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Qué Es El Existencialismo

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¿Qué es el existencialismo?

Danila Suárez Tomé

Mar 15, 2020·12 min read

El existencialismo fue una corriente cultural [1] que dominó la escena francesa durante las
décadas del 40 y 50 del siglo XX. Sus exponentes más renombrados son Jean- Paul Sartre,
Simone de Beauvoir, Gabriel Marcel y Albert Camus. Entre los exponentes alemanes
podemos identificar a Karl Jaspers y Martin Heidegger [2], y sus raíces se encuentran las
obras de Friedrich Nietzsche, Søren Kierkegaard y Fiódor Mijáilovich Dostoyevsky. Como
rasgo general de la filosofía existencialista en particular, se suele establecer que el
existencialismo filosófico considera que la existencia humana no tiene un sentido ni una
naturaleza predeterminada. La libertad de elección de nuestras acciones e interacciones con
el mundo es la fuente de búsqueda, revelación y creación de sentido. Esta libertad de
elección, cuando se la asume, se traduce en una carga de responsabilidad que genera
desesperación y angustia. La elusión de esta responsabilidad y de la libertad de elección se
entiende como mala fe. Los existentes humanos actúan de mala fe cuando se rehúsan a
tomar su libertad u ocultan su responsabilidad en la desvelación y creación de valores y
sentido. Por último, el existencialismo filosófico toma como noción central el concepto de
autenticidad, como oposición a la mala fe.
Copleston, en su ensayo de sistematización de la doctrina existencialista advierte, con razón,
y como pasa en muchos otros “-ismos” de la filosofía, que, si bien se puede tomar como lema
general del existencialismo la idea de que el existente humano es libre y sus elecciones libres
configuran su esencia, los filósofos y las filósofas incluidas bajo esta doctrina bien podrían no
ser necesariamente existencialistas (Cfr. Copleston, 1948: 19) [3]. Por otro lado, entre quienes
se han reconocido como existencialistas tenemos, por ejemplo, existencialistas que incluyen
como nota central del existencialismo al ateísmo (como es el caso de Sartre y Beauvoir), y
existencialistas como Marcel y Nikolái Berdiáyev que lo entienden como una doctrina a la vez
filosófica y religiosa. Dufrenne, en la misma dirección, nos advierte que no existe un
existencialismo sino diversos existencialismos (Cfr. Dufrenne, 1965: 51). Solomon, por su
parte, insiste en que el existencialismo no puede ser entendido como una doctrina emplazada
en un momento histórico en tanto que es, en sí mismo, una actitud vital y no un sistema
filosófico (Solomon, 2005: xix). Barnes, aún más restrictiva, considera que dentro del
existencialismo sólo se debería contar a Sartre, Beauvoir y Camus, en tanto, para ella, han
sido los únicos que han sistematizado filosóficamente las tendencias de la actitud
existencialista (Barnes, 1959: 4–5). A pesar de estas advertencias de lxs historiadorxs del
existencialismo, sabemos que cuando decimos “existencialismo” queremos decir que hay algo
que los y las denominadas “existencialistas” tienen en común irremediablemente, sean cuales
fueren lxs autorxs que podamos considerar existencialistas.
Siguiendo la línea de algunos trabajos clásicos en torno al existencialismo podemos desplegar
algunos puntos nodales: el existencialismo se constituye, en primer lugar, a partir de un
rechazo de los sistemas filosóficos totalizantes. El existencialismo busca, por el contrario, no
minimizar el lugar del individuo ni de la contingencia en el estudio de la experiencia. Este
tópico deriva del rechazo kierkegaardiano del sistema hegeliano. En segundo lugar, y como
consecuencia de la dignificación del rol del individuo para el estudio filosófico, el
existencialismo es una doctrina filosófica de la primera persona, dentro de la cual se
considera que la filosofía es una empresa subjetiva y no impersonal. En tercer lugar, el
existencialismo se constituye como una respuesta confrontativa a los sistemas del idealismo
absoluto, del positivismo, del determinismo materialista y del determinismo psicológico. El
individuo no forma parte de ningún programa cosmológico y es entendido como ser-en-el-
mundo, como conciencia encarnada, desde su historicidad y relación de recíproco
reconocimiento y comunidad con los otros existentes humanos. En cuarto lugar, el
existencialismo se centra, valga la redundancia, en la “existencia”. Si bien el existencialismo
tiene como eje central de su discurrir filosófico al individuo, por lo cual merece una posición en
el despliegue de la filosofía neocartesiana, el acento está colocado en el “existo” y no en el
“pienso”, por lo cual el “yo”, entendido como “cosa que piensa” es puesto en cuestionamiento
y dislocado, incluso, como el fundamento de la filosofía. Finalmente, en el existencialismo se
vuelve relevante la noción de “actitud existencial”, que se relaciona con las nociones de
“autenticidad” y de “autoreflexión”:

La filosofía existencialista es la manifestación conceptual explícita de una actitud existencial,


un espíritu de “la época actual”. Es una realización filosófica de una autoconciencia que vive
en un “mundo roto” (Marcel), un “mundo ambiguo” (de Beauvoir), un “mundo dislocado”
(Merleau-Ponty), un mundo en el que estamos “arrojados” y “condenados” pero
“abandonados” y “libres” (Heidegger y Sartre), un mundo que parece indiferente o incluso
“absurdo” (Camus) (Solomon, 2005: xi).
La actitud existencial surge cuando el individuo se enfrenta a un mundo que no puede aceptar
en los términos en los que se presenta o en las llamadas “situaciones límites”. El movimiento
de la actitud existencial es el de la autoreflexión y se vuelve filosófica cuando se la expresa
conceptualmente.

El existencialismo es un humanismo
Quizás sean Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir las dos personas que más íntimamente
se encuentran relacionadas al existencialismo. En ambos casos, contamos con dos obras
fundamentales para poder analizar sus principios e implicancias: El existencialismo es un
humanismo de Sartre y El existencialismo y la sabiduría de los pueblos de Beauvoir.
El texto tal cual nos llega como L’existentialisme est un humanisme es una transcripción,
apenas retocada por Sartre, de una conferencia que se llevó a cabo el 29 de octubre de 1945
organizada por el club Maintenant en La Salle des Centraux, París. La conferencia, que
pretende responder afirmativamente a la pregunta acerca de si el existencialismo es o no un
humanismo, comienza punteando tres críticas que, en su momento, se le formularon al
existencialismo: de acuerdo con los comunistas, el existencialismo promueve el quietismo y la
inacción; de acuerdo con los marxistas, el existencialismo promueve un encierre en el
subjetivismo; de acuerdo con los católicos, el existencialismo promueve la gratuidad, el
libertinaje y la incapacidad de juzgar las acciones por la falta de remisión a valores
trascendentes.
Sartre adelanta la hipótesis de que el existencialismo es una doctrina que vuelve posible la
vida humana y que declara que toda verdad y toda acción implican un medio y una
subjetividad humana porque deja una posibilidad de elección al existente humano. Su
estrategia para probar que el existencialismo es un humanismo consiste en definir al
existencialismo por oposición al esencialismo religioso y ateo. Un esencialismo religioso es
aquel que afirma que existe un Dios creador, equiparable a un artesano superior, que produce
al existente humano siguiendo técnicas y una concepción y, a partir del cual, entonces, el
existente individual realiza cierto concepto que está contenido en el entendimiento divino.
Mientras que, en un esencialismo ateo, se afirma que, si bien no hay un Dios tal, existe una
naturaleza humana que poseen todos los existentes humanos, lo que significa que cada
individuo es un ejemplo particular de un concepto universal de existencia humana. El
existencialismo, por el contrario, afirma, en primer lugar, que, si Dios no existe, hay por lo
menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, o sea, que existe antes de poder
ser definido por ningún concepto: la realidad humana; en segundo lugar, que el existente
humano es proyecto dado que empieza por existir, surge en el mundo y después se define.
Empieza por no ser nada y sólo será después, y será tal como se haya hecho: la existencia
precede a la esencia. El existente humano no es otra cosa que lo que él o ella se hace ser; en
tercer lugar, que, si es cierto que la existencia precede a la esencia, el existente humano es
responsable de lo que es y, a su vez, de todos los existentes humanos.
Cuando decimos que el existente humano se elige, entendemos que cada uno de nosotros se
elige, pero también queremos decir que al elegirnos elegimos a todos los demás. No hay
ninguno de nuestros actos que, al crear la persona que queremos ser, no cree al mismo
tiempo una imagen del existente humano tal como consideramos que debería ser. Elegir ser
esto o aquello es afirmar al mismo tiempo el valor de lo que elegimos, porque nunca podemos
elegir el mal, y nada puede ser bueno para nosotros sin serlo para todos. Eludir nuestra
responsabilidad existencial con respecto a la libertad de acción, elección y creación de valores
es caer en mala fe. Asumir esa responsabilidad, por el contrario, es vivir auténticamente. El
existencialismo, según Sartre en L’existentialisme est un humanisme, se define, entonces, por
estas nociones particulares de existencia, subjetividad, responsabilidad y autenticidad.
El existencialismo no puede ser considerado como una filosofía del quietismo, puesto que
define al existente humano por la acción; ni como una descripción pesimista del existente
humano: no hay doctrina más optimista, puesto que el destino del ser humano está en él
mismo o en ella misma.
¿Qué significa aquí que la existencia precede a la esencia? Significa que el hombre empieza
por existir, se encuentra, surge en el mundo, y que después se define. El hombre, tal como lo
concibe el existencialista, si no es definible, es porque empieza por no ser nada. Sólo será
después, y será tal como se haya hecho. Así pues, no hay naturaleza humana, porque no hay
Dios para concebirla. El hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe, sino tal
como él se quiere, y como él se concibe después de la existencia, como él se quiere después
de este impulso hacia la existencia; el hombre no es otra cosa que lo que él se hace. Éste es
el primer principio del existencialismo. Es también lo que se llama la subjetividad, que se nos
echa en cara bajo ese mismo nombre (Sartre, 1999: 30–31).
El existencialismo, y como le reprochaban los marxistas, efectivamente parte de la
subjetividad. En primer lugar, Sartre sostiene que la filosofía debe partir del sujeto porque
fuera del cogito, todos los objetos son probables. Y como no se busca una doctrina de la
probabilidad, el cogito funciona como un punto de partida absolutamente certero. En segundo
lugar, porque así se le atribuye al existente humano más dignidad que a lo material. Aquí se
presenta el humanismo más drástico de Sartre, es decir, aquel que busca definir a lo humano
como contrapuesto a lo animal: se intenta construir al reino humano como un conjunto de
valores distintos del reino animal. En tercer lugar, la subjetividad del existencialismo no es una
subjetividad rigurosamente individual porque en el cogito uno no se descubre sólo a sí mismo
sino también a los otros. A través del cogito, del “yo pienso”, nos captamos a nosotros mismos
frente al otro, y el otro es tan cierto para nosotros como nosotros mismos. Así, el existente
humano que se capta directamente por el cogito, descubre también a la alteridad como
condición de su existencia. No puede ser nada salvo si alguien más lo reconoce como un
existente humano.
Un último aspecto por destacar es el valor que se le da a los temples anímicos. Sartre releva
tres temples: la angustia, el desamparo y la desesperación. La angustia constituye el
reconocimiento de la responsabilidad. El existente humano, al angustiarse, se da cuenta de
que es no sólo él o ella que elige ser, sino también un legislador, que elige al mismo tiempo
que a sí mismo a la humanidad entera. La angustia refleja el no poder escapar al sentimiento
de su total y profunda responsabilidad. Sartre incluso dice que no es posible escapar de este
temple si no por mala fe. Y agrega que la angustia no impide la acción, sino que, por el
contrario, es la condición misma del accionar; porque esto supone que al enfrentarse a una
pluralidad de posibilidades y elegir, uno se da cuenta de que la posibilidad elegida sólo tiene
valor porque ha sido elegida. La angustia forma parte de la acción misma. El desamparo
constituye el reconocimiento de la libertad. Con esto Sartre quiere decir que, ante la muerte
de Dios y la imposibilidad de remitir a valores trascendentes, somos libres. No hay, además,
excusas ni justificaciones: no puedo buscar en mí el estado auténtico que me empujará a
actuar, ni pedir a una moral preestablecida los conceptos que me permitirán actuar. Estamos
solos. El existente humano está condenado a ser libre. Condenado, porque no se ha creado a
sí mismo: es fáctico y contingente. Libre, porque una vez arrojado al mundo es responsable
de todo lo que hace: es trascendencia. El desamparo implica que elegimos nosotros mismos
nuestro ser. Finalmente, la desesperación es el reconocimiento de que nos limitamos a contar
con lo que depende de nuestra voluntad. El existente humano no es nada más que su
proyecto (no hay naturaleza humana), no existe más que en la medida en que se realiza, no
es por lo tanto más que el conjunto de sus actos.
El existencialismo y la sabiduría de los pueblos
Por su parte, Beauvoir ensaya una defensa del existencialismo en su artículo L’existentialisme
et la sagesse des nations escrito también en 1945 y publicado junto a otros ensayos en 1958.
Allí Beauvoir suma algunos puntos de interés a la definición del existencialismo tal y como
Sartre lo hubo conceptualizado. El existencialismo, antes que nada, constituye una doctrina
que ubica a la libertad en un primer plano. Con ello Beauvoir hace referencia a que el
existente humano es, en conjunto, trascendencia, compromiso con el mundo y movimiento
hacia el Otro. El existente humano, en sentido estricto, no es: la libertad encuentra su
fundamento en la nada de ser. Al igual que Sartre, no reniega de que el existencialismo sea
una filosofía subjetivista, pero sí destaca el hecho de que cuando se habla de subjetividad en
el existencialismo, se está hablando de libertad. El existente humano no es nada de antemano
y, por ser libre, es el único artífice de su destino. No tiene excusas ni coartadas. Por lo tanto,
el existencialismo reclama del existente humano una existencia en constante tensión;
El fin que se propone en general el existencialismo: quiere evitar al hombre las decepciones y
los enojos morosos que ocasionan el culto de falsos ídolos; quiere convencerlo de que sea,
auténticamente, un hombre y afirme el valor de ese cumplimiento. Semejante filosofía puede
audazmente rechazar las consolaciones de la mentira y las de la resignación: tiene confianza
en los hombres (Beauvoir, 1985: 41).
Finalmente, en Pour une morale de l’ambiguïté, ensayo publicado dos años después, en
1947, Beauvoir sostiene que el existencialismo se autodefine como una filosofía de la
ambigüedad. Asimismo, el existencialismo sostiene que el existente humano es “una pasión
inútil”, esto es, un fracaso. Este fracaso alude a la imposibilidad del existente humano de ser
idéntico a sí mismo. Sin embargo, según Beauvoir hay que comprender que, sin el fracaso
constitutivo de la existencia humana, no existiría necesidad de una moral: un Dios no necesita
de moral alguna. La ontología existencialista sostiene que ese fracaso es definitivo,
insuprimible:
En su vana tentativa por ser Dios, el hombre se hace existir como hombre, se satisface con
esta existencia, coincide exactamente consigo mismo. No le está permitido existir sin ternura
hacia ese ser que no será nunca; pero le es imposible querer esa tensión con el fracaso que
la misma implica. Su ser es carencia de ser, pero hay una manera de ser de esta carencia
que es, precisamente, la existencia. (…) Para alcanzar su verdad, el hombre no debe
procurar disipar la ambigüedad de su ser, sino por el contrario, aceptar realizarla: sólo vuelve
a encontrarse en la medida en que consiente permanecer a distancia de sí mismo (Beauvoir,
1956: 14–15).
Aceptar la existencia como un fracaso es la conditio sine qua non de la actitud existencialista,
del paso a una existencia auténtica, que escape a la mala fe, en donde la libertad que nos
constituye sea empuñada con responsabilidad en cada elección y acción que llevemos
adelante a un mundo cuyo sentido no es instaurado por nadie más que nosotros.
Notas
[1] El existencialismo no se circunscribe a la filosofía. Se han leído como manifestaciones del
movimiento existencialista obras de distintas personalidades de la cultura global como las de
Jean Genet, André Gide, André Malraux, Samuel Beckett, Eugene Ionesco, Jackson Pollock,
Jean-Luc Godard e Ingmar Bergman.
[2] No desatendemos que tanto Jaspers como Heidegger han rechazado pertenecer al
existencialismo, pero, como veremos, en las sistematizaciones y presentaciones canónicas
del existencialismo los problemas y tópicos trabajados por ambos filósofos germanos, al
menos en cierto momento de su producción, se solapan con los problemas y tópicos
distintivos de las teorías existencialistas.
[3] Por ejemplo, si tomamos como nota central del existencialismo el lema “la existencia
precede a la esencia” y lo que implica, podríamos llamar existencialistas a teorías no
deterministas y eso no sería adecuado en numerosos casos.

Referencias
 Copleston, F.C. (1948): “Existentialism” en Philosophy, vol. 23, no. 84, pp. 19–37
 Dufrenne, M. (1965): “Existentialism and Existentialisms”en Philosophy and
Phenomenological Research, vol. 26, no. 1, pp. 51–62
 Solomon, 2005
 Barnes, H. (1959): The Literature of Possibility: a Study in Humanistic Existentialism, USA:
University of Nebraska Press
 Sartre, J.-P.(1996): L’Existentialisme est un Humanisme, Paris: Gallimard [(1999) El
existencialismo es un humanismo, Barcelona: Edhasa]
 Beauvoir, S. (1985): El existencialismo y la sabiduría de los pueblos, Buenos Aires:
Leviatán
 Beauvoir, S. (1956): Para una moral de la ambigüedad, Buenos Aires: Schapire

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