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INTERNACIONALES
DE AMERICA LATINA
B reve historia
Demetria B&erí/ttr
M Nueva
Sociedad
Relaciones internacionales latinoamericanas
antes de la independencia
La época precolombina
imperial. Al mismo tiempo, el régimen social interno del imperio azteca se volvió
más opresivo y explotador: la propiedad comunitaria de los calpulli (clanes) fue
golpeada y disminuida cada vez más por la propiedad estatal en manos de la clase
dominante y la propiedad individual privilegiada de importantes jefes militares que
recibían feudos del Orador Supremo (emperador) en reconocimiento por servicios
prestados. Aumentaba el número de siervos y tributarios, y disminuía el de
campesinos libres miembros de comunidades tradicionales. El proceso de transi:
ción desde la civilización americana original — sociedad que» pese a la desigualdad
clasista y la existencia de un pesado aparato burocrático y militar, mantenía una base
de propiedad comunitaria— hacia una sociedad feudal estaba en marcha para el
momento de la llegada de los españoles.
En cambio el imperio incaico presentó un cuadro más armonioso, solidario y
humanista. Fue un imperio magníficamente racionalizado y homogéneo. A diferen
cia de lo que ocurría en el caso mexicano, todas las regiones eran gobernadas
directamente por funcionarios del Inca supremo. El imperio se expandió como
fuerza liberadora más que opresora: la casta inca, que mantuvo el comunitarismo
tradicional para sus propios integrantes, se ocupó de consolidar y proteger en todas
las provincias anexadas las instituciones comunitarias y acentuar la igualdad
económica y la seguridad social. Por ello el Estado incaico no necesitó de grandes
ejércitos permanentes: los propios pueblos anexados suministraban las fuerzas
militares necesarias para seguir expandiendo el imperio. Si bien es cierto que las
provincias pagaban tributo al poder dominante, las obras públicas, sobre todo de
riego, beneficiaban en igual forma a todas las regiones, a la vez que los derechos de
los diversos sectores sociales eran uniformes para todo el imperio, independiente
mente de si eran o no de origen inca. Además de esajusticia en sentido horizontal,
también la estructura vertical de la sociedad incaica era más igualitaria y menos
opresora que la azteca: los estamentos dominantes recibían una participación
privilegiada en el disfrute del patrimonio global, pero básicamente todos — altos,
medianos y bajos— estaban comprendidos dentro de un mismo sistema de produc
ción colectiva, con poco enriquecimiento individual. Las leyes aseguraban a cada
ciudadano la seguridad social desde la cuna hasta la tumba. Sólo en el siglo XVI,
en los últimos años antes de la llegada de Pizarro y sus huestes conquistadoras,
adquirió cierta fuerza en el imperio incaico el proceso de formación de la propiedad
individual privilegiada, de tipo feudal o mercantil. Sin duda, la armonía y el
humanitarismo del sistema incaico tienen mucho que ver con el hecho de que las
condiciones ecológicas y la excelencia délas obras públicas de regadío permitieron
a los gobernantes utilizar un criterio de abundancia y no de escasez: la abundancia
engendra la generosidad y el mantenimiento de esquemas de reparto justo, mientras
que la escasez alienta la rapacidad y la explotación.
Quizás el punto débil del imperio incaico fue la falta de una flexibilidad que
habría permitido mayor grado de inventiva personal y de iniciativa de grupos
pequeños y medianos. El colectivismo existente posiblemente tendió a disminuir
demasiado el papel del individuo. Por ello, luego de la destrucción del aparato
línpchaf por ^Pizárro, lá resistencia del púebTo tué' relativamente débiTy^pocO
efectiva. Pero no cabe duda de que la justicia social incaica quedó grabada en la
memoria de los pueblos andinos hasta el día de hoy, y constituye para los ideólogos
de la liberación latinoamericana una fuente de inspiración histórica.
26 □ Relaciones internacionales de América Latina
El impacto europeo
los pueblos. Pero, por otra parte, sería negar también la dinámica histórica si se
supusiera que las diferencias iniciales son inmutables y eternas, o si se deja de tener
en cuenta el factor de la explotación de los países periféricos por parte de grandes
centros capitalistas industrializados.
Desde la época de la conquista y la colonia ha existido una profunda diferencia
de “etapa histórica” y potencialidad de desarrollo entre América Latina y
Angloamérica. Esa desigualdad fue profundizada posteriormente por la acción
hegemonista del norte capitalista moderno sobre el sur estancado en el tradiciona
lismo económico social.
El reconocimiento del atraso histórico de Latinoamérica con respecto a la
Norteamérica inglesa en la época colonial no significa ignorar ni menospreciar
aspectos en los cuales el colonialismo hispánico fue superior a la dominación
inglesa en lo ético y lo humanitario. España en el siglo XVI, pese al absolutismo y
la Inquisición, fue un país vibrante de inquietudes intelectuales, políticas y morales.
Pensadores como Francisco de Vitoria pusieron en duda los fundamentos mismos
del “pacto colonial”. Valientes luchadores por la dignidad del hombre, como el
Padre de las Casas, atacaron y denunciaron las crueldades y los abusos del sistema,
y lograron reformas parciales. El pensamiento paternalista de la monarquía españo
la y de la Iglesia se tradujo en múltiples leyes humanitarias de protección al indio,
al siervo y hasta al esclavo, contrastando esos instrumentos (a veces ignorados pero
otras veces aplicados, por lo menos en parte) con la brutal dureza de la legislación
burguesa británica u holandesa, que daba un carácter casi sagrado a la propiedad
privada y otorgaba plena libertad para exterminar al indio y maltratar al negro. Así
mismo, la colonia ibérica se caracterizó por sus extraordinarias obras culturales y
caritativas — j universidades a partir de 1538!— y por su esclarecida planificación
urbana, en contraste con la rudeza de las instituciones coloniales angloamericanas.
Pero al igual que en otros momentos de la historia universal, en este caso lo
subjetivamente más “esclarecido” no lo era en su aspecto objetivo. El sistema
inicialmente más crudo y brutal llevaba en su seno la simiente del progreso
dinámico mientras que el humanismo paternalista del otro fue fruto de una
estructura esencialmente estática, incapaz de ser positiva y de flexible evolución.
Antes de dejar el examen de la naturaleza del colonialismo ibérico en América,
es preciso decir algo sobre la base económica del sistema. En el seno de la corriente
dialéctica del pensamiento social se discute acerca del modo de producción de
Latinoamérica en la época colonial. André Gunder Frank defiende la tesis de que
nuestra región jamás atravesó por una etapa feudal o prccapitalista, ya que su
economía nunca tuvo un carácter cerrado, sino que siempre existió la vinculación
con el mercado capitalista exterior. Contra esa tesis, Ernesto Puiggrós defiende la
noción dialéctica tradicional de que Latinoamérica atravesó diversas etapas de
desarrollo socioeconómico sucesivamente y que esas etapas todavía coexisten en
sus estructuras actuales. Ernesto Laclau comparte la crítica de André Gunder Frank
respecto a la idea de las etapas estancadas, pero está de acuerdo con Puiggrós en
señalar que una formación social o un modo de producción no se definen por sus
vínculos' externas; sino pof SüS‘^ffelk"cioñcs dé'producción internas” . En la Latino
américa colonial claramente las relaciones sociales predominantes no fueron
capitalistas. Apenas existieron el trabajo asalariado, la acumulación y reinversión
de capital, la contradicción básica entre capitalistas y obreros, la producción
Relaciones internacionales latinoamericanas antes de la independencia □ 31
A partir del primer viaje de Colón en 1492 se planteó entre España y Portugal
el problema de la delimitación de los espacios marítimos y terrestres que comenza
ban a ser descubiertos y conquistados. Y a lo largo de la historia colonial ibero
americana, encontramos a las dos monarquías en rivalidad territorial. Las disputas
hispano-portuguesas por la delimitación de sus respectivas zonas coloniales en
América del Sur constituyeron la base de posteriores controversias — continuadas
hasta el tiempo actual— entre los Estados sucesores de los dos imperios.
Consultado por los gobiernos español y portugués acerca de la delimitación de
sus respectivos espacios marinos y ultramarinos, el 3 de mayo de 1493 el Papa
Alejandro VI Borgia emitió una bula que fijó una línea recta divisoria de los dos
ámbitos imperiales. Según la bula, todos los océanos y continentes descubiertos o
por descubrir al sur del paralelo, que atraviesa las islas Azores, quedarían encomen
dados a España y Portugal para su colonización y cristianización. A 100 leguas al
oeste de las Azores se trazó un meridiano que constituiría el límite entre los
dominios. Todos los territorios y mares situados al este del meridiano pertenecerían
a la corona de Portugal, y todos los localizados al oeste, a la de España. Según esa
demarcación, Portugal quedaba excluido de América.
Descontento, y sin duda convencido de que Alejandro Borgia (Borges) se había
dejado influir por su propio origen español, el gobierno de Lisboa pidió una revisión
de los términos establecidos en la bula. El Estado portugués tenía la intención de
extender sus viajes de exploración más al oeste del meridiano fijado y, por ello, Juan
II pidió a los Reyes Católicos que se negociara bilateralmente sobre una nueva línea
divisoriamás justa. España aceptó y el 7 de junio de 1494 las dos naciones ibéricas
firmaron el Tratado de Tordesillas. Según ese instrumento, el meridiano demarcador
se traza no a 100, sino a 350 leguas al oeste de las islas Azores y de Cabo Verde. De
esa manera, la parte oriental de Brasil, de Pará a Santos, quedó incluida dentro de
la esfera imperial lusa.
El Tratado de Tordesillas nunca constituyó un instrumento satisfactorio para la
delimitación de los territorios españoles y portugueses en América. Pronto la
experiencia demostró que los límites reales serían determinados por los accidentes
geográficos y por la ocupación efectiva por parte de conquistadores y bandeirantes.
Por otro lado, la toma de las Islas Filipi ñas por España en 1570 podía ser interpretada
como una violación de dicho Tratado.
De 1580 a 1640 la rivalidad entre los dos países quedó interrumpida por el
hecho de que se encontraban unidos bajo la corona española. Pero después de esta
última fecha recomenzaron las pugnas territoriales, que se localizaron principal
mente en la frontera entre Brasil y las provincias del Río de la Plata, pertenecientes
al Virreinato del Perú hasta 1776, año en el que fueron constituidas en virreinato
propio.
España en el siglo XVII invocaba el Tratado de Tordesillas para afirmar que las
tierras situadas entre Sao Vicente y el estuario del Plata eran suyas, pero el gobierno
portugíiés réíKázába'¿ser ategáfó: En l'ó80 lo s Bandeirantes del sur de Brasil
avanzaron en compactas columnas, con sus familias y sus posesiones montadas en
carretas, decididos a ocupar las fértiles tierras de la región fronteriza. Los colonos
brasileños fundaron la Nueva Colonia Sacramento en el Río de la Plata frente a
Relaciones internacionales latinoamericanas antes de la independencia Q 33
Buenos Aires. El gobierno español bonaerense llamó sus tropas a las armas y
expulsó a los brasileños de Sacramento, pero las autoridades de Madrid, deseosas
de mantener la paz con Portugal e impedir que éste se pasara al bando francés en e!
conflicto con Luis XIV, ordenaron a Buenos Aires que restituyera la colonia de
Sacramento a los invasores brasileños.
En las décadas subsiguientes continuó la lucha entre Brasil y el Río de la Plata
por la Banda Oriental (Uruguay) y otras zonas intermedias, con múltiples peripecias
militares y diplomáticas. En 1726 los rioplatenses avanzaron y fundaron Montevi
deo, hecho que provocó ataques armados de los bandeirantes que desconocían el
derecho de los súbditos de España a colonizar esa región.
Por fin el Tratado de Madrid (de 1750) pareció ofrecer las bases para una
solución realmente aceptable. Rechazando definitivamente los principios del
Tratado de Tordesillas, de la delimitación por artificiales líneas rectas, el Tratado
de Madrid establece el criterio del utipossidetis; es decir, de la ocupación efectiva
como base parcial para la delimitación. La frontera entre la Banda Oriental y el
territorio brasileño de Rio Grande do Sul se estableció conforme al criterio
mencionado. Por el mismo Tratado, Portugal devolvería Sacramento a España y, a
cambio de ello, España cedería a Portugal las Siete Misiones que formaban parte de
las reducciones jesuítas de Paraguay.
Los jesuítas y los indios bajo su tutela habían establecido en las misiones de
Paraguay un Estado socialista teocrático, basado en la propiedad común de los
medios de producción y el reparto de la riqueza de acuerdo con el trabajo de cada
quien. Bajo ese sistema justo y humanitario, la prosperidad de las reducciones y de
sus 140.000 habitantes fue admirable. Los esclavistas y feudales de Brasil miraban
con codicia y envidia hacia aquel “Reino de Dios sobre la Tierra”, y buscaban un
pretexto para invadir el Estado de los jesuítas, esclavizar a los indios de las misiones
y despojarlos de su tierra comunal, para anexarla a los latifundios. El Tratado de
Madrid les entregaba por lo menos siete de las más importantes misiones o
reducciones jesuítas. Pero los sacerdotes y los indios no estuvieron dispuestos a
aceptar la destrucción de su sociedad. Tomaron las anuas y durante varios años
resistieron por la fuerza a los ejércitos portugueses y españoles que, unidos, trataban
de dominarlos. Esta rebelión socialista teocrática condujo eventualmente a la
condena y la ilegalización de la Sociedad de Jesús por la corona española. En 1767
la Compañía fue prohibida y sus miembros expulsados de Paraguay como de todos
los demás dominios de España.
La imposibilidad de dar cumplimiento a la entrega de las Siete Misiones hizo
que los portugueses a su vez demoraran la entrega de la Colonia de Sacramento a
España. De este modo, el Tratado de Madrid quedó sin ejecutarse. En el año 1761
dicho tratado fue anulado oficialmente y sustituido por otro (el de El Pardo) que, en
lugar de fij ar límites, proclamó la “inalterable unión entre 1os vasallos” de los reyes
de España y de Portugal en América. En realidad, no hubo “unión” sino nueva
guerra: al cabo de diez años de luchas fronterizas entre gauchos rioplatenses y
batt<tóra/-itesbrasileños, Sacramento fue conquistada por aquéllos y anexada, junto
con la i$Ja.4e Sttata;C.aiaUua^ al imperio-español-.Hii 1777 el Tratado-de San
Ildefonso devolvió la mencionada isla a Brasil, pero confirmó la soberanía española
sobre Sacramento. Las Siete Misiones permanecieron en manos de España. Final
mente, en 1801, después del enfrentamiento bel ico entre España (aliada de N apoleón)
34 □ Relaciones internacionales de América Latina
y Portugal (ligada a la Gran Bretaña) los dos países suscribieron el tratado de paz
de Badajoz. Ese instrumento reconoció la soberanía portuguesa sobre algunos
nuevos trozos de territorio incorporados a Rio Grande do Sul.
El cuadro general nos muestra pues dos imperios coloniales rivales, en lucha
por los territorios de Uruguay y del norte de Paraguay y Argentina. Un motivo
fundamental lo constituyó la cuestión del control sobre el sistema fluvial Plata-
Paran á-Paragu ay, de gran importancia tanto en lo económico como en lo militar. El
libre acceso al sistema fluvial mencionado significa la posibilidad de penetrar desde
el Atlántico hasta el corazón de Sudamérica con sus enormes recursos.
Hoy, en la época de la soberanía política de Brasil y Argentina, esos dos
Estados, sucesores de Portugal y de España, respectivamente, continúan la gran
pugna geopolítica por Uruguay y Paraguay, que se inició en la etapa colonial. Hoy
como ayer, poderes ajenos al ámbito latinoamericano participan por vías indirectas
en esa rivalidad y tratan de aprovecharla para sus propósitos imperiales.
1648 Holanda es reconocida por España y obtiene las Antillas Tratados de Westfalia, fin de la Guerra de Treinta
Neerlandesas y parte de Guayana (Tratado de Münster) Años
Cuadro 1 (cont.)
Relaciones Europa-A m érica
Resumen
Tabla cronológica I
Durante la época que se inicia después del Congreso de Panam á y que tennina
en 1860, A m érica Latina adquirió los contornos políticos actuales. Con pocas
excepciones, quedaron definitivamente constituidos y demarcados los Estados
nacionales que existen hoy. En ese mismo lapso se impuso la hegemonía comercial
y parcialmente política de Gran Bretaña sobre América Latina, seguida de cerca por
Francia y por Estados Unidos. En términos generales puede afirmarse que Inglate
rra, con su dominación indirecta o semicolonial, sustituyó los colonialismos
español y portugués que anteriormente habían regido los destinos de América
Latina. Como ya señalamos antes, la dominación colonial ibérica desde hacía
tiem po había sido, en lo económico, un factor intermedio entre los países más
desarrollados de Europa— sobre todo Inglaterra— y los territorios americanos. Con
la eliminación de ese costoso intermediario, Inglaterra asumió directamente, por los
mecanismos del libre comercio internacional, la hegemonía económ ica sobre
Latinoamérica.
La hegemonía semicolonial inglesa se distinguió por el carácter discreto y
encubierto de los mecanismos de presión aplicados a los países de Latinoamérica.
Con considerable tacto, los hombres del Foreign Office tendían a respetar las
susceptibilidades personales de los latinoamericanos y a abstenerse de intervencio
nes o amenazas abiertas y brutales. En ese sentido se diferenciaron positivamente
de los crudos métodos intervencionistas empleados por la potencia norteamericana
en la etapa de su predom inio imperial a partir de 1898. Cabe señalar, sin embargo,
que la mayor intensidad del intervencionismo político en tiempos posteriores no
resultó simplemente de un estilo subjetivo distinto, sino que fue el producto de una
intervención económica cada vez más completa: el sem ¡colonialismo posinde-
pendentista en la A m érica Latina pasó de una etapa de exportación de mercancías
a otra, fundamentalm ente inversionista o de exportación de capitales, de control
sobre los recursos naturales y un número creciente de medios de producción. Esto
es comprensible pues quienes participan en la economía de un país subdesarrollado,
a través de inversiones directas, tienden a intervenir más marcadamente en su vida
política y social que aquellos cuyos intereses son meramente comerciales.
Ya hemos señalado que la colonización ibérica impidió la formación y el auge
de una burguesía empresarial latinoamericana, al someter la población a un riguroso
control político absolutista, al dar supremacía a la clase terrateniente y al frenar el
desarrollo de manufacturas locales. La guerra dé independencia, con la consecuente
destrucción de los medios de producción existentes, acentuó la ruina de la burguesía
incipiente en diversas partes de Latinoamérica, y favoreció el auge del feudalismo
militar, incompatible con la integración nacional sobre bases burguesas.
88 O Relaciones internacionales de América Latina
notables, aunque fue interrumpida por la revuelta tejana de 1835, una invasión
francesa (por las medidas económicas nacionalistas mencionadas y por deudas) en
1838, y finalmente por la agresión norteamericana de 1846.
En Paraguay, Gaspar Rodríguez Francia impuso, de 1814 a 1840, el más
proteccionista y autárquico de todos los regímenes económicos latinoamericanos.
N acionalista y paternalista extremo, Rodríguez Francia quiso educar a su pueblo y
hacerlo próspero en forma totalmente autónoma, aislándolo de las corrientes
hegemónicas extranjeras en lo material y en lo político. Bajo su dictadura férrea,
Paraguay alcanzó un alto nivel de desarrollo agropecuario y manufacturero. El nivel
de vida de su pueblo se elevó por encima del de las naciones circundantes. La intensa
labor educativa de Rodríguez Francia eliminó el analfabetismo. Los ingresos
aduaneros y otros impuestos — pagados sobre todo por la clase terrateniente—
fueron utilizados por el poder público para crear una economía diversificada y
autosostenida. En vista de que ese capitalismo de Estado chocaba frontalmente con
los intereses económicos europeos, Inglaterra y las demás potencias del Viejo
M undo, en alianza con los liberales pro británicos de la propia Latinoamérica,
desencadenaron una campaña propagandística contra Rodríguez Francia. Se le
pintó con las características de un déspota sanguinario, sádico y loco, y se afirmó
que bajo su dictadura Paraguay era un antro de barbarie. La realidad fue distinta. No
cabe duda de que los sectores medios y populares lo apoyaban mientras se le
oponían los grupos ricos, deseosos de vincularse al comercio internacional domi
nado por los ingleses. A la muerte de Rodríguez Francia, en 1840, le sucedió en la
presidencia el doctor Carlos Antonio López, quien continuó la política nacionalista
en form a menos extrema pero igualmente efectiva. La hostilidad inglesa y liberal
contra el régimen paraguayo continuó manifestándose. Más tarde, bajo la presiden
cia del hijo de López, Francisco Solano, la presión de los intereses comerciales
internacionales contra el nacionalismo paraguayo habría de provocar la Guerra de
la Triple Alianza.
En Argentina, entre 1835 y 1852, el dictador Juan Manuel de Rosas implantó
igualmente un régimen proteccionista, de resistencia a la penetración y a la
hegem onía de los intereses extranjeros. Inglaterra y Francia, limitados por su
política proteccionista y por el cierre del Río Paraná a los barcos extranjeros, dieron
todo su apoyo a los liberales (unitarios) enemigos de Rosas y, entre 1838 y 1845
intervinieron directamente contra él, bloqueando Buenos Aires.
En todo el continente los al iados de la penetración económica extranjera fueron
principalmente los grupos y partidos liberales, con sus denominaciones variables de
país en país: “Liberales”, en México, Centroamérica, Nueva Granada, Ecuador,
Perú, Bolivia, Chile, Brasil; “ Unitarios” en Argentina; “Colorados” en Uruguay y
Paraguay. En Venezuela, el partido más vinculado a los intereses comerciales
internacionales fue el Conservador más que el Liberal. Estos partidos constituyeron
la tendencia social y política latinoamericana que luchaba por los intereses de los
terratenientes que producían para el mercado exterior y de la burguesía importadora
y exportadora. Generalmente los liberales tenían su principal fuerza en las zonas
costeras y en los puertos. En cambio, las provincias del interior de diversos países
eran la base de las corrientes políticas opuestas a la penetración de los intereses
com erciales extranjeros. Dichas corrientes eran “conservadoras” nacionalistas o
populistas, y reflejaban algunos intereses delati fundistas tradicionales, desvinculados
90 D Relaciones internacionales de América Latina
de abundancia agrícola— eran los dos territorios mexicanos que más atraían a los
angloam ericanos y despertaban su codicia. Paulatinamente, además del simple
deseo de anexión territorial, característico de los latifundistas sureños, surgió una
consideración vinculada a Iapolítica interna: se venía desarrollando e incrementando
poco a poco la rivalidad entre el norte capitalista y el sur agrícola y ganadero, entre
la burguesía y el pueblo norteños y la oligarquía terrateniente meridional, y los
sureños anhelaban la anexión de nuevos territorios para así aumentar su represen
tación en el Congreso de la Unión.
La colonización angloamericana de Texas se inició en 1821; la de California en
form a menos sistemática y en fecha posterior. Moses Austin, jefe de un grupo de
agricultores y ganaderos sureños, negoció un acuerdo con las autoridades mexicanas
en 1821, para el establecimiento de 30 familias angloamericanas en e) territorio de
Texas, habitado en ese entonces sólo por tribus de indios. En su convenio con el
gobierno de Agustín Iturbide, M oses Austin se comprometió a que los colonos
respetarían las leyes de M éxico en todos los aspectos. El hijo de Moses, Stephen
Austin, encabezó el grupo que inició la colonización angloamericana de Texas en
1822. En 1823 la República de M éxico ratificó el acuerdo firmado entre el gobierno
imperial y Austin: a cambio de la concesión de tierras en Texas, los colonos
angloamericanos se comprometerían a respetar las leyes mexicanas, incluso la
prohibición de practicar el esclavismo en territorio texano. Sin embargo, casi desde
el com ienzo la gente de Austin violó sus compromisos: el número de familias que
entró a Texas desde Estados Unidos fue superior al estipulado; la tendencia de los
colonos era la de desconocer totalmente la soberanía mexicana y autogobernarse en
form a irrestricta. No hubo acatamiento a las leyes de México; la esclavitud fue
introducida ilegalmente al territorio y, junto con agricultores y ganaderos honestos,
entraron múltiples bandoleros que convirtieron Texas en una de las zonas más
violentas de América.
La penetración norteamericana en Texas fue mirada con beneplácito por John
Quincy Adams en W ashington, secretario de Estado del presidente Monroe hasta
1824 y luego, a su vez, presidente de Estados Unidos. Como ya se vio en relación
con la Doctrina Monroe, Adams fue uno de los más conscientes precursores del
imperialismo estadounidense. Su visión política general era expansionista; creía
firmemente en la necesidad de que Estados Unidos se transformara en potencia
imperial y extendiera su hegem onía sobre la América Latina, comenzando por el
Caribe: de otra manera sería Inglaterra laque dominaría esas regiones y acabaría por
cercar y asfixiar la república norteamericana. En ello Adams coincidía con los
oligarcas sureños y con los comandantes de la marina de guerra. El M ar Caribe y
el Golfo de México, con las tierras que los rodean, le parecían ser la zona de
expansión más importante y más urgente. Por ello impidió m ediante amenazas el
desembarco de grancolombianos y mexicanos en Cuba: la isla debía quedar en
manos de la débil España hasta que Estados Unidos estuviese listo para anexarla.
Con respecto a Texas, y eventualmente California y los demás territorios del norte
de M éxico, Adams abrigaba las mismas intenciones anexionistas. La promesa
hecha a España en 1'819'de respetar la integridad territorial de México, y de Texas
en particular, no era para Adams más que un expediente temporal.
En 1825, poco después de asumir la presidencia, Adams ordenó al secretario de
Estado Henry Clay que abriese negociaciones con México para la compra de Texas.
92 G Relaciones internacionales de América Latina
Clay conversó con los representantes del gobierno mexicano y argumentó que a
todo país le convenía que su capital estuviera colocada en pleno centro geográfico.
¡Si M éxico se libraba de la porción septentrional de su territorio nacional, la
localización de la capital se aproximaría a esa exigencia geopolítica! M éxico no se
dejó convencer por tan curiosos razonamientos, y rechazó la oferta. En 1827,
Adams renovó la gestión y, para tratar de conseguir su consentimiento, recurrió a
tácticas consideradas ofensivas por los mexicanos. E n l 829 encomendó al ministro
plenipotenciario A. Butler que procurara obtener la aceptación mexicana por
cualquier método. Butler realizó torpes intentos de soborno a personalidades
dirigentes» y fue declarado persona indeseable en 1830.
Ese mismo año inició su presidencia en México Vicente Guerrero, cuyo más
influyente ministro fue Lucas Alam án, conservador nacionalista y dinámico. Los
sectores avanzados del conservadurismo aspiraban a defender la agricultura y la
industria mexicanas de la com petencia extranjera y a fomentar el progreso del país
mediante créditos públicos y otras formas de participación estatal en la vida
económica. A tal efecto, Alamán creó un instituto de fomento industrial e implantó
un régimen proteccionista; esto originó que Inglaterra, Estados Unidos y otras
potencias foráneas miraran con disgusto las medidas adoptadas.
En su afán por asegurar el control efectivo del gobierno mexicano sobre todo
el territorio del país, el ministro Alamán restringió la inmigración de angloam eri
canos a Texas, mandó comisiones a ese territorio para imponer la autoridad del
gobierno federal y decretó la unión de Texas con Coahuila para constituir una sola
entidad político-administrativa. A sí com o las potencias extranjeras consideraron
intolerable la política económica nacionalista de Alamán, los anglotexanos miraron
las medidas de centralización interna com o una virtual declaración de guerra. En
1831 se dirigieron al gobierno de México, pidiendo la exención de los impuestos con
que los gravaba el ministro Alamán. El gobierno rechazó esa solicitud y, con ello,
impulsó a los anglotexanos hacia la rebelión. Bajo la dirección de Sam Houston y
otros dirigentes, comenzó a gestarse el movimiento secesionista texano por su
separación de M éxico y su unión con Estados Unidos.
En 1835 el gobierno de M éxico intentó imponer su autoridad efectiva sobre los
texanos y decretó la eliminación del esclavismo, introducido ilegalmente por los
colonos anglosajones. Ante ello, lacom unidad anglotexanay los estados sureños de
Norteamérica formaron u n solo bloque de protesta contra México. La proclamación
a principios de 1836 de una nueva Constitución mexicana, de tipo centralista, fue
el hecho final que desencadenó la insurrección. Bajo la jefatura de Houston, los
texanos se alzaron y, el 2 de mayo de i 836, proclamaron la independencia del
estado.
Bajo el mando del general Santa Anna, las fuerzas federales mexicanas
penetraron en Texas para reprimir la rebelión. A M éxico le asistía todo el derecho
de un pueblo invadido por un poderoso vecino, con instituciones esclavistas reñidas
con sus avanzadas leyes. Pero Santa Anna, caudillo reaccionario y oportunista, no
tuvo la capacidad ni la voluntad de movilizar a las fuerzas progresistas de M éxico
para la defensa de la integridad nacional. En lugar de ello, actuó como interventor
despótico, dejando que la opinión mundial mirara a los anglotexanos con simpatía,
como rebeldes contra una injusta tiranía.
En marzo de 1836 las tropas mexicanas tomaron la fortaleza de El Alamo, en
Consolidación de naciones y hegemonía comercial inglesa (1828-1852) □ 93
San Antonio» y dieron muerte a todos sus defensores. En abril del m ism o año, los
rebeldes texanos fracasaron en otra batalla, en Goliad, en la que perdieron la vida
cuatrocientos angloamericanos. Atemorizados por las fuerzas de Santa Anna, quien
no daba cuartel, la población anglotexana inició el éxodo hacia Estados Unidos pero
antes de que esa emigración se pudiera generalizar, cundió la noticia de una victoria
texana: en San Jacinto, el 2 1 de abril, las tropas de Samuel Houston lograron tomar
por sorpresa al ejército del gobierno mexicano e infligirle una aplastante derrota.
Santa A nna cayó en manos de sus enemigos quienes, en un primer momento,
quisieron ejecutarlo sumariamente para vengar a las víctimas de El Alamo y Goliad.
Pero Houston rescató al general y dictador de las manos de sus subalternos y lo
obligó, a punta de pistola, a firmar dos convenios. Por uno de ellos, Santa Anna se
com prom etió a cesar el combate y a retirar las tropas mexicanas de Texas,
reconociendo la independencia de esc territorio. Por el otro, admitió que los límites
entre Texas independiente y México quedarían marcados por el Río Grande
(Bravo). Sin embargo, una vez puesto en libertad, Santa Anna se negó a reconocer
la validez de los convenios suscritos, en vista de que su firm a había sido obtenida
bajo am enaza de muerte.
Liberado de la dominación mexicana, el Texas anglosajón de Samuel Houston
pidió ser anexado a Estados Unidos. Pero ese país no aceptó en seguida al nuevo
territorio aspirante. Ello se debía a la oposición de los liberales (whigs) del Norte:
eran los representantes de la burguesía industrial y capitalista opuesta a las
pretensiones de la oligarquía agrícola del Sur. YaEstados Unidos entraba en la etapa
del conflicto entre el Norte y el Sur, entre el capitalismo industrial ascendente y el
esclavismo agrícola, entre el nacionalismo económico auspiciado por los intereses
industriales y la política de libre comercio y de dependencia ante la industria
británica, favorecida por la “plantocracia” sureña. Por presiones del Norte, el
Congreso y el poder ejecutivo de Estados Unidos reconocieron la independencia en
1837, pero no la anexión de Texas.
En octubre de 1838 los texanos, ofendidos por la negativa norteamericana de
acceder a su solicitud de admisión a la Unión, retiraron dicha petición y se
dispusieron a existir como nación soberana. Establecieron relaciones comerciales
con Inglaterra y Francia. A Gran Bretaña le gustó la idea de tener acceso al mercado
tcxano y al algodón de ese territorio. Desde el punto de vista geoestratégico, una
influencia económ ica sobre Texas permitiría a Inglaterra y a su aliada, Francia,
interponerse en la ruta de la expansión estadounidense hacia el Sur.
La idea de la presencia inglesa en Texas hizo que en Estados Unidos algunos
adversarios de la anexión de ese territorio comenzaran a cambiar de actitud. Los
partidarios de la anexión, por su parte, intensificaron las presiones, utilizando la
amenaza inglesa como poderoso argumento. Para los norteamericanos del sur era
importante que Texas ingresara a la Unión, aumentando el territorio, la población
y la representación política del bloque esclavista. Con el fin de justificar la anexión
— y, más allá de ella, una continua política de expansión hacia el Sur— los
terratenientes y los comerciantes de la zona meridional de Estados Unidos promo
vieron íá doctrina del “Destino M anifiesto”, según la cual los angloamericanos
están predestinados a extender su hegemonía sobre todo el hem isferio occidental,
anexando territorios vecinos para dar cabida a su pujante población.
En 1844 Houston planteó la cuestión de ia anexión en términos de ultimátum:
94 □ Relaciones internacionales de América Latina
Centroamérica y El Caribe
Domingo y reclamaron ese territorio como parte de Haití. El gobierno español fue
débil e inestable, pero los criollos dominicanos lo toleraron, en parte por el temor
de caer bajo la dominación del gobierno de Haití. Sin embargo, en 1821, después
de la revolución española y la emancipación de Venezuela y Nueva Granada, se
produjo el levantamiento patriótico dominicano de José Núñez de Cáceres, quien
estableció un gobierno provisional y pidió ayuda a la Gran Colombia. Pero Jean-
Pierre Boyer estim ó que el momento era propicio para poner en práctica el plan
haitiano de anexión de la parte oriental de la isla. En 1822, antes de que Bolívar (de
viaje en el Sur) tuviese noticias de la petición de ayuda de Núñez de Cáceres desde
Caracas, el ejército haitiano ocupó Santo Domingo. Bajo el mando de Boyer la isla
permaneció unida hasta 1843. E se año Boyer falleció, sin dejar ningún sucesor de
capacidad comparable.
Apenas falleció Boyer, los dominicanos se alzaron contra la dominación
haitiana y declararon su independencia bajo la jefatura de Juan Pablo Duarte. La
declaración de independencia, hecha en febrero de 1844, provocó que el nuevo
gobierno haitiano del dictador Pierrot amenazara con una invasión armada. Sin
embargo, ésta no se produjo hasta 1849, cuando Faustino Soulongue era mandatario
de Haití. En la lucha de defensa contra Soulongue, la República Dominicana recibió
apoyo indirecto de Francia, interesada en recuperar algo de su influencia sobre La
Española. D espués de duros combates, los dominicanos com andados por el general
Pedro Santana derrotaron a los invasores haitianos.
De esta manera, Centroamérica y el Caribe entre comienzos y mediados del
siglo XIX atravesaron por diversos procesos de unidad y de separación, siendo más
fuertes los factores divisionistas que los de cohesión. Las debilidades estructurales
de los países centroamericanos y antillanos, así como sus divisiones, permitieron la
creciente penetración de la influencia de grandes centros foráneos dominantes
como Inglaterra, Estados Unidos y Francia. En América Central se desarrolló una
intensa lucha de influencias entre Norteamérica y Gran Bretaña, que culminó en una
especie de condominio provisional. Sin embargo, la tendencia general fue la de un
paulatino fortalecimiento de Estados Unidos como prim era potencia hegemónica
en el istmo.
En el ámbito antillano, Cuba y La Española constituyeron, a su vez, escenarios
de rivalidad entre potencias externas. Estados Unidos realizó actos de di versa índole
para tratar de apoderarse de Cuba, sin lograr su objetivo. En parte España pudo
mantener su control sobre la isla por el apoyo económico y político de los ingleses.
La Española fue objeto de penetración comercial por intereses franceses, ingleses
y norteamericanos.
que no existían en aquel entonces ni existen hoy. Una república liberal sana debería
fundam entarse en un mercado común y en una burguesía empresarial, así como en
una eficaz red de comunicaciones, Latinoamérica no poseía nada de ese género;
tenía las limitaciones de un sistema feudal o semifeudal. La tendencia de cada
latifundista m ilitar — considerarse como amo absoluto de su com arca— se reflejó
en la política del continente por medio de corrientes centrífugas y regjonalistas de
todo tipo. Para unificar naciones era necesario reunir una fuerza capaz de vencer a
los caudillos regionales.
Esa fuerza podía basarse en un equilibrio entre ambiciones regionales o
clasistas distintas, en el factor capitalista nacional, o en el capitalismo externo o
imperialismo.
Paralelamente, los tres Estados nacidos de la desintegración grancoiombiana
vivieron etapas de relativa estabilidad durante los primeros quince años de su
existencia soberana. Exportaron productos agrícolas a cambio de importaciones de
artículos m anufacturados ingleses, franceses, holandeses, o de la Alem ania
hanseática. En las tres repúblicas existía cierto equilibrio entre los elementos
internos de tipo semifeudal y las influencias capitalistas derivadas de la vinculación
al m ercado exterior.
En Ecuador, el general Juan José Flores ejerció el poder durante los primeros
quince años de la vida republicana. A partir de 1845 se produjeron graves pugnas
civiles, y en 1847, España, renuente a renunciar definitivamente a sus posiciones en
el Pacífico sudamericano, intentó intervenir en los asuntos ecuatorianos, en apoyo
a la causa del general Flores. La amenaza española contra la soberanía ecuatoriana
fue resentida por los países vecinos que estimaron que su propia integridad estaba
igualmente en peligro.
El gobierno peruano promovió, a fines de ese año, un Congreso Americano en
Lima, basado en los principios de confederación hispanoamericana que habían
inspirado y reformado al Congreso de Panamá. Entre el 11 de diciembre de 1847 y
el I o de marzo de 1848, representantes de Perú, Ecuador, Chile, Bolivia y Nueva
G ranada— cinco países con litoral en el Océano Pacífico— estuvieron reunidos en
Lim a. Se había invitado también a Venezuela, a la Confederación Argentina y a
Brasil, pero estos países, por una razón u otra, no asistieron. Los participantes en el
encuentro de Lima firmaron un tratado de confederación y navegación, una
convención consular y una convención postal. Sólo esta última fue ratificada, de
m odo que el empeño básico de Perú —crear una sólida alianza defensiva de los
países del Pacífico con respaldo del resto de Sudamérica— no tuvo éxito.
Como en otras ocasiones, un proyecto de unidad política hispanoamericana
quedó sin efecto a causa de la acción disolvente de dos fuerzas: los caudillismos y
regionalism os semifeudales en el interior de cada república, y la acción del
im perialism o comercial y político de las grandes potencias capital islas — sobre todo
Gran Bretaña— desde afuera. El patrón de las relaciones comerciales semicoloniales
hacía que los grupos dirigentes de los países de Latinoamérica miraran hacia los
centros hegemónicos ultramarinos y desdeñaran el acercamiento y la unión con sus
vecinos. Adem ás-''existía- úna creciente rivalidad, derivada de los vínculos de
dependencia ante el comercio inglés, entre los diversos puertos del Pacífico,
constituyendo esto un factor de división en las relaciones entre los países de la costa
occidental de Sudamérica.
102 □ Relaciones internacionales de América Latina
M ientras se luchaba de esa manera por la hegemonía sobre 1a región del Pacífico
sudamericano — o mejor dicho, por la subhegemonía, porque lapotencia hegemónica
principal era Gran Bretaña— , otra gran rivalidad se desarrollaba en la mitad
atlántica u oriental del subcontinente. Dos gigantescos países, Brasil y Argentina,
bajo la dirección de sus respectivas clases terratenientes y comerciales, y en el caso
de A rgentínacon participación de sectores populares, lucharon porla subhegemonía
sobre los territorios ubicados entre sus respectivas esferas de soberanía. Fundamen
talmente, su rivalidad se concentró en Uruguay, Banda Oriental o “Provincia
Cisplatina” , permanente manzana de discordia entre las dos potencias. En su lucha,
el imperio brasileño contó con el respaldo de los intereses extranjeros semi-
colonialistas y de los Estados británico y francés, mientras que Buenos Aires, y con
ella las demás provincias argentinas confederadas, defendió sus posiciones bajo la
bandera de un nacionalismo opuesto a las hegemonías de procedencia europea.
Ya hemos visto que para 1828 Lord Ponsonby, mediador británico, se aprove
chó hábilmente de las divisiones argentinas y de la actitud pro europea de los
unitarios enfrentados a los federalistas para impulsar el gobierno de Buenos Aires
a renunciar a la exigencia de que la Banda Oriental formara parte de Argentina. Al
mismo tiempo, hizo ver a los brasileños que tratar de retener a un Uruguay rebelde
bajo su dominación seria contrario a las tendencias de la historia y constituiría 3a
fuente de graves dificultades posteriores. Utilizando su fuerza económica, Gran
Bretaña ofreció beneficios a ambas potencias si aceptaban sus propuestas, y
desventajas si se le oponían. La propuesta inglesa, que fue finalmente aceptada por
las partes, era la de erigir la Banda Oriental en república independiente. Brasil y
Buenos A ires aceptaron la idea, y firmaron el tratado preliminar de 1828 sobre la
base del respeto a la soberanía y la independencia uruguayas. Lord Ponsonby
triunfaba. En sus informes al gobierno británico, señalaba que un Uruguay indepen
diente constituiría el m otivo de rivalidad entre Brasil y Argentina, e impediría que
esas pdtencíás, solas ó conjuntamente, controlaran en forma cxcluyente el estuario
del Río de la Plata. Un Uruguay independiente, Estado tapón entre dos gigantes,
sería controlable por la potencia británica que, de este modo, mantendría abierto su
acceso al Río de la Plata y, por él, a los grandes ríos de Sudamérica.
104 □ Relaciones internacionales de América Latina
Sin embargo, en los años posteriores a la firma del tratado preliminar, Argentina
realizó nuevos intentos por Implantar su influencia en Uruguay, en contra de las
influencias brasileña e inglesa. Por ello, continuó la pugna política y diplomática
— y finalm ente militar— entre Buenos Aires y Brasil (asistido por las potencias
industriales y financieras de Europa).
Juan M anuel de Rosas, electo gobernador de Buenos Aires en 1829, fue la
figura nacional argentina que dirigió la larga lucha contra Brasil y la penetración
británica, y que se manifestó en favor de la gradual integración de Uruguay a la
confederación riopiatense. Hasta hoy día, el carácter y la significación histórica de
Rosas son objeto de apasionadas polémicas entre los argentinos. Los liberales y la
izquierda tradicional lo consideraban como tirano reaccionario y negativo. En
efecto, sus métodos de gobierno fueron duros y a veces crueles, y su base de
sustentación social, aunque incluía a los gauchos y a otros sectores del pueblo
común, tenía como factor importante a terratenientes provincianos de mentalidad
elitista y antidemocrática. Sus tendencias reaccionarias se mostraron sobre todo en
el aplastamiento de la rebelión de los demócratas de la “Joven Argentina” o
Asociación de Mayo. Pero, por el otro lado, los nacionalistas — no sólo de viejo cuño
conservador sino también los del nuevo tipo antiimperialista— señalan que Rosas
se enfrentó con coraje a los grandes intereses económicos extranjeros que preten
dían dominar y satelizar Argentina. También defendió tenazmente las posibilidades
de desarrollo de una industria autónoma nacional contra la penetración del imperia
lismo comercial. Si bien es cierto que favoreció a los grandes estancieros de la
pampa, también protegió y amparó los intereses de los pequeños productores y, con
ellos, los de las clases populares del interior. Frente a la hegemonía económica del
extranjero y de la oligarquía comercial de Buenos Aires, Rosas defendió la
autonomía del desarrollo nacional y los derechos económicos y sociales de las
mayorías no vinculadas al comercio de importación y exportación.
Com o gobernador de la más importante de las provincias argentinas, respalda
do por el Partido Federal ista, Rosas promovió la firm a de un pacto de confederación
que sustituyera la inoperante Constitución unitaria, cuyo efecto había sido, por
reacción, la separación total de las provincias. El Pacto del Litoral, del 4 de febrero
de 1831, unió en Confederación a Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes.
El gobierno de Buenos Aires asumió la representación de los confederados en el
exterior y se encargó de las relaciones internacionales del conjunto.
Después de su reelección en 1835, Rosas asumió poderes dictatoriales y
extendió su autoridad sobre toda la nación argentina. Como parte de un programa
nacionalista, el mandatario bonaerense elevó los aranceles que gravaban la impor
tación de mercancías extranjeras. Esa medida, adoptada en 1835, constituía una
réplica a la acción que tomaron los ingleses en 1833, al reocupar las islas Malvinas
que habían dejado sin ocupación efectiva en 1774.
Aparte de su programa proteccionista, que golpeaba los intereses europeos,
Rosas se proponía obtener el control del acceso al río Paraná, a fin de cerrar esta
importante y estratégica vía a los navios de las grandes potencias. Al actuar de ese
modo, Rosas se hizo portavoz de lá causa del control nacionalista sobre las grandes
vías de comunicación latinoamericanas y propugnador del desarrollo nacional
independiente.
Brasil, por el contrario, mantuvo su línea de alianza con los intereses británicos.
Consolidación de naciones y hegemonía comercial inglesa (1828- ¡852) □ 105
Esa línea no sufrió cambios por la abdicación del emperador Pedro I, ocurrida en
1831. La abdicación del monarca obedeció a presiones de los liberales, desconten
tos por el centralismo y ía tendencia autoritaria que caracterizó su reinado. Ju nto con
la oligarquía agrícola, que constituía la principal clase dominante, ascendieron en
el ámbito de la toma de decisiones los grupos mercantiles y profesionales de las
ciudades. Las diversas provincias del vasto país obtuvieron un mayor grado de
autonom ía frente a la capital imperial. Sin embargo, nada cambió con respecto a la
actitud abierta y com placiente ante el comercio inglés y francés. Los grandes
productores y exportadores de azúcar y café coincidían con ias capas medias
liberales — las primeras por interés y las segundas por principios ideológicos— en
el mantenimiento del libre intercambio con el exterior. Por ello, en la larga pugna
contra Rosas, los brasileños pudieron seguir contando con el apoyo de las potencias
europeas. De recabar y cultivar ese apoyo se ocuparon los gobernantes de la
Regencia (1831-1840), y luego el nuevo emperador, Pedro II, quien asumió el
mando imperial en 1840, a la edad de quince años.
El interés brasileño coincidía con el de las potencias europeas en tratar de evitar
que Rosas extendiera su influencia — aunque fuese indirectamente— sobre Uní-
guay, llevando ese país al área del nacionalismo económico argentino. Para el
gobierno brasileño, la necesidad de impedir que Uruguay fuese a parar en el campo
argentino se vio acrecentada por las secesiones que el imperio sufrió durante los
años de la regencia. De 1834 hasta 1845 existió un régimen secesionista en Río
Grande do Sul. Brasil temía que una derrota sufrida en Uruguay pudiera alentar a
los secesionistas, no sólo riograndeses sino también de otras provincias, derivando
en el desmembramiento del país.
Objetivamente, en vista de la gran superficie y la población numerosa de Brasil
y Argentina, puede caracterizarse la pugna entre los dos países en la época de Rosas
com o una lucha por la subhegemonía sobre la mitad Atlántica de Sudamérica.
Subhegemonía porque la potencia dominante, en última instancia, por su poderío
com ercial y naval, fue Gran Bretaña. Brasil trataba de asegurar su posición
dominante actuando en alianza con el dueño principal, mientras que Argentina
afirmaba sus aspiraciones subhegeinónicas mediante la rebelión nac ionalista contra
el gran actor externo.
Uruguay se convirtió en foco de conflicto a partir del año 1836. En 1830 esa
república había adoptado su Constitución y elegido a la presidencia al general
Fructuoso Rivera, cuyo rival político era el general Lavalleja. Mientras Rivera era
liberal y partidario del libre comercio internacional, Lavalleja era nacionalista,
proteccionista y amigo de Rosas. La posición política de Rivera se plasmó en el
Partido Colorado, y la de Lavalleja en el Partido Blanco. En 1834 fue elegido
presidente de la República el general Manuel Oribe, partidario de Lavalleja y de los
blancos. Rivera no toleró por mucho tiempo la política pro Rosas del gobierno
blanco y se alzó en su contra en 1836. Así comenzó una larga guerra civil uruguaya,
entre los colorados de Rivera, apoyados por Brasil y los intereses capitalistas
europeos, y los blancos de Oribe, respaldados por la A rgentina de Juan M anuel de
Rosas. L a existencia, en Rio Grande do Sul, del gobierno secesionista de Bento
Gongalves complicó el asunto, tejiéndose múltiples intrigas entre riograndeses,
brasileños y colorados uruguayos.
La participación argentina en la guerra civil uruguaya se hizo cada vez más
106 Q Relacione.s internacionales de América Latina
directa, debido a que Rivera y los colorados disfrutaban del apoyo activo de
unitarios argentinos, antirrosistas. Entre ellos se destacó principalmente el general
Lavalle. Por la presencia de sus enemigos en Uruguay, Rosas se sintió impulsado,
a su vez, a buscar la más estrecha coordinación entre sus fuerzas y las de Oribe.
Pronto se llegó al establecimiento de dos gobiernos rivales y enemigos en Uruguay:
Rivera, apoyado por los sectores vinculados al com ercio con el extranjero, tomó
M ontevideo y se proclamó Presidente; Oribe, apoyado por gauchos y estancieros no
vinculados al comercio ultramarino, formó otro gobierno en Cerrito.
En 1838 Rosas tuvo un conflicto con Francia, con el resultado de que esa
potencia comenzó a actuar de forma más directa en contra de Rosas y de Oribe, y
en favor de Rivera y los antirrosistas. Desde 1835 Francia había mostrado su
disgusto ante la elevación de los aranceles argentinos. Además, el gobierno de
Buenos Aires comenzó a reclutar ciudadanos extranjeros para servir en las fuerzas
armadas argentinas. Ello provocó vehementes protestas francesas. En 1838, ante el
reclutamiento de algunos franceses y la prisión de otros, el almirante francés Le
Blanc presentó un ultimátum que Rosas rechazó. Por ello, desde marzo de 1838
hasta.octubre de 1840, la flota francesa bloqueó la costa argentina, pero sin que se
llegase a una declaración de guerra. Rosas, con el indudable respaldo de una nación
argentina que se sentía amenazada en su dignidad y su soberanía nacional, resistió
el bloqueo sin vacilaciones y con éxito. El bloqueo contribuyó a fomentar el
desarrollo agropecuario y manufacturero de las provincias argentinas del interior,
diversificándose la economía del país y logrando una mayor autonomía ante las
fuerzas capitalistas externas.
La flota francesa, además de bloquear Buenos Aires, protegía M ontevideo y
daba ayuda militar y económica a Rivera quien, sintiéndose fuerte y soberano,
declaró la guerra a Rosas en 1839. El gobernador de la provincia argentina de
Corrientes, Domingo Cullen, se rebeló contra Rosas e hizo causa común con Rivera
y Lavalle. Sin embargo, Rosas y Oribe, en campañas enérgicas y audaces, derrota
ron la alianza unitaria colorada con su respaldo brasileño y francés. Cullen fue
capturado y fusilado.
En 1840 el bloqueo francés fue suspendido, con lo cual quedaron debilitados
Rivera y Lavalle, y Rosas se fortaleció. El motivo de la suspensión lo constituyó la
grave crisis en las relaciones franco-inglesas, causada por la rivalidad de las dos
potencias en el Cercano Oriente. Ante el peligro de un conflicto bélico con Gran
Bretaña, los franceses estaban ansiosos por concentrar sus fuerzas navales. Antes
de retirarse de Argentina, suscribieron un acuerdo con Rosas, más positivo para éste
que para ellos. A cambio del compromiso de Buenos Aires de respetar la indepen
dencia de Uruguay y otorgar a Francia la cláusula de la nación más favorecida en
las relaciones comerciales, los franceses retiraron su apoyo a Rivera y a los unitarios
argentinos, y pusieron fin al bloqueo de la costa bonaerense.
Abandonado por sus aliados franceses, Rivera se replegó y se atrincheró en
Montevideo. A partir de 1841, una escuadra argentina al mando del almirante
Brown bloqueó la capital uruguaya. En 1843 el general Oribe, con respaldo rosista,
se apoderó de todo el territorio uruguayo, excepto M ontevideo, quedando esta
últim a sitiada por tierra y por mar. Rivera trató de convencer a los brasileños de que
intervinieran masivamente en Uruguay para salvar a ese país de ser anexado por la
A rgentina en violación del Tratado de 1828.
Consolidación de naciones y hegenxonía comercial inglesa ( i 828-1852) □ 107
Resumen
110
Tabla cronológica IV
□ Relaciones
Año E stados Unidos C e n tro a m é ric a Zona C hile, Perú y Río de la Plata
y M éxico y el C a rib e G rancolom biana Bolivia y B rasil
1832
1836 Texanos se alzan. El A la R ebeliones contra C reación de la C onfedera C om ienza la guerra civil uru
mo. San Jacinto. Texas M orazán ción Peruano-Boliviana guaya
independiente
------------------------ --
Tabla cronológica IV
1838 Texas establece relacio A rgentina, y Chile po r se Francia bloquea Buenos Aires
nes con Inglaterra y F ran • gunda vez, atacan a Peni-
cia. Conflicto entreM éxi- Bolivia.
co y Francia
C o n fe d e ra c ió n P e ru an o -
Boliviana
1842 R e to rn o y m u e rte de
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Consolidación de naciones y hegemonía comercial inglesa (1828-1852) □ 113
Este capítulo fue redactado quince años después de haber escrito los textos
precedentes. Entre 1980 y 1995, en el mundo y en América Latina ocurrieron
cambios asombrosos e imprevisibles. Algunas de las interpretaciones y conclusio
nes que presentamos para 1980, aunque no hayan sido totalmente erróneas, deben
ser revisadas y matizadas a la luz de sucesos posteriores.
Con el afán de asumir los aspectos resaltantes de la historia de los tres lustros
comprendidos entre 1980 y 1995, y de indicar algunos de los retos y las opciones
que enfrenta nuestra región al acercarse al fin del milenio, se examinarán, sucesi
vamente el cambio global y el cambio latinoamericano, para arribar así al prudente
esbozo de unos posibles “escenarios” futuros.
Frente a esa visión unipolar del mundo futuro, otros teóricos tales como C. Fred
Bergsten y Lestcr Thurow señalan la división del poder económico — y de allí
también político— entre por lo menos tres grandes centros que controlan cada uno
aproximadamente un tercio del intercambio económico global: Norteamérica,
Europa occidental y Asia del Este (Japón). Mientras Bergsten opina que los tres
polos podrían conciliar sus intereses y constituir una tríada armónica, Thurow
formula predicciones más sombrías de acentuada rivalidad y conflicto.
De hecho, si bien es cierto que, para mediados de la década de los noventa, a
veces Estados Unidos, la Unión Europea y Japón actúan de común acuerdo cuando
se trata de m antener la paz internacional o reprimir desórdenes intolerables en las
áreas periféricas, también es evidente la persistencia y la intensidad de las rivalida
des que los dividen. En el plano político-militar, el polo norteamericano es aún
predominante, pero en el conjunto multiforme de los intereses regionales y
sectoriales se tienden a profundizar las divergencias y las luchas. El sistema
internacional actual no es unipolar puro, sino que oscilaentre la unipolaridad diluida
y una realidad multipolar. Apreciación que se fortalece si se toma en cuenta que,
además de la “tríada” ya mencionada, otros centros de poder están afirmando su
voluntad de jugar un papel soberano y enérgico en el escenario mundial. Tal es el
caso de China, gigante territorial y demográfico que paso a paso avanza en la vía de
un desarrollo basado en una combinación de la economía de mercado con un
dirigismo político de signo socialista. Y es el caso de Rusia que, luego del gran
repliegue efectuado en los años de la restauración capitalista, de nuevo m uestra una
indeclinable voluntad de ser tomada en cuenta como gran potencia eurasiàtica.
En todo caso, Estados Unidos — sujeto a tentaciones aislacionistas— , se ve
obligado a com partir la dirección del mundo, de rumbo todavía incierto, con por lo
menos otros cuatro importantes centros de poder económico, político y cultural. Y
tiene que com partirla además con una creciente multitud de factores transnaciona-
lcs, supranacionales y subnacionales no siempre controlables por la autoridad
estatal.
Las ETN y otras organizaciones trans nación al es, si bien tienen su origen en el
territorio de un solo país y durante un tiempo mantienen su sede en el mismo, en
algunos casos pueden liberarse en alto grado del control estatal y pueden convertirse
en actores soberanos en la palestra mundial. Ello se hace evidente en ámbilos como
los de la inform ática y las comunicaciones, los servicios financieros, las causas
culturales, ideológicas y morales, y las actividades delictivas.
Múltiples factores incontrolables se agregan a los mencionados y contribuyen
a su vez a debilitar el Estado nacional, ya sea “desde arriba” o “desde abajo”. A la
vez que su poder es desafiado por los factores trans o supranacionales, resurgen
anacrónicos movimientos de separatismo étnico o provincial: es como si fuerzas de
la Edad M edia, largamente adormecidas pero no superadas, se despertasen e
hiciesen su irrupción en una época que algunos quisieran “posmodema” cuando en
realidad no es más que otra fase de la interminable interacción entre la renovación
y la continuidad.
Del seno de la sociedad surgen por lo demás, en lodos ios países, factores
materiales y espirituales que cuestionan tanto al Estado como la política. En parte
por la arrolladora propaganda antiestatal y antipolítica de los ncoconservadores
pero también por la real degeneración de las organizaciones políticas desgastadas
262 □ Relaciones internacionales de América Latina
C uadro 4
deuda, la disposición a com partir los necesarios sacrificios entre países deudores y
acreedores y la vinculación del problema de la deuda con los del ñnanciam iento
externo y del comercio exterior. Las medidas concretas propuestas abarcan la
reducción de las tasas de interés, un financiamiento compensatorio de sus alzas, un
aplazamiento del pago de intereses, la fijación de plazos según la capacidad de
recuperación económica de los países deudores, una modificación de las normas
bancarias de los países acreedores, la complementación de la renegociación
económica con el diálogo político, reformas en el funcionamiento del FM I y el
Banco M undial, y un mejoramiento de las condiciones del comercio internacional
por medidas contra el proteccionismo de los centros industriales y contra el
deterioro de los términos de intercambio. En lo institucional, el Consenso contem
pla la creación de un mecanismo de seguimiento y consulta regional.
En un prim er momento, los países acreedores sintieron alivio y agrado por el
carácter pragmático y no retórico-ideológico de esas propuestas. Varios países
latinoamericanos tales como Argentina, Brasil, M éxico y Venezuela intentaron
renegociaciones de sus deudas en la segunda mitad de 1984 y lograron algunas
ligeras concesiones por parte de la banca acreedora.
Sin embargo, en 1985 volvió a empeorar la situación de los países deudores por
un nuevo endurecim iento de los centros financieros, y se profundizó el estanca
miento económico de América Latina. Ante ello, el presidente peruano Alan García
decidió no aceptar más las condiciones del FMI y no pagar para servicio y
amortización de su deuda externa más del 10% de los ingresos por exportaciones.
Fidel Castro, por su parte, convocó a una gran conferencia de políticos, técnicos e
intelectuales latinoamericanos, en La Habana, sobre el problema de la deuda. En esa
conferencia a la que asistieron personas de ideologías muy diversas, se llegó a la
conclusión por consenso de que “ la deuda es impagable”.
El secretario del Tesoro estadounidense, James Baker, en 1985 anunció un plan
que establecía ciertos criterios universales para el tratamiento del problema de la
deuda tercermundista, con la intención de que el peso de ésta no llegase hasta el
punto de im pedir “un crecimiento sostenido”. Según el Plan Baker, el Norte
aportaría a los países más endeudados del Sur una suma de 40.000 millones de
dólares para ayudarles a cum plir sus obligaciones y crecer económicamente al
mismo tiempo. Debía buscarse un equilibrio entre el crecimiento, las balanzas de
pago y la lucha contra la inflación. A sí mismo, se reconocía el carácter político a la
vez que financiero del problema de la deuda externa. Los presidentes del Consenso
de Cartagena, reunidos en M ontevideo a fines de ese año, reconocieron las buenas
intenciones y los aspectos positivos del Plan Baker. Sin embargo, los años 1986 y
1987 fueron desastrosos para los países deudores. Los alivios previstos en el Plan
Baker no se pusieron en práctica, y los países deudores por su parte dejaron de actuar
solidariamente. Un llamado a la acción concentrada y al diálogo global, lanzado en
1987 por el Grupo de los Ocho (México, Panamá, Colombia, Venezuela, Perú,
Argentina, Uruguay y Brasil) reunido en Acapulco, tuvo poco efecto.
En 1989, el Nicholas Brady, secretario del Tesoro de la administración del
presidente George Bush, propuso un plan que representó un paso de avance con
respecto al Plan Baker. Recogiendo algunas de las propuestas que los presidentes
de los países deudores habían formulado en Caracas en febrero de 1989, Brady
aceptó que:
266 □ Relaciones internacionales de Atnérica Latina
de la subrcgión, el más duradero y notable fue Anastasio Somoza Debayle, hijo del
fundador de esa formidable dinastía regidora de los destinos de Nicaragua.
Hn 1978, el asesinato del editor nicaragüense Pedro Joaquín Chamorro hizo
estallar una fuerte rebelión armada: por primera vez la burguesía nacional hizo
causa com ún con los radicales del Frente Sandinista de Liberación Nacional
(FSLN). A fines de 1979, otra situación revolucionaria se produjo en El Salvador:
luego del derrocamiento de la dictadura del general Carlos Humberto Romero,
surgió una división entre el gobierno de centro-derecha (Democracia Cristiana y
Fuerzas Armadas) presidido por José Napoleón Duarte, y una alianza de izquierda
integrada por fuerzas socialdemócratas, marxistas y cristianas progresistas, cven-
tualmente coaligadas en el Frente Democrático Revolucionario (FDR) y el Frente
Farabundo M artí de Liberación Nacional (FMLN). En Guatemala, durante la
misma época, estallaron fuertes luchas civiles entre el ejército oficial y organizacio
nes guerrilleras de izquierda que posteriormente se unieron en la Unión Revolucio
naria Nacional Guatemalteca (URNG).
Un hecho interesante y significativo es el de que en esta amplia guerra civil
centroamericana no se trataba de un choque de los bandos ideológicos de la guerra
fría — marxistas ve rsu s defensores del capitalismo— , sino que los factores deter
minantes eran de naturaleza endógena. La revolución del pueblo campesino, obrero
y de clase media contra las tiranías político-militares y oligárquicas era auténtica y
hondam ente sentida (en Guatemala, al ingrediente de lucha social se le agregaba el
de protesta étnica de los indígenas). En los. bandos revolucionarios reinaba la
diversidad ideológica: al lado de marxistas-leninistas vinculados a Cuba y al bloque
soviético, combatían socialistas democráticos afiliados a la IS (socialdemócrata) y
cristianos progresistas originalmente procedentes de la DC pero ganados por las
ideas de la Teología de la Liberación,
Cuba misma — mirada por los sectores marxistas com o meca revolucionaria
infalible— rechazaba esc papel e instaba a sus fieles a que colaborasen lealmente
con socialdemócratas y cristianos, se abstuviesen de dogmatismos intolerantes, y
orientasen su estrategia no hacia 1a construcción de “nuevas Cubas” imposibles sino
hacia sociedades democráticas pluralistas, basadas en economías mixtas (sector
privado/sector público).
Washington no creía en soluciones “terceristas” y miraba a las fuerzas revolu
cionarias cenlroamericanas como partes del bloque adverso. Cuando en Nicaragua
se constituyó el frente armado de los contrarrevolucionarios (“contras”) para luchar
contra el régimen sandinista implantado luego de la caída de Somoza, el gobierno
del presidente Reagan les suministró asistencia militar activa y la continuó clandes
tinamente hasta después de que el propio Congreso norteamericano la prohibiera.
Llevó su apoyo a la lucha antisandinista hasta el punto de colocar minas frente a los
puertos nicaragüenses. Como intento de justificación, alegaba que los sandinistas
a su vez estaban ayudando al FDR-FLM N contra el gobierno de Duarte y a la URNG
contra el régimen guatemalteco.
Alentados moralmente por ciertos factores políticos europeos, sobre todo
socialdemócratas, cuatro países latinoamericanos democráticos y autonomistas
— Colombia, M éxico, Panamá y Venezuela— acordaron unificar sus esfuerzos
para prom over la paz en Centroamérica y evitar una intervención armada de Estados
Unidos. Sus cancilleres tomaron la decisión pertinente en una reunión celebrada en
El fin del siglo: Latinoamérica en un mundo en transformación □ 271
la isla panam eña de Contadora en enero de 1983, razón por la cual a estos cuatro
países se íes dio el nombre de “Grupo de Contadora”.
Hntre 1983 y 1985, los presidentes y cancilleres de Contadora trabajaron
incansablemente con el fin de promover una paz dem ocrática en America Central.
Junto con los gobiernos del propio istmo, elaboraron un plan de paz en septiembre
de 1984. Con diversas revisiones y modificaciones, el contenido de ese plan sirvió
de base para la pacificación paulatina de Nicaragua.
M ecanismos similares fueron elaborados para su aplicación en El Salvador y
en Guatemala.
A partir de agosto de 1985, el Grupo de Contadora contó con el activo respaldo
diplomático de cuatro países sudamericanos recién liberados del autoritarismo
militar — Argentina, Brasil, Perú y Uruguay— que se reunieron en Lim a para
constituir el llamado Grupo de Apoyo. Por etapas, ios cuatro de Contadora y los
cuatro del Grupo de Apoyo lograron la pacificación centroamericana y luego,
conocidos yacom oel “Grupo de los Ocho” ampliaron sus consultas y conccrtaciones
para abarcar también otros temas de interés regional, hemisférico y m undial. Luego
de abrirse a la participación de otros países democráticos adicionales, en la década
de los noventa fueron conocidos como el “Grupo de Río”, principal órgano de
consulta y concertación política de América Latina.
Lamentablemente para la evolución autonómica de América Latina, las dem o
cracias de la región no pudieron evitar una intervención militar estadounidense en
la República de Panamá en 1989. En 1981 perdió la vida en un accidente de aviación
el gobernante Ornar Torrijos, insigne patriota y tribuno, y le sucedió en el mando
el general Manuel Noriega, de carácter controvertido. A la vez que parecía ser
continuador del nacionalismo y del sentido de equidad social de su precedesor, tenía
disposición a moverse en el oscuro mundo de la conspiración y el espionaje, y al
parecer fue infiel a compromisos contraídos con los servicios secretos de Estados
Unidos para volcarse hacia Cuba y otros factores adversos a la potencia norteam e
ricana. Al mismo tiempo, tuvo contactos con los carteles narcotraficantes, y la
fiscalía general estadounidense lo acusó de participación acti va y de enriquecim ien
to personal en el negocio de la droga.
Luego de dos años de intensas presiones para que Noriega renunciara (dirigen
tes democráticos de América Latina y de Europa trataron de convencerlo para que
así lo hiciera antes de que fuese demasiado tarde), Estados Unidos invadió Panamá
en diciem bre de 1989, a raíz de incidentes entre guardias panameños y militares
norteamericanos.
La ocupación militar de Panamá con las tropas del Norte requirió varios días de
intenso combate contra los “batallones de la dignidad” panameños y ocasionó la
muerte de más de mil civiles. El general Noriega se refugió en la Nunciatura
Apostólica, cuyo titular lo convenció de entregarse a las fuerzas norteamericanas.
Fue juzgado en el estado de Florida y condenado a cuarenta años de prisión.
El problema del narcotráfico sirvió de pretexto en este caso para una reorgani
zación profunda de Panamá en el sentido que convenía a los ocupantes: eliminación
de las instituciones del nacionalismo'torrijísta, incluida la Fuerza de Defensa que,
según los Tratados Torrijos-Carter, debía asumir en el futuro la defensa del Canal.
272 □ Relaciones internacionales de América Latina
en pocas manos y bajó el nivel de los salarios reales. En todos los países
latinoamericanos, con excepción de Brasil, el gasto p e r c a p ita en salud y educación
se redujo dramáticamente entre 1980 y 1988: la reducción regional media fue de
25% en los gastos de salud y 13% en los gastos de educación.
Desde 1980 en adelante, en I .atinoamérica ha tendido a concentrarse cada vez
más el control y disfrute de la riqueza. Según la CEPAL, en 1980 el 10% más rico
de la población poseía un volumen de ingresos 21 veces superior al ingreso del 40%
más pobre. Para 1990, el 10% más privilegiado absorbía un ingreso 27 veces mayor
al que recibía el 40% menos favorecido.
En cuanto a las cifras de pobreza (condición que no permite gastos más allá de
íla alimentación y otras necesidades- básicas) y la indigencia o pobreza extrema
¿ (situación de hambre y existencia subhumana), la evolución parece haber sido la que
muestra el cuadro 5.
El PNUD calcula que para el año 2000 Latinoamérica tendrá una población de
515 millones de habitantes, de los cuales 126 millones (cerca de un cuarto) se
encontrarán en situación de pobreza extrema.
Simultáneamente con la apertura o liberalización de las economías latinoame
ricanas, la integración económica regional y subregional recibió nuevos impulsos.
Las iniciativas de integración latinoamericana datan, como se sabe, de los años
sesenta de este siglo. En 1960 fue creada en Montevideo la Asociación Latinoame
ricana de Libre Comercio (ALALC) que posteriormente, en 1980, asumiría el
nombre de Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI). Se creó con el
propósito de impulsar la liberación comercial entre todos los países de la región y
servir de “paraguas” a los diversos programas de integración subregionales. El
primero de dichos programas subregionales fue el Mercado Común Centroameri
cano (MCCA), creado en 1960. En 1965 fue fundado por los países angloparlantes
del Caribe, recién independizados, un segundo esquema subregional: la Asociación
de Libre Com ercio del Caribe (CARIFTA), posteriormente ampliada y fortalecida
bajo el nombre de Comunidad del Caribe (CARICOM) a partir de 1973. En 1969,
el Acuerdo de Cartagena dio origen al llamado Pacto Andino integrado por
Colombia, Bolivia, Ecuador, Perú y (a partir de 1973) Venezuela. Por impulso de
la ALALC y de los esquemas subregionales, para 1980 el 14% del comercio
exterior global de Latinoamérica se realizaba dentro de la región.
A ño P o b re z a (% ) In d ig e n c ia (% )
1970 40 19
1980 35 15
1990 44 " 21
Fuente: CEPAL, citada por Alain Tourainc, 1988, p. 30. y Vlernhard Thibaut Liiteinanteiika ani L'ndtr ¡0.
Jahrhunderts. pp. 128 y 129.
274 O Relaciones internacionales de América Latina
una invitación a todos los jefes de Estado o de gobierno de las Américas (excepto
el de Cuba) para que asistiesen a una conferencia cumbre que se celebraría en Miami
en el mes de diciembre, A partir de marzo, el Grupo de R ío — ahora ampliado a doce
miembros fijos, además de dos representantes de Centroamérica y de la CARICOM,
respectivam ente— comenzó a pedir que la agenda y el proyecto de decisiones de la
cumbre hem isférica fuesen elaborados de común acuerdo entre Estados Unidos y
las demás naciones interesadas: de ningún modo podía aceptarse una agenda
impuesta unilateralmente por el Norte. Brasil, en su papel de secretario general del
Grupo de Río durante 1994, jugó un papel fundamental para lograr una posición de
firmeza y unidad de criterios latinoamericanos: el diálogo de las Américas debía ser
simétrico y girar en torno a propuestas tanto del Sur como del Norte.
La Cumbre de Miami se desenvolvió sin pena ni gloria con una serie de
resoluciones generosas de apertura e integración económica, y de lucha contra la
pobreza, el atraso, el narcotráfico y la corrupción. Sin embargo, el escepticismo fue
grande: poco antes de la cum bre hemisférica, el pueblo estadounidense eligió una
nueva mayoría parlamentaria republicana que resultó la más derechista, naciona
lista y aislacionista — con ribetes de xenofobia sobre todo ante la inmigración
latinoamericana— que el país haya tenido desde la década de los años veinte. En
Estados Unidos, al igual que en Europa, los factores de recesión estructural y de
inseguridad socioeconómica, junto con el desprestigio de las ideologías de progre
so y solidaridad, sobre todo en las capas medias y populares, condujeron hacia un
retom o del pasado y el rechazo al “extraño” rival y portador de “gérm enes” de
perturbación.
Durante el año de preparación de la cumbre hemisférica, com enzó a perfilarse
en A mérica Latina un debate geoestratégico fundamental. Las corrientes políticas
más conservadoras tendieron a acoger la propuesta norteamericana de que el TLC
sirviese de modelo y de puerta de entrada para el proyecto de la zona de libre
com ercio de A laska hasta Patagonia. Los países latinoamericanos y caribeños
acogerían las normas y exigencias del TLC y formarían cola para adherir al mismo
uno tras otro. Chile, por su alto grado de privatización y de apertura económica, sin
duda encabezaría la hilera de los aspirantes.
En contra de ese esquema, los sectores latinoamericanos más preocupados por
la defensa de su identidad y soberanía nacional-regional plantearon la idea de una
convergencia negociada de los diversos procesos de integración subregionales y
regionales para construir el gran proyecto hemisférico de conjunto. Los gobiernos
de Brasil y Venezuela defendían ese concepto a mediados de la década de los
noventa. Planteaban la conveniencia de que en Sudamérica se avanzase hacia una
fusión dei M ERCOSUR y el Pacto Andino en una sola Asociación de Libre
Comercio de América del Sur (ALCAS) que, acompañada de la CARICOM y el
M CCA, negociara en pie de igualdad con el TLC de América del Norte. En lugar
de asimetría de países pequeños y no desarrollados en conversación bilateral con
una gran potencia, existiría una simetría entre dos grandes socios soberanos.
El am biente triunfal para la causa neoconservadoray la tesis de la globalización
por obra y gracia de las fuerzas del mercado llegó a un brusco fin desde comienzos
de 1995. En México, país que durante el primer año del TLC había recibido
importantes beneficios y gran afluencia de inversiones extranjeras, de pronto surgió
una crisis de confianza, se produjo una vasta fuga de capitales especuladores y el
El fin del siglo: Latinoamérica en un mundo en transformación □ 277
— una presión diplomática decidida para que e! problema de las drogas, en todos
sus aspectos y dimensiones, sea tratado multilateralmente a escala mundial, en vez
de ser objeto de presiones unilaterales por gobiernos fuertes sobre gobiernos
débiles.
Otra materia de debate Norte-Sur para fines del siglo XX en el hemisferio
occidental es la protección al medio ambiente. Después de haber destruido sus
propios bosques y praderas, y de haber contaminado el medio ambiente mundial, los
europeos y norteamericanos descubrieron la gran verdad de los “límites del
crecim iento” dictados por la imperiosa necesidad de salvar nuestro planeta de un
desastre ecológico total. Nobles y sinceras agrupaciones para la defensa de la
naturaleza y el medio ambiente vieron la luz desde la década de los setenta y
realizaron una lucha mundial tenaz y efectiva para salvar la fauna y flora terrestre
y marítima aún existente y descontaminar el aire y las aguas ensuciadas por las más
diversas emanaciones químicas. En grado creciente, los gobiernos apoyan esa
lucha.
La selva amazónica es objeto de preocupaciones particulares por parte de los
gobiernos y entidades ecologistas del Norte. Ella constituye el principal “pulmón
planetario”: océano de vegetación, “paraíso verde” que sólo la maldad humana
siembra a veces de “infiernos verdes” ; zona generadora de oxígeno para todos los
seres vivientes de la Tierra. Hábitat, además, de la más maravillosa diversidad de
animales y plantas, y hogar de etnias indígenas cuyas culturas, sencillas y hermosas,
constituyen fuentes de enseñanzas para las civilizaciones desorientadas.
Ante una inconfundible presión del Norte — inmediatamente aprovechada por
empresas transnacionales nada altruistas— para que la Amazonia fuese puesta bajo
control internacional, reaccionó Brasil, centro de defensa de la soberanía sudame
ricana en esta etapa final del siglo XX. Acusado por el Norte de talar brutalmente
la selva amazónica y de contaminar sus ríos, Brasil comenzó a aplicar remedios a
abusos realmente existentes y alertó a los demás países amazónicos sobre la
necesidad de la soberanía nacional. América Latina no puede permitir que se le
obligue a renunciar al desarrollo y a la soberanía para com placer al mundo
industrializado y poderoso, autor original de todas las destrucciones del medio
ambiente universal.
Resultado del enfrentamiento fue la celebración de la Conferencia de Río de
Janeiro sobre Medio Ambiente y Desarrollo en 1992. En ese evento realmente
significativo se llegó a una transacción entre las dos posiciones, con la adopción y
consagración del concepto de desarrollo sustentable. Latinoamérica acogió p lena
mente la preocupación de Europa, Norteamérica y el resto del mundo ante los
peligros que se ciernen sobre las selvas tropicales, y aceptó la responsabilidad de
actuar soberanamente para proteger y conservar esas zonas naturales con sus
recursos humanos, animales y vegetales. El mundo industrializado, por su parte,
reconoció el derecho que tienen los países latinoamericanos para hacer uso racional
y responsable de sus recursos naturales renovables y no renovables para impulsar
su indispensable desarrollo económico y social. Todo desarrollo socioeconómico,
de allí en adelante, en cualquier parte del mundo, debería ser “sustentable” o
“sostenibie” en términos de la conservación del equilibrio ecológico. Sin embargo,
Estados Unidos y Gran Bretaña no suscribieron el acta final de esta Conferencia.
El tercer gran tema que afecta e interesa por igual al Norte y al Sur es el de las
El fin del siglo: ÍMtinoamérica en un mundo en transformación □ 28 l