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Vol 58. Textos Reunidos 3 - Artículos y Controversia Histórica Por Manuel de Jesús Galván
Vol 58. Textos Reunidos 3 - Artículos y Controversia Histórica Por Manuel de Jesús Galván
Vol 58. Textos Reunidos 3 - Artículos y Controversia Histórica Por Manuel de Jesús Galván
Textos reunidos 3
Artículos y Controversia histórica
Textos reunidos 3
Artículos y Controversia histórica
Santo Domingo
2008
ISBN 978-9945-020-42-7
Impresión:
Contenido
Artículos
Ulises F. Espaillat / 11
Editorial de La Actualidad / 15
Pablo Pumarol / 21
Conversación en la muerte del padre Billini / 23
Cosas añejas / 27
Notas relativas a las ruinas de la ciudad de Concepción
de La Vega en Santo Domingo / 33
Discurso en el Colegio ‘‘El Dominicano’’ / 37
Impotencia / 43
La novela de Billini / 47
Colón. Verdad, arte y crítica / 53
El divorcio / 59
La Restauración dominicana / 61
Cuatro palabras sobre este opúsculo / 63
Crítica subjetiva / 67
¿Podrá ser? / 75
Duarte en La Trinitaria / 77
América en fin de siglo / 83
Félix M. Del Monte / 91
Bibliografía. Obras de don Nicolás Heredia / 95
I / 95
II / 98
Amelia Francasci / 103
Nicolás María Heredia / 107
Prólogo / 109 7
Controversia histórica
Artículos
Ulises F. Espaillat
Editorial de La Actualidad
Pablo Pumarol
Conversación en la muerte
del Padre Billini*
No, sin duda; y sin duda era artista, era poeta; como lo son
todas las naturalezas finas, exquisitamente delicadas y sensibles;
como lo era el Ser sublime, a quien él hubiera querido imitar
en todo; aquel divino aldeano de Galilea, que al través de los
siglos, con su bellísima e inimitable comparación de los lirios
del campo, nos enseñó a confiar y esperar en la próvida bon-
dad de Dios.
Obra de poeta, y de poeta soñador fue la suya; pero tuvo la
dicha de realizar gran parte de sus sueños luminosos acá en la
tierra. Los demás los hallará sin duda realizados en la vida del
alma, la que no tiene fin…
Tuvo en eso el privilegio de los grandes poetas que nunca
hicieron versos, pero que como él, soñaron de gloria y de bien:
todo hombre de fe es poeta, aunque todo poeta no sea hom-
bre de fe. En nuestro Padre Billini la fe iba hasta el iluminismo;
era creyente, y creía en su propia vocación, como creyeron en
la suya unos pocos mortales históricos, que al principio de su
carrera parecieron visionarios, y acabaron por conquistar me-
recida celebridad.
Parecían delirios de una mente enferma los proyectos que
forjaba, las empresas que acometía, sin más fuerzas ni más re-
cursos que los de sus buenos deseos, inspirados en ese calor del
alma que se llama la caridad; y contra todas las objeciones, y
todas las incredulidades, y todos los obstáculos que hallaba en
su camino, hacía lo que se proponía hacer; hoy una casa de
beneficencia, mañana otra; ora fundaba un colegio y lo soste-
nía por más de veinte años, manteniendo a su costa muchos
niños desvalidos; y transformaba templos, y reedificaba ruinas,
y creaba una biblioteca pública, y a tanto y tanto atendía su
maravillosa actividad para el bien, que apenas se concibe cómo
rindió el espíritu mucho antes de ahora, bajo el peso de las
graves cargas que iba echando sobre sus hombros, a despecho
de su valetudinaria complexión.
Y así se labró una situación única, excepcional, en la estima-
ción y el cariño de todos los dominicanos y de los extranjeros
que aquí vivían y conocieron sus buenas obras, y admiraron el
infatigable anhelo de mejoras materiales y morales, que era
como una fiebre que lo devoraba. Merecen mencionarse los nom-
bres de dos de esos extranjeros distinguidos, que respondieron
Cosas añejas*
1 Hasta que don José Gabriel García publicó su veraz Compendio histórico,
corría valida tamaña exageración. (Nota del autor).
Señoras y señoritas:
Señores:
Impotencia
La novela de Billini
El divorcio
Al Listín Diario
59
Listín Diario, No. 1770, 4 de mayo de 1895.
La Restauración dominicana
61
* Incluido como prólogo del libro Santo Domingo y Haití. Cuestión de límites, de
Hipólito Billini. Imp. ‘‘El Eco de la Opinión’’. Santo Domingo. 1896. (Nota
del editor). 63
¿Podrá ser?
¡Ha muerto!
¿Qué sentido misteriosamente fatídico tiene esa frase, cuan-
do se refiere a un ser superior, como fue Salome Ureña de
Henríquez?*
Sabemos que morir es el término natural de la existencia de
todo organismo dotado de vida, y que a esa ley, en apariencia
terrible, están sometidos al mundo físico y todas las manifesta-
ciones perceptibles del poder creador de la naturaleza; todo lo
que así contiene forma, expansión y movimiento.
Morir, en el sentido material, brutal, pudiera decirse, de
ese verbo, significa la cesación de la vida, la disolución de una
forma, la extinción de una fuerza; la inercia, primero; la dis-
gregación de las moléculas, después; y luego la descomposi-
ción, la corrupción de la materia, su transformación en orga-
nismos íntimos, en polvo vil; la nada, en fin…
Tal es el proceso terrible de la muerte ante nuestros ojos
atónitos, aterrados o llorosos; pero lo que los ojos no ven, lo que
nuestra flaca razón no puede comprender, es que el imperio
de la muerte logre avasallar, reducir también a la disolución, la
corrupción y la nada, las facultades anímicas pensantes que
constituyen la conciencia, el yo íntimo, del todo independien-
te de todas y cada una de las partes del cuerpo humano.
Duarte en La Trinitaria*
Señora y señores:
***
la escondida senda
por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido. 83
26 de abril de 1899.
Bibliografía.
Obras de don Nicolás Heredia
II
Amelia Francasci
Prólogo*
* Escrito para el libro Sin telescopio. Urano, las trombas marinas, etc.; de Eduardo
Gautreau. Tipografía Nacional, Santo Domingo, 1902. (Nota del editor). 101
Febrero de 1903.
La cuestión palpitante
Controversia histórica*
Dos palabras
LA SOCIEDAD
El proponente,
ESTEBAN R. SUAZO
Apoyada:
PEDRO Mª CASTILLO
PEDRO MEDINA
RAFAEL GARCÍA
LUIS A. WEBER
RESUELVE:
El Presidente de la Sociedad,
MIGUEL A. GARRIDO
El secretario general
RAFAEL GARCÍA
19 de marzo
Rectificación
Ratificación
* El autor de este texto es Félix María Del Monte. (Nota del editor).
** Seudónimo de Teodoro Stanley Heneken, ciudadano inglés que alcanzó
fama en las campañas liberadoras de la Independencia y la Restauración
dominicanas. (Nota del editor).
Los próceres
Ratificación también
Réplica
Ratificamos también
Por la verdad
J. M. BERAS
Contrarréplica
Última réplica
como podían con los destinos del país? Porque es bueno que
nuestro colega sepa que el desinterés y la buena fe tan decan-
tados de la primera época de la República, solo existieron de la
clase media para abajo, pues de ahí para arriba … ¡ni pregun-
te, que se desencanta!
Empero, cumplido el deber de dejar señalados a la posteri-
dad los nombres ilustres que acabamos de estampar, con el pro-
pósito deliberado de no contestar más a nuestro contendiente,
si no sale del círculo vicioso en que la falta de argumentos sóli-
dos con que combatir lo ha encerrado, solo nos queda el pesar
de habernos persuadido, con motivo de esa controversia, de
que el buen sentido está pervertido entre nosotros por falta de
sanción moral, pues sólo así podría un periódico de la talla de
El Eco de la Opinión, poner tan intempestivamente sus columnas
al servicio de una cruzada que se propone restaurar ridiculi-
zando la obra de Duarte y Sánchez, autores verdaderos de la
independencia nacional de que disfrutamos, la figura política
del hombre que inició la guerra civil entre la familia dominica-
na, ensayando el patíbulo, la expatriación, los encarcelamien-
tos arbitrarios, los golpes de Estado a mano armada, la violación
de la ley y todo lo que ha sido calamitoso y funesto; que celebró
el primer aniversario de la independencia derramando la san-
gre de un hermano y de una tía ¡qué horror! del hombre que
la proclamó; que fusiló juntos a los hermanos Puello, vencedo-
res uno en Comendador y otro en Estrelleta, haciéndolos juz-
gar a verdad sabida y buena fe guardada, fuera del orden ordina-
rio de los juicios; que fusiló a Duvergé, el primer soldado de la
independencia, abrazado con su hijo mayor, dejando conde-
nado a muerte a otro menor para cuando tuviera la edad sufi-
ciente para trepar con paso firme las gradas del cadalso; que
desvirtuó el único acto de clemencia a que se prestó en su vida,
esperando ¡cruel! para ejercicio, a que ya los reos estuvieran
aguardando la muerte de rodillas; que después de haber des-
pedazado la bandera a cuya sombra se elevó, quiso matar de
una vez la idea nacional fusilando al héroe invicto de la Puerta
del Conde, junto con veinte dominicanos más, a despecho de
los jefes del ejército extranjero, que no querían que se hubie-
ra inaugurado la dominación española con un espectáculo san-
griento; que murió, en fin, bajo el peso de una condenación
Contrarréplica final
Y díjoles un lebrel:
‘‘Dejad a ese perillán,
que sabe quitar la piel
cuando encuentra muerto a un can,
y cuando vivo, huye de él’’.*
* Esta fábula fue escrita por Tomás de Iriarte, y se encuentra recogida en sus
Fábulas literarias. (Nota del editor).
Otra réplica
II
Añadiendo después:
Publicamos
Otra contrarréplica
II
***
Apéndice
LXXXVIII
[…]
Los dominicanos nos han conservado en todo tiempo un gran amor, acrecen-
tado desde 1844, con la necesidad de que fuéramos a robustecer su población
contra las agresiones haitianas: ya que no podían conseguir la reincorpora-
ción, empleaban todos los medios que tenían para atraer a los individuos de
nuestra raza.
FÉLIX DE BONA
NÚÑEZ DE ARCE
¿Quién creería que esas dos citas, como la análoga del gene-
ral Gándara, nos las hace el ilustrado contendiente, para probar-
nos la gran traición del general Santana, culpable únicamente de
haberse hecho intérprete de las aspiraciones constantes de sus
conciudadanos, realizando la deseada unión con España en 1861?
¡Oh verdad! ¡Bendita sea tu irresistible fuerza!
Eso no es sino corroborar lo que siempre hemos dicho: fue-
ra de las solicitudes a España, Santana nunca ofreció a naciona-
lidad alguna un átomo de la soberanía nacional dominicana. Y
si la anexión fue un error, un gravísimo error político, fue el
error de un alma patriótica, en el que precedieron a los
santanistas, o los acompañaron, o los siguieron de buen grado,
casi todos los políticos dominicanos.
Y de ningún modo cabe calificar ese acto, como venta.
Santana obró del todo desinteresadamente, y creyendo hacer
bien a su Patria. Es vil esa calumnia, respecto de un hombre
que jamás tendió la mano al oro de su propio país, y que cuan-
do se lo ofrecieron como recompensa nacional, lo dio
liberalmente a otros de sus conmilitones.
De vender su honra por ningún precio era incapaz el hom-
bre austero que exhortando a la moralidad de costumbres, so-
lía decir: «Jamás, ni en mi juventud, he puesto los ojos en mu-
jer ajena, ni he engañado a nadie; porque Pedro Santana no
podría exponerse a tener que avergonzarse o esconderse ante
otro hombre.»
Respecto de las citas que hace el contendiente de un folle-
to publicado en 1864 bajo los auspicios de don Pablo Pujol,
comisionado del gobierno de la Restauración, aunque nos es
grato tributar nuestro mayor respeto a la memoria de aquel
ilustre patriota, reproducimos nuestra recusación de toda au-
toridad que como la suya, laboraba por la causa adversa a
En nuestros propósitos
Esperamos pues, los datos que este general nos ofrece, así
como de otras personas a quienes hemos escrito, para conti-
nuar en nuestros propósitos, que no son otros que los de con-
tribuir con algo para la historia, del general Santana que no
muy dilatado saldrá a luz, ajena de toda pasión mezquina y de-
testable.
J.M. BERAS
Más réplicas
Rectificaciones necesarias
que en el sentido de ligar los intereses políticos del país con los
de una nación extranjera, estando en el poder el hombre que
acababa de consumar la tragedia del 27 de febrero de 1845, si
no hubieran estado autorizados plenamente por él, o no hu-
bieran podido contar con su aprobación incondicional?
Esto en cuanto a las indicaciones que respecto al objeto en
cuestión rehusó constantemente España, bajo cualquier forma que se
le presentaran, según la circular del ministro Calderon Collantes,
documento irrecusable, antes de concluir por reconocer solem-
nemente la soberanía e independencia de la República por el
tratado de 18 de febrero de 1855; que en cuanto a las posterio-
res no hay que hablar, pues ni aun proponiéndose nuestro con-
tendiente ser más realista que el rey, podría desfigurar un he-
cho que el mismo Santana confesó en su manifestación de 18
de marzo de 1861 a los dominicanos, cuando al descifrarles el
enigma que encerraba una frase estudiada de su proclama de
27 de febrero de 1854, les dice:
Más claro no canta un gallo. Y tan fue así que el escritor que
publicó en 1862 el folleto titulado El general don Pedro Santana y
la anexión de Santo Domingo a España, con el objeto de defen-
derlo de los cargos que le hacía el autor de La gran traición, a
pesar de haber hecho su trabajo, puede decirse así, en presen-
cia de su defendido, no tuvo más recurso que consignar el si-
guiente párrafo, sin duda para no ponerse en pugna con la
verdad:
Más contrarréplicas
gal, que es para unir, para edificar en bien del Estado, queda-
ría, lastimosamente, desconocido…
Pero es imposible que esas malas inspiraciones preponderen
sobre la voz severa del deber patriótico, en el espíritu de la
mayoría de nuestros diputados. No; ellos no descenderán de
su alto puesto, para acoger sugestiones insanas, y lanzar en de-
cretos conmemorativos de pasados extravíos políticos, anate-
mas injuriosos a la memoria, o al nombre de muchos conciuda-
danos prominentes, dignos de respeto y veneración por sus
patrióticos servicios, como son los más que autorizaron con sus
firmas las actas de la anexión, en esta Capital, en la heroica
Santiago, en La Vega, en todas partes, y las cuales podemos
publicar, si fuere necesario.
Dicho esto, esperamos la discusión del proyecto aludido con
más tranquilidad de conciencia que nuestro fogoso contendien-
te, a quien cuadra mejor que a nosotros el todos predican de
Moratín.
¡Qué cosas!
X.
A un tal X de El Teléfono
Sin comentarios
Amnistía
F. R. SÁNCHEZ.
1853.
Sin comentarios
¡Dominicanos!
El déspota Pedro Santana, el enemigo de vuestras li-
bertades, el plagiario de todos los tiranos, el escándalo de
la civilización, quiere eternizar su nombre y sellar para
siempre vuestro baldón, con un crimen casi nuevo en la
historia. Este crimen es la muerte de la patria. La Repú-
blica está vendida al extranjero; y el pabellón de la cruz,
muy presto, no tremolará más sobre vuestros alcázares.
He creído cumplir con un deber sagrado, poniéndome
al frente de la reacción que impida la ejecución de tan
criminales proyectos; y debéis concebir desde luego que, en
este movimiento revolucionario, ningún riesgo corren la in-
dependencia nacional, ni vuestras libertades, cuando lo
organiza el instrumento de que se valió la Providencia
para enarbolar la primera bandera dominicana.
Yo no os haría este recuerdo que mi modestia rechaza,
si no estuviera apremiado a ello por las circunstancias;
pero conocéis bastante mis sentimientos patrióticos, la recti-
tud de mis principios políticos y el entusiasmo que siempre
he tenido por esa Patria y por su libertad, y, no lo dudo,
me haréis justicia.
He pisado el territorio de la República entrando por
Haití, porque no podía entrar por otra parte, exigiéndolo
así, además, la buena combinación; y porque estoy per-
suadido de que esta República, con quien ayer cuando era
imperio, combatíamos por nuestra nacionalidad, está hoy
tan empeñada como nosotros porque la conservemos, mer-
ced a la política de un gabinete republicano, sabio y justo.
Mas si la maledicencia buscase pretextos para manci-
llar mi conducta, responderéis a cualquier cargo, diciendo
en alta voz, aunque sin jactancia, que YO SOY LA BAN-
DERA DOMINICANA.
¡Compatriotas! Las cadenas del despotismo y de la es-
clavitud os aguardan: es el presente que Santana os hace
para entregarse al goce tranquilo del precio de vosotros, de
vuestros hijos y de vuestras propiedades. Rechazad seme-
jante ultraje con la indignación del hombre libre, dando
el grito de reprobación contra el tirano. Sí, contra el tirano,