Manual de Moral Cristiana Con Arreglo A La Doctrina Del Concilio de Trento PEDRO de MADRAZO
Manual de Moral Cristiana Con Arreglo A La Doctrina Del Concilio de Trento PEDRO de MADRAZO
Manual de Moral Cristiana Con Arreglo A La Doctrina Del Concilio de Trento PEDRO de MADRAZO
MANUAL
DE
MORAL
CRISTIANA
con arreglo
a la doctrina del
Santo Concilio de Trento
y de los más notables
expositores y moralistas
católicos
PARÍS
1837
ENCICLOPEDIA HISPANO-AME RICANA.
MANUAL
DB
MORAL CRISTIANA
oon a m |lo
Pin OON P E DR O DE M A D R A Z O .
PARIS
LIBRERIA DE ROSA Y BOURET.
MANUAL
DR
MORAL CRISTIANA
INDICE.
INTRODUCCION......................................................................... .. 1
i.
11.
Ul.
IV.
MORAL CRISTIANA.
CAPITULO PRIMERO.
(1) Salm. x u , 7.
60 M ANUAL DE MORAL CRIS TIAN A.
— « Venid á mí, dice, tomad mi yugo sobre vosotros y
aprended de mi que soy manso y humilde de corazon. »
¡ Que suaves y halagüeñas debieron resonar en los oidos
de las naciones oprimidas por el sangriento yugo de la
fuerza estas expresiones de amor y de mansedumbre!
A esta dulce excitación seguía la lisongera promesa
de que el hombre que correspondiese á ella encontraría
el reposo para su alma. ¡ Cuántos estímulos encierra esta
promesa para prendarse del Maestro y de su escuela, y
del estudio de la verdad que en ella se enseña! Veamos
de enumerarlos ligeramente.
Primero, un Maestro sobre todos excelente, que es el
mismo Hijo de Dios y la misma verdad suprema. Luego,
una ciencia sobre todas provechosa, que conduce al alma
por la puerta de su propia nada á la contemplación del
bien supremo. Ultimamente, frutos excelentes como la
paz del alma, el descanso de sus fatigas y cruces, la vic
toria sobre las pasiones y la dichosa adquisición de todas
las demás virtudes. Todo esto se consigue en la celestial
escuela de Jesucristo.
Pero este divino Maestro no se limitó á las palabras y
á la promesa para enseñarnos, sino que quiso unir á ellas
el ejemplo. Teniendo la naturaleza de Dios y siendo por
esencia igual á Dios, se anonadó á si mismo tomando /a
forma y naturaleza de siervo, y se humilló haciéndose
obediente hasta la muei'te, y muerte de cruz (que era la
mas ignominiosa). Su vida fué una serie continua de
ejemplos de humildad : escogió nacer en un pesebre, ser
circuncidado como un pecador, huir á Egipto como si 110
tuviera poder bastante para triunfar de un mortal mise-
CAPITULO IV. 61
rabie, ser educado con pobreza y trabajos, emplearse en
obras mecánicas y humildes, ser obediente á sus propias
criaturas, ser bautizado entre los pecadores, sufrir que
el demonio le tentase, tener por compañeros y discípulos
hombres de la clase mas abyecta é ignorante, hacerse
siervo de ellos hasta el punto de lavarles los piés con sus
propias manos, huir los honores y el aplauso, ocultar su
gloria y encargar el secreto de sus obras maravillosas, y
últimamente abrazar en todas ocasiones, en vida y en
muerte, lo mas humillante y despreciable á los ojos de los
hombres.
La imitación de este admirable modelo no se consigue
sino por grados. Conviene describirlos á fin de que en
este pequeño curso de moral cristiana acompañe á la
exposición del precepto el modo de cumplirlo.
No consiste la verdadera humildad en hablar uno mal
de si mismo diciendo que es un gran pecador ó cosas
semejantes, ni en llevar traje pobre y sucio, ni en em
plearse en cosas bajas, ni en tener los ojos siempre clavados
en el suelo, etc.; porque podemos hacer todo esto y sin
embargo estar muy lejos de la humildad; porque esto
puede hacerse por puro orgullo, por granjearse la estima
ción ajena afectando un exterior humilde, ó para agra
darnos y lisonjearnos á nosotros mismos con la ilusión
de poseer esta virtud.
La verdadera humildad no consiste en palabras, ni en
apariencias exteriores, sino en los sentimientos íntimos
del corazon. La humildad, dice san Bernardo, que no
por ser un gran santo dejó de ser un gran filósofo, es
una virtud por la cual el hombre que perfectamente se
4
02 MANUAL DE MORAL CRISTIANA.
conoce á si mismo, llega á ser pequeño y despreciable d
sus propios ojos.
De consiguiente, ser un hotnbre verdaderamente hu
milde, es tener de si mismo una baja opinion, por el pro
fundo conocimiento de su propia nada y de sus pecados,
y despreciarse por esto mismo deseando ser despreciado
por todo el mundo. El que no se encuentre con estas dis
posiciones, no es verdaderamente humilde.
El primer grado de la humildad es el que se desprende
de la definición dada por san Bernardo : que tengamos
el conocimiento de nosotros mismos y de todas nuestras
miserias y defectos. En efecto, la convicción de no tener
nada en qué ftindar el menor orgullo, y si por el contra
rio muchos motivos para considerarnos débiles y despre
ciamos sinceramente, penetrados de que no hay en no
sotros cosa buena que de nosotros proceda, y de que
nuestras decantadas facultades para nada sirven sino
para hacernos mas pequeños y abominables, deben in
fluir necesariamente para que desterremos de nuestro
coraion el amor propio y la propia estimación.
El seguado griado de la verdadera humildad alcanza
aun mas : no solo nos haee despreciamos ¿ nosotros
mismos, sino también tolerar, y aun desear, el ser des
preciados y que todos tengan de nosotros la misma mala
opinion que nosotros procuramos tener.
El tercero y mas sublime grado de humildad es el de
los santos, que en medio de los mas grandes favores y del
elevado encumbramiento de cuantos dones sobrenaturales
puede dispensar la divina gracia, se hallan tan firmes en
lo que enseña la verdad eterna, que nada se atribuyen
CAPITULO IV. «3
á sí mismos, sino todo á Dios, y cuanto mas exaltados
son, mas pequeños se consideran, y mas van profundi
zando en el abismo de la propia nada.
Esta es la difícil escala de la humildad, que levanta al
hombre hasta el pináculo de la verdadera perfección
mientras mas bajo le considera el mundo alucinado. Para
subir por ella conviene proceder gradualmente, porque
no es posible poner en práctica las lecciones mas difi
cultosas no empezando por las mas fáciles.
Si queremos ahora saber cuáles son los primeros pa
sos que hay que dar en este escabroso sendero, los redu
ciremos á las prescripciones siguientes, tomadas de un
precioso libro titulado: C o s s i d e r a c i o n e s s o b r e l a s v e r d a d e s
DE LA RELIGION Y LOS DEBERES DEL CRISTIANO, q u e UnO d e
nuestros mas esclarecidos y virtuosos teólogos ha califi
cado de Curso práctico y completo de doctrina cris
tiana (i).
I. No buscar en nada de lo que hagamos la alabanza,
la estimación ó el aplauso de los hombres, ni decir pala
bra alguna que tienda directa ó indirectamente á nuestra
propia vanagloria, mortificando aquella inclinación que
tenemos á estar siempre hablando de nosotros mismos
y de nuestras obras.
U. No disculpar ni encubrir ó paliar nuestras propias
faltas ó defectos, ni rechazar la censura sobre los demás.
111. No complacernos oyeudo que se nos alaba ó que
D E L A M O R DB D I O S .
(l) n i, 14.
78 M ANU AL DE MORAL CRISTIANA.
perfección y la verdad misma, en cuya comparación nada
son absolutamente todas las demás cosas.
Ved si hay motivos para amar al gran S e ñ o r que con
tiene en si mismo todo lo que es amable y delicioso, y que
es como el inmenso océano de todo bien.
Debemos considerar en segundo lugar los motivos para
el amor divino implícitos en esta expresión: Dios t u y o ,
en cuanto significa que ese Señor de infinita majestad se
digna también ser nuestro.
Sí, tu Dios es tu primer principio y tu fin último : es
tu hacedor, que te ha creado para sí mismo y que repeti
das veces cada día se comunica contigo: es tu padre, tu
esposo; til p a sto , ttí guardador, tü bienhechor cons
tante, tu siempre leal amigo, tu supremo bien y la fuente
de todos tus bienes temporales y eternos.
Cuando caíste de su gracia y perdiste su amor por el
pecado, él fué quien se dignó bajar hasta ti de una mar
ñera mucho mas generosa todavía, pues te mandó su pro
pio Hijo para que fuese tu Salvador y Redentor. Su amor
hácia ti le hizo descender de su trono celestial para en
carnar en las entrañas de la Virgen (I); sügfeheroso amor
!l)Sfilm., xxxix, 8, 9
84 MANUAL DE MORAL CRIS TIAN A.
cir con nuestro Salvador: « ¡ Oh Dios mío, esto he querido
a y deseado dentro de mi corazon! »
Cuenta no veamos borrado nuestro nombre del libro
de ¡a vida , que es el mismo libro del amor, por emanci
par nuestra voluntad del santo yugo de la voluntad de
Dios y de su divina ley.
Le amarás c o n t o d a t u u e s t e . Según el espíritu del
primero y principal mandamiento, debemos también con
sagrar á Dios toda nuestra mente.
El entendimiento es el seno del pensamiento y por con
siguiente de la consideración, de la meditación y del re
cogimiento en Dios. Por lo mismo, amar á Dios con toda
la mente es tener nuestro pensamiento siempre fijo en él;
contemplarle, meditar en el diariamente y en sus verda
des, y sobre todo lo que con él tiene relación y ayuda á
levantar hácia él el espíritu.
Este amor de toda la mente, era requisito que basta la
antigua ley exigía de todos los siervos de Dios: mucho
' mas la nueva que con justicia se llama ley de amor.
((Amarás al Señor Dios tuyo, dice el Deuteronomio, y
tf estos mandamientos que yo te doy en este día, estarán
« estampados en tu corazon, y los enseñarás á tus hijos,
« y en ellos meditarás sentado en tu casa, y andando de
« viaje, y al acostarte y al levantarte; y los has de traer
« para memoria ligados en tu mano, y pendientes en la
« frente ante tus ojos, y escribirlos basen el dintel y puer-
a tas de tu casa, o
Con toda esta energía inculca Dios el recuerdo perpe
tuo de su divina ley, y en particular el del mandamiento
supremo del amor en que se cifra la observancia de toda
ella.
CAPITULO VI. 85
Justo y razonable es que amemos á Dios con nuestra
mente : justo que pensemos en él de continuo. Él se
acuerda siempre de nosotros y piensa en nosotros; en
nosotros tiene siempre fíja su mirada. Desde la eternidad
hemos tenido siempre un lugar en su eterna mente, y en
ella nos ha amado con amor infinito.
¿ Cómo podremos rehusarle el lugar que solicita en
nuestra alma ó arrojarle de ella con nada menos que
toda nuestra mente?
Ya que no podamos vivir sin pensar en alguna cosa
durante el dia, ¿ en qué cosa mas amable, mas noble, mas
envidiable, mas deliciosa, mas provechosa, mas encan-
tandora podemos pensar que en Dios?
¡ Y sin embargo, dejamos trascurrir los dias, los me
ses, los anos enteros, pensando en todo menos en él!
De suerte que puede decirse que nada absolutamente le
amamos, porque donde está nuestro tesoro allí están
también nuestro pensamiento y nuestro corazon.
De tener á Dios de continuo en nuestra mente reco
giendo el pensamiento y recordando su presencia, po
demos prometernos grandes ventajas. Es el mejor pre
servativo para conservarnos libres de todo pecado; es
una espuela continua para estimularnos á adelantar en
la senda de lu virtud; es un consejo en todas nuestras
dudas, un consuelo en todas nuestras aflicciones, un
estimulo para superar todos nuestros trabajos, una de
fensa contra todos nuestros enemigos, una protección
eficaz en todos los peligros. El pensamiento continuo en
Dios aviva nuestra fe, anima nuestra esperanza, aumenta
en nosotros la divina caridad, y en cierto modo nos remonta
m MANUAL DE MORAL CR ISTIAN A.
hastá d cielo mientras hacemos nuestra peregrinación
en la tierra, manteniéndonos siempre en unión con Dios,
cómo revestidos y fortalecidos con él en todas partes, y
tonSagfádos totalmente á él por medio de la contem
plación y del amor.
Así como la disipación del pensamiento y el consi
guiente olvido de Dios son la (tiente de todos nuestros
males, el recogimiento de la mente en Dios es el manan
tial de todos nuestros bienes. El que se determina, pues,
á desterrar todo pensamiento impertinente, toda vana
diversión, toda idea y designio inútil, pronto se convence
de esta verdad, poique Dios, qué estaba desterrado de
su alma, vuelve á ocuparla lleno de ámor y hace de éUa
ud terdadefó paralsó.
Le amarás c o n t o d a s t í j s f u e r z a s , añade por último el
precepto capital del amor divino.
Asi como en virtud del mandamiento de amar ¿ Dios con
toda nuestra mente, estamos obligados á consagrarle todos
nuestros pensamientos, del mistfio modo por el manda
miento de amarle con todas nuestras ftterzas, debemos
ofrecerte üutttrás pálabras y acciones. Amarle con todas
nuestras tuerzas equivale á amarle con todos nuestm
medios.
Somo* todos de Dio*, y esto por muchos títulos. Por
él solamente füimos creados, y solo para é l; por lo tanto,
como es suya lá propiedad, suyos deben ser los ren
dimientos. Como es suyo el árbol, para él deben ser los
frutos. Seria una grande injusticia quitárselos para dár
selos á otro.
Asi pties, el amor de Dios no solamente debe residir
CAPITULO VI. 87
en nuestro corazon, reinar en todas las potencias de
nuestra alma y llenar toda nuestra mente, sino también
manifestarse en todas nuestras conversaciones y regular
todas nuestras acciones y palabras basta imprimirles la
debida perfección.
Téngase entendido que el aspirar á la perfección es
obligación en el hombre. Pero el desarollo de esta idea
requiere un capitulo especial.
CAPITULO VIL
(1| En el vi.
96 M ANU AL DE MORAL C R IST IA N A .
II. Nuestra alma es su esposa, y aspira á unirse con él
eternamente: de consiguiente todo lo que repugna á la
verdadera santidad mancha el alma y la inhabilita para
esa dichosa unión.
DI. Somos templo suyo; y el templo de Dios debe ser
siempre santo.
IV. Somos miembros de Jesucristo, formamos parte de
él y debemos vivir según su espíritu, que es espíritu de
santidad.
V. Pertenecemos absolutamente á Dios por nuestra
creación, pues nos dió el ser, y solo para el objeto de que
fuésemos santos.
VI. El Hijo de Dios se entregó por nosotros á su dolo-
rosa pasión y muerte, para ¡(mar todos nuestros pecados
con su sangre, y hacemos reinos y sacerdotes (es decir,
santos) de Dios, Padre suyo (1).
VIL Finalmente, pertenecemos á Dios por los votos he
chos en el bautismo, por nuestra dedicación verificada en
aquel mismo acto, por nuestra frecuente participación del
cuerpo y sangre de Cristo en el sacramento, de resultas
del cual debemos habitar en Cristo, Dios de toda santi
dad, y vivir en él. Y por otros innumerables títulos.
Por todo esto nos hallamos estrechamente obligados á
consagrarle sin reserva todo nuestro ser, para servirle
con santidad y justicia toda nuestra vida.
Y ¿á quién no convencerá todo esto de la necesidad de
aspirar por todos nuestros medios á ser santos, y de que
tal es la voluntad y el mandato de Dios? Dios quiere que
(1) Apoca)., i, 5, 6 .
CAPITULO VII. 97
le amemos: en este amor, qüe es un obsequio tributado
á la fe, á la razón, al bien supremo, está la santidad, la
perfección suma. Luego Dios quiere y manda que seamos
santos y aspiremos á la perfección.
Queda demostrado que el camino mas breve y seguro
para alcanzar toda santidad y perfección es el de progre
sar en la celestial virtud del amor divino.
CAPITULO VIII,
(1) S. Mal., ▼.
12! Véase cap. vi.
116 MANUAL DE MORAL CRISTIANA.
fectamente comunicados, en solo Dios se halla en perfec-
tisimo grado cada uno, por donde hacen este mandamien
to de iniinita perfección y obligación, de tal manera que
cuanto Dios nos es mas padre, rey, señor, bienhechor,
amigo, que todos aquellos á los cuales por tales títulos
estamos obligados; tanto es mayor la obligación que te
nemos á este mandamiento que á todos los otros.»
« De aqui es que todos los otros mandamientos se han
de reglar por este; porque tanto mas 6 menos nos obli
gan, cuanto mas ó menos sirven á la guarda de este pri
mer precepto. Declárome: La obligación de obedecer á los
señores y á los prelados, en tanto nos obliga, en cuanto
no fuere estorbo para el cumplimiento de este precepto de
honrar y servir y obedecer á Dios; como lo declaró el
Principe de los apóstoles cuando dijo á los principes y sa
cerdotes , que les habían mandado que no predicasen la
gloriosa resurrección de Jesucristo. Preguntado san Pe
dro por ellos, cómo no habían obedecido lo que le*
había sido mandado, respondió: Porque Dios nos man
dó predicar, y es mas razón obedecer á Dios, que á lus
hom bres.»
«Otro ejemplo: Precepto es honrar los padres, mas
este no obliga cuando la voluntad del padre se encuentra
con la voluntad de Dios. Puede acontecer que Dios llame
á un mozo á la religión; el padre le quiere en el mundo;
en tal caso, dice san Gerónimo (1), si el padre con lágri
mas se postrase atravesado en la puerta porque el hijo no
(1)Sáta. tñ .
CAPITULO IX. 110
dre Todopoderoso, como Señor de todo lo criado, á él
(por estos títulos Padre y Señor) se le debe con el amor
de Padre el temor de tan gran Señor. Y esto es lo que H
dice por un pirofeta : El hijo honra á su padre y el sierro
á so señor. Padre y señor me confesáis) pues si soy
mestro Padre, ¿ qué es del amor de padre qué me te -
neis? Y si soy Señor,¿cómo no me temeis? Como la con
fesión de padre pide amor, asi la de tan grande ftéflor
pide temor, que en todo tiempo y lugar nos haga sudar
humildes delante de tan grande Majestad, délante la
cual tiemblan las columnas del délo, y toda la máquina
del mundo......»
« ........ Y este es el toqne y eiámen de nuestro
aprovechamiento cuando crecemos en este propósito de
antes padecer todos los tormentos de los mártires, que
hacer contra Dios una oferte* mortal ¿ quebrantando uno
de &tis ditlnos preceptos,. »
« ..... . Esto es todo lo que se encierra en la guarda
del primer mandamiento, el cual no comprende solo ana
virtud, sino muchas. Comprende el amor de Dios y el
temor, el agradecimiento á sus divinos beneficios, la
obediencia' á todos sus preceptos, humildad y paciencia
i todos sus azotes y castigos, la confianza en él, con
todo k> demás que debe el hijo al bueu padre, el siervo
al buen señor, y la criatura á su criador. »
« Las obras de este mandamiento son honrar y servir
al Señar, de todas las maneras que le creemos y confe
samos ; y asi esperar y fiar de él y llamarle en toda#
nuestras necesidades, obedecerle alegremente, buscar en
todo su honra y gloria, recibir con paciencia los trabajo*,
120 MANUAL DE MORAL CRISTIAN A.
alegrarse con el aumento de su honra y gloria, y doler
se de corazon de los desacatos y pecados contra su divina
Majestad cometidos. Y para recoger en compendio todas
las obras que la guarda de este mandamiento pide, dijo
que « todas ellas se encierran en f e , e s p e r a n z a , amor y
a t e m o r de Dios; que son las obras que también dijimos
« que pedia el primer articulo de la fe. i>
El Catecismo del santo concilio de Trento, ordenado
l>or orden de san Pió V, resume brevemente en estas
l>alabras los motivos por los cuales se consideran conte
nidas en el primer mandamiento del Decálogo las tres
virtudes de fe, esperanza y caridad.
a En el primero se encierran los preceptos de fé, espe
ranza y caridad. Porque si le llamamos Dios, le confesa
mos inmoble, inalterable, que eternalmente permanece
el mismo, fiel, y recto sin defecto alguno. De donde se
sigue necesariamente, que creyendo sus palabras, le
damos entera fe y autoridad. Y el que está confesando
su omnipotencia, clemencia, facilidad é inclinación para
hacer bien,¿podrá menos de colocar en él todas sus espe
ranzas? Y si contempla las riquezas de su bondad y
amor derrámadas sobre nosotros, ¿ podrá dejarle de amar?
Por eso cuando su Majestad ordena y manda alguna cosa
en las Escrituras, ya sea al principio, ya sea al fin, usa
de estas palabras : Yo soy el Señor. j>
El divino Legislador, al decir á su pueblo: a No tendrás
a dioses ajenos delante de m i,» se valió del precepto nega
tivo por la ceguedad de muchísimos que antiguamente
confesando que adoraban al verdadero Dios, veneraban al
mismo tiempo muchos dioses. De estos hubo muchos en
CAPITULO IX. 191
tre los Hebreos, los cuales, como Elias les echaba en cara,
cojeaban de ambos piés ( l ) ,y también lo hicieron los
Samaritanos, que adoraban al Dios de Israel y juntamente
á los dioses de los gentiles.
Parécenos casi inútil insistir en ^1 precepto afirmativo
que del primer mandamiento se desprende, a Si crees que
Dios es tu criador y tu padre todopoderoso, viene á decir
este precepto, ámale como á tal padre, espera en él como
en tan poderoso, témele y reverénciale, y humíllate delante
de él, como delante de tan gran señor, sírvele por sus
beneficios conforme tu poder, que nunca llegarás á tu
obligación; porque de tal fe como confiesas en el primer
artículo, tales obras se te piden en el primer manda
miento (f). i> El mandamiento es la regla de nuestras
acciones; la fe es el motivo que nos obliga á conformar
nos con el precepto.
Cuando designándonos una persona como rey se nos
enseña lo que antes no conocíamos, al descubrimos su
dignidad se nos previene la cortesía con que hemos de
tratarla y respetarla; del mismo modo, dictándonos el
primer articulo de la fe que Dios es nuestro criador y
nuestro padre y señor omnipotente, nos advierte el tra
tamiento, amor y reverencia que le debemos. Mas para
que nadie, por rudo que sea, alegue ignorancia, el pri
mer mandamiento del Decálogo nos declara esto mismo.
Están pues en maravillosa concordancia los artículos
de la fe con los divinos preceptos de la ley, y la doctrina
(1) III R eg., 18.
(2) Fr. L. de Granada. Comp. y txplic. d§ ¡a doctr. crúf., Se
gunda parte, cap. n.
ItS MANUAL DE MORAL CRISTIANA.
de la fe eoti la doetriná de las obras; son las doé partes
de la divina Sabiduría, convenientemente figuradas por
aquellos dos querubines qué estaban á los lados del Arta
del Testamento, que se miraban tino á otrd, para dar á
entender cómo estas dos partes principales de la divina
Escritura (fe y obras) se miran y responden con admi
rable consonancia.
CAPITULO X.
DE LA PROHIBICION DE LA IDOLATRÍA.
(l) II Cor., x v 5.
CAPITULO X. 125
cipal ocupación de nuestra vida se reduzca á ser verda
deramente piadosos, aplicando seriamente todas nuestras
facultades al amor y servicio de nuestro Hacedor.
De lo dicho se colige fácilmente con qué obras se que
branta este primer mandamiento, pues, como observa
Fr. Luis de Granada, han de s e r « las contrarias de
« aquellas con las cuales se cumple.» Pecan de consi
guiente contra él, y asi nos lo afirma «1 Catecismo del
santo concilio de Trento, los que no tienen fe, esperanza
y caridad; en lo cual están comprendidos:
Los que caen en herejía;
Los que no creen las cosas que la santa madre Iglesia
propone que deben creerse;
Los que dan crédito á sueños, agüeros, y demás cosas
vanas;
Los que desesperan de su salvación y no confian en la
divina bondad.
Los que ponen su esperanza solo en sus riquezas, salud
y fuerzas corporales; de todo lo cual tratan largamente
los que han escrito de vicios y pecados.
Pero los primeros trasgresores ó quebrantadores de este
gran mandamiento son los idólatras : esto es, los que
adoran los ídolos, los planetas ó cualesquier criaturas.
Este pecado de la idolatría, dice Salomon, es el mayor
de los pecados, y principio y causa de todos, y por consi
guiente, según el Apóstol, no solo es principio y causa
de todos los males de culpa, sino también de todos los
de pena.
Por ídolo se entiende toda imágen ú objeto erigido
para ser honrado como Dios ó para participar en alguna
126 MANUAL DÉ MOftAL CRISTIANA.
manefá del culto ditino. Está es la idolatría de los gen
tiles.
Respecto de esta idolatría que consiste en la erección
de piedras y leños, no se té á primer aspecto gran pe
ligro de que los cristianos puedan incurrir en semejante
pecado, porque quedó abolida de muchos siglos atrás en
todas las nactoües donde fué predicado el cristianismo
por los apóstoles y sus sucesores los pastores y padres
de la Iglesia católica.
Sin embargo, come el eulto que los cristianos tributa
mos á los santos y á los ángeles puede degenerar en
idolatría, contiene nos detengamos á exponer la doctrina
que profesa la Iglesia en cuanto á las imágenes.
No se opone, dice el Catecismo romano (al primer
mandamiento), la veneración é invocación de los santos
ángeles y de las almas bienaventuradas que están gozando
de Dios; ni el culto que á sus cuerpos y cenizas dió
siempre la Iglesia católica. Porque ¿ quién será tan loco,
que mandando el rey que ninguno se porte ramo tal, ni
permita ser tratado con aparato y honores regios, juzgue
al punto que el rey no quiere que se tenga respeto á sus
magistrados ? Es cierto que los cristianos imitando á los
santos del Testamento Viejo, dan culto á los ángeles,
mas no por eso les dan la adoracion que tributan á Dios.
Y si alguna vez leemos haber rehusado los ángeles que
los venerasen los hombrea, se ha de entender que lo hi
cieron porque no querían se les diese aquel honor que á
solo Dios es debido.
Las sagradas Escrituras hos pruebas que es licito te -
mva# á tes ángeles. El mismo Espíritu Santo que dice :
CAPI Í U LO X. 1 tí
a A solo Dios sea el honor y la gloria, n nos manda hon
rar A los padres y ancianos. Además de esto, aquellos
santos varones que solamente adoraban á un Dios, ado
raban también á los reyes, esto es, los veneraban ccm
rendimiento. Pues si son tratados con tanto honor los
reyes, por quienes Dios gobierna el mundo, á aquellos
angélicos espíritus, los que quiso Dios qué fuesen stis
ministros, y de cuyo medio se vale, no solo para d g o
bierno de su Iglesia, sino también de todas los demás
cosas, y por cuyo favor somos cada día librados de peli
gros muy grandes asi de cuerpo como de alma, aunque
no se dejen ver de nosotros, ¿porqué no les darémos
honra tanto mayor cuanto aquellas bienaventuradas in
teligencias aventajan en dignidad á los reyes mismos?
Júntase á esto la caridad con que nos aman, y que, mo
vidos de ella, ruegan á Dios por aquellas provincias que
están á su cargo : como fácilmente se entiende por la
Escritura; pues presentan á Dios nuestras oraciones y
ligrimas. — Asi enseñó el Salvador en el Evangelio, que
no se escandalizase á los pequefluelos, porque sus ánge
les en los cielos están siempre viendo la cara del Padre
celestial.
Han de ser, piles, invocados los santos ángeles, 04f
porque están perpetuamente gozando de Dios, como por
lo uuiv gustosos que abrazan el patrocinio de nuestra
salvación, de que están encargados. Porque Jacob pidió
al ángel con quien habitt luchado, que le bendijera,- y
áun le precisó protestándole que no le dejarla mientras
no le echase su bendición. Y no solo quiso que se la
diese aquel con quien estaba, sino también otro á quien
128 MANUAL DE MORAL CRISTIANA.
de ningún modo veia, cuando dijo en otra ocasion : a El
« ángel que me libró de todos los males bendiga á estos
« niños (i). »
De aquí también se sigue que está tan lejos de menos-
cobarse la gloria de Dios por honrar ó invocar á los san -
tos que murieron con el Señor y por venerar sus reli
quias y cenizas, que antes ¡юг eso mismo se aumenta
tanto mas cuanto mas despierta y confirma la esperanza
de los hombres y los exhorta á su imitación. Y asi com
prueban esta práctica los concilios Niceno segundo,
Gangreuse y Tridentino, y la autoridad de los Santos
Padres.
El que quiera instruirse mas á fondo de esta verdad
lea señaladamente á los santos Gerónimo contra Vigi
lando y al Damasceno. — A estas razones se junta otra
muy principal, que es la costumbre recibida de los
apóstoles y conservada en la Iglesia de Dios perpetua
mente. Y ¿ que otra prueba se puede aducir mas firme y
mas clara que el testimouio de las sagradas Escrituras,
que celebran tan maravillosamente las alabanzas de los
santos? Porque hay elogios divinos de algunos santos,
cuyos loores siendo aplaudidos por las sagradas Letras,
bien deben вег tratados por los hombres con singular
honor. Los que están de continuo rogando á Dios por la
salud de los hombres, aquellos por cuyo valimiento nos
hace su divina Majestad tantos beneficios, ¿ cómo no se
rán venerados é invocados ? Si hay gozo en el cielo
cuando un pecador hace penitencia (2), ¿ no ayudarán á
(1) Génee.y xLvxn.
(2) S. Luo, XV.
CAPITULO X· 139
los penitentes aquellos ciudadanos celestiales ? Y si los
invocamos nosotros,¿no nos alcanzarán el perdón de los
pecados y nos concillarán la gracia de Dios ?
Si se dijere, como algunos herejes dicen, que el
patrocinio de los santos es superfluo porque Dios sin intér
prete alguno acude á nuestras súplicas, fácilmente con
vence esta opinion de impía aquel dicho de san Agus
tín : « No concede Dios muchas cosas sin el favor y oficio
«de algún medianero y rogador (1).» Confirman esto
los ejemplos ilustres de Abimelec y de los amigos de Job,
cuyos pecados no fueron perdonados sino por los ruegos
de Abraham y de Job. Y si se alega que es Calta y po
quedad de fe interponer el patrocinio y valimiento de los
santos, ¿qué se responderá al hecho del Centurión?Este,
aun elogiado de fe singular por Jesucristo, todavía envió
á su Majestad los ancianos de los judíos á fin de que
alcanzasen la salud para su siervo enfermo.
Por esto, aunque debemos confesar que se nos ha pro
puesto por medianero único á Jesucristo nuestro Señor,
como quien solo nos reconcilió por medio de su sangre con
el Padre celestial; y que habiendo hallado la eterna reden
ción y una vez entrado en el santuario, nunca cesa de
interponerse por nosotros; sin embargo de eso,en manera
alguna se sigue de ahí que no podamos acogernos á la
gracia de los santos. Porque si la razón de no poder
valemos de los socorros de los santos es que tenemos por
único patrono á Jesucristo, nunca el Apóstol hubiera soli
citado con tanto ahinco el ser ayodado para con Dios
(i) Román., x v .
|3) IV. I*eg.,2..
(3) Actor., xix.
(4) Ibid., v.
(5} IV. Reg., xui.
c a p it u l o x, m
y á los ángeles, digamos lo que el Catecismo del concilio
de Trento previene sobre las imágenes.
Al mandamiento : « No tendrás otros dioses delatóte de
¥ mi, i) siguen en el Éxodo estas palabras : o No harás
a para ti imágen esculpida, ni figura alguna de las cosas
a que hay arriba en el cielo ni abajo en la tierra, ni de
a las que hay en las aguas debajo de la tierra. No ado-
« rarás esas cosas ni las rendirás culto. »
Mas no se ha de pensar que por este precepto se prohí
be del todo el arte de pintar, retratar ó esculpir: por
que leemos en las Escrituras de simulacros é imágenes
fabricadas por mandato del mismo Dios, como los queru
bines y la serpiente de metal. Y así debe entenderse que
solo están vedadas las imágenes porque no se quitase cosa
alguna al culto del verdadero Dios, adorando los simula
cros como si fueran dioses.
De dos modos señaladamente, en cuanto pertenece á
este mandamiento, es claro que se ofende á la divina Ma
jestad. Uno, si se adoran los ídolos ó imágenes como á
Dios, ó se cree haber en ellas alguna divinidad ó virtud
por la cual sean dignas de ser veneradas, ó que se les
debe pedir alguna cosa ó poner en ellas la confianza, conjo
antiguamente lo hacían los gentiles poniendo su esperan
za en los ídolos. cosa que á cada paso reprenden las sa
gradas Letras.
Otro, si procura alguno copiar la forma de la Divini
dad con algún artificio como si pudiera verse con ojos cor
porales ó expresarse con colores ó figuras. Porgue como
dice el Damasceno: a ¿Quién puede retratar á Dios que
« es invisible, que es incorpóreo, que no puede ceñirse á
132 MANUAL DE MORAL CRISTIANA.
a límites algunos, ni ser delineado por alguna figura? (1 )n
Esto se explica copiosamente en el segundo concilio Nice-
no; y asi dijo el Apóstol esclarecidamente: « Que troca-
« ron la gloria de Dios incorruptible en semejanza de
« hombre corruptible, de aves, de animales de cuatro
« piés y de serpientes (2). » Porque ellos veneraban como
dioses todas estas cosas elevando sus imágenes para dar
les culto. Y por esto los Israelitas que clamaban delante
de la imágen del becerro: «Estos, Israel, son tus dioses,
« los que te sacaron de la tierra de Egipto, » fueron lla
mados idólatras; « porque trocaron su gloria en la imá-
« gen de un becerrillo que comía heno (3). »
Habiendo, pues, prohibido el Señor el culto de los dioses
ajenos, ¿ fin de desterrar enteramente la idolatría, man
dó que no se fundiese ni de metal ni de otra materia al
guna, imágen de la Divinidad, que, declarándolo Isaías,
dice: ¿A quién hicisteis semejante á Dios, ó qué imágen
le pondréis? Este es el sentido de este mandamiento, como
además de los Santos Padres que lo interpretan asi, lo
declaran bastantemente aquellas palabras del Deuterono-
mio, cuando queriendo Moisés apartar al pueblo de la ido
latría, le dijo: a No visteis imágen ninguna en el dia en
« que os habló el Señor en Horeb de en medio del fuego, »
Y dijo esto el sapientísimo legislador para que no fingie
sen imágen de la Divinidad llevados de algún error, y
diesen á alguna cosa criada el honor debido á Dios.
Sin embargo de lo dicho, nadie piense que se comete
!l) Lib. IV, De Fid. Ortodox., cap. 16.
(2) Román., i.
i3i Salm. cv.
CAPITULO X. 133
algún pecado contra la religión y ley de Dios cuando se
pinta alguna de las Personas de la Trinidad Santísima con
algunas señales que aparecieron en el Testamento Viejo
ó Nuevo. Porque ninguno es tan necio que llegue á creer
que por esas señales se expresa la Divinidad. Pero se de
claran por ellas algunas propiedades ó acciones que se
atribuyen á Dios. Así, por ejemplo, cuando por la visión
de Daniel se pinta un anciano sentado en un trono ante
cuya presencia se abrieron unos libros (i), se significa la
eternidad de Dios y su infinita sabiduría con la cual ve
todos los pensamientos y acciones de los hombres para
juzgarlas.
Los ángeles también se pintan con figura de jóvenes y
con alas, para que entiendan los fieles lo muy inclinados
que están bácia los hombres y lo muy prontos para cum
plir los ministerios de Dios, « Porque todos son espíritus
« servidores para aquellos que consiguen la herencia de
« la salud (2).
La figura de paloma y lenguas como de fuego qué pro
piedades signifiquen del Espíritu Santo, por el Evange
lio (3) y H&hos de los Apóstoles (4) es cosa tan sabida que
no necesita explicación.
Por lo que mira á Jesucristo, á su Santísima Madre, y
átodos los demás santos, como fueron hombres verda
deros y tuvieron forma humana, no solo no está prohi
bido por este mandamiento pintar sus imágenes y vene-
(1) Daniel, n i.
(2j Hebr., i.
«I S. Mat., m; S. Mar., i; S. Luc, m.
•4| Hech. ii.
134 MANUAL DE MORAL CRISTIANA.
rarlaa, sino que siempre se tuvo por cosa santa y por
prueba certísima de ánimo agradecido; coipo lo confirman
las Memorias de los tiepipos de los apóstoles, los Conci
lios generales, y los escritos de tantos santísimos y doc
tísimos Padres, entre si unánimes y concordes.
Despues de esta explicación, manda el Catecismo Ro
mano al párroco enseñar lo siguiente: Que no solo es lí
cito tener imágenes en la iglesia, y darles honor y culto:
pues todo el honor que se hace á ellos se ordena á sus
originales; sino que asi tambieu se practicó siempre con
aprovechamiento muy grande de los fieles, como consta
del Damasceno en el libro que escribió sobre las Imágenes,
y del concilio sétimo, que es el segundo Niceno, Que sin
embargo, como no hay instituto, por muy santo que sea,
que po procure corromper con sus fraudes y astucias el
enemigo del linaje humano, si acaso padeciere el pueblo
algún error acerca de este punto, debe enmendarle cuan
to fuere posible, según el decreto del concilio Tridentino;
y si l o pidiere el caso, explicará el mismo decreto (i) y
enseñará á los rudos y á los que ignoran la razón de ha
berse instituido las imágenes, que fueron inventadas pan
conocer la historia de uno y otro Testamento, renovar
umefrftfl veces su memoria, y que excitados con el recuer
do de las cosas divinas, nos inüamemos con mas vehe
mencia en la adoracion y amor del mismo Dios. Final
mente, enseñará que las imágenes de los santos están
expuestas en los templos para que sean ellos venerado*,}
para que nosotros avisados por su ejemplo c o n fo rm e m o s
nuestra vida y costumbres con las suyas.
(1) W , 25, in priac., cap. De ¡nvoc. tonel.
CAPITULO X. 185
Resumirémos, para terminar este capitulo, la doctrina
sobre las imágenes diciendo: que en el Antiguo Testa
mento tenemos pruebas repetidas de haber autorizado Dios
las imágenes para recuerdo de los mandamientos de su
santa ley, como sucedió con los querubines del taberná
culo y del templo de Salomon, y con la serpiente de me
tal que el libro de la Sabiduría (i) declara hacia sano al
que la miraba, no por virtud del objeto que veia, sino por
virtud del Salvador de todos los hombres. Que en la ley
de Moisés se prohibía hacer imágenes, figuras ó estatuas,
y darles ninguna especie de veneración ó culto; pero que
esto fué por causa de la propensión de los judíos á la ido
latría. Que no habiendo este peligro, no tenia lugar la
prohibición; asi que, Moisés puso dos querubines junto al
arca, y Salomon hizo pintar ó esculpir varios en las pare
des del templo. Que la prohibición de las imágenes duró
algún tiempo en la Iglesia de Jesucristo por la misma ra
zón; y sin embargo, ya desde el principio se usaban las
imágenes del Buen Pastor como leemos en Tertuliano (2)
y testifica Eusebio de las de Jesucristo y los apóstoles (3),
y como vemos en las mas antiguas catacumbas de Roma.
(l)S&b¡d., xvi, 7.
|2j De Pudicit., c. vm .
(3) Hisfc. Eccle*., lib. VII, c. xvm .
CAPITULO XI.
DE LA IDOLATRÍA ESPIRITUAL.
lí) i » «▼ ·
(2) Deuter., v.
(3) S. Luc., xvm .
CAPITULO XIV. 175
gradas Letras levantar mano de los trabajos corporales y
de los negocios, como lo muestran con claridad las pala
bras que siguen en el mandamiento : no trabajarás.
Pero no solo significan eso, pues en tal caso habría bas
tado decir en el Deuteronomio(i) : Guarda el dia del sá
bado; sino que añadiéndose en el mismo lugar para que
le santifiques, se manifesta por estas palabras que el dia
del Señor es religioso y que está consagrado á acciones
divinas y santos ejercicios. Por lo tanto, entonces cele
bramos cumplida y perfectamente el dia del sábado,
cuando pagamos á Dios en su santo dia los tributos de
nuestra piedad y religion. Y este puntualmente viene á
ser el sábado que llama Isaías delicioso (2), porque los
días festivos son como las delicias del Señor y de los
hombres virtuosos. Asi que, si añadimos á este santo y re
ligioso culto del sábado otras obras de misericordia, son
ciertamente muchos y muy grandes los premios que se
nos prometen en el mismo capitulo.
El verdadero y propio sentido de este mandamiento es,
pues, este : que desembarazado el hombre de negocios y
trabajos corporales por algún tiempo determinado y fijo,
se emplee únicamente con cuerpo y alma en el cuidado de
adorar y venerar piadosamente á Dios.
a Seis días, continúa el Sagrado Texto, trabajarás y
« harás todas tus obras; mas el sétimo día es el sábado
« de tu Dios y Señor (3). d
(1) Deuter., y.
(2) Itai, Lvm.
170 MANUAL DE MOHAL CRISTIANA.
En estas palabras se nos inculca que tengamos el dia
del sábado por consagrado al Señor, que le tributemos
en él los oficios de la religión, y que entendamos que ese
dia es señal del descanso de Dios.
Convino señalar á los judíos el dia sétimo para el culto
divino; no era prudente dejar al arbitrio de aquel pueblo
rudo la elección del tiempo para que no imitase las fies
tas de los Egipcios. Y asi de los siete dias escogió Dios
el último para que le diesen culto : lo cual está tan lleno
de misterios, que el mismo Señor en el Éxodo y en Eze-
quiel lo llama señal diciendo : « Mirad que guardéis mi
« sábado; porque es señal entre mi y entre vosotros en
a vuestras generaciones; para que sepáis que yo soy el
a Señor que os santifico ({). »
Era el sábado señal que indicaba que deben los hom
bres dedicarse á Dios y mostrarse santos en su presencia,
viendo que el mismo dia está también dedicado á su di
vina Majestad; pues el dia es santo por deber los hom
bres en él ejercitarse señaladamente en obras de santidad
y religión. Fué señal también y como memoria de la
creación de esta maravillosa obra del universo. Además
de esto fué señal encomendada á los Israelitas para re
cuerdo de que por el auxilio de Dios habían sido redi-
(l)Thesal., iv.
CAPITULO XV.
<l)Númer., xv.
186 MANUAL DE MORAL CRISTIANA.
ll Thren., i.
188 MANUAL DE MORAL CRISTIAN A.
Cosa es en verdad digna de lágrimas en el pueblo
cristiano, d ver cómo santificamos las fiestas; porque
no solo no hacemos en tales dias aquellas obras para
que Dios los instituyó, ni procuramos en ellos enmen
darnos de las faltas de la semana, sino que de propósito
reservamos para los domingos y demás festividades de la
Iglesia las a disoluciones y solturas (1) » que no pode
mos proporcionarnos en los otros dias. De esta manera
el descanso de los trabajos y fatigas corporales, que fué
ordenado para dar lugar á las obras espirituales, se em
plea en los malos propósitos, y el dia destinado para pe
dir perdón á Dios de los pecados cometidos durante la
semana, se reserva para cometer mas pecados, exce
diendo en gravedad á los de los dias comunes, haciendo
de la triaca ponzoña y enfermando con la misma medi
cina. « ¿Qué esperanza se puede tener del enfermo que
con los remedios empeora (2)? »
Si es gran maldad no dar al Señor, que nos dió todos
los dias, el único que en cada semana se reservó para si,
¿qué será, no solo no emplearle en su servicio, sino con
sagrarle á sus ofensas?
Pondremos fin á este capítulo copiando un bello trozo
de las Observaciones sobre la Moral Católica en que su
autor, el profundo y elocuente Manzoni, discute si es ó no
pecado mortal el faltar á la misa el dia festivo : asunto
que por mas indiferente que parezca á los que la echan
dn despreocupados, es de capital importancia para ellos
mismos.
(1) E*presión del P. Granada.
(2) Del mismo.
CAPITULO XV. 189
a ¿Es pecado mortal el faltar á la misa en día festivo ?»
«Todos saben que el mero anuncio de este precepto hace
sonreír á muchos. ¡ Ay de nosotros, sin embargo, si des
preciáramos todo aquello que alguna vez ha podido ser
objeto de burla! no habría idea séria ni sentimiento no
ble que pudiese interesarnos. En concepto de no pocos,
solo hay culpa donde hay acto que tienda directamente
al mal temporal de los demás hombres; pero la Iglesia
no ha creído deber establecer sus leyes con arreglo á se
mejante doctrina, asaz frivola é insubsistente : la Iglesia
enseña otra clase de deberes, y al regular sus prescrip
ciones en consonancia con toda su doctrina, hay que re
conocerla consecuente. Si esas prescripciones no parecen
razonables, hay que probar que toda su doctrina es falsa,
en vez de juzgar á la Iglesia con un espíritu que le es de
todo punto ajeno y contrario.
a Nadie ignora qtie la Iglesia no hace consistir el cum
plimiento del precepto en la asistencia material de los
fieles al sacrificio, sino que la cifra en la voluntad de
asistir á él. Declara exentos de la asistencia personal y
corporal á los enfermos y á los que tienen que atender á
cualquier ocupacion necesaria; y califica de trasgreso-
res á los que, solo presentes corporalmcnte, se hallan
ausentes con el corazon : á tal punto se verifica, que aun
en las cosas mas esenciales quiere principalmente el co
razon de los fieles. Esto establecido, veamos qué senti
mientos supone la trasgresion de este precepto.
« La santificación del día del Señor es uno de aquellos
mandamientos que el mismo Dios ha dado al hombre.
Ningún mandamiento divino necesita apología : sin em-
11.
190 MANUAL DE MORAL CR ISTIA N A.
(1)S. Mat, *.
f f S f« .t vi.
CAPITULO XVII. *07
á Dios y al prójimo, comete una gravísima infidelidad,
a Si alguno viene á mí, dice el Señor, y no aborrece
c á su padre, madre, mujer,hijos,hermanos y hermanas,
« y hasta su misma vida, no puede ser mi discípulo. (!).»
A cuyo propósito dijo también : « Deja que los muertos
0 entíerren sus muertos (2), » á uno que quería enterrar
primero á su padre, y despues seguir á Jesucristo. Ya
hemos explicado en el capitulo anterior cómo debe en
tenderse esto, y el Catecismo dice que la explicación mas
clara es la que da san Mateo, y que allí mismo queda ci
tada : a El que ama á su padre ó á su madre mas que
« á mi, no es digno de m í.»
¿Quién duda, sin embargo,que debemos amar y respe
tar en gran manera á nuestros padres? Mas para que esto
sea virtuosamente es necesario que el principal honor y
culto se dé á Dios, que es el Padre y Criador de todos,
y que de tal modo amemos á los padres naturales, que
toda la fuerza del amor se encamine al Eterno Padre ce
lestial.
Pero si en alguna ocasion se opusieren los preceptos
de los padres á los mandamientos de Dios, no hay duda
que deben los hijos anteponer la voluntad de Dios á la
voluntariedad de sus padres, acordándose de aquella
divina sentencia : a Mas razón es obedecer á Dios que
« á los hombres (3).»
Siguiendo el método adoptado para la explicación de
los otros preceptos, dirémos algo sobre las palabras con
(1) Prov., i.
(2) Efe·., t i .
(3) Colots., m .
(4) Jerexn., xxxv.
CAPITULO XVII. 217
sus buenas acciones y costumbres, pues es prueba grande
de que los estimamos el procurar ser muy parecidos á
ellos; los honramos también, cuando no solo les pedimos
su consejo, sino que le seguimos; cuando los socorre
mos con lo necesario para su sustento y vestido; cuando
los visitamos, acompañamos y auxiliamos estando enfer
mos; cuando hallándose en peligro de muerte contribui
mos á que reciban los santos sacramentos como buenos
cristianos; cuando cuidamos de que al aproximarse su
hora final sean con frecuencia visitados por personas pia
dosas y religiosas que los esfuercen en su debilidad, los
ayuden con sus exhortaciones, los animen y los alienten
con la esperanza de una eternidad feliz, para que apar
tando el pensamiento de las cosas humanas le pongan todo
en Dios; y honramos á los padres, aun despues de difun
tos, cuando les hacemos los funerales con verdadero es
píritu de filial piedad, esto es, solo por el bien de sus
almas, cuando les damos decente sepultura, cuidamos de
hacer por ellos sufragios, y cumplimos puntualmente
cuanto dejaron ordenado en su testamento.
CAPITULO X V III.
(1) IV Reg.y ▼.
(2) IV Reg.9n·
(3) Obr. dt,, parta tegonda, e. v.
CAPITULO XVIII. MI
los sacerdotes que trabajan como deben, se debe doblada
honra, mayormente á los que trabajan en la predicación
y doctrina. (1)»
La honra que les manda dar es que los amemos de
corazon, juzgándolos dignos de todo acatamiento y res
peto. Lo segundo, que como hijos humildes recibamos
su corrección, como de padres de nuestras almas, que
nos desean y procuran la vida de gracia y la de gloria.
Lo tercero, que los honremos proveyéndolos del sustento
necesario. Esto manda el Apóstol, no en un lugar de sus
cartas, sino en muchos. Escribiendo á los Tesaloni-
censes(2) dice : « Rogámoos, hermanos, que miréis por
« aquellos que trabajan con vosotros, y os gobiernan y
a rigen por virtud del Señor y os enseñan su santa vo
lt luntad, porque estos por el oficio que tienen merecen
• que los améis con encendida caridad; y tened con ellos
< paz. d
Tener paz con los sacerdotes, confesores y predica·
dores, es obedecer y guardar lo que nos enseñan. Escri
biendo el mismo Apóstol á los Hebreos, les dice (3):
« Obedeced á vuestros prelados siéndoles humildes y su-
a misos, porque ellos velan sobre vosotros con la solicitud
« de la cuenta que se les ha de pedir de vuestras almas.
« Procurad ser tales con ellos que ejerciten con vosotros
« su, ministerio con alegría, y no seáis causa de que vayan
< gimiendo debajo de la carga y peso de su oficio.»
Ellos reciprocamente, como pastores del ganado de
(1) 1 Tiraot., y.
(2) I Thes., v.
(3) Hebr., xm.
m MANUAL DE MORAL CRISTIANA.
Cristo, han de ser solícitos de apacentarlo con el pasto
de la sana doctrina, acompañada con los ejemplos de su
buena vida. Este objeto se proponía en su amonestación
el Apóstol diciéndoles (1) : « Mirad atentamente por vo-
a sotros, esto es, por vuestra obligación y por el ganado
a del cual sois pastores puestos por el Espíritu Santo
a para que goberneis esta Iglesia que Cristo redimió con
a su sangre. » Lo mismo dice el Príncipe de los apósto
les (2): # Ruego á todos los sacerdotes que hay entrevó
te sotros, yo sacerdote como ellos, y testigo de la pasión
a de Jesucristo, y participante de aquella gloria suya
tf que se descubrirá en el tiempo venidero, que apacien-
o ten el ganado que les está encomendado, procurándo-
« les alegremente la provision, no mirando al particular
«t interés y propio provecho temporal, sino al bien del
a ganado; siéndoles un retrato de santa vida y acordán-
« dose que no son señores sino cultivadores de esta be
et redad, »
No sin designio hemos citado aquellas palabras de la
amonestación del Apóstol:« No seáis causa de que vayan
« (los sacerdotes) gimiendo debajo de la carga y peso
a de su oficio. x> En efecto, es una obligación muy sa
grada el proveer á los sacerdotes de k> que necesitan para
su decencia y mantemiento; porque a ¿ quién peleó jamás
a á sus expensas (3)? » En el Eclesiástico está escrito :
a Honra á los sacerdotes, y purifícate con el trabajó de
a tus brazos. Dales la parte que se te manda de las pri-
(1) Hech., x x .
(2) I S. Pedr., v.
(3)1 Corint., in.
CAPITULO X V III. 233
(1)Eccles., vn.
(2) S. Mat.f x x m .
(3) Rom., xm .
224 MANUAL DE MORAL CRISTIANA.
a gando al que obra mal. Por tanto es necesario que le
c esteis sujetos, no solo por temor del castigo, sino tam-
« bien por obligación de conciencia... Paga, pues, á todos
« lo que se les debe: al que se debe tributo, el tributo;
« al que impuesto, el impuesto: al que temor, temor; al
a que honra, honra. »
Esta doctrina confirma san Pedro diciendo: «Obedeced
« á toda humana criatura por amor de Dios, ya sea al
a rey, como á soberano, ya á los gobernadores, como
« á enviados por él (1), o pues todo el acatamiento que
les hacemos, se endereza á Dios, por cuanto la excelencia
de la dignidad debe ser venerada de los hombres, por ser
imágen de la potestad divina.
No hay potestad que no provenga de D ios , así las que
usan legítimamente de su autoridad, como las que abusan
de ella para oprimir á sus gobernados; porque el Após
tol no hace distinción entre buenas y malas autoridades.
Por donde se vé cuán odioso es á los ojos de Dios que ¡as
ha establecido á todas el delito de la insurrección. Las
potestades que cumplen fielmente con sus deberes son fiel
imágen de Dios; las que no los cumplen son de todas ma
neras instrumentos de su divina Providencia, puesto que
las consiente pudiendo destruirlas, y mientras ocupan
el poder tienen derecho á ser respetadas.
Conviene tener muy presente que cuando las autori
dades ó magistrados son malos, no reverenciamos en
ellos la perversidad ó la malicia, sino la autoridad divina
que en ellos hay. El Catecismo romano, que ha previsto
(1) I S. Pedr., n.
CAPITULO X V III. 225
la estrañeza que debe causar á la generalidad irre
flexiva esta doctrina, ha querido inculcarla con palabras
explícitas, y ha añadido : Aunque nos miren ( los ma
gistrados malos) con ánimo enemigo y lleno de ira,
aunque sean implacables, todavía no es esto causa sufi
ciente para no mirarlos con el mayor respeto. Asi miró
David á Saúl y le hizo grandes servicios al mismo tiempo
que él le perseguía de muerte: a Con los que aborrecían
« la paz, era yo pacífico, x> exclama el Rey Profeta.
Hablando del honor y obediencia debidos á los padres,
dijimos en el anterior capitulo que si los preceptos de
estos se opusiesen alguna vez á los mandamientos de
Dios, los hijos no deberían ejecutarlos, porque a mas
a razón es obedecer á Dios que á los hombres. » Del
mismo modo, si el príncipe ó el magistrado, ó la autori
dad civil, cualquiera que sea, mandara alguna cosa in
justa y malvadamente, no debería ser obedecido, porque
en semejante caso no podría considerarse que obraba
según la autoridad divina, sino según su propia justicia
y perversidad. Sirvan de insigne ejemplo para esta he-
róica desobediencia á las potestades civiles, cuando en
ella se interesa el cumplimiento de los eternos mandatos
de Dios, las vidas de cuantos mártires ilustran la Iglesia
de Jesucristo. Por no ofender al Rey de los reyes rin
dieron sus inocentes cuellos al hacha de los verdugos, y
muchos supieron morir sin insurreccionarse, como lo ve
rificaron los esforzados y santos soldados de la legión
Tebea bajo el imperio de Diocleciano.
111. Honor á los maestros y preceptores. De todos
aquellos á cuya protección, fidelidad ó magisterio estamos
13..
926 MANUAL DE MORAL CRISTIANA.
encomendados durante nuestra juventud,dice el venera
ble Granada que les cabe parte en la obligación misma de
los padres. Porque como los padres naturales engendran
los cuerpos para esta vida natural, y los curas de áni
mas y sacerdotes, mediante la gracia, por los sacramentos
los reengendraron en la vida cristiana y de gracia; asi
á los maestros, preceptores y ayos incumbe instruir á
los que les son encomendados, no solamente en las le
tras, mas también en las buenas costumbres y honestos
ejercicios, y principalmente en los principios de la doc
trina de Jesucristo.
Por este cuidado les deben los discípulos particular ve
neración, cortesía y acatamiento, obediencia, temor,
amor y agradecimiento; y los padres les deben pagar
Uberalmente sus salarios ó estipendios.
IV. Honor á los ancianos y predecesores. Con el nom
bre de padres se designan también en el cuarto manda
miento los ancianos, a Estos, dice el P. Granada, deben
ser honrados de los mozos. Esta honra consiste primera
mente en aquella acostumbrada cortesía de levantarse y
descubrir la cabeza, y darles el mejor lugar, y callar,
mostrando atención y reverencia cuando ellos hablan.
Esto mandó Dios diciendo (1): a Delante del anciano y
a cano levántate, y honra la persona del viejo. » Lo se
gundo, honramos á los ancianos cuando con humildad
oímos y tomamos sus consejos y se los pedimos; y con
forme á esto dice el Sabio (2): « Humíllate al viejo y no
a desprecies sus palabras; antes oye con atención sus
(1) Levit., x a .
(2) Eoole«., vw ,
CAPITULO X V III. 227
« sentencias; porque de ellos aprenderás sabiduría y doo
a trina, n
Es también muy digna de estudio la bella y consola
dora doctrina del respeto á los. ancianos y predecesores
nuestros, según la expone el citado Silvio Pellico.
« Honra, dice, la imágen de tus padres y abuelos en
todos los ancianos. La senectud debe ser respetada por
todo corazon bien nacido.
a Era ley de la antigua Esparta que los jóvenes se pu
siesen en pié siempre que se les acercara un viejo; que
guardasen silencio cuando él hablaba; que al encontrarle
en la calle le cediesen el paso. Lo que entre nosotros no
hace la ley, hágalo la decencia, y será aun mejor.
« Hay en este obsequio tanta belleza moral, que hasta
aquellos mismos que se olvidan de practicarlo lo aplauden
en los que lo tributan.
a Un anciano ateniense iba buscando puesto en los
juegos olímpicos, y las graderías del anfiteatro estaban
todas llenas. Unos calaveras, paisanos suyos, le hicieron
señas de que se acercase, y cuando el pobre viejo, enga
ñado, logró con gran trabajo llegar hasta dios, en vez
de darle acogida le despidieroñ con indignas risotadas.
Rechazado el anciano de un lado para otro, llegó por fin
hácia la parte que ocupaban los Espartanos, y fieles estos
á la costumbre consagrada como ley en su patria le re
cibieron en pié y le hicieron puesto. Aquellos mismos
Atenienses que con tanta desvergüenza le habían escar
necido, simpatizaron entonces con sus generosos émulos,
y prorumpieron de todas partes en estrepitosos aplausos,
llenáronse de lágrimas los ojos dd viejo, y exclamó lleno
828 MANUAL DE MORAL CRISTIANA.
de emocion : <r ¡Los Atenienses saben lo que es honesto,
pero los Espartanos lo practican! »
a Alejandro Macedón — á quien con gusto damos en
este caso el título de Grande — sabia humillarse en pre
sencia de los ancianos cuando sus victorias conspiraban
mas á ensoberbecerle. Habiendo tenido en una ocasion
que detener su triunfal carrera por causa de una gran
nevada, mandó encender lumbre, y sentado en su regio
escaño se estaba calentando junto á la hoguera. Vió en
tre sus soldados á un hombre agobiado por los años que
tiritaba de frió: abalanzóse á él, y con aquellos mismos
brazos invictos que habían derrocado el imperio de
Darío, asió el aterido anciano y le instaló en su propio
asiento.
a Solo son malvados los hombres irreverentes con los
ancianos, con las mujeres y con los afligidos, » decía Pa-
rini. Lisonjeábase este de ejercer una grande autoridad
sobre sus discípulos, y prometíase de ellos mucho respeto
y benevolencia para cuando llegase á viejo. Estaba una
vez muy enfadado con un jóven de quien le habían refe
rido una picardía, y casualmente se le encontró en la calle
en el acto de defender con grande energía y decoro á un
capuchino anciano contra unos villanos que le habían
atropellado. Parini en cuanto lo vió se puso de su parte,
y echando los brazos al cuello del jóven le d ijo: — a Hace
un instante te creía un malvado; ahora que soy testigo
de tu piedad con los ancianos, vuelvo á creerte capaz de
muchas virtudes. x>
Asi habla Pellico del respeto debido á todos los ancia
nos en general, y concluye con estas elocuentes frases
CAPITULO XVIII. m
sobre la veneración y amor que debemos á nuestros pre
decesores.
a Tributemos filial obsequio á la memoria de todos
aquellos que merecieron bien de la patria ó de la huma
nidad. Sean sagrados para nosotros sus escritos, sus
imágenes, sus tumbas.
a Cuando consideremos los siglos pasados y las reli
quias que nos dejaron de sus obras imperfectas; cuando
lastimados de los muchos males presentes los miremos
como consecuencia de las pasiones y de los errores de las
edades que fueron, no cedamos á la tentación de vitupe
rar á nuestros abuelos. Tengamos como deber de con-:
ciencia el ser piadosos é indulgentes en nuestros juicios
respecto de ellos. Cierto que emprendían guerras que
ahora deploramos; pero ¿ no justificaba estas guerras la
necesidad, ó sus inculpadas preocupaciones de que nos es
imposible juzgar á la considerable distancia que de ellos
nos separa ? Cierto que atrajeron sobre su patria inter
venciones extranjeras que produjeron resultados funestos;
pero ¿no hubo también necesidad apremiante 6 ilusiones
inculpadas que las justificasen? Fundaron instituciones
que no son de nuestro agrado; pero ¿quién será capaz de
demostrar que fueron intempestivas entonces? ¿quién nos
probará que pudo la ciencia humana haber excogitado
otras mejores con los elementos de que á la sazón disponía?
a Sea en buenhora ilustrada la crítica, pero no cruel
con los tiempos pasados, no calumniadora, no desdeñosa
é irreverente con los que no pueden levantarse de sus
sepulcros y decirnos : — « Aquí teneis, descendientes
nuestros, la razón de nuestra conducta. »
880 MANUAL DE MORAL CRISTIANA.
a Es justamente célebre el dicho de Catón el Viejo:
a Es muy difícil hacer comprender á las generaciones fu-
a turas aquello que justifica nuestra vida presente.»
V. — Digamos algo para concluir de la obligación que
tienen los criados de venerar á sus amos ó señores.
Deben los criados á sus amos amor y deseo de toda
prosperidad y bien. Débenles también alegre obediencia
en todo lo que les mandaren, no siendo contra la ley de
Dios. Finalmente, deben serles leales y fieles en las cosas
que les fueren encomendadas, procurando el justo au
mento de los bienes de sus amos, amando, con su per
sona, su honra y su provecho.
Con los criados bahía el Apóstol escribiendo á los de
freso, diciendo ( i ) : a Obedeced á vuestros señores tem-
a porales con temor y temblor, con simplicidad dé cora-
« zon, como á Cristo (2), y esto no ha de ser solamente
a cuando ellos os están mirando, que esto es servir por
<í agradar al hombre, sino también en todo lugar, como
« siervos de Dios, pretendiendo principalmente en vues-
« tros servicios servir á Jesucristo. » Lo mismo dice es
cribiendo á Tito su discípulo (3), amonestando á los cria
dos que sean sumisos, humildes y obedientes á sus
señores, no siendo respondones, ni replicadores, ni en
gañadores, antes conduciéndose como leales y deseosos
de darles gusto.
También san Pedro dice (4 ): a Siervos, sed sumisos con
D E L A MOR C O NY U G A L .
(1) Ephes., v.
(2) Gén., n.
(3) Véase el cap. zx de la IdoUUriaitpiritoal.
CAPITULO XIX. 335
El amor sensual y liviano, lejos de ser el que Dios
pide á cada uno de los cónyuges respecto del otro, es su
contrario. Porque no se debe usar del matrimonio por
deleite, y conviene acordarse de la exhortación del Apóstol:
c Los que tengan mujeres, ténganlas como si no las tu-
a vieran (1). » El varón sabio, dice san Gerónimo, debe
amar á la mujer con juicio, no con apego: contendrá los
ímpetus del deleite, y no se dejará ir precipitado al acto
carnal, pues no hay cosa mas fea que amar á la mujer
como á una adúltera (2). »
Debe el marido tratar á la mujer con agrado y honor,
para lo cual conviene tenga presente que Eva fué llamada
compañera por Adán cuando dijo (5): a La mujer que me
<x diste por compañera, etc. » Por esta razón enseñaron
algunos de los Padres que fué formada, no de los piés,
sino del costado dél marido; asi como no fué hecha de la
cabeza, para que entendiese que no era señora, sino
súbdita de aquel.
Entre los cargos que asigna á la mujer el Principe de
los apóstoles por lo tocante á este deber, leemos lo si
guiente (4): a Las mujeres estén sujetas á sus maridos,
a para que si algunos no creen por el medio de la predi·
a cackm de la palabra, sean ganados sin ella por solo el
a trato con sus mujeres... El adorno de las cuales no ha
<i de ser por defuera con los rizos del cabello, ni con di-
« jes de oro, ni gala de vestidos; la persona interior es-
(1) I Corint., vn .
{2} Lib. I contr. Jovin.
(3) Gténes., m .
(4) IS. Pedr., m .
236 MANUAL DE MORAL CRISTIANA.
c condida en el corazon es la que se debe adornar con el
c atavío incorruptible de un espíritu de dulzura y de paz,
« lo cual es un precioso adorno á los ojos de Dios. Por-
<¡t que asi también se ataviaban antiguamente aquellas
a santas mujeres que esperaban en Dios viviendo sujetas
a á sus maridos, al modo que Sara era obediente á
« Abraham á quien llamaba su señor. » Y á esto añade
el Catecismo del santo concilio de Trento : a tengan siem
pre presente que despues de Dios á nadie deben amar
ni estimar mas que á su marido, pues en esto señalada
mente se halla afianzada la unión matrimonial; y asi
mismo condescender con él y obedecerle con muchísimo
gusto en todas las co&s que no son contrarias á la pie
dad cristiana.»
Grande debe ser la corrupción de las ideas y de las
costumbres cuando tanto distan la generalidad délos ma
trimonios de esa santa norma trazada por los apóstoles y
la Iglesia de Jesucristo. Por desgracia el amor conyugal
santo y racional es tan poco común como el amor filial y
el verdadero amor de Dios.
¡Miserable prueba déla inconstancia humana, exclama
el virtuoso y delicado Silvio Pellico (1): la mayor parte
de los matrimonios se conciertan por amor, van acompa
ñados de pensamientos solemnes, se sancionan con el
mas ardiente deseo de verlos bendecidos hasta la muerte,
y á los dos años, á veces á los pocos meses, la pareja
tan estrechamente unida se desama, los cónyuges pue
den apenas tolerarse uno á otro, se ofenden con recípro-
(1) Ibid.
(2) Ephes., vi.
(3) E c d e ·., XXX·
CAPITULO XX. 247
diciendo en la epístola á los Colosenses (4) : « Padres,
c no provoquéis á indignación á vuestros hijos, para que
(l)Colo·»., nx.
248 MANUAL DE M ORAL CRISTIANA.
a ¡ Cuán reprensibles y crueles son los padres que con
indiscreta piedad y ternura demasiada, por no castigar
á sus hijos, los dejan estragar con solturas y vicios! Estos
se pueden mas llamar crueles que piadosos, y mas ne
gligentes que amorosos; antes homicidas de sus hijos.
¿Qué mayor crueldad podíamos decir de un padre, del
cual dijésemos que oyendo que un hijo estaba ahogándose
en un rio, que fué tan neciamente piadoso, que no pu-
diendo asirle sino de los cabellos, por no lastimarle un
poco al sacarle, le dejó ahogar? A este son semejantes
los que por no entristecer con el castigo á sus hijos, los
dejan zabullir y anegar en los vicios.
a No sé con qué palabras pueda argüir tan maldita
piedad. Veo que aun aquel rico gloton, entre los tor
mentos infernales, deseó que fuese enviado Lázaro á este
mundo, con cuya predicación, doctrina y castigo retra
jese á sus hermanos de sus vicios para que no fuesen al
lugar de los tormentos que él padecía (1). Si tal cuidado
y providencia tuvo de sus hermanos un condenado, aun
que no hacia aquello por caridad y bien de sus herma
nos (que no hay allí caridad), sino por amor propio, sa
biendo que con la bajada de ellos allá había de crecer su
pena por haberles él dado con su viciosa vida mal ejem
plo para imitar sus vicios; acuérdese el cristiano padre
de lo que se acordó un malaventurado hermano, y qiie
de los vicios de sus hijos le ha de ser demandada estre
cha cuenta.
a Y si este ejemplo no los mueve, muévalos el ejemplo
il) IV Reg , ii y iy .
850 MANUAL DE M OBAL CRISTIANA.
tí) Ecclei.,
(2) Ephes., vi.
(3) Celou., rv.
CAPITULO X X I. 253
uester; porque 9¡endo el rey guarda y vida del pueblo,
como dijeron los sabios antiguos, parece muy en el ór-
den que le hagan mercedes como á todo el que espera
vivir por él, manteniéndole con justicia; 2a mostrándose
piadoso y doliéndose de ellos cuando se viese precisado á
castigarlos con alguna pena; porque siendo cabeza de
todos, debe dolerse del mal que padece cualquiera de sus
miembros; asi que, siempre que haya de proceder con
rigor contra alguno, lo ha de hacer como padre que cas
tiga á su hijo con amor y piedad; 3a usando de miseri
cordia para perdonarles, siempre que sea posible, la pena
que hubiesen merecido por sus yerros; porque aunque
la justicia es buena en si y constituye el primer deber
de toda potestad civil, con todo degenera en crueldad
cuando no se ejerce con templanza y misericordia; por
eso la ensalzaron mucho los sabios antiguos y los santos,
y dijo el rey David á este propósito que aquel reino
puede decirse bien gobernado donde la misericordia y la
verdad proceden de parejas, y la paz y la justicia se
besan.
También debe el rey honrar á su pueblo de tres ma
neras : Ia poniendo á cada uno en el lugar que le corres
ponde por su linajé, ó por su bondad, ó por sus servi
cios; manteniéndole en él siempre que no desmereciere;
2a honrando y elogiando al que lo merezca por cualquier
hecho notable, dándole buena fama y acrecentando su
valor; 3a procurando que los otros estimen y consideren
a) que se distingue, como él le considera y estima.
De tres maneras igualmente debe el rey guardar i su
pueblo: Ia debe guardarlo de sí mismo, no haciéndole
254 MANUAL DE MORAL CRISTIANA.
«r tros (I). »
Tampoco está prohibido á los magistrados quitar la
vida á los criminales. Esta potestad dentro de los limites
legales es necesaria para la defensa de los inocentes, y
los que ejercen con justicia el oficio de jueces, lejos de
ser reos de homicidio, guardan exactamente la ley divina
que manda no matar cuando aplican la pena de muerte á
los malhechores dignos de ella. El fin de este manda
miento es mirar por la vida y salud de los hombres, y á
esto se enderezan los castigos de los magistrados, que
son los defensores legítimos de la sociedad amenazada,
pues reprimiendo la osadía y la injuria con las penas,
aseguran la vida de los hombres. Por esto decía David :
« En la mañana quitaba yo la vida á todos los pecadores
t de la tierra, por acabar en la ciudad de Dios con todos
• los obradores de maldad ( 2 ) . b
Tampoco está vedado matar en la guerra á los enemi
gos, moviéndose no de codicia ó de crueldad, sino de solo
amor del bien público. Ya dijimos en el capitulo anterior
que una de las principales obligaciones de la potestad civil
es la guarda y defensa del pueblo : muchas veces para
cumplir este deber hay que hacer la guerra, y si en esta
fuera prohibido dar la muerte á los enemigos, habría
(1) f o o d ., *1X11.
(2) Denter., xix.
(3) EpUt. c u t .
CAPITULO X X II. 261
ñada ó puntapié á una mujer embarazada, de donde se
le siguiere abortar. Esto, aunque sucediese sin voluntad
del agresor, no seria sin culpa, porque de ningún modo
le era licito herir á una mujer embarazada. La segunda
causa es, cuando sin mirar bien todas las circunstancias,
se mata á otro incauta ó descuidadamente.
Por la misma razón es manifiesto que no quebranta la
ley el que, puesta toda la cautela posible, mataá otro por
defender su vida.
Los homicidios que acabamos de mencionar no son
trasgresiones del quinto mandamiento. Pero á excepción
de estos todos los demás están prohibidos, sea por lo que
toca al homicida, ó al muerto, ó á los modos como se hace
la muerte.
En cuanto á los que hacen la muerte, ninguno está
exceptuado, ni ricos, ni poderosos, ni señores, ni padres.
A todos está vedado matar sin diferencia ni distinción
alguna.
Si miramos á los que pueden ser muertos, á todos am
para esta divina ley. No hay hombre, por despreciado
y abatido que sea, á quien no ampare y defienda este
mandamiento.
A ninguno es licito tampoco matarse á si mismo : por
que nadie es dueño de su vida para que se la pueda qui
tar á su antojo. Por esta razón no se puso la ley en estos
términos: no mates á otro, sino en estos otros absolutos:
no matarás.
Atendiendo á los muchos modos que hay de matar,
ninguno se exceptúa. Porque á nadie es licito quitar la
▼ida á otro, no solo por sus propias manos, 6 con espada,
15.
3«9 MANUAL DE MORAL CRISTIANA.
(l)G4nM.,iv.
see MANUAL DE M ORAL CRISTIANA.
la vida y no quisieron. De este número son los avarientos
que dejan perecer á los pobres*.
También son homicidas aquellos que saben que está
un inocente condenado á muerte y no procuran con todas
sus fuerzas librarlo. Está mandado por el Señor (1):
« No seas negligente en socorrer y librar á los que son
« llevados á la muerte. *> Y añade luego : « No digas (por
a excusar tu negligencia): No bastan mis fuerzas; que
« Dios sabe el porqué lo dejas. »
De los odios y venganzas y de la detracción, que se
cuentan también entre los modos de matar (2), hablare
mos en capitulo especial.
Pasemos á las obras afirmativas, ó á lo que manda ha
cer el quinto precepto.
Todas estas cosas que Jesucristo manda observar tien
den á proporcionamos la pazcón nuestros semejantes.En
efecto, inmediatamente despues de explicar el siguificado
de la prohibición formulada en estas palabras: no matarás,
continúa a si: <t Por tanto, si al tiempo de presentar tu
« ofrenda en el altar, allí te acuerdas de que tu hermano
« tiene alguna queja contra ti; deja allí mismo tu
a ofrenda delante del altar, y vé primero á reconciliarte
с con tu hermano : y despues volverás á presentar tu
« ofrenda (3). d Quiere Dios enseñamos de consiguiente
(1) IS . Joan, m .
(3) I S. Joan, u y m .
276 MANUAL Dfi MORAL CRISTIANA.
y así á semejanza del dragón procura derribar las estre
llas en su abismo (1).
VIII. Si no bastase todo lo dicho para domar nuestra
mala pasión y obligamos á perdonar deponiendo todo
odio y deseo de venganza, muévanos al menos el incom
parable ejemplo de Jesucristo, que tendido en el madero
de la cruz, atravesado de clavos, coronado de espinas,
abiertas sus espaldas con azotes, hecho un piélago de
dolores, la primera palabra que habló, la primera voz
que de aquel tan angustiado y cansado pecho arrancó,
fué pedir al Padre Eterno perdón para sus crucificado-
res. ¿ Qué mayor desconocimiento, qué mayor ingratitud,
que dejar pasar en vano y no hacer caso de tan insigne
ejemplo de perdón y amor, y dejar sin fruto entre los
cristianos aquello que Jesucristo con tanto encarecimiento
nos enseñó y encomendó? Esto debemos principalmente
mirar en las injurias que recibimos, y se nos harán tan
dulces que saquemos la miel de la boca del león; esto es,
de la ferocidad, ira y sinrazón del que nos ofendió.
De este modo, las injurias que, según la ley del mundo,
nos habían de dar tormento, consideradas á la luz de la
divina ley de Jesucristo nos proporcionarán merecimiento
y refrigerio.
De inestimable prefcio son los documentos que nos dejó
el Señor sobre la perfección de la ley de caridad, a No
« resistas al malo: si alguno te hiriere en la mejilla de-
« recha, vuélvele también la otra; al que quisiere ponerte
« pleito por quitarte la túnica, déjale también el manto
(1) S. Mat., v
(2) Ibid.
(3) Román., x n .
(4) Part. III, oap. tl
(«) Job, i.
16
278 MANUAL DE MORAL CRISTIANA.
proceden del Señor, que es el padre y autor de toda jus
ticia y misericordia. No por esto hemos de imaginamos
que el Señor, cuya benignidad es inmensa, nos trata
como á enemigos, sino que nos castiga y corrige como ¿
hijos. Porque si lo examinamos con cuidado, no vienen á
ser los hombres en todas estas cosas sino ministros y
ejecutores de Dios. Y aunque puede el hombre aborrecer
á uno y desearle todo mal, nunca debe sin permiso de
Dios hacerle el menor daño. Esta consideración movió á
José para sufrir los consejos malignos de sus herma
nos (1), y por ella también llevó David con gran resig
nación las injurias que le hizo Semei (2). Para confirma
ción de esta doctrina es muy á propósito aquel modo de
argüir de que con gravedad y erudición igual usó san
Crisóstomo á fin de convencer que ninguno es dañado
sino por si mismo (3); porque los que se creen injuria
dos, si llevan las cosas por camino derecho, encontrarán
sin duda que ni injuria ni daño alguno han recibido;
porque los agravios que los otros les hacen, les caen por
defuera, mas ellos se dañan gravísimamente á si mismos
manchando su alma con odios, ojerizas y envidias.
Lo segundo que debe explicarse es, que consiguen dos
provechos muy grandes los que, movidos de piadoso
afecto para con Dios, perdonan con franqueza las inju
rias. El primero es que á los que perdonan las deudas
ajenas tiene Dios prometido perdonarles las propias (4);
(1) Ibid.
CAPITULO X X IV .
(1) Jerem., y .
(2) S. Luc, x x i.— Ephes·, v.
(3)S. Mat., v y x v n i.
(4) Job, xxxi.
CAPITULO XXIV.
También es con frecuencia ocasion de lascivia el adorno
excesivo que arrastra tras de si el sentido de los ojos.
Por eso amonesta el Eclesiástico: « Aparta tu rostro de
« la mujer peinada (1). x> a Ya que las mujeres ponen
tanto cuidado en este atavio, dice el Catecismo del Con-
cilio, no será de extrañar que aplique el párroco alguna
diligencia para amonestarlas y reprenderlas con aquellas
gravísimas palabras que sobre este punto pronunció el
apóstol san Pedro : a La compostura de las mujeres no
« sea exterior en rizos del cabello ni aderezos de oro y
« preciosos vestidos (2). o Y el apóstol san Pablo: a No en
a cabellos encrespados, oro, perlas ni vestidos costo-
« sos (3). » Porque muchas adornadas de oro y pedrería
perdieron el adorno del cuerpo y del alma.
Son asimismo incentivo de la liviandad las conversa
ciones torpes y obscenas. La obscenidad de las palabras
es como un fuego con el cual se encienden los corazones
de la juventud; pues como dice el Apóstol: a Las pláti-
« cas malas corrompen las costumbres buenas (4). » En
esta clase entran los libros obscenos y amatorios, que se
deben desechar, lo mismo que las imágenes que repre
sentan alguna especie de deshonestidad, porque tienen
gran fuerza para inflamar los ánimos juveniles con el
halago de la sensualidad, a El párroco, dice el Catecismo
romano , ponga particular cuidado en que se guarden con
toda puntualidad las cosas que acerca de esto están pía-
(1) E cd e., ix .
(2) IS. Pedr., ni.
(3) I T im ., u .
(4) 1 CorinU, xr.
29S MANUAL DE MORAL CRISTIANA.
dosa y religiosamente decretadas por el santo concilio de
Trento(l). j>
Si se evitan con el cuidado y diligencia debidos todas
las causas de liviandad que dejamos mencionadas, será
difícil caer en las torpezas que veda el sexto precepto.
Mas para reprimir los ímpetus de la concupiscencia
carnal, es mas que nada provechoso el uso frecuente de
la confesion y comunion, como también la continua y
devota oracion acompañada de limosnas y ayunos. Por
que la castidad es don de Dios, que no lo niega á los que
bien le piden, ni permite que seamos tentados mas de lo
que podemos resistir (2). También se debe mortificar el
cuerpo con vigilias, peregrinaciones devotas y otros gé
neros de aflicciones, y refrenar los apetitos y antojos
de los sentidos. En estos y otros semejantes ejercicios es
donde mas se descubre la virtud de la templanza, con
forme á lo que escribe el Apóstol á los de Corinto:
a Todo el que lucha en la palestra guarda en todo una
a exacta continencia, y no es sino para alcanzar una
a corona perecedera, al paso que nosotros la esperamos
« eterna (3). »
(l)Denter., xxv.
|t (2) Levit, x u .
[ (3) Prov., xx .
SOS MANUAL DE M ORAL CRISTIANA.
(1) Jerem., v.
(2) ProvMx x i.
(3) Ecoie., x.
CAPITULO XXVI. 815
¿Qué conveniencia además puede haber en el hurto, al
cual se siguen tantos y tan grandes males? « Sobre el
a ladrón, dice el Eclesiástico (1), está la confusion, el
« dolor y la pena, y Pero demos que el ladrón se pro
porcione comodidad : siempre ultraja el nombre de Dios,
resiste á su santísima voluntad, y desprecia sus divinas
leyes; de cuya fuente nace todo error, toda maldad, toda
impiedad.
Algunos hurtan, y porfían que no pecan porque lo que
quitan es de hombres ricos y acaudalados á quienes no
infieren daño, además de que ni siquiera lo advierten :
miserable excusa por cierto.
Otros piensan que se les debe pasar por disculpa la
costumbre que tienen de hurtar y el serles ya muy difí
cil vencer este resabio. Oigan estos al Apóstol que dice :
« El que hurtaba, no hurte ya (2). »
Otros se disculpan con que robaron, porque se les
vino á la mano la ocasion : la ocasion hace al ladren,
dice el proverbio. Debe sacarse á estos de su pernicioso
error advirtiéndoles que todos estamos obligados á resis
tir los apetitos depravados. El que dice que no peca por
no tener ocasion, viene á decir que siempre que la tenga
pecará.
También hay quien dice que hurta por vengarse, pues
otros hicieron con él otro tanto. A estos se responde, lo
primero, que á ninguno es licita la venganza; y en se
gundo lugar, que ninguno puede ser juez en causa pro
pia, y que mucho menos se le permite castigar los delitos
(1) Eocle., ▼.
(2) Ephes., nr.
816 MANUAL DE MORAL CRISTIANA.
que cometieron otros. La misma razón sirve contra aquel
perverso adagio : Quien roba al ladrón tiene cien años
de perdón.
Ultimamente, piensan algunos que queda su hurto bas
tantemente defendido y cubierto por la razón de que es
tando cargados de deudas no pueden desempeñarse ni
pagar si no hurtan. A estos debe advertirse que no hay
deuda mas pesada ni que mas abrume al linaje humano,
que aquella de que hacemos memoria cada dia en la ora-
cion dominical cuando decimos : perdónanos nuestras
deudas. Asi que, es propio de hombre desatinado querer
mas deber á Dios, esto es, pecar mas, que deberá los'
hombres, y que es mucho menor inconveniente ser en*
carcelado, que ser condenado eternamente á las mazmor
ras del infierno; y finalmente que es mucho mas grave
ser condenado en el juicio de Dios que en los tribunales
humanos. Por tanto, los que deben á los hombres acójanse
humildes al socorro y piedad de Dios, quien puede dis
pensarles todo lo que necesitan.
CAPITULO X X V II.
(1) I Thesal., u .
(2) II Thesal., m.
CAPITULO XXYI1. 8ÍS
<r No son el oro y la plata las verdaderas riquezas,
sino las virtudes de la buena conciencia, con las cuales
se compra el reino eterno...» a ¿ Porqué, siendo tú cris
tiano, has de tener en tanta estima aquellas riquezas que
muchos filósofos del mundo sabiamente despreciaron?
El discípulo de Cristo, llamado para las riquezas eter
nas, ¿ ha de tener por tan grandes las que despreciaron
los filósofos, que se ha de hacer siervo de ellas? Aquel,
dice san Gerónimo, es siervo de las riquezas, que no las
distribuye como señor, sino que los guarda como depo
sitario ó tesorero. Esta es la diferencia que hay entre tener
riquezas y ser de ellas señor, y estar detenido ó preso en
ellas como esclavo: que este no hace mas que guardar sin
ánimo de gastar, como siervo; y aquel usa de ellas y las
gasta en lo que le conviene, como señor.»
a Mira también que donde hay muchas riquezas,
hay muchos que las coman, muchos que las gasten y
muchos que las hurten. ¿ Qué tiene el mas rico de sus
riquezas mas que solo el propio sustento? De este sus
tento con mediano cuidado te podías descuidar, fiado en
la divina Providencia, si pusieses tu corazon en Dios que
nunca tólló á los que en él esperan. Quien hizo al hombre
necesitado de comer, no consentirá que perezca con un
mediano cuidado. ¿ Cómo puede ser que no faltando Dios
á la menor criatura en el sustento y vestido, y todo lo
necesario para conservarse, falte al hombre, que hizo rey
y señor de todas las criaturas ? d
« ¿ Quién no ve cuán poco es menester para socorro
de hr necesidad? Es la vida del hombre breve, y corre á
la muerte muy aprisa : ¿ para qué es tanta provision
894 MANUAL DE MORAL CRISTIANA.
para tan corto camino? Cuanto menos te cargares, tanto
mas libre y desembarazado caminarás esta jornada, al
cabo de la cual, aquel se hallará mas contento, que me
nos hubiere allegado; porque tendrá menos de que dar
cuenta. Aquel sale mas alegre de este mundo, que menos
procuró para esta vida; mas aquel sale con mas angus
tia y dolor, que acá deja mas oro y plata; porque nadie
pierde sin dolor lo que poseyó con amor. »
a Considera que Dios, como buen padre de familias,
distribuyó en este mundo todas las cosas, y quiso que
unos tuviesen y fuesen como mayordomos suyos, y otros
tuesen necesitados de recibir de aquellos; unos que go
bernasen, y otros que fuesen gobernados; tinos pobres,
y otros ricos : todo fuá sabia y misericordiosamente or
denado, porque los unos bien gobernando se salvasen, y
los otros bien obedeciendo : los ricos siendo agradecidos
á Dios y misericordiosos con los necesitados, y los po
bres llevando con paciencia su pobreza. Pues si tú eres
uno de los ricos y despenseros de Dios, ¿parécete que
será razón guardes para ti solo lo que recibiste no para tí
solo sino para repartir con los otros? De los pobres es el
pan sobrado que tú encierras para vender mas caro, dice
san Ambrosio; de los desnudos los vestidos que se están
gastando de la polilla, y remedio de los miserables el
dinero sobrado en tu arca. Ten por cierto que á tantos
haces agravio y hurtas sus bienes, á cuantos con los
tuyos sobrados pudieras aprovechar, d
a Considera cuán agradable sacrificio es á Dios el de la
misericordia; dando á Dios lo que él te dió^ á su cuenta
recibe él lo que tú por él das al pobre. Lo que con uno
de estos pequeñuelos hicisteis, dice el Señor, conmigo lo
CAPITULO XXVIL 325
hicisteis; yo lo tomo á mi cuenta. Y por lo contrario, dice
que se quejará que lo desamparásteis y dejásteis pere
cer, si no acudisteis al pobre necesitado de lo que á vo
sotros os sobra. »
a Acuérdate que no es virtud la pobreza, sino el amor
de ella. El pobre voluntario es semejante á Jesucristo,
que siendo rico, por nosotros se hizo pobre. Los que vi
ven en pobreza y necesidad con paciencia, sin deseos de
riquezas, hacen de la necesidad virtud, y serán premiados
con los pobres voluntarios, que por parecerse á Cristo,
dieron de mano á las riquezas. Y como los pobres hu
mildes y pacientes se conforman con Cristo, asi los ri
cos por la limosna se reforman en Cristo; porque no
solamente los pobres pastores hallaron á Cristo pobre en
el pesebre, sino también los ricos poderosos le buscaron,
y hallaron, y ofrecieron sus dones j(l).»
« Tú que tienes que poder dar, da al pobre, que en el
pobre lo recibe Jesucristo; y ten por cierto que en el cielo,
adonde será tu perpetua morada, te está guardado lo que
agora das por Cristo. Mas si en esta tierra escondes tus
tesoros, no esperes hallar nada en el cielo, adonde nada
enviastes por las manos de los pobres. ¿ Cómo se llama
rán tuyos los bienes que contigo no puedes llevar ? Y no
hay camino por donde enviarlos, sino por las manos de
los pobres. Envia, pues, adelante para tu bien los bienes
que mal que te pese habrás de dejar por tu mal. Los bienes
espirituales son verdaderos y nuestros, que nos acompa
ñan y nos aparejan morada en el cielo, y nunca los per
demos contra nuestra voluntad... x>
(i) s. Mat., n.
CAPITULO X X V III.
(1) I*ai, v.
(2) Salm. xiv.
334 MANUAL DE MORAL CRISTIANA.
uno. Por esta razón, arguyendo el Señor muchas reces
á los Fariseos, los llama hipócritas.
Hablar, decir y manifestar la verdad en todo, es el
precepto afirmativo que en este octavo mandamiento se
incluye.
El Catecismo de Trento recomienda encarecidamente
á los párrocos que procuren inspirar odio y aborreci
miento al vicio de la mentira, proponiendo á sus feli
greses la suma miseria y fealdad de este pecado. Reco
miéndales asimismo que señalen las fuentes y raíces de
los estragos que la mentira causa en el mundo.
¿Qué causa, en efecto, mas indigna ni mas fea, según
dice Santiago, que mentir y maldecir los hombres hechos
á imágen y semejanza de Dios, con la misma lengua con
que á Dios y al Padre bendecimos, de manera que seamos
como la fuente que por un mismo caño arroja agua dulce
y amarga (1) ? De aquí es que los mentirosos son exclui
dos de la posesion del reino de los cielos; porque ha
ciendo David á Dios esta pregunta : « Señor, ¿quién ha-
« bitará en tus moradas? » el Espíritu Santo le respondió:
« El que habla verdad en su corazon, y no engañó con
« su lengua (2). d
Conviene mucho no callar el grave error de los que
creen disculparse alegando que mienten en cosas de poca
monta. Defienden estos su detestable costumbre con el
ejemplo de los prudentes, de quienes dicen es propio
mentir á tiempo. A esta perniciosa máxima se responde,
lo que es muy cierto, que la prudencia de la carne es
(1) Santiago, ni.
(2) Salm. xxv.
CAPITULO X XV III. 836
muerte (i). Los verdaderos cristianos no deben nunca
acogerse al artificio de la mentira, sino recurrir á Dios
en sus aflicciones y angustias; porque los que se valen
de esa miserable escapatoria fácilmente declaran que mas
quieren fiarse en su prudencia que poner su esperanza
en la providencia de Dios. A los que se excusan, dice el
Catecismo (2), con que muchas veces les ha venido mal
por decir la verdad, rechazarán los sacerdotes diciendo:
que eso mas es acusarse que defenderse, porque es obli
gación del cristiano perderlo todo antes que mentir.
Hay hombres que solo mienten por causa de recreo y
diversión. Tampoco esto es permitido; porque con el uso
de mentir crece la costumbre, y formada esta, no es fácil
mentir solo deliberadamente y por recreo: además de
que, de toda palabra ociosa hemos de dar cuenta á
Dios (3).
(1) Sant., i.
(2) Santo Tomás, xn, qnaeit. 30.
(3) Eccles., v.
342 MANUAL DE MORAL CRISTIANA.
á los hombres libres que sirven por su voluntad ó me
diante un estipendio, soldada ú otra retribución cual
quiera, ó bien impelidos de amor ó respeto, para que
dejen á aquellos con quienes libremente se obligaron.
Al hacerse en este mandamiento mención del prójimo
se quiere significar un vicio muy común entre los hom
bres. Es frecuente entre ellos codiciar las tierras conti
guas , las casas vecinas y cosas semejantes que confi
nan con ellos : la vecindad, que se tiene por una de las
causas de la amistad, se trueca mediante esa codicia en
aborrecimiento.
A la ley de no codiciar las cosas ajenas, acompaña la
otra de no desear la mujer ajena. Por esta ley no solo
se entiende prohibida toda liviandad con que apetece el
adúltero la mujer ajena, sino también aquello con que,
aficionado uno á la mujer de otro, desea contraer matri
monio con ella. Esta prohibición es de muy capital im
portancia, y conviene explicar su fundamento y origen.
Cuando se escribió esta ley era permitido el libelo de re
pudio, y podia fácilmente acaecer que la repudiada por uno
se casase con otro. El Señor prohibió aquella liviandad para
que ni los maridos fuesen solicitados para despedir sus
mujeres, ni ellas se hiciesen molestas y enfadosas á sus
maridos hasta el punto de verse estos como precisados
á repudiarlas. Pero hoy es todavía pecado mas grave;
pues no puede la mujer, aunque el marido la repudie,
casarse con otro hasta que él haya muerto. El que codi
cia la mujer ajena, presto cae de un apetito en otro,
porque querrá ó que se muera su marido, ó adulterar
con ella.
CAPITULO XXIX. 843
Esto mismo se dice d¿ las mujeres que están ya des
posadas con otro : tampoco á esta3 es licito codiciar.
Porque los que procuran desbaratar las capitulaciones
matrimoniales, quebrantan el santo lazo de la fidelidad.
Del mismo modo que es del todo prohibido codiciar la
mujer casada ya con otro, así también es maldad
enorme apetecer aquella que está ya consagrada al culto
de Dios y á la religión.
"Con estos dos últimos mandamientos concluye la
suma de los preceptos que la eterna Sabiduría enseña á
los hombres para que puedan en todo hacer la santa
voluntad de su Criador. Estos ha de amar y guardar en
su corazon todo el que aspira á llamarse fiel cristiano,
como medio único necesario para su salvación, pues solo
por este, y no por otro, plugo á su Dios salvarle.
Cuando por una parte nos pongamos á considerar la
santidad y hermosura de las obras que Dios nos pide con
sus mandamientos, y por otra la fealdad de nuestras
naturales inclinaciones y la fuerza de la mala costumbre,
no por esto desmayemos viendo que carecemos de fuer
zas. Acordémonos de que Dios que nos dejó estos pre
ceptos, sabia muy bien nuestra natural insuficiencia para
cumplirlos, y que habíamos menester de otras fuerzas:
estas cabalmente son las que Jesucristo nos ha merecido
por su sangre. El nos alcanzó este favor y socorro para
nuestra flaqueza, y gracia para bien obrar, mas pode
rosa que nuestra mala inclinación.
FIN.