Spain">
Nothing Special   »   [go: up one dir, main page]

Boersner Demetrio Relaciones Internacionales de America Latina Removed

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 76

R E L A C IO N E S

INTERNACIONALES
DE AMERICA LATINA
B reve historia

Demetria B&erí/ttr

M Nueva
Sociedad
Relaciones internacionales latinoamericanas
antes de la independencia

La época precolombina

El estado actual de las investigaciones antropológicas refuerza la vieja y


plausible tesis de que el tronco principal de los indígenas de América proviene de
Asia oriental. Dicha tesis sostiene que grupos humanos de origen paleo-mongòlico
se movieron en olas sucesivas de Siberia hacia Alaska por el actual Estrecho de
Bering, que probablemente estaba cerrado en la época de los comienzos de aquella
migración: hace aproximadamente unos 30.000 ó 5Q.QQQ años. Paulatinamente, los
grupos migratorios se extendieron desdé Alaskahacia el Sur en busca de alimentos
y de climas benignos. En el primer período de su expansión por el continente
americano, aquellos clanes nómadas tenían como principal base de sustento la caza
del mastodonte y de otras especies animales. Probablemente hace unos 10.000 anos
los*primerós grupos humanos llegaron a la Tierra del Fuego, en el extremo sur del
herrusíerio. Poco a poco otras oleadas mongólicas siguieron a las primeras. Los
últimos en llegar a tierra americana desde Siberia— posiblemente hace unos 2.000
años solamente— fueron los esquimales.
"A dem ás del tronco principali de origen v características mongólicas, arribaron
a América inmigrantes prehistóricos de descendencia australiana, melanesia y
quizas polinesia, kn algunas zonas de América Central y del ¿Sur se notan rasgos
físicos y culturales que indican tales influencias, manteniéndose siempre el predo­
minio del gran movimiento poblacional desde Siberia y Alaska.
En el transcurso de los milenios la población amerindia aumentó y, en gran
medida, evolucionó de culturas basadas en la caza y la recolección a otras más
complejas, fundamentadas en la agricultura seminómada — combinada con la caza
y la pesca— o incluso en la agricultura sedentaria. Vanan grandemente las
estimaciones que se han hecho del número de habitantes de América para la época
del descubrimiento, entre 8 millones v ?lm illones. Un cálculoBromadÍDJSOfeiQ-
50 mi 11ones parece razonable.
Los pobladores precolombinos de América evolucionaron en vía paralela a la
seguida por los pueblos del Viejo Mundo. Desde modos de vida “paleolíticos”
basados en la caza y la recolección pasaron a niveles superiores, “neolíticos”, donde
la agricultura seminómada desplaza la caza y la recolección corno medios princi­
pales de sustento. Inicialmente, en esas etapas de desarrollo social no se produjo
ningún excedente económico en absoluto, y más adelante sólo excedentes muy
modestos y de escasa duración. Esto imposibilitó la formación de minorías
privilegiadas; tervida de la^mayoi ía*de ios puebios^airariiidimno transe ukurizaílos^
se caracteriza hasta hoy por el comunitarismo primitivo en sus diversas variantes y
por una organización igualitaria y esencialmente democrática en lo que se refiere
a la toma de decisiones: el poder de los “caciques” o “capitanes” siempre es limitado
22 □ Relaciones internacionales de América Latina

y sujeto al consenso de la comunidad. Los núcleos sociales originales fueron


siempre la familia y e! clan; a partir del desarrollo de la agricultura los clanes se
integraron en tribus con insti tuciones políticas formales y, algunas veces, incluso en
confederaciones de tribus similares a las que en Europa dieron origen a las futuras
nacionalidades.
Además de luchas por la tierra y sus recursos, la historia de los pueblos
amerindios, como la de los del Viejo Mundo, se caracterizó por conflictos surgidos
del rapto de mujeres y otras cuestiones de honor. Frecuentemente, los conflictos no
involucraban a tribus enteras, sino sólo a clanes o sectores de tribus. Se dieron casos
de alianza de dos o más clanes o tribus, y surgieron a veces situaciones de balanza
de p o d ed . Los conflictos se acababan por el envío de misiones negociadoras, y los
acuerdos de paz conllevaban intercambios de obsequios y algunas veces de rehenes,
ceremonias religiosas, danzas y banquetes.
En dos zonas de América—la subregión mesoamericana (México y América
Central) y la peruano/boliviana— la fertilidad natural de la tierra, los recursos
hídricos y las posibilidades de intercambio comercial y cultural entre pueblos
sirvieron de base para el desarrollo de civilizaciones urbanas avanzadas. Hn ambas
zonas esas civilizaciones se basaron en una agricultura sedentaria e intensiva con
riego artificial. Esa agricultura sedentaria y sistemática sirvió de base, en ambos
casos, para formar estructuras sociales complejas que en el Imperio Incaico llegaron
a englobar a millones de personas. La masa de los productores la formaban
campesinos todavía agrupados en sus clanes tradicionales. La clase dominante
estuvo integrada por castas sacerdotales y guerreras. En una posición social
intermedia se encontraban los mercaderes y los artesanos. Las grandes ciudades
gobernaban comarcas rurales y servían de centros rectores del sistema estatal
impuesto a la sociedad tradicional, creado por las castas dominantes. Al mismo
tiempo, estas ciudades fueron las sedes de las actividades religiosas, intelectuales,
artísticas, comerciales y artesanales. De las dos zonas de civilización precolombina,
la peruano/boliviana fue la más adelantada en lo material y lo tecnológico, por lo
cual el Imperio Incaico gozó de una estabilidad y un grado de eficiencia superiores
a los Estados mesoamericanos. En cambio, las civilizaciones de México y Guate­
mala superaron a las andinas en lo concerniente a las matemáticas, ía especulación
filosófica y religiosa, y las manifestaciones artísticas.
En ambas zonas, el paso de la cultura preurbana a la civilización — fundación
de ciudades grandes y comienzo de una “escritura” (jeroglíficos o quipus)— se dio
en un lapso histórico comprendido entre los años 600 y 300 antes de Cristo. En esa
época, en el ámbito mesoamericano, las culturas previas de los olmecas y otros
fueron superadas por las civilizaciones mexicana de Teotihuacán, maya de Tikal,
y Kaminaljuyu de Guatemala. Al mismo tiempo, en la región andina se plasmó el
proceso civilizador en la expansión urbana de Tiahuanaco en las orillas del lago
Titicaca. En los tres casos —Teotihuacán, Tikal y Tiahuanaco— las sociedades
estuvieron regidas en esa época por castas sacerdotales y la civilización tuvo un
carácter marcadamente teocrático.
...Entrelos sig io sl y-VJI de.nuestra era Teotihuacán alcanzó enorme brillo e
influencia en toda la subregión mesoamericana. Especializándose en la producción
de artículos manufacturados y en la exportación de tecnología (sistemas de riego),
logró una posición de hegemonía económica en México, y junto con ello también
Relaciones internacionales latinoamericanas antes de la independencia □ 23

parece haber sido dominante en lo político y lo cultural. Durante el mismo lapso, en


Guatemala se multiplicaron y fortalecieron las ciudadcs-Estado de los mayas. A
diferencia del sistema semi-imperial de Teotihuacán, el área maya se caracteri zó por
la existencia de un número de ciudades-Estado, algunas más fuertes que otras pero
sin claras hegemonías imperiales. Entre los Estados mayas parece haber prevaleci­
do un sistema de balanza de poder. Hubo intercam bio c influencia mutua importante
entre Teotihuacán y el área maya.
Durante el mismo período (aproximadamente del siglo I al VIII) Tiahuanaco
fue primus inter pares en el área peruano/boliviana, y mantuvo relaciones de
intercambio económico y cultural con otros centros de civilización o cuasi-
civilización teocrática, como el de los mochicas en el norte de Perú. Desde sus altas
mesetas andinas, los centros civilizados extendieron su influencia y su dominación
sobre las tribus culturalmente más atrasadas que habitaban al pie de la cordillera, en
las zonas calientes.
Como ya lo hemos señalado, la civilización andina progresó más que las
mesoamericanas en cuanto a tecnología y dominio de la naturaleza. Las sociedades
mesoamericanas siempre vivieron precariamente, en dura lucha contra las fuerzas
naturales destructivas, tales como la sequía y la erosión, valiéndose de técnicas
agrícolas medianamente desarrolladas pero insuficientes para asegurarles un domi­
nio estable y permanente sobre su medio ambiente. En tal situación, de crecientes
dificultades para su abastecimiento material, el hombre mesoamericano desarrolló
un sentido trágico de la vida y un alto grado de violencia (culto a la muerte,
sacrificios humanos en masa, explotación creciente de un pueblo por otro y de unas
clases por otras). En cambio, el hombre andino nos muestra un rostro sereno o
sonriente: con fértiles altiplanicies y excelentes sistemas de riego, las civilizaciones
del occidente suramericano conocieron la abundancia y, por ello, un sentido
optimista y tolerante de la existencia, manteniéndose en los Andes un sistema de
solidaridad y de justicia social, derivado históricamente del comunitarismo primi­
tivo y, posteriormente, institucionalizado y desarrollado en una forma que ha sido
calificada de “socialista”.
A partir de los siglos VII y VIII, tanto ias civilizaciones mesoamericanas como
las andinas atravesaron grandes crisis. Las ciudades-Estado de los mayas en
Guatemala fueron abandonadas por sus pobladores, que emigraron hacia el Norte
y se establecieron en la península de Yucatán. Se cree que la súbita y tremenda
emigración, única en la historia de las civilizaciones, se debió a una combinación
de factores: probablemente una serie de temporadas de sequía y de malas cosechas,
acompañadas o seguidas de violentas luchas civiles entre la oligarquía teocrática y.
las masas hambrientas. En el caso de Teotihuacán, parece claro que ocurrieron
levantamientos revolucionarios de las masas campesinas y urbanas explotadas
contra la oligarquía teocrática, posiblemente en alianza con pueblos vasallos en
rebeldía contra el centro imperial. La polarización antagónica entre teocracia y
pueblo tendió a fortalecer las castas militares, única fuerza capaz de arbitrar entre
los extremos y de restablecer la paz. Al mismo tiempo, México fue invadido por
Iribüs bárbaras pfoccdentes <1¿! Nórte:;L:ás más avanzadas y fuertes dé esas tribus'
— los toltccas— paulatinamente conquistaron Teotihuacán y todo el resto de la
tierra mexicana. Al efectuar esta conquista fueron asimilando la cultura de los
pueblos sometidos. Continuaron y renovaron la civilización teotihuacana y las
24 □ Relaciones internacionales de América Latina

mayas de Yucatán, inyectándoles nuevas ideas y un fuerte impulso militarista que


hizo culminar la transferencia del poder de los sacerdotes a los guerreros. Para el año
1000 estaba sólidamente implantada la dominación tolteca sobre Mesoamérica, a
través de un considerable número de ciudades-Estado soberanas distribuidas en el
área, y que mantuvieron entre sí complejas relaciones de balanza de poder, alianzas,
confederaciones y acuerdos de vasallaje y protección.
En el siglo XIII de nuestra era aparecen tanto en México como en Perú los
pueblos destinados a completar el proceso de militarización y crear sistemas
imperiales. En México, son los aztecas, y en Perú, los incas.
Hasta hoy se ignora sí los aztecas fueron inicialmente una tribu autónoma o un
clan tolteca que se mezcló con elementos bárbaros “chichimecas” venidos del
Norte. Se sabe con certeza que entre los años 1200 y 1300 actuaron como guerreros
mercenarios al servicio de ciudades-Estado toltecas, sobre todo la de Culhuacán.
Expulsados de allí, lograron en el siglo XIV fundar su propia ciudad-Estadó:
Tenochtitián, hoy la ciudad capital de México. En alianza con las ciudades tolteco-
chichimecas de Texcoco y Tlacopan, Tenochtitián logró derrotar en 1427 a la
confederación tolteca dirigida por el poderoso Estado de Atzcapotzalco. Hasta 1472
la Liga de Tres Ciudades (Texcoco-Tlacopan-Tenochtitlán), que ocupó toda la parte
central de México previamente dominada por Atzcapotzalco, estuvo dirigida por el
genial gobernante de Texcoco: el estadista, filósofo, legislador y poeta
Netzahualcóyotl. Después de la muerte de este gran príncipe, los aztecas de
Tenochtitián asumieron la jefatura de la Liga de Tres Ciudades, a las cuales se había
unido una cuarta: la ciudad mercantil de Tlatelolco, que fue anexada a Tenochtitián
en 1473. Luego las conquistas territoriales prosiguieron a un ritmo cada vez más
intenso y ya para el año de 1500 las Tres Ciudades imperaban sobre la mayor parte
de Mesoamérica, excluyendo tan sólo a la valiente ciudad de Tlaxcala, a los
tarascos, a los zapotecos de Oaxaca y a los mayas de Guatemala.
En Perú, el clan quechua de los incas arribó a la zona de Cuzco al mismo tiempo
que los aztecas a México: alrededor del año 1250. En 1438 los incas iniciaron su
expansión, desde su ciudad-Estado de Cuzco, a un ritmo vertiginoso. En 1470 casi
todos los territorios actuales de Perú, Bolivia y Ecuador fueron suyos, y el Gran
Chimú rindió pleitesía al Gran Inca. Posteriormente, las anexiones territoriales se
extendieron aún más hacia el Norte y hacia el Sur, a la vez que la influencia
económica y cultural incaica desbordó los límites orientales del imperio y penetró
en la Amazonia.
En el ano 1500 el imperio azteca englobó de 5 a 15 millones de habitantes entre
el Atlántico y el Pacífico. Estaba formado por 38 provincias, de extensión e
importancia desiguales. No se trató de un imperio uniforme como el incaico: de
manera general, las ciudades y regiones conquistadas mantenían su gobierno
autónomo y pagaban tributo, bajo supervisión militar azteca. A cambio del tributo
—cada vez más pesado, a medida que aumentaba la población de la capital imperial
y escaseaban sus provisiones— , el poder dominante les daba protección y les abría
el acceso al mercado imperial y a la tecnología de ios sistemas de riego. Pero no cabe
duda de que las ciudades y aldeas sometidas fueron explotadas fundamentalmente:
su tributo era mucho más cuantioso que los beneficios recibidos. Por ello, cuando
llegó Hernán Cortés, en 1519, muchos de los sujetos y vasallos de Moctezuma II lo
recibieron con los brazos abiertos y le pidieron ayuda para sacudirse del yugo
Relaciones internacionales latinoamericanas cuites de la independencia Q 25

imperial. Al mismo tiempo, el régimen social interno del imperio azteca se volvió
más opresivo y explotador: la propiedad comunitaria de los calpulli (clanes) fue
golpeada y disminuida cada vez más por la propiedad estatal en manos de la clase
dominante y la propiedad individual privilegiada de importantes jefes militares que
recibían feudos del Orador Supremo (emperador) en reconocimiento por servicios
prestados. Aumentaba el número de siervos y tributarios, y disminuía el de
campesinos libres miembros de comunidades tradicionales. El proceso de transi:
ción desde la civilización americana original — sociedad que» pese a la desigualdad
clasista y la existencia de un pesado aparato burocrático y militar, mantenía una base
de propiedad comunitaria— hacia una sociedad feudal estaba en marcha para el
momento de la llegada de los españoles.
En cambio el imperio incaico presentó un cuadro más armonioso, solidario y
humanista. Fue un imperio magníficamente racionalizado y homogéneo. A diferen­
cia de lo que ocurría en el caso mexicano, todas las regiones eran gobernadas
directamente por funcionarios del Inca supremo. El imperio se expandió como
fuerza liberadora más que opresora: la casta inca, que mantuvo el comunitarismo
tradicional para sus propios integrantes, se ocupó de consolidar y proteger en todas
las provincias anexadas las instituciones comunitarias y acentuar la igualdad
económica y la seguridad social. Por ello el Estado incaico no necesitó de grandes
ejércitos permanentes: los propios pueblos anexados suministraban las fuerzas
militares necesarias para seguir expandiendo el imperio. Si bien es cierto que las
provincias pagaban tributo al poder dominante, las obras públicas, sobre todo de
riego, beneficiaban en igual forma a todas las regiones, a la vez que los derechos de
los diversos sectores sociales eran uniformes para todo el imperio, independiente­
mente de si eran o no de origen inca. Además de esajusticia en sentido horizontal,
también la estructura vertical de la sociedad incaica era más igualitaria y menos
opresora que la azteca: los estamentos dominantes recibían una participación
privilegiada en el disfrute del patrimonio global, pero básicamente todos — altos,
medianos y bajos— estaban comprendidos dentro de un mismo sistema de produc­
ción colectiva, con poco enriquecimiento individual. Las leyes aseguraban a cada
ciudadano la seguridad social desde la cuna hasta la tumba. Sólo en el siglo XVI,
en los últimos años antes de la llegada de Pizarro y sus huestes conquistadoras,
adquirió cierta fuerza en el imperio incaico el proceso de formación de la propiedad
individual privilegiada, de tipo feudal o mercantil. Sin duda, la armonía y el
humanitarismo del sistema incaico tienen mucho que ver con el hecho de que las
condiciones ecológicas y la excelencia délas obras públicas de regadío permitieron
a los gobernantes utilizar un criterio de abundancia y no de escasez: la abundancia
engendra la generosidad y el mantenimiento de esquemas de reparto justo, mientras
que la escasez alienta la rapacidad y la explotación.
Quizás el punto débil del imperio incaico fue la falta de una flexibilidad que
habría permitido mayor grado de inventiva personal y de iniciativa de grupos
pequeños y medianos. El colectivismo existente posiblemente tendió a disminuir
demasiado el papel del individuo. Por ello, luego de la destrucción del aparato
línpchaf por ^Pizárro, lá resistencia del púebTo tué' relativamente débiTy^pocO
efectiva. Pero no cabe duda de que la justicia social incaica quedó grabada en la
memoria de los pueblos andinos hasta el día de hoy, y constituye para los ideólogos
de la liberación latinoamericana una fuente de inspiración histórica.
26 □ Relaciones internacionales de América Latina

El impacto europeo

A partir de la época de las Cruzadas (1095-1291) y de la reapertura de las


relaciones comerciales con el Oriente, Europa comenzó a vivir profundas transfor­
maciones. Los nuevos productos y las innovaciones técnicas orientales crearon una
mejor base para la producción y para el bienestar de las poblaciones de Occidente.
El comercio se amplió y se intensificó continuamente, y recibió estímulo la
producción artesanal o manufacturera en los burgos o ciudades que durante el siglo
X n i adquirieron importancia. La economía monetaria comenzó a desplazar lenta­
mente a la economía natural: el comercio, ya no provincial sino interprovincial e
interregional, necesitó de la moneda como indispensable medio de intercambio, y
las aventuras mercantiles requirieron financiamiento, lo que a su vez estimuló la
creación de bancos y la acumulación de capital.
A partir del siglo XV la acumulación de capital y el desarrollo del comerció
interprovincial crearon las bases materiales para la formación de naciones moder­
nas. Las monarquías nacionales comenzaron a dominar a los señores feudales de las
provincias: con los dineros aportados por los nuevos sectores capitalistas, los reyes
pudieron constituir sus propios ejércitos, independientes de contingentes feudales,
y pudieron desarrollar el Estado moderno, con sus juristas y su burocracia. Ante la
resistencia anticentralista de la nobleza tradicional, los monarcas tendieron a aliarse
con laburguesía comercial y bancaria, interesada en eliminar las trabas feudales que
dificultaban las transacciones mercantiles y monetarias.
Los idiomas vernáculos, utilizados y enriquecidos por mercaderes, funciona­
rios reales, universitarios y poetas, intérpretes de los tiempos nuevos, adquirieron
categoría respetable y oficial junto al latín, que paulatinamente quedó relegado a los
seminarios y los templos. A mediados del siglo XIV, la imprenta de Gutenberg
aportó el factor indispensable para la difusión masiva de las nuevas literaturas
nacionales, así como de las legislaciones monárquicas.
Desde los siglos XII y XIII (época en que las Cruzadas estimularon el comercio
y la urbanización), las principales ciudades europeas se habían convertido en
centros de cultura universitaria. A partir del siglo XIV, en las ciudades italianas
—donde por su ubicación en las rutas comerciales del Mediterráneo estaban más
adelantados que en el resto de Europa los cambios materiales y sociales arriba
esbozados— comenzó la transición de la escolástica y del arte religioso medieval
hacia las manifestaciones culturales denominadas del “Renacimiento”, que flore­
cieron plenamente en el siglo XV: humanismo, redescubrimiento de las artes de la
antigüedad, impulso a la ciencia natural; desarrollo magnífico de la filosofía, la
literatura y las artes plásticas en el sentido de la glorificación del Hombre como
señor y transformador de la Tierra; sentido del progreso; entusiasmo y optimismo
sin límites. Este nuevo espíritu penetró desde Italia en los demás países de Europa.
Geneiado por cambios materiales, el impulso espiritual renacentista se convirtió a
su vez en agente de transformaciones económicas, sociales y políticas.
La ascendente clase burguesa— artífice del desarrollo comercial, déla urbani­
zación;'del Renacimiento y del- Estado moderno' (nacional, cóm a éh FrSñcía, o
regional, como en las ciudades y provincias italianas)— impulsó la expansión de
Europa mediante viajes de exploración y de conquista colonial. Al “ímpetu
misionero” existente desde las Cruzadas se agregó el afán comercial de la nueva
Relaciones internacionales latinoamericanas antes de la independencia □ 27

clase mercantil urbana. Igualmente intervino en favor de los viajes de descubri­


miento la ambición política de los monarcas nacionales, deseosos de fortalecerse
mediante el incremento del número de sus súbditos y del monto de su riqueza
material. Por último, existieron intereses sociales que alentaron la expansión
europea: los “hijosdalgo” (vástagos empobrecidos de la nobleza feudal en crisis),
así como campesinos sin tierra y elementos proletarizados de las ciudades, miraron
la aventura marítima y colonial como único medio para escapar de su precaria
situación (y en algunos casos para huir del carcelero o del verdugo). La leyenda de
El Dorado, en sus diversas variantes, llamó a la aventura a los inquietos y a los
desheredados del Viejo Mundo.
En su conjunto, el gran proceso de cambio estructural que Europa vivió desde
las Cruzadas, y sobre todo a partir de 1450, puede sintetizarse de la manera
siguiente:
1. Conquista de los océanos; descubrimientos y conquistas en escala mundial;
2. Desarrollo sin precedente del comercio, en volumen, variedad y extensión
geográfica;
3. Auge de las ciudades y de las manufacturas para producir los artículos deseados
por los comerciantes y sus clientes;
4. Debilitamiento y descenso de la clase terrateniente; fortalecimiento y auge de la
clase mercantil y manufacturera;
5. Gradual desaparición de la servidumbre y ascenso del trabajo asalariado libre;
6. Unificación de las naciones y ascenso del Estado moderno;
7. Renovación cultural e intelectual: Renacimiento, humanismo, Reforma y
Contrarreforma, espíritu científico, idea del Progreso.
Evidentemente, no todos estos procesos que aparecieron en Europa se manifes­
taron en su conjunto en cada uno de sus países. Debido a diversas circunstancias
económicas, geográficas, históricas y sociales, en ciertas naciones europeas sólo se
realizaron algunos de los cambios arriba indicados. Así, por ejemplo, en Italia se
realizó de lleno la revolución comercial, financiera y manufacturera; el ascenso de
la clase mercantil; la formación del Estado moderno y el Renacimiento en toda su
gloria; pero en cambio no tuvo lugar la unificación nacional. La península experi­
mentó de lleno las transformaciones sociales y culturales internas, características de
la nueva edad histórica, pero no así el proceso nacional que vivieron otros países en
la misma época. Ello se debió sobre todo al poderío de dos factores hegemónicos
tradicionales: el papado y el imperio romano-germánico, que eran rivales pero
coincidían en impedir el surgimiento y el triunfo de las fuerzas de unificación
nacional procedentes de la base social del país.
En cambio, España vivió el proceso de la unificación nacional y de la formación
del Estado moderno, sin atravesar por la transformación social y cultural basada en
el ascenso de una burguesía comercial. La liberación española de la dominación
árabe y la creación de un Estado nacional unificado fueron llevadas a cabo bajo la
dirección de la nobleza militar y del clero: los factores sociales de tipo tradicional
y medieval. La incipiente burguesía mercantil y bancaria española era extraña a la
nueva-nacionalidad:-estaba-integrada p o r judfosy'árabes que fueroñ expulsados
definitivamente en 1492 por decreto de los Reyes Católicos. Por la estructura
tradicionalista de la sociedad española, las corrientes del Renacimiento no pudieron
penetrar de lleno en ella: en lo esencial se conservó la visión medieval del hombre
28 □ Relaciones internacionales de América Latina

y del universo, con su dogmatismo católico, reforzado por el hecho de que el


catolicismo era expresión de la identidad nacionat frente a los antiguos amos
musulmanes.
España fue impulsada a realizar viajes de descubrimiento y conquistas colonia­
les, no por aspiraciones comerciales de burguesías propias, sino por las ambiciones
políticas de sus monarcas deseosos de engrandecer y enriquecer a su Estado y
gobierno. Al mismo tiempo, la corona hispana fue alentada en ese sentido por
intereses comerciales de burguesías externas: Ja holandesa, la italiana y otras,
escudadas detrás del poderío militar y naval español. El mercantilismo — política
económica de control deJ Estado sobre las actividades comerciales y capitalistas—
sirvió de instrumento a lo largo de la época moderna prcindustrial para la promoción
de los intereses conjuntos de gobiernos y sectores burgueses. En el caso de España,
la alianza no fue la dei Estado con una burguesía nacional (que sí se dio en Francia),
sino del poder monárquico con una nobleza nacional militar y clerical, con intereses
capitalistas externos localizados en las partes más desarrolladas de Europa. M ien­
tras España conquistaba y colonizaba el mundo ultramarino, los burgueses de
Amsterdam y, posteriormente, de Londres se aprestaron a “colonizar”, a su vez, en
lo económico, las potencias ibéricas.
La nación portuguesa presentó un cuadro social algo más moderno. Liberada
de los árabes un siglo antes que España, Portugal tuvo tiempo y oportunidades para
la formación de una clase de comerciantes y la acumulación de capital monetario.
Motivaciones mercantiles, relacionadas con el comercio y el transporte de las
especias de Oriente, influyeron en Enrique el Navegante y sus sucesores para
emprender, a partir de 1415, los viajes de exploración a lo largo de las costas de
Africa. La toma de Constantinopla por los turcos en 1453 dio otro impulso decisivo
alos portugueses para intensificar esas expediciones: con el Mediterráneo en manos
del adversario musulmán, Europa necesitaba una nueva ruta comercial hacia Asia
por el camino del Atlántico.
AI tener España un carácter m is nobiliario y absolutista, y Portugal estructuras
algo más burguesas, las dos potencias ibéricas establecieron en sus colonias
americanas sistemas ligeramente distintos. En el ámbito colonial español se
implantaron los rigurosos mecanismos del mercantilismo más pronunciado. No
había burguesía que ejerciese las actividades económicas, sino que éstas quedaron
bajo la regulación de funcionarios públicos. De allí el extraordinario verticalismo
administrativo característico del imperio español. Nada se podía hacer en las
colonias sin autorización de la metrópoli; todos los vínculos esenciales entre España
y cada una de sus provincias coloniales eran de tipo vertical, prohibiéndose — antes
de las reformas borbónicas del siglo XVIII— todo intercambio horizontal entre una
colonia y otra. Con ello se echaron las bases para el futuro fraccionamiento político
de Hispanoamérica: España, al dar a toda su esfera colonial americana un idioma,
una fe y una conciencia subjetiva comunes, creó estructuras y patrones de conducta
económica favorables a la división entre las provincias, que se convirtieron en
países soberanos separados.
En catrmio; Portugal aplicó en-Brasil métodos de colonización más flexibles;
tendientes a otorgar mayor poder de decisión a los propios habitantes de la colonia,
así como a alentar el establecimiento de vínculos horizontales entre una provincia
y otra, y sin la constante referencia obligada a la metrópoli ultramarina. Los
Relaciones internacionales latinoamericanas antes de la independencia O 29

capitanes a quienes se encomendó la conquista y la colonización del interior de


Brasil, partiendo desde la costa del Atlántico, tenían un carácter más empresarial
que los virreyes y capitanes de España, que eran funcionarios al servicio del Estado
absolutista y central izador. Además, en Brasil existía un constante intercambio
entre una capitanía y otra, mientras cada virreinato o capitanía general de Hispano­
américa orientaba sus relaciones casi exclusivamente hacia la metrópoli. Si toma­
mos en cuenta estos hechos fundamentales, podemos llegar a la conclusión de que
la unidad brasileña, en contraste con la división de Hispanoamérica en casi 20
unidades, no es ningún hecho debido principalmente al “carácter conciliador de los
portugueses”, o al “papel moderador de Pedro I y Pedro 11”, ni a la geografía (país
sin cordilleras que separan) — aunque estos factores también pueden haber contri­
buido— , sino a la existencia, desde la colonia, de una integración económico-social,
históricamente formada, que hizo falta en la parte española del continente.
Sin embargo, no sólo España; también Portugal fue más verticalista y rígido en
sus métodos de colonización que Francia, y ésta, a su vez, lo fue más que Holanda
e Inglaterra. Esta última, en particular, sólo inició la conquista y colonización de
Norteamérica en 1607, un siglo después del comienzo de la colonización ibérica
más al Sur. Mientras España introdujo en sus dominios americanos estructuras e
instituciones que aún llevaban el sello de la Edad Media —y echó así las bases para
un futuro estancamiento sociopolítico— , Inglaterra comenzó su acción en América
en un momento histórico en que sus propias estructuras ya eran burguesas,
capitalistas y pluralistas, con instituciones representativas. En sus trece colonias
norteamericanas estableció cuerpos deliberantes electivos y permitió un alto grado
de libertad de comercio y de manufactura. Mientras la colonización española — y
en menor medida la portuguesa— tuvo un carácter absolutista y nobiliario, con
formas económicas esclavistas semifeudales, la inglesa presentó rasgos burgueses,
representativos y capitalistas. Así, desde la época colonial, en el norte del hemisfe­
rio existió una base para el progreso económico y social, mientras en la parte sur
hubo estructuras e instituciones verticales, jerárquicas y dogmáticas, que obstacu­
lizaron eventuales procesos de cambio y de progreso.
Seguramente, estos factores históricos ligados a la época colonial no son los
únicos que explican la diferencia de los niveles de desarrollo entre América del
Norte y América Latina. Entre los autores que se ocupan de los problemas de la
sociedad latinoamericana existen dos tendencias extremas al respecto. Por un lado,
algunos afirman que el subdesarrollo latinoamericano se debe casi exclusivamente
a elementos heredados de la colonización española y portuguesa, y a dificultades
internas, tales como el mestizaje y otros. Otros, en cambio, asignan la culpa del
estancamiento o subdesarrollo latinoamericano únicamente a la acción del imperia­
lismo angloamericano, sin tomar en consideración las estructuras jerárquicas e
inmovilistas introducidas por el colonialismo ibérico. Una visión amplia y dialéctica
de la historia latinoamericana debería considerar tanto lo uno como lo otro. Existen
constantes acciones y reacciones entre lo viejo y lo nuevo, el pasado y el presente,
factores internos.y externos, Ja_acción negativa de. glij^rgufes.y _dc imperialismos.
Ignorar la importancia del hecho de que España y 'Portugai implantaron en
Latinoamérica estructuras semifeudales, autoritarias, dogmáticas e inmovilistas,
mientras que Inglaterra permitió en Norteamérica el florecimiento de una burguesía
emprendedora y liberal, sería negarla importancia del factor histórico en la vida de
30 □ Relaciones internacionales de América Latina

los pueblos. Pero, por otra parte, sería negar también la dinámica histórica si se
supusiera que las diferencias iniciales son inmutables y eternas, o si se deja de tener
en cuenta el factor de la explotación de los países periféricos por parte de grandes
centros capitalistas industrializados.
Desde la época de la conquista y la colonia ha existido una profunda diferencia
de “etapa histórica” y potencialidad de desarrollo entre América Latina y
Angloamérica. Esa desigualdad fue profundizada posteriormente por la acción
hegemonista del norte capitalista moderno sobre el sur estancado en el tradiciona­
lismo económico social.
El reconocimiento del atraso histórico de Latinoamérica con respecto a la
Norteamérica inglesa en la época colonial no significa ignorar ni menospreciar
aspectos en los cuales el colonialismo hispánico fue superior a la dominación
inglesa en lo ético y lo humanitario. España en el siglo XVI, pese al absolutismo y
la Inquisición, fue un país vibrante de inquietudes intelectuales, políticas y morales.
Pensadores como Francisco de Vitoria pusieron en duda los fundamentos mismos
del “pacto colonial”. Valientes luchadores por la dignidad del hombre, como el
Padre de las Casas, atacaron y denunciaron las crueldades y los abusos del sistema,
y lograron reformas parciales. El pensamiento paternalista de la monarquía españo­
la y de la Iglesia se tradujo en múltiples leyes humanitarias de protección al indio,
al siervo y hasta al esclavo, contrastando esos instrumentos (a veces ignorados pero
otras veces aplicados, por lo menos en parte) con la brutal dureza de la legislación
burguesa británica u holandesa, que daba un carácter casi sagrado a la propiedad
privada y otorgaba plena libertad para exterminar al indio y maltratar al negro. Así
mismo, la colonia ibérica se caracterizó por sus extraordinarias obras culturales y
caritativas — j universidades a partir de 1538!— y por su esclarecida planificación
urbana, en contraste con la rudeza de las instituciones coloniales angloamericanas.
Pero al igual que en otros momentos de la historia universal, en este caso lo
subjetivamente más “esclarecido” no lo era en su aspecto objetivo. El sistema
inicialmente más crudo y brutal llevaba en su seno la simiente del progreso
dinámico mientras que el humanismo paternalista del otro fue fruto de una
estructura esencialmente estática, incapaz de ser positiva y de flexible evolución.
Antes de dejar el examen de la naturaleza del colonialismo ibérico en América,
es preciso decir algo sobre la base económica del sistema. En el seno de la corriente
dialéctica del pensamiento social se discute acerca del modo de producción de
Latinoamérica en la época colonial. André Gunder Frank defiende la tesis de que
nuestra región jamás atravesó por una etapa feudal o prccapitalista, ya que su
economía nunca tuvo un carácter cerrado, sino que siempre existió la vinculación
con el mercado capitalista exterior. Contra esa tesis, Ernesto Puiggrós defiende la
noción dialéctica tradicional de que Latinoamérica atravesó diversas etapas de
desarrollo socioeconómico sucesivamente y que esas etapas todavía coexisten en
sus estructuras actuales. Ernesto Laclau comparte la crítica de André Gunder Frank
respecto a la idea de las etapas estancadas, pero está de acuerdo con Puiggrós en
señalar que una formación social o un modo de producción no se definen por sus
vínculos' externas; sino pof SüS‘^ffelk"cioñcs dé'producción internas” . En la Latino­
américa colonial claramente las relaciones sociales predominantes no fueron
capitalistas. Apenas existieron el trabajo asalariado, la acumulación y reinversión
de capital, la contradicción básica entre capitalistas y obreros, la producción
Relaciones internacionales latinoamericanas antes de la independencia □ 31

mercantil desarrollada, la movilidad mercantil de la propiedad agraria, la indepen­


dencia de la manufactura con respecto al agro, y las instituciones e ideas caracterís­
ticas de una burguesía naciente. Lo que existió en forma predominante fueron
rasgos económicos netamente feudales o esclavistas: “En regiones con densas
poblaciones indígenas — México, Perú, Bolivia o Guatemala— los productores
directos no fueron despojados de la propiedad de los medios de producción,
mientras que la coerción extraeconómica para maximizar distintos sistemas de
prestación de servicios en trabajo — en los cuales es imposible no ver el equivalente
déla corvée europea— eran progresivamente intensificados. En las plantaciones de
las Indias Occidentales, la economía se basó en un modo de producción constituido
por el trabajo de esclavos, mientras que en las regiones mineras se desarrollaron
formas disimuladas de esclavitud y otro tipo de trabajo forzado que no tenía la
menor semejanza con la formación de un proletariado capitalista. Unicamente en las
pampas argentinas y de Uruguay, y en otras pequeñas áreas semejantes donde no
habían existido previamente poblaciones indígenas —o donde, si habían habido
algunas, eran escasas y eran exterminadas rápidamente— el asentamiento asumió
sus formas capitalistas... pero estas regiones distaron mucho del patrón dominante
en América Latina” (Laclau, 1976, pp. 129-130).
No obstante estar vinculada a un mercado europeo cada vez más dominado por
el capital comercial y, eventualmente, por el capitalismo, América Latina mantuvo
en lo interno, no sólo durante la época de la colonia sino en algunas de sus partes
hasta nuestros días, modos de producción precapitalista. El esclavismo existió en las
plantaciones que trabajaban para la exportación directa, y en otras partes se
implantaron formas feudales o semifeudales, vinculadas más indirectamente al
mercado exterior.
De estas interpretaciones del pasado se derivan evidentes conclusiones para la
época contemporánea. Quienes crean que Latinoamérica todavía está en tránsito de
una “etapa feudal” a una “etapa capitalista”, tenderán a pensar que hoy en día los
procesos de transformación progresista pueden ser dirigidos por sectores burgueses
o empresariales. Quien comparta la tesis simplista de André Gunder Frank, de que
nuestro subcontinente siempre fue “capitalista”, llegará a la noción ultra-radical de
que toda lucha por el progreso debe tener hoy un carácter “proletario” y antiburgués.
La interpretación intermedia, al estilo de Laclau, nos acerca a posiciones
realistas: si bien somos una región fundamentalmente capital ista, arrastramos restos
de sistemas anacrónicos, históricamente anteriores, y ello nos obliga a enfocar
nuestros combates inmediatos contra todo lo que nacionalmente nos oprime y nos
retarda, y a reunir para tal fin las voluntades de los más amplios y diversos sectores
no comprometidos con el mantenimiento de la hegemonía de monopolios naciona­
les y transnacionalcs.
Toda acción liberadora contemporánea debe tener en cuenta el fenómeno que
define Héctor Malavé Mata en los términos siguientes: “Instituciones y valores
fundados en épocas pasadas no se extinguen en la sucesión histórica, sino que se
instalan, con ciertas mezclas y depuraciones, entre las desgarraduras del tiempo
presente. En la secuencia qüerregí &rá‘la'hisforia támBíéií se advierten lastres que,
tras duración amplia y errátil, perduran todavía en lecho no movible. Así, en la
realidad contemporánea (...) existen parcelas donde aún no han concluido los siglos
XVIII y XIX” (Malavc Mata, 1975; pp. 3-4).
32 n Relaciones internacionales de América Latina

Relaciones hispano-portuguesas en América

A partir del primer viaje de Colón en 1492 se planteó entre España y Portugal
el problema de la delimitación de los espacios marítimos y terrestres que comenza­
ban a ser descubiertos y conquistados. Y a lo largo de la historia colonial ibero­
americana, encontramos a las dos monarquías en rivalidad territorial. Las disputas
hispano-portuguesas por la delimitación de sus respectivas zonas coloniales en
América del Sur constituyeron la base de posteriores controversias — continuadas
hasta el tiempo actual— entre los Estados sucesores de los dos imperios.
Consultado por los gobiernos español y portugués acerca de la delimitación de
sus respectivos espacios marinos y ultramarinos, el 3 de mayo de 1493 el Papa
Alejandro VI Borgia emitió una bula que fijó una línea recta divisoria de los dos
ámbitos imperiales. Según la bula, todos los océanos y continentes descubiertos o
por descubrir al sur del paralelo, que atraviesa las islas Azores, quedarían encomen­
dados a España y Portugal para su colonización y cristianización. A 100 leguas al
oeste de las Azores se trazó un meridiano que constituiría el límite entre los
dominios. Todos los territorios y mares situados al este del meridiano pertenecerían
a la corona de Portugal, y todos los localizados al oeste, a la de España. Según esa
demarcación, Portugal quedaba excluido de América.
Descontento, y sin duda convencido de que Alejandro Borgia (Borges) se había
dejado influir por su propio origen español, el gobierno de Lisboa pidió una revisión
de los términos establecidos en la bula. El Estado portugués tenía la intención de
extender sus viajes de exploración más al oeste del meridiano fijado y, por ello, Juan
II pidió a los Reyes Católicos que se negociara bilateralmente sobre una nueva línea
divisoriamás justa. España aceptó y el 7 de junio de 1494 las dos naciones ibéricas
firmaron el Tratado de Tordesillas. Según ese instrumento, el meridiano demarcador
se traza no a 100, sino a 350 leguas al oeste de las islas Azores y de Cabo Verde. De
esa manera, la parte oriental de Brasil, de Pará a Santos, quedó incluida dentro de
la esfera imperial lusa.
El Tratado de Tordesillas nunca constituyó un instrumento satisfactorio para la
delimitación de los territorios españoles y portugueses en América. Pronto la
experiencia demostró que los límites reales serían determinados por los accidentes
geográficos y por la ocupación efectiva por parte de conquistadores y bandeirantes.
Por otro lado, la toma de las Islas Filipi ñas por España en 1570 podía ser interpretada
como una violación de dicho Tratado.
De 1580 a 1640 la rivalidad entre los dos países quedó interrumpida por el
hecho de que se encontraban unidos bajo la corona española. Pero después de esta
última fecha recomenzaron las pugnas territoriales, que se localizaron principal­
mente en la frontera entre Brasil y las provincias del Río de la Plata, pertenecientes
al Virreinato del Perú hasta 1776, año en el que fueron constituidas en virreinato
propio.
España en el siglo XVII invocaba el Tratado de Tordesillas para afirmar que las
tierras situadas entre Sao Vicente y el estuario del Plata eran suyas, pero el gobierno
portugíiés réíKázába'¿ser ategáfó: En l'ó80 lo s Bandeirantes del sur de Brasil
avanzaron en compactas columnas, con sus familias y sus posesiones montadas en
carretas, decididos a ocupar las fértiles tierras de la región fronteriza. Los colonos
brasileños fundaron la Nueva Colonia Sacramento en el Río de la Plata frente a
Relaciones internacionales latinoamericanas antes de la independencia Q 33

Buenos Aires. El gobierno español bonaerense llamó sus tropas a las armas y
expulsó a los brasileños de Sacramento, pero las autoridades de Madrid, deseosas
de mantener la paz con Portugal e impedir que éste se pasara al bando francés en e!
conflicto con Luis XIV, ordenaron a Buenos Aires que restituyera la colonia de
Sacramento a los invasores brasileños.
En las décadas subsiguientes continuó la lucha entre Brasil y el Río de la Plata
por la Banda Oriental (Uruguay) y otras zonas intermedias, con múltiples peripecias
militares y diplomáticas. En 1726 los rioplatenses avanzaron y fundaron Montevi­
deo, hecho que provocó ataques armados de los bandeirantes que desconocían el
derecho de los súbditos de España a colonizar esa región.
Por fin el Tratado de Madrid (de 1750) pareció ofrecer las bases para una
solución realmente aceptable. Rechazando definitivamente los principios del
Tratado de Tordesillas, de la delimitación por artificiales líneas rectas, el Tratado
de Madrid establece el criterio del utipossidetis; es decir, de la ocupación efectiva
como base parcial para la delimitación. La frontera entre la Banda Oriental y el
territorio brasileño de Rio Grande do Sul se estableció conforme al criterio
mencionado. Por el mismo Tratado, Portugal devolvería Sacramento a España y, a
cambio de ello, España cedería a Portugal las Siete Misiones que formaban parte de
las reducciones jesuítas de Paraguay.
Los jesuítas y los indios bajo su tutela habían establecido en las misiones de
Paraguay un Estado socialista teocrático, basado en la propiedad común de los
medios de producción y el reparto de la riqueza de acuerdo con el trabajo de cada
quien. Bajo ese sistema justo y humanitario, la prosperidad de las reducciones y de
sus 140.000 habitantes fue admirable. Los esclavistas y feudales de Brasil miraban
con codicia y envidia hacia aquel “Reino de Dios sobre la Tierra”, y buscaban un
pretexto para invadir el Estado de los jesuítas, esclavizar a los indios de las misiones
y despojarlos de su tierra comunal, para anexarla a los latifundios. El Tratado de
Madrid les entregaba por lo menos siete de las más importantes misiones o
reducciones jesuítas. Pero los sacerdotes y los indios no estuvieron dispuestos a
aceptar la destrucción de su sociedad. Tomaron las anuas y durante varios años
resistieron por la fuerza a los ejércitos portugueses y españoles que, unidos, trataban
de dominarlos. Esta rebelión socialista teocrática condujo eventualmente a la
condena y la ilegalización de la Sociedad de Jesús por la corona española. En 1767
la Compañía fue prohibida y sus miembros expulsados de Paraguay como de todos
los demás dominios de España.
La imposibilidad de dar cumplimiento a la entrega de las Siete Misiones hizo
que los portugueses a su vez demoraran la entrega de la Colonia de Sacramento a
España. De este modo, el Tratado de Madrid quedó sin ejecutarse. En el año 1761
dicho tratado fue anulado oficialmente y sustituido por otro (el de El Pardo) que, en
lugar de fij ar límites, proclamó la “inalterable unión entre 1os vasallos” de los reyes
de España y de Portugal en América. En realidad, no hubo “unión” sino nueva
guerra: al cabo de diez años de luchas fronterizas entre gauchos rioplatenses y
batt<tóra/-itesbrasileños, Sacramento fue conquistada por aquéllos y anexada, junto
con la i$Ja.4e Sttata;C.aiaUua^ al imperio-español-.Hii 1777 el Tratado-de San
Ildefonso devolvió la mencionada isla a Brasil, pero confirmó la soberanía española
sobre Sacramento. Las Siete Misiones permanecieron en manos de España. Final­
mente, en 1801, después del enfrentamiento bel ico entre España (aliada de N apoleón)
34 □ Relaciones internacionales de América Latina

y Portugal (ligada a la Gran Bretaña) los dos países suscribieron el tratado de paz
de Badajoz. Ese instrumento reconoció la soberanía portuguesa sobre algunos
nuevos trozos de territorio incorporados a Rio Grande do Sul.
El cuadro general nos muestra pues dos imperios coloniales rivales, en lucha
por los territorios de Uruguay y del norte de Paraguay y Argentina. Un motivo
fundamental lo constituyó la cuestión del control sobre el sistema fluvial Plata-
Paran á-Paragu ay, de gran importancia tanto en lo económico como en lo militar. El
libre acceso al sistema fluvial mencionado significa la posibilidad de penetrar desde
el Atlántico hasta el corazón de Sudamérica con sus enormes recursos.
Hoy, en la época de la soberanía política de Brasil y Argentina, esos dos
Estados, sucesores de Portugal y de España, respectivamente, continúan la gran
pugna geopolítica por Uruguay y Paraguay, que se inició en la etapa colonial. Hoy
como ayer, poderes ajenos al ámbito latinoamericano participan por vías indirectas
en esa rivalidad y tratan de aprovecharla para sus propósitos imperiales.

Potencias ibéricas contra potencias nuevas

La dominación hispano-portuguesa sobre las ricas tierras americanas provocó


desde las primeras décadas del siglo XVI la envidia y la codicia de los demás países
europeos de la costa del Atlántico. El capitalismo comercial se desarrolló durante
ese siglo en Francia, Holanda e Inglaterra, y muy pronto esas nuevas potencias
expansionistas se lanzaron a la lucha por arrebatar los mercados y los recursos de
Iberoamérica a las potencias coloniales viejas; España y Portugal.
Durante el siglo XVI las colonias iberoamericanas desempeñaron principal­
mente el papel económico de proveedoras de metales preciosos. A partir de 1600
la producción de bienes agropecuarios adquirió creciente importancia. En el siglo
XVffl, bajo los Borbones'de España, las plantaciones se transformaron definitiva­
mente en factor de primera importancia en la economía latinoamericana. Durante
los tres siglos se restringió e! desarrollo de manufacturas en las colonias, que
dependían de la metrópoli para su abastecimiento con artículos industriales.
Pero, a su vez, las metrópol ís española y portuguesa dependían económicamen­
te de los centros más desarrollados del Viejo Mundo. Elias mismas, por sus
economías feudales y su mentalidad medieval, no supieron aprovechar los recursos
y los mercados americanos para instrumentar su desarrollo propio. Hacían el papel
de intermediarios entre sus colonias y los países europeos más desarrollados,
derivando éstos el principal provecho de la compra de articulos básicos de América
y la venta de bienes manufacturados a los americanos. En ambos casos, sus
operaciones debían efectuarse a través de los intermediarios ibéricos, dueños de las
tierras americanas. Ante ello, obviamente, los países más avanzados en lo econó­
mico, tales como Holanda, Francia e Inglaterra, se sintieron cada vez más descon­
tentos y más deseosos de comerciar directamente con los latinoamericanos, sin
pasar a través de los onerosos intermediarios de la Península Ibérica. Para alcanzar
ese objetivo, existían varios medios: el contrabando, la piratería, y la guerra, con el
fin de obligar a España y Portugal a renunciar a su control monopolista sobre la
América Latina.
Francia fue la primera de las “potencias nuevas” del siglo XVI en disputarle a
las “potencias viejas’*su dominación sobre América (ver cuadro 1).
Relaciones internacionales latinoamericanas antes de la independencia □ 35

En el año 1500, barcos franceses anclaron en Terrario va y marcaron el


comienzo de la colonización gala del Canadá. Alrededor de 1520 la presencia
francesa comenzó a manifestarse en el M ar Caribe bajo la forma de piratería de los
bucaneros, desertores o prófugos de la justicia francesa que inicialmente se
establecieron en el norte de La Española y vivieron de la caza, la pesca y e)
bandolerismo. Sus casuchas —boucans— les dieron su nombre. Después de
apoderarse de lanchas y barcos, se hicieron a la mar y se convirtieron en azote de
la navegación española. Muchos de ellos, así como también otros aventureros
llegados a! Caribe posteriormente, recibieron patentes de corso de Su Majestad
Cristina para saquear y hundir los barcos de Su Majestad Católica. A lo largo de los
siglos XVI y XVII, los piratas franceses parecen haber sido los más sanguinarios y
crueles. La ciudad hispanoamericana que soportó peores atropellos y masacres a
manos de ellos fue la de Maracaibo.
El establecimiento definitivo de los franceses en diversos puntos del Caribe se
efectuó paso a paso, a pesar de una fuerte resistencia española. El factor económico
que más atraía a Francia, tanto en el Caribe como en Sudamérica, fue el azúcar. En
1697, por el Tratado de Ryswick, Francia obtuvo la posesión de Haití. Martinica y
Guadalupe ya eran francesas desde 1635.
Barcos franceses aparecieron también en las costas de Brasil en 1530 y
destruyeron la colonia portuguesa de Pernambuco. En 1555, por órdenes del
almirante Coligny, una escuadra francesa al mando de Villegaignon atacó nueva­
mente Brasil: los marineros galos desembarcaron en la bahía de Río de Janeiro y
fundaron una colonia en ese lugar. Fueron desalojados en 1560 por los portugueses,
pero casi de inmediato volvieron y establecieron una nueva cabeza de puente en la
misma bahía. Esta segunda colonia francesa fue liquidada por los brasileños en
1565.
Treinta años después, en 1594, los franceses volvieron a la carga, desembarcan­
do en el nordeste brasileño y estableciendo una colonia en Maranhao. Esta colonia
fue francesa hasta 1616, año en que la tomó una expedición portuguesa al mando
de Jerónimo de Albuquerque. En esa oportunidad los lusitanos victoriosos fundaron
la ciudad deBelem. Los franceses, expulsados de Maranhao, se dirigieron más hacia
el Norte y comenzaron a colonizar la Guayana a partir de 1624. Las autoridades
portuguesas no interfirieron con esta colonización, ya que se realizaba más allá de
los límites fijados por el Tratado de Tordesillas.
Holanda fue enemiga permanente de España, desde su lucha de independencia
en la segunda mitad del siglo XVI hasta el año 1648, cuando el gobierno de Madrid
por fin la reconoció como nación soberana. La enemistad holandesa iba dirigida
igualmente contra Portugal durante los sesenta años de la unión hispano-1 usa (1580-
1640). En la lucha entre Holanda y las potencias ibéricas estaba involucrada,
además de la causa nacional neerlandesa, la contradicción entre dos sistemas
sociales e ideológicos opuestos. España encarnaba el absolutismo seinifcudal y
católico, mientras que Holanda tipificaba — con mayor claridad aún que Inglate­
rra— el sistema capitalista y burgués, de confesión protestante.
: ' En el plaho dé la teoría jurídica, la causa holandesa se pudo basar en él Mare
Liberum de Hugo Grocio, publicado en 1608, que niega de frente la doctrina
tradicional del mar sometido a la soberanía de las potencias. Las nuevas naciones
expansión istas arremetieron contraías viejas en nombre del principio de la libertad
Cuadro 1

36 O Relaciones internacionales de America Latina_________________________________________________________________________ _ ______


Relaciones Europa-A m érica
................. ..... T
Relaciones Es paña-Portugal Potencias ibcricas-Potencias nuevas Europa

1530 Franceses en Pernambuco. Ingleses en Bahía

1555 Franceses en Bahía de Río de Janeiro Paz de Augsburgo

1560-1565 Segunda colonia francesa en Bahía de Río de Janeiro

1565 Rebelión de los Países Bajos contra España

1580-1640 Unión de España y Portugal

1588 Destrucción de la Armada Española

1594-1616 Colonia francesa en Maranhao

1608 Hugo Grocio publica el Mare Liberum

1618 Comienza la Guerra de Treinta Años

1623 Inglaterra ocupa San Cristóbal

1624 Francia inicia colonización de Guayana. Holandeses en Brasil.

1625 Inglaterra ocupa Barbados

1631 Holandeses toman Pernambuco

1635 Francia toma Martinica y Guadalupe

1636-1644 Mauricio de Nassau gobierna Pernambuco

1648 Holanda es reconocida por España y obtiene las Antillas Tratados de Westfalia, fin de la Guerra de Treinta
Neerlandesas y parte de Guayana (Tratado de Münster) Años

1649 República Inglesa, bajo la dictadura revoluciona­


ria de Cromwell

1654 Holandeses desalojados de Pernambuco


*

Cuadro 1 (cont.)
Relaciones Europa-A m érica

Relaciones E spaña-Portugat Potencias ibéricas-Potencias nuevas E uropa

1655 Ingleses ocupan Jamaica

1667-1668 Guerra de Devolución

1670 Tratado de Madrid: Jamaica para Inglaterra

1672-1679 Guerra de Holanda

1689-1697 Guerra de la Liga de Augsburgo

1697 Tratado de Ryswick: Haití para Francia

1701-1713 Guerra de la Sucesión Española

1713 Tratado de Utrecht: Inglaterra recibe el “Asiento” y posesiones


antillanas

1740-1748 Guerra de la Sucesión Austríaca

1750 Tratado de Madrid

1756-1763 Guerra de Siete Años

1761 Tratado de El Pardo

1763 Tratado de París: Inglaterra recibe el Canadá y se fortalece en


América

1769 James Watt presenta la primera máquina de vapor


Relaciones internacionales latin

1789-1799 Revolución Francesa

1797 Inglaterra ocupa Trinidad

1799 Napoleón implanta su dictadura

1801 Tratado de Badajoz


38 □ Relaciones internacionales de América Latina

de los mares y, posteriormente, en el de la libertad de comercio, para romper el


control monopolista que las dos potencias ibéricas pretendían mantener sobre las
rutas oceánicas y los continentes de ultramar. Resistiendo a la nueva com ente del
derecho internacional, hasta 1670 España pretendió poseer la soberanía absoluta
sobre el Atlántico occidental, y se consideró dueña del Pacífico hasta fines de! siglo
X V m . Al mismo tiempo, Portugal persistió en proclamar su soberanía sobre el
Atlántico al este del meridiano de Tordesillas, así como también sobre el Océano
Indico y el Pacífico occidental.
Las incursiones holandesas en los espacios imperiales ibéricos comenzaron por
meros actos de hostigamiento y de saqueo, para luego concretarse en la ocupación
permanente de islas del Caribe y porciones de Guayana. Entre 1630 y 1648, Holanda
se apoderó de las islas de Curazao, Aruba, Bonaire, San Eustacio, Saba y San
Martin, así como del territorio de Suriname y la parte oriental de la actual Guyanar.
España se vio obligada a reconocer esas ocupaciones por el Tratado de Münster de
1648.
Igualmente, Brasil fue objeto de pretensiones territoriales holandesas. La
Compañía Holandesa de tas Indias Occidentales, fundada en 1621, dirigió las
operaciones con la intención de apoderarse de las ricas tierras azucareras brasileñas.
Para 1625 los holandeses habían desembarcado y fundado colonias en varios puntos
de la costa de Brasil. En 1624 capturaron la ciudad y la provincia de Bahia, y las
ocuparon durante un año. En 1631 fuerzas neerlandesas tomaron la provincia de
Pernambuco, con su costa de 1.200 millas de extensión. En 1636 Mauricio de
Nassau fue nombrado gobernador general del Brasil holandés, con sede en Recife,
y creó una administración compleja y eficaz. Su gobierno fue sagaz y liberal, con
buenas leyes que protegían al pueblo y aseguraban un considerable bienestar
colectivo. Tanto así que la oligarquía comercial holandesa, a cuya rapacidad Nassau
trató de poner freno, conspiró contra él, lo denunció ante las autoridades metropo-
litarías y logró su destitución en 1644.
Para ese momento Portugal, separado de España en 1640, había hecho las paces
con Holanda, reconociendo las posesiones neerlandesas en Brasil. Pero el pueblo y
las élites criollas de Brasil no obedecieron al rey Juan IV. Por cuenta propia se
lanzaron contra los holandeses y, al cabo de una guerra de casi diez años, los
desalojaron de Pernambuco en 1654. Los factores que impulsaron a los brasileños
a esa valiente gesta fueron, por una parte, el deseo de reconquistar la rica región
azucarera del nordeste y, por la otra, el rechazo del pueblo católico al protestantismo
de los ocupantes holandeses.
Inglaterra inició su expansión hacia tierras americanas con la expedición de
Juan Caboto a Norteamérica en 1497. Durante el siglo XVI corsarios ingleses
invadieron el Mar Caribe y desembarcaron en Brasil y en Guayana. Sir Walter
Raleigh, Sir Francis Drake, Sir Humphrey Gilbert, Martin Frobisher, Thomas
Cavendish, Amias Presión, William y John Hawkins, fueron los principales
almirantes y capitanes británicos que atacaron América Latina durante el siglo XVI.
Al principio, su acción se limitó a saquear, sin tratar de establecer colonias. Sólo
William Hawkins desembarcó en Brasil en 1530 y construyó un fortín británico en
la zona de Bahia. Los portugueses reconquistaron ese lugar al cabo de poco tiempo.
En el siglo XVII, Inglaterra comenzó a ocupar territorios en América y las
Antillas, con intenciones de permanencia. Ya el oro no constituía su única o
Relaciones internacionales latinoamericanas antes de la independencia □ 39

principal motivación económica; también las plantaciones de azúcar desempeñaron


un papel importante, así como la trata de negros. En 1623 Inglaterra ocupó la isla
de San Cristóbal (St. Kitts), y en 1625, la de Barbados. La más grande de las Antillas
Británicas» Jamaica, fue tomada en 1655 por la flota del régimen revolucionario de
O liverio Cromwell, en guerra contra España. En 1661 Carlos II Estuardo nombró
gobernador de la isla al ex pirata, de sanguinaria reputación, Sir Henry Morgan. El
Tratado de Madrid de 1670 cedió formalmente Jamaica a la corona británica. En
1713, por el Tratado de Utrecht, Inglaterra obtuvo el "asiento” (importación de
esclavos y otros bienes a Hispanoamérica). Durante el siglo XVIII extendió su
dominación sobre las islas inglesas de Barlovento y Sotavento, terminando con la
conquista de Trinidad en 1797. Cada uno de los tratados de paz que siguieron a
guerras contra España y Francia fue fuente de nuevas adquisiciones coloniales para
Inglaterra.
En Guayana los ingleses efectuaron diversas expediciones durante los siglos
XVI y XVII. Durante ciertos lapsos ocuparon Suriname y porciones de la Guyana
actual. Sin embargo, estos territorios volvieron a manos holandesas hasta la guerra
de la Revolución Francesa, cuando Inglaterra se apoderó de la parte oriental de la
futura Guyana, formalizándose su posesión colonial de esa región por los tratados
de 1814-1815.

Resumen

El continente americano fue poblado por grupos humanos provenientes de


Siberia, con algunos injertos secundarios venidos a través del Océano Pacífico. La
migración parece haberse iniciado hace no menos de 30.000 y no más de 50.000
años.
En dos zonas del hemisferio —Mesoamérica y la subregión andina— se
desarrollaron civilizaciones urbanas avanzadas, con estructuras sociales y políticas
complejas. En ambas áreas, el tránsito de la etapa preurbana a la civilización se
efectuó durante los últimos seis siglos antes de Jesucristo. Durante un milenio, esas
civilizaciones estuvieron regidas por capas dominantes teocráticas. Luego de crisis
de transición, la hegemonía teocrática fue reemplazada en ambos casos por la de
capas militares. Para el siglo XIII de nuestra era, el militarismo regía tanto en
Mesoamérica como en la zona andina suramericana. En el ámbito mesoamericano
existió durante largo tiempo un pluralismo de centros de poder político que
rivalizaban entre ellos, y sólo en el último siglo antes de la conquista española surgió
un verdadero imperio, basado en la hegemonía de la ciudad-Estado azteca de
Tenochtillán sobre todos los demás centros políticos. En cambio, en los Andes, el
imperio incaico fue más orgánico y armonioso, y se extendió desde Chile basta
Colombia, desde el siglo XIII hasta comienzos del XVI. Mientras en Mesoamérica
—zona de relativa escasez de recursos alimentarios— existió una dura explotación
de ciertos grupos humanos por otros, el imperio incaico, fundamentado en. la.
abundancia y en magníficos sistemas de riego, se caracterizó por la solidaridad y la
justicia social.
La implantación de la presencia española y portuguesa en América formó parte
de un vasto proceso histórico europeo, que fue esencialmente el de la transición del
40 □ Relaciones internacionales de América Latina

------T abla 1 --------------------------------------------------------------------

Tabla cronológica I

50,000 A.C. a 30.000 A.C. Paleo-mongoles inician penetración en Améri­


ca

15.000 A.C. Poblamiento de Mesoamérica

10.000 A.C. Primeros hombres llegan a Tierra del Fuego

600-300 A.C. Comienzos de civilizaciones americanas; teo­


cracias *
%

100-300 D.C. Comienzos de etapas clásicas (teocráticas) en


Mesoamérica y Andes

700-900 D.C. Crisis y desintegración del orden teocrático clá­


sico

1000 D.C. Creación de Estados toltecas y tolteco-mayas

1250 D.C. Penetración azteca en México; comienzos del


imperio incaico

1400 D.C. Conquista azteca de México; expansión incaica

feudalismo a la sociedad burguesa. Las dos naciones ibéricas no vivieron ese


proceso revolucionario en todas sus dimensiones: particularmente España conservó
estructuras más medievales que modernas. Por ello, impuso a sus colonias ameri­
canas un sistema social precapitalista y jerárquico, signado por el dogmatismo y un
absolutismo asfixiante, en contraste con el sistema semiliberal y capaz de adapta­
ción y progreso, establecido por Inglaterra en América del Norte.
Entre España y Portugal existieron rivalidades territoriales desde el comienzo
de sus respectivas conquistas y colonizaciones de America. La Bula de Alejandro
VI y el Tratado de Tordesillas establecían líneas de demarcación demasiado vagas
y generales para ser de utilidad práctica. Durante ochenta años —de 1560 a 1640—~
las dos naciones ibéricas estuvieron unidas bajo una corona común, pero antes y
sobre todo después de ese lapso tuvieron constantes choques, a veccs armados y
sangrientos, especialmente en los límites entre Brasil y el Rio de la Plata. Esas
rivalidades fronterizas continuarían después de la independencia, y hasta el día de
hoy, entre las potencias brasileña y argentina, en pugna por la subhegemonía sobre
la parte meridional de Sudamérica.
Por otra parte, las dos potencias colonizadoras ibéricas tuvieron que defenderse
de las persistentes incursiones y penetraciones de las nuevas potencias expansionistas,
como Francia, Holanda e Inglaterra. Comercíalmente, España y Portugal sirvieron
de intermediarios entre sus colonias, regidas en forma monopolista y mercantilista,
Relaciones internacionales latinoamericanas antes de la independencia □ 41

y las zonas más desarrolladas y capitalistas de Europa. Estas zonas desarrolladas


muy pronto concibieron la ambición de dominar directamente a América y despla­
zar a España y Portugal de sus posiciones imperiales privilegiadas. En una primera
etapa, la acción de los nuevos expansionistas se limitó a incursiones de piratas o
corsarios. Posteriormente comenzaron a ocupar diversas áreas de los imperios
americanos de España y Portugal con intenciones de permanencia: Antillas,
Guayanas, y puntos en la costa brasileña. En las primeras dos áreas mencionadas
tuvieron éxito y redujeron en algo el poderío español; en cambio Portugal y sus
colonos lograron expulsar a los intrusos del Brasil.
En general, los siglos XVI, XVII y XVIII se caracterizaron por el desarrollo de
tres procesos significativos para América Latina, tanto en su condición interna
como en sus relaciones con el mundo exterior. En primer término, se construyó una
sociedad vertical, de marcada desigualdad y poco dinamismo creador y transforma­
dor, cuya permanencia hasta el presente significa que Latinoamérica no podrá
acceder a la plena modernidad sin sufrir profundos y conflictivos cambios sociales.
En segundo término, se fue formando a partir del siglo XVI un patrón de dominación
colonial y de intervención foránea, que aún no ha sido superado. En tercer lugar, en
la época de la conquista y la colonia quedaron sembradas las raíces de conflictos
territoriales intralatinoamericanos, que todavía perturban y obstaculizan los moder­
nos esfuerzos de integración regional y subregional.
Consolidación de naciones y
hegemonía comercial inglesa (1828-1852)

La hegemonía comercial inglesa

Durante la época que se inicia después del Congreso de Panam á y que tennina
en 1860, A m érica Latina adquirió los contornos políticos actuales. Con pocas
excepciones, quedaron definitivamente constituidos y demarcados los Estados
nacionales que existen hoy. En ese mismo lapso se impuso la hegemonía comercial
y parcialmente política de Gran Bretaña sobre América Latina, seguida de cerca por
Francia y por Estados Unidos. En términos generales puede afirmarse que Inglate­
rra, con su dominación indirecta o semicolonial, sustituyó los colonialismos
español y portugués que anteriormente habían regido los destinos de América
Latina. Como ya señalamos antes, la dominación colonial ibérica desde hacía
tiem po había sido, en lo económico, un factor intermedio entre los países más
desarrollados de Europa— sobre todo Inglaterra— y los territorios americanos. Con
la eliminación de ese costoso intermediario, Inglaterra asumió directamente, por los
mecanismos del libre comercio internacional, la hegemonía económ ica sobre
Latinoamérica.
La hegemonía semicolonial inglesa se distinguió por el carácter discreto y
encubierto de los mecanismos de presión aplicados a los países de Latinoamérica.
Con considerable tacto, los hombres del Foreign Office tendían a respetar las
susceptibilidades personales de los latinoamericanos y a abstenerse de intervencio­
nes o amenazas abiertas y brutales. En ese sentido se diferenciaron positivamente
de los crudos métodos intervencionistas empleados por la potencia norteamericana
en la etapa de su predom inio imperial a partir de 1898. Cabe señalar, sin embargo,
que la mayor intensidad del intervencionismo político en tiempos posteriores no
resultó simplemente de un estilo subjetivo distinto, sino que fue el producto de una
intervención económica cada vez más completa: el sem ¡colonialismo posinde-
pendentista en la A m érica Latina pasó de una etapa de exportación de mercancías
a otra, fundamentalm ente inversionista o de exportación de capitales, de control
sobre los recursos naturales y un número creciente de medios de producción. Esto
es comprensible pues quienes participan en la economía de un país subdesarrollado,
a través de inversiones directas, tienden a intervenir más marcadamente en su vida
política y social que aquellos cuyos intereses son meramente comerciales.
Ya hemos señalado que la colonización ibérica impidió la formación y el auge
de una burguesía empresarial latinoamericana, al someter la población a un riguroso
control político absolutista, al dar supremacía a la clase terrateniente y al frenar el
desarrollo de manufacturas locales. La guerra dé independencia, con la consecuente
destrucción de los medios de producción existentes, acentuó la ruina de la burguesía
incipiente en diversas partes de Latinoamérica, y favoreció el auge del feudalismo
militar, incompatible con la integración nacional sobre bases burguesas.
88 O Relaciones internacionales de América Latina

Sin embargo, hubo excepciones a esa tendencia general. Si el régimen colonial


español fue desfavorable a un desarrollo industrial autóctono en América, no lo
prohibió totalmente. En todas las colonias españolas, así como en Brasil, existían
a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX diversas manufacturas. En M éxico la
industria textil se encontraba desarrollada, con centenares de talleres y miles de
obreros. Lo mismo sucedía en Perú, Chile, Río de la Plata y Brasil. Una industria^
lización incipiente en la misma rama se encontraba también en Centroamérica, las
Antillas, Venezuela, Nueva Granada y Quito. En otras especialidades, tales como
la elaboración de artículos de metal, de cuero y de madera, América Latina se
encontraba en pleno progreso al llegar a las postrimerías del régimen colonial.
Desde 1810 Latinoamérica quedó abierta a las mercancías inglesas. En el caso
de Brasil, esa apertura se produjo por intermedio de un tratado comercial que
convirtió el país en una colonia económica de Inglaterra. No sólo a las mercancías
inglesas se les abrió ampliamente el inmenso territorio nacional sino que, además,
los comerciantes británicos obtuvieron la extraterritorialidad judicial. Las colonias
hispánicas, insurgentes, se apresuraron — como ya lo señalamos— a enviar misio­
nes diplomáticas a Londres, y a negociar con Inglaterra la asistencia política y
militar a cambio del libre comercio para los productos británicos. Sólo unos pocos
reductos de nacionalismo económico latinoamericano resistieron a la invasión de
los productos extranjeros. Uno de esos reductos fue el Paraguay del doctor Gaspar
Rodríguez Francia, y otro, aunque en menor grado, fue Uruguay durante los años
en que José Artigas rigió su destino.
La invasión de productos de la industria inglesa arruinó las manufacturas
americanas existentes en aquellas partes donde no se le opusieron barreras protec­
cionistas. En México, Nueva Granada, Perú y Brasil, la producción textil autóctona
fue sustituida en su mayor parte por productos ingleses.
Junto con su empeño por conquistar los mercados latinoamericanos para sus
productos — textiles y otros— , Gran Bretaña siguió una política encaminada a
dominar las desembocaduras de los grandes ríos del continente, sobre todo el Río
de la Plata. Con esc afán, Inglaterra promovió entre 1826 y 1828 la independencia
de Uruguay, valiéndose de su condición de Estado débil a través del cual su
influencia podría penetrar en el continente, derribando progresivamente los obstá­
culos nacionalistas erigidos por Paraguay y por la Argentina de Rosas. Por otra
parte, la política de Londres procuraba mantener factores de pugna que requerían
la continua presencia mediadora de la diplomacia inglesa.
No todos los países latinoamericanos aceptaron dócilmente la nueva dependen­
cia ante la gran potencia inglesa y ante la nación que constituía la segunda fuerza
externa después de Gran Bretaña: Francia. En el plano de la política económica,
varios Estados intentaron, durante e! lapso comprendido entre 1828 y 1860, crear
una estructura industrial propia y seguir una vía nacionalista de desanollo. Sectores
manufactureros nacionales, productores agropecuarios no vinculados al mercado
externo, e intelectuales o militares patrióticos, convergían en ciertos casos con las
mayorías populares para imponer políticas proteccionistas y de fomento de una
economía autónoma.
En M éxico, el ministro Lucas Alamán, conservador esclarecido, implantó un
régimen de medidas aduaneras proteccionistas y estimuló el desarrollo de m anufac­
turas nacionales. Entre los años 1830-1845, esa política obtuvo algunos éxitos
Consolidación de naciones y hegemonía comercial inglesa (J828-1852) □ 89

notables, aunque fue interrumpida por la revuelta tejana de 1835, una invasión
francesa (por las medidas económicas nacionalistas mencionadas y por deudas) en
1838, y finalmente por la agresión norteamericana de 1846.
En Paraguay, Gaspar Rodríguez Francia impuso, de 1814 a 1840, el más
proteccionista y autárquico de todos los regímenes económicos latinoamericanos.
N acionalista y paternalista extremo, Rodríguez Francia quiso educar a su pueblo y
hacerlo próspero en forma totalmente autónoma, aislándolo de las corrientes
hegemónicas extranjeras en lo material y en lo político. Bajo su dictadura férrea,
Paraguay alcanzó un alto nivel de desarrollo agropecuario y manufacturero. El nivel
de vida de su pueblo se elevó por encima del de las naciones circundantes. La intensa
labor educativa de Rodríguez Francia eliminó el analfabetismo. Los ingresos
aduaneros y otros impuestos — pagados sobre todo por la clase terrateniente—
fueron utilizados por el poder público para crear una economía diversificada y
autosostenida. En vista de que ese capitalismo de Estado chocaba frontalmente con
los intereses económicos europeos, Inglaterra y las demás potencias del Viejo
M undo, en alianza con los liberales pro británicos de la propia Latinoamérica,
desencadenaron una campaña propagandística contra Rodríguez Francia. Se le
pintó con las características de un déspota sanguinario, sádico y loco, y se afirmó
que bajo su dictadura Paraguay era un antro de barbarie. La realidad fue distinta. No
cabe duda de que los sectores medios y populares lo apoyaban mientras se le
oponían los grupos ricos, deseosos de vincularse al comercio internacional domi­
nado por los ingleses. A la muerte de Rodríguez Francia, en 1840, le sucedió en la
presidencia el doctor Carlos Antonio López, quien continuó la política nacionalista
en form a menos extrema pero igualmente efectiva. La hostilidad inglesa y liberal
contra el régimen paraguayo continuó manifestándose. Más tarde, bajo la presiden­
cia del hijo de López, Francisco Solano, la presión de los intereses comerciales
internacionales contra el nacionalismo paraguayo habría de provocar la Guerra de
la Triple Alianza.
En Argentina, entre 1835 y 1852, el dictador Juan Manuel de Rosas implantó
igualmente un régimen proteccionista, de resistencia a la penetración y a la
hegem onía de los intereses extranjeros. Inglaterra y Francia, limitados por su
política proteccionista y por el cierre del Río Paraná a los barcos extranjeros, dieron
todo su apoyo a los liberales (unitarios) enemigos de Rosas y, entre 1838 y 1845
intervinieron directamente contra él, bloqueando Buenos Aires.
En todo el continente los al iados de la penetración económica extranjera fueron
principalmente los grupos y partidos liberales, con sus denominaciones variables de
país en país: “Liberales”, en México, Centroamérica, Nueva Granada, Ecuador,
Perú, Bolivia, Chile, Brasil; “ Unitarios” en Argentina; “Colorados” en Uruguay y
Paraguay. En Venezuela, el partido más vinculado a los intereses comerciales
internacionales fue el Conservador más que el Liberal. Estos partidos constituyeron
la tendencia social y política latinoamericana que luchaba por los intereses de los
terratenientes que producían para el mercado exterior y de la burguesía importadora
y exportadora. Generalmente los liberales tenían su principal fuerza en las zonas
costeras y en los puertos. En cambio, las provincias del interior de diversos países
eran la base de las corrientes políticas opuestas a la penetración de los intereses
com erciales extranjeros. Dichas corrientes eran “conservadoras” nacionalistas o
populistas, y reflejaban algunos intereses delati fundistas tradicionales, desvinculados
90 D Relaciones internacionales de América Latina

del comercio internacional, pero también los de medianos y pequeños empresarios


y agricultores que trabajaban para el consumo interno. Entre esas corrientes se
encontraban los federalistas de Argentina, y los “blancos” de Uruguay y Paraguay.
Tenían como empeño común desarrollar la provincia y liberarla de la dominación
del litoral y de los intereses económico-sociales ligados al comercio internacional.
En su política de penetración comercial en América Latina, los británicos eran
apoyados en muchos casos por los franceses, cuyos intereses comerciales coinci­
dían con los suyos. Inglaterra y Francia tuvieron conflictos de intereses en el área
del M editerráneo entre 1830 y 1841; ese último año llegaron incluso a un grado de
tensión extremo, pero el problem a fue superado, y entre 1841 y 1860 los intereses
políticos y económicos ingleses y franceses coincidieron en gran medida.
En cambio, existió una rivalidad constante entre Inglaterra y Estados Unidos.
Expansionistas, los norteamericanos avanzaron paso a paso, quitándole la mitad de
su territorio a M éxico, ejerciendo influencia en Cuba, e interviniendo en América
Central. En cada una de esas zonas chocaron con los intereses y la influencia ya
establecidos de Gran Bretaña. En América Central, Inglaterra abandonó su mode­
ración habitual y estableció su presencia colonial directa en la Costa de los
Mosquitos (Nicaragua), a fin de erigir una barrera contra las incursiones norteame­
ricanas. Inglaterra y Estados Unidos fueron competidores con miras a la futura
construcción de un canal interoceánico a través de Centroamérica o Panamá. En
1850 lograron firmar un acuerdo que armonizó sus intereses al respecto. Ese
convenio — el de Clayton-Bul wer— marcó el primer reconocimiento, por paite de
Gran Bretaña, de una esfera de influencia norteamericana en América Latina y el
Caribe.
En resumen, la época de los años 1830 a 1852 significó para América Latina una
dependencia semicolonial, en lugar de la dominación colonial abierta y completa
que habían ejercido las coronas ibéricas. La principal potencia que ejerció esa
hegemonía semicolonial fue Gran Bretaña. Su instrumento fundamental fue el
comercio. Pudo contar con el apoyo de los terratenientes y los mercaderes vincu­
lados al comercio internacional. El “imperialismo liberal” inglés estuvo general­
mente apoyado por el de Francia, que también estableció su esfera de interés en
América Latina. En cambio, existió siempre una clara y fuerte rivalidad entre los
intereses ingleses y los de Estados Unidos.

M éxico y E stados U nidos (1821-1848)

Como señalamos en un capítulo anterior, Estados Unidos prometió, al firmar


el Tratado Adams-Onis de 1819, que respetaría la soberanía de España sobre Texas
y los demás territorios mexicanos del Norte. Al acceder M éxico a la independencia
y ser reconocido por Estados Unidos en 1822, el gobierno de Washington ratificó
su respeto formal a los límites territoriales vigentes.
Ese compromiso aceptado por el gobierno de Estados Unidos no coincidía con
sus aspiraciones expánsioniStas, sóbre todo de los grupos dominantes del sur del
país. Los grandes hacendados esclavistas deseaban extender su dominación c
influencia sobre el norte de México. Texas — provincia vasta y fértil, buena para la
ganadería en gran escala— , y California — hermosa tierra de múltiples cultivos y
Consolidación de naciones y hegemonía comercial inglesa (1828'1852) □ 91

de abundancia agrícola— eran los dos territorios mexicanos que más atraían a los
angloam ericanos y despertaban su codicia. Paulatinamente, además del simple
deseo de anexión territorial, característico de los latifundistas sureños, surgió una
consideración vinculada a Iapolítica interna: se venía desarrollando e incrementando
poco a poco la rivalidad entre el norte capitalista y el sur agrícola y ganadero, entre
la burguesía y el pueblo norteños y la oligarquía terrateniente meridional, y los
sureños anhelaban la anexión de nuevos territorios para así aumentar su represen­
tación en el Congreso de la Unión.
La colonización angloamericana de Texas se inició en 1821; la de California en
form a menos sistemática y en fecha posterior. Moses Austin, jefe de un grupo de
agricultores y ganaderos sureños, negoció un acuerdo con las autoridades mexicanas
en 1821, para el establecimiento de 30 familias angloamericanas en e) territorio de
Texas, habitado en ese entonces sólo por tribus de indios. En su convenio con el
gobierno de Agustín Iturbide, M oses Austin se comprometió a que los colonos
respetarían las leyes de M éxico en todos los aspectos. El hijo de Moses, Stephen
Austin, encabezó el grupo que inició la colonización angloamericana de Texas en
1822. En 1823 la República de M éxico ratificó el acuerdo firmado entre el gobierno
imperial y Austin: a cambio de la concesión de tierras en Texas, los colonos
angloamericanos se comprometerían a respetar las leyes mexicanas, incluso la
prohibición de practicar el esclavismo en territorio texano. Sin embargo, casi desde
el com ienzo la gente de Austin violó sus compromisos: el número de familias que
entró a Texas desde Estados Unidos fue superior al estipulado; la tendencia de los
colonos era la de desconocer totalmente la soberanía mexicana y autogobernarse en
form a irrestricta. No hubo acatamiento a las leyes de México; la esclavitud fue
introducida ilegalmente al territorio y, junto con agricultores y ganaderos honestos,
entraron múltiples bandoleros que convirtieron Texas en una de las zonas más
violentas de América.
La penetración norteamericana en Texas fue mirada con beneplácito por John
Quincy Adams en W ashington, secretario de Estado del presidente Monroe hasta
1824 y luego, a su vez, presidente de Estados Unidos. Como ya se vio en relación
con la Doctrina Monroe, Adams fue uno de los más conscientes precursores del
imperialismo estadounidense. Su visión política general era expansionista; creía
firmemente en la necesidad de que Estados Unidos se transformara en potencia
imperial y extendiera su hegem onía sobre la América Latina, comenzando por el
Caribe: de otra manera sería Inglaterra laque dominaría esas regiones y acabaría por
cercar y asfixiar la república norteamericana. En ello Adams coincidía con los
oligarcas sureños y con los comandantes de la marina de guerra. El M ar Caribe y
el Golfo de México, con las tierras que los rodean, le parecían ser la zona de
expansión más importante y más urgente. Por ello impidió m ediante amenazas el
desembarco de grancolombianos y mexicanos en Cuba: la isla debía quedar en
manos de la débil España hasta que Estados Unidos estuviese listo para anexarla.
Con respecto a Texas, y eventualmente California y los demás territorios del norte
de M éxico, Adams abrigaba las mismas intenciones anexionistas. La promesa
hecha a España en 1'819'de respetar la integridad territorial de México, y de Texas
en particular, no era para Adams más que un expediente temporal.
En 1825, poco después de asumir la presidencia, Adams ordenó al secretario de
Estado Henry Clay que abriese negociaciones con México para la compra de Texas.
92 G Relaciones internacionales de América Latina

Clay conversó con los representantes del gobierno mexicano y argumentó que a
todo país le convenía que su capital estuviera colocada en pleno centro geográfico.
¡Si M éxico se libraba de la porción septentrional de su territorio nacional, la
localización de la capital se aproximaría a esa exigencia geopolítica! M éxico no se
dejó convencer por tan curiosos razonamientos, y rechazó la oferta. En 1827,
Adams renovó la gestión y, para tratar de conseguir su consentimiento, recurrió a
tácticas consideradas ofensivas por los mexicanos. E n l 829 encomendó al ministro
plenipotenciario A. Butler que procurara obtener la aceptación mexicana por
cualquier método. Butler realizó torpes intentos de soborno a personalidades
dirigentes» y fue declarado persona indeseable en 1830.
Ese mismo año inició su presidencia en México Vicente Guerrero, cuyo más
influyente ministro fue Lucas Alam án, conservador nacionalista y dinámico. Los
sectores avanzados del conservadurismo aspiraban a defender la agricultura y la
industria mexicanas de la com petencia extranjera y a fomentar el progreso del país
mediante créditos públicos y otras formas de participación estatal en la vida
económica. A tal efecto, Alamán creó un instituto de fomento industrial e implantó
un régimen proteccionista; esto originó que Inglaterra, Estados Unidos y otras
potencias foráneas miraran con disgusto las medidas adoptadas.
En su afán por asegurar el control efectivo del gobierno mexicano sobre todo
el territorio del país, el ministro Alamán restringió la inmigración de angloam eri­
canos a Texas, mandó comisiones a ese territorio para imponer la autoridad del
gobierno federal y decretó la unión de Texas con Coahuila para constituir una sola
entidad político-administrativa. A sí com o las potencias extranjeras consideraron
intolerable la política económica nacionalista de Alamán, los anglotexanos miraron
las medidas de centralización interna com o una virtual declaración de guerra. En
1831 se dirigieron al gobierno de México, pidiendo la exención de los impuestos con
que los gravaba el ministro Alamán. El gobierno rechazó esa solicitud y, con ello,
impulsó a los anglotexanos hacia la rebelión. Bajo la dirección de Sam Houston y
otros dirigentes, comenzó a gestarse el movimiento secesionista texano por su
separación de M éxico y su unión con Estados Unidos.
En 1835 el gobierno de M éxico intentó imponer su autoridad efectiva sobre los
texanos y decretó la eliminación del esclavismo, introducido ilegalmente por los
colonos anglosajones. Ante ello, lacom unidad anglotexanay los estados sureños de
Norteamérica formaron u n solo bloque de protesta contra México. La proclamación
a principios de 1836 de una nueva Constitución mexicana, de tipo centralista, fue
el hecho final que desencadenó la insurrección. Bajo la jefatura de Houston, los
texanos se alzaron y, el 2 de mayo de i 836, proclamaron la independencia del
estado.
Bajo el mando del general Santa Anna, las fuerzas federales mexicanas
penetraron en Texas para reprimir la rebelión. A M éxico le asistía todo el derecho
de un pueblo invadido por un poderoso vecino, con instituciones esclavistas reñidas
con sus avanzadas leyes. Pero Santa Anna, caudillo reaccionario y oportunista, no
tuvo la capacidad ni la voluntad de movilizar a las fuerzas progresistas de M éxico
para la defensa de la integridad nacional. En lugar de ello, actuó como interventor
despótico, dejando que la opinión mundial mirara a los anglotexanos con simpatía,
como rebeldes contra una injusta tiranía.
En marzo de 1836 las tropas mexicanas tomaron la fortaleza de El Alamo, en
Consolidación de naciones y hegemonía comercial inglesa (1828-1852) □ 93

San Antonio» y dieron muerte a todos sus defensores. En abril del m ism o año, los
rebeldes texanos fracasaron en otra batalla, en Goliad, en la que perdieron la vida
cuatrocientos angloamericanos. Atemorizados por las fuerzas de Santa Anna, quien
no daba cuartel, la población anglotexana inició el éxodo hacia Estados Unidos pero
antes de que esa emigración se pudiera generalizar, cundió la noticia de una victoria
texana: en San Jacinto, el 2 1 de abril, las tropas de Samuel Houston lograron tomar
por sorpresa al ejército del gobierno mexicano e infligirle una aplastante derrota.
Santa A nna cayó en manos de sus enemigos quienes, en un primer momento,
quisieron ejecutarlo sumariamente para vengar a las víctimas de El Alamo y Goliad.
Pero Houston rescató al general y dictador de las manos de sus subalternos y lo
obligó, a punta de pistola, a firmar dos convenios. Por uno de ellos, Santa Anna se
com prom etió a cesar el combate y a retirar las tropas mexicanas de Texas,
reconociendo la independencia de esc territorio. Por el otro, admitió que los límites
entre Texas independiente y México quedarían marcados por el Río Grande
(Bravo). Sin embargo, una vez puesto en libertad, Santa Anna se negó a reconocer
la validez de los convenios suscritos, en vista de que su firm a había sido obtenida
bajo am enaza de muerte.
Liberado de la dominación mexicana, el Texas anglosajón de Samuel Houston
pidió ser anexado a Estados Unidos. Pero ese país no aceptó en seguida al nuevo
territorio aspirante. Ello se debía a la oposición de los liberales (whigs) del Norte:
eran los representantes de la burguesía industrial y capitalista opuesta a las
pretensiones de la oligarquía agrícola del Sur. YaEstados Unidos entraba en la etapa
del conflicto entre el Norte y el Sur, entre el capitalismo industrial ascendente y el
esclavismo agrícola, entre el nacionalismo económico auspiciado por los intereses
industriales y la política de libre comercio y de dependencia ante la industria
británica, favorecida por la “plantocracia” sureña. Por presiones del Norte, el
Congreso y el poder ejecutivo de Estados Unidos reconocieron la independencia en
1837, pero no la anexión de Texas.
En octubre de 1838 los texanos, ofendidos por la negativa norteamericana de
acceder a su solicitud de admisión a la Unión, retiraron dicha petición y se
dispusieron a existir como nación soberana. Establecieron relaciones comerciales
con Inglaterra y Francia. A Gran Bretaña le gustó la idea de tener acceso al mercado
tcxano y al algodón de ese territorio. Desde el punto de vista geoestratégico, una
influencia económ ica sobre Texas permitiría a Inglaterra y a su aliada, Francia,
interponerse en la ruta de la expansión estadounidense hacia el Sur.
La idea de la presencia inglesa en Texas hizo que en Estados Unidos algunos
adversarios de la anexión de ese territorio comenzaran a cambiar de actitud. Los
partidarios de la anexión, por su parte, intensificaron las presiones, utilizando la
amenaza inglesa como poderoso argumento. Para los norteamericanos del sur era
importante que Texas ingresara a la Unión, aumentando el territorio, la población
y la representación política del bloque esclavista. Con el fin de justificar la anexión
— y, más allá de ella, una continua política de expansión hacia el Sur— los
terratenientes y los comerciantes de la zona meridional de Estados Unidos promo­
vieron íá doctrina del “Destino M anifiesto”, según la cual los angloamericanos
están predestinados a extender su hegemonía sobre todo el hem isferio occidental,
anexando territorios vecinos para dar cabida a su pujante población.
En 1844 Houston planteó la cuestión de ia anexión en términos de ultimátum:
94 □ Relaciones internacionales de América Latina

si Estados Unidos no aceptaba la solicitud de ingreso a la Unión presentada por los


texanos, éstos se acercarían definitivam ente a Gran Bretaña. Ante esta presión
extrema, el presidente Tyler accedió a la anexión, pero el Congreso no ratificó el
acto. Sin embargo, en febrero de 1845, Tyler — presidente saliente, ya que su
sucesor Polk había sido electo en noviembre de 1844— proclamó la anexión de
Texas, basándose en una resolución adoptada por el Congreso por mayoría simple.
Gran Bretaña había tratado de evitar tal desenlace, ofreciendo a Texas m edia­
ción con M éxico para lograr que esa república reconociera la soberanía de su
antigua provincia del noreste. Después de la resolución norteamericana de anexión
de Texas, el propio gobierno de M éxico se dirigió a Houston y a sus compañeros,
ofreciéndoles un arreglo: a cambio de que Texas se comprometiera a permanecer
independiente, sin unirse a Estados Unidos, M éxico reconocería su soberanía y le
ofrecería su amistad y colaboración.
Samuel Houston personalmente se inclinaba hacia la aceptación de esa solu­
ción, tal v e / porque prefería ser presidente de una república soberana antes que ser
mero gobernador de una entidad federal. Pero la convención popular texana reunida
a mediados de 1845 votó por gran mayoría en favor del ingreso a Estados Unidos.
M éxico rompió sus relaciones con Estados Unidos como protesta por la
resolución anexionista. Entre los angloamericanos del Sur y los texanos se pedía la
inmediata guerra contra México, para obligarlo a ceder Texas y entregar igualmente
California y otros territorios. La agitación belicista y expansionista se propagó por
el país, con los latifundistas y los com erciantes sureños com o base y fuente
principal. M uchos políticos, grandes y pequeños, del Partido Demócrata aprove­
charon la coyuntura para incrementar su popularidad mediante una dem agogia
belicista contra México.
El nuevo presidente Polk vacilaba. Aunque los demócratas lo empujaban hacia
la guerra, los liberales (whigs) del Norte se oponían a la misma, calificando de
“infame” la agitación expansionista contra un país vecino que en nada había
perjudicado a Estados Unidos. Polk resolvió intentar por medios pacíficos antes de
recurrir a las armas. Envió a M éxico en misión especial a John Slidell, político
sureño anexionista, con el encargo de intentar la com pra de Texas. El gobierno
mexicano se negó a recibirlo y, en respuesta a ello, Polk declaró la guerra en 1846.
Ya los texanos estaban en armas. Igualmente, en California estalló la rebelión de los
colonos angloamericanos contra México, bajo la dirección de! político, explorador
y militar John Charles Frcmont.
Santa Anna, quien desde el exilio había negociado secretamente con Estados
Unidos y había prometido la entrega de Texas y California, llegó a M éxico con la
discreta com plicidad de los norteamericanos. Reasumió la presidencia del país y se
colocó a ía cabeza de los ejércitos que defendían el territorio mexicano contra ios
invasores. Pero aunque se presentó ante la opinión pública como salvador de la
patria, su conducción de la guerra estuvo marcada por la debilidad y las vacilacio­
nes.
Bajo el m ando de los generales Zacarías Taylor y Winfield Scott, Estados
Unidos triúnfó al cabo de algom ás de un año de lucha. Las tropas de Scott ocuparon
la ciudad de M éxico en septiembre de 1847. Ei presidente Polk envió al frente de
batalla, desde comienzos de 1847, al agen te diplomático Nicolás Trist, con la misión
de negociar un tratado preliminar de paz tan pronto como los mexicanos se
Consolidación de naciones y hegemonía comercial inglesa ( J828-1852) □ 95

mostrasen dispuestos a ello. Después de la caída de la capital, Santa Anna dimiüó


y huyó. En febrero de 1848, Trist y los representantes del gobierno provisional
mexicano, que se constituyó después del desastre, suscribieron el Tratado de
G uadalupe Hidalgo.
Por los términos de ese Tratado, M éxico tuvo que reconocer lapérdida de Texas
y la anexión de ese territorio a Estados Unidos, estableciéndose los límites entre
Texas y M éxico a lo largo del Río Bravo. (M éxico trató de lograr que los límites
fuesen fijados en el río Nueces, algo más al noreste, pero ello fue considerado
inaceptable por los norteamericanos). M éxico también tuvo que entregar el grande
y rico territorio de California, junto con la porción nororiental que hoy constituye
el estado de Nevada. En tercer término, fue obligado a renunciar a N uevo México
(toda la porción de territorio situada entre Texas y California, y que comprende los
actuales estados de Nuevo México, Arizona, Colorado y Utah). L a totalidad de la
superficie cedida a Estados Unidos significó la pérdida de la mitad del territorio
nacional de México. A cambio de tan enorme adquisición, el gobierno norteame­
ricano se comprometió a pagar la sum a de 15 millones de dólares, más 3 millones
por cancelación de deudas mexicanas.
Los más ardientes expansionistas del sur de Estados Unidos denunciaron el
Tratado como una “entrega” . A medida que la guerra avanzaba, se había agudizado
el apetito de los terrófagos sureños, y sus representantes y agentes de prensa
desencadenaron una campaña en pro de la conquista y anexión de “todo” México,
y posiblemente también la América Central. Esa posición extrema fue descartada
por la mayoría de los senadores y diputados norteamericanos.
Sin embargo, el em puje expansionista no estaba agotado. Surgieron presiones
para ensanchar Nuevo M éxico más hacia el Sur, a fin de permitir la construcción de
vías férreas entre el Este y el Oeste. En 1853, tras presiones y amenazas, por acuerdo
con el empresario ferroviario William Gadsden, designado ministro plenipotencia­
rio norteamericano en México, el gobierno mexicano aceptó vender a Estados
Unidos otro trozo de territorio, al sur de Nuevo M éxico y Arizona, por la suma de
10 m illones de dólares.
Poco después de la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo, el hallazgo de los
colosales yacimientos de oro en California dio al triunfo norteamericano una nueva
dimensión, hasta entonces insospechada. En lugar de conquistar tan sólo tierras de
cultivo y de pastoreo, Estados Unidos se había hecho dueño de las más ricas reservas
de mineral precioso de la época. El oro californiano estimuló extraordinariamente
el desarrollo del capitalism o norteamericano y mundial. La fiebre del oro de 1849
tuvo por efecto la expansión de las finanzas mundiales. Aunque la anexión del
M éxico septentrional había sido iniciativa de los latifundistas del sur de Estados
Unidos, la conquista benefició en definitiva a los capitalistas del Norte, fortalecidos
por el oro de California.
Otro efecto de la victoria sobre M éxico fue el de transformar a Estados Unidos
en potencia del Océano Pacífico. Casi al mismo tiempo que California, también el
territorio de Oregón, situado más al Norte, entre la tien a californiana y Canadá,
había sido ocupado por los norteamericanos, luego de una disputa de varios años cóli
Gran Bretaña. Así, Estados Unidos llegó a ser una potencia de dimensión continen­
tal, ribereña de .dos océanos. San Francisco rápidamente devino en emporio
com ercial y financiero importante, y desde esc puerto zarpó en 1853 el comodoro
96 D Relaciones internacionales de América Latina______________________________

Perry para abrir Japón a la influencia comercial y política de la potencia norteame­


ricana.

Centroamérica y El Caribe

Durante el cuarto de siglo que siguió a su independencia, Centroamérica se


debatió entre la unidad y la división. Inicialmente unida, la región se dividió luego,
en parte debido a factores centrífugos internos y en parte por infl uencias disgregadoras
externas. Desde fuera, América Central estaba influidapor México, Estados Unidos
y Gran Bretaña.
Como ya se señaló anteriormente, la América Central adoptó en 1810 una
actitud reform ista más que revolucionaria. Sólo ocurrieron levantam ientos
independentistas parciales, que fueron suprimidos por las fuerzas conservadoras de
la provincia capital.
En 1821 Centroamérica se declaró independiente porque los conservadores
guatemaltecos deseaban separarse de una España que se había vuelto liberal. En
1822 un congreso reunido en Guatem ala resolvió ia unión con el imperio mexicano
de Agustín Iturbide. En 1823, al caer Iturbide, América Central se separó de México
y en 1824 se proclamó República Federal, integrada por cinco provincias, con el
nombre de Provincias Unidas de Centroamérica. Guatemala fue la capital y la sede
del poder, de manera que la oligarquía conservadora del noreste se sintió ratificada
en su hegemonía sobre las provincias m ás liberales del sureste. Ese poder conser­
vador guatemalteco constituyó la principal causa de la división que tenía que venir:
así como los liberales no soportarían el dominio político de Guatemala, los
conservadores no tolerarían una unidad política basada en el liberalismo del sureste.
José Arce, salvadoreño liberal, fue el primer presidente de la Federación. En el
gobierno, se acercó a los conservadores y pidió el apoyo de sus antiguos compañeros
de línea ideológica. En 1826 se produjeron levantamientos contra el gobierno
federal y en 1828 Arce entregó el poder. Bajo la dinámica y brillante jefatura del
hondureno Francisco Morazán, las fuerzas liberales tomaron Guatemala. En 1830,
después de derrotar completamente a las fuerzas oligárquicas, M orazán asumió la
presidencia de las Provincias Unidas.
El gobierno de Morazán se caracterizó por reformas políticas y sociales de tipo
liberal y anticlerical. En su política exterior manifestó tendencias nacionalistas
frente a los ingleses, quienes adoptaron una actitud cada vez más opuesta al régimen
federal centroamericano. En la rivalidad anglonorteamericana por la América
Central, Gran Bretaña apoyaba a los elementos conservadores enemigos del
gobierno de Morazán, mientras Estados Unidos se inclinaba en favor de dicho
gobierno.
A partir de 1836, Morazán tuvo que hacer frente a las rebeliones secesionistas
délos conservadores en la provincia de Guatemala y de los liberales separatistas en
las demás provincias. El caudillo hondureño era atacado por una parte, por su
liberalismo, y por otra, debido a sulefndencia hacia la centralización del poder. Las
intrigas británicas influyeron en las rebeliones de ambos tipos. El capitalism o inglés
esperaba penetrar y dominar la América Central por partes, a través de la división,
ganándoles la partida a los norteamericanos que jugaban la carta de la unidad.
Consolidación de naciones y hegemonía comercial inglesa (I828-J852) Ü 97

M orazán mudó la capital centroamericana de Guatemala a San Salvador y desde allí


dirigió la resistencia contra los conservadores guatemaltecos al mando de Rafael
C auera, caudillo de extracción popular asociado con los latifundistas y el alto clero.
Para 1839 M orazán quedó en posesión únicamente de El Salvador. Las
provincias centroamericanas restantes estaban en su mayor parte controladas por
conservadores, aliados de Carrera e inspirados por él. De hecho, la Federación se
había desintegrado. En 1840 Morazán tuvo que huir al exterior. Regresó con una
expedición en 1842, desembarcando en Costa Rica, pero después de éxitos
transitorios cayó en manos de sus enemigos y murió fusilado. Para 1848 los cinco
países centroamericanos se declararon independientes de manera oficial voceando,
sin em bargo, la esperanza formal de que algún día pudiese establecerse la federa-
ción.
La influencia británica, divisionista y partidaria de Rafael Carrera, se impuso
cada vez más en Centroamérica durante la década de los años cuarenta. Estados
Unidos, m olesto y preocupado, intrigó a su manera para tratar de desplazar a los
británicos. A partir de 1840 en Estados Unidos se desarrollaba la doctrina del
“Destino M anifiesto”: bajo el impulso de la expansión territorial hacia el Oeste y las
apetencias anexionistas de los esclavistas del Sur, el país se sentía invencible y
llamado por la Providencia a un engrandecimiento territorial cada vez mayor. Para
contrarrestar la influencia británica que se expresaba a través de Carrera y los
conservadores, los norteamericanos tendieron a apoyar a las fuerzas liberales
centroamericanas, procurando ponerlas al servicio de sus intereses.
En 1847 Inglaterra ocupó la región de “M osquitia” (costa centroamericana de
Nicaragua) que, junto con Belice, constituyó un importante baluarte. Estados
Unidos jam ás reconoció ningún derecho de Gran Bretaña a la costa de los Moscos
y esa ocupación no se formalizó. El empeño de Inglaterra, en su ocupación
extraoficial de partes de América Central, era el de impedir que Estados Unidos
dom inara el istmo y construyera un canal interoceánico por cuenta propia. Si se
construía un canal, Inglaterra aspiraba a ser la potencia que realizara esa labor y se
beneficiara de ella.
Estados Unidos, con su doctrina del Destino Manifiesto apoyada por los
intereses sureños, tomó la iniciativa de negociar con la Nueva G ranada en 1848
sobre la construcción de un canal a través de Panamá. Ante ese hecho Gran Bretaña,
a su vez, ocupó San Juan (Nicaragua) y la isla del Tigre en el Golfo de Fonseca. Las
dos potencias se acercaban a un choque violento, provocado por el problema
inmediato de quién tomaría el dominio y la construcción de una vía interoceánica
a través del istmo. El mediato era el problema de la hegemonía económica y política
sobre la región.
A última hora, la moderación prevaleció en las relaciones diplomáticas anglo­
norteamericanas y, en 1850, el secretario de Estado Clayton y el ministro plenipo­
tenciario inglés Henry Lytton-Bulwer firmaron el Tratado Clayton-Bulwer, por el
cual se acordó reconocer el equilibrio de las respectivas fuerzas en el istmo y
establecer una especie de condominio sobre el área. Ninguna de las dos potencias
tom aría la iniciativa de construir el canal por decisión unilateral. La obra sería
ejecutada de común acuerdo, y el país que la tuviese a su cargo se abstendría de
ejercer control político exclusivo sobre el canal, así como de fortificarlo militar­
mente.
98 O Relaciones internacionales de América Latina

El Tratado Clayton-Bulwer constituyó un paso importante hacia la distensión


entre Inglaterra y Estados Unidos. En 1856 los británicos comenzaron la desocupa­
ción m ilitar de M osquina — que fue definitivamente reincorporada a Nicaragua en
1 8 9 4 — y sólo mantuvieron su presencia en Belice, vieja posesión colonial, anterior
a la independencia de los países centroamericanos.
De este modo, para la década de los años cincuenta, la América Central se
encontraba dividida en cinco Estados, sometida a la dominación conservadora del
guatemalteco Rafael Carrera, mientras desde el exterior se ejercía sobre ella una
suerte de condominio anglo-norteamericano, fundamentado en el Tratado Clayton-
Bulwer.
Cuba fue también durante esa época objeto de ambiciones semicoloniales por
parte de Estados Unidos y de Gran Bretaña. Como ya lo señalamos, la isla
permanecía bajo dominación española mientras otros países de Hispanoamérica se
emancipaban políticamente. Por una parte, durante la época de la independencia,
Cuba había disfrutado de una extraordinaria bonanza económica: el descenso de la
producción azucarera en H aití permitió a la gran Anti Ha española ampliar su propio
mercado. Las guerras napoleónicas con sus bloqueos derivaron en un fuerte
aumento de precio del azúcar y , de esa manera, Cuba se enriqueció: no sólo hicieron
fortuna los propietarios de ingenios azucareros y grandes exportadores sino que la
bonanza se filtró hasta las capas medias y los sectores populares, beneficiando a
todos salvo a la m asa esclava. Debido a ello, no surgió en Cuba un sentimiento
revolucionario mayoritario y la isla optó por permanecer dentro de las estructuras
del imperio hispánico. La bonanza azucarera se prolongó después de la independen­
cia y alcanzó un auge particular durante los años cuarenta del siglo pasado. Para esa
época, la población cubana consistía en 130.000 blancos y mulatos, 65.000 negros
libres y 200.000 esclavos.
Durante los años 1828-1850 Cuba continuó próspera y relativamente satisfe­
cha con su condición dependiente ante España. El hecho de ser colonia del gobierno
de M adrid no le impedía vender su azúcar al mundo entero. Aparte de la prosperidad
económica, otra razón que impulsaba a Cuba a aceptar su situación colonial era el
tem or de las clases altas y medias ante una eventual insurrección de los negros
esclavos. Durante esos años la política de Estados Unidos era la de apoyar la
permanencia del poder español en la isla, a fin de impedir que en la misma se
instalase la influencia inglesa, rival fundamental de la norteamericana. En 1840
Estados Unidos prometió dar ayuda militar a España en caso de que “otra potencia”
(Inglaterra) tratara de ocupar la isla de Cuba.
La política norteamericana hacia Cuba entró en una fase nueva a partir de 1848.
La victoriosa guerra contra M éxico infló hasta un grado extremo el chauvinismo
estadounidense. De la afirmación del “Destino M anifiesto” se llegó hasta el
planteamiento del objetivo de una “República Yanqui Universal”. El capitalismo
norteamericano había experimentado un gran fortalecimiento desde 1830 en
adelante: durante el lapso 1830-1850 las exportaciones de Estados Unidos pasaron
de casi 72 millones de dólares (US $ 71.671.000) a casi 145 millones (US $
144.376.000), y las importacionesvariaron.de cerca deó3 millones (US $ 62.721.000)
a casi 174 millones (US $ 173.510.000).
A causa de ese engrandecimiento político y económico, la potencia norteame­
ricana comenzó a promover en forma más directa la anexión de Cuba, abandonando
Consolidación de naciones y hegemonía comercial inglesa (¡828 }852) □ 99

su anterior táctica de respeto de la dominación española sobre la isla. En 1848 el


gobierno del presidente Polk le ofreció a España la compra de Cuba por la suma de
100.000 dólares, cosa que el gobierno madrileño rechazó. A consecuencia de ello,
en los sectores anexionistas norteamericanos se impuso el convencimiento de que
había que apoyar los actos de fuerza.
El venezolano Narciso López, con larga residencia en Cuba y miembro de la
corriente antiespañola pero pro estadounidense en la isla, intentó invadir Cuba
desde el sur de Estados Unidos. Lo acompañaba una fuerza de exiliados cubanos y
estaba provisto de armas, equipo y fmanciamiento procedente de intereses latifun­
distas y esclavistas sureños. El gobierno federal, presionado por los sectores
liberales antiexpansionistas, impidió la primera expedición proyectada por López
en 1849. Su segundo intento, empero, se llevó a cabo sin impedimento en 1850. Las
fuerzas de Narciso López, apoyadas desde Cuba por elementos de la oligarquía
terrateniente que sim patizaba con los estados sureños de Norteamérica (pero sin
arrastre entre los auténticos patriotas que aspiraran a la libertad frente a España y
Estados Unidos) fracasaron en esta aventura y tuvieron que retirarse derrotados
hacia Nueva Orleans. Sin perder el ánimo, Narciso López armó una tercera
expedición y se esforzó, esta vez, por lograr un apoyo norteamericano total y
abierto. Ofreció el mando de su fuerza invasora, sucesivamente, a dos notables
dirigentes estadounidenses sureños: el general Robert E. Lee y el político Jcfferson
Davis. A m bos se negaron, ante lo cual López tomó personalmente el m ando de su
fuerza invasora, integrada por 500 hombres, la mayoría de ellos norteamericanos.
Esta vez el desembarco fue seguido de una derrota aún más contundente que en la
ocasión anterior, y Narciso López, capturado por los españoles, fue condenado a
muerte y fusilado.
Durante el período que se extiende entre 1843 y 1860, la isla de La Española
constituyó un foco de tensión política internacional en el área del Caribe.
La lucha independentista haitiana, conducida por Dessalines a partir de 1803,
derivó en una rápida victoria sobre las fuerzas francesas del general Leclerc, y la
independencia haitiana fue declarada en 1804, con triunfo ya asegurado. Dessalines
asumió el mando absoluto del nuevo Estado soberano y se proclamó emperador. El
negro Christophe y el mulato Alejandro Petión unieron sus fuerzas militares para
derrocar al tirano en 1806. Incapaces de ponerse de acuerdo, Christophe y Petión
establecieron dos gobiernos civiles, el primero en el norte de Haití, y el segundo en
el sur, con Puerto Principe com o capital. Christophe se coronó rey y estableció un
régimen absolutista, basado en el control del Estado sobre la agricultura y la
organización colectiva del trabajo. En cambio, Alejandro Petión gobernó como
presidente de una república con orientación liberal, fundamentada en una reforma
agraria individualista que, en décadas posteriores, desembocó en el minifundismo
que fue fuente de miseria y atraso.
En 1818 el presidente Jean-Pierre Boyer, capaz y vigoroso, sucedió a Petión.
Estableció un gobierno eficiente, empeñado en promover el desarrollo económico
nacional. Después de la muerte del rey Henri Christophe en 1820, Boyer ocupó el
norte de H aití y extendió su autoridad sobre esa zona.
Entre tanto, la parte oriental de la isla, tomada por Francia en 1795, fue devuelta
a España en 1814 después de la caída de Napoleón. Los gobiernos haitianos de Henri
Christophe y de Petión se negaron a reconocer la soberanía española sobre Santo
100 □ Relaciones internacionales de América Latina

Domingo y reclamaron ese territorio como parte de Haití. El gobierno español fue
débil e inestable, pero los criollos dominicanos lo toleraron, en parte por el temor
de caer bajo la dominación del gobierno de Haití. Sin embargo, en 1821, después
de la revolución española y la emancipación de Venezuela y Nueva Granada, se
produjo el levantamiento patriótico dominicano de José Núñez de Cáceres, quien
estableció un gobierno provisional y pidió ayuda a la Gran Colombia. Pero Jean-
Pierre Boyer estim ó que el momento era propicio para poner en práctica el plan
haitiano de anexión de la parte oriental de la isla. En 1822, antes de que Bolívar (de
viaje en el Sur) tuviese noticias de la petición de ayuda de Núñez de Cáceres desde
Caracas, el ejército haitiano ocupó Santo Domingo. Bajo el mando de Boyer la isla
permaneció unida hasta 1843. E se año Boyer falleció, sin dejar ningún sucesor de
capacidad comparable.
Apenas falleció Boyer, los dominicanos se alzaron contra la dominación
haitiana y declararon su independencia bajo la jefatura de Juan Pablo Duarte. La
declaración de independencia, hecha en febrero de 1844, provocó que el nuevo
gobierno haitiano del dictador Pierrot amenazara con una invasión armada. Sin
embargo, ésta no se produjo hasta 1849, cuando Faustino Soulongue era mandatario
de Haití. En la lucha de defensa contra Soulongue, la República Dominicana recibió
apoyo indirecto de Francia, interesada en recuperar algo de su influencia sobre La
Española. D espués de duros combates, los dominicanos com andados por el general
Pedro Santana derrotaron a los invasores haitianos.
De esta manera, Centroamérica y el Caribe entre comienzos y mediados del
siglo XIX atravesaron por diversos procesos de unidad y de separación, siendo más
fuertes los factores divisionistas que los de cohesión. Las debilidades estructurales
de los países centroamericanos y antillanos, así como sus divisiones, permitieron la
creciente penetración de la influencia de grandes centros foráneos dominantes
como Inglaterra, Estados Unidos y Francia. En América Central se desarrolló una
intensa lucha de influencias entre Norteamérica y Gran Bretaña, que culminó en una
especie de condominio provisional. Sin embargo, la tendencia general fue la de un
paulatino fortalecimiento de Estados Unidos como prim era potencia hegemónica
en el istmo.
En el ámbito antillano, Cuba y La Española constituyeron, a su vez, escenarios
de rivalidad entre potencias externas. Estados Unidos realizó actos de di versa índole
para tratar de apoderarse de Cuba, sin lograr su objetivo. En parte España pudo
mantener su control sobre la isla por el apoyo económico y político de los ingleses.
La Española fue objeto de penetración comercial por intereses franceses, ingleses
y norteamericanos.

Desintegración de la Gran Colombia. Ecuador y España.


Congresos de Lima y Santiago

La Gran Colombia, obra de Bolívar, se desintegró definitivamente en 1830.


Venezuela y Quitó rechazaron el predominio de N ueva Granada, la región más
grande y populosa de las tres que integraban la república colombiana. Para
realizarse el sueño bolivariano de una Gran Colom bia estable y justa dentro de una
Latinoamérica confederada, se necesitaba el concurso de diversas circunstancias
Consolidación de naciones y hegemonía comercial inglesa (1828'1852) Q 101

que no existían en aquel entonces ni existen hoy. Una república liberal sana debería
fundam entarse en un mercado común y en una burguesía empresarial, así como en
una eficaz red de comunicaciones, Latinoamérica no poseía nada de ese género;
tenía las limitaciones de un sistema feudal o semifeudal. La tendencia de cada
latifundista m ilitar — considerarse como amo absoluto de su com arca— se reflejó
en la política del continente por medio de corrientes centrífugas y regjonalistas de
todo tipo. Para unificar naciones era necesario reunir una fuerza capaz de vencer a
los caudillos regionales.
Esa fuerza podía basarse en un equilibrio entre ambiciones regionales o
clasistas distintas, en el factor capitalista nacional, o en el capitalismo externo o
imperialismo.
Paralelamente, los tres Estados nacidos de la desintegración grancoiombiana
vivieron etapas de relativa estabilidad durante los primeros quince años de su
existencia soberana. Exportaron productos agrícolas a cambio de importaciones de
artículos m anufacturados ingleses, franceses, holandeses, o de la Alem ania
hanseática. En las tres repúblicas existía cierto equilibrio entre los elementos
internos de tipo semifeudal y las influencias capitalistas derivadas de la vinculación
al m ercado exterior.
En Ecuador, el general Juan José Flores ejerció el poder durante los primeros
quince años de la vida republicana. A partir de 1845 se produjeron graves pugnas
civiles, y en 1847, España, renuente a renunciar definitivamente a sus posiciones en
el Pacífico sudamericano, intentó intervenir en los asuntos ecuatorianos, en apoyo
a la causa del general Flores. La amenaza española contra la soberanía ecuatoriana
fue resentida por los países vecinos que estimaron que su propia integridad estaba
igualmente en peligro.
El gobierno peruano promovió, a fines de ese año, un Congreso Americano en
Lima, basado en los principios de confederación hispanoamericana que habían
inspirado y reformado al Congreso de Panamá. Entre el 11 de diciembre de 1847 y
el I o de marzo de 1848, representantes de Perú, Ecuador, Chile, Bolivia y Nueva
G ranada— cinco países con litoral en el Océano Pacífico— estuvieron reunidos en
Lim a. Se había invitado también a Venezuela, a la Confederación Argentina y a
Brasil, pero estos países, por una razón u otra, no asistieron. Los participantes en el
encuentro de Lima firmaron un tratado de confederación y navegación, una
convención consular y una convención postal. Sólo esta última fue ratificada, de
m odo que el empeño básico de Perú —crear una sólida alianza defensiva de los
países del Pacífico con respaldo del resto de Sudamérica— no tuvo éxito.
Como en otras ocasiones, un proyecto de unidad política hispanoamericana
quedó sin efecto a causa de la acción disolvente de dos fuerzas: los caudillismos y
regionalism os semifeudales en el interior de cada república, y la acción del
im perialism o comercial y político de las grandes potencias capital islas — sobre todo
Gran Bretaña— desde afuera. El patrón de las relaciones comerciales semicoloniales
hacía que los grupos dirigentes de los países de Latinoamérica miraran hacia los
centros hegemónicos ultramarinos y desdeñaran el acercamiento y la unión con sus
vecinos. Adem ás-''existía- úna creciente rivalidad, derivada de los vínculos de
dependencia ante el comercio inglés, entre los diversos puertos del Pacífico,
constituyendo esto un factor de división en las relaciones entre los países de la costa
occidental de Sudamérica.
102 □ Relaciones internacionales de América Latina

Confederación Peruano-Boliviana y primera guerra


del Pacífico

Un importante intento de unificación en el ámbito sudamericano, durante el


lapso histórico que nos ocupa, fue el constituido por la Confederación Peruano-
Boliviana, realizada y dirigida por el general boliviano Andrés Santa Cruz. Este
valiente general de la independencia, presidente de Bolivia después de la dimisión
de Sucre en 1828, intentó crear una gran entidad política en la parte occidental de
Sudamérica, mediante la unificación del Alto y el Bajo Perú. El éxito inicial de su
em presa provocó la hostilidad de Chile y Argentina, temerosas de una modificación
del equilibrio de fuerzas en Sudamérica que pudiera amenazar sus intereses y su
seguridad.
Perú sufrió trastornos internos a partir de 1835 cuando los generales Gamarra
y Obregoso se alzaron contra el presidente Salaverry. Al observar los acontecimien­
tos desde B olivia, Andrés Santa Cruz decidió intervenir en la pugna interna peruana,
pactando con Gamarra para derrocar a Salaverry y, posteriormente, confederar a
Perú y a Bolivia en un solo Estado. Posteriormente, Santa Cruz pactó en el mismo
sentido con el general Obregoso, quien coincidía con G amarra en la oposición a
Salaverry, pero al mismo tiempo rivalizaba con él. Ante el Pacto Santa Cruz-
Obregoso, Gamarra se pasó al campo de Salaverry. Esto no cambió el rumbo délos
acontecimientos: en enero de 1836, Obregoso, apoyado por los bolivianos de Santa
Cruz, tomó Lima, capturó a Salaverry y lo pasó por las armas. En seguida se
constituyó la Confederación Peruana-Boliviana con Santa Cruz como su presiden­
te.
El gobierno chileno estimó que la Confederación constituía una amenaza. En
el litoral del Pacífico, Perú y Bolivia unidas podrían constituir el núcleo más fuerte
de poder económico y político en el ámbito de la navegación, del comercio y de la
explotación de guano y minerales. La presencia en Chile de exiliados peruanos, tales
como Gamarra, Vivanco, La Fuente y otros, fue el factor que permitió traducir los
intereses en sentimientos: estos hombres realizaron actividades propagandísticas y
contribuyeron a crear el ambiente propicio para la intervención contra la Confede­
ración Peruano-Boliviana.
Luego de incidentes fronterizos y acusaciones de injerencia, Chile invadió el
territorio de la Confederación en 1837 con ayuda de los exiliados peruanos. El
ejército chileno ocupó Arequipa pero no supo retener su conquista. Santa Cruz
derrotó a las fuerzas chilenas y las obligó a retroceder. De esta manera, la fase inicial
de la primera guerra del Pacífico se saldó en una victoria para la Confederación
Peruano-Boliviana.
En Buenos Aires, el dictador Juan Manuel Rosas veía en la Confederación una
amenaza para las provincias argentinas. La creación de un fuerte bloque político
territorial al Norte disminuiría la seguridad y la influencia rioplatense. Rosas deci­
dió acercarse a Chile y tratar de llegar a un pacto contra Santa Cruz. El pretexto para
una acción armada argentina contra la Confederación Peruano-Boliviana sería la
reclamación por Buenos Aires de la provincia de Tarija. Las bases para un acuerdo
argentino-chileno, propuestas por Rosas, fueron Ja disolución de la Confederación,
la cesión de Tarija a los argentinos y la limitación de las fuerzas armadas bolivianas.
Pero aunque Argentina y Chile coincidían en su hostilidad hacia Santa Cruz, la
Consolidación de naciones y hegemonía comercial inglesa ( 1828-J852) □ 103

desconfianza mutua impidió que concertaran un tratado de alianza. Por ello, a


principios de 1838, las fuerzas argentinas invadieron el territorio boliviano sin
coordinación con los chilenos.
Esta segunda fase de la guerra también derivó en un triunfo de Santa Cruz. Los
argentinos fueron vencidos en el campo de batalla y tuvieron que replegarse
apresuradamente. Pero m ientras Santa Cruz los perseguía, el ejército chileno, bajo
el mando de Bulnes, invadió Bolivia y Perú por segunda vez. En su fase final, la
contienda favoreció a los chilenos. Bulnes avanzó de victoria en victoria y, en enero
de 1839, derrotó decisivamente al general Santa Cruz. Este huyó y la Confederación
Peruano-Boliviana fue disuelta.
Con esta victoria sobre sus rivales del Norte, en la primera guerra del Pacifico,
Chile quedó como prim era potencia de la costa occidental de América del Sur.

Argentina, Brasil y Uruguay en la época de De Rosas

M ientras se luchaba de esa manera por la hegemonía sobre 1a región del Pacífico
sudamericano — o mejor dicho, por la subhegemonía, porque lapotencia hegemónica
principal era Gran Bretaña— , otra gran rivalidad se desarrollaba en la mitad
atlántica u oriental del subcontinente. Dos gigantescos países, Brasil y Argentina,
bajo la dirección de sus respectivas clases terratenientes y comerciales, y en el caso
de A rgentínacon participación de sectores populares, lucharon porla subhegemonía
sobre los territorios ubicados entre sus respectivas esferas de soberanía. Fundamen­
talmente, su rivalidad se concentró en Uruguay, Banda Oriental o “Provincia
Cisplatina” , permanente manzana de discordia entre las dos potencias. En su lucha,
el imperio brasileño contó con el respaldo de los intereses extranjeros semi-
colonialistas y de los Estados británico y francés, mientras que Buenos Aires, y con
ella las demás provincias argentinas confederadas, defendió sus posiciones bajo la
bandera de un nacionalismo opuesto a las hegemonías de procedencia europea.
Ya hemos visto que para 1828 Lord Ponsonby, mediador británico, se aprove­
chó hábilmente de las divisiones argentinas y de la actitud pro europea de los
unitarios enfrentados a los federalistas para impulsar el gobierno de Buenos Aires
a renunciar a la exigencia de que la Banda Oriental formara parte de Argentina. Al
mismo tiempo, hizo ver a los brasileños que tratar de retener a un Uruguay rebelde
bajo su dominación seria contrario a las tendencias de la historia y constituiría 3a
fuente de graves dificultades posteriores. Utilizando su fuerza económica, Gran
Bretaña ofreció beneficios a ambas potencias si aceptaban sus propuestas, y
desventajas si se le oponían. La propuesta inglesa, que fue finalmente aceptada por
las partes, era la de erigir la Banda Oriental en república independiente. Brasil y
Buenos A ires aceptaron la idea, y firmaron el tratado preliminar de 1828 sobre la
base del respeto a la soberanía y la independencia uruguayas. Lord Ponsonby
triunfaba. En sus informes al gobierno británico, señalaba que un Uruguay indepen­
diente constituiría el m otivo de rivalidad entre Brasil y Argentina, e impediría que
esas pdtencíás, solas ó conjuntamente, controlaran en forma cxcluyente el estuario
del Río de la Plata. Un Uruguay independiente, Estado tapón entre dos gigantes,
sería controlable por la potencia británica que, de este modo, mantendría abierto su
acceso al Río de la Plata y, por él, a los grandes ríos de Sudamérica.
104 □ Relaciones internacionales de América Latina

Sin embargo, en los años posteriores a la firma del tratado preliminar, Argentina
realizó nuevos intentos por Implantar su influencia en Uruguay, en contra de las
influencias brasileña e inglesa. Por ello, continuó la pugna política y diplomática
— y finalm ente militar— entre Buenos Aires y Brasil (asistido por las potencias
industriales y financieras de Europa).
Juan M anuel de Rosas, electo gobernador de Buenos Aires en 1829, fue la
figura nacional argentina que dirigió la larga lucha contra Brasil y la penetración
británica, y que se manifestó en favor de la gradual integración de Uruguay a la
confederación riopiatense. Hasta hoy día, el carácter y la significación histórica de
Rosas son objeto de apasionadas polémicas entre los argentinos. Los liberales y la
izquierda tradicional lo consideraban como tirano reaccionario y negativo. En
efecto, sus métodos de gobierno fueron duros y a veces crueles, y su base de
sustentación social, aunque incluía a los gauchos y a otros sectores del pueblo
común, tenía como factor importante a terratenientes provincianos de mentalidad
elitista y antidemocrática. Sus tendencias reaccionarias se mostraron sobre todo en
el aplastamiento de la rebelión de los demócratas de la “Joven Argentina” o
Asociación de Mayo. Pero, por el otro lado, los nacionalistas — no sólo de viejo cuño
conservador sino también los del nuevo tipo antiimperialista— señalan que Rosas
se enfrentó con coraje a los grandes intereses económicos extranjeros que preten­
dían dominar y satelizar Argentina. También defendió tenazmente las posibilidades
de desarrollo de una industria autónoma nacional contra la penetración del imperia­
lismo comercial. Si bien es cierto que favoreció a los grandes estancieros de la
pampa, también protegió y amparó los intereses de los pequeños productores y, con
ellos, los de las clases populares del interior. Frente a la hegemonía económica del
extranjero y de la oligarquía comercial de Buenos Aires, Rosas defendió la
autonomía del desarrollo nacional y los derechos económicos y sociales de las
mayorías no vinculadas al comercio de importación y exportación.
Com o gobernador de la más importante de las provincias argentinas, respalda­
do por el Partido Federal ista, Rosas promovió la firm a de un pacto de confederación
que sustituyera la inoperante Constitución unitaria, cuyo efecto había sido, por
reacción, la separación total de las provincias. El Pacto del Litoral, del 4 de febrero
de 1831, unió en Confederación a Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes.
El gobierno de Buenos Aires asumió la representación de los confederados en el
exterior y se encargó de las relaciones internacionales del conjunto.
Después de su reelección en 1835, Rosas asumió poderes dictatoriales y
extendió su autoridad sobre toda la nación argentina. Como parte de un programa
nacionalista, el mandatario bonaerense elevó los aranceles que gravaban la impor­
tación de mercancías extranjeras. Esa medida, adoptada en 1835, constituía una
réplica a la acción que tomaron los ingleses en 1833, al reocupar las islas Malvinas
que habían dejado sin ocupación efectiva en 1774.
Aparte de su programa proteccionista, que golpeaba los intereses europeos,
Rosas se proponía obtener el control del acceso al río Paraná, a fin de cerrar esta
importante y estratégica vía a los navios de las grandes potencias. Al actuar de ese
modo, Rosas se hizo portavoz de lá causa del control nacionalista sobre las grandes
vías de comunicación latinoamericanas y propugnador del desarrollo nacional
independiente.
Brasil, por el contrario, mantuvo su línea de alianza con los intereses británicos.
Consolidación de naciones y hegemonía comercial inglesa (1828- ¡852) □ 105

Esa línea no sufrió cambios por la abdicación del emperador Pedro I, ocurrida en
1831. La abdicación del monarca obedeció a presiones de los liberales, desconten­
tos por el centralismo y ía tendencia autoritaria que caracterizó su reinado. Ju nto con
la oligarquía agrícola, que constituía la principal clase dominante, ascendieron en
el ámbito de la toma de decisiones los grupos mercantiles y profesionales de las
ciudades. Las diversas provincias del vasto país obtuvieron un mayor grado de
autonom ía frente a la capital imperial. Sin embargo, nada cambió con respecto a la
actitud abierta y com placiente ante el comercio inglés y francés. Los grandes
productores y exportadores de azúcar y café coincidían con ias capas medias
liberales — las primeras por interés y las segundas por principios ideológicos— en
el mantenimiento del libre intercambio con el exterior. Por ello, en la larga pugna
contra Rosas, los brasileños pudieron seguir contando con el apoyo de las potencias
europeas. De recabar y cultivar ese apoyo se ocuparon los gobernantes de la
Regencia (1831-1840), y luego el nuevo emperador, Pedro II, quien asumió el
mando imperial en 1840, a la edad de quince años.
El interés brasileño coincidía con el de las potencias europeas en tratar de evitar
que Rosas extendiera su influencia — aunque fuese indirectamente— sobre Uní-
guay, llevando ese país al área del nacionalismo económico argentino. Para el
gobierno brasileño, la necesidad de impedir que Uruguay fuese a parar en el campo
argentino se vio acrecentada por las secesiones que el imperio sufrió durante los
años de la regencia. De 1834 hasta 1845 existió un régimen secesionista en Río
Grande do Sul. Brasil temía que una derrota sufrida en Uruguay pudiera alentar a
los secesionistas, no sólo riograndeses sino también de otras provincias, derivando
en el desmembramiento del país.
Objetivamente, en vista de la gran superficie y la población numerosa de Brasil
y Argentina, puede caracterizarse la pugna entre los dos países en la época de Rosas
com o una lucha por la subhegemonía sobre la mitad Atlántica de Sudamérica.
Subhegemonía porque la potencia dominante, en última instancia, por su poderío
com ercial y naval, fue Gran Bretaña. Brasil trataba de asegurar su posición
dominante actuando en alianza con el dueño principal, mientras que Argentina
afirmaba sus aspiraciones subhegeinónicas mediante la rebelión nac ionalista contra
el gran actor externo.
Uruguay se convirtió en foco de conflicto a partir del año 1836. En 1830 esa
república había adoptado su Constitución y elegido a la presidencia al general
Fructuoso Rivera, cuyo rival político era el general Lavalleja. Mientras Rivera era
liberal y partidario del libre comercio internacional, Lavalleja era nacionalista,
proteccionista y amigo de Rosas. La posición política de Rivera se plasmó en el
Partido Colorado, y la de Lavalleja en el Partido Blanco. En 1834 fue elegido
presidente de la República el general Manuel Oribe, partidario de Lavalleja y de los
blancos. Rivera no toleró por mucho tiempo la política pro Rosas del gobierno
blanco y se alzó en su contra en 1836. Así comenzó una larga guerra civil uruguaya,
entre los colorados de Rivera, apoyados por Brasil y los intereses capitalistas
europeos, y los blancos de Oribe, respaldados por la A rgentina de Juan M anuel de
Rosas. L a existencia, en Rio Grande do Sul, del gobierno secesionista de Bento
Gongalves complicó el asunto, tejiéndose múltiples intrigas entre riograndeses,
brasileños y colorados uruguayos.
La participación argentina en la guerra civil uruguaya se hizo cada vez más
106 Q Relacione.s internacionales de América Latina

directa, debido a que Rivera y los colorados disfrutaban del apoyo activo de
unitarios argentinos, antirrosistas. Entre ellos se destacó principalmente el general
Lavalle. Por la presencia de sus enemigos en Uruguay, Rosas se sintió impulsado,
a su vez, a buscar la más estrecha coordinación entre sus fuerzas y las de Oribe.
Pronto se llegó al establecimiento de dos gobiernos rivales y enemigos en Uruguay:
Rivera, apoyado por los sectores vinculados al com ercio con el extranjero, tomó
M ontevideo y se proclamó Presidente; Oribe, apoyado por gauchos y estancieros no
vinculados al comercio ultramarino, formó otro gobierno en Cerrito.
En 1838 Rosas tuvo un conflicto con Francia, con el resultado de que esa
potencia comenzó a actuar de forma más directa en contra de Rosas y de Oribe, y
en favor de Rivera y los antirrosistas. Desde 1835 Francia había mostrado su
disgusto ante la elevación de los aranceles argentinos. Además, el gobierno de
Buenos Aires comenzó a reclutar ciudadanos extranjeros para servir en las fuerzas
armadas argentinas. Ello provocó vehementes protestas francesas. En 1838, ante el
reclutamiento de algunos franceses y la prisión de otros, el almirante francés Le
Blanc presentó un ultimátum que Rosas rechazó. Por ello, desde marzo de 1838
hasta.octubre de 1840, la flota francesa bloqueó la costa argentina, pero sin que se
llegase a una declaración de guerra. Rosas, con el indudable respaldo de una nación
argentina que se sentía amenazada en su dignidad y su soberanía nacional, resistió
el bloqueo sin vacilaciones y con éxito. El bloqueo contribuyó a fomentar el
desarrollo agropecuario y manufacturero de las provincias argentinas del interior,
diversificándose la economía del país y logrando una mayor autonomía ante las
fuerzas capitalistas externas.
La flota francesa, además de bloquear Buenos Aires, protegía M ontevideo y
daba ayuda militar y económica a Rivera quien, sintiéndose fuerte y soberano,
declaró la guerra a Rosas en 1839. El gobernador de la provincia argentina de
Corrientes, Domingo Cullen, se rebeló contra Rosas e hizo causa común con Rivera
y Lavalle. Sin embargo, Rosas y Oribe, en campañas enérgicas y audaces, derrota­
ron la alianza unitaria colorada con su respaldo brasileño y francés. Cullen fue
capturado y fusilado.
En 1840 el bloqueo francés fue suspendido, con lo cual quedaron debilitados
Rivera y Lavalle, y Rosas se fortaleció. El motivo de la suspensión lo constituyó la
grave crisis en las relaciones franco-inglesas, causada por la rivalidad de las dos
potencias en el Cercano Oriente. Ante el peligro de un conflicto bélico con Gran
Bretaña, los franceses estaban ansiosos por concentrar sus fuerzas navales. Antes
de retirarse de Argentina, suscribieron un acuerdo con Rosas, más positivo para éste
que para ellos. A cambio del compromiso de Buenos Aires de respetar la indepen­
dencia de Uruguay y otorgar a Francia la cláusula de la nación más favorecida en
las relaciones comerciales, los franceses retiraron su apoyo a Rivera y a los unitarios
argentinos, y pusieron fin al bloqueo de la costa bonaerense.
Abandonado por sus aliados franceses, Rivera se replegó y se atrincheró en
Montevideo. A partir de 1841, una escuadra argentina al mando del almirante
Brown bloqueó la capital uruguaya. En 1843 el general Oribe, con respaldo rosista,
se apoderó de todo el territorio uruguayo, excepto M ontevideo, quedando esta
últim a sitiada por tierra y por mar. Rivera trató de convencer a los brasileños de que
intervinieran masivamente en Uruguay para salvar a ese país de ser anexado por la
A rgentina en violación del Tratado de 1828.
Consolidación de naciones y hegenxonía comercial inglesa ( i 828-1852) □ 107

Para im pedir una intervención brasileña, Rosas propuso al gobierno de Río de


Janeiro las bases siguientes: Brasil dejaría de ayudar a los colorados y aceptaría que
Rivera fuese expulsado del territorio uruguayo; Oribe quedaría como Presidente; a
cam bio de ello, Buenos Aires se comprometería a respetar la independencia de
Uruguay y a desistir de cualquier intento de incorporarlo a la Confederación del Río
de la Plata. Brasil no estuvo dispuesto a llegar hasta el reconocimiento a Oribe; por
ello, no hubo acuerdo.
Inglaterra y Francia, reconciliadas, no estaban dispuestas a tolerar la interrup­
ción definitiva de su comercio con Uruguay, así como tampoco a permitir que
M ontevideo — defendida por colorados uruguayos, unitarios argentinos y la briga­
da italiana de Garibaldi— cayese en manos de Oribe y, así, indirectamente, de
Rosas. Exigieron que el almirante Brown levantara el bloqueo a M ontevideo, pero
Rosas se negó a adm itir esa exigencia.
Ante la intransigencia del mandatario de Buenos Aires, Inglaterra y Francia
conjuntam ente enviaron escuadras a bloquear la costa de Buenos Aires, a fin de
forzar a Rosas a retirarse de Uruguay y, al mismo tiempo, poner fin a su política
económ ica nacionalista.
Este bloqueo salvó a M ontevideo y a los colorados uruguayos, y golpeó a
Argentina. Sin embargo, Rosas resistió con tanto éxito que, en 1849, Inglaterra
levantó el bloqueo y reconoció el derecho del gobierno de Buenos Aires a controlar
los accesos a los ríos interiores. Un año después, en 1850, Francia suscribió un
acuerdo similar y, a su vez, puso fin al bloqueo.
Pero Brasil no dejó de buscar la ocasión para golpear decisivamente al
mandatario nacionalista argentino. Las potencias europeas, pese a su retiro de la
acción directa, apoyaban las iniciativas antirrosistas del gobierno de Río de Janeiro.
En vista de que Oribe había efectuado incursiones en territorio brasileño, tropas de
ese país ocuparon Quarai. En 1850 Rosas rompió las relaciones diplomáticas con
Brasil.
En 1851 se alzó contra Rosas el gobernador de Corrientes, Justo José de
Urquiza, y firmó un tratado de alianza con los gobiernos colorado de Uruguay y de
Brasil. El 18 de agosto de 1851 Rosas declaró la guerra a los aliados. En diciembre
del mismo año, éstos iniciaron su ofensiva bajo el mando de Urquiza. Rosas pudo
contar hasta lo último con el apoyo de los gauchos para defender el régimen
confederal, pero los elementos más decisivos del interior argentino le volvieron la
espalda: las contradicciones de su política, sem ipopulary semioligárquica, protec­
cionista pero sin llegar a una verdadera estrategia de desarrollo nacional, patriótica
pero dictatorial y represiva, le restaron fuerzas.
El 3 de febrero de 1852, en la batalla de Caseros, Rosas sufrió la derrota
definitiva y se refugió en un barco inglés, buscando el amparo de sus antiguos
adversarios.
Poco después, Urquiza asumió la presidencia provisional, que se transformó en
constitucional luego de proclamada la Constitución Nacional de la República
Argentina. Los unitarios dieron el toque final a una obra de unificación nacional
que, en el fondo, había sido llevada acab o bajo la dirección de Rosas y én nombre
del federalismo.
Con la caída de Rosas, quedó consolidada la integridad e independencia de
Uruguay, así como el equilibrio de fuerzas entre Argentina y Brasil.
108 □ Relaciones internacionales de América Latina

Brasil; el problema de la trata de esclavos

Aunque Brasil generalmente llevó a cabo una política de alianza y colaboración


con Gran Bretaña, no existió una armonía total entre los dos países. Desde la
independencia brasileña hasta 1865, hubo periódicas disputas entre el gobierno de
Río de Janeiro y el de Londres con motivo de la cuestión de la trata de esclavos
negros.
Después de haber sido durante el siglo XVIÍ la principal potencia traficante de
negros — las grandes fortunas mercantiles inglesas, que fueron la base para el
desarrollo posterior del capitalism o manufacturero tuvieron su origen en la impor­
tación de esclavos africanos al Nuevo Mundo— , Inglaterra suprimió ese comercio
en sus colonias en 1807. La ley que abolió la trata de negros se debe a los esfuerzos
humanitarios de reformistas liberales y cristianos encabezados por W ilberforce,
autor del proyecto legislativo correspondiente. Gran Bretaña, que en el Tratado de
Utrecht de 1713 había obtenido el Derecho de Asiento para las colonias españolas
y las había abastecido de mercancía humana, en menos de un siglo se convirtió en
la abanderada de la supresión del comercio de negros. Ello tenía su origen en hechos
económicos: el auge del capitalismo inglés demostró las ventajas del trabajo
asalariado sobre ei trabajo esclavo; además, las colonias inglesas del Caribe,
productoras de azúcar, estaban saturadas de mano de obra africana y no necesitaban
de importaciones adicionales. Ante esa situación, el sistema social británico podía
permitir que aflorara y triunfara el humanitarismo. W ilberforce y sus compañeros
de lucha actuaron con una sinceridad absoluta, pero su campaña tuvo éxito porque
las condiciones económicas lo permitían. Además, no necesitando importar más
esclavos de Africa, Inglaterra tenía interés en impedir que otros países aumentaran
sus reservas de mano de obra para la producción azucarera y de otros renglones
agrícolas. Si los ingleses presionaban continuamente a Brasil para que dejara de
importar esclavos, ello no sólo se debía a razones humanitarias sino, igualmente, al
deseo de im pedir que el noreste brasileño compitiera exitosamente con las Antillas
británicas en la producción de caña de azúcar.
En 1815, bajo presión inglesa, el Congreso de Viena resolvió fomentar la
abolición, en rápidas etapas, de la trata internacional de negros. Al mismo tiempo,
Inglaterra convenció a Portugal para que suscribiera un convenio para la supresión
de la trata en Africa al norte del Ecuador. En 1817 fue firmado otro tratado más
completo entre Portugal y Gran Bretaña: los dos países establecieron comisiones
mixtas para velar por la eliminación del comercio de esclavos al norte de Ecuador;
los barcos de ambas potencias ejercerían funciones de policía marítima. Cuando en
1825 Gran Bretaña reconoció la independencia de Brasil, insistió en que el gobierno
imperial ratificara su adhesión al instrumento de 1817. Por fin en 1826 los británicos
lograron que Brasil suscribiera otro tratado adicional. Este instrumento previó la
supresión definitiva del tráfico de esclavos tres años después de la ratificación, y la
liberación de todos los negros importados ilegalmente después de esa fecha. Así
mismo, se mantendrían las comisiones mixtas y existiría el derecho de visita en alta
mar hasta 1843, para asegurar el cumplimiento de lo dispuesto.
El convenio de 1826 jamá-s tuvo el consentimiento o el apoyo de los grandes
hacendados brasileños que, para poder ampliar su producción de azúcar y café,
aspiraban a importar mano de obra del exterior. Les parecía que la única forma de
Consolidación de naciones y hegemonía comercial inglesa (1828-]852) □ 109

conseguir dicha mano de obra era importando esclavos; la otra, consistente en


ofrecer jornales decentes para atraer a trabajadores libres, iba en contra de sus
costumbres y de su arraigado egoísmo. Por ello, los hacendados presionaron para
que Brasil incumpliera el Tratado de 1826, demorando su ratificación y dejando que
continuara la importación de esclavos africanos.
En teoría, la abolición de la importación de esclavos a Brasil debía entrar en
vigencia en 1833, pero precisamente en esa fecha se incrementó dicha importación.
En los años siguientes, esclavos africanos adicionales fueron traídos ilegalmente a
Brasil, en número de por lo menos 50.000 cada año. Los contrabandistas de negros
eran en su mayoría portugueses; se trataba de bribones de la peor calaña, capaces
de cualquier atrocidad. Las autoridades de Angola, así como el cónsul de Portugal
en Río, eran cómplices del negocio, y el gobierno brasileño no hizo nada para
suprimirlo. E sa situación trajo múltiples incidentes, motivados por las acciones de
barcos británicos contra otros que navegaban bajo pabellón brasileño.
En 1845 el gobierno brasileño denunció el convenio de 1826. Com o réplica a
ello, Inglaterra promulgó la Ley Aberdecn, según la cual la flota de Su Majestad
ejercería unilateralmente las funciones de policía en los mares y suprimiría el tráfico
de negros, asimilándolo a la piratería. La primera reacción brasileña fue de desafío.
En represalia por la Ley Aberdeen, Brasil restringió la libre navegación de los
ingleses en el Amazonas y el Alto Paraná. La importación de esclavos continuó: más
de 250.000 entre 1845 y 1850.
Pero en 1850 Brasil cedió. En primer lugar, sus productores agrícolas se
encontraban saturados de esclavos; en segundo término, el gobierno temía que la
continuación de la querella con los ingleses pudiera inducir a éstos a reconsiderar
su política sudamericana de conjunto, y a favorecer a los argentinos más que a los
brasileños. Por ambos motivos, en 1850 fue dictada la Ley Eusebio de Queirós, a
través de la cual se daba cumplimiento a io convenido con los ingleses. Se decretó
la abolición y la supresión del tráfico de esclavos (aunque no de la esclavitud como
institución interna del país); se ordenó la libertad de los africanos que en lo sucesivo
fuesen traídos ilegalmente; se crearon tribunales especiales de marina para juzgar
con m áxim a severidad a los traficantes de esclavos que fuesen capturados; y se
dispuso expulsar de Brasil a los extranjeros implicados en la trata de negros. Con
ello, quedó abierto el camino para la anulación de la Ley Aberdeen y el restableci­
miento de relaciones armoniosas entre Brasil y Gran Bretaña,

Resumen

La hegemonía comercial inglesa sobre la América Latina em ancipada del


control político de España y Portugal, produjo una nueva dependencia de tipo
semicolonial: tuvo un efecto negativo sobre la industrialización latinoamericana.
Algunos países, como Brasil, se mostraron inclinados a abrir sus mercados
cabalmente a la penetración de las mercancías europeas, en tanto que otros, como
é l Paraguay de Rodríguez Francia, adoptaron conductas nacionalistas yprÓ vocSon
antagonismos entre las potencias hegcmónica-s.
M éxico fue víctim a, durante el lapso estudiado en este capítulo, del
expansionismo de Estados Unidos. Mientras la sociedad mexicana permaneció
----- Tabla 4

110
Tabla cronológica IV

□ Relaciones
Año E stados Unidos C e n tro a m é ric a Zona C hile, Perú y Río de la Plata
y M éxico y el C a rib e G rancolom biana Bolivia y B rasil

internacionales de América Latina


1828 A rce entrega el poder Santa C ruz, sucesor de S u ­ Independencia de Uruguay
cre
1829 A dam s trata de com prar Rosas, gobernador de Buenos
Texas Aires

1830 Lucas A Jamán, m inistro M orazán. presidente D esintegración de la Gran


-
C olom bia

1831 A nglo-texanos piden Pacto del Litoral. A bdicación


exención de Pedro I

1832

1833 Inglaterra reocup a las Mal vi ñas.


'
Problem a de la trata de escla­
vos

1834 Rebelión de Rfo Grande del


Sur. Oribe, presidente de U ru­
guay.

1835 Texas pierde su autono­ L ucha civil en Perú Rosas es reelecto.


m ía

1836 Texanos se alzan. El A la­ R ebeliones contra C reación de la C onfedera­ C om ienza la guerra civil uru­
mo. San Jacinto. Texas M orazán ción Peruano-Boliviana guaya
independiente

----- T abla 4 (cont.)

------------------------ --
Tabla cronológica IV

A ño E s ta d o s U nidos C c n tro a m é ric a Zona Chile, Perú y R ío d e la Plata


y M éxico y el C a rib e G rancolorabiana Bolivia y Brasil

1837 /EEU U reconoce la inde­ Chile ataca a Perú-B olivia


p e n d e n c ia texana

1838 Texas establece relacio­ A rgentina, y Chile po r se­ Francia bloquea Buenos Aires
nes con Inglaterra y F ran­ • gunda vez, atacan a Peni-
cia. Conflicto entreM éxi- Bolivia.
co y Francia

1839 D esintegración de Desintegración de la


Centroam érica
Consolidación de naciones y hegemonía comercial inglesa

C o n fe d e ra c ió n P e ru an o -
Boliviana

1840 M orazán huye. A poyo de Fin del bloqueo francés


E EU U a España en Cuba

1841 Argentin a bloquea M ontevideo

1842 R e to rn o y m u e rte de
M orazán

1843 M uerte de Boyer O ribe avanza. Negociaciones


Argentina-Brasil

1844 Houston exige la anexión Santo D om ingo, indepen­


diente

1845 E EU U proclam a la ane­ Lucha civil en Ecuador D em ostraciones navales an-


xión de Texas glo-francesas. B loqueo inter­
m itente a Buenos Aires
( 1828- 1
112 □ Relaciones internacionales de América Latina

ca ~
o
3 a o
=J
t *r»-*
Æ S’
CJ
"O o
CJ
Û VÎ
rt
> i/i
o
rt C¿
fc iu
-o
s
c3 CJ
3
bc;O «
U

>1
2 CU
£ :e
iS
G

« x>
o « g
*5c g l
'O N 8
O «c
C
O O
fc-
«
XI
cS O
l/> NI
H
3
cr I3 ‘o
u.
ffí 'O
<S¡
CO Z
O i
c aj
o
41
-o «
c: 'O
'O U o
o
a
c,
"O
«
■VO tsj «O
e
í3 CXoCu, Oí
o X "O
O h U3 >4

*J 4>
O,
tí *5
4)
3 ~0 •a
M flí u
</> n 3 c
ü
o CÖ Ü
s
'S o & <o
e o
D X & 4>
W'O O o o
•o CJ5 -O
c °o Ä
^
o ► á--'4>
s w
rz¡ nj
li
-O
u_ « -o IO ,¡\
& Sty>
^ ' h ir £ V tí. o
£
J3
«
o v-rrO '=í
oo
t
CT\ O
Vi u~)
rl
v> r"
iT>i
te OQ oo oo oo oo oo oo oo
<
Consolidación de naciones y hegemonía comercial inglesa (1828-1852) □ 113

estancada y dom inada por una oligarquía terrateniente semifeudal, la nación


norteamericana vivió un dinámico crecimiento territorial, demográfico, agrícola y
m anufacturero. Aunque en la región del Sur se consolidó el sistema esclavista, en
su conjunto, Estados Unidos desarrolló estructuras burguesas y capitalistas. El
crecim iento capitalista, combinado con las apetencias territoriales de los grandes
terratenientes del Sur, alentó un espíritu expansionista que se expresó por la doctrina
del Destino M anifiesto, y se dirigió concretamente hacia el Caribe y hacia México.
La rebelión contra las autoridades mexicanas de los núcleos angloamericanos
establecidos en Texas y en California llevó a una guerra de conquista estadouniden­
se contra su vecino del Sur, que llevó a que la potencia norteña, en 1848, se anexara
la mitad del territorio de México.
Durante ese periodo, la América Central fue objeto de una pronunciada
rivalidad económica y política entre Inglaterra y Estados U nidos. Dentro del cuadro
de esa rivalidad, Centroamérica se esforzó por establecer y mantener su unidad
nacional, basada en la Capitanía General de Guatemala, que había abarcado en la
época colonial todo el istmo, excepto Panamá. La labor unificadora de Francisco
M orazán fracasó ante las fuerzas centrífugas. Oligarcas feudales y liberales
anticentralistas coincidieron en oponerse a la fórmula defendida por el héroe
hondureño. Los “imperialismos liberales” inglés y norteamericano se aprovecharon
de la división centroamericana para penetrar y captar zonas de influencia. El motivo
más importante de su pugna lo constituyó la posibilidad de que tanto uno com o otro
pudiese construir en el futuro un canal interocéanico y controlar el tránsito mundial
entre el Atlántico y el Pacífico. El Tratado anglonorteamericano Clayton-Bulwer de
1850 produjo cierto alivio en la tensión entre los dos países, y derivó en un
provisional “condominio” o, por lo menos, un equilibrio entre ambos en la América
Central.
M ientras tanto, Cuba fue a su vez objeto de la codicia expansionista norteame­
ricana e inglesa, conservando Estados Unidos una clara ventaja al respecto. Varias
veces se efectuaron intentos norteamericanos (movilizados sobre todo por la
oligarquía sureña) para apoderarse de la isla. Al mismo tiempo, Santo Domingo se
liberó de la dominación haitiana bajo la cual había estado hasta 1844 y, una vez
independizada, vaciló entre una política exterior pro norteamericana y otra orien­
tada a buscar nuevamente la tradicional protección de España.
Bajo el efecto de las fuerzas centrífugas inherentes a una sociedad semifeudal,
la Gran Colom bia se dividió y sus tres países integrantes sufrieron una creciente
dependencia económica y diplomática respecto de Gran Bretaña. España amenazó
en ciertos momentos la soberanía de Ecuador y por ello se reunieron dos congresos
latinoamericanos en defensa común contra el antiguo colonialismo.
Perú y Bolivia se unieron temporalmente en una confederación, pero esta
modificación del equilibrio sudamericano provocó la intervención militar de Chile
y A rgentina contra los países confederados. El “imperialismo liberal” británico
apoyó a Chile contra el ensayo confederal.
En el lapso analizado en este capítulo, Argentina y Brasil vivieron en aguda
rivalidad. Él autoritarismo nacionalista de Juan Manuel de Rosas es tuvo enfrentado
al poder imperial brasileño, que era favorable a los intereses y la influencia de
Inglaterra y Francia. Uruguay, dividido entre colorados y blancos, constituyó el
principal escenario de esa gran pugna geopolítica. Finalmente, el nacionalismo
114 □ Relaciones internacionales de América Latina

argentino fue derrotado y la influencia británica Ju n to con la de Brasil, se fortaleció


en el Cono Sur.
No obstante su fundamental amistad con los ingleses, Brasil tuvo roces con
ellos, con motivo del problema de la trata de esclavos negros. Dichos desacuerdos
y querellas se prolongaron hasta 1850.
En general, se trata de una época durante la cual Latinoamérica se divide
definitivam ente en Estados separados, a la vez que Inglaterra, y en m enor grado
Francia, implantan una hegem onía semicolonial sobre el subcontinente. En el área
del Caribe y de Centroamérica, la dominación semicolonial británica comienza a ser
desafiada por Estados Unidos, la nueva potencia que inicia su expansión hacia el Sur
a expensas de México.
América Latina, que durante los años de su combate por la independencia
política había sido un actor dinámico en el escenario internacional, vuelve a
hundirse en la pasividad frente al mundo exterior y vive más como objeto que como
sujeto de la historia.
T . El fin del siglo:
Latinoamérica en un mundo en transformación

Este capítulo fue redactado quince años después de haber escrito los textos
precedentes. Entre 1980 y 1995, en el mundo y en América Latina ocurrieron
cambios asombrosos e imprevisibles. Algunas de las interpretaciones y conclusio­
nes que presentamos para 1980, aunque no hayan sido totalmente erróneas, deben
ser revisadas y matizadas a la luz de sucesos posteriores.
Con el afán de asumir los aspectos resaltantes de la historia de los tres lustros
comprendidos entre 1980 y 1995, y de indicar algunos de los retos y las opciones
que enfrenta nuestra región al acercarse al fin del milenio, se examinarán, sucesi­
vamente el cambio global y el cambio latinoamericano, para arribar así al prudente
esbozo de unos posibles “escenarios” futuros.

El cambio global a partir de 1980

La década de los años setenta había sido — como se señaló en un capítulo


anterior— un período de creciente desequilibrio económico, de crisis del poder de
Estados Unidos y de transitorio fortalecimiento de los países en desarrollo. Luego
de un cuarto de siglo de expansión económica mundial casi ininterrumpida, se
comenzó a agotar el modelo tecnoeconómico basado sobre todo en la expansión de
la industria pesada y la incorporación de los recursos materiales y humanos del
Tercer M undo al proceso productivo global. Transformaciones científico-tecnoló­
gicas (creciente importancia de la automatización y la informática), junto con una
mayor escasez de recursos naturales y laborales y el aumento de los costos de
producción, provocaron desajustes y tendencias recesivas ante las cuales los países
desarrollados adoptaron políticas inflacionarias. La “estancación” (stagflatiori)
afectó al mundo entero. Estados Unidos se vio obligado a renunciar al papel
hegemónico que había desempeñado en el ámbito monetario, y a devaluar el dólar
frente al oro a partir de 1971. Al mismo tiempo, la primera superpotencia sufrió
reveses políticos y militares y aceptó la autolimitación de su poder en el escenario
mundial. El Sur (conjunto de países en desarrollo) fortaleció su posición frente aí
Norte industrializado sobre todo a raíz de los sh o c k s energéticos entre 1974 y
1979: por un lado escasez y por otro encarecimiento del petróleo, lo que hizo
aumentar grandemente el poder negociador de los países exportadores de productos
básicos y dio fuerza al planteamiento de la necesidad de un diálogo Norte-Sur
institucionalizado que reformara las relaciones globales entre el tercio rico y los dos
tercios pobres de la humanidad. El relativo auge del poder del Sur se acentuó aún
más por el hecho de que el Norte, para reciclar los petrodólares y aliviar la presión
inflacionaria en su seno, efectuó enormes transferencias de recursos financieros
hacia los países en desarrollo, bajo la forma de préstamos o créditos otorgados con
256 O Relaciones internacionales de América Latina

reducidas tasas de interés y otras condiciones ventajosas. Pero esas tendencias


favorables a una redistribución del poder mundial en beneficio del Sur llegaron a un
brusco fin en 1980, año a partir del cual el Norte reconquistaría con creces su
posición hegemónica frente a las regiones no desarrolladas.
En el plano económico mundial, la “estanflación” de los años anteriores se
convirtió en recesión inconfundible, con crecientes índices de desocupación laboral
y de quiebra de empresas vulnerables. El gasto deficitario, recom endado por
Keyncs medio siglo antes, ya no representaba una solución, en vista de la gravedad
de los déficit fiscales existentes. Para combatir la recesión y efectuar las transfor­
maciones tecnológicas indispensables, los centros financieros e industriales adop­
taron políticas basadas en la reducción del gasto público y del papel económico y
social del Estado, el fortalecimiento del poder del sector privado dirigido por
grandes empresas trans nació nales (ETN), el debilitamiento de las clases trabajado­
ras sindicalizadas, la repatriación de los fondos transferidos al mundo no desarro­
llado en los años precedentes y el sometimiento general del Sur a los dictados
económicos y políticos del Norte. Al mismo tiempo, endurecieron su estrategia en
contra del bloque soviético cuyo mensaje tendencialmente socialista obstaculizaba
las políticas occidentales, a la vez que convenía justificar, como parte de la lucha
contra la recesión, un nuevo aumento de los gastos militares.
Tanto el bloque soviético como el Tercer Mundo a fines de los setenta y
com ienzos de los ochenta, ofrecían aparentes justificaciones a las potencias de
Occidente para su endurecimiento estratégico. Para finales de 1979 el gobierno de
Leonid Breznev efectuó una intervención armada en Afganistán que, técnicamente,
violaba las delimitaciones trazadas de común acuerdo entre los bloques. Aunque
Afganistán tenía un régimen aliado al de Moscú, en teoría formaba parte del mundo
no alineado. Pese a que el gobierno de Kabul estaba bajo ataque de fuerzas
tradicionales musulmanas apoyadas por Pakistán y la CIA, la réplica militar
soviética — por su carácter masivo y “oficial”— fue interpretada en Occidente
como intento “expansionista”.
Así mismo, el Tercer Mundo ganó una mala imagen ante los pueblos occiden­
tales, en prim er término por la acción de la OPEP para elevar los precios del petróleo
durante los años 1974-1979, acentuando la presión inflacionaria mundial, y en
segundo lugar por algunas iniciativas extremistas de la “revolución islámica” que
estalló en Irán en 1979.
Para aplicar la nueva línea dura contra el Este y el Sur, el Occidente industriali­
zado necesitaba líderes políticos duramente conservadores y los encontró en las
personas de M argaret Thatcher, designada primer ministro de Gran Bretaña en
1979, y Ronald Reagan, electo presidente de Estados Unidos a fines de 1980. La
señora Thatcher, surgida del ala derecha del Partido Conservador, era abanderada
de una contrarrevolución económica neoliberal que liquidara el dirigismo im plan­
tado por los laboristas junto con el benéfico pero costoso W elfare S ta te al cual se le
responsabilizaba de la inflación y de la baja productividad. Al mistno tiempo, la
nueva gobernante británica prometía rescatar el prestigio de su país en el plano
internacional y reafirm ar un liderazgo subimpcrial, disminuido pero todavía posi­
ble.
Ronald Reagan, por su parte, durante su primer mandato de 1981 a 1985, realizó
una política que m ostraba los rasgos siguientes:
El fin del sigla: Latinoamérica en un mundo en transformación □ 257

a) Internamente, el debilitamiento de los mecanismos de control público


federal, de previsión social y de protección a las minorías étnicas y culturales,
construidos a lo largo de los pasados cincuenta años a través del “Nuevo Trato" de
Rooseveit, el “Trato Justo” de Truman, la “Nueva Frontera” de Kennedy y la “Gran
Sociedad” de Johnson. Ahora, por el contrario, en nombre de un "‘recio individua­
lismo” se ayudó a los estratos dirigentes del sector privado a.m axim izar sus
ganancias. Decreció la solidaridad social, se desestimó la noción de igualdad y
disminuyó la tolerancia hacia los estilos de vida no convencionales.
b) Frente al bloque comunista, el retorno a la retórica de la guerra fría y una
política armamentista que parecía buscar, no tan solo el debilitamiento de un
equilibrio amenazado, sino la superioridad militar del bloque occidental. El
presidente Reagan reideologizó la posición anticomunista refiriéndose a la Unión
Soviética com o el “Imperio del M al”.
c) En el ámbito económico internacional, no obstante una retórica teóricamente
neoliberal y antiproteccionista, se aplIStFüna política encaminada a dar ventaja y
prepotencia comercial a Estados Utij^o§^P^ra subsanar o aliviar los déficit de la
balanza externa y del presupuestoTeSé^l;Estados Unidos elevó radicalmente las
tasas de interés y aplicó medidas proteccionistas arancelarias y sanciones o
represalias com erciales a sus competidores de Europa, de Asia oriental y de las
regiones en desarrollo. Las altas tasas de interés y la reducción de preferencias
comerciales alentaban la fuga de capitales del Sur hacia el Norte a la vez que
cerraban el acceso de aquél a los mercados de éste.
d) Con respecto a los métodos de la acción política internacional, la adminis­
tración Reagan se apartó del muitilateralismo y mostró indiferencia ante instrumen­
tos y mecanismos jurídicos. Se redujo ía participación de Estados Unidos en las
Naciones Unidas y los organismos internacionales especializados. El gobierno de
Washington efectuó intervenciones armadas y apoyó activa y abiertamente m ovi­
mientos subversivos dirigidos contra gobiernos “hostiles” o “no amistosos” , a la vez
que negó la com petencia de la Corte Internacional de Justicia para calificar la licitud
de tales medidas militares unilaterales.
Ideológicamente, la “libertad” pregonada por Estados Unidos en esta etapa
como mensaje al resto del mundo se refirió fundamentalmente a la libertad
económica más que a la dem ocracia política. De manera general, las ETN y los
“tanques de reflexión” y medios de comunicación social que controlaban se unían
al poder político del Norte para difundir y machacar insistentemente un “discurso
dominante” que los norteamericanos califican de “neoconservador” (los europeos
prefieren el término de “neoliberal”). Acaso la calificación de “neoconservador”
sea la más exacta y apropiada, en vista de que el término “liberal” tiene dos
aceptaciones: en su expresión económica denota el concepto “burgués” o conser­
vador de la iss e .r fa ir e , en tanto que en la dimensión política define una progresista
preocupación por el libre desenvolvimiento de la personalidad humana. “Conser­
vador” es el vocablo preciso para definir a quien defiende la economía clásica o
neoclásica y el predominio de los sectores capitalistas o empresariales sobre los
grupos asalariados y medios. (Un caso aparte lo constituyen los conservadores
tradicional istas, que más bien tienden a ser ant ¿empresariales y, den tro de una visión
jerárquica, pregonan la generosidad hacia los “humildes”).
El “discurso dominante” manejaba los conceptos de la “globalización” y la
258 O Relaciones internacionales de América Latina

‘‘apertura” económicas. Las tecnologías modernas y la interdependencia mundial


de las unidades de producción efectivamente requieren una visión global de la
econom ía y la apertura de las naciones a la entrada y salida de bienes, servicios,
hombres e ideas. El discurso neoconservador quiere que dicha globalización se
efectúe bajo el exclusivo control de las ETN y de las aparentes “ fuerzas del
m ercado” que, en realidad, son las fuerzas del oligopolio que controla el mercado.
Frente a ello, los defensores de una democracia social argumentan que, si bien es
necesario y deseable la mundialización de las relaciones socioeconómicas, ésta no
debe ser producto del juego de intereses económicos centrados en el afán de lucro,
sino resultado de simétricas negociaciones público-privadas entre factores transna­
cionales, regiones, naciones y sectores sociales. A sí mismo, la réplica democrática
social a los llamados a la apertura consiste en señalar que, si se exige la apertura
simultánea, brusca y total de actores grandes y chicos, los segundos estarán en
desventaja grave frente a los primeros y correrán el riesgo de ser absorbidos por
ellos con pérdida de cualquier identidad propia.
A partir de 1985 surgió una coyuntura internacional distinta a la del lustro
anterior. El sistema comunista centrado en la URSS entró en profunda crisis y
terminó por estallar y desintegrarse. Fundamentalmente, ello se debió a que en su
fase final había adquirido una rigidez que le impedía cualquier adaptación a las
transformaciones científicas, tecnológicas y comunicacionales del mundo.
Contrariamente a los pronósticos de Marx y de Engels, el primer ensayo
socialista revolucionario no se había dado en un país industrialmente avanzado,
sino en una región periférica con un capitalismo incipiente acompañado de resabios
feudales. El socialismo — entendido en su definición teórica como democracia
perfeccionada, en la cual no sólo las decisiones políticas sino también las económ i­
cas y sociales serían tomadas por la mayoría trabajadora manual e intelectual— no
podía prosperar en un país sin tradición democrática, mayori tari ámente campesino
y analfabeto, aislado en un mundo que en su m ayor parte conservó el sistema
capitalista, políticamente dividido entre la vertiente dem ocrática y la fascista.
Probablemente fue inevitable que el poder de los soviets (consejos populares) fuese
sustituido sucesivamente porel poder del partido, luego por el de la dirección central
del partido, y finalmente por la tiranía de un solo hombre. En vez de democrático,
el “socialism o” de la URSS se tornó autoritario y burocrático en extremo, asumien­
do muchas de las características despóticas del zarismo de otros tiempos. Según
Kautsky y Haya de la Torre, no se trataba de un auténtico socialismo sino de un
“capitalism o de Estado” . Trotsky calificó la URSS stalinista de “Estado obrero
degenerado” . El trotskista disidente Max Shachtman definió el sistema soviético
como “colectivismo burocrático”. Finalmente el politologo venezolano José Agustín
Silva M ichelena lo caracterizó como “socialista tendencial”: sin ser realmente
socialista en su manifestación concreta interna, predicaba el socialismo y alentaba
en el mundo exterior las tendencias hacia el ideal socialista. En aras de la sencillez
idiomàtica, aun cuando reconozcamos que el sistema soviético no era realmente
socialista, lo llamaremos “socialismo autoritario”, diferenciándolo del socialismo
dem ocrático o auténtico. ' .
En lo interno, la URSS realizó un proceso de desarrollo material y humano
extraordinario durante sus primeras cuatro décadas, pero desde 1960 en adelante su
centralism o burocrático constituyó un obstáculo para avances mayores. El sistema
El fin del siglo: Latinoamérica en un mundo en transformación □ 259

fue eficaz en la etapa de la industrialización básica, de la educación y culturización


de masas, y del establecimiento de una ruda pero efectiva justicia social. También
lo fue para derrotar al invasor nazi y para reconstruir el país después de la guerra.
Posteriormente, sin embargo, se agotaron las fuerzas creadoras de este sistema o el
burocratismo las asfixió. Su ideología se convirtió en repetición de frases huecas;
la corrupción y el cinismo irrumpieron en su sociedad. Ante los nuevos retos
científico-técnicos que requieren un gran caudal de la flexibilidad, de originalidad
y de iniciativa creadora i ndi vidual, el pesado y anquilosado sistema soviético quedó
sin capacidad de respuesta. El hecho de que Reagan incrementara la presión
armamentista sobre la economía soviética contribuyó a que ésta llegara al límite de
sus posibilidades.
I En 1985, el socialismo autoritario estalló: había que buscar una salida, bien
hacia un nuevo tipo de socialismo democrático y flexible, o hacia la restauración del
capitalismo. Mijail Gorbachov, electo a la jefatura del partido y el Estado soviético
en ese año, quizás quiso hacer lo primero pero terminó encauzando su país hacia la
segunda alternativa. Asombrosamente, jam ás intentó definir sus propósitos en
términos históricos generales. Al aflojar simultáneamente todas las riendas del
poder político y económico y dejarse influir por los aplausos de Occidente,
Gorbachov dirigió — entre 1986 y 1991— un galopante proceso de capitulación y
autoliquidación del imperio soviético y de la URSS misma. Bajo una dirección
política más sagaz tal vez hubiera sido posible una transformación controlada y
sobre todo negociada para que, sin dejar de abrir las puertas a la libertad, se
conservaran elementos válidos de solidaridad social, y sobre todo se mantuviera el
control sobre una esfera geopolítica cuyo súbito colapso creó un vacío y desquició
el equilibrio mundial.
La transformación y posterior disolución de la URSS y su bloque causó alegría
pero también desconcierto en el Occidente industrializado. Se había “ganado la
guerra fría” , la economía de mercado había triunfado decisivamente sobre el
estatismo, pero había que reorganizar el mundo y reemplazar el bipolarismo con
algún nuevo modelo viable.
Estados Unidos, bajo la dirección de George Bush, sucesor de Reagan a partir
de 1989, dio pasos para dirigir la construcción de un “ nuevo orden m undial” en el
cual se mantuviesen alianzas y consensos que normalmente sólo se dan cuando
existe un enemigo común. Había que hal lar razones que justificaran la continuación
de un gasto armamentista indispensable como antídoto a la recesión y que hicieran
necesario y aceptable un liderazgo mundial norteamericano.
Estados Unidos actuó, en com pañía de los otros dos miembros de la “tríada”
predominante —Europa occidental y Japón— para intensificar la pérdida de la
“globalización” y la “apertura”, la preeminencia del sector privado y la dem ocracia
pluralista en escala universal. La potencia norteamericana jugó un rol activo (a
través de la ONU que volvió a servirle de foro idóneo) en el “manejo” de los grandes
procesos de transformación a partir de 1990: la disolución de la URSS, la desinte­
gración de Yugoslavia, la decisión de extender el “paraguas” de la OTAN hacia el
Este para am parar a ios países liberados de la anterior hegemonía soviética; el
abandono por Rusia de su posición estratégica militante en el Oriente M edio y su
aceptación de la hegemonía norteamericana en esa región.
Al mismo tiempo, Estados Unidos encabezó la liquidación o neutralización de
260 O Relaciones internacionales de América Latina

los focos de nacionalismo tercermundista radical. Con el consentimiento de los


nuevos gobernantes rusos, ex protectores deí nacionalismo revolucionario de países
en desarrollo, el presidente Bush y su aparato estratético prepararon y ejecutaron la
exitosa “Guerra del Golfo” de 1991, que golpeó y humilló a un nacionalista
temerario y resultó en la instalación de la presencia “protectora” de Oslados Unidos
en todo el Oriente Medio y sobre todo en el Golfo Arábigo-Pérsico. El control
estadounidense, y occidental en general, sobre los inmensos recursos petroleros de
la región quedó consolidado y asegurado.
También en Africa y en Latinoamérica, la administración norteamericana del
presidente George Bush impuso su voluntad predominante, obligando a los gobier­
nos a pasar de políticas económicas estatistas a nuevas prácticas de apertura y de
“inserción en la economía global”. A tal fin combinó la presión amenazante con la
persuasión benévola, mostrándose a todas luces más tolerante y más flexible en los
métodos que la administración del presidente Reagan. Algunos desarrollos induda­
blem ente positivos, tales como el proceso de paz árabe-israelí y la transición de
Sudáfrica del a p a r th e id a la democracia, fueron posibles gracias al fin de la guerra
fría y a la actitud en estos casos esclarecida de los nuevos maestros del mundo.
El presidente William Clinton, demócrata electo en 1992 y que asumió el
mando en 1993, continuó en sus grandes líneas la política de Bush, tendió en mayor
grado a respetar las susceptibilidades extranjeras y a preocuparse por la democracia
y los derechos humanos en el resto del mundo. Procuró que sus acciones de fuerza
(caso de Haití) tuviesen contenido democrático y fuesen convalidadas por la ONU.
A sí mismo, su práctica fue la de asumir papeles hegemónicos sólo después de que
otros hubiesen fracasado en el empeño (caso de Bosnia).
Sin embargo, en el fondo socioeconómico, la estrategia exterior norteamerica­
na no dejó de ser la de una persistente imposición de sus propios intereses a otros
países. Bajo el disfraz de la “globalización”, la política comercial estadounidense
presionaba a los demás países a la “apertura” en tanto que mantenía mecanismos
neoproteccionistas contra determinados productos extranjeros.
Y no sólo Estados Unidos actuaba en este sentido. No obstante la conclusión,
en diciem bre de 1993, de las negociaciones de la Ronda Uruguay del GA TT — que
desembocó en la creación de la Organización Mundial del Comercio (OM C)— , los
principales centros desarrollados: Unión Europea y Japón, al igual que N orteam é­
rica, usaban todos los pretextos posibles para mantener subvenciones y proteccio­
nes a sus sectores socioeconómicos más vulnerables o vitales, y el poder de los
grandes Estados seguía uniéndose al de las ETN para impulsar estrategias de
penetración comercial y financiera en com petencia con otras potencias.
El “nuevo orden m undial”, según la visión de algunos teóricos tales com o la
politóloga norteamericana Susan Strange, podría plasmarse en la formación de un
solo “imperio mundial” esencialmente regido por Estados Unidos como única
superpotencia. Susan Strange señala que la potencia norteamericana, al igual que
Roma antigua y el Imperio británico del siglo XIX, sabe utilizar técnicas de
dominación indirecta (“predominio” más bien que dominación evidente), flexible
y multiforme, a través de mecanismos no solo político-militares sino también
económicos, científico-tecnológicos, académicos, culturales y psicológicos. Su
imperio tendrá carácter fundamentalmente “no territorial” o transregional y se
apoyará en la lealtad de élites provenientes de todos los pueblos de la tierra.
El fin del siglo: Latinoamérica en un mundo en transformación □ 261

Frente a esa visión unipolar del mundo futuro, otros teóricos tales como C. Fred
Bergsten y Lestcr Thurow señalan la división del poder económico — y de allí
también político— entre por lo menos tres grandes centros que controlan cada uno
aproximadamente un tercio del intercambio económico global: Norteamérica,
Europa occidental y Asia del Este (Japón). Mientras Bergsten opina que los tres
polos podrían conciliar sus intereses y constituir una tríada armónica, Thurow
formula predicciones más sombrías de acentuada rivalidad y conflicto.
De hecho, si bien es cierto que, para mediados de la década de los noventa, a
veces Estados Unidos, la Unión Europea y Japón actúan de común acuerdo cuando
se trata de m antener la paz internacional o reprimir desórdenes intolerables en las
áreas periféricas, también es evidente la persistencia y la intensidad de las rivalida­
des que los dividen. En el plano político-militar, el polo norteamericano es aún
predominante, pero en el conjunto multiforme de los intereses regionales y
sectoriales se tienden a profundizar las divergencias y las luchas. El sistema
internacional actual no es unipolar puro, sino que oscilaentre la unipolaridad diluida
y una realidad multipolar. Apreciación que se fortalece si se toma en cuenta que,
además de la “tríada” ya mencionada, otros centros de poder están afirmando su
voluntad de jugar un papel soberano y enérgico en el escenario mundial. Tal es el
caso de China, gigante territorial y demográfico que paso a paso avanza en la vía de
un desarrollo basado en una combinación de la economía de mercado con un
dirigismo político de signo socialista. Y es el caso de Rusia que, luego del gran
repliegue efectuado en los años de la restauración capitalista, de nuevo m uestra una
indeclinable voluntad de ser tomada en cuenta como gran potencia eurasiàtica.
En todo caso, Estados Unidos — sujeto a tentaciones aislacionistas— , se ve
obligado a com partir la dirección del mundo, de rumbo todavía incierto, con por lo
menos otros cuatro importantes centros de poder económico, político y cultural. Y
tiene que com partirla además con una creciente multitud de factores transnaciona-
lcs, supranacionales y subnacionales no siempre controlables por la autoridad
estatal.
Las ETN y otras organizaciones trans nación al es, si bien tienen su origen en el
territorio de un solo país y durante un tiempo mantienen su sede en el mismo, en
algunos casos pueden liberarse en alto grado del control estatal y pueden convertirse
en actores soberanos en la palestra mundial. Ello se hace evidente en ámbilos como
los de la inform ática y las comunicaciones, los servicios financieros, las causas
culturales, ideológicas y morales, y las actividades delictivas.
Múltiples factores incontrolables se agregan a los mencionados y contribuyen
a su vez a debilitar el Estado nacional, ya sea “desde arriba” o “desde abajo”. A la
vez que su poder es desafiado por los factores trans o supranacionales, resurgen
anacrónicos movimientos de separatismo étnico o provincial: es como si fuerzas de
la Edad M edia, largamente adormecidas pero no superadas, se despertasen e
hiciesen su irrupción en una época que algunos quisieran “posmodema” cuando en
realidad no es más que otra fase de la interminable interacción entre la renovación
y la continuidad.
Del seno de la sociedad surgen por lo demás, en lodos ios países, factores
materiales y espirituales que cuestionan tanto al Estado como la política. En parte
por la arrolladora propaganda antiestatal y antipolítica de los ncoconservadores
pero también por la real degeneración de las organizaciones políticas desgastadas
262 □ Relaciones internacionales de América Latina

en el poder e incapaces de responder a las necesidades humanas profundas, existe


en el m undo de fines del siglo XX un hondo desencanto con respecto a la política
y el gobierno como medios para resolver los grandes problemas colectivos.
En general, la gran recesión estructural que se anunció desde 1970 y se
manifestó de lleno a partir de 1980 tiene manifestaciones tremendas en todos los
planes de la existencia humana y social. La concatenación de efectos disolventes y
restrictivos en lo económico, lo social, lo político, lo cultural, lo religioso-
ideológico y lo moral, que la población de nuestro planeta está experimentando a
medida que se aproxima al año 2000, parece tener algunas similitudes con las crisis
que marcaron la caída del imperio Romano y la decadencia del orden feudal europeo
(el terrible siglo XVÍ).
Existe una amplia tendencia hacia la fragmentación de la sociedad y hacia el
individualismo egoísta. Las solidaridades y lealtades tradicionales hacia sectores
sociales, naciones, ideologías y sistemas de valores se encuentran en crisis por
efecto de la desconcertante rapidez y multiplicidad de los cambiantes impactos
económicos, sociales y culturales. Por un lado el individuo, arrancado al ambiente
acostumbrado, se siente escéptico ante todas las ideas y estructuras existentes; por
otro lado, sus angustias lo hacen proclive a la superstición.
Un fenómeno grave, que apareció sobre todo en los centros desarrollados y
prósperos, fue el de la creciente xenofobia y del racismo. Una alta tasa de desempleo
siempre tiende a causar suspicacias y rechazo hacia el extranjero, percibido como
rival ante los puestos de trabajo. La generosidad intemacionalista es propia de
etapas de pleno empleo, y el egoísmo xenófobo crece cuando existe alta desocupa­
ción. Esta vez, la simultánea crisis de los partidos políticos democráticos y sus
doctrinas, incluido el desprestigio del internacionalismo socialista y sindical,
abonaron el terreno para las actitudes de extrema derecha. Estas incluyeron intentos
de “revisar” la historia en sentido favorable al fascismo y el nazismo.
A medida que empeore la pobreza en el Tercer M undo y se incremente la
presión migratoria del Sur hacia el Norte, el neofascismo y la xenofobia recibirán
m ayor aliento. En las puertas del tercer milenio, el mundo próspero siente la
tentación de edificar un muro de contención, un nuevo “ limes” imperial, contra los
“bárbaros” del mundo pobre.

El cambio latinoamericano desde 1980

Como se desprende del resumen de los cambios mundiales ocurridos a partir de


1980, la situación de Latinoamérica se tornó difícil en lo económico y en lo político
a partir de esa fecha.

1 9 8 0 -1 9 9 0 : d eu d a extern a, e m p o b re cim ien to y d e m o c ra tiza c ió n

L a reacción de los centros financieros ante ia crisis económica mundial fue,


com o ya se señaló, la de contrarrestar el efecto recesivo en su propio seno, al costo
de un nivel de desempleo inusitadamente elevado y de reducciones del gasto social.
Como extensión o corolario de esa estrategia interna, los centros predominantes
impusieron también a los países en desarrollo similares (pero agravadas) exigencias
El fin del siglo: Latinoamérica en un mundo en transformación □ 263

de austeridad y sacrificio. Para contrarrestar la descapitalización en el Norte, se le


exigió al Sur, incluida Latinoamérica, que reintegrase rápidamente, con la añadidu­
ra de elevados intereses, los grandes fondos que en la década de los setenta se le
había prestado bajo condiciones generosas.
En el cuadro 4 resumimos los cálculos de montos de la deuda externa en el
hemisferio occidental, sumando obligaciones publicas y privadas para fines de la
década de los ochenta, según el autor francés Maurice Lemoine. De esas deudas
externas, la colosal de Estados Unidos no se toma en cuenta, ya que se trata de un
país desarrollado y poderoso, considerado capaz de cubrir sus obligaciones. De los
países americanos en vías de desarrollo, Brasil, México, Argentina y Venezuela son
lds más endeudados, siendo Venezuela el que tiene la deuda perccipitci más pesada.
Para 1990, la deuda externa de América Latina se aproximaba a los 450.000
millones de dólares, diez veces mayor que la contraída para 1975.
En la década de los ochenta, Latinoamérica debió consagrar entre el 30% y el
35% del valor de sus exportaciones al servicio de la deuda externa. Para 1988, cada
latinoamericano debía 1.000 dólares a los acreedores foráneos.

C uadro 4

Deuda externa de los países del hemisferio occidental


(En miles de millones de dólares, para finales de ¡980)

E stados U nidos 425,0


Argentina 55,0
Belice 0,1
Bolivia 5,0
Brasi! 115,0
C olom bia 15,4
C osta Rica 4,0
Cuba 9,0
Chile 24 ,0
E cuador 7,0
El Salvador 1,5
G uatem ala 3,3
G uayana 0,8
Honduras 2,0
M éxico 110,0
N icaragua 6,0
Panamá 3,0
Paraguay 1t6
Perú 18,0
Surinam e 0,3
Uruguay 5,5
V enezuela 42.0

f u e n t e : Maurice Lemoine, 1988.


264 O Relaciones internacionales de América Latina

De modo general, el Fondo Monetario Internacional (FMI) había guiado u


orientado a los bancos privados del N orteen su estrategia de préstamo a Latinoam é­
rica antes de 1980. Los fondos recibidos por los países latinoamericanos fueron
empleados en forma desacertada y parcialmente despilfarrados. Importantes sumas
fueron robadas. Demasiado se dedicó a gastos corrientes y no a infraestructuras y
proyectos rentables.
La culpa es compartida por los acreedores y asesores en el mundo industrializado
y por los gobernantes y empresarios de la periferia deudora. Como señaló John K.
Galbraith en 1986: “Al alentar proyectos insensatos, los gobiernos insensatos han
logrado recabarcréditos de manos de banqueros igualmente insensatos. Ese festival
de absurdos no honra en absoluto al sistema capitalista y constituye una ofensa al
régimen dem ocrático”.
En 1983 se cerró definitivamente “la trampa de la deuda”. Aparte de que ya los
bancos habían aumentado las tasas de interés y presionaban a favor de un pago
acelerado de las obligaciones, el FMI se negó a seguir aumentando los derechos
especiales de giro (DEC) para los países en desarrollo. Al mismo tiempo inició la
práctica de condicionar intransigentemente cualquier nuevo crédito o reestructura­
ción de deuda: para ser tratado con alguna consideración, el país deudor debía
obligarse a renunciar a prácticas dirigistas y abrazar la doctrina neoconservadora en
muchos puntos importantes: reducción del gasto público, apertura comercial,
reform a fiscal, trato deferente a las inversiones extranjeras y a la “propiedad
intelectual” foránea. Esencialmente, debían abandonarse las políticas económicas
nacionalistas o de “crecimiento hacia adentro” que América Latina venía aplicando
desde hace medio siglo.
Las democracias latinoamericanas se movieron a partir de 1984 para tratar de
enderezar la situación y defender la región de la ofensiva de los acreedores. En enero
de ese año, unos treinta países de América [.atina y el Caribe emitieron la
Declaración de Quito, en la cual vocearon la necesidad de coordinar esfuerzos y
políticas frente al estrangulamicnto que todos estaban sufriendo. En mayo del
mismo año, los presidentes de Argentina, Brasil, Colombia y M éxico emitieron un
llamado para una reunión de todos los Estados latinoamericanos y del Caribe con
ese mismo propósito. En junio, los mandatarios de Argentina, Brasil, Colombia,
M éxico, Perú y Venezuela dirigieron un 1lamado al Grupo de los Siete (las potencias
más fuertes y prósperas del mundo capitalista) para que cambiasen de actitud hacia
el Sur. Los Siete, reunidos en Londres, respondieron en tono positivo y conciliato­
rio: la aparente determinación de los latinoamericanos a formar un “club de
deudores” que luego podría extenderse a otras regiones en desarrollo los había
impresionado. Reconocieron, en principio, que debía buscarse una reducción de las
tasas de interés, la fijación de plazos más largos para los pagos y la reanudación del
flujo de recursos financieros hacia la periferia.
Del 21 al 22 de junio de 1984 se reunieron en Cartagena de Indias los cancilleres
y ministros de finanzas de once países latinoamericanos y adoptaron una serie de
postulados conjuntos que recibieron el nombre de “Consenso de Cartagena”. Ese
consenso formula pronunciamientos políticos, propone medidas para aliviar la
carga de la deuda y recomienda mecanismos institucionales para aplicar dichas
m edidas.Los pronunciamientos políticos tienden aafirm arlacorresponsabilidadde
deudores y acreedores, la necesidad de un diálogo político sobre el problema de la
El fin del siglo: Latinoamérica en un mundo en transformación Q 265

deuda, la disposición a com partir los necesarios sacrificios entre países deudores y
acreedores y la vinculación del problema de la deuda con los del ñnanciam iento
externo y del comercio exterior. Las medidas concretas propuestas abarcan la
reducción de las tasas de interés, un financiamiento compensatorio de sus alzas, un
aplazamiento del pago de intereses, la fijación de plazos según la capacidad de
recuperación económica de los países deudores, una modificación de las normas
bancarias de los países acreedores, la complementación de la renegociación
económica con el diálogo político, reformas en el funcionamiento del FM I y el
Banco M undial, y un mejoramiento de las condiciones del comercio internacional
por medidas contra el proteccionismo de los centros industriales y contra el
deterioro de los términos de intercambio. En lo institucional, el Consenso contem ­
pla la creación de un mecanismo de seguimiento y consulta regional.
En un prim er momento, los países acreedores sintieron alivio y agrado por el
carácter pragmático y no retórico-ideológico de esas propuestas. Varios países
latinoamericanos tales como Argentina, Brasil, M éxico y Venezuela intentaron
renegociaciones de sus deudas en la segunda mitad de 1984 y lograron algunas
ligeras concesiones por parte de la banca acreedora.
Sin embargo, en 1985 volvió a empeorar la situación de los países deudores por
un nuevo endurecim iento de los centros financieros, y se profundizó el estanca­
miento económico de América Latina. Ante ello, el presidente peruano Alan García
decidió no aceptar más las condiciones del FMI y no pagar para servicio y
amortización de su deuda externa más del 10% de los ingresos por exportaciones.
Fidel Castro, por su parte, convocó a una gran conferencia de políticos, técnicos e
intelectuales latinoamericanos, en La Habana, sobre el problema de la deuda. En esa
conferencia a la que asistieron personas de ideologías muy diversas, se llegó a la
conclusión por consenso de que “ la deuda es impagable”.
El secretario del Tesoro estadounidense, James Baker, en 1985 anunció un plan
que establecía ciertos criterios universales para el tratamiento del problema de la
deuda tercermundista, con la intención de que el peso de ésta no llegase hasta el
punto de im pedir “un crecimiento sostenido”. Según el Plan Baker, el Norte
aportaría a los países más endeudados del Sur una suma de 40.000 millones de
dólares para ayudarles a cum plir sus obligaciones y crecer económicamente al
mismo tiempo. Debía buscarse un equilibrio entre el crecimiento, las balanzas de
pago y la lucha contra la inflación. A sí mismo, se reconocía el carácter político a la
vez que financiero del problema de la deuda externa. Los presidentes del Consenso
de Cartagena, reunidos en M ontevideo a fines de ese año, reconocieron las buenas
intenciones y los aspectos positivos del Plan Baker. Sin embargo, los años 1986 y
1987 fueron desastrosos para los países deudores. Los alivios previstos en el Plan
Baker no se pusieron en práctica, y los países deudores por su parte dejaron de actuar
solidariamente. Un llamado a la acción concentrada y al diálogo global, lanzado en
1987 por el Grupo de los Ocho (México, Panamá, Colombia, Venezuela, Perú,
Argentina, Uruguay y Brasil) reunido en Acapulco, tuvo poco efecto.
En 1989, el Nicholas Brady, secretario del Tesoro de la administración del
presidente George Bush, propuso un plan que representó un paso de avance con
respecto al Plan Baker. Recogiendo algunas de las propuestas que los presidentes
de los países deudores habían formulado en Caracas en febrero de 1989, Brady
aceptó que:
266 □ Relaciones internacionales de Atnérica Latina

— el problema de la deuda externa es de índole política y debe ser discutido


conjuntamente por los gobiernos de los países acreedores y deudores;
— el volumen de la deuda debe reducirse mediante su transformación parcial en
bonos subsidiarios y garantizados por los Estados acreedores;
— las tasas de intereses y los lapsos de pago deben ser revisados y estabilizados.
Aunque el Plan Brady significaba una liberalización de la actitud de los
acreedores, al mismo tiempo conllevaba dos graves inconvenientes para los países
deudores: en prim er término, transformar parte de la deuda en bonos dispersos en
las m anos del gran público, hace que ésta no pueda ser renegociada; en segundo
lugar, crear subsidios y garantías estatales a dichos bonos, involucra a la m asa de
los contribuyentes del Norte y añade un nuevo elemento, de carácter popular y
multitudinario, a las presiones que se ejercen sobre las naciones deudoras.
Entre los factores que influyeron en Bush y Brady para buscar un alivio a la
deuda latinoamericana está el estallido social que ocurrió en Venezuela el 27 de
febrero de 1989.
No obstante los ligeros alivios aportados por el Plan Brady, América Latina
siguió siendo exportadora neta de capitales hacia el Norte. En términos globales, la
región efectuó entre 1982 y 1990 una transferencia neta de recursos hacia los países
industrializados por un valor aproximado de 233.000 millones de dólares (163.000
millones en pago de la deuda externa, más de 70.000 millones por concepto de fuga
de capitales privados). Como nunca antes, el mundo rico extraía del mundo pobre
los recursos para remediar su propia crisis y financiar su propio crecimiento.
Entre 1983 y 1990 el crecimiento económico de América Latina bajó a un
promedio de 1,5 % al año. En vista de que la población crecía al ritmo anual de 2,1 %,
el bajo crecimiento económico significaba un descenso del ingreso real p e r c a p ita
en -0,6% al año. La “década perdida” no era, pues, de mero estancamiento, sino de
retroceso hacia niveles apenas superiores a los de 1970.
El descenso económico tuvo graves consecuencias sociales en la mayoría de los
países latinoamericanos. Por efecto del desempleo, las quiebras y las menguas de
ingresos estables, amplios sectores de la población se vieron impulsados a cambiar
de ocupación o de residencia. Creció la presión migratoria desde las zonas más
deprimidas de la región hacia los centros relativamente más prósperos. Junto con la
expansión de los “sectores informales” de las economías latinoamericanas, también
crecieron las actividades ilegales o delictivas. Entre éstas descolló el narcotráfico,
que conoció un auge impresionante desde 1980 en adelante y que para la década de
los noventa llegaría a constituir uno de los grandes temas conflictivos en las
relaciones exteriores de Latinoamérica.
Otro problema conflictivo y preocupante sería el de la lucha por impedir la
destrucción y contaminación del medio ambiente en nuestra región. También este
asunto se vincula con la situación socioeconómica: en países como Brasil, y otros
de la subregión amazónica, contingentes humanos excluidos de la econom ía formal
se arrojaban sobre las zonas vírgenes, talando bosques y contaminando aguas, en
búsqueda de minerales preciosos o de tierras explotables. Como se explicará más
adelante, tanto el narcotráfico com o la ecología se convertirían después de 1990 en
temas de debate y negociación entre el Norte y el Sur.
No obstante el crecimiento socioeconómico, en la década de los ochenta se
inició en Latinoamérica un positivo proceso de desmilitarización y dem ocratiza­
El fin del siglo: Latinoamérica en un mundo en transformación □ 267

ción política. A partir de 1983, Bolivia, Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y


Chile, sucesivamente, salieron del autoritarismo castrense y retornaron al sistema
de la dem ocracia representativa. H asta la sufrida República de H aití se liberó del
peor despotismo e inició un accidentado proceso de evolución hacia la libertad.
Estados Unidos en ocasiones pretendió haber sido, desde el principio, causantc
y propiciador de esa evolución dem ocrática latinoamericana, pero tal versión no se
ajusta a la verdad. Hasta 1983, el gobierno del presidente Reagan se limitaba a
ejercer presiones a favor de la libertad económica o de empresa, y no actuaba para
promover la dem ocracia política. Los teóricos conservadores norteamericanos
— Grupo de Santa Fe y Jane Kirkpatrick— establecieron una distinción entre el
llamado “autoritarism o” (dictadura de derecha favorable a la empresa privada) y el
‘/totalitarismo” (dictadura de izquierda con economía estatizada). Para la profesora
Kirkpatrick, el “autoritarismo” era tolerable y hasta necesario en ciertos casos, en
tanto que el “totalitarismo” debía ser atacado y destruido implacablemente. Cuando
se inició el proceso de democratización política en Latinoamérica a partir de 1983,
el presidente Reagan y sus asesores quedaron sorprendidos. Comenzaron a revisar
sus tesis y se convencieron de que, efectivamente, para los intereses del Norte era
conveniente la existencia de gobiernos pluralistas en el Sur. De entonces en
adelante, el discurso oficial estadounidense enfatizaba la lucha por la dem ocracia
representativa en el hemisferio. Pero los primeros impulsos de democratización en
la región tuvieron causas eminentemente endógenas.
Esas causas endógenas del retiro de los militares del gobierno a sus cuarteles
pueden resumirse de la manera siguiente:
1. Desprestigio moral y político de los regímenes y estamentos militares.
Algunos gobernantes militares incurrieron en delitos de narcotráfico o de grave
corrupción administrativa. Por otra parte, provocaron horror y repudio por la
crueldad de sus represiones. No supieron gobernar sin caer en los mismos vicios de
incapacidad que habían criticado a los políticos civiles. En casos de acción armada
mostraron irresolución y debilidad en contraste con su inicial temeridad y jactancia.
2. M aduración cívica de la sociedad latinoamericana y sus élites civiles a partir
de las décadas expansivas y dinámicas de los sesenta y setenta. La gradual elevación
del nivel educativo de las masas y el crecimiento y fortalecimiento de las capas
medias profesionales c intelectuales, junto con una mayor comunicación informa­
tiva y cultural con el resto del mundo, contribuyeron a la formación de amplios
frentes civiles, unidos por encima de divergencias ideológicas para relevar a los
gobernantes militares a través de una mezcla de presiones y negociaciones.
3. Renuncia de los militares a seguir ejerciendo el poder en un período de vacas
flacas. En tiempos de recesión, desocupación e inflación, todo gobernante cae
forzosamente en la impopularidad. Era el momento apropiado para retirarse a los
cuarteles y dejar que los civiles asumieran la ingrata tarea de gerenciar lacrisis. Por
la misma razón, no se puede descartar el temor de que, en una futura coyuntura de
bonanza renovada, la tentación cesarista pueda volver a levantar la cabeza.
El cambio en la actitud estadounidense, del tradicional beneplácito otorgado a
regímenes autoritarios conservadores a una nueva linca de resuello apoyo a la
dem ocracia política, parece obedecer a los siguientes motivos fundamentales:
a) La comprobación de que, para la década de los ochenta, casi todos los
políticos civiles de Latinoamérica habían evolucionado del dogmatismo ideológico
268 □ Relacionen internacionales de América Latina

a un mayor pragmatismo» una amplia disposición al diálogo tolerante, y una


aceptación generalizada de la idea de que cualquier proyecto político factible tenía
que basarse en la aceptación de la economía de mercado. Esa evolución formaba
parte de un proceso socio-psicológico uni versal, y se nutría del ascenso y crecimien­
to de las capas medias modernas, baluartes de la moderación y el sentido común. Por
lo demás, el carácter realmente pluralista de los nuevos gobiernos democráticos de
Latinoamérica y del Sur en general abre amplios espacios para el ejercicio de
influencias y presiones foráneas de tipo sutil y directo, convirtiéndose los gobiernos
del Norte o ETN en auténticos actores ‘‘internos”, a través de representantes o
agentes locales, en la forma de decisiones de los “blandos” países del Sur.
b) La comprensión, igualmente importante, del hecho de que los regímenes
cesaristas, por su efectivo control del poder nacional, poseen la capacidad de asumir
posiciones autónomas y antihegemonistas, si así Jo desean. N unca serán instrumen­
tos totalmente dóciles en manos de una potencia imperial o transnacional externa.
Ya en 1968, los militares peruanos, pese a todos sus vínculos “interamericanos”,
establecieron un régimen nacional-revolucionario y autonomista que causó graves
preocupaciones a los estrategas occidentales de la guerra fría. Al mismo tiempo, en
Panam á la fuerza armada dirigida por el general Ornar Torrijos estableció un
régimen de avance popular en lo interno y antihegemonista en lo internacional.
Los gobernantes militares brasileños, por más que apoyaron al bloque occiden­
tal y combatieron la influencia soviética en el contexto de la guerra fría, m antuvie­
ron una estrecha alianza con una burguesía nacional reacia a someterse a las ETN
y deseosa de edificar un capitalismo autónomo, utilizando para ello una política de
dirigismo estatal de tipo “bismarekiano”.
Finalmente, Washington sufrió la preocupación e irritación ocasionada en 1982
por la junta militar argentina que, para contrarrestar su creciente desprestigio
interno, tomó la iniciativa de ocupar por la fuerza las Islas Malvinas, pese al hecho
deque la reclamación argentina del archipiélago se estaba ventilando pacíficamente
en el seno de la ONU desde 1965. En el conflicto de 1982 se produjo una amplia
manifestación de solidaridad latinoamericana con Argentina en contra de la
expedición naval británica: solidaridad que unió a demócratas y dictatorialistas en
la afirmación unánime de un nacionalismo regional latinoamericano que sorprendió
profundamente a los europeos, convencidos de que los demócratas latinoam erica­
nos agradecerían a la señora Thatcher su acción bélica “antidictatorial”. Para
Estados Unidos el episodio fue incómodo en extremo: al demostrar que obviamente
su alianza transatlántica con Gran Bretaña tenía prioridad sobre sus viejos compro-
misos “m onroistas”, disminuía un tanto más su credibilidad ante los latinoamerica­
nos. Sin duda tal experiencia debió alentar una revisión crítica de la actitud de
Estados Unidos ante unas dictaduras militares capaces de tan bruscas e inconsultas
iniciativas perturbadoras del orden hemisférico y mundial.
El retorno a la democracia en los países sudamericanos hizo posible importan­
tes avances en la senda de la concertación y cooperación regional. Ya se detalló la
forma com o los presidentes democráticos actuaron de común acuerdo para defender
los intereses de los países deudores frente a los acreedores, entre 1983 y 1989.
Durante el mismo período se desarrolló una importante acción conjunta de gobier­
nos dem ocráticos latinoamericanos con el fin de resolver conflictos intrarregionales
c impedir que Estados Unidos interviniese en ellos de manera violenta.
El fin del siglo: Latinoamérica en un mundo en transformación D 269

El Caribe y Centroamérica se transformaron en zonas conflictivas durante la


década de los ochenta. Tanto en el Caribe de habla inglesa como en el istmo
centroamericano, movimientos radicales de liberación nacional y social empuñaron
las armas contra regímenes autoritarios y oligárquicos, y los conflictos resultantes
desbordaron el lím ite regional para insertarse en la guerra fría. Sin embargo, a través
de excepcionales y exitosos esfuerzos de mediación y conciliación, los países
latinoamericanos democráticos lograron que, en lo referente a Centroamérica,
finalmente se alcanzasen, pese a todo, soluciones de tipo regional.
En 1979, en la pequeña antilla angloparlante de Grenada — población de
120.000 habitantes; economía basada en la exportación de la nuez moscada— , un
movimiento popular y democratizador insurgió contra la dictadura de un ex
lüchador independentista corrompido en el poder. Bajo la dirección de M aurice
Bishop y del partido New Jewel M ovement se formó un régimen revolucionario
inspirado en parte por la tradición del socialismo británico (co rrie n te fa b ia n a ) y en
parte por el tercermundismo radical y el mensaje de la revolución cubana.
Estados Unidos de inmediato rechazó al gobierno revolucionario por su
radicalismo verbal y sus conexiones ideológicas con Cuba, y lo consideró “hostil”
y “peligroso” . Según los servicios secretos norteamericanos, Grenada podría
convertirse en una potencial base aeronaval del bloque comunista.
En vista de que Venezuela, geográficamente cercana y con una política ya
consagrada de cooperación con el Caribe anglófono vaciló en ayudar técnica y
económicamente al régimen de la isla, éste se tornó cada vez más hacia Cuba, cuyos
dirigentes no tuvieron tales vacilaciones. De ese modo se acentuó cada vez más la
inserción de Grenada en la guerra fría entre bloques estratégicos.
La socialdemocracia europea hizo esfuerzos por contrarrestar esa tendencia y
por abrir para Grenada un “tercer camino” entre Estados Unidos y el campo cubano-
soviético. M aurice Bishop estuvo dispuesto a escuchar los consejos socialdemócra-
tas de moderación y de diferenciación con respecto al bloque comunista. El propio
régimen cubano lo alentaba en esa tendencia: en la Habana se sabía muy bien que
en el Caribe y Latinoamérica no podía tener cabida una “segunda C uba”.
Pero en octubre de 1983 el primer lugarteniente de Bishop, el ambicioso y
dogmático Bernard Coard, dirigió un insensato y provocador golpe de Estado contra
su jefe y ex amigo, y lo asesinó. Ese acto criminal — repudiado con honor e
indignación tanto por Cuba como por las fuerzas democráticas moderadas de
Latinoamérica y el mundo— despejó el camino para la intervención armada de
Estados Unidos, país que ocupó la isla a fines de esc año poniendo fin a su proceso
revolucionario.
Si en el caso de Grenada la comunidad democrática latinoamericana se mostró
impotente, en cambio sí logró un insigne éxito durante los años ochenta en la tarea
de insertarse como tercera fuerza pacificadora y mediadora en los conflictos que
estallaron en Centroamérica entre fuerzas revolucionarias de izquierda y las de
derecha apoyadas por Estados Unidos.
Desde la intervención contra Arbenz en 1954, el istmo centroamericano (con
la notable excepción de Costa Rica democrática) permaneció bajo’el control
inmutable de oligarquías terratenientes aliadas con empresas transnacionales frute­
ras. Dicho control se ejercía con m ano dura a través de estamentos militares dóciles
ante los factores conservadores del hemisferio. Entre los dictadores tradicionalistas
270 □ Relaciones internacionales de América Latina

de la subrcgión, el más duradero y notable fue Anastasio Somoza Debayle, hijo del
fundador de esa formidable dinastía regidora de los destinos de Nicaragua.
Hn 1978, el asesinato del editor nicaragüense Pedro Joaquín Chamorro hizo
estallar una fuerte rebelión armada: por primera vez la burguesía nacional hizo
causa com ún con los radicales del Frente Sandinista de Liberación Nacional
(FSLN). A fines de 1979, otra situación revolucionaria se produjo en El Salvador:
luego del derrocamiento de la dictadura del general Carlos Humberto Romero,
surgió una división entre el gobierno de centro-derecha (Democracia Cristiana y
Fuerzas Armadas) presidido por José Napoleón Duarte, y una alianza de izquierda
integrada por fuerzas socialdemócratas, marxistas y cristianas progresistas, cven-
tualmente coaligadas en el Frente Democrático Revolucionario (FDR) y el Frente
Farabundo M artí de Liberación Nacional (FMLN). En Guatemala, durante la
misma época, estallaron fuertes luchas civiles entre el ejército oficial y organizacio­
nes guerrilleras de izquierda que posteriormente se unieron en la Unión Revolucio­
naria Nacional Guatemalteca (URNG).
Un hecho interesante y significativo es el de que en esta amplia guerra civil
centroamericana no se trataba de un choque de los bandos ideológicos de la guerra
fría — marxistas ve rsu s defensores del capitalismo— , sino que los factores deter­
minantes eran de naturaleza endógena. La revolución del pueblo campesino, obrero
y de clase media contra las tiranías político-militares y oligárquicas era auténtica y
hondam ente sentida (en Guatemala, al ingrediente de lucha social se le agregaba el
de protesta étnica de los indígenas). En los. bandos revolucionarios reinaba la
diversidad ideológica: al lado de marxistas-leninistas vinculados a Cuba y al bloque
soviético, combatían socialistas democráticos afiliados a la IS (socialdemócrata) y
cristianos progresistas originalmente procedentes de la DC pero ganados por las
ideas de la Teología de la Liberación,
Cuba misma — mirada por los sectores marxistas com o meca revolucionaria
infalible— rechazaba esc papel e instaba a sus fieles a que colaborasen lealmente
con socialdemócratas y cristianos, se abstuviesen de dogmatismos intolerantes, y
orientasen su estrategia no hacia 1a construcción de “nuevas Cubas” imposibles sino
hacia sociedades democráticas pluralistas, basadas en economías mixtas (sector
privado/sector público).
Washington no creía en soluciones “terceristas” y miraba a las fuerzas revolu­
cionarias cenlroamericanas como partes del bloque adverso. Cuando en Nicaragua
se constituyó el frente armado de los contrarrevolucionarios (“contras”) para luchar
contra el régimen sandinista implantado luego de la caída de Somoza, el gobierno
del presidente Reagan les suministró asistencia militar activa y la continuó clandes­
tinamente hasta después de que el propio Congreso norteamericano la prohibiera.
Llevó su apoyo a la lucha antisandinista hasta el punto de colocar minas frente a los
puertos nicaragüenses. Como intento de justificación, alegaba que los sandinistas
a su vez estaban ayudando al FDR-FLM N contra el gobierno de Duarte y a la URNG
contra el régimen guatemalteco.
Alentados moralmente por ciertos factores políticos europeos, sobre todo
socialdemócratas, cuatro países latinoamericanos democráticos y autonomistas
— Colombia, M éxico, Panamá y Venezuela— acordaron unificar sus esfuerzos
para prom over la paz en Centroamérica y evitar una intervención armada de Estados
Unidos. Sus cancilleres tomaron la decisión pertinente en una reunión celebrada en
El fin del siglo: Latinoamérica en un mundo en transformación □ 271

la isla panam eña de Contadora en enero de 1983, razón por la cual a estos cuatro
países se íes dio el nombre de “Grupo de Contadora”.
Hntre 1983 y 1985, los presidentes y cancilleres de Contadora trabajaron
incansablemente con el fin de promover una paz dem ocrática en America Central.
Junto con los gobiernos del propio istmo, elaboraron un plan de paz en septiembre
de 1984. Con diversas revisiones y modificaciones, el contenido de ese plan sirvió
de base para la pacificación paulatina de Nicaragua.
M ecanismos similares fueron elaborados para su aplicación en El Salvador y
en Guatemala.
A partir de agosto de 1985, el Grupo de Contadora contó con el activo respaldo
diplomático de cuatro países sudamericanos recién liberados del autoritarismo
militar — Argentina, Brasil, Perú y Uruguay— que se reunieron en Lim a para
constituir el llamado Grupo de Apoyo. Por etapas, ios cuatro de Contadora y los
cuatro del Grupo de Apoyo lograron la pacificación centroamericana y luego,
conocidos yacom oel “Grupo de los Ocho” ampliaron sus consultas y conccrtaciones
para abarcar también otros temas de interés regional, hemisférico y m undial. Luego
de abrirse a la participación de otros países democráticos adicionales, en la década
de los noventa fueron conocidos como el “Grupo de Río”, principal órgano de
consulta y concertación política de América Latina.
Lamentablemente para la evolución autonómica de América Latina, las dem o­
cracias de la región no pudieron evitar una intervención militar estadounidense en
la República de Panamá en 1989. En 1981 perdió la vida en un accidente de aviación
el gobernante Ornar Torrijos, insigne patriota y tribuno, y le sucedió en el mando
el general Manuel Noriega, de carácter controvertido. A la vez que parecía ser
continuador del nacionalismo y del sentido de equidad social de su precedesor, tenía
disposición a moverse en el oscuro mundo de la conspiración y el espionaje, y al
parecer fue infiel a compromisos contraídos con los servicios secretos de Estados
Unidos para volcarse hacia Cuba y otros factores adversos a la potencia norteam e­
ricana. Al mismo tiempo, tuvo contactos con los carteles narcotraficantes, y la
fiscalía general estadounidense lo acusó de participación acti va y de enriquecim ien­
to personal en el negocio de la droga.
Luego de dos años de intensas presiones para que Noriega renunciara (dirigen­
tes democráticos de América Latina y de Europa trataron de convencerlo para que
así lo hiciera antes de que fuese demasiado tarde), Estados Unidos invadió Panamá
en diciem bre de 1989, a raíz de incidentes entre guardias panameños y militares
norteamericanos.
La ocupación militar de Panamá con las tropas del Norte requirió varios días de
intenso combate contra los “batallones de la dignidad” panameños y ocasionó la
muerte de más de mil civiles. El general Noriega se refugió en la Nunciatura
Apostólica, cuyo titular lo convenció de entregarse a las fuerzas norteamericanas.
Fue juzgado en el estado de Florida y condenado a cuarenta años de prisión.
El problema del narcotráfico sirvió de pretexto en este caso para una reorgani­
zación profunda de Panamá en el sentido que convenía a los ocupantes: eliminación
de las instituciones del nacionalismo'torrijísta, incluida la Fuerza de Defensa que,
según los Tratados Torrijos-Carter, debía asumir en el futuro la defensa del Canal.
272 □ Relaciones internacionales de América Latina

De 1990 en adelante: liberalización económica; integración, nuevos


problemas Norte-Sur; retos sociales y de identidad

Ante el funesto panorama socioeconómico de la “década perdida” , la reacción


inicial de los países latinoam ericanos había sido la de tratar de contrarrestar el
desequilibrio de su balanza externa por una política comercial neomercantilista, de
estímulos a iaexporatción y restricción alas importaciones. Pronto se percataron de
que tal medicina no curaba la enfermedad. El gasto público destinado a compensar
el desequilibrio externo causó déficit equivalentes al 10% del PIB. La inflación
creció enormemente, adquiriendo características de hiperinflación en algunos
países.
Para fines de la década, la mayoría de los gobiernos latinoamericanos había
llegado a la conclusión de que la descapitalización y la recesión sólo podían
superarse con la apertura económica y una desestatización que atrajese inversiones
extranjeras com o única fuente de financiamiento capaz de acabar tanto con el
drenaje de recursos hacia el exterior como con la inflación interna. Había que hacer
caso a la prédica de las instituciones financieras internacionales y a sus voceros
académicos. Se veía com o inevitable un viraje del modelo “cepalista” de sustitución
de importaciones y crecimiento hacia adentro, al nuevo modelo de apertura,
privatización e ‘"inserción en la economía global” . Hasta gobernantes de trayectoria
nacionalista y socialista dem ocrática reconocieron que había que dar “marcha
atrás” hacia una más plena aceptación de la economía de m ercado y una actitud
menos recelosa ante las empresas transnacionales. Junto con las necesidades
financieras apremiantes y las presiones del Norte, el colapso de la bipolaridad y la
merma del poder negociador deí Tercer Mundo imponían el viraje.
Las nuevas políticas de ajuste y apertura dieron resultados positivos de
crecimiento macroecónomico general, pero afectaron negativamente la autonomía
nacional. La apertura comercial y la nueva necesidad de hacer frente a la com peten­
cia extranjera alentó a algunos sectores productivos latinoamericanos a aceptar el
reto de la modernización. Industrias artificiales e inviables quedaron eliminadas.
Pero por otro lado se vio perjudicado el desarrollo industrial y tecnológico
autónomo. Empresas latinoamericanas pequeñas y m edianas perdieron demasiado
bruscamente el m ínimo de protección que necesitaban — y que en otras partes del
m undo sí reciben— y fueron llevadas a la quiebra. Al mismo tiempo una arrolladora
prédica ideológica neoliberal sacudió las bases de la identidad nacional cultural de
algunos países de la región. Una apertura menos brusca y más selectiva— tal como
la practicaron algunos países del sudeste asiático— hubiera podido evitar estos
males, pero en Latinoamérica penetró en forma brutal la versión más extrema del
neoconservadurismo, pregonado sobre todo por jóvenes tecnócratas formados en
universidades norteamericanas. Por otra parte, las nuevas políticas de ajuste y
apertura tuvieron un elevado costo social. La eliminación de aranceles proteccio­
nistas y de subsidios, la liberación de los precios de consumo y la reducción del gasto
público social golpearon y empobrecieron en forma múltiple y severa a los
pequeños y medianos empresarios, la clase trabajadora y media asalariada y los
sectores populares en su conjunto. El desempleo y la quiebra de empresas pequeñas
y medianas se vieron incrementados; la reducción de los programas sociales afectó
los niveles de salud, educación y vivienda; aumentó la concentración de la riqueza
El fin del siglo: Latinoamérica en un mundo en transformación □ 273

en pocas manos y bajó el nivel de los salarios reales. En todos los países
latinoamericanos, con excepción de Brasil, el gasto p e r c a p ita en salud y educación
se redujo dramáticamente entre 1980 y 1988: la reducción regional media fue de
25% en los gastos de salud y 13% en los gastos de educación.
Desde 1980 en adelante, en I .atinoamérica ha tendido a concentrarse cada vez
más el control y disfrute de la riqueza. Según la CEPAL, en 1980 el 10% más rico
de la población poseía un volumen de ingresos 21 veces superior al ingreso del 40%
más pobre. Para 1990, el 10% más privilegiado absorbía un ingreso 27 veces mayor
al que recibía el 40% menos favorecido.
En cuanto a las cifras de pobreza (condición que no permite gastos más allá de
íla alimentación y otras necesidades- básicas) y la indigencia o pobreza extrema
¿ (situación de hambre y existencia subhumana), la evolución parece haber sido la que
muestra el cuadro 5.
El PNUD calcula que para el año 2000 Latinoamérica tendrá una población de
515 millones de habitantes, de los cuales 126 millones (cerca de un cuarto) se
encontrarán en situación de pobreza extrema.
Simultáneamente con la apertura o liberalización de las economías latinoame­
ricanas, la integración económica regional y subregional recibió nuevos impulsos.
Las iniciativas de integración latinoamericana datan, como se sabe, de los años
sesenta de este siglo. En 1960 fue creada en Montevideo la Asociación Latinoame­
ricana de Libre Comercio (ALALC) que posteriormente, en 1980, asumiría el
nombre de Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI). Se creó con el
propósito de impulsar la liberación comercial entre todos los países de la región y
servir de “paraguas” a los diversos programas de integración subregionales. El
primero de dichos programas subregionales fue el Mercado Común Centroameri­
cano (MCCA), creado en 1960. En 1965 fue fundado por los países angloparlantes
del Caribe, recién independizados, un segundo esquema subregional: la Asociación
de Libre Com ercio del Caribe (CARIFTA), posteriormente ampliada y fortalecida
bajo el nombre de Comunidad del Caribe (CARICOM) a partir de 1973. En 1969,
el Acuerdo de Cartagena dio origen al llamado Pacto Andino integrado por
Colombia, Bolivia, Ecuador, Perú y (a partir de 1973) Venezuela. Por impulso de
la ALALC y de los esquemas subregionales, para 1980 el 14% del comercio
exterior global de Latinoamérica se realizaba dentro de la región.

--------------------C uadro 5 -------

Cifras de pobreza, 1970-1990

A ño P o b re z a (% ) In d ig e n c ia (% )

1970 40 19
1980 35 15
1990 44 " 21

Fuente: CEPAL, citada por Alain Tourainc, 1988, p. 30. y Vlernhard Thibaut Liiteinanteiika ani L'ndtr ¡0.
Jahrhunderts. pp. 128 y 129.
274 O Relaciones internacionales de América Latina

D urante ese mismo lapso de 20 años (1960-1980), el desarrollo económico


general de Latinoam érica fue estimable, y se efectuó dentro del marco — hoy tan
despreciado— del modelo de sustitución de importaciones. Las economías latinoa­
mericanas tuvieron durante ese período un crecimiento dos veces mayor que el de
los países desarrollados. A pesar de que se critica el mencionado modelo por su
énfasis en el “crecimiento hacia dentro”, su aplicación conllevó una extraordinaria
expansión de las exportaciones latinoamericanas. Dentro de ellas, la proporción
correspondiente a los bienes manufacturados aumentó del 3,6% en 1960 al 17% en
1979.
Después del retroceso de la “década perdida”, a comienzos de los años noventa
se reanudó el crecimiento y se dio nuevo impulso a la integración regional y
subregional, esta vez bajo los nuevos signos de la liberación comercial y la apertura
a las inversiones extranjeras. El Pacto Andino o Acuerdo de Cartagena tuvo avances
institucionales importantes, adoptando un arancel externo común a comienzos de
la década, y transformándose en Comunidad Andina a raíz de la Cum bre deT rujilio
(Perú) en 1996. Sin embargo, el hecho de que la mitad de su volumen de intercambio
interno se realizaba entre sólo dos de sus países miembros — Colombia y V ene­
zuela— , y que durante varios años existieron fricciones políticas entre otros Estados
participantes, hizo que ante los ojos del mundo el esquema de integración andino
tuviese m enor relevancia que el nuevo y vigoroso Mercado Común del Sur
(M ERCOSUR), creado por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay a través del
Tratado de Asunción en 1991. Políticamente, la firma del instrumento significó un
paso hacia la superación de la histórica rivalidad entre los “gigantes” Brasil y
Argentina. El gran “peso específico” del espacio del M ERCOSUR — población de
193 millones, superficie territorial de 12 millones de kilómetros cuadrados, produc­
to interno bruto de 553 millones de dólares— , así como la voluntad de diversificar
y equilibrar sus relaciones económicas exteriores entre Norteamérica, Europa,
Asia, Africa y América Latina misma, hicieron que apareciese como el polo más
importante de desarrollo soberano y dinámico en América Latina.
En el área del Caribe, los países de la CARICOM tomaron la iniciativa, en
1993-1994, de impulsar, junto con los países ribereños del Grupo de los Tres
(Colombia, M éxico, Venezuela) y con los Estados de América Central, la creación
de una Asociación de Estados del Caribe (AEC). Esa agrupación, cuyo propósito es
la consulta y la concertación para promover una mayor integración y cooperación
en el m acro-Caribc, incluye los países y grupos de países ya mencionados, además
de Cuba, República Dominicana, Haití y numerosos territorios no soberanos
(dependencias holandesas, francesas y británicas). Debido a la presencia de Cuba,
el gobierno norteamericano se opuso a la participación de sus propias dependencias,
Puerto Rico e Islas Vírgenes estadounidenses. Entre los propósitos de los fundado­
res de la AEC está el anhelo de vincular más a Hispanoamérica con los países
caribeños de habla inglesa, holandesa y francesa y, por otra parte, el afán de alentar
a M éxico para que mantenga sus compromisos con el Caribe, no obstante sus
fortalecidos lazos de integración con América del Norte.
En su nueva etapa de integración (esta vez con la participación del capital
transnacional y no, como en épocas pasadas, suspicaz ante el mismo), Latinoam é­
rica, a mediados de la década de los noventa, llegó a efectuar el 23% de su
intercambio comercial dentro de la región misma. Un 36% del intercambio exterior
El fin del siglo: Latinoamérica en un mundo en transformación □ 275

global se realizaba con Norteamérica y el remanente se dividía entre Europa, Asia,


Africa y Oceanía. Por razones geopolíticas y geoeconómicas evidentes, el norte de
América Latina tiene vínculos económicos más importantes con Estados Unidos
que el sur, equidistante de los grandes centros industrializados.
Preocupado por los avances comerciales logrados en la región latinoamericana
por Europa occidental y Japón, el gobierno de Estados Unidos ha dado pasos para
reafirmar su vocación de líder y principal socio económico de los países de las
Américas. Para ello, promueve el concepto de una integración N orte-Sur (entre
centros industrializados y países en desarrollo), por encima del esquema de la
integración Sur-Sur (entre naciones en desarrollo). Su discurso internacional evita
la mención de cualquier diferencia estructural y de intereses entre las regiones
'desarrolladas y no desarrolladas.
El presidente George Bush, en 1990, presentó la llamada Iniciativa para las
Américas (IPA). Esta constituye una ampliación de otros proyectos anteriores de
creación de una vasta zona de libre comercio desde Alaska hasta la Tierra del Fuego.
La Iniciativa es la continuación histórica del proyecto que presentó James Blaine
100 años antes, ante la Primera Conferencia Panamericana. Pero esta vez fue
recibido con espíritu más positivo por los países latinoamericanos que, agobiados
por la deuda externa y la recesión, esperaban que el libre comercio hemisférico
pueda aliviar o subsanar sus dificultades. Además, a diferencia del proyecto de
Blaine, el de Bush prevé una integración “abierta” .
Por otra parte, Estados Unidos, en colaboración con el presidente de M éxico
Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), promovió la elaboración y adopción del
Acuerdo de Libre Com ercio de América del Norte (ALCAN, NAFTA o TLC). Por
ese acuerdo, el sistema de libre comercio ya vigente entre los dos países industria­
lizados de Norteam érica — Estados Unidos y Canadá— sería ampliado hacia el Sur
para abarcar un país en desarrollo, México. El presidente Salinas de Gortari, de
formación académica norteamericana e influido por las ideas económicas neolibe­
rales, estaba convencido de que los nuevos tiempos requieren una revisión radical
de los viejos esquemas nacionalistas. La división del mundo entre países desarro­
llados y en desarrollo le parecía artificial y dudosa y, por lo demás, opinaba que
México ya había traspasado el umbral del desarrollo y en el futuro debía distanciarse
de todo “tercermundismo”. Salinas emprendió el desmantelamienlo del sistema
m exicano de proteccionism o y dirigism o estatal, lanzó un program a de
privatizaciones, y abrió las fronteras económicas a la inversión extranjera. En el
plano político alentó el desarrollo del pluralismo y la flexibilización del anquilosa­
do Partido Revolucionario Institucional (PRI). Se abrió un espacio político prome­
tedor para la oposición conservadora plasmada en el Partido de Acción Nacional
(PAN).
El presidente Bill Clinton impulsó el TLC junto con Salinas de Goriari, y el
instrumento fue aprobado por el Congreso estadounidense (contra una fuerte
oposición nacionalista-aislacionista aliada con los representantes del sindicalis­
mo),, a fines de 1993, casi al mism o tiempo en que a nivel mundial culminaron las
negociaciones de la Ronda Uruguay del GATT. Diciembre de 1993 apareció, pues,
como un momento estelar para los principios del liberalismo económico.
Luego de lograr la adopción del TLC, el presidente Clinton dio otro paso hacia
la meta de la unificación del hemisferio bajo liderazgo norteamericano, a través de
276 □ Relaciones internacionales de América Latina

una invitación a todos los jefes de Estado o de gobierno de las Américas (excepto
el de Cuba) para que asistiesen a una conferencia cumbre que se celebraría en Miami
en el mes de diciembre, A partir de marzo, el Grupo de R ío — ahora ampliado a doce
miembros fijos, además de dos representantes de Centroamérica y de la CARICOM,
respectivam ente— comenzó a pedir que la agenda y el proyecto de decisiones de la
cumbre hem isférica fuesen elaborados de común acuerdo entre Estados Unidos y
las demás naciones interesadas: de ningún modo podía aceptarse una agenda
impuesta unilateralmente por el Norte. Brasil, en su papel de secretario general del
Grupo de Río durante 1994, jugó un papel fundamental para lograr una posición de
firmeza y unidad de criterios latinoamericanos: el diálogo de las Américas debía ser
simétrico y girar en torno a propuestas tanto del Sur como del Norte.
La Cumbre de Miami se desenvolvió sin pena ni gloria con una serie de
resoluciones generosas de apertura e integración económica, y de lucha contra la
pobreza, el atraso, el narcotráfico y la corrupción. Sin embargo, el escepticismo fue
grande: poco antes de la cum bre hemisférica, el pueblo estadounidense eligió una
nueva mayoría parlamentaria republicana que resultó la más derechista, naciona­
lista y aislacionista — con ribetes de xenofobia sobre todo ante la inmigración
latinoamericana— que el país haya tenido desde la década de los años veinte. En
Estados Unidos, al igual que en Europa, los factores de recesión estructural y de
inseguridad socioeconómica, junto con el desprestigio de las ideologías de progre­
so y solidaridad, sobre todo en las capas medias y populares, condujeron hacia un
retom o del pasado y el rechazo al “extraño” rival y portador de “gérm enes” de
perturbación.
Durante el año de preparación de la cumbre hemisférica, com enzó a perfilarse
en A mérica Latina un debate geoestratégico fundamental. Las corrientes políticas
más conservadoras tendieron a acoger la propuesta norteamericana de que el TLC
sirviese de modelo y de puerta de entrada para el proyecto de la zona de libre
com ercio de A laska hasta Patagonia. Los países latinoamericanos y caribeños
acogerían las normas y exigencias del TLC y formarían cola para adherir al mismo
uno tras otro. Chile, por su alto grado de privatización y de apertura económica, sin
duda encabezaría la hilera de los aspirantes.
En contra de ese esquema, los sectores latinoamericanos más preocupados por
la defensa de su identidad y soberanía nacional-regional plantearon la idea de una
convergencia negociada de los diversos procesos de integración subregionales y
regionales para construir el gran proyecto hemisférico de conjunto. Los gobiernos
de Brasil y Venezuela defendían ese concepto a mediados de la década de los
noventa. Planteaban la conveniencia de que en Sudamérica se avanzase hacia una
fusión dei M ERCOSUR y el Pacto Andino en una sola Asociación de Libre
Comercio de América del Sur (ALCAS) que, acompañada de la CARICOM y el
M CCA, negociara en pie de igualdad con el TLC de América del Norte. En lugar
de asimetría de países pequeños y no desarrollados en conversación bilateral con
una gran potencia, existiría una simetría entre dos grandes socios soberanos.
El am biente triunfal para la causa neoconservadoray la tesis de la globalización
por obra y gracia de las fuerzas del mercado llegó a un brusco fin desde comienzos
de 1995. En México, país que durante el primer año del TLC había recibido
importantes beneficios y gran afluencia de inversiones extranjeras, de pronto surgió
una crisis de confianza, se produjo una vasta fuga de capitales especuladores y el
El fin del siglo: Latinoamérica en un mundo en transformación □ 277

peso mexicano se desplomó en los mercados monetarios internacionales. Ese


fenómeno bruscamente recesivo, denominado por la prensa “efecto tequila”, se
trasladó luego de M éxico a los demás países de América Latina y mostró efectos
particularmente preocupantes en Argentina. De pronto quedó demostrado el hecho
de que la diferencia estructural entre países desarrollados y en desarrollo sí es real
e importante; que una nación no debe basar su desarrollo en inversiones foráneas
especulativas y asustadizas sino que debe adoptar políticas encaminadas a generar
capitales propios y a trazar estrategias de desarrollo nacionales.
Otro acontecimiento mexicano demostró a partir de 1994 que una política de
apertura indiscriminada puede intensificar los contrastes sociales y regionales
dentro de un país en desarrollo hasta el punto de provocar estallidos de violencia.
La rebelión armada campesino-indígena dirigida por el llamado Ejército Zapatista
de Liberación Nacional (EZLN) en el estado de Chiapas pareció indicar que los
resentimientos sociales y étnicos tienden a agravarse cuando el crecimiento econó­
mico nacional se concentra sólo en algunos sectores y algunas zonas. La parte
septentrional de México recibió los efectos positivos principales de la apertura
económ ica hacia Norteamérica, en tanto que en la porción meridional del país
tendió a profundizarse el estancamiento y a hacerse más evidente la pobreza.
Añadido al estallido social venezolano de 1989, los fuertes disturbios en Argentina
durante esc mismo año, las ocupaciones de tierras por campesinos en Brasil, y otros
fenómenos de protesta y rebelión social, el levantamiento de Chiapas fortaleció la
evidencia de que el modelo de crecimiento macroeconómico neoconservador no
responde a las necesidades de un verdadero desarrollo integral, que debe abarcar el
campo social y cultural simultáneamente con el de las inversiones y la producción
material.
El enfrentamiento entre la tesis neoconservadora y bilateralista sustentada
sobre todo por Estados Unidos, y la tesis latinoamericana autonomista de la
convergencia constituye uno de los temas conflictivos entre el Norte y el Sur del
hem isferio occidental. Otro es el del choque entre la profunda fe angloamericana en
las virtudes de la libre empresa, y la convicción muy arraigada en America Latina
de que el Estado tiene un importante papel que jugar en el plano social. Tres otros
temas importantes son el de la lucha contra el narcotráfico, la protección del medio
ambiente, y la migración de latinoamericanos hacia Estados Unidos.

A m érica L atin a en el m undo fu tu ro

Como se señaló en las secciones precedentes, América Latina perdió buena


parte de su poder negociador por efecto de ladespolarización mundial. El Occidente
industrializado, presidido por Estados Unidos, triunfó en la guerra fría yt por la
fuerza de sus gobiernos y sus empresas transnacionalcs, impuso a los países en
desarrollo un “nuevo orden m undial” de globaiización y apertura económicas,
regido por la ideología neoliberal. Sin embargo, ese “nuevo orden” no fue más que
un proyecto. Contrariamente a las fantasías de un Fukuyámá, la historia no llegó a
su “fin”, sino que se hizo evidente la persistencia del principio de la continuidad
junto con el de la transformación.
En escala global, si bien es cierto que Estados Unidos quedó en el papel de
278 □ Relaciones internacionales de América Latina

primera potencia, sus propias vacilaciones impidieron que estableciese un orden


imperial único. El poder económico de la Unión Europea y de Japón (cada uno con
una esfera de influencia comercial igual a la de Estados Unidos), hizo que la primera
potencia tuviese que compartir su control del mundo con esos centros subimperiales.
En la m edida en que los intereses económicos puedan tender a predom inar sobre los
políticos (y las E l’N sobre los Estados), la división del mundo entre por lo menos
tres bloques comerciales y financieros se hace más marcada. A los tres poderes
señalados se agregan, como mínimo, otros dos: Rusia, em peñada en recuperarse de
la caída que sufrió por efecto de Ja p e r e str o ik a y China, firme en su desarrollo
gradual e incontenible que com bina lo nuevo con lo viejo. Queda por verse si en el
siglo XXI surgirán otros polos de poder en lo que actualmente es el mundo
“periférico”: un nuevo poder islámico, tal vez uno del sur de Asia, uno africano y...
¿una presencia latinoamericana compactada y soberana?
Parecería probable que Latinoamérica tenga mejores posibilidades de desarro­
llo autónomo y de identidad nacional-regional, si el mundo futuro no fuese uni sino
multipolar. si, en lugar de un imperio universal con capital única, se formase un
nuevo orden de equilibrio del poder entre centros diversos con base parcialmente
territorial y en parte no territorial (combinación de Estados nacional-regionales y de
fuerzas transge o gráficas). En un sistema que, sobre bases tecnocicnlíficas y
culturales nuevas, repitiese el fenómeno de las cambiantes alianzas y pugnas de los
siglos X VIII y XIX, las entidades regionales y culturales nuevas tendrían mayor
oportunidad de surgir que en un sistema vertical y de discurso dominante único. En
términos concretos, el afán tradicional de los patriotas latinoamericanos de no
depender de un socio dominante único sino diversificar geográficamente las
relaciones de interdependencia, debe mantenerse para que la región tenga un
espacio de maniobra.
Sin embargo, la diversificación geográfica de los flujos económicos y cultura­
les no garantiza la unidad de América Latina en un desarrollo autónomo. Sería
imaginable una futura Latinoamérica pasiva y desunida que se dejara dividir entre
neocolonizaciones diversas. ¿El macro-Caribc y Sudamérica septentrional se
dejarían dominar por Angloamérica, en tanto que el Cono Sur se sometería a los
hechizos de la Unión Europea y tal vez una parte de la subregión andina gravitaría
hacia el mundo transpacífico?
Para poder realizar su integración y un desarrollo autónomo. Latinoamérica
debe saber, primero, jugar las cartas de que actualmente dispone en la negociación
N orte-Sur y, luego, crear una cultura nacional-regional inquebrantable.
A pesar de la asimetría entre una Angloamérica desarrollada y rica y una
Latinoam érica no desarrollada y pobre, durante la década de los noventa existieron
tres ámbitos dentro de los cuales la parte latinoamericana poseía poder negociador.
Esos tres ámbitos eran (son) el del narcotráfico, el de la ecología y el de los
movimientos migratorios.
Desde 1980 en adelante, el tráfico ilegal de cocaína y de los derivados del opio
tales com o la heroína adquirió dimensiones gigantescas en escala mundial.
Sudamérica, especializada en la producción de la cocaína (la heroína provenía
principalmente de Asia), respondía a la demanda creciente del principal consumidor
de drogas, Estados Unidos y de los demás grandes centros de consumo. A la ve/, que
en el Norte las mafias organizaron la distribución interna, en América Latina los
El fin del siglo: Latinoamérica en un mundo en transformación □ 279

“carteles” de narcoexportadores aseguraron un creciente flujo de cocaína, desde los


sembraderos andinos, con sucesivas etapas de elaboración, a través del Caribe, el
Pacífico y el Atlántico hacia América del Norte. Colombia, con sus “carteles” de
M edellín y de Cali, jugó un papel particularmente visible en ese enorme negocio
ilícito. Para el fin de la década de los ochenta, la cantidad de cocaína exportada
anualmente hacia Norteamérica se calculaba en 45 toneladas. Otras 10 toneladas
eran enviadas a Europa, a la cual llegaba además una gran corriente de derivados del
opio procedente de Asia. Desde 1990 en adelante, el colapso de la URSS y la crisis
de las sociedades antes regidas por el socialismo autoritario convirtieron Europa del
Este y la zona del Cáucaso en otro gran centro de delincuencia y de narcotráfico.
En toda Latinoamérica y sobre todo en la subregión andina, el narcotráfico
creció com o una de las soluciones informales al vasto problema de la marginaliza-
ción, y los tentáculos del negocio de la droga penetraron en la vida política hasta los
más altos niveles. Los dineros “lavados” procedentes de la venta de drogas
ejercieron efectos indudablemente estimulantes sobre el desarrollo económico
legal de algunos países.
Estados Unidos presionó fuertemente para que Latinoamérica aceptara un
sistema conjunto y coordinado de represión y prevención del tráfico de drogas, con
los servicios norteamericanos de investigación y seguridad en posición dominante
y omnipresentes. La pretensión estadounidense de ejercer vigilancia policial y hasta
militar antidrogas en el interior de los países de América Latina provocó múltiples
resistencias y protestas por parte de éstos. Los países andinos de Sudamérica
realizaron por su propia iniciativa esfuerzos a veces heroicos (con saldo de valiosas
personalidades asesinadas por los narcotraficantes, sobre todo en Colombia), pero
Estados Unidos criticaba continuamente la presunta insuficiencia de tales iniciati­
vas. Por un sistema de “certificaciones” anuales, el gobierno estadounidense evalúa
la conducta de los latinoamericanos en materia de lucha contra el narcotráfico y
aplica sanciones a quienes incumplen las directrices emanadas del Norte o se niegan
a otorgar a las fuerzas de seguridad de Estados Unidos un papel protagónico dentro
de su territorio.
Es evidente por reiterados pronunciamientos de los gobernantes norteam erica­
nos desde 1991 en adelante, que Estados Unidos tiende a asignar al narcotráfico el
rol de “enemigo número uno” que antes era desempeñado por la URSS y el bloque
comunista. En nombre de la lucha internacional contra el negocio criminal, Estados
Unidos quisiera liderar una alianza hemisférica y tener derecho de injerencia en los
aparatos de seguridad y defensa de los países situados al sur del Río Grande.
A m érica Latina se siente ofendida por la tendencia del Norte a culpar exclusi­
vamente a los productores y exportadores de drogas por la tragedia universal que
éstas representan, y soslayar el rol decisivo que juegan el consumo o la demanda.
Sin la existencia en Estados Unidos de un desorden social y moral que alienta el
consumo de narcóticos — dicen los portavoces latinoamericanos— , no habría tan
fuertes estímulos a la producción y exportación de los mismos.
En nuestra opinión, Latinoamérica puede concertarse para defender ante
Estados Unidos una política con respecto al nárcotráficó que contemplaría:
— la firme y sincera decisión de colaborar para com batir y erradicar ese flagelo
— la insistencia igualmente firme en que tan responsables son quienes toleran el
consumo, como quienes permiten la producción y venta de los narcóticos; y
280 Q Relaciones internacionales de América Latino

— una presión diplomática decidida para que e! problema de las drogas, en todos
sus aspectos y dimensiones, sea tratado multilateralmente a escala mundial, en vez
de ser objeto de presiones unilaterales por gobiernos fuertes sobre gobiernos
débiles.
Otra materia de debate Norte-Sur para fines del siglo XX en el hemisferio
occidental es la protección al medio ambiente. Después de haber destruido sus
propios bosques y praderas, y de haber contaminado el medio ambiente mundial, los
europeos y norteamericanos descubrieron la gran verdad de los “límites del
crecim iento” dictados por la imperiosa necesidad de salvar nuestro planeta de un
desastre ecológico total. Nobles y sinceras agrupaciones para la defensa de la
naturaleza y el medio ambiente vieron la luz desde la década de los setenta y
realizaron una lucha mundial tenaz y efectiva para salvar la fauna y flora terrestre
y marítima aún existente y descontaminar el aire y las aguas ensuciadas por las más
diversas emanaciones químicas. En grado creciente, los gobiernos apoyan esa
lucha.
La selva amazónica es objeto de preocupaciones particulares por parte de los
gobiernos y entidades ecologistas del Norte. Ella constituye el principal “pulmón
planetario”: océano de vegetación, “paraíso verde” que sólo la maldad humana
siembra a veces de “infiernos verdes” ; zona generadora de oxígeno para todos los
seres vivientes de la Tierra. Hábitat, además, de la más maravillosa diversidad de
animales y plantas, y hogar de etnias indígenas cuyas culturas, sencillas y hermosas,
constituyen fuentes de enseñanzas para las civilizaciones desorientadas.
Ante una inconfundible presión del Norte — inmediatamente aprovechada por
empresas transnacionales nada altruistas— para que la Amazonia fuese puesta bajo
control internacional, reaccionó Brasil, centro de defensa de la soberanía sudame­
ricana en esta etapa final del siglo XX. Acusado por el Norte de talar brutalmente
la selva amazónica y de contaminar sus ríos, Brasil comenzó a aplicar remedios a
abusos realmente existentes y alertó a los demás países amazónicos sobre la
necesidad de la soberanía nacional. América Latina no puede permitir que se le
obligue a renunciar al desarrollo y a la soberanía para com placer al mundo
industrializado y poderoso, autor original de todas las destrucciones del medio
ambiente universal.
Resultado del enfrentamiento fue la celebración de la Conferencia de Río de
Janeiro sobre Medio Ambiente y Desarrollo en 1992. En ese evento realmente
significativo se llegó a una transacción entre las dos posiciones, con la adopción y
consagración del concepto de desarrollo sustentable. Latinoamérica acogió p lena­
mente la preocupación de Europa, Norteamérica y el resto del mundo ante los
peligros que se ciernen sobre las selvas tropicales, y aceptó la responsabilidad de
actuar soberanamente para proteger y conservar esas zonas naturales con sus
recursos humanos, animales y vegetales. El mundo industrializado, por su parte,
reconoció el derecho que tienen los países latinoamericanos para hacer uso racional
y responsable de sus recursos naturales renovables y no renovables para impulsar
su indispensable desarrollo económico y social. Todo desarrollo socioeconómico,
de allí en adelante, en cualquier parte del mundo, debería ser “sustentable” o
“sostenibie” en términos de la conservación del equilibrio ecológico. Sin embargo,
Estados Unidos y Gran Bretaña no suscribieron el acta final de esta Conferencia.
El tercer gran tema que afecta e interesa por igual al Norte y al Sur es el de las
El fin del siglo: ÍMtinoamérica en un mundo en transformación □ 28 l

migraciones latinoamericanas. Por la creciente disparidad entre la prosperidad del


Norte y la pobreza del Sur, aumenta la presión migratoria de nuestra región sobre
Norteam érica (y en menor grado, sobre Europa y Australia). Desde mediados de la
década de los noventa, el número de hispanoamericanos domiciliados en Estados
Unidos es m ayor que el número de afronortcamericanos, siendo los “latinos” la
m inoría étnica más numerosa. En entidades federales como Florida, California,
Texas y N ueva M éxico, existe fuerte presión hispanoparlante a favor del reconoci­
m iento de una realidad “multicultural’' y del castellano como segunda lengua
oficial. Las comunidades hispanoamericanas en toda la extensión del territorio
estadounidense desarrollan una vibrante influencia cultural, con sus ritmos musica­
les, sus platos típicos y sus contribuciones artísticas e intelectuales. Ante esa
poderosa corriente inmigratoria, los sectores derechistas y ultranacionalistas de
Estados Unidos reaccionan en forma xenófoba: leyes contra la inmigración y
barreras de contención en la frontera con México (el TLC no contempla la libre
m igración hacia el Norte).
Por el otro lado, Latinoam érica— si en el futuro logra perfeccionar su unidad—
podría ser capaz de utilizar la comunidad hispano-estadounidense como vasto
lo b b y a favor de sus intereses, en forma similar a la actuación de las comunidades
norteamericanas de origen irlandés o judío en pro de las aspiraciones de Irlanda o
de Israel. H asta mediados de los noventa, no existía tal vinculación entre la
comunidad hispánica en Estados Unidos y la política de sus países de origen (salvo
el caso negativo de la lucha anticastristade los cubanos exiliados). Pero seguram en­
te cabe la posibilidad de establecerla.
Una Latinoamérica con vocación de unidad y soberanía podría utilizar las
palancas de negociación que le ofrecen los tres grandes temas del narcotráfico, de
la ecología y de las migraciones, para defender sus aspiraciones históricas y lograr
creciente respeto y consideración por parte de un Norte con el cual debe buscar, en
última instancia, una convivencia amistosa basada en la equidad y la simetría.
Para ello es necesario, además, que Latinoamérica logre superar la actual etapa
de las políticas de desarrollo macroeconómico neoliberal, sin adecuados mecanis­
mos de defensa de las identidades nacionales y de lucha contra la pobreza. El mo­
delo de crecimiento neoconservador engendra crecientes disparidades de ingreso y
contrastes sociales y por allí debilita la coherencia y soberanía de la región.
Parece indispensable que se busquen las vías para transformar la economía de
mercado neoliberal en una economía de mercado social y de desarrollo sustentable.
Una nueva estrategia de desarrollo integral podría asemejarse en algunos aspectos
a la que aplican algunos “tigres” o “dragones” de Asia en su exitoso ascenso de la
categoría de “países en desarrollo” a la de “nuevos países industriales” , pero debería
dedicar mayor atención que éstos al tema de la equidad social.
Tal política no sería la de un la iss e r f a ir e sin límites sino que, a la vez que
otorga la mayor libertad y garantías a los inversores privados con reglas de juego
claras y confiables, encarga al Estado (en constante consulta con los líderes
empresariales y sindicales) de Jas larcas de prever, planificar y fomentar estrategias
industriales y agro-comerciales orientadas hacia Ja exportación y la satisfacción de
la dem anda interna. A sí mismo, el Estado invertirá grandes recursos y esfuerzos en
la elevación de la calidad de la vida y de los “recursos humanos” , sobre todo en
m ateria de salud, vivienda, educación y capacitación. La meta es la de construir una
282 Ü Relaciones internacionales de América Latina

econom ía de mercado con carácter social y respetuosa de la identidad nacional


latinoamericana.
En términos generales, América Latina tiene posibilidades de constituir en el
próxim o siglo un ente autónomo dentro del sistema internacional, pero igualmente
es posible que caiga en condiciones de dependencia o de subsidiaridad. Probable­
mente, un modelo internacional que no sea “imperial” o unipolar, sino que se
caracterice por la multipolaridad o una unipolaridad muy atenuada y diluida, le
perm itiría mayor libertad de movimiento y espacio para la actuación soberana.
Los factores positivos de cohesión y de autonomía que la región latinoameri­
cana ha desarrollado desde 1945 en adelante incluyen un estimable desarrollo
industrial y tecnológico, primero bajo el sistema de la sustitución de importaciones
y luego el de la apertura económica; una notable capacidad integradora a partir de
1960; una creciente homogeneidad democrática y costumbre de concertación y
cooperación entre gobiernos; y una comunicación cultural e informativa cada vez
más directa entre los pueblos.
Sin embargo, esas perspectivas positivas se ven contrarrestadas, en parte, por
factores negativos y desagrcgadores, como son: la asimetría fundamental e inhibidora
entre Latinoamérica y las regiones industrializadas del Norte; la creciente dispari­
dad, dentro de Latinoamérica misma, entre países y sectores sociales más ricos y
más pobres, con un desfase entre “canales rápidos” y “canales lentos” de desarrollo,
y por la capacidad de “colonización mental” que los polos de gran poder geopol ítico
tienen con respecto a ciertas élites latinoamericanas.
Al sopesar los factores positivos y negativos, creemos que existen condiciones
para que América Latina, en el futuro, pueda disfrutar de una identidad no sólo
cultural (como lo piensan algunos analistas) sino también en términos de unidad y
soberanía política y económica. Pero que esas condiciones sean aprovechadas,
depende de la libre decisión de las élites políticas y culturales de los años venideros.
Depende también del sagaz aprovechamiento de los factores de negociación
señalados más arriba. Y depende de que en la toma de decisiones se incorpore en
grado creciente a las masas populares que, en última instancia, sienten más
intensam ente la identidad nacional regional.

También podría gustarte