admirando la noche de la ciudad desde las alturas, Edu, sin quitarle
el ojo a cada gesto, a cada movimiento.
Cogió aire. Aquella chica le gustaba mucho.
—¿Cómo has conocido este sitio? —preguntó curiosa.
Edu dudó unos segundos qué contestar. No quería estropear la noche antes de empezar a
disfrutarla pero, si quería apostar por esa relación, no podía mentirle.
—Me trajo mi novia en una de sus escalas en Madrid. Unos compañeros de la compañía
aérea para la que trabaja se quedaban en el Dear Madrid, el hotel que está bajo esta azotea, y le
hablaron del restaurante.
Mamen agradeció que fuera valiente y no le ocultara la verdad, pero le había partido el
corazón en dos con esas palabras.
Iba a indagar más sobre aquella afirmación tan dolorosa, cuando el camarero si acercó.
Pidieron vino blanco bien frío y de nuevo se quedaron a solas.
—Tu novia… —susurró la mujer, pensando cómo continuar aquella conversación.
—Bueno, lo correcto a día de hoy sería exnovia —se corrigió nervioso, aclarándose la voz.
Mamen levantó la vista con rapidez.
—¿En qué quedamos? Es tu novia o tu exnovia —pidió intentando mantener la
compostura, pero estaba muy triste—. No me creo que me hayas traído hasta aquí para decirme
esto… —añadió mientras perdía la voz en las últimas palabras.
—Perdóname. Tenía que haber sido sincero contigo desde el principio, pero una cosa llevó a
la otra y… —de nuevo se interrumpió ante la presencia del camarero.
El hombre venía cargado con una champanera llena de hielo y otro compañero traía la
botella de vino blanco que habían pedido.
Mamen intentó esperar paciente a que los hombres acabaran, pero no pudo.
—¿Me puede decir dónde están los aseos, por favor? —pidió sin mirar a Eduardo.
El camarero le dio las indicaciones pertinentes y ella desapareció.
Eduardo se quedó solo, sentado en aquella preciosa terraza, con un vino frío en la copa,
maldiciendo lo mal que lo había hecho con aquella chica que tanto le gustaba.
Las cosas con Nuria no estaban bien desde hacía mucho tiempo y esa segunda oportunidad
que se habían dado, fue una auténtica tomadura de pelo.
Después de la conversación con Andrea sobre el tema, se había parado a pensar en ello a
conciencia. Su amigo tenía razón, aquello no iba a buen puerto y menos si la actitud de ninguno
de los dos cambiaba.
Hacía un par de semanas que ella había recogido lo que quedaba de sus cosas y se había
marchado definitivamente. Cada vez espaciaba más sus estancias en la casa, Edu desconocía si
los motivos eran laborales o porque tenía a alguien más, tampoco le importaba ya. Cuando las
cosas se enfrían y te das una segunda oportunidad, es para tomártela en serio y disparar con toda
la artillería, ella parecía huir más que atacar.
Estaba deseando tener aquella cita con Mamen para contarle todo y, aunque sabía que ella
se enfadaría por ocultarle su relación con Nuria, esperaba que todo acabase bien.
Ahora estaba muy nervioso y no las tenía todas consigo. Aquel inicio de velada no auguraba
nada bueno, la verdad.
Mamen aguantó las lágrimas en aquel baño.
No quería llorar y se decía a sí misma que lo escuchara antes de decir algo de lo que se
arrepentiría y no tendría solución.
Cogió el móvil en un par de ocasiones para llamar a Estela y contarle lo que estaba pasando,
pero no quería estropear también su noche. Pensó que estaría disfrutando de la compañía de
Andrea, que tanto le había costado encontrar.
Tras unos minutos en los que intentó calmar sus sentimientos, decidió salir y escucharlo. Le
interesaba aquel hombre, quería darle el beneficio de la duda.
Edu la vio regresar caminando despacio.
Cogió aire y lo soltó lentamente intentando calmarse.
Apretó los labios nervioso y después se pasó la lengua por ellos. Tenía la boca seca por la
inquietud que le generaba la situación.
Dio un trago a la copa de vino antes de que ella se sentara.
—Gracias por volver —susurró mirándola fijamente a los ojos. Mamen lo miró también,
apretó los labios y guardó silencio. Eduardo se aclaró la garganta antes de hablar—. Nuria y yo
nos dimos una nueva oportunidad en primavera. Las cosas no estaban bien entre nosotros y
decidimos luchar por nuestra relación. Ahora, echando la vista atrás, quizá fuese yo quien
luchaba. —Guardó silencio unos segundos, ella asintió en señal de que estaba atenta y
comprendía lo que le contaba, pero no era suficiente—. Cuando Andrea vino a la ciudad, estaba
previsto que viniera a casa, pero ya estábamos en ese punto tan complicado y por eso acabó en el
estudio de Estela, algo que le agradeceré toda la vida, porque te conocí.
—No seas zalamero y ve al grano, por favor —pidió con tono de voz serio, aunque le había
gustado escuchar esa última frase.
—Andrea me avisó de que no iba a solucionar nada, conoce a Nuria y su forma de ver la
relación, sabía que no funcionaría, pero yo estaba empeñado en intentarlo, aunque me hizo
pensar un poco en qué deseaba yo de la relación y cómo era en realidad. Entonces apareciste tú y
comencé a pensar más en ti que en ella. Me apetecía verte a ti, quedar contigo, estar pendiente
de si coincidíamos en un aviso, de saber tus turnos de trabajo en lugar de los suyos, hasta que me
di cuenta de que el único que intentaba hacer algo por aquella relación era yo. Ella no hizo nada
por salvarnos, así que, decidí empezar a quedar contigo.
Mamen asintió comprendiendo.
—Entonces, mientras salíamos, ella estaba volando a algún país exótico con una fecha de
vuelta concreta y una cita contigo en el calendario.
A Edu le dolió escucharlo de su boca. Tenía razón en parte y decir lo contrario solo jugaría
en su contra.
—Sí, ella estaba trabajando en alguna parte del mundo o atravesándolo, no lo sé, pero no
tenía citas marcadas en el calendario, al menos no conmigo, por eso decidí empezar a verte.
Necesitaba saber si lo que sentía era fruto de la frustración por no ser capaz de recuperar la
relación o porque me gustabas de verdad.
—¿Y? —preguntó muy preocupada por la respuesta, pero lo disimuló bien. Le dio un trago
a su copa de vino para que pasara el amargor de la situación lo mejor posible, mientras colocaba
la mano libre sobre el bolso de mano de piel que había dejado sobre la mesa.
—Si una chica no me convence en la primera cita, no quedo más con ella —contestó
rápido y conciso.
—¿Entonces? —lo presionó, que menos que oírselo decir.
—Me gustaste antes de esa primera cita —confesó con voz ronca en un tono de voz
profundo y sensual que la ruborizó, aunque luchó por lo contrario.
—¿Pensabas contarme todo esto o te has visto arrastrado por las circunstancias? —preguntó
con un nudo de nervios en el estómago.
—Quería contártelo esta noche, pero con una copa después de la cena —admitió estirando
la mano hasta la que descansaba sobre el bolso. La cogió con la suya en una caricia suave. Ella
dejó que lo hiciera—. No quiero engañarte, nunca ha sido mi intención —aclaró ante su silencio.
—No he tenido muchas relaciones serias, no he tenido tiempo para ello, ni ganas, la verdad.
—Entonces ¿la aplicación de las citas? —preguntó confundido. Mamen asintió.
—Estela pasa mucho tiempo trabajando en la fotografía y cuando no está con eso, está con
sus muñecas por encargo. Sale porque casi siempre la obligamos Leti y yo. Lleva su
responsabilidad económica a tal extremo, que no disfruta. Encima, desde que su abuelo empeoró
en su enfermedad, no salía con chicos ni quería mantener una relación con ninguno, por eso
pensamos que, después de un año en este plan, sería divertido hacerle un perfil en la aplicación,
pero como ella nunca se lo haría sola, nos lo hicimos las tres.
—¿No encontraste a nadie allí? —preguntó curioso.
—Si solo quieres un rollo de una noche, hay a patadas, pero si buscas a alguien especial, no
es tan fácil —explicó la realidad.
—Pensaba que era diferente, todo el mundo está usándolas últimamente —comentó
sorprendido.
—La gente ya no tiene tiempo ni para salir a tomar una copa y arriesgarse a ser rechazado.
Es más fácil así, siempre que encuentres lo que buscas… Hay mucho mentirosillo y mentirosilla
por allí, por eso, escucharte decir que tenías novia me ha dejado KO. Eres el primer chico con el
que me he planteado tener algo más que un rollo —confesó algo tímida—. No me podía creer
que hubiese tenido tan mala suerte… —Eduardo apretó la mano entre la suya mientras cogía
aire—. Me cuesta bastante encontrar a alguien que me guste y que comprenda mis turnos de
locura, el trabajo que desempeño y, al conocerte, pensé que contigo podía ser diferente.
—Mentirosos hay en cada esquina, de eso no nos podemos librar —comentó guardando
silencio unos segundos después—. Entiendo lo que te pasaba. Nuestros trabajos son un enganche
para nosotros, pero es difícil conservar las relaciones. Por algo tenía a una azafata de vuelo por
novia —confesó.
—¿Seguro que era por eso? No tenía nada que ver su cuerpazo y el uniforme.
Eduardo negó con la cabeza sin apartar la mirada de sus ojos.
—No tienes nada que envidiar a ninguna azafata, créeme.
—Gracias, aunque lo dudo.
Los dos se mantuvieron la mirada unos segundos en silencio.
—Me da igual lo que seas, me gustas y quiero seguir quedando contigo, conocerte más,
disfrutar de sitios como este juntos —se declaró Edu—. Siento no habértelo contado todo desde
el principio, pero no sabía lo que sentía en realidad, ahora sí y lo tengo claro. ¿Recuerdas que te
dije que creía que Andrea me había salvado a mí también? A esto me refería, él me abrió los ojos
sobre la realidad de mi relación y me hizo tomar decisiones al respecto. Quería que supieras lo
que me estaba pasando y por qué no estaba al cien por cien contigo, por eso te invité a cenar…
Corté con Nuria hace tres semanas y le pedí que se marchara de casa lo antes posible. Hace dos
semanas que no hay ni rastro de ella en mi piso. No puso ningún inconveniente y así sucedió.
Después dejé pasar unos días para asentar mis sentimientos, recolocar mi vida otra vez y decidir
qué deseaba. —Mamen apretó los labios y después pasó la lengua por ellos. Estaba siendo
sincero, le brillaban los ojos emocionados—. Si te apetece seguir conociéndome, me harías muy
feliz, si no es así, lo entenderé.
Mamen cogió aire nerviosa y feliz a la vez.
Ya sabía todo lo que necesitaba, él estaba libre de verdad y aquel sitio al que la había traído a
cenar era espectacular. ¿Qué podía hacer?
—¿Empezamos cenando? —propuso levantando la copa de vino.
—Sí —contestó Edu imitando su gesto, respirando tranquilo por fin.
La pareja brindó mirándose a los ojos con media sonrisa en sus labios.
—Espero que tengas más sitios como este en mente, has empezado fuerte —comentó
bebiendo de la copa.
—No conozco más, pero los buscaré para ti —dijo con voz ronca y sensual.
Mamen asintió sonriendo.
Era un buen comienzo y una promesa bonita. Esperaba que la cumpliera.
CAPÍTULO 27
La relación íntima entre Estela y Andrea los mantenía contentos y llenos de creatividad.
Los días siguientes a aquel reencuentro, pasaron casi todo el tiempo en el estudio, entre
trabajo y momentos de complicidad.
Se sentían muy bien el uno con el otro, trabajaban muy compenetrados y todo era fácil
entre ellos.
Estela estaba feliz con esa conexión y, por primera vez en mucho tiempo, había encontrado
una estabilidad emocional proporcional a la laboral.
Andrea estaba en una nube. Pensó que tenía perdida la posibilidad de que ella se replanteara
estar con él, pero se equivocaba.
La miró desde su ordenador. Estaba terminando de editar unas fotos para entregar esa
misma tarde. Ella trabajaba con una muñeca desde hacía dos días.
—¿Tienes planes para después? —la preguntó, mirando por encima de la pantalla.
Estela levantó la vista del trabajo. Solo vio los ojos de Andrea, pero sabía que sonreía por el
brillo que desprendían. El tono de voz sensual le erizó la piel.
—Quiero acabar esta muñeca y luego no he pensado nada —contestó, mirándolo con una
sonrisa en los labios que no podía borrar desde hacía días.
—¿Cuánto te queda para acabarla? —indagó más sobre lo que estaba haciendo.
—Una hora o así —contó con una punzada de nervios en el estómago—. ¿Por qué lo
preguntas? Me estás poniendo nerviosa —confesó.
—¿Te pongo nerviosa yo o lo que te pueda proponer para después? —curioseó levantándose
de la silla. Caminó hasta ella despacio. A Estela se le aceleró el corazón.
—Las dos cosas —dijo valiente, soltando los pinceles de la mano. El pulso no era el mejor
para tenerlos cerca de su trabajo.
—Bien —susurró acercándose a ella. Puso la mano en su mejilla, le acarició el pómulo y
dejó un beso en los labios.
—¿Me vas a contar que estás pensando? —susurró en sus labios con los ojos aún cerrados.
Andrea la miraba y sonreía al ver ese gesto de su rostro.
—Tengo que entregar un trabajo en el centro dentro de un par de horas. Podríamos ir
juntos, llevarnos una cámara pequeña y hacer unas fotos del atardecer. —No se había movido ni
un milímetro de su posición. Estela sonrió asintiendo—. Luego podemos cenar algo y tomar una
copa —continuó con la voz ronca—. Incluso bailar, si te apetece o volver a casa.
—¿Puedo elegirlo todo? —preguntó acercándose para pegar su boca a la de él.
—No esperaba menos —contestó sonriente—. Es jueves. El centro estará animado.
—No más que tú, por lo que veo —declaró divertida.
—Termina eso —pidió mientras se levantaba—. Yo voy a preparar la entrega.
Estela vio cómo se alejaba de ella tras dejar un tímido beso en los labios. Esperaba más y se
sintió decepcionada, pero solo en parte, Andrea solía jugar con el deseo y a ella le gustaba esa
parte.
Terminaron sus trabajos y se prepararon para salir y llegar a tiempo a la cita.
Había quedado en una terraza en la azotea del Gourmet Experience del Corte Inglés de
Callao. Querían ir en metro y tardarían un ratito en llegar desde casa, aunque la línea 5 los
llevaría directos.
Estela se puso un vaporoso vestido de verano en color amarillo, con tirantes finos y un
escote pronunciado en forma de v, tanto por delante como por detrás, sandalias de cuña de
esparto y cuero en color blanco, y un bolso cruzado de ganchillo, también claro.
Cuando la vio en la puerta de casa, preparada para salir con él a una cita, se quedó sin
aliento. Solo pudo pronunciar un escueto «guau» al que ella respondió con una sonrisa cómplice.
Habían quedado en que él llamaría al timbre de su casa para recogerla, como si no vivieran
prácticamente juntos.
Andrea quería tener una cita de verdad con ella y aquello era el primer paso.
Estela salió de casa y cerró la puerta con llave. Andrea, mientras tanto, llamó al ascensor.
Bajaron en silencio, dedicándose miradas y sonrisas.
Estela se fijó en lo guapo que se había puesto. Pantalones de verano gris claro, deportivas
blancas y un polo de manga corta también de ese color. Llevaba el trabajo que tenía que entregar
en una bolsa de tela negra.
Salieron a la calle y Andrea no dudó en coger a Estela de la mano.
Ese momento en el que sus manos se tocaron, lo sintieron con la misma intensidad. Una
corriente eléctrica les erizó la piel y dejó un cosquilleo allí donde se tocaban. Se miraron
nerviosos.
Bajaron las escaleras de la estación de metro de Marqués de Vadillo y, cuando el convoy
llegó, observaron que había más gente en Madrid de la que esperaban. En verano, el servicio de
transporte es menos frecuente y con menos vagones.
No había sitio para sentarse, así que, Andrea buscó un hueco junto a las puertas contrarias a
la salida, para proteger a Estela de empujones.
La colocó pegada a la pared, él se colocó delante.
—Gracias —dijo ella, mordiéndose el labio inferior después.
Andrea esbozó una sonrisa cómplice, se agarró a la barandilla con la mano libre. En la otra
sostenía la bolsa de tela.
Estela la cogió, la colocó en el suelo entre sus piernas con sumo cuidado y la sostuvo con
ellas.
Él aprovechó esa liberación para acercarse más y pasarle la mano libre por la cintura.
Ella sintió la piel caliente sobre la tela y cómo le quemaba por donde la tocaba.
Se miraban sin hablar, se sonreían el uno al otro. Estela a veces desviada la mirada para ver
los carteles de las estaciones y saber por dónde iban, aunque en realidad, lo hacía porque su olor
corporal mezclado con el perfume que solía usar, la volvía loca. Estaba tan a gusto con él, que no
le importaba si se pasaban la estación.
Andrea la observaba mientras su esencia lo envolvía. Apretaba los labios o se los mordía
nervioso por lo que sentía. Estaban en un lugar público y no podía hacer lo que deseaba, pero era
divertido imaginar.
A veces sus dedos apretaban la cintura de Estela o cambiaba la mano de posición. Ella cogía
aire cuando lo hacía, como si esa sensación revolucionara su cuerpo. A él le gustaba mucho ver
el efecto del contacto.
Los vaivenes del vagón en algunas estaciones los acercaba más. Estela sonreía más
abiertamente, Andrea aguantaba las ganas de besarla.
—Nuestra parada es la próxima —dijo Estela al ver el cartel de la estación de Ópera.
—Una pena —susurró Andrea a su oído.
Estela cerró los ojos al sentir sus labios rozar la piel.
Los abrió con la sensación de vértigo instalada en el estómago. Lo miró unos segundos y, sin
poder aguantar las ganas, acercó la boca a sus labios.
Andrea no se resistió. Lo estaba deseando.
La besó con calma, despacio, sin soltarse de la barandilla para mantenerse con los pies en la
tierra y bien sujeto a su cintura.
Estela aguantó el suspiro cuando sus bocas se separaron.
Andrea le guiñó un ojo cómplice, se agachó un poco para recoger la bolsa entre sus piernas,
se la colgó al hombro y la cogió de la mano para dirigirse a la puerta.
La colocó delante de él.
Ella sentía cada respiración sobre su cuello, la boca pegada a su pelo.
—¿Tienes un hermano gemelo? —preguntó una chica junto a ellos en la puerta.
—¿Perdona? —preguntó Andrea cortés.
La chica lo miró como los emoticonos del móvil con el corazón en los ojos.
—Qué suerte tienes, hija —contestó dirigiéndose a Estela con gracia—. Ahora mismo, te
envidio mucho. ¡Disfrútalo por mí!
Las puertas del vagón se abrieron y la muchacha salió entre sonrisas y asentimientos de
muchas de las mujeres del vagón.
Estela sonrió con timidez, ruborizada por la situación y muy contenta de que las
compañeras de viaje hubiesen visto la esencia de su chico en aquel corto trayecto.
Andrea le apretó su cintura con complicidad, feliz de que lo que sentía por Estela fuera tan
evidente para el resto del mundo, así, ella tendría la certeza de que era verdadero.
Caminaron fuera del convoy uno detrás del otro hasta la pared. Estela lo miró con sonrisa
divertida. Andrea le cogió la mano enlazándolas juntas. Le dio un suave beso en los labios antes
de salir del andén.
Los dos caminaron fuera del metro en dirección a la terraza donde habían quedado.
Andrea encontró a su cliente, le entregó el trabajo lleno de ilusión. Estela sabía que aquella
oportunidad la valoraba como si fuera oro y esperaba que los clientes también lo vieran.
Quedaron muy contentos, se trataba de las fotos de unas bodas de oro, lo recogía un hijo del
matrimonio y su mujer. Verlos felices con lo que había hecho, era ya un regalo que le había
costado mucho conseguir. Alabaron su creatividad, haciendo que su mirada brillara sincera y
emocionada. Estela disfrutó del momento, de ver cómo reconocían el trabajo del chico que
ocupaba su corazón. Por fin, se despidió cortés de los clientes.
—Enhorabuena, artista —lo alagó—. Ha ido muy bien. Quizá te salgan otros trabajos de
conocidos suyos —lo animó la chica.
—Gracias. Me hace muy feliz que les guste lo que he hecho. Ojalá salgan más
oportunidades, sí, pero ahora no quiero pensar en trabajo, quiero salir contigo —confesó
acercándose a su boca.
—¿Dónde quieres ir? —preguntó divertida dejando el tema laboral atrás.
—Nos hacemos unas fotos aquí en el mirador y… ¿Te apetece dar una vuelta?
Estela asintió, se levantó de la silla y se dirigieron al exterior de la terraza. Se hicieron
algunas fotos en el mirador con los móviles, pero también con la cámara digital que Estela
llevaba en el bolso.
Caminaron por Gran Vía cogidos de la mano en dirección a plaza de España entre miradas
cómplices, querían intentar llegar al Templo de Debod al atardecer.
—Este sitio es magia —dijo Estela contemplándolo, tras subir las escaleras del monumento
que recuerda que allí estuvo también el Cuartel de la Montaña, destruido durante la Guerra
Civil.
El sol estaba bajo ya, empezaba el atardecer y la luz comenzaba a desaparecer.
Andrea se quedó detrás de ella. La dejó caminar en dirección al monumento egipcio de más
de dos mil doscientos años, mientras sacaba el móvil.
La fotografió de espaldas, caminando, la grabó para crear un GIF. Estela se giró buscándolo
cuando se dio cuenta de que le estaba haciendo fotos.
Sacó la cámara del bolso y comenzó a fotografiarlo también a él.
La luz fue desapareciendo mientras se fotografiaban el uno al otro, los dos juntos o
enfocaban al atardecer.
Estela se acercó a mirar una foto que Andrea había sacado bajando la cámara casi al suelo,
mientras dos perros jugueteaban frente al templo.
—Es una pasada —susurró la chica al verla.
Andrea sonrió ante el piropo.
—Me gusta más esta —dijo pasando las fotos hasta una en la que ella se giraba a mirarlo
con el atardecer al fondo. El contraste de luz con su sonrisa y la mirada verde que lo volvía loco
entre el pelo alborotado por la ligera brisa, lo había enamorado.
Estela estaba apoyada en su hombro, mirando la instantánea digital, cuando se vio a sí
misma de una forma en la que nadie la había mostrado.
Se vio feliz, contenta, relajada, divertida y preciosa. Nunca se veía lo suficientemente guapa.
—Es preciosa. Eres un gran fotógrafo. No lo dejes nunca, pase lo que pase en tu vida —le
dijo mirándolo, con la boca muy cerca de sus labios. Sabía que estaba pendiente de su abuelo,
aunque no quisiera mencionarlo. De lo que le sucediera a él, dependía su futuro.
—Gracias, pero no he hecho nada —contestó con la voz enronquecida por la emoción—.
Esta eres tú, es tu luz, tu sonrisa, tus ojos… Así te veo yo.
Estela nunca pensó que se podría enamorar, creía que solo encontraría a chicos con los que
estar a gusto, compartir intereses y tener una relación sana, pero con Andrea era tan especial
que, tras escucharlo, no tuvo duda de que se estaba enamorando de él.
—No sé qué decir —se sinceró ruborizada, apretando los labios.
—No digas nada, bésame —pidió en un susurró muy cerca de su boca.
Estela no lo dudó ni un instante. Acercó los labios a los suyos y se dejó llevar por lo que
sentía.
Tenía la sensación de que, a pesar de lo que se deseaban, de que se gustaran tanto y
hubiesen dado un paso al frente para estar juntos a pesar de las dudas, se contenían, medían el
contacto, los besos, la cercanía porque, cuando más se enganchara el uno al otro, peor sería si no
salía bien.
CAPÍTULO 28
La tarde por Madrid acabó en una cena en el Mercado de San Miguel, probando diferentes
tapas y platos, por la variedad de puestos que lo formaban.
—Me encanta este sitio —declaró Andrea tras pedir otro par de vinos en una de las barras.
—A mí también —confesó Estela, dando un sorbo a la copa que le pasaba.
Andrea dejó la suya sobre la barra donde estaban y sacó la cámara del bolso de ella. Enfocó
al fondo y comenzó a hacer fotos a los puestos, la comida, las copas…
Estela disfrutaba mucho viéndolo trabajar.
—Cuando acabemos de cenar, ¿dónde quieres ir? —le preguntó pasando la mano por la
pierna que tenía apoyada en el taburete en el que ella se sentaba.
Andrea estaba apuntando con la cámara al puesto de fruta cercano y la bajó en el mismo
instante en que sintió que lo tocaba.
—Donde quieras tú —contestó con voz sensual.
Ella suponía que le diría eso.
—He pensado que quiero una copa y quizá también bailar.
—De acuerdo —respondió cogiendo aire mientras ella pasaba la mano por su muslo de
arriba abajo.
—Pero creo que, por hoy, ya te he compartido suficiente con el resto del mundo —se
contradijo haciéndole arrugar el ceño confundido.
—¿Entonces? —preguntó, intentando buscar una respuesta coherente, disimulando como
pudo los nervios, las mariposas en el estómago, el deseo por ella.
Estela se acercó a su oído, dejando que los labios rozasen su piel.
—Tengo una botella de vino en la nevera y una terraza donde bailar sin que nadie nos
moleste —susurró sin dejar de tocarlo. Sintió al instante como él cogía aire y apretaba los labios.
La miró con los ojos llenos de fuego.
—No veo el momento de llegar —confesó.
Estela sonrió con picardía. A Andrea le gustó el gesto, pero no aguantó las ganas de besarla.
Pasó una mano por su cuello, dejando que el pulgar acariciara su rostro, la mejilla, el lóbulo
de la oreja retirando el pelo, haciendo que ella entrecerrara los ojos.
Acercó la boca a sus labios y la besó con lentitud.
Estela tembló ante su contacto. No podía evitarlo. Andrea profundizó el beso lo suficiente
para despertar el deseo en ella, pero sin alargarlo demasiado para los ojos indiscretos.
Se separó de su boca y sus miradas se cruzaron.
—Cogeremos un taxi —propuso en un susurro. Ella asintió.
Sin más palabras, recogieron sus cosas, dieron un último trago a la copa y se marcharon de
la mano entre el gentío.
Cuando llegaron a casa de Estela, ella fue directa al baño, él a la nevera.
Se miró en el espejo.
Estaba diferente. Era como si se hubiese puesto un filtro de felicidad de Instagram. Se sonrió
a sí misma.
«Pase lo que pase, disfruta de cada instante de la vida. Es muy corta», escuchó en su mente
como si su abuela Sofía se lo dijera al oído.
Apretó los labios por la emoción. Sonrió aún más a la chica del espejo y salió del baño
dispuesta a seguir el consejo.
En la cocina estaba la botella de vino en el enfriador y las dos copas, ni rastro de Andrea.
Salió al pasillo y vio la puerta que comunicaba con el estudio abierta.
A los pocos segundos lo vio aparecer con una pequeña bolsa en la mano.
La sonrió mordiéndose el labio inferior, dejó un beso en sus labios. Estela recogió las copas
sobre la encimera, él la botella.
Andrea cogió las llaves sobre el mueblecito de la entrada y dejó que ella saliera primero.
Cuando fue a cerrar la puerta de la casa se fijó en el llavero.
Carpe diem decía en letras metálicas.
—Es el llavero de mis abuelos. Me lo dio mi abuelo cuando me regaló el estudio —contó
Estela tras él, al darse cuenta de lo que miraba. Se había dado la vuelta al no escuchar las vueltas
de la cerradura.
—Qué sabios —susurró sonriéndola. Ella asintió con otra sonrisa en los labios. Andrea echó
la llave y los dos subieron a la azotea.
Colocaron las cosas sobre la mesa bajo la tenue luz que llegaba de la calle. Estela se alejó de
allí y fue encendiendo las pequeñas luces que iluminaban un poco el alrededor.
Él sacó un pequeño altavoz de la bolsa que llevaba y lo conectó a su móvil, seleccionó algo
en la pantalla y después abrió el vino.
Tabú de Pablo Alborán y Ava Max comenzó a sonar.
Andrea sirvió dos copas del frío vino y, cuando se dispuso a llevar una a Estela, se quedó
observándola embobado. Bailaba y cantaba la canción, mientras iba iluminando el espacio con
las diminutas luces enredadas en la estructura de las antiguas cuerdas de tender.
Se acercó a ella con la bebida. Le cogió una copa y, tras brindar mirándose a los ojos, dieron
un trago.
Estela se acercó para bailar junto a él sin dejar de cantar la letra. Andrea la cogió por la
cintura acercándola más. Ella sonrió. Él cantó la parte del estribillo de Pablo, ella le contestó con
el de Ava, sin dejar de moverse uno pegado al otro.
Andrea paró un momento, recogió las copas de sus manos, dejándolas en el alfeizar de la
terraza y regresó a su lado.
La cogió de la mano, tiró de ella y la hizo dar una vuelta sobre sí misma. Estela emitió una
risa divertida que a él le iluminó el corazón.
La recogió entre sus brazos, pegando sus cuerpos otra vez.
Siguieron el ritmo con las caderas, disfrutando de la privacidad de aquella terraza y de su
mutua compañía. Divertidos, cómplices, sensuales.
La música cambió a una canción de salsa, Quédate una noche más de Dani J y La Máxima 79.
Estela ya se había sorprendido bailando con él en casa una canción con ritmos latinos, pero
esa noche, con una canción de salsa de verdad, la enamoró.
No es que fuera un experto bailarín, ella tampoco, pero se defendía más que bien con los
ritmos latinos y no era lo habitual.
Además, la letra parecía que hablaba de ellos dos…
—Quédate conmigo, una noche más, quédate conmigo, toda la vida —le cantó la letra
pegado a su cuerpo, sin perder el ritmo, rozando su piel con su boca.
Estela apretó los labios mientras lo escuchaba, sintiendo la sinceridad en su voz.
La canción acabó y dejaron de bailar.
Lo miró a los ojos con la respiración acelerada.
—No te asustes —le pidió Andrea recuperando el resuello. Pensaba lo que había cantado y
ella sabía que le gustaba mucho, pero no estaba preparada para escucharlo.
Estela sonrió tímida. No sabía si su relación podría durar toda la vida, eso es imposible pero,
ahora, tras conocerlo, le elegiría para intentarlo.
Sentía que no podía decirle sus pensamientos en voz alta, necesitaba protegerse aún. Se
humedeció los labios y acercó su boca a la de Andrea. Él recorrió el escaso camino que quedaba
para fundirse en ese beso.
La sensual Poquito de Anitta y Swae Lee los envolvió.
La brisa de una tormenta lejana apaciguó el calor que sentían por el deseo creciente de
ambos.
Estela pasó la mano por la cintura de Andrea para colarse por dentro de su ropa. Andrea
gimió al sentir los dedos pasear por su piel ya caliente. Ella sintió que su erección crecía más
pegada a su sexo. Suspiró en su boca.
El viento sopló un poco más fuerte y algunos truenos comenzaron a sonar en la lejanía. Los
ignoraron.
Él bajó despacio un tirante de su vestido amarillo. Ella tembló al sentirlo.
Andrea deshizo el beso para dejar los labios y comenzar a besar su cuello. Estela jadeó al
sentir como su boca le recorría el cuello y el hombro hasta llegar al pecho.
Allí nadie los vería pero, aunque así fuera, en ese momento no sabía si le importaría. Era
extraño, jamás se habría planteado algo así.
You de Majid Jordan los acompañaba ahora como si aquella lista de canciones estuviera
hecha para seguir sus pensamientos.
Estela cogió con suavidad el cuello de Andrea y tiró un poco de él para que volviera a su
boca.
Él la miró con intensidad unos segundos antes de besarla sin apartar la mirada. Estela lo
imitó.
Se sonrieron sin dejar de besarse.
Andrea la cogió de la cintura e hizo que se subiera a sus caderas colocando sus piernas
alrededor de ellas.
Caminó con ella así hasta los asientos de la terraza. Se puso de rodillas sobre los cojines y se
fue inclinando hacia ellos con Estela sujeta a él sin dejar de besarlo.
En cuanto estuvo segura sobre el sofá, le desabrochó el cinturón, abrió el botón y bajó la
cremallera.
Andrea levantó un poco su vestido y le quitó la ropa interior.
Sacó un preservativo del bolsillo y se lo dio para que lo abriera mientras él se quitaba el polo
y los pantalones.
Estela lo preparó y se lo puso en cuanto él estuvo listo.
Se tumbó sobre ella con cuidado de no hacerle daño, aquello no era una superficie muy
consistente, pero esperaba que fuese lo suficiente.
Ella estaba preparada y lo recibió dentro de su cuerpo con un jadeo inicial que rápidamente
se convirtió en un gemido de placer.
Andrea comenzó a moverse con movimientos rítmicos, sin apartar los ojos de los suyos, ella
tampoco.
Lo sentía dentro de ella a cada milímetro que se movía, dejándola sin aliento.
No paró hasta que ella llegó al clímax, él lo hizo después.
Unas gotas de agua comenzaron a caer sobre ellos a la vez que Andrea se tumbaba sobre
Estela.
—El cielo no quiere que sigamos juntos —susurró Estela con la respiración entrecortada,
abrazándose a Andrea que recuperaba el aliento.
—Aquí, no. Nos tiene envidia —contó mirándola al incorporarse un poco y sostener su
peso sobre un brazo—, pero podemos seguir en mi estudio —propuso decidido a enamorarla al
máximo. Era su única posibilidad para que no tuviera más miedos que poner como excusa.
—Mi cama es más cómoda que tu sofá —contestó Estela, levantado las cejas un par de
veces con picardía.
Andrea sintió la felicidad plena en aquellas palabras. No definían nada, solo que quería
pasar con él aquella noche y le dejaba estar en su casa, pero era más que suficiente para seguir
por el camino que él quería.
Las gotas comenzaron a caer de forma más continua y grandes, mojándolos de verdad.
—Esto se pone muy feo —declaró Andrea levantándose deprisa. Se quitó el condón, se
puso la ropa interior y ayudó a Estela a ponerse la suya. La chica reía mientras su vestido
amarillo se mojaba y dejaba ver su cuerpo a través de la tela—. Corre a casa, yo recogeré todo.
Estela corrió por la azotea con las copas en la mano, mientras Andrea cogía lo que faltaba.
Ambos eran conscientes de que su relación podía cuajar hasta límites insospechados, pero
también de que no tenían ninguna seguridad en el futuro. Lo mejor era que esa noche no
importaba, solo importaba disfrutar.
Andrea escuchó a Estela por las escaleras como reía al llegar a casa y verse empapada, él
también rio mientras se dirigía a su encuentro.
Entró en su casa, ella lo esperaba. Le quitó las cosas que llevaba en la mano y las dejó sobre
el aparador de la entrada.
Él aguardó divertido para ver qué le esperaba.
Estela cerró la puerta, echó la llave y se volvió a él.
—¿Por dónde íbamos? —preguntó mientras tiraba de los tirantes de su vestido empapado
dejándolo caer al suelo.
CAPÍTULO 29
Andrea se despertó antes que Estela. Verla sobre la cama, desnuda, con tan solo un poco de
tela de algodón tapándola ligeramente hasta la cintura, lo dejó sin aliento.
Esperaba que fuese mutuo, porque después de tanto empeño en conquistarla, tenerla entre
sus brazos, sentir el placer de estar dentro de ella, disfrutar de sus besos, de sus gemidos y que no
saliera bien, no lo iba a soportar.
Sintió la erección creciente al pensar en la noche que habían pasado. Se concentró en
evadirse, quería dejarla dormir.
Se levantó con sigilo, se daría una ducha fría.
Al pasar por la mesilla se fijó en las pastillas que aún descansaban sobre ella.
Pensó en la posibilidad de conseguir que no se tomara ni una más estando a su lado. Sonrió,
pero para eso, primero tendría que saber…
Entró al baño intentado calmar la cabeza. Imágenes de su madre y los malos tiempos
empezaban a empañar su más que feliz mañana.
Miró su sexo.
—Esto sí que es un bajón de cojones —susurró ante la ducha.
Entraron al hospital los dos solos, de la mano y en silencio. Se dirigieron donde la familia de
Andrea les había explicado. Una vez allí, una enfermera muy amable les preparó para entrar a
visitar a Carlos.
—Pase lo que pase aquí dentro. Todo está bien entre nosotros. No te desprecio ni quiero
dejarte mal ante él ni nada que puedas imaginar similar —dijo Andrea ante la puerta.
—¿Qué? —preguntó la chica sorprendida por la afirmación.
—Es probable que él haga algún comentario que nos haga daño o que nos enfrente o por el
que calle y no te defienda —confesó mirándola con tristeza—. No es así, es solo que no quiero
discutir con él, quiero que me hable de la almazara y de lo pendiente, antes de que esto explote.
Es necesario para que el negocio no se resienta.
Estela asintió comprendiendo.
—Tranquilo, lo entiendo. No te preocupes.
—Vamos allá —susurró cogiendo aire mientras enlazaba los dedos con los de ella para
entrar cogidos de la mano.
A Andrea le impresionó verlo postrado en la cama. Era un hombre fuerte y activo. Aquella
situación era triste y así lo sentía. Tenía grandes diferencias con su abuelo, muchísimas, pero lo
quería. Le entristecía verlo así.
—Vaya —habló el anciano al reconocer a su nieto—. Has venido pronto —comentó con
seriedad.
—Si lo hubiera sabido cuando todo pasó, habría venido antes —replicó a su provocación,
acercándose a la cama, dejando claro desde el principio que le habían ocultado su estado.
El anciano miró a la chica que lo acompañaba archivando la información de aquella frase.
Arrugó el ceño.
—Siento recibirla así, señorita. ¿Es amiga de mi nieto? —preguntó con la voz dulcificada,
nada de la dureza con la que hablaba a Andrea.
—Soy Estela —se presentó con una sonrisa sincera—. No se preocupe, lo importante es que
se ponga bien pronto y podamos vernos fuera de aquí.
El hombre asintió, haciendo un gesto con la boca de aprobación.
—Me gustas. Espero que mi nieto sepa conservarte —comentó como si no confiara en nada
que tuviera que ver con él. A ella le dolió escucharlo, no quería ni pensar cómo sería oírlo a cada
paso que daba Andrea.
—Le aseguro que sí —contestó Estela, ampliando la sonrisa, apretando la mano de su chico
para que sintiera aquella afirmación no solo con las palabras.
El hombre la miró con menos cortesía. No le había gustado que le contestase, menos tan
feliz.
¿Quería que su nieto fuera un desastre en la vida o qué? No entendía a aquel hombre.
—¿Cómo estás? —preguntó Andrea, ignorando los comentarios y gestos de su abuelo.
Estaba tranquilo por Estela, que era lo único que le importaba.
—Jodido, pero deseando salir de aquí. Tengo un negocio que sacar adelante.
—Seguro que los médicos hacen todo lo que pueden para que te marches pronto, abuelo.
—No los veo muy interesados. Casi tanto como a ti en lo que concierne a esta familia —
soltó la puya en cuanto tuvo oportunidad.
Andrea miró a Estela con una mezcla de ira y tristeza en la mirada, que no le hizo falta
decir nada para que ella comprendiera.
—Espero que se recupere pronto, Carlos. Les dejaré que hablen de sus temas privados —se
despidió la chica con elegancia—. Te espero fuera, amor —dijo a su chico, antes de dejar un
escueto beso en los labios de Andrea, que le supo a empujón para enfrentarse a la situación.
Los dos hombres guardaron silencio hasta que ella se hubo marchado.
—Vaya, es guapa, inteligente, prudente, elegante… No me lo esperaba —comentó el
enfermo.
—Como todo lo que me incumbe. No es ninguna novedad —apostilló tranquilo.
Carlos lo miró sorprendido. Esa templanza en su nieto le hablaba de un cambio en él.
—No quiero discutir de gilipolleces, hijo, tengo muchas cosas importantes en las que pensar
y de las que ocuparme ahora mismo —comentó mordiéndose la lengua. Estaba a punto de
decirle que, si era para eso para lo que había ido, mejor que se marchara, pero se reprimió las
ganas. Algo pasaba.
—Yo también, por eso he venido.
—Tú dirás —dio pie a que comenzara a hablar de las cosas serias por fin. Aunque no las
tenía todas consigo.
—Me haré cargo de la almazara hasta que puedas volver —anunció, haciendo que aquellas
escuetas palabras le agrandasen los ojos a un punto en el que nunca los había visto. Estaba seguro
de que lo había dejado sin habla, aunque no lo reconociera.
—¿Y si nunca puedo volver? —preguntó el anciano, yendo un punto más allá. No podía
evitarlo.
—En ese caso, serán mis decisiones las que prevalezcan. No tendré problema en llevar a
cabo la estrategia empresarial que vea más conveniente —replicó con soberbia inteligencia,
dejándolo más preocupado de lo que estaba. Sobre todo, por la sonrisa insolente de su nieto.
¿Qué coño le había pasado en Madrid esos días desde la última visita?
—Qué quieres —ordenó que le contara.
—No creo que estés en condiciones de rechazar mi ayuda. Solo quiero saber qué hay
pendiente por hacer, qué necesitas que haga y cómo lo tienes organizado para que la fábrica no
se resienta. Lo demás, ya lo hablaremos.
El anciano se sorprendió, pero no entró en más réplicas, le contó lo que necesitaba saber.
Andrea, diligente, tomó notas de todo para no olvidar nada, consumiendo casi todo el
tiempo de la visita.
Carlos, desconcertado por la actitud de su nieto, aflojó un poco el acoso y derribo al que lo
sometía continuamente.
—Me gusta esa chica —retornó a Estela.
—Pues ya somos dos, aunque espero que a ti no te guste como a mí —comentó, intentado
ser divertido. Era su abuelo y le dolía estar siempre enfadados.
El enfermo esbozó media sonrisa cómplice que desarmó al muchacho. Hacía años que no la
veía.
—Ya no tengo edad —contestó.
—Estela es especial, por eso quería que la conocieras. Mamá me ha dicho que no saben
cuánto tiempo estarás aquí y yo…
Carlos se emoción al escuchar a su nieto.
—Espero que me den pronto la libertad, pero has hecho bien en traerla si querías que la
conociera. Nunca se sabe.
—Sí, nunca se sabe… —susurró, pensando en que había tantas posibilidades de que aquello
no saliera bien que no sabía ni cómo iba a salir de ello.
—¿Qué tal están tu abuela y tu madre? —preguntó por las mujeres.
—Bien. Las veo fuertes dentro de la inesperada situación. Hoy es la romería y les he dicho
que se quedaran y descansaran un poco.
—Has hecho bien. Tu abuela no se ha perdido una desde que tiene uso de razón.
—Lo sé —asintió sobre aquella afirmación. Era un día grande para el pueblo y para ella.
—Cuando llegues a la fábrica, habla con Norberto, él te ayudará —le dijo a modo de
despedida—. Y ven a verme asiduamente para contarme cómo están las cosas —ordenó más que
pidió.
—No te preocupes, sé con quién tengo que hablar. No estoy en la almazara trabajando, pero
sé quién es tu mano derecha —lo retó sonriendo—. Vendré, pero no sé cuándo. Tengo que
arreglar cosas en Madrid en cuanto encarrile la fábrica, pero tranquilo —se apresuró a decirle
antes de que se alterase—. Será rápido. Cumpliré mi palabra y me haré cargo de todo.
—De acuerdo, estoy en tus manos, no puedo hacer nada mientras esté aquí…
—Sí, descansar y coger fuerzas para la vuelta, eso es lo que tienes que hacer —lo reprendió
acercándose a él, aguantando las ganas de pedirle que se recuperase pronto para devolverlo a su
vida—. Nos vemos pronto —se despidió, dejándole un beso en la mejilla. Hacía muchos años
que no se lo daba, pero era el momento de hacerlo.
Se apartó emocionado, pero lo disimuló.
—Nos vemos pronto —contestó Carlos desconcertado. Aquella visita había sido una caja de
sorpresas y ese colofón iba a ser difícil de olvidar.
CAPÍTULO 33
El camino de vuelta fue más silencioso de lo esperado. Estela, viendo que Andrea no estaba
muy animado para hablar de lo que había ocurrido en aquella habitación, buscó en la lista de
Spotify del coche.
Encontró una carpeta de Harry Styles y, sorprendida, dio al play.
—No me puedo creer que tengas una lista de Harry.
—¿Por qué? Me gustan algunas canciones del nuevo disco. ¿Lo has escuchado?
—Sí, lo he escuchado y me ha sorprendido gratamente.
—Como a mí —contestó con media sonrisa que no llegaba a sus ojos. Tenía una tormenta
de sentimientos sobre todo lo que le estaba sucediendo y que no le dejaba estar como siempre
con ella, ni con nada.
Estela guardó silencio de nuevo mientras la música de Watermelon Sugar invadía el coche.
Fuera lo que fuese lo que habían hablado en esa habitación del hospital, algo había
cambiado en Andrea.
Sentía que, un poco del chico urbanita que conocía, se había perdido para siempre.
Era un tipo maduro con las ideas claras, pero aquella situación lo había elevado a uno o dos
niveles por encima de lo que debía estar viviendo por edad.
Asistir a un cambio así, era un privilegio, pero también le hacía estar en la cuerda floja.
Andrea condujo el coche por aquella carretera comarcal, casi sin entrar en conversación,
intentado disfrutar de la calma del trayecto para enfrentarse a la batalla que le esperaba en casa.
No sabía cómo se las apañaba, pero ir a casa se había convertido en una pelea continua.
Adore You comenzó a sonar y él a cantarla en voz alta.
Estela lo miró sonriendo, dejándole que canalizara sus sentimientos a través de la música,
susurrando la letra.
Honey
(Amor)
I’d walk through fire for you
(Caminaría sobre el fuego por ti)
Just let me adore you
(Déjame adorarte)
Oh, honey
(Oh, mi amor)
I’d walk through fire for you
(Caminaría sobre el fuego por ti)
Just let me adore you
(Déjame adorarte)
Like it’s the only thing I’ll ever do
(Como si fuera lo único que hare )
Like it’s the only thing I’ll ever do
(Como si fuera lo único que hare )
Hoy comenzaba el principio de su nueva vida. Una que había esquivado cuanto había
podido, pero ella aún estaba allí y quería decirle lo que sentía, por si no tenía más ocasiones.
Aquella canción transmitía a la perfección lo que sentía por ella y no quería perder la
oportunidad de decírselo, aunque no fuesen sus palabras, aunque fuesen en otro idioma…
Estela disfrutó cada segundo, compartiendo miradas cómplices con él, hasta que se acabó la
canción y quedaron en silencio.
Siguieron escuchando la música hasta que llegaron al desvío del pueblo. Todos estaban en la
ermita, disfrutando de la romería.
Ellos pasaron de largo.
Lupe y su madre, que habían bajado a llevar su ofrenda a la virgen con un centro de flores
artesanal, vieron como el muchacho se marchaba en dirección a la casa.
—Ya está aquí. Hay que irse —apremió la anciana.
—Déjale un rato con ella. No tenemos prisa —pidió a su madre—. Ya sabemos lo que va a
pasar y no vamos a poder hacer nada. No lo estropeemos más de lo que el destino les tenga
preparado.
La mujer hizo un gesto negativo con la cabeza, no estaba de acuerdo en lo que iba a ocurrir,
pero se quedó allí un poco más, concediéndole intimidad.
Andrea entró a la finca a velocidad lenta.
Tendría que empezar a acostumbrarse a estar allí. Iba a ser su día a día.
Paró el motor, pero no hizo amago de salir del coche.
Dejó una mano sobre la parte baja del volante. La que había girado la llave del contacto,
reposando sobre su muslo, como si estuviera cansado.
Estela se quitó el cinturón de seguridad y se giró levemente para mirarlo.
No dijo nada. Respetó su silencio.
Andrea cogió aire muy profundo y lo soltó lentamente, sintiendo cómo la vida que deseaba
se escapaba por segundos en cada miligramo de oxígeno.
Tragó saliva, apretó los labios y la miró.
—Hoy hay un baile en la plaza del pueblo. Se celebra el final de la romería tras dejar a la
Virgen de nuevo en la iglesia. ¿Te gustaría ir conmigo? —preguntó sorprendiéndola. Estela
pensaba que iba a hablar con ella sobre su futuro, tenía el corazón en la garganta esperando esas
malas noticias.
Pestañeó un par de veces confundida.
—Sí, claro que sí —contestó sin ocultar su desconcierto.
—Gracias —contestó él, cerrando los ojos agotado.
—¿Estás bien? —le preguntó pasando la mano en una caricia sobre la que descasaba sobre
su pierna.
—No —se sinceró—. Tengo la sensación de que todo lo que quiero se va por el desagüe.
—Lo sé, pero no es así, es solo un bache en el camino —lo animó.
—No tenía que haber insistido en que me quisieras. Estarías mejor sola o con tus citas por
internet —confesó lo que realmente le dolía de todo lo que le estaba pasando.
—Me alegro de que conquistases mi corazón. He conseguido ser un poco más feliz de lo
que tenía como expectativa, de lo que creía que mi vida me permitiría.
—Lo que dice la canción que he cantado antes, es lo que siento. Ahora caminaría sobre el
fuego por ti, si con eso pudiese borrar esta pesadilla, pagaría el peaje.
Estela se acercó un poco más a él. Le acarició el rostro.
—Que tengas que ayudar a tu familia en un momento tan delicado, no significa que no
podamos seguir juntos, que tengamos que terminar con lo nuestro. Nos acostumbraremos a
vernos menos, a aprovechar cada segundo que podamos estar juntos, solo es un cambio, no el
final.
Andrea esbozó una sonrisa triste.
Él sabía que no, sabía que allí el tiempo era eterno cuando no había nada que hacer, pero
que en la almazara faltaban horas. No había tiempo libre si surgían problemas, si se quería
producir a tiempo, buscar jornaleros, incluso hacer arreglos él mismo para ahorrar costes. Lo
había visto hacer toda la vida.
—Perdóname —pidió cogiéndola de la mano.
—No tengo nada que perdonarte —insistió en dejar de lado su negatividad—. Anda, vamos
a comer algo y a ese baile, a ver si así te animas un poco —pidió dejándole un escueto beso en los
labios.
Andrea dejó que ella se bajase del coche a preparar lo que había dicho, sabiendo que esa era
la última noche que pasarían juntos en mucho tiempo, quizá la última para siempre.
Estela dejó que las lágrimas recorrieran su rostro, ahora que Andrea no podía verlo.
Escucharlo, le partía el corazón.
A veces la vida nos envuelve en situaciones que no podemos controlar a las que hay que
adaptarse, la putada es que lo haga en una época tan temprana en la que se supone que tendrían
que vivir felices y disfrutar.
Nadie te prepara para hacer frente a la vida adulta de la noche a la mañana. Ni el colegio ni
la universidad ni tus profesores, ni siquiera las vivencias de cuantos te rodean.
Cuando llega el momento de crecer y plantearse la vida de verdad, no hay más que
enfrentarlo con inteligencia y gestionarlo de la mejor manera posible.
A ellos les iba a costar.
Mucho.
CAPÍTULO 34
Los pasodobles se escuchaban desde el porche de la casa familiar.
Estela se preparaba para bajar a la plaza, mientras Andrea había salido a buscar a su familia.
Su móvil comenzó a sonar.
Terminó de pintarse el perfilador de medio labio y contestó poniendo el manos libres para
poder continuar con el maquillaje. Estaba sola en casa.
—¿Dónde estás? Estoy en la puerta de tu casa y no me abres —escuchó a Mamen al otro
lado.
—Estoy en casa de Andrea.
—Pues abre —pidió la amiga sin comprender, pensando que estaban en el estudio de él.
—En Guadalajara.
—¡Qué! ¿En serio? —preguntó descolocada por aquella noticia.
—Tenía que venir a ver a su familia. Su abuelo está en el hospital, está pasando por un mal
momento y lo he acompañado —explicó sin más detalles.
—Para no querer novio, bien que te estás metiendo en la relación, guapa —espetó sin poder
evitarlo.
Estela guardó silencio unos segundos.
Su amiga tenía razón, había sido muy radical con el tema parejas, incluso se negó
inicialmente a hacer aquel perfil para citas, pero tampoco era para echárselo en cara así.
—No voy a entrar en este tema. ¿Qué necesitas? —preguntó esquivando el asunto,
interesándose por su visita a casa.
—Perdona, pero es que me has dejado loca —se explicó—. Solo quería charlar y contarte lo
que pasó con Edu, pero ya lo hablaremos en otro momento.
—¿Fue bien? —se interesó. No lo recordaba, había estado muy ocupada con Andrea. Se
avergonzó por el olvido, pero no dijo nada, intentaría enmendarlo.
—Fue muy bien. Ya te contaré —afirmó—. ¿Tú estás bien? ¿Qué le ha pasado al abuelo de
Andrea?
Estela explicó a su amiga lo que estaba pasando. Intentó no llorar, no emocionarse, pero
Andrea se había convertido en un pilar de su vida y perderlo, aunque solo fuera físicamente por
un tiempo, no lo iba a llevar bien.
Andrea entró a casa directo a la habitación para darse una ducha y cambiarse.
Las reuniones del pueblo no se regían por un protocolo específico, pero en eventos así, todo
el mundo acudía de punta en blanco.
Su abuela no le perdonaría aparecer hecho un Adán. Nunca lo había hecho y no iba a
empezar en un momento tan delicado.
Abrió la puerta entreabierta dispuesto a entrar, pero se quedó a medias.
Estela hablaba por teléfono.
—Edu dice que el abuelo de Andrea es un tipo muy duro que lo tiene amargado —contó
Mamen desanimada—. Espero que solo sea temporal. Según me cuenta, cuando vivía en
Guadalajara, no era un chico feliz.
—Lo sé. Me ha contado muchas cosas, pero no tiene otra salida. La empresa tiene que
subsistir —explicó Estela con un deje de tristeza—. Ha controlado el lazo de unión todo lo que
ha podido, hasta que lo ha ahogado.
El chico se dio media vuelta para salir y guardar su privacidad no tenía que estar
escuchando aquello.
—¿Y tú cómo estás? ¿Estás preparada para esta movida? —preguntó Mamen—. Me jode
mucho esta situación ahora que te habías decidido a vivir un poco.
Estela dejó de maquillarse, cerró los ojos y cogió aire.
—No, no estaba preparada para esto y no lo llevo bien, pero me gusta mucho y quiero
intentarlo —confesaba, dejándolo sin aliento, escondido tras la puerta. Esperó unos segundos
más. Sabía que no estaba bien quedarse, pero no podía resistirlo—. Él tiene un plan y, si su madre
lo ayuda, saldrá bien, el problema es que no sé cuándo funcionará. —Andrea cerró los ojos
dolido. Era cierto, tenía un plan, pero a largo plazo y ahora no había tiempo para eso. Su única
opción era que su abuelo se recuperase y se hiciera cargo del negocio como hasta ahora, mientras
su madre aprendía todo lo necesario. Una utopía de la que no había querido hablarle.
—¿Y qué hay de tu plan? —preguntó Mamen recordándole lo que ella deseaba un par de
meses atrás.
—Ya sé que yo tenía un plan, pero a veces la vida nos los cambia —confirmó que no lo
había olvidado—. Te recuerdo que fuiste tú quien insistió en que le diera una oportunidad.
Andrea salió de allí antes de que lo descubrieran, pero también porque lo que escuchaba le
partía el corazón.
Se metió en el baño de invitados y abrió el grifo de la ducha. No quería pensar en nada por
un rato. La cabeza le iba a explotar.
Las cosas con su madre y su abuela tampoco eran fáciles. Había pospuesto la conversación
sobre el futuro para el día siguiente. Quería que disfrutasen de la fiesta, todos los necesitaban.
Se desnudó con rapidez y se metió debajo del chorro templado.
Necesitaba aquella paz.
Andrea y Estela pasaron una noche divertida con los amigos de su quinta.
Tenían un local habilitado como peña durante todo el año, con equipo de música, neveras,
barra de bar y espacio para estar.
Estela admiraba la capacidad de aquel pequeño pueblo para pasárselo lo mejor posible, a
pesar de no tener demasiados recursos a mano.
Descubrió también que muchos de los amigos de Andrea estaban dispersos por la geografía
española y se reunían en el pueblo para pasar parte de sus vacaciones de verano, semana santa o
celebrar con la familia las fiestas del pueblo, como aquella romería.
Dividieron su tiempo entre aquel local y la plaza del pueblo donde estaba la orquesta
tocando, hasta que la música se acabó y decidieron marcharse a casa.
Andrea y Estela habían ido caminando hasta allí, ahora tendrían que volver dando un
paseo.
—Tenía que haberme traído el coche —dijo él, tras caminar unos minutos por aquella
estrecha carretera que llevaba a su casa de la mano de Estela.
—Después de las copas, no podrías conducirlo —le recordó la chica divertida.
—Ya… tienes razón… —afirmó—, pero podría subirte al mirador.
Estela sonrió con timidez.
—Otro día.
—Puede —contestó cambiándole el humor—, si es que lo hay.
La chica no contestó, tenía miedo a meter la pata. Habían bebido un poco y no quería decir
algo de lo que se pudiese arrepentir.
Continuaron caminando durante más minutos, cogidos de la mano, en silencio.
Ella no entendía por qué había dicho algo así. Todo parecía estar bien horas antes, incluso
un instante antes. ¿Qué había cambiado?
No era el momento de preguntar.
—Lo he pasado muy bien esta noche —dijo Estela, intentando hablar de algo positivo.
—Yo también. Gracias por acompañarme este fin de semana —susurró con un tono triste
que a ella no le gustó, pero siguió en su línea de positividad.
—Me alegro de haberlo hecho. Podemos repetir cuando quieras.
Aquella frase tan sencilla, tan simple, carente de cualquier significado más allá de lo que era,
fue lo que hizo que todo cambiara.
La mano que sostenía la suya, se volvió rígida, incluso fría.
Estela se dio cuenta, pero no dijo ni media palabra. La situación era difícil y volátil. Estaba
deseando llegar a casa e irse a dormir.
—No sé si voy a poder volver a Madrid —susurró Andrea con un nudo en la garganta.
Llevaba media noche dándole vueltas a la cabeza, desde que su abuela le había recordado que la
vida de Estela estaba en Madrid y no allí.
—Es normal. Tendrás que organizar muchas cosas aquí, pero volverás. Ya lo verás —lo
animó sin entrar en más detalles.
Eso es lo que le gustaría a él, su idea, pero poco probable a corto plazo.
—Será mejor que lleguemos a casa y nos acostemos. Va a amanecer y tengo que descansar
un poco para aclarar la cabeza y pensar qué voy a hacer y cómo —dijo, fulminando cualquier
posibilidad más.
Estela asintió sin mediar palabra, preocupada por esa actitud y su forma de hablar, solo
caminó a su lado, de la mano, con una tormenta en la cabeza por la incertidumbre que le
generaba la situación.
Solo podía esperar y ver hacia donde iban.
CAPÍTULO 36
Estela llevaba casi un mes sin Andrea en casa. Tras volver de la romería de Reunión, él
recogió algunas cosas, se despidió de ella con cariño y muchas dudas, y no lo había vuelto a ver.
El verano se acababa y, ella añoraba las noches calurosas en la terraza, con una copa de
vino bien frío y algún que otro baile.
Ahora se habían convertido en tardes solitarias en las que pensaba demasiado. Se parecía
demasiado a antes de que él llegara a su vida.
Se había centrado en su trabajo. Las muñecas eran un negocio en alza al que le dedicaba
gran parte de su tiempo y, entre ellas y las fotografías, tenía la suerte de estar bastante ocupada,
aunque los momentos de relax se hacían duros.
Tampoco hablaban mucho por teléfono.
Andrea, porque cada día que pasaba veía más difícil su vuelta.
Estela, porque no quería presionarlo por si se sentía agobiado y pensaba que era necesario
romper con parte de su vida.
Mamen y Leticia intentaban visitarla lo máximo posible pero, entre su trabajo a turnos y sus
recientes parejas, se mantenía un poco apartadas.
Estaba concentrada en su muñeca, cuando alguien llamó al timbre de casa.
Sobresaltada, con el corazón en la garganta, se acercó a la puerta.
No perdía la esperanza de que fuese Andrea. Podía entrar sin llamar, pero lo conocía un
poco y suponía que no regresaría sin avisar. Antes de usar su llave, comprobaría si ella estaba en
casa.
Aun así, cada vez que alguien llamaba, ella daba un respingo y las mariposas de la esperanza
revoloteaban contentas.
Se asomó a la mirilla.
Arrugó el ceño al comprobar de quién se trataba.
Ahora sí que se le puso el corazón en un puño.
—¿Mamá? —preguntó tras abrir la puerta.
—¡Hola, mi vida! ¿Qué tal estás? —preguntó contenta tras saludar.
—Bien, pasa —la invitó a entrar enseguida. Clara entró sin demora.
—¿Interrumpo algo? —preguntó la mujer, mirando alrededor, comprobando que no había
nadie por allí.
—No, no. Estaba trabajando en una muñeca. ¿Quieres tomar algo? —preguntó cogiéndole
el bolso y colgándolo en el perchero que había junto a la entrada.
—Un vinito de esos fresquitos que tienes para las chicas —pidió guiñándole un ojo. Estela
sonrió.
—Marchando.
La fotógrafa fue a la cocina, abrió la nevera y sacó la botella abierta de la tarde anterior.
Sirvió dos copas y salió en busca de su madre.
—¿Qué tal va todo por casa? —preguntó tendiéndole la copa, aunque según su última
conversación, sabía que todo iba bien. Había hablado con ellos antes de comer, como
acostumbraba normalmente.
—Bien, bien, cariño. Todo va como siempre. Sin novedad.
—Vale —dijo soltando el aire. Le había preocupado aquella visita repentina, cuando al
hablar ese día no le había dicho nada sobre ella.
—Tranquila, no he venido a traerte malas noticias, solo quería ver qué tal estás. —Estela
dio un trago a su bebida. Intentaba estar contenta o parecerlo, para que ellos no se preocuparan,
pero igual no lo estaba consiguiendo.
—Estoy bien. Sacando el trabajo y tranquila —explicó sonriendo, pero no era un
sentimiento sincero y Clara lo sabía.
—Ya… —contestó antes de dar otro trago a su vino.
—¿Quieres ver mi última muñeca? —propuso, intentando llevarse a su madre a su terreno.
—Vamos —aceptó.
Clara se iba a dirigir a la estancia de la casa donde normalmente su hija fabricaba aquellas
muñecas, pero se encontró con que la llevaba en dirección al estudio.
Arrugó el ceño extrañada, pero no dijo nada, esperaría a ver qué se encontraba.
Estela abrió la puerta del estudio y Clara comprobó que todo estaba recogido e impoluto
como acostumbraba a tenerlo su hija, pero se sorprendió al ver un pequeño espacio con material,
pinturas y muñecas.
—¿Has cambiado de zona de trabajo? No te gustaba mezclar las fotos con las manualidades
—recordó su madre, observando cada uno de sus gestos o movimientos. Era difícil ocultarle que
echaba de menos a Andrea.
—Sí. Cuando Andrea estaba por aquí, se venía a trabajar con el portátil a mi estudio y yo
me traía las muñecas cuando era necesario. Le echaba una mano con la edición o lo que
necesitase. Tiene mucho potencial —se explicó lo más neutral posible, aunque la emoción del
recuerdo de esos días especiales, se agolpaba en su garganta.
—Eso está muy bien. Hay que ayudarse. Él te lo agradecerá. No es fácil empezar y tu
experiencia lo liberará de mucho estrés y dudas —contestó Clara, evadiendo la parte sentimental
que entreveía en ese relato.
Recordó los principios de Estela. Fueron duros aun con la ventaja de tener un espacio
propio en el que desarrollar su profesión. La competitividad sana está bien, pero el canibalismo
entre profesionales, es lo peor que te puedes encontrar.
—Sí, esa era la idea —murmuró la chica, recordando grandes momentos junto a Andrea
allí.
Clara no perdía de vista a su hija y todas las señales le hablaban de tristeza.
—¿Qué tal las chicas? ¿Tenéis planes? —continuó con su batería de preguntas programada.
Era un sondeo básico que le diría muchas cosas sobre su pequeña. Intuía que estaba
comiendo mal, no salía de casa y no veía con asiduidad a sus amigas. Las subidas a la azotea no
contaban.
—Bien. Ocupadas —dijo iluminando la muñeca—. Tienen turnos de locura últimamente y,
como están conociendo a alguien, tienen menos tiempo para estar conmigo. Es normal —contó
como si no le afectase, pero era mentira.
—Vaya, hija, qué preciosidad —susurró Clara admirando el trabajo a la vez que archivaba la
información.
Había creado una muñeca de novia medieval muy elaborada. Solo el velo con flores
bordadas que Estela imitaba con tul y flores de bordado recortadas y pegada una a una, tenía
muchísimo trabajo.
—Ha sido una locura hacerla, pero estoy muy contenta con el resultado. Espero que les
guste —contó feliz.
—Si no les gusta, me la quedo yo —dijo Clara enseguida.
—Gracias, mamá, pero no hace falta. Nadie ha rechazado un trabajo tras acabarlo. No creo
que esta chica sea la primera.
Las dos mujeres se sonrieron.
—Eres una artista, Estela —alabó su madre, orgullosa de su pequeña.
—Gracias, mamá —contestó la chica con una sonrisa sincera que, esta vez sí llegó a sus
ojos.
Clara miró por la ventana. La luz que entraba era menos y parecía que estaba atardeciendo.
—¿Me subes a ver la puesta de sol? —preguntó la mujer, haciendo un gesto con la cabeza,
mientras se fijaba en la puerta cerrada que comunicaba con el estudio de Andrea y las demás
estancias que él usaba.
Con la poca información que había conseguido, más lo que observaba en las conversaciones
diarias que mantenía con su hija, ya tenía suficiente.
Esperaba subir allí arriba, relajarse y hablar con ella sobre esta situación que no podía
alargar más. Tenía que tomar decisiones y, si no era capaz de verlo por sí misma, le daría un
empujón.
—Claro, mamá. Vamos —indicó Estela—. Voy a por las llaves —dijo cogiendo una cámara
de fotos de la mesa.
Las dos mujeres regresaron a la casa, la fotógrafa cogió las llaves, su madre llenó dos copas
de vino frío y subieron a la terraza.
—Es precioso este sitio —apreció Clara, caminando hasta la zona de estar.
—Hay que aprovecharlo al máximo estos días, antes de que empiece a llover y lo tenga que
tapar —explicó la chica mientras llegaban al alfeizar.
Las dos observaron el horizonte, con sus copas entre las manos, atisbando el centro de
Madrid.
—Me encanta pensar en lo que hay debajo de cada uno —dijo Clara, señalando el edificio
blanco e impoluto de la Torre Picasso de Azca, antes de beber un poco.
—Sí. Conociendo Madrid, los miras y ves en la mente lo que está sucediendo a ras de suelo.
Clara la observó unos segundos antes de preguntar.
—¿Y qué te pasa a ti en la vida real? —preguntó arriesgándose a que ella no se abriera, pero
tenía que intentarlo—. Sé que los sueños, las ideas, los planes, están muy bien, pero ¿qué te está
pasando a ras de suelo?
Estela sonrió con tristeza a su madre. Sabía que no podía ocultársela por mucho tiempo.
—Lo echo de menos. Mucho —confesó sin dudar, sin mencionar su nombre. No hacía falta.
—Ya, lo sé —reconoció Clara—, pero eso hay que superarlo, cielo.
La chica cerró los ojos un segundo y apretó los labios mientras ordenaba las palabras que
dolía tanto pronunciar.
—Cuando la relación se acaba porque no te entiendes o discutes o lo pillas faltándote al
respeto con otra persona, es más fácil. Tienes rabia para sacar fuerzas —explicó mirando a
Madrid. Si miraba a su madre, iba a llorar—, pero cuando la relación iba increíblemente bien,
que ¡ni en mis sueños me lo había imaginado así!, y de repente todo se volatiliza por cuestiones
externas a nuestra relación, cuesta mucho recomponerse.
—Te entiendo… ¿Lo habéis hablado? Quizá, y digo solo quizá, deberíais liberaros de esta
relación, hacer cada uno vuestra vida y ver qué pasa en el futuro —comentó Clara desde la
madurez y la experiencia.
Estela miró a su madre con dolor.
—Casi no hablamos, ni siquiera por WhatsApp, y creo que es porque no quiere tener que
dar ese paso.
—Pero tú ya lo has pensado, ¿verdad? —preguntó a su hija. La conocía y, más allá de su
bienestar, pensaría en la situación tan difícil de él.
—No quiero que Andrea sienta más ataduras de las que ya tiene que soportar ocupándose
de un negocio familiar que no quiere, de la presión por hacerlo bien, cuidar de su familia, luchar
contra sus propias convicciones para no defraudar a nadie… —enumeró emocionada—. No
quiero estar entre todas esas cosas de las que se tiene que ocupar. Quiero que se centre en lo que
tiene que hacer, es importante para la subsistencia de la familia.
—No se tiene que ocupar de ti como si fueses un trabajo, Estela. Te tiene que querer. Tienes
que ser lo primero que piense al levantarse y lo último al acostarse, su motor para seguir, igual que
él para ti. Si no es así, díselo —la animó—. Cuanto antes, mejor.
Estela cerró los ojos apagando el paisaje que tanto le gustaba contemplar. Miró a su madre
con lágrimas en los ojos.
—No sé si voy a poder —susurró en un hilo de voz. Lo quería y ya no había solución para
eso.
Clara hizo un mohín triste y abrió los brazos de inmediato para acoger a su hija dentro de
ellos. Estela no dudó y en unos segundos estaban abrazadas.
La mujer dejó que su hija llorase con libertad, sin decir ni una palabra, solo dejando que se
apoyase en ella. No necesitaba que le dijese nada más, sabía a lo que se enfrentaba y necesitaba
aquello.
Cuando notó que estaba más calmada, la apartó ligeramente. Limpió sus lágrimas de las
mejillas, igual que hacía cuando era pequeña y se hacía daño o tenía miedo.
Le sonrió levantándole el rostro.
—No le tienes que decir adiós. La vida es larga y quizá no es vuestro momento para estar
juntos más de lo que habéis estado, pero tal vez sí podáis recuperar la relación en el futuro. No
hay que cerrar la puerta.
Estela asintió y cogió aire.
—No sé qué debo hacer. No quiero hacerle daño, ni que se sienta presionado con la
situación…
—¿Y qué quieres tú? —preguntó Clara con seriedad. Le acarició el rostro unos segundos
para que lo pensara, pero ante la falta de respuesta, continuó—. No puedes pensar solo en él,
¿qué necesitas tú? —Estela seguía sin contestar, estaba bloqueada. Lo que necesitaba no lo iba a
lograr. Lo quería a él, allí, y eso no era posible—. Mira, Estela, tienes que sacar esa
determinación que has tenido siempre para la vida y tirar adelante. Igual que decidiste sobre tu
futuro laboral, con tu abuelo y la relación que querías llevar con la familia tras descubrir su
enfermedad y cómo te afectaba, con esto tienes que hacer lo mismo.
—Lo sé —contestó en un hilo de voz.
—Tu padre y yo también nos separamos antes de casarnos —confesó Clara, haciendo que
Estela la mirase sorprendida—. Nunca te lo he contado porque no era importante, todo se
solucionó, pero quiero que lo sepas, para que veas que no todo es blanco o negro, hay muchos
grises.
—¿En serio? —preguntó incapaz de pensar en una situación en la que sus padres hubiesen
llegado a ese punto.
—Sí. Fui yo —comenzó a contar como si hubiese sucedido ayer. Los pasos importantes de la
vida no se olvidan—. Conocí a tu padre estando con otro chico. Pablo era mi novio de toda la
vida. Lo típico que te conoces, empiezas a salir muy joven y sigues pensando que es el amor de tu
vida, pero entonces, en una fiesta del barrio, apareció tu padre —cuando lo mencionó le cambió
el semblante del rostro, como si la ilusión de entonces estuviese allí de nuevo—. Era amigo del
primo de mi mejor amiga, Estrella, se había venido con ellos a las fiestas y fue como si un rayo
me diera directo en el corazón. —Estela miró a su madre asombrada, nunca le había contado la
historia completa de cómo se conocieron.
—Mamá —murmuró sorprendida. Clara le sonrió.
—¿Qué te creías, que solo a ti te había tocado un flechazo? —preguntó divertida. Estela
sonrió recordando a Andrea el día que apareció en su casa con su maleta y la bolsa de las
cámaras fotográficas.
—No sé si fue un flechazo —confesó.
—¿Sentiste un cosquilleo acompañado de vértigo? ¿Se te aceleró el corazón y se te secó la
boca? —preguntó. Estela asintió—. Eso es un flechazo, otra cosa es que la relación avance y no
se quede solo en eso. La atracción por las personas existe, puedes ver a alguien en una discoteca,
en el metro, por la calle y que su atractivo te despierte de golpe con un efecto mil veces superior
a un buen café. No sabes por qué, pero esa persona te atrae, otro tema es que esa sensación
crezca más allá de una noche de pasión.
—Me dejas sin palabras, mamá.
—Soy madre, pero también mujer y antes de ti, tuve vida, una que quizá no difiere tanto de
la tuya.
—Nunca me lo habías contado.
—Te lo cuento ahora —dijo guiñándole un ojo—. El tema es que, con Pablo tenía una
relación bonita, pero que ya no tenía chispa y con tu padre fue como si me arrasara un huracán.
Aquella noche, Pablo se marchó con sus amigos. Discutimos porque quería que fuese con ellos a
un bar cerca de Castellana y yo quería quedarme en las fiestas del barrio con mis amigas. Se
marchó tras decirme unas cuantas cosas que, si me las dice ahora, la relación se acaba de forma
fulminante, pero entonces no lo veía igual… Era muy joven y con una idea equivocada del amor.
—Estela arrugó el ceño. No podía imaginarse a su madre en una relación tóxica, cuando a ella le
inculcaba todo lo contrario—. El caso es que tu padre se dio cuenta de lo que pasaba y no se
apartó de mí en toda la noche, pero no para aprovecharse de la situación, no intentó nada
conmigo, sino para hacer que me lo pasase bien, que olvidara a aquel gilipollas.
—¿Entonces? —preguntó Estela intrigada.
—Fui yo quien lo besé cuando me acompañó a casa y, durante un tiempo, quedamos, pero
llegó un momento en el que la situación era insostenible, tenía que decidirme y elegí a Pablo.
—¿Cómo? ¿Por qué?
—Porque llevaba mucho tiempo con él y me daba pena dejarlo por un enfado tonto, sin
pensar en lo que realmente quería para mí. —Estela guardó silencio—. Los siguientes meses
fueron una lucha interna que superé tras mucho pensar, darme cuenta del tipo de relación que
tenía y cómo era mi vida con papá.
—¿Y cómo volvisteis?
—Estrella me ayudó. Organizó una quedada junto a su primo y Alonso acudió. Era una
encerrona para poder hablar y funcionó. Yo ya había dejado a Pablo hacía un par de semanas,
pero tu padre no me cogía el teléfono.
—Era duro —apreció.
—Se quería y tenía amor propio. Hablamos ese día. Yo sabía que en cuanto se enterase de
que había dejado a Pablo, se suavizaría un poco, pero me costó retomar la relación.
—No fue fácil —susurró pensando en todas las dificultades que se le presentaban en su
relación con Andrea.
—Nada lo es en la vida, pero igual que se lucha por un trabajo, un sueldo o un sueño, hay
que luchar por las personas que se quiere, y yo quería a tu padre por encima de todo. —Estela
asintió. Clara esperó unos segundos. La cogió de la mano—. Hija, si os queréis, dejadlo antes de
que vuestra historia se rompa de forma irreparable, solo así podréis retomarla cuando estéis
preparados.
Estela no contestó. Las lágrimas rodaron por sus mejillas como si ya hubiesen tomado una
decisión.
CAPÍTULO 37
Andrea caminaba entre los olivos familiares vigilando los ejemplares, mientras su abuelo
esperaba en el todoterreno.
Las plagas y las tormentas dañaban los frutos y había que tenerlo todo controlado para una
buena recogida.
Hacía mucho tiempo que habían dejado de ser una cooperativa al uso para conseguir la
denominación de origen. Costaba mucho mantenerlo, dependían de la calidad. Que los frutos
estuvieran en perfecto estado era importante para que esta no decayera.
Se montó en el asiento del conductor, a pesar de que Carlos se quejaba continuamente por
ello.
—¿Cuándo me vas a dejar conducir? Estoy harto de que me tratéis como un inválido —dijo
con sus malas formas habituales, aunque últimamente se contenía bastante.
—Mientras yo esté aquí, nunca —confesó mirándolo con media sonrisa que intentaba ser
conciliadora.
—Estoy empezando a arrepentirme de dejarte el mando —refunfuñó.
—Por mí, encantado. Dime que me vaya, que no tardo más de quince minutos en salir a la
carretera con mi coche —replicó, sabiendo que cortaría de raíz la conversación.
—¿Qué tal está el asunto? —cambió de tema el anciano gruñón en referencia a la futura
cosecha.
—Va muy bien. Será buena, si el tiempo lo permite —contestó mirando el cielo azul,
apoyado en el volante del coche.
—¿Lo tienes todo preparado?
—Ya hemos empezado con las contrataciones. Estará todo listo para cuando llegue el
momento de la recogida, no te preocupes. Mamá se encarga de eso.
Carlos torció el gesto mientras asentía.
Que su hija estuviese merodeando por allí, más allá de la tienda de venta de aceite, no le
hacía gracia. Ella solo se dedicaba a la venta en la propia fábrica a clientes asiduos que
compraban el oro líquido en su almazara, nada más.
—Bueno, pero solo de eso, ¿de acuerdo? —propuso intentando no enfadarse, ni enfadarlo.
—Vete acostumbrando a que mamá esté con nosotros en el negocio. Si pretendes que me
quede con el mando, es una de mis condiciones irrevocables. Ella sabe mucho más de lo que te
crees sobre este oficio, lo ha vivido desde pequeña, te pongas como te pongas, y quiero que sea
mi mano derecha. Vete haciendo a la idea.
—No creo que sea una buena elección. De esto te tienes que ocupar tú.
—No te equivoques. Estaré aquí hasta que todo esté controlado, estabilizado y mamá pueda
encargarse de esto en mi ausencia. Quiero volver a Madrid en cuanto pueda. Tengo cosas
importantes que no quiero perder.
—Sí, a la del hospital —espetó con sorna—. La bragueta es un problema, intenta
controlarte —aconsejó con desprecio—. Además, hay muchas mujeres en cincuenta kilómetros
a la redonda que pueden solucionar tus problemas con eso —concluyó señalando su entrepierna
con la barbilla.
Andrea pisó el freno de golpe y paró el motor.
El anciano se inclinó hacia adelante por la frenada y lo miró sorprendido.
Andrea apretó los labios y las manos en el volante, intentado controlar su ira antes de
hablar, pero no estaba seguro de conseguirlo.
—Se llama Estela —bufó muy enfadado, mirándolo con furia—. Grábatelo en la memoria
que eso no te está fallando, ¿entendido? Y ten respeto por ella. No te lo voy a volver a decir. Si se
te ocurre volver a hacer algún comentario o desprecio como estos sobre ella, mamá, la abuela o
cualquier mujer, me voy de aquí y no vuelvo.
Carlos asintió con un simple golpe de cabeza ante la amenaza de su nieto. No podía
marcharse, era el único que podía salvar el negocio. Debía controlar su lengua si quería tenerlo
por allí.
En silencio, el muchacho arrancó el vehículo y emprendieron la marcha hasta casa.
En cuanto llegaron al patio, Andrea ayudó a su abuelo a bajar del coche.
Lupe entró detrás. Venía de la tienda de la almazara y, en cuanto vio las formas con las que
su hijo cerraba la puerta del copiloto, supo que había discutido con su abuelo.
Andrea entró de nuevo al vehículo y ella, en un acto reflejo, abrió la puerta que acababa de
estampar contra la carrocería y se montó junto a él.
—Hola, mamá —murmuró soltando aire.
—Venga, arranca —lo ánimo. Bien sabía ella que se iba a marchar a conducir sin rumbo
durante una hora. Últimamente lo hacía mucho, pero estaba más enfadado que en otras
ocasiones.
El chico la miró unos segundos. Viendo que no se movía de allí, incluso cómo hizo un gesto
con la mano como si ella misma girase la llave del contacto, lo hizo de verdad y salieron de allí.
Guadalupe, que miraba desde la ventana de la cocina la escena, gruñó.
Sabía que su marido iba a destrozar al muchacho, ya no lo aguantaba ni ella y eso tenía que
acabar.
—¿Se puede saber que le has hecho a mi chico? —preguntó sin girarse a la puerta mientras
Carlos entraba a la estancia.
—¿Tienes ojos en el cogote? —preguntó con sorna.
—Contesta —lo instigó la mujer, girándose con cara de pocos amigos.
Carlos resopló caminando en dirección a la mesa que había en el centro de la cocina.
—No he hecho nada, solo he dicho la verdad —contestó mientras tomaba asiento como si
esperase a que ella le llevase algo.
La mujer no se movió del sitio.
—¿Qué verdad? ¿La tuya? —preguntó con el cuchillo en la mano con el que pelaba patatas.
—La que es —declaró rotundo. Ella arrugó el ceño esperando una explicación más extensa.
Resopló ante la falta de palabras y arrugó el ceño. Carlos chistó con la lengua antes de hablar,
mientras se acomodaba un poco mejor en la silla—. Solo le he dicho que es él y solo él quien se
tiene que encargar del negocio y desde luego, no puede marcharse, tiene que estar aquí. Que se
olvide de la chicucha esa que vino por aquí, hay más mujeres y desde luego más interesadas en
hacer vida en el pueblo, que es donde él tiene que estar.
—¿Le has dicho que se olvide de Estela? —preguntó la mujer muy seria.
—Como se llame —fue la respuesta cargada de desprecio que eligió.
—¿De verdad no ves lo enamorado que está de esa chica? ¿En serio no ves lo doloroso que
es para él estar aquí por ti? —El hombre la miró como si la historia no fuese con él—. ¿Dónde
está el hombre del que me enamoré hace cincuenta años? ¿Queda algo? —preguntó mirándolo a
los ojos con dolor.
Sin esperar su respuesta, la mujer tiró el cuchillo al fregadero y, con la cena a medio hacer,
se marchó de la cocina.
Carlos, estupefacto por el desplante, se quedó sin palabras.
Resopló negando con la cabeza. Cada día se comportaba peor con su familia y estaba a
punto de perderla. Tenía que aflojar o le iba a estallar en la cara, pero ya no sabía hacerlo de otra
forma.
Madre e hijo guardaron silencio hasta que el muchacho aparcó el coche en el mirador.
Estaba furioso, por eso su madre no había dicho ni media palabra en todo el trayecto.
Se bajó del vehículo, cogió aire un par de veces y cerró los ojos.
Lupe, que lo observaba desde hacía semanas y veía cómo se consumía poco a poco, cómo
cambiaba su humor y se le borraba la sonrisa de la cara, no podía permitirlo.
Bajó del coche despacio y espero a que él se relajara un poco más.
—¿Mejor? —le preguntó sonriendo, intentando animarlo.
—Cualquier día cojo mis cosas y me voy de aquí, ¡para siempre! ¡No lo aguanto! —dijo
furioso.
Lupe sabía que la convivencia iba a ser difícil de por sí, pero también que, en otras
circunstancias, lo hubiese llevado mejor. Desde que Estela ocupaba su mente y su corazón, era
mucho peor.
—Lo sé —susurró la mujer con tristeza—. Lo siento.
—Tú no tienes la culpa, mamá —suavizó el tono acercándose a ella. La envolvió entre sus
brazos con cariño—. Lo intento, me contengo con todas mis fuerzas, pero a veces tiene unas
salidas de tono que no puedo callarme.
—A mí me lo vas a decir —susurró acariciándole la espalda.
Andrea se apartó de ella para mirarla a los ojos.
—No sé cómo lo has soportado todo este tiempo, mamá.
—Es mi padre, al final aprendes a llevarle la corriente. La abuela no tiene la culpa y no
quiero que se disguste, lo mismo que intentas hacer tú por nosotros.
El muchacho asintió.
—Ha hecho un comentario sobre Estela que me ha partido en dos —contó con dolor—.
Ella no es cualquier mujer, es importante para mí y me estoy planteando dejar que se marche de
mi vida porque no puedo darle lo que necesita —contó con desesperación, una que no había
dejado bullir hasta ese instante. Lupe le acarició el rostro comprendiendo—. Estoy atrapado,
mamá. Me siento como si estuviera a punto de caer por un agujero y no pudiera sostenerme más
para evitarlo. No puedo más…
Lupe no sabía qué decir. La honestidad de las palabras de su hijo la dejaron muda, solo pudo
abrazarlo durante un buen rato mientras la tarde se esfumaba sumiéndolos en la oscuridad.
—Respira, mi vida —susurró en su oído, intentando ayudarlo, aun sabiendo que no podía.
Andrea se recompuso como pudo, se secó las lágrimas y cogió aire.
—¿Qué hago, mamá? —preguntó en un hilo de voz.
—Si la quieres y crees que lo que le puedes ofrecer ahora no es lo que ella merece ni desea,
me parece muy valiente que te plantees dejarlo. Es lo más generoso que se puede hacer por otra
persona —dijo en un susurro emocionado.
—Pero no puedo verla —reconoció—. No puedo volver allí, porque si la miro a los ojos, no
voy a ser capaz de hacerlo, si huelo su perfume, si la tengo delante, no voy a poder…
—Tu padre me dejó por carta —confesó para su propia sorpresa. Nunca le había contado a
su hijo lo que sucedió en realidad con tanto detalle. Le sonrió con tristeza—, puede que sea una
buena opción. Puedes expresar tus sentimientos y que ella los sepa cuando le llegue.
—¿Cómo que papá te dejó por carta? —preguntó confundido.
—Supongo que tu abuelo tampoco se lo puso fácil, a pesar de que estaba encantado con
tenerlo a su lado. Su familia tenía negocios en Italia y, aunque yo solo fui un par de veces, intuí
que no les gustaba que se viniera aquí conmigo.
—¿No te lo aclaró en esa carta? —indagó más.
—Solo me dijo que no podía seguir aquí, que tenía que volver a su país, solo, y que sentía
mucho las consecuencias de quererme, pero que era mejor estar separados.
—¿En serio?
—En resumen, sí.
—¿Y yo? —preguntó asombrado por las nuevas revelaciones.
—Ya te lo dijo antes de irse. Te ama, pero no cree ser el padre que necesitas. Él creía que no
era bueno para ti.
—Nunca lo he entendido, pero ya me da igual. Tú eras quien me cuidabas, quien me
ayudaba con los deberes, me llevabas en coche cada vez que necesitaba ir a algún sitio… él
nunca estuvo como los demás padres… Ya da igual.
—Trabajaba mucho —intentó defenderlo, aunque en realidad ya no tenía que hacerlo. Todo
estaba superado.
—Tú también, más que él.
Lupe abrazó a su hijo intentando calmarlo.
—No hablemos del pasado, hablemos de lo que necesitas ahora.
Andrea guardó silencio para ordenar su cabeza.
—Estela es muy especial para mí, me gustaba mucho lo que teníamos; pero no lo puedo
mantener, tengo que estar aquí, sacar adelante el negocio si no queremos arruinarnos y que el
abuelo tenga otro susto… —resopló frustrado—. No quiero que me esté esperando porque no sé
cuándo podré volver. Que venga a vivir aquí, no es una opción, ni siquiera quiero planteársela.
—¿Por qué? A lo mejor le apetece —preguntó Lupe curiosa.
—Su abuelo le dio el piso donde tiene el estudio, cuando se enteró de que tenía Alzheimer.
Le hizo una promesa y no seré yo quien la ponga en la tesitura de romperla —explicó con
convicción—. Además, Madrid es su sitio. Estela tiene clientes fijos, su trabajo es espectacular y
muy valorado. Ha ganado concursos de fotografía, ¿sabes? —contó con una sonrisa de orgullo en
los labios— y hace réplicas de novias con muñecas Barbie. Es un negocio en alza que solo puede
desarrollar en la ciudad —bajó la vista y cogió aire—. No puedo pedirle que lo deje todo por mí y
una fábrica de aceite.
—Entonces habla con ella cuanto antes.
Andrea asintió con pena.
—Ella no quería estar conmigo —contó mirando a su madre emocionado—. No quería
mezclar lo profesional con lo personal y yo insistí hasta que la conquisté… Fue un gran error.
Espero que me lo perdone alguna vez —susurró con la voz rota, igual que estaba su corazón.
—Dice el dicho que, dos no discuten si uno no quiere, pues esto es lo mismo, Andy. Si ella
ha estado contigo es porque también lo quería. Tampoco eres adivino para saber que tu vida iba a
dar un giro de ciento ochenta grados.
—Sabía que tarde o temprano pasaría.
—Es igual, has vivido tu vida como has querido. Carpe diem y eso nunca está mal.
—Ella tiene un llavero con esa frase —contó apretando los labios emocionado.
—Entonces no creo que te reproche nada. Si ha vivido esta aventura contigo, ha sido
porque lo deseaba. Ojalá todo acabe en paz, para que podáis seguir con la vida que os toca ahora,
con tranquilidad.
Andrea no contestó. Su cabeza ya estaba dando vueltas a cómo iba a decirle a Estela que no
podían seguir juntos.
Primero se lo tenía que repetir a sí mismo, creérselo, pero no era capaz de procesarlo.
CAPÍTULO 38
Estela hacía fotografías a su última muñeca antes de la entrega, para subirlas a la web. Si
quería clientes, tenía que mantenerla actualizada.
Habían pasado un par de días desde la visita de su madre y aún le daba vueltas a todo lo que
hablaron en la azotea, sin dar el paso en ninguna dirección.
Estaba cansada, triste y apática con el mundo en general.
Llamaron al telefonillo. Miró el reloj y, como cada día, abrió al cartero.
Llamaron a la puerta de casa.
Sorprendida fue a abrir.
Miró por la mirilla.
El corazón se le subió a la garganta.
Abrió la cerradura con dificultad. Los nervios no le dejaban.
—¡Lupe! ¿Le ha pasado algo a Andrea? —preguntó asustada.
La mujer sabía que Estela quería a su hijo, pero aquella reacción se lo confirmó. Apretó los
labios y sonrió.
—Hola, guapísima. No te preocupes, está bien —respondió a su ansiedad—. ¿Puedo pasar?
—Por supuesto —permitió la entrada, apartándose con rapidez para dejarla paso.
La mujer entró en la casa con timidez, se colocó a un par de metros de la chica y espero a
que cerrase.
Estela cogió aire con disimulo. La cabeza le daba vueltas con mil posibilidades sobre aquella
visita y ninguna era buena.
Respiró con profundidad otra vez. Se giró para mirar de frente a la mujer con una tímida
sonrisa en los labios.
Se acercó a ella, le dejó dos besos en las mejillas.
—¿Quieres tomar algo? —preguntó Estela algo nerviosa.
—No te preocupes, cariño. Me iré enseguida —contestó la mujer con amabilidad.
Ambas se miraron intensamente unos segundos.
Estela no quería pensar en los motivos de aquella visita, pero a cada instante, la peor idea
que le pasaba por la cabeza cogía más firmeza.
Lupe abrió su bolso y sacó un sobre.
La chica apretó los labios y respiró profundo.
—Andy me ha dado esto para ti. Le habría gustado venir a verte, pero las circunstancias lo
mantienen secuestrado en Reunión.
—Lo entiendo —dijo Estela en un hilo de voz.
—También cree que, si te tiene delante, no será capaz de decirte lo que necesita —añadió
con tristeza, tendiéndole el sobre. Estela lo cogió como si de una bomba se tratase. Lupe la
observó. No hacía falta mucho más para intuir lo que podía haberle escrito—. Lo siento mucho,
cielo. No sabes cuánto.
—Gracias —contestó la chica aguantando las lágrimas, luchando con el deseo de leer
aquellas líneas y enfrentarse a su realidad o esperar. No estaba segura de qué quería hacer.
—Tengo que recoger algunas cosas que me ha pedido —añadió con un gesto triste en su
rostro—. Lo cuenta en la carta, pero te adelanto que quiere seguir pagando el alquiler, para tener
disponibilidad del espacio cuando pueda regresar.
Estela cogió aire. Conocía a Andrea y sabía de sobra porqué haría algo así. Primero, porque
su contrato era mínimo por un año y se especificaba el pago de ese importe si abandonaba el
inmueble antes de los seis meses, pero lo más importante, porque sabía lo importante que era
para ella ese dinero para poderse mantener con holgura.
—No he leído esto pero, dile que no es necesario. Prepararé los documentos de rescisión de
contrato.
La mujer asintió sin contestar. No podía meterse en esas decisiones, tendrían que arreglarlo
ellos.
—Lo siento mucho, hija. Hacía tiempo que no veía a mi hijo tan feliz. Soy la primera que
quiere verle cumplir sueños y no haciendo lo que se esperaba de él pero, de momento, no
podemos hacer otra cosa, si no queremos arruinarnos o vender la empresa.
—Lo entiendo. Si me acompañas, te muestro donde está el estudio para que puedas recoger
sus cosas —propuso con un nudo en la garganta que casi no la dejaba respirar.
Las dos mujeres se acercaron allí, Estela le indicó donde dejaba él sus cosas y desapareció.
Cogió aire muchas veces en el escaso trayecto entre el estudio y su habitación, sujetando
aquel sobre entre las manos.
Se sentó en la cama, pasó la mano por el papel donde ponía su nombre y lo miró unos
segundos.
Cerró los ojos y le dio la vuelta.
Lo abrió con cuidado, como si fuera frágil y las letras se borrasen con solo tocarlo. Sacó la
carta y la desplegó.
No sé cómo empezar esto… Estoy sentado en la cocina de mi casa en Reunión, son las dos de la mañana,
tengo que estar en pie a las seis y es la quinta vez que intento escribirte algo decente.
Hace mucho tiempo que no escribo una carta, pero creo que ninguna anterior ha sido tan importante para mí.
Me habría gustado ir a Madrid, verte, abrazarte, olerte, pero si lo hubiese hecho, no podría volver a Reunión y
seguir con esta condena como si nada hubiese pasado.
He dicho condena y lo vuelvo a repetir, CONDENA, porque así es como me siento. Mi cuerpo está aquí, mi
mente puesta en la empresa, la fábrica, el futuro de mi familia y el negocio que generación tras generación nos ha
dado con qué vivir, pero mi alma está allí, contigo, haciendo fotografías, tomando una copa de vino en la terraza,
bailando entre risas, sosteniéndote entre mis brazos, besándote…
No he dormido una noche entera desde que estoy aquí. Esta situación me parte en dos y no puedo más…
Ha pasado un día entero, no podía continuar escribiendo anoche, no quería dejar de mi puño y letra lo que
debo decir, pero tengo que hacerlo…
Odio lo que voy a escribir, pero estoy atado de pies y manos, y no quiero que tu vida esté supeditada a mis
obligaciones.
Con todo el dolor de mi corazón tengo que romper nuestra relación. No creo que pueda volver a Madrid en
mucho tiempo y tu sitio está allí. La ciudad y el estudio es tu vida. Así debe ser.
No te preocupes por los gastos, los cubriré cumpliendo el contrato que firmamos durante el año que esté en
vigor. Ahora puedo, soy el jefe de esto, el negocio va muy bien y no quiero pensar que alguien ocupe mi lugar allí.
Déjame ser egoísta con esto, por favor.
He sido muy feliz contigo, más que en toda mi vida, incluso cuando no podía besarte porque no estabas segura
de quererme.
Espero haberte hecho feliz, que me recuerdes con cariño y… ¡quién sabe! El destino a veces es travieso y esto se
convierte en un hasta pronto.
Sigue adelante con tus sueños, con los proyectos que tanto te apasionan, plasmando para siempre la felicidad de
la gente en los momentos más importantes de su vida, haciendo esas muñecas que merecen un escaparate en la Gran
Vía y, sobre todo, sonriendo, bailando y disfrutando con quién te haga feliz. Desearía ser yo, no lo dudes nunca,
pero la vida nos lleva en direcciones opuestas.
Te quiero… Te quiero, Estela.
Andrea
Estela hizo un gran esfuerzo para leerla de una sola vez, a pesar de que las lágrimas le
empañaban la vista.
Entendía los motivos de Andrea para romper su relación, pero eso no quitaba que sintiera
una rabia inmensa por ello.
Con la respiración entrecortada por la congoja, se dirigió a su estudio cogió lápiz y papel, y
escribió una nota durante unos minutos.
No lo releyó, lo metió en un sobre, puso Andrea con letras grandes y lo subrayó.
—¿Estela? —escuchó que preguntaban por ella por el pasillo de casa.
Se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, cogió aire una vez más y se levantó de la
silla.
—Pasa, Lupe —la invitó a entrar en su casa. La mujer estaba en el dintel de la puerta que
comunicaba con el estudio.
—Qué bonita, cielo. Me encanta tu casa —apreció sonriente el espacio tan luminoso de
paredes en color crema, con techos blancos y muebles sencillos y prácticos, pero con toques de
decoración muy personal que convivían con recuerdos.
—Gracias.
La mujer vio un sobre en sus manos que no era el que ella había traído y supo que, pusiera
lo que pusiera en su interior, aquella chica había querido mucho a su hijo.
—He terminado. Será mejor que me marche o se hará demasiado tarde —explicó.
—¿No quieres tomar nada? ¿Un café? Me gustaría enseñarte algo —la invitó, como si
retenerla allí hiciera menos la pena, menos real que Andrea se apartaba de su vida, porque se
negaba a pensar que iba a desaparecer.
—Un café —aceptó, dejando la maleta de Andrea en la puerta, comprendiendo que eso era
importante para ella.
Estela preparó dos cafés y cogió las llaves de casa.
—Está arriba.
Lupe supo enseguida donde la llevaba.
Andrea le había hablado de aquella terraza donde se había enamorado más de ella si cabía.
—Guau —susurró al ver el espacio.
—Pasa —la animó.
Caminaron hasta el alfeizar y dejaron los vasos sobre él.
—Es impresionante, Estela —apreció la mujer mirando las vistas de Madrid.
—Solo quería que vieras el sitio favorito de Andrea —dijo con un nudo en la garganta—.
Subía aquí a hacer fotos casi todas las tardes, jugaba con la luz de las distintas horas del día pero,
sobre todo, le encantaba subir al atardecer. —Lupe sonrió. Lo imaginaba allí disfrutando como
cuando subía al mirador de Reunión y la fotografía era solo una afición—. Nos subíamos una
botella de vino frío, algo de picar y vivíamos entre fotos y bailes.
—Así es Andrea —susurró la mujer emocionada.
—Quería que lo vieras para que sepas que ha sido feliz en Madrid, es un gran fotógrafo y lo
echo de menos cada segundo —confesó con un nudo en la garganta—. Aunque él crea que vive
en una condena continua, recuérdale que ha sido feliz, libre, un excelente fotógrafo y un gran
tipo.
No pudo seguir. La voz se le quebró.
—Gracias por enseñármelo. Se lo recordaré cuando le pueda la presión.
Estela le tendió el sobre que guardaba en el bolsillo del pantalón vaquero.
—Siempre tendrá una amiga en Madrid —susurró dándole la carta.
Lupe cogió el sobre, lo guardó en el bolsillo y tendió los brazos hacia la chica, envolviéndola
en un abrazo.
—En Reunión tienes tu casa. Ven a vernos —la animó, aun sabiendo que no era probable.
—Quizá —contestó llorando.
Bien sabía ella que no podía volver allí, al menos de momento, el dolor era demasiado.
Lupe deshizo el abrazo, limpió las mejillas de la chica y se marchó.
La vida a veces es justa, pero otras… otras, te rompe y es muy difícil sanar.
CAPÍTULO 39
En cuanto Lupe abrió la puerta de acceso a la casa en Reunión, Andrea salió corriendo a su
encuentro.
Cogió aire, apretó los labios nerviosa y puso su mejor sonrisa.
Paró el motor.
Salió del coche.
—¡Vaya! ¡Qué recibimiento! Muchas gracias, hijo —dijo la mujer mientras él se acercaba a
abrazarla.
Se fundieron juntos unos segundos. Lupe notó su inquietud al instante, pero no dijo nada.
Andrea lo deshizo y la miró.
—¿Cómo ha ido? —preguntó nervioso.
—Como esperaba. Estela es una gran chica —contó, tendiéndole la carta que había llevado
en el asiento del copiloto todo el camino de vuelta.
Andrea la cogió con cuidado, como si se fuera a desintegrar entre sus manos al mínimo
roce.
Lupe observó su rostro. Sabía que el contenido de esa carta estaba lleno de amor, había
mirado a Estela a los ojos en esa azotea y sabía lo duro que estaba siendo para ella también, pero
¿cuánto devastaría a su hijo?
Tendría que lidiar con ello, fuera lo que fuera.
—Gracias —susurró a su madre con emoción.
—La vida da muchas vueltas. Ponga lo que ponga ahí, no pierdas la esperanza. Haz tu
trabajo y lucha por volver —lo animó acariciándole el rostro como cuando era pequeño.
—Es libre, puede encontrar a otro —expresó su mayor miedo en voz alta.
—Lucha por volver a la vida que deseas. Lo demás, lo descubrirás cuando regreses.
Andrea abrazó a su madre y le susurró un «lo intentaré» que le rompió la voz.
Sin más palabras, le cogió de la mano las llaves del coche y se metió en él.
No hacía falta que le dijese a donde iba. Igual que Estela tenía su lugar en el mundo en esa
maravillosa terraza, su hijo tenía el mirador.
—Ten cuidado en la subida —le pidió Lupe, entrando en casa.
Andrea subió aquella colina despacio, más que de costumbre. El miedo a abrir aquel sobre le
hacía ir con calma.
Aparcó en el lugar de siempre, apagó las luces y encendió la interior.
Llevaba puesta la música. Su madre había dejado Spotify.
Escuchaba la canción mientras abría el sobre pensando que la letra le hablaba de Estela.
Miró la radio. Enarcó las cejas.
—Mamá… —susurró con media sonrisa leyendo en la pantalla, All around me Justin Bieber.
Lupe se había hecho fan cuando el cantante comenzó a hacer letras más adultas y a él le hacía
gracia. Siempre pensó que era música para gente de su edad, incluso más joven, no para su
progenitora.
Le gustaba aquella canción. No la quitó.
Abrió la carta.
Estoy en mi habitación mientras tu madre recoge tus cosas. No puedo verlo… No quiero pensar que ya no vas
a estar más aquí…
Había cerrado la puerta del estudio que va a tu parte de la casa, porque era más fácil pensar que estabas
durmiendo o trabajando, para no olerte…
No quiero que te preocupes por el dinero, no es necesario. Aunque alquile el estudio a otra persona, siempre
habrá sitio para ti aquí.
Tengo poco tiempo para contarte lo que siento. Espero hacerlo bien…
Andrea, te echo de menos y podría callármelo en estos momentos, pero no puedo. Te echo de menos.
Mis amigas me convencieron para hacerme un perfil virtual para conocer a alguien y siento que he perdido el
tiempo con chicos con los que no tenía mucho que ver, he perdido el tiempo que tenía para estar contigo, pero también
pienso que ser amigos estos meses, compartiendo estudio, trabajo y charlas, ha hecho que después seamos una gran
pareja.
Me lo he pasado muy bien contigo, juntos, como amigos… de todas las formas posibles. Eres un gran tipo y
solo puedo desearte lo mejor del mundo.
Eres especial y así lo serás siempre en mi corazón. Ha sido una de las mejores épocas de mi vida, le has dado
una emoción que ya ni recordaba… Me quedo con todo lo bueno y bonito de ti.
Ojalá las cosas fuesen diferentes, ojalá nuestras vidas fuesen compatibles, pero no puede ser y entiendo tu
decisión. Si hubiese sido más valiente, la habría tomado yo antes de hacernos daño.
Espero que todos tus planes salgan bien y puedas ser lo que deseas en el futuro.
Te quiero y me acordaré de ti con cada copa de vino en el atardecer, en cada fotografía.
Se feliz. Hazlo por mí.
Estela ♥
Andrea miró las fotos que Estela había dejado en el sobre. Eran ellos en selfis en el Templo
de Debod al atardecer, ellos en la terraza de su casa antes de bailar. Ella en aquella foto tan
especial con el atardecer de fondo y el pelo rebelde por la brisa.
Le dio la vuelta a esta última. Había algo escrito:
Solo tú me has visto así.
Gracias por mostrármelo.
Te quiero. ♥
Sonrió entre lágrimas.
—Te lo prometo —susurró la promesa que le pedía en la carta a las fotografías que él mismo
había tomado.
Apagó la luz con el rostro mojado, se recostó en el asiento y observó la luna que esa noche
estaba llena, como si quisiera iluminarlo para no caer en la extrema tristeza.
Pensó en la pena que le embargaba y que compartía con ella, pero también en las palabras
que le había escrito con premura antes de que su madre se marchara.
No le cabía duda de que eran sinceras. En tan poco tiempo no hay demasiado en que
pensar, solo consigues plasmar lo que te dicta el corazón.
Les iba a costar olvidarse.
De lo que estaba seguro era de que Estela iba a ser una de las mujeres más importantes de su
vida. Eso nada ni nadie lo podría cambiar.
CAPÍTULO 40
Navidad 2019
Estela no había parado de trabajar en todos esos meses. Era la mejor anestesia para no
pensar en Andrea.
Salir con sus amigas también ayudaba y, desde que Leti se había quedado soltera, eran más
habituales las quedadas.
Las cosas con Oliver no fueron bien del todo. Al principio todo era ideal, pero después, se
complicó.
Leticia descubrió que él no había borrado su perfil en la aplicación de citas o, al menos, lo
había vuelto a activar.
En realidad, era cosa de dos. Ella tampoco estaba siendo del todo feliz con él, ya que había
vuelto a cotillear en la base de datos a los chicos que le gustaban, por eso lo encontró.
La atracción sexual entre ellos era enorme pero, con el tiempo, descubrieron que no eran
tan compatibles en todo lo demás.
Los horarios de la chica en el hospital, tampoco ayudaban y él, con un trabajo más
convencional, no se adaptó del todo bien.
Mamen seguía con su relación con Edu viento en popa.
El bombero y la técnico de emergencias, compartían tantas cosas poco habituales de la vida,
que no podían llevarlo mejor.
A veces se reunían todos en la terraza de Estela, a pesar del frío. Sobre todo, a la hora del
aperitivo, cuando hacía sol, con unas cervezas, algo de picar y un poco de música.
Hoy era uno de esos días. Habían pasado la Nochebuena con sus familias, pero se acercaba
fin de año y los posibles planes se multiplicaban.
—Pásame una cervecita —pidió Leticia a Eduardo, que se había sentado al lado de la
nevera portátil.
—Entonces, salimos a bailar, ¿no? —preguntó Mamen mirando a Edu, mientras bailaba al
son de la canción, Born to Love de Meduza y Shells, que acababa de poner Álvaro Sicilia en la
emisora MegaStar.
—Yo tengo guardia, me encantaría ir, pero no puedo apuntarme al plan. Bailad por mí, por
favor.
—Increíble lo de este hombre —murmuró Leticia al escuchar que trabajaba otra vez,
siguiendo el ritmo de la música—. Aún estoy esperando a que me traigas a algún amigo tuyo —
dejó caer la indirecta por enésima vez.
Todos sonrieron por el comentario, pero Edu no contestó. No quería volver a involucrar a
ningún conocido con las chicas. Con Andrea ya tenía bastante con lo que lidiar.
Había ido a casa en Nochebuena y se habían pasado los días hablando de lo que echaba de
menos Madrid, las fotos, la vida en el estudio… Estela.
Edu lo entendía, había sido una gran putada aquella separación, pero tenían que aprender a
vivir separados.
Intentó que quedase con una chica del pueblo de al lado que siempre había estado pillada de
él. Era guapa, tenía buena conversación y podía ser una gran candidata a ocupar su corazón.
Estaba acostumbrada al campo, a la vida rural. Lo tenía que intentar.
Tenían una cita prevista para fin de año. Si todo iba bien, igual su amigo empezaba a ver la
luz, pero no se lo podía decir a Mamen, no quería que se lo contaran a Estela, ni adelantarse,
pero sí la animaba a rehacer su vida.
—No sé si voy a salir —declaró Estela, siguiendo el ritmo de la canción.
—¿Trabajo? —preguntó Mamen extrañada de que fuese por eso.
—No, es que no me apetece mucho —contestó haciendo un mohín con la boca.
Las chicas y Edu se miraron. Sabían que la situación no era fácil, pero tenía que intentar
hacer su vida.
—Bueno, ya lo pensamos. No hay prisa —comentó Leticia, intentando relajar la
conversación para ella—, pero hoy salimos, ¿vale? —pidió rogando un sí con la mirada.
—¿Qué estás tramando? —preguntó Estela, enarcando las cejas.
Como la fotógrafa preveía, Leticia sacó el móvil y con rapidez se sentó más cerca de ella.
—Mira —dijo mostrándole la pantalla.
Un chico moreno, sonriente y, según ponía en el perfil, interesado en la fotografía, la miraba
desde el móvil de su amiga.
—Muy guapo —apreció, porque lo era, pero de forma poco expresiva.
—Sí, vamos a comprobar si lo es igual en persona —declaró haciendo match.
Estela sonrió a Leti. Si le gustaba, a ella le parecía bien.
—Pásalo bien —deseó dando un trago a su cerveza.
—No. No lo has entendido —continuó aguantando la risa. El chico hizo match también.
Eufórica le mostró la pantalla a Estela—. Tú vas a pasártelo bien.
Estela negó con la cabeza con mucha tranquilidad. No era su móvil.
Lo buscó en el bolsillo del pantalón.
No estaba.
Miró en la mesa, en el sofá, a su alrededor.
—¡Es mi móvil! —gritó furiosa.
—¡Sí! —contestó su amiga sacando el propio del bolsillo.
—¡Te mato!
Estela se abalanzó sobre ella, que saltó por encima del sofá y comenzó a correr por la
terraza.
Mamen y Edu las observaban sin saber si reír o llorar.
—No está preparada para esto —susurró Mamen a su chico.
—Lo tiene que intentar. Tiene que hacer su vida.
Fue tan tajante en su declaración, que la mujer lo miró con el ceño fruncido.
—¿Sabes algo que ella deba saber? —preguntó con el corazón en la garganta.
Edu dudó si contarle algo, porque en realidad, Andrea actuaba igual que Estela, dando
largas a continuar con su vida, pero se lo guardó.
—De momento, no, pero estoy intentando que sea feliz. Tú deberías hacer lo mismo —
aconsejó con tristeza.
Mamen lo miró unos segundos entre el enfado y la pena. Finalmente asintió.
No hacía falta que saliera con otros hombres, ni que emprendiera otra relación, pero tenía
que vivir.
Se levantó a poner paz.
—¡Quiero verlo! —pidió a Leticia para que parase en cuanto pasara por su lado.
La enfermera le dio el móvil de Estela.
Mamen miró la foto y enarcó las cejas sorprendida.
—Está cañón, ¿eh? —preguntó Leticia.
—Sí —contestó escueta, aunque en otra ocasión hubiese añadido un, espero que no os
engañe, pero no era lo acertado ahora.
—No la animes —la regañó Estela.
—Lo tienes que intentar, aunque sea para ir de vigilante de la cita de esta loca —pidió
Mamen, logrando que la fotógrafa asintiera.
—Pero solo por eso —consintió con las ideas muy claras. No iba a darle una oportunidad a
aquel chico.
Aquella noche, Leticia y Estela quedaron en el centro de Madrid con sus citas.
Las calles estaban abarrotadas, contagiadas por el espíritu de la Navidad.
Estela no disfrutaba mucho de ello desde hacía tiempo, pero cuando salía y veía el ambiente,
se sentía bien.
Su chico se llamaba Iván y era el mismo que salía en la foto de la aplicación de citas.
El de Leticia, Biel, también era de verdad, como ellas decían.
Sorprendidas por su suerte, pasearon con ellos viendo las luces de la Gran Vía de Madrid, el
espectáculo de la bola de Navidad en la confluencia con la calle Alcalá frente al Círculo de Bellas
Artes y regresaron a la puerta del Sol, para encaminarse a la plaza Mayor y tomar algo por la
zona.
Estela intentaba hablar de forma fluida con Iván. Era un chico atento, simpático y con
buena conversación.
Era periodista, había acabado la carrera y estaba trabajando de becario para los informativos
diarios del grupo Mediaset. Estaba feliz con ello, se le notaba al contarlo.
Le gustó mucho que ella fuese fotógrafa, a él le gustaría ser reportero gráfico.
Leticia los observaba feliz. Quizá había tenido buen ojo.
Cenaron algo y se acercaron a un bar cercano a bailar.
—¿Qué tomas? —preguntó Iván a Estela, tras colocarse en la barra, con una mirada
penetrante que le despertó deseo por primera vez desde que Andrea se fue.
—Mojito, por favor —pidió acercándosele al oído, apoyándose en su hombro.
Se sorprendió a sí misma con el gesto. No quería coquetear pero, inesperadamente, aquel
chico le gustaba.
Iván la cogió de la cintura con media sonrisa sensual. Estela cogió aire y apretó los labios un
segundo.
Se miraron un instante. Estela sintió la atracción como si la barriese un tren de mercancías.
Sentía su mano en la cintura y las luces tenues mientras comenzaba a sonar la música
divertida y sensual de Malibú con piña de Funzo & Baby Loud.
Los dos sonreían al escuchar la letra.
Iván cantó el estribillo.
Estela rio de verdad.
Leticia giró el rostro sorprendida para mirar a su amiga.
No era su estilo de música, ni estaba bien anímicamente para una cita, pero se estaba
esforzando y aquel chico parecía que lo estaba haciendo muy muy bien.
Él seguía el ritmo con mucho estilo. Ella lo acompañó divertida.
Las dos chicas se miraron. Leticia le sonrió levantando los pulgares hacia arriba. Estela bajó
la mirada sonrojada.
Esa canción les había hecho gracia a las amigas cuando la escucharon tiempo atrás en una
lista de novedades de Spotify, encontrarla en aquel bar que solo abría por la noche, tenía la
simulación de una playa en su sótano y hacía los mejores mojitos de Madrid, las hizo reír. Era el
sitio perfecto para escucharla.
La noche fluyó después de aquello.
Estela se dejó llevar. No lo sabía, pero se dio cuenta de lo mucho que necesitaba una noche
sin pensar.
Desde aquel arrebato con Abel, no había vuelto a estar con nadie que no fuese Andrea y
quizá sus amigos tenían razón.
No lo quería menos, no se deja de querer de la noche al día, quizá nunca lo hiciera, pero él
ya no estaba allí.
Iván la habló de lo a gusto que estaba con ella. No creía mucho en las aplicaciones, pero
contó que su amigo lo había convencido y ahora le estaba muy agradecido.
Estela le confesó lo que les pasaba a ellas.
No se diferenciaban tanto en sus ideas, forma de ser, ni siquiera en el tema de la aplicación
de citas.
—El mundo está dividido entre usarla o salir a divertirse y ver qué pasa —le dijo al oído.
—Yo me hubiese fijado en ti en cualquier lugar —susurró a Estela con la voz enronquecida
por el deseo.
Ella lo miró con timidez, asumiendo que también se hubiese fijado en él, pero no lo dijo en
voz alta.
Iván no dudó más. Acercó los labios a su boca y la besó.
Estela dejó que lo hiciera. Le gustaba ese chico, la atracción era evidente y quería dejar de
sufrir.
Intentó no compararlo con Andrea, pero fue inevitable.
Le gustó, aunque no fuese él. Besaba bien.
Talk de Khalid con Disclosure sonaba de fondo con ese ritmo sensual que tantas veces había
escuchado en su terraza.
Estela deshizo el beso y le sonrió con timidez.
—No sé si estoy preparada para esto.
—Tranquila. No te pido nada. Haz lo que sientas. De eso se trata, ¿no?
La música cambió de ritmos y Ride It de Regard los envolvió.
—He dejado hace poco una relación, pero no hemos dejado de querernos… Es
complicado… No sé lo que quiero hacer —contó muy cerca de su piel para que la escuchase por
encima de la música—. Desearía estar con él, pero también me gustas…
Iván la acercó un poco más a él, recorriendo la cintura con sus fuertes manos, envolviéndola
con su perfume, con su cuerpo.
—Hace tiempo que no tengo nada serio con nadie. Dejé una relación con mi novia de toda
la vida hace un año y no creo estar preparado para repetir, a no ser, que encuentre a alguien que
me haga cambiar de opinión —susurró a su oído.
Estela sonrió, él también.
—Solo quiero no pensar, pasarlo bien y que al final de la noche, pase lo que pase, no me
reproches nada.
—Concedido —contestó mojándose los labios antes de besarla de nuevo, haciendo que se
perdiera en ese gesto y no pensara nada más.
CAPÍTULO 41
Febrero 2020
Andrea llevaba semanas intentando que la relación con Fedra funcionase. Se lo había
prometido a Edu, a su madre, a él mismo, pero las cosas no se pueden forzar.
Era una buena chica, simpática, trabajadora, que entendía su vida actual, que le podría
ayudar en ella, pero no era Estela.
Quedaban para tomar algo en el pueblo cuando él tenía mucho trabajo. Ella bajaba en su
coche y se veían un rato.
Otras veces, Andrea la iba a buscar al suyo y se quedaban por allí o bajaban a Guadalajara al
cine o a cenar.
Lo intentaba, estaba bien con ella, pero no era Estela.
Estaba en el despacho de la fábrica, revisando documentación sobre las recogidas de los
últimos días, también sobre el primer prensado. Era un aceite muy especial que envasaban en
botellas de cristal de tres cuartos de litro, que les compraban las secciones gourmet de
hipermercados de renombre. Nada podía salir mal.
—¿En serio? —preguntaron desde la puerta. Levantó la vista del ordenador—. Cuando tu
madre me dijo que estabas hecho un desastre, no me imaginé que tanto.
—Ya era hora de que te dignaras a volver, cabrón. Y no me digas que has tenido guardias
porque ya sé cómo se llaman las guardias —le reprochó que llevase tiempo sin ir a verlo,
refiriéndose a su relación con Mamen. Sabía que no era cuestión laboral.
Se levantó de la silla y fue directo a darle un abrazo.
Los dos amigos se reencontraron en mitad del despacho y se saludaron con efusividad. Edu
se esforzaba en ir por Reunión de vez en cuando para sacarlo de aquella fábrica o al menos para
hablar un rato y desahogarse.
—¿Cómo va todo, señor de negocios? Pareces un dandi con ese traje y estas pintas.
Andrea enarcó las cejas en señal de disgusto.
—No porque yo quiera —contestó aflojando la corbata mientras volvía a su mesa de trabajo
—. Dame unos vaqueros y unas deportivas, por favor.
—¿Reuniones importantes? —indagó un poco el bombero.
—Han venido unos tipos árabes. Están interesados en nuestro aceite. En su país es un
artículo de lujo y la verdad es que ofrecen un pastón por la explotación total de la fábrica.
—Vaya —murmuró Eduardo sorprendido. Tomó asiento frente a él para que le contase
más.
—Allí no hay terrenos cultivables y todo lo llevan de otros países, de proveedores. Compran
empresas por el mundo para que los abastezcan de todo lo que necesitan —explicó dándole la
vuelta a la pantalla de su portátil convirtiéndolo en tableta, para que pudiese ver lo que le
mostraba—. Es una gran oportunidad, pero no sé si será viable.
—¿Por qué? —preguntó sorprendido—. Es tu oportunidad para salir de aquí, para
deshacerte de esto que te ata y volar.
Andrea lo miró asintiendo, pero luego cerró los ojos y se echó hacia atrás en la silla.
—No sé si soy capaz de vender esto —susurró sorprendido con sus propias palabras, pero
era la verdad.
Aquel negocio le había quitado lo mejor de su vida y lo mantenía lejos de lo que deseaba en
realidad, del trabajo con el que soñaba y no podía desarrollar, pero también había sido lo que le
había dado la oportunidad de estudiar, de vivir a toda su familia y antepasados… Aún era un
negocio rentable, al alza en realidad, que les daba seguridad.
Edu lo miró asintiendo.
—La herencia —dijo en un tono bajo y profundo, como si imitase el título de una película.
—Sí, eso es, aunque parezca una contradicción con mis convicciones, no soy capaz de
quitar a mi madre y a mi abuela lo que les pertenece. No soy quién para tomar una decisión así.
—Deberías hacer a tu familia una presentación de esas que bordas con fotos, gráficos de
colores y un proyector. Seguro que firman ese contrato y a vivir la vida.
Andrea sonrió de medio lado a su amigo.
Era bonito pensar que pudiese suceder pero, mientras su abuelo viviese, no lo iba ni a
plantear.
—He dicho a esta gente que no queremos deshacernos del negocio de momento, pero
estaríamos encantados de suministrarles el aceite que necesiten.
—¿Y? —preguntó su amigo intrigado.
—Lo tienen que estudiar. No era su idea.
—Bueno, está bien. No es un no rotundo.
—Yo creo que no van a volver. Me llamarán dentro de unos meses y me dirán que no es lo
que buscan. Así se esfumará mi mejor opción para salir de aquí y volver…
Se quedó ahí.
Iba a decir volver con Estela, pero se mordió la lengua.
Habían pasado meses desde que se fue y no había vuelto a Madrid. No porque no lo desease,
que lo deseaba, sino porque no había tenido un par de días libres seguidos, ni siquiera uno entero.
El trabajo en aquella época era mucho y significaba el ochenta por ciento de lo que les rentaría el
año.
Luego estaba el tema de controlar los sentimientos, no irrumpir en su vida otra vez
desestabilizándola.
De momento aguantaba porque, superarlo no lo superaba.
—Bueno, estar aquí ya no es tan aburrido, ¿no te parece? —preguntó enarcando las cejas
varias veces seguidas con picardía—. ¿Qué tal Fedra?
Andrea cambió el semblante. No le gustaba hablar de su relación con ella, más que nada,
porque todavía no sabía cómo llamarla.
—Bien. Supongo que, trabajando o en casa, no lo sé —explicó escueto y sin ganas.
Edu se echó hacia atrás en la silla, no entendía nada.
—¿Ha pasado algo? ¿Estás bien?
—Estoy bien y no, no ha pasado nada —replicó sin detalles, regresando al ordenador que
recolocaba sobre su mesa abierto como un portátil.
El chico se levantó y se acercó a su amigo. Se sentó en la mesa a su lado y lo miró fijamente.
—O me lo cuentas o voy a preguntarle. Tú mismo —amenazó.
Andrea se echó hacia atrás en el sillón otra vez. Cogió aire.
—¿Qué quieres que te cuente? —preguntó un poco enfadado, pero no con su amigo, ni con
la chica. No sabía con qué, pero la situación le irritaba el carácter—. Es guapa, entiende esto —
explicó abriendo los brazos abarcando la oficina, refiriéndose a la fábrica—, le gusta, ¡está
encantada!, pero yo no.
—Entiendo —susurró Edu con calma.
—¿Entender? Tú no entiendes nada porque tienes todo lo que quieres. A tu chica, tu curro
de bombero que siempre soñaste y vives en la ciudad. No puedes entenderlo.
Eduardo guardó silencio pensando qué decir. No quería enfadarse con él.
—Siento lo que estás pasando, entiendo tus sacrificios y de verdad te digo que ojalá las cosas
fuesen de otra forma. Solo quería ayudar un poco con Fedra, pensé que podía ser una buena
opción para tener algo aquí que te haga ilusión, pero si me he equivocado, lo siento —se disculpó
el muchacho con sinceridad.
Andrea negó con la cabeza cerrando los ojos.
Cogió aire.
—De verdad que te lo agradezco, Edu —dijo sincero palmeando su pierna con complicidad
—, pero siento que voy a hacer daño a esta chica y no se lo merece —confesó su miedo—. Ella
está muy ilusionada conmigo, lo sé porque se lo noto, pero yo no siento lo mismo. Lo pasamos
bien, salimos, nos enrollamos, el sexo no está mal, pero no es Estela y no puedo quitármela de la
cabeza. La estoy comparando todo el tiempo con ella y no le estoy dando una oportunidad real.
Siento que la estoy usando para pasar el tiempo hasta que esto se arregle y pueda volver a Madrid
—dijo abatido. Lo tenía dentro, lo pensaba desde hacía tiempo y por fin estaba diciéndolo en voz
alta.
—¿Y qué te hace pensar que volver a Madrid significa recuperar tu vida tal y como la
dejaste? —preguntó el amigo con sinceridad. Sabía que Estela estaba saliendo por ahí,
conociendo a chicos y, aunque Mamen le decía que no tenía nada serio con ninguno, podía darse
el caso. Su amigo tenía que tener eso presente, aunque no le quería dar detalles.
Andrea se quedó mudo y clavado en el sitio, como si con un mando a distancia le hubiesen
dado al botón de pausa.
Le costó respirar. Imaginarse a Estela ir en serio con otro hombre, lo partía en dos.
—No lo sé —se sinceró—. ¿Sabes algo que deba saber?
—No. No hay ningún cambio. El estudio sigue vacío, a pesar de devolverte las
transferencias del alquiler —contó el detalle, aunque era el menos relevante—. Sé que deseas
volver y que las cosas sigan igual, pero todo puede cambiar, para ambos, no lo puedes obviar.
—Lo tendré en cuenta —murmuró poco convencido.
—No quiero que sufras más, amigo. Tienes que ser práctico.
—Lo intentaré —contestó, mientras una sensación de frío helado le recorría el cuerpo al
imaginarse por primera vez la posibilidad de no recuperar a Estela.
Edu no podía ver a su amigo así, tenía que hacer algo, un plan y volver a ser feliz. Se lo
merecía más que nadie.
CAPÍTULO 42
Andrea conducía con las manos sudorosas, a pesar de que en abril aún no se había templado
el clima lo suficiente para eso, ni le pasaba normalmente.
Llevaba un mes dándole vueltas en la cabeza a su situación y no aguantaba ni un minuto
más.
Había hablado con su madre, estaba dispuesta a hacerse cargo de parte del negocio tras
meses preparándose con él para ello y, ahora que la aceituna estaba recogida, el aceite en marcha
y la venta comenzaba, era un buen momento para probar y que dispusiera de un poco de tiempo
libre.
Además, aquellos árabes que le ofrecieron dinero por la almazara, querían hacer negocios
con ellos.
No podía creérselo. Todos estaban muy contentos, sobre todo su abuelo, algo inesperado y
que lo había suavizado con respecto a la nueva labor de su madre en la empresa.
Poco a poco veía luz al final del túnel y necesitaba celebrarlo.
Era el primer fin de semana completo que tenía y había tardado cinco minutos en hacer una
bolsa para marcharse. Sus amigos no estaban ya en Reunión, estaban en Madrid.
El móvil sonaba de vez en cuando interrumpiendo la música del coche. Fedra le había
llamado un par de veces más, aparte de esa, pero no quería hablar con ella, quería llegar a la
ciudad.
Había quedado con Edu en ir a su casa. Nadie sabía nada de su visita, solo su amigo y
pretendía que fuese una sorpresa.
En realidad, Mamen estaba al tanto y entre el bombero y ella, les habían preparado una
cita.
Mamen había conseguido que Clara se la llevase de casa toda la tarde con la excusa de ir de
compras. Había aceptado y madre e hija estarían fuera dejándoles vía libre.
Tenían suerte, no llovía y el día era cálido. Las dos estufas que habían alquilado para la
ocasión e instalado en la terraza, harían el resto.
La pareja preparó una cena en la azotea con mucho cariño y detalles, sabían que los dos se
echaban mucho de menos y se necesitaban a pesar de haberse dejado meses atrás.
No lo llevaban bien, no lo superaban, tenían que hablar y crear un plan B.
—¿Lo tienes todo preparado? —preguntó Edu a Mamen, metiendo la comida en una bolsa.
—Sí —contestó recogiendo el paquete mientras le daba un beso de despedida—. Me voy
para allá. Entraré con la llave de reserva que me ha dejado Clara, lo dejaré todo preparado en el
estudio y me bajaré a la calle a esperarlas. La convenceré para salir, pero le pediré subir antes a la
azotea a tomar algo, entonces tú te presentas a buscarnos con Andrea y los dejamos solos.
—Perfecto —contestó el bombero con mucha ilusión, pero enseguida cambió el semblante
—. Espero que no nos equivoquemos con esto, cariño. Puede ser un desastre —elucubró.
—¡Va a ser un éxito! Tú has dicho que él viene con intención de ver a Estela y yo sé que,
por mucho que a ella le guste Iván o ese tal Abel del verano, no es lo mismo que con Andrea. En
cuanto lo vea, será como si el tiempo no hubiese pasado. Estoy segura.
—Eso espero —susurró Edu mirando al cielo, como si le pidiera a quien estuviese allí arriba
que les echara una mano.
Mamen dejó la comida en el estudio de Estela y salió de allí para no levantar sospechas.
En cuanto Clara la avisó de su inminente llegada, llamó a la fotógrafa para salir esa noche.
Aceptó sin problema y quedaron en verse en su casa.
Enseguida envió un mensaje a Edu. Todo iba sobre lo previsto.
Estela y su madre subieron a casa.
—Ponte el vestido de flores azules. Es precioso —dijo su madre, sacando de una bolsa de
tela una prenda estampada con pequeñas flores en tonos azules. Era un vestido de tela fina, de
manga larga, con escote de pico, vuelo en la falda y con una largura por encima de la rodilla.
—Es un poco primaveral, ¿no te parece? —preguntó mirándolo con media sonrisa.
—Puede, pero hoy hace buena noche y te queda muy bien —alentó a su hija para que se lo
pusiera.
Divertida, Estela sonrió a su madre, cogió la prenda y se fue por el pasillo en dirección a su
habitación.
Clara sonrió frotándose las manos. Estaba deseando ver a ese muchacho que tanto había
cambiado el humor de su hija, para bien cuando estaba con él, y para mal cuando se fue.
Tenía claro que era una persona importante para ella y estaba encantada de colaborar con
Mamen para aquel encuentro.
El timbre sonó.
Clara sabía que era Mamen, había dejado pasar el tiempo adecuado para que su hija no
sospechara.
—¡Mamá! ¿Puedes abrir, por favor?
La mujer fue deprisa a la puerta, estaba impaciente por tener a alguien cerca con quien
compartir el momento.
En cuanto abrió la puerta, las dos se sonrieron con complicidad.
—Estoy nerviosa —confesó la mujer. Mamen asintió mientras la abrazaba.
—Yo también. Ya verás que chico, Clara. Es fantasía —susurró a su oído para que Estela no
las escuchara. La mujer rio.
—¿Se puede saber qué os pasa? —preguntó la fotógrafa al ver la escena desde la puerta de
su habitación.
—Nada, nada, tu madre que me hace unas preguntas sobre Edu que…
Las tres rieron. Mamen y Clara se miraron nerviosas. Casi se descubren ellas mismas.
La chica salió de su habitación a los pocos minutos ya preparada.
—¡Guau! Hoy pillas fijo —aseguró Mamen. Clara sonrió.
—Estás preciosa. Ya te dije que te quedaba espectacular.
Estela las miró sonriente.
—Esto se merece una copita de vino, ¿no? —propuso agradecida por los piropos, mientras
iba a la nevera para sacar la bebida que había sido testigo de tantas escenas de su vida.
—Espero que no te moleste, pero ahora vendrá Edu. No tenía plan y me daba palo dejarlo
tirado —contó con semblante triste.
—No, claro que no, no te preocupes. Tomamos algo y a casa. No hay problema.
Estela sirvió las copas, las tres mujeres las levantaron al aire, brindaron y dieron un sorbo.
El timbre sonó.
—Será Edu, voy a abrir —dijo Estela con rapidez.
Mamen asintió y cuando ya se encaminaba a la puerta, cogió del brazo a Clara para salir al
recibidor con disimulo. Quería verle la cara a su amiga cuando descubriera quién venía con el
bombero.
Estela abrió la puerta.
Edu la saludó sonriente.
—Estás preciosa.
—Y tú muy guapo —declaró comenzando a cerrar la puerta. No esperaba a nadie más.
—Espera, traigo a alguien —dijo con simpleza.
Estela asintió.
—Como hoy que no está Leti, hayas traído a algún compañero bombero, nos mata —le
recordó, que su otra amiga deseaba aquello desde hacía muchos meses y aún no había llevado a
nadie.
—No soy bombero, pero casi —dijo Andrea aparentemente sereno, recordando aquel
incidente tras el que su relación de pareja comenzó.
La realidad era que estaba muy nervioso.
Su olor, volver, los recuerdos mezclados con las emociones de regresar, estaba hecho un flan.
Estela se giró con rapidez en cuanto escuchó su voz.
La emoción se veía con claridad en sus ojos, la sorpresa, la alegría mezclada con el miedo.
—Andrea —dijo con cautela. No sabía qué pensar ni qué decir.
—Hola, Estela —saludó inquieto por la situación. Estuvieron en silencio unos segundos,
pero como ella no reaccionaba, habló de nuevo—. ¿Puedo pasar?
—Claro —contestó como pudo. Estaba en shock.
Clara apretó el brazo de Mamen mientras el chico pasaba y Estela cerraba la puerta.
—Qué emocionante. Qué guapo —confesó en un susurro.
—Y la quiere mucho, Clara, muchísimo —dijo la amiga lo más importante.
El grupo se reunió en la cocina de Estela mientras preparaban algo de beber.
Mamen, ante los nervios de su amiga, abrió la nevera, sacó un par de botellines y se los dio
a los chicos.
Estela se colocó al lado de su madre, junto a Mamen, como si quisiera protegerse, pero ¿de
qué? Los sentimientos no se quedan fuera de los refugios, por muy blindados que creamos que
son.
Andrea, apoyado en la encimera junto a Edu, se percató de la presencia de Clara y se
acercó a ella.
—Perdone, soy Andrea. Usted debe ser la madre de Estela —le dejó dos besos en las
mejillas.
—Encantada de conocerte —le devolvió el saludo observándolo de cerca.
Mamen dio un codazo a su amiga para que reaccionara, pero no era capaz de hablar.
Tiró de ella del brazo y disculpándose, salieron de allí.
La metió en su habitación. Estela se sentó en la cama.
—¿Estás bien? —preguntó Mamen sentándose a su lado.
Tras unos segundos pensándoselo, Estela contestó.
—No lo sé.
—Te entiendo.
—Guau, esto es muy heavy. Tengo el corazón que me va a explotar —se sinceró.
—Me va a explotar a mi… —confesó Mamen nerviosa.
Estuvieron unos minutos sentadas en la cama sin hablar, cogidas de la mano, mirando por la
ventana.
—Me siento como si no se hubiese marchado, como si todos estos meses no hubiesen
existido.
—Creo que para él tampoco.
Estela miró a su amiga confusa.
—¿Sabes algo que deba saber?
—Creo que ya no aguanta más en el pueblo y, como las cosas han mejorado en la empresa,
ha decidido venir a vernos el primer fin de semana que ha tenido libre.
Estela no habló. No podía.
—No sé si estoy preparada para esto.
—Podéis ser amigos —propuso.
—Ya… pero cuando quieres mucho a una persona, es complicado. Ahora no podría.
Mamen cogió aire.
—Vale, pero ahora está ahí fuera y lo veo muy contento de estar aquí.
—Sí, no te preocupes. Me portaré bien.
—Habla con él. Lo necesitáis. Solo disfruta de la noche.
CAPÍTULO 43
Estela y Andrea estaban tan nerviosos, que Mamen y Edu decidieron prepararlo todo para
la cena y marcharse.
Clara los ayudó en lo que pudo y los tres desaparecieron.
La pareja subió a la azotea como los amigos les habían indicado.
En cuanto entraron a la terraza y vieron lo que tenían organizado para ellos, supieron que
estaba planeado al detalle.
Había una mesa pequeña con dos sillas dispuesta para cenar. Dos grandes estufas la
presidían para que no pasaran frío.
Las luces estaban encendidas y se escuchaba música en un pequeño altavoz sobre la mesa
baja, que tantas copas de vino había albergado, junto a los sofás donde solían charlar y pasar
muchas horas las amigas.
—¿Ha sido idea tuya? —preguntó Estela al chico.
—No. ¿Y tuya?
—Tampoco —susurró caminando hacia la mesa.
Andrea fue detrás de ella. Quería oler su perfume sin que lo viera, disfrutar de su esencia
unos segundos. La había echado tanto de menos…
Movió una silla y la ayudó a sentarse. Él tomó asiento en la otra y, en silencio, abrió la
botella de vino frío que había en una hielera y lo sirvió.
Estaba nerviosa, apretaba los labios, a veces se los mordía. Cogió la copa que le ofrecía.
Él también lo estaba, el corazón iba a mil por hora.
—Se lo han currado —apreció Andrea.
—Alucino con ellos. ¿Desde cuándo lo tendrían preparado?
—Supongo que desde esta mañana que les he dicho que venía.
La chica asintió con timidez.
—¿Qué tal va todo? ¿Cómo está tu familia? Edu no me cuenta mucho, solo que estáis bien.
Andrea fue quien pidió a su amigo que no le diera demasiados detalles sobre su vida.
Deseaba que ella pudiese rehacer la suya si quería, al menos ponérselo más fácil. Estaba
comprobando que lo había cumplido.
—Bien, todos están bien y el negocio funciona. No hemos caído en la bancarrota, que ya es
mucho —contó escueto.
—No dudes de ti, yo nunca lo he hecho —dijo sin pensar, apretó los labios. No quería
hablar de más. Andrea esbozó una sonrisa de medio lado feliz de escuchar aquellas palabras, pero
no quiso mostrar demasiado esa alegría—. Me alegro. Estarás más tranquilo.
—¿Tranquilidad? ¿Qué es eso en mi familia? —preguntó llevando la conversación por unos
términos que sabía que le costaría menos trabajo a Estela. Los dos rieron con complicidad—.
¿Qué tal la tuya? ¿Cómo van esas muñecas espectaculares?
—Todo está igual. En casa no hay cambios y el trabajo sigue saliendo. No me puedo quejar
—contó.
El silencio se instaló entre ellos.
Comenzaron a cenar haciéndose preguntas sin mucha profundidad, hablando de temas más
neutros.
Acabaron los platos salados y pasaron al dulce. Les habían preparado un tiramisú para cada
uno.
Estela no sabía qué pensar de aquel encuentro. Estaba deseando verlo, abrazarlo, incluso
besarlo si tenía una oportunidad para ello, ¿por qué no?, pero lo tenía delante y no era capaz de
hablarle de sus sentimientos.
Andrea cogió aire, tomó otra cucharada del postre y la miró unos segundos.
—Sé que la carta que te escribí decía que quería dejar nuestra relación, pero está siendo
muy duro —confesó sin tapujos con voz profunda. Estela levantó la vista, lo miró nerviosa, pero
no dijo ni media palabra. Él cogió aire—. Espero que tú lo lleves mejor.
—No mucho —se sinceró inesperadamente. Lo miró mordiéndose el labio inferior—. Lo he
intentado, lo prometo, he salido con las chicas, he quedado con otras personas, pero los
sentimientos no desaparecen tan fácilmente.
Aquellas palabras dieron un vuelco al corazón de Andrea.
—Cuando encuentras lo que buscas, no lo puedes olvidar —añadió.
Sus miradas se encontraron.
—Sobre todo si todo lo que te rodea te recuerda a esa persona —contó dolida, pero no
siguió.
—Aunque no te lo creas, te entiendo. Solo estuviste un fin de semana en Reunión y es una
tortura recordarte allí.
La chica se estremeció, en parte por la brisa que se estaba levantando, a pesar de aquellas
estufas que les daban calor, en parte, por lo que se decían.
Andrea se levantó con rapidez para coger una manta.
Estela se puso en pie antes de que él llegase hasta ella.
—Solo iba a traerte algo de abrigo —se defendió con tristeza. No había nada más doloroso
que ver como ella se alejaba.
La chica caminó en dirección a los asientos de sofá, cogió una manta y se sentó.
Lo miró y le hizo un gesto para que la acompañara. Quería seguir hablando con él, podía
hablar hasta el amanecer o simplemente estar a su lado. Lo echaba mucho de menos, daba
cualquier cosa por pasar algo de tiempo con él. Ninguna de sus citas había conseguido conectar
con ella como lo hacía con Andrea.
Llevaba toda la noche pensando en si salir de allí en cuanto acabara de cenar o aprovechar
hasta el último segundo, aunque tuviese que recomponerse durante meses otra vez.
Era obvio que ganaba la primera opción. Al menos tenían el fin de semana.
El chico se sentó a su lado, los tapó con una manta y se recostó en el asiento.
Estela apoyó la cabeza en su hombro y cerró los ojos.
Lo sentía como si aún viviera allí, como si hubiesen subido como tantas noches a tomar
algo.
Andrea le cogió la mano. Necesitaba tocarla.
Entrelazaron sus dedos y los apretaron por si se escapaban de aquel lazo.
Guardaron silencio unos minutos, juntos, sintiéndose con el corazón a mil, aunque lo
intentasen disimular.
—He salido con otros chicos en este tiempo.
—Me alegro —contestó Andrea, sintiendo un puñal en el corazón—. Es lo que tenías que
hacer.
—No ha servido para nada —continuó mirando al cielo.
—Te entiendo. Yo también he salido con una chica y no he podido olvidarte.
Estela cogió aire con una llama de ilusión creciendo en su pecho.
Podía sentir celos, podía sentir rabia, pero ganaba la ilusión de haber comprobado que eran
las personas correctas para el otro.
—¿Has bailado? —preguntó Andrea con miedo. Siempre había pensado que si encontraba
a una buena pareja de baile le costaría menos olvidarlo.
—Sí, pero pierdo el ritmo.
No lo perdía en realidad, pero era una metáfora de lo que pasaba cuando bailaba. Empezaba
con fuerza y al final iba perdiendo la energía hasta que se enfadaba con no sabía muy bien qué.
Andrea alejó un poco la cabeza para poder mirarla a los ojos.
—¿Sabes por qué he venido? —Estela negó con la cabeza, no quería interrumpirlo, quería
saber esa respuesta sobre todas las cosas—. Quería saber si lo que sentía en casa era un recuerdo
o real, si al verte… el corazón se me subiría a la boca o solo estaría nervioso por el encuentro, si
sentiría la magia del día que nos conocimos o del primer beso.
—Y… ¿has resuelto tus dudas? —preguntó muy nerviosa.
—Al cien por cien. —La chica asintió incapaz de decir nada más. Andrea sonrió—. Estoy
enamorado de ti y nada lo ha cambiado. Si tú sientes lo mismo que yo… ¿por qué luchamos
contra lo que sentimos?
—Te hubiese besado cuando he abierto la puerta, si no hubiese sido porque tenía invitados y
no sabía qué sentías. Me pediste dejarlo y lo hice, pero no quería —confesó emocionada.
—¿Qué te he hecho? —preguntó culpabilizándose de esa mala época para ambos.
—Nada malo, solo confirmar que te quiero.
—Yo también te quiero, pero no puedo quedarme —se sinceró sobre su situación.
—Lo sé, pero eso no va a cambiar nada. Con el tiempo, lo asumiremos.
Andrea lo pensó bien antes de hablar.
—No lo quiero asumir, quiero quererte y que me quieras, aunque sea en la distancia, aunque
no podamos vernos en semanas, aunque no sepamos cual será nuestro futuro, pero no te puedo
pedir que hagas lo mismo, no es justo.
—Yo también quiero quererte —confesó en un hilo de voz.
Andrea no dijo nada más, ¿qué más había que decir? Lo habían intentado, se habían
obligado a olvidarse, pero ni con otras citas, con otras personas en sus vidas, habían logrado
emprender un camino separados.
Acercó la boca a sus labios y se miraron un par de segundos.
Se habían estado conteniendo, pero no podían más. Aquel paso era el definitivo para
reanudar su relación.
Estela se acercó lo necesario para culminar ese beso.
La sensación que los recorrió fue tan maravillosa, tan efusiva y emocionante, que ambos se
quedaron sin aliento.
El beso, profundo y pasional hablaba de recuerdos, de cicatrices que se cerraban, de la
pasión que no se apagaba.
La mano de Andrea sobre el cuello de Estela, la otra en la cintura acercándola más a él. Ella
acariciándole la mejilla y su barba de dos días.
Era como si cada parte de sus cuerpos supiera su lugar en el otro.
La cordura despertó de golpe a Andrea y se apartó un segundo, tenían que dejar las cosas
claras antes de continuar.
—Tengo que volver a la almazara, no puedo quedarme —susurró recobrando el aliento.
—Lo sé —contestó Estela en el mismo tono de voz.
—No sé cuándo voy a poder venir para quedarme, ni siquiera si lo podré hacer algún día —
admitió en voz alta su mayor miedo.
—No pasa nada. Nos apañaremos —lo animó, sonriendo en sus labios.
—Prométeme que no renunciarás nunca a tu trabajo, al estudio, a tu libertad de ser lo que
quieras ser, donde lo quieras ser, por mi atadura personal.
—Lo prometo —contestó segura de lo que hacía, porque estaba convencida de que, si
habían superado aquello y ahora hablaban de un futuro juntos, encontrarían la forma de seguir
con su relación ante la adversidad.
—Te quiero, Estela y no sabes lo feliz que me siento ahora.
Ella sonrió.
—Sí lo sé, yo me siento igual. Te quiero.
Aquella terraza había sido testigo de su relación, de cómo crecía y cambiaba en aquellos
meses, de sus miedos, inquietudes y soledad en muchas ocasiones. Ahora los envolvía en aquel
ambiente solo para ellos, haciendo que se confesaran sus sentimientos, lo que habían descubierto
en todo este tiempo.
Nunca se sabe dónde puedes encontrar a tu pareja de vida, puede estar delante de ti en la
fila de la caja del supermercado, en un concierto o en el trabajo y no saberlo. También en una
aplicación de internet, en una página de citas temáticas o bailando a tu lado en la discoteca, es
igual, lo que está claro es que, si la encuentras, nada ni nadie podrá destruir lo vuestro mientras
haya amor verdadero, y no solo amor por el otro, también por uno mismo, por la relación, por lo
que significa estar juntos.
Si lo encuentras, sea donde sea, sea como sea, no le cierres la puerta y alquílale un pedacito
de tu corazón.
EPÍLOGO
Un año después del incendio
Estela brindaba con Adelina, la dueña de la panadería bajo su casa, para celebrar que nadie
salió herido de aquel incendio fortuito un año atrás.
Aquel día cambió sus vidas, las de todos.
Para esos dueños, porque tuvieron que luchar mucho para conseguir remontar el negocio
del que vivían desde la juventud, para Estela, porque le cambió la vida aceptando que Andrea era
a quien quería.
Hacía calor, pero los ventiladores de techo que habían instalado tras la reforma, lo aliviaban
alternándolos con un poco de aire acondicionado.
La música inundaba la tienda, el horno, la calle y casi medio barrio.
La gente se había congregado allí como si de una verbena se tratara.
Querían mucho a aquel matrimonio que trabajaba desde muy temprano para que aquella
zona del barrio tuviese los mejores panes y dulces de Madrid.
Mamen, Leti y Eduardo, charlaban con otros comerciantes y gentes de la zona. Querían
movilizar al barrio para mejorarlo. Había mucha gente joven nueva que estaba dispuesta a
involucrarse, era la oportunidad.
Los antiguos barrios de Madrid van envejeciendo poco a poco, pero también se renuevan
con oleadas de jóvenes dispuestos a establecer su hogar allí.
—Con vosotros es posible que esto funcione —les decía Adelina—. Una especialista del
SAMUR, un bombero y una enfermera del hospital. Es la mejor opción que tenemos —les decía
con ilusión la mujer.
—Intentaremos dar voz a las propuestas más urgentes en el próximo pleno, pero no
prometemos nada. Está la cosa jodida —confesó Eduardo a la mujer.
—Vosotros —dijo señalando a los tres, refiriéndose a sus oficios— junto con los maestros y
policías, deberíais ser los mejor pagados, pero nada, los politicuchos estos son los que se llevan el
pastel —dijo indignada.
—Uy, Adelina, no entre ahí que se va a hacer mala sangre. Disfrute de la fiesta que es mejor
—dijo Leticia, tendiéndole una cerveza fresquita de un cubo de plástico lleno de hielo.
—Tienes razón, pero en el pleno, lo digo.
El grupo rio sabedores de que, si iba, era capaz de hacerlo.
Estela estaba atenta a la conversación, brindó con la mujer y con sus amigos, pero su mente
siempre estaba dividida entre lo que estaba haciendo y Andrea.
La separación era dura, pero habían aprendido a sobrellevarla.
En unos días vendría a Madrid y pasarían una semana juntos. Se lo había prometido.
Lupe estaba mucho más preparada para hacer frente a todo. Era el momento y la prueba de
fuego.
Carlos, cada día opinaba menos, no porque no abriera la boca, que la abría, sino porque
Andrea había conseguido imponer sus proyectos.
—¿Estás bien? —preguntó Mamen a su oído.
—Sí, es solo el calor —se excusó con su amiga. Esta hizo que se lo creía.
La música sonaba sin parar por unos altavoces que habían instalado entre la tienda y el
exterior. Había espacio para todo tipo de canciones, lo importante era que se notara la alegría.
Las chicas llevaban el ritmo a la perfección, bailaban, reían, charlaban. Estela no le daba
importancia, le gustaban todas, pero…
Cuando Vivir lo nuestro de Marc Anthony e India comenzó a sonar, Estela buscó a su
alrededor.
—¿Qué te pasa? —preguntó Leticia.
Pero Estela no contestó, solo siguió buscando entre la gente.
Andrea estaba a unos pasos de ella, sonriendo, cantando sin voz la canción que le había
susurrado todas las veces que había podido verla desde que regresó en primavera.
Mamen siguió la mirada de su amiga.
Cogió del brazo a Leticia al darse cuenta de lo que pasaba.
Estela no dijo nada, solo caminó con su vestido amarillo de verano hasta él, aquel que tan
buenos recuerdos le traía.
—Hola —lo saludó en un susurro.
—Hola —contestó el chico mordiéndose el labio inferior.
La cogió de la cintura, la acercó a él ante la mirada atenta de todos los presentes y tiró con
suavidad de su brazo para que comenzara a bailar.
Siguieron el ritmo de la salsa como si nadie más estuviese a su alrededor.
Estela veía un brillo en los ojos de Andrea que era más intenso de lo habitual.
Le sonrió antes de hablar.
—Vaya sorpresa —dijo emocionada.
—¿No te ha gustado?
—Mucho —afirmó mientras se acercaba a sus labios para darle un beso. Pararon de bailar
mientras se besaban, pero a los pocos segundos, retomaron el baile.
—¿Tienes algo que contarme? —preguntó entrecerrando los ojos divertida. Estaba eufórico.
Lo notaba.
A Andrea le encantó que ella se diera cuenta de que había algo especial.
—He convencido a mi abuelo. Mi madre va a llevar la empresa a medias conmigo y tendré
más tiempo para ti, para venir aquí, para mis fotos —le explicó al oído muy cerca.
Estela lo miró sorprendida con una sonrisa tan grande que lo hizo reír a él.
—¿De verdad? —preguntó incapaz de creer algo que habían soñado, pero no creían posible.
—Han vuelto los árabes, nos han comprado el setenta por ciento de la producción anual.
Solo con eso asegurado, el trabajo se rebaja mucho y es más fácil de gestionar —Estaba pletórico.
Estela acarició el hombro de él en el que tenía su mano—. Hemos firmado esta mañana.
—No me habías contado nada —murmuró confusa. Le había ocultado el plan.
—Quería contarte la noticia de verdad, la que me cambiaría la vida, no algo a medias que
no era real hasta hace unas horas. Deseaba verte la cara cuando lo supieras.
—Me alegro tanto por ti —susurró feliz por él.
—Lo sé y no podía decirte esto por teléfono, tenía que verte, mirarte a los ojos para decirte
que el futuro juntos está muy cerca.
—Me había acostumbrado a esto. No es un problema —aseguró tajante, aunque fuese duro
—. Es emocionante esperar que llegues, contar los días hasta que apareces en la puerta, tus
visitas sorpresa…
Andrea sentía lo mismo. Habían conseguido transformar un problema en ilusión.
—Entonces… ¿me quedo en Reunión? —preguntó mientras apretaba las manos sobre la
cintura de Estela para que se acercara más a él.
—¡Ni hablar! Te quiero conmigo veinticuatro-siete —susurró en su oído.
—Creo que eso no es suficiente para nosotros. Tenemos que recuperar el tiempo perdido —
dijo con voz profunda cerrando los ojos mientras olía su pelo.
—No hay más. Es ciencia.
—Lo inventaremos.
Estela sonrió.
—Lo inventaremos —repitió su propuesta, segura de que exprimirían el tiempo que
estuvieran juntos hasta el final.
Ese era su sueño, lo que siempre había buscado.
Lo viviría al máximo.
Carpe diem.
AGRADECIMIENTOS
Cada historia tiene un proceso creativo distinto, aunque la habitación sea la misma, el
ordenador y hasta la taza de café.
Este libro lo he escrito casi todo en mi casa, en mi pequeño despacho, rodeada de fichas de
repaso de mates y lengua, tablas de multiplicar, cartulinas de colores, SuperZings y pinturas.
Sí, en mi mesa de trabajo cabe de todo, no solo los personajes y la ilusión, es lo que toca,
pero también la he escrito a ratos mientras acompaño a mi hijo a sus rutinas.
Gracias, Marta, por dejar que me quede en la academia mientras el peque va a clase.
Me siento un poco Harry Potter escribiendo en la mesa del hueco debajo de la escalera.
Siempre encuentro inspiración allí. Gracias de corazón.
Gracias a mi editora, Teresa, por creer en mí, por el apoyo y la confianza. Gracias a Borja
por sus maravillosas portadas.
Muchísimas gracias a los bomberos del Ayuntamiento de Madrid que estaban en Juvenalia
este mes de diciembre de 2019, y me ayudaron a resolver dudas para crear un escenario lo más
real posible dentro de mi ficción, pero también por la lección de supervivencia ante un fuego que
me dieron en pocos minutos, me servirá para toda la vida.
Os admiramos y, ¡quién sabe!, mi hijo quiere ser uno de los vuestros, el futuro dirá. Mientras
tanto, seguirá disfrutando de vuestras actividades para niños. Gracias por dedicarles un poco de
vuestro tiempo.
A mi familia por el apoyo incondicional. Mi marido, mi hijo, mis padres, hermano, suegros,
cuñad@s, sobrin@s, prim@s, tí@s… Siempre estáis a mi lado. Os quiero ♥
Este libro lleva un poco de Guadalajara, un poco de Toledo y mucho de costumbres,
paisajes, momentos, recuerdos de mis abuelas y vida vivida en los pueblos de mis dos familias, la
de sangre y la política. Cedillo del Condado, Córcoles y Sacedón.
A mis amigas por animarme a seguir. Merche, Soraya, Elena, Lidia, Belén… Gracias.
En especial a Arantxa, mi compañera de vida desde que nos hicimos amigas en el instituto.
En lo bueno y en lo malo, siempre juntas. Te quiero ♥
Gracias a Sergio Puerta, @notasenmilibreta, por dejarme usar una de sus frases que era
perfecta para esta historia. ¡Mucha suerte en tu camino, artista! ¿Para cuándo el segundo libro?
Gracias a todas las personas que me apoyan, leen mis trabajos, los recomiendan, dejan un
comentario en las plataformas de venta, hacen reseñas, comentan… Gracias infinitas por estar a
mi lado en cada trabajo, hacéis que crezca la ilusión.
¡Mil besos!
P.D.: Si aún no me conocías y lo has hecho con este libro, puedes encontrarme en las redes
sociales: Facebook, Instagram o Twitter y contarme qué te ha parecido la historia. ¡Me encanta
saber vuestra opinión!
¡Nos leemos!