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Historia de La Tradición: Tradición Manuscrita - Y Tradición Impresa
Historia de La Tradición: Tradición Manuscrita - Y Tradición Impresa
Historia de La Tradición: Tradición Manuscrita - Y Tradición Impresa
HISTORIA DE LA TRADICIÓN:
TRADICIÓN MANUSCRITA -
Y TRADICIÓN IMPRESA
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scriptorium o de un taller tipográfico, la procedencia de los ori
ginales о copias de que solfa servirse, la antigüedad y consisten
cia de los soportes materiales de copia, etc.
Vittore Branca, a propósito de la obra de Boccaccio y de las>!
peculiaridades de su tradición, introdujo la distinción entre tra-f
dición caracterizada y tradición caracterizante. La primera sef
refiere al examen de los testimonios únicamente en función dell
texto crítico; la segunda, al estudio de las vías y de los modos ^
particulares a través de los cuales se desarrolló la producción y-J
la circulación de los textos de cada obra. Como estudia Branca, !
la tradición manuscrita de las obras de Boccaccio se caracterizad
a un tiempo por las continuas e imprevisibles intervenciones |
correctoras del autor y por la transmisión misma de los textos;!
normalmente obra de entusiastas aficionados y no de copistas !
profesionales. El estudio de los avatares de esa transmisión habrá!
de acompañar al puro cotejo textual de los testimonios.
El estudio de tradiciones particulares parece, por tanto, un¿
vía segura en el andar presente y futuro de la filología, sobre
todo de la filología romance, en la que operamos con textos rela
tivamente recientes, en cuya tradición las copias están separa
das por apenas unos cuantos años, no por siglos, como en el caso
de los textos grecolatinos, para los que más bien se creó el méto
do lachmanniano (la obra de Jenofonte, por ejemplo, escrita en
el siglo IV а. C., prácticamente es sólo conocida por manuscribí
tos del s. XIII de nuestra era).
En este sentido, A. Varvaro ha establecido con gran clari
dad las diferencias entre la tradición textual clásica y la roman
ce, para las que respectivamente ha utilizado los términos de i
tradición quiescente y tradición activa [1970]. La de las obras t
griegas y latinas es en general una tradición libresca, poco den- .
sa en el sector de la misma que va del arquetipo a las copias .
humanísticas (sector, sin embargo, decisivo en cualquier tipo ¡
de reconstrucción crítica); es además una tradición de ambien- ■:
tes más bien cerrados, de profesionales (copistas o estudiosos) i
con tendencia a respetar el texto que trasladan. Las tradicio- ~
nes de textos romances son ya bien distintas, debido tanto a la ^
distancia mínima que separa al original del arquetipo (si es que
éste existe) como a la también reducida distancia entre éste y ”
los testimonios conservados. Normalmente tampoco están con
dicionadas por scriptoria profesionales y casi siempre son ante-
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fiores a la consolidación de una vulgata, que es fenòmeno len-
t0 y tardío.
por lo demás, la actitud del copista hada el texto suele ser aquí
ménos respetuosa. En la tradición quiescente, el copista, que se sen-
tía alejado y un tanto extraño al texto, mantenía una actitud de res-
neto hacia él, por lo que, cuando arriesgaba alguna conjetura, siem-
pre ejecutaba una restauración conservadora. En la tradición activa,
en cambio, el copista recrea el texto considerándolo actual y abier
to’, e introduce innovaciones que, más que a restaurarlo según su
parecer, tienden a hacerlo más fácil y contemporáneo’.
Por su parte, bien diferenciadas se nos muestran la tradición
manuscrita y la tradición impresa. Son dos tipos de tradición
diferentes, que hoy conocemos mejor gracias a las aportaciones
de la codicologia y de la bibliografía textual. «
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la que de manera generalizada ha venido adoptando el libro
prácticamente la única que conoce la Edad Media. Por eso, càdì
ce es el término restrictivo que mejor conviene ai libro medies
val, en tanto que el más genérico de m anuscrito se utiliza p
todas las épocas.
El pergamino era un material costoso’, que se empleó duran:
te toda la Edad Media, preparado por los propios monjes de lof
monasterios donde se copiaban los códices o por talleres espéf
cializados. A fines del siglo Х1П, sin embargo, comenzó a ser susS
tituido por el papel, material mucho más barato y asequible, qui|
supuso un auténtico cambio en la producción y difusión del
libro. El papel procede de Oriente, de China, donde se fá b r ic a !
ba con seda o fibras de plantas. Su invención se viene atribuí
yendo a Ts’ai Lun (105 d. C.). A mediados del s. VIH se habí:
extendido ya al mundo árabe, de donde pasó a la España musuLl
mana por mercaderes genoveses que lo traían de El Cairo. En
España, el primer libro en papel es una recopilación litùrgici
del s. XI, conservada en la abadía de Santo Domingo de SHala
Como atestigua un documento de 1056, el primer centrò cí^
producción de papel fue Xátíva, al que siguieron Granada, Cór-I
doba y Toledo. :Щ
En el siglo XIV, los versos de Juan Ruiz, arcipreste de Hita,!
hablan de Toledo como un centro de abundante producción de
papel, aunque, invocando el tópico de la dificultad de decir, ase-i
gura que no sería suficiente para contener la descripción de la
tienda de don Amor:
80
, oapel es el de С. M. Briquet, que reproduce 16.112 filigra-
Ш aUe comprenden en el tiempo de l2 8 2 a 1600 [Briquet,
19.07:.
iSËBÜir
* - 22.2. El códice y su constitución
83
del siglo X, coincidiendo con Ja venida del monje Gerbert d’Au|
llac (el papa Silvestre II), la biblioteca era ya famosa por la exi|
tencia de textos de procedencia árabe y porque se habían intf!
ducido novedades científicas como el astrolabio y la numeraci^
¡i,;!;.
H IT arábiga. A mediados del s. XI había incrementado espectacular
mente el número de códices, que ya no eran sólo bíblicos y litiif
gicos, sino también patrísticos y, sobre todo, un alto número çj,
ellos destinados a la enseñanza de las artes liberales. En el sigjl
XIII, se incrementó aún con obras médicas traídas de Salernof
jurídicas de Bolonia y teológicas y filosóficas procedentes taira
b.ién de Italia. Como se ve, los fondos hubieron de ser muj¡
importantes. Destacan algunas biblias ricamente iluminada!
(como la de Sant Pere d e Rodas), los primeros textos historio!
gráficos catalanes (los Gesta com itum Barcinonensium e t г е р щ
A ragonum ), un poema latino sobre el Cid (el Carmen Campii
D octoris) y, sobre todo, los Carmina R ivipullensia , un canciojl
nero poético en latín, obra de un anónimo enamorado, que I
conecta con la tradición y maneras goliardescas y ofrece una poe- :
sia amorosa apasionada y sensual. f
La biblioteca del monasterio de Santo Domingo de Silos, en:
el siglo XIII, contenía poco más de cien libros manuscritos. Un*
1^ buena parte eran patrísticos, con obras de San Isidoro (las Eti¿
mologías), San Leandro, San Gregorio (los Diálogos), o los libros
llí d e las Sentencias. El fondo profano contenía unos cincuenta libros,"
entre los que se contaban obras de gramática y de retórica, algu-v
na obra de Aristóteles y las obras de Boecio. El monasterio dej
San Salvador de Oña vuelve prácticamente a reperir número yf!
autores: San Gregorio {Morales y Diálogos), San Isidoro y Saii^
Agustín {De civitate Dei y De doctrina christianá), aunque faltan
libros del trivium (gramática, retórica, lógica), por lo que se dedu-1
ce que allí no habían de impartirse tales enseñanzas. щ
Desde luego fue mucho lo perdido, como es el caso de la |
Biblioteca capitular de Toledo, que hubo de ser de las más famo-:
sas. El fondo antiguo está muy disperso y la que hoy se conser- ;
va como tal biblioteca capitular está constituida por la colec- :
ción de libros del arzobispo Pedro Tenorio, del siglo XIV, quel
la donó al cabildo. Los manuscritos anteriores tampoco los cono- д
cemos bien, pues el catálogo más antiguo es de 1455. Varios i
pasaron a la Biblioteca Nacional. Había libros de gramática y .
autores antiguos para la enseñanza del latín, también versiones
IK
ink 84
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¡S i
de obras arábigas y traducciones. Desde la Ética de Aristóteles,
£Almagesto de Tolomeo, tratados de geometría y de astrologia.
curioso es el caso del Auto d e los Reyes M agos , copiado en
jas dos últimas hojas de un códice en pergamino que contiene
comentario latino al Cantar d e los cantares y a las Lamenta-
: clones de Jeremías, hoy custodiado en la Biblioteca Nacional de
España.
En el siglo XV se produce el desplazamiento de los focos de
estudio de las escuelas y monasterios al ambiente mundano de
las cortes y bibliotecas señoriales. Esto ocurre en la medida que
los reyes y nobles se van interesando por actividades intelectua
les tradicionalmente reservadas a los clérigos y a la iglesia. La
lectura se difunde en los estamentos laicos de la sociedad y se
ripone al alcance de una aristocracia culta, dejando de ser patri
monio exclusivo de los letrados profesionales. Esa situación da
lUgar a la aparición de magníficas bibliotecas señoriales, de las
que tenemos amplia noticia. La mayoría son de uso personal y
de características diferentes a las monásticas, catedralicias y con-
ventuales. Su estudio ha interesado muchas veces para mostrar
4 a preocupación individual de algunos magnates por el huma
nismo, pero también interesan como parte de la historia de la
cultura y de la historia de las mentalidades, en la medida que
‘ aportan datos sobre las formas de vida y el comportamiento de
ese grupo social, en este caso de la nobleza de la última Edad
Media. En España hubo varias importantes, como la Fernán
Pérez de Guzmán, la de don Enrique de Villena, la del conde
de Haro, la del Marqués de Santillana y naturalmente la de la
casa real, de Juan II a Isabel la Católica.
" “ Famosa fue la biblioteca que a mediados del siglo XV formó
en su palacio de Guadalajara don Iñigo López de Mendoza, pri
mer marqués de Santillana [Schiff, 1905]. Estaba constituida
por decenas de cuidados manuscritos miniados y ornamentados
con su escudo de armas y su lema, en los que se recogía lo más
selecto y avanzado del saber de la época. Allí se encontraban,
como muestra de la moderna inquietud humanística, clásicos
griegos (Homero, Tucídides y Platón) y latinos (Cicerón, Séne-
ca, Virgilio, Ovidio, Tito Livio, Lucano, Valerio Máximo), así
como los principales autores italianos (Dante, Petrarca, Boc
caccio, Leonardo Bruni, Pier Candido Decembrio, Giannozzo
Manetti) y algunos franceses (Alain Chartier, Roman de la Rose).
85
Junto a ellos pervivían obras representativas del pensamiento
religioso medieval (tratados de San Agustín, San Basilio o San;
Juan Crisostomo) y de sus preocupaciones por la historia y el
arte militar (Egidio de Roma, Gil de Zamora, Guido delle Colon
ne, Honoré Bonnet). No sabemos con exactitud el número de
libros que llegó a poseer ni los que realmente han sobrevivid'
de aquella biblioteca. En su testamento dejó establecido que se
vendiesen todos a excepción de cien que dejaba a la elección de.
su heredero. Sucesivos avatares por los que atravesó la bibliote- f
ca del Infantado sólo permiten el reconocimiento de unos cuan
tos volúmenes que fueron del Marqués. La biblioteca la custo
diaron después sus descendientes, en 1702 sufrió un incendio ,,
que destruiría parte de ella. Por fin, a la muerte del Duque des
Osuna, XV Duque del Infantado, en 1882, pasaron aquellos:^
libros a la Biblioteca Nacional de España, donde se custodian.
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los hubo particularmente potentes (corno pudo ser el de Aldo
Jyíanuzio en Venecia o el de Cristóbal Piantino en Amberes). La
Imprenta española, en términos generales, fue de pequeños talle
res, dispersos y de no mucha calidad. Lo que no quita para que
hubiera impresores excelentes, como Juan de Junta en Burgos y
Salamanca, Arnao Guillén de Bracar y Miguel de Eguía en Alca
lá, Jacobo y Juan Cromberger en Sevilla, Juan de Ayala en Tole
do, Jorge Coci en Zaragoza, Carlos Amorós en Barcelona o Juan
JoÉFre y Juan Mey en Valencia [Millares Cario, 1971; Marsá,
2001; Martin Abad, 2003].
87
particularmente en los tiempos de la imprenta manual, qüe|
van propiamente del siglo XV a mediados del XIX. La interlE
vención sucesiva de impresores, cajistas, correctores, compo_l| í1
sitores, censores, etc., alteraba en gran manera tanto la corrulf ¿í
posición del texto como su resultado final, resultado que ertH
realidad se llevaba a término a través de un proceso de elabo4|| i '
ración discontinuo. • fb í
• De esa manera, lo que comúnmente consideramos un testi-, 1
monio no puede circunscribirse a un solo ejemplar, pues a lo Jf f:
largo de la emisión o la edición, aquellas intervenciones diver- J
sas han podido introducir diferencias y variantes de un ejem :Sf
piar a otro. Ante la práctica imposibilidad de tener en consider i ;
ración todos y cada uno de los ejemplares de todas las ediciones;:! t
de una obra, se ha estimado por cálculo estadístico que de cadali ë
tirada de mil ejemplares, sería necesaria la colación de al menos | i
treinta de ellos para obtener una muestra suficientemente repre- I Й
sentativa [Stoppelli, 1987:13]. '"Щ .
Con la imprenta cambiará, pues, la condición de los testi- | 1
monios y cambiará también la tipología de los errores. En la eje- |
cución de la copia intervienen ahora muchas más personas que | L.
en Ja etapa manuscrita: el autor que presenta su autógrafo o un ff
apógrafo, el copista que lleva a cabo el llamado original de. J I;
imprenta, los impresores, los cajistas, el corrector. Aparte luego |
las censuras y aprobaciones. || 3
El llamado original de imprenta era el texto hecho copiar J ^
a un amanuense a partir del texto entregado por el autor. Esa |
copia, en la que se contemplaba ya la composición del librali
(número de páginas, columnas, líneas por página, tal vez capí- |
tulos, títulos, etc.) y que a veces volvía a revisar el autor, era 7c
también la que se presentaba para ser autorizada ante el Con- J
sejo de Castilla y rubricada folio por folio por un escribano. ^
Devuelto a la imprenta, sobre ese texto se realizaría ya toda la J
labor tipográfica y con él se trabajaría a lo largo de todo el §
proceso de impresión. Una de las primeras operaciones que |
se realizaban era la cuenta del original, en virtud de la cual se ■!
calculaba el número de pliegos de papel necesarios y se esta- Щ
blecía la disposición de formas y el orden de páginas en cada ;|
una, a partir del número de líneas ajustado del original al J
impreso.
88
j 2 2. Composición d el libro impreso
89
formas de un pliego, mientras que el tirador y el batidor imp rii
mían una forma al tiempo que se componía otra.
Debido a todas esas particularidades en el proceso de corn|
posición del libro, es conveniente distinguir estos tres tipos d i
situaciones y resultados: edición, emisión y estado. Щ
Edición es el conjunto de ejemplares de una òbra impresosi h
en una composición tipográfica única o que ofrece ligeras vari¿| f
ciones. En la imprenta manual no bay reediciones, pues, debiá
do a su escasez, se tienen que ir desmontando los tipos para сопц L
poner nuevas formas. -Jj ;
, Emisión es el conjunto de ejemplares, parte de una edición*!
que forma una unidad intencionadamente planeada, antes o|
después de su puesta en venta. Puede deberse a alteración dé¡
portadas, a impresión en papel distinto en calidad o tamaño, o| £::
a desglose de partes. í:
Estado son las variaciones, no planeadas intencionadamente^!
que presentan los ejemplares de una edición, producidas durante!
la impresión, o posteriormente a la misma o a su puesta en ventali L:
Pueden ser: correcciones durante la tirada que afectan a parte de| i
los ejemplares, correcciones de erratas por medio de banderillas;!
recomposición del molde deshecho, recomposición de pliegos yaf .
impresos con añadido de alguna hoja para ampliar o completar! г
texto, o adición, supresión o alteración de hojas. i
'
3.3.3. Errores y tipografìa
90
El amanuense, autor de la copia del originai, a pesar de su
destreza con el plumin en la copia, no dejaba de introducir inno
vaciones en el texto. La mayoría eran yerros y descuidos, pero
también enmiendas deliberadas y errores. El cajista componía
con los tipos invertidos, por lo que no era imposible la equivo
cación; tampoco eran infrecuentes los puros accidentes mecá
nicos, de pérdida o caída de alguna letra al trasladar o aflojarse
la regleta o la forma; el entintado también podía ser falto o sobre
abundante.
El corrector, p o r su p arte, era qu ien m ás intervenciones rea
lizaba en el texto. C o n fre cu e n cia in terven ía y a en la p rep ara
ción del origin al d e im p re n ta y lu ego , p o r su p u esto , reiterada
mente a lo largo del proceso de im presión, revisando las fo rm as
y {os pliegos q u e se ib an co m p o n ien d o . E n no pocas ocasio n es
trataba de a ju sta r o so rte a r las reco m en d acio n es del co rrector
oficial, que n o d u d a b a en trastocar, enm endar, trasponer, añ a
dir o incluso suprim ir.
El componedor del texto podía incurrir en el mismo tipo de
errores que el copista de un manuscrito (desde haplografías a
interferencias lingüísticas de su lengua particular). Pero hay un
tipo de interferencia peculiar del trabajo tipográfico que deriva
de justificar el margen derecho de la página [Fahy, 1988]. En
ese caso, la única solución recomendada en las imprentas era la
de aumentar el número o el espesor de los espacios en blanco
entre dos a más palabras de la línea (lo que hace ahora de for-
. ina automática el procesador de textos). Otro procedimiento
fue el de utilizar tantas abreviaturas como fuere necesario. La
tercera solución era la de intervenir sobre la grafía en determi
nados aspectos, por ejemplo, en la geminación de consonantes
o en recurrir a recargados grupos consonanticos; o en el uso o
eliminación de la elisión vocálica. Todo ello puede introducir
diverso número de alternancias gráficas y variantes lingüísticas.
En cuanto al autor, aparentemente entregado a los impreso
res y desentendido de su obra, en el curso de la impresión, intro
ducía a veces variantes conscientes en el texto, que lo ya impre
so no podía recoger. Hubo de ser una situación relativamente
fecuente, aunque no podemos cuantificar. Sabemos de algún
caso muy significativo, como el de Fernando de Herrera con sus
A notaciones a G arcilaso (1580). Herrera añade al final unos
“yerros” con trece enmiendas, pero terminada la edición y revi-
91
sada la obra con atención descubre muchos más, lo que le lley¡
a destruir y rehacer todo el primer pliego de los ejemplares tira
dos y a incluir en los preliminares (suprimiendo otros paratex-
tos) cinco páginas de ‘Térros que se han hallado en la impresión!
[Blecua,! 970].
• :
93
Nueva orden que se ha de observar en la impresión de libi1 nombre del autor y del impresor, y lugar donde se impri
y diligencias que deben practicar los libreros y justicias. mió. Y que esta misma orden se tenga y guarde en los libros
Mandamos y defendemos que ningún librero ni ot. que, habíen ya seído impresos, se tornare dellos a hacer nue
persona alguna traiga ni meta en estos Reinos libros-§ va impresión. Y que esta tal nueva impresión no se pueda
romance impresos fuera dellos [...], no siendo impresos coi hacer sin nuestra licencia y sin que el libro, donde se hubie
licencia firmada del nuestro nombre [...] re de hacer, sea visto y rubricado y señalado en la manera y
Otrosí defendemos y mandamos que ningún libro ni obn forma que dicha es en las obras y libros nuevos. Lo qual
de qualquiera facultad que sea, en latín ni en romance ni ol. mandamos que se guarde y cumpla, so pena que el que lo
lengua, se pueda imprimir ni imprima en estos Remos'sjtf imprimiere o diere a imprimir o vendiere impreso en otra
que primero el tal libro u obra sean presentados en nuestrc manera y no habiendo hecho y precedido las dichas dili
Consejo y sean vistos y examinados por la persona o perscfl gencias, caiga e incurra en pena de perdimiento de bienes
nas a quien los del nuestro Consejo lo cometieren. Y hechjf y destierro perpetuo destos Reinos. Y mandamos que en el
esto, se le dé licencia firmada de nuestro nombre y señalau nuestro Consejo haya un libro enquadernado, en que se
de los del nuestro Consejo. Y quien imprimiere o diere j ponga por memoria las licencias que para las dichas impre
imprimir, o fuere en que se imprima libro u obra en o siones se dieren, y la vista y examen dellos y las personaba
manera, no habiendo precedido el dicho examen y aprobá| quien se dieren y el nombre del autor, con día, mes y año.
ción y la dicha nuestra licencia en la dicha forma, incurraëf {Nueva recopilación de las leyes del Reino,
pena de muerte y perdimiento de todos sus bienes, y los tale lib. VIII, tit. XVI)
libros y obras sean públicamente quemados.
Y porque, fecha la presentación y examen dicho en nues?¡¡ Con estas disposiciones, por un lado, la concesión de licen
tro Consejo y habida nuestra licencia, se podría en el tal¡ cias de impresión quedaba centralizada definitivamente y de
libro u obra alterar o mudar o añadir, de manera que la suso4 manera exclusiva en el Consejo Real. Por otro lado, se estable
dicha diligencia no bastase para que después no se pudiese: cía todo un protocolo que debía seguir el libro: un escribano del
imprimir en otra manera y con otras cosas de las que füeii Consejo señalaba y rubricaba cada hoja del original aprobado,
ron vistas y examinadas, para obviar esto y que no se pue|T
da hacer fraude, mandamos que la obra y Hbro original que" el cual, una vez realizada la impresión, se volvía a llevar al Con
en nuestro Consejo se presentare, habiéndose visto y exa sto n algún ejemplar de los impresos, con el que ahora se
minado, y paresciendo tal que se debe dar licencia, sea sefia-í eotejaba. En tercer lugar, al frente del libro había de colocarse
lada y rubricada en cada plana y hoja de uno de los nues la licencia, la tasa y privilegio, si lo hubiere, además de ios nom
tros Escribanos de Cámara que residen en el nuestro bres de autor e impresor, y lugar de la impresión. Quiere decir-
Consejo, qual por ellos fuere señalado, el qual, al fin - : se que el libro, por tanto, se imprimía en principio sin portada
del libro, ponga el número y cuenta de las hojas y lo firme: 'ni preliminares, a partir del original de imprenta que se sacaba
de su nombre, rubricando y señalando las enmiendas quei del texto entregado por el autor. Ese original, sobre el que se
en el tal libro hobiere, y salvándolas al fin. Y que el tal libro haría la impresión calculando formas y pliegos, es el que se había
o obra así rubricado, señalado y numerado, se entregue¿| K "-— ntado previamente al Consejo y sería rubricado por el escri-
para que por éste y no de otra manera se haga la tal impre-1 bano. Luego, un ejemplar impreso volvía a ser cotejado con ese
sión. Y que después de hecha sea obligado el que así lo impri
miere a traer al nuestro Consejo el tal original que se le díoil original rubricado y, por último, se imprimían los preliminares.
¡ir con uno o dos volúmenes de los impresos, para que se veaf . Las consecuencias bibliográficas y textuales de todo ese pro
y entienda si están conformes los impresos con el dicho ori-l teso son importantes y hay que tenerlas en cuenta a la hora de
Ь
ginal, el qual original quede en el nuestro Consejo. editar. La paginación sólo comienza con el texto de la obra, la
Y que en principio de cada libro que así se imprimiereí$]E portada
I y preliminares forman uno o varios pliegos indepen
se ponga la licencia y la tasa y privilegio, si le hubiere, у еГ dientes, el colofón ha sido impreso antes que la portada (por lo
liSiI 94 95
¿life;
que el año que figure en ésta puede no coincidir con el de aquél, I
según el tiempo transcurrido en los trámites reseñados), es fréjf
cuente (aunque no legal) aprovechar licencias, privilegios y tasas!
para reedicion es posteriores. A lo largo de ese complejo procé-1
so se comprende que hayan podido producirse gran número dp
cambios y alteraciones en la composición del texto y en la con-4
figuración de los ejemplares de una obra [Moll, 1979:57-79]. *
97
nal, pues ocurre habitualmente que el autor escribe una o
para un director de compañía, el cual suele enmendar el textd
para ajustarlo a las necesidades de representación (en esos ajus
tes puede incluso volver a intervenir el autor) y, pasado un derni
po, revender la obra a un impresor que editará la obra con nue
vas modificaciones, de ahí podrán surgir otras ediciones, copia!
manuscritas, etc. Incluso puede ocurrir que el propio poeta refunl
da su obra en una segunda versión, o que la refundan otros autoí
res, la rehagan, la enmienden. Nos hallamos entonces ante una
tradición no sólo abierta y poblada, sino muy activa y dinámi-f
ca, y dispuesta en sucesivos estratos. Щ
El caso de las comedias de Lope de Vega puede ser paradigmi
mático. De muchas de ellas —unas cuarenta—se conserva el|
manuscrito autógrafo, autógrafo además bastante limpio y confi
pocas tachaduras, pues, como se ha dicho, es extraordinaria lai
seguridad de Lope en sus escritos, “con la mitad de los folios sint¡
una sola enmienda [...] y las correcciones que hay muestran nói
haber sido producto de una revisión posterior, sino hechas en!
el curso de la composición” [Marín y Rugg, 1962], aunque con )
una ortografía muy vacilante, como también era habitual en la,|
época. Lope escribía sus autógrafos para venderlos a los direc
tores de compañías que, naturalmente, introducirían cambios
y alteraciones en el texto, del que sacaban copias y terminaban
por vender a los editores, sin que nuestro autor revisara los
manuscritos para la imprenta ni corrigiera pruebas. Las modi
ficaciones introducidas no siempre eran de mayor trascendenti
cia; lo normal, como puede apreciarse en el impreso de 1618 de !
El galán de la M embrillo, era el incremento de unos cuantos erro
res mecánicos, el añadido de alguna breve acotación (“Sale”,
“Váyase”, “Entren”, etc.), la reducción de algún pasaje del tex- ^
to, o la introducción de algún cambio de personaje para aco
modarlo al actor.
De ahí los textos pasaban luego a publicarse en las llamadas
Partes de comedias, cada una de las cuales estaba constituida por
unas doce piezas. Las veinticinco Partes de Lope fueron publi
cadas entre 1604 y 1647, pero de casi todas hubo más de una
publicación (primero en Madrid y luego en Barcelona), e inclu
so de algunas pudieron todavía correr copias manuscritas. De
Servir a señor discreto, por ejemplo, hay sólo una edición reco
&Лг ••'
gida en la Parte X I (1618), de donde salió luego una copia
f;
98
manuscrita de fines del s. XVII o principios del XVIII, con esca-
jai variantes. De El castigo sin venganza, hay un manuscrito autó
grafo (I63 I), una edición suelta (Barcelona, 1634), una edición
jjicluida en la P ane XXI (Madrid, 1635), una edición recogida
en el volumen Doze comedias las más grandiosas que asta aora han
sulido de los m ejores y más insignes Poetas (Lisboa, 1647) (donde
"incorpora el título “ECSV. Tragedia. Quando Lope quiere, quie
re”), У Por ú lti1110 ч п а edición suelta del XVH s. L, s.a. Tradición
Ljnás compleja presenta aún Fuenteovejuna, publicada en la Doce-
jitt parte (Madrid, Alonso Pérez, 1619), pero de la que se hacen,
en el mismo año por el mismo librero, dos impresiones, Ay B ,
sólo diferenciadas externamente por el escudo de la portada. B,
- que se hace teniendo a la vista el manuscrito original hoy per
dido, corrige algunos errores de Д, pero introduce otros nuevos.
Lo notable es además que en la edición de A, como advirtió V.
Dixon [1971], en tanto se hacía la tirada, se introdujeron correc-
ciones en algunos de los moldes de ciertos pliegos, sin desechar
1los ya impresos: como consecuencia, aparecen pequeñas varian
ces en diversos ejemplares de la misma edición [McGrady,
1993:28].
Otras obras teatrales plantean más bien casos de doble redac
ción, como ocurre con algunas de Calderón. De La vida es sue
ño parece claro que realizó dos versiones, ambas publicadas el
■'mismo año de 1636, en Zaragoza y en Madrid: la primera sería
la compuesta hacia 1631, vendida a un autor de comedias que
Lía hace imprimir años más tarde en Zaragoza; la segunda es una
edición corregida y reelaborada por el propio Calderón en 1636
e impresa en Madrid. Las comedias El agua mansa , de la que se
“ conserva manuscrito autógrafo, y Guárdate del agita mansa, trans
mi rida en la O ctava Parte d e Comedias Nuevas Escogidas de los
mejores ingenios de España (Madrid, 1684) y que presenta largos
pasajes nuevamente introducidos (las relaciones del viaje de
Mariana de Austria para sus bodas con Felipe IV en 1648), son
dos versiones de la misma obra, la segunda seguramente refun
dida por el propio Calderón para los festejos reales (o quizá por
el editor Juan de Vera Tarsis).
Ante situaciones como las descritas, parece que el mejor cami
no que puede seguir el filólogo en su tarea editora es el estudio
de la tradición textual, tanto de la producción global de un autor
como de cada obra en particular. En la edición, tendrá que dar
cuenta necesariamente de esa fluctuación y estratificación
texto. Cuando se trata de versiones distintas, que pueden
obra de autores diferentes, como parece que sucede con Tan
g o m e lo fiá is y El burlador d e Sevilla , lo más aconsejable
dar cuenta de los dos textos. Se ha hecho ofreciéndolos en
ñas enfrentadas, aunque quizá fuera mejor presentarlos uno
continuación del otro; lo que no debe hacerse es fundirlos
extraer de ahí un texto nuevo supuestamente auténtico.