Nothing Special   »   [go: up one dir, main page]

Actividad 2. Carta Del Gran Jefe Seattle

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 3

Actividad 2

Carta del Gran Jefe Seattle


En 1854, el presidente de Estados Unidos de América Franklin Pierce
(1804-1869) hizo una oferta por una gran extensión de tierras en el noreste
del país, en la que vivían los indios swamish. Ofrecía, en contrapartida,
crear una reserva para el pueblo indígena. La respuesta del jefe indio
Seattle (1786-1866), que trascribimos a continuación, ha sido considerada
a través del tiempo como uno de los más bellos y profundos manifiestos a
favor del medio ambiente.

El Gran Jefe de Washington manda palabras, quiere comprar nuestras


tierras. El Gran Jefe también manda palabras de amistad y
bienaventuranzas. Esto es amable de su parte, puesto que nosotros
sabemos que él tiene muy poca necesidad de nuestra amistad. Pero
tendremos en cuenta su oferta, porque estamos seguros de que, si no
obramos así, el hombre blanco vendrá con sus pistolas y tomará nuestras
tierras. El Gran Jefe de Washington puede contar con la palabra del Gran
Jefe Seattle, como pueden nuestros hermanos blancos contar con el retorno
de las estaciones. Mis palabras son como las estrellas, nada ocultan.
¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esta idea
es extraña para mi pueblo. Si hasta ahora no somos dueños de la frescura
del aire o del resplandor del agua, ¿cómo nos lo pueden ustedes comprar?
Nosotros decidiremos en nuestro tiempo. Cada parte de esta tierra es
sagrada para mi gente. Cada brillante espina de pino, cada orilla arenosa,
cada rincón del oscuro bosque, cada claro y zumbador insecto es sagrado
en la memoria y experiencia de mi gente.
Nosotros sabemos que el hombre blanco no entiende nuestras costumbres.
Para él, una porción de tierra es lo mismo que otra, porque él es un extraño
que viene en la noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es su
hermana, sino su enemigo, y cuando él la ha conquistado sigue adelante. Él
deja las tumbas de sus padres atrás, y no le importa. Así, las tumbas de sus
padres y los derechos de nacimiento de sus hijos son olvidados. Su apetito
devorará la tierra y dejará detrás un desierto. La vista de sus ciudades duele
a los ojos del hombre piel roja. Pero tal vez es porque el hombre piel roja es
un salvaje y no entiende.
No hay ningún lugar tranquilo en las ciudades de los hombres blancos.
Ningún lugar para escuchar las hojas en la primavera o el zumbido de las
alas de los insectos. Pero tal vez es porque yo soy un salvaje y no entiendo,
y el ruido parece insultarme los oídos. Yo me pregunto: ¿Qué queda de la
vida si el hombre no puede escuchar el hermoso grito del pájaro nocturno o
los argumentos de las ranas alrededor de un lago al atardecer? El indio
prefiere el suave sonido del viento cabalgando sobre la superficie de un
lago y el olor del mismo viento lavado por la lluvia del mediodía o
impregnado por la fragancia de los pinos. El aire es valioso para el piel roja.
Porque todas las cosas comparten la misma respiración: las bestias, los
árboles y el hombre.
El hombre blanco parece que no notara el aire que respira. Como un
hombre que está muriendo durante muchos días, él es indiferente a su
pestilencia.
Si yo decido aceptar, pondré una condición: el hombre blanco deberá tratar
a las bestias de esta tierra como hermanos. Yo soy un salvaje y no entiendo
ningún otro camino. He visto miles de búfalos pudriéndose en las praderas,
abandonados por el hombre blanco que pasaba en el tren y los mataba por
deporte. Yo soy un salvaje y no entiendo cómo el ferrocarril puede ser más
importante que los búfalos que nosotros matamos solo para sobrevivir.
¿Qué será del hombre sin los animales? Si todos los animales
desaparecieran, el hombre moriría de una gran soledad espiritual, porque
cualquier cosa que les pase a los animales también le pasa al hombre.
Todas las cosas están relacionadas. Todo lo que hiere a la tierra herirá
también a los hijos de la tierra. Nuestros hijos han visto a sus padres
humillados en la derrota. Nuestros guerreros han sentido la vergüenza. Y
después de la derrota convierten sus días en tristezas y ensucian sus
cuerpos con comidas y bebidas fuertes.
Importa muy poco el lugar donde pasemos el resto de nuestros días. No
quedan muchos. Unas pocas horas más, unos pocos inviernos más y
ninguno de los hijos de las grandes tribus que una vez existieron sobre esta
tierra o que anduvieron en pequeñas bandas por los bosques quedará para
lamentarse ante las tumbas de una gente que un día fue poderosa y tan
llena de esperanza.
Una cosa sabemos nosotros y el hombre blanco puede un día descubrirla:
Nuestro Dios es el mismo Dios. Usted puede pensar ahora que usted es
dueño de él, así como usted desea hacerse dueño de nuestra tierra. Pero
usted no puede. Él es el Dios del hombre y su compasión es igual para el
hombre blanco que para el piel roja. Esta tierra es preciosa para él y hacerle
daño a la tierra es amontonar desprecio a su Creador.
Los blancos también pasarán, tal vez más rápido que otras tribus. Continúe
ensuciando su cama y algún día terminará durmiendo sobre su propio
desperdicio. Cuando los búfalos sean todos sacrificados y los caballos
salvajes amansados todos y los secretos rincones de los bosques se llenen
con el olor de muchos hombres (y las vistas de las montañas se llenen de
esposas habladoras), ¿dónde estará el matorral? Desaparecido. ¿Dónde
estará el águila? Desaparecida. Es decir, adiós a lo que crece, adiós a lo
veloz, adiós a la caza. Será el fin de la vida y el comienzo de la
supervivencia.
Nosotros tal vez lo entenderíamos si supiéramos lo que el hombre blanco
sueña, qué esperanzas les describe a sus niños en las noches largas del
invierno, con qué visiones le queman su mente para que ellos puedan
desear el mañana. Pero nosotros somos salvajes. Los sueños del hombre
blanco están ocultos para nosotros y, porque están escondidos, nosotros
iremos por nuestro propio camino. Si nosotros aceptamos, será para
asegurar la reserva que nos han prometido. Allí tal vez podamos vivir los
pocos días que nos quedan, como es nuestro deseo.
Cuando el último piel roja haya desaparecido de la tierra y su memoria sea
solamente la sombra de una nube cruzando la pradera, estas costas y estas
praderas aún contendrán los espíritus de mi gente; porque ellos aman esta
tierra como el recién nacido ama el latido del corazón de su madre. Si
nosotros vendemos a ustedes nuestra tierra, ámenla como nosotros la
hemos amado. Cuídenla como nosotros la hemos cuidado. Retengan en
sus mentes la memoria de la tierra tal y como se la entregamos. Y con
todas sus fuerzas, con todas sus ganas, consérvenla para sus hijos, ámenla
así como Dios nos ama a todos.
Una cosa sabemos: nuestro Dios es el mismo Dios de ustedes, esta tierra
es preciosa para él. Y el hombre blanco no puede estar excluido de un
destino común.

Fuente: https://goo.gl/eS3UpW

También podría gustarte